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El decreto de
seguridad individual y la transformación de la
cultura de los derechos en Buenos Aires
(1810-1830)
Magdalena Candioti
INTRODUCCIÓN
1
AGN, Tribunal Criminal, S – 1 – 1777-1864, Encinas contra Salces, 1812, f. 10 v.
2
Ibídem.
3
La expresión pertenece a Garriga, Historia y constitución. Trayectos del constitucionalismo hispa-
no, CIDE, Instituto Mora, El Colegio de Michoacán, El Colegio de México, México, 2010, p. 73.
59
americanas enfatizando la fuerte continuidad de las prácticas, las leyes y las
doctrinas tradicionales en la justicia postrevolucionaria.4 Este artículo propone
comenzar a mostrar cuáles fueron las vías por las que esa cultura jurisdiccional
se fue resquebrajando y dando lugar a nuevas formas de pedir y hacer justicia.
4
C. Garriga y M. Lorente, Cádiz, 1812. La constitución jurisdiccional, Madrid, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, 2007; A. Annino, “Imperio, constitución y diversidad en la América
hispana”, en Historia Mexicana, Vol. LVIII, N.o 1, 2008; M. Lorente, (coord.), De justicia de jueces a
justicia de leyes: hacia la España de 1870, Madrid, Consejo General del Poder Judicial, Cuadernos
de Derecho Judicial, 2006; F. Martínez Pérez, “De la potestad jurisdiccional a la administración
de justicia. Persistencia de un determinado modelo de justicia”, en C. Garriga (coord.), Historia
y constitución. Op. cit, 2010; A. Agüero, “Formas de continuidad del orden jurídico. Algunas re-
flexiones a partir de la justicia criminal de Córdoba (Argentina), primera mitad del siglo XIX”, Nue-
vo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, 2010. Puesto en línea el 23 marzo 2010. URL: http://
nuevomundo.revues.org/59352; G. Tío Vallejo, “La buena administración de justicia y la autonomía
del Cabildo. Tucumán, 1770-1820”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr.
Emilio Ravignani”, N.o 18, 1998 y “Papel”, 2010.
5
M. A. Hespanha, “Las categorías de lo político y lo jurídico en la época moderna”, Ius Fugit, 3-4,
1994-95, C. Garriga, “Orden jurídico y poder político en el Antiguo Régimen”, Dossier Historia y
derecho, historia del derecho, en Istor. Revista de Historia Internacional, n.o 16, 2004. pp. 13-44.
6
P. Grossi, L’ordine guiridico medievale, Laterza, Bari, 1995.
60
de modular las decisiones del juez. El lenguaje predominante de la justicia y la
política en la sociedad colonial era cristiano, organicista y consensualista.7
Desde los primeros días de la revolución en el Río de la Plata este lenguaje
sufrió fuertes impugnaciones. Generalmente se han analizado y enfatizado las
impugnaciones estrictamente políticas al viejo orden —las nuevas ideas sobre el
sujeto de imputación soberana o sobre la representación— mientras que se ha
considerado a la justicia y el derecho como espacios escasamente transformados
por la revolución.8
Ciertamente, los rasgos del proceso judicial que permiten afirmar la vigen-
cia de esa justicia de jueces (no de leyes) y del pluralismo legal son numerosos.
La justicia de Buenos Aires, antes y después de la revolución, funcionó como un
laberinto de múltiples entradas, en las que las jurisdicciones no se conocían ni
respetaban rigurosamente. Litigantes, abogados y asesores continuaban apelando
a la piedad de los jueces y éstos acentuaron esa imagen de sí mismos abocándose
a la búsqueda de soluciones de “equidad”, juicios verbales, prácticas de “com-
purgación” de penas, etc. Los procesos judiciales podían transcurrir —incluso
con la intervención de abogados matriculados— sin que aparecieran menciones
explícitas a las leyes vigentes, las reglas transgredidas o los castigos legalmente
previstos.9 Dado que los jueces fueron legos a lo largo de la primera década, era
comprensible que los juicios se tramitaran sin referencias eruditas a pesar de que
contaban —desde 1811— con asesores letrados.10 Sin embargo, también luego de
la instalación de los juzgados letrados, esta desaprensión legal fue un rasgo muy
propio de la baja justicia bonaerense.
