Las Sociedades de Un Solo Socio

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Las sociedades de un solo socio.

SAU y SAS
unipersonal. Mecanismos y principios de gobierno
Posted on 16/07/2019

POR JOSÉ BOTTERI (H) (A) Y DIEGO COSTE (AA). PUBLICADO EN LA LEY EL 11 DE ABRIL DE

2019 PÁG. 1.

Sumario: I. Breve repaso a la historia societaria reciente. II. Primera premisa para las
sociedades de un solo socio: alejarse de la idea de la sociedad como contrato. III. Segunda
premisa: analizar las sociedades de un solo socio como sistemas. III.1. La composición de las
sociedades de un solo socio. III.2. La estructura de las sociedades de un solo socio. III.3.
Mecanismos de las sociedades de un solo socio. Subsistemas, estatus y roles. IV. Conclusiones.
I. Breve repaso a la historia societaria reciente

Las sociedades unipersonales son el producto de la combinación de ideas jurídicas, que en un


momento determinado, se tienen acerca de la diferencia entre la propiedad y la administración
del patrimonio (1), sobre la necesidad de limitación de la responsabilidad en actividades que
emprenden los destinatarios de la regulación (2) y los conceptos desarrollados sobre las
personas jurídicas y los contratos. Esto significa que para llegar a considerar aceptables a las
sociedades de socio único deben considerarse como entes posibles, de acuerdo con la evolución
de un conjunto de ideas que hacen posible la figura dentro de la cultura jurídica de un Estado.

Pese a que ahora resulta moderno hablar de aspectos del derecho societario como «derecho
corporativo», Vélez Sarsfield ya concebía a las corporaciones (3) como entes absolutamente
despegados de sus miembros, quienes nunca respondían por las deudas sociales con su
patrimonio personal. No hizo lo mismo con las sociedades civiles, manteniendo para ellas la
raíz contractual del derecho francés liberal (4). En el Código de Comercio caracterizó a
las sociedades anónimas como una asociación de capitales, pero también aceptó que la
negociación promiscua y en común constituía una presunción de existencia societaria. Tanto en
el Código Civil, como en el de Comercio, sostuvo que la solidaridad obligacional de fuente
convencional debía surgir de un acto expreso (5).
Las leyes que modificaron los códigos de Vélez ajustaron un poco las pocas normas dedicadas
a las personas jurídicas diseñadas por el jurista cordobés. Vélez había exagerado el dogma de
diferenciar la persona jurídica y sus miembros al impedir el ejercicio de acciones civiles contra
las personas jurídicas por las ganancias obtenidas por actos ilícitos de sus integrantes (art. 43,
Cód. Civil) (6).

Esas reformas y leyes posteriores alteraron, sin embargo, la raíz del derecho corporativo
velezano (que separaba drásticamente a las corporaciones de sus miembros) y no sólo
concibieron a las sociedades comerciales con el soporte básico de un contrato de «dos o más
personas», sino que también establecieron requisitos personales que en algunos casos fueron
bastante exigentes para la constitución de ciertas sociedades: las sociedades anónimas, según
una reforma del año 1923, debían contar con al menos diez sujetos accionistas (7), mientras que
las SRL no podían pasar de veinte socios, aunque excepcionalmente se admitían
hasta veinticinco si habían empleados entre ellos, como lo sostuvo la ley que las introdujo en
1932 (8).
Con esos antecedentes, la ley 19.550 de 1972 sostuvo la doctrina del contrato plurilateral de
organización (9) y, en cuanto a la separación patrimonial entre la sociedad y sus integrantes se
refiere, incluyó en los tipos con responsabilidad limitada la curiosa frase «los socios limitan su
responsabilidad al aporte», que se mantiene presente en la versión actual de la ley (10) e,
incluso, en el art. 34 de la ley 27.349 de «Apoyo al Capital Emprendedor» (LE).

La idea de limitar la responsabilidad de los socios al aporte, si bien responde a la lógica


obligacional del contrato de suscripción de cuotas o acciones (11), revela que la diferenciación
patrimonial entre la sociedad y sus socios no era tan tajante como sostenía la idea corporativa
de Vélez. Esto resulta así, porque la expresión se instala en la responsabilidad personal del
socio, aun en sociedades anónimas o de responsabilidad limitada, ligando el contrato con la
estructura patrimonial del ente (12).

En el derecho comparado, la idea de separar drásticamente la sociedad de sus integrantes no


presentó inconvenientes en los países de tradición anglosajona, por su vocación de resolver de
manera práctica este tipo de cuestiones y de tratar a las «corporations» de modo bastante
impersonal. Un artículo de John Dewey, precursor del pragmatismo norteamericano junto con
Charles A. Pierce, descartó la necesidad de indagar sobre cuestiones metafísicas en el caso de
las personas jurídicas y concluyó que lo realmente importante para comprender la unidad de
imputación de derechos y obligaciones que supone la idea corporativa son los hechos concretos
que esa unidad realiza en el mundo real, los cuales deben ser jurídicamente apreciados a partir
de las normas que regulan el asunto (13).

Sobre el despegue de la corporación respecto de sus miembros, recordemos aquello de «las


acciones votaron así» en materia de asambleas de sociedades anónimas norteamericanas; y el
célebre caso inglés de la insolvencia de una fábrica familiar de botas y zapatos, creada por un
padre que colocó como socios a su esposa e hijos (nos referimos a «Salomon vs. Salomon Co.
Ltd.»). En ese caso, la Cámara de los Lores británica en 1897 consideró irrelevante que, luego
de años de constituida una sociedad y en instancia falencial, se pretendiera determinar si hubo
un único titular real de la organización a los efectos de su responsabilidad (14).

Que haya una distinción radical entre el interés del socio y el de la persona jurídica resulta
fundamental para considerar a las sociedades de un solo socio, siendo un auténtico axioma o
postulado que debe necesariamente sostenerse en nuestro derecho, al aceptarse las sociedades
unipersonales y modificarse el concepto de sociedad (15).

Pese a ser conocido en su época, el fallo «Salomon» no fue adoptado por la doctrina societaria
mayoritaria de nuestro país en la segunda parte del s. XX, que estaba muy comprometida con el
derecho continental europeo y, en especial, con el derecho italiano (16). El Código de 1942
sostenía la regla de constitución de la sociedad por dos o más personas (art. 2247); y Tullio
Ascarelli, quien influyó decisivamente en nuestra doctrina nacional, decía en 1936 que el
estado de socio suponía una relación no contrapuesta sino integradora entre el socio y la
sociedad, ya que el primero componía la segunda (17).
Pero en 1993 el derecho italiano permitió la constitución de SRL por acto único (18) e hizo lo
mismo en materia de sociedades anónimas en 1994 (19), leyéndose incluso en el art. 2325
del Codice Civile, en la propia definición de sociedades por acciones, que: «En la sociedad por
acciones, por las obligaciones sociales, responde solo la sociedad con su patrimonio»; lo cual
revela una idea bastante diferente a la de «los socios limitan su responsabilidad al aporte», aún
presente en nuestro derecho nacional (20).

Esas ideas se profundizaron en el derecho continental europeo a partir de 1989 por intermedio
de la XII Directiva de la Comunidad Económica (21), al establecer que la sociedad podía tener
un socio único al momento de su constitución, o derivarse en unipersonal mediante la
concentración posterior de todas las participaciones en manos de un único titular (22). La
norma citada tuvo diversas correcciones hasta llegar a la 2009/102/CE, que fijó procedimientos,
garantías y formas de adaptar las legislaciones nacionales que tenían regímenes de limitación
de responsabilidad no societarios, como el caso francés de la Empresa Unipersonal de
Responsabilidad Limitada (23).

En nuestro país, la reforma de 1984 a la ley societaria impuso pautas de equilibrio razonable
entre la seguridad jurídica, el respeto a las libertades económicas y la protección de los
derechos individuales en juego (24), pero mantuvo intacta la noción de contrato plurilateral de
organización, el agravamiento de la base obligacional de Vélez en las sociedades irregulares y
de hecho (25), y la vinculación necesaria entre la persona jurídica creada con el contrato de
sociedad (26). En esa época Sergio Le Pera decía que las sociedades unipersonales
preocupaban más a los profesores, que a los comerciantes (27).

Las diversas ideas jurídicas que fueron desarrollándose a partir de esa reforma, si bien fueron
profundas y socialmente necesarias, quedaron condicionadas al esquema jurídico mencionado
en el párrafo anterior, que señalaba un límite a toda improvisación. En ese contexto, la doctrina
de los autores y los fallos de los tribunales analizaron la existencia mayoritaria de sociedades
cuyos socios están vinculados por lazos familiares donde su envejecimiento y muerte genera
toda clase de trastornos (28); la proliferación de sociedades constituidas en el extranjero cuya
creación respondía generalmente a intereses particulares de individuos nacionales (29); la
problemática que planteaban los grupos de sociedades (30); la génesis y desarrollo de los
conflictos internos de socios (31); la existencia de sociedades cuyo único fin es limitar la
responsabilidad de un socio en particular (32); los temas derivados de la responsabilidad
profesional de los administradores societarios (33); y, en definitiva, toda una serie de cuestiones
que necesitaban un abordaje desde una perspectiva más amplia de análisis que la proporcionada
por la legislación societaria vigente a finales del siglo anterior.

El 1 de agosto de 2015 entró en vigencia la ley 26.994 que modificó el régimen de derecho
privado nacional, unificando en un solo Código el derecho civil y el comercial (Código Civil y
Comercial de la Nación).

Se estableció un régimen común para todas las personas jurídicas (34), y la ley 19.550 pasó a
ser una Ley General de Sociedades (LGS) (35)derogándose el régimen de la sociedad civil
y admitiendo que las sociedades puedan tener un socio único (36) y modificándose
sustantivamente las normas sobre sociedades irregulares y de hecho (37), que pasaron a ser un
conjunto de disposiciones destinadas a regir una clase de sociedad cuando no se reúnen los
caracteres de un tipo societario típico, entre otras cuestiones relevantes.

