Tema 4

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 62

PSICOLOGÍA EVOLUTIVA II

EDAD ADULTA Y VEJEZ (Apuntes Javier CURSO 2019-2020)

TEMA IV: INTRODUCCIÓN A LA PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO


ADULTO Y ENVEJECIMIENTO.

4.1. Los antecedentes en el estudio del desarrollo adulto y envejecimiento, p. 1


4.2- Las distintas concepciones teóricas sobre el envejecimiento humano, p. 10
4.2.1. De la concepción indiferenciada a la clasificación por
etapas, p. 10
4.2.2. La concepción sociohistórica y cultural, p.21
4.2.3. La concepción bio-psico-social actual, p. 34
4.3 Paradigmas y métodos de investigación afines en la adultez y vejez, p. 37
4.3.1. Paradigmas mecanicista, organicista y contextual y sus
enfoques teóricos, p. 37
4.3.1.1. Modelos biológicos y psicosociales del envejecimiento, p. 53
4.3.2. Métodos longitudinal, trasversal y secuencial, p. 59

--------------------
4.1. Los antecedentes en el estudio del desarrollo adulto y del
envejecimiento.

Las lecciones del buen envejecer en el mundo antiguo y medieval. El interés en


el estudio del envejecimiento humano y la preocupación por sus secuelas negativas se
remonta al principio de los tiempos, a las primeras civilizaciones. Hace alrededor de
4.000 años que podemos datar los primeros documentos que hacen mención al hecho
del paso de los años por el cuerpo humano. En la zona de Oriente Medio se acuñó en
piedra el Código de Hammurabi, las primeras referencias al cuidado de la salud en
general, sin mencionar etapas cronológicas concretas. En esa primera codificación
médica, que además incluía directrices para gobernar, para relacionarse socialmente,
podemos encontrar una de las primeras bases humanistas del mundo occidental
(Freeman, 1979: 18).

1
En Oriente, bajo la dinastía o periodo pre-Shang, su emperador Huang-ti (2697-
2597) recopiló sus seminarios en una extensa obra bajo el título de El Libro Amarillo
Clásico del Emperador sobre Medicina Interna, que está considerado uno de los
primeros de su tema en la historia de la humanidad. La obra parte de la concepción
filosófica taoísta en la que el envejecimiento y la muerte son la consecuencia del
desequilibrio fisiológico entre los dos principios vitales del Yin y Yan. Para ellos,
mientras haya armonía habrá salud y una vida longeva, de lo contrario, se produce la
enfermedad y el deterioro final.

En la India, aparecieron los escritos del sabio Sushruta (VII-VI a.C.), que se
cree fue la base de la posterior medicina hipocrática griega y, por tanto, también la
europea, al ser traducidos al árabe, en el siglo VII d.C. y más tarde al latín. Para esa
concepción, proveniente de la India, la medicina ayurvédica, el cuerpo posee unas
tendencias innatas mórbidas que limitan el alcance de la vida. Ante ello, Sushruta ofrece
una gran cantidad de remedios para “ayudar al hombre a mantener su vigor juvenil hasta
una edad avanzada”, a permitirle ser testigo de “cien veranos en plena salud y fortaleza
física y mental”. Los elixires vegetales que presenta la obra sirven para todo tipo de
cosas, por ejemplo, la memoria, el vigor sexual, la longevidad. Una herramienta básica
en esta medicina es el prashna, el interrogatorio exhaustivo del médico al paciente
(anamnesis) para saber cuál es el estado real de su salud.

La aportación de la civilización egipcia al envejecimiento puede verse en los


rollos de papiro que el médico Imhotep dejó escritos: el Papiro Ebers (1550-1800 a.
C.) A este sanador se le considera como el primero de su clase en la historia de la
práctica médica. Se le ve también como el antecesor de Hipócrates así como en cierta
manera de los dioses de la medicina, Asclepio, en Grecia, y, posteriormente, Escolapio
en Roma. Se destaca de los egipcios el conocimiento que tenían de dos patologías
típicas de la vejez: la calcificación del sistema cerebro-vascular (la cabeza del faraón
Ramses II) y los problemas cardiacos (uxudo). Para los egipcios, el arte de la longevidad
se podía conseguir a través de dos medidas: los eméticos y los sudoríficos. Con respecto
al primero de los dos remedios, había que someterse dos veces al mes.

De la cultura tribal hebrea, y sus libros bíblicos denominados Pentateuco, cabe


destacar las reglas de higiene aplicadas a las personas mayores.

El periodo greco-romano va a ser de una gran trascendencia para las ciencias


médicas relacionadas con el envejecimiento. Pero ese florecimiento del saber sobre el

2
paso de los años en el cuerpo humano es deudor, en gran parte, de la tradición egipcia y
la India, aparte de la cultura minoica de la isla de Creta.

La primera gran figura de la ciencia griega sobre la vejez fue Hipócrates, que
ejerció su saber en la isla de Cos, en el siglo V a. C (cir. 460-370). Su obra quedó
recopilada como el Corpus Hipocraticus, durante los siglos III y II de la era cristiana,
por personal de la Biblioteca de Alejandría. Para él, toda enfermedad asociada a la edad
tiene unas causas naturales y nada ocurre sin tener una causa natural. Una regla
hipocrática que ha pasado a la historia es la de: “el órgano que no se usa, se atrofia”.

Para Aristóteles, el envejecimiento puede entenderse a través de la “teoría


humoral” de Empédocles, que consiste en observar como con los años el cuerpo se va
secando y perdiendo calor. Una especie de paralelo con el proceso de extinción de una
llama de fuego. Todas estas ideas las expuso el autor en su obra Sobre la Juventud y la
Vejez, sobre la Vida, la Muerte y la Respiración.

En época romana, destacó el médico Galeno de Pérgamo, en Asia Menor (hoy


Turquía), que estudió la medicina griega y trabajo en Roma, en un periodo en que los
médicos, como los senadores, gozaron de un poder de influencia destacado, al ser una
sociedad pragmática. Galeno (cir. 131-200 a.C.) con su obra De Sanitate Tuenda, sentó
una de las guías gerontológicas que sirvió de modelo durante casi mil años. Para él, el
ejercicio y la dieta frugal, eran las medicinas de la vida adulta. Según decía, aunque la
vejez es inevitable, la enfermedad no es un acontecimiento necesario en la vida del
hombre y puede ser evitada a nivel individual viviendo de un modo adecuado (P). La
base de la dietética galénica reside, por tanto, en regular completamente la vida, tanto en
estado de salud como de enfermedad, adquiriendo con ello rango de filosofía (de vida).
Para ello Galeno dirigía la vida de los individuos hasta en los más nimios detalles
determinando los efectos de cada alimento, la estación del año, días y horas apropiados
para su ingestión. Apoyado en la experiencia y el razonamiento, desarrolló una
refinadísima teoría de la nutrición con las influencias de las distintas clases de carnes,
verduras, pescados, granos y bebidas. Todo esto, en realidad, hacía muy difícil la
conservación de la salud pues la más ligera trasgresión de las reglas dietéticas se
consideraba perjudicial. A ellas se asociaban los ejercicios físicos, baños, etc., como
señala para el tratamiento de la epilepsia. Galeno hizo, pues, una práctica complicada de
la medicina, aunque científica, exigiendo la clasificación de cada enfermedad en un
orden general y de la región afectada, lo que le permitió diagnosticar padecimientos

3
desconocidos por los antiguos. Al ser tan dogmático en sus ideas (tipificación a
ultranza) se consideraron el “summum” de la ciencia médica, manteniéndose durante
toda la Edad Media.
Galeno explicó la duración de la vida o longevidad con la “doctrina de los
temperamentos”, así los coléricos viven mucho menos que los templados; los biliosos
menos que los memorizadores. También dijo que el medio ambiente influye en la
longevidad, según la humedad o sequedad y las aguas de beber. Uno de sus remedios
farmacológicos más famosos fue la “Triaca Magna”, preparado polivalente
(74 componentes), que incluye el veneno de víbora, y que servía como panacea contra
todos los males y para conservar la salud. En España, el Monasterio de San Millán de la
Cogolla ha tenido un criadero de víboras a tal fin. San Millán vivió 102 años,
seguramente el método galénico pudo influir.
Sus errores fueron muchos: decir que el territorio griego tenía más sabios y
científicos, ciertas extirpaciones...

En la Baja Edad Media, hay que señalar las aportaciones de la cultura judeo-
arábica, que tuvieron una gran difusión paralela a su implantación geográfica, que
podemos situar entre Córdoba y Bagdad. El mayor interés de ese periodo está en
reconocer la gran labor divulgadora que se hizo de la antigua ciencia griega.
Especialmente cabe destacar a los médicos y filósofos de la época de Al-Andalus, como
el persa Avicena, con su obra Canon de Medicina, manual de referencia durante 800
años sobre el envejecimiento, siguiendo a los médicos famosos de la antigüedad clásica,
Hipócrates y Galeno. También otro hispano-judío sefardí, de Córdoba, Maimónides
(cir. Córdoba, España, 1135-1204, Egipto), seguidor del método aristotélico, y crítico
con Galeno. Sus principales aportaciones a la futura gerontología fueron sus dos
recomendaciones: evitar los excesos y visitar al médico con frecuencia (P). Aunque sus
aportaciones científicas traspasaron las fronteras, su exilio político a Egipto, bajo el
gobierno de Saladino, le separó de su fértil magisterio, en su tierra de origen.

La otra gran figura en la Baja Edad Media de la medicina del envejecimiento


humano fue el valenciano Arnau de Villanova (cir. 1235-1311), un médico y
diplomático que asumió la tradición judeo-musulmana pero con grandes aportaciones
personales. En su obra de 1290, “La conservación de la juventud y el aplazamiento de
la vejez”, aconsejaba, sobre todo, una buena higiene y la moderación en todo.

4
En la Baja Edad Media (siglos XI-XV), se da un primer renacimiento humanista
en Europa, patente por la fundación de universidades y de escuelas médicas, como la de
Salerno, que funcionó durante toda la Edad Media y la Moderna (800-1811). Este centro
consistió en una institución docente, un hospital y una escuela médica, y se dice que fue
fundado por un griego, un latino, un judío y un árabe. Existe un poema famoso, la Flos
Medicinae (Flor Medicinal) o Regimen Sanitatis Salernitarum, que dice cómo hay que
cuidarse para tener salud y bienestar (P).
Parte de ese renacimiento comentado con anterioridad se puede explicar por
obras como la de Roger Bacon (1214-1294), que en pleno siglo XIII escribió un tratado
sobre el proceso patológico del envejecimiento: “The Retardation of Old Age, and the
Cure of Old Age, and the Preservation of Youth”. Partiendo de una visión pesimista de
todo el proceso, fue uno de los primeros autores que creyó que si hay un cuidado
continuo de la salud se podrían evitar, al menos, las enfermedades que acompañan al
envejecer.
El otro autor que señala Freeman (1979) dentro de este periodo premoderno es el
italiano Gabriele Zerbi, que vivió en la segunda mitad del siglo XV. Aparte de médico
precoz era filósofo e historiador de la medicina. En 1489 publicó en Roma una obra
titulada: Gerontocomia, que contenía una buena descripción de cómo nos hacemos
viejos. Una especie de tratado de geriatría. En él aparecen reflejadas unas 300
enfermedades y en sus 57 capítulos podemos encontrar temas tan variados pero
complementarios como los dedicados a regímenes de salud, hogares para ancianos,
longevidad, e influencias astrológicas, entre otros.

Hacia una visión científica del envejecimiento. El Renacimiento, que coincide


con la expansión de la cultura occidental, a través de las exploraciones geográficas, la
innovación tecnológica y la difusión de los libros impresos, entre otras cosas, determina
un nuevo acercamiento a la naturaleza humana, más realista.

De estos siglos XV, XVI y también el XVII, cabe destacar a los siguientes
autores: en los países de habla inglesa a Elyot, Bacon, Harvey, Floyer y Venner; en los
de habla francesa a Ranchin; mientras que en Italia a Ficinus, Cornaro y Sanctorius. A
continuación, pasamos a comentar a los más notables por sus aportaciones a las ciencias
médicas del envejecimiento.

5
Sir Thomas Elyot publicó en 1534 la obra The Castel of Helthe, en la que
recomienda que a medida que se envejece se debería comer más a menudo, pero menos
cantidad. Para ilustrar el citado consejo empleó la metáfora de la lámpara de aceite, que
se mantiene encendida si le vamos dispensando poco a poco el aceite pero que se ahoga
y se apaga, si el citado líquido se le pone de una sola vez.

Francis Bacon (1561-1626), conocido más por filósofo, fue otra de las
multifacéticas personalidades de la época (derecho, filosofía, ciencia empírica y
diplomacia) que dedicó su famosa obra Historia Vitae et Mortis (1623) al momento
presente y a la posteridad. Para él el envejecimiento es la “medida del tiempo”, y una
persona vieja es aquella que se “queja mucho de todo”. Sobre el papel del ser humano
frente al paso del tiempo, pensaba que se debe obedecer a la naturaleza. Gran parte de
su dinero lo gastó en productos farmacéuticos, como los “Granos de la vida” o el “Agua
de Matusalén”.
Marsilio Ficino (1433-1499), gran humanista italiano, supuso un puente entre la
concepción medieval árabe y la nueva renacentista. En su obra De Triplici Vita (De vita
libri tres o Tres libros sobre la vida) hizo un listado de medidas higiénicas relacionadas
con la longevidad. También propuso cada siete años, consultas astrológicas para ver su
relación con los cambios corporales en ese mismo periodo.
Luigi Cornaro (cir. 1464/1484-1566), está considerado uno de los personajes
más importantes en el desarrollo del conocimiento sobre el envejecimiento. Con origen
en el Véneto (Padua), su mala salud antes de los 40 años, le llevó a ensayar un régimen
de vida que le permitió vivir cerca de un siglo. Se le suele conocer como el Apóstol del
la Senescencia, en virtud de su experiencia personal que relató en su obra: el Tratado o
Discorsi de la Vita Sobria (1558), a una edad avanzada. En él relata con detalles como a
base de una dieta escasísima (RC), ejercicio moderado y el principio de hacer las cosas
con satisfacción, le ayudaron a superar su mala salud anterior. La citada obra se llegó a
editar más de cien veces.
Por último, citamos a Sanctorius (1561-1636) que, desde su puesto de profesor
de medicina en Padua, extendió el método de observación sobre el metabolismo, usando
su propia imagen corporal para ilustrar la obra Ars de Statica Medicina, de 1614, que
fue autorizada como referencia médica en toda Europa. Aunque seguidor de la teoría
humoral, su teoría sobre la decadencia de los “espíritus corporales” puede verse como
un antecedente de la muerte celular, en pleno siglo XX.

6
De Francia hay que nombrar a Francois Ranchin que trata el envejecimiento en
su obra Opuscula Medica.
En Inglaterra merece destacarse a Sir John Floyer of Lichfield, un médico que,
siguiendo a Galeno, publicó Medicina Gerocomica, (el primer trabajo sobre
envejecimiento en inglés) donde recomienda la moderación en todo y el tomar baños
calientes o fríos, según la constitución particular de cada persona mayor. También, en
las Islas Británicas, destacó Tobías Venner, que trabajó en Bath y publicó la obra Via
Recta Ad Vitam Longam (1620) proponiendo un remedio quizá poco novedoso para el
envejecimiento: el “aqua vitae”, el uso del whisky para fortalecer el estómago, expulsar
el aire, aplacar la melancolía, preservar los humores del deterioro y prevenir los
desmayos.
La época del crecimiento de la comunicación científica, o el periodo ilustrado,
comprende el siglo XVIII, destacando algunos personajes como John Fothergill (1712-
1780), un médico inglés que publicó una obra en 1767 titulada: Rules for Preserving
Health at all Ages, donde recomendaba tres cosas principales a las personas mayores: a)
el tener buenos pensamientos, b) el buscar la compañía de gente joven, y c) el eliminar
los sentimientos negativos. También, se le considera un pionero en considerar el gran
papel que tiene el corazón en muchas enfermedades. Como se ve, Fothergill fue un
pionero en subrayar la parte psicológica y emocional en la salud.
Benjamín Rush, fue otro médico anglosajón, americano, que hizo notables
aportaciones a las ciencias del envejecimiento humano. En su obra, Medical Inquiries
and Observations, incluyó un capítulo dedicado a los cambios patológicos que se
producen en el cuerpo y la mente con el paso de los años y sus tratamientos. Además,
señaló el papel determinante en la longevidad de factores como la herencia, el vigor
mental, la ecuanimidad y el matrimonio, entre otros.
Wilheim Hufeland, está considerado el padre de la dieta macrobiótica. En su
obra de 1797: El Arte de Prolongar la Vida del Hombre, trató de dar respuesta a las
ansias de longevidad de una buena parte de la población del aquel momento. Para él, el
cuerpo posee una “fuerza vital” que le sirve de renovación; cuando ésta falla se produce
el envejecimiento.
El siglo XIX, o época premoderna, incluye algunas obras que suponen un hito
dentro de la difusión del saber médico sobre el envejecimiento humano como la
compuesta de cuatro volúmenes, publicada en Escocia por Sir John Sinclair en 1804. En

7
ella aparecen mil ochocientas citas bibliográficas relacionadas con el campo, y
procedentes de distintas fuentes: obras clásicas, epístolas, estadísticas…
También en las Islas Británicas, destacamos a Sir Anthony Carlisle (of London),
médico cirujano y anatomista que en 1817 publicó su Ensayo sobre los problemas de la
vejez donde recomienda a los jóvenes que comiencen desde muy pronto con un régimen
que les proporcione cierta longevidad. Para él, el estado senil comienza a los 60 años
por lo que desaconseja ciertas intervenciones quirúrgicas debido a la pérdida de
vitalidad de esos años.
En Alemania, destacó Carl Canstatt, que publicó en 1839 un trabajo sobre
geriatría que fue considerado el mejor hasta ese momento. La obra compilaba distintos
hechos con la intención de hacer una contribución más al conocimiento de la vejez.
Por último, en Francia, el médico Jean-Martin Charcot amplió el conocimiento
de la vejez en sus seminarios impartidos en el hospital parisino de La Salpêtrière donde
intentó demostrar que las enfermedades asociadas a los años pasan por un periodo
previo de latencia. Sus trabajos con los mayores se publicaron en 1867 (hay copias en la
Biblioteca Nacional de Madrid).