Esta breve descripción del funcionamiento de la justicia posrevolucionaria
puede sugerir que no fueron muchos los cambios que abrió el proceso revolucio-
nario. Sin embargo, lo que en adelante se intentará mostrar —a partir del análisis
7
Sobre la vigencia de este lenguaje en otros espacios coloniales latinoamericanos cfr. T. Herzog, La
administración como un fenómeno social: La justicia penal de la ciudad de Quito (1650-1750),
Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1995; D. Barriera, “Herederos: esfuerzos de justifica-
ción, presentación de sí ante la justicia y criterios de legitimación de ‘lo justo’. Santa Fe, siglo XVII”,
Avances Del Cesor, Rosario, 1999, vol. 2., 1999; A. Lempérière, Entre Dieu et le roi, la république.
Mexico, XVIe - XIXe siècles, Paris, Les belles lettres, 2004; F. Morelli, Territorio o nación. Reforma
y disolución del espacio imperial en Ecuador, 1765 - 1830, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2005.
8
Cfr. C. Garriga (coord.), Historia y constitución. op. cit, pp. 73 y ss; G. Tío Vallejos, “Papel y grillos,
los jueces y el gobierno en Tucumán, 1820-1840”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Puesto
en línea el 23 marzo 2010. URL: http://nuevomundo.revues.org/59252. 2010 y Agüero, op. cit.
9
S. Mallo, La sociedad rioplatense ante la justicia. La transición del siglo XVIII al XIX, La Plata,
Publicaciones del AHPBA, 2004; Fradkin, “De la experiencia de la justicia: estado, propietarios y
arrendatarios en la campaña bonaerense”, en AA.VV., La fuente judicial en la construcción de la
memoria, Mar del Plata, Departamento de historia judicial de la SCJPBA, 1999, entre otros.
10
Tau Anzoátegui, “El abogado del Cabildo de Buenos Aires durante el Virreinato”, en Bicentena-
rio del Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1977; M.
Candioti, “Reformar útilmente la justicia. Leyes y jueces en la construcción del estado en Buenos
Aires en la década de 1820”, en Irurozqui, Marta y Galante, Miriam (dirs.), Sangre de ley. Justicia
y violencia política en la institucionalización del Estado en América Latina. Siglo XIX, POLIFEMO,
Madrid, 2011.
61
de algunos casos testigos— es que si bien hubo rasgos fundamentales del proce-
so que no se transformaron por decreto ni rápidamente, en los tribunales circuló
y se afianzó un lenguaje de los derechos ajeno a la lógica del viejo orden, y que
dio lugar a nuevos argumentos para pleitear, así como nuevos derechos y valores
a exigir. Ellos generaron expectativas que poco a poco moldearon las formas y
contenidos de las demandas de los litigantes bonaerenses.
11
E. Palti, El tiempo de la política, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, p. 17.
12
B. Dávilo, Los derechos, las pasiones, la utilidad. Debate intelectual y lenguajes políticos en Buenos
Aires (1810-1827), EDUNTREF, Buenos Aires, 2011. Sobre la centralidad del iusnaturalismo para
la legitimación de la ruptura con la metrópolis cfr. Chiaramonte, “Fundamentos iusnaturalistas de
los movimientos de independencia”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr.
Emilio Ravignani”, 3.a serie, N.o 22, 2000.
13
Sostiene E. Palti: “Los lenguajes… no son entidades autocontenidas y lógicamente integradas, sino
solo histórica y precariamente articuladas. (…) ninguna formación discursiva es consistente en sus
propios términos, se encuentra siempre dislocada respecto de sí misma, en fin, que la temporali-
dad (historicidad) no es una dimensión externa a las mismas, algo que le viene a ellas desde fuera
(de su ‘contexto exterior’), sino inherente, que las habita en su interior”, El tiempo de la política,
op. cit., 55-56.