La unificación, además, propuso reglas nuevas de responsabilidad civil combinando la


responsabilidad contractual y la extracontractual (38)con inclusión de función preventiva (39),
estableció la distinción entre obligaciones de medios y de resultado (40), efectuó definiciones
más amplias en cuanto a los factores de atribución (41), determinó nuevos alcances para el
lucro cesante y la pérdida de chances (42), realizando también un enlace entre las normas de
derecho privado y el régimen sobre Defensa de la Competencia a través del abuso de posición
dominante (43), entre otras muchas cuestiones.

Esa evolución de ideas trajo consigo nuevos debates respecto al orden de prelación de normas.
Por un lado están aquellos que quieren mantener el esquema de responsabilidad societario
tradicional (afín a la graduación de culpas, a límites en cuanto a deberes y responsabilidades
funcionales y al cartabón abstracto del buen hombre de negocios); y por el otro quienes
proponen ampliar sus alcances con integración a las nuevas reglas indisponibles que rigen todo
el derecho privado, enderezado a reforzar la culpa en concreto, ampliar los roles funcionales
hacia la prevención de daños y establecer deberes objetivos y obligaciones de resultado (44).

Llegando al punto central de este trabajo, la última reforma modificó decisivamente el art. 1º de
la ley 19.550, abandonando la idea de que las sociedades deben estar compuestas por al menos
dos personas, pudiendo hacerlo una sola bajo la forma de Sociedad Anónima Unipersonal
sujeta a fiscalización estatal permanente (art. 299, inc. 7º) (45).

Además, el art. 143 del Cód. Civ. y Com. estableció el principio de separación patrimonial en
materia de personas jurídicas, sentando una regla —un tanto freudiana— relativa a que «La
persona jurídica tiene una personalidad distinta de sus miembros. Los miembros no responden
por las obligaciones de la persona jurídica, excepto los supuestos que expresamente se prevén
en este título…».

De esa manera quedó drásticamente separada la persona jurídica de sus integrantes y se


abandonó la idea de «la responsabilidad hasta el aporte» que ya hemos mencionado,
acercándose un poco a «Salomon vs. Salomon & Co.» y a las antiguas ideas de Dalmacio Vélez
Sarsfield, aunque —esta vez— no diga «corporaciones».

Profundizando esa reforma y en medio de un contexto político más favorable a las sociedades
de un solo socio, en el año 2016 entró en vigencia la ley 27.349, que introdujo la Sociedad por
Acciones Simplificada como una clase de sociedad autónoma, declarando que la LGS sería —a
su respecto— de aplicación subsidiaria sí y solo si se concilia con las normas para
emprendedores (46).

Para esta nueva sociedad, creada con la intención de sostener a los entrepreneurs, aunque pueda
ser utilizada por cualquiera que no lo sea, se estableció el principio de libertad de
organización (47), objeto amplio y plural con actividades incluso inconexas entre sí (48), un
modo electrónico de constituirse y de llevar registraciones (49), la posibilidad de conformarse y
desempeñarse con un socio único sin obligación de fiscalización a través de síndicos (50) y
normas subsidiarias para sociedad por acciones conectadas al régimen de sociedades de
responsabilidad limitada (51), entre otras disposiciones relevantes.

Los debates en las jornadas y encuentros de societaristas desde entonces, al par del anuncio de
que una Comisión estaría trabajando en toda una reforma al régimen societario (y Cód. Civ. y
Com. vigente), nos hacen escribir estas líneas con el fin de contribuir a la búsqueda de superar
algunas antinomias y eludir los lugares comunes. Entendemos que existe un enfoque moderno
para abordar técnicamente estas sociedades junto con el resto de los tipos de la ley 19.550 y que
pueden armonizarse intereses individuales y sociales desde una perspectiva más amplia,
vinculada con los avances de otras disciplinas. (52)

El desafío es el de conjugar el interés individual del socio con el del ente artificial que ha sido
habilitado a crearse por el derecho. Que algo sea artificial (como puede serlo un lago) no quiere
decir que eso sea ficticio (53). Partimos por concebir al derecho societario como la principal
rama del derecho que alienta la creación de empresas y que el resto del sistema jurídico impone
límites a su funcionamiento, debiendo intentar buscarse una integración del orden jurídico de
una manera clara y razonable (54).

Pretendemos ofrecer un análisis sobre bases generales que sirvan de orientación para la
interpretación y aplicación de las normas jurídicas particulares que se han diseñado y que son,
seguramente, el germen de las que se diseñarán en el futuro.

II. Primera premisa para las sociedades de un solo socio: alejarse de la idea de la sociedad
como contrato

Como ya lo hemos dicho en trabajos anteriores, en el pasado reciente y hasta la sanción las
leyes 26.994 y 27.394, la idea de sociedad estaba definida por la noción de contrato, pese a que
el art. 1º. de la ley 19.550 evitó utilizar ese término al momento de definir las sociedades
comerciales. La ley 19.550 utilizó esa locución 135 veces a lo largo de todo su articulado,
despejando cualquier duda acerca de su vocación contractualista de raigambre europea
[principalmente italiana (55) y francesa (56)].

Un ejemplo de ello se advierte en el art. 11 cuando, para señalar los elementos esenciales del
contrato de sociedad, utilizó la vacua expresión formal de «instrumento constitutivo». La razón
de ese concepto legal de sociedad está suficientemente explicada en los trabajos de Isaac
Halperin (57).

Los cambios operados por las leyes 26.994 y 27.349 quebraron definitivamente la
identificación entre el concepto de sociedad y los contratos, porque se puede constituir una
SAU o una SAS por un solo individuo sin precisar de la voluntad de otro.

La modificación al art. 1º de la ley 19.550 sostiene la idea de que hay sociedad comercial
cuando una o más personas realicen aportes para aplicarlos a la producción o intercambio de
bienes y servicios, distribuyendo las ganancias y soportando las pérdidas; por lo cual,
esencialmente, debe abandonarse la idea contractual como atributiva de este tipo de
organizaciones.

Recordemos que el art. 957 del Cód. Civ. y Com. exige para la existencia de un contrato «dos o
más partes que manifiesten su consentimiento» y que, a diferencia de ello, la SAU y las SAS
unipersonal se constituyen a través de un acto jurídico unilateral que entrega su propio estatuto:
la antigua idea, que remonta a Rousseau, acerca de individuos libres que celebran un contrato
del cual se desprenden sus derechos ha sido dejada de lado en este caso para pasar a una noción
más corporativista, más afín a la universitas romana, a la tradición de las asociaciones del
derecho alemán y del derecho consuetudinario inglés; y, por qué no, a las ideas originales de
Vélez que recordamos en un inicio y que en ello siguió a Friedrich K. von Savigny.

Esto significa que en Argentina se puede constituir una sociedad mediante una declaración
unilateral de voluntad (como en las SAU o las SAS), un contrato (resto de los tipos legales de la
LGS) e incluso una norma estatal (Sociedades de Estado o similares). La sociedad no depende
necesariamente de la idea de contrato y puede nutrirse de distintas personas ocupando
diferentes estatus y con sus respectivos roles, sin resultar decisivo que la base de socios sea
plural. En consecuencia, para elaborar normas y doctrinas que comprendan todos los supuestos,
deben necesariamente ampliarse las miradas sobre el tema.

Un enfoque más moderno para analizar objetos de cualquier categoría, utilizado en numerosas
disciplinas científicas, es el denominado «sistémico» (58). Según este enfoque, las sociedades
pueden estudiarse como sistemas, esto es, objetos complejos que están compuestos, como
mínimo, por un socio quien, para ser tal, debe realizar aportes con una finalidad
determinada (59). Desde el punto de vista lógico y matemático, pueden relacionarse con la
antigua teoría de conjuntos (Bolzano, Cantor, Dedekind, Zermelo, Frege, Russell): la evolución
del modo de concebir las sociedades pasa por no pensar más en la integración de dos o más
elementos aislados que forman un conjunto (el contrato de dos o más personas que dan vida a
una sociedad), sino en el conjunto unitario de un solo elemento, que permite el ingreso de otros
siempre que cumplan los requisitos del conjunto, lo cual es lógicamente posible.

En efecto, en la lógica de conjuntos el elemento aislado no se identifica con un conjunto


unitario y existen varias razones para que ello sea así: el conjunto pertenece a una jerarquía
diferente del elemento que lo integra y, además, se permite de modo axiomático la
incorporación de otros elementos, al estilo de la plurilateralidad.

En las matemáticas a nadie se le ocurrió que el conjunto de un solo elemento no pueda ser
denominado como «conjunto» (en el caso se los llama «conjuntos unitarios»), como sí ha
sucedido con el término «sociedad», aplicado a las unipersonales. Esto sucedió así, porque se
identificaba a las sociedades con los contratos. Las sociedades de socio único están establecidas
sobre la base de reglas (la ley y la declaración unilateral del constituyente) que no son
contractuales, sino que son estatutarias y creadas por una declaración unilateral de voluntad del
socio único conforme las prescripciones de la ley.

La SAU y la SAS unipersonal constituyen un sistema, al igual que el resto de las sociedades,
tratándose de un objeto complejo que debe analizarse en función de los siguientes elementos:
composición, estructura, mecanismos de funcionamiento y propiedades emergentes (la
personificación, la irresponsabilidad por las deudas del ente, etc.), vinculados a un entorno
dado.

