Ayala - Reconquista o Reconquistas

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REVISTA DEL CEHGR · núm. 32 · 2020 · págs.

3-20 ISSN: 2253-9263

¿Reconquista o reconquistas?
La legitimación de la guerra santa peninsular
Carlos de Ayala Martínez
Universidad Autónoma de Madrid
[email protected]
recibido: 31 octubre 2019 · revisado: 6 diciembre 2020 · aceptado: 11 diciembre 2020 · publicación online: 30 junio 2020

RESUMEN
La Reconquista ha sido durante mucho tiempo, y sigue siéndolo, una palabra muy discutida.
Sin duda hay razones para criticar su uso, especialmente cuando ese uso es impropio, ideolo-
gizado o incluso manipulado. Pero también hay razones que justifican su utilización siempre y
cuando seamos capaces de identificarla con el discurso que sirvió en la Edad Media peninsular
para legitimar los procesos expansivos de los reyes cristianos del norte. En este sentido, como
ideología de legitimación, la Reconquista no responde a un único modelo discursivo. Según los
momentos, las áreas geográficas y los responsables de su elaboración, el relato reconquistador
adoptó formas y naturalezas muy dispares. En este artículo pretendemos ofrecer una tipología
de los relatos de reconquista, o si se quiere, de las distintas “reconquistas” que es posible detec-
tar en la Edad Media peninsular.
Palabras clave: Reconquista, expansión territorial, ideología, legitimación

ABSTRACT
Reconquista has long been, and continues to be, a much discussed term. Definitely, there are
reasons to criticize its use, especially when that use is inappropriate, ideologized or even manipu-
lated. However, there are also reasons that justify its use as long as we are able to identify it with
the discourse that served to legitimize the expansive processes of the northern Christian kings in
Medieval Iberia. In this sense, as an ideology of legitimation, the Reconquista does not fit in
a single discursive model. According to the periods, the geographical areas and those responsible
for its elaboration, the “reconquest” discourse adopted very different formulas and natures. In
this paper, I try to offer a typology of these discourses of “reconquest”, or, perhaps, of the different
Reconquistas that can be identified in the Iberian Middle Ages.
Keywords: Reconquista, territorial expansion, ideology, legitimation
Carlos de Ayala Martínez

1. PRESENTACIÓN

A
raíz de las pasadas elecciones autonómicas andaluzas de diciembre de 2018,
y con motivo de la utilización que ciertos sectores políticos hicieron de la
Reconquista, un periodista me preguntaba si realmente había existido alguna
vez. La contestación que entonces daba, y que hoy mantengo, es que inevitablemente
depende de qué entendamos por ese término. Quienes inventaron la palabra en torno
al año 18001 y, sobre todo, quienes la divulgaron hasta popularizarla definitivamente
entre 1870 y 1970, es decir, entre la Restauración borbónica y la dictadura del general
Franco, entendían por ella una guerra multisecular de casi 800 años a través de la cual
se habría fraguado la identidad española frente al invasor musulmán2. Esa identidad
o ser constitutivo de España era la que respondía al arquetipo de una nación unida,
católica y llamada a una suerte de liderazgo moral sobre el conjunto de Occidente3.
Pues bien, obviamente esta Reconquista nunca existió, salvo en la mente interesada
de quienes quisieron proyectar hacia la Edad Media los valores, las legitimaciones
y las perspectivas del nacional-catolicismo, otorgándole de paso el marchamo de
antigüedad.
Pero hay otra manera de entender la Reconquista, una manera que, a diferencia de
la anterior, no interesa a los políticos ni suele ser tenida en cuenta en el común de la
sociedad. Según este punto de vista, que es el de una buena parte de los historiadores
profesionales4, Reconquista no es una guerra de ocho siglos sino una ideología que
sirvió durante poco más de siete siglos para justificar dos cosas: la expansión de los
reinos cristianos del norte a costa del islam y, de paso, la adquisición de un alto grado
de poder en manos de reyes que deseaban mostrarse como los caudillos que por la
gracia de Dios lideraban esa expansión.

1
Véase Martín F. Ríos Saloma, La Reconquista. Una construcción historiográfica (siglos xvi-xix), Marcial Pons,
Madrid, 2011; id., La Reconquista en la historiografía española contemporánea, Universidad Nacional Autó-
noma de México y Sílex Ediciones, México-Madrid, 2013.
2
Carlos de Ayala Martínez, «La Reconquista: ¿ficción o realidad historiográfica?», en Ángel Gordo Molina
y Diego Melo Carrasco (coords.), La Edad Media peninsular. Aproximaciones y problemas, Ediciones Trea,
Gijón, 2017, págs. 127-142.
3
Una reflexión clara y sintética sobre la noción decimonónica de reconquista, sus derivaciones en el siglo
xx, y su relación con el esencialismo de lo español, en Flocel Sabaté i Currull, «Frontera peninsular e
identidad (siglos ix-xii», en E. Sarasa Sánchez (ed.), Las Cinco Villas aragonesas en la Europa de los siglos
xii y xiii. De la frontera natural a las fronteras políticas y socio-económicas (foralidad y municipalidad), Institución
«Fernando el Católico», Zaragoza, 2007, págs. 47-94, en especial págs. 53-62.
4
La obra de referencia es la de Francisco García Fitz, La Reconquista, Universidad de Granada, Granada,
2010; así como su reciente balance historiográfico: «Crítica e hipercrítica en torno al concepto de
Reconquista. Una aproximación a la historiografía reciente», en Carlos de Ayala Martínez, Isabel Cris-
tina Ferreira Fernandes y José S. Palacios Ontalva (coords.), La Reconquista. Ideología y justificación de la
Guerra Santa peninsular, La Ergástula, Madrid, 2019, págs. 79-98.

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Y lo cierto es que negar la existencia de esta última comprensión de la Reconquista


resulta complicado porque efectivamente los testimonios de los documentos reales y,
sobre todo, de las crónicas, que son los arsenales que proveían de ideología justifica-
dora a la guerra, son numerosos. Veámoslo a través de dos ejemplos tan distantes en
el tiempo como parecidos en su contenido.
El primero pertenece a la Chronologia regum gothorum y podría datarse hacia el año
800 o poco antes aunque se encuentra integrado en la llamada Crónica de Albelda, com-
puesta a finales del siglo ix. En cualquier caso, muy probablemente, estaríamos ante
un texto de esta última centuria que dice así: «En tiempos [del rey Rodrigo] (…) los
sarracenos ocupan Hispania y se apoderan del reino de los godos, que todavía retienen
en parte con obstinación, [pero] contra ellos combaten día y noche los cristianos hasta
que la predestinación divina ordene expulsarlos de aquí con crueldad»5.
El segundo testimonio se sitúa al final del recorrido cuando en enero de 1492
Fernando el Católico quiso trasmitir al papa Inocencio VIII el fin del combate contra
los musulmanes: «este reino de Granada que, sobre setecientos y ochenta años estaba
ocupado por los infieles, en vuestros días y con vuestra ayuda» ha sido finalmente
arrebatado a los «enemigos de nuestra sancta fe católica»6.