Un autor que merece reseñarse es William Thoms (diputado en la Cámara de los


Lores) que con la obra La longevidad en el hombre: sus hechos y ficciones (1873)
cuestionó la validez del súper centenario Thomas Parr, que supuestamente había vivido
152 años.
En Norteamérica destacó otro médico, que llegó a vivir un siglo: el Dr. Edward
Holyoke, que usó la auscultación desde el principio de su carrera. También en el estado
americano de Maine el Dr. Stephens creó en 1896 el primer laboratorio para el estudio
de la vejez y la primera revista en el campo: Long life.

La modernidad y las ampliaciones de la disciplina. La Era Moderna en la


historia médica del envejecimiento corresponde para Freeman (1979) al siglo XX. Este
nuevo periodo comienza con un autor, reconocido específicamente con el Premio Nobel
de 1908 por sus trabajos sobre el envejecimiento humano, Elie Metchnikoff, quien
introdujo el concepto de autointoxicación relacionado con la acumulación de toxinas en
el tracto intestinal.

En Norteamérica destacó el médico William Osler que creó mucha polémica al


afirmar que hasta la edad de 40 años se consiguen los mejores logros, mientras que a los

8
60, es mejor olvidarse y no perder el tiempo en curar o mantener vivo a nadie. En los
siguientes años, aparecen dos autores con sendas obras básicas en el conocimiento de
los problemas asociados a la segunda parte de la vida: Stanley Hall, con Senescencia
(1922), y Vincent Cowdry y otros con Los problemas del envejecimiento (1939)
Varios hechos alrededor de mediados del siglo XX van a ampliar el campo de
estudio del envejecimiento y a definir de manera más interdisciplinaria sus contenidos.
Quizá, podemos considerar como uno de ellos el Primer Congreso sobre
Envejecimiento, celebrado en Kiev, en 1938; y el nacimiento de algunas entidades como
la Sociedad Geriátrica Americana (1942), después Sociedad Gerontológica Americana;
la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, en 1948 y la Asociación
Internacional de Gerontología (IAG), en 1950. Hay que destacar que en ellas
predominaron en esos primeros años las disciplinas médicas y geriátricas, sobre todo
relacionadas con las patologías asociadas a la vejez.
Mención especial merece la creación por parte de nueve psicólogos en 1945,
Estados Unidos (Ohio), de la División 20, denominada División de Madurez y Vejez,
dentro de la Asociación Americana de Psicología (APA), que pasó a denominarse en
1970: División del Desarrollo Adulto y Envejecimiento. Entre sus objetivos han
figurado siempre los del estudio del desarrollo psicológico durante toda la vida adulta,
la investigación y la educación relacionada con el envejecimiento.
Al mismo tiempo que se creaban estas sociedades en USA, 1976: Instituto
Nacional de Envejecimiento; 1978: Primera licenciatura en Geriatría; 1978:
Universidad de Cornell, Nueva York: primera Cátedra de Medicina Geriátrica: Irwing
S. Wright o en España, 1989-Universidad de Salamanca: primer Máster Universitario
de Gerontología Social, en el ámbito europeo, se iban publicando revistas científicas
sobre el mismo campo, que permitían difundir cualquier aspecto investigado. Por
ejemplo:
1954-Journal of Gerontology.
1964-Experimental Gerontology.
1966-Revista Española de Geriatría y Gerontología.
1972-Mechanism of Aging and Develoment.
1986-Psychology and Aging.
1991-Revista de Gerontología.

9
Recientemente se ha publicado un estudio sobre la formación gerontológica de
posgrado en España (Villar, Giuliani y Serrat, 2017), donde se detalla su número,
características y contenidos impartidos. Los autores concluyen que la mayoría de estos
másteres vienen siendo presenciales, de 60 créditos ECTS, y clasificados como
multidisciplinares (59%); como ciencias del comportamiento (19%); como ciencias de
la salud (16%), y como ciencias sociales (2%).

4.2. Las distintas concepciones teóricas sobre el envejecimiento


humano.
4.2.1. De la concepción indiferenciada a la clasificación por
etapas.

Antes de introducir algunas descripciones y reflexiones sobre las certezas e


incertidumbres del curso de la vida que continúa más allá de los 18 años, necesitamos
aclarar algunos términos sobre esa etapa de la vida, también denominada madurez,
preferimos denominar ese periodo como “desarrollo adulto y envejecimiento”, por
considerar que son unos términos más idóneos para los temas que la integran. En título
madurez implica una concepción más social e ideológica, con un matiz de carácter
teleológico-normativo y, por tanto, posiblemente más excluyente con otras propuestas
teóricas. El término adultez o desarrollo adulto, nos resulta más evolutivo y dinámico,
desde un punto de vista semántico.
Existe un precedente similar a esa redenominación del campo del desarrollo
humano cuando la Asociación Americana de Psicología creó en 1945 la División nº 20,
denominándola Madurez y Vejez, y posteriormente en 1970, la modificó por Desarrollo
Adulto y Envejecimiento (Adult Development and Aging). También, hay que mencionar
el manual de psicología evolutiva específico publicado en nuestro país, en 1996, con
este último mismo título, de los autores José Luis Vega y Belén Bueno, atendiendo a
esos criterios de conceptualización dinámica del desarrollo.
La creación de la etapa o periodo de la vida denominado madurez o desarrollo
adulto y envejecimiento, se puede considerar una creación genuinamente social. Las
distintas épocas históricas han considerado la edad humana como un curso temporal con
mayor o menor diferenciación y complejidad, según fuera su valoración contextual de

10
las actividades desempeñadas, la posición social ocupada y la duración media de la
vida.
Los distintos periodos que tenemos en la actualidad de todo el desarrollo
evolutivo de la vida: infancia, adolescencia, adultez y vejez, no han existido con
anterioridad, exceptuando algunas aportaciones de filósofos o teólogos, que proponían
clasificaciones ideales, pues en la casi totalidad de los casos no se podían aplicar a la
mayoría poblacional por simples limitaciones en la media de la esperanza de vida.

Para centrarnos a la parte que nos interesa aquí, toda la existencia humana
adulta, gran parte de las veces, consistió en un tiempo indivisible, pues la población
desde una edad temprana se dedicaba a trabajar y dejaba de hacerlo cuando por
impedimentos físicos no se lo permitía, y terminaba su existencia al poco tiempo. En el
caso de los guerreros o caballeros medievales era similar el patrón evolutivo, luchaban
hasta la muerte, y así, pereciendo jóvenes en el campo de batalla, conseguían la gloria y
el honor, sin tener que pasar un periodo de invalidez inactiva o vejez.

La edad cronológica, que tiene tanta importancia en nuestros días, por su


utilización automatizada como guía psicosocial normativa, no tenía esa valoración en la
mayor parte de nuestra historia pasada, o sólo consistía en la distinción de validez o
invalidez laboral, se tuvieran los años que se tuvieran. Solo se consideraba vieja aquella
persona que no pudiera trabajar o guerrear.

Este ciclo vital indiviso e indeterminado de toda la vida adulta intentó


clasificarse en algún tratado filosófico o teológico de la antigüedad. Pitágoras (580-500
a. C.), por ejemplo, consideró cuatro etapas, correspondientes a las cuatro estaciones del
año, correspondiendo las tres últimas, verano, otoño e invierno, a la adultez y vejez
completas (20-40; 40-60 y de 60-80). Siendo la media de esperanza de vida general en
aquella época de 20 a 23 años (Busó, 1999; Krutoff, 1969), aunque en Grecia, debido a
su desarrollo sociocultural, podía acercarse a 30 años (Holmes y Holmes, 1995).
Seguramente Pitágoras, que vivió hasta 80 años, imaginaba un ciclo vital que era
imposible para la mayoría de la población griega, que no pertenecían a su clase social
privilegiada. Aristóteles, también consideró tres edades en su obra Retórica; la juventud
(neotés), la madurez (acmé) y la vejez (géras); considerando la acmé (28 años) como el
mejor periodo. En 2016 se celebró el 2400 aniversario de su nacimiento en Grecia, el
año 384 a. C.

11
San Agustín de Hipona (Argelia, Magreb, 354-430), consideró 7 edades, en
coincidencia con los siete días simbólicos de la creación del Mundo, en el cristianismo,
siendo la última la que se correspondía con la espiritualidad de la vejez. También, en el
contexto de la misma religión de la Alta Edad Media, san Isidoro de Sevilla (siglo VII)
clasifica el ciclo vital humano en siete etapas, acabando la tercera, adolescencia, a los
28 años; el periodo juvenil, de los 28 a los 50; la madurez, de 50 a 70 y la de 70 en
adelante, la vejez con su parte de deterioro final. Volviendo a hacer una comparación de
la media de vida en ese siglo, menor de 30 años, podemos ver a una población
mayoritaria que “no superaba la adolescencia propuesta por el sabio sevillano”. Aunque
la longevidad de los miembros del clero era muy superior a la de los demás ciudadanos
debido a su hábitat monacal protegido de dos de los peligros de entonces: la guerra y las
epidemias. En relación con este periodo de 7 edades/días de la creación cristiana, véase
la reciente aportación del filósofo alemán Peter Sloterdijk (2020) La herencia del Dios
perdido, donde plantea un 8º día para recuperar la espiritualidad perdida en nuestras
sociedades tan materialistas y tecnologizadas.

Se puede decir que en esas épocas históricas la mayoría de la gente no tenía edad
cronológica, sólo cuando algunos miembros del estamento eclesiástico comenzaron a
ingresar en los monasterios, como retiro espiritual, se puede hablar de una etapa de
“separación del mundo”, que era impensable para los pobres, que tendrían que esperar a
los últimos siglos del segundo milenio d. C. para ver su posibilidad. La Edad Media
tiene una visión única del ciclo de la vida, del nacimiento hasta la muerte, en todo caso
pueden pensarse en dos momentos, cuando se trabaja y cuando ya no se puede: de
joven-adulto a viejo, sin periodos intermedios de transición. La dura vida de esa época
se imponía así. En todo caso, la visión cristiana de la vejez y la muerte se veía como el
castigo por una vida pecadora. La expulsión de Adán y Eva del Paraíso era el comienzo
de todo el proceso.

La clasificación de san Isidoro se volverá a reproducir en el siglo XIII, en el


tratado compilatorio sobre el saber universal denominado El Gran Propietario de todas
las cosas.
En el Renacimiento, la edad humana que explícitamente se considera ideal está
comprendida entre los 30 y 40 años, con sus tres características principales del
momento: belleza física, fuerza y voluntad; el resto de las edades son inadecuadas. Se
llegó al extremo de decir que los que pasaban de 50 años no merecían vivir (Antonio de

12
Guevara, obispo de Cádiz, en 1529). Seguramente sólo lo conseguían los religiosos y
los reyes, pues la media de vida mayoritaria seguía por debajo de 30 años.

Las consecuencias de las ideas ilustradas y su capacidad para transformar el


mundo, junto con el desarrollo socioeconómico que produjo la Revolución Industrial en
los siglos XIX y XX, determinó un aumento de la longevidad, de tal manera que vemos
como se vuelven a considerar etapas del ciclo vital, ahora más realistas. Así
intelectuales como Goethe (1749-1832) consideraron tres periodos: la edad del
aprendizaje (Schulhalter), la edad de la peregrinación y el vagabundeo (wanderalter), y
la edad de enseñar (lehralter). Varias décadas más tarde, José Ortega y Gasset (1883-
1955), consideraría 4 etapas o ciclos de 15 años, cada uno: la edad de Telémaco, por el
crecimiento (hasta la adolescencia), la edad de Aquiles, por la peregrinación y
aprendizaje (15 a 30), la edad de César, por la gestión madura (30-45 años) y la edad de
Augusto, por los años de consejo y experiencia (45-60 años).
Entre los años que median, a finales del siglo XVIII y el primer tercio del siglo
XX, la media de vida pasa de un promedio de los 30 a los 60 años. Si ya con algunos
filósofos ilustrados como Rosseau se había pre-inaugurado un periodo evolutivo nuevo,
la Infancia, ahora en la centuria final del segundo milenio, se añadía el periodo
adolescente y la época senescente, en parte con las dos obras clásicas de Stanley Hall,
de títulos homónimos (1904, 1922); y también, con la aparición de términos específicos
para el último estadío vital como Geriatría (Nascher, en 1909) y Gerontología
(Metchnikov, en 1903), referidos, respectivamente, a la disciplina que trataba las
patologías de la vejez y la que estudiaba el envejecimiento (biológico, entonces) en
general.

Si bien, en esos comienzos del siglo XX parecía que la clasificación del ciclo
vital se había terminado de definir y ordenar en sus etapas diferenciadas, tres psicólogos
y sus respectivas obras van a influir en buena parte de las siguientes décadas, y hacer
que el interés, en los estudios de la psicología del desarrollo, se centren en las primeras
etapas de la vida, soslayando el resto del ciclo evolutivo. Tanto, Jean Piaget (1896-
1980), Sigmund Freud (1856-1939) como Lev Vigotsky (1896-1934) harán que todo
el peso, tanto teórico como aplicado de la disciplina se dedique a la infancia y
adolescencia. El resto de periodos del desarrollo sólo reaparecerán con fuerza, sobre
todo a partir de la década de los sesenta y setenta, por el impulso de los psicólogos del

13
Ciclo Vital, como Baltes y Schaie, pero desde una visión menos cronológica y más
interdisciplinar.

De los tres mencionados, uno de los que más influyó en la concepción del
desarrollo en etapas, prácticamente en todo el siglo XX fue Jean Piaget, que hizo un
trabajo minucioso sobre el desarrollo intelectual desde un punto de vista organicista, o
de las sucesiones de periodos cronológicos, según una programación biologicista-
maduracionista. Aunque, para él, el desarrollo intelectual se completaba y estabilizaba
en la adolescencia, en la etapa que definió como de las operaciones formales. El
pensamiento que describía en ese periodo evolutivo consistía en mecanismos de cálculo
y razonamiento abstracto, con una dinámica parecida a la que emplea el método
experimental de las ciencias: hipótesis, que son comprobadas posteriormente y
operaciones de cálculo probabilístico del tipo bayesiano. Las limitaciones que supuso
este modelo teórico para toda la vida adulta, por su enfoque idealista (en realidad, se ha
comprobado posteriormente que la mayoría de la población adulta no opera con su
sistema hipotético-deductivo) y por su escaso interés en estudiar y analizar el
envejecimiento cognitivo, determinó que otros autores, partiendo de sus mismas bases
teóricas, desarrollasen modelos que completasen el ciclo vital. Así, los denominados
autores postformales, como Labouvie-Vief y Riegel, han propuesto etapas para toda la
vida adulta, donde predomina el pensamiento relativista, dialéctico y subjetivo.
Otro de los psicólogos que más influyeron en esa búsqueda de todo el desarrollo
limitándose a la infancia fue Freud, que consideró los 5 primeros años de vida como los
más determinantes del resto del desarrollo. Sus etapas oral, anal, fálica y genital, marcan
el desarrollo psicosexual con sus características diferenciadas. Para Freud, la vida adulta
es un reflejo del “tránsito” por esas tres primeras etapas, con sus huellas definitivas en el
carácter personal. Cualquier análisis comprensivo de la personalidad en la segunda
mitad de la vida hay que basarlo en esos años infantiles, donde la dinámica y estructura
familiar son los que construyen al individuo, único y diferenciado.
Dadas las limitaciones que un planteamiento teórico como el del psicoanálisis de
Freud podía tener para un ciclo vital que, desde los años cincuenta y sesenta del siglo
XX, se había alargado hasta límites impensables cuando él propuso su teoría, algunos
autores propusieron nuevas etapas para el resto del periodo cronológico, pero con la
misma filosofía teórica del fundador, basada en el control (del yo) de los conflictos
inconscientes entre la parte más instintiva (el ello) y la parte más social (el súper yo).

14
Entre estos autores que propusieron etapas para la vida adulta destacó Eric
Erikson, de quien se siguen trabajando en la actualidad conceptos como el de
generatividad, con metodología experimental. Éste autor añadió tres estadios post-
adolescentes (más uno final), que los seguía concibiendo, igual que en las etapas
anteriores, como conflictos psicosociales que la persona tiene que resolver durante cada
periodo de su vida: el de la intimidad frente el aislamiento, el de la generatividad frente
al de estancamiento y el de la integridad del yo frente a la desesperación al no poder
tener una visión coherente de toda la propia vida.
El tercero de los psicólogos que más influyeron el siglo pasado fue el ruso Lev
Vigotsky, que más que considerar el desarrollo sólo en etapas, según la edad, lo
concibió en relación con las actividades más significativas en cada periodo, pero en un
continuo intercambio de influencias socializadoras entre los miembros adultos y
pequeños de una comunidad social. Según Davidov (1990, cit. en Murray, 1999), esas
actividades serían las siguientes: intuición y emoción, el primer año; manipulación de
objetos, entre 1 y 3 años; juego, de 3 a 7; aprendizaje material del mundo, entre los 7 y
los 11; comunicación social, de 11 a 15 y aprendizaje vocacional, de 15 a 17 años. Si
bien el planteamiento de Vigotsky permaneció en el olvido por razones de división
política entre los países capitalistas y los comunistas, su huella sigue dando sus frutos,
en el mundo de la educación. Sus aportaciones al aprendizaje potencial, a través de su
concepto de la Zona de Desarrollo Próximo, han abierto unas líneas de actuación que se
podrían aplicar a cualquier edad del desarrollo.