III. Segunda premisa: analizar las sociedades de un solo socio como sistemas

La idea de sistema como método para explicar a las sociedades habilita el análisis jurídico,
económico y social y, por ende, la vinculación del derecho con otras disciplinas. Le Pera decía
que llamar «sociedades» a las de un solo socio no era contradictorio: era una mera molestia
nominal (60).

Todas las sociedades pueden explicarse a través de una teoría realista sobre sistemas,
incluyendo las unipersonales. Un sistema es, como adelantamos, un objeto complejo que
emerge de la composición de varios elementos: composición, estructura, mecanismos y
entorno. Como toda unión de elementos, también surgen de ella propiedades. Trataremos todo
esto a continuación.

III.1. La composición de las sociedades de un solo socio

Un sistema es la colección de todos sus componentes. En el caso de las sociedades, la


composición consiste en los socios, los funcionarios y el patrimonio aportado. La idea de la
sociedad de socio único resulta entonces admisible, como lo es también el conjunto de un solo
elemento que no priva al conjunto de su existencia como tal.

Para formar parte de una sociedad, el socio debe realizar aportes o adquirir participaciones de
quienes lo hubieran hecho con anterioridad. No hay socios sin aportaciones, por lo cual dentro
del sistema existe un elemento personal y elementos materiales sometidos a dominio pleno del
ente, necesariamente vinculados.

Tales aportes consisten en un conjunto de bienes precisos y determinados; o prestaciones de


hacer que conformarán el denominado capital social en su etapa inicial, el cual podrá ser
modificado a través de ciertos mecanismos. Los aportes ingresan al sistema a través de las
personas que lo integran, pues no hay sistemas sociales ajenos a un entorno que provea recursos
y determine necesidades. Desde el punto de vista material y personal, tanto los bienes de la
sociedad como las personas que la integran son perfectamente identificables.

El volumen de las aportaciones y su relación con los aportes totales determina ciertas calidades
del elemento «socio». Los elementos del sistema no son iguales por el solo hecho de
denominarse de idéntica manera: no es lo mismo ser socio mayoritario de una sociedad que ser
uno minoritario. O ser único y controlante del 100% del capital. Las sociedades como sistemas
pueden incluso ser vistas de acuerdo con las calidades de sus componentes, pues la condiciones
de estos últimos son relevantes para el sistema concebido en su totalidad. Las sociedades al
50% de dos socios tienen una condición; las sociedades de miles donde cada uno aportó muy
poco tienen otra; es distinta una sociedad controlada al 99% que una donde el capital social se
encuentra repartido equitativamente en cinco partes, o la situación de la sociedad de socio único
(que es nuestro caso), donde existen, por ejemplo, ciertas limitaciones por tal condición, como
lo es la de no constituir otra sociedad unipersonal (arts. 1º, LGS y 34, LE). Cada uno de estos
sistemas, analizado en función de las calidades de sus componentes, será diferente, pero todos
comparten propiedades comunes.

También son componentes del sistema los administradores y, en su caso contingente,


los fiscalizadores, que son necesarios en las SAU.

III.2. La estructura de las sociedades de un solo socio

La estructura del sistema es la colección de relaciones que mantienen unidos a sus


componentes. Una multitud de personas reunidas en un recital carece de una estructura en
sentido sistémico, porque una vez terminado el evento, se dispersan. En cambio, la familia, la
empresa, la universidad, entre tantos otros ejemplos, sí la tienen. Lo que determina cuándo un
conjunto de relaciones configura la estructura de un sistema es su carácter vinculante, es decir,
si produce efectos y modifica la conducta de los componentes del sistema generando vínculos
sostenidos en el tiempo (61).

La estructura que dispone cómo debe desarrollarse el sistema «sociedad» está dada por
el estatuto social, las leyes, el reglamento, las sentencias de los tribunales y las propias
decisiones adoptadas por la sociedad que resultan obligatorias para sus componentes. Esa
estructura normativa determina derechos, deberes, obligaciones y en definitiva vínculos que
hacen que el sistema concreto y material perdure en la unión de sus elementos: confundir a las
sociedades con su estructura es tan equivocado como identificarlas con sus componentes.

Por ejemplo: el estatuto determinará cuándo el patrimonio conformado por la inversión de las
aportaciones del socio debe ser liquidado restituyendo sus saldos positivos al socio único.
También fijará la función específica del sistema, que se denomina objeto social [amplio y plural
en el caso de las SAS (62); preciso y determinado para las SAU (63)] y que determina una serie
de actividades que deben desarrollarse mediante la aplicación de los bienes que constituyen el
patrimonio social, que en su faz inicial se identifica con el capital compuesto por la sumatoria
de aportaciones del socio.

Ese estatuto para ser válido y producir efectos, debe seguir las normas —en cuanto corresponda
— de la LGS o de la LE u otras leyes y normas que les resulten aplicables (Cód. Civ. y Com.,
leyes de Mercado de Capitales, de Entidades Financieras, etc.). En el caso de las leyes
societarias (LGS y LE), establecen las condiciones de validez o de invalidez de los vínculos
entre los elementos del sistema o dispone dentro de qué pautas pueden producirse los cambios,
producir efectos, o establecer prohibiciones. Otorgan también soluciones en caso en que no se
prevea en el estatuto algún supuesto particular.

Que el ente posea una estructura normativa supone una autolimitación al ejercicio de libertades
por parte del socio único. Como ya dijimos, los bienes que aportó ya no le pertenecen y no
puede disponerlos como si fuera así. Pero, además, la estructura determina el estatus y roles
definidos por el estatuto y por la ley, en cuanto se refiera a ellos: hay deberes y
responsabilidades por el hecho de ser socio o administrador, que antes de la creación del ente
no existían.
Un comerciante individual puede, en su beneficio y según sus necesidades, administrar y
disponer de los bienes incorporados a su negocio y de sus ganancias con absoluta libertad y
discreción, en la medida que no perjudique a los demás. No sucede así con el socio de la
sociedad unipersonal, porque hay reglas dentro del sistema que ha creado, que debe cumplir.

Es necesario considerar, a su vez, que mientras que las interacciones entre personas humanas
son de un tipo, las relaciones entre personas jurídicas y personas humanas son de otro, así como
también lo son las relaciones entre personas jurídicas entre sí (64). Hay cuestiones que son
obvias: no hay matrimonios entre una persona humana y una persona jurídica, así como
tampoco existen escisiones de personas humanas o uniones convivenciales entre sociedades:
son casos de interacciones imposibles.

Pero hay otras no tan obvias: las relaciones entre el socio único y la SAS unipersonal o la SAU
tienen una categoría diferente a las relaciones socio/sociedad plural, del mismo modo que hay
diferencias entre el accionista minoritario y la sociedad con el socio mayoritario que se
desempeña como único director de una SA: la acumulación de distintos estatus, con sus
respectivos roles en una única persona, supone una acumulación de poderes que si bien puede
favorecer de manera ágil la actuación del ente, también genera mayores exigencias formales y
responsabilidades adicionales que serán exigidas por los terceros que contraten con la
sociedad (65).

III.3. Mecanismos de las sociedades de un solo socio. Subsistemas, estatus y roles

Todo sistema tiene mecanismos. Se denominan mecanismos a los procesos que, a través del
cumplimiento dinámico de ciertos actos, provocan o impiden cambios en el sistema. Las
sociedades, como sistemas que son, poseen sus propios mecanismos aun cuando puedan tener
una composición unipersonal. Uno de los estudios modernos más relevantes acerca de
mecanismos sociales es el de Jon Elster (66).

En las sociedades plurales las asambleas o reuniones de socios son mecanismos a través de las
cuales se adopta cierto tipo de decisiones que generan o impiden toda clase de cambios y que se
denominan con la voz impersonal «órganos», utilizada con el fin de separar la voluntad de los
integrantes plurales del sistema, con la voluntad social dentro de un esquema organizado.

Dentro del derecho societario durante el S. XX se adhirió a la idea de que los mecanismos
sociales se desarrollaban, en mayor medida, a través de órganos (67).

Denominar a las discretas asambleas como un todo concreto u «órgano», que accedería a una
especie de organismo societario, tiene consecuencias que no son ya acordes a la evolución
actual de las ciencias sociales; y las críticas que se hacen al organicismo son muy
conocidas (68).

En las II Jornadas sobre SAS en Mendoza durante el mes de octubre de 2018 se debatió sobre
la noción de órgano en el caso de sociedades de un solo socio y, sobre todo, acerca de la
posibilidad que estatutariamente se modifiquen las competencias tradicionales de los «órganos»
de gobierno y de administración, posibilitando que la reunión de socios tenga competencia
sobre materias tradicionalmente asignadas a la administración de la sociedad y viceversa.

El hecho mismo de debatir esa cuestión demuestra el grado de influencia de la doctrina del
órgano en cuanto a asignarle a este último, propiedades que carece en la realidad de los hechos.
Si la palabra «órgano» es una comodidad verbal para explicar que una o varias personas físicas
llevan a cabo mecanismos que cumplen una función social en el alcance y sentido que les da la
ley, el tema es sólo una molestia nominal, como sostenía Sergio Le Pera para la voz
«sociedades» respecto de las unipersonales. En ese sentido, la ley 27.349 es clara en cuanto a
que los socios tienen amplia libertad para organizar la competencia y funcionamiento de sus
órganos, aún en contra del sentido tradicional dados por la doctrina y jurisprudencia
desarrollada bajo el sistema conceptual de la LGS.

El Directorio, Asamblea, Reunión de Socios, Gerencia, Sindicatura, etc., pueden ser analizados
como subsistemas dentro del sistema más amplio que es la sociedad, en el caso de las
sociedades plurales. La distinción entre sistema y subsistema es simple: los componentes de
todo subsistema son componentes del sistema, pero no todos los componentes del sistema son
componentes del subsistema.

