La Confesion de Agustin Lyotard

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TEXTOS SOBRE SOCIOLOGÍA

PRIMEROS SOCIÓLOGOS CIENTÍFICOS Y LAS CORRIENTES BIOLOGÍSTAS

FICHA DEL TEXTO

Número de identificación del texto en clasificación sociología: 1664


Número del texto en clasificación por autores: 14493
Título del libro: La confesión de Agustín
Autor (es): Jen-Francois Lyotard
Editor (es): Editorial Losada, S.A.
Registro de Propiedad: ISBN: 84-932712-0-9
Año: 2002
Ciudad y País: Madrid – España
Número total de páginas: 156
Fuente: http://ebiblioteca.org/?/ver/99045
Temática: Jean Francois Lyotard 1924 - 1998
La Confesión de Agustín
La Confesión de Agustín
JEAN-FRAN(;OIS LYOTARD

Traducción y notas:
María Gabriela Mizraje y Beatriz Castillo
Primera edición en español: septiembre de 2002
© Editorial Losada, S.A.
Moreno 3362- 1209 Buenos Aires, Argentina
Viriato, 20 - 28010 Madrid, España
T +34 914 45 71 65
F +34 914 47 05 73
www.editoriallosada.com
Producido y distribuido por Editorial Losada, S.L.
Calleja de los Huevos, 1, 2º izda. - 33009 Oviedo
© Éditions Galilée
Título original: La Confession d'Augustin
Traducción de María Gabriela Mizraje y Beatriz Castillo
Queda hecho el depósito que marca la ley 11723.
Marca y características gráficas registradas en la
Oficina de Patentes y Marcas de la Nación.
Depósito legal: M-33207-2002

ISBN 84-932712-0-9
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Referencia: 3314
Palabras liminares

"Hablamos de Dios no por decirlo sino


por no callar".
Lyotard quiere decir a Agustín.
Lo glosa, toma impulso en su texto.
De ahí las irrupciones del latín, que son
citas.
De ahí la presencia constante de parenté-
ticas que aclaran verbos de la expresión: él di-
ce, como afirma, Agustín dice ...
¿cómo decirlo mejor si él ya lo dijo? De
ahí que no se abandone la tentación de repetir.
Por ello hay latines que se explican, otros que
no, otros que se entienden en calco, otros de
los que apenas si se apartan las palabras que si-
guen. Otros que irrumpen traducidos en una
poco previsible estructura de quiasmo, de in-
tercalación. Latín en traducción dentro del

7
mismo texto o latín suspendido en una laten-
cia que elige no subrayar su correlato. 1
De ahí la fluctuación de las personas: un
él que es al mismo tiempo un yo, menos por
el hecho de que Lyotard acerque a Agustín a su
persona que porque él -el autor de este ensa-
yo- penetra en el texto de Agustín e intenta
hablar desde allí.
La glosa se precisa en las marcaciones al
margen que señalan la fuente, el pasaje-base del
cual parte la reflexión y el juego de Lyotard, si-
guiendo el vuelo del "Águila de la Iglesia".
Lyotard hace con el santo y su libro un
trabajo de exégesis que da cita a un método tan
clásico como posmoderno, una exégesis de lar-
ga data en la tradición, un ejercicio para rodear
el texto cristiano que puede reconocerse ya en
las prácticas de la Midrash judía y en la misma

Precisamente a estos vaivenes del original responde el


hecho de que en ocasiones hayamos hecho la traducción al pie
y en ocasiones no, para evitar recargar el texto cuando el sen-
tido de las palabras en latín era muy transparente o se repetía
en el fraseo y en las explicaciones dadas por el autor en forma
inmediata. (No son pocas las veces en que el vocablo latino y
el francés se acompañan a modo de aposición-traducción.)

8
escritura de San Agustín, sea en sus Tratados so-
bre las Escrituras o en los Comentarios de los Sal-
mos (a los que, por otra parte, Lyotard en este
estudio revisita). Lyotard lee lo mismo que
Agustín, sigue su lectura por el libro sagrado, se
encuentra con los Testamentos, Antiguo (los
salmos o lsaías) y Nuevo (Romanos).
Como Roland Barthes en sus Fragmentos
de un discurso amoroso (1977), como en muchos
abordajes del pensamiento francés, con Jac-
ques Derrida a la cabeza, se trata de textos que
se reconocen en la textura de sus fuentes (y
desde allí salpican).
Lyotard va a detenerse de forma especial,
entre los trece libros que conforman las Confe-
siones agustinianas, en el X, el XIII y el VIII; el dé-
cimo, sobre el cual más insiste, es prácticamen-
te una teoría de la memoria junto a otra de la
concupiscencia (tema que preocupa a Agustín
sostenidamente, el santo se dedica aún más a
ella en el tratado en que abre diálogo con Vale-
rio Acerca de las nupcias y la concupiscencia).
El pasaje del plural al singular, que el títu-
lo determina, es también el pasaje de un género

9
discursivo -aquel de corte autobiográfico que
inaugura Agustín con su libro, en los últimos
años del siglo N- a un sacramento. Lyotard ha-
ce algo más que la misma cultura católica: con-
vierte al texto del santo en sacro, un sacrotexto
en el altar indiscutido del lenguaje. De las Con-
fesiones (Confessionum) a la Confesión (Confession),
se celebra el ritual de una lengua que, incluso
confusa, anhela decir más. Casi sobreescribir a
Agustín, pero mientras lo intenta borra, sobre-
borra, porque el diálogo con el Dios se achica en
el discurso de este fin de milenio. Lyotard -atra-
vesando a Agustín y atravesado por su texto-
piensa al señor de aquél con minúscula. Es otro
dios. El único dios verdadero (o, mejor, el más
sostenido) de Lyotard es el lenguaje.
Agustín -maestro de retórica- busca en
su Dios cristiano lo inefable, si habla de él es
por precaverse del efecto de una negación. Pa-
radoja de quien jamás lo traicionaría pero que
en los límites de un lenguaje no dado intuye su
pérdida. Por no callarlo (como asegura en Acer-
ca de la Trinidad) hablo de él; lo hablo, le hablo
-parece escribir el "Doctor de la Gracia".

10
Lyotard lee esa habla y arrastra las letras,
como imantado en el goce del santo.
La historia -a través de la crítica literaria
o la patrística, la retórica o la filosofla, la filo-
logía o la teología- se ha detenido insistente-
mente en Aurelio Agustín, punto de cruce en-
tre la literatura y la religión, que aspira menos
a ganar un lugar en la literatura (a diferencia de
Teresa de Ávila, Juan de la Cruz o Sor Juana
Inés) que a dar testimonio y ejemplo. Sin em-
bargo, quien escribe no es sencillamente un
converso, conquistado para Cristo, es además
un estudioso de las formas de la expresión. El
suyo no es un verbo divino, en el sentido de
un verbo místico, sino un verbo domesticado,
en el esfuerzo de un aprendizaje previo a la es-
cuela de la religión de su madre. De todos los
ornatos adquiridos por Agustín en la experien-
cia mundana es el del dominio del discurso el
que mejor sobrevive, el más digno para servir a
su nueva causa. Por ese, entre otros rasgos,
Lyotard se fascina.
Lyotard nos vuelve a narrar la historia de
Agustín, hay momentos en que hace de las

11
Confesiones un cuento. Su estilo insiste en lapa-
rataxis, yuxtapone y avanza, repite y avanza,
quiebra; Lyotard explica a propósito de la es-
critura de Agustín que "es en el ínfimo inters-
ticio de la resquebrajadura que el stylus toma
su forma, en la inestabilidad recíproca del
enigma y de la manifestación", y ello parece
constituir su propia arte poética.
La Confesión constituye, como explica
Dolores Lyotard, un libro póstumo, libro para
dejar de hablar, dejar que las palabras vayan a
morir en otra orilla, notando lo brillante, ano-
tando lo que al cabo se pierde. Con las Confe-
siones, Agustín estaba todavía abriendo su es-
critura, con La Confesión, ].-F. Lyotard está
cerrando la suya.
Agregamos al final una página suelta, una
que no entró en el cuaderno y que en la edi-
ción francesa se presentó desprendida, casi co-
mo una fe de errata. De todo lo callado, todo
lo que se cayó (ideas, frases, hojas) de Lyotard
hasta la confección de este libro, de entre las
virutas de papel surge solitario su paseo en tor-
no al converso, a lo converso, que deja al des-

12
cubierto una búsqueda y un método. Más una
forma de leer que una forma de escribir. Fina-
les provisorios para un acercamiento que tiene
en lo interrupto su razón de ser y su promesa.

MARÍA GABRIELA MIZRAJE


Buenos Aires, septiembre de 1999

13
Advertencia de la edición francesa
(París, Galilée, 19 98)

Libro póstumo, pero además libro frag-


mentado.
Jean-Fran\'.ois Lyotard no pudo concluir
su Confesión de Agustín.
El ensayo que se leerá a continuación y
que aparece con el título que él había elegido
es apenas la mitad del volumen proyectado.
Sólo la lectura de las notas acumuladas en el
curso de estos últimos años puede dar idea de
la obra que concebía. Sabiendo que es imposi-
ble dar cuenta de ella, la presente edición ma-
nifiesta, a pesar de todo, la preocupación por
seguir modestamente las huellas del proyecto
de conjunto. Al texto redactado se agregó a es-
te fin un Cuaderno que recoge los elementos
dispersos pero clasificados, ya que son de espe-
cies diferentes: Entregas reagrupa dos textos de

15
trabajo, especie de apoyos reflexivos, medita-
ciones que preceden o acompañan la redacción
del libro; Fragmentos reúne ciertos parágrafos,
reservados en el anteúltimo manuscrito, cuya
redacción JFL quería retomar y amplificar; Lá-
piz correspondería al croquis, la página de es-
bozos, la escapada soñadora que gustaba bos-
quejar JLF para flexibilizar su pluma, pero
también vale para el argumento que allí se
anuncia y que él esperaba desarrollar a conti-
nuación -el de la duplicidad del escrito confe-
sivo; Fac-símiles se entiende sin comentario.
En cuanto al ensayo mismo, reúne dos
textos redactados en el curso del año 1997. 2
El primero debe ser considerado la versión
definitiva y la parte inicial de La Confesión de
Agustín. El segundo, más antiguo, debía ser

2 El primer texto fue leído en París en octubre de 1997, en


ocasión de una conferencia organizada por el Colegio Inter-
nacional de Filosofla, bajo el título "La confesión de Agustín".
El segundo, pronunciado en Dunkerke en mayo de 1997, en
un coloquio organizado por la Universidad del Litoral y el Co-
legio Internacional de Filosofla, y publicado bajo el título La
peau du ciel (La piel del cielo), en el número 248 de La Revue des
Sciences Humaines titulado "La nuit" ("La noche").

16
reescrito según la suerte de clave tonal que
gobierna la primera parte, y retocado a fin de
que pudiese integrarse a lo que debía seguir.
Para JFL, "reescribir" significaba pasar de un
estado a otro casi extraño. Sin ninguna duda,
él hubiese soplado sobre las llamas llevando
hasta la incandescencia la coreografía de las
voces, aturdiendo aún más el fervor de su fra-
se ventrílocua. Qyería el modo de andar con-
fesivo, la cadera dislocada del autor. A falta
de esta "transformación" inacabada, Jean-
Franc;ois Lyotard emite el deseo de que el tex-
to, ya aparecido bajo el título La piel del cielo,
se lea en una versión al menos afín a la pri-
mera: sostenido en el flagelo de la inter-
pelación -en el "tú" pronominal-, fragmen-
tado por el parágrafo, y que toda cita fuera
casi incorporada. Se ha intentado responder
a su deseo evitando en la mayor medida po-
sible las modificaciones. Para esto, del prime-
ro al segundo texto no han sido borradas ni
las repeticiones ni la ruptura del tono. Dan
testimonio del libro fragmentado.

17
Se agradece a los amigos, Philippe Bonne-
fis, Michel Delorme, Frarn;ois Rouan, que han
ayudado y trabajado en esta edición.

DOLORES LYOTARD

18
Los cuerpos tienden por su peso hacia el lugar que
les es propio; pero un peso no tiende forzosamen-
te hacia abajo: tiende hacia el lugar que le es pro-
pio. E/fuego asciende, la piedra cae[. .. ] Mi pe-
so es mi amor; donde quiera que sea llevado, es e1
que me lleva. El don que proviene de ti nos infla-
ma y nos eleva: nosotros ardemos y vamos.
AGUSTÍN
La Confesión de Agustín
Blasón

Llamas, gritas, has triturado mi sordera.


Brillas, resplandeces, has desterrado mi cegue-
ra. Expandes tu fragancia, que me penetra, y
respiro contigo. Te degusté en mi boca y heme
aquí hambriento, sediento. Me tocaste la piel
y me encendí de ardor por tu paz. X, XXVII.

En medio de este libro x se lo oía quejar-


se, él se escuchaba gemir y recobraba su ge-
mido, se excusaba, se acusaba de estar retra-
sado, de retrasarse a ti. De ser el retraso en
persona, de no llegar nunca a la hora de tu
cita. Te acusaba un poco: me has dejado, ¿por
qué me abandonaste? Lamento de los retrasa-
dos: confiesan su distracción y suplican que
igualmente se los admita.
Tú, la belleza, tardé tanto en amarte, tú,
tan antigua y tan nueva, cuán tarde te amé. Pe-

23
ro también veo ahora que tú estabas adentro
cuando yo estaba afuera, buscándote afuera
entre las formas tan graciosas que has creado,
me precipitaba sobre ellas y me precipitaba so-
bre mi desgracia. Tú estabas conmigo y yo no
estaba contigo. Me alejaban y me apartaban de
ti esas mismas cosas que no existirían si no es-
Ibíd. tuvieran en ti.
Repleto de delicias mundanas, arrellana-
do en la indigencia de las satisfacciones, el yo
flotaba calmo y saciado, como un esquife in-
móvil en la agitación nula. Entonces -pero
¿cuándo?- tú anclas en él y te abres acceso por
sus cinco estuarios. Aspiras hacia ti, viento de
gran frescura, tifón, los labios cerrados del mar
en calma, los abres y los despliegas en rom-
piente.
Del mismo modo, el amante excita las
cinco bocas de la mujer y hace crecer sus voca-
les, las de la oreja, las del ojo, las ventanas de
la nariz y la lengua hasta que la piel chirría.
Helo aquí consumido de tu fuego, impaciente
del retomo de la paz que tu quíntuple feroci-
dad le administra.

24
Tu ojo nos vigiló y horadó las trampas de
la carne -él se queja-, tu voz nos acarició, ga-
lopamos tras tu fragancia como galgos extra-
viados. Tú lo conduces, él se entrega a tu bea- XIII, xv.
titud, tú lo has tomado por mujer, lo has
partido, abierto e invertido. Convertiste su in-
timidad en su afuera introduciendo allí tu pro-
pio afuera. Y de esta exterioridad tuya ya injer-
tada en él, haces tu santo de los santos,
penetrale meum, confiesa, tu santuario en mí.
Carne cinco veces forzada, violada en sus
cinco sentidos, no grita, salmodia, rima y rit-
ma los asaltos en un recitado, Sprechgesang. 3 Al
decir de Agustín, Atanasio, obispo de Ale-
jandría, inventó una manera de leer los Salmos
en modulaciones de voz respetuosas, quizá se-
gún la misma cantinela con cuyos acentos se
mecía la comunidad de los hebreos.

3 La palabra alemana Sprechgesang expresa con mayor


precisión técnica lo mismo que Lyotard acaba de explicar: un
recitado que es, etimológicamente, un canto hablado (la pala-
bra se compone de Sprach o sprechen -hablar- y Gesang -can-
to-). (N. de T.)