La concepción del desarrollo adulto y envejecimiento en etapas o periodos


discretos, parece un mecanismo conceptual recurrente, que facilita a los distintos
autores una clasificación más clara y precisa del curso temporal evolutivo. En la Edad
Media se solía acompañar de ilustraciones como la rueda de la vida, donde aparecía
Jesucristo en el centro, rodeado por los sucesivos momentos de la vida, con una
intencionalidad espiritual y piadosa. Al comenzar la Edad Moderna y la nueva
economía burguesa, el paso del tiempo se va a modificar. Ahora la representación del
curso de la vida va a incluir las preocupaciones por la salvación del alma, de la nueva
clase emergente, a través de la exposición gráfica de sus virtudes y vicios, en cada uno
de los periodos. El puente o la escalera, con su forma arqueada que sube y baja, va a ser
la iconografía evolutiva definitiva, a partir de 1550, en los grabados-modelo del artista
alemán Jorg Breu, y durante los siguientes 350 años (Cole, 1997). La imagen presenta

15
diez personificaciones, para cada etapa cronológica, y debajo de cada una de ellas, un
animal asociado.
Pero este esquema simbólico volverá a modificarse en la segunda mitad del
siglo XX, a raíz de dos tipos de cambios importantes en los países occidentales: los
sociodemográficos y los socioeconómicos. En relación con los primeros, tenemos los
avances en la longevidad humana en los países industrializados, que sigue aumentando,
llegando a ser la esperanza media de vida española actual de 83,2 años; para los
hombres: 80,5 y para las mujeres: 85,8 años (INE, 2018); una diferencia por género de
5,3 años, y en relación con los segundos cambios, socioeconómicos, tenemos los efectos
de las crisis famosas como la del petróleo de los setenta, o las bursátiles de las décadas
siguientes, en el curso laboral de la gente que comienza y finaliza su vida productiva,
con las consiguientes incertidumbres y flexibilizaciones sobre la misma. En el primero
de los cambios, los sociodemográficos, podríamos hablar de transformaciones en la
parte biológica, con lo que vivir una media cercana a 83,2 años ha determinado nuevas
clasificaciones en ese periodo de la pos-jubilación o tercera edad, que antes era corto, y
bastaba una sola etiqueta. Hoy, se habla de cuarta edad, a partir de los 80; de mayores
jóvenes, entre los 65 y los 75, y de mayores viejos, a partir de 75/80; también del
aumento de los nonagenarios y de los centenarios.
En el segundo caso o los cambios socio-económicos también han repercutido en
la clasificación social de las edades de toda la vida adulta. Así, se habla de adolescencia
forzada o alargada, bien sea por la situación actual de empleo precario o por la
comodidad personal, cuando los jóvenes deciden permanecer en casa de sus padres
hasta edades antes impensables; por ejemplo, los 28 años, como vemos en la película
francesa “Tanguy, ¿qué hacemos con el niño?” de 2001. Donde parece que éstos no
terminan de ingresar en la “vida adulta” sin el requisito básico de la emancipación
económica y de la vivienda separada. También, en el otro extremo de la vida laboral, las
jubilaciones anticipadas están ampliando los años de retiro en un periodo prejubilar, con
las posibilidades positivas o negativas que eso puede conllevar, al no estar tan definidas
socialmente como los periodos de la primera mitad de la vida.
Toda esta situación social e histórica del pasado reciente y del futuro inmediato
quizá desdibuje un poco la clasificación evolutiva por etapas que siguiendo el modelo
organicista-lineal apuntado por algunos psicólogos del siglo XX, había completado el
curso vital y respondía en el fondo a un destino personal y social de crecimiento,

16
estabilización y declive, expuesto en 1905 por el sociólogo Max Weber *. Ahora, en
nuestras sociedades democráticas, posindustriales de servicios y telecomunicaciones,
parece “que las identidades se transforman en el sentido de ir adquiriendo mayor
pluralismo, variación y flexibilidad: cada vez hay más formas posibles de ser niño,
joven, adulto, maduro y anciano, sin que sea posible asegurar a cada paso cuál parece la
forma de serlo más correcta o apropiada” (Gil Calvo, 2001: 16). Quizá, llegue el
momento en el que podamos elegir de manera individualizada el curso vital preferido.
A lo largo de todo este texto, vamos a considerar el desarrollo adulto y el
envejecimiento como dos procesos dinámicos y paralelos. Tanto uno como otro
conllevan aspectos físicos y psicosociales. Se habla de varias clases de envejecimiento 1,
el biológico, el cronológico, el psicológico y el social.
La adultez y vejez cronológica, se produce a medida que una persona suma
años a su fecha de nacimiento. En el caso de la adultez, se es de manera oficial con la
“mayoría de edad”, considerada en los países de nuestro entorno a los 18 ó a los 21
años; mientras que se es viejo de forma menos clara y normativa, aunque suele
considerarse la edad de 65 años, que coincide con la vejez social de la jubilación. La
biológica, se asocia a la aparición y acumulación de ciertos rasgos de deterioro corporal
externo, como las arrugas, las canas... y también a factores internos. Pero, además, la
vida adulta ha sido definida por otros factores psicológicos, tales como cambios en la
memoria, las emociones... y por factores sociales 2 como la independencia económica;
desarrollar algún tipo de estructura familiar; por tomar decisiones importantes en
aspectos de trabajo, la profesión y la ideología; así como también, por las
independencias3 funcional, actitudinal, emocional y conflictual. En el caso de la vejez,
por la jubilación en el trabajo, la abuelidad y bisabuelidad, la viudez, el ingreso en
hogares de pensionistas...
Hay que señalar que esa interacción entre el desarrollo adulto y el
envejecimiento físico se da desde el comienzo del periodo que nos ocupa en este libro,

*
Max Weber (1985). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Ediciones Orbis, S. A.
1
Hooyman & Kiyak (1994). Social Gerontology: A Multidisciplinary Perspective. Boston, MA: Allyn &
Bacon, Inc.
2
McCandless y Coop (1979). Adolescents: Behaviour and development. New York: Holt, Riniart &
Winston.

3
Hoffman, J. A. (1984). The psychological separation inventory. Unpublished manuscript.
Department of Psychology, University of North Carolina, Chapel Hill.

17
los 18 años, por no decir desde el nacimiento. Así, considerando un ejemplo corporal,
encontramos que la capacidad vital, o la cantidad de aire que cabe entre una inspiración
y la consiguiente expiración, alcanza su máximo entre los 18 y 20 años; o, también, la
reducción de las células pilosas de la cóclea auditiva que comienza en los 20 años,
aunque no se llegue a notar hasta dos décadas después. Además, a partir de los 25 años
hay modificaciones en otros órganos y funciones como los riñones, la fuerza muscular,
el ritmo cardiaco, los niveles de colesterol, y un largo etcétera*.
Lo que hemos notado al analizar y estudiar este gran periodo evolutivo de la
adultez y vejez es que, si comparamos las distintas funciones que integran la vida
humana desde los 18 años hasta la muerte: las físicas, las psicológicas y las sociales,
algunas de ellas se suelen asignar más, semánticamente, a uno u otro de esos dos
periodos, de manera exclusiva: la adultez o la vejez. Mientras que en el ámbito de los
ritos o roles sociales están bien definidos y explicitados tanto en la vida adulta (trabajo,
matrimonio, paternidad/maternidad...) como en la vejez (jubilación, abuelidad y
bisabuelidad, viudez...), por el contrario, al nivel de los cambios físicos que conlleven
algún trastorno o dolor, se suelen adjudicar mayoritariamente al periodo de la vejez,
como típicos de ella, aunque ocurran en plena juventud adulta. Quizá un refrán español
pueda corroborarlo claramente: “No hay mozo doliente ni viejo sano”. Luego, hay una
tendencia social a asociar la adultez a un periodo anti-vejez (y sin dolencias físicas),
aunque los viejos también son adultos. Quizá, uno de los aspectos más interesantes para
la intervención evolutivo-gerontológica en el presente y futuro sería aclarar que no
envejecemos a los 60, 70 u 80 años, sino que es un proceso que está presente en todo el
desarrollo humano, incluso desde el estado fetal, y que puede serlo más rápida o
lentamente, según sea la otra parte del desarrollo, la circunstancial externa.

La percepción de que hay un periodo de crecimiento corporal y posteriormente


de estabilidad y de deterioro final, análogo a otros seres vivos, no es exactamente cierto
para los humanos, pues en la mayoría de los casos, ese desarrollo no implica sólo
envejecimiento primario, de herencia biológica aislada, sino un envejecimiento
secundario o epigenético, de las circunstancias que rodean a ese organismo, como por
ejemplo los hábitos de vida o la calidad medio-ambiental. Esa concepción integrada del
cuerpo en su entorno, y que funciona de manera simbiótica y bidireccional, está en la
línea de lo que proclamó en 1914, Ortega y Gasset, en su célebre frase filosófica y que

*
Lewis R. Aiken (1998). Adult development and aging. New York: Plenum Press.

18
reproducimos completa: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me
salvo yo”1.
En la actualidad, sabemos que la propia adultez que llevemos, más o menos
conscientemente, nos determinará el nivel de envejecimiento que tendremos, aunque
éste, a su vez, desde unos ciertos momentos cronológicos nos avisará y sobre qué áreas
podremos actuar, en uno u otro sentido. Por tanto, podemos hipotetizar que el desarrollo
adulto y el envejecimiento son dos procesos coexistentes que vamos construyendo
durante la mayor parte del ciclo vital, en plena integración a un marco social y
ambiental concreto que se modifica continuamente.

Existe un amplio consenso en que la valoración grupal y social de cada etapa de


la vida y sus características asociadas acaban por internalizarse en cada uno de nosotros,
y se asumen como algo normativo e incluso, a veces, innato. Cada época nos determina
en buena medida el cómo nos vemos en cada etapa o estadio evolutivo, dependiendo de
nuestra productividad, de nuestro estatus social, de nuestro género y en el último siglo,
sobre todo de nuestra edad cronológica. Esta fusión entre individuo-sociedad-época
puede verse ejemplarizado en muchos testimonios personales a través de la historia.

Si Simone de Beauvoir * declaraba que “La condición del anciano depende del
contexto social” podemos decir lo mismo para todo el ciclo vital, especialmente para la
adultez, aunque hay grandes diferencias en la valoración social de cada una de esas
etapas, siendo la más desfavorable la vejez, al estar asociada mayoritariamente con
aspectos negativos que, en muchos casos, suelen ser erróneos. La adultez parece el
periodo neutro, donde se está y no se perciben las limitaciones de la niñez ni de la vejez,
tampoco parece que tengamos que actuar en él como un tiempo que dará sus frutos,
mejores o peores, con el tiempo.
De hecho, hemos encontrado más declaraciones personales sobre el propio
envejecimiento que sobre la adultez, u otros periodos evolutivos. Quizá sea porque las
características dramáticas que ha conllevado hasta ahora, son tanto de matiz fisiológico
como social.
Así, tenemos el ejemplo del año 2.451 a. C. donde un funcionario egipcio que
vivió 110 años, dejó escrito lo siguiente: “Qué penoso es el fin de un viejo ¡Se va
debilitando cada día; su vista disminuye, sus oídos se vuelven sordos; su fuerza

1
Ortega y Gasset, J. (2001). Meditaciones del Quijote. Madrid: Alianza Editorial, S. A.
*
Simone de Beauvoir (1989). La vejez. Barcelona: Edhasa.

19
declina; su corazón ya no descansa; su boca se vuelve silenciosa y no habla. Sus
facultades intelectuales disminuyen y le resulta imposible acordarse hoy de lo que
sucedió ayer. Todos sus huesos están doloridos. Las ocupaciones a las que se abandona
no hace mucho con placer, sólo las realiza con dificultad, y el sentido del gusto
desaparece. La vejez es la peor de las desgracias que pueda afligir a un hombre”
Por el contrario, en el siglo XVII y XVIII, algunos privilegiados, personal y
socialmente, europeos escribían: “Avanzo hacia el invierno a fuerza de primaveras”
(Charles-Joseph de Ligne, príncipe de Ligne).
“No duele,... La providencia nos conduce con tanta bondad a través de todas las
diferentes épocas de nuestra vida, que casi no nos damos cuenta de ellas; es una
pendiente suave, casi imperceptible: como la manecilla de un reloj a la que no vemos
andar...” (Marquesa de Sevigné, en 1687, con 61 años).
“Pero cuando una noble vida ha preparado la vejez, no es la decadencia lo que
ésta recuerda; son los primeros días de la inmortalidad” (Marqués de Sade)
“Mi intención es pasar dulcemente, y no laboriosamente, lo que me queda de
vida. No hago nada sin alegría” (Montaigne, Les Essais).
Más recientemente, a mediados del siglo XX, el artista Pablo Picasso declaraba:
“Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa procuro hacerla
enseguida”.
En su última novela Memoria de mis putas tristes (2004), el premio Nobel
Gabriel García Márquez, pone en boca de su protagonista nonagenario algunas
reflexiones que muestran una autopercepción positiva de la vejez: “Nunca he pensado
en la edad como en una gotera en el techo que le indica a uno la cantidad de vida que
le va quedando (...) Desde hacía meses había previsto que mi nota de aniversario no
fuera el sólito lamento por los años idos, sino todo lo contrario: una glorificación de la
vejez”
Los cambios que desde la política y la ciencia se están dando en la actualidad
con respecto a la consideración de la segunda mitad de la vida irán, poco a poco,
influyendo en las concepciones implícitas que tiene la mayoría de la población sobre ese
periodo, lo que hará que se vaya transformando la valoración negativa heredada del
pasado en otra quizá más positiva y más neutra, que perciba a las edades con iguales
derechos y oportunidades en los aspectos físicos y psicosociales.
En 2014 se ha propuesto el concepto de Edad prospectiva (Pujol Rodríguez,
Abellán García y Ramiro Fariñas, CSIC) que la edad de la vejez, admitida de manera

20
consensuada a partir de los 65 años, se eleve, según un umbral móvil, hasta que a la
persona le queden por delante 15 años de vida. Si la estimación de esperanza media de
vida en España en ese año 2014 estaba en los 85,6 para las mujeres y en los 80,1 para
los hombres (INE, 2016), (véase evolución actualizada a 2018, de la Esperanza de Vida
en la página 15, anterior) habría que considerar, por tanto, y como promedio general,
que para ellas este periodo empezaría a los 70 años; y para ellos se mantendría en los 65
años. Siendo la media de 82,8; por tanto, la vejez empezaría a los 67,8 años.
http://envejecimiento.csic.es/documentos/documentos/enred-medicion-envejecimiento-
2.pdf

4.2.2 La concepción socio-histórica y cultural.

Para introducirnos en el estudio y comprensión del desarrollo adulto y del


envejecimiento humano creemos necesario hacer tanto una amplia síntesis de lo que ha
sido su valoración en el marco social, con sus múltiples formas de organización y
funcionamiento, como analizar su propia evolución como disciplina científica
especializada.

Dado que el estudio del envejecimiento humano no puede desligarse del marco
histórico y social en el que se ha construido, proponemos un acercamiento
multidisciplinar, en cada una de sus las dos partes expuestas en esta memoria: la
sociocultural y la especializada o académica.
Para resumir esa primera parte social y cultural del hecho de hacernos mayores,
nos centraremos en aquellas disciplinas más enfocadas en el análisis global de las
estructuras societales y de su evolución cronológica. En cambio, para describir el
desarrollo más especializado de las propias ciencias del envejecimiento nos fijaremos en
aquellas otras disciplinas que con el paso del tiempo han querido definir y explicar
todos esos cambios que nos acontecen a medida que pasan los años.

La perspectiva social y antropológica: El estudio del desarrollo adulto y del


envejecimiento humano cabe plantearlo desde una óptica interdisciplinar o de áreas
distintas pero relacionadas entre sí. Quizá unos de los enfoques iniciales más globales y
sintetizadores es el que se ha ofrecido desde la antropología como la sociología que

21
define al individuo que se desarrolla y envejece dentro de un marco cultural, compuesto
de distintas orientaciones económicas, diversas pautas y conceptualizaciones de las
relaciones sociales y familiares, también, de prácticas religiosas, de formas laborales y
de ocio... (Fericgla, 1992). Esta cultura de la ancianidad, frente a la del resto del grupo
social, conlleva una clasificación de su tipología social, de la que tenemos tres modelos
generales de formaciones culturales: 1) las sociedades nómadas, 2) las sociedades
agrícolas y ganaderas y 3) las sociedades industriales, con mayor o menor grado de
desarrollo.

Las sociedades nómadas/recolectoras:


Con respecto a la consideración de las personas de diferente edad, en el primer
modelo, el de las sociedades nómadas, éstas suelen basar su supervivencia en la caza y
en la recolección, por tanto, esta actividad suele definir el nivel de precariedad de su
nicho ecológico. Cuando se da una mala cosecha o una insuficiente temporada de caza,
los miembros del grupo menos productivos y más débiles suelen ser apartados o
eliminados. A pesar de ello, la mayor parte del tiempo, estos grupos tienen una fuerte
organización ritual con relación a la distribución de los alimentos; así, cada parte de la
pieza cazada o recolectada se adjudica a cada miembro del grupo. De este modo se
asegura la supervivencia como grupo y se evita la mera satisfacción individual.
El papel de los más viejos, frente al resto, no suele ser en estas sociedades de
tipo pasivo sino todo lo contrario; tanto ellos como el resto del grupo tienen asignado un
rol o una actividad que suele estar relacionada con su nivel y capacidad funcional. Al
estar, estas sociedades nómadas, poco evolucionadas técnicamente, los trabajos de sus
ancianos suelen ser poco valorados por el resto del grupo.
Una de las ventajas que tienen las personas envejecidas en este tipo de culturas
con pocos registros escritos es su papel de transmisores culturales. Cuánto más viejos
son, mayor es el valor que se les da en el papel de memoria viva de sus costumbres y
leyendas. Normalmente, ese rol lo asocian a poderes mágicos y divinos que cumplen, en
muchos casos, una función sanadora sobre los propios miembros de la comunidad. Esos
roles de los ancianos como curanderos y sabios de la comunidad pueden llegar a
minusvalorarse en el caso que fallen los medios de supervivencia del grupo, pasando a
ser los primeros eliminados mediante el gerontocidio activo, como ocurre con los
chukchis siberianos, que en una fiesta ritual estrangulan al más anciano, o el
gerontocidio pasivo, como es el suicidio altruista en los pueblos esquimales que implica

22
una aceptación de la autoeliminación, mediante el abandono en la nieve. En este último
caso de eliminación de los mayores juega un papel importante la socialización
temprana, que los prepara en caso de amenazas a la supervivencia del grupo. Una obra
cinematográfica que ilustra ejemplarmente este abandono en la nieve de la madre
anciana a hombros de su hijo varón, es la película japonesa La Balada de Narayama
(Narayama bushiko, 1982) de Sohei Imamura.
Otro aspecto señalado por Fericgla sobre el concepto de vejez en las sociedades
nómadas-recolectoras es su definición, no tanto por una comparación con otras
generaciones sino con la misma. Un viejo lo es porque sobrevive a los de su propia
edad, no por los años que tiene. Este hecho traduce una organización familiar más
horizontal que vertical; así, tanto la convivencia de hermanos como la poliandria
fraternal pueden ser frecuentes entre ellos.