Por ejemplo, todos los síndicos son componentes de la sociedad pero no pueden ser
componentes del directorio ni de la asamblea. Del mismo modo, los socios y directores no
pueden ser componentes de la sindicatura, aunque todos son componentes de la sociedad. Lo
que sí puede ocurrir es que los socios sean componentes del directorio y viceversa, lo que
genera algunos problemas como el que se menciona en la nota 65.

En el caso de las sociedades de un solo socio, no hay subsistemas con funciones determinadas
porque lo que hay es un único componente: el socio solitario quien deberá cumplir con todos
los procesos determinados por las leyes, el estatuto y el reglamento. Una vez realizados todos
los pasos correspondientes, se habrán cumplido los mecanismos a través de los cuales la
sociedad adoptará una decisión de gobierno o de administración válidas.

Esto no sucede sólo con las personas jurídicas. La sociología ha clarificado la cuestión
mediante la teoría de estatus y roles (69). El estatus es la posición que un individuo ocupa
dentro de un sistema social. El rol, en cambio, es el comportamiento asociado con un
determinado estatus. Es decir, en un sistema social determinado, cada estatus tiene asignada
una cantidad específica de roles y tanto los demás integrantes del sistema como los de su
entorno esperan que tales roles sean cumplidos por la persona que ocupa el estatus en cuestión.
Es lo que se denomina expectativas de rol.

Estas ideas demuestran cómo una misma persona puede ocupar distintos estatus en una
comunidad, desplegando distintos comportamientos. Así, puede ser padre, hijo, hermano,
profesor, alumno, delantero de fútbol, etc., todo en simultáneo. Nadie considerará extraño que,
hasta cierto punto, se desplieguen distintos comportamientos de acuerdo con cada estatus
ocupado. Por ejemplo, afectuoso como padre y agresivo como boxeador profesional, en el
mismo día.
En sentido similar, tampoco existe obstáculo para que en una sociedad de un solo socio la
misma persona ocupe dos estatus, los de socio y administrador, desarrollando paralelamente los
roles que corresponden a cada cargo y siendo juzgada su actuación de acuerdo con lo que
establecen las normas que rigen el comportamiento (rol) del socio o administrador (estatus),
según el caso.

Los mecanismos de la unipersonalidad consisten, entonces, en la exteriorización por parte del


socio o administrador único de una declaración unilateral de voluntad manifiesta, formalizada
en una registración societaria. Su resultado obliga a la sociedad, al socio y/o al administrador,
según las distintas variantes y responsabilidades.

III.3.a. Cuestiones particulares de mecanismos de gobierno en las sociedades


unipersonales

La relación entre el socio único y la sociedad que integra presenta particularidades, porque los
actos individuales del socio repercuten dentro del sistema que ha creado de un modo diferente
al de las sociedades plurales, que son fruto de la interacción de varias personas.

Cualquier actividad de la persona humana tiene por causa inmediata sus deseos, sus creencias y
las oportunidades de que dispone (70). Ello sucede tanto en las sociedades plurales, como en las
unipersonales. Sin embargo la interacción entre dos personas otorga a la declaración común una
entidad distinta a la del acto individual, aun cuando la voluntad de uno de los socios sea
abrumadora y sólo sea adherida por el resto.

En el caso del socio único, es necesario poder justificar racionalmente sus resoluciones sociales
dentro del sistema que integra y, para ello, deben tenerse en cuenta los siguientes aspectos que
usualmente influyen en la toma de decisiones, todo lo cual facilitará la determinación de su
validez o invalidez jurídica:

— Deseos individuales: El tema de los deseos individuales del socio no es, en principio, una
justificación razonable para un acto societario, ya que el objeto social no consiste en cumplir
los deseos de los socios, sino en realizar actividades. En caso contrario existiría un déficit en la
causa del acto (art. 281 del Cód. Civ. y Com.), que es el fin autorizado por el ordenamiento
jurídico determinante de la voluntad. Es la primera limitación al comportamiento del socio
único.

— Conocimiento e información disponible: Aquí el sostén de la decisión pasa por el esquema


de conocimiento e información de la acción individual que tiene el socio. En el ámbito
societario, para poder justificar racionalmente una decisión social, el socio debe cumplir con las
leyes y otras normas de la estructura del ente. Solo de ese modo la decisión será válida. Por
ejemplo, tratándose de dividendos, estos estarían disponibles únicamente si hay conocimiento
acerca de ganancias realizadas y líquidas conforme la ley; y ello operará con independencia de
los deseos del socio mencionados en el punto anterior.

— Oportunidades sociales legítimas: En este caso, para que la decisión sea legítima, las
oportunidades no deben ser del socio único sino aquellas que son legales y propias del ente que
integra, en función de las actividades delimitadas en su objeto y del rol desempeñado por el
individuo que ocupa el estatus de socio. Por ejemplo, el socio adquirió dólares con capital de la
sociedad, porque le ofrecieron un tipo de cambio más favorable que el del mercado; o cuando
creyó que el inmueble que adquiría la sociedad era excelente para la sociedad, en virtud de su
precio.

Estas ideas son pautas generales para entender y justificar los actos jurídicos unilaterales
establecidos como mecanismos de administración y de gobierno, donde lo que se expresa es
una voluntad social que supone el desempeño de un rol por parte del socio y que es la expresión
manifiesta de voluntad del ente impuesta en las registraciones sociales.

El socio único ejerce la administración cuando se dedica a controlar la producción de resultados


del ente (71) (rol que corresponde al estatus de administrador); y ejerce el gobierno cuando
considera el estado patrimonial de la sociedad, decide el destino de los resultados o, en
definitiva, incide en la estructura interna del sistema (roles que corresponden al estatus de
socio).

Que se apruebe o no su propia gestión resulta irrelevante cuando una sola persona ocupa los
dos estatus (administrador y socio), pues no habría conflicto posible respecto de los actos de
administración del ente. En caso de que un nuevo socio se incorporara, sí sería necesario que se
pronuncie respecto de si aprueba la gestión pasada hasta el ejercicio en que la responsabilidad
del socio único —en tanto rol de administrador— estuviera comprometida.

Como lo hemos dicho, el gobierno societario en el caso del socio único no se materializa a
través de asambleas o reuniones consigo mismo, sino en función de sus propias declaraciones
unilaterales que constituyen —manifiestas y registradas— actos propios de la voluntad del
sistema personificado, que no son otra cosa que el rol que debe cumplir de acuerdo con el
estatus legal que ocupa y que obligan a la sociedad y al socio en la medida del cumplimiento de
su rol y lo responsabilizan por su incumplimiento.

También existe la posibilidad de que el socio someta una decisión social a opiniones
vinculantes de terceros ajenos al sistema. En ese sentido, el estatuto podría incluir una
autolimitación de las facultades del socio único y considerar que ciertas cuestiones no queden
diferidas a su mera expresión de voluntad unilateral, sino que se difieran al dictamen de
terceros en alguna cuestión o tener experiencia en ciertos temas.

Diferir cuestiones a un consejo de expertos o de ancianos forma parte de la historia de la


humanidad. Como mecanismo es razonable y válido en la medida que no conspire con el
interés social, por lo cual es perfectamente posible sostener este mecanismo (que en la realidad
de los hechos seguramente será impuesto por terceros al ente, en razón de sus especiales
vínculos con la sociedad) para las sociedades unipersonales respecto de ciertas decisiones y ello
no sería extraño para el régimen de SAS que prevé una libertad de organización (art. 49 y ss.,
LE) mucho más amplia que en las SAU, que están atadas al régimen de SA (arts. 163 a 207,
LGS) al respecto.
Por último, hay ciertas resoluciones que pueden diferirse no a la voluntad del socio o a la
opinión de terceros, sino al cumplimiento de determinadas condiciones y acontecimientos,
incluyendo el azar en la medida del objeto y del interés social comprometido. La propia
existencia de la sociedad puede estar sujeta a una condición, porque eso integra el régimen de
disolución del art. 94, inc. 3º, LGS para la SAU, por lo cual no parece irrazonable que ese
mismo mecanismo se emplee para adoptar resoluciones sociales.

Sobre los límites de actuación de los socios poniendo en movimiento mecanismos sociales, la
doctrina de los autores y la praxis judicial societaria argentina han ido generando, pese a no
estar legislativamente formulados, algunos principios aplicables a todos los tipos legislados en
materia de gobierno societario y algunos de ellos son perfectamente trasladables a los
mecanismos de gobierno, cuando estos sean adoptados por un socio único.

Esos principios de especialidad surgen de la labor paciente y profunda en la aplicación de la ley


por parte de nuestros tribunales. Podrían cómodamente integrar un capítulo genérico sobre
normas de gobierno societario, porque son criterios cimentados y sustentables en el tiempo.
Serían, en este caso, los siguientes: a) información adecuada; b) autoconvocación; c)
diferenciación causal; d) soberanía (incluye obligatoriedad y revocación de las propias
decisiones sociales); g) impugnación de resoluciones sociales para los ausentes y disidentes; y
h) responsabilidad de los votos positivos a decisiones sociales nulas. Veamos cada uno de ellos:

a) Principio de información adecuada

Cualquiera sea el modo en que se ejerza el gobierno por parte del socio, para que el acto sea
válido debe procurarse y sostenerse en cierto conocimiento e información, tal y como lo
sostuvimos líneas arriba y ello está vinculado con la causa del acto (art. 281, Cód. Civ. y
Com.).

Esto significa, en términos generales, que resultaría inválida —por ejemplo— la decisión de
llevar adelante una operación relevante sin haber tenido nunca los documentos a la vista o si no
se lleva contabilidad regular. Acerca de la cuestión existe un consenso general y no hay
discusiones en sí, sino más bien sobre los modos en que se considera cumplido este principio en
cada caso y cuáles serían sus consecuencias en el caso de sociedades unipersonales respecto de
terceros.