5
«…Istius tempore era DCCLII farmalio terre Sarraceni euocati Spanias occupant regnumque Goto-
rum capiunt, quem adhuc usque ex parte pertinaciter possedunt. Et cum eis Christiani die noctuque
bella iniunt et cotidie confligunt dum predestinatio usque diuina dehinc eos expelli crudeliter iubeat.
Amen…»; en Juan Gil Fernández, José L. Moralejo Álvarez y Juan I. Ruiz de la Peña (eds.), Crónicas
Asturianas, Universidad de Oviedo, Oviedo, 1985 pág. 171. La Chronologia regum gothorum es, junto al
Chronicon Moissiacense, uno de los viejos cronicones procedentes de la Septimania carolingia anteriores
a la historiografía del ciclo de Alfonso III. La Chronologia concretamente es una obra compuesta en los
años inmediatamente anteriores al 800, y se trata de un breve resumen de los reyes godos desde Ata-
narico (s. iv) a Rodrigo. El contenido de esta primitiva crónica se integró en el corpus de materiales
que constituyen la Crónica de Albelda, figurando allí con el nombre de Ordo gentis gothorum, vid. Abilio
Barbero de Aguilera y Marcelo Vigil Pascual, La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Crítica,
Barcelona, 1978, págs. 240-241; Georges Martin, «La chute du royaume visigothique d’Espagne dans
l’historiographie chrétienne des viiie et ixe siècles», Cahiers de Linguistique Hispanique Médiévale, 9 (1984),
págs. 212-213. Hay que decir, sin embargo, que la crítica actual no se muestra unánime en relación con
la cronología del texto apuntada. En efecto, al final de esta breve crónica existe una alusión al gobierno
de Carlomagno como rey de los francos y patricio de Roma. Pues bien, Francisco Bautista Toledo afirma
que «las fuentes hispánicas entre el siglo ix y buena parte del xi pasan por alto completamente la figura
de Carlomagno, que en vano se buscará, por ejemplo, en el ciclo de crónicas de Alfonso III, en los
manuscritos cronísticos de esta época, en la documentación o en los primitivos textos analísticos»; en
este sentido, «la sección gótica de los Chronica Albeldensia que se cierra con la mención del rey franco»
podría ser el resultado de una copia emilianense de la segunda mitad del siglo xi, vid. Francisco Bautista
Toledo, «Memoria de Carlomagno: sobre la difusión temprana de la materia carolingia en España (siglos
xi-xii)», Revista de Poética Medieval, 25 (2011), págs. 47-109, referencias en págs. 51 y 57.
6
Antonio de la Torre y del Cerro, Los Reyes Católicos y Granada, Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Madrid, 1946, págs. 132-133; José Goñi Gaztambide, Historia de la bula de la cruzada en
España, Editorial del Seminario, Vitoria, 1958, págs. 392-393. Una visión sistemática y muy completa de
la percepción del final de la presencia islámica en territorio peninsular, en Rafael G. Peinado Santaella,

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Salvando las diferencias formales y las circunstancias concretas a las que cada uno
de ellos obedece —estamos hablando de casi 700 años de diferencia—, el mensaje es el
mismo: la tierra hispánica le fue arrebatada por los musulmanes a los cristianos y éstos
combatiéndolos constantemente conseguirán expulsarlos, según el primer testimonio,
o lo han hecho ya, según el segundo testimonio. Es el planteamiento de una guerra
justa, la respuesta a una invasión, que tiene todas las bendiciones de Dios. Eso y no otra
cosa es la ideología de la Reconquista; por tanto, y en este plano de justificación en que
nos movemos, ¿resulta acaso disparatado llamar “reconquista” a la recuperación de
un territorio que es considerado como propio y que ha sido previamente arrebatado
por un enemigo?
Por tanto, considerada la Reconquista de la única manera que puede serlo, como
una ideología de justificación, ¿cuál es entonces el problema? ¿Por qué el rechazo al
término? ¿Cuáles son las objeciones que se aducen para cuestionarlo? Si intentamos
sistematizar, pienso que son fundamentalmente tres las objeciones críticas que se
plantean, a las que voy a intentar dar respuesta en las próximas páginas.

2. LA OBJECIÓN TERMINOLÓGICA
La primera es la «objeción terminológica». Puesto que el término es una inven-
ción del siglo xviii, nada autoriza a utilizarlo para designar un fenómeno anterior.
En este sentido, el profesor Martín Ríos en su interesante obra sobre la construcción
historiográfica de la Reconquista, llega a afirmar «que las palabras solo pueden nombrar
y enunciar a las cosas cuando éstas existen y si antes del siglo xviii no se utilizó nunca
el vocablo reconquista (…) se debe a que el concepto, como tal, tampoco existía»7.
He tenido oportunidad de intercambiar opiniones con el profesor Ríos y expo-
nerle mi desacuerdo con sus palabras. Personalmente creo que no se puede confundir
un concepto con el término que lo designa. Los autores de los dos testimonios que
hemos visto manejaban sin duda el concepto de reconquista porque aluden a la acción
de expulsar a quienes injustamente habían ocupado la tierra hispánica de los cristia-
nos. Tenían pues la conciencia de estar recuperando algo. Incluso para esta acción
de recuperar a veces sí se utilizó en la edad Media el verbo reconquistar. Lo vemos
en un texto ovetense de finales del siglo xii que alude a Alfonso II de Asturias como
el rey que «había reconquistado (recunquisierat) la mayor parte de Hispania»8. Por

«Christo pelea por sus castellanos: el imaginario cristiano de la guerra de Granada», en José Antonio Gon-
zález Alcantud y Manuel Barrios Aguilera (eds.), Las tomas: antropología histórica de la ocupación territorial
del reino de Granada, Diputación Provincial de Granada, Granada, 2000, págs. 453-524.
7
Martín F. Ríos Saloma, La Reconquista…, op. cit., pág. 324.
8
Se trata de un relato de la traslación del Arca Santa, compuesto probablemente en medios cercanos a la
catedral de San Salvador de Oviedo y cuya cronología se ha fijado entre 1175 y 1187. En él se habla de
la figura de Alfonso II quien, en efecto, maximam enim Hispanie partem recunquisierat; poco más adelante,
el autor utilizará la expresión verbal equivalente de «restituir»: Rex igitur Castus, cum magnam partem

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tanto, la noción de «reconquistar» era clara. Otra cosa es que no utilizaran la palabra
«reconquista» que cristalizó tardíamente en el romance francés, del que con toda
probabilidad pasó al español9.
En cualquier caso no es la única ni la primera vez que el concepto antecede al
término que lo designa. Sin ir más lejos, no podríamos decir que Urbano II predicó la
cruzada en Clermont en 1095, porque la «cruzada» es un término que no apareció hasta
más de cien años después de que se predicara10. Y eso por no hablar del «feudalismo»,
un término forjado no antes del siglo xvii y popularizado en vísperas de la Revolución
Francesa, y sin el que sería hoy día difícil explicar la conformación político-social de
la Edad Media del occidente europeo11.

3. LA OBJECIÓN IDEOLÓGICA
La segunda de las objeciones podríamos definirla como «ideológica». El profe-
sor García Sanjuán, con quien discrepo en este punto, dice que la «fuerte toxicidad
derivada de la pesada carga ideológica nacional-católica de la Reconquista» obliga
a rechazar la idoneidad del concepto, y aduce para ello, ejemplos de la actualidad
política nacional en que se utiliza de forma abusiva y descontextualizada12. Y es verdad

Hispaniarum Christianis restituisset, in pace quievit… El texto lo publicaron: Charles Kohler, «Translation de
reliques de Jérusalem à Oviedo (Biblioth. de Cambrai, ms. n.º 804 [ancien 712].- Bibioth. de Sir Thomas
Philips, a Cheltenham, ms. 299)», Revue de l’Orient Latin, 5 (1897), págs.1-21; Francisco Fernández Conde,
La Iglesia de Asturias en la alta Edad Media, Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1972, págs. 162-178;
Mark Guscin, La Historia del Sudario de Oviedo, Ayuntamiento de Oviedo, Oviedo, 2006, págs. 211-225.
9
En el siglo xiv, el primer gran cronista del mundo franco, el belga Jean le Bel, a propósito de las
campañas del Salado y Algeciras describe el deseo del rey Alfonso XI de «reconquistar» —el verbo
utilizado es reconquerre— las villas y castillos que los sarracenos habían conquistado previamente. «…le
roy d’Espaigne qui avoit grand desir de reconquerre ses villes et ses chasteaux que les Sarrains avoient
conquis…»: Chronique de Jean Le Bel, Jules Viard y Eugène Deprez (eds.), Société de l’Histoire de France,
París, 1904-1905, vol. I, cap. XL, págs. 213-219; cit. Fernando Arias Guillén, «En servicio de Dios e nuestro.
Complementariedad y tensión entre Reconquista y Cruzada durante el reinado de Alfonso XI (1312-
1350)», en Carlos de Ayala Martínez, José S. Palacios Ontalva y Martín Ríos Saloma (eds.), Guerra santa
y cruzada en el Estrecho. El occidente peninsular en la primera mitad del siglo xiv, Sílex, Madrid, 2016, pág. 81.
10
Benjamín Weber, «El término “cruzada” y sus usos en la Edad Media. La asimilación lingüística como
proceso de legitimación», en Carlos de Ayala Martínez, Patrick Henriet y José S. Palacios Ontalva, (eds.),
Orígenes y desarrollo de la guerra santa en la Península Ibérica. Palabras e imágenes para una legitimación (siglos
x-xiv), Casa de Velázquez, Madrid, 2016, págs. 221-233; Carlos de Ayala Martínez, «El término “cruzada”
en la documentación castellana de los siglos xii y principios del xiii», Intus-Legere. Historia, 7 (2013),
págs. 77-93.
11
Robert Boutruche, Señorío y feudalismo, 1. Los vínculos de dependencia, Siglo XXI, Madrid, 1980 (original en
francés 1968), págs. 13-19; Flocel Sabaté i Currull, «Els temps i l’espai del feudalism», en Flocel Sabaté
i Currull y Joan Farré (eds.), Els temps i l’espai del feudalism, Pagès editors, Lleida, 2004, págs. 10-13.
12
Alejandro García Sanjuán, «La Reconquista, un concepto tendencioso y simplificador», http://www.
alandalusylahistoria.com. Recientemente el profesor García Sanjuán ha sistematizado sus propuestas
acerca del tema en: «Cómo desactivar una bomba historiográfica: la pervivencia actual del paradigma

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que es así, pero, desde mi punto de vista, al historiador no le compete debatir con el
político, creo que nos movemos en planos distintos y nuestros intereses y objetivos son
muy diversos. En todo caso, lo que más bien conviene hacer es pedagogía, intentando
trasmitir a la sociedad, a la que en principio sirven los políticos, el uso adecuado de
términos y conceptos que tuvieron sentido en el pasado pero no hoy día. Frente a
esta segunda objeción, por tanto, el antídoto es la divulgación bien fundamentada.

