Angeles Renegados Hambre Insaciable
Angeles Renegados Hambre Insaciable
Angeles Renegados Hambre Insaciable
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Sylvia Day
Hambre insaciable
Ángeles renegados - 2
ePub r1.0
Titivillus 20-11-2019
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Título original: A Hunger so Wild
Sylvia Day, 2012
Traducción: Camila Batlles Vinn
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Este libro es para todos los lectores que han abrazado con
tanta generosidad a los Ángeles Renegados. Vuestro apoyo y
entusiasmo son muy importantes para mí. ¡Gracias!
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Agradecimientos
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Ve a decir a los Vigilantes del cielo, que han abandonado
las cumbres celestiales y sus sempiternas moradas, que se han
mancillado con las mujeres, y que han imitado a los hijos de los
hombres, tomándolas como esposas, y que se han corrompido
en la Tierra; que en la Tierra no obtendrán jamás paz ni
remisión de sus pecados. Jamás se regocijarán en sus vástagos;
asistirán al exterminio de sus seres queridos; llorarán la
destrucción de sus hijos; suplicarán eternamente, pero jamás
obtendrán paz ni misericordia.
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Glosario
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TRANSFORMACIÓN: El proceso que experimenta un mortal
para convertirse en un vampiro.
VAMPIROS: Un término que abarca tanto a los Caídos como a
sus esbirros.
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Prólogo
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Vash se incorporó sobre los codos.
—¿Adónde vas?
Él terminó de ajustarse las vainas de las dos katanas que llevaba cruzadas
a la espalda.
—Una patrulla no se ha presentado.
—¿La de Ice?
—No empieces.
Ella suspiró, consciente del tiempo que Char había dedicado a entrenar a
aquel novato; pero ese chico era incapaz de obedecer órdenes.
Char la miró antes de sujetarse la funda de una pistola al muslo.
—Sé que crees que Ice no ha demostrado ser lo bastante responsable.
Sentada en el borde de la cama, balanceó las piernas.
—No es que lo que crea —respondió—. Lo ha demostrado. En repetidas
ocasiones.
—Quiere complacerte, Vashti. Es ambicioso. Ice no abandona su posición
para divertirse. La abandona porque piensa que puede ser más útil en otro
lugar. Si se le presenta la oportunidad de impresionarte, no la desaprovecha.
En estos momentos probablemente está persiguiendo a un renegado o
espiando a los licanos.
—Me impresionaría si obedeciera órdenes sin insubordinación. —Vash se
puso de pie, se desperezó y suspiró cuando su compañero se acercó a ella y
deslizó sus elegantes manos por su cintura—. Y te ha sacado de nuestra cama.
Por enésima vez.
—Neshama, alguien tiene que sacarme de ella. De lo contrario, no la
abandonaría nunca.
Ella le rodeó con sus brazos y recostó la cara en el chaleco de cuero que
cubría su esbelto torso. Al aspirar su olor, pensó de nuevo que su amor por él
valía cualquier sacrificio. Si pudiera revivir la elección entre conservar sus
alas y su amor por Charron, no dudaría ni vacilaría en repetir su «error». La
maldición del vampirismo era un precio pequeño que pagar por poseerlo.
—Iré contigo.
Él ladeó la cabeza y presionó la mejilla contra la coronilla de Vash.
—Torque dice que no —contestó.
—Esa decisión no le corresponde.
Ella se separó de él, entrecerrando los ojos. Torque era el hijo de Syre,
pero ella era la lugarteniente del líder de los Caídos. En lo tocante a los
Caídos y a sus esbirros —en sentido colectivo, los vampiros—, solo Syre
tenía más autoridad que ella. Incluso Char tenía que acatar sus órdenes, algo
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que hacía con bastante dignidad, teniendo en cuenta que era un hombre que,
por naturaleza, mandaba sobre otros.
—Tiene un problema con los demonios.
—Maldita sea. Debería ser capaz de resolverlo.
Sí, dar caza a demonios que perseguían a vampiros era tarea de Vash.
Nadie lo hacía con más eficacia que ella, pero no podía estar en todas partes
al mismo tiempo.
—Esa hembra es otra sierva de Asmodeo.
—Pues claro que lo es. Maldita sea. ¿Tres veces en dos semanas?
Asmodeo nos está tocando las narices.
Eso cambiaba las cosas. Eliminar a un demonio en la línea sucesoria de un
rey del infierno tenía unas implicaciones políticas que lo complicaban todo.
Vash tenía fama de ser imprevisible; soportaría la presión mejor que el hijo de
Syre, y sin darle tantos problemas. Y ahora estaba lo bastante cabreada como
para querer resolver el asunto personalmente. Puede que fueran unos ángeles
caídos, pero no eran blancos fáciles.
Char la besó en la frente y luego la soltó.
—Regresaré antes del anochecer.
—¿Antes del anochecer…? —Después de dirigir un rápido vistazo a la
ventana del dormitorio, Vash lo comprendió—. Acaba de amanecer.
—Lo sé —la expresión de Char era sombría, probablemente como la suya
propia.
Ice no era uno de los Caídos, como lo eran Charron y ella. Era un mortal
que había sido Transformado, lo que significaba que padecía fotosensibilidad.
Al margen de su entusiasta naturaleza, tendría que haber regresado antes del
amanecer. Ahora tendría que ocultarse en algún sitio hasta que anocheciera o
esperar a que Char diera con él. Unos cuantos sorbos de la potente sangre de
Caído de Char procuraría al esbirro rebelde una inmunidad temporal para que
pudiera volver a casa.
—¿Se te ha ocurrido —preguntó Vash, retrocediendo un paso—, que
quizá le convenga purgar su error? ¿Cómo va a aprender si nunca tiene que
enfrentarse a las consecuencias de sus actos?
—Ice no es un niño.
Vash le dirigió una mirada que contradecía esa afirmación. Puede que Ice
fuera casi tan alto y fornido como Char, pero carecía de su férreo autocontrol,
lo que provocaba que fuera tan impulsivo como un niño.
—Creo que proyectas sobre él unos rasgos que no tiene.
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—Y yo creo que va siendo hora de que confíes en mi criterio. —Char la
miró, retándola a que siguiera insistiendo. Era una mirada que nadie más se
atrevería a dirigir a Vash, y no solo debido a su rango. Aunque estimulaba su
obstinación, ella admiraba que su compañero no tuviera reparos en discrepar
cuando estaba convencido de algo. Era su habilidad de separar la forma en
que la trataba como su jefa y la forma en que la trataba como mujer lo que
había hecho que ella empezara a enamorarse de él, en una época en que la
humanidad que ella había sido enviada a observar había empezado a
extenderse como la pólvora en su interior.
No habría podido precisar cuándo sus sentimientos hacia él se habían
hecho más profundos. Un día, Charron era tan solo otro ángel Vigilante como
ella, uno de los serafines enviados a la Tierra para informar al Creador sobre
el progreso del hombre. Y al siguiente, su sonrisa la había dejado sin aliento,
y su cuerpo grácil y musculoso le había provocado una tensión en el bajo
vientre. Su dorada belleza —sus alas de color dorado y crema, su piel
ambarina, su cabello leonado y sus ojos azules, ardientes y penetrantes—
habían pasado de ser un mero testimonio de la pericia del Creador a constituir
un irresistible atractivo para el hambre que acababa de despertarse en ella.
Ocultar la atracción que sentía por él había sido una tortura, pero ella lo
había hecho durante un tiempo, avergonzada de su debilidad mortal y porque
no quería contaminarlo. Cuando él consiguió acorralarla, y luego seducirla, la
poseyó con frenética determinación, y ella cayó rendida en sus brazos,
perdiendo con ello la gracia divina, con pleno conocimiento de las
consecuencias. No derramó ni una lágrima ni rechistó cuando los Centinelas,
los ángeles vengadores, le extirparon las alas, transformándola en la vampira
caída que era en la actualidad. No obstante, había suplicado e implorado
misericordia para Charron, y había sollozado desconsoladamente cuando los
ángeles vengadores le arrebataron también a él sus maravillosas alas.
Él le hizo una caricia en la cara que la arrancó de sus reflexiones,
haciendo que regresara al presente y al hombre cuyos ojos relucientes y
ambarinos eran los de un vampiro sin alma.
—¿Adónde vas —preguntó él con tono quedo— cuando te alejas de mí de
esa forma?
En la boca de Vash se dibujó una media sonrisa.
—Me decía que es una estupidez irritarme por tu compasión y tu deseo de
hacer de mentor a los novatos cuando precisamente me enamoré de ti por esas
cualidades. Entre otras.
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Char le acarició su larga cabellera, acercando un mechón de color rojo a
sus labios.
—Te recuerdo cuando volabas, Vashti. Cuando cierro los ojos, veo tu
silueta recortándose contra el sol, cuya luz iluminaba tus plumas de color
esmeralda. Eras como una joya para mí, con tu pelo de color rubí y tus ojos
como zafiros. Cada vez que te veía te deseaba con todo mi ser. La necesidad
de tocarte, de saborearte, de penetrarte me producía un dolor físico.
—¿Poesía, amor mío? —preguntó ella, aunque su tono burlón estaba
empañado por una profunda emoción.
Él la conocía bien. Leía sus pensamientos con facilidad. Era su alma
gemela, la mejor parte de ella. Si ella era temperamental y caprichosa, él era
sensato y constante. Si ella era impaciente y se sentía frustrada enseguida, él
tenía un carácter tranquilizador y pensaba en el futuro.
—Eres mucho más valiosa y deseable para mí ahora que entonces. —Él
agachó la cabeza y apoyó la frente en la suya—. Porque ahora eres mía. Total
y completamente. Y yo soy tuyo. Con todos los defectos y manías que te
enojan.
Ella apoyó una mano en su nuca y lo besó en la boca, un beso que hizo
que se estremeciera y su respiración se acelerara.
—Te amo.
Pronunció esas palabras contra los labios de él, abrazándolo con la fuerza
de la dicha que la embargaba. A veces era una sensación excesiva, que la
superaba y le agarrotaba la garganta con lágrimas de gratitud. Le avergonzaba
la intensidad de los sentimientos que le inspiraba su compañero. Pensaba en él
a cada momento del día, cuando estaba despierta e incluso cuando estaba
dormida.
—Te amo, querida Vashti. —Él estrechó su cuerpo desnudo contra el
suyo—. Sé que me has dado, a pesar de tus reparos, mucha libertad de acción
con Ice. Ha llegado el momento de que te lo agradezca haciendo caso de tus
consejos y frenándolo.
Eso era lo que ella adoraba en él: su sentido de la justicia y su capacidad
de doblegarse cuando convenía.
—Tú ocúpate de él y yo resolveré el problema de Torque, y esta noche
desapareceremos del mapa durante un par de días. Los dos hemos trabajado
duro últimamente. Merecemos darnos un respiro.
Él la asió con una mano por el cuello con delicadeza y sonrió. Con ojos
rebosantes de sensualidad y afecto, murmuró:
—Con un incentivo como ese, prometo regresar pronto a casa.
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—Esperemos que Ice colabore. Quizás esté escondido en el lugar más
jodidamente recóndito que cabe imaginar.
Él arqueó una ceja con gesto de reproche por su tono socarrón, pero le
aseguró:
—Nada podría mantenerme alejado.
—Más te vale. —Ella se volvió y meneó al culo—. No os conviene a
ninguno de los dos que salga a cazaros…
Al mediodía, Vashti entró con paso decidido en el despacho de Syre
sosteniendo en la mano un recuerdo de su última cacería. El líder de los
vampiros no estaba solo, pero ella no vaciló en interrumpirle. La mujer que
estaba con él era una de las innumerables hembras humanas que habían
llamado la atención de Syre y que la habían perdido al instante. Por más que
estuvieran prevenidas, nunca creían que este fuera realmente inalcanzable
hasta que las despedía sin más miramientos. Syre era un hombre apasionado,
pero el entusiasmo físico no era señal de un interés más profundo. Había
perdido sus alas por amor y, posteriormente, había perdido a la mujer por la
que había renunciado a ellas.
—Syre.
Él la miró con esos ojos profundos que enloquecían a las mujeres. Tenía
los brazos cruzados y una cadera apoyada contra la pequeña estantería
empotrada en la pared detrás de su mesa. Vestido con un pantalón negro y una
corbata de seda negra que contrastaba con su camisa blanca, resultaba al
mismo tiempo elegante y tremendamente atractivo. Su pelo negro como el
azabache y su piel de un cálido tono caramelo le daba un aspecto exótico en
un estilo imposible de catalogar. Algunos creían que procedía de Europa
Oriental. Antaño, Syre había sido uno de los privilegiados, uno de los más
queridos por el Creador. Vashti creía que ese era el motivo por el que su
crimen había sido castigado con tanta dureza; Syre había caído desde una
cumbre mucho más elevada que los otros.
—Vashti —la saludó con voz potente y cálida como el whisky—. ¿Todo
va bien?
—Por supuesto.
La rubia, quien por lo visto no tenía intención de marcharse, fulminó a
Vashti con la mirada, como solía hacer la mayoría de amantes de Syre.
Interpretaban equivocadamente la conexión entre ella y su superior como algo
más profundo de lo que era. Su relación era personal e inestimable, pero no
era íntima ni romántica. Vash habría dado la vida por Syre sin pestañear, pero
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el amor que sentía por él se basaba solo en el respeto, la lealtad y el hecho de
saber que él también estaba dispuesto a morir por ella.
Vash sonrió a la mujer con simpatía, pero se expresó con la brusquedad
que la caracterizaba.
—No lo llames; él te llamará a ti.
—Vashti —le advirtió Syre. Era demasiado caballeroso como para romper
abiertamente con una mujer, aunque le habría ahorrado muchas molestas
discusiones.
Ella no tenía tantos remilgos.
—Syre te deseaba, te ha conseguido y los dos lo habéis pasado bien. Eso
es todo.
—¿Y tú quién eres? —replicó la bonita rubia—. ¿Su alcahueta?
—No, eso te convertiría a ti en su puta.
—Basta, Vashti. —La voz de Syre restalló como un látigo.
—Estás celosa —espetó la rubia; sus armoniosas facciones estaban
contraídas en un rictus de rabia y dolor. Su arrebato emocional contrastaba
con su hermoso y perfecto exterior. Su exagerada reacción desentonaba con
su elegante moño, su estiloso sombrerito y su traje de chaqueta, de corte
femenino e impecable factura—. Te revienta que esté conmigo.
Lamentablemente, la chica no podía estar más equivocada. Vash habría
renunciado a todo salvo a Charron con tal de ver de nuevo feliz a su jefe. De
haber servido de algo, habría comentado que ambos, la imponente rubia y el
atractivo príncipe negro, formaban una pareja ideal. Pero el corazón que la
esposa mortal de Syre había despertado en él había muerto con ella.
—Trato de ahorrarte muchas semanas de humillación —dijo Vash con la
máxima amabilidad.
—Que te den.
—Diane —terció Syre con firmeza, enderezándose y asiéndola por el
codo—. Lamento tener que poner fin tan bruscamente a nuestra agradable
relación, pero no puedo consentir que nadie hable a Vashti en ese tono.
Diane abrió desmesuradamente sus ojos de un azul aciano, su boca
pintada formando una O de estupor, al tiempo que Syre la sacaba
trastabillando de la habitación.
—¿Y consientes que ella me hable en el tono con que lo ha hecho?
¿Cómo puedes hacerme esto?
Cuando Syre regresó, solo, su hermoso rostro mostraba un gesto sombrío.
—Se nota que hoy estás de mal humor —dijo secamente.
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—Acabo de ahorrarte más de una semana de ruegos y súplicas. De nada.
Lo que necesitas es una amante fija.
—Mis tendencias sexuales no te incumben.
—Pero tu bienestar mental sí —replicó ella—. Búscate alguien cuya
compañía te complazca y cultívala. Deja que cuide de ti.
—No necesito complicarme la vida.
—No tienes por qué complicártela. —Vashti se sentó en una de las sillas
frente a la mesa de Syre, alisando su elegante pantalón caqui—. Me refiero a
una transacción comercial. Yo no lo comprendo, pero algunas mujeres son
capaces de practicar sexo solo porque les divierte. Instálala en un bonito
apartamento y pásale una asignación mensual.
Syre meneó la cabeza.
—Te estás convirtiendo en mi alcahueta.
—Quizá necesites una.
—Me ofende incluso el concepto de tirarme a una mujer que se sienta
obligada a complacerme.
Vashti arqueó una ceja.
—No existe mujer en el mundo que no desee hacerlo.
Incluso ella, una mujer que estaba felizmente comprometida con el amor
de su vida, no era inmune al atractivo sexual de Syre. Era el tipo de hombre
que impresionaba a cualquier mujer: sensual, seductor, hipnótico.
—Deja de hablar del tema.
—No. Necesitas que alguien cuide de ti, Samyaza.
El empleo de su nombre de ángel indicaba que Vashti hablaba muy en
serio. Él entrecerró los ojos y la miró fijamente mientras se sentaba en la silla
detrás de su mesa.
—No.
—No he dicho que te ame, sino que cuide de ti. Una persona que te
prepare el café por la mañana, como a ti te gusta. Alguien que mire contigo
una película antigua en la televisión, ya sabes…, que te haga compañía, que te
conozca y que quiera lo mejor para ti.
Syre se reclinó hacia atrás, apoyó los brazos en los reposabrazos y juntó
los dedos de ambas manos.
—A veces me piden que explique lo que significas para mí. Aún no he
dado con la respuesta adecuada. Eres mi segunda, pero no eres simplemente
una subordinada. Somos más que amigos, sin embargo no te miro como a una
hermana. Te quiero, pero no estoy enamorado de ti. Soy consciente de tu
belleza, como cualquier hombre, pero no me interesa acostarme contigo. Eres
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la mujer más importante de mi vida, y estaría totalmente perdido sin ti, pero
jamás se me ocurriría cohabitar contigo. ¿Qué representas para mí, Vashti?
¿Qué te da el derecho a hablar de unos temas tan personales conmigo?
Vashti frunció el ceño. Describir lo que uno significaba para el otro era
algo que jamás había hecho. A su modo de ver, la relación entre ambos era
tan solo… lo que era. En muchos aspectos, ella era una extensión de él.