Las opiniones de los funcionarios sociales, si existieran (síndicos, administradores, asesores de


la sociedad) sobre cada tema, deben ser conocidas, para que la voluntad del socio único
responda a una expresión sin los vicios que afectan a los actos jurídicos.

Concretamente la doctrina judicial ha ido elaborando criterios vinculados a este principio


sosteniendo que hay voluntad viciada, aplicable al caso de las SAS unipersonal, en caso de
silencio estatutario, y a la SAU:

i) Hay ausencia de contabilidad ordenada (autos «Chao Villa de Sampedro c. Plaza y Janes SA
s/ sumario», CNCom., sala D del 23/08/1977, entre muchos otros).
ii) El balance o el inventario es inidóneo (autos «Villani, Jorge c. Cemeda SA s/ impugnación
decisión asamblearia», CCiv. y Com. Azul, sala I del 17/10/1997).

iii) Se omite presentar la memoria anual sobre el estado de la sociedad en las distintas
actividades en que haya operado y su juicio sobre las proyecciones de las operaciones, más
otros aspectos que se consideren necesarios para ilustrar sobre la situación presente y futura de
la sociedad (autos «Pirnath, Mónica c. Estexa SA», CNCom., sala E, del 19/04/1989).

iv) No se llevan libros de actas de las resoluciones asamblearias (autos «Pirnath, Mónica c.
Estexa SA», CNCom., sala E, del 19/04/1989).

v) Al inventario y balance respectivos les faltaban las firmas del presidente, contador
certificante y síndico (autos «Mourin López, José c. Editorial Molina SA s/ sum.», CNCom.,
sala B del 29/11/1994).

vi) Los estados contables son un «dibujo» de cifras y números divorciados de la realidad
(«Hernández, Héctor c. Pasteko SA s/ ordinario», CNCom., sala A del 30/06/2014).

En definitiva, el socio único podría revocar una decisión de gobierno si al momento de emitirla
incurrió en error u omitió una información esencial, todo lo cual no significa que ello no pueda
retrotraerse si existen perjuicios a terceros.

b) Principio de autoconvocación en caso de unanimidad

Cuando existe unanimidad de socios, estos pueden prescindir de ciertas formalidades, por
ejemplo, las establecidas para la convocatoria de los socios. Si se trata de un socio único, no
hay dudas que este principio resulta aplicable en toda su plenitud: nadie puede dudar de que el
socio único puede autoconvocarse cuando quiera, lo cual es una ventaja pero también una
condena: los terceros lo exigirán en todos los casos como requisito para actos que antes no
precisaban de asambleas.

También si el socio único lo considera, pueden tratarse temas que originalmente no estaban
previstos en el orden del día (imaginemos que hay directores o síndicos), en la medida en que
se respeten los otros principios reseñados en este trabajo. El Código Civil y Comercial
contempla la autoconvocación en estos casos (art. 158 inc. b, Cód. Civ. y Com.).

Hacemos todas estas salvedades, porque indudablemente, como podrá advertir el lector, el tema
de las SAU y SAS unipersonal pasará ineludiblemente por el cumplimiento estricto de ciertas
formalidades, que es la contracara de la natural libertad de acción en estos casos.

Se ha dicho, a este último respecto y sin mengua de derechos de terceros, que la observancia de
las formas carece de utilidad en una sociedad de dos socios donde no se advierte otra
posibilidad de acuerdo que la unanimidad. En ese caso se agregó que la decisión de prorrogar la
sociedad cuya registración fue requerida en tiempo propio resulta suficiente para tener por
cumplida la LGS, aun cuando tal resolución no hubiese sido adoptada en una asamblea, pues la
deliberación asamblearia no es más que una ventaja que se ofrece a los socios, pero no un
instrumento irrenunciable (autos «Álvarez de G., Dora E. c. Montechecci, Luis s/ disolución,
liquidación, rendición de cuentas y designación de liquidador», CCiv. Bahía Blanca, sala I, del
28/04/2001, publ. en ED del 26/11/2001).

c) Principio de diferenciación causal

La causa (entiendo por tal a las razones antecedentes de una decisión social) es un concepto que
no se identifica con los motivos del voto individual de cada socio, ni con su suma total. Ya
hablamos de la inconveniencia de justificar decisiones sociales sobre la base explícita de los
deseos del socio único y destacamos —líneas arriba— cuáles son las razones habituales de
decisiones individuales siendo obvio que los deseos del socio no pueden ser los de la sociedad,
pero que es enteramente comprensible que los conocimientos y las oportunidades sociales
legítimas sean razones justificantes de las declaraciones del socio único, en la medida en que se
integren con las normas de correcta actuación societaria.

En efecto, mientras que las razones que justifican una decisión social lícita deben estar
asentadas en el interés social, este último resulta inaprensible para los socios individualmente
aun cuando uno de ellos tenga una participación que le otorgue la totalidad de los votos. Dicho
en otros términos, no hay identidad posible entre el interés social y el individual del socio, en
razón de ser la sociedad un sujeto diferente del socio que la integra, así como el sistema no se
identifica con su componente.

Por supuesto que este principio varía de acuerdo con qué se entienda por interés social. Por
nuestra parte definimos en este caso particular al interés social como una propiedad emergente
de la estructura social interna que determina el deber de actuación del socio para el éxito de la
actividad legítima, como medio para la satisfacción de sus necesidades individuales (72). El
interés social es instrumental a las finalidades del socio, como dice la jurisprudencia que
citaremos más adelante.

Cuando se identifica el interés individual del socio con el interés social —caso de decisiones
sociales basadas en deseos individuales—, se sacrifica el deber de actuación para lograr el éxito
de la actividad y aquello que es un medio se transforma en un fin en sí mismo, con nocivas
consecuencias dentro del sistema y respecto de terceros. El éxito sólo puede medirse
considerando que, a través de la actividad de la sociedad, el socio logra algo que no podría
obtener de manera individual.

La jurisprudencia trató el tema detalladamente, por ejemplo, en los casos de validez de los
pactos de sindicación de acciones. Se dijo al respecto que una convención entre los accionistas
se mueve en el ámbito de sus derechos disponibles, manteniéndose en un plano exterior a la
sociedad; y que el interés social es instrumental respecto del interés final de cada uno de los
socios («Sánchez, Carlos c. Banco Avellaneda SA», publ. en LA LEY, 1983-B-257, fallado por
CNCom., sala C, el 22/09/1982).

También se han rechazado muchísimas veces impugnaciones de acuerdos asamblearios, cuando


tienen fundamento en la tutela de un interés del socio y no del interés social (v.gr., CNCom.,
sala A, «Otero, Raúl J. c. Colinas del Tiempo SA s/ medida precautoria», del 09/10/2003,
CNCom., sala B del 19/05/1995, «Noel, Carlos M. c. Noel y Cía. SA», publ. en LA LEY, 1996-
D, 641; idem, del 05/11/1993, «Paramio, Juan Manuel c. Paramio, Pascual y otros», publ. en
ED 156-121; id., «Interchange & Transport International SRL c. Maso, Manuel s/ ordinario» y
«Maso, Manuel c. Iti SRL s/ sumario» 12/04/2007).

d) Principio de soberanía: obligatoriedad y revocación de las resoluciones sociales

El socio es dueño del capital invertido y por lo tanto sus decisiones son soberanas en cuanto a
las designaciones de administradores, representantes, la conformación de «órganos», pudiendo
incluso proponer modificaciones sustanciales al estatuto social y también la disolución
voluntaria del ente.

Esta idea de soberanía del socio es tan amplia que permite dudar de la idea de aplicarles a los
socios la noción de órgano. Francesco Ferrara, por ejemplo, sostenía que los socios son la
sociedad misma y no un órgano de esta.

De la idea de soberanía del socio se deriva lógicamente la de la obligatoriedad de sus propias


decisiones sociales. Está establecido que las decisiones sociales, adoptadas por mayoría legal
de socios conforme los procedimientos y criterios legales aplicables al caso, son obligatorias,
así como lo serían también las declaraciones unilaterales de administración o gobierno del socio
único.

Es necesario recordar que en el derecho germánico el concepto de minoría no existía, ya que en


entes plurales quienes no acompañaban una propuesta, comprobada la mayoría, debían sumarse
necesariamente a esta, porque se concebía a la mayoría como un modo de lograr la unanimidad.
En el derecho canónico se sostenía la obligatoriedad de las decisiones adoptadas por la mayoría
dando a entender que la mayoría, había obrado mejor en uso del brocardo: quia per pluses
melius veritas inquiretur (73) .

Lo cierto es que en nuestro derecho las decisiones tomadas por los socios, obedeciendo los
procedimientos legales y contractuales son obligatorias, sean uno o varios socios. Si no
cumplen con esas exigencias jurídicas, no lo son. Así lo establecen expresamente el art. 233,
último párrafo, LGS, el art. 355, LGS, y la jurisprudencia elaborada a su respecto. Recordemos
que una vez adoptadas, las decisiones sociales integran la estructura del sistema.