62
interpretaciones homogéneas pero, con el tiempo, pudieron cambiar las expecta-
tivas de los actores y modular nuevas formas de pensar la ley y la justicia.
La difusión de este nuevo lenguaje se había iniciado en el vasto espacio
rioplatense hacia fines del siglo XVIII.14 Con la revolución tales reflexiones lle-
garon a la prensa donde los debates sobre la soberanía popular y los ataques
al despotismo se multiplicaron.15 Se hicieron graves contra el derecho colonial:
que carecía del consentimiento ciudadano americano y como tal era ilegítimo;
que no reconocía los derechos de los hombres sino como concesiones reales;
que, en tanto normas muchas veces creadas en la península, no eran adecuadas
para regular el espacio y las relaciones sociales americanas; y finalmente, que se
trataba de un orden jurídico confuso, sin jerarquías normativas, y muchas veces
contradictorio.
Con estos discursos se atacaba el núcleo mismo de la monarquía católica.
La idea del carácter natural de ciertos derechos y la imposibilidad de su negación
civil, implicaba dejar de pensarlos como productos legítimos de la gracia real para
comenzar a exigirlos como corolario de la igualdad innata entre los hombres. La
retórica del imperio de la ley —y la construcción del despotismo como su con-
tracara— se tornó central para la legitimación de la revolución. La ley positiva
fue ensalzada a la vez que el arbitrio judicial era atacado. Ideas como la igualdad
ante la ley, la necesidad de un gobierno de las leyes, el respeto de los principios
de legalidad y de inocencia, se tornaron cotidianas en el naciente espacio público
porteño. El lenguaje de los derechos, tal como lo entendemos aquí, fue un len-
guaje montado sobre la creciente centralidad de estos valores.16
Junto a los documentos públicos (leyes, bandos y prensa), entre los exper-
tos en derecho —los abogados, los juristas de la Academia de Jurisprudencia de
Buenos Aires, los jueces y más tarde, los profesores de derecho de la Universi-
dad de Buenos Aires creada en 1821— el lenguaje de los derechos adquirió una
formulación más específica y fue inescindible del debate sobre la necesidad de
reformar la justicia y las leyes.17 La instauración de algunos de esos principios se
ensayó, en Buenos Aires a partir de 1820, con las leyes de creación de juzgados
letrados (1821), de un Registro Oficial de Leyes (1821), de supresión de fueros
14
C. Thibaud, La Academia Carolina y la independencia de América. Los abogados de Chuquisaca
(1776 – 1809), Sucre, Editorial Charcas - Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, Archivo
y Biblioteca Nacionales de Bolivia, 2010, p. 74 y ss.
15
Goldman, Historia, 1992, “El debate”, 2007a y “El concepto”, 2007b; Carozzi, Las filosofías, 2011,
Ternavasio, La revolución, 2003.
16
No se trató de un radicalismo exclusivamente bonaerense, en otras experiencias revolucionarias
latinoamericanas como la venezolana y la peruana, esta retórica fue central. Cfr. Thibaud, 2012; Mc
Evoy, 2011.
17
Son muestras claras de estos debates tanto las exposiciones del jurista francés Guret de Bellemare
realizadas en la Academia de Jurisprudencia sobre la necesidad de crear nuevos códigos y su
posterior Plan de organización judicial para Buenos Aires, como los cursos de Jurisprudencia dic-
tados por Pedro Somellera (1939) y Antonio Sáenz (1939) en la Universidad de Buenos Aires, así
como varias tesis de los egresados que versaron sobre la necesidad de reformar la justicia, imponer
el principio de legalidad, de proporcionalidad de las penas, etc. Cfr, M. Candioti, Ley, justicia y
revolución en el Buenos Aires (1810-1830), 2015, segunda parte.
63
(1823), y de constitución de comisiones especiales para la sanción de códigos
(1824).18 El cambio estuvo lejos de ser inmediato pero fue esta nueva retórica ex-
presada en instituciones y leyes como las mencionadas, las que hicieron posible
la transformación de la cultura jurídica de los ciudadanos de Buenos Aires.