4. LA OBJECIÓN DISCURSIVA
La tercera objeción vamos a definirla como propiamente «discursiva», y creo que
constituye un reto especialmente interesante. Consiste en que el viejo relato tradicional
acerca de la Reconquista, el de Pelayo y Covadonga, el que pretendía la restauración
de un idealizado pasado visigodo unido y católico, que se «oficializa» en el siglo xiii
y utilizan generosamente los Reyes Católicos, es un relato que no refleja la realidad
ideológica de todos los ámbitos y momentos cronológicos en los que se desplegó el
combate contra el islam. Es, pues, un discurso parcial y artificialmente impuesto al
conjunto de la Península.
Y esta objeción es absolutamente incontestable. Ahora bien, los relatos que nacen
en esos otros ámbitos y momentos y que son alternativos al «oficial», pelagiano y neo-
gótico, obedecen también, como veremos en seguida, a una lógica reconquistadora.
En otras palabras, no invalidan el discurso hegemónico, pero, eso sí, obligan a hablar
no solo de una concepción de «reconquista» sino de varias «reconquistas»13. Es decir,
Pelayo y el pasado visigodo no sirven, en efecto, para explicar la ideología legitima-
dora de todos los reinos cristianos en todo momento, pero la Reconquista entendida
como una guerra justa bendecida por Dios sí es argumento principal para justificar
en todos los casos objetivos expansivos a costa del islam peninsular. Veamos el tema
con un poco más de detalle.

5. LA RECONQUISTA NEOGÓTICA
Para empezar es preciso resumir brevemente la versión hegemónica de la Recon-
quista que vamos a llamar con justo título «neogótica»14. Es sin duda la más primitiva y
más elaborada. Comenzó a construirse a finales del siglo ix a partir de lo que llamamos

de la Reconquista», en Carlos de Ayala Martínez, Isabel Cristina Ferreira Fernandes y José S. Palacios
Ontalva (coords.), La Reconquista… op. cit., págs. 99-119.
13
Ha aludido a ello muy recientemente el profesor Martín Alvira: «Conviene insistir, antes de nada, en que
la noción medieval de reconquista no fue uniforme, ni constante, ni unívoca, ni monolítica, ni estable
entre los cristianos hispanos de los siglos ix-xv», en Carlos de Ayala Martínez, Isabel Cristina Ferreira
Fernandes y José S. Palacios Ontalva (coords.), La Reconquista… op. cit., pág. 188.
14
En este apartado ofrecemos una apretada síntesis del análisis de esta perspectiva reconquistadora que
hemos analizado con más detalle recientemente: Carlos de Ayala Martínez, «Pelayo y Covadonga: la

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el ciclo historiográfico de Alfonso III. Es un discurso elaborado en la corte asturiana de


Oviedo y estimulado por intelectuales cristianos procedentes de al-Andalus. El esquema
es el siguiente: un pasado glorioso, el de la monarquía hispano-visigoda, se viene abajo
por la infecciosa perversión de sus últimos reyes; el castigo de Dios se impone a través
de la providente acción de los musulmanes, pero, al mismo tiempo, su misericordia
permite que un resto justo del pueblo pecador, representado por Pelayo, noble de
ascendencia real, inicie una contraofensiva victoriosa que da comienzo con la mila-
grosa jornada de Covadonga, una contraofensiva que mantendrán viva sus sucesores
hasta que la Iglesia y las antiguas instituciones políticas del reino godo recuperaran la
dirección de un país reunificado.
Curiosamente esta visión pelagiana y neogoticista de la Reconquista desapareció
por completo hasta que doscientos años después, a comienzos del siglo xii, un anó-
nimo clérigo leonés, el autor de la Historia Silense, la revitalice subrayando la progenie
gótica del rey Alfonso VI, al que está dedicada la obra. El paralelismo del momento
con el pasado le parecía evidente al cronista. Los almorávides estaban desembarcando
en la Península generando situaciones más que comprometidas para el reino. Ellos,
calificados siempre como «bárbaros», en su momento habían quebrado el esplendor
cultural de la dorada época de la monarquía católica visigoda, y ahora nuevamente
amenazaban la emergente realidad de Hispania. En esta perspectiva nostálgica y
restauracionista, Alfonso VI, heredero del glorioso Recaredo, y él mismo «ortodoxo
emperador de Hispania», se había consagrado a recuperar los territorios que previa-
mente les habían arrebatado los «bárbaros»15.
A partir de entonces nuevamente el discurso de la reconquista neogótica volvió a
quedar silenciado durante poco más de cien años cuando Lucas de Tuy16 y, sobre todo,
el arzobispo Jiménez de Rada, poco antes de mediar el siglo xiii, elaboraron, sobre
todo el segundo, una historia de Hispania al servicio de los intereses de Castilla. El
arzobispo quiso convertir lo que no mucho después se llamará Corona de Castilla en
la heredera de una legitimidad llamada a imponer su hegemonía sobre el conjunto
de la Península, y obviamente el discurso reconquistador de corte neogótico se ajus-
taba plenamente a ello17. No hay que decir que, a partir de entonces, se oficializó el
discurso reconquistador que convertía a los reyes de Castilla en los herederos de don

formación del discurso reconquistador», en Carlos de Ayala Martínez, Isabel Cristina Ferreira Fernandes
y José S. Palacios Ontalva (coords.), La Reconquista… op. cit., págs. 17-52.
15
Justo Pérez de Urbel y Atilano González Ruiz-Zorrilla (eds.), Historia Silense, Consejo Superior de Inves-
tigaciones Científicas, Madrid, 1959, págs. 8 y págs.118-119.
16
Emma Falque Rey (ed.), Lucas Tudensis, Chronicon mundi, en Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis,
LXXIV, Brepols Publishers, Turnholt (Bégica), 2003, IV, § 1-5, págs. 223-228.
17
Juan Fernández Valverde (ed.), Roderici Ximenii de Rada, Historia de Rebus Hispaniae sive Historia Gothica,
en Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis, LXXII, Brepols Publisher, Turnholt (Bégica), 1987, IV,
§ 1-4, págs. 114-120.

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Pelayo llamados a reconstruir la unidad de la monarquía visigoda. Este fue el discurso


que acabó de modelar el scriptorium de Alfonso X18 y que más tarde llegaría a la corte
de los Reyes Católicos. Estos últimos lo expresarían a través de sus propagandistas cor-
tesanos de manera más o menos sofisticada19, pero es obvio que, de manera sencilla y
condensada, se hizo presente también entre los propios sectores populares20.