Se ha dicho en tal sentido que «… si bien resulta claro que la asamblea es el órgano soberano
de la sociedad, sus poderes no son ilimitados, sino cuando se ejercen dentro de la ley y de los
estatutos. Si exceden dichos límites, las decisiones son nulas careciendo de obligatoriedad…».
CNCom., sala B, «Diez, Jorge c. 2 H SA», del 06/03/1989, id., «Paramio, Juan c. Paramio,
Pascual s/ sum.» del 05/11/1993. Esos límites legales se ha llegado a decir, están impuestos por
el orden público (autos «Banco Central de la República Argentina c. Trasnoa SA s/ nulidad de
actos jurídicos». CNFed. Civ. y Com., sala I del 11/02/1997; id., sala III, «Intercargo SAC c.
Jorge, Alejandro N. s/ cobro» del 21/04/2015).
La idea de soberanía de los socios reconoce otras obvias limitaciones sostenidas en la Ley de
Sociedades. La jurisprudencia tiene dicho al respecto que: «… resulta improcedente afirmar ‘en
términos absolutos’ que la asamblea de accionistas es ‘soberana’, ni siquiera que lo sea en lo
referido a la determinación de los honorarios de sus órganos. La ley prevé expresamente la
impugnación ante la jurisdicción judicial de las decisiones asamblearias, e incluso la suspensión
preventiva de la ejecución de lo resuelto; ese control judicial de lo decidido por el órgano social
aleja la idea de la ‘soberanía’ de este…». CNCom., sala D, «Camaly, Alberto J. c. Rotativos
Venus San Juan SA s/ sumario» del 20/03/2000, publ. en LA LEY, 2000-E, 571).

De la idea de la soberanía y la obligatoriedad de las resoluciones sociales se sigue también que


toda decisión social sea revocable. Todo acto colectivo o singular societario es susceptible de
ser revocado. Si la decisión tiene sólo efectos internos, el acto puede ser revocado en cualquier
momento, sin perjuicio de las responsabilidades societarias consecuentes. Si en cambio la
voluntad social ha sido aceptada por terceros ajenos por completo a la sociedad y resulta ser
integrativa de otros actos jurídicos, la mera revocación no alcanza para hacer cesar los efectos
de los actos posteriores y puede engendrar hipótesis de responsabilidad de toda la sociedad y de
su socio único.

Se ha dicho así que no hay impedimento para que una asamblea regularmente constituida
pueda, en resolución exenta de vicios, revocar lo decidido en una anterior convocación viciada;
o aun confirmar lo allí decidido. Ello sin perjuicio de la responsabilidad de los socios,
directores y síndicos por las consecuencias de la primera decisión viciada, la cual es una
doctrina que se extiende perfectamente a la SAU y a la SAS unipersonal. Así, el hecho de que
el balance y la distribución de utilidades hayan sido desaprobados en la reunión anterior, no
constituye óbice para que en un acuerdo posterior se revoque la decisión anterior. Ello no
importa eximir de responsabilidad a los directores y síndicos que participaron en su confección,
por la falta de veracidad y confiabilidad de que adolecieron los estados contables aprobados
(autos: «Kuckiewicz, Irene c. Establecimiento Metalúrgico Cavanna SA s/ ordinario»,
CNCom., sala C del 22/05/1987).

En el caso de la decisión de designar administradores se ha dicho que conforme la naturaleza de


ese vínculo, así como el administrador puede renunciar en cualquier momento a su cargo y sin
invocación de justa causa, como contrapartida existe el derecho de revocación ad nutum por la
asamblea ordinaria, lo cual debería funcionar en el mismo sentido para la SAU y la SAS
unipersonal cuando el socio único decide designar a un tercero como administrador (autos
«Burmar SA c. Marincovich, Rodolfo C. s/ cobro de pesos», CNCom., sala A del 31/10/1991).
Es un tema muy característico de las sociedades anónimas. Así se lo ha recalcado en autos
«Fusero, Juan Carlos c. Riopar SA s/ sum.», CNCom., sala B del 12/06/1998.

e) Principio de impugnación a las resoluciones sociales

Por principio todo acto societario colectivo, en la definición de Julio C. Otaegui, es susceptible
de ser impugnado por el socio que votó en contra o que estuvo ausente en el acuerdo cuando
adolece de algún vicio determinante de su nulidad (74). Parece raro que ello pueda suceder en
una sociedad de socio único, pero lo cierto es que pueden existir administradores y síndicos
legitimados a tal efecto (art. 251, último párrafo, LGS) y ser personas diferentes del socio.
Este derecho está acordado para todos los tipos sociales y es un derivado tanto de la
obligatoriedad de las resoluciones sociales, como de la naturaleza de las sociedades. Es una
previsión elemental en defensa de la buena fe, del derecho de propiedad y acceso a la justicia
que comporta el resguardo de garantías constitucionales y que, en términos técnicos, supone
una derivación del carácter instrumental de la noción de interés social que mencionamos con
anterioridad, que en el caso de la impugnación por parte de directores o de síndicos tiene
alcances particulares. Si bien está vigente el debate sobre la posibilidad de impedir
impugnaciones judiciales por vía estatutaria en las SAS, creemos que ello no es admisible por
aplicación del art. 10 del Cód. Civ. y Com.

Por ejemplo, se ha dicho que la vía de la impugnación de decisiones sociales no resulta ser la
idónea para considerar temas de honorarios. Se dijo al efecto:

«… Habiendo promovido demanda un ex director de una sociedad anónima por adecuación de


los honorarios que le fueron asignados en el último período de su actuación, resulta
improcedente argüir como defensa que se operó la caducidad del art. 251, LGS, respecto de las
decisiones asamblearias en las cuales se fijaron los honorarios, siendo que el accionante no es
sujeto que pudiera promover dicha acción, por no encontrarse entre los terceros legitimados, no
tutelando la ley los intereses «exclusivamente particulares». Por lo tanto resulta viable esgrimir
tal pretensión a través del ejercicio de una acción individual sin que lo oportunamente decidido
en la asamblea constituya obstáculo a tal fin. (Guerrero – Arecha, «De Kroon, Néstor c. Cía.
Argentina de Cardas Macar SA s/ sum.», CNCom., sala E, 30/04/1993).

En otro caso —ausencia total de honorarios—, sin embargo, se habilitó la legitimación para
impugnar:

«… La ley prevé expresamente la impugnación ante la jurisdicción judicial de las decisiones


asamblearias (art. 251, LGS) e incluso la suspensión preventiva de la ejecución de lo resuelto
(art. 252, LGS); ese control judicial de lo decidido por el órgano social aleja la idea de la
«soberanía» de este. Por ende, la decisión asamblearia es revisable —o «apelable»— a
fortiori cuando, como en el caso, no se discute la exigüidad de la remuneración, sino la falta de
remuneración y el consecuente incumplimiento de la regla del art. 292, LS (Cuartero – Rotman,
«Camaly, Alberto J. c. Rotativos Venus San Juan SA s/ sum.» (publ. en LA LEY, 2000-E, 571,
20/03/2000, CNCom., sala D).

Las cuestiones de legitimación frente al desplazamiento del cargo también fueron consideradas
por la doctrina de nuestros tribunales, en sentido favorable en algún caso. Por ejemplo:

«… La circunstancia de que, al momento de formular la impugnación de una asamblea, el


impugnante ya había sido excluido del carácter de director de la sociedad no lo inhabilita a
demandar, conforme a las previsiones sobre legitimación previstas por el art. 251, LS, toda vez
que fue la asamblea impugnada la que resolvió que no continuara en el cargo; y no es factible
tomar tal resolución como un hecho consumado, razonando a partir de una premisa cuya
validez fue puesta en tela de juicio, pues de ese modo se incurre en una petición de principios;
además, es el sentido que se desprende de la referida norma, párrafo primero, que al referirse a
los accionistas ausentes, aclara que deben acreditar esa calidad a la fecha de la decisión
impugnada. (Monti – Caviglione Fraga, «Brandes, Pedro c. Labinca SA s/ sumario» [publ. ED
20/11/1997], 12/02/1997, CNCom., sala C)

f) Principio de responsabilidad por los votos positivos en resoluciones anuladas

La expresión del voto es un acto jurídico y, como todo derecho, genera una responsabilidad en
su ejercicio. La declaración unilateral del socio único ejerciendo el gobierno social que luego es
judicialmente anulada por la acción de un director o de un síndico es una hipótesis de
responsabilidad civil que opera aun cuando las razones individuales del socio sean diferentes a
las que motivaron la decisión social.

La responsabilidad establecida es derivada de un acto ilícito al ser declarado contrario a la ley,


al contrato social, los estatutos o los reglamentos sociales. La extensión de esa responsabilidad
es discutida, del mismo modo que es discutido cuál es el factor de atribución del deber de
responder; pero no hay dudas acerca de que se trata de una hipótesis de responsabilidad.

La jurisprudencia ha sostenido al respecto que el establecimiento de esa responsabilidad tiene


por objeto proteger de abusos, fraudes y maniobras, que no representan ventaja alguna para el
ente social y, que, por el contrario, incrementan el pasivo social reportando un beneficio
indebido (autos «Paramio, Juan c. Paramio, Pascual s/ sumario», CNCom., sala B, del
05/11/1993).

En la instancia dramática de la quiebra se ha dicho que la resolución asamblearia que aprobó


estados contables cuyos resultados reflejaban las irregularidades en que incurrieron los
administradores hace responsable al socio. Ello es así toda vez que la responsabilidad no nace
solo para quien obra irregularmente sino también para quien aprueba lo obrado irregularmente
cuando, claro está, tiene la posibilidad de desaprobar y reprochar la irregular gestión o incluso
desplazar a los administradores que incurrieron en esas prácticas, pues esa aprobación
«consolida» la irregularidad, de modo que «integra» y en cierto modo «perfecciona» el acto
irregular (autos «Kleio SA s/ quiebra c. Iglesias, Rogelio s/ ordinario» de la CNCom., sala D
del 07/05/2003).

IV. Conclusiones

Las sociedades con un único socio son un sistema cuyo mecanismo de gobierno requiere seguir
ciertos principios que a la fecha de elaboración de este trabajo son los que proponemos y cuya
finalidad es la de no agravar la situación del socio único, al par de pretender que este tipo de
ente preste la utilidad social para la que está destinado.

Seguramente la labor de la jurisprudencia y de los autores modificará o incorporará nuevas


ideas a estas nociones básicas, que surgen de cotejar la jurisprudencia vigente con la naturaleza
de las sociedades unipersonales.
(A) Abogado (UNMDP), Magíster en Derecho Empresario (Univ. Austral).
(AA) Abogado (UBA), Magíster en Administración de Negocios (Univ. del CEMA).

