TEMA 14B. Revolución Industrial en España

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

MODERNIZACIÓN DE LAS INFRAESTRUCTURAS: EL IMPACTO DEL


FERROCARRIL.

1.- Introducción. ¿El fracaso de la Revolución Industrial?

Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) y el Sexenio Democrático, España va a experimentar


una transformación económica muy importante, sumándose a la Revolución Industrial iniciada
décadas atrás en los países de nuestro entorno europeo. El desarrollo económico español, en el
momento en que se extiende al continente la revolución industrial, estará condicionado por una
serie de factores que dieron como resultado el retraso del país con relación al resto de los países
europeos. Así, hacia mediados del siglo, el desarrollo español resultó frenado por las pérdidas
humanas y económicas de la Guerra de la Independencia, la guerra carlista y la emancipación de las
colonias americanas.

Las causas del subdesarrollo serían la carencia de capitales, que trae como consecuencia la
dependencia del capitalismo europeo y la ayuda estatal; la limitación del crecimiento demográfico y
su mantenimiento en el sector primario; el elevado gasto del transporte terrestre y la insuficiencia de
recursos energéticos, debido a las dificultades de explotación y la baja calidad del carbón asturiano.
El único factor positivo con que contaba España era la abundancia de materias primas, sobre todo
minerales como el plomo, mercurio, cobre, aunque las condiciones e incentivos para la explotación
retrasaron su extracción sistemática hasta muy avanzado el siglo.

Aunque en ocasiones se haya hablado de fracaso de la industrialización en España, hoy se reconoce


que aunque nuestro país se incorporó tardíamente, sí que tuvo lugar una industrialización con
características propias. La industrialización española fue lenta, incompleta y desigualmente
repartida por el territorio.

2.- La Revolución Industrial en España.

Podríamos establecer las siguientes etapas en el desarrollo industrial:


- De 1808 a 1830, estancamiento industrial como consecuencia del pobre mercado interior, los
acontecimientos políticos (guerra de la Independencia, guerras carlistas, independencia de las
colonias americanas), la escasez de recursos y la ausencia de nuevas técnicas de la revolución
industrial.
- De 1830 a 1860, arranque de la industrialización en los sectores textil y del hierro. Paralelamente
la modernización tiene lugar también en la industria, poco a poco ubicada en torno a los siguientes
núcleos: carbón, hierro y papel en el norte; textil en Cataluña; siderurgia en el sur.
- De 1860 a 1913, período de crisis con etapas de fuerte crecimiento.

A) El obstáculo agrario. La industrialización española se vio lastrada por la escasa transformación


que experimentó el campo español, tanto a nivel económico como social. La desamortización
supuso esencialmente un cambio en el régimen de la propiedad y se consolidó la estructura
parcelaria con el predominio del latifundio en el centro-sur y del minifundio en el norte. Los
cambios en la propiedad no se tradujeron en innovaciones en las técnicas agrícolas por el desinterés
general de los nuevos propietarios que no invirtieron en mejoras y mantuvieron los arcaicos
sistemas de explotación anteriores. El rendimiento no aumentó y solo se incrementó la producción
por la puesta en cultivo de más tierras de baja calidad. El rendimiento medio incluso disminuyó.

La cabaña ganadera se redujo enormemente por la desaparición de la Mesta. Así, el campo siguió
trabajado por una masa de jornaleros sin tierra, que cobraban mínimos salarios. La abundante mano
de obra barata hizo innecesaria la mecanización. El proteccionismo de los moderados impidió la
entrada de grano extranjero más barato, lo que elevó el precio del nacional.

La ausencia de una reforma agraria impidió que el campo español se convirtiera en la base para un
desarrollo industrial: no proporcionó ni las materias primas necesarias ni los beneficios requeridos
que reinvertir en la industria, ni liberó mano de obra ni creó una masa de consumidores debido a la
miseria generalizada en la que vivían los campesinos españoles, sobre todo los jornaleros.

B) El sector industrial. El despegue industrial depende en gran medida de la conjunción de dos


factores: la existencia de una clase inversora y de una masa de consumidores. España careció en
gran medida de ambas cosas. En el campo sobraba mano de obra, que tampoco podía emigrar a las
ciudades ante la falta de tejido industrial. Los salarios eran bajos y el mercado nacional escaso. La
escasa demanda fue un serio obstáculo para los incentivos a la producción. Además, los productos
españoles apenas podían competir con los extranjeros. Sólo la política proteccionista desarrollada
por los gobiernos moderados permitió el desarrollo y consolidación de los sectores industriales
característicos de la primera fase de la Revolución industrial: el textil algodonero y la siderurgia.