—Soy tu mano derecha —decidió, tras lo cual le arrojó el objeto que
sostenía en la mano.
Él lo atrapó al vuelo, sus reflejos rápidos y ágiles.
—¿Qué es esto?
—La mitad de un amuleto que arranqué a la sierva de Asmodeo. La otra
mitad la dejé sobre el montón de cenizas en el que se convirtió cuando la
maté. Cuando estaba entero, ostentaba el sello de Asmodeo.
—Le estás provocando.
Vash negó con la cabeza.
—¿Tres en dos semanas? Eso no es una casualidad. Está permitiendo,
quizás incluso animando a sus subalternos a que jueguen con nosotros. Somos
un trofeo, unos ángeles que fueron arrojados como basura.
—Ya tenemos suficientes enemigos.
—No, tenemos carceleros: los Centinelas y sus perros, los licanos. Los
demonios posiblemente sean enemigos, si no les castigamos. Debemos tomar
cartas en el asunto…
—No es así como quiero que resolvamos la situación.
—Pero así es como debemos hacerlo. Por eso me confiaste la tarea de
solventar los problemas con los demonios. —Vashti cruzó las piernas—.
Puedes ofrecerles una tregua con la otra mano. Yo soy la mano que los
elimina.
Un ruido en el pasillo hizo que Vashti se levantara en el acto. Se dirigió
hacia la puerta a una velocidad sobrehumana, adelantándose a Syre por un
mero milisegundo.
Lo que vio hizo que se le helara la sangre en las venas.
Raze y Salem transportaban un cuerpo que le resultaba más que familiar.
Se dirigieron hacia el comedor, donde lo depositaron sobre la larga mesa
ovalada.
—¿Qué coño ha pasado? —les espetó Vashti, al entrar en la habitación y
contemplar el cuerpo inmóvil de Ice. La piel del esbirro estaba ennegrecida y
requemada en algunos lugares, cubierta de ampollas. Tenía la camiseta
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empapada de sangre, al igual que los vaqueros, hasta las rodillas. Los
desgarrones en su ropa revelaban las marcas de unas garras de lobo.
Ice extendió la mano con la rapidez del rayo, agarrándola por la muñeca.
Abrió sus ojos inyectados en sangre.
—Char… Ayuda…
Durante unos instantes la habitación comenzó a girar; luego todo fue
ocupando su lugar con escalofriante claridad.
—¿Dónde?
—El viejo molino. Licanos… Ayúdalo…
Tras desenvainar una de las katanas que Raze llevaba sujetas a la espalda,
Vash dio media vuelta y salió a la carrera hacia el crepúsculo.
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Elijah Reynolds estaba de pie sobre una roca, desnudo, en el bosque que
rodeaba el Lago Navajo, observando cómo sus sueños ardían junto con el
devastado enclave que estaba a sus pies. El humo acre y oscuro se alzaba en
columnas visibles a kilómetros a la redonda.
Los ángeles sabrían que había estallado una rebelión mucho antes de que
llegaran a las ruinas.
A su alrededor, los licanos gritaban de alegría para celebrar su triunfo,
pero él no sentía nada de eso. En su interior estaba frío y muerto, la vida que
había conocido reducida a cenizas en la humeante devastación de lo que había
sido su hogar. Su especialidad era cazar vampiros, y era un maestro. Trabajar
para los Centinelas —la élite superior de los ángeles guerreros— le ofrecía la
oportunidad de hacer lo que le gustaba. Esa inquebrantable servidumbre,
aunque irritante, era un precio pequeño a pagar para hacer lo que le
entusiasmaba. Pero muy pocos licanos compartían ese sentimiento, y eso los
había conducido a aquella situación. Todo cuanto era importante para él había
desaparecido, y lo que quedaba era una batalla por la independencia que en el
fondo a él no le interesaba iniciar.
Pero estaba hecho y no podía deshacerse. Tendría que vivir con ello.
—Alfa.
Elijah crispó la mandíbula al oír ese calificativo que nunca había
ambicionado. Miró a la mujer desnuda que se había acercado a él.
—Rachel.
Ella bajó la vista.
Él esperó a que la mujer dijera algo, hasta que comprendió que ella hacía
lo mismo a la inversa.
—¿Ahora quieres obedecer órdenes?
La mujer enlazó las manos a la espalda y agachó la cabeza. Irritado por su
falta de convicción, él se dio la vuelta. Le había explicado que una revuelta
era un suicidio. Los Centinelas les perseguirían, les exterminarían. El único
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propósito de la existencia de los licanos era servir a los ángeles; si dejaban de
hacerlo, no tenían lugar en el mundo. Pero ella no le había hecho caso. Ella y
su compañero, Micah —el mejor amigo de Elijah— habían instigado a los
otros a perpetrar este acto de pura y jodida estupidez.
Elijah sintió que se acercaba un licano macho antes de oírlo. Al volverse,
vio aparecer un lobo dorado, que de repente adquirió la forma de un hombre
alto y rubio.
—He reunido a los que poseen el instinto de autoconservación, Alfa —
dijo Stephan.
Eso confirmaba las sospechas de Elijah de que algunos habían huido de la
batalla sin tener en cuenta los brutales tiempos que sin duda les aguardaban.
O quizás algunos de los más inteligentes habían regresado junto a los
Centinelas. Cosa que él no les reprochaba.
—¿Montana? —preguntó Rachel con tono esperanzado.
Él negó con la cabeza, recordando que había prometido a Micah en su
lecho de muerte que cuidaría de Rachel.
—No creo que podamos llegar tan lejos. Dentro de unas horas tendremos
a los Centinelas pisándonos los talones.
Uno de los Centinelas se había alejado volando durante el conflicto, sus
alas azules desplegadas mientras se apresuraba a informar de la sublevación.
Los demás se habían quedado para luchar, pero las puntas de sus alas afiladas
como cuchillos les ofrecían escasa protección contra el tamaño de la manada
de Lago Navajo, pese a que esta había disminuido durante los últimos meses.
Los Centinelas, en notable inferioridad numérica, habían luchado hasta la
muerte, sabiendo que era lo que su capitán, Adrian, habría hecho y esperaba
de ellos. Durante las semanas que Elijah había formado parte de la manada de
Adrian, había podido observar de primera mano la tenacidad y entrega del
líder de los Centinelas. Solo una cosa podía hacer que Adrian perdiera la
concentración, y ni siquiera ella podía atenuar el instinto asesino del ángel.
—Hay unas cuevas cerca de Bryce Canyon. —Elijah dio la espalda al
enclave del Lago Navajo por última vez—. Nos ocultaremos allí hasta que
nos organicemos.
—¿Unas cuevas? —preguntó Rachel, frunciendo el ceño.
—Esto no ha sido una victoria, Rachel.
Ella retrocedió ante el trasfondo de ira que denotaba su voz.
—Somos libres.
—Éramos cazadores y nos hemos convertido en presas. No es
precisamente un avance. Nos ensañamos con los Centinelas cuando ya los
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habíamos derrotado. Los superábamos numéricamente en veinte a uno, les
sorprendimos y no contaban con la ayuda de Adrian, quien en estos
momentos se enfrenta a tal cantidad de mierda que no tiene la cabeza donde
debería tenerla. Fuimos a por ellos con todas las de ganar.
Rachel enderezó la espalda, mostrando sus pechos menudos en todo su
esplendor. La desnudez no significaba nada para un licano; carne o pelo, daba
lo mismo.
—Y lo conseguimos.
—Sí, lo conseguisteis. Ahora confía en mí para que me ocupe del resto.
—Esto era lo que quería Micah, El.
Elijah suspiró, tragándose su ira en un torrente de pesar y dolor.
—Ya sé lo que él quería, una casa en una zona residencial, un trabajo de
nueve a cinco, coches, piscina y amiguitas. Yo haría lo que fuera para
concederte ese sueño… Se lo concedería a cualquier licano que lo deseara…
Pero es imposible. Me habéis confiado una tarea en la que he fracasado antes
de comenzar, porque es imposible triunfar en ella.
Y ellos no podían saber lo que ese fracaso le había costado. Jamás se lo
revelaría a nadie. Lo único que podía hacer era tratar de sacar el máximo
partido de lo que tenía y tratar de mantener con vida a quienes ahora
dependían de él.
Elijah miró a Stephan.
—Quiero que envíes a equipos de dos individuos a los otros enclaves.
Preferiblemente en parejas de compañeros.
Los compañeros se protegerían uno al otro hasta la muerte. En un
momento como aquel, en el que los perseguirían aprovechando que estaban
separados de la manada, necesitarían todo el apoyo posible.
—Comunícaselo a tantos licanos como puedas —prosiguió, moviendo los
hombros para aliviar la tensión del cuello—. Adrian cortará las
comunicaciones con y desde todos los enclaves: móviles, Internet y correo
electrónico. De modo que los equipos tendrán que llevar a cabo la misión
directamente, cara a cara.
Stephan asintió con la cabeza.
—De acuerdo.
—Todos tienen que retirar el dinero que tengan guardado antes de que
Adrian congele sus cuentas.
Como «empleados» de la compañía de aviación de Adrian, Mitchell
Aeronautics, su remuneración se depositaba en una cooperativa de crédito a la
que Adrian tenía acceso.
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—La mayoría ya lo ha hecho —apuntó Rachel.
De modo que al menos ella había previsto esta contingencia. Elijah le
ordenó que fuera a reunir a los demás; luego se volvió hacia Stephan.
—Necesito a los dos licanos en quien más confíes para una misión
especial: localizar a Lindsay Gibson. Quiero averiguar su paradero y su
situación.
Stephan se sorprendió al oír a Elijah mencionar el nombre de la
compañera de Adrian.
Elijah se esforzó en reprimir el imperioso deseo de localizar él mismo a
Lindsay, una mujer mortal a la que consideraba una amiga, la única que le
quedaba ahora que Micah había muerto. En muchos aspectos, Lindsay era un
misterio. Había aparecido en sus vidas sin previo aviso, haciendo gala de unas
habilidades que ningún ser humano debería poseer y consiguiendo atraer al
líder de los Centinelas mediante unas artes de las que Elijah jamás había visto
ni oído hablar.
A diferencia de los Caídos, que habían perdido sus alas porque habían
confraternizado con seres mortales, los Centinelas eran unos ángeles
intachables. Los pecados de la carne y las veleidades de las emociones
humanas eran indignos de su elevado estatus. Elijah jamás había visto a un
Centinela mostrar el menor atisbo de deseo o pasión…, hasta que Adrian se
topó con Lindsay Gibson y la convirtió en su compañera con una ferocidad
que sorprendió a todos. El líder de los Centinelas protegía la vida de esa
mujer con más afán que la suya propia, y había encomendado a Elijah su
seguridad pese a saber que este era uno de los raros y anómalos Alfas que
eran rápidamente erradicados de la manada.
Fue durante el período en que Elijah se ocupó de la protección de Lindsay
cuando empezó a nacer entre ellos una amistad. Les unía una camaradería tan
profunda que ambos habrían dado la vida por el otro. «Yo moriría por ti», le
había dicho ella en cierta ocasión. No muchas personas tenían amigos así, y
ahora Elijah solo la tenía a ella. Por más que se hubiera convertido en el
licano Alfa, jamás dejaría en manos de otro la seguridad de Lindsay. Esta
había desaparecido cuando los Centinelas la custodiaban, y él no descansaría
hasta cerciorarse de que no le había ocurrido nada malo.
—Quiero que la localicéis y protejáis —dijo Elijah—, empleando
cualquier medio que sea necesario.
Stephan asintió con la cabeza. Aquella falta de oposición fue para Elijah
el primer resquicio de esperanza que le hizo pensar que quizá tuvieran una
oportunidad, entre un millón, de sobrevivir.
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—Me cago en la… —Vash observó el traje protector que sostenía en la mano
y sintió una punzada de terror en el vientre.
La doctora Grace Petersen se frotó un ojo soñoliento con el puño.
—No estamos seguros de cómo se transmite esta enfermedad. Más vale
prevenir que curar, te lo aseguro. Es un mal asunto.
Vash se enfundó el traje, mientras intentaba desterrar de su mente el
pánico que empezaba a hacer mella en ella. Se centró en recuperar las
habilidades y la mentalidad con las que la habían enviado a la Tierra como
Vigilante. Hacía mucho que no se enfrentaba a algo sin la mentalidad guerrera
que había cultivado como vampira, pero esta era una batalla que no podía
librar con sus colmillos ni sus puños.
—Tienes unas pelotas de acero, Gracie —dijo a través del receptor de sus
auriculares.
—Dice la mujer que se enfrenta a adversarios del tamaño de un autobús
de dos pisos.
Una vez vestidas con los trajes protectores, entraron en la antecámara
sellada de la habitación de cuarentena. Cuando recibieron luz verde, pasaron a
la habitación interior. Dentro, un hombre yacía sobre la mesa de
reconocimiento como si durmiera, su rostro apacible y relajado. Solo las vías
intravenosas en sus brazos y el rápido movimiento de su pecho delataban su
enfermedad.
—¿Qué le administras? —preguntó Vash—. ¿Eso es sangre?
—Sí, le estamos haciendo una transfusión. Lo mantenemos en un coma
inducido. —Grace miró a Vash a través de su máscara; su rostro mostraba un
aspecto cansado y solemne—. Se llama King. Cuando era un mortal, se
llamaba William King. Ha sido mi asistente principal hasta esta mañana,
cuando fue mordido por uno de los vampiros infectados que capturamos ayer.
—¿Tan rápido es el contagio de esta enfermedad?
—Depende. Según unos informes preliminares de campo, algunos
vampiros son inmunes. Otros tardan semanas en mostrar los síntomas. La
mayoría son como King y sucumben a las pocas horas.
—¿Cuáles son los síntomas, exactamente?
—Un hambre voraz, una agresividad irracional y una increíble tolerancia
al dolor. Los llamamos espectros.
—¿Por qué?
—Porque son una sombra de lo que eran antes. Las luces están
encendidas, pero no hay nadie en casa. Sus mentes y personalidades están
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destruidas, pero sus cuerpos siguen funcionando. Los que he conseguido
mantener con vida unos cuantos días pierden pigmento y melanina en el
cabello y la piel. Hasta sus iris adoptan un color ceniciento. Y fíjate en esto.
Grace apartó el flequillo de la frente de King con delicadeza y mano
trémula.
—Lo siento, amigo —murmuró, antes de tomar un artilugio sujeto a un
cable que parecía un escáner como el que utilizan las cajeras en los
supermercados. Sosteniendo la muñeca de King, Grace orientó el artilugio
hacia su antebrazo y lo activó, haciendo que emitiera un resplandor azul
pálido. Luz ultravioleta.
Vash se acercó para examinar la piel bajo la radiación. Mostraba unas
minúsculas ondas, como si el músculo debajo de ella sufriera un espasmo,
pero era la única señal de irritación.
—Joder. ¿Tolerancia a los rayos ultravioleta?
—No del todo. —Grace apagó el artilugio y lo dejó a un lado—. No existe
inmunidad realmente. La carne aún está llagada, pero se regenera a una
velocidad acelerada. Las células dañadas de la piel se renuevan con tanta
rapidez como se destruyen. Por tanto, no hay daños visibles o duraderos. Hice
unas pruebas a dos de los otros pacientes que tenemos aquí. El resultado fue
el mismo.
Ambas se miraron.
—No te hagas demasiadas ilusiones —murmuró Grace—. La renovación
celular es lo que causa los otros síntomas. El hambre insaciable se debe a la
necesidad de estimular el ingente gasto de energía que requiere la
regeneración. La agresividad procede de su insaciable apetito; deben tener la
sensación de que se están muriendo de hambre constantemente. Y la elevada
tolerancia al dolor se debe al hecho de que no pueden centrarse en nada más
que en su necesidad de comer. No pueden siquiera pensar. ¿Has visto a un
espectro en acción?
Vash meneó la cabeza.
—Son como zombis enloquecidos. El puro instinto altera la función
cerebral superior.
—¿De modo que le das sangre porque si no recibe una dosis continua
moriría?
—He aprendido de mis errores. Mantuve sedados a dos de los que
capturamos para poder estudiarlos, porque cuando son plenamente
funcionales no puedes acercarte a ellos, y se licuaron. Su metabolismo está
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tan acelerado, que sus cuerpos se digirieron a sí mismos. Quedaron reducidos
a una papilla. No era un espectáculo agradable.
—¿Es posible que Adrian creara esto en un laboratorio oculto en alguna
parte?
Al líder de los Centinelas se le había confiado la misión de dirigir a los
serafines que formaban la unidad de operaciones de élite que habían
despojado a los Caídos de sus alas. Utilizando a licanos como perros
guardianes, Adrian había impedido que los vampiros se expandieran hacia
zonas más pobladas. El resultado había sido una represión tanto territorial
como financiera.
—Todo es posible, pero yo no habría hecho ese salto. —Grace señaló a
King—. No me imagino a Adrian haciendo esto. No es su estilo.
A decir verdad, Vash tampoco se lo imaginaba. Adrian era un guerrero de
los pies a la cabeza. Si quería luchar, lo hacía cara a cara y mano a mano.
Pero tenía mucho que ganar si la nación de los vampiros acababa
extinguiéndose. Su misión habría concluido y podría abandonar la Tierra,
junto con su dolor, su miseria y su inmundicia. Suponiendo que quisiera
abandonarla ahora que tenía a Lindsay, una compañera que no podría ir con
él.
Vash suavizó el tono y dijo con sinceridad:
—Lamento mucho lo de tu amigo, Gracie.
—Ayúdame a encontrar un remedio, Vash. Ayúdame a salvarlo a él y a
los otros.
Por eso había venido, ese era el motivo por el que Syre la había enviado.
Habían recibido informes de brotes de la enfermedad en todo el país. El
contagio era tan rápido que se estaba convirtiendo en una epidemia.
—¿Qué necesitas?
—Más sujetos, más sangre, más material, más personal.
—Hecho. Desde luego. Dame una lista.
—Esa es la parte fácil. —Grace cruzó los brazos y miró de nuevo a King
—. Necesito saber dónde apareció por primera vez el Virus de los Espectros.