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(1) Como se verá más adelante la diferencia causal entre los actos socio único y la voluntad
social comporta todo un problema y toda una evolución. La diferencia entre el acto del
soberano y de la corona es muy antigua, data del reinado inglés de Eduardo IV (primer rey de la
casa de York, S. XV), quien vendió a los 9 años de edad tierras en el ducado de Lancaster y que
se consideró como un acto de la corona y no de un menor de edad, como lo recuerda
KANTOROWICZ, Ernst H. (1957), «Los dos cuerpos del rey: un estudio de teología política
medieval», Ed. Alianza, Madrid, 1985.

(2) La raíz de la limitación de la responsabilidad se encuentra en el derecho de la navegación


como actividad riesgosa y es antiquísima. Se remonta al Digesto (14:1) y al texto de Ulpiano
que dice: «Qui navem exercet, ad quem odventiones et reditus omnes perveniunt sive is
dominus navis sit, sive a domino navem per aversionem conduxit vel ad tempus vel in
perpetuum». Es decir, que el naviero era el dominus negotii (dueño del negocio) o persona que
siendo o no propietario de la nave, ejercía con ella el comercio marítimo y obtenía los frutos o
soportaba las pérdidas correspondientes.

(3) La voz «corporaciones» en el léxico de Vélez se asimila, según Salvat, a la idea general de
«asociaciones». SALVAT, Raymundo M., «Tratado de derecho Civil Argentino», Parte
general, Ed. TEA, Buenos Aires, 1950, 9ª ed. revisada por Víctor. N. Romero del Prado, p. 724.
En el mismo sentido la tesis premiada con medalla de oro prologada por Henri Capitant de
BARCIA LÓPEZ, Arturo, «Las personas Jurídicas y su responsabilidad civil por actos ilícitos»,
Valerio Abeledo, Editores, Buenos Aires, 1922, 2ª ed., ps. 1-219.

(4) Arts. 39, 1648/78 de la ley 340 (Código Civil). El art. 46 en su redacción original, no
establecía la solidaridad entre miembros de una asociación simple.

(5) Arts. 34, 39, 40, 41, 263, 399, 401, 403 y concs. de la ley de la ley 15 (Cód. Com.).

(6) La ley 17.711 modificó el texto de los arts. 33, 43, 45, 46 y 48. Vélez no había establecido
la solidaridad legal en ningún caso (como lo hizo la ley 17.771 en la reforma al art. 46) e
incluso consideró que las personas jurídicas no podían ser demandadas ni penal ni civilmente
por los beneficios provenientes de actos ilícitos de sus integrantes.

(7) Art. 318, inc. 1º del Cód. Com., según decreto del 27/04/1923.

(8) Ley 11.645 (BO 29/09/1932). AR/LEGIS/3CL4.


(9) HALPERÍN, Isaac, «El concepto de sociedad en el proyecto de ley de sociedades
comerciales» RDCO, 1969, año 2, ps. 265 y ss.

(10) Art. 146 (SRL); art. 163 (SA); y art. 315 (SCA).

(11) ALEGRIA, Héctor, «Sociedades Anónimas», Ed. Formun, Buenos Aires, 1963, p. 91.

(12) OTAEGUI, Julio C., «El Capital», publ. en LA LEY, 2006-D, 1202.

(13) DEWEY, John, «The Historical Background of Corporate Legal Personality», Yale Law
Review, 6, vol. XXXV, april 1926, ps. 655-673.

(14) Esta doctrina se repitió en 1925 al caso irlandés «Macaura vs. Northern Assecurance Co.»,
en materia de seguros; y también la replicó el Priv. Council neocelandés de 1961, en el caso
«Lee vs. Lee Air Farming Ltd.».

(15) Nuestro artículo «El nuevo concepto de sociedad en las reformas de la Ley General de
Sociedades», publ. en LA LEY, 2016-E, 1087.

(16) De manera categórica Isaac Halperín la rechazó. Puede verse ello manera categórica en su
obra «Sociedades de Responsabilidad Limitada», Ed. Depalma, Buenos Aires, 1956, p. 37,
entre otras.

(17) ASCARELLI, Tullio, «Sociedades y Asociaciones Comerciales», Ed. Ediar, Buenos Aires,
1947, p. 127.

(18) DL 88 del 3 de marzo de 1993.

(19) DL 332 del 31 de mayo de 1994.

(20) Actuales arts. 163 de la ley 19.550 y 34 de la ley 27.349.

(21) Los antecedentes de la cuestión se remontan a la Convención CEE del 29 de febrero de


1968, que obligó a reconocer por todos los países miembros, a las sociedades unipersonales
originarias creadas en algunos de ellos, como se permitían en Holanda, Francia y Dinamarca.

(22) Art. 2.1. de la Directiva 89/667/CE.

(23) Ley 85.697 del 11/06/1985.

(24) Las reformas a los arts. 11, 12, 22, 54 y ccs. de la ley 19.550 son un claro ejemplo de ello.
(25) La solidaridad convencional comercial dentro del esquema velezano era muy restrictiva,
como se lee en la redacción original del art. 263 del Cód. Com. que sienta la regla: la
solidaridad nunca se presume, sino que debe estipularse expresamente.

(26) En el fallo de la Corte Suprema del 9 de junio de 1990 «Dromi, José R. s/ avocación en:
Fontela, Moisés E. c. Estado Nacional» se debatió acerca de la tipicidad societaria en el marco
de la privatización de la empresa «Aerolíneas Argentinas». La mayoría de la Corte de aquella
época (con la disidencia del Dr. Fayt) revocó por avocación la decisión del Juzgado Nacional
de Primera Instancia en lo Contencioso Administrativo Federal Nº 2. Esas y otras tantas
cuestiones, por aplicación de la ley 23.696 de Reforma del Estado, pusieron en crisis diversos
aspectos de la ley 19.550 durante la década de los años ’90. AR/JUR/1264/1990.

(27) LE PERA, Sergio, «Estatuto del Comerciante, persona jurídica y sociedad en la ley de
unificación» publ. en RDCO, año 20, diciembre de 1987, ps. 802 y ss. Agregaba que «el
comerciante resuelve el problema con un gesto de diversión entregándole una acción a su
esposa, a su amante, o a su portero. Es dudoso, sin embargo, que los profesores deban
considerar que ello demuestra un estado satisfactorio del derecho».

(28) GAGLIARDO, Mariano, «Sociedades de familia y cuestiones patrimoniales», Ed. Abeledo


Perrot, Buenos Aires, 1999; FAVIER DUBOIS (h), Eduardo M. (dir.) en Las Sociedades
Comerciales y la transmisión hereditaria, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, 1993 y a partir de allí una
obra frondosa en ese mismo sentido.

(29) JUNYENT BAS, Francisco, «Corrientes Jurisprudenciales sobre el régimen de sociedades


extranjeras», en Nuevas Doctrinas en materia de Sociedades Comerciales, Fundación para la
Investigación y Desarrollo de las Ciencias Jurídicas, Buenos Aires, 2009; entre muchas tantas
obras y artículos que consideraron las res. 7, 8 y 12 del 2003 y la 7/2005 de la IGJ.

(30) MANÓVIL, Rafael M., «Grupos de Sociedades en el derecho comparado», Ed. Abeledo
Perrot, 1998.

(31) VERON, Alberto V., «Tratado de los conflictos societarios», Ed. La Ley, 2007, VÍTOLO,
Daniel R. (dir.), La estructura societaria y sus conflictos, Ed. Ad-Hoc, 2006, ARECHA, Martín
y otros (coords.), Conflictos en sociedades «cerradas» y de familia, Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires,
2004.

(32) NISSEN, Ricardo A. y otros, «Panorama actual de derecho societario», Ed. Ad-Hoc,
Buenos Aires, 2000.

(33) VITOLO, Daniel R., «Responsabilidad de los administradores de sociedades comerciales»,


Ed. Legis, Colombia, 2007; NISSEN, Ricardo A. y otros, «Responsabilidad de los
administradores y socios por deudas laborales», Fundación para la Investigación y desarrollo de
las Ciencias Jurídicas, Ed. Bossa&Jazz, Buenos Aires, 2009.
(34) Art. 167, Cód. Civ. y Com.

(35) Anexo II, punto 2, ley 26.994.

(36) Arts. 1º, 94, 94 bis, 164, 186, 187, 299, LGS.

(37) Arts. 21 a 26, LGS.

(38) Art. 1716, Cód. Civ. y Com.

(39) Arts. 1708 a 1780, Cód. Civ. y Com.

(40) Arts. 774 y 1768, Cód. Civ. y Com.

(41) Arts. 1721/4, Cód. Civ. y Com.

(42) Arts. 1738/9.

(43) Art. 11, Cód. Civ. y Com.

(44) Una síntesis de esos debates puede verse en «El Derecho societario y de la Empresa en el
nuevo sistema de Derecho Privado» (tomo 1 a 3, ponencias del XIII Congreso Argentino de
Derecho Societario, publ. por la UNCuyo y la Universidad de Mendoza, 2016, especialmente el
trabajo de PALAZZO, Carlota — CALDERÓN, Maximiliano R., «Riesgo empresario vs.
Riesgo de ser empresario: ¿responsabilidad objetiva de administradores y socios?», t. 2, p.
1353.

(45) La Ley 27.290 del 19/10/2016 al modificar los arts. 255 y 284 de la LGS eliminó el deber
de tener la SAU tres directores y tres síndicos. Actualmente la sociedad puede tener un socio
único que reúna la condición de director, pero está sujeta a fiscalización privada a través de un
síndico y fiscalización estatal permanente.