25
Hombre interior

¿Pero el poema de las cinco sevicias es un


salmo? ¿O el blasón de un cuerpo extasiado?
La carne sosiega el espanto, pone en sordina la
visita triunfal que la convierte en su verdad.
¿Tiene alguna noción, la carne, de este cambio,
noción de que este cambio revela su verdadero
ser? La carne no tiene los medios para pensar,
sólo experimenta. Experimenta mezcladas la
agonía y la alegría. El misterio cristiano más es-
candaloso y más dulce, lo infinito hecho carne,
pan y vino, se realiza sin concepto 4 -incluso la
carne- en una convulsión. Este espasmo es el
único testimonio de la gracia. Ningún valor
probatorio delante del tribunal de las ideas que
se recusa: la confesión no le compete.
Su estrofa ubica el tema de tu visita en
lo perfecto de lo realizado. ffue la primera,

4 "Sans concept" en el original; la cercanía de la palabra


"chair" (carne) así como todo el contexto aproximan el "con-
cepto" a la acepción múltiple de "concepción", aunque no lo
sustituyen. (N. de T.)

26
la única? ¿ya pasó? El tiempo latino, rupisti,
tú trituraste, tú trituras,fugasti, tú desterraste, tú
expulsas, puede tener valor de presente. Un X, xxv11.

eco precursor, al comienzo del libro X, ha


precedido el acontecimiento. La stretta en una
pieza contrapuntística puede de este modo
imitar el tema antes de que sea expuesto
completamente alterando el orden de las con-
secuencias.
Acá el anuncio detalla antes el después de
tu quíntuple asalto, punto por punto y en per-
fecta congruencia con él. Colapso de lo poste-
rior y lo anterior, rasgo común con las afeccio-
nes violentas. El santuario establecido por ti
en su intimidad no resulta de tu visita, el goce
que procura, que él es, no tiene historia. Helo
aquí:
Cuando amo a mi dios, amo una cierta
luz, una voz, una fragancia, un manjar, un
cierto abrazo -abrazo, sabor, fragancia, voz y
luz que son del hombre interior que hay en
mí, interioris hominis mei: allí lo que me es-
clarece el alma no ocupa ningún espacio,
resuena una vibración que no tiene necesidad

27
de ningún tiempo, se exhala una fragancia que
ningún soplo esparce y se saborea un manjar
que no agota la gula, el abrazo no se distiende
a causa de la saciedad. Lo que amo cuando
X, v1. amo a mi dios es aquello, hoc est.
i Esta alma, esta alma-carne está bien
prendada, tomada desde lo interior, impresa,s
libre de su compostura aistética, 6 ya no más es-
pacio, no más tiempo, no más límite a las sen-
sibilidades y las sensualidades! El asalto que se
abatió sobre ella no cesa de atravesarla. La vi-
sita es de encuentro y no lo es. Como el tran-
ce no concluye, no ha comenzado. El alma

5 Lyotard trabaja con la homofonía entre el alma éprise


(prendada, tomada desde afuera) y prise de l'intérieur que lo
conduce a imprise, en verdad un neologismo por impresa que,
en francés, sería imprimée. (N. de T.)
6 Lyotard escribe "aisthétique", remitiendo al griego: el
adjetivo "aisthetikós" ("aisthetiké" en su forma femenina,
alm'h¡nKóc;,rf,óv) significa que posee la facultad de sentir o
comprender tanto como que puede ser percibido por los sen-
tidos; así, ambas formas -activa y pasiva- están presentes en
esta palabra sobre todo platónica, que abre el camino de la
"estética". No es un detalle menor que Lyotard haya optado
por la palabra filosóficamente etimológica en lugar de utilizar
"esthétique". (N. de T.)

28
-puesta fuera de sí misma, intrínsecamente-
¿qué podría localizar, fijar o haber memoriza-
do de un avatar que aniquila las condiciones
naturales de la percepción y no puede, en con-
secuencia, ser percibido a título de aconteci-
miento? ¿Cómo sabría el alma si la síncopa ha
tenido lugar una vez o si se repite, cuando la
síncopa la priva del poder de reunir la diversi-
dad de los instantes en una sola duración?
¿Dónde situar una visita absoluta, cómo po-
nerla en relación, en una biografía? ¿contarla?
Cuando es visitada, o-cupada, en el senti-
do latino del ob, 7 embargada y trastornada por
lo que se abate sobre ella, el alma-carne pasa al
estado fantasmal. Apela al cuento de hadas o a
la fábula más que a cualquier discurso. El sti-
lus8 de Agustín, para concordar con la vibrante

7 Lyotard quiere remarcar la etimología de "oc-cupée",


heredera del verbo latino "occupo". "Occupare" se forma por
adición de "ob" y "capio" (tomar, obtener, elegir, ganar), la pre-
posición "oh" significa delante, de este modo ocupar es tomar
desde la delantera, apoderarse. (N. de T.)
8 Lyotard utiliza la palabra latina clásica "stilus", que sig-
nifica estilo, en más de un momento y la alterna con "stylus"
-también registrada en latín, aunque fuera de la normativa y

29
inconsistencia, se pliega a los timbres de voz, a
las asonancias y disonancias, a los ritmos del
poema. Producto del más lejano Cercano
Oriente, llegado de allí hasta nosotros, hasta
Rimbaud por el canto cortés, la antigua figura
del blasón erótico se ofrece a las palabras para
que confiesen la copulación santa.

Testigo

No el recuerdo entonces sino el llamado


hombre interior, que no es hombre ni interior,
mujer y hombre, una exterioridad interior, tal
es el único testigo de la presencia del Otro, del
otro de la presencia. Un singular testigo, el
poema. El hombre interior no atestigua acerca
de un hecho, un acontecimiento violento que

con menos éxito-, acercándose de este modo más a la forma


francesa (style), indistintamente. Mantenemos su alternancia
en esta traducción. (N. de T.)

30
habría visto o escuchado, saboreado o tocado.
Él no da testimonio, es el testimonio. Es la vi-
sión, el olfato, la escucha, el gusto, el contacto
violado y metamorfoseado. Una herida, una
equimosis, una cicatriz, pueden atestiguar un
golpe recibido, son el efecto mecánico de él.
Signos tanto más confiables ya que no proce-
den de ninguna intención ni de ningún cifra-
do arbitrario, valen por el acontecimiento por-
que permanecen después de él. Los Tratados
de Agustín abundan en estos análisis del valor
semiótico: el objeto presente evoca al ausente
en su lugar.
El hombre interior no evoca una ausen-
cia. Él no está allí por el otro, él es el Otro del
allí, que está allí, allí donde la luz tiene lugar
sin lugar, donde el sonido resuena sin tiempo,
etc. Explosivo e implosivo, él es el plosum, la
plosión que anula los a priori de la inscripción
y parte del testimonio posible. Testigo, en la
medida en que no es un testigo y que no pue-
de haber testigo de ese impacto que, repitá-
moslo, anula los tiempos, las superficies del ar-
chivo. Las tablas de la memoria se pulverizan,

31
el impacto no ha ocurrido. El hombre interior
testifica ab intestat .9
Oxímoron actual, al mismo tiempo erec-
ción de serenidad y abismo tumultuoso, lo
que parecía la vida, muere y de esta muerte la
verdadera vida resplandece: coruscasti, tú bri-
llaste, tú brillas. Esta reversión clásica del di-
x, xxv11. funto y del vivo teje su motivo con punto cruz
a lo largo de las Confesiones, como en la escri-
tura de la revelación, en los Salmos, el Éxodo,
el Génesis, en Juan y en Pablo.
Dudaba, confiesa Agustín en el Libro VIII,
en el momento en que el apenas audible ritor-
nello To/le, lege; tolle, lege, toma y lee, entonado
por una voz infantil desde la casa vecina, va a
decidir por él lo que quiere, yo dudaba todavía
VIII, x1. en morir en la muerte y vivir en la vida.
Dudaba ante el abismo de la elación.

9 "Ab intestat", sin testamento -como explica el Digesto


(Digesta justiniani)-, es decir, aquí, sin testimonio, de ahí el
oxímoron. La expresión del Derecho romano es, en rigor,
"ab intestato"; "ab intestat" -en cursiva en el texto de Lyo-
tard- es una versión francesa de la misma ("intestat" significa

32
Corte

Conversión, reversión, inversión, perver-


sión, como se prefiera, es una transformación
de la carne, el cuerpo repentinamente mudado
en alma-carne.
Cuando yo interrogaba a las apariencias
del mundo, ellas respondían: no somos dios,
él nos ha hecho. Pero esto, yo, el hombre in-
terior, el alma, lo captaba per sensus corporis
mei, a través de los sentidos corporales y por X, vr.
intermedio del hombre exterior. El alma pue-
de encarnarse, la carne encontrar su alma y tu
presencia residir en el hombre interior dado
que este cuerpo está agujereado y penetrado
por el otro sentido. Yo te buscaba con mi
cuerpo de bestia que se afanaba, laborans, aes-
tuans, 10 y echaba espuma por la boca en el
hambre de la verdad. Le arrojaba a la bestia
intestado). Lyotard se desplaza entre el testimonio y el testa-
mento (no habría que olvidar, por otra parte, el valor en tanto
colección de libros religiosos, que desencadena la palabra Testa-
mento). (N. de T.)
10 "Laborans aestuans", en latín, significa esforzado, agitado

con violencia (de laboro: trabajar y de aestuo: arder). (N. de T.)

33
montones de bocaditos para atenuar su ham-
bre: frivolidades, herejías, los enredos del tea-
tro pagano, las mascaradas de las sectas ma-
niqueas. Y rodaba con ella hasta los bajos
fondos de la credulidad. Y, sin embargo, tú
estabas más dentro de mí que mi propia
intimidad, interior intimo meo, más por enci-
ma de mí que mi punto más alto, superior
III, vi. summo meo.
El encuentro trastueca el alimento na-
tural del cuerpo, excede su eje por sus dos
puntos extremos: el origen y la cima. Pero es
poco todavía. En verdad, el golpe es un corte
en el sentido de la teoría de los espacios n-di-
mensionales. Un espacio-tiempo con n
dimensiones envuelve el volumen natural-
mente tridimensional del cuerpo: lo que ha-
cía corte en éste, por ejemplo un plano, que
en efecto separa dos regiones de este espacio,
pierde esta propiedad cuando es introducido
en un espacio de cuatro dimensiones. Su fun-
ción deviene la de una línea en nuestro espa-
cio o de un punto en un plano, los cuales no
cortan nada.

34
Para concebir la lógica de estas mutacio-
nes de espacio, Agustín no tiene el recurso de
la geometría de Dedekind y Poincaré. A falta
de ella, buscando representarse cómo tú, se-
ñor, estás presente en tu creación, tiene la ima-
gen siguiente: la totalidad de los cuerpos, com-
prendidos los lugares ocupados por los puros
espíritus como si fueran cuerpos, forma una
sola masa muy grande, tan grande como me
plazca imaginar, dado que ignoro su extensión
real, una masa por supuesto limitada por todos
sus lados, ya que tú, señor, que la rodeas y la
penetras por todas partes, ex omni parte ambien-
tem et penetrantem eam, eres infinito en cual-
quier aspecto en que se busque asirte.
Es -agrega- como si un mar, un único
mar se extendiese por todas partes hacia la in-
finita inmensidad, y como si este mar contu-
viese dentro una esponja muy grande pero fi-
nita y esta esponja estuviera, de parte a parte,
saturada por el mar sin límite. VII, v.
Tal sería la carne visitada, compenetrada
por tu espacio-tiempo, confundida y confusa
por el impacto, pero impregnada de infinito,

35
impregnada y pregnante de tu licor sobreabun-
dan te: las aguas del cielo, dice. El cuerpo es-
ponjoso en el otro espacio supera sus sensoria.
Hace desaparecer la ceguera que alcanza a la vi-
sión del otro lado del campo visual, la sordera
que mantiene a raya la escucha, la anorexia que
amenaza el gusto, la anosmia que amenaza el
olfato, y la anestesia que atenta contra el tacto.
Si el hombre -más correctamente, el humano-
así agraciado, es declarado interior, es sólo por-
que el secreto de semejante éxtasis permanece
guardado, faltan las palabras para expresarlo.
La gracia no se deja manifestar fácilmente.
El confesante busca palabras y, contra lo
que podría esperarse, las que se le ocurren se
afanan sobre todo en hacer trabajar la fisiolo-
gía para estimular las potencias sensoriales y,
en consecuencia, sensuales del cuerpo, hasta el
infinito. La inhibición que lo afecta natural-
mente queda anulada y metamorfoseada en
prodigalidad. A fin de librar al alma de la mi-
seria y de la muerte, la gracia no pide un cuer-
po humillado en las maceraciones, sino que
aumenta las facultades de la carne más allá de

36
sus límites y sin fin. Destrabada la capacidad
de sentir y de gozar y llevada a una potencia
desconocida: tal es la santa alegría.
Raramente la gracia toma un giro menos
dialéctico, menos negativista 11 y represivo. En
Agustín, la carne agraciada realiza su deseo en
la inocencia.

Resistencia

¿se puede pensar que con el hombre in-


terior y la vida como garantía de la verdadera

11 "Négativiste" en el original. Se trata de uno de los neolo-

gismos que utiliza Lyotard. En lugar de "négatif", negativo (de-


rivado de "négation") acuña este derivado de "négativité": "né-
gativiste", agregando un matiz del cual el adjetivo "negativo" ca-
rece. El matiz que distingue a "négativiste" de "négatif" sostiene
la misma diferencia que media entre la palabra negatividad ("ne-
gativité") y la palabra negación ("négation"). Esto vale tanto pa-
ra el francés como para el español, siendo, en síntesis, la historia
de la formación de estos vocablos, sucesivamente, la siguiente:
negación, negativo, negatividad, negativista. (N. de T.)

37
vida, la felicidad está establecida y todo está
cumplido? ¿El pecador -sus armas y bagajes-
está a salvo del otro lado del firmamento? ¿se
colmó el espantoso retraso que hace correr en
vano a la criatura detrás de su verdad? ¿se abo-
lió el tiempo maldito en que el encuentro con
lo absoluto es postergado sin cesar?
No, de ningún modo. El pagano no ha de-
jado, ni a los 32 años ni más tarde, de gozar co-
mo antes del sol y de las nieves sobre los Aures,
no ha abandonado los juegos que compartía
con los compañeros de Tagaste ni las proezas
retóricas en Hipona y Cartago ni las borrache-
ras, ni ha abandonado tan rápido el seducir a
las lindas muchachas y montarse a su amante.
Porque el apetito es resistente en el cuerpo
nervioso del Africano, guijarro pulido por el
viento y barnizado por el sol, ejercitado en
las carreras, el baile y las habilidades del le-
cho. Incansable su concupiscencia de retóri-
co, ya sea por el argumento o por la persua-
sión, se mantiene vivaz en Roma y en Milán,
y también en Cassiciacum, donde se retira de
la abogacía después de la llamada conver-

38
sión. 12 Seguro de sus medios y despreocupado
de sus fines, el músculo se resiste a ser toma-
do por el Otro, la garganta rehúsa dar paso a
un verbo que no es el suyo.
iQyé escándalo la otra carne, la otra voz,
parasitando su carne y su voz, qué aversión, la
conversión! Su sangre y su palabra educadas
en la dominación y la sensualidad no se plie-
gan sin protesta a un régimen en el cual el rex
no es él, ni la regla está en su mano. El curso
de la vida real, la biografía, resiste con firmeza
al acontecimiento improbable de tu venida.
Al fin del libro de horas a lo largo del
cual, página tras página, expresa hasta quedar-
se sin aliento, su voluntad de ponerse en ma-
nos del Otro y que su voluntad sea hecha, las
últimas palabras de las Confesiones lo repiten
suficientemente y lo machacan hasta la prome-

12 Cassiciacum, en las afueras de Milán, es el lugar donde

desarrolla los Diálogos más filosóficos. Véase de Pierre de La-


briolle (ya en 1926, en la colección Budé, Labriolle había esta-
do a cargo de las Confesiones) su introducción a Saint Augus-
tin, Confessions (París, Les Belles Lettres, 1950) -edición que,
sin duda, Lyotard tuvo frente a sí. (N. de T.)