En qué zona del país, en qué estado, en qué ciudad, en qué casa, en qué
habitación de esa casa. Hasta el último detalle. Macho o hembra. Joven o
viejo. Raza y complexión física. Necesito que localices a la primera persona
que contrajo la enfermedad. Luego necesito que encuentres a la segunda.
¿Conocía a la primera? ¿Vivían en la misma casa? ¿Compartían el mismo
lecho? ¿O apenas existía una relación entre ellas? ¿Eran parientes
consanguíneos? Luego, localiza a la número tres, cuatro y cinco. Hablamos de
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seis grados de separación que se han ido al traste. Necesito reunir datos
suficientes para establecer un patrón y el lugar de origen.
Vash, que de pronto sintió que se asfixiaba en el traje protector, se
encaminó hacia la puerta. Grace se reunió allí con ella y tecleó el código que
hacía que se abriera la puerta de la antecámara.
—Vas a necesitar un montón de recursos humanos —murmuró Vash,
mientras seguía el ejemplo de Grace y se colocaba sobre un círculo pintado en
el suelo. Un tubo en el techo vertió un líquido pulverizado que envolvió su
traje en una fina bruma.
—Lo sé.
Había decenas de miles de esbirros, pero su intolerancia a la luz del sol
mermaba su utilidad. Los Caídos originales no tenían esa incapacidad, pero
eran menos de doscientos. Demasiado pocos para procurar a los esbirros la
sangre que les proporcionaría una inmunidad temporal. Y no los suficientes
para patearse todo el país y llevar a cabo la tarea necesaria en el menor tiempo
posible.
Después de quitarse el traje protector, Vash movió los hombros para
desentumecerlos y se puso a reflexionar. Los informes iniciales sobre la
enfermedad habían aparecido al mismo tiempo que el amor perdido de
Adrian. Si lograba establecer una cronología de los hechos, podría saber si el
líder de los Centinelas era culpable o no.
—Haré lo que sea necesario.
—Sé que lo harás. —Grace dejó de revolverse su alborotado pelo rubio y
la observó—. Aún vistes de luto.
Vash bajó la vista y miró su pantalón de cuero negro y chaleco a juego y
se encogió de hombros. Al cabo de sesenta años, el dolor aún persistía,
recordándole que había jurado vengar el brutal asesinato de Charron. Un día
daría con un licano que pudiera proporcionarle la información que necesitaba
para seguir la pista de los asesinos de Char. Solo confiaba en que ocurriera
antes de que los responsables murieran de viejos o durante una cacería. A
diferencia de los Centinelas y los vampiros, los licanos tenían una fecha de
caducidad mortal.
—Vamos a por esa lista —dijo con firmeza, dispuesta a enfrentarse a la
monumental tarea que tenía ante sí.
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—¿Qué opinas de esto?
Vash se sentó en la silla frente a la mesa de Syre y colocó las piernas
debajo de su trasero.
—Estamos jodidos. No tenemos efectivos suficientes para atacar esto tan
rápidamente como el virus…, el Virus de los Espectros, según lo llama
Grace… No disponemos de los recursos para enfrentarnos al virus con la
misma rapidez con que se está extendiendo.
Él se pasó una mano por su cabello negro y espeso y maldijo.
—No podemos dejarnos derrotar por esto, Vashti. No después de lo que
hemos pasado.
El dolor del líder de los Caídos era una fuerza tangible en la habitación.
De pie frente a las ventanas que daban a la calle Mayor de Raceport, Virginia,
una población que él había construido de la nada, parecía soportar sobre sus
hombros el peso del mundo. No eran solo los problemas a los que se
enfrentaban lo que le hundía. Aún guardaba riguroso luto, llorando la pérdida
de su hija tras siglos rezando para que regresara. Esa pérdida lo había
trastornado. Nadie más se había percatado todavía, pero Vash lo conocía
demasiado bien. Algo había cambiado en él, como si en su interior se hubiera
activado un extraño mecanismo. Se mostraba más duro, menos flexible, y eso
se veía reflejado en las decisiones que tomaba.
—Haré cuanto esté en mi mano —le prometió ella—. Todos lo haremos.
Somos luchadores, Syre. Nadie tirará la toalla.
Él se volvió hacia ella, su hermoso rostro contraído en un rictus feroz.
—Mientras estabas con Grace recibí una llamada muy interesante.
—¿Ah, sí?
El tono y el brillo de la mirada de Syre la alarmaron. Conocía esa
expresión, sabía lo que significaba: que estaba decidido a seguir el rumbo que
se había marcado aun sabiendo que hallaría resistencia.
—Los licanos se han sublevado.
Vash sintió una dolorosa tensión en su columna vertebral, como sucedía
siempre que hablaban de los perros de los Centinelas.
—¿Cómo? ¿Cuándo?
—La semana pasada. Supongo que la preocupación de Adrian por mi hija
fue considerada como una ocasión de oro para sublevarse. —Syre cruzó los
brazos, flexionando sus poderosos bíceps con ese gesto. Adrian se había
sentido atraído por Lindsay Gibson porque era la última encarnación de
Shadoe, la hija de Syre, y el amor de su vida. Al final, Lindsay había
conquistado tanto el corazón de Adrian como el derecho a su propio cuerpo,
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dejando a Syre hundido en el dolor por la pérdida de su hija y a Adrian un
tanto descolocado—. Los licanos nos necesitarán si quieren seguir libres, y al
parecer nosotros también los necesitamos a ellos.
Ella se levantó de la silla.
—No lo dirás en serio.
—Sé lo que te pido.
—¿De veras? Esto equivale a pedirme que trabaje con Adrian, sabiendo
que él es la razón de que tu hija haya desaparecido. O que yo te proponga que
colabores con el demonio que mató a tu esposa.
Syre emitió un lento y profundo suspiro, haciendo que su torso se
expandiera.
—Si la suerte de todos los vampiros del mundo dependiera de que yo lo
hiciera, no dudaría en hacerlo.
—A la mierda tú y tu sentimiento de culpa. —Las palabras brotaron de
sus labios antes de que Vash pudiera reprimirlas. Al margen de lo que Syre
significaba para ella, ante todo era su superior—. Lo siento, comandante.
Él despachó su preocupación con un ademán impaciente.
—Me resarcirás localizando al licano Alfa y ofreciéndole una alianza con
nosotros.
—No hay licanos Alfa. Los Centinelas se han encargado de ello.
—Tiene que haber uno o la revuelta no habría prosperado.
Ella empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación; los tacones de
sus botas emitían un rápido staccato en el suelo de madera.
—Envía a Raze o a Salem —sugirió, ofreciéndole a sus dos mejores
capitanes—. O a los dos.
—Tienes que ser tú.
—¿Por qué?
—Porque odias a los licanos y tu reticencia ocultará nuestra
desesperación. —Syre rodeó la mesa, se sentó en el borde delantero y cruzó
sus largas piernas a la altura de los tobillos—. No podemos darles ventaja.
Tienen que creer que nos necesitan más de lo que nosotros los necesitamos a
ellos. Y tú eres mi segunda. El hecho de enviarte a ti transmite un potente
mensaje sobre la seriedad con la que estoy dispuesto a tomarme la alianza que
les ofrecemos.
La perspectiva de trabajar con licanos suscitó en ella una ira que le nubló
la vista. ¿Y si se daba la circunstancia de que tenía que trabajar junto a uno de
los que habían destrozado a Charron? ¿Y si salvaba la vida a uno de ellos,
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pensando que era un aliado? Era tan perverso que Vash sintió una opresión en
la boca del estómago.
—Dame tiempo para lidiar con el tema por mi cuenta. Si no consigo nada
dentro de un par de semanas, volveremos a hablar de ello.
—Para entonces Adrian quizás haya exterminado a los licanos. Tiene que
ser ahora, mientras están en inferioridad de condiciones. Piensa en la rapidez
con que podríamos empezar a investigar con miles de licanos a nuestra
disposición.
Ella siguió paseándose de un lado a otro de la habitación a una velocidad
que a los mortales les habría costado seguir.
—Dime que tu petición no tiene nada que ver con tu odio por Adrian.
Syre esbozó una media sonrisa.
—Sabes que no puedo. Quiero machacar a Adrian cuando lo hayamos
derrotado. Por supuesto. Pero ese no es el único motivo por lo que te pido
esto, sabiendo el esfuerzo que representa para ti. Significas para mí más que
eso.
Vash se detuvo bruscamente y se acercó a él.
—Lo haré porque tú lo ordenas, pero no dejaré a un lado la venganza que
se me debe. Utilizaré esta oportunidad para buscar a los culpables de la
muerte de Charron. Cuando utilice esa información, no se me considerará
responsable de las consecuencias. Si eso no te parece aceptable, les presentaré
tu oferta de alianza y me marcharé.
—No harás tal cosa. —El tono grave de Syre denotaba una advertencia—.
Te apoyaré, Vashti. Lo sabes. Pero en este momento, la urgente necesidad de
la nación vampírica debe ponerse por delante.
—De acuerdo.
Él asintió con la cabeza.
—La revuelta se inició en el enclave de Lago Navajo. Empieza por Utah.
No pueden haber llegado muy lejos.
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T
— enemos que averiguar si hay otros Alfas. —Elijah miró al licano que
caminaba junto a él, sorprendido por la facilidad con la que Stephan había
asumido el papel de Beta.
El instinto influía de manera decisiva en todo lo que hacían como manada
de novatos, una verdad que más que tranquilizar a Elijah le inquietaba. Habría
preferido que los licanos fueran dueños de sus destinos, en lugar de estar
condicionados por la sangre de demonio que corría por sus venas.
Pero al atravesar el largo corredor de piedra, el número de miradas de
color verde que recibió era una prueba irrefutable de lo dominante que era la
naturaleza primitiva de un licano. Todos tenían los iris verdes y luminosos de
unas criaturas de sangre mixta. Había centenares observándolo junto a los
muros, formando un pasillo de honor a través de las cuevas de piedra roja del
sur de Utah que él había elegido como cuartel general. Creían que era el
maldito Mesías, el único licano capaz de conducirlos hacia una nueva era de
independencia. No se daban cuenta de que lo agobiaban con sus expectativas
y sus esperanzas de libertad.
—Lo he convertido en una prioridad principal —declaró Stephan—. Pero
la mitad de los licanos que enviamos fuera no regresan.
—Quizá regresan al redil de los Centinelas. Por lo que respecta a la
calidad de vida, estábamos mejor cuando trabajábamos para los ángeles.
—La libertad tiene un precio. ¿Qué no estarías dispuesto a hacer por
conseguirla? —preguntó Stephan—. Todos sabemos que los Centinelas están
acabados si tomamos la ofensiva. Existen menos de doscientos vivos.
Nosotros somos miles.
A Elijah no le pasó inadvertida la sutil sugerencia de que se comportara de
modo proactivo en lugar de reactivo. Lo sentía en el aire, en la vibrante
energía de los licanos, que estaban preparados y ansiosos por cazar.
—Todavía no —dijo—. No ha llegado el momento.
De repente un brazo lo sujetó.
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—¿A qué coño estás esperando?
Elijah se detuvo y se volvió hacia el fornido macho cuyos ojos relucían en
las sombras de la cueva. El licano estaba furioso y se había transformado a
medias, sus brazos y cuello cubiertos por un pelaje grisáceo.
La bestia que Elijah llevaba dentro emitió un gruñido a modo de
advertencia, pero se contuvo, un autocontrol que lo convertía en Alfa.
—¿Me estás desafiando, Nicodemus? —preguntó con tono sereno pero
amenazante. Había esperado algo así; sabía que llegaría en algún momento.
Era el primero de los numerosos desafíos a los que debería enfrentarse para
establecer su dominio; contaba con su poder físico, pero también con la
necesidad instintiva de los licanos de seguir a un líder.
Las fosas nasales del licano se dilataron, su pecho se movía de forma
agitada mientras luchaba contra su bestia interior. Nic carecía del control de
Elijah, y por eso perdería.
Soltándose con brusquedad, Elijah le espetó:
—Ya sabes dónde encontrarme.
Acto seguido le dio la espalda y se alejó, retando deliberadamente a la
bestia de Nic. Cuanto antes resolvieran el tema, mejor.
Nic le había preguntado a qué esperaba. Esperaba a que se produjera la
cohesión, la confianza, la lealtad, el armazón que uniría a todas las manadas.
Al margen de su superioridad numérica, si no trabajaban todos juntos era
imposible que derrotaran a una unidad de élite dirigida con mano férrea como
la de los Centinelas.
De repente, se le acercó una hembra casi a la carrera; su cuerpo tenso
irradiaba una fuerte agitación.
—Alfa —le saludó, presentándose enseguida como Sarah—. Tienes una
visita. Una vampira.
Elijah arqueó las cejas.
—¿Una vampira? ¿Sola?
—Sí. Dice que quiere hablar con el Alfa.
A Elijah le picó la curiosidad. Los licanos habían sido creados por los
Centinelas con el único propósito de dar caza y frenar a los vampiros. El
hecho de que los licanos se hubieran sublevado contra el control de los
Centinelas no significaba que hubieran olvidado su arraigado odio hacia los
chupasangres. El hecho de que una vampira penetrara sola en su guarida era
un suicidio.
—Hazla pasar a la sala grande —dijo Elijah.
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Sarah dio media vuelta y regresó corriendo por donde había venido,
seguida por Elijah y Stephan a un paso más pausado.
—¿A qué carajo viene esto? —preguntó Stephan, meneando la cabeza.
—Por el motivo que sea, esa vampira está desesperada.
—Ese no es nuestro problema.
Elijah se encogió de hombros y replicó:
—Pero podría beneficiarnos.
—¿Queremos realmente convertirnos en un refugio para vampiros
perdedores?
—Aclaremos una cosa: ¿si nos rebelamos salimos ganando, pero si un
vampiro se las pira se convierte en un perdedor?
Stephan frunció el ceño.
—Sabes tan bien como yo que la manada no acepta a vampiros.
—Los tiempos han cambiado. Por si no te habías dado cuenta, nosotros
también estamos bastante desesperados.
Elijah estaba atravesando el umbral de la sala grande cuando oyó un
gruñido a su espalda. Dio un salto hacia delante y asumió su forma de lobo
antes de que sus patas tocaran el suelo de piedra. Se volvió en el preciso
instante en que Nicodemus se abalanzaba sobre él y lo golpeaba en el costado,
dejándolo sin aliento. Tras rodar por el suelo, Elijah se incorporó rápidamente
y agarró a su atacante por el cuello antes de que este pudiera reaccionar.
Sacudiendo la cabeza, arrojó al licano al otro extremo de la habitación. Luego
emitió un aullido de furia, un sonido que reverberó a través de la gigantesca
habitación.
Nic patinó de lado sobre sus patas, pero logró recuperar el equilibrio y
atacó de nuevo. Elijah se apresuró hacia delante para interceptarlo.
Ambos chocaron con una fuerza brutal, abriendo las fauces para atrapar a
su adversario. Nic mordió con fuerza a Elijah en una pata delantera. Este trató
de alcanzar a su adversario en el flanco, clavándole los dientes con furia
mientras su bestia gruñía al percibir el potente sabor a sangre caliente y
espesa.
Después de repeler a su atacante de una patada, Elijah se revolvió,
arrancándole un pedazo de carne. Nic soltó un aullido de dolor y se dirigió
hacia él, renqueando. Elijah flexionó las patas, dispuesto a saltar, cuando una
tentadora oleada de delicioso olor a cerezas maduras le asaltó los sentidos. El
aroma le invadió, encendiéndole la sangre y estimulando la agresividad que
corría por sus venas.
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De repente se hartó de jugar con Nicodemus. Elijah dio un salto hacia
delante, girando en el aire para evitar las fauces de Nic y aterrizando sobre el
lomo del licano. Tras agarrarlo por el cuello, lo inmovilizó sobre el suelo,
mordiéndole a modo de advertencia, con la fuerza suficiente para herirlo pero
no matarlo. Todavía. Si aumentaba un poco la presión asfixiaría a Nic.
Nic se revolvió durante unos momentos, agitando sus extremidades con el
fin de quitarse a su adversario de encima. Pero la pérdida de sangre y el
cansancio acabaron con las pocas fuerzas que le quedaban. Gimió con tono
suplicante y Elijah lo soltó.
El grave gruñido de Elijah retumbó en la habitación. Se volvió, mirando a
todos los licanos que se hallaban en la cueva. Estaban situados alrededor del
perímetro, con la vista baja, mientras Elijah les desafiaba a que le atacaran.
Satisfecho al ver que había dejado clara su posición, al menos de
momento, Elijah cambió a su forma humana y se volvió hacia el arco de
entrada de la sala grande, atraído por el dulce aroma a cerezas maduras que
hizo que su pene se pusiera duro.
—Traedme ropa limpia —dijo, dirigiéndose hacia los presentes en
general, sin importarle quién lo hiciera, mientras fuera en el acto—. Y una
toalla húmeda.
Apenas había terminado de hablar cuando apareció ella, con el mismo
aspecto que él recordaba: botas negras de tacón alto, un ajustado mono de
lycra negro que realzaba cada una de sus curvas, una cabellera escarlata que
le caía hasta la cintura y unos colmillos blancos como perlas. Parecía un
personaje salido de un sueño erótico con toques sado. Al verla, sintió un
deseo tan intenso de follársela como de matarla. Era una lujuria tan instintiva
como inoportuna; la furia estaba teñida de pena y dolor. Ella había matado a
su mejor amigo de una forma lenta y atroz con el propósito de llegar a él, pues
creía, equivocadamente, que Elijah había asesinado a su amiga Nikki, una
vampira que también había sido la nuera de Syre.
Cuidado con lo que deseas, zorra.
Elijah le enseñó los dientes a modo de sonrisa y pronunció su nombre.
—Vashti.
La mirada de ella se intensificó al percibir su olor.
—Tú.
Mierda.
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Vash miró al licano desnudo y manchado de sangre que estaba frente a
ella al otro lado de la habitación y apretó los puños. No poder sentir el
familiar peso de las vainas de sus katanas en la espalda le había tocado las
narices, pero ahora le tocaba los cojones.
Ese licano había matado a su amiga, y pagaría por ello.
Avanzó hacia él, los tacones de sus botas resonando en el suelo de piedra
irregular. Vivían en una condenada cueva y luchaban entre sí como animales.