18
M. Candioti, “Reformar”, op. cit.
19
Decreto de Seguridad Individual, 28 de noviembre de 1811. Triunvirato. En Estatutos, 1961, p. 29.
20
Los más importantes durante estos 20 años fueron el Reglamento Provisional de 1815; el Estatuto
Provisional de 1817; la Constitución de 1819 y la sancionada en 1826.
64
en fragante delito) sin guardar las formalidades que prescribe este Capítulo, será
removido; y el que faltase a las que se previenen en el embargo, e inventario de
bienes, será responsable a las substracciones de que se quejase el interesado”. Sin
embargo esta amplia definición de derechos admitía suspensiones temporales.21
21
Artículo 21.- Todas las anteriores disposiciones relativas a la seguridad individual jamás podrán
suspenderse; y cuando por un muy remoto y extraordinario acontecimiento, que comprometa la
tranquilidad pública, o la seguridad de la Patria, no pueda observarse cuanto en él se previene,
las Autoridades que se viesen en esta fatal necesidad darán razón de su conducta a la Junta de
Observación y Excelentísimo Cabildo que deberán examinar los motivos de la medida, y el tiempo
de su duración.
22
Ibídem, énfasis agregado.
23
Ibídem.
65
poner en planta el establecimiento del juicio por Jurados, en cuanto lo permitan
las circunstancias”24.
24
El artículo 122 introducía nuevamente el estado de excepción: “Cuando por un muy remoto y
extraordinario acontecimiento, que comprometa la tranquilidad pública ó la seguridad de la Pa-
tria, no pueda observarse cuanto en ella se previene; las autoridades que se viesen en esta fatal
necesidad darán inmediatamente razón de su conducta al Cuerpo Legislativo, quien examinará los
motivos de la medida y el tiempo de su duración”.
25
Artículo 174 - Las anteriores disposiciones, relativas a la seguridad individual, no podrán suspen-
derse, sino en el caso de inminente peligro, de que se comprometa la tranquilidad pública o la
seguridad de la patria a juicio y por disposición especial del Congreso.
26
A. Agüero, “Formas de continuidad del orden jurídico. Algunas reflexiones a partir de la justicia
criminal de Córdoba (Argentina), primera mitad del siglo XIX”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos
[En línea], Debates, 2010. Puesto en línea el 23 marzo 2010. URL : http://nuevomundo.revues.
org/59352, p. 11. Allí, Agüero enfatiza “la nula eficacia de los textos patrios de la primera mitad
del XIX que hablan de derechos individuales en el marco de una cultura que, arraigada a un
imaginario corporativo, oblitera la posibilidad de asumir una noción abstracta de individuo como
centro de la axiología jurídica y de crear, en consecuencia, dispositivos institucionales eficaces
para asegurar su vigencia”.
66
2.2. LA “SEGURIDAD INDIVIDUAL” EN LOS TRIBUNALES
¿Cómo se tradujeron en los tribunales los principios movilizados por los revolu-
cionarios? ¿Circuló en los juzgados la idea de seguridad individual y sus principios
aledaños?
Estos principios ciertamente circularon en los juzgados y —si bien estu-
vieron lejos de anular la presencia de referencias tradicionales— fueron insumos
para la redefinición de los modos de pedir justicia. Las nuevas leyes dictadas por
los gobiernos, asambleas y legislaturas fueron utilizadas en los tribunales por li-
tigantes, asesores y jueces. Entre éstas, el decreto de seguridad individual ocupó
un lugar privilegiado.
27
Sobre los juicios de la comisión civil de justicia cfr. Biblioteca de Mayo, 1961, t. 13, p. 11.947 y ss.
28
Sobre el uso de este tipo de legislación en el caso venezolano, cfr. Zahler, “Complaining like a
liberal: redefining law, justice, and official misconduct in Venezuela, 1790-1850”, The Americas,
65:3, January 2009.
29
AGN, Tribunal Civil – C- 17 – 1819-1821, f. 1. Énfasis agregado.
67
partido interviniera para informarse sobre lo sucedido, certificara la apropiación
de sus animales y aplicara al ladrón un escarmiento que se hiciera “sentir a todos
aquellos que, validos de ser comisionados, toman estos encargos para solo co-
meter estos delitos”30.