Las sociedades agrícolas/ganaderas:


La segunda tipología de sociedad es la que incluye a los pueblos agrícolas y
ganaderos, que definen su cultura sobre la base de un mayor o menor sedentarismo, de
sus comunidades humanas. En este caso, una característica diferencial con los pueblos
nómadas es su mayor disponibilidad de medios de supervivencia. La especialización
agrícola y ganadera asegura su mantenimiento, aunque también pueden aparecer épocas
de mayor o menor inseguridad alimentaria, dependiendo de factores climáticos y
ambientales. Esta cierta estabilidad supervivencial permite algunas ventajas a los
miembros mayores del grupo, como una mayor diversificación del trabajo, si la
comparamos con los pueblos nómadas. Los ancianos pueden aportar determinadas
funciones laborales que benefician a su comunidad, como el pastoreo, cuidado de las
cosechas, elaboración de instrumentos agropecuarios, preparación de los alimentos...
También se benefician de sus conocimientos expertos acumulados con los años en las
actividades básicas de su economía: las técnicas de cultivo, el tratamiento de las
enfermedades en los animales; además de conocer los ritos de paso en esa distribución
de roles, mediante un código de símbolos que son respetados y compartidos por la
comunidad.
Otros aspectos que benefician a las personas mayores en estas sociedades
agropecuarias son su estatus, ganado en la defensa del grupo ante conflictos bélicos, que
les sitúan en posiciones de poder político y por tanto social. Una de las características
básicas de poder en estas comunidades sedentarias es la propiedad de la tierra, que

23
convierte a sus dueños en los más respetados y temidos. Esta propiedad privada implica
un control masivo en cada componente de la cadena productiva: los utensilios
necesarios para las labores agrícolas como la propiedad de los rebaños, también la mano
de obra encargada de explotar las tierras y sus beneficios, en cualquier modalidad.
Todas estas ventajas configuran un sistema social basado en la gerontocracia,
(gobierno de los viejos) o el control de las personas mayores sobre todos los órdenes de
la vida comunitaria. Esta dinámica determina tensiones y conflictos sobre todo con las
otras generaciones que quieren acceder a algún tipo de poder social. Aunque esa
autoridad se perpetuaba al insertarse en las propias normativas y legislaciones vigentes.
La posible heredabilidad de las propiedades cuando fallecía el anciano se convertía en
una medida que aseguraba su cuidado y atención hasta el final, bien fuera para el resto
de la familia, o para el miembro elegido a tal fin. Este último caso, que puede ser el hijo
primogénito (mayorazgo) o la hija soltera, se ha encontrado en muchas regiones de
Europa (norte de España, Finlandia, Rusia, Eslovenia, Bulgaria, Yugoslavia, parte de
Alemania y sur de Francia) y de Asia (Mongolia, China, Vietnam, norte de la India,
Japón y Corea).

Las sociedades industrializadas (y sus desarrollos actuales):


El tercer modelo de sociedad, propuesto por Fericgla (1992), en el análisis de la
cultura de la ancianidad, es el que corresponde a las sociedades industrializadas. La
tipología que mejor representa a este contexto es el de la ancianidad “aislada”, que
implica la independencia de los mayores con respecto al resto de sus descendientes:
hogar y recursos económicos propios mientras puedan valerse por sí mismos. La
estructura familiar que define a estas sociedades industrializadas es la organización
nuclear (padres e hijos) y/o conyugal (pareja) entre sus miembros, con una implantación
mayoritariamente neolocal, lo que conlleva un alejamiento del hogar familiar anterior.
Cuando esa independencia de la familia nuclear con respecto a sus padres se vuelve
inviable para éstos, ya sea por mala salud o por insuficientes recursos económicos, los
familiares suelen hacerse cargo parcialmente de esos mayores, bien sea aceptándolos en
su hogar o completando los gastos que se derivan de su mantenimiento. Cuando la
invalidez es extrema suele internárseles en una institución, específica para estos casos.

Un aspecto a destacar dentro de este modelo de ancianidad industrial es el escaso


papel que juegan los mayores en el ámbito familiar y social. Este valor reducido es una

24
de las consecuencias de la sociedad basada en la productividad laboral. A mayor
capacidad mayor utilidad y, por tanto, mayor valoración y poder social. Los adultos
trabajadores son los detentadores de ese papel central, mientras que los jóvenes y los
mayores ocupan un lugar secundario.
Cómo vemos, esta consideración de los mayores en función de su aportación a la
sociedad, nos recuerda la tipología vista en las organizaciones primitivas cazadoras-
recolectoras. La similitud estaría principalmente en que mientras en esas sociedades se
elimina al anciano cuando pone en peligro la supervivencia del grupo, en las sociedades
industrializadas ocurriría cuando sus mayores atentan contra el bienestar y confort del
conjunto familiar. En los dos tipos de sociedad se aparta ese problema que representan
los ancianos “improductivos”, ya sea eliminándole físicamente, bien por iniciativa de
los demás o propia, o en nuestras sociedades, con su aislamiento en las instituciones
para mayores. En los dos casos, se produce una especie de “muerte social” de estos
miembros de la familia. Ya no se cuenta con ellos para la planificación y organización
del grupo. Como podemos deducir, las sociedades industrializadas confieren una
especie de identidad social en función del trabajo. La actividad laboral supone un factor
de integración sociocultural fundamental. Una vez se pierde esa participación en el
tejido productivo se pierde, a su vez, el valor social igualitario; se pasa a ser un
ciudadano sin estimación social. Por tanto, el retiro o jubilación forzada es una especie
de sentencia o pena de extinción social. Las consecuencias personales que puede tener
este suceso normativo podemos imaginarlas. En relación con la importancia de este
punto podemos preguntarnos lo siguiente: ¿Tendrá relación la menor longevidad de los
hombres con respecto a las mujeres con el hecho de ser hasta ahora el sector de
población que se jubilaba? En el capítulo o tema VII se verá las consecuencias de esa
situación de los mayores (dependencia) y la influencia en la familia.

La perspectiva de la cultura popular.


El refranero:
“Paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque
todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias
todas...” (Cap. XXI, primera parte, El Quijote, de Miguel de Cervantes Saavedra,
1547-1616)

25
Una segunda aproximación al estudio socio-histórico del desarrollo adulto y
envejecimiento, más limitado, pero igual de revelador, es el que parte de la sabiduría
popular que ha ido conformando la memoria colectiva de las sociedades a través de su
refranero.
La cultura oral como escrita ha ido recopilando esa percepción, tanto negativa

como positiva, de las personas que maduran o ya han llegado a un estado de

envejecimiento patente e irreversible. Díaz-Plaja (1995) cita algunos de ellos: “¿Qué es

vejez? Estornudar, toser y preguntar qué hora es”, “Más sabe el diablo por viejo que

por diablo”, “Del viejo, el dinero y el consejo”, “A barco nuevo capitán viejo”,

”Hombre anciano juicio sano”, también los dos siguientes: “Años y desengaños hacen

a los hombres huraños”, “A la vejez se acorta el dormir y alarga el gruñir”.

También Cruz (1994), menciona los siguientes: “No hay veinte años feos, ni
cuarenta hermosos”, “No hay mozo doliente ni viejo sano”, o el que aparece en forma
de estrofa: “Hasta los treinta, en hora buena vengáis, /hasta los cincuenta, en hora
buena estéis, /hasta los sesenta, norabuena vais,/desde los sesenta, ¿qué hacéis aquí?”
Una parte que llama la atención dentro del refranero popular es la diferencia que
se percibe en la descripción del envejecimiento sexual masculino y del envejecimiento
sexual femenino; el matiz peyorativo de éste último puede comprobarse en algunos
aforismos: “Más vale dos de a treinta, que una de a sesenta”, “Cuanto más vieja más
pelleja”; en cambio, cuando la mujer mayor era rica el matiz se cambiaba: “Más vale
vieja con dineros que moza con cabellos”, y “Vieja bien vestida, veinte años se quita de
encima”. Con los hombres, por el contrario, la vejez sexual parece evaluarse más en sus
aspectos particulares, y no tanto en los globales de la persona: “Soy viejo mas no en el
aparejo”, “El viejo pierde el diente, pero no la simiente”, “Cuando yo era mozo meaba
tieso, pero ahora ¿dónde está eso?”.
También hay que señalar aquellas concepciones positivas, que no son anónimas
cómo es el caso de los refranes, sobre el desarrollo adulto y envejecimiento hechas por
una minoría de autores de todas las épocas relacionados con actividades artísticas o del
conocimiento y centradas, sobre todo, en las cualidades puramente cognitivas e
intelectuales; entre los más antiguos destacamos a Cicerón: “La inteligencia, la
reflexión y el discernimiento habitan en los ancianos y si éstos no hubiesen existido,

26
tampoco habría ningún estado”, a Esquilo: “El viejo se halla siempre a tiempo de
aprender”. Más recientemente podemos citar al escritor Samuel Johnson: “Si, por falta
de uso, se vuelve una mente torpe en la vejez, la culpa es tan solo de su dueño”, o al
pintor Pablo Picasso: “La edad sólo importa cuando se está empezando a envejecer.
Ahora, que he alcanzado una buena edad, me daría igual tener veinte años” (Díaz,
1994).

La perspectiva histórica. Otra tercera aproximación al estudio del envejecimiento es la


clasificación histórica, por etapas cronológicas bien diferenciadas, y que engloban no
sólo a ese periodo del desarrollo sino a todo el resto del ciclo vital. En este enfoque se
estudia la edad dentro de los límites que marcan el comienzo y el final de cada periodo
histórico. Por ejemplo, de la Edad Media o del Renacimiento europeo.
Desde este enfoque historicista que estudia la madurez y vejez o del hecho de
hacerse viejo resulta imprescindible referirse a las dos obras que más extensamente y
minuciosamente ha tratado el tema hasta el presente. Nos referimos a la Historia de la
vejez, de Georges Minois (1989) y a Aging. Its History and Literature, de J. T.
Freeman (1979). El primero, traducido al castellano, desarrolla en diez capítulos cómo
ha sido la consideración de las personas mayores a través de los tiempos, desde la más
remota antigüedad hasta la época del Renacimiento europeo. La dificultad mayor reside
en que los documentos de la época los asimilan a la categoría de los adultos, ya que no
existía la consideración de la vida en etapas como en la actualidad. El autor partiendo de
fuentes documentales como la literatura, la iconografía, la medicina y la
sociodemografía, además de las inscripciones funerarias..., organiza la información en
los siguientes periodos: el antiguo Oriente Medio, el mundo hebreo, el mundo griego, el
romano, la alta Edad Media, siglos XI - XIII, XIV - XV y siglo XVI.
En el caso del segundo autor, Freeman, y su obra mencionada, hace un repaso
histórico más resumido pero que llega hasta los años de publicación del libro (1979).
Dado las limitaciones de espacio para desarrollar esta perspectiva histórica de
manera amplia, nos limitaremos a resumir solamente el momento presente y algo del
futuro.

Las distintas épocas, Siglos XX y XXI (hacia una sociedad de todas las edades). Para
poder comprender el desarrollo actual de la consideración socio-histórica del desarrollo
adulto y el envejecimiento humano hay que hacer referencia obligada a los acuerdos

27
políticos nacionales e internacionales de la segunda mitad del siglo XX, que están
teniendo una repercusión real en la consideración social que se tiene de las personas
adultas y mayores.
El esfuerzo por ampliar el conocimiento y mejorar la vida de las personas
mayores es ya una preocupación cotidiana de la mayoría de los gobiernos de los países
más industrializados. El plantearse aplicar sus programas de bienestar social les ha
llevado a dejar constancia en acuerdos y normas, ampliamente consensuadas, de
medidas concretas que supongan, al menos, la mejora material de las personas mayores.
Así, por ejemplo se recoge en dos documentos (Juárez, 1995) que citamos a
continuación: en el artículo 25.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
de 1948, se expone: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure,
así como a su familia, la salud, el bienestar, en especial la alimentación, el vestido, la vivienda,
la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros
en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez y otros casos de pérdida de sus
medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”. El segundo
documento relevante para los derechos de los ancianos es el artículo 50 de la
Constitución Española de 1978: “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones
adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica de los ciudadanos durante
la tercera edad. Asimismo, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales y
atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”.
Según recoge Gafo (1995), también la Iglesia Católica, desde el Concilio
Vaticano II, ha aportado su apoyo a estas propuestas de mejora material en varios
documentos, con mayor o menor concreción,: el Decreto Presbyterorum Ordinis, afirma
que las diócesis deben proporcionar seguridad social para la protección de los
sacerdotes en su vejez; en la Encíclica de Pablo VI, Octogésima Adveniens (1971) se
destaca el derecho de toda persona a una asistencia en caso de enfermedad o jubilación,
insistiendo en la existencia de “nuevos pobres” entre los que están los ancianos. Juan
Pablo II, en su Carta de los Derechos de la Familia, de 1983, declara el derecho de toda
persona a encontrar en la familia o en instituciones un ambiente armónico a sus
necesidades que le facilite la participación de acuerdo a su situación personal particular.
En 1982, la Organización de las Naciones Unidas se reunió en Viena y
acordaron un Plan de Acción Internacional sobre el Envejecimiento. Los 124 países
reunidos lanzaron los siguientes objetivos, resumidos por Flórez y López-Ibor (1994:
241):

28
a) Fomentar la comprensión nacional e internacional de las consecuencias
económicas, sociales y culturales que el envejecimiento de la población tiene en el
proceso de desarrollo.
b) Promover la comprensión nacional e internacional de las cuestiones
humanitarias y de desarrollo relacionadas con el envejecimiento.
c) Proponer y estimular políticas y programas orientados a la acción y destinados
a garantizar la seguridad social y económica a las personas de edad, así como a darles
oportunidades de contribuir al desarrollo y compartir sus beneficios.
d) Presentar alternativas y opciones de política que sean compatibles con los
valores y metas nacionales y con los principios reconocidos internacionalmente con
respecto al envejecimiento de la población y a las necesidades de las propias personas
de edad.
e) Alentar el desarrollo de una enseñanza, una capacitación y una investigación

que responda adecuadamente al envejecimiento de la población mundial y fomentar el

intercambio internacional de aptitudes y conocimientos en esta esfera.

La misma ONU en 1991 proclamó los 5 Principios a favor de las personas de


edad o mayores: independencia, participación, cuidados, autorrealización y dignidad.
1993 fue declarado “Año Europeo de las Personas Mayores y de la Solidaridad
entre Generaciones”, sirviendo de foro de debate y de distintos proyectos comunitarios
y regionales donde se plantearon actividades en torno a la evolución social y el
envejecimiento.
Junto a este nuevo marco político sobre la vida adulta y el envejecimiento hay
que destacar la creciente tendencia editorial de publicar manuales divulgativos sobre
distintos aspectos de la segunda mitad de la vida. Se trata, en la mayoría de los casos, de
guías de salud y bienestar personal, englobados dentro de la categoría de auto-ayuda,
pues suponen una lectura y aprovechamiento directo por parte de los lectores, sin más
intermediarios ni profesionales. Dada la calidad literaria y/o temática de algunos de
ellos, mencionaremos los siguientes: “El Arte de Envejecer” (1995) de Fernando Díaz-
Plaja; “Decálogo para vivir más de 100 años” (1994) de Loles Díaz; “La vida empieza
a los 50 años” (1994) de Cruz; “Saber envejecer” (1994) de Florez y López-Ibor;
Madurez: la plenitud de la vida (1999), de Gaffney; Nacidos para cambiar (2001) de
Gil-Calvo; y Aprender a envejecer (1994), de Martínez y Gracia.