Como unos malditos perros. Durante días había intentado disuadir a Syre de
este disparatado plan, pero el líder de los vampiros no se había dejado
convencer. Creía en el viejo dicho de que «el enemigo de mi enemigo es mi
amigo». Ella podría haber estado de acuerdo con él si no hubieran estado
hablando de los licanos.
—El nombre es Elijah —le corrigió él, observándola con la concentración
de un cazador natural al dar con su presa.
Otro macho se acercó a él sosteniendo una toalla en una mano y ropa
limpia en la otra. Elijah tomó la toalla y empezó a limpiarse la sangre de la
boca y la mandíbula. No apartó la mirada de ella mientras se frotaba su
amplio torso y sus brazos con la toalla.
La atención de Vash se vio atraída, muy a su pesar, por el movimiento de
la toalla blanca sobre la piel dorada del licano. Elijah estaba dotado de
poderosos músculos de la cabeza a los pies, tan perfectamente definidos que
era difícil no admirarlos. No le sobraba ni un gramo de grasa, y su virilidad
era indudable, incluso aunque no hubiera mostrado su imponente verga y sus
pesados testículos. El aire estaba impregnado de su olor, un aroma natural
pero excitante a clavo y bergamota saturado de feromonas masculinas.
Elijah entregó la toalla al licano que estaba junto a él y se acarició su largo
y grueso pene de la raíz a la punta.
—¿Te gusta lo que ves? —la provocó con una voz grave y potente que la
afectó físicamente. Tenía una profunda herida en la pantorrilla, de la que
brotaba un chorro de sangre cuyo delicioso olor hizo que a Vash se le hiciera
la boca agua.
Ella levantó la vista de su entrepierna con insolente parsimonia.
—Me maravilla que no huelas como un perro mojado.
Él olisqueó el aire.
—Tú hueles a chivo expiatorio.
Vash se rio por lo bajo.
—He venido para ayudaros, licano. Mientras permanezcáis bajo tierra
estáis seguros. Pero tarde o temprano tendréis que salir de aquí, y cuando
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estéis al descubierto los ángeles os liquidarán a todos. Puesto que ya habéis
empezado a pelear entre vosotros, no tendréis la menor oportunidad de
derrotar a los Centinelas de Adrian sin unos aliados.
Los licanos que estaban en la habitación murmuraron para manifestar su
desagrado ante esa idea. Ella alzó la voz y se dirigió a todos los presentes.
—Estoy de acuerdo con vosotros. Yo tampoco quiero colaborar con
vosotros.
—Pero has venido porque Syre te ha enviado —dijo Elijah, enfundándose
unos vaqueros amplios—. A una orden del jefe, te has metido en la boca del
lobo.
Ella se volvió de nuevo hacia él, alzando el mentón.
—Nosotros somos más civilizados que vosotros, licano. Conocemos el
valor de la jerarquía.
Él se acercó a ella, descalzo, con el paso ágil de un depredador. Ella se
fijó en los tensos músculos de su abdomen, que se tensaban mientras
avanzaba. Sintió una oleada de calor que le recorrió el cuerpo mientras el olor
que él exhalaba se hacía más intenso.
Joder. Si un licano era capaz de ponerla tan cachonda, significaba que
llevaba demasiado tiempo célibe.
Vash apretó los puños cuando él se detuvo frente a ella. Demasiado cerca.
Invadiendo su espacio personal. Tratando de intimidarla con su poderoso
cuerpo y su apetito voraz. Vio el deseo reflejado en sus ojos y percibió el
seductor olor a feromonas en el aire que lo rodeaba. Él la odiaba, pero al
mismo tiempo la deseaba.
Pese a su elevada estatura y sus botas de tacón alto, Vash tuvo que
inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Dime que me largue y lo haré. Solo accedí a hacerte la oferta. En
realidad no quiero que aceptes.
—No tengo intención de rechazar tu oferta hasta que entres en detalles. —
Él tomó un mechón de su cabello rojo y lo restregó entre los dedos—. Y
quiero ver qué cara pones cuando averigües que yo no maté a tu amiga.
Ella contuvo el aliento. Se dijo que era debido a la sorpresa y no porque
sintiera sus nudillos rozándole los pechos.
—Mi olfato es casi tan bueno como el tuyo.
Él esbozó una media sonrisa cruel.
—¿Has comprobado si mi muestra de sangre contiene anticoagulantes?
Ella retrocedió apresuradamente. Sabía que los Centinelas guardaban
muestras de sangre de todos los licanos en unas instalaciones de conservación
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criogénica situadas en los enclaves de los licanos, pero no se le había ocurrido
que esas muestras pudieran ser manipuladas.
—¿Qué coño quieres decir?
—Me tendieron una trampa. Tú, sin embargo, eres culpable de matar a mi
amigo. Confío en que lo recuerdes, porque su asesinato selló tu sentencia de
muerte. ¿El pelirrojo al que dejaste clavado a un árbol y diste por muerto?
Elijah la rodeó. Docenas de pares de ojos de color esmeralda la
observaban con evidente hostilidad. Las posibilidades de salir de esa cueva
con vida se reducían a cero.
—Si me matas ahora —le advirtió Vash—, los vampiros y los Centinelas
vendrán a por ti.
—Eso es un problema —murmuró él junto a su hombro.
—Pero hay algo que quiero más que mi vida. Si me ayudas a conseguirlo,
dejaré que me mates de forma que parezca que lo has hecho en defensa
propia.
Elijah se detuvo de nuevo frente a ella.
—Te escucho.
—Quiero hablar a solas contigo.
Elijah hizo un gesto con el brazo, ordenando a los demás que se retiraran.
—¿Alfa…? —preguntó Stephan.
—Descuida —respondió Elijah—. Puedo con ella.
Vash soltó un bufido.
—Puedes intentarlo, cachorro. No olvides que te llevo varios eones.
En menos de un minuto, la habitación estaba vacía.
—Estoy esperando —dijo él. Sus ojos emitían un fulgor peligroso.
—Uno de tus perros mató a mi compañero. —Vash sintió la furia y dolor
que le corrían por las venas como ácido siempre que pensaba en ello—. Si
crees que lo que le hice a tu amigo fue atroz, no fue nada comparado con lo
que le hicieron a Charron. Ayúdame a dar con los responsables de esa
salvajada y deja que los mate, y luego puedes hacer lo que quieras conmigo.
Él la miró con ojos entrecerrados.
—¿Cómo pretendes localizar a esos licanos? ¿Qué es lo que buscas?
—Tengo la fecha, la hora y el lugar. Solo necesito saber quiénes se
hallaban en ese momento en la zona. He reducido la lista a tres.
—Una lealtad sedienta de sangre.
Ella se volvió para mirarlo.
—Yo podría decir lo mismo de ti.
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—Tendrías que quedarte conmigo —apuntó él—. Quiero estar presente
cada vez que interrogues a un miembro de la manada. Eso podría llevar varios
días, quizá semanas.
El olor a lujuria que exhalaba Elijah se intensificaba por momentos, y ella,
maldita sea, no era inmune a él.
—Llevo años buscando. Unas semanas más no me matarán.
—No, pero yo sí. Tarde o temprano. Entretanto, no es preciso que me
caigas bien —dijo él con tono afable— para querer follar contigo.
Ella tragó saliva, maldiciendo el acelerado ritmo de su pulso, que sabía
que él podía percibir.
—Por supuesto. Eres un animal.
Él la rodeó de nuevo, inclinándose sobre ella y aspirando profundamente
su olor.
—¿Cuál es tu excusa?
Vash no tenía ninguna, y eso la desconcertaba. Desde que Char había
muerto, la necesidad de practicar sexo había sido casi nula. Pero no estaba
dispuesta a confesar que él la atraía como no lo había hecho ningún hombre
desde la muerte de su compañero. Y menos sabiendo que su reacción tenía
menos que ver con él que con la ansiedad que le producía encontrarse en una
guarida llena de seres a los que odiaba sin un arma sujeta a la espalda. Vash
era más que capaz de liquidar a media docena de licanos con sus colmillos y
sus garras; con las dos katanas de Charron, podía enfrentarse a una legión.
Solo el propio Char rivalizaba con ella en materia de destreza con las espadas.
—No necesito ninguna excusa. Soy una mujer heterosexual y tú eres un
exhibicionista que goza tocándose su enorme verga. El espectáculo tiene su
mérito.
Él enseñó los dientes a modo de sonrisa y cruzó los brazos.
—¿Qué quiere Syre a cambio de su protección contra los Centinelas?
Vash lo observó, tomando nota de su postura con las piernas separadas y
su mentón alzado. Era una presencia sólida y fuerte. Casi podía imaginarlo
como un objeto inamovible en medio de un tornado. Aunque la fuerza de su
ira, al igual que la de su deseo, era tangible —algo que la excitaba—, sus
hermosos ojos de color esmeralda estaban empañados por el dolor. Al margen
de sus defectos, Elijah era leal. Si además era de fiar, podría ser muy útil para
la nación de los vampiros. Y para ella.
Ella le imitó, cruzando los brazos. Observó que los ojos de Elijah
descendían hasta la uve de su escote y que tensaba la mandíbula. No quería
desearla. Vash sonrió para sus adentros. Desde la muerte de Charron había
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utilizado su sexualidad como un arma, un arma tan mortífera como una
espada.
Cosa que Elijah no tardaría en descubrir de primera mano.
—Vas a matarme —dijo Vash sin perder la calma—, como represalia por
la muerte de tu amigo, que murió porque yo también quería vengar la muerte
de Nikki. No…, deja que termine antes de discutir conmigo. No voy a
incumplir nuestro acuerdo. A fin de cuentas, me harás un favor. Incluso
apoyaré el pescuezo sobre un tocón para ponértelo fácil.
El licano la miró con desconfianza.
—¿Adónde quieres ir a parar?
—No quiero tu comprensión ni tu compasión. Solo quiero que veas en mí
la fidelidad que yo veo en ti. Aportaré a esta alianza todo cuanto tengo. Si tú
haces lo mismo ambos conseguiremos nuestros respectivos objetivos.
—¿Estás segura? —El tono de Elijah era grave e íntimo, distinto a la ira
que contraía su sexi boca.
—Siempre que tus objetivos sean realistas —respondió ella secamente.
—No has respondido a mi pregunta, Vashti. ¿Qué espera ganar Syre con
esto?
—Es un acuerdo prácticamente equitativo. —Ella alzó la mano y se pasó
los dedos por el pelo, observando cómo él no apartaba los ojos de su pelirroja
cabellera. Quería jugar un poco con él, espolear su hambre, pero en lugar de
eso sintió que la ferocidad de su mirada la excitaba. El deseo que transmitía
esa bestia de hombre, tan hermoso y viril, era seducción en estado puro—.
Los dos necesitamos efectivos.
—No conduciré a los licanos a una guerra con los Centinelas.
—¿No? ¿Aún sientes la presión del collar?
—Soy consciente de que los Centinelas cumplen un propósito —replicó él
—. Son necesarios para mantener a los renegados a raya. Por eso creo que
Adrian no ha caído como lo has hecho tú, aunque haya cruzado la misma
línea. Él representa el peso que equilibra la balanza; es demasiado necesario
como para eliminarlo.
Ella tensó la mandíbula, tratando de reprimir los irritantes pensamientos
que le asaltaban cada vez que hablaba del líder de los Centinelas, porque tenía
que conservar la calma.
—Por otra parte, ahora que estáis todos en el paro necesitáis dinero. La
nación vampírica ha amasado una considerable fortuna.
—Quieres tenerme en una posición de desventaja. Quieres que me sienta
agradecido. —Elijah descruzó los brazos y se pasó una mano por el pecho,
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frotando la palma sobre un pectoral maravillosamente definido. Exhibiendo
su increíble cuerpo. Siguiéndole el juego. Su voz era áspera. Cálida como
terciopelo. Acariciándola como la punta de una lengua—. No subordinaré las
manadas a nadie. O somos iguales o no hay trato.
Ella sonrió.
—No puedes permitirte rechazar esta oferta.
—Sé lo que puedo permitirme y lo que no. Y lo que estoy dispuesto a
pagar. Ya no tengo nada que perder, pero eso no hace que me sienta
desesperado. Lo tomas o lo dejas.
Ella dio media vuelta, ocultando una sonrisa.
—Tomaré lo que necesito y regresaré mañana. Espero que estés dispuesto
a hablar en serio del trato.
—Vashti.
Al volverse para mirarlo, ella comprendió que él era perfectamente capaz
de defenderse solo. Atrapado entre dos fuerzas de la naturaleza como Adrian
y Syre, estaba claro que, llegado el momento, Elijah se podría decantar por
cualquiera de los dos bandos en la batalla. Los rasgos de sumisión que estaba
tan acostumbrada a ver —y despreciar— en otros licanos, en el Alfa brillaban
por su ausencia. Sin embargo, Adrian lo había tenido a su servicio, rompiendo
su costumbre de segregar a los Alfas de los otros. No solo eso, sino que el
líder de los Centinelas le había confiado la seguridad de Lindsay.
—¿Sí?
—No juegues conmigo. —El tono de Elijah contenía una clara
advertencia, que hizo que a ella se le pusiera la carne de gallina—. Reconozco
que te deseo, pero no dejaré que me manipules a través de mi polla. Yo
también sé jugar a este juego. No se me va a olvidar que tú también me
deseas. No necesito oírtelo decir, me basta con olerlo.
—Odio a los licanos —dijo ella con tono desapasionado. Era un hecho,
que era preferible dejar bien claro por si él había interpretado mal el mensaje
—. La idea de follar con uno me produce náuseas.
—Pero la idea de follar conmigo hace que te humedezcas —respondió él
con una voz tan carente de emoción como la suya—. Dejemos las cosas claras
desde el principio. Yo te follaré hasta dejarte sin sentido y tú me exprimirás
hasta la última gota, y por la mañana seguiremos odiándonos. Nada de eso
cambiará la forma en que llevemos a cabo esta alianza.
Ella sonrió divertida.
—Bueno es saberlo.
Él fijó la vista en su cuello.
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—Y quien haya estado alimentándose de ti no volverá a hacerlo. Los
únicos labios que tocarán tu piel serán los míos. No me gusta compartir.
Ella se llevó involuntariamente los dedos a los dos diminutos orificios
producidos por unos colmillos que cicatrizaban con insólita lentitud. Lindsay
había bebido su sangre después del intento fallido por parte de Syre de
recuperar el alma de su hija, Shadoe. Vash recordó que la primera vez que
había visto a Elijah este estaba con Lindsay, protegiendo a la compañera de
Adrian con su vida.
—Aunque no te incumbe, eso no volverá a suceder.
Vash emprendió la larga caminata de regreso a la entrada de la cueva,
sintiendo un nerviosismo que no había experimentado desde… nunca. Elijah
la ayudaría a dar con los licanos que andaba buscando. Pese a ser una
«colaboración» entre adversarios, confiaba en que él cumpliera su palabra,
siquiera para poder vengarse al final. Eso debería hacer que se sintiera
satisfecha de trabajar con él, pero lo cierto es que no las tenía todas consigo.
A partir de ese momento dependía de la fiabilidad de un ser cuya especie
despreciaba desde hacía tiempo justamente por su tendencia a traicionar a sus
aliados. Tiempo atrás los licanos habían sido Vigilantes. En lugar de
someterse al mismo castigo que el resto de sus hermanos y convertirse en
vampiros, habían implorado clemencia a los Centinelas. Adrian se la había
concedido a cambio de una inquebrantable servidumbre como licanos. Con
sangre transfundida de lobos corriéndoles por las venas, habían perdido sus
alas pero habían conservado sus almas…, y su mortalidad. Vivían, aullaban y
morían como esclavos, que era lo menos que se merecían.
Pero habían traicionado a los Centinelas, al igual que habían traicionado a
los Caídos, aliándose de nuevo con estos.
Vash estaba resuelta a impedir que estos perros tuvieran la oportunidad de
traicionar a los Caídos por segunda vez. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera
para asegurarse de que, si alguien recibía una puñalada por la espalda, sería
un licano.
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3
T
— engo derecho a matarla —le espetó Rachel, mirándolo con ojos
rebosantes de furia—. No puedes arrebatarme ese derecho.
Elijah estaba de pie, con las palmas de las manos apoyadas en su mesa.
Tenía la vista fija en el plano esquemático frente a él, observando las líneas
rojas que indicaban los lugares por los que los cables eléctricos transmitirían
la potencia de los generadores a varias cavernas.
—Puedo postergar ese derecho y voy a hacerlo.
Porque no eran las dos únicas personas que reivindicaban un pedazo del
fabuloso pellejo de Vashti. Lindsay también había perdido a un ser querido a
manos de la vampira.
—Micah te habría vengado, El. No olvides que murió para protegerte.
Vashti lo mató tratando de averiguar dónde estabas.
Para vengar la muerte de Nikki, porque alguien había utilizado su sangre
para endosarle el crimen. Daba lo mismo que él no hubiera secuestrado a
Nikki. Era culpable de ser el motivo por el que Micah había muerto.
—Micah no tenía a docenas de licanos que dependían de él, Rach.
Necesitamos esta alianza para sobrevivir.
—Maldita sea. Deseas a esa mujer.
Él levantó la cabeza y la miró.
—No te molestes en negarlo. —Ella sostuvo su mirada—. Es más que
evidente.
—Pero me matará igualmente —terció Vashti, acercándose a ellos.
Todos se volvieron hacia el arco y hacia la vampira que acababa de
aparecer. A diferencia del aspecto que presentaba la víspera, Vash había
regresado armada hasta los dientes. Las correas de las vainas de sus katanas le
atravesaban el torso entre sus seductores pechos, y tenía dos fundas de
cuchillo sujetas a sus esbeltos muslos. En la mano sostenía una pequeña bolsa
de lona azul marino. Caminaba con pasos largos y seguros, el mentón alzado
con gesto orgulloso. Como de costumbre, iba vestida de negro de los pies a la
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cabeza. Esta vez su atuendo consistía en un ajustado pantalón de algodón y un
chaleco de cuero abrochado en la parte delantera con corchetes de metal.
Llevaba el pelo recogido en un moño alto, sujeto con lo que Elijah
sospechaba que eran unos pequeños cuchillos para lanzar.
