Reforma Penal2008-2016

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GÓMEZ GONZÁLEZ, Arely (coord.). 2016. Reforma penal 2008-2016. El


sistema penal acusatorio en México. México. Instituto Nacional de Ciencias
Penales. 1032 pp.

Se han multiplicado las reformas de materia penal a la Constitución ge-


neral de la República, principalmente a partir de 1993. No fueron muy
frecuentes las emitidas entre 1917 y aquel año, y generalmente tuvieron
un signo humanitario, atentas al buen trato para quienes infringen la ley
penal y orientadas por el signo de la recuperación del infractor por medio
del concepto de readaptación social. Añádanse, de ese mismo periodo, los
cambios normativos a propósito del régimen de infracciones de policía,
por una parte, y la responsabilidad de servidores públicos, por la otra, que
determinó un giro relevante en el título cuarto de la Constitución y en
otros preceptos concernientes al mismo tema.
En 1993 se llevó adelante una amplia reforma constitucional sobre
diversos extremos del proceso penal. En varios puntos se avanzó median-
te disposiciones de corte liberal y progresista. También llegaron a la ley
suprema algunas cuestiones que suscitaron debate y otras que abrieron el
camino de posteriores y discutibles desarrollos, como ocurrió a propósito
de la delincuencia organizada y sus consecuencias procesales y materiales.
Corrieron los años y se advirtió la necesidad de ir adelante en la reforma
constitucional para acomodar nuestro enjuiciamiento penal a las tenden-
cias que comenzaban a prevalecer en América Latina, al amparo de insti-
tuciones, figuras procesales y sugerencias provenientes del orden jurídico
anglosajón, sin perjuicio de otros impulsos, ciertamente bien sustentados,
que tuvieron origen en las tareas del Instituto Iberoamericano de Derecho
Procesal para generar un sistema procesal penal modelo.
En 2007 se planteó una nueva reforma constitucional en la materia
a la que se refiere esta nota; culminó en 2008 con la extensa revisión de
numerosos preceptos vinculados con el procedimiento penal, y también
con puntos de carácter sustantivo y ejecutivo. En ese momento pareció
—al menos fue la opinion de algunos analistas— que se estaba llegando
a una suerte de conciliación o composición entre corrientes democráticas

Boletín Mexicano de Derecho Comparado, nueva serie, año LIII,


núm. 159, septiembre-diciembre de 2020, pp. 1303-1309.

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y autoritarias con el propósito de alcanzar reformas que permitieran el


progreso del sistema en su conjunto. Bajo esta impresión elaboré un libro
sobre la vasta reforma del 2008, al que subtitulé “¿Democracia o autori-
tarismo?”. Dije también, en uso de una metáfora, que la reforma equival-
dría al suministro de agua clara y potable a un sistema penal sediento de
justicia, pero con la adición de algunas gotas de veneno que alterarían la
calidad de aquélla.
En ese tiempo se mantenía rígidamente la dispersion de la normativa
penal que ha imperado a lo largo de nuestra más que bicentenaria expe-
riencia federal: multiplicidad de códigos penales y procesales, a razón de
uno de cada especialidad para cada entidad federativa, además de los or-
denamientos de alcance federal. Las primeras aplicaciones de la reforma
penal constitucional tropezaron con esa multiplicidad de competencias,
que provocó aplicaciones distintas e incluso discrepantes sobre los mismos
textos constitucionales. Este grave tropiezo impulsó una nueva reforma
constitucional, incorporada en la fracción XXI del artículo 73, para uni-
ficar en manos del ongreso de la nión la acultad de legislar so re el
procedimiento penal y otras materias aledañas, como la ejecución de sen-
tencias y las alternativas al proceso ordinario.
La bandera de la reforma de 2008 —elevada varios años antes, sin
mayor fortuna— fue la adopción del régimen de juicios orales y el tránsi-
to hacia un sistema acusatorio que relevase al imperante inquisitivo —así
se calificó o mixto que a ía caracteri ado al derec o mexicano n
rigor, la reforma constitucional de 2008 puso el mayor énfasis en la com-
posición de los litigios penales por medios diversos del proceso ordinario
y el juicio oral: convenios entre el Ministerio Público y el imputado, con
mayor o menor participación de la víctima del delito, o bien, acuerdos en-
tre ésta y el victimario para hallar, en común, la solución del litigio penal.
ue así como se modificó el paradigma prevaleciente asta entonces
y se enfiló el sistema procesal penal en un nuevo rum o oy insistimos
en la existencia y vigencia del sistema acusatorio, aunque no siempre re-
cordamos que la Constitución de 1917 —conforme a las propuestas de
Venustiano Carranzaen 1916, acogidas por el Congreso Constituyente—
ya se había pronunciado por la adopción del sistema acusatorio —sin
denominarlo así— en sustitución del inquisitivo que depositaba amplias
atribuciones investigadoras en los jueces de instrucción.