29
En 1993, se lanzó en España el Plan Gerontológico Nacional (1992) que
pretendía cambiar las actitudes de la sociedad y hacerla más solidaria con el sector de
los mayores. El Plan quedó dividido en 5 áreas y sus objetivos generales:
1) Pensiones (Pe): solidaridad con las personas de edad; mejora de las pensiones
mínimas; revalorización automática y agilización en la gestión.
2) Salud y asistencia sanitaria (SAS): salud en lo físico, psicológico y social;
asistencia sanitaria.
3) Servicios sociales (SS): política de carácter general, prestación de servicios
sociales.
4) Cultura y ocio (CO): acceso de los mayores a los bienes culturales;
sensibilización de la sociedad sobre el envejecimiento y la vejez.
5) Participación (Pa): fomentar la participación social y política de los mayores
así como su capacidad de participar desde los centros gerontológico y en las políticas
sociales relacionadas con ellos, incluyendo el Plan Gerontológico.
En 1999, se ha celebrado el Año Internacional de las Personas Mayores que,
auspiciado de nuevo por las Naciones Unidas, ha pretendido sensibilizar al público en
general sobre la problemática del envejecimiento y fomentar su conocimiento y
prevención, implicando a agentes sociales nuevos; todo, en una perspectiva tanto a corto
como a medio plazo. Sus cuatro dimensiones priorizadas fueron: a) el desarrollo
individual durante toda la vida, b) las relaciones multigeneracionales, c) la relación
mutua entre el envejecimiento de la población y el desarrollo, y d) la situación de las
personas de edad.
En los informes recientes publicados por la división de Población de las
Naciones Unidas (ONU, 2000, 2001) se alerta a países como España que su porcentaje
de mayores de 65 años previsto para el año 2050 sería del 37%; el mayor del mundo de
los países industrializados. El informe señala que haría falta aceptar una media anual de
170.000 emigrantes para mantener la población actual, unos 39,6 millones.
Recientemente, en el Informe Global (2001) del grupo de investigadores en el
área de envejecimiento, del encuentro en la Isla de Menorca, del año 2000 se destacan
los siguientes puntos:

a) Antecedentes y justificación, donde se abordan los retos que implica el


fenómeno multidimensional del envejecimiento, proponiendo algunas líneas de
investigación sólidas que, tanto por razones éticas como por su relevancia social,

30
merecen una atención muy especial. Tanto la OMS, la UE como el Plan de Nacional
español de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica (2000-2003)
consideran de vital importancia el envejecimiento de la población. Y, sobre todo, la
salud y autonomía de las personas mayores, así como también la aplicación de políticas
sociosanitarias que incidan en los aspectos preventivos, curativos y rehabilitadores
relacionados con el binomio salud/enfermedad.
b) Objetivo, donde se deja claro que el presente informe resume las reflexiones y
orientaciones sobre lo más relevante de la investigación gerontológica expuesta por las
24 personas investigadoras asistentes y desde sus diferentes disciplinas científicas.
c) Metodología, a través de sus dos momentos. Uno, primero de encuentro y de
exposición de ponencias con sus discusiones y contrastación de puntos de vista, y otro
segundo momento, donde se elaboró el documento definitivo, a partir del primero y de
las aportaciones hechas por todos y más frecuentemente coincidentes.
d) Definición del envejecimiento como objeto de investigación, donde se intentó
definir el envejecimiento como un proceso dinámico y evolutivo que afecta a todos los
niveles de organización, subrayando sus aspectos relacionados con el incremento de los
riesgos de padecer enfermedades dependientes de la edad. También se destacaron los
aspectos educativos y sus múltiples dimensiones como las clínicas, las epidemiológicas,
las socioeducativas y humanísticas.
e) Áreas de interés para la investigación en envejecimiento y salud, que se
establecieron entre tres, principalmente: la primera sobre la promoción de un
envejecimiento saludable, a través de la prevención y control de aquellos factores que
rigen el proceso de envejecer (heredabilidad, estrés oxidativo, hábitos alimentarios,
insuficiencia de ejercicio físico...); la segunda área propuesta fue la mejora del manejo
de trastornos del estado de salud relacionados con el envejecimiento, a través de una
mejora en los métodos de prevención, retraso, diagnóstico y tratamiento de las
enfermedades y síndromes geriátricos así como de la mejora en el uso de los
medicamentos; la tercera área de investigación propuesta fue las políticas de salud
relacionadas con el envejecimiento, incluyendo el estudio de formas de prestación de
ayuda sociosanitaria con personas mayores más perfeccionadas (alternativas de
hospitalización, eficacia de cuidadores complementarios al hospital., unidades de
rehabilitación geriátrica y redes asistenciales, también evaluación de la ayuda
domiciliaria y de los cuidados informales), además, sería valioso saber las actitudes de

31
la población hacia el cuidado de los mayores y así identificar y organizar estrategias de
concienciación
f) Otras conclusiones, donde se expusieron aspectos de comunicación entre
investigadores, a través de una orientación interdisciplinaria; también se subrayó la
importancia de conocer las opiniones de las propias personas mayores y sus cuidadores,
pero desde su propio medio doméstico-asistencial.
Entre el 4 y el 8 de abril de 2002 se celebró en Madrid la II Asamblea de la ONU
sobre Envejecimiento Mundial, y que reunió al menos a 189 países y más de 1200
ONGs para llegar a un acuerdo en un plan de acción global.
Los temas incluidos por la ONU, en la Asamblea de Madrid, para desarrollar en
este siglo XXI, podemos simplificarlos en los seis más urgentes:
1) ¿Cómo podrán los distintos países en desarrollo plantearse el sostenimiento
material de las personas mayores, sabiendo que muchos países no cuentan con los más
mínimos recursos para ello?,
2) Analizar e investigar cuál es el impacto de los cambios habidos en la familia
actual sobre las personas, la comunidad, y la sociedad en general.
3) Estudiar cuáles son los determinantes del envejecimiento saludable y su
impacto tanto en las personas como en el resto de la sociedad.
4) Poder usar todo el conocimiento actual en medicina y biología genética y
molecular en prevenir, mejorar y evitar las enfermedades asociadas al envejecimiento.
5) Prioridad de la ONU es estudiar cuáles son aquellos contextos
socioeconómicos y culturales que permiten o facilitan un buen envejecimiento de la
población.
6) Averiguar cuál es la contribución de las personas mayores a la riqueza de un
país, tanto en el ámbito de economía, cultura, espiritualidad y sociedad.
Otros de los acontecimientos previos y paralelos a la II Asamblea, fue una
reunión de investigadores del tema gerontológico y geriátrico en el Forum Valencia (1-4
abril) y un ciclo de conferencias titulado Diálogos 2020, que intentó plantear un modelo
de futuro sobre el envejecimiento poblacional, a partir de las aportaciones de distintos
expertos en campos complementarios.
A partir de la II Asamblea, la propia ONU ha elaborado un Plan de Acción
Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento 2002, que pretende ser la guía de los
gobiernos del mundo en la materia. La aplicación de este Plan de Acción requerirá la
participación y asociación de muchos interesados: las organizaciones profesionales, las

32
empresas; los trabajadores y las organizaciones de trabajadores; las cooperativas; las
instituciones de investigación y enseñanza y otras instituciones educativas y religiosas;
y los medios de difusión.
El Plan de Acción Internacional de Madrid sobre el Envejecimiento (ONU,
2002), se basa en tres orientaciones prioritarias, divididas a su vez en varias cuestiones,
con sus objetivos y medidas.
Orientación prioritaria I: las personas de edad y el desarrollo.
Cuestión 1: participación activa en la sociedad y en el desarrollo.
“ 2: el empleo y el envejecimiento de la fuerza de trabajo.
“ 3: desarrollo rural, migración y urbanización.
“ 4: acceso al conocimiento, la educación y la capacitación.
“ 5: solidaridad intergeneracional.
“ 6: erradicación de la pobreza.
7: seguridad de los ingresos, protección social y prevención de
la pobreza.
“ 8: situaciones de emergencia.
Orientación prioritaria II: el fomento de la salud y el bienestar en la vejez.
Cuestión 1: el fomento de la salud y el bienestar durante toda la vida.
“ 2: acceso universal y equitativo a los servicios de atención de
salud.
“ 3: las personas de edad y el VIH/SIDA.
“ 4: capacitación de los proveedores de servicios de salud y de
los profesionales de la salud.
“ 5: necesidades relacionadas con la salud mental de las personas de
edad.
“ 6: las personas de edad y las discapacidades.
Orientación prioritaria III: creación de un entorno propicio y favorable.
Cuestión 1: la vivienda y las condiciones de vida.
“ 2: asistencia y apoyo a las personas que prestan asistencia.
“ 3: abandono, maltrato y violencia.
“ 4: imágenes del envejecimiento.
En las últimas citas nacionales e internacionales de la gerontología nacional e
internacional: el 57 congreso de la SEGG-2015, San Sebastián, País Vasco, titulado
Tendiendo puentes: de la oportunidad al privilegio de envejecer; y el 20 congreso

33
IAGG-2013, Seúl, Corea, titulado Envejecimiento digital: un nuevo horizonte para la
salud y el envejecimiento activo, se ha seguido apostando por hacer una realidad,
aplicada la política y la investigación de los campos del envejecimiento humano, en aras
de una sociedad más justa para todos los ciudadanos sin menoscabo de su edad
cronológica y su nivel de salud.
Esta conexión y coordinación entre las partes es parte del título que ha tenido el
encuentro internacional más importante sobre el tema, el ya citado IAGG en su 21
Edición, celebrado en San Francisco, USA, en el verano de 2017.
http://www.iagg2017.org/en/

4.2.3 La concepción bio-psico-social actual.


En 1947, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzaba su
definición de salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y
social, y no sólo la ausencia de enfermedad o dolencia”.
Según Engel (1977) el enfoque biopsicosocial….

Según Morin (2001: 63-4), en su libro Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro, “el ser humano es a la vez un ser plenamente biológico y
plenamente cultural, que lleva en sí esta unidualidad originaria. El hombre sólo se
realiza como ser plenamente humano por y en la cultura. No hay cultura sin cerebro
humano (aparato biológico dotado de habilidades para actuar, percibir, saber y
aprender), y no hay mente, es decir, capacidad de conciencia y pensamiento, sin
cultura... Hay, entonces, una tríada en bucle entre cerebro-mente-cultura, donde cada
uno de los términos necesita de los otros”.
Para Susan Strauss Whitbourne y Stacey Whitbourne (2016) el desarrollo
evolutivo humano es continuo, desde la infancia hasta la vejez (perspectiva del ciclo
vital). No se puede separar o aislar un periodo de otro, sea del pasado o del presente-
futuro. Así, lo biológico está influido e integrado en lo cultural (enfoque contextual).
Somos un conjunto de factores biopsicosociales (sexo, raza, etnicidad, clase social,
ingresos económicos, religión, cultura).
Hemos visto que dividir, cómo se ha hecho durante siglos, nuestra descripción y
evaluación de los adultos y personas mayores a sólo su parte biológica (medicina), o

34
mental/espiritual (religión y psiquiatría/psicología) no nos ha permitido tener una visión
completa y realista de cuál es su estado actual de salud, ni, por tanto, sus necesidades
para la intervención evolutiva. La recomendación sabia de la cultura grecolatina clásica
del Mens sana in corpore sano, se perdió durante muchos siglos en la historia
occidental y parece que estamos en un momento óptimo para recuperarla, con todas las
ventajas añadidas del desarrollo tecnológico actual.
Algunos científicos están prediciendo un futuro inmediato donde se integrarán
más las ciencias biomédicas con las sociales, desde varios puntos de vista. Así, los
neurobiólogos hablan de la conexión existente entre los dos cerebros: el cognitivo-social
y el emocional-biológico (Drevets y Raichle, 1998; Ochsner y Bunge, 2002; Servan-
Schreiber, 2004) o también de la influencia entre hábitos sociales de alimentación/dieta
y mejora en ciertos estados emocionales (Stoll, 2001).
Desde las relaciones afectivas de pareja también vemos esa interrelación
biológica, psicológica y social: a mayor amor conyugal (social) menor es la prevalencia
de enfermedades físicas y psíquicas (Levenson, Carstensen y Gottman, 1993; Lewis,
Amino y Lannon, R, 2000; Medalie, Stange, Zyzanski y Goldbourt, 1992; Reynolds,
Boyd y Blacklow, 1994; Servan-Schreiber, 2004).
Incluso, las relaciones entre las personas y otros seres vivos, del entorno social y
doméstico, parecen tener influencia sobre la salud física y psíquica. El hecho de tener a
cargo mascotas como perros, gatos e incluso estar al cuidado de una planta en
residencias de mayores ha demostrado científicamente su efecto saludable en estados
postoperatorios; en depresiones; en reducción de las visitas al médico; y en la mejora de
la autoestima y de la imagen positiva frente a los demás: “parecerles más guapos”
(Allen y Blascovich, 1996a; Friedman y Thomas, 1995; Lockwood, 1983 Rodin y
Langer, 1977; Siegel, 1990; Siegel, Angulo, Detels, Wesch y Mullen, 1999). También
uno de los síntomas más extendidos en las últimas décadas en los adultos de todas las
edades, como es la hipertensión arterial se ha visto modificado a la baja por la existencia
en casa de animales domésticos, como son los casos investigados de corredores de
Bolsa y mujeres mayores de 70 años (Allen, Gross, & Izzo, 1997; Allen, Shykoff y
Izzo, 2001).
Pero una duda que nos puede surgir, al hablar de enfoque actual integrado por
varias áreas o profesiones, es qué cantidad o porcentaje de cada una de ellas debe
conllevar una visión interdisciplinaria. Una idea que nos puede guiar es la normativa de
una de las organizaciones internacionales más influyentes en el campo de las personas

35
mayores, la Asociación para la Educación Superior de Gerontología (AGHE), que
según la profesora Rocío Fernández-Ballesteros (2000) establece como requisitos, los
porcentajes de disciplinas curriculares que aparecen en la Tabla 1.1.
Tabla 1.1: modelo de interdisciplinariedad según la AGHE (tomado de Fernández-
Ballesteros, 2000)
CONTENIDOS GERONTOLÓGICOS Porcentajes según la AGHE
Biología/Medicina/Salud 15
Psicología 15
Sociología/Ciencias Sociales 15
Metodología de investigación 15
Materias optativas 30
Practicum o investigación 10

Según la tabla anterior a los tres primeros saberes básicos (de arriba abajo) se le
dedica un 45 por 100 del total, mientras a las materias optativas, más específicas de la
gerontología, un 30 por 100, y el resto 25 por 100 a las cuestiones de metodología y
prácticas.
La descripción y evaluación interdisciplinar con persona mayor tiene en cuenta
una concepción biopsicosocial, donde están incluidos los tres conjuntos de disciplinas.
En primer lugar, las aportaciones de las ciencias biológicas (medicina, enfermería y
bioquímica...) que estudian los procesos relacionados con los cambios en los órganos
corporales, a través del tiempo; en segundo lugar, la psicología (psicología del
desarrollo y psicología cognitiva), que analizan tanto los procesos cognitivos
(percepción, atención, memoria, aprendizaje) como los emocionales y de personalidad
en relación a los biológicos y a los sociales; y en tercer lugar, las ciencias sociales
(psicología social, sociología, demografía, ecología humana e interacciones sociales...),
que estudian los cambios en los roles sociales a través del tiempo y los fenómenos
sociales que inciden en las distintas valoraciones del envejecimiento.
Para poder abordar este enfoque interdisciplinario en el presente libro, hemos
desarrollado pormenorizadamente cada una de las partes que lo componen, la biológica,
la psicológica y la social, pero sin olvidar que forman entre sí un todo conjunto,
bidireccional y circular.

36
Antes de la primera de las tres partes, propiamente dicha, la biológica, haremos
un repaso de las bases históricas y culturales del fenómeno del envejecimiento humano.
Para la parte biológica o psicofísica sintetizaremos cuáles son algunos de los
componentes orgánicos más afectados por el paso de los años, y que mayor influencia
suelen tener en el nivel de salud general, como los relacionados con los huesos,
músculos, tendones; con el sistema cardiovascular, con el digestivo y con el neuronal.
También, expondremos los principales cambios que ocurren en los órganos de los
sentidos como la visión, la audición, además del gusto y el olfato.
En una segunda parte, correspondiendo a lo mental y psicológico se incluyen los
procesos cognitivos como la memoria, la atención, el lenguaje y el aprendizaje. Los
aspectos más psicopatológicos (demencias...) así como los emocionales (ansiedad,
depresión...) los hemos excluido al existir otros textos más orientados a ese enfoque.
En la tercera parte, referida al ámbito más social, se presentan distintas facetas
personales con relación a la socialización, la familia, la pareja, la sexualidad, el
matrimonio; también sobre la separación o divorcio, la abuelidad, la viudez; y aspectos
sociolaborales, como la satisfacción en el trabajo y la jubilación, entre otros.

4.3. Paradigmas y métodos de investigación afines en la adultez y vejez.

4.3.1. Paradigmas Mecanicista, Organicista y Contextual y sus


enfoques teóricos.

Dentro de los paradigmas o marcos explicativos que hay en la psicología del


desarrollo adulto y envejecimiento destacaremos tres: Mecanicista, Organicista y
Contextual. Cada uno de ellos con un ejemplo de modelo teórico afín, respectivamente:
el de eventos vitales, el de estadios y la psicología del ciclo vital. En el apartado de los
modelos teóricos de corte biológico, comentaremos brevemente la Teoría del Uso y del
Desgaste, la del Reloj, la Autoinmune, la de los Radicales Libres, y la Teoría Celular.
Entre las teorías psicosociales del envejecimiento destacaremos: la Desvinculación, la
Modernización, la Actividad, la Continuidad, la del Reloj social y la de Vinculación.
Véase apartado teorías biológicas del envejecimiento
Según Vega y Bueno (1996), Muñoz (2002) y Strauss Whitbourne & Stacey
Whitbourne (2016) tres son las visiones o paradigmas principales que los psicólogos

37
evolutivos se han ido forjando en su tarea de explicar y comprender el desarrollo
humano en general: la visión mecanicista, la visión organicista y la contextual o
dialéctica.

El paradigma Mecanicista.
Se basa en una concepción del desarrollo de la persona según un conjunto de
antecedentes y consecuentes. La Psicología Conductista y del Aprendizaje son los
enfoques que representan de manera más completa esta visión mecánica del desarrollo
humano. Según esas teorías el cambio evolutivo puede concebirse como el resultado de
las influencias del ambiente sobre el organismo. El desarrollo se produce, por las
reacciones ante los estímulos ambientales que nos influyen durante toda la vida. Esas
leyes entre antecedentes y consecuentes son las mismas durante todo el ciclo evolutivo.
Los antecedentes a los cambios del desarrollo hay que buscarlos en la historia personal
de refuerzos y no en elementos difusos como las influencias generacionales o los
sucesos históricos. Lo verdaderamente importante para los mecanicistas en el desarrollo
adulto y el envejecimiento son los conjuntos de estímulos y respuestas que vive un
individuo. El contexto principal de desarrollo humano es el ambiente que rodea a uno.
Algunas corrientes psicológicas mecanicistas son el Psicoanálisis, el enfoque de los
Eventos Vitales y ciertas teorías biológicas como la del Desgaste y la de Acumulación
de Errores.