18
Un discurso al que los colaboradores de Alfonso X imprimen un sesgo integrador que muestra la unidad
de una España inevitablemente liderada por Castilla. Resulta antológico en este sentido el texto de la
Estoria de Espanna o «Primera Crónica General» que reproduce la supuesta arenga que Alfonso VIII
habría pronunciado en vísperas del crucial enfrentamiento de Las Navas dirigiéndolo a los combatientes
venidos de los distintos reinos hispánicos: «…Amigos, todos nos somos españoles, et entraronnos los
moros la tierra por fuerça et conquirieronnosla, et en poco estidieron los cristianos que a essa sazon
eran, que non fueron derraygados et echados della; et esos pocos que fincaron de nos en las montannas,
tornaron sobre si, et matando ellos de nuestros enemigos et muriendo dellos y, fueron podiendo con
los moros, de guisa que los fueron alongando et arredrando de si. Et quando fuerça dellos, como eran
muchos además, uinie a los nuestros dond nos uenimos, llamauanse a ssus ayudas, et uinien unos a otros
et ayudauanse, et podían con los moros, ganando siempre tierra dellos, fasta que es la cosa uenida a
aquello en que uedes que oy esta…» en Ramón Menéndez Pidal y Diego Catalán (eds.) Primera Crónica
General de España, Gredos, Madrid, 1977, II, § 1013, p. 693. Véase Julio Valdeón, Las raíces medievales de
España, discurso de recepción en la Real Academia de la Historia, Madrid, 2002, pág. 39.
19
Véase supra n. 6. Interesa, al menos, reproducir la significativa respuesta que el cronista Alonso de
Palencia pone en boca del rey Fernando en contestación al sultán mameluco de Egipto que, en 1489,
pretendía detener la ofensiva cristiana sobre el emirato granadino: «…tanto al Soldán como a los demás
mahometanos eran notorias la violencia y perfidia de que se valieron un tiempo los árabes para ocupar
las Españas y otras muchas provincias del mundo poseídas por los cristianos por derecho hereditario. Y
territorios ocupados injustamente podían con justicia ser recuperados por su señores legítimos, como
recuperaron los franceses gran parte de Francia, invadida por los sarracenos en la primera acometida,
y como los reyes de España en el transcurso de los tiempos, imitando al esfuerzo del primer defensor
Pelayo, habían restituido a la fe católica todas las demás regiones de la Península, excepto del reino
de Granada, protegido por los recursos suministrados por el África y por lo inaccesible de los lugares,
último refugio de los moros granadinos. Estas ventajas habían aumentado su confianza de permanecer
perpetuamente en aquellas sierras, y la ingénita perfidia de esta raza, quebrantadora de todo pacto y
juramento, se ensañaba con crueldad de fieras contra los cristianos, fieles observadores de los pactos
(…) Si, pues, aun a legítimos poseedores del territorio reos de tan crueles crímenes, hubiera debido
resistírselos, y procurar con el mayor rigor exterminarlos, ¿con cuánta más justicia debería tratarse de
hacer el mayor daño posible a aquella gente, a la que por el mismo derecho había que expulsar del
territorio violentamente usurpado?», en Alonso de Palencia, Guerra de Granada, Antonio Paz y Meliá
(traducc. castellano), Tipografía de la Revista de Archivos, Madrid, 1909, t. V (ed. facs. con estudio
preliminar de Rafael G. Peinado Santaella, Universidad de Granada, Granada, 1998, lib. IX (1489),
págs. 397-398).
20
Conocemos, en efecto, el contenido de los pregones proclamados en distintas ciudades a raíz de la con-
quista de Granada, informando de ella y de las consecuencias que debía tener cara a la correspondiente
demostración de júbilo. Lo vemos así en sendos pregones fechables entre 1492 y 1493 sobre regulación
del luto destinados a su proclamación en la ciudad de Toledo. En ellos aparece condensada la fórmula
siguiente: «…a plazido a Nuestro Señor de dar vitoria al Rey e a la Reyna nuestros señores en la Santa
Conquista contra los moros, e en aver cobrado lo que estaba ocupado de sus rreynos e señoríos…» Lisa
Walleit, El Libro de Pregones: Städtische Verkündungen und öffentliche Kommunikation in Toledo am Übergang
vom Mittelalter zur Frühen Neuzeit (1450-1518). Mit einer kommentierten kritischen Edition, n.º 168 y 169 (en

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¿reconquista o reconquistas? la legitimación de la guerra santa peninsular

Pero tal y como hemos visto, este discurso, además de estar claramente vinculado
al ámbito castellano-leonés21, presenta clarísimas discontinuidades temporales. Esta
es la razón que ha llevado a cuestionarlo como relato característico de la legitimación
de la expansión y concentración de poder de las monarquías hispánicas. La cuestión
es que, como ya hemos anunciado, las alternativas, mucho menos desarrolladas y casi
nunca del todo oficializadas, no renuncian para nada a la idea de Reconquista, aunque
sí lo hagan a la de la restauración pelagiana de la monarquía visigoda. Veamos algunos
ejemplos.

preparación). Agradecemos a Lisa Waleit que nos haya proporcionado la información, así como la ref-
erencia a la publicación anterior del segundo de los pregones, el fechado el 25 de octubre de 1493, en
Ricardo Izquierdo Benito, «Normas sobre lutos y entierros en Toledo en los siglos bajomedievales», en
Luis Adão daFonseca, Luis C.Amaral y María F. Ferreira Santos (eds.), Os Reinos Ibéricos na Idade Média,
Livraria Civilização Editora, Porto (Portugal), 2003, III, doc. 2, págs.1281-1282.
21
Desde luego, no de manera exclusiva. Pensemos por ejemplo en el discurso del arzobispo de Braga, João
Peculiar, en los momentos previos al asedio de Lisboa de 1147, y que encontramos en una interesantí-
sima crónica, De expugnatione Lyxbonensi, concebida como la carta que muy probablemente redactó un
anglo-normando participante en la conquista de Lisboa; un hombre, en todo caso, cercano al primer
rey portugués, Alfonso Henriques, y que habría podido tener acceso a la cancillería regia, de donde
puede que tomara el discurso del arzobispo. El argumento del mismo es cercano al de la «reconquista
neogótica» pero no tan explícito en lo que refiere al nexo visigodo. Según el arzobispo, que se está
dirigiendo a los musulmanes de Lisboa poco antes de iniciarse el ataque, la conquista de la ciudad no
es un expolio porque no roba quien simplemente reivindica lo suyo. El prelado invita a los musulma-
nes a marchar a su tierra y dejar la que ocupan en manos de sus legítimos poseedores. Se alude a un
rey desposeído —sin nombrarlo explícitamente— y se da la cifra de ocupación ilegítima —más de 358
años—, una ocupación que puso en manos de los musulmanes ciudades cristianas que habían abrazado
la fe no por la fuerza de la espada sino por la persuasión de la predicación llevada a cabo por Santiago
y sus discípulos. Esa etapa dorada brilló por la sangre de los mártires de la etapa romana, y también por
los testimonios de un concilio reunido en Toledo —probablemente el IV aunque equivocadamente
atribuido al reinado de Sisebuto— y del archiepiscopus Isidoro de Sevilla. Como se puede observar, el
nexo visigodo existe, pero no es elemento fundamental del relato, incluso cuando se cita al desposeído
rey al que no se nombra se le relaciona con el Lusitaniae regnum. Es obvio, que la naciente monarquía
portuguesa no deseaba insistir en exceso en un pasado unitario de la Península. El texto en Aires A.
Nascimento (ed.), A Conquista de Lisboa aos Mouros. Relato de um cruzado, Nova Vega, Lisboa (Portugal),
2007 (2.º ed.), págs. 92-96. Sobre su autoría, H. Livermore, «The “Conquest of Lisbon” and its autor»,
Portuguese Studies, 6 (1990), págs. 8-12. Otro interesante texto portugués la llamada Chronica Gothorum
o Annales Lusitani, como con razón se ha propuesto recientemente llamarlo, y que quizá haya que
fechar en la primera mitad del siglo xiii, en su sencillez analística presenta con más claridad la lógica
propia de la «reconquista neogótica»: Era CCC XL IX egressi sunt Gotti de terra sua / Era CCC LX VI ingressi
sunt Hispaniam / et regnaverunt ibi annis CCC LXXX III; / de terra autem sua pervenerunt ad Hispaniam per
XVIII annos. /Era septingentesima quadragesima nona expulsi sunt de regno Hispanie < regnante Vuitiza >. / Era
7549 Sarraceni Hispaniam adepti sunt < regnante Ruderico > / Antequam Dominus Pelagius regnaret Sarraceni
regnaverunt in Hispania annis V.; en Pierre David, Études historiques sur la Galice et le Portugal du VIe au
xiie siècle, l´Institut Français au Portugal, Lisboa-Paris, 1947, págs. 291-292; Francisco Bautista, «Breve
historiografía: Listas regias y Anales en la Península Ibérica (Siglos vii-xii)», Talia dixit, 4 (2009), págs.
176-181.