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La reforma constitucional de 2008 y las posteriores a este año, que


unificaron la ley procesal penal, a sido o jeto de muy a undantes y deta-
llados comentarios, además, por supuesto, de sus aplicaciones en la legis-
lación secundaria y en la juriprudencia federal y local, que debieron ate-
nerse a los cambios constitucionales y explorar, a partir de ellos, el nuevo
camino de la administración de justicia. La bibliohemerografía procesal
penal de los últimos años es particularmente nutrida, acaso más que la
correspondiente a otros sectores del orden jurídico. Se han multiplicado
las obras de texto, las monografías, los comentarios a leyes y códigos, las
revisiones expositivas y críticas, los manuales, formularios y protocolos de
práctica forense y otros instrumentos destinados a la docencia y la divul-
gación.
Me he permitido elegir para esta nota una obra representativa de
ese caudal de trabajos relativos a la reforma constitucional y a sus deri-
vaciones normativas. Por supuesto hay otras —varias— obras valiosas,
recomendables, que los estudiosos de esta materia pueden consultar con
provec o a que a ora traigo a cuentas en esta nota i liogr fica re ne
un buen número de estudios que abarcan prácticamente todo el horizonte
del procedimiento penal y sus implicaciones. Esos trabajos se deben a juz-
gadores ederales y locales, entre los que figuran ministros de la uprema
Corte de Justicia y magistrados o jueces de la Federación o de entidades
federativas; funcionarios del Ministerio Público, institución que también
ha debido reconsiderar a fondo su papel en el procedimiento; abogados,
catedráticos e investigadores. Se trata, pues, de un haz de perspectivas re-
levantes a partir de distintas experiencias.
La coordinación de la obra corrió a cargo de quien entonces se des-
empeñaba como procuradora general de la República —función pos-
teriormente asumida por la también novedosa Fiscalía General, órgano
constitucional autónomo— y la edición se encomendó al Instituto Nacio-
nal de Ciencias Penales, en cuyo foro se desarrollaron numerosos encuen-
tros académicos y profesionales en torno a las reformas constitucionales
y legales. La obra colectiva de referencia revisa todo el procedimiento
penal, sus etapas, sus actores, sus actos principales, sus aciertos y desacier-
tos. Por supuesto, en esta nota no podría referirme a todos los artículos in-
cluidos en la obra —que son varias decenas—, sino sólo a algunos temas
desarrollados en aquélla que pudieran atraer el interés de los lectores en
las distintas trincheras de las profesiones jurídicas, e incluso de personas
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ajenas a estas profesiones , pero atentas —afortunadamente— a los pro-