El gobernador Sarratea accedió a las peticiones de Cos: le solicitó a Funes
que se presentara en la capital llevando las actuaciones que dieron lugar a la
prisión de su demandante; y designó a un ciudadano del partido, Don Francisco
Aguilera, para que hiciera las averiguaciones del caso junto al alcalde de herman-
dad que había sido denunciado por Cos como “amigo y coligado” de Funes. Del
sumario practicado a partir de testigos presentados por el primero emergió una
versión más compleja aunque fragmentaria de los hechos. Cos habría sido acu-
sado de robar caballos de Funes y otros hacendados, el padre del joven habría
permitido que el comisionado se llevara las reses para compensar esos supuestos
robos, pero su hijo habría sido arrestado de todos modos. Luego de remitir la
información a la capital, Aguilera contaría que intentó sin éxito que Funes devol-
viera los animales incautados, tratando de “hacer valer su comisión porque era
del Gobierno”, pero que no le fue posible. Entonces, pasado más de un año del
inicio de la causa, el gobernador ordenó que el comandante de Chascomús lleva-
ra a Funes a la capital a comparecer y que, en caso de resistirse, lo llevara preso.
Cuando sus propiedades fueron embargadas en agosto de 1821, finalmente
Funes se decidió a dar su versión de los hechos al gobernador Martín Rodríguez.
Si el principio de seguridad individual ofrecía una plataforma liberal para expre-
sar las quejas de un ciudadano ante el accionar de un oficial de justicia, la respon-
sabilidad de este no dejaba de exigirse de modo personal.31 En su escrito Funes
acusó a su vecino de aprovechar su ausencia en “la otra banda” y “la oportunidad
que podía ofrecerle la época del gobierno de Don Manuel Sarratea” para hacer el
reclamo. Presentó duras quejas contra el asesor del gobierno:
No sé, Exmo. Sr., por qué principios legales se ha conducido el Asesor de V.E.
para aconsejar lo se registra en f. 8 vta. No sé donde, ni en que Legislación habrá
aprendido a proceder nada menos que embargando y vendiendo propiedades de
un ausente no solo sin oírle. Pero ni siquiera sin suplir su ausencia…32
30
Ibídem, f. 2.
31
F. Martínez Pérez, Entre confianza y responsabilidad. La justicia del primer constitucionalismo
español. (1810-1823), Centro de Estudios Constitucionales y Políticos, Madrid, 1999, p. 155 y ss.
32
Ibídem, f. 15 v.
33
“…no hay delincuente tan infeliz que ante la presencia inexorable de la Ley pierda el derecho de
ser escuchado aunque sea para la triste confesión de su mismo delito”, Ibídem, f. 15 y 16.
68
do: su designación como comisionado para perseguir y “reparar los graves males
que resultan a la Sociedad de la multitud de vagos, desertores y mal entretenidos
que inundan la campaña”, hecha por Juan Ramón Balcarce en agosto de 1818
y originada en la “imposibilidad de que los Jueces Territoriales por sí mismos,
sin abandono de los demás importantes objetos de su cargo, puedan dedicarse
a la aprensión de ellos con la eficacia que se requiere”34. Adjuntaba finalmente
y para reforzar su preeminencia, la orden del delegado directorial de campaña,
Cornelio Saavedra, asignándole nada menos que 18 milicianos para perseguir a
los “perjudiciales”35.
De todos modos, el gobernador volvió a reclamarle la información sumaria
en la que fundó la prisión de Juan Ignacio Cos y Funes respondió que “como
cualquier otro comisionado” no podía enviar nada ya que “en los mismos parti-
dos se toman conocimientos de los hombres perjudiciales y se verifica su captura
sin obrar otras diligencias que las de los previos informes que se toman”36. El
proceder de las partidas celadoras y su carácter de justicia sumarísima quedaba
expuesto con toda claridad. Mientras las comisiones de carácter político multipli-
caban los procesos escritos e incluso se reglamentaban, una “justicia” mucho más
inmediata, movida por rumores, sin garantías para quienes caían en sus manos,
se extendía por la campaña sin mayores posibilidades de control. Funes percibía
cuán incorrecto sonaba todo esto y por ello mismo intentaría exculparse diciendo:
querrá decirse que semejantes prisiones carecen de la formalidad precisa, mas esta
es la práctica que se observa y mientras no se reglamente o pre-sancione el uso de
estas comisiones no hay una razón para que yo sufra los resultados de defectos que
no son míos sino de la administración del gobierno.37
34
Ibídem, f. 18.