Como la primera vez que la había visto en un aparcamiento en Anaheim,
su aspecto le impactó como un puñetazo en el estómago. Su reacción visceral
al verla fue tan intensa, que contuvo el aliento y luego se esforzó en expelerlo
despacio.
Rachel soltó un gruñido y él la observó, aceptando su exclamación de
desdén. Comprendía que, de estar en su lugar, él sentiría lo mismo que ella.
—Vashti —dijo, enderezándose—. Esta es Rachel, la compañera del
licano que mataste. Rach, esta es Vash, la segunda de Syre.
Elijah observó a las dos mujeres con atención, consciente de lo difícil que
debía ser para Rachel enfrentarse a la asesina de su compañero sin poder
vengarse porque se lo había prohibido el hombre que había contribuido a la
muerte de Micah. Se llevó una mano al pecho, frotándoselo para aliviar el
dolor que le impedía respirar con normalidad.
Vash dejó caer su bolsa al suelo delante de la mesa de Elijah.
—Aunque no te sirva de consuelo que te diga que sé cómo te sientes,
Rachel, es la verdad. A mi compañero lo mataron unos licanos.
—¿Lo dejaron mortalmente herido durante días para que muriese
lentamente? —preguntó Rachel con amargura.
—No. Le arrancaron las entrañas y devoraron sus órganos vitales mientras
aún estaba vivo.
—Mientes —le espetó Rachel—. Los licanos no matan de ese modo.
—Claro… Como quieras.
Elijah señaló a Beta, que trabajaba frente a un ordenador portátil en una
mesa contigua.
—Este es Stephan.
—Hola, Beta —dijo Vash, sonriendo al observar que el otro arqueaba las
cejas—. Aquí nos conocemos todos.
Stephan la saludó con un breve gesto de cabeza.
Vashti asestó un puntapié a una piedra en el suelo.
—Me encanta lo que has hecho con este lugar, El. Has llevado el encanto
rústico a un nuevo nivel.
La mirada que él le dirigió llevaba implícita todo lo que él necesitaba
decir sobre su sarcasmo.
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Ella se acercó más, contemplando los planos esquemáticos con una media
sonrisa.
—Están bien. Pero ya puedes recogerlos. No nos quedaremos aquí.
Él se reclinó en la silla, esperando a que Vash dijera lo que tenía que
decir.
Ella se sentó a medias en la mesa.
—No voy a asignar a mis chicos la misión de montar guardia en unas
cuevas. De hecho, esta alianza no les hará ninguna gracia. Además,
necesitamos más potencia que la que pueden procurarnos unos generadores.
En este agujero en la tierra no tendrás Internet ni cobertura para teléfonos
móviles, y tienes que disponer de la información y comunicación necesarias
para mantener a las manadas unidas. Yo también necesito comunicarme con
mi gente y mantener mi agenda.
—¿Tu agenda…? —Elijah miró a Rachel y suavizó el tono de su voz—.
Comunica a los demás que evacuaremos dentro de poco esta cueva.
—¿Así, sin más? —preguntó Rachel, sorprendida—. ¿Ella te dice que
saltes y tú lo haces?
—Míralo como quieras. —Por más que lamentaba la posición en que se
veía obligado a colocar a Rachel, Elijah no estaba dispuesto a discutir sus
decisiones con nadie. Si querían sobrevivir, su palabra era ley—. Si lo
prefieres puedes quedarte aquí. Informa a los demás que pueden quedarse
contigo o venir conmigo, como quieran.
Stephan se levantó al ver que Rachel salía airadamente de la sala.
—Yo me encargaré de ello, Alfa.
—Eso puede esperar. Por ahora te necesito aquí.
Vash meneó la cabeza.
—Espero que puedas evitar que estalle un drama. Ya tenemos bastantes
problemas.
—¿Como por ejemplo…? Ahora es el momento de mostrar tus cartas.
Ella dudó unos instantes, frunciendo un poco los labios mientras
reflexionaba sobre lo que tenía en mente.
—La situación es complicada.
—Cuéntame algo que no sepa. De no ser así, no habrías venido.
—Necesito comprobar algunas cosas, y necesito gente que se patee la
calle a la luz del día. No tengo los suficientes Caídos para cubrir el territorio
necesario en el espacio de tiempo de que disponemos. —Vash empezó a
tamborilear con los dedos sobre la mesa, delatando su nerviosismo—. Yo te
apoyaré y me aseguraré de que los licanos que huyan de otros enclaves no
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sufran daño alguno. A cambio, tú ordenarás a esos licanos que me ayuden a
recabar información.
Elijah esperó a que ella entrara en más detalles. Entretanto, la observó con
atención, tomando nota de la maravillosa textura de su piel marfileña y sus
pestañas negras y espesas. El color ámbar de sus ojos, un rasgo universal en
todos los vampiros, contrastaba con el rojo vivo de su cabello. Se preguntó
qué aspecto tendría con los ojos intensamente azules de un serafín. Supuso
que parecería una muñeca de porcelana. Poseía una elegante fragilidad que no
era apreciable a primera vista, y que de lejos era imperceptible. Su inclinación
por el cuero y la lycra de color negro impedía que uno se percatara de lo
profundamente femenina que era.
Vash emitió un suspiro de capitulación y sacó un pendrive de su escote.
—Esto lo explicará todo mejor de lo que yo podría.
Stephan tomó su ordenador portátil de la otra mesa y lo colocó frente a
Elijah, que insertó el pendrive en él. Al cabo de unos momentos apareció un
vídeo. Eran las imágenes de una cámara de seguridad de una celda en la que
un vampiro que echaba espuma por la boca y tenía los ojos inyectados en
sangre se golpeaba la cabeza contra un muro de ladrillo hasta reventarla.
—He visto a otros vampiros infectados como este —comentó Elijah.
—¿De veras? —Vash se levantó y se situó ante él, mirándolo con
renovado interés—. ¿Cuándo? ¿Dónde?
Él se reclinó de nuevo en su silla.
—La primera vez fue en Phoenix, hace aproximadamente un mes. Creo
que era la amiga cuya muerte querías vengar, una chica morena, menuda, una
piloto.
—Nikki. —Vash respiró hondo—. Joder. Pensé que Adrian me mentía
cuando dijo que la pobre estaba tan jodida.
—Dos días más tarde vaciamos un nido en Hurricane, Utah. La mitad de
los ocupantes echaban espuma por la boca.
Vash se agachó y sacó un iPad de su bolsa. Mientras hablaba se puso a
teclear.
—No sabemos en qué consiste esta enfermedad, ni con qué rapidez se
propaga, ni dónde comenzó. Esto es lo que tenemos que determinar y para lo
que os necesitamos… Tenemos que trabajar noche y día. Podemos hacerlo en
turnos.
—Quizá sea un método de control de población.
Ella alzó la cabeza.
—No me vaciles. No me gusta.
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—¿Se han infectado algunos de los Caídos?
—No. —Vash colocó el dispositivo ante él, mostrando un mapa de
Norteamérica marcado con puntos multicolores—. Los puntos rojos son los
primeros informes. Como puedes ver, la aparición de Nikki en Phoenix
formaba parte de la primera oleada. Los segundos informes son los de color
naranja. Los amarillos son los más recientes.
Stephan se acercó para mirar más de cerca.
—Están en todo el mapa.
—En efecto. Lo lógico sería que la enfermedad se hubiera propagado
hacia fuera desde un punto, pero al parecer hubo cuatro, como si hubieran
sido repartidos de forma deliberada para acelerar el ritmo de propagación y
ampliar la zona de contagio. Sabemos que los Centinelas asaltaron un nido en
las afueras de Seattle, el cual, como podéis ver, constituye uno de los
primeros casos conocidos.
Elijah meneó la cabeza, sabiendo a dónde quería ir a parar Vashti.
—Adrian no está involucrado en esto.
—¿Estás seguro?
—Sí. No significa que un Centinela no sea responsable, pero Adrian no ha
tenido nada que ver en ello.
—Mierda. —Vash empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación,
distrayendo a Elijah durante unos instantes con su caminar ágil y airoso—. Y
los Centinelas no actúan si él no se lo ordena, lo cual nos deja… ¿con qué?
¿Demonios? ¿Un licano?
—No descartes a los Centinelas.
Ella se detuvo y lo miró.
—¿Por qué?
—Secuestraron a una mujer en Angel’s Point mientras la custodiaban
unos Centinelas.
—Entonces ellos dejaron que sucediera.
—No a esta mujer. Adrian hubiese desatado el Armagedón antes de
permitir que se la llevaran.
—¿Tú crees? Hmm… —Vash giró sobre sus tacones de vértigo y salió de
la cueva.
Elijah fue tras ella, siguiendo su olor a cerezas maduras. Cuando salieron
a la superficie estaba bastante mareado y tuvo que respirar hondo para
aclararse la mente, nublada por la lujuria. Observó a Vash sacar un iPhone de
debajo de uno de los tirantes de su sujetador rojo y pulsar un botón de
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marcación rápida. Al cabo de un momento, el líder de los vampiros apareció
en la pantalla del móvil.
—Vashti. —Syre saludó a su segunda con afectuosa familiaridad—.
¿Estás bien?
—Eso no te preocupó cuando la enviaste a verme sola y desarmada —
terció Elijah.
—Deja que lo vea —dijo Syre, haciendo que Vash inclinara la pantalla
hacia Elijah—. Ah. El licano Alfa. Eres tal como imaginé.
—Yo supuse que eras más inteligente. —Elijah cruzó los brazos.
—Serías un idiota si lastimaras a mi lugarteniente. Yo te perseguiría y
colocaría tu pellejo a modo de alfombra frente a mi chimenea.
—¿Mi pellejo vale tanto como el de ella? —Elijah miró a Vash, irritado
porque le preocupara el respeto que le pudiera mostrar o no su comandante.
—Si hubieras logrado matarla, sí. Es una guerrera excelente, armada o
desarmada.
Vash colocó de nuevo el móvil frente a ella.
—¿Cómo conseguiste secuestrar a Lindsay?
Invadido por una inusitada furia que hizo que se le erizara el vello de los
brazos y el cogote, Elijah sujetó a la vampira por el cuello contra un árbol
antes de que esta pudiera reaccionar.
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Elijah volvió la cabeza hacia el iPhone que había caído al suelo, fijando la
vista en el frío rostro de Syre.
—¿Está ilesa?
—Si sigue viva, gozará de mejor salud que nunca.
Elijah sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Miró a Vashti, cuyos
ojos brillaban, desafiantes. Aunque un mortal ya habría perdido el
conocimiento debido a la falta de aire, la vampira tenía tan solo el rostro
arrebolado, lo cual aumentaba su atractivo.
—¿Qué le has hecho?
—Lo que ella quería que hiciera —respondió Syre—. Suelta a mi
lugarteniente, Alfa, antes de que piense que eres más problemático que útil.
—Todavía no —contestó Elijah. Si sus sospechas se confirmaban, quizá
no la soltaría nunca. Se le formó un nudo en el estómago mientras sentía
cómo el miedo aumentaba.
Vash sonrió.
—¿Cómo conseguiste llegar a ella, Syre?
—Me la trajeron unos miembros de la secta de Anaheim.
Elijah soltó un gruñido.
—¿Hay un nido de vampiros en California del Sur?
—Nosotros preferimos llamarlos sectas o clanes —le rectificó Vash—,
según el tamaño. —Se volvió hacia Syre—. ¿Te dijeron cómo consiguieron
sacarla de Angel’s Point?
Todo el mundo sabía que Angel’s Point, la residencia de Adrian en
Anaheim Hills, era una fortaleza. Construida en las colinas sobre la ciudad,
estaba custodiada por Centinelas y licanos —antes de la sublevación—, y por
el sistema de vigilancia electrónica más puntero que existía en el mercado.
—No. —Se podía percibir en el tono reflexivo de Syre cómo trabajaban
los engranajes de su cerebro—. Deduje que la habían secuestrado en algún
punto entre su lugar de trabajo y el Point.
—Tenemos que hablar con ellos. Tienen un contacto alado que
desconocemos.
—Me encargaré de ello. He enviado la muestra de sangre del Alfa que
recogieran en el lugar donde Nikki fue raptada para analizarla y comprobar si
contiene anticoagulantes, tal como pediste. Te informaré de los resultados
cuando los tenga. —Se produjo una pausa—. ¿Seguro que estás bien, Vashti?
Los dedos de ella soltaron las muñecas de Elijah, y luego deslizó las
manos por sus brazos como haría un amante. Atormentándolo. Incitándolo.
—Desde luego.
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—Llámame con frecuencia, para poder estar seguro.
—Sí, Syre.
Sí, Syre. Elijah estaba decidido a oírla ceder de la misma manera…
mientras estaba debajo de él, soportando que la embistiera una y otra vez con
su poderosa polla. Que pudiera desearla y querer matarla al mismo tiempo lo
estaba volviendo loco. El dolor de Rachel era como una tenaza que le oprimía
el pecho… Lindsay había perdido a su madre debido a la brutalidad de
Vashti… Sin embargo, él deseaba a esa vampira con una ferocidad que le
asombraba.
Ella le apretó los hombros con la fuerza de una vampira, que era
precisamente la presión exacta que le gustaba a él. Luego deslizó las manos
por su columna vertebral, masajeándola, antes de alcanzarle el culo y
acariciárselo. Sacó la punta de la lengua y la pasó sobre su carnoso labio
inferior.
—No puedes tener a Lindsay, ¿lo sabes? Está loca por Adrian. Ha
sacrificado su vida por él.
Él trató de resistir la trampa de seducción en la que ella intentaba
atraparlo.
—¿Qué le hiciste exactamente, Vashti?
—Llevas años siendo el perro de los Centinelas. Pero nunca has visto a
Adrian perder la cabeza por una mujer. ¿Por qué ella? ¿Qué tiene de especial
esa mujer?
—¿Qué insinúas?
—Ella es, mejor dicho, era, la hija de Syre.
Elijah se quedó helado y ella sintió que relajaba los dedos alrededor de su
cuello.
—Imposible.
Los vampiros no podían procrear, eran unas criaturas sin alma incapaces
de crear a un ser dotado de alma. Pero… Lindsay había mostrado casi desde
el principio unos rasgos anómalos.
—Nació con otra alma dentro de ella. El alma reencarnada de la hija nafil
de Syre, creada antes de que este cayera en desgracia.
—¿Qué le hiciste, Vashti? —insistió él.
—Lo que era preciso para que un alma predominara sobre la otra.
Elijah sintió una furia que le corría por las venas como fuego,
induciéndole a aferrarla por el cuello con todas sus fuerzas. En aquel
momento, estaba a una milésima de segundo de separarle la cabeza del cuello.
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—¿La sometiste a la Transformación? —preguntó, luchando contra la
bestia que pugnaba por abrirse paso bajo su piel—. ¿Aniquilaste su espíritu?
¿Lindsay ya no existe?
Por primera vez, el temor se reflejó en los ojos de ella y sus labios
adquirieron un color blanquecino. Cuando él saco sus garras y las clavó en su
pálida piel, unos hilos de sangre se deslizaron sobre la parte superior de sus
pechos.
—Sigue siendo Lindsay. El alma de Shadoe se perdió cuando Syre
culminó la Transformación. Y él no mentía, era lo que deseaba Lindsay.
—Y una mierda. Ella odiaba a los vampiros por tu culpa. Tú mataste a su
madre. Jamás se habría transformado en una vampira por voluntad propia.
Vash frunció el ceño.
—¿De qué coño estás hablando?
—Ocurrió hace dos décadas. Una bonita niña rubia de cinco años y su
madre habían ido de pícnic al parque… Hasta que una pandilla de vampiros
decidieron darse un festín.
—No. —La confusión se aclaró. Ella lo miró a los ojos—. No es mi estilo.
Y si no me crees, pregúntaselo a ella. Debió descubrirlo todo cuando me hizo
estos dos orificios en el cuello con los colmillos y me succionó la sangre y los
recuerdos almacenados en ella. Me había derribado al suelo y me tenía
inmovilizada con un afilado trozo de madera que había cerca; pudo haberme
liquidado, pero me dejó libre.
Elijah, que necesitaba respuestas definitivas, se apartó de su cuerpo dúctil
y sensual, maldiciéndose por querer creerla.
—Necesito saber que ella está bien. Haz que ocurra.
—Tienes problemas más graves en qué pensar.
Él le dirigió una mirada feroz que la clavó contra el árbol.
—Ahora, Vashti.
Soltando una palabrota por lo bajo, Vashti recogió su móvil del suelo y
consultó sus contactos. Al cabo de unos momentos se oyó el sonido de otro
teléfono, seguido por el saludo profesional de una recepcionista de Mitchell
Aeronautics.
—Páseme con Adrian Mitchell, por favor. Dígale que Vashti desea hablar
con él.
Elijah cruzó los brazos mientras esperaba. Intentaba comprender por qué
los vampiros que se habían apoderado de Lindsay habían dejado que regresara
junto a Adrian, renunciando a utilizar contra él la única debilidad del líder de
los Centinelas. ¿Por qué?
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—Vash. —La grave y sonora voz de Adrian fluyó a través del receptor del
móvil, esta vez sin imágenes de vídeo.
—¿Cómo está el nuevo amor de tu vida, Adrian? —En los labios de Vash
se dibujó un rictus de amargura—. ¿Ha conseguido sobrevivir?
—Está perfectamente bien. ¿Cómo está tu cuello?
—Todavía mantiene unida mi cabeza y mi cuerpo.
—Seguís teniendo a unos cuantos salvajes entre vuestras filas, Vashti. —
Pese a la dureza de sus palabras, el tono del líder de los Centinelas seguía
siendo tan sereno y afable como siempre—. Acabaremos cazándolos.
Todos los Centinelas mostraban ese férreo autocontrol y neutralidad
emocional, pero Elijah había oído a Adrian hablar con Lindsay y sabía que en
el caso del ángel, las apariencias engañan.
Ella soltó un bufido de desdén.
—Según tengo entendido, no todos los miembros de tu pandilla acatan tus
órdenes a rajatabla.
—No te acerques a Lindsay. Ni tú ni Syre tenéis ya nada que ver con ella.
Vash miró a Elijah.
—Es una vampira, Adrian, por lo tanto es una de los nuestros.