1.- La industria textil. Ya desde 1770 en Cataluña se había iniciado una incipiente manufactura
textil, las fábricas de indianas. Pero el desarrollo de una industria textil en esta región donde
existían capitales y empresarios, está ligada a la rápida mecanización del trabajo de hilado y tejido.
El proceso de mecanización del textil catalán comenzó hacia 1830, cuando se instalaron las
primeras máquinas de vapor. El proceso se inició en la hilatura por falta de mano de obra; la
mecanización disminuyó los costes de fabricación y con ello bajaron los precios, lo que estimuló la
demanda, aumentada por la protección aduanera y la sustitución de las prendas de lana por las de
algodón. El aumento de la demanda arrastró a la producción, aunque ésta tuvo que hacer frente a
dos limitaciones importantes: por un lado, la escasez de carbón, que fue sustituido por la energía
hidráulica, y por otro lado, la debilidad general del mercado español, compuesto principalmente por
campesinos de escasa capacidad adquisitiva. Esta demanda débil tuvo que ser protegida mediante
leyes contra la competencia extranjera (Proteccionismo).

Tras superar la crisis de 1866 por falta de carbón, la industria textil volvió a experimentar una nueva
expansión a partir de 1874 marcada por la mecanización del tejido, desplazando por completo a la
industria textil no algodonera de España. Aunque su producción era muy modesta, adaptada a un
mercado reducido, fue suficiente para industrializar Cataluña.

El sector textil catalán alcanzó su máximo apogeo entre 1830 y 1860. A partir de 1880 entró en
crisis a causa de la penetración de productos textiles extranjeros. Las consecuencias fueron positivas
para el resto del país: desarrolló la industria química y la mecánica, favoreció el impulso de la
construcción de redes ferroviarias y absorbió mano de obra de otras regiones agrícolas menos
desarrolladas, especialmente de Andalucía y Levante.

2.- La industria siderúrgica. La siderurgia fue el sector que, en la segunda mitad del siglo XIX
acompañó al textil en el desarrollo de la industria. El desarrollo de la industria siderúrgica en
España estuvo condicionado hasta fines del siglo XIX por las limitaciones de la demanda. El fuerte
incremento de ésta procedente de los avances en los sectores agrario, textil y transportes desde el
segundo tercio de la centuria, no fue contrarrestado por un desarrollo paralelo de la oferta
siderúrgica. Entre las causas hay que destacar la escasez de cursos de agua aprovechables para la
obtención de energía hidráulica o por la mala calidad del carbón mineral que dificultaban la
aplicación de las nuevas técnicas. El principal demandante fue el ferrocarril.

Las zonas de producción siderúrgica se localizaron cerca de los centros de producción de hierro:
Andalucía, Asturias y el País Vasco:
a) La moderna siderurgia española y los primeros altos hornos se instalaron en Málaga, favorecidos
por los yacimientos ferrosos de Marbella y Ojén. Posteriormente se instalaron altos hornos en
Santander (1846), León (1847), Mieres (1848) y Vizcaya (1849). No obstante, hasta 1861
Andalucía producía el 55 % del hierro peninsular. Poco a poco y a partir de 1862 la región andaluza
perdió su privilegiada posición. Comenzaron las dificultades para surtirse de carbones minerales y
fracasó, por su elevado coste, la sustitución de carbón vegetal por antracita galesa.

b) A la hegemonía andaluza le sucedió desde los años sesenta la asturiana. Su crecimiento fue
rápido aunque se mantuvo en valores absolutos muy modestos. No perdió su hegemonía mientras
fue la única zona de España en disponer de carbón mineral. A partir de 1876, la llegada de coque
galés barato a la zona de Vizcaya hizo que las empresas asturianas perdieran competitividad.

c) La siderurgia vizcaína experimentó el mayor crecimiento entre 1856 y 1871, con la exportación
de hierro y de lingote. El crecimiento estable llegó en los años de la Restauración; en 1902 se formó
la sociedad Altos Hornos de Vizcaya, producto de la fusión de tres empresas: Altos Hornos de
Bilbao, La Vizcaya y La Iberia.

3.- La producción minera. Entre 1874 y 1914 tuvo lugar la explotación masiva de los yacimientos
mineros del subsuelo español, que contaba con abundantes reservas de hierro, mercurio, cobre,
plomo, cinc y carbón. Sin embargo, las dos actividades extractivas más importantes fueron el
carbón y el mineral de hierro. El aumento de la demanda de carbón vino propiciada por la máquina
de vapor y el desarrollo de la siderurgia. Aunque los yacimientos hulleros españoles estaban
distribuidos por diversas zonas, fue en Asturias donde la minería del carbón alcanzó mayor
desarrollo debido a la abundancia de recursos y a la facilidad para acceder al transporte marítimo.
Sin embargo, la competencia que supuso la llegada del carbón galés solo pudo ser paliada con el
proteccionismo arancelario.