 El Enfoque o Teoría de los Eventos Vitales, como ejemplo de modelo mecanicista.


¿Afectan los acontecimientos que vive un individuo en su personalidad? Desde el
punto de vista de las Teoría de los Rasgos, no; desde las perspectivas más situacionales,
sí. Los acontecimientos afectan al comportamiento de múltiples formas, pero no
implican reacciones ni organizaciones concretas de la personalidad (Neugarten y Datan,
1973). En este sentido, no implican ni crisis ni estadios personales. Muchas veces, más
que acontecimientos, son factores de cambio (Vega y Bueno, 1996).
La personalidad de adulto y del anciano se explicaría mejor en función de las
nuevas circunstancias que le ha tocado vivir que mediante dimensiones estables de su
propia personalidad (Bem, 1982).
No se trata de un proceso puntual, sino diacrónico, y tiene lugar a lo largo de un
amplio intervalo de tiempo. Según van apareciendo los nuevos acontecimientos, se van

38
produciendo reorganizaciones sucesivas en el individuo. Uno de los puntos más
importantes que surge a propósito de esta reorganización es la continuidad o el cambio
en la propia forma de ser del individuo (Vega, 1989).
Existen múltiples formas de clasificar los acontecimientos o eventos vitales,
cada una de las cuales está efectuada desde una perspectiva diferente:
1) Si lo hacemos en función de su relación con la edad cronológica y con la
historia personal, clasificamos los acontecimientos vitales en normativos y no
normativos.
2) También lo podemos hacer en función de su origen: psicológico, biológico,
físico o cultural.
3) Podemos además diferenciarlos por temas o por carreras vitales. En este
sentido se puede delimitar la carrera de acontecimientos ocupacionales, la de sucesos de
pareja y la de eventos familiares.
El estudio de los acontecimientos que afectan al individuo se puede efectuar
desde el punto de vista psicológico de la persona que se ve afectada o desde el punto de
vista sociológico, en tanto que descriptores de una determinada organización social
(Vega y Bueno, 1996):
a) Psicológicamente estudiamos cómo van moldeando la forma de ser del
individuo y cuáles son sus mecanismos de acción.
b) Sociológicamente, se estudia de qué forma los acontecimientos reflejan una
determinada estructura social, y cómo dicha estructura afecta al individuo.

Afrontamiento y estrés. Algunos de los sucesos que se encuentra la persona


adulta no sólo le transforma en mayor o menor medida su personalidad, sino que ese
cambio se vive como estrés, causando en no pocos casos enfermedades tanto orgánicas
como psíquicas. Según Vega y Bueno (1996) los acontecimientos se pueden afrontar
con estrategias diferentes. La forma en que una persona afronta un acontecimiento
depende de numerosos factores, entre los que se encuentran los siguientes:
1) La anticipación del acontecimiento o lo preparada que se encuentre la
persona para recibir el suceso.
2) La comprensión del acontecimiento y la interpretación subjetiva que
efectúa del mismo.
3) La salud y recursos físicos con los que cuenta para afrontar el estrés
que conllevan los acontecimientos.

39
4) Los factores de personalidad y la capacidad de adaptación del
individuo a nuevas situaciones.
5) Su historia anterior de afrontamiento de acontecimientos aleatorios.
6) El apoyo social de que puede disponer, junto con el apoyo emocional
que pueda recibir.
En general, las personas mayores se encuentran en su vida diaria con menos
presiones que los jóvenes, aunque el estrés les afecte más a su bienestar (Martín,
Grünendahl y Martín, 2001). Los estudios de Judith Rodin (1986) han señalado distintos
aspectos sobre el afrontamiento y el estrés. En el ámbito físico, las personas mayores
quedan más afectadas en su sistema inmunológico por situaciones difíciles, en relación
con las edades anteriores, pudiendo desarrollar alguna enfermedad con mayor facilidad.
En el ámbito psicológico, es importante el sentimiento de control que sobre la situación
perciba la persona, incidiendo, en el caso de tenerlo, sobre aspectos fisiológicos como la
presión sanguínea y ritmo cardiaco, sobre las úlceras de estómago y los factores que
promueven la formación de placas arteriales; además, al sentir mayor control sobre una
dificultad las personas suelen realizar acciones para mejorar o mantener su salud,
buscando información, con chequeos médicos, cuidándose. Aunque, también puede
estresar tener control y no saber utilizarlo o resolver bien una situación (Bandura, 1986).
En el ámbito social, Rodin (1986) comprobó como el apoyo social reduce el estrés en
las personas mayores, ayudando a mantener su identidad social, y haciéndoles sentirse
respaldados, aparte del intercambio material y de información útil que ello supone.
Otros autores, como Schulz y Heckhausen (1996), han propuesto que, según la
etapa vital, desarrollamos dos tipos de control sobre el medio: control primario
(juventud y adultez intermedia), que implica realizar las metas personales con el
consiguiente autorefuerzo, y control secundario (madurez posterior y vejez), que sería
aquel que se produce por la modificación de las metas primarias, irrealizadas o
inalcanzables, adaptándolas a otras nuevas, más realistas y asequibles.
En una revisión sobre 25 estudios de sucesos negativos y depresión en personas
mayores, se encontró una relación positiva entre ellos dos y que se iba produciendo de
forma acumulada, lo que hace pensar en el trato especial que debería dársele a aquellas
personas que han vivido acontecimientos estresantes, por ser potencialmente un grupo
de alto riesgo (Kraaij, Arensman y Spinhoven, 2002). Aunque hay que restarles la
capacidad de resiliencia.

40
El paradigma Organicista.
Utiliza como símil el organismo vivo. Parte de una concepción estructural del
desarrollo con sus organizaciones sucesivas de etapas, estadios y periodos cronológicos.
Los procesos evolutivos, para este enfoque, son fenómenos dirigidos a un fin, con un
desarrollo de tipo cualitativo, normativizado y predecible. Sus bases están muy
relacionadas con la maduración bio-fisiológica, por tanto, la influencia del contexto se
considera secundaria, acelerando o retrasando, los procesos que están programados por
la naturaleza biológica y genética. Para el paradigma Organicista el desarrollo adulto y
el envejecimiento conlleva una secuencialidad universal. La teoría de Piaget es la que
mejor puede enmarcarse en esta perspectiva teórica, aunque como sabemos, con las
limitaciones de su final del desarrollo en la etapa formal (11-15).

 El Enfoque o Teoría de los estadios como ejemplo organicista:


A continuación, vamos a comentar más detalladamente el modelo de estadios y sus
principales autores (Erikson, Levinson, Loevinger, Havighurst, Vaillant y Cohen),
debido, sobre todo, a su gran influencia y difusión entre los psicólogos evolutivos.
1) Erik Erikson (1982, 2000) postuló tres fases diferenciadas de la personalidad en
la etapa adulta, (+ una cuarta postulada por su mujer Johan Erikson) que continúan las 5
anteriores del ciclo vital (primera infancia o esperanza (confianza vs desconfianza),
niñez temprana o voluntad (autonomía vs duda), edad juego o finalidad (iniciativa vs
culpa), edad escolar o competencia (industria vs inferioridad), y adolescencia o
fidelidad (identidad vs confusión). Para él, todo el desarrollo representa una búsqueda
de la identidad personal. Así, el resolver la crisis que aparece en cada etapa supone
poder pasar a la siguiente, y en caso contrario conllevaría mayores dificultades con una
mayor demanda de energía (Muñoz, 2002).
De las cuatro etapas que constituyen para él el desarrollo adulto y
envejecimiento, la primera se corresponde con la crisis denominada Intimidad versus
aislamiento, y cuya evolución positiva conlleva la afiliación y el amor. Esta fase
coincide con la edad posterior a la adolescencia (adultez temprana) y su evolución
positiva se caracteriza por el mantenimiento de relaciones significativas (íntimas) con
las amistades, centradas en la cooperación, amistad y compenetración. Se señala en esta
etapa la característica de perderse y encontrarse en la otra persona.
La segunda fase, la madurez, se corresponde con la crisis denominada,
Generatividad versus estancamiento, y su evolución positiva es la productividad social.

41
Se refiere a las relaciones de la persona con su red familiar y laboral; puede ser de
altruismo y de creatividad social. Cuando es negativa su evolución predomina la
improductividad. En el primer caso, la generatividad, la persona se dedica a trabajar por
los demás desde cualquier contexto: familia, educación formal, producción creativa, sea
de tipo artística o industrial, etc. Algunos ejemplos de personas generativas famosas
mencionadas por Erikson son Martín Luther King y Ghandi; en el segundo caso, el
estancamiento, la persona no produce ninguna utilidad social en su generación ni en las
siguientes. Sobre este concepto, MacAdams (1994) intentó operativizarlo, diseñando
pruebas que pudieran medirlo en las distintas edades. En los resultados, comprobó como
los jóvenes daban puntuaciones bajas en las metas consideradas generativas: “Quiero
conseguir que mi trabajo sea más interesante”), mientras que los adultos de mediana
edad y personas mayores eran más propensas a lo contrario, con afirmaciones como:
“Queremos trabajar por la justicia en el mundo..., por sacar adelante a mis hijos;...por
servir de roles positivos a los demás” (Belsky, 2001).
Otros autores que han desarrollado este concepto eriksoniano, son Kotre (1984),
Snarey (1993) y Bradley (1997). El primero de ellos distingue cuatro tipos de
generatividad: La biológica (procrear, cuidar los hijos), la parental (crianza y
socialización), la técnica (enseñanza de habilidades) y la cultural (conservación,
renovación o creación de sistemas colectivos de símbolos). Snarey (1993) trabajó con la
paternidad y su relación con la generatividad posterior de los hijos, comprobando como
en efecto se producía años más tarde. Bradley (1997) ha propuesto cinco estilos de
generatividad dependiendo del grado de implicación y de inclusividad: generativo,
agente-autoexpansivo, comunal, convencional y estancado.
La tercera fase de Erikson, la vejez, se corresponde con la crisis denominada,
Integridad versus desesperación, y su evolución positiva conlleva la sabiduría, donde la
persona trata de percibir las cosas de manera más general y no tan concreta (especie
humana vs personas particulares); a integrar los elementos de la historia vital de manera
“sabia”. Cuando logra aceptar su propia vida tal como la ha vivido con sus
circunstancias y limitaciones habrá desarrollado su “integridad del yo” y vencido a la
desesperación final. Esa integridad le habrá dado la fuerza propia de su edad (saber
sabio) y esto le permite saber cuándo aceptar el cambio y cuándo oponerse al mismo;
cuándo sentarse en silencio y cuándo luchar (Hoffman, Paris y Hall, 1996).
La cuarta y última fase, Fase final, (Erikson & Erikson, 1997) corresponde a los
últimos años de vida, en los que se suele afrontar con pena la evidencia de la propia

42
fragilidad, debido a las pérdidas de autonomía, de autoeficacia y de autoestima. Y se
asume que la muerte puede estar cerca.

Las ocho etapas del ciclo vital de Erikson; de las cuatro fases, en la adultez y vejez,
falta la novena etapa (tomado de Agroning, 2013).

2) Daniel Levinson (1986) SOLO LEER ESTE AUTOR establece varios estadios
en la edad adulta que se fundamentan en eventos sociales comunes a todas las personas.
Los demarcadores de estas etapas son acontecimientos sociales, y los estadios tienen
una relación directa y precisa con la edad cronológica. Las principales etapas y
transiciones del modelo de Levinson son los siguientes:
a) Edad preadulta que incluye desde el nacimiento hasta
aproximadamente los 22 años. Es la etapa que registra un crecimiento
biopsicosocial más rápido.
b) La última parte de la edad preadulta incluye la transición de la
adolescencia a la edad adulta temprana (de los 17 a los 22 años). Representa la
culminación del desarrollo infantil y adolescente, juntamente con el comienzo y
el punto de partida de una nueva era.
c) La edad adulta temprana va de los 17 a los 45 años. Es la etapa adulta
de mayor energía y de mayores contradicciones y estrés.
d) La transición a la edad adulta intermedia (de los 40 a los 45) coincide
con la crisis de la mitad de la vida.
e) La edad adulta intermedia va de los 40 a los 65. Durante esta etapa

43
nuestras capacidades biológicas muestran sus primeros cambios. Se trata de una
etapa caracterizada por la satisfacción con la vida personal y por el
reconocimiento de una posición social.
f) La transición a la edad adulta tardía va de los 60 a los 65 años.
g) La edad adulta tardía comienza a partir de los 60 años. Esta etapa no
ha sido desarrollada por Levinson.
Este modelo fue inicialmente criticado porque únicamente se basaba en muestras de
varones. Recientemente se han iniciado estudios que intentan verificar esos
resultados en muestras femeninas. Los estudios con mujeres demuestran que éstas
siguen el mismo curso de estadios que los varones. Otros trabajos han evidenciado
que casi un 78% de mujeres inician una transición de los 27 a los 30 años, que no
está asociada al ciclo familiar y que se caracteriza por una disrupción personal
seguida de una autoafirmación y una búsqueda de crecimiento personal y,
finalmente, por una explosión de autoconcepto y de bienestar psicológico (Vega y
Bueno, 1996).

3) Loevinger (1976) a través de un cuestionario de frases abiertas ha considerado


cuatro etapas en el desarrollo de la personalidad adulta: etapa del conformismo, etapa de
la conciencia, etapa de la autonomía y etapa de la integración. Para la autora, las cuatro
etapas citadas no tienen una relación importante con la edad cronológica, sino con la
cohorte, ya que esta nos puede facilitar información relevante sobre cómo se diferencian
las distintas generaciones en los diferentes estadios.
4) Havighurst (1972, cit. en Clemente, 1995)) considera que los periodos en toda
la vida adulta se producen como consecuencia de determinadas tareas evolutivas que
pueden ser tanto de naturaleza biológica como social. Todos los individuos tienen que
enfrentarse a un mismo orden de tareas evolutivas, aunque sin tener que coincidir a una
edad cronológica.
Siete son las tareas señaladas por Havighurst:
a) Facilitar la tarea de los propios hijos para que lleguen a ser capaces de dejar el
hogar materno y hacerse a la vida por sí mismos;
b) Desarrollar aquellas actividades que ofrezcan más satisfacción en su vida;
c) Relacionarse con su propia pareja favoreciendo el desarrollo mutuo como
personas;

44
d) Asumir responsabilidades cívicas y sociales importantes;
e) Mantener la satisfacción en el desarrollo de su propio trabajo;
f) Adaptarse sin traumas a los cambios físicos que aparecen durante el periodo
de la madurez, y
g) Adaptarse a los propios padres, ya mayores, y que, normalmente, necesitan de
sus hijos adultos en múltiples aspectos.
La forma de pasar de unas a otras de estas tareas viene determinada por sucesos
que nos encontramos en el curso de la vida como el matrimonio, la
paternidad/maternidad, el climaterio, la jubilación o la viudedad. Estos
acontecimientos son los que demarcan una reorganización personal y, habitualmente,
conllevan un sistema de normas que prescriben u orientan de manera más o menos
explícita posibles soluciones a su desarrollo y ejecución.
Desde la perspectiva de Havighurst se considera la edad adulta y vejez como una
sucesión de periodos, más que de estadios, y esos periodos de la vida son vividos por
cada individuo de manera distinta, considerando más determinantes variables como el
sexo y la clase social que variables como la edad cronológica.
5) George Vaillant (2002) es un continuador del modelo de Erikson, aunque en
lugar de valerse del concepto de estadios, utiliza el mismo término que Havighurst,
Tareas evolutivas, en tres periodos principales: Adultez inicial (Intimidad), Adultez
intermedia (Desarrollo profesional y Generatividad) y Vejez (Mantenimiento del
sentido e Integridad). Véase gráfico siguiente:

45
6) Gene D. Cohen (1944-2009) propuso, dentro de una concepción posformal-
postpiagetiana del desarrollo adulto y envejecimiento (2000; 2005), unos estadios o
etapas denominadas Fases potenciales humanas, que suponen un nuevo
desenvolvimiento de la persona en base a su propia creatividad y sabiduría. Esto le
permitiría explorar nuevas ideas y hacer distintos cambios deseados en su vida. Primero
estaría la Fase de Reevaluación (que se da de mitad de la década de los 30 años hasta
mitad de los 60) y que supone una nueva motivación interna para valorar la vida propia
y hacer posibles cambios. Un ejemplo humano de esta etapa sería el del escritor Alex
Haley que decidió buscar sus orígenes familiares afroamericanos durante 12 años y
publicarlos como libro, a sus 55 años: Raíces (Roots, 1976). En segundo lugar, la Fase
de Liberación (de mitad de los 60 años a los 70) que incluye una motivación interna,
debida a la jubilación, de “actuar ahora”, para explorar o realizar actividades que no se
habían considerado antes. En tercer lugar, Cohen propuso la Fase de Resumen (final de
los 60 a los 90 años) que conlleva una motivación interna por contribuir y aportar,
sabiamente, algún tipo de beneficio al resto de la sociedad. Finalmente, la Fase de
Repetición o Fase Bis (final de los 70 años hasta el ocaso de la vida propia) que
conlleva una energía propia interna o motivación para la reflexión personal, la
reafirmación y celebración de los temas más importantes de la propia vida (Agronin,

46
2013).