—Es mi compañera, por lo tanto es mía. Si olvidas eso tu cuello dejará de
cumplir su propósito.
—Me encanta cuando me amenazas —ronroneó ella con tono meloso—.
Saluda a Lindsay de mi parte. —Después de colgar marcó otro número. El
vídeo se activó y apareció el rostro de Syre en la pantalla—. Lindsay está
bien. Y Adrian me ha amenazado por si nos acercamos a ella, lo que significa
que sigue protegiéndola. Está en buenas manos, Samyaza.
Elijah se acercó, fascinado por la mirada atormentada del líder de los
vampiros. Al cabo de unos momentos, Syre tragó saliva y emitió un
prolongado suspiro.
—Todah, Vashti.
—De nada. —El rostro y el tono de ella se suavizaron—. Debí
comprobarlo antes. Lamento no haberlo hecho.
Entre los dos vampiros existía una comprensión silenciosa. Su forma
instintiva de tratarse indicaba una larga relación y una profunda compasión.
Elijah estaba pensando cómo había cambiado la idea que tenía sobre Vashti
—en especial el fascinante descubrimiento de la mujer de corazón tierno que
se ocultaba tras ese exterior duro—, cuando ella concluyó la llamada y se
volvió hacia él.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, arqueando una ceja.
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—Por ahora. —Elijah no se sentiría totalmente tranquilo hasta que hubiera
hablado personalmente con Lindsay, pero al menos sabía que estaba con
Adrian, quien daría su vida por ella. De momento, su amiga estaba a salvo.
—¿Ya no tienes tantas ganas de matarme?
Él sonrió, enseñando los dientes.
Ella se encogió de hombros.
—Tenía que preguntártelo.
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podían escarbar demasiado en sus respectivos pasados. La suya era una
alianza necesaria. Al margen de lo que hubieran hecho con anterioridad, ahora
se necesitaban uno al otro. Empezar a hurgar en busca de viejos secretos solo
serviría para complicar más la situación; no modificaría la hoja de ruta.
Vash se volvió hacia él, sosteniendo su mirada.
—¿Qué otra opción tenemos?
—De acuerdo. —Pero él suavizó el rictus de su boca.
—Son precauciones temporales. Mañana por la mañana empezaremos a
evacuar a tu gente de aquí. Sé que quieres que nos instalemos cerca de zonas
rurales, pero necesitamos un centro de operaciones de fácil acceso. He
examinado algunas propiedades que cumplen ambas exigencias. El dinero no
supone un problema.
De improviso Elijah cambió de postura y sus iris asumieron un fulgor
sobrenatural. Ella sintió que se le erizaba la piel. Se dio la vuelta antes de oír
un murmullo a su espalda, maldiciéndose por dejarse pillar desprevenida, otra
señal de que Elijah la había dejado fuera de juego.
Una mujer alta y esbelta apareció en el claro. Llevaba un sencillo vestido
sin mangas con estampado de flores, abotonado en la parte delantera. Tenía
un aspecto fresco e inocente excepto por sus ojos, que rebosaban odio.
Rachel. La compañera del licano al que Vash había torturado con el fin de
dar con el paradero de Elijah, cuya sangre había quedado en el escenario del
secuestro de Nikki.
—Retrocede, Rachel —le advirtió Elijah.
—Es mía, El.
Vash se movió sutilmente, afirmando los pies en el suelo, preparada para
desenvainar las espadas que llevaba sujetas a la espalda. Se compadecía de
Rachel por la pérdida que había sufrido y no le negaba el derecho a desafiarla
—al fin y al cabo, vengar la muerte de un compañero era un objetivo que
ambas compartían—, pero no estaba dispuesta a dejarse matar sin oponer
resistencia.
—No, Rachel —gruñó él con tono quedo—. Es mía.
—Me lo debes. Él murió para protegerte.
—No me delató, lo reconozco. —Elijah avanzó un paso hasta situarse
frente a Vash a modo de escudo—. Pero fue Micah quien me tendió la
trampa. Dejó allí mi sangre para que Vash viniera a por mí.
En la boca de Rachel se pintó una media sonrisa, que no se reflejaba en
sus ojos.
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—¿Cómo iba a hacer eso? Solo los Centinelas tienen acceso a las
instalaciones de conservación criogénica.
—¿El mismo Centinela o Centinelas que se llevaron a Lindsay de Angel’s
Point?
De no haber estado tan cerca, probablemente Vash no hubiera reparado en
el escalofrío de temor que hizo que a Rachel se le erizara el vello en los
brazos. De hecho, mal que le pesara, Vash sentía una profunda admiración
por el Alfa, que había empezado a juntar rápidamente las piezas de un
escenario de traiciones y lealtades rotas.
Rachel se abrió de un manotazo la parte delantera del vestido y se
transformó, al mismo tiempo que Vash desenvainaba sus espadas. Elijah se
abalanzó hacia delante en su forma humana, atrapando a la enfurecida loba en
el aire y reduciéndola.
Si Vash tenía alguna duda de que él fuera el Alfa, se disiparon en el acto.
Jamás había oído hablar de un licano capaz de resistirse al cambio mientras
era atacado. Jamás había imaginado que llegaría a verlo.
—Basta —bramó Elijah; sus palabras restallaron como un látigo.
Pero Rachel lo ignoró. Se agachó y se abalanzó de nuevo hacia Vash. Esta
saltó sobre el tejado del Jeep para controlar la situación, dispuesta a rajar a su
agresora con las espadas, pero Elijah rugió y, pivotando sobre sí mismo,
agarró a Rachel, aferrándola por la espalda. Alzándose sobre sus patas
traseras, la loba era más grande que él. Agitó las patas delanteras en el aire y
volvió la cabeza para morderlo.
—Basta. —Los pies descalzos de Elijah patinaron sobre el suelo mientras
luchaba con la loba, que no cesaba de retorcerse—. No me obligues a hacerte
daño, Rachel. No… ¡Maldita sea!
La pata trasera de Rachel le desgarró la pantorrilla, arrancándole un
gemido de dolor mientras la sangre brotaba de la herida del día anterior. El
potente olor de su sangre llegó hasta Vash. Sus colmillos descendieron; su
cuerpo se tensó por el hambre voraz que se había despertado en ella. Se puso
de cuclillas, y dirigió la mirada hacia la entrada de la cueva. Un testigo habría
sido útil, pero no vio a ninguno.
Elijah apartó de nuevo a la loba de un empujón y se arrancó el botón de la
bragueta. En una fracción de segundo asumió la forma de un lobo del tamaño
de un poni, con un hermoso pelaje de color chocolate y un rostro lobuno tan
majestuoso como bello era su rostro humano. Soltó un aullido cuyo sonido
reverberó entre las rocas y se extendió como un trueno a través del cañón.
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Rachel avanzó por el polvoriento suelo, enseñando sus afilados dientes.
Elijah la persiguió, emitiendo un rugido grave y profundo que contenía una
inconfundible amenaza. Vash sintió que su respiración se aceleraba. Percibió
el olor del tercer licano antes de verlo.
Stephan, en su forma humana, saltó sobre el tejado del Jeep junto a ella y
aterrizó de pie con agilidad.
—Joder —dijo el Beta entre dientes—. Lo que nos faltaba.
—Tú eres mi testigo —dijo ella, antes de saltar del tejado del todoterreno
blandiendo sus espadas, cada uno de sus músculos en tensión.
La loba se lanzó hacia ella con un ladrido. Las katanas de Vash estaban a
escasos centímetros de la carne y los músculos cubiertos de pelo cuando
Elijah atacó a Rachel por el costado, apartándola de un empujón. Las katanas
de Vash se hundieron en el lugar en el que la loba había estado unos segundos
antes. Vash se apoyó en las empuñaduras y, utilizándolas como punto de
apoyo, ejecutó un salto mortal, aterrizando al otro lado. Cayó en cuclillas, sus
botas golpeando el suelo de tierra. A su espalda oyó el inconfundible sonido
de huesos al partirse.
—Mierda —maldijo, pues reconocía perfectamente el sonido de la muerte
cuando lo oía.
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—No lo he hecho por ti. —Elijah se incorporó, recogió sus vaqueros del
suelo y se los puso—. No puedo consentir que nadie me desobedezca ahora.
Si hubiera dejado que las dos os matarais cuando había ordenado a Rachel
que se alejara de ti, habría demostrado que mi palabra no es ley, y debe serlo.
Respirando trabajosamente, Elijah se enjugó las lágrimas y se esforzó en
reprimir la bilis que tenía en la garganta. Sentía un nudo en la tripa, el
sentimiento de culpa le corroía como ácido. Había matado a la mujer que
había prometido proteger, la viuda de su mejor amigo. Aunque su muerte
había estado cantada desde el momento en que Micah murió —los licanos no
podían vivir mucho tiempo después de perder a sus compañeros—, jamás
habría imaginado que sería él quien le asestara el golpe mortal.
Stephan cambió de forma, pero mantuvo una posición defensiva entre
Elijah y Vash.
—Alfa. —Su voz era serena y controlada—. ¿Cómo quieres resolver esto?
Elijah se volvió hacia él.
—Yo informaré a los otros. Toma a los hombres que necesites y encárgate
de que Rachel sea enterrada lo antes posible. Luego toma estas cámaras y
colócalas alrededor del perímetro en unos círculos concéntricos. Si necesitas
ayuda para instalarlas, Vashti te echará una mano.
—De acuerdo.
De haber sido remotamente posible, la docilidad de Stephan le habría
reconfortado. Antes de que su Beta se marchara, lo detuvo.
—Stephan…, gracias. Por todo.
Stephan asintió con la cabeza, recogió sus ropas del suelo y se fue.
Elijah echó a andar hacia las cuevas. Los remordimientos pesaban sobre
sus hombros y le quemaban los ojos. Jamás había querido esto, jamás había
querido la responsabilidad de tomar unas decisiones tan brutales ni el poder
de ejecutarlas.
—Espera, Alfa. —Vash se acercó a él, empuñando todavía sus katanas—.
Iré contigo.
El hecho de que caminara junto a él, armada, equivalía a ofrecerle su
apoyo de forma tácita. Formaban un frente unido. Eran aliados. Estuvo a
punto de reírse por lo absurdo de la situación.
—Tienes que dejarlo a un lado, Alfa.
Él se paró en seco, apretando los puños.
—¿Quieres descargar tu furia sobre alguien? —preguntó ella en voz baja,
encarándose con él y envainando una de las espadas—. Aquí me tienes.
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Siempre estoy preparada para un acalorado combate. Pero te arrepentirás de
cargar con ese peso ante los demás. Créeme. Lo sé.
—¿De veras? —le espetó él—. ¿Has matado a alguien a quien habías
prometido proteger con tu vida?
Sorprendentemente, los hermosos ojos ambarinos de Vash se suavizaron
con algo parecido a la comprensión.
—He hecho cosas horribles de las que no me siento orgullosa, y me ha
costado vivir con ellas. Forma parte del trabajo de un líder. No digo que lo
olvides y trates de superarlo, porque no podrás. Eso también forma parte del
oficio; si esas cosas dejan de afectarte, no vales nada. Solo digo que no
puedes presentarte ante tus tropas reconcomido por los remordimientos,
porque eso significa que te sientes culpable y esto ha sido un suicido asistido.
Rachel sabía que no podía derrotarnos ni a ti ni a mí. Estaba dispuesta a
morir, y decidió hacerlo de esta manera.
—¿Y se supone que eso debe hacer que me sienta mejor? —Sus amistades
eran muy valiosas para Elijah. Por más que Rachel le hubiera sacado de sus
casillas, no dejaba de ser una amiga y miembro de la manada, y su pérdida le
dolía profundamente.
Vash se encogió de hombros.
—Nada hará que te sientas mejor. Pero no has hecho nada malo. Ha sido
una putada, es cierto, pero tenías que hacerlo. Por el bien de ella, por el mío,
por el tuyo y por el de esta alianza que los dos necesitamos mal que nos pese.
Como he dicho, si quieres desahogarte, aquí me tienes. Pero procura que los
demás no vean tu dolor.
—Habrá más incidentes como este —masculló él, respetando el consejo
de ella y agradeciendo, aunque a regañadientes, que se lo diera—. Los otros
no sabían en qué se estaban metiendo cuando organizaron esta rebelión, y a
muchos no les gustarán las decisiones que tome.
—Que les den. Hasta que no ocupen una posición de mando, no sabrán lo
que significa.
Él soltó un resoplido. Ella sí sabía lo que implicaba, lo que generaba entre
ellos una inesperada afinidad.
—¿Estás preparado, cachorro? —preguntó ella, dándole una palmada en
el hombro.
Mierda. Era una tía imponente pero estaba como una cabra. Para colmo,
era irreverente e imprevisible. Sin embargo, cuando la investigó, llegaron a
sus oídos las historias de sus cacerías. Era como una licana que seguía el
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rastro de su presa, firme y tenaz, alguien en quien confiar cuando se cazaba
con ella. Por lo visto, había cierta sensatez tras su locura.
Él soltó un gruñido. Era mejor cuando lo único que admiraba en ella eran
sus tetas.
—No te separes de mí.
—Tienes mi apoyo.
—De acuerdo. Pónmelo fácil para que yo te brinde el mío.
Ella lo observó mientras entraban en la cueva principal. El suelo seguía
manchado de sangre debido a la lucha anterior, y su pierna herida seguía
sangrando, dejando una estela roja a su paso.
Elijah echó la cabeza hacia atrás y emitió un aullido, un sonido
completamente inhumano. Al cabo de unos momentos, la estancia empezó a
llenarse. Vash se sorprendió ante la cantidad de licanos que empezaron a
aparecer.
—¡Por Dios! ¿Quién habría imaginado que cabían tantos seres peludos en
una cueva?
Elijah esperó a que la habitación se llenara hasta que apenas hubo un
metro de distancia entre ellos y el grupo. Relató los acontecimientos recientes
con tono desapasionado, empezando por la llegada de Vashti y terminando
con sus motivos para acabar con la vida de una compañera de la manada. Los
remordimientos y la frustración seguían atormentándolo, provocándole un
intenso dolor en las entrañas, pero logró reprimirlo, incluso cuando expresó su
sincero pesar por el hecho de que hubieran perdido a una de los suyos.
Cuando algunos licanos que había en la habitación asumieron su forma
lobuna, Vash alzó su espada y apoyó la hoja sobre su hombro. Aunque su
postura era desenfadada, transmitía el mensaje de que estaba preparada para
la batalla. Las bestias se paseaban de un lado a otro de la habitación sin que
ella los perdiera de vista.
—Os pido que confiéis en las órdenes que os dé y las iniciativas que tome
—concluyó Elijah—, las comprendáis o no. Si no os sentís capaces de
hacerlo, no os impediré que os marchéis y no os lo reprocharé. Si os quedáis,
algunos de vosotros abandonaréis mañana estas cuevas y trabajaréis con los
vampiros. En cualquier caso, procurad descansar esta noche. Nos esperan
tiempos difíciles.
Tras estas palabras, Elijah se encaminó hacia la cueva que utilizaba como
dormitorio. La hembra que había anunciado la llegada de Vash la víspera
salió a su encuentro, cortándole el paso. Sarah era una joven Omega —él
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calculaba que tendría unos veintitantos años—, muy bonita, con el pelo negro
y liso, y unos ojos de gata.
—Alfa. —La joven lo miró con timidez—. Permite que te cure las
heridas.
Él estuvo a punto de rechazar su ofrecimiento, pues las emociones que
bullían en su interior eran demasiado intensas para desear compañía. Pero la
sinceridad de la joven le conmovió. Aunque eran muchos los licanos
dispuestos a desafiarle, otros necesitaban que les guiara con diligencia, pero
con mano férrea. Era el tipo de liderazgo que él ansiaba ofrecerles y que
confiaba en poder alcanzar cuando su situación fuera menos precaria.
—Te lo agradezco, Sarah.
El pasillo estaba iluminado por unas luces que funcionaban con batería.
Elijah señaló su despacho y se volvió para decir a Vashti:
—Recoge tu bolsa.
Ella murmuró algo entre dientes, pero obedeció. Al cabo de unos minutos
entró en su despacho, justo en el momento en que él se llevaba las manos a la
bragueta. Elijah se despojó de su pantalón, que estaba destrozado, y se sentó
sobre la taquilla militar colocada a los pies de un colchón hinchable. Sarah se
arrodilló entre sus piernas y abrió el botiquín.
—¿Interrumpo algo? —preguntó Vash secamente.
Elijah alzó la vista y la miró, tomando nota de la rigidez de su mandíbula
y de su mirada recelosa. La desnudez no significaba nada para un licano, pero
quizá significaba algo para Vashti. Preguntándose si la vampira
experimentaba un sentimiento tan posesivo como el que él sentía hacia ella,
alargó una mano y apartó un mechón que caía sobre el rostro de Sarah,
recogiéndoselo detrás de la oreja. Vash se acercó más, agarrando con firmeza
con la mano con la que no sostenía su bolsa la empuñadura del cuchillo que
llevaba sujeto al muslo.
—¿Dónde está mi habitación? —preguntó—. Os daré un poco de
privacidad.
—Estás en ella.
Vash alzó la vista, que tenía fija en el pene de Elijah, y lo miró a los ojos.
—¿Qué?
—Compartirás mi habitación.
—Y una mierda.
Elijah apoyó los brazos en el borde posterior de la taquilla y estiró la
pierna que tenía herida.
—Es el único lugar en el que estarás segura.
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—Puedo cuidar de mí misma.
Él respiró hondo y expelió el aire lentamente.
—No te lo discuto, pero las probabilidades están en tu contra.
—Si no soy capaz de derrotar a una manada de cachorros, merezco
morder el polvo.
—¿Para que Syre se presente aquí para atacarme con una legión de
vampiros? ¿Cuánta mierda se supone que tengo que tragar?
Eso dejó a Vash un tanto descolocada. Miró el amplio colchón hinchable,
calculando los riesgos y las ventajas de compartirlo con él.
—Ambos somos mayorcitos —señaló él. Se le escapó un gemido por lo
bajo cuando Sarah le untó el ungüento en sus heridas. Estas cicatrizarían antes
si se alimentara como era debido, pero al no tener un asentamiento fijo
estaban empezando a notar la falta de alimento—. No ocurrirá nada que tú no
quieras que ocurra.