La minería del hierro tuvo una importante expansión sobre todo a partir de la difusión del
convertidor Bessemer, que requería un mineral sin fósforo, una característica del hierro vasco poco
frecuente en el resto de Europa. El mineral vizcaíno contaba además con la proximidad de las minas
al mar, lo que abarataba los costes. La escasa demanda interior hizo que la mayor parte de la
producción fuera exportada.

La Ley de Minas de 1868 liberalizó y relanzó la explotación masiva de los yacimientos españoles.
Para paliar su crónico endeudamiento se impulsó la concesión de la explotación de los yacimientos,
y en algunos casos de su propiedad, a compañías extranjeras a cambio de compensaciones
monetarias para el estado. Eran muy importantes los yacimientos de plomo de Andalucía y
Cartagena, los de cobre de Riotinto (Huelva), los de Almadén (Ciudad Real) y los de cinc de Reocín
(Cantabria). La mayor parte de estos recursos fueron exportados y sus beneficios para el país y la
Hacienda escasos.

En definitiva, la minería fue un factor de equilibrio para la balanza de pagos española. Sin embargo,
no todo el dinero quedó en el interior; numeroso capital fue a parar a otros países y a compañías
extranjeras que previamente habían invertido en las minas peninsulares. La escasez e inmovilidad
de su potencial humano y económico y la deficiente administración de su Hacienda, no pudieron
competir con el dinámico espíritu de los empresarios extranjeros que optaron por invertir en nuestro
país.

4.- Los transportes y la construcción del ferrocarril. Entre los cambios revolucionarios acaecidos en
el siglo XIX, uno de los que tuvieron mayores consecuencias sociales y económicas fue la
transformación que experimentaron los sistemas de comunicación. La utilización de la máquina de
vapor y la construcción del ferrocarril, cambió de manera definitiva las condiciones de los viajes y
del transporte de mercancías. La invención del ferrocarril representó una revolución tanto por su
mayor rapidez como por la notable reducción de su coste respecto a los sistemas de transporte hasta
entonces existentes. Junto a ello, su regularidad y seguridad hicieron posible superar los obstáculos
a la movilidad en ausencia de una red de canales o de ríos navegables.

En el caso de España, estas ventajas fueron todavía más evidentes ya que la orografía de su
territorio y el atraso relativo de la agricultura frenaban el aumento del tráfico de mercancías y, con
ello, de los intercambios. Las dificultades del transporte interior, terrestre o fluvial, ha fragmentado
la península históricamente en una serie de mercados aislados y esto explica también el hecho de
que a partir del siglo XVIII fuesen las franjas costeras atlánticas y mediterráneas las de mayor
desarrollo económico.

a) Las carreteras. Tras los esfuerzos de los Borbones por mejorar la red de carreteras en el siglo
XVIII, los acontecimientos políticos de las primeras décadas del siglo XIX paralizaron las obras
públicas y empeoraron el estado de las ya existentes. Pero el desarrollo de algunos núcleos
periféricos (Cádiz, Barcelona, Valencia,....) exigían la intensificación de las relaciones comerciales
con el interior. Así, a partir de 1840, se llevó a cabo un programa de construcción de carreteras que
contribuyó a abaratar el coste y el tiempo de transporte. De los 3.500 km existentes se pasó a 19.000
km en 1868.

b) El transporte marítimo. Registró, igualmente, importantes avances, gracias a las mejoras en los
puertos, el desarrollo de la navegación a vela y la introducción del vapor a finales de siglo. Los
puertos más importantes eran Barcelona, Bilbao, Santander, Sevilla, Valencia, Málaga y Cádiz.

c) El ferrocarril. El tendido de la red ferroviaria en España se inició en 1855 con la aprobación de la


Ley General de Ferrocarriles. Anteriormente sólo funcionaban las líneas Barcelona-Mataró (1848) y
Madrid-Aranjuez (1851). La construcción de la red de ferrocarriles conoció diferentes fases: 1) La
primera de gran expansión entre 1855 y 1866, que movilizó gran parte de los capitales existentes en
España y que se construyeron más de 5000 km de vías. 2) La crisis financiera de 1866 supuso un
período de paralización de la construcción ante la evidencia de la escasa rentabilidad de las
inversiones ferroviarias, ya que el negocio estaba en la construcción y no en la explotación de la
vía. 3) Una nueva etapa constructiva a partir de 1873, que completó el trazado de la red que había
quedado paralizado.