35
Ibídem, f. 19
36
Ibídem, f. 20.
37
Ibídem, f. 21 v.
69
totalmente ajenas a tales principios y de la vigencia de una idea de ciudadano
como sujeto “domiciliado” y enraizado en la comunidad (cercana a la de vecino)
que se tornaba central a la hora de combatir los abusos de los comisionados.38
38
Sobre las transformaciones y solapamientos entre las nociones de “vecino” y “ciudadano” en el
Río de la Plata cfr. O. C. Cansanello, De súbditos a ciudadanos. Ensayo sobre las libertades en los
orígenes republicanos. Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003.
39
San José de Flores era por entonces un pueblo suburbano rodeado de quintas y chacras dedicadas
a la producción cerealera y frutihortícola para abasto de la ciudad en crecimiento.
40
AGN, TCR – R – 1 – 1801-1836, Romero contra juez de Flores, 1826, f. 1 y 1 v.
41
Ibídem, f. 2.
70
propia Ortiz declaró en el sumario y aseguró que, en la mencionada chaqueta,
encontró la tapa de un yesquero de plata y que, si habría encontrado plata, nunca
se la habría dado a Romero.
El auxiliar de justicia Farías aportó un dato de interés: sostuvo que una
vez delante del juez él le habría reprochado al reo el haber dicho que le habían
robado 12 onzas y que Romero se habría disculpado diciendo que era culpa de
la embriaguez “pues que no era capaz de imputarle cosa que no había sucedido,
[y] esto lo dijo estando bueno”42.
A partir de allí se recabaron diversos testimonios en torno a corrección de
la conducta de Romero e incorrección de su mujer y viceversa. Un antiguo juez
de paz del partido llamó a Ortiz de “perturbadora del orden con sus escándalos”;
otro vecino dijo que la señora era “capaz de insultar a cualquiera autoridad sin
que sea capaz de refrenarla sino la punición”; y otro sintetizó “la Ortiz de León
jamás podrá su genio altanero y provocativo refrenarlo”. Por otro lado, el cura
párroco de Flores, Nicolás Herrera —cuya opinión requirió el juez— sostuvo que
nada podía objetar de la conducta pública de doña Catalina pero que sí conocía
“el vicio público de borrachera” de Romero.
En este punto, el juez de paz Silvera intentó dar cuenta de la complejidad
del caso asegurando que el matrimonio vivía agitado entre la embriaguez del
esposo y una mujer “peor que una fiera”. Incluso —revelaba el juez— “la Ortiz”
había llegado a acusarlo de dejar morir de hambre a los presos por pobres y que
a Romero “como tenía onzas de oro que se las comía el escribiente y el juez, éste
le dispensaba mayores consideraciones”43. Por todos estos públicos excesos, Sil-
vera pedía que la señora fuera expulsada del partido dado que además “pervierte
sus hijos a quienes no educa como corresponde, ni menos envía a la Escuela”44.
Recién seis meses más tarde el juez letrado, Domingo Guzmán, volvió a
intervenir. Citó a Romero y a su esposa para un juicio verbal sobre sus desavenen-
cias. Amonestó a doña Catalina por su “altanería, insolencia y atrevimiento” y por
haber hablado mal del juez territorial sobre el trato dado a los presos. Al zapatero
lo reconvino por su ebriedad a la que atribuyó el reclamo de las supuestas onzas
de oro. Luego de que un garante firmara por él, Romero quedó en libertad.