(46) Arts. 33 a 62 de la ley 27.349.

(47) Art. 49, LE.

(48) Art. 36, inc. 4º, LE.

(49) Arts. 35, 58, 59, LE.

(50) Art. 34 y 53, LE.


(51) Arts. 49 y 52, LE.

(52) COLEMAN, James S., «Fundamentos de Teoría Social», Ed. CIS, Madrid, 2011,
ELSTER, Jon, «La explicación del comportamiento social. Más tuercas y tornillos para las
ciencias sociales», Ed. Gedisa, Barcelona, 2010, MERTON, Robert K., «Teoría y Estructuras
Sociales», trad. por Florentino M. Torner, Fondo de Cultura Económica, México, 1992,
BUNGE, Mario A., «A la caza de la realidad», Ed. Gedisa, Barcelona, 2007, «La relación entre
la sociología y la filosofía», EDAF, Buenos Aires, 2000; «El derecho como técnica de control y
reforma», artículo publicado en Isonomía, 13, octubre de 2000; «Las ciencias sociales en
discusión», Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999: «Sistemas sociales y filosofía», Ed.
Sudamericana, Buenos Aires, 1999; entre otros.

(53) «… lo artificial es real y no imaginario; un lago artificial no es un lago imaginario, del


mismo modo que una cascada artificial no es una cascada ficticia». MACHEN, Arthur W.,
«Corporate Personality», Harvard Law Review, 4, vol. XXIV, feb. 1911.

(54) KRAAKMAN, Reiner — ARMOUR, John — DAVIES, Paul — ENRIQUES, Luca —


HANSMANN, Henry B. — HERTIG, Gérard — HOPT, Klaus J. — KANDA, Hideki —
ROCK, Edward B. «The anatomy of corporate law. A comparative and functional approach»,
Oxford University Press, Oxford, 2009, 2ª ed.

(55) La exposición de motivos de la ley 19.550 remite en varias oportunidades al derecho y


doctrina italianas. En cuanto al concepto de sociedad se refiere, no sólo considera esa
legislación, sino también las críticas que recibió.

(56) Recordemos que la Revolución Francesa hizo caer el sistema del octroi (que era el modo
típico de los siglos XVII y XVIII de crear a través de un acto de gobierno una compañía con
privilegios y absoluta dependencia estatal —la primera en importancia fue la Compañía
Francesa de las Indias Orientales de 1664, por hubo antecedentes como Compagnie des
Marchands de 1613—, que es uno de los orígenes de las sociedades anónimas.

(57) HALPERÍN, Isaac, «El concepto de sociedad en el proyecto de ley de sociedades


comerciales», RDCO, 2, 1969, ps. 265 y ss. Recordemos, como antecedente, la definición del
anteproyecto de los Dres. Malagarriga y Aztiría (año 1958), que disponía con elocuencia en su
art. 1º: «La sociedad es un sujeto de derecho creado con el objeto de desarrollar una actividad
económica…». La comisión revisora de ese anteproyecto modificó el artículo, definiendo a las
sociedades del siguiente modo: «La sociedad es un sujeto de derecho que nace de un
contrato…»; más El Código Italiano de 1942, de influencia preponderante en su época, también
sostenía la posición contractualista. La ley inglesa de esa época no definía el concepto de
company. Tampoco lo hacía la ley francesa de 1966 ni la mexicana.

(58) MERTON, Robert K., «Teoría y Estructuras Sociales», trad. Por Florentino M. Torner,
Fondo de Cultura Económica, México, 1992, BUNGE, Mario A., «Buscar la filosofía en las
ciencias sociales», Ed. S. XXI, Buenos Aires, 2007, «A la caza de la realidad», Ed. Gedisa,
Barcelona, 2007, «Crisis y reconstrucción de la filosofía», Ed. Gedisa, Barcelona, 2002, «La
investigación científica». Ed. Siglo Veintiuno, Madrid, Año 2000, «La relación entre la
sociología y la filosofía», EDAF, Buenos Aires, 2000; «El derecho como técnica de control y
reforma», artículo publicado en Isonomía, 13, octubre de 2000; «Las ciencias sociales en
discusión», Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999, «La ciencia, su método y su filosofía», Ed.
DeBolsillo, Buenos Aires, 2005; «Sociología de la ciencia», Ed. Sudamericana, Buenos Aires,
1998; «Ética, Ciencia y Técnica», Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1996; «Sistemas Sociales y
filosofía», Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999; «Desigualdad y Globalización – Cinco
Conferencias» (Mario BUNGE, Alain TOURAINE, Anthony GIDDENS, Robert CASTEL y
Octavio IANNI), Ed. Manantial, Buenos Aires, 2003; «Filosofía Política», Ed. Gedisa,
Barcelona, 2009; entre otros.

(59) El derecho no es refractario a la noción de sistema, aunque la utiliza en su faz meramente


conceptual y no material, como sucede por ejemplo en la microfísica (sistema solar), o en la
anatomía (sistema circulatorio, digestivo, etc.). La idea de sistema jurídico es una idea
conceptual, pero hay otras en materia de negocios, como es el caso de las franquicias del art.
1513, que considera al sistema de negocios como un conjunto de conocimientos.

(60) Ob. cit. en nota 2, p. 803.

(61) BUNGE, Mario A.: «A la caza de la realidad», Ed. Gedisa, España, 2007, p. 183.

(62) Art. 36, inc. 4º de la LE.

(63) Art. 11, inc. 3º de la LGS.

(64) COLEMAN, James S. distingue nítidamente entre las interacciones entre individuos (tipo
1), de las interacciones entre un individuo y una corporación (tipo 2), de las interacciones entre
corporaciones (tipo 3) en «Fundamentos de teoría social», CIS (Centro de Investigaciones
Sociológicas), Madrid, 2011 (1990), ps. 671 y ss.

(65) En otros países la acumulación de distintos roles societarios sobre una persona humana
genera un agravamiento de su responsabilidad funcional. Por ejemplo, en los Estados Unidos se
extienden los deberes de los administradores a los controlantes cuando estos últimos tienen
influencia sobre el management de la sociedad. Esto se traduce en un resultado práctico
bastante claro: frente a una decisión dudosa, el peso de la prueba sobre la ausencia de daño a la
sociedad o a los socios minoritarios recae sobre los controlantes. Si estos se beneficiaron con la
sociedad y dicho beneficio no se extendió a los minoritarios, queda configurado un supuesto de
opresión y, consecuentemente, de disolución o compra compulsiva de acciones. Más sobre el
tema en nuestro libro «El derecho de Separación del Socio en el Código Civil y Comercial»,
Ed. Hammurabi, 2016, p. 72, y la nota 9 de la p. 104. Esta regla es aplicada incluso por el
Estado de Delaware, cuya legislación y jurisprudencia es la más reaccionaria a la protección de
los intereses minoritarios.

(66) ELSTER, Jon, «La explicación del comportamiento social. Más tuercas y tornillos para las
ciencias sociales», Ed. Gedisa, Barcelona, 2010. Su original es del 2007 editado por Cambridge
University Press. Elster participa de una escuela denominada Sociología Analítica, donde las
ideas descriptas son compartidas con numerosos pensadores. Ver al respecto: HEDSTRÖM,
Peter — BEARMAN, Peter, «The Oxford Handbook of Analytical Sociology», Oxford
University Press, Oxford, 2012.

(67) La obra más citada sobre el tema es la tesis doctoral de Gervasio R., Colombres cuyo tema
fue sugerido por SATANOWSKY, Marcos, «La Teoría del órgano en la sociedad anónima»,
Ed. Abeledo-Perrot, 1964. La idea de Colombres era separar su teoría de la sociología de la
época, que era pre-científica. Su búsqueda fue la de dotar a la expresión de un alcance
normativo, que era el mismo que se adjudicaba a las personas jurídicas sobre bases kelsenianas,
pero siempre pensando en personas jurídicas integradas por «varios» individuos (ver p. 26) que
denominaba como «`personas colectivas» (ver. cap. II de esa obra).

(68) Una reacción acertada sobre estas cuestiones en la última edición de la obra de NISSEN,
Ricardo A., «Ley de Sociedades Comerciales», Ed. Astrea, Buenos Aires, 2010, 3ª ed., t. I, ps.
2 y ss.

(69) NADEL, «Teoría de la estructura social», Ed. Guadarrama, Madrid, 1966; MERTON,
«Teoría y estructura sociales», Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2013, ps. 199 y ss.;
BUCKLEY, «La sociología y la teoría moderna de los sistemas», Ed. Amorrortu, Buenos
Aires, 1970, ps. 45 y ss. y 244; PARSONS, «El Sistema social», Ed. Alianza, Buenos Aires,
1999, ps. 239 y ss.; BREDEMEIER – STEPHENSON, «The Analysis of Social Systems», Ed.
Holt, Rinehort and Winston Inc., USA, 1962, p. 28.

(70) Para la teoría de la acción basada en DBO (desires, beliefs and opportunities), nos basamos
en ELSTER, Jon, «La explicación del comportamiento social», trad. de Horacio Pons, Ed.
Gedisa, Barcelona, 2010.

(71) Abundaremos más sobre este tema en el punto III.4, cuando analizamos la interacción
entre la sociedad unitaria y su entorno.

(72) Nuestro trabajo «Actualidad del interés social», publ. en Revista de Derecho Comercial,
del Consumidor y de la Empresa, 3, año III, Ed. La Ley, junio 2012.

(73) FERRARA, Francesco, «Teoría de las Personas Juíridicas», trad. por Eduardo Ovejero y
Maury, Ed. Reus, Madrid, 1929, ps. 767, con cita de Von Gierke, Das Deutsche
Genossenschaft.

(74) OTAEGUI, Julio C., «Invalidez de actos societarios», Ed. Ábaco, Buenos Aires, 1978.

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