39
sa, sin embargo, no por ello exhala menos la
amargura de lo incumplido:
Tú, el bien, que no necesitas de ningún
otro bien, tú estás siempre en paz puesto que tú
mismo eres la. paz. ¿Q!iién, entre los hombres,
podrá hacérselo comprender a otro hombre?
¿Q!ié ángel a otro ángel? ¿Q!ié ángel a un hom-
bre? No, sólo a ti se te puede pedir eso y en ti
buscarlo, golpeando a tu puerta. Así se nos da-
xm. rá, así se nos encontrará, así se nos abrirá.
XXXVIII. Tú abrirás tu puerta por la que habrán de
pasar, entrarán -seguro, está prometido- al
menos aquellos que sean elegidos. Pero esto se-
rá mañana, en el futuro y sólo cuando se esté
muerto y el tiempo se haya acabado.
En el punto de dejar el stilus después de
trece libros de contrición y de celebración de
la gracia, el penitente vuelve a encontrarse en
el umbral de tu puerta todavía devorado por la
maligna oscuridad del mundo y desgarrado
por el antes y el después de las envidias, las pe-
nas y los placeres.
Porque el joven maestro, el brillante se-
ductor ya ha envejecido, envejecido en <levo-

40
ción, velando sobre la semilla del mal que cre-
ce en todas partes, pero se diría que enquista-
do en los repliegues del alma santa del obispo,
más interior que el hombre interior, lo sexual
-porque de ello se trata- se muestra de una tal
resistencia que a su lado el cambio chico de
los éxtasis de encuentro, la parsimonia de las
citas clandestinas con el Otro no cuentan pa-
ra nada.
Tú no habrás conseguido que el extravia-
do dé con tu paso, el paso que no pasa. La va-
na historia prosigue, el mundo de la muerte no
está muerto. El otro tiempo, sin tiempo, el
otro campo sin horizonte, que son los tuyos,
no se miden con el gn.ómon, n al compás de las
criaturas. Como tus años no pasan ni acaban,
no son más que el día de hoy. Tú siempre eres
tú, el mismo tú. Y todos los mañanas y los días
que les siguen y todos los ayeres y los días que
les anteceden, tú los harás y los has hecho hoy. I, VI.

13 Se trata de una trasliteración de la palabra griega yvcóµwv,


que significa conocedor, discernidor, juzgador, pero también re-
loj de sol: acá el juego de Lyotard. (N. de T.)

41
Distentiot4

El asalto de tu eternidad se signa apenas


de una síncopa, de una nada, en suma, en el
calendario de los días. Un ala ínfima venida de
algún otro lugar lo roza con tu presencia pero
no lo sustrae a las preocupaciones de su vida
muerta. Tu visitación es casi indiscernible en
relación con el lento traqueteo del hábito y de
las disipaciones del deseo.
La euforia de un mendigo ebrio encon-
trado en la calle, Ambrosio, su puerta abierta
mientras leía en silencio, la fresca voz llegada
desde la casa vecina hasta la higuera del jar-
dín milanés donde Agustín llora postrado,
todo esto configura una signaléctica bien dis-
creta, para no decir maliciosa, de lo absoluto.
En estos signos hilvanados en el tejido de las

14El título de esta parte es el primero de cuatro que apa-


recen en latín en el original. Distentio significa tensión, y de ahí
convulsión, también hinchazón, figuradamente ocupación.
Lyotard llega a utilizarla en la acepción de distensión, según se
entiende en español esta palabra. (N. de T.)

42
cosas de la vida, él discierne raramente, y ja-
más en el acto, su valor de llamada, lisa y lla-
namente envuelta en la evidencia fácil de la
realidad.
Será sólo después, cuando el malestar lo
invada, que la inquietud de estar extraviado so-
bre el sentido de su vida, lo empujará a escru-
tar el pasado para arrancar a su mutismo par-
lanchín lo que quizás ese pasado quiso decir, o
quiere decir ahora; sólo entonces, a fuerza de
memoria, o más exactamente de anamnesis, re-
compondrá la semiótica larvada que jalonó su
historia.
Pero habrá estado enceguecido, precipita-
do sin saberlo sobre vías que ignora, y hasta el
fin.
Extraño desconocimiento, distracción,
desviación, se diría que más esenciales y más
arcaicas que tu verdad. Porque el tiempo mis-
mo, el tiempo de las criaturas, el tiempo que él
dice haber creado, es el hijo de esta permanen-
te ausencia de sí. Tener una ausencia, digamos,
por un agujero de la memoria, pero que se de-
triplica en las instancias temporales, es el olvi-

43
do inherente a la existencia.is Pasado, presente
y futuro, en tanto modos de presencia donde
se proyecta la falta de presencia.
El retraso que desespera al confesante no
es debido a un desfallecimiento en su cronolo-
gía, chronos repentino y absoluto retraso. Inclu-
so la visita turbadora del Otro, incluso la encar-
nación de la gracia, si adviene verdaderamente
alguna vez, por el hecho de que subvierta el es-
pacio-tiempo de la criatura no se deduce que la
sustraiga al curso precipitado y cambiante de
los lamentos, de los remordimientos, de las es-
peranzas, de las responsabilidades, es decir, a la
ordinaria preocupación de la vida.
Es incluso peor. Al gozar de tu presencia
en tal éxtasis brusco, él se experimenta más di-
sociado de sí mismo, escindido, alienado, más
incierto que de costumbre acerca de quién es.
Escucha, baja tu mirada y ve, Señor, mi dios,
ten piedad de mí y cúrame. Bajo tus ojos me

l5 "Détriple" en el original; mediante el prefijo "de" se re-


fuerza el juego entre lo vacío y lo lleno de la simultánea multi-
plicación a la que Lyotard está haciendo referencia. (N. de T.)

44
he vuelto una interrogación para mí mismo,
mihi quaestio factus sum et ipse est languor meus, y
esto mismo es toda mi postración. X, xxxm.
Lagaros, lánguido, habla en griego de un
humor de molicie, la disposición al: ¿y para
qué? Allí el gesto se relaja. Mi vida, hela aquí: XI, xx1x.
distentio, abandonarse, desperezarse. El tiempo
se apoltrona, es su naturaleza. Pero más toda-
vía con el hecho o la presencia fantasmal de la
visita del Otro. Generalmente, el yo se esfuer-
za, mal o bien, en reunir la dispersión de lo
que le ocurre bajo la unidad de una sola histo-
ria. Qyebrado, partido por el impacto de tu
encuentro, se angustia: ¿Dónde estoy? ¿qyién
soy? Y la postración adormece la pérdida con
un: pero, después de todo, ¿qué importa?

Lo sexual

La resistencia de lo sexual es su flaccidez.


Se alista, se escurre y no hace frente. Sus cóle-

45
ras son huidas. No se somete al tiempo, si he-
mos de creerle a Freud y, llegado el caso, lanza
conspicuos retoños que lo desorganizan. Pero
la confesión de Agustín se inspira también en
otro motivo que, agregado al rasgo precedente,
confiere al poder de lo sexual una inconsisten-
cia más temible: la de estructurar el curso en-
tero de la experiencia. Por atemporal que sea y
enemigo del orden cronológico, este poder im-
potente será también el agente, si se puede de-
cir, el portador del diferido recurrente en que
se suelda la triple instancia o exstancia tempo-
ral, el no todavía, el ya no más y el presente.
En el libro XI de las Confesiones, Husserl lee la
fenomenología de la conciencia interior del
tiempo. Agustín esboza por debajo una consti-
tución libidinal-ontológica de la temporalidad.
Lo sexual continuamente sorprende, to-
ma por detrás, trabaja de espaldas. Se puede
decir que él sabe que las resoluciones sinceras,
la probidad y la promesa cara a cara se diluyen.
La somnolencia es su cómplice, más fuerte aún
que la vigilancia. Las representaciones, imagi,-
nes, de las cosas lascivas, fijadas por el hábito,

46
si me asaltan cuando me despierto, no tienen
fuerza, pero cuando duermo, me conducen al
placer y aún más lejos hasta consentirlo y ex-
perimentarlo como si fuera real. Tan potente
es el señuelo inducido en el alma y en el cuer-
po por estas imágenes que, simulando en mi
ensueño, la escena que me seduce no logra ha-
cerse realidad cuando me despierto. Entonces
-se inquieta el confesante- ¿señor, mi dios, es
que adormecido no soy más yo? X, xxx.
El otro del yo, el sí mismo, vela, en efec-
to, cuando yo duermo. Pero tu mano que lo
puede todo, suplica, ¿no puede ella curar los
desfallecimientos, sanare languores, de mi alma,
lascivus motus mei soporis extinguire, eliminar las
emociones lascivas de mis sueños? Es que el Ibíd.
sueño no pertenece al yo, otro principio, otro
príncipe ejerce tranquilamente sobre la escena
del sueño los deleites lánguidos y lascivos.
Cuando el encargado por el amo de controlar
las pasiones y la castidad está de vacaciones,
¿qué puede el amo? ¿No le ha dejado la rienda
al prestidigitador?
Tal es la soberanía de los artificios que el

47
durmiente apenas puede distinguirlos de los
sueños que tú le envías. Mónica, la madre, era
muy feliz al poder -sin saber cómo, decía, y sin
poder ponerlo en palabras- discernir los sueños
donde tu presencia se revela de aquellos pro-
ductos de su propia cosecha. iFelices aquellos,
exclama, que inspirados por una motivación
VI, xm. inesperada, contraria a toda regla, no dudan
que eres tú quien la envía! Tus signos, Mónica
III, 1x. los descifra por igual dormida o despierta. La
regla de madera sobre la cual se ve, en un sue-
ño, parada con su hijo a su lado, la reconoce in-
mediatamente como la regla de la fe, a la que
Agustín, por entonces entregado al libertinaje,
III, x1. no va a dejar de someterse.
En cuanto a él, no es que no escuche tu
llamado, él no quiere escucharlo. Como alguien
que duerme y a quien se le grita con urgencia:
iLevántate! iHe aquí la verdadera alegría!, mien-
tras él se obstina en seguir degustando cómoda-
mente sus fantasías. Oreja abierta, miembros
sordos. Un poco más todavía. La languidez pos-
terior enerva lo inmediato.
Se le cuentan conversiones súbitas: la de

48
Victorino muy pagano jam me esse christianum,
ae habrías dicho que ya soy cristiano?; la de los VIII, 11.

dos jóvenes ambiciosos del entorno del empera-


dor: a la vista de una Vita de Antonio abierta en
una choza, ¿qué hacemos codiciando los favores
de Valentino?, se dicen, mientras que amigo de
dios, por poco que lo quisiese, yo lo sería al ins-
tante, si voluero, ecce nuncfio.1 6 Estos relatos edifi- VIII, v1.

cantes le llegaban claramente pero como entur-


biados por lo fantástico, lo que agravaba su
impaciencia, pero también su paciencia. Escu-
cha bien al Erguido, tú que duermes, como les
grita Pablo a los Efesios, pero él no se puede
levantar. No tenía duda de que más me valía
consagrarme a tu amor que abandonarme a mi
concupiscencia, pero aunque tu amor me com-
placía y estaba prendado de él, en mi concupis-
cencia me complacía y estaba prendido de ella.17

l6 En el relato de Ponticiano contado por San Agustín, cu-


yas palabras finales son las que aquí cita Lyotard, precisamen-
te se está diciendo: "si he de quererlo, ahora mismo me trans-
formo" (en amigo de Dios). (N. de T.)
17 Se trata de un juego de palabras entre "épris" y "pris",

respectivamente de los verbos "s' éprendre" (enamorarse, amar,


apasionarse) y "prendre" (tomar, agarrar). (N. de T.)

49
Dos atracciones, dos apetitos gemelos, de
fuerza casi igual, ¿qué es necesario para que
uno triunfe sobre el otro?, fon matiz, la voz de
un niño que canta una canción? ¿o_yién habla
aquí de trascendencia cuando la gracia divina
está puesta en el mismo rango de una carnada?
Qyizás el mal no es sustancial, como creían los
maniqueos, sólo es asunto de querer, asegura
el arrepentido, es decir, de desear. Pero el mal
es que se desee el bien como se desea el mal.

Consuetudo 1B

De pronto, heme aquí, sólo un instante.


VIII, v. Y después el instante no termina, lo inmedia-
to no tiene continuidad. Persiste la pereza de
poner en práctica los signos descifrados, una
fatiga de cambiar que él nombra consuetudo, la
quietud de sí cerca de sí. Energía del estanca-

18 Palabra latina que significa hábito, costumbre. (N. de T.)

50
miento, lex enim peccati est violentia consuetudi-
nis, puesto que la ley del pecado es la violencia
del hábito, una ley sin ley, derecho consuetu-
dinario del hecho, del ya hecho para siempre. Ibíd.
No es que la concupiscencia rezongue
por sufrir una disciplina demasiado severa, ni
que la práctica de la fe la amenace con una
castración espantosa, a la manera del integris-
mo de un Tertuliano. No, el gusto del placer
puede encontrar su felicidad en la caritas de
Cristo. Y el blasón ha hecho escuchar suficien-
temente de qué aturdidora exaltación sensual
-fantaseada o real, ¿dónde está la diferencia si
se tiene el hábito de dormir?-, de qué goce es
el acto la violación perpetrada por el Otro.
También este transporte es sufrido por sorpre-
sa, ninguna necesidad de erguirse, de afrontar
al Otro cara a cara, para experimentar el deli-
cioso suplicio.
Al ser en sí apoltronado en su consuetu-
do, todo le debe ocurrir de espaldas. Cuando
está a punto de consentir en incorporarse, los
viejos amigos de siempre, las alegres frivolida-
des, las vanidades adorables, tiran de él y lo re-

51
tienen: iCómo! ¿No volverás a vernos? ¿Desde
este mismo instante dejarás de hacer con noso-
tros lo que hacías, ni esto ni aquello, ni un po-
quitito? Esto y aquello, mi dios, lo sabes bien,
conjura él, son sus inmundicias, sus infamias y
las mías, sordes, dedecora. Coqueterías hipócri-
VIII, x1. tas a dorso mussitantes que ellas le susurran por
detrás. Como si, él finge creer, ellas quisieran
que fuese hacia ellas. Pero no es así, ellas y él
tienen el hábito de ser tomados por detrás, de
estar presentes sólo por sorpresa, incluso el há-
bito inmundo no tiene necesidad de un con-
trato, es contraído a tergo.19 Consuetudo violen-
tia, la costumbre de ser violado por la
costumbre, la molicie es tan violenta que es su-
ficiente que ella murmure: ¿crees verdadera-
/bid. mente que puedes prescindir de ellas -ellas, las

mujeres, los súcubos, la mundo inmunda? Es


suficiente un mimo para que él permanezca
acostado un poco más.

l9 La expresión latina "a tergo" significa: por la espalda.


Por otra parte, Lyotard está jugando con las palabras "contrat"
y "contracte". (N. de T.)