pósitos y las realidades del enjuiciamiento penal.
De otro libro tomo la referencia al desenvolvimiento histórico de la
más reciente reforma procesal penal en América, a la que corresponde
la adoptada en México, según la muestra Alfredo René Uribe Manríquez
(“Presentación” de El proceso penal en Iberoamérica. Visiones comparadas. 2016.
México. Editorial Flores). Inició en 1991 en Argentina y prosiguió en
1998 en Guatemala, Costa Rica y El Salvador; 1999, en Venezuela; 2000,
en Chile y Paraguay; 2001, en Bolivia, Ecuador y Nicaragua; 2002, en
Honduras; 2004, en República Dominicana; 2005, en Colombia; 2006,
en Perú, y 2008, en México.
En la obra comentada, Luis María Aguilar Morales, entonces presi-
dente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, expone los antece-
dentes, objetivos y ejes rectores de la reforma. No la hubo “tan radical”
—señala Humberto Benítez Treviño— para “mejorar la sustancia y el
proceso penal mpero, tam i n ay re exiones críticas, como la ormu-
lada por el magistrado Ricardo Ojeda Bohórquez: se hizo sin observar al-
gunos derechos fundamentales recogidos por la Constitución, a propósito
de figuras relevantes del procedimiento, como el mandamiento escrito,
fundamentación y motivación y exacta aplicación de la ley, e incluso se
suprimieron algunos derechos fundamentales como la libertad provisio-
nal bajo caución y los careos constitucionales, esencia misma del modelo
acusatorio”.
El análisis de las reformas debe practicarse a la luz de los derechos
humanos, y así lo hacen varios colaboradores de la obra: Eber Betanzos
Torres, Manuel Vidaurri Aréchiga y Dino Carlos Caro Coria, quienes en
este sentido ponen de manifiesto las implicaciones del derec o internacio-
nal de los derechos humanos sobre el sistema procesal penal. Conviene
destacar que el Código Nacional de Procedimientos Penales, derivado de
la reforma constitucional, invoca la atención que es debido guardar con
respecto a la normativa internacional de los derechos humanos. De esta
suerte, dicha normativa resulta ser una fuente explícita del régimen proce-
sal, lo cual se desprende también, claramente, de la estipulación contenida
en el artículo 1o constitucional a partir de la reforma de 2011.
Los principios y las directrices del sistema procesal penal, explícitos o
implícitos en la normativa constitucional y secundaria, son tema de varios
artículos, entre ellos mi propia contribución sobre los principios procesa-
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les estacan las re exiones de algunos tratadistas en torno a un concepto


básico del orden procesal penal con sustento en las reformas emprendidas
en el mundo entero desde el final del siglo la presunción o el
principio de inocencia explorar su significado y alcance se destinan
las aportaciones de Miguel Ángel Aguilar López —que ha tratado este
tema en diversas publicaciones y foros académicos— y Constancio Ca-
rrasco a a am i n son relevantes las re exiones en torno al principio
de contradicción, al que se refieren elipe orrego strada que tuvo un
papel destacado en la formación e implementación de la normativa pro-
cesal— e Ivonne Álvarez García.
Entre los personajes “clave” del sistema procesal penal —sin perjui-
cio del papel eminente del ju gador y del fiscal figura la policía, a mi
juicio el actor determinante, en buena medida, del éxito o fracaso del sis-
tema. La obra comentada alude a menudo al quehacer de la policía que
supuestamente debe participar en la investigación de los delitos bajo la
conducción técnica del Ministerio Público. Un comentarista, Antonio Lo-
zano Gracia —quien fuera procurador general de la República—, men-
ciona en su artículo que bajo el nuevo sistema penal se “exacerban las
contradicciones históricas” derivadas de la resistencia del Estado mexica-
no a construir un servicio policial profesional.
La misión y las características de la defensa penal —y, consecuen-
temente— de quienes la tienen a su cargo, son materia de diversas re-
exiones s así que argarita una amos ministra de la uprema
Corte, al tiempo de la reforma— subraya la necesidad de contar con una
defensa “impecable”. Otro ministro del mismo tribunal, Jorge Mario Par-
do Rebolledo —en artículo del que es coautor José Díaz de León Cruz—
examina detalladamente el alcance de la defensa material, que desborda
largamente la formalidad de una asistencia acotada y tradicional, y señala
que la progresividad del régimen constitucional de defensa implica una
evolución o magnificación de la garantía de de ensa adecuada previs-
ta en la fracción IX del apartado A del artículo 20 constitucional. Otros
cola oradores en esta o ra colectiva se refieren al ortalecimiento de la
defensa pública —así, María del Pilar Ortega Martínez—, a cuyo cargo
se halla, por cierto, la mayoría de las defensas penales, habida cuenta de
la debilidad económica de la generalidad de los imputados.
El trato procesal de la víctima —u ofendido, dice nuestra Constitui-
ción erróneamente, con undiendo figuras que son di erentes es tema de
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artículos incluidos en la obra colectiva. Entre ellos cuenta el que aportó la