—Solo quiero que cumplas tu parte del trato.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte. ¿Por qué no me enseñas el
listado de esas propiedades de las que me has hablado?
Vash le observó durante unos momentos, luego masculló algo entre
dientes y depositó su bolsa en el suelo. Al cabo de unos instantes sacó de ella
una carpeta. Miró a Sarah, que estaba colocándole el vendaje.
—¿Has terminado?
Sarah miró a Elijah, sin saber qué debía hacer.
Él le indicó que se retirara diciendo con tono afable:
—Gracias, Sarah.
La licana cerró el botiquín y respondió:
—Te traeré la comida, Alfa. Esther ha preparado un estofado de carne de
venado espectacular.
—Te lo agradezco.
En una situación ideal, cada uno se comería el ciervo que había abatido,
pero en estas circunstancias no podía permitirse ese lujo. En lugar de eso, se
repartían entre todos lo que cazaban o pescaban, lo cual les permitía
sobrevivir, aunque a duras penas.
—Además… —Sarah sonrió con timidez—. Me gustaría quedarme a tu
lado cuando organices los preparativos para enviar a algunos de los nuestros a
trabajar con los vampiros.
—¡Vaya! —dijo Vash con exagerada dulzura—. Amor de cachorrita. Qué
conmovedor.
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Sarah se levantó con elegante dignidad, pero la mirada que dirigió a Vash
era venenosa, una rara muestra de odio por parte de un Omega.
—Lo pensaré —respondió Elijah, tomando nota del don innato de la
Omega para confortar y consolar a sus compañeros. Sería más útil en una
posición de apoyo que en una cacería.
—Gracias, Alfa. —Sarah abandonó la habitación con paso sereno y
elegante.
Elijah se levantó y movió los hombros. Se sentía mejor. Notó la mirada de
Vash recorriendo su cuerpo y la observó arqueando las cejas.
—¿Quieres hacer el favor de vestirte? —le espetó ella.
—¿Por qué no te desnudas tú?
Ella le enseñó los colmillos.
—Ni en tus sueños más húmedos.
Él se encogió de hombros.
—Tenía que intentarlo.
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—Estas propiedades son caras —observó él—. Syre está invirtiendo
mucho dinero en una alianza que aún no sabemos si funcionará.
—Si me traicionas te mato. Clavaré tu cabeza en una estaca para que la
vean los otros licanos.
—¿Piensas que voy a traicionarte?
—El historial de tu especie no es lo que se dice impecable. Tus ancestros
nos dejaron tirados para que Adrian les salvara el pellejo y tú acabas de dejar
tirado a Adrian, de nuevo para salvar tu pellejo.
La fulminó con la mirada.
—Te estás saltando milenios y múltiples generaciones. Dado que la
esperanza de vida del licano medio es de doscientos treinta años, no existe un
solo licano con vida que tuviera nada que ver con lo que les ocurrió a los
Vigilantes. La mayoría de ellos ni siquiera saben de qué ángel descienden.
Y sin embargo, el recuerdo de su caída estaba tan fresco en la memoria de
Vash como si hubiera sucedido unas semanas atrás en lugar de varias vidas.
—¿De modo que si olvidas un compromiso, el deber no cuenta?
—No me refería a eso. Es difícil mantener promesas que se hicieron siglos
antes de que naciéramos.
—Tus tataralobos tomaron esa decisión por ti. Lástima que no puedas
preguntarles por qué lo hicieron. —El tono de Vash denotaba amargura—.
Esperaba fidelidad de los ángeles que servían junto a mí. Nosotros nos
metimos en esto a sabiendas de lo que hacíamos; no era descabellado pensar
que los otros serían suficientemente honrados como para cumplir su palabra.
—Tengo entendido que los Caídos que se convirtieron en licanos no
infringieron las leyes que vosotros incumplisteis —comentó Elijah.
Vash lo fulminó con la mirada, irritada al comprobar que este ofrecía un
aspecto de lo más apetecible. Había supuesto que después de ver lo
impresionante que estaba desnudo, el hecho de verlo vestido la dejaría
indiferente. Pero Elijah conseguía que su atuendo informal, que consistía en
unos vaqueros de pata de elefante y una sencilla camiseta negra, resultara
espectacular. Era un tipo alto y cachas, capaz de mover a una mujer fuerte y
decidida como ella de una forma que pocos hombres podían. Y eso le tocaba
las narices. Y la ponía cachonda. Anhelaba sentir las ávidas caricias de las
manos de un hombre apasionado. Las suyas, las que había visto acariciando
su propia piel desnuda en una deliberada provocación.
Por supuesto, ni siquiera estaba segura de recordar cómo se practicaba el
sexo…
Vash desvió la mirada.
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—Esto es escurrir el bulto. Todos perdimos nuestro camino de una forma
u otra. Nos encomendaron la misión de observar e informar. Todo tipo de
contacto con mortales nos estaba vedado como Vigilantes: ver, hablar, oír,
tocar, enseñar. Pero éramos sabios. Estábamos sedientos de conocimientos, de
poder ofrecerlos y recibirlos. No pudimos resistir el deseo de interactuar.
Él guardó de nuevo en la carpeta el listado de propiedades.
—Pero tú no lo hiciste. No como los otros.
—Tomé un compañero.
—Charron. Otro Vigilante como tú. No era un mortal.
—Sé lo que dicen de mí: que me sacrifiqué por un sentido equivocado de
lealtad hacia los demás, que no era tan culpable porque me uní a otro ángel.
Pero confraternicé con mortales de forma no sexual. Les enseñé lo que sabía,
ofrecí a los hombres conocimientos para los que aún no estaban preparados.
De modo que cuando me acerqué a un Centinela con la cabeza alta y acepté
mi castigo sin resistirme, fue porque lo merecía. Asimismo, pensé que su furia
no era sino una prueba para calibrar nuestra determinación. El Creador jamás
había permitido hasta entonces que se derramara la sangre de un ángel.
Supuse que si mostrábamos nuestro arrepentimiento perdonaría nuestras
faltas. —Vash suspiró con fuerza—. Y entonces creó a los Centinelas.
Sus ojos se desviaron de la carretera; su mente había vuelto a esa
desgarradora y sombría época de su vida. Jamás olvidaría la escena que había
contemplado desde su escondite: Adrian y Syre luchando en el campo de
batalla, flanqueados por un lado por los Centinelas y por el otro por los
Vigilantes que pronto se convertirían en Caídos. Aquella danza de la muerte
fue a su vez aterradora y hermosa. Adrian con sus alas de alabastro y Syre con
unas alas de un azul iridiscente. Ambos hombres altos y morenos. Unas obras
de arte maravillosamente forjadas por el Creador. Lo mejor y más admirado
de sus respectivas castas.
Ambos se habían golpeado ferozmente con los puños, ablandando la carne
y los tensos músculos. Retorciéndose y arremetiendo el uno contra el otro, sus
alas parecían un torbellino que fluía a su alrededor creando la ilusión de dos
gigantescas capas.
Pero Syre no podía competir con el afilado instrumento de castigo que era
Adrian. Syre era un erudito; Adrian un guerrero. Syre se había ablandado
debido a la humanidad que penetraba en él a través del amor que profesaba a
su compañera mortal. Adrian había llegado hacía poco a la Tierra; su control
y firmeza de carácter aún no habían sido erosionados por emoción alguna. Y
todo su cuerpo era un arma letal. A diferencia de los Vigilantes, los
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Centinelas estaban armados de los pies a la cabeza. Los extremos de sus alas
eran cortantes como cuchillos, y sus manos y pies estaban dotados de unas
garras capaces de arrancar la piel y triturar los huesos.
Syre era vulnerable; Adrian, intocable.
Un momento después de que el líder de los Centinelas hubiera arrancado
las alas de la espalda de Syre, Adrian había alzado la cabeza y sus ojos de un
azul intenso se habían clavado en los de ella. En las profundidades de sus
pupilas cerúleas brillaba el fuego del ángel, la venganza abrasadora del
Creador de la que había sido forjado. Con el paso del tiempo, Vashti había
observado el cambio que se operaba en esos ojos, a medida que el líder de los
Centinelas se adaptaba a su vida en la Tierra y caía en la trampa del apetito
erótico de Shadoe.
—Eh. —La voz de Elijah la arrancó de sus pensamientos—. ¿Dónde
estabas?
—Adrian está probando un poco de su propia medicina ahora mismo —
respondió ella con voz quebrada, pensando en las hermosas alas con las
puntas carmesí del Centinela. Esas bandas de honor de color rubí eran las
manchas de sangre que le distinguían por haber sido el primero en derramar la
sangre de un ángel—. Espero que le queme como el ácido.
Elijah tomó las gafas de aviador que se había colgado del cuello y se las
puso.
—Hay pocas personas a las que admire más que a Adrian.
—Es un gilipollas y un hipócrita. Un impresentable que ha infringido
todas las reglas por las que nos pateó el culo.
—La decisión de castigaros no la tomó él. Tampoco ha sido suya la
decisión de no castigarse a sí mismo. Esa orden debe provenir del Creador,
¿no? Si infringes una ley en presencia de un policía y este no te arresta,
¿quién tiene la culpa de que no te castiguen?
—¿Y qué? Al menos podría mostrar cierto arrepentimiento. Cierto
sentimiento de culpa. Algo. Pero no se arrepiente de nada.
—Yo le admiro por ello.
—No esperaba menos de ti.
—Para mí un gilipollas es un tipo que se dedica a follar con todo lo que se
le pone por delante, se lamenta de ello y sigue follando como si el hecho de
lamentarse le absolviera de alguna forma. Adrian reconoce sus errores y sus
sentimientos hacia Lindsay, que es lo que tú hiciste cuando renunciaste a tus
alas sin oponer resistencia. Creo que él haría lo mismo, suponiendo que le
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cayera un castigo. Seguro que no trataría de justificarse, porque en estos
momentos no trata de hacerlo.
Vash frunció el ceño y contempló la inhóspita llanura que se extendía
junto a la autopista de Nevada por la que circulaban. Uno de sus principios
era sentirse indignada con Adrian. No estaba dispuesta a renunciar a eso y al
odio que le inspiraban todos y cada uno de los licanos al mismo tiempo. De
momento bastaba con una tregua.
—Cierra la boca.
Vash no miró a Elijah, pero sospechó que sonreía. El muy cabrón.
—Esa es nuestra salida —dijo, y abandonó la autopista.
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para ella decir que estaba tan acostumbrado a obedecer órdenes que había
sido fácil convencerle. Su entereza y firmeza de carácter suscitaban en ella
admiración. Y deseo. No había nada más atractivo que un hombre poderoso,
guapo y seguro de sí mismo.
Dios, ¿qué narices le estaba pasando?, se preguntó Vash.
Necesitaba comer. Sin duda era eso. Hacía días que no comía, y el hambre
la volvía vulnerable al atractivo de Elijah, y la hacía olvidar con demasiada
facilidad lo que él era.
A fin de no pensar en ello, envió un mensaje de texto a Salem para
asegurarse de que había partido con el grupo de licanos que Stephan había
reunido. Tras comprobar que todo estaba en orden, Vash decidió asegurarse
también de que el Alfa estaba centrado.
—¿Estás bien? —le preguntó—. Me refiero a lo de ayer.
—No. —El rostro de Elijah era una máscara impenetrable—. Pero
sobreviviré.
—Anoche resolviste muy bien la situación. Quería decírtelo. —Pero se
había olvidado porque le había irritado la presencia de aquella aduladora
licana que había curado las heridas de Elijah. Por más que no estuviera
dispuesta a reconocerlo.
Él la observó un minuto.
—Gracias. Y gracias por el discurso.
—De nada. —Turbada, Vash señaló el Jeep y dijo—: Ayúdame a
descargar el material antes de que llegue Raze.
Estaban terminando cuando oyeron el sonido de un helicóptero que
anunciaba la llegada de Raze. Este aterrizó sin mayores problemas en el
aparcamiento desierto y apagó el motor. La ubicación del inmueble, apartada
de todo, era una muestra de la ambición de los anteriores propietarios, que
podrían haber expandido el negocio a medida que este crecía. Pero la subida
del precio del combustible y la caída de ventas en el comercio minorista les
habían obligado a malvender. Ellos habían perdido y ella había salido
ganando.
El musculoso vampiro, uno de los Caídos como ella, se bajó del
helicóptero sonriendo, sus ojos ocultos tras unas enormes gafas de sol, su
cabeza pelada reluciente bajo el sol del desierto. Escrutó a Elijah, como
calibrándolo, y luego miró a Vash.
—Tendré que hacer por lo menos otro viaje. Quizá dos más.
Ella asintió con la cabeza.
—De acuerdo, descarguemos lo que has traído.
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Les llevó todo el día trasladar el material necesario al edificio, incluso con
ayuda de las cuatro docenas de licanos que habían llegado allí en autocar.
Además del equipo electrónico, que tenía prioridad, colocaron varias hileras
de literas, algo que no gustó mucho entre los licanos, pues eran idénticas a las
que ocupaban cuando habían estado al servicio de Adrian. Instalaron unas
cámaras en el tejado, pues cualquier ataque de los ángeles procedería del aire,
y cubrieron las ventanas con un material que bloqueaba los rayos ultravioleta,
con el fin de crear un refugio seguro para los esbirros que se reunirían con
ellos dentro de unas horas amparados por la oscuridad.
No obstante, lo más importante para Vash era el mapa del tamaño de una
furgoneta que mostraba el patrón del contagio en el país. Se situó ante él, los
brazos en jarras, consciente de que el alcance de la enfermedad se habría
ampliado durante los últimos días, mientras ella cerraba la alianza entre
licanos y vampiros.
Al volverse observó a los licanos trabajando junto a sus capitanes de más
confianza, Raze y Salem. Licanos y vampiros colaborando juntos. En realidad
era una locura, teniendo en cuenta la intensa hostilidad que flotaba en el
ambiente, como gas inflamable esperando que alguien encendiera la mecha.
Estaba nerviosa. Sabía que el menor incidente, por insignificante que fuera,
podría desencadenar una explosión que derivaría en un baño de sangre.
Era consciente de que Elijah era la fuerza que lo mantenía todo unido.
Cuando la temperatura empezó a subir, vio cómo se decantaba por el trabajo
en el exterior, cargando con el material pesado y transportándolo a las áreas
de carga y descarga sin rechistar. Ella sabía que los licanos odiaban el calor;
había podido constatar en multitud de ocasiones, durante una cacería, lo
irritables que se volvían cuando se sentían agobiados por el calor. Pero Elijah
era un ejemplo tan poderoso de autocontrol bajo presión, que los otros, tanto
licanos como vampiros, no podían por menos que tratar de imitarlo.
Aunque los licanos tenían el cuerpo empapado en sudor y resollaban,
trabajaban con rapidez y eficiencia. Y los vampiros solo protestaban lo justo
cuando el Alfa les indicaba lo que tenían que hacer con firmeza y sin titubeos.
No se fiaban de él, pero no podían criticar su capacidad de liderazgo. Era
imposible. Había algo inherentemente majestuoso en Elijah, una fuerza de
voluntad inquebrantable. Y era compasivo. Se molestaba en hablar con cada
uno de los licanos, dándoles unas palmadas en los hombros y ofreciéndoles
unas palabras personales de gratitud y admiración.
En más de una ocasión, Vash se sorprendió a sí misma observándolo con
admiración, no pudo por menos de observarlo con evidente admiración.
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«Somos iguales o no somos nada», había dicho él, refiriéndose a los vampiros
y licanos en general. Pero también se aplicaba a ellos como individuos.
«No», se corrigió. «Él es superior a mí». Sus iguales eran Syre y Adrian.
Por primera vez se sentía atraída por un hombre que no era inferior a ella. Lo
cual, sorprendentemente, alteraba en gran medida la dinámica de la situación.
—Si esta alianza funciona —comentó Elijah al término de la jornada—,
tardaré años en acostumbrarme a ella.
—¿Cuántos de estos licanos confías en que te sean leales?
Él arqueó una de sus espesas cejas. Tenía el pelo húmedo porque hacía
poco que se había duchado, algo que provocaba que su imaginación creara un
cuadro mental de él debajo de un chorro de agua, desnudo, empapado e
irresistiblemente sexi…
—No tengo ni puñetera idea —respondió con tono neutro.
Sincero a más no poder. Era una de las cosas que a ella le gustaba en él,
entre otras muchas. Era un maldito licano, una raza de seres de los que no
podías fiarte…
Elijah arqueó su otra ceja.
—¿Algún problema?
—Ninguno. —Ella pasó frente a él de camino a la puerta, aspirando el
olor limpio y sensual de su piel que se mezclaba con las potentes feromonas
que exudaba de forma natural… Unas feromonas que sus sentidos absorbían
como anhelando saturarse de ellas—. Nos veremos por la mañana.
Vash no le oyó acercarse por detrás, pero lo sintió. Era exageradamente
consciente de su presencia. Maldita sea.
—No me pises los talones, cachorro —le espetó.
—Eres encantadora cuando te sientes sexualmente frustrada.
Ella apretó los puños.
—Tengo hambre de comida, no de ti.
—Yo soy tu comida. Ya hemos hablado de esto.
—Tú has hablado de esto.
Vash salió a la fría noche del desierto y aspiró una profunda bocanada de
aire puro, no contaminado por el olor primigenio de los sudorosos licanos.
Mientras caminaba, su cabeza empezó a aclararse… De repente Elijah la
interceptó, colocándose ante ella, nublándole la mente con ese exótico olor
que le era propio, un olor a canela y clavos. Era delicioso, como todo lo
referente a él.
—Quédate conmigo —dijo él—. Acordamos mutuamente esa parte del
trato.
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—Volveré dentro de un rato. Tengo que resolver un asunto. —Ella
necesitaba sangre y, por primera vez en casi sesenta años, sexo. Después
podría enfrentarse a él sin dejarse impresionar por lo increíblemente bello que
era.
Vash se apartó y sacó de su escote la llave de su Jeep.
Él la sujetó por la muñeca antes de que pasara de largo.
—¿Cuántos cachivaches llevas ahí? Móviles, pendrives, llaves…
Soltándose de un manotazo, ella señaló el ajustado mono negro sin
mangas que llevaba.