52
La concupiscencia espera que sea dema-
siado tarde, que la tentación se atrase, así el
placer se convertirá en catástrofe, no habrá na-
da que pueda parar el desastre. Este futuro an-
terior a lo negativo indexa el porvenir sobre
una impotencia siempre ya cumplida. Y el sí
mismo anida cómodamente su fatiga en este
tiempo de repetición inerte. Y abandonándo-
se, como escribe Agustín, elude la crueldad de
un verdadero comienzo, el adiós, el espanto.
De escrutar la aventura de un futuro des-
conocido, de examinarlo por sí y para sí, el sí
mismo es incapaz. Sedentario. Haría falta al
menos retorcerlo, hacerle mostrar su trasero,
desnudo, abyecto, exhibirlo a la mirada horro-
rizada de la rectitud. Mientras escuchaba el re-
lato de Ponticiano a propósito de la conversión
de los cortesanos ambiciosos, Agustín experi-
menta, según dice, esta tortura inversa, el supli-
cio de volver al camino recto. Incorporándose
desde donde dormita, es arrojado en un instan-
te y bajo sus propios ojos, túrpido, rengo, sór-
dido, mugriento, cubierto de úlceras, transfor-
mado en una carroña que hace huir de espanto.

53
El puño del señor le mantiene firme la nariz so-
bre la inmundicia, todavía un poco más, para
que se le vuelva odiosa y así se decida a huir de
sí mismo, y largue las amarras partiendo hacia ti.
En vano, una vez más, por torturador que
haya sido, el efecto rector que debía engendrar
el ejemplo de lo verdadero se borra enseguida,
se amortigua y se absorbe en la elasticidad del
regresar a lo mismo. No es que ignorara mi in-
famia, yo simulaba ignorarla, inhibía su recuer-
VIII, v11. do y la olvidaba.

Olvido

El olvido es la gran cuestión de las Confe-


siones si es que confesar significa no callar na-
da, sacar a la luz lo que permanecía agazapado
en la noche de la vida, hacer ofrenda de eso y
retornarlo a ti, el donador. Al principio del
quinto libro: Recibe en sacrificio mis confesio-
nes, de manu linguae meae, recíbelos de mi esti-
lo de lengua, tal como tú la formaste y suscitas-

54
te para que ella confiese en tu nombre. En v, r.
auténtico sacrificio, la confesión funciona co-
mo contra-don a aquel que donó primero y si-
gue haciéndolo por siempre. Con respecto a es-
to, la reciprocidad de roles parece tan estrecha
que el escritor deja indecisa la cuestión de si es
él, el sacrificante, el autor de la ofrenda, o si
eres tú. Si tu verbo o su lengua habrán escrito
estas memorias. Él no lo sabrá, tú te callas.
Dado que confesar es manifestar en len-
guaje y al lenguaje lo que escapa a éste, el ob-
jeto a sacrificar, el más preciado que se tenga,
es lógicamente, en este punto, el silencio. Ha-
cer confesión explícita de lo que nada ha dicho
y no dice nada, dar lo que no se ha sido, lo que
no se es, en eso consiste el trabajo exorbitante
al que se compromete Agustín: una perlabora-
ción, diríamos hoy.
La infancia es lo primero que es ofrecido
en el altar del sacrificio, ella, que no teniendo
el uso de los signos de lenguaje, infantia, 20 no

20 De este modo, Lyotard alude a la etimología de la pala-

bra: "infantia" o incapacidad de hablar. (N. de T.)

55
ha dejado huellas con las cuales yo pueda res-
ponder delante de ti. ¿Qyé es ella para mí en
este presente en el que no puedo encontrar
I, vn. ningún vestigio? Comienzos absolutamente ig-
norados, concepción, vida uterina, nacimiento,
lactancia, las rabietas en la cuna, las gesticula-
ciones insensatas, los celos hacia el hermano de
leche -que mama-, esta edad de mi vida yo no
la he vivido, sólo me la han relatado.
¿Es eso un pecado? Es el pecado del tiem-
po, el retraso. El encuentro con el acto está
perdido en el origen. El acontecimiento advie-
ne antes que la escritura testimonie, y ella de-
clara entonces que es pasado. La confesión rei-
tera esta condición de la infancia medida con
la vara de la presencia plena: yo habré sido
siempre pequeño respecto de tu grandeza. En
cuanto a ti, tú no has tenido infancia, no pa-
deciste el desencuentro del demasiado tempra-
no y el demasiado tarde. Así se forma, infantil,
la imago de lo erigido perfecto, acto puro, ver-
bo absuelto de antecedentes y consecuentes.
El pequeño honra al mayor con todos peque-
VII, xv11; ños nombres, hoc, id, id ipsum, esto, aquello,

56
eso mismo: el "esto" es el deíctico sin objeto IX, x;
que en la ontología vale por el nombre para X, VI;
aquello que no lo tiene, epónimo anónimo. XII, VIL
El pequeño intenta aprender y hacer saber
lo que ignora, confiando con Mateo en que te
has revelado a los niños y sustraído a los sa-
bios. La confesión, pues, se escribe póstuma en VII, 1x.
busca de lo ántumo21 en la distentio. Y esta rei-
teración está en lo vivo de la escritura confesi-
va.22 El retraso que intenta colmar y remontar
corriendo detrás de ti, corriendo después del
acto, no lo puede recuperar. El tiempo que to-
ma en escribirse para proclamar el instante de
tu actualidad, el tiempo pasado en rehacer el
retraso, en pedir perdón por los malos tiempos,
la mano levantada del secuestro pagano, el per-
dón de la herejía, la absolución de los exce-

21 Ántumo es un neologismo posiblemente formado sobre

el modelo de póstumo (post y humus): aquello que está des-


pués que el cuerpo ha sido enterrado; el ántumo (ante humus)
sería algo que precede a la aparición del cuerpo material. Post-
hume y anthume en el original. (N. de T.)
22 Lyotard utiliza siempre en este ensayo la palabra "con-
fessive" (y no "confessionel"), de ahí que Dolores Lyotard ha-
ga lo mismo en su prefacio. (N. de T.)

57
sos ... , de ese tiempo perdido para ganarle tiem-
po al tiempo, la confesión agrava su retraso.
¿Es inocente el confesante? ¿No se com-
place en diferir, en desperdiciar, en distraer la
urgencia en niñerías? Todo el lujo de estilo que
despliega en súplicas y celebraciones, las figu-
ras de retórico dispensadas en abundancia ba-
jo el pretexto de persuadir a un juez que no tie-
ne ninguna necesidad puesto que él lo sabe
todo, y las flores de poesía recogidas de aquí y
de allá, los argumentos falsamente sabios que
apuntan a acreditar una metafísica que no es
de hecho más que una alegoría azarosa y, por
añadidura, laxa en la interpretación -tenemos
derecho a suponer que una lengua tan orna-
mentada y patética sucumbe a un exceso de
tiempo, a su alargamiento, a la postración que
vino a capturar hasta la misma confesión del
pecado de disipación.
Desde atrás de su espalda, como de cos-
tumbre, los viejos jóvenes compañeros de pe-
cado, dispensadores de esto y aquello, inspiran
a su denunciante la vanidad suprema: ser el
gran escritor. Despreciando la vana gloria -es-

58
cribe sin pudor- se puede hacer gloria todavía
más vanamente. iCuántos recursos, en efecto,
para hacer valer que no vale nada! Debía es- x,xxxvm.
cribir para salvarse del olvido, y se olvida escri-
biendo ...

Temporizar

Pero, se dirá, foo es, sin embargo, la me-


moria, su arma principal contra el olvido? In-
cluso se puede recordar haber olvidado, anota. X, xv1.
Antes de examinar las concupiscencias, él se
dedica en el Libro x a explorar las vastas praeto-
ria de la memoria, sus palacios, su tesoro. Re-
dacta el inventario sistemático de los recuerdos
almacenados por categorías: las imágenes de las
sensaciones corporales, catalogadas por senti-
do, fácilmente disponibles; depositados en un
lugar más apartado pero reactivables por el es-
tudio, los elementos del pensamiento, sus úti-
les, los problemas, las nociones; finalmente, af

59
fectiones, los afectos que la memoria retiene pe-
ro como un vientre retiene los alimentos, des-
provistos de sabor. El recuerdo de una alegría
no es alegre, la emoción es actual, sólo se retie-
ne la ocurrencia insípida. Al menos esto no se
pierde, aunque se pierda la calidad afectiva.
¿Balance de inventario: que la memoria
es sólida, confiable, que es en verdad el espíri-
tu mismo, todo animus? No, en absoluto. Él
comenta: iqué energía tiene la memoria, qué
energía es! Excede mis fuerzas, mi yo, es una
tierra de obstáculos y de yugo y sudor, un no-
sé-qué de horroroso, es un plegar y desplegar
infinito y oculto, una especie de vida cambian-
te, multiforme, furiosamente desmesurada, im-
Ibíd. mensa vehementer. La recorro en todos los senti-
dos, revoloteo aquí y allá, la sondeo en lo más
profundo, y finis nusquam, no acaba en ningu-
na parte. Q!ié energía la memoria, qué energía
de vida, concluye este hombre que vive de vi-
x, xv11. da mortal, in homine vivente mortaliter.
Las últimas palabras lo dicen, el balance
es desastroso. El yo puede muy bien intentar
darse ánimo, tranquilizarse puliendo la taxino-

60
mia límpida de los recuerdos; los contenidos
de la memoria, todo lo que puede ocurrirle al
sí mismo en el curso de la vida, trepida con
una dinámica caótica que condensa, desplaza,
hace oscilar una sobre otra las imágenes, desfi-
gurándolas sin fin. Detrás de la guardiana del
tiempo que se supone que vela sobre su orden
y protección, el trabajo de las pulsiones se obs-
tina en impedir la entrada de los aconteci-
mientos. La clara fenomenología de la tempo-
ralidad interior disimula una mecánica
extraña, la gramática de las maneras, cuya de-
cepción esencial conjuga la concupiscencia.
No es del espíritu mismo, como está es-
crito, ipsius animi, que el tiempo se confiesa la
distentio triple, sino en el espíritu, del deseo
que padece tres veces el duelo de su cosa. Él la
espera, expectat, ella se dispone y se propone
venir; si él busca atraparla, adtendit, a fuerza de
atención, ella se expone y se supone al presen-
te; si él quiere retenerla, meminit, se deposita y XI, xxvrn.
se reposa en pasado. Estas posiciones de obje-
to nunca quedan puestas, siempre indispues-
tas, lábiles, puesto que el no poseerlas las en-

61
gendra. 23 El objeto sólo está allí no estando, él
transita, su supuesto presente no hace más que
alumbrar con un ínfimo resplandor la interfaz
de dos vaguedades de inexistencia, el no toda-
vía y el ya no más. La impaciencia, el tedio, la
prisa o el sufrimiento alargan el tiempo; el pla-
cer o la sorpresa lo acortan. El tiempo se mide
por la affictio, por el modo singular en que la
cosa nos toca en su eclipse, affictionem quam res
XI, xvn. praetereuntes in te faciunt. 24
El sí mismo no tendrá, no tiene y no ha
tenido lo que desea. No logra ser, y droga su
privación de modo temporal. Vive de vida
mortal, sobrevive, se sobrevive, se acomoda a
no estar a la hora de sus objetos, él temporiza.
La temporalidad es su ordenamiento, la mane-
ra del sí mismo de llevarse bien con lo incum-

23 Continúan los múltiples juegos de palabras: "posees" /


"indisposees", principalmente. (N. de T.).
24 Nos permitimos en este punto enmendar el error come-

tido por Lyotard o por las personas a cargo de la edición fran-


cesa: la cita de Agustín no corresponde al capítulo indicado si-
no al capítulo XXVII del libro undécimo. La bella frase en latín
dice: "la afección que en ti hacen las cosas mientras van pasan-
do". (N. de T.)

62
plido, consuetudo, prórroga del acto. Los tiem-
pos declinan la decepción, el tiempo se inclina,
resigna la presencia.

Inmemorable

¿y el Otro, entonces, el verdadero? ¿Dón-


de encontrará él tu huella en este desorden de
decepciones encubiertas? Él razona así: ¿el
tiempo es desastroso? Pero justamente la de-
cepción que lo engendra recibe su simiente de
un apetito constante, universal, que no tolera
la pereza, intratable en toda transacción: el de-
seo de ser feliz. Sólo tú, siendo perfecto, pue-
des dar la vita beata. Gaudere ad te, de te, propter
te, gozarse en ti, de ti, a causa de ti, esa es la vi-
da feliz misma, no existe otra. Él encuentra o X, xx11.
cree encontrar esta alegría loca y perfecta cuan-
do tú lo visitas y le quebrantas la carne y el al-
ma. ¿pero qué es él entonces y qué es lo que
ama cuando ama a su dios? ¿Lo recuerda?

63
El yo que lleva el comput de su vida hace
valer sus derechos: el recuerdo de lo perfecto,
sostiene, figura en el archivo. Mira tú cuántos
espacios he recorrido para buscarte en mi me-
moria y no te he encontrado sino en ella. Por-
que de ti no encontré nada que pueda recordar
excepto a partir del día en que te conocí. Per-
siste, lo jura: Desde el día en que supe que
existías, no te he olvidado. Es porque desde el
día en que supe que existías permaneces en mi
memoria, que ahí te encuentro y me acuerdo
x, xx1v. de ti y me deleito en ti.
Pero cuidado con la restricción: desde el
instante en que me fuiste conocido. La confe-
sión le es suficiente al alma-carne para apelar a
la autoridad del espíritu: ¿Dónde pues te en-
contré para saber que tú existías? El alma-car-
ne objeta: iEn fin, pues, no estabas todavía en
mi memoria antes de que me fueras conocido!
Y concluye: ¿Dónde pues te encontré para ha-
ber sabido que existías, dónde sino in te super
x, xxv1. me, en ti, por encima de mí? ¿Habría podido el
espíritu por milagro guardar la huella de un en-
cuentro que no tuvo lugar en su lugar ni tiem-

64
po en su duración y del cual su recuerdo no
valdría nada? Como el estómago digiriendo el
manjar suprime el gusto exquisito que tenía en
la boca, la memoria consciente sólo retendrá
de lo mejor del encuentro un episodio expur-
gado de la emoción formidable que metamor-
fosea la carne y el alma.
¿En qué memorandum tal, desencarna-
do, daría fe de la presencia del Otro? No se-
guramente en la estatura del yo dispuesto a
pensar, tampoco en el tejido impreciso del es-
ponjoso sí mismo, sino en las vacuomas ple-
nas de ti, en ti, pues, en efecto, en el límite hí-
brido que tú me complejizas por encima de
mí, sólo allí caes sobre mí, me capturas y me
elevas. La verdadera vida, la felicidad saltan
como peces voladores en mis agujeros de me-
moria, esbozados por tu océano y agujereados
por tu cielo.

65
Diferendo

Dissidio, dissensio, dissipatio, distentio, 25 a


pesar de que quiera decirlo todo, el yo infa-
tuado al recordar su vida permanece clivado,
separado de ella. Sujeto de la obra confesiva,
el autor en primera persona olvida que él es la
obra de la escritura. Es la obra del tiempo: se
detiene, se cree actuar, recuperarse, se engaña
con la decepción repetida que lo sexual trama
en la misma escritura, restableciendo el ins-
tante de la presencia en todos los tiempos.
Tú, el Otro, puro verbo en acto, la vida
sin resto, tú te callas. Si te encuentra, el yo ex-
plota y el tiempo también, sin huella. Él lla-

25 "Dissideo": disentir y "dissidium": separación, división

-palabra reconocible justamente en San Ambrosio, así como


en los escritos de otros santos-, Lyotard escribe "dissidio".
"Dissensio": disensión; "dissipatio": disipación. Huelga seña-
lar las homofonías, la proximidad y el carácter negativo de to-
das estas palabras, seleccionadas por Lyotard del texto de
Agustín (y sin referencias de base), que honran al título de es-
te apartado. (N. de T.)