El paradigma Contextual.
Según Ford y Lerner (1992) así como Vega y Bueno (1996) la metáfora básica
de este paradigma es la de un suceso realizándose. Y en ese proceso, lo importante es la
interacción constante que se produce entre los elementos intervinientes. El desarrollo
adulto sería una continua y mutua influencia entre el individuo (variables biológicas,
psicológicas, afectivas, de personalidad) y el medio que le rodea en esos momentos
sucesivos (sociales, históricos, culturales). La unidad de análisis principal es el
organismo en “transacción”. Los distintos elementos que conforman al individuo y su
desarrollo no son interdependientes como sostienen los organicistas sino independientes
y dispersos, aunque sin caer en una concepción caótica sino, en todo caso, probabilística
(probabilismo epigenético), enfatizando la plasticidad, con los límites impuestos tanto
desde el organismo como del medio. El desarrollo para el paradigma contextual no
enfatiza ni al individuo ni al medio sino a la interacción (el contexto) que se crea entre
ambos. Así, sucesos como el nacimiento, la pubertad, y la muerte son hechos
biológicos, pero en el curso de la vida son hechos o construcciones sociales con
significados (Miranda, Jarque y Amado, 1999). Una especie de unidad biopsicosocial
estable de combinatoria dinámica. La Psicología del Ciclo Vital tendría su mayor
marco conceptual en este paradigma contextual. Un análisis amplio sobre sus
proposiciones teóricas puede verse a continuación.

 La Psicología del Ciclo Vital (Life-span) como ejemplo de modelo teórico


contextual:
¿Cuándo termina el desarrollo humano? ¿En la adolescencia, como sostenía
Piaget, o en la adultez intermedia como podría derivarse de los enfoques
maduracionistas y psicométricos, o nunca?
Estas son las preguntas centrales que se han planteado la mayoría de los
psicólogos evolutivos enmarcables dentro de la Psicología del Ciclo Vital (Life-span)
como Baltes (1983, 1987), Baltes y Schaie (1976), Baltes y Willis (1977), Labouvie-
Vief (1985) y Lally & Valentine-French (2017), entre otros.
Hasta hace cuatro décadas la psicología evolutiva basaba principalmente sus

47
contenidos en el desarrollo humano del periodo comprendido entre el nacimiento y la
adolescencia. La psicología evolutiva más influyente de este siglo, la piagetiana, había
considerado que a partir de la etapa formal (11–15 años) el desarrollo cognitivo entraba
en una fase de estabilidad para posteriormente, en la vejez, declinar y deteriorarse.
Si bien los mayores avances y aportaciones a la Psicología del Ciclo Vital han
sido de los últimos treinta años, algunos autores se habían planteado las mismas dudas
en siglos anteriores. De entre ellos, merece destacarse a Adolphe Quetelet en 1835 con
su obra: “Sur l´homme et le development de ses facultès”. Este autor aportó un conjunto
de datos empíricos que incluían todo el ciclo del desarrollo, desde variables
demográficas (nacimientos, mortalidad, fecundidad) y psicológicas (moralidad,
inteligencia) hasta variables físicas (peso, altura, rapidez, fuerza, respiración). Además,
señaló la importancia de los momentos históricos de un periodo específico sobre el
propio cambio evolutivo; una especie de conceptualización del término “periodo
crítico”. Cómo ha señalado Baltes (1983), desafortunadamente, sus aportaciones
importantes a la psicología evolutiva han permanecido latentes más de cien años. Ya en
nuestro siglo, la contribución más destacada en su primera mitad ha sido la de Pressey,
Janney y Kuhlen (1939) con su obra: “Life: A psychological survey”. Al igual que los
autores actuales, sus concepciones del desarrollo eran empíricas y procesuales,
multidimensionales y multidireccionales, además de contextuales, y, por tanto, sensibles
a las contingencias sociales y ecológicas.
¿Cómo definir entonces el concepto de Ciclo Vital en Psicología Evolutiva? Un
conjunto de procesos evolutivos que adquieren importancia en el contexto del curso de
la vida, considerando que la edad cronológica no es la variable organizadora primordial
de esos procesos evolutivos. Lo que más interesa de esa orientación serían los procesos
de desarrollo que tienen lugar a lo largo de toda la vida (Baltes, 1983).
Para entender qué ha supuesto las aportaciones de esta corriente de la psicología
al desarrollo humano vamos a especificar algunos de sus aspectos más centrales, como
son la concepción del desarrollo y la ampliación de sus significados (Baltes, 1983).
Según Fernández (1998) la concepción del desarrollo desde el Ciclo Vital
intenta superar la visión restrictiva que suponía concebir la evolución humana como:
Secuencial: a través de estadios rígidos en un orden fijo, donde los nuevos
incluyen a los anteriores.
Unidireccional: las estructuras cognitivas siguen un continuo de menor a mayor
complejidad.

48
Irreversible: la evolución es hacia estadios más avanzados, nunca se retrocede a
estadios anteriores.
Discontinua: el desarrollo se basa en saltos bruscos en las estructuras
intelectuales o en cambios cualitativo-estructurales.
Teleológica: todo el desarrollo se produce hacia un fin, con una serie ordenada
de pasos o fases.
Universal: la evolución humana no tiene que ver con la historia particular o el
contexto concreto donde tiene lugar sino con los mismos determinantes biocognitivos
en todas y cada una de las culturas.
Toda esta visión se ha basado e inspirado, principalmente, en modelos
biológicos que acentúan un crecimiento maduracional-personológico y unidimensional.

Para el Ciclo Vital, el desarrollo se explicaría mejor desde una concepción


dialéctica, de interacción e influencia mutua entre factores internos (conductas
instintivas, características y estadios fisiológicos con programación dialéctica...) y
factores externos (entorno físico, familiar, cultural) a través de todos los periodos de la
vida.

El organismo psicológico es un sistema que se autorregula y trata de mantener


un estado de equilibrio entre las influencias biológicas y las sociohistóricas (Saéz,
Rubio y Dosil, 1996).

El desarrollo en el Ciclo Vital supone planteamientos más flexibles, además, de


complejos y abiertos al propio cambio conductual. Flexibles, al contemplar como
posibles principios explicativos del cambio adulto a aquellos acontecimientos vitales
significativos, que puedan afectar a un solo individuo o grupo, y no a otros; además, de
ser complejos y abiertos, al definir la conducta como multicausal o influida por
variables cronológicas, familiares, generacionales, económicas y culturales (véase tabla
siguiente).

TABLA 2.1: concepciones opuestas del desarrollo.

ORGANICISTA CONTEXTUAL
(PIAGETIANO) (CICLO VITAL)
Universal Contextual

49
Teleológico Multidireccional
Unidimensional Multidimensional
Secuencial/discontinuo Continuo/dialéctico
Irreversible Flexible
Maduracional Multicausal

La concepción multidimensional del Ciclo Vital implica que se rechaza la


concepción unidimensional de crecimiento-declive, como estado final y universal,
acentuando que cada época o periodo vital puede activar o desactivar dimensiones que
resultan óptimas y funcionales para ese individuo. Por ejemplo, la dimensión abuelidad
(ser abuelo) no podrá compatibilizarse con la secuencia crecimiento-declive, sino como
una función que se puede dar a mayor o menor edad, implicando la dimensión de
relación intergeneracional, con sus atributos de experiencia y sabiduría.
Para Baltes, Cornelius y Nesselroade (1979) el enfoque multicausal que se
propone desde el Ciclo Vital postula tres conjuntos principales de factores antecedentes
que influyen en el desarrollo individual: los normativos relacionados con la edad, los
normativos relacionados con la historia, y los acontecimientos vitales-no normativos.
Los primeros, normativos con la edad, serían aquellos, tanto biológicos como
ambientales, que correlacionan frecuentemente con la edad cronológica (tanto
maduración biológica y socialización como roles o competencias normativas:
escolarización, aseo personal). Los factores normativos relacionados con la historia son
los acontecimientos experimentados por una unidad cultural (generación o cohorte) y
pueden implicar tanto características ambientales como biológicas: altura y dieta,
prácticas eróticas y enfermedades de transmisión sexual, ansiedad y guerra, etcétera.
Las influencias no-normativas, sean biológicas o ambientales, son las que influyen de
manera individual y no general. Es decir, determinantes e influencias vitales que afectan
a una persona en particular: experiencia laboral, conyugal, de salud.
Los tres factores anteriores no se dan por separado o de manera independiente,
sino que interactúan entre sí.
A continuación, se presentan los aspectos más centrales de la Psicología del
Ciclo Vital según los autores Saéz, Rubio y Dosil (1996):

A) Importancia de la variabilidad intra e inter-individual. El primero se refiere a


los cambios individuales internos de cada persona a lo largo de todo su

50
desarrollo; el segundo, a las diferencias entre los individuos. La psicología
debería centrarse en el estudio de los dos tipos de cambio, precisando sus
correlatos y determinantes.
B) La concepción del desarrollo ontogenético como un proceso a lo largo de
todo el Ciclo Vital. Dicho proceso puede ser tanto continuo (acumulativo)
como discontinuo (innovador). No existe un predominio de ningún periodo
de la vida en el desarrollo, sino que, en cada uno, los dos tipos de cambio se
diferencian, por ejemplo, en cuanto a direccionalidad e irreversibilidad. La
diferencia en la cantidad de cambios puede llegar a diferenciar los periodos.
C) Pluralidad en los modelos de cambio. El desarrollo humano está inmerso en
varios modelos explicativos. La psicología permite estudiar el curso del
desarrollo individual desde distintas disciplinas, pero complementarias: por
Ej. economía, ciencias políticas, sociología. Esta multidisciplinaridad nos
facilita una concepción del desarrollo multicausal, multidireccional y
multidimensional.
D) Plasticidad intraindividual. El desarrollo puede ser impredecible, así las
distintas condiciones de vida presentes pueden determinar cursos de
evolución diferentes. En el organismo hay dos partes: la parte cerrada
(dependiente del código genético) y la parte abierta (dependiente del medio).
La plasticidad del organismo se ve cada día más confirmada por los avances
científicos. Por ejemplo, en la biología molecular, el ADN es maleable con
su secuencia y reordenación ampliable; en la neurobiología, la conexión
neuronal es ilimitada. Esa plasticidad aplicada al envejecimiento va a
depender también de la interacción de los procesos sociales y psicológicos.
Por tanto, habrá distintas formas de envejecer según sean muchos de los
factores intervinientes (posición económica, apoyos sociales, autoconcepto,
trayectoria vital...).
E) La variabilidad de cohorte o cambio generacional. Cada época tiene sus
experiencias vitales determinadas por los cambios sociales, por lo cual las
personas van a ver afectado su curso vital por esas experiencias tanto de
manera cualitativa como cuantitativa. Por ejemplo, la historia social puede
alterar la cronología y la secuenciación de algunos eventos vitales
(escolarización, edad de casarse, rol laboral).

51
Otro de los aspectos que señala Baltes (1983) como centrales en el estudio del
ciclo vital es la ampliación del concepto de desarrollo. Esa extensión de los constructos
a estudiar es paralela a la propia ampliación del concepto de desarrollo. Ya desde la
obra de Pressey et al (1939), se proponía el análisis y estudio de áreas como el trabajo,
la ocupación, el ocio y la vida familiar. Una primera consideración al respecto merece
desde algunos conceptos o términos que incluyan de por sí la perspectiva del Ciclo
Vital. Por ejemplo, el apego que no solo se estudiaría en la primera infancia sino
durante toda la vida, tampoco en un tipo de vínculos padres-hijos sino en cualquier tipo.
También lo analizaríamos en su desarrollo, mantenimiento, disolución y transferencia.
Aparte del apego podríamos estudiar otros constructos como el amor, la autoestima y la
motivación de logro.
La segunda manera de ampliar el estudio de los comportamientos evolutivos es
delimitar tipos de conducta que pasarían desapercibidas si sólo estudiásemos una edad
concreta, como la infantil o la adolescente. Para identificar conductas evolutivas nuevas
en el periodo de la adultez y vejez se ha recurrido, en muchas ocasiones, a las biografías
o historias de vidas, además de los datos de la propia investigación. Como resultado se
han incorporado al estudio los constructos siguientes: sabiduría y finitud, el sentimiento
de control personal sobre la propia vida y las relaciones intergeneracionales, así como
los estilos de vida... Todos estos constructos mencionados adquieren su mayor
relevancia al analizarse y estudiarse desde la perspectiva del Ciclo Vital y no desde un
enfoque limitado cronológicamente.

La metodología en este modelo teórico es otra de las aportaciones más


destacadas en el estudio de la segunda mitad de la vida. Hasta la década de los años
sesenta la metodología había sido de tipo descriptivo, centrada en encontrar perfiles de
envejecimiento estables, derivados de los modelos teóricos subyacentes como el
psicométrico. A estas limitaciones, la Psicología del Ciclo Vital ha propuesto unos
instrumentos que no sólo nos permitan conocer el desarrollo en su parte descriptiva,
sino, además, en la explicativa y de intervención con las personas mayores.

Algunos ejemplos de esta metodología, sensible a los múltiples factores causales


de la conducta, son la identificación de periodos cortos y largos de cadenas causales de
Rogosa (1979, cit. En Vega y Bueno, 1996) y las estrategias secuenciales de Werner
Schaie (1973, 1979). Para este autor una manera de reducir los tres inconvenientes
principales (edad, cohorte y momento de la evaluación o medición) que supone trabajar

52
el Ciclo Vital con diseños longitudinales y transversales es el empleo del método
secuencial.
Según Sáez, Rubio y Dosil (1996), la teoría del Ciclo Vital se caracteriza
principalmente por su capacidad integradora. En un nivel descriptivo supone una
estructura combinatorial al analizar al individuo compuesto (combinado) de una serie de
edades específicas del desarrollo (infancia, adolescencia, adultez). En un nivel más
explicativo, también es combinatorial, pues muchos aspectos del desarrollo adquieren
sentido al tener en cuenta otros elementos del mismo.

4.3.1.1. Modelos biológicos y psicosociales del envejecimiento.

Tanto las causas como las consecuencias del proceso de desarrollo y


envejecimiento humano van a depender del marco teórico empleado en describirlo y
explicarlo.
Las teorías del envejecimiento han tenido distinta concepción y matiz según los
momentos socio-históricos donde se han creado y desarrollado. Así, podemos encontrar
una predominancia de los enfoques biológicos en los primeros momentos del estudio
del desarrollo en la segunda mitad de la vida, mientras que en las últimas décadas han
destacado aquellas teorías que subrayan una visión más psicológica e integradora de
aspectos tanto sociales como biológicos.

Modelos biológicos.
Tanto Moody (1998) como Stassen-Berger & Thompson (2001) y Stuart-
Hamilton (2002) señalan varias teorías dentro de los modelos biológicos:

1) La Teoría del Uso y del Desgaste (wear-and-tear) acentúa en el


envejecimiento los procesos celulares de daño y recuperación. Algunos ejemplos serían
el deterioro que sufren partes del cuerpo como los cartílagos, encargados de unir los
dedos y las rodillas, entre otros, que con los años se van desintegrando (osteoartritis);
otro ejemplo podría ser las válvulas del sistema cardiovascular que va perdiendo
elasticidad, lo que conlleva un aumento de la presión arterial. La Teoría del Uso y del
Desgaste tiene su origen en Aristóteles, el filósofo griego, siendo a finales del siglo XIX
de la mano del biólogo alemán Weismann cuando más se desarrolla, al diferenciar éste
dos clases de células corporales: las inmortales, que se siguen dividiendo o

53
reproduciendo siempre (espermatozoide, óvulo) y las células mortales, que tienen un
periodo máximo de reproducción o división, y que componen el resto del cuerpo. Por
tanto, el conjunto corporal, según esta teoría, tendría una vida limitada por los años
como puede tener un conjunto de vasos de cristal, de uso diario. Algunas versiones
actualizadas de la Teoría del Uso y del Desgaste son, la Teoría de la Mutación Somática
(por radiaciones y alteraciones genéticas) y la Teoría de la Acumulación de Errores (un
ejemplo puede ser la fotocopia de la fotocopia).

2) La teoría del Reloj, que sostiene que el desarrollo y envejecimiento está


programado desde el nacimiento con un curso vital predefinido y ajustado como
cualquier máquina de medir el paso del tiempo. Las principales partes activas de ese
“reloj biológico” son el sistema nervioso y el sistema endocrino. La investigación
realizada sobre partes de esos dos sistemas como el hipotálamo y la glándula pituitaria
apoyan la idea de que el envejecimiento puede retrasarse si se llega a administrar
hormonas como la del crecimiento (DHEA).
La influencia del sistema hormonal en el deterioro físico puede comprobarse en
el caso de la menopausia y la reducción de estrógenos que pueden afectar gravemente al
sistema óseo (osteoporosis), por una disminución del metabolismo del calcio.

3) La teoría Autoinmune destaca la pérdida a partir de la adolescencia de


respuestas defensivas (anticuerpos) frente a organismos o bacterias peligrosas que
entran en contacto con los órganos y, además, que ese propio sistema inmune comienza
a confundir las células del propio cuerpo con agentes infecciosos y las ataca
(enfermedades autoinmunes). Los linfocitos B y T son los principales componentes del
sistema inmunitario. Su número no suele reducirse durante el envejecimiento pero sí su
actividad. Los del tipo B (LB) dan lugar a las interleuquina 2, la interleuquina 4 y el
interferón; con los años se reduce. Los linfocitos T (LT) dan lugar a los macrófagos y a
las “células asesinas” (NK: natural killers); su producción depende del timo, un órgano
situado debajo del esternón, que como glándula se reduce desde los 25 años, quedando
sólo un 5-10% de ella a los 50 años. Se cree que hay una relación entre el cáncer y los
cambios mencionados en el sistema inmunológico.

4) La teoría de los Radicales Libres, proceden de las teorías de Gerschman, y de

54
Harman en los años cincuenta del siglo pasado, señala el daño o las mutaciones que se
produce por los radicales libres o sustancias altamente reactivas y tóxicas en la
metabolización del oxígeno dentro del sistema celular, pudiendo causar enfermedades y
síndromes como Alzheimer, Parkinson, cáncer, artritis, embolismo, ataque cardiaco, etc.
La protección frente a los radicales libres es la que proviene de los antioxidantes,
sustancias que produce el propio cuerpo, pero que decrecen con la edad y el estilo de
vida, por tanto, en cualquier prevención o intervención es necesario ampliar la
disponibilidad o presencia de esos antioxidantes (vitaminas A, C y E), no tanto para
detener el envejecimiento, cosa poco probable, como para evitar o retrasar las
enfermedades citadas anteriormente.