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Carlos de Ayala Martínez

6. LA RECONQUISTA CAROLINGIA
Empezaremos por lo que podemos definir como la «reconquista carolingia». El
olvido en que cayó la «reconquista neogótica» tras la vertebración de su relato hacia
el año 900, propició el nacimiento de otras explicaciones alternativas. Sabemos que
desde la segunda mitad del siglo xi circulaban por el norte de la Península narraciones
acerca de una intervención de Carlomagno frente a los musulmanes. Estos testimonios,
oriundos de Francia, empezaron a circular por la ruta jacobea. Probablemente se trata
de noticias emparentadas con las fuentes de inspiración de la primitiva épica francesa.
En la Chanson de Roland, un texto de finales del siglo xi, se afirma que Carlomagno
estuvo siete años en España y que la conquistó a los musulmanes, excepto Zaragoza22.
En cualquier caso, y más allá del desastre de la histórica campaña de Zaragoza que
tanto alimentó la épica posterior, podía seguir vivo entonces un vago recuerdo de pro-
yectos intervencionistas carolingios cuyo objetivo sería la liberación de los cristianos
sometidos a las autoridades omeyas de al-Andalus, y que cuenta con una leve apoyatura
documental23. La imaginación literaria haría todo lo demás, y esa imaginación, como
indicábamos, dejó perceptible huella documental desde la segunda mitad del siglo xi24.
Frente a estas informaciones que otorgaban un idealizado protagonismo de Carlo-
magno en el combate peninsular contra los musulmanes, reaccionaron precisamente
quienes a comienzos del siglo xii revitalizaron la versión neogótica de la reconquista.
La Historia Silense afirma categóricamente que nunca gente extranjera había ayudado
a los cristianos hispanos a liberarse de los musulmanes, ni siquiera Carlomagno que,
al desplazarse a Zaragoza, no tardó en añorar las termas que se había construido en
Aquisgrán y se volvió a su país.25

22
La Chanson de Roland comienza, de hecho, así: «El rey Carlos, nuestro emperador magno, ha estado
siete años enteros en España; conquistó la tierra alta hasta el mar, no hubo castillo que se le resistiera,
ni muro ni ciudad que no haya destruido, salvo Zaragoza que está en una montaña». Isabel de Riquer
i Permanyer (ed.), Cantar de Roldán, Editorial Gredos, Madrid, pág. 95.
23
A raíz del concilio de Fráncfort de 794 en el que se condenó el adopcionismo de la Iglesia hispánica,
el rey Carlos, asistido por Alcuino, remite una carta dirigida al obispo Elipando y el clero hispano que
pretendía zanjar definitivamente el tema de la herejía; en un determinado momento de la misma se
alude a los proyectos de intervención carolingios en la Península —Deo auxiliante voluntatem habuimus
vos liberare— que ahora quedaban definitivamente interrumpidos por la mala voluntad de quienes iban
a ser objeto de liberación; Alberto del Campo Hernández, Joaquín González Echegaray, Leslie G. Fre-
eman y José Luis Casado Soto (eds.), Beato de Liébana. Obras completas y complementarias, II. Documentos de
su entorno histórico y literario, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2004, pág. 472.
24
Francisco Bautista Toledo, «Memoria de Carlomagno…» art. cit., passim.
25
«Ceterum a tanta ruyna, preter Deum (…) nemo xterarum Gentium Ispaniam subleuase cognoscitur. Sed
neque Carolus, quem infra Pirineos montes quasdam ciuitates a manibus paganorum eripuisse Franci
falso asserunt (…) Inde cum Cesaraugustam ciuitatem accessiret, more Francorum auro corruptus,
absque vllo sudore pro eripienda a barbarorum dominatione santa ecclesia, ad propia reuertitur. Quippe
bellatrix Ispania duro non togato milite concutitur. Anelabat etenim Carolus in termis illis citius lauari,

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¿reconquista o reconquistas? la legitimación de la guerra santa peninsular

Más allá de la irónica y descalificadora información del Silense, lo cierto es que


muy pronto la idea de la venida de Carlomagno a la Península y su decisiva contri-
bución liberadora frente a los musulmanes, entró a formar parte del sistema ideoló-
gico creado en Santiago de Compostela en la primera mitad del siglo xii, en torno
a la figura del arzobispo Gelmírez. Fue probablemente él —o quizá los inmediatos
colaboradores que siguieron su proyecto tras su muerte en 1140— quien ordenó la
composición del Liber Sancti Iacobi, reproducido en el Codex Calixtinus, cuyo libro IV
era una novela que circulaba de manera independiente antes de su inclusión en el
Liber; es la llamada Historia Turpini o Pseudo-Turpin. En ella Turpín, arzobispo de Reims
muy cercano a Carlomagno, narra cómo el apóstol Santiago se apareció en sueños a
Carlomagno invitándole a que visitara su sepulcro y de paso liberara la Península de
manos de los musulmanes. Así lo hizo el emperador, aunque a su regreso, una nueva
invasión islámica arrebató de nuevo a los cristianos su tierra, y Carlomagno regresó
nuevamente para liberarla. Al finalizar esta segunda campaña reunió un concilio en
Compostela en el que se determinó que toda Hispania debía someterse al gobierno
del arzobispo de Santiago26.
A través del Pseudo-Turpin vemos, pues, cómo el proyecto de hegemonía teocrática
que enarbolaba el arzobispo de la sede apostólica de Santiago, adapta el relato de la
Reconquista a sus propios intereses, y lo vincula a Carlomagno y el mundo franco del
que tantos beneficios extraía su Iglesia a través del Camino de Santiago. Naturalmente,
el uso compostelano de este agente externo, instrumento de Dios para la recuperación
de la tierra hispánica, no podía compartir un discurso neogótico, vinculado primero
a Oviedo, luego a León y finalmente a Toledo, y que orillaba cualquier mención a la
prestigiosa sede compostelana. En cualquier caso, y como lógica consecuencia de este
particular discurso reconquistador, en 1125 Diego Gelmírez predicaba la cruzada para
la recuperación del conjunto de la Península, cuyo dominio, según el Pseudo-Turpin,
le pertenecía; para el arzobispo era el camino “más breve y menos fatigoso” para
alcanzar Jerusalén27.

quas Grani ad hoc opus delitiose construxerat.» Justo Pérez de Urbel y Atilano González Ruiz-Zorrilla
(eds.), Historia Silense… op. cit., págs. 129-130.
26
Klaus Herbers y Manuel Santos Noia (eds.), Liber Sancti Jacobi. Codex Calixtinus, Xunta de Galicia, Santiago
de Compostela, págs. 193-229. Hay traducción al castellano: Abelardo Moralejo, Casimiro Torres y Julio
Feo, Liber Sancti Jacobi. «Codex Calixtinus», Xunta de Galicia, Pontevedra,1992, págs. 403-494.
27
En su carta, el arzobispo de Compostela y legado de la santa iglesia romana, se dirige a los arzobispos,
obispos y abades, reyes y príncipes y todo el pueblo cristiano diciéndoles que, del mismo modo que
los milites Christi, hijos de la Iglesia, abrieron en su momento con esfuerzo y sangre el camino hacia
Jerusalén, también ahora era necesario convertirse en milites Christi para abrir un camino —iter— hasta
el Sepulcro del Señor per Hispaniae partes, un camino que sin duda, resultaba brevius et multo minus labo-
riosum. Quienes se sumaran a tal iniciativa, confesados sus pecados, serían absueltos de todos ellos desde
su bautismo. Los que no quisieran o pudieran acudir personalmente, no podrían causar ningún mal en
las tierras y señoríos de quienes se hallaban en servicio de Dios, so pena de excomunión contra ellos y

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Carlos de Ayala Martínez

La reconquista carolingia es una perspectiva ciertamente mediatizada por los intere-


ses de la sede compostelana, pero el prestigio de un idealizado Carlomagno, más allá
de permanecer vivo en la conciencia de escritores francos28, no fue ajeno a los pro-
pagandistas de la corte castellano-leonesa que muy poco después de que el arzobispo
Gelmírez convocara su particular cruzada, no tenían inconveniente en presentar a
Alfonso VII, el conquistador cruzado de Almería, como un fiel seguidor de las hazañas
de Carlomagno, semejante a él en carácter, fuerza y gloria militar29.