66
ma a eso dios porque es la costumbre, porque
la teología también es obra de lo consuetudi-
nario. Y acá el diferendo es tal, entre tu verti-
ginosa visitación y el pensamiento, que sería
igualmente fatuo, falso y decepcionante, ex-
plicar que no el nombre de dios sino eso mis-
mo, id ipsum, por encima del yo, la loca ale-
gría, procede de lo sexual. De lo que es
inconmensurable, ¿quién puede dar la medi-
da común? Un saber que se jacta de eso, al
franquear el abismo, lo olvida y recae. El cor-
te es primal.

67
Firmamento

¿No nos has dado la piel del cielo como


un libro?
¿y quién sino tú, nuestro dios, puso por
encima de nosotros un firmamento de autori-
dad con tu escritura divina? Porque el cielo se
replegará como un libro y he aquí que ahora se
extiende por encima de nosotros como una piel. XIII, xv.
El día de tu cólera: lsaías anuncia con
qué calamidades el furor de Jahvé va a golpear
al pueblo de Edom y con él a todas las nacio-
nes impías. Se privará a las víctimas de su se-
pultura, la peste se extenderá a partir de los
cuerpos en putrefacción, las montañas cho-
rrearán sangre, y los cielos, agrega el profeta, se
plegarán como un libro. Entonces, sobre las Isaías,
tierras devastadas, las bestias establecerán para xxxiv, 34 ·
siempre el reino de lo salvaje.

69
El manto que extiendes sobre nuestras ca-
bezas está hecho de piel de bestia, la misma
vestimenta que nuestros padres se endosaron
después que hubieron pecado, el taparrabo de
los exiliados para viajar por el frío y la noche
de las vidas perdidas, noctámbulos tropezando
hacia su muerte.
Anatemas también de la cólera divina
por la herencia de la falta primitiva, condena-
dos a morir desde el nacimiento, generatione,
como nuestros antepasados después del des-
tierro inicial, nosotros también, nosotros
siempre, tenemos que soportar la pelliza. Ella
Enarr. in significa la condición mortal, mortalitas. Los
Ps., cm, humanos comparten con las bestias el destino
1§ 8.*
de extinción.
La rueda de la salvación comenzó a rodar.
La noche que nos extendiste, suspendida
sobre nuestros ojos no es, sin embargo, tan
irrevocable como la de las bestias. La piel que
como una pantalla nos imposibilita la visión

* Enarrationes in psalmos (Comentarios de los Salmos) es el tí-


tulo de uno de los libros de Agustín (título que también tiene
San Ambrosio), retomado por Lyotard. (N. de T.)

70
clara cubre el dorso de un libro replegado, qui-
zá dado vuelta. Nuestro cielo, por más indesci-
frable que lo torne la sombra que proyecta so-
bre nuestras miradas, no deja de llevar sobre la
cara vuelta hacia nosotros, los signos de tu es-
critura. A la tapa del volumen encuadernado
enteramente en piel se la adivina estampada de
letras. Es que el firmamento que arrojas enci-
ma de nosotros como anatema anuncia tam-
bién tu promesa.

Autor

¿No eres tú y tú solo nuestro dios, pre-


gunta el confesante, no eres tú el que nos ha
puesto un firmamento de autoridad arriba de
nosotros, con tu divina escritura? Firmamen-
tum, un firme apoyo, esto es también el cielo
de piel, el sostén de un breviario dedicado por
el autor a la edificación de los mortales. U na
escritura brilla bajo la bóveda, el resplandor

71
que emana del verbo en nuestra media luz bes-
tial. Pero esta iluminación, lejos de debilitarse,
parece tanto más viva y su destello tanto más
"sublime" en la medida en que los grandes
mortales, tus servidores, a quienes nos has dis-
pensado el grafo eterno, se han extinguido.
Porque el libro persiste mientras que al-
ternativamente Moisés, David, Juan o Pablo,
que vinieron a difundir y aumentar la palabra
del Santo, desaparecen. Lo efímero de su vida
destaca a contrario la perennidad del mensaje y
su magnificación. Auctoritas es la facultad de
hacer crecer, de fundar, de instituir, de garanti-
zar. Augusto es su estado superlativo. Nada tie-
ne más este poder que la escritura del creador,
ningún firmamento puede extenderse más fir-
memente por encima de la criatura que la su-
perficie abovedada del texto de lo Inmutable.
Sobre el cielo del mundo viene a insertarse y
certifica tu firma. Tú eres el autor.
El inmortal rubrica la creación mortal y
su sello se establece sobre ella como la bóveda
protege a la iglesia.
Sin embargo, nosotros leemos apenas,

72
con pena, nosotros, los de abajo, esos signos
todavía demasiado altivos, demasiado resplan-
decientes. Así huyen los pájaros de noche, las
lechuzas, los búhos, cuya pupila nictitante, co-
mo una tercera piel, una película más, cubre las
pupilas sin ocultar la vista, como protección
contra el pleno sol. Es poco decir que los ojos
de tus criaturas pestañean, están velados, aco-
modados a la noche del pecado y descifran por
fragmentos. Almacenamos las huellas dejadas
por lo absoluto que eres y deletreamos letras.
En verdad, explica Agustín, leemos por-
que no sabemos leer. A los hijos del pecado la
palabra les llega oscurecida y la luz suprema
de donde emana se reabsorbe a nuestros ojos
en resplandores episódicos, en esos brillos
precarios cuya aparición sucesiva seguimos a
la manera de encadenamientos discursivos li-
neales. El verdadero libro, el libro de tu ver-
dad, frontal e instantánea, está cerrado para
nosotros.
Sin duda el clamor deslumbrante de tu
sabiduría, recibido a pleno, nos trastornaría el
rostro, desorbitaría nuestros ojos, haría de no-

73
sotros una antorcha incandescente rápidamen-
te reducida a cenizas, si debiéramos verlo y es-
cucharlo sin ningún filtro. El libro en forma de
firmamento hace tamiz a la presencia formida-
ble del autor. Expulsados del paraíso de tu in-
timidad, nos dejas como recuerdo la colección
de tus obras, que es el mundo del cual somos
también una parte del texto, tanto como los
lectores. Descifradores descifrables en la bi-
blioteca de la sombra.

Ángeles

Agustín sueña con lo otro: por encima


de la piel del cielo, en un segundo estrato de
tu creación, yo sé que se abre otro reino, in-
menso, iluminado, donde lo que tú piensas se
lee de modo muy distinto. La biblioteca de
los ángeles está situada en las aguas de lo alto,
en consecuencia, más allá del firmamento. De
las legiones supracelestes que la pueblan ema-

74
na un perpetuo himno a tu alabanza: cántico
inaudito, silencio .
Las criaturas angélicas no tienen ninguna
necesidad, como nosotros, de levantar la mi-
rada hacia los enigmas de un firmamento, ni
de deletrear escrituras para conocer tu Verbo.
Porque ellos ven tu rostro por siempre, y sin
que el tiempo despliegue sus sílabas, leen en
él las voluntades de tu querer eterno. Maravi-
lla, lectura admirable, sin mediación. Incluso XIII, xv.
el pensamiento del autor, de puro amor. Lec-
tio, electio, dilectio: ellos no cesan de leer y lo
que leen es eterno. Leen lo inmutable -¿es Ibíd.
eso leer?- de manera inmutable. ¿No se dice
de un amante que "lee" la emoción que se
trasluce en el rostro de la amada? Del mismo
modo, les es suficiente a los ángeles ver tu ros-
tro para comprenderla. Él no oculta nada, no
se guarda nada, ni nada cambia. Presencia de
la cual no tenemos idea, océano infinito de
luz sin una sombra. Su códice no se cierra a
los ángeles ni su libro se repliega, puesto que
eres tú mismo quien para ellos es este libro y
tú eres eterno. Jbíd.

75
Libro sin letra, escritura inescrita, la bi-
blioteca de los ángeles, a decir verdad, está va-
cía. Cinoteca más exactamente, pero porque es
ontoteca: el ser se libra allí sin libro. El saber
que sabe se expande en saber sabido como una
fuente de luz se difunde en ondas luminosas.
Lo mismo que la fuente de vida se encuentra
XIII, xv1. en ti, así veremos nosotros la luz en tu luz.
Dios no se ve más que en Dios. Compa-
rado a su reflejo incomparable, todo es noche,
y el discurso es ruido al lado del silencio de las
loas. En el cielo del cielo, la sabiduría celebra
su gloria. La inteligencia infundida a las criatu-
ras angélicas no es co-eterna con el creador, pe-
ro está exenta del devenir.
Junto a tu perpetuo hoy, ¿qué dicen nues-
tras estaciones y nuestros días? Las idas y veni-
das de un sol prisionero de la noche, sometido
a eclipses periódicos.

76
Signos

Sin embargo, las letras inscriptas en nues-


tro cielo inspiran a sus lectores a comparar los
incomparables. Pared infranqueable, parece,
entre el eterno y el tiempo; por los signos que
nos dirige, el firmamento apela al devenir del
ser y sugiere, en el seno de lo perecedero, una
alegoría de lo inmutable. Los inferiores elevan
sus ojos y conocen al menos esta misericordia
porque aquel que ha creado el tiempo se enun-
cia temporalmente. Para la salvación de sus XIII, xv.
criaturas, el verbo absoluto se inflige el devenir
de los signos.
Estos sufren doblemente la condición tem-
poral: la lectura los sumerge en su curso suce-
sivo que los condena a la evanescencia; y co-
mo valen por otra cosa que por sí mismos, su
desciframiento y su interpretación nunca están
a salvo del desprecio. La alteración hace ley so-
bre nuestras letras, en el doble sentido de su
encadenamiento temporal y de su valor signi-
ficante. De magistro, De dialectica, De rhetorica,

77
los tratados agustinianos abundan hasta la ob-
sesión en sospechas que atentan contra la vali-
dez de las unidades de lenguaje.
Piensen, pues, en un pequeño desplaza-
miento de acento, una cantidad silábica erra-
da, léporem en lugar de lepórem, y he aquí que
se presenta una liebre cuando uno esperaba
encanto. iY las palabras que no cesan de correr
de una nada a la otra! El presente, se queja
Agustín, vuela tan rápido del futuro al pasado
que la mínima pausa es excluida, tu nulla moru-
XI, xv. la extandatur. Tanto que ninguno de los tres es-
tados temporales bajo los cuales un signo se
presenta sucesivamente, es verdaderamente. La
escritura se asfixia entre dos abismos.
El pensamiento fenomenológico de los
modernos ha vuelto famosos estos análisis. Las
instancias temporales no son seres sino mode-
los según los cuales un objeto se presenta a la
conciencia. Agustín dice: al espíritu, spiritu.
Nombra respectivamente espera, atención, me-
moria, a la presencia en el espíritu del futuro,
del presente, del pasado. Enfoques aniquilado-
res puesto que plantean, de diferente modo,

78
pero siempre, su objeto como ausente: no to-
davía aquí, y ya no más aquí, y el aquí-ahora
del presente, pero inasible. Débiles tensiones
en la noche del no ser, que la ensombrecen.
Pero quien aquí escribe, el confesante, no
es un filósofo. U na criatura trabajando, en el
trabajo de convertirse, y que no termina de
volverse hacia la verdadera luz, en tanto que
teme ilusionarse, alucinar -una criatura lamen-
ta su angustia de ser abandonada a la noche. La
temporalidad insufla la muerte sobre las cosas
y los signos.
Vaga nada que rompe sobre vaga nada.
Agustín se siente ahogado, su voz se pone a
salmodiar la qináh y la tehilláh, ritmo quebra-
do del lamento, tiempo vibrante de la celebra-
ción. Él suplica a Dios que alumbre su lámpa-
ra en las tinieblas de aquí abajo donde todo,
hasta sus signos, se desvanecen y se extin-
guen.

79
Animus

He sido escrito en mi vida, se dice el con-


fesante, y no comprendí nada por no haber
cesado de referir a mí todo lo que ocurría y de
leer los acontecimientos por su valor de apa-
riencia. Incluso los argumentos, las razones y
las causas que animus, el intelecto, articula en
filósofo o en retórico, incluso las disciplinas
del espíritu permanecen inmanentes al texto
mundano y creen encontrar luces en su oscu-
ridad. Ir más allá de los significantes inciertos
hasta horadar -se sabe- el firmamento, con
un movimiento extraviado al que animus es re-
belde y en el cual perdería sus ojos y sus con-
ceptos.
Al contrario, él sabe reencontrarse en el
tiempo. La memoria es su fuerte, su vientre,
escribe Agustín, y más todavía: mirándolo
bien, ella es el espíritu mismo. Éste almacena
los datos en los vastos depósitos de la memo-
ria, les encuentra su lugar, los reconoce y los
recuerda sin esfuerzo. Si encontró a Dios, lo

80
recuerda y lo reconocerá. Tiene todos los me-
dios del tiempo, pues es él quien lo hace con
su fuerza negativa-afirmativa de tener en pre-
sencia lo que no está allí, de representarse los
objetos ausentes, ordenarlos y articularlos, an-
ticipar y concluir, como si ellos hiciesen un
mundo. Él es amigo del tiempo, con él cual-
quier sucesión se vuelve más juiciosa. Una co-
sa después de la otra, es verdad, pero la prime-
ra está conservada en la segunda y ésta se
aumenta con aquella.
El espíritu hace una dialéctica con un flu-
jo, la sucesión tiene sus frutos y la sagacidad
laica se beneficia de la claridad que la reescri-
tura del pensamiento extrae del desorden de lo
vivido. Las Confesiones no hubieran podido ser
escritas sin la competencia del animus, el apor-
te de su memoria y también su capacidad de
programar un objetivo.
Pero ¿qué objetivo? ¿se trata de contar
una vida corrigiendo sus menosprecios y sus
errores, a fin de dar un testimonio tan fiel co-
mo sea posible de su realidad? Pero ¿qué reali-
dad? Si no fuera más que eso, atestiguar, veri-

81
ficar lo que ocurrió y persuadirse, en efecto,
animus lo haría.
Se escucha al muchacho al que Patricio,
su padre, como romano de buena condición
pagana, impulsó en las artes del discurso para
hacer de él el atleta que es en la argumentación
en los tribunales y en las asambleas. Narratio,
después de todo, forma parte del discurso retó-
rico, no es una parte sin importancia: cuando
el abogado cuenta el hecho, verdadero o falso,
persuade. Sin hablar de la pasión de conven-
cer: el alumno se ha ejercitado en eso, sobresa-
le en el deseo de la filosofia, pagana o no, en
el apetito de llevar lo diverso a la unidad de lo
verdadero por el solo juego de la articulación
lógica. Ésas son las obras del espíritu.