La denuncia de violaciones a la “seguridad individual” de un ciudadano
quedaba así olvidada en el marco de un proceso que exhibía un sinnúmero de
aristas y conflictos circundantes. Que ello fuera así no empaña el hecho de que
la idea de derechos individuales circulara en diversas localidades de la provincia,
intervinieran abogados o no, y que su uso fuera relativamente frecuente en el
marco de estrategias de impugnación de las justicias inferiores y sus auxiliares.
42
Ibídem, f. 5.
43
Ibídem, f. 8.
44
Ibídem, f. 8v.
71
en mayo de 1828.45 Dicho magistrado había arrestado a Antonio Barcia y le había
ordenado permanecer preso alegando que así “lo quería el vecindario, [pero] sin
haber formalizado un sumario en que se justificase al menos semiplenamente
algún crimen”46. La razón, explicaba Barcia, a través de la pluma de su abogado
el doctor Cayetano Campana, era que:
no hay más delito que el odio y mala voluntad que me profesa el juez de paz y los
resentimientos vestidos con la capa de la justicia pueden sumergirme en un abismo
de males con mi familia, que pueden causar muy bien mi ruina. Este temor y la
violencia ejecutada en mi persona me han obligado a quebrantar la injusta prisión,
que no era más que un ataque a mi seguridad y a la misma Ley que la protege, para
reclamar ante una autoridad competente el remedio a estas violencias.47
45
Arrecifes es un partido ubicado al noreste de la ciudad de Buenos Aires, creado en tiempos del
virreinato y ya desde el siglo XVI era un asentamiento clave en el camino entre Buenos Aires y
Córdoba.
46
AGN, L-J – 1 – 1821-1906. Barcia contra juez, 1828, f. 1 v.
47
Ibídem, f. 1 v. Énfasis agregado
48
Ibídem, f. 9 y 10. Énfasis agregado.
49
Ibídem, f. 10 y 11.
50
Ibídem, f. 10 v.
72
de que tenía resentimientos contra el procesado y aclaraba que había seguido las
últimas leyes vigentes.51
Dos singulares elementos de esta respuesta iluminaban cómo el juez de
paz entendía su función. Por un lado, dejaba claro que podía y de hecho mane-
jaba a discrecionalidad la averiguación de las denuncias, la realización o no de
los sumarios, y la formalización de las prisiones. Esa lenidad, la valoración de los
“medios suaves” para resolver las disputas, aparecía como un rasgo tan positivo
de la justicia de la campaña como el respeto de las leyes. Este segundo objetivo,
la legalidad, no dejaba de estar presente dado que López se preocupaba también
por remarcarle al juez letrado que había respetado con el mayor celo las últimas
disposiciones del gobierno.
En relación al primer punto, Barcia y su abogado, alertaron al juez de
primera instancia sobre la informalidad del proceder de López y negaron que se
tratara de una práctica en favor de la conciliación de las partes:
Es preciso que usted no se deje sorprender ni alucinar con las teorías de modera-
ción, de lenidad y de otras semejantes con que el juez de Arrecifes intenta dorar
una venganza disfrazándola con el color de la justicia.
A bien que Usted es juez letrado que no podrá alucinarse con lo que se alucina a
un hombre vulgar que ni sepa discurrir ni pensar.52
En fin yo me abismo señor Juez cómo se atacan tan impunemente los más sagrados
derechos que tiene el hombre en sociedad.54
…yo debo estar alerta y centinela sobre mis derechos para que no sea violada la
ley que los protege, porque entonces yo me haría indigno de vivir en sociedad con
los demás hombres, porque sería semejante a un bruto, claro está que mi primera
obligación ha sido quejarme de la violación de mis derechos sobre los que no hay
habitante por más infeliz que sea que no esté en custodia y guardia de ellos…55
51
Ibídem, f. 11.
52
Ibídem, f. 13
53
Entre otros, AGN, TC – C – 17 – 1819-1821, Capdevila contra Esperón, 1820.
54
AGN, L-J – 1 – 1821-1906. Barcia contra juez, 1828, f. 14 v.
55
Ibídem., f. 15.
73
sentidos últimos de la retórica jurídica de la revolución. Campana sabía bien que
era la herramienta adecuada para impugnar las actuaciones del juez rural y, de la
mano de ella, lograr la libertad (provisional) de su cliente.