7. LA RECONQUISTA «HISPÁNICA»
¿Pero qué ocurre en el oriente peninsular, en los territorios que andando el
tiempo conformarán la Corona de Aragón? ¿Hubo discurso reconquistador en ellos?
Ciertamente lo hubo. Lo documentamos a partir de mediados del s. xi, pero despo-
jado de todo neogoticismo30, ignorando a Pelayo, y también al apóstol Santiago y al

contra quienes les facilitaran soldadas o beneficios. La misma indulgencia plenaria disfrutarían quienes,
no pudiendo acudir, enviaran soldados de caballería o de infantería armados según sus posibilidades,
o ayudaran al mantenimiento de los athletas Christi in exercitum Domnini euntes. Emma Falque Rey (ed.),
Historia Compostelana, en Corpus Christianorum. Continuatio Mediaevalis, LXX, Brepols Publisher, Turnholt
(Bégica), 1988, II, § pág. 78; en la traducción castellana de la misma autora: Historia Compostelana, Akal,
Madrid, 1994, págs. 453-454. Sobre la cruzada gelmiriana, véase Ermelindo Portela Silva y María del
Carmen Pallares, «Compostela y Jerusalén. Reconquista y cruzada en el tiempo de diego Gelmírez», en
J.M.ª Mínguez y G. del Ser (eds.), La Península en la Edad Media treinta años después. Estudios dedicados a
José-Luis Martín, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2006, págs. 271-285; Ermelindo Por-
tela Silva, Diego Gelmírez (c. 1065-1140). El báculo y la ballesta, Marcial Pons, Madrid, 2016, págs. 118-120.
28
Lo vemos en el caso del famoso abad Hériman de Tournai († 1147) que, en el capítulo 3 del libro I de
sus «Milagros de Santa María de Laon», al hablar de Alfonso el Batallador y sus encomiables acciones
bélicas contra los musulmanes, nos dice que casi toda Hispania estuvo sujeta a él, hasta el punto de que
la fama de su nombre hizo que unos le llamaran el «otro Julio» y otros el «segundo Carlos», en memoria
de aquel ilustre Carlos, rey de los francos, que, victorioso, había sometido en otro tiempo a Hispania.
La última edición de la obra es la de Alain Saint-Denis, Miracles de Sainte Marie de Laon, C.N.R.S Éditions
(Sources d´histoire médiévale), Paris, 2008.
29
En estos términos se expresaba el autor del Poema de Almería —con toda probabilidad el obispo Arnaldo
de Astorga [del que no conviene olvidar su posible origen franco]— en torno a 1150: Hic Alfonsos erat,
nomen tenet imperatoris, / Facta sequens Caroli, cui competit equiparari: / Mente fuere pares, armorum ui coequales,
/ Gloria bellorum gestorum par fuit horum. Juan Gil (ed.) Prefatio de Almaria, en Corpus Christianorum. Con-
tinuatio Mediaevalis, LXXI, Brepols Publisher, Turnholt (Bégica), 1990, pág. 255. Cfr. William J. Purkis,
Crusading Spirituality in the Holy Land and Iberia, c.1095–c.1187, The Boydell Press, Suffolk (Inglaterra),
2008, pág. 175.
30
El siglo x y sus testimonios, al menos en el área catalana, obviamente sí evidencian neogoticismo, pero un
discurso reconquistador mínimamente bien articulado resulta prácticamente inexistente o se manifiesta
muy débil. Martín Ríos se ha acercado a la tradición historiográfica catalana del siglo x comparándola con
la leonesa, y fijándose principalmente en la idea eclesiástica de «restauración». Martín Ríos Saloma, «La
“Reconquista”: una aspiración peninsular? Estudio comparativo entre dos tradiciones historiográficas»,
Bulletin du centre de études médiévales d’Auxerre / BUCEMA, Hors série, 2 (2009), en línea.

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¿reconquista o reconquistas? la legitimación de la guerra santa peninsular

emperador Carlomagno31. Nos sirve como modelo el preámbulo de la dotación de la


catedral de Huesca que realizó en 1097 el rey Pedro I de Aragón y Pamplona. En él se
nos trasmiten fundamentalmente cuatro ideas: que los musulmanes habían ocupado
y oprimido casi toda Hispania por espacio de 460 años; que esta realidad supuso la
más cruel de las persecuciones contra los cristianos y la sustitución de su culto por el
de los «ídolos y demonios del sucísimo Mahoma»; que Dios se acabó apiadando de
su pueblo y, emulando los milagros del Antiguo Testamento, decidió destruir el yugo
de la opresión y entregar el poder a los antiguos oprimidos; y finalmente, esta acción
divina se había concretado en la conquista de Huesca por el rey Pedro frente a miles
de sarracenos32.
Como vemos, la invasión islámica, calculada con un error de 74 años —se habría
producido en 637 en vez de en 711— lo es de una Hispania (casi toda) cristiana, pero
para nada se alude a la monarquía visigoda. Y sí, efectivamente, se produce una recu-

31
Eso no quiere decir, naturalmente que una figura como Carlomagno no fuera decisiva desde el siglo
xi, concretamente en el ámbito catalán, para justificar las pretensiones de autonomía de sus responsa-
bles políticos. Pero esa importancia, tampoco en estos casos, se asocia a un relato reconquistador que
habría protagonizado el idealizado emperador, al menos no un relato referido a una conquista integral
de Hispania. Las Gesta Comitum, sin ir más lejos, tiene que reconocer que las autoridades carolingias,
ocupadas en otros problemas, no pudieron atender el requerimiento del famoso conde Guifredo el
Belloso cuando sarracenos in suam patriam advenisse totamque pervasisse et obtinuisse simul fere: Stefano M.
Cingolani (ed.), Gestes dels Comtes de Barcelona i Reis d’Aragó. Gesta Comitum Barchinone et regum Aragonie,
Publicacions Universitat Rovira i Virgili, Santa Coloma de Queralt, Tarragona, 2012, págs. 66-68. Es
verdad, sin embargo que un cronista de la segunda mitad del siglo xiii, Bernat Desclot, sí incorporaría
a su conocida crónica Llibre del Rey en Pere la afirmación de que Carlomagno conquerí quaix tota Espanya
de sarraïns enemics de la Fe: Llibre del Rey en Pere, en Ferran Soldevila (ed.), Jaume I, Bernat Desclot, Ramon
Muntaner, Pere III. Les Quatre Grans Cròniques, Editorial Selecta, Barcelona, 1971, pág. 528. A propósito de
la presencia de Carlomagno en ámbito catalán, véase el interesante y documentado artículo de Nikolas
Jaspert, «Carlomagno y Santiago en la memoria histórica catalana», en Maria Teresa Ferrer i Mallol y Pere
Verdés (eds.), El camí de Sant Jaume i Catalunya: actes del Congrés Internacional celebrat a Barcelona, Cervera
i Lleida els diez 16, 17 i 18 d’octubre de 2003, Abadía de Monserrat y Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, Barcelona, 2008, págs. 91-104.
32
«Petrus, Aragonensium et Pampilonensium rex, omnibus christiane cultoribus. Neminem latere credo
viventium totam fere Ispaniam barbarico impetus possessam eorumque crudelissimo imperio per CCC
et LX annos opressam. Quorum nequissimo ingressu fides christiana dispulsa, pontificales cathedre in
urbibus in quibus olim auctoritate apostolica claruerant everse, monasteria a fundamentis destructa,
omnesque omnino ecclesiae dignitate sunt antiqua private, atque ubi Dominici corporis et sanguinis
celebrate fuerant sacramenta, nefanda demonum spurcissime Mahomat colebantur figmenta. Tandem
vero miserantis omnipotentis Dei inffabilis bonitas, velut quondam israelitice illius gentis in Egipto
laborantis, gemitum respiciens nostrum, deprimens grave pepulit iugum et quod dominabatur subegit
imperium. Devicto namque Cesaraugustano rege cum innumerabili sarracenorum, falsorum christia-
norum multitudine atque ferme XLª cesis milibus, inclitam atque fortissimam urbem Oscam cepimus».
Antonio Ubieto Arteta, Colección diplomática de Pedro I de Aragón y de Navarra, Consejo Superior de Inves-
tigaciones Científicas y Escuela de Estudios Medievales, Zaragoza, 1951, doc. 30, págs. 251-253; Antonio
Durán Gudiol, Colección diplomática de la catedral de Huesca, Escuela de Estudios Medievales, Zaragoza,
1965, I, doc. 64, págs. 89-91.