Grieta

Pero las Confesiones no son de esta clase:


ni un alegato cuyo fin sería controlado o fija-

82
do por el intelecto viril, causa a defender o
contra la cual peticionar; ni un tratado de fi-
losofía donde el camino se trazaría por discri-
minación conceptual entre esto y aquello,
sensible/inteligible, alma/ cuerpo, razón/ima-
ginación. La confesión no dirime, al contra-
rio: una grieta atraviesa en zigzag todo lo que
se ofrece a la escritura, con gran pesar de ani-
mus, cuya claridad binaria es humillada. La
cesura no tiene lugar, no tiene tiempo. El
aquí y ahora, los tiempos, los lugares, las vi-
das y el yo se presentan agrietados o más pre-
cisamente se agrietan sin cesar. El campo de
la realidad, discurso inconcluso, estalla por
completo, se resquebraja como un vidrio ba-
jo el efecto de un golpe.
El impacto de la conversión no es un so-
lo impacto dado de una vez por todas y tam-
poco una lluvia de impactos repetidos. No, la
escritura confesiva lleva la grieta consigo.
Agustín confiesa a su Dios y se confiesa no
porque esté convertido, se convierte o inten-
ta convertirse por entero confesándose. La
conversión es la grieta en el grano de la con-

83
fesión, no es solamente la sustitución de una
versión corregida, iluminadora de la versión
ciega y empobrecida de la vida profana. No
habrá más para el confesante noche y día sino
que en lo sucesivo existirán el día agrietado, la
noche agrietada. Y es en el ínfimo intersticio
de la resquebrajadura que el stilus se estiliza,
en la inestabilidad recíproca del enigma y de
la manifestación.
Animus se inquieta. ¿por qué, pues, la me-
moria no sería suficiente para la tarea de hacer
luz y restituirla en lo que fue oscuro? Mira, Se-
ñor, icuántos espacios he recorrido para bus-
carte en mi memoria y no te he encontrado
fuera de ella! Porque no he encontrado nada
en que yo no me acuerde de ti, desde el día en
que supe que existes. Desde el día en que lo su-
pe, no te he olvidado ... Es por eso que desde
el día en que lo supe permaneces en mi memo-
ria, y es allí que te encuentro, mientras te re-
x, xxiv. cuerdo y me deleito en ti.
Animus se repite incansablemente que
tiene a Dios en su depósito, se asegura, rease-
gura su competencia. Sin embargo el alma,

84
anima, el alma-cuerpo, observa en este discur-
so la insistencia de la restricción: El señor está
en mi memoria, concedió el espíritu, ex quo di-
dici te, desde el instante en que te conocí. Bien,
pero ¿dónde te encontré para haberte aprehen- X, xxv.
dido?, pregunta el alma: ¿No estabas ya en mi
memoria antes que yo supiera que existías?
¿Dónde estabas, luz, antes que me esclarecie- x, xxv1.
ras y te conservaras en mí? A marchas y contra-
marchas, en la noche, nos aproximamos, retro-
cedemos, et nusquam locus, jamás un lugar,
nusquam locus, en ninguna parte un buen lugar.
¿Dónde pues pude encontrarte para aprehen-
derte y memorizarte, dónde si no es en ti mis-
mo, por encima de mí, in te supra me? Ibíd.

Trance

He aquí la palabra abandonada en des-


mentida formal al alegato de animus. La inven-
tio misma, el encuentro, el descubrimiento de

85
Dios no tiene lugar en la memoria, este apren-
dizaje excede al espíritu. ¿Anima, el alma, sería
pues un ángel, dado que puede ver a Dios en
la luz de Dios, en el cielo del cielo, como si
ella franquease la pesada bóveda del firma-
mento y atravesase la piel del cielo? ¿De qué
otro modo hubiera podido experimentar la
prueba de la manifestación? Animus se rehúsa
a escribir, describir tal absurdo y el espíritu
abandona el stilus.
El alma, entonces, se adueña y para poner-
se a la altura del escándalo que ella es, se deja
llevar por el canto y el paso de una figura de la
poética amorosa de Oriente conocida desde ha-
ce milenios y llegada hasta nosotros bajo el
nombre de blasón: Tu voz ha hecho escuchar su
clamor, has roto mi sordera. Has irradiado tu
esplendor y has ahuyentado mi ceguera. Has ex-
halado tu fragancia, heme aquí sin aliento tras
ti. Te degusté en mi boca y quedé hambriento,
X, xxv1r. sediento. Me tocaste y ardo por tu paz.
En el curso de la anamnesis se descubre la
escena primal, el asalto fulminante de un en-
cuentro: escena perdida de un duelo perdido,

86
escena dual, relación dual, si se tratara de una
relación.2 6 Encuentro sin testigo. En el interior
reinaba tranquila la despreocupación: las sacie-
dades ordinarias, el traqueteo de las seduccio-
nes, las vanidades del espíritu. Después, anima
habla: Te has abierto acceso en mí por mis cin-
co estuarios, y lo mismo que el amante excita
las cinco bocas de la mujer, tu furor ha henchi-
do mis labios, los de la oreja, del ojo, la nariz
y la lengua, y la erección del tacto propagada
desde el vientre. Apenas aturdida, consumida
por este fuego, ya el alma se impacienta para
que lo más pronto posible retorne tu alegría, la
paz contra natura que la quíntuple ferocidad
del amo le administra.
La escena es primitiva, inhallable en la
memoria. El ojo absoluto nos acechó, dice
Agustín, y horadó la red de la carne, nos acari-
ció con su voz y he aquí que nosotros corre-
mos detrás de su fragancia como lebreles
ebrios. Creemos tenerlo, al divino, pero su cal- XIII, xv.

26 Hay un juego de palabras entre "duel" y "duelle" (due-


lo y dual, respectivamente). (N. de T.)

87
ma repentinamente nos viola, y descubiertos,
vapuleados, fuera de nosotros, nos quedamos
perplejos un instante frente a su beatitud.
El augusto toma al alumno por mujer, lo
abre, y lo invierte 27 en todos los sentidos, hace
de su intimidad su santuario,penetrale meum, su
santuario en mí. Lo absoluto, absolutamente
irrelativo, fuera del espacio y del tiempo, tan
absolutamente lejos -helo aquí un instante
alojado en lo más íntimo. Los límites se invier-
ten: el afuera/el adentro, el antes/el después,
estas miserias del espíritu.
El alma no ha penetrado en las esferas
angélicas, pero fresulta pensable un poco de
absoluto? Se ha encriptado en ella y ella no
lo sabe.
Marcada por semejante trance, sólo sue-
ña con reincidir. Reincidir no es memoria ni
repetición, formación de hábito. Es apenas
que se guarde la huella ya que las reglas del

27 "11 l'inverse et l'invertit" en el original; es decir, Lyotard


repite, con dos formas verbales distintas, aunque de igual fa-
milia, el mismo concepto. (N. de T.)

88
discurso y las referencias sensoriales llegan a
faltar a partir de la visitación. Se diría que se
trata de una ficción primal, única, una y dual,
sin terceros. Si el espíritu está experimentado
no deja de formar alrededor de la escena se-
cuencias, una historia, una biografía, todo el
calendario de entrevistas clandestinas. El al-
ma se sorprende de estas inquisiciones: cómo
sabría yo que él está de vuelta, no lo conoz-
co, lo aprehendo, él es incognoscible.
Con un toque, con un efluvio, con su gri-
to, Dios quizás (fo el diablo?) sumerge a la
criatura en su presencia, aunque no la sustrai-
ga a la suya. Para la mirada adormecida de la
vida cotidiana, su visita es poco discernible,
una voz que viene del jardín de al lado, la eu-
foria de un pordiosero ebrio por la calle en Mi-
lán, Ambrosio, con su puerta abierta, que lee
en silencio con lágrimas demasiado abundan-
tes: algunos indicios hilvanados en los signos
habituales, casi sin que nosotros, pobres lecto-
res, lo sepamos.
Él te suplica que lo ayudes a encontrarlos
en su propia experiencia. A pesar de la cruel-

89
dad del toque, no está en absoluto distraído de
las preocupaciones de la vida, de los estropi-
cios de la historia, de las querellas de doctrina.
Él es incluso todavía más un hijo de Adán y
del pecado, más tomado que antes por las res-
ponsabilidades y más falible, ya que además de
las pasiones contra las cuales lucha, se agrega el
impetuoso ardor que, a falta de la memoria y
venido de no se sabe dónde, hace resonar su
estridencia en él.
¿Cómo la conversión le daría la luz? Ella
no lo exime de nada y hace sonar todo falso,
tanto lo ilusorio como lo verdadero. Él ruega:
Escucha, desciende tu mirada y ve, señor Dios
mío, ten piedad de mí y sáname. Bajo tus ojos,
me he convertido a mí mismo en una interro-
gación y es esto, esta languidez, languor, lo que
x, xxxm. ahora soy. Ésta es toda la ventaja de la fe: con-
vertirse en un enigma para sí mismo, envejecer
esperando del Otro la solución, la resolución.
Ten piedad de mí, Jahvé, porque estoy langui-
deciendo. Sáname, porque mis huesos están
Ps., VI, 3-4. gastados.
Usura de condición, vejez ontológica, el

90
retraso es el del tiempo sobre la eternidad: Be-
lleza, tardé en amarte. Estabas dentro de mí,
pero yo estaba afuera. . . Estabas conmigo y yo
no estaba contigo. Desventaja irreversible. Tú
siempre te me habrás adelantado, corro detrás
de ti para recuperar todo ese tiempo perdido
fuera de ti. Pérdida de tiempo, tiempo de la
pérdida. Mi vida, aquí la tienes: distentio, rela-
jación, prórroga.
Este retraso por el qu~ sufro y me aver-
güenzo, que te confieso, que intento colmar
escribiendo mi confesión, no lo colmaré jamás
en todo el tiempo que escribiré en el tiempo
-este retraso, el tiempo de la confesión, del es-
cribirlo y proclamarlo, sólo logra extenderlo.

Laudes

Y el intelecto, animus, en efecto retoma la


escritura para los cuatro grandes libros finales,
el pensador multiplica análisis, explicaciones,

91
lecturas alegóricas, como si pensara llegar al
fondo de lo verdadero por los medios del dis-
curso -cuando éste no puede sino retardar los
plazos.
Precisamente la noche se hace densa, ape-
nas iluminada por el pabilo de la esperanza.
Porque tú, el acreedor, nos has dejado en pren-
da el pequeño pigrzus, 2 s este crédito sobre el
tiempo. Qie es de envergadura: por endeble
que sea la esperanza, reinvierte el curso del
tiempo por una especie de anticipación, por la
torsión del mañana en hoy. Escuchen: Porque
ya nos ha salvado, salvi facti sumus, nos ha
puesto a salvo, ya transformó a los niños de la
noche y de las tinieblas que fuimos, en hijos de
XIII, x1v. la luz, hijos del día. La esperanza no espera, la
presencia retorna con ella, la luz insostenible
del transporte está allí.
La noche, la madre de los inicuos, pasará,
la cólera del señor pasará, el soplo del día se le-
vantará y las tinieblas se disiparán. Al despun-

28"Pignus" -palabra de género neutro- en latín significa


precisamente eso: prenda, fianza, garantía. (N. de T.)

92
tar la mañana, yo contemplaré y por siempre
confesaré a su gloria... Jbíd.
U na vez que el cuerpo atravesó la prueba
de la quíntuple fractura, de pie, un ángel can-
ta las loas. La esperanza habla al futuro, pero
ahora es la mañana y ella trae el día.
Eso que todavía no soy, lo soy. Su breve
resplandor nos hace morir a la noche de nues-
tros días. Así la esperanza traza un rayo de fue-
go en la trama negra de la inmanencia. Lo que
falta, lo absoluto, talla la presencia en el surco
poco profundo de su ausencia. La grieta que
zigzaguea a través de la confesión se propaga a
toda marcha sobre la vida, sobre las vidas.
El fin de la noche no deja de comenzar.

93
Cuaderno
Envíos
Obra

¿oe quién son obra, opus, las Confesiones?


Y, para decirlo de otro modo: ¿qué obran, qué
ponen en obra o a la obra? ¿qyé abren, a
quién abren la obra?
La obertura da el tono. Y este tono es un
leitmotiv, un hilo conductor que no cesa de
sostener mi tono a la orden de tu omnisciencia.
El introito de la obra se abre a tu presencia, y
esta invocatio, la voz por la cual yo llamo a tu
voz a venir a hablar en mi voz, se repite a lo lar-
go de trece libros y mi voz hace estribillo a la
tuya, mientras la llama, como en un canto.
Mi obra de confesión, de narración y de
meditación sólo es mi obra porque es la tuya.
La vida que ella cuenta, la conversión y la me-
ditación que relata son la obra de tu potencia,
virtus. La que me da lo que sé es tu sapientia,

99
sabiduría y saber, y también lo que no sé. De
mí, tú sabes todo, dado que me hiciste de una
sola vez, trazaste de una vez por todas el plano
de mi viaje terrestre y de mi peregrinaje (mi pe-
regrinación) a través de las peripecias de los
acontecimientos, de los actos y las pasiones.
El tono de la invocation es el de la lauda-
tio, de la alabanza que la obra dirige a su autén-
tico autor. El tono está dado por un ritmo que
es el de los Salmos, libro que, a su vez, se cita
abundantemente en la recurrencia de las invo-
caciones. El salmo es un canto de alabanza,
cantado al son del arpa. El arpa es el instru-
mento que funciona como hilo conductor,
Agustín es como el salmista, el operador de las
cuerdas cuya vibración llama a la voz del Se-
ñor. El salmo se eleva y eleva la obra a su in-
manencia relevando la trascendencia interior,
más profundamente oculta que lo que la obra
puede mostrar. La invocación es una alabanza
y la alabanza es una melodía.
Antes de ser narración y meditación, la
obra es me1os, poema donde la cuerda de la in-
quietud y la del reposo, la cuerda de la muerte

100
y la de la verdadera vida, de la pregunta y de la
respuesta, emiten sus vibraciones consonantes
y disonantes al llamado de lo Absoluto. En
medio de los momentos narrativos y los mo-
mentos meditativos, en los que la obra opera
visiblemente según los cánones de la retórica
(la narratio es un elemento del discurso del
abogado) y los de la filosofla (por ejemplo, la
meditación acerca de la materia como informi-
dad, informitas, debe mucho a Plotino), entre
estos momentos, la confesión puntúa y sus-
pende su operación por la invocación, ella re-
cuerda que esta operación es tu operación y
hace la alabanza según la poética (casi oriental)
del salmo. El "desorden" argumentativo o la
disonancia secuencial de las preguntas a las
que "responden" preguntas están para ser en-
tendidos desde el comienzo como música que
el alma intenta poner de acuerdo con la armonía
de la involuntaria voluntad divina, a la cual el
alma trata de homenajear.
"Trata" porque la alabanza misma es ubi-
cada bajo la pregunta de la obra: ¿quién canta
tu alabanza cuando yo la canto? ¿Cómo el yo

101
irrisorio que soy, criatura doliente, podría te-
ner en él el principio de alabarte? ¿Cómo po-
dría tu incomensurabilidad, incluso en el poe-
ma, ser puesta en obra en mi finitud y tu
intemporalidad en el tiempo, en las frases de la
melodía? El deseo de alabarte es ya tu obra y
mi inquietud (inquies) procede de que lo relati-
vo es agitado por lo absoluto. ¿cómo, además,
la invocatio podría operar y ser satisfecha,
mientras te llama a ti, el infinito, a venir a ha-
bitarme, a mí, que soy finito? ¿cómo podría
yo contenerte, cómo mi obra podría alojarte
en el lugar (locus) minúsculo que soy? En ver-
dad, es el espacio de mi obra, un espacio-tiem-
po que habita el inespacio y la intemporalidad
que tú eres, ese cielo que no es el cielo de la
tierra sino "el cielo del cielo".
Y habitar es todavía demasiado decir
puesto que el cielo del cielo es un no-lugar y
un no-tiempo. Lo que mi obra y mi vida habi-
tan, mi bias y mi graphe, todo a la vez, es el mis-
terio de tu creación, no eres tú, sino tu obra,
pero tu obra, este misterio originario por el
cual, de ninguna parte y por siempre jamás, ha

102
sido generado del tiempo y del espacio. Sin
embargo, a través del enigma de tu manifesta-
ción y de tu retirada, a través de esta ''pief' que
extendiste y arrojaste como un velo entre tú
mismo y las criaturas, difundes tu potencia y
tu saber. Te derramas (effunderis) sobre noso-
tros; tu "presencia" en tu obra y, en conse-
cuencia, en la mía, en mi vida y mi libro, no
tiene luga; ni momento, es una presencia de
efusión. No te diseminas en tu creación sino
que la reúnes (collectio). Mi confesión no es sola-
mente el relato de la concentración de mi vida
bajo la ley de tu obra, ella es este recogimien-
to que te es debido.29
Y si, finalmente, me pregunto, como ha-
cen los filósofos, cómo puedo saber que eres tú
a quien invoco y no algún ídolo, entonces pue-
do responder que no te invoco porque te co-
nozco sino para conocerte. La invocación es
búsqueda e investigación de ti, que ya me has
encontrado. Finalmente si yo creo que eres tú

29 Hay un juego de palabras entre "collectes" (francés,


traducida como "reúnes"), collectio (latín) y récollection (fran-
cés, traducida como "recogimiento"). (N. de T.)