5) La teoría Celular se fundamenta en importantes hallazgos de la biología


actual. Su aportación principal está en subrayar la función limitada que tiene la unidad
celular y sus posibilidades de cambiar esa secuencia de división/reproducción de finita
en infinita. Desde los años 60 se sabe que el cuerpo depende en gran medida de la
capacidad de división de sus células, aunque con un límite (Límite de Hayflick):
alrededor de las 50 veces, según sea el tejido. Una parte del ADN, llamada telómero
tiene una vida prefijada; cada vez más pequeño a medida que la célula se divide. La
propia célula tiene un gen telomerasa, que según algunos trabajos (Geron Corporation,
1999) podría actuar para que los telómeros recuperen su tamaño inicial. Pero en la
mayoría de las células este gen telomerasa está desactivado, sólo en el caso del tejido
embrionario (antes de la etapa fetal), los testículos y los ovarios, estas células los
mantienen. No hay que olvidar que hay células inmortales (se dividen infinitamente)
que no facilitan la extensión de la vida como son las del cáncer. La teoría Celular viene
a señalar que el envejecimiento está programado genéticamente, y que, por tanto, resulta
natural hacerse viejo como sucede con el ciclo anual de las flores que se secan tras la
floración y el esparcimiento de sus semillas (Moody, 1998).

6) La teoría del soma perecedero (o cuerpo desechable), de Kirkwood (2001),


plantea un enfoque evolucionista por el cual lo importante para los genes es sobrevivir a
consta del soma o del cuerpo que los contienen. Por tanto, la mejor estrategia evolutiva
es mantener los órganos reproductores en la mejor condición a expensas del resto del
cuerpo que le rodean. Así, la edad avanzada no es una prioridad de la programación
natural del código genético, en todo caso, podrían ser desajustes en un intento de

55
reproducción tardía.
Parece que ninguna de las teorías anteriores explica por si sola el % del proceso
de envejecimiento humano, por lo que una combinación entre ellas y algunas de sus
hipótesis, sería necesaria para explicar el por qué envejecemos (Aiken, 1998).

Modelos psico-sociales del envejecimiento.


Entre las teorías sociales del desarrollo adulto y envejecimiento destacaremos: la
teoría de la Desvinculación, la teoría de la Modernización, teoría de la Actividad, teoría
de la Continuidad (Moody, 1998; Bazo, 1999), teoría del reloj social (Hagestad &
Neugarten, 1985) y teoría de la Vinculación (Cohen, 2005). (Véase tabla siguiente),

TABLA 2.2: teorías psicosociales del envejecimiento y sus

características.

Teoría de la
Desvinculación -Alejamiento natural de los roles sociales.
(Cumming & Henry, -Pérdida de capacidades bio-sociológicas.
1961)

Teoría de la -A mayor industrialización social menor papel


Modernización de los mayores.
(Cowgill & Holmes, -Menor valoración de la experiencia de los
1972) mayores en una sociedad tecnológica
cambiante.

Teoría de la Actividad -El bienestar personal y la autoestima depende


de la propia actividad social: “somos los que
(Havighurst, 1961)
hacemos”.

Teoría de la Continuidad -Hay una tendencia a mantener los hábitos


personales y sociales a través del tiempo.
(Atchley, 1993)

Teoría de la Vinculación -Hay dos posibilidades de seguir conectado en


la vejez a la realidad; a través de un plan de
(Cohen, 2005)
movilidad propia (mayor o menor) y de unas
relaciones sociales preferidas.

La teoría de la Desvinculación, de Cumming y Henry (1961) sostiene que a


medida que las personas envejecen se va produciendo su alejamiento de la sociedad de

56
manera recíproca, entre las dos partes, desde el mayor, porque se va centrando más en sí
mismo y menos en los demás; desde la sociedad, porque pasa a atenderle económica,
sanitaria y socialmente de manera impersonal. El ejemplo más obvio es la jubilación,
que hace que el individuo se desvincule de su medio sociolaboral. En esta visión
subyace una funcionalidad biológica y social: cuando se envejece se va perdiendo
capacidades por lo que hay que dejar paso a las nuevas generaciones. Siendo una de las
primeras teorías sociales del envejecimiento ha sido muy criticada ya que parte de
nociones sociales como si fuesen biológicamente “naturales”, además de suponer sus
autores que se puede aplicar universalmente y que produce un envejecimiento
satisfactorio y positivo. Muchas de las críticas subrayan el efecto opuesto que puede
tener esa desvinculación, en depresiones y a veces suicidios.

La Teoría de la Actividad, de Havighurst y Albrecht (1953), con la obra Older


people y Havighurst (1961) supone una concepción opuesta del enfoque de la
desvinculación. Esta teoría presupone que a mayor actividad en la vida, mayor felicidad
y bienestar personal. Destaca el papel de integración social y de identidad individual:
“Somos lo que hacemos”. Ha sido criticada también por ese posicionamiento
hiperactivo, de relacionar linealmente el estilo de vida activo con la satisfacción
personal. Algunos autores han encontrado que mientras para algunas personas pocas
actividades pueden suponerle un buen estado de ánimo, para otras lo contrario (Maddox
y Eisdorfer, 1962). Aunque la teoría presenta una coherencia formal y conceptual
destacada, su aplicabilidad parece limitada a una población de jubilados, porque serían
los que realmente pueden sentirse a gusto siendo activos, y no, los que desempeñan
obligatoriamente roles insatisfactorios o que necesitan varias actividades por causas
económicas (Muñoz, 2002).

La Teoría de la Modernización, de Cowgill y Holmes (1972), Cowgill (1974) y


Holmes y Holmes (1995) coincide con la anterior en su boncepción funcional del
individuo y la sociedad. Su explicación central parte de que a mayor modernización
(industrialización) menor es el papel sncial de las personas mayores o envejecidas.
Históricamente el papel de las personas más viejas era poco importante en la prehistoria
donde la caza y la autodefensa eran factores importante de supervivencia, después en la
sociedad neolítica más sedentaria, con una producción agrícola acumulativa los
ancianos se convirtieron en los más valorados por su control sobre la propiedad de la

57
tierra; en cambio, en la sociedad industrial vuelve su papel a ser poco relevante ya que
en la producción su participación está mediada por su edad y por su habilidad. Esa
tecnologización ha desvalorizado el tradicional status positivo de las personas mayores
(basado en su experiencia y sabiduría) por resultar, a menudo, inadecuado y desfasado
ante los cambios rápidos en los medios de producción. Este tipo de valoración
deshumanizadora ha recibido, al igual, críticas en muchos aspectos y ámbitos. ¿Puede
mantenerse ese status desvalorizado en nuestra sociedad actual que intenta dignificar
cada etapa vital y cada grupo social? ¿Dejarán las personas mayores que se les margine
y subestime, siendo su proporción demográfica y, por tanto, social y política cada día
más importante? ¿Qué función sociolaboral podrían jugar las personas mayores según
sus posibilidades reales y potenciales?

La Teoría de la Continuidad, de Neugarten (1968) y Robert Atchley (1969,


1993) está en la misma línea. Sostiene que las personas al hacerse mayores se sienten
inclinadas a mantener en todo lo posible sus hábitos, estilo de vida e incluso aspectos
relacionados con su personalidad. El primer autor se basó en los resultados del estudio
de Kansas City sobre personalidad, que después se demostró no haber controlado el
efecto generacional. Cualesquiera de las partes que señalaba la teoría de la
Desvinculación son reinterpretados por la presente teoría como la consecuencia de la
mala salud o incapacidad. Una de las críticas que se le ha hecho es que considera los
primeros estadios del desarrollo como los más determinantes en la vejez. Y que a veces
la continuidad no es deseada si la historia personal anterior ha sido negativa para la
persona.
Las personas de mediana edad y las ancianas están predispuestas y motivadas
hacia una continuidad psicológica interior, así como a una continuidad exterior de las
circunstancias y costumbres sociales (Bazo, 1999), eso no quiere decir que no estén
abiertas al cambio.

Teoría del reloj social, de Hagestad & Neugarten (1985, en Strauss Whitbourne
& Whitbourne, 2016). Las personas se autoevalúan según un calendario familiar y
laboral normativo. Por tanto, sientes que están en “su edad o momento” o no, para
muchas cosas. Y pueden atribuir cualquier fallo personal a estar fuera de ese “su

58
momento”. Este enfoque coincide con los de Desenganche y Modernización para el
término Ageism (“demasiado” mayor o avejentado).

La teoría de la Vinculación, de Gene D. Cohen (2005, en Agronin, 2013).


Supone una concepción opuesta a la Teoría de la Desvinculación. Sostiene que
las personas mayores pueden crear, de manera activa y selectiva, un portafolio o cartera
social, con aquellas actividades que son vitales solo para cada persona individual, a
través de dos criterios básicos: su grado de movilidad, alto o bajo, y de sus actividades
sociales, individuales o grupales, con personas conocidas. Ese portafolio podrá incluir
toda la variedad funcional de situaciones personales en esas edades.

Podemos ver cómo las teorías psico-sociales pueden concebir el desarrollo


satisfactorio de manera opuesta y contradictoria. Este hecho nos puede demostrar que la
variedad y diversidad de situaciones y experiencias al envejecer es una de sus
características más definitorias. Cada curso vital es particular y se necesita una
adaptación de las teorías existentes a cada individuo en esa segunda mitad de la vida,
definida por su multidimensionalidad.

4.3.2 Métodos Longitudinal, Trasversal y Secuencial.

En el estudio de la adultez y vejez se han empleado mayoritariamente los


mismos métodos usados en los periodos de la infancia y la adolescencia: longitudinal,
transversal y secuencial (Belsky, 1996, 2001; Muñoz, 2002), aunque dadas las
características tan diferenciadas de la segunda mitad de la vida (mayor variabilidad
interindividual, mortandad experimental, eventos vitales, etc.) es conveniente
comentarlos de manera particular.

El método Longitudinal ha estado considerado tradicionalmente como el más


adecuado dentro del estudio del envejecimiento al ser el que analiza los cambios en un
grupo de personas (cohorte) a lo largo del tiempo. Cada cierto tiempo se evalúa a los
participantes, por ejemplo, cada dos o cinco años, en las mismas variables. Por tanto,
parte de un diseño homogéneo. Tiene las mismas ventajas e inconvenientes que cuando
se aplica en otros periodos evolutivos, como la infancia o adolescencia. Su principal

59
ventaja es que se centra en estudiar las diferencias tanto intra-individuales como inter-
individuales a través de un periodo de tiempo, idealmente largo. Sus mayores
inconvenientes, la pérdida de muestra o participantes (mortandad experimental), el
efecto de la práctica que hace a veces que los encuestados respondan sobre la base de
evaluaciones anteriores, y también el llegar a confundir los efectos de la edad con los
momentos de medición y su valor social. Los cuatro estudios evolutivos más
importantes, usando este método longitudinal han sido: el Estudio del Crecimiento de
Oakland, comenzado en los años veinte y centrado en analizar los cambios que
experimentaban los niños hasta hacerse adultos y posteriormente llegar al retiro laboral,
en los años 70; el segundo estudio evolutivo más conocido es el de Duke, comenzado en
los años 50 y concluido en 1972 por un equipo multidisciplinario de la Universidad de
Duke. Su mayor limitación fue que sólo incluyó participantes de 60 a 90 años. Las
pruebas incluyeron datos médicos (visión, audición, funcionamiento cardiovascular),
psicológicos (inteligencia, personalidad, satisfacción vital, sexualidad) y sociológicos
(jubilación, familia). Las pruebas se repetían cada 4 o 2 años. El estudio, a pesar de las
limitaciones metodológicas del momento, aportó una cantidad de información
valiosísima sobre la adaptación de los ancianos a eventos vitales como la jubilación,
viudez, incapacidad física, cambios de actitudes e intereses.
En tercer lugar, el Estudio Longitudinal de Baltimore, es hasta la fecha, el más
importante en analizar el desarrollo adulto y el envejecimiento. Comenzado en 1959,
está actualmente en su quinta década de existencia. Su finalidad es comprender el
desarrollo y el cambio de los individuos durante toda la etapa adulta (Belsky, 1996). La
edad de los participantes está comprendida entre los 20 y los 90 años. El compromiso
con este estudio les obliga a asistir al centro a analizar y evaluar, cada año o dos, varios
aspectos de su vida, entre ellos: su historia médica completa, pruebas de memoria y
aprendizaje, su personalidad, formas de afrontar el estrés. Algo a destacar del estudio de
Baltimore es que está contribuyendo no sólo a conocer mejor el desarrollo adulto sino a
incrementar la calidad de vida de todo ese periodo.
Por último, el cuarto estudio longitudinal incluido en este apartado es el de
Seattle, de Werner Schaie (1983, 1996), que ha estudiado principalmente el desarrollo
psicométrico intelectual desde 1956 hasta 1991. La muestra incluyó personas con
edades comprendidas desde los 20 a los 70 años e incorporó pruebas sobre cinco
capacidades mentales primarias: comprensión de vocabulario, orientación espacial,
razonamiento inductivo, capacidad matemática y fluidez verbal. Los primeros

60
resultados (transversales) mostraron que las distintas capacidades disminuían con la
edad, pero Schaie quiso evaluar el efecto de la cohorte, repitiendo las pruebas cada siete
años (1963, 70, 77, 84 y 91) y encontrando finalmente, lo contrario (resultados
longitudinales), que las personas mejoraban sus capacidades primarias durante la mayor
parte (de los 20 a los 60) de la edad adulta (Stassen-Berger y Thompson, 2001).

El método Transversal se caracteriza porque se centra en estudiar el cambio,


pero con distintos grupos de personas de diferente edad, infiriendo su variabilidad a
partir de ellos. Su mayor ventaja como método es su rapidez y facilidad; su principal
inconveniente es que no tiene en cuenta un aspecto fundamental en el cambio evolutivo:
la influencia de los aspectos psicosociales como son la generación o cohorte. Un grupo
de personas que por nacer en una década o año están determinados a todos los niveles
(salud, personalidad, actitudes) por acontecimientos históricos y contextuales. Un
estudio transversal famoso fue el de Kansas en los años 50, centrado en la personalidad
(actitudes y sentimientos) de una muestra de clase media caucásica, entre 40 y 90 años.
A nivel superficial, los resultados no encontraron diferencias por la edad; a nivel más
profundo e inconsciente, sí encontraron cambios: aumento de la interioridad o mayor
interés por sí mismo. Los resultados del Estudio Transversal de Kansas no han podido
replicarse o reproducirse con posterioridad, mostrando las limitaciones y sesgos de este
tipo de diseños. Al parecer, los investigadores confundieron los cambios debidos a la
edad con las diferencias de cohorte (Belsky, 1996).

El método Secuencial combina el longitudinal y el transversal: estudia los


cambios que se producen en varios grupos de personas de distinta edad a través del
tiempo. Su dificultad parece lógica, además, tiene las mismas ventajas e inconvenientes
de los dos métodos que integra. El autor que más ha trabajado con este método
secuencial es Werner Schaie, que argumentaba sobre tres influencias claves en el
desarrollo: la edad, la cohorte y el momento de hacer el estudio. Para saber cuál de los
tres explica un cambio evolutivo habrá que utilizar el diseño secuencial con sus
variaciones que permita confundir lo menos posible sus efectos. El método de Schaie
consta de tres clases (Schaie & Hertzog, 1982): uno denominado Secuencial de cohorte,
que consiste en evaluar a tres cohortes distintas (transversalmente) a través del tiempo

61
(longitudinalmente). Con esta clase de diseño podemos separar los efectos debidos a la
edad de los efectos debidos a la cohorte. Un ejemplo sería analizar y comparar las
actitudes hacia los inmigrantes de distinta religión de tres grupos o cohortes nacidos en
1960, 1970 y 1980 cuando tengan cada uno 20 años (en 1980, 1990 y 2000), 30 años
(en 1990, 2000 y 2010) y 40 años de edad (en el 2000, 2010 y 2020). Otra clase de
diseño de Schaie es el Secuencial cruzado, donde se intenta ver los efectos del momento
de hacer la evaluación frente a los efectos de la cohorte, ya que una rasgo o
característica puede incrementarse como consecuencia de un momento concreto. Por
ejemplo, el altruismo de un grupo o cohorte frente a otros puede confundirse con el
hecho de hacer la evaluación durante una situación particular como una guerra, donde
esa característica parece reforzarse (Smolak, 1993). La tercera clase de diseño de Schaie
es el Secuencial temporal, en el cual se incluyen dos estudios transversales. Se pretende
separar los efectos del momento de la evaluación de los efectos por la edad. Como
ejemplo, podemos imaginar el medir la actitud hacia los fumadores, en dos grupos o
cohortes de 25 y 45 años durante 1999 y a dos grupos nuevos de la misma edad en el
año 2005.
Parece lógico que la metodología secuencial resulte costosa, pero aporta un
mayor rigor experimental sobre el objeto de estudio. Si con los métodos tradicionales se
conseguía controlar una variable mayoritariamente (la edad en el transversal y el tiempo
en el longitudinal) en el secuencial se puede lograr dos, aunque dada su complejidad se
utilizan menos de lo debido. Además, este método tiene también las desventajas de los
los otros más simples como la mortalidad experimental, el gran número de participantes
necesario, y el costo económico. Aun así, las estrategias secuenciales aparecen como
una de las soluciones metodológicas más rigurosas en el estudio de todo el desarrollo
humano.
Baltes (1983) también señaló la necesidad de emplear una metodología en el
estudio del desarrollo adulto y del envejecimiento con sensibilidad evolutiva: que
analice la representación del cambio en lugar de la predicción óptima y las diferencias
intraindividuales además de las diferencias interindividuales.

62

También podría gustarte