Su actuación ilustra el rol clave que cumplieron los abogados en la trans-
formación de la gramática judicial, en la traducción de quejas, demandas y de-
nuncias —que en el fondo no necesariamente eran novedosas— al lenguaje de
los derechos y de la nueva legislación sancionada, cuando ello prometía ser
beneficioso. Esa transformación no fue inmediata ni generalizada, pero se fue
colando cotidianamente en los tribunales y de esta forma no solo impactó sobre
los modos de pedir justicia sino que fue socializando derechos y leyes entre los
actores enfrentados en la justicia.
56
A. Agüero, “El testimonio procesal y la administración de justicia penal en la periferia de la monar-
quía católica, Siglos XVII y XVIII”, Acta Histriae 19, 2011.
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3. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA TRANSFORMACIÓN DE LA CULTURA JURÍDICA
BONAERENSE
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Sobre la noción de cultura legal o jurídica cfr. D. Nelken, Comparing legal cultures, Darmouth,
Aldershot - Brookfield, 1997. El autor destaca dos modos alternativos de conceptualizar las culturas
legales: uno más restringido que las considera como el conjunto de saberes jurídicos y técnicos
que circula exclusivamente entre los funcionarios y los operadores de la justicia y otro, más am-
plio, que la considera como el conjunto de saberes que en torno a la ley y al uso de las instancias
judiciales, se encuentran difundidos en toda la sociedad o entre determinados grupos sociales en
un momento histórico concreto. En este trabajo se recupera este segundo sentido.
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M. Fioravanti, Los derechos fundamentales. Apuntes de historia de las constituciones, Madrid, Edi-
torial Trotta, 1996.
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esbozada en la Gaceta de Buenos Aires entre otros periódicos, actuaron como
creadores y difusores en el espacio público bonaerense de los principios de igual-
dad ante la ley, del principio de legalidad, de la división de poderes.
La justicia retuvo muchos de sus rasgos pero también fue objeto de impor-
tantes reformas y a ella recurrieron los ciudadanos utilizando de modo alterna-
tivo argumentos jurídicos de viejo y nuevo cuño. No lo hicieron necesariamente
inspirados por la creencia en la legitimidad o justicia de unos u otros sino en
función de su potencial eficacia coyuntural para la defensa de intereses y el lo-
gro de resultados deseados. Sin embargo, y en la medida en que tales retóricas
jurídicas fueron usadas por los actores y, a su vez, validadas por los tribunales,
esas visiones normativas y esas prácticas procesales pudieron difundirse a secto-
res más amplios. En esta nueva gramática, el derecho a la seguridad individual
—a conocer las causas del propio arresto, a no ser arrestado sin orden judicial,
a no ser juzgado sino por leyes expresas— adquirió un protagonismo inédito.
Que todo ello sucediera en el marco de procesos que se desenvolvían de modo
secreto, siguiendo las reglas pluriseculares del derecho hispano, entre laberínticas
jurisdicciones de difícil organización, torna más interesante el análisis de las cau-
sas tramitadas en estos años. Ellas muestran que si bien no hubo transformación
automática y unilineal de la organización judicial y del orden legal, los cambios
retóricos y prácticos tampoco resultaron irrelevantes: ellos fueron cimentando un
cambio nada más y nada menos que cultural en torno a las formas de imaginar lo
justo, exigirlo y validarlo institucionalmente.
Los tribunales fueron así tempranamente un espacio de resonancia y difu-
sión de conceptos y valores para la construcción de una cultura jurídica legalista
y garantista. La idea de “seguridad individual” fue un intersticio por el que la idea
de derechos individuales y derecho como ley se fue colando y, de ese modo,
contribuyó a crear las condiciones que harían efectiva la ley que pretendía ga-
rantizarlos. Es la historia larga y temprana de esa cultura de los derechos en el
Río de la Plata la que intentamos empezar a comprender a partir de la trayectoria
formal y práctica del decreto de seguridad individual en la Buenos Aires posre-
volucionaria.
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