103
quien se busca en mi confesión, es que has si-
do predicado y yo creo en esta predicación. Prae-
dicatus por intermedio de tu hijo, el predicador
que te anunció, te predijo. Tú has hecho, por
mediación de él, el anticipo de tu presencia. 30
Mi obra confiesa esta anticipación, busca lle-
varla a término. Su inquisición inquieta, su agi-
tación tiene en esta anticipación su reposo, ella
reposa sobre tu presencia, anunciada y todavía
oculta y tiene por fin el reposo de tu presencia
directa, en el cielo del cielo. Tiene por fin su
propio fin, el fin de las obras, la visión de tu
gloria: por fin volverse un ángel.

1992

30 El "praedicatus" (latín) tiene el doble valor de predica-


do (en el sentido de propagar, pregonar) y predicho (en el sen-
tido de la profecía), todo el párrafo juega con esta cadena se-
mántica, la pareja formada por "dit d' avance" (predijo) y "l'a-
vance" (adelanto, anticipo) completa el juego. (N. de T.)

104
Ombligo del tiempo

Las Confesiones se escriben bajo el signo


temporal de la espera. La espera es el nombre
de la conciencia del futuro. Pero se trata no so-
lamente de confesar la fe en un fin en suspen-
so31 sino de confesarse, de exhibir el sufrimien-
to de lo que ha sido hecho, la espera debe
volver a atravesar el pasado, remontar hacia su
fuente, hacia la cima de esta fe, hacia la vida
desdichada, hacia la obra que ella fue.
Lo que ha sido prometido y lo que hace
de la espera una esperanza es que la obra regre-
saría al exergo. La reversión de la escritura en
dirección al pasado es exigida por la conver-
sión de lo que yo he creído escribir en tu escri-
tura. El ser temporal que soy sólo puede ofre-

3l Para la expresión "en suspenso", Lyotard escribe "en


souffrance" entre comillas, a los efectos de resaltar por debajo
del sentido habitual y figurado el valor literal de la frase, que
quiere decir en sufrimiento, y se enfrenta a "la souffrance" que
aparece enseguida. (N. de T.)

105
cerse a tu reapropiación por la reapropiación
de mi temporalidad.
"Los cuerpos tienden por su peso hacia el
lugar que les es propio; pero un peso no tien-
de forzosamente hacia abajo; tiende hacia el
lugar que le es propio. El fuego asciende, la
piedra cae. . . Mi peso es mi amor; dondequie-
ra que sea llevado es él quien me lleva. Tu don
XIII, 1x. nos inflama y nos eleva: ardemos y vamos."
El pasado es como lo bajo y el amor me
lleva hacia lo alto del futuro, que es puro repo-
so. En tanto yo no esté en mi lugar -que eres
tú-, la agitación y la impaciencia del deseo es
mi destino. Ellas son los efectos de mi propio
peso. La rememoración me hace correr hacia
atrás, pero es para alcanzar el futuro que tú
prometes en el movimiento mismo de mi pe-
so. "Es porque no están en su lugar que las co-
sas se agitan, pero cuando han encontrado su
Ibíd. lugar están en reposo."
Así se anuda la intriga temporal, el relato
de mi vida. Ella da a la sucesión de los aconte-
cimientos el lugar que es el suyo, como hechos
de mi historia, en su sentido literal. Pero la ero-

106
nología reducida a sí misma es pura nada, apa-
rición y desaparición, pasaje. El pasado es lo
que ya no es, el futuro es lo que no es todavía,
y el ahora no tiene otro ser que el volverse pa-
sado del futuro. El curso hacia el futuro por el
pasado que anima y agita las Confesiones sólo es
posible si en la evanescencia de los tiempos al-
go se sostiene y se mantiene inmutable.
El trance de la vida es esta transitividad
del ser finito. El sentido literal es no-tiempo
puesto que la "letra" es no-ser por ella misma.
La intriga del relato confesivo sólo es posible si
lo fáctico se duplica en otro sentido que la exé-
gesis denomina alegórico, si las opera, las cosas
tal como son dadas, son también signa. Es pues
la conversión -puesto que da la capacidad de
leer los signos en las obras, leer un poco de la
escritura divina en la escritura de bios- la que
autoriza la confesión como un viaje hacia ade-
lante pero por atrás. La intriga narrativa que
anuda los tiempos en sí nulos se monta a par-
tir de un punto del tiempo que no está en el
tiempo, de un punto donde el tiempo desplie-
ga su triple nulidad, jamás aniquilada.

107
De hecho, es la exploración de este extraño
anclaje de lo que pasa en lo que no pasa, lo que
constituye el objeto de todo el fin de las Confe-
siones. El relato termina al final del libro IX con
la muerte de Mónica, su madre, en Ostia. Nada
se dice sobre el retorno a África, sobre la comu-
nidad de Tagasta, después de Hipona, nada so-
bre su ruda vida de obispo. Apenas una alusión
a su renunciamiento a la vida de eremita.
La "carrera tras tu voz" se detiene en el li-
bro X. O más precisamente, se prosigue en di-
rección no ya del relato del pasado, sino del
punto de posibilidad de este relato. No ya en
la relación de los acontecimientos exteriores,
sino en la epifanía de la conciencia del tiempo.
A la agitación de las cosas, sucede el vértigo
del alma meditando sobre el ombligo apacible
de esta agitación, como Descartes retomará el
motivo con el Cogito. La prosa del mundo ha-
ce entonces lugar al poema de la memoria, o
más exactamente a la fenomenología del tiem-
po interior. Todo el pensamiento moderno,
existencial, de la temporalidad es producto de
esta meditación: Husserl, Heidegger, Sartre.

108
El pasado ya no es, el futuro no es toda-
vía, el presente transita, pero como cosas (ope-
ra). Tengo, sin embargo la conciencia de su na-
da puesto que puedo pensarlas en su ausencia.
Hay pues un presente del pasado, y este presen-
te no pasa en tanto que lo pienso. Es este el
presente al que Husserl llamará, extrañamente,
Presente viviente. En Agustín, este presente in-
manente a mi conciencia interna, este ombligo,
a partir de donde los signos me son legibles, es-
te presente es como el eco en la temporalidad
del Presente divino, de su eterno hoy.
Así la autobiografia (de haber una) se
transforma en criptografia: los últimos libros
de las Confesiones devoran este cifrado de lo in-
temporal en lo temporal, comen el Verbo he-
cho carne y aíslan, en los tres éxtasis tempora-
les donde se ha sacrificado y como dispersado,
el núcleo de permanencia en el que estos éxta-
sis se reúnen.

1992

109

Para intentar precaverse contra el amor


propio endémico que el ejercicio confesivo
aviva, el confesante sólo tiene un recurso: él
apela a ti.
En efecto, una segunda persona domina,
vigila las Confesiones, las imanta, las infiltra. Un
tú, patronímico sin nombre de la comunidad
católica. Tú eres el destinatario de la confesión
que yo escribo. Sin embargo, no eres un inter-
locutor; no tomas jamás la palabra a tu turno,
no me tuteas. Sólo escucho de ti fragmentos de
frases narradas sobre tu hijo, sobre tus flagelos.
Te invoco y te cito como testigo de la pureza de
mi humildad: jamás harás mi descargo, no me
absuelves, el celo de tu amor me acosa. Mi sú-
plica te deja silencioso. ¿No merece respuesta?
Yo no valgo, no existo sino por esta súplica

110
vuelta hacia ti, a ti suspendida. Tu silencio hace
de ella un suplicio. Pero icuidado con extraer
orgullo de mi resistencia! ¿Puedo decir que me
pruebas, que me sometes a la prueba de escribir
esta confesión en tu silencio a fin de asegurarte
que, oscilando en el hilo tendido entre tú y yo,
no caiga en la arrogancia de ser yo sin ti, en mi
nada? Entonces no serías solamente el destina-
tario de mi escrito, éste a quien se dirige, sino
quien lo suscita, su autor.
Cada vez más próxima, pero muy rápida,
despunta la sospecha de que tú, tú el mudo,
extraes todos los recursos de la frase confesiva,
"sostienes" todas las valencias, ocupas todas las
posiciones estratégicas, las retienes y defiendes
contra cualquier conquista. Los dos polos del
mensaje, receptor-emisor, están ambos en ti,
los dos polos del sentido, el referente y la sig-
nificación. De ti, que te callas siendo, y no de
mí, es aquello de lo que trata la confesión; y
constituyendo también el contenido de lo que
está escrito, si contener y constituir son térmi-
nos permitidos cuando lo que tú puedes signi-
ficar bajo el estilo de Agustín escapa eminente-

111
mente a la circunscripción del concepto -iba a
decir, a su simpleza-.
Tú eres el único objeto de la escritura y su
único contenido. Si es verdad que saturas así
las entradas de la confesión y sus salidas, tú que
confiesas y tú a quien yo confieso y de lo que
hago confesión, heme aquí reducido a la míni-
ma expresión. Es poco decir, reducido a nada,
a esa nada que parecía alguien, a ese señuelo de
persona que no es nadie. 32 Yo, el sujeto aparen-
te de la frase confesiva, se encuentra, o mejor
dicho, se pierde, desasido de todos los costa-
dos, y mientras confiesa su dependencia de los
señuelos cuyo deseo constituye el siglo, mien-
tras condena la abyecta mundanidad, pasa a un
imperio todavía más despótico, y debe aceptar

32 Hay que tener en cuenta que, en esta oración, se trata


de la palabra francesa "personne" con sus dos valores: prime-
ro el de persona y luego el de nadie. (N. de T.)

112
y saborear una heteronomía aún más radical
bajo la ley de un amo desconocido con el que
goza obstinadamente convertirse en sujeto.33

1997

33 "Se faire le sujet" en el original. Aquí Lyotard juega con


las acepciones de sujeto en tanto individuo y, sobre todo, en
tanto súbdito. (N. de T.)

113
Fragmentos
Contra-tiempo

Él te acusa. Revelación llegada demasiado


tarde, tú le has dejado todo el tiempo para que
viva en la ignorancia de ti y en la ignominia, él
se queja. ¿por qué lo abandonaste? Eli, Eli, lam-
ma sabactani ?3 4 Desprovisto como David y Je- Ps., xxn, 1.
sús, huérfano de tu protección. Como un im-
pío, acaricia la idea de una vida que le habría
ahorrado la desdicha de su vida. Donde al pró-

34 Son éstas las últimas palabras proferidas por Cristo,

que verían según los evangelistas. A diferencia de Lucas (23,


46) que cita: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" y
Juan (19, 30), quien opta por: "iEstá cumplido!", las de esta
paradigmática y ya clásica imploración corresponden a las ver-
siones tanto de Mateo (27, 46) como de Marcos (15, 34). El
ruego Eli, Eli, ¿/amma sabactani? que Lyotard reescribe signifi-
ca: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?", y
dio origen, entre muchas otras interpretaciones, a los oratorios
musicales de Heinrich Schütz, Franz Joseph-Haydn y Charles
Gounod. (N. de T.)

117
digo no se le habría permitido descarriarse.
¿Qié era lo que me deleitaba sino amar y ser
amado? ... iOh! iQié alegría tardía la mía! En-
tonces tú te callabas y yo me alejaba cada vez
más de ti prodigando en abundancia mi si-
miente estéril, que no producía otros frutos
que sufrimientos -soberbiamente abjecto, ago-
n, n. tado sin reposo-.
Desde el exergo, encuentra en la carta de
Pablo a los Romanos el tono de la ansiedad:
¿Cómo ellos lo invocarán si no creen en él?
¿Cómo creerán si no han tenido quien les pre-
Rom., x. dique? Pero a mí, señor, él protesta, invocarte
buscándote, creer en ti invocándote, permíte-
melo, puesto que tú nos has sido predicado.
Lo que te invoca es la fe que me has dado y me
has inspirado en la humanidad de tu hijo y por
I, 1. ministerio de tu predicador. Tú te has hecho
anunciar, tus premisas le inspiraron el soplo
que te invoca. Sin embargo, él llama a ti sin
conocerte todavía, ioh miseria!, sin poder
abrazarte en la luz del frente a frente.
Te me has adelantado, corro detrás de ti
sorprendido por tu presteza, para recuperar mi

118
retraso, todo ese tiempo perdido lejos de ti. Es
necesario durar mucho para abreviar la dura-
ción; dispensarse, dispersarse, para finalmente
recogerse. Él escribe corriendo para recuperar
tu amor, para obtener perdón por los malos
tiempos, mano levantada del secuestro paga-
no, perdón de la herejía.
A este ritmo la confesión sofoca. Porque
la escritura jadeante donde se vuelve a poner
en escena la vida mundana no suspende la du-
ración de ésta sino que la prolonga y la repite.
Confesar el retraso se inscribe en el pasivo del
retraso y lo aumenta. Incluso para proclamar
que estoy en ti, debo todavía ser yo, no ser si-
no yo. Y por que tú solo seas el ser y lo firmes,
es necesario aún que siga siendo yo quien fir-
me la confesión.
Pero ¿quién dice que es necesario?
¿qyién, pues, me precipita?

119
Alabanza

Confiteri, exhomologesthai,3s dice la Biblia


de los Setenta, reconocer sus errores ante testi-
go, proclamarlos. Y glorificar lo Impecable: La
confesión no consiste sólo en la confesión de
las faltas, consiste también en la alabanza ...
Enarr. in Hay una confesión de la alabanza.
Ps., La laudatio de los paganos halaga al desa-
cxuv, 13.
parecido, lo cita en ejemplo, celebra sus méri-
tos. Mas lo llora por error en los infiernos, le-
jos de los suyos, lo invoca en el verdadero sol
sensible. iPermanece cerca de nosotros, los vi-
vos, sé eterno en la luz de la inmanencia!
En los Salmos de David, el lamento se in-
vierte, el más allá es más real que el mundo. Tú
eres la única vida, señor, el invisible, y la úni-
ca potencia, yo, tu pueblo aquí abajo, sólo de-

35 "Confiteri" en latín y "exhomologesthai" (o exomolo-


gesthai), 'El;oµoAoyr¡cr6m en griego, en forma de voz media.
Ambas palabras significan confesar(se) -se trata del verbo en
infinitivo presente-. (N. de T.)

120
bo mi supervivencia a tu protección. Porque
estoy amenazado por el enemigo, amenazado
por la nada, perseguido, desfalleciendo inte- -
riormente. Jamás te obedeceré lo suficiente, mi
único bien, jamás seré suficientemente justo
para merecerte. Ordena, perdona.
Tú me has elegido para hacer reinar tu ley
en el mundo y sobre mí mismo, y me sabes in-
digno de un ministerio tal. Sé misericordioso
con mis esfuerzos.
La celebración de la virtus y de la sapien-
tia del maestro es la manera en que el servidor
puede hacer confesión de su propia bajeza:
grandezas incomparables. Tú eres tan grande,
señor, tan digno de alabanza; tan grande tu I, 1.
fuerza y tan infinita tu sabiduría. Al comienzo
de las Confesiones se escucha un salmo de tehi-
lldh, el CXLIV, de David, el aleluya alabando tu
gloria.