La Ley de Ferrocarriles de 1855 consolidó una estructura radial de la red y un ancho entre carriles
mayor que el de la mayoría de las líneas europeas, obstaculizando los intercambios con Europa. La
decisión se debió a la posibilidad de instalar calderas de vapor más grandes para aumentar la
potencia de las locomotoras y poder superar mayores pendientes en un país muy montañoso.

La ley autorizó a las compañías constructoras, mayoritariamente extranjeras, la importación libre de


aranceles de los materiales necesarios para la construcción, lo que impidió que la construcción del
ferrocarril tirara de la demanda de hierro de la industria nacional.

5.- Las dificultades del mercado interior. Los pasos legislativos para suprimir los obstáculos a la
circulación de mercancías y construir un mercado nacional que superase los estrechos límites del
mercado local o comarcal característico del Antiguo Régimen, se dieron en la primera mitad del
siglo XIX: supresión de los gremios, de los impuestos de paso y de impuestos indirectos obre el
comercio. La ausencia de una buena red de caminos y de vías fluviales dio al ferrocarril un papel
protagonista en la creación de un sistema de transportes que permitiese trasladar las mercancías de
las zonas productoras a las consumidoras con una rapidez y costes razonables. La energía del vapor
también se aplicó a la navegación y ésta se convirtió en un elemento dinamizador del comercio a
larga distancia, permitiendo el aumento del cabotaje y la reducción del tiempo empleado en el viaje.
Pero el principal problema para la articulación del mercado interior fue el escaso desarrollo
industrial de muchas regiones españolas y el hecho de que en ellas predominase una economía
agrícola con una productividad muy limitada. En consecuencia, la escasa capacidad adquisitiva de
una buena parte del campesinado español dificultó el crecimiento de la producción por falta de
demanda.

Las exportaciones fueron creciendo a lo largo del siglo mostrando la transformación de la economía
española: de exportar sobre todo aceite y vino e importar tejidos de algodón, pasamos a exportar
minerales y productos agrarios además de tejidos de algodón. Los mercados coloniales perdidos
fueron progresivamente sustituidos por Francia y Gran Bretaña.

Nuestro desarrollo económico y los intercambios comerciales estuvieron muy ligados a las dos
grandes políticas económicas liberales: proteccionismo y librecambismo. La necesidad de abrirnos a
los mercados de nuestro entorno hizo que España realizase un gran esfuerzo de liberalización hasta
1874. A partir de entonces, las i8ndustrias textiles catalanas, los cerealistas castellanos, el sector
carbonífero asturiano y los siderúrgicos vascos presionaron a los sucesivos gobiernos para proteger
sus productos, lo que obstaculizó nuestra integración en el mercado internacional, la modernización
tecnológica y frenó la especialización de la producción, siendo las políticas proteccionistas una de
las causas más destacables del débil desarrollo industrial.

3.- Conclusión.

Frente a anteriores conclusiones catastrofistas de nuestro desarrollo industrial, los estudios


históricos más recientes explican las condiciones que posibilitaron nuestra incorporación a la
primera fase de la Revolución Industrial. Lo hicimos más tarde que Gran Bretaña, Francia o
Alemania, pero a la vez o incluso antes que Italia, Grecia, Austria o Rusia. Hubo una revolución
industrial en España, aunque ésta fuera tardía, lenta e incompleta. Incluso podría afirmarse que nos
industrializamos mucho más de lo que cabría esperar teniendo en cuenta las condiciones de partida
y los obstáculos que teníamos para ello. Nuestro desarrollo industrial se centró en los sectores
característicos de esta primera fase de la Revolución Industrial, el textil y la siderurgia, y se
completó con la expansión de la minería y el tendido de infraestructuras imprescindibles como fue
el ferrocarril. Las dimensiones de nuestra industrialización estaban acotadas por las posibilidades
que ofrecían dos aspectos esenciales: la intención inversora de los capitalistas y el tirón de la
demanda. España era esencialmente un país de campesinos pobres sin tierra en propiedad; esto,
junto a una reforma agraria que jamás tuvo como objetivo transformar este aspecto, condicionó
negativamente nuestra industrialización. La ausencia de un verdadero mercado interior y la
incapacidad de nuestros productos de competir en el exterior, limitó las dimensiones de nuestro
sector industrial que se tuvo que ajustar a un mercado limitado y escaso. La gran mayoría de España
vivió durante todo el siglo XIX ajena a la industrialización.

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