coordinadora, Arely Gómez González. Hay otras contribuciones acerca
de esta materia, como la de Rosa Elena González Tirado, a propósito de
la participación procesal de la víctima y la impugnación de resoluciones.
Como antes mencioné, un aspecto muy destacado del régimen aco-
gido en la reforma —más allá de las proclamaciones acerca del juicio
oral— es la opción por alternativas al proceso, que analiza el citado Agui-
lar Morales. Otro tanto hace Ariel Francisco Aldekua Kuk, en un intere-
sante ensayo acerca de lo que considera “el buen resultado que ha tenido
el nuevo sistema de justicia penal acusatorio en el Estado de Yucatán”. Un
tratadista, con experiencia en temas de seguridad pública y procuración
de justicia, Renato Sales Heredia, advierte que “la negociación entre el
fiscal y el e ensor, las salidas alternas y los criterios de oportunidad son
la clave de despresurización, de descongestión, pues evitan la sobrecarga
del sistema y le permiten a ordar t cnicamente y con resultados suficien-
tes los casos complejos”. Otra novedad aportada por la reforma de 2008
y reglamentada en el ordenamiento secundario, es la acción en manos de
particulares, que no obedece —menciona Luis Roca de Agapito— a un
criterio victimológico, sino al propósito de “solventar un problema de tipo
práctico, tratando de descargar al Ministerio Público de trabajo y privati-
zando de esta manera el ejercicio de la acción penal”.
No iré más lejos en referencias —que podrían ser numerosas— al
análisis de este signo de la reforma, alojado tanto en esas “negociacio-
nes penales”, a las que abrió la puerta, en 1996, la Ley Federal contra
la Delincuencia Organizada, como el criterio de oportunidad que puede
aplicar el Ministerio Público para excluir litigios del conocimiento juris-
diccional, mediante valoración —necesariamente administrativa— sobre
la relevancia de los casos que recibe y la pertinencia de someterlos a la
decisión de un juzgador. Por ello Salvador Sandoval Silva —a quien cita
uis odrígue an anera afirma que el cam io undamental para
todas las instituciones de procuración de justicia del país se verificar ,
principalmente, en el papel que el Ministerio Público desempeñará en el
sistema penal acusatorio”.
Un tema sobresaliente en la nueva regulación procesal es el procedi-
miento a reviado, figura central de la re orma de 2008, en t rminos
de duardo edina ora ay críticas rontales y firmes de ensas de
la regulación adoptada a este respecto —muy cercana a la normativa
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norteamericana , con la que se pretende dar uide a la solución de las


contiendas penales y se depositan atribuciones descollantes en el Ministe-
rio Público, más que en el juzgador de la causa. A juicio del propio Me-
dina Mora, son injustas las críticas que se dirigen contra el procedimien-
to abreviado; en éste —señala— hay “protecciones procesales mínimas
a nivel constitucional que garantizan un debido proceso”. Noé Ramírez
Guitiérrez analiza el desideratum del procedimiento abreviado: ¿hacia el
eficientismo procesal os de ectos de regulación en este materia sos-
tiene el mismo autor— “traen consigo un alto riesgo de corrupción”. Su
consecuencia será la “frustración en la racionalidad en el castigo”
Por supuesto, la feliz aplicación del nuevo derrotero procesal penal
enfrenta numerosos retos de diverso orden, cuya solución ha avanzado
en alguna medida, y en otra se halla pendiente, como es notorio. A este
respecto, que reclama diversas ponderaciones, concurren los artículos de
Mariana Benítez Tiburcio, Adriana Campos López, Gerardo Laveaga —
quien alude al indispensable “cambio cultural”— y María de los Ángeles
Fromow, que proporciona un “estado de la cuestión”, derivado de su pro-
pio desempeño en la implementación de la reforma a escala nacional. Un
reto principal se localiza en la formación de los servidores de la justicia
—y de todos los actores que participan en ella— a la luz del nuevo para-
digma entrañado en la reforma, punto señalado por los autores que acabo
de mencionar y por Emilio Zacarías Gálvez.
Entre los señalamientos críticos sobre algunas cuestiones reguladas
por la reforma penal constitucional, en distintos preceptos y momentos,
se encuentran los comentarios de Rodríguez Manzanera acerca de la con-
fusion generada por el empleo del término “reinserción” en el artículo
18 constitucional, que sustituye al de “readaptación social”; asimismo, el
desacierto —alojado en el mismo precepto— de “transformer el derecho
minoril en un derecho penal retributivo”.

Sergio GARCÍA RAMÍREZ*

* ORCID: 0000-0002-9164-8464. Investigador en el Instituto de Investigaciones Jurí-


dicas. Profesor Emérito de la UNAM. Investigador Emérito del Sistema Nacional de Inves-
tigadores. Exjuez y expresidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
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