121
~:::;;,-.,e estos versículos del salmista él se sirve
a lo largo de trece libros. Recitativos acompa-
ñados de cuerdas, poemas en hemistiquios pa-
ralelos cuyo equilibrio a veces se quiebra al rit-
mo de la quindh, del lamento, las breves
letanías agitan el cuerpo en coreografías míni-
mas, se avanza cojeando y entrecortad amente,
para deplorar la flaqueza de no poder andar
derecho y darla en ofrenda. Estos sabores, es-
tos efluvios de carne, estos toques de sonidos
y de gestos que hacen pulsar la sangre de la co-
munidad, toda una vida descarriada llega con
la salmodia a redoblar la santa meditación , la
argumenta ción sabia, el relato probo, a inte-
rrumpir el hilo claro de los pensamien tos para
anudarlo a otro, la fibra roja y negra de la car-
ne por donde el mal mantiene a la criatura en
su oscuridad, por donde ocurre que el flecha-
zo divino la abrase. La textura de las Confesio-
nes se teje hilo a hilo, tan inextricable como la
naturaleza de David y la de Cristo, el pensa-

122
miento se hace tan pronto ritmo carnal de los
llamados y de los abandonos a consumir en
coro para un festín comunal, en cuanto la car-
ne es relegada el stilus se traslada a la mano fir-
me del discurso que razona, que cuenta, que
enseña con la intención de otro cuerpo, el de
los enamorados del Anuncio, los verdaderos
lectores católicos.
i De qué acentos, voces, te he hecho don,
mi dios, mientras leía los Salmos de David,
esos cánticos de fe, tonos de la piedad!... Sí,
iqué acentos daba yo con y en estos salmos, y
con qué llamas ellos me inflamaban por ti, ah!
i Si hubiese podido, apasionadamente los ha-
bría citado y recitado por todo el orbe para de-
safiar la vanidad de los humanos! IX, 1v.
El libro entero a falta del mundo, o en su
lugar, vibra con el antiguo rumor, nacido del
más antiguo Oriente y del Egipto milenario,
traído por los hebreos hasta las iglesias occi-
dentales, la salmodia donde solloza el abando-
no a la nada y se eleva la gratitud debida a
Dios por su socorro. Reiteración lamentable,
exaltación. Cuando yo clamaba, tú me escu-

123
chaste, dios de mi justicia; en la zozobra, me
pusiste a salvo. En un mismo aliento, la voz se
estremece de temor y arde de esperanza.

Grieta

Antífonas las confesiones, responsoriales


en tanto que son salmos: la hendiduda corre
entre la espera y la angustia, surco poco pro-
fundo e irreparable por mucho tiempo, antes
de la reunión del alma con el sí mismo en la
muerte delante de Dios. Hasta allí es necesario
trenzar la incertidumbre que es la fe, anudar
juntas las hebras que ha destramado la incisión
trazada por Dios en la tesitura del alma: ella es-
tá todavía en sí, ella ya está con él. La pena, la
alegría. En consecuencia, amenazada por dos
pecados: o bien el ego se complace en su pro-
pia zozobra, o se arroga el adular al buen dios
para sonsacarle la salvación. Ostentación del
sufrimiento, fanfarronería de las alabanzas.

124
¿Cómo encontrará el tono la criatura, si Dios
no la ayuda? ¿Pero cuándo sabrá que la ayuda
si sus signos son indescifrables? ¿si quizás es
necesario que la criatura sospeche incluso de
los trances que atribuye a su amor y los ponga
a la cuenta de un desprecio maligno hasta des-
contarlos?
Porque Dios también tienta al alma, co-
mo si le gustara más poner a prueba sus debi-
lidades que estimular su virtud. La impronta,
que casi por sorpresa cayó sobre ella y la dejó
dividida, ejerce en ella tal ascendiente que el
alma no deja de suspirar por el retorno del éx-
tasis, consagrándose a esa frecuentación y aspi-
rando a reincidir como un pecador esclavo
desde entonces de su mala inclinación. iArre-
bátame ! iTranspórtame más! ilncendia! iSub-
vierte! X,XXIX.

125
Lápiz
Pecado

Confesar por escrito, escribir el pecado y la obe-


diencia en lugar de confiarlos a la oreja inclinada, in-
mediata, del ministro autorizado o de la comunidad
que vive bajo la ley: hómo darles crédito a la confe-
sión del errory a la solicitud de perdón si su formula-
ción demandó la negociación con la lengua, el rega-
teo, largo o breve poco importa pero pérfido y perverso
con lo ya-dicho de lo que resulta la frase escrita?
El terror, el amor, es decir la plegaria, los senti-
mos simulados a partir del momento en que quedan
escritos. Suenan falsos. Mucho más si los acentos
que el suplicante, el confesante, imprime a su escrito
buscan igualar los clamores de las súplicas, los sus-
piros que retrasan lo inconfesable, la sofocación de la
vergüenza, los tonos guturales de los que se revisten
el odio de síy la complacencia de sí. Nunca tanto co-
mo en la confesión, quizás, el arte de escribir apare-

129
ce más inoportuno, más ficticio, más extraviado. Se
esperan palabras jadeantes, ardientemente desborda-
das, casi repugnantes. El pecado debe vomitarse es-
pasmódicamente. Su confesión se toma por au-
téntica si es incoercible como si por ella misma la
confesión fuera ya debida a la gracia de la potencia
que invoca haciendo que el pecador sea incapaz de
continuar conteniendo su ign.ominia.
El pecado es silencio, sustrae su bajeza a la re-
gla comunitaria de la conversación y de la amistad.
Retiene las palabras que aluden a las acciones, sepa-
ra, disocia. La confesión vomita la bajeza acumula-
da en secreto. Ella hace verbo, verba facit, con las
cosas hechas, res actae. Convenido que hablar ali-
via. Mientras que escribir es un ejercicio del que re-
sulta una obra a la que no se le demanda ser sincera.
La letra no enmudece por la energía de no poder
más, ella puede, puede incluso diferir la expresión, se
busca, se elige. En la escritura la cosa no se execra, no
se excreta, dispone sus signos, procura el equivalente
general de[... ] Nada es menos fiable que los signos.
Ellos aplazan fríamente el sentido, también se ca-
llan, por exceso, por la superabundancia de eso con-
tra lo cual pueden intercambiarse, pueden valer pa-

130
ra casi todo y no valen nada. La res que se supone
que ellos quieren signijicar le queda al lector adivi-
narlay así e1 descubre, es decir, reinventa la cosa. Da
el tono a las letras muertas. En suma, como el tono
fija el sentido, sólo la voz garantiza la confesión. Es-
crita, la confesión es un deber, un pensum exigi.do
por la autoridad, fórmula en las reglas, acta nota-
rial hecha valer después, se sabe, para disculpar o in-
culpar al confesante.
La damisela de Ascoli Piceno3 6 que pasa al
confesionario se hinca de rodillas e inclina su cuer-
po conmovido junto a la grilla de madera corrediza
detrás de la cual acecha el morro indiscreto de un ca-
nónigo que no ha visto jamás, al que ella le arroja
como forraje las sobras de un ensueño vergonzante y
se yergue luego, provista de sus diez Ave, para reci-
tarlos sin tardanza contra una columna de la cate-
dral. Se confiesa y será confesada. Rapidez de deci-
sión, liviandad de la confesión, temblorosa
intrepidez en la voz que da fe de que no habrá men-
tido, que no se tomó tiempo para disfrazarse. Si
Dios perdona, ella lo sabrá antes de que se cumpla

36 Antigua región de Italia. (N. de T.)

131
la penitencia. Dios no remoloneará, ella está segura.
Él reconoce la verdad en el instante en que ella re-
mueve de un tirón los sedimentos de silencio. Frente
a la dlbil voz, modesta y breve, impávida, el demo-
nio de lo escrito, de lo ya-escrito, se retracta y se tra-
ga su bagaje de palabras y de ídolos obscenos que re-
funfuñan apartados. Ahora la Marquesiana corre
sobre la alta plaza limpia como su alma, [. .. } ha-
cia la vida que comienza, su vida que no cesa de co-
menzar, ella inhala a pecho abierto la rosada muni-
ficencia del cielo del ocaso que inclina todo su peso
sobre el borde del mar. De Ascoli Piceno lleva la vis-
ta con soltura hacia la ribera del este cuando el tiem-
po es puro como un rostro de niña. Es agraciada, se
confiesa casi para tentar a Dios, hasta para ver si el
mal pensamiento que le pasó por el cuerpo como un
golpe trepidante habrá divertido a Dios. Sus brazos
torneados bajo la mantilla acogen un paisaje cálido
y amarillento en respuesta a la nacientefrescura que
trepa en el monte entre los pinos y los cipreses. Una
niña pura es este paisaje que comienza y que jamás
pecó. Nada es más santo que su levedad. La noche
del confesionario sólo es buena para la voz ronca de
la vergüenza de las grandes fechorías masculinas.

132
Pero Dios se complace con los tintes claros[. .. } los
clarinetes vírgenes.37
Pero entonces, las tablillas y tablillas que el vie-
jo prelado de Hipona acumula para detallar sus ma-
las acciones, en definitiva esto no le place tanto al
señor, eso [... } asusta. Como un dossier para requi-
sitoria. No solamente porque estas confesiones hacen
oír hasta qué punto sus criaturas han sido mal con-
feccionadas, ya que se muestran tan desdichadas, si-
no también porque e1 descubre qué uso perverso pue-
den hacer de la escritura que les ha dado. El hombre
santo se aplica línea tras línea a mencionar todo lo
que ha ofendido, exagera su caso, fustiga su memo-
ria para no olvidar el menor detalle, una lágrima de
más, un robo gratuito, una inclinación excesiva ha-
cia los cantos de iglesia. Incluso interpela a su infan-
cia, su silencio y sus caprichos. Es necesario que, se-
gún la laboriosa memoria, todo lo que e1 cree que le
puede valer la indignación del señor sea consignado.
Testamento invertido, no es la alianza de una
voz con una voz, tampoco un don de palabras, si-

37 Cabe destacar que "clarinettes" es una palabra femeni-


na en francés. (N. de T.)

133
no un tú debes y sólo así tendrás mi protección. Da-
da la promesa, se hacen las cuentas. Quedan las es-
crituras de la palabra y a estas escrituras responde
el registro de aquello que ha hablado en la vida de
Agustín, mencionando los desfallecimientos y las
flaquezas. Nada tiene el obispo para legar, excepto
sus pecados. ¿Es posible, se pregunta el notario di-
vino, el juez, que su vida se salde con tal pasivo?
¿Qy.é comedia me representa declarándose ciento
por ciento culpable? Busca suscitar mi compasión.

134
Fac-símiles
(Hoja suelta)38

Coruscasti :39 tú has brillado, tú brillas.

38 La que aquí agregamos había aparecido como pagma


suelta dentro de la edición francesa, bajo un título que reclama-
ba su inserción. En efecto, como si se tratara de lo que no es,
otro juego (del lenguaje) de Lyotard, en el contenido del "Prie-
re d'insérer", también brilla, solapado, un ruego. (N. de T.)
39 "Coruscasti" es una palabra latina, derivada del verbo

corusco que significa tocar, chocar -especialmente con la cabe-


za-, pero también agitarse, vibrar, temblar y, por otro lado,
brillar. El sustantivo coruscatio recoge esta última acepción. La
anotación suelta de Lyotard, especie de ficha apuntada reto-
mando el vocablo latino, parte del brillar pero pareciera que-
rer poner en juego, al mismo tiempo, algo de las otras denota-
ciones verbales. El adjetivo correspondiente (coruscabilis,
brillante) aparece en los Salmos, y el sustantivo de la misma
familia, coruscamen (claridad, resplandor) es utilizado mucho
después por el mismo Agustín en La ciudad de Dios (De civita-
te Dei). El libro VIII de las Confesiones podríamos definirlo co-
mo el libro de la conversión y de la luz, y tal es el espíritu de
estas reflexiones de Lyotard, sin embargo las notas sin duda
fueron tomadas pensando en el libro x y en relación con las
partes de su propio ensayo que se titulan "Testigo" y "Corte".

147
Lo que pasaba por ser la vida muerta y de
esta muerte la verdadera vida centelleante. Re-
versión clásica del difunto y del vivo, inver-
sión, conversión.
Yo dudaba, confiesa Agustín, yo dudaba
todavía de morir en la muerte y vivir en la vida.
Converso, no lo será jamás, jamás asegu-
rado y tranquilo. Porque la conversión no se
dice sino en el instante, como una visión, la
aparición de un rostro en la superficie de un
muro o el canto de una voz en medio de un si-
lencio de los árboles. Breve enigma en que el
cuerpo es llamado mientras que él llama al al-
ma a descifrar. Ahora bien, ella no descifra na-
da, se deja hacer. Ella está abierta y goza.
El alma y el cuerpo tienen, sin embargo,
este recurso de interpelación: ambos restituyen
el Rostro y la Voz. Las instancias del discurso

Con esta página de "Coruscasti" retomamos asimismo al co-


mienzo del trabajo, ya que el "Blasón" de Lyotard se abrió con
una traducción directa -sin comillas- de un párrafo de Agus-
tín, correspondiente al fragmento XXVII del libro x. La palabra
que Lyotard traduce como "étincelles" (brillas) es precisamen-
te el "coruscasti" del original de Agustín. (N. de T.)

148
confesivo están sujetas a mutación. Las instan-
cias de las señas, sobre todo.4o
Esta mudanza inacabable hiere al cuerpo
en sus cinco sentidos y aliena al espíritu. La
conversión gime allí su precariedad. El confe-
sante se queja de no estar jamás a la hora de tu
encuentro. Lamento del retraso, él confiesa su
culpa, escribe el pecado y la obediencia. Él su-
plica que se lo perdone.
Al final del libro de horas, página tras pá-
gina, se eleva y se insufla la voluntad de entre-
garse a las manos del Otro, y que esa voluntad
sea hecha.

40 La palabra utilizada en francés es "adresse", de manera


que, junto a las señas personales, puede leerse, por ejemplo,
la habilidad (retórica) o la intención, e incluso el ruego. (N.
de T.)

149
Índice

Palabras liminares
María Gabriela Mizraje 7
Advertencia de la edición francesa,
(París, Galilée, 1998) Dolores Lyotard 15
La Confesión de Agustín 21
Blasón 23
Hombre interior 26
Testigo 30
Corte 33
Resistencia 37
Distentio 42
Lo sexual 45
Consuetudo 5o
Olvido 54
Temporizar 59
Inmemorable 63
Diferendo 66
Firmamento 69
Autor 71
Angeles 74
S~nos 77
Animus 80
Grieta 82
Trance 85
Laudes 91
Cuaderno 95
Envíos 97
Obra 99
Ombligo del tiempo 105
Tú 110

Fragmentos 115
Contra-tiempo 117
Alabanza 120
Salmodia 122
Grieta 124

Lápiz 127
Pecado 129

Fac-símiles 1 35
Hoja suelta 1 47
Este libro se terminó de imprimir
el día 2 de septiembre de 2002
en los talleres de Gráficas Caro,
de Madrid.
NOTA FINAL

Le recordamos que este libro ha sido prestado


gratuitamente para uso exclusivamente educacional bajo
condición de ser destruido una vez leído. Si es así,
destrúyalo en forma inmediata.

Súmese como voluntario o donante y promueva este


proyecto en su comunidad para que otras personas que no
tienen acceso a bibliotecas se vean beneficiadas al igual
que usted.

“Es detestable esa avaricia que tienen los que, sabiendo


algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos”.
Miguel de Unamuno

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