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Carlos de Ayala Martínez

peración del territorio, una «reconquista», decidida y operada directamente por Dios,
no a través de una persona —o héroe prototípico, ya sea Pelayo o Carlomagno— sino
mediante reyes y dinastías instituidas por el mismo Dios, de la que van emergiendo
personalidades concretas. Esto se ve muy bien en otro documento, en este caso, de
ámbito catalán, el de la consagración de la catedral de Barcelona de 1058, en el que
se habla de la entrega de la tierra recuperada por Cristo a los condes cristianos, uno
de cuyos herederos, Ramón Berenguer I ahora consagraba el templo33.
Estamos ante una suerte de «reconquista hispánica» sin adjetivos, operada por
dinastías reales o condales que, sin mirar al pasado, se convierten en receptoras de la
obra presente de recuperación divina. No hay un único protagonista humano en esa
obra de restitución que, por tanto, no se remonta a héroe alguno. Es la voluntad de Dios
la que en cada momento utiliza la herramienta precisa, y esa herramienta personificada
en reyes y príncipes actúa de manera solidaria. En este sentido, dicen las Gesta Comitum
Barchinone que Alfonso II de Aragón († 1196), al final de su vida, decidió peregrinar a San-
tiago y, con este motivo, convocar a todos los reges Ispanie para combatir a los agarenos34.
Esa idea de gesta solidaria inspirada por Dios es exactamente la que un siglo después
vemos reflejada en el Llibre dels fets a propósito de la ayuda que Jaime I deseaba prestar
a su yerno, el rey Alfonso X de Castilla, amenazado seriamente por una generalizada
sublevación musulmana que, apoyada por el emir de Granada, se producía en 1264; en
aquella ocasión el autor de la famosa crónica autobiográfica puso en boca del rey Jaime
que su deseo de colaborar con el castellano era el de salvar Espanya35.

8. LA RECONQUISTA PONTIFICIA
Pero cabe hablar también de otra perspectiva ideológica de la reconquista a la
que se dio forma desde fuera de la Península. Es la que desde más allá de los Pirineos

33
Este interesantísimo texto alude a la primera conquista de Barcelona llevada a cabo por Luis el Pia-
doso, que, estimulado por Dios, «expulit Hismaeliticam gentem et liberavit Barchinonensem urbem»,
tras explicar sumariamente que se había perdido «antiquis temporibus a barbaris Hispaniam intran-
tibus, peccatis Christianorum exigentibus». Pero pasados los años, la ciudad volvió a perderse porque
«propter hominum peccata gens invaluit pagana». La destrucción fue cruel, pero —y este es el pasaje
más interesante— «Christus misereri paratus, praedictam urbem postea recuperavit fidelibus, expulsis
pestiferis gentilibus, et per successionem hereditatis tradidit Christianis Comitibus, de quorum línea vel
genealogía naturali venit gloriosus Comes ac Marchio Raimundis Berengarius, factus est propugnator
et murus Christiani populi…» Petrus de Marca, Marca Hispanica sive limes hispanicus, París, 1688, doc.
248, cols. 1.113.
34
«… predictus nobilis dominus Ildefonssus, qui providus in omnibus bonis erat, proposuit in suo animo
beati Iacobi limina visitare, et reges Ispanie invicem convocare, ut dileccionis fedus miteret inter eos, ut
facilius valerent contra agarenos preceptum apostolicum ducere ad effectum». Stefano M. Cingolani,
Gestes dels Comtes de Barcelona… op. cit., pág. 122.
35
Crònica del rei Jaume I el Conqueridor, en Ferran Soldevila (ed.), Jaume I, Bernat Desclot, Ramon Muntaner,
Pere III. Les Quatre Grans Cròniques… op. cit., § 392.

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¿reconquista o reconquistas? la legitimación de la guerra santa peninsular

fue concebida por el papa, y a la que vamos a llamar «reconquista pontificia». Como
es sabido, desde la segunda mitad del siglo xi el pontificado intenta demostrar la
indisoluble relación que unía a la Península Ibérica con Roma, y lo hacía mediante
dos argumentos legendarios pero que en aquel momento el papado defendía como
hechos probados: la leyenda de los «siete varones apostólicos» y la famosa «donación
de Constantino». Según la primera, tal y como lo explica Gregorio VII en 1074 a los
reyes Alfonso VI de León y Sancho IV de Pamplona, los apóstoles Pedro y Pablo habían
enviado a siete obispos romanos para predicar a los pueblos de Hispania, siendo ellos
los responsables de su cristianización, de modo que desde la antigüedad existía una
gran sintonía entre Hispania y Roma. Pero esa sintonía y cristianización se habían
venido abajo por efecto de las herejías priscilianista y arriana, y de las invasiones de
godos y sarracenos36. En otras palabras, la cristianización de Hispania fue obra de Roma,
no de Santiago, y su unidad había sido construida por los papas, y desde luego no por
los visigodos. En consecuencia, solo a Roma competía su restauración.
Pero es que, además, y este es el sgundo argumento esgrimido, Hispania era pro-
piedad de san Pedro desde los días de Constantino, según la conocida leyenda de la
donación de todo Occidente que éste habría hecho al papa Silvestre en agradecimiento
a Dios por la superación de una enfermedad. Por eso, cuando en 1073 el mismo papa
Gregorio VII se dirige a los nobles franceses que iban a combatir a los moros de His-
pania, y les dice que las tierras que recuperen debían volver al patrimonio pontificio,
toda vez que, subraya expresamente el papa, que «el reino de Hispania ha sido, desde
antiguo, propiedad de Roma»37. Es decir, que Hispania unificada en la evangelización
por Roma era, además, propiedad de la Iglesia desde la antigüedad. En consecuencia,
la recuperación o reconquista de su solar, invadido por los sarracenos, correspondía
en última instancia a Roma.
Es cierto que esta visión de una reconquista estrictamente pontificia tuvo un corto
recorrido al tener que rendirse muy pronto a la evidencia del control cada vez mayor

36
Demetrio Mansilla Reoyo, La documentación pontificia hasta Inocencio III (965-1216), Instituto Español de
Estudios Eclesiásticos, Roma, 1955, doc. 8, págs. 15-16. Sobre la leyenda de los siete varones apostóli-
cos, véase José Fernández Ubiña, «Los orígenes del cristianismo hispano. Algunas claves sociológicas»,
Hispania Sacra, 59 (2007), págs. 427-458. Frente a la habitual interpretación de la importancia de la
leyenda como cauce de conexión con la autoridad de Roma, García Moreno piensa más bien en una
instrumentalización de la leyenda por parte del episcopado mozárabe para hacer valer orígenes apostó-
licos para su Iglesia que la situara en pie de igualdad con Roma: Luis A. García Moreno, «San Torcuato y
sus compañeros. Los orígenes de una leyenda», Europa (Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía
y Letras), 0 (2000), págs. 23-40; e id., «Santiago y los Varones Apostólicos en la España altomedieval:
¿complementarios o enfrentados?», en Amparo Sánchez Ribes (cord.), El Mediterráneo en el origen: IV
Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas, 2012, págs. 15-26.
37
Demetrio Mansilla, La documentación pontificia hasta Inocencio III… op. cit., doc. 6, págs. 12-13. Sobre la
leyenda de la donación de Constantino, véase Ramón Teja, «Iglesia y poder: el mito de Constantino y
el papado romano», Actas y Comunicaciones del Instituto de Historia Antigua y Medieval, 2 (2006), on-line.

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Carlos de Ayala Martínez

que los reyes peninsulares ejercían sobre sus reinos, pero la idea de reconquista no
desapareció de la cabeza de los papas y fue perfilándose cada vez mejor con argumen-
tos bíblicos y jurídicos38.
Así, en 1192, en una carta enviada por Celestino III al arzobispo de Toledo, el
papa apuntaba que la expulsión de los musulmanes de las tierras que desde mucho
tiempo antes habían sido del pueblo cristiano, justificaba plenamente el combate contra
el islam, y es que, al igual que los judíos en la guerra de los macabeos, los cristianos
peninsulares no luchaban por apropiarse de tierras ajenas sino de la herencia de sus
padres, injustamente arrebatada: era una auténtica guerra justa. Por todo ello, y en
definitiva, el papa proclamaba paladinamente que no era contrario a la fe católica la
persecución y exterminio de los sarracenos39.

9. LA RECONQUISTA EN PERSPECTIVA ISLÁMICA


Pero no podemos finalizar nuestro recorrido sin atender a un último registro de
este complejo concepto de reconquista, el que nos proporcionan ni más ni menos que
los propios musulmanes, es decir, el objetivo paciente de la ofensiva cristiana que se
justificaba precisamente mediante este discurso. Es un tema conocido40 aunque solo
recientemente ha sido objeto de tratamiento monográfico41.
Hay dos grupos de referencias que cabe destacar, las más antiguas aluden a Pelayo y
a sus seguidores, un colectivo de 300 resistentes, que intentan preservar desde una peña
su independencia y que, aunque mermados y debilitados por el hostigamiento islámico,
consiguen subsistir; es precisamente la dificultad de acabar con este foco lo que lleva
a las autoridades andalusíes a mirar para otro lado sin percatarse de que aquel sería el
origen de un serio problema manifestado con el tiempo42. Este relato es sin duda anti-
guo, remonta al famoso cronista del siglo x Aḥmad al-Rāzī, quien, a su vez, pudo basarse
en fuentes anteriores. Con independencia de las hipotéticas conexiones de esas fuentes
con narrativas cristianas, lo cierto es que los árabes asumieron plenamente el origen

38
Carlos de Ayala Martínez, «Ideología de cruzada y órdenes militares en el contexto de la reconquista
(siglos xii-xiii)», en Isabel Cristina F. Fernandes y Maria João V. Branco (coord.), Da conquista de Lisboa
à conquista de Alcácer, 1147-1217. Definição e dinámicas de um territorio de frontera, Edições Colibri, Lisboa
(Portugal), 2019, págs. 145-166.
39
Juan Francisco Rivera Recio, La Iglesia de Toledo en el siglo xii (1086-1208), I, Iglesia Nacional Española,
Roma (Italia), 1966, págs. 229-230.
40
Miguel Ángel Ladero Quesada, «León y Castilla», en La reconquista y el proceso de diferenciación política (1035-
1217), tomo IX de la Historia de España Menéndez Pidal, Espasa-Calpe, Madrid, 1998, pág. 64; Francisco
García Fitz, La Reconquista, pág. 91; y, sobre todo, Alejandro García Sanjuán, La conquista islámica de la
península Ibérica y la tergiversación del pasado, Marcial Pons, Madrid, 2013, págs. 411-416.
41
Eva Lapiedra Gutiérrez, «Reconquista cristiana y pérdida de al-Andalus en las fuentes árabes: dos dis-
cursos complementarios», eHumanista / IVITRA, 13 (2018), págs. 296-314.
42
David Arbesú, «De Pelayo a Belay: la batalla de Covadonga según los historiadores árabes», Bulletin of
Spanish Studies, 88 (2011), págs. 321-340.

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¿reconquista o reconquistas? la legitimación de la guerra santa peninsular

pelagiano de la «reconquista», aunque, eso sí, sin establecer ningún vínculo entre estos
rebeldes, a los que al-Rāzī califica de «asnos salvajes», y la monarquía visigoda. El relato
islámico, por tanto, se aparta claramente en este punto de la «reconquista neogótica»43.
El otro grupo de referencias de la cronística andalusí, más tardías —siglos xi
y xii—, alude a la convicción musulmana de que los cristianos habían iniciado la
recuperación del país que habían perdido siglos atrás a manos de sus conquistadores,
los árabes. Quizá el relato más conocido en este sentido sea el que recoge a finales
del siglo xi el último rey zīrí de Granada en sus populares «Memorias». En él ‘Abd
Allāh nos dice que había escuchado de un colaborador del rey Alfonso VI, el conde
Sisnando Davídiz, que los cristianos en esos momentos estaban ya decididos a recobrar
el país que les habían arrebatado los árabes44; es decir, los musulmanes, naturalmente
atribuyéndoselo a los cristianos, eran plenamente conscientes de un discurso que en
ese momento era sin duda utilizado por la propaganda.
Otro conocidísimo texto, en este caso de comienzos del siglo xii, se debe a la
autoría del célebre Ibn Bassam, autor musulmán nacido en Santarem y que en 1109
escribía el tercer volumen de su al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira; es allí donde trata
la figura de un Cid Campeador muy pagado de sí mismo, al que atribuye la siguiente
frase lapidaria: «En el reinado de Rodrigo se conquistó esta Península, y otro Rodrigo
la libertará»45. Y aquí evidentemente sí vemos una conexión con la realidad hispano-
visigoda y, por tanto, una conciencia de cierre de ciclo entre la «pérdida» de una tierra
conquistada y su «reconquista».
Hay un último texto especialmente significativo de esta conciencia islámica, y
es el de las palabras que el documentadísimo cronista magrebí Ibn ‘Iḍārī, muerto en
los primeros años del siglo xiv, pone en boca del rey Fernando I de León y Castilla
dirigidas en torno a 1045 a los representantes de la taifa toledana que habían llegado
hasta él para negociar condiciones de paz: «solamente pedimos nuestro país que nos
lo arrebatasteis antiguamente, al principio de vuestro poder, y lo habitasteis el tiempo
que os fue decretado; ahora os hemos vencido por vuestra maldad. ¡Emigrad, pues,
a vuestra orilla [allende El Estrecho] y dejadnos nuestro país»46. Sea construcción

43
Este relato en concreto, porque Ibn ‘Iḍārī, un cronista tardío al que en seguida nos referiremos, no duda
en calificar al rey Alfonso V de León (997-1027) como «rey de los godos» (malik al-qūt). Ibn ‘Iḍārī, La
caída del califato de Córdoba y los reyes de taifas (al Bayān al-Mugrib), Felipe Maíllo Salgado (ed.), Universidad
de Salamanca, Salamanca, 1993, pág. 13.
44
«Al-Andalus —me dijo de viva voz— era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron
y los arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que
pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado…». E. Lévi-Provençal (ob. 1956) y Emilio García
Gómez (eds.), Las «Memorias» de ‘Abd Allāh, último Rey Zīrí de Granada destronado por los Almorávides (1090),
Alianza editorial, Madrid, 1982, pág. 158.
45
Gonzalo Martínez Díez, El Cid histórico, Planeta, Barcelona, 1999, págs. 26-29.
46
Ibn ‘Iḍārī, La caída del califato de Córdoba… op. cit., pág. 233.

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Carlos de Ayala Martínez

redaccional de Ibn ‘Iḍārī o fruto de las fuentes que manejó, lo cierto es que no cabe
mayor claridad en la explicitación conceptual del término que nos ocupa.

10. CONCLUSIONES
A partir de los datos y reflexiones anteriores, creemos que son fundamentalmente
dos las conclusiones a las que podemos llegar. En primer lugar, que el término moderno
Reconquista puede ser utilizado sin complejos para designar un concepto plenamente
operativo en la etapa medieval: el de la necesidad de recuperar una tierra arrebatada por
una invasión, un concepto que, basado en la idea clásica y agustiniana de «guerra justa»,
servía para legitimar la carrera expansiva de unos reyes cristianos que veían en ello, ade-
más, la posibilidad de adquirir elevadas cotas de concentración de poder. Ahora bien, si
el término Reconquista puede ser utilizado, debe hacerse con propiedad. La Reconquista no
es un proceso bélico que dura 800 años y caracteriza el devenir de la historia de España
en la Edad Media; es, en cambio, un discurso ideológico utilizado interesadamente por
los distintos poderes cristianos de la Península o que operaban en ella.
En segundo lugar, ese discurso que es la Reconquista no es único ni puede ser
aplicado al conjunto peninsular en todas las etapas de la Edad Media. Cuenta con
variantes e intensidades de aplicación temporal y espacial muy diversas. El modelo
ideológico más extendido y conocido es el que hemos llamado «reconquista neogó-
tica». La clave de su éxito fue la «oficialización» que de él se llevó a cabo por parte de
la gran historiografía del siglo xiii castellano. Al lado de ese modelo, e incompatible
con él, nos encontramos con el de la «reconquista carolingia» del que se apropió
durante algún tiempo la única sede apostólica que existió en la Península Ibérica, la
compostelana, y que vio en ello una manera de oponerse a una visión, la neogótica,
que ignoraba su existencia y, sobre todo, la proyección de su poder. Los reinos y prin-
cipados orientales, por su parte, hicieron gala de un discurso reconquistador, el que
hemos llamado «reconquista hispánica», que no tenía otros referentes del pasado
que sus propios reyes y príncipes territoriales. A su vez, el papa, que desde fuera de la
Península, intentaba liderar el conjunto de la Cristiandad elaboró su propio discurso,
la «reconquista pontificia», con el que pretendía desviar en su beneficio el capital
legitimador que los reyes obtenían de su enfrentamiento con el islam. Y finalmente,
los propios musulmanes, involuntarios receptores de las violentas consecuencias del
discurso cristiano, asumieron una «reconquista en perspectiva islámica», que sorpren-
dentemente presenta una extraordinaria coherencia y claridad.

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