—¿Dónde diablos quieres que meta estas cosas?
Pero él no apartó la mano, pese a la agresividad de su gesto. La dejó
suspendida junto a su hombro, lo bastante cerca como para que ella se tensara
esperando que la tocara. Despacio, como si temiera que ella saliera corriendo,
él se colocó de nuevo frente a ella, cara a cara, y alargó la mano hacia la
cremallera que reposaba entre sus pechos. Unos pechos que se movían de
forma agitada y que ella sentía que empezaban a dolerle, enhiestos,
anticipándose a la caricia de él.
Había olvidado lo que significaba sentirse sexualmente excitada, había
olvidado lo embriagadora que era esa sensación que le impedía pensar de
modo racional y obrar con sentido común.
—No me toques —le espetó, retrocediendo.
—¿De qué tienes miedo?
—El hecho de que no quiera que me magrees no significa que tenga
miedo, capullo.
Él alzó ambas manos; sus ojos de color esmeralda relucían a la luz de la
luna con una expresión desafiante.
—Prometo no tocarte. Solo quiero ver qué otras cosas guardas ahí.
¿Dinero? ¿Tarjetas de crédito? ¿Una rueda de repuesto?
—¡A ti qué te importa!
—Yo te he enseñado mis cosas —dijo él, juguetón, tentándola con su
abierta sexualidad de licano. Los vampiros también eran unas criaturas
sexuales, pero los licanos eran paganos, su sangre contaminada de demonio
estimulaba su naturaleza salvaje. Elijah era el licano más sexual que había
conocido. Su aplomo y su aire de serena autoridad eran el resultado de
sentirse satisfecho consigo mismo, con su fabuloso cuerpo, con su virilidad y
su fuerza.
Ella no lograba borrar de su mente la imagen de él, desnudo, sangrando,
acariciándose su enorme verga con su musculosa mano, sus ojos oscuros y
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ardientes de deseo. El recuerdo la había perseguido toda la noche mientras él
dormía a pierna suelta. El muy cabrón.
Cabreada por el desequilibrio en la atracción entre ellos Vash se bajó la
cremallera hasta el ombligo y se abrió la parte superior del mono. Sus pechos
se mostraron libres, los pezones endurecidos al contacto de la fría brisa. Con
ese traje no necesitaba llevar sujetador, pues se adhería a su cuerpo de forma
que cualquier prenda interior habría estropeado la elegante uniformidad de las
líneas. Era un traje cómodo, que le permitía moverse con libertad, y de paso
distraía a sus adversarios, lo cual no dejaba de ser una ventaja.
Él la contempló, sin pestañear, su rostro transformándose en una austera
máscara de hambre feroz. Dejó caer los brazos lentamente, apretando los
puños.
—Joder —dijo entre dientes.
Ella sintió una oleada de puro poder femenino, su ira y su frustración
atenuadas por la abierta e impotente fascinación que había despertado en él.
Cuando Vash hizo ademán de subirse la cremallera, él emitió un gruñido
grave y profundo, el inconfundible sonido de la advertencia de un animal.
Instintivamente, se quedó quieta, clavada en el suelo, como si la ausencia de
movimiento la hiciera invisible al depredador que la acechaba.
En su afán de vengarse, había despertado a la bestia. Los latidos
poderosos y regulares del corazón de Elijah espoleaban sus intensas
necesidades vampíricas. El hambre intrínseca de sangre y sexo. De la sangre
de él. Del sexo de él. Eso era lo que ella ansiaba con una fuerza que la
desestabilizaba, como si el deseo de las caricias de un hombre hubiera estado
siempre dentro de ella; un deseo latente, a la espera del hombre que lo
despertara.
Ese hombre se acercó más. Luego bajó la cabeza…
—Elijah. —Vash pronunció su nombre como un suspiro, sintiendo cómo
su pulso retumbaba con violencia. Su cuerpo se inclinó hacia el suyo sin que
ella pudiera evitarlo, cada músculo en tensión, esperando, deseando. Tendría
que haber retrocedido de nuevo. Lo habría hecho si hubiese sido capaz de
moverse. Pero parecía como si tuviera los pies revestidos de hormigón,
clavados en el suelo.
El aliento de él le abrasaba el pezón, sus labios casi rozaban la rígida
punta.
—Sin manos —murmuró él.
Entonces recorrió su pecho con su áspera lengua en una caricia lenta y
prolongada. El gemido que ella soltó fue como el restallido de un látigo en el
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silencio de la noche; su cuerpo se convulsionó como si hubiera recibido una
descarga de una pistola eléctrica. Así era como se sentía Vash en aquel
momento. La excitación la aguijoneó, atravesando su cuerpo de los pies a la
cabeza. Sintió un cosquilleo en la nuca, provocado por las ansias de que
llegara el momento en que él la aferrara por su pelirroja cabellera.
Él gimió, un sonido rebosante de placer y tormento.
—Ofrécete a mí —le ordenó secamente, humedeciéndose los labios.
Al tragar saliva ella notó el sabor a sangre, y comprendió que sus
colmillos habían descendido traspasándole el labio. Su hambre agitaba sus
sentidos, fluía por sus venas, mezclándose con su deseo carnal hasta
convertirse en la misma cosa. No había sido consciente de que le había
ofrecido uno de sus pechos hasta que sintió el calor abrasador de sus labios.
El ardor torrencial fue sofocado por un brusco mordisco que la hizo gemir y
arrimarse un poco más a él. Su lengua rodeó su pezón, jugueteando con él,
haciendo que su sexo se contrajera con celosa avidez.
La brisa suave que agitaba el oscuro y espeso cabello de él, hacía que sus
sedosos mechones rozaran la piel de ella. No abandonó sus pechos, que
recorrió únicamente con los labios, que empezó a mover de forma rítmica. El
mesurado tempo la hizo vibrar y notó cómo se humedecía entre los muslos,
siendo por primera vez consciente del doloroso vacío entre ellos.
De pronto él la soltó con un sonido como el de una ventosa al dejar de
succionar.
—Me encantan tus tetas —dijo con voz ronca, pronunciando cada palabra
con seductora vehemencia—. Voy a estrujarlas entre mis manos, y las voy a
sujetar mientras deslizo mi verga a través de esta carne exuberante y firme
hasta que me corra dentro de ti.
Ningún hombre había hablado a Vash de esa forma tan explícita y grosera.
Ningún hombre se habría atrevido a hacerlo.
Domar a Elijah sería una tarea imposible, se dijo a sí misma, temblando
de deseo no exento de temor. Era una mujer fuerte, pero no se creía capaz de
obligarlo a rendirse ante su voluntad. Porque él también era fuerte. Quizá más
que ella.
Elijah alzó la vista para mirarla y volvió un poco la cabeza para oprimir la
boca sobre su pezón, que había abandonado segundos antes.
—Tú también lo deseas. Huelo tu excitación al pensar en entregarte a mí
cada vez que yo quiera. Renunciar a todo ese poder y fuerza con que estás
acostumbrada a mandar a todo el mundo.
—Que te jodan.
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—Bueno…, eso lo harás tú, Vashti. Y será largo y será intenso. Es
cuestión de tiempo.
Antes de que ella pudiera protestar, él empezó a chuparle el pezón,
inmovilizándolo contra su paladar y masajeándolo con la lengua. Ella estuvo
a punto de correrse debido a la exquisita sensación que le producía, el
delirante placer/dolor de aquellos poderosos movimientos que hacían que a él
se le hundieran las mejillas. Su voracidad era insaciable. Le clavaba los
dientes en la turgente punta y aplicaba la suficiente presión para provocarle a
ella un escalofrío de temor.
—Vash.
La voz de Salem a su espalda la sobresaltó, arrancándola del perverso
éxtasis que le producía la boca de Elijah. Soltó un grito cuando los afilados
dientes de él lastimaron su delicada piel, sorprendida de nuevo ante el
orgasmo que el agridulce dolor había estado a punto de provocarle.
Elijah se apresuró a subirle la cremallera y ayudarla a recobrar la
compostura a la velocidad del rayo. De no ser por su trabajosa respiración,
ella habría pensado que nada de lo ocurrido le había afectado lo más mínimo.
Luego él tomó su mano y la llevó hacia su miembro en erección, que restregó
contra su palma.
—Estamos aquí —dijo él, retrocediendo un paso.
Se hallaban a pocos metros de la puerta. Probablemente Salem habría
visto que Elijah tenía la cabeza inclinada y habría olido la excitación sexual
de ambos.
—Necesito tu vehículo, Vash —dijo su capitán, sin acercarse. Excitado
por el olor a deseo, se pasó su gruesa manaza por su cabello naranja eléctrico.
El hecho de que ostentara una pelambrera de ese color, que era como llevar
pintada una diana en pleno cráneo, era prueba de lo duro que era—. Ha
llegado el momento de ir a Shred.
Ella tragó saliva y miró a Elijah, pero cuando habló se dirigió a Salem.
—Iré contigo.
Shred era una de las guaridas más exclusivas y secretas de Torque.
Ubicada lejos de Las Vegas Strip, constituía una estación de paso tanto para
jóvenes esbirros como viejos vampiros, donde se ofrecía seguridad, sexo y
sangre.
—Yo conduciré —dijo Elijah, agachándose para recoger las llaves del
coche que ella había dejado caer al suelo sin darse cuenta.
Cualquiera de los licanos que había en el edificio podría haberla atacado
por la espalda en aquel momento y ella ni se hubiera dado cuenta, pues tenía
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la mente nublada por el calor abrasador de la boca de Elijah sobre su pezón.
Era inaceptable. Tenía que centrarse antes de que alguien la matara.
—No voy a decirte dónde está, licano.
—No es preciso. —Él se volvió hacia el Jeep—. He ido a cazar allí en
otras ocasiones.
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esfuerzo tremendo. Era agotador. Le desgarraba las entrañas y estaba
acabando con el escaso autocontrol que le quedaba después de una semana de
dolorosos golpes y unos altibajos que le habían dejado hecho polvo. Ella
había asistido a esas duras pruebas y, en cierto sentido, en esos momentos
había sido de gran ayuda tenerla cerca.
Elijah soltó un gruñido. Ser consciente del hambre de Vashti le
reconcomía como un cáncer. Por dura que fuera, él sabía ahora que podía
ablandarla y obligarla a doblegarse, y la quería así. La quería sumisa y
jadeando debajo de él, a su merced. No se conformaba con menos.
El viaje de casi dos horas hasta Shred les pareció que había durado dos
años, no solo a él. Salem saltó del Jeep antes de que el vehículo se detuviera
por completo y atravesó rápidamente la recia puerta de metal. Vash le siguió
enseguida, huyendo de Elijah como si la persiguieran los sabuesos del
infierno. Cuando la puerta se cerró tras ella, él soltó una seca carcajada.
Como si una simple puerta pudiera impedir lo que iba a suceder. Ojalá
fuera tan sencillo.
Con el fin de recuperar la compostura antes de entrar en la guarida de los
vampiros, Elijah se demoró cerrando el todoterreno y escudriñando la fachada
del anodino edificio en busca de algún cambio. Examinó la zona circundante,
grabando de nuevo en su memoria los edificios industriales de la periferia que
habían cerrado mucho antes de que empezara la crisis. Tomó nota de los
vampiros armados en el tejado antes de que estos dieran a conocer su
presencia. Habían olido que se acercaba, y como él tenía ganas de pelea,
levantó la mano y alzó el dedo del medio.
Uno decidió aceptar el reto y saltó con agilidad del tejado del edificio de
tres plantas, aterrizando de cuclillas con elegancia. Era un vampiro delgado y
fibroso; sus ojos de mirada cansada y sus estudiados movimientos delataban
su avanzada edad. Empezaron a girar uno alrededor del otro, enseñando los
colmillos y los caninos, las garras en alto. Ninguno de ellos apartó la vista de
su adversario cuando la puerta se abrió y una voz masculina gritó:
—¡Dredge! Déjalo en paz. Está con Vashti.
La protección de la vampira enfureció a Elijah hasta tal punto que su
columna vertebral vibró con el inicio de la Transformación. No necesitaba
que ella le allanara el camino. Podía arreglárselas solo.
—¿Eres su mascota, perro? —preguntó Dredge con tono burlón,
mirándole con ojos ambarinos y relucientes—. ¿O su comida?
En la boca de Elijah se pintó una media sonrisa.
—Puede que ella sea la puta de un licano.
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Dredge se abalanzó sobre él. Elijah, que esperaba su reacción, propinó al
vampiro un puñetazo en la cara que lo impulsó a través del aparcamiento y lo
estampó contra el costado de una furgoneta, dejando una enorme abolladura
similar a la forma de su cuerpo.
Sacudiendo el puño para aliviar el dolor que le producía, Elijah se volvió
hacia la puerta abierta, aguzando el oído por si oía el sonido de una
emboscada por parte de los otros que seguían en el tejado. Pero no oyó nada,
lo que demostraba el poder de Vash: su palabra era ley entre los vampiros.
Eso hizo que a Elijah se le pusiera el pene aún más duro, avivando el deseo
por esa mujer, que se había intensificado durante los días en que había
asistido a la forma en que Vash dirigía el cotarro. Manejaba el poder con el
mismo control y habilidad con que manejaba sus katanas, cosa que a él le
excitaba tanto como su voluptuoso cuerpo.
Después de entrar por la puerta principal, Elijah se topó con una segunda
puerta. Esta se abrió tan pronto como se cerró la primera, liberando un
torrente de atronadora música tecno-pop y el delicioso olor metálico a sangre
recién derramada. El olor a sexo lo envolvió en una densa bruma, espoleando
su feroz estado de ánimo. Deseaba pelear y follar con auténtica furia, y la
necesidad de hacer ambas cosas aumentaba con cada segundo que pasaba.
Tras doblar una esquina, llegó a una gigantesca habitación llena de
vampiros. Algunos bailaban, restregando sus sinuosos cuerpos contra
quienquiera que tuvieran cerca. Otros se alimentaban, sus bocas
ensangrentadas pegadas a cuellos, muñecas y muslos. Otros follaban
abiertamente, como Salem, que le estaba dando por detrás a una vampira
mientras esta bebía de la arteria femoral de una mujer despatarrada frente a
ella.
El desenfrenado hedonismo bombardeó los maltrechos sentidos de Elijah;
la densa humedad del espacio le asfixiaba. Espoleado por una furia rayana en
la locura, trató de localizar a Vash entre la multitud, su bestia pugnando
contra la jaula de su control, intentando liberarse ante la mera posibilidad de
que ella pudiera yacer con las piernas abiertas para otro.
Saltando sobre un mostrador, soltó un tremendo rugido que ahogó los
demás sonidos. Los presentes se quedaron helados, mientras la música
resultaba aún más atronadora en ausencia de sonido. De pronto una esbelta
rubia le imitó y saltó sobre la superficie del mostrador. Se abrió la camiseta y
le mostró las tetas, agitándolas con salvaje desenfreno y gritando:
—¡Que te jodan!
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Enardecida por el grito, la multitud se convirtió en una masa enloquecida.
Embriagados por las endorfinas, los vampiros reanudaron sus excesos
carnales al tiempo que el ritmo de la música les espoleaba como un tambor de
guerra.
Elijah se encaramó de un salto a la galería de la segunda planta, a la caza
de su vampira.
Vash entró en el salón para VIPS de la tercera planta y echó una rápida ojeada
a los ocupantes de la habitación. Estaba buscando a alguien en particular y lo
acababa de encontrar. Era alto y delgado. Rubio. Tenía los ojos hundidos y su
indolente postura era la insolencia personificada. Tenía el torso y los pies
desnudos; su piel era pálida y tersa. La antítesis de Elijah. Pero lo mejor de
todo eran los piercings que lucía en todo el cuerpo: las orejas, las cejas, la
nariz, los labios, los pezones, el ombligo… Ella estaba segura de que tendría
más en lugares que no podía ver. Y luego estaban los tatuajes en su piel, unos
intrincados dibujos esculpidos con una hábil cuchilla, que no podían cicatrizar
porque se aplicaba crema aderezada con plata o virutas del mismo metal.
Ese tipo gozaba con el dolor. Lo buscaba deliberadamente y hallaba
belleza en él. Y ella deseaba infringir dolor a alguien que lo deseara y fuera
capaz de soportarlo. Porque experimentaba dolor y ese dolor la enfurecía.
Porque había sorteado docenas de cuerpos masculinos, hermosos y deseables,
hasta llegar a la sala para VIPS, y ninguno la había atraído o había estimulado
el hambre que latía en sus venas. Porque estaba muerta para todos los machos
como lo había estado desde el día en que Charron había muerto…, todos
salvo uno.
—Tú. —Vash hizo un gesto con el índice indicando a su presa que se
acercara.
El vampiro se incorporó esbozando una perezosa y sensual sonrisa y se
acercó a ella con paso lento y seguro. Al llegar a su lado, la miró de los pies a
la cabeza con gesto rapaz y se pasó la lengua por el labio inferior.
—Pensaba que no vendrías nunca a por mí.
Vash, que empezaba a aburrirse, arqueó las cejas.
—¿De veras?
Él ladeó la cabeza, mostrándole el cuello… y el tatuaje que tenía escrito
con tinta mezclada con plata: MUERDE AQUÍ, VASHTI.
Lo disparatado de esa acción provocó en ella un escalofrío de placer. No
se conocían, y sin embargo él mostraba una marca indicando que le pertenecía
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a ella.
De todos los hombres que reunían los requisitos necesarios para pasar la
noche con ella, Vash había ido a elegir a un groupie, uno de los numerosos
esbirros a quienes excitaba le mera idea de ser un esclavo de sangre de uno de
los Caídos.
Cuando estaba a punto de indicarle que se retirara, pues su vida ya era
bastante complicada, Vash oyó el rugido de Elijah, lo sintió vibrar a través de
los muros haciendo que sonaran los vasos manchados de sangre sobre las
mesas. La intensidad del deseo que recorrió su cuerpo hizo que se tambaleara,
como si estuviera condicionada a reaccionar a la llamada del Alfa. No tenía
tiempo para mostrarse selectiva. Necesitaba sangre para controlar su deseo
por Elijah y la necesitaba ahora.
Consciente de que disponía a lo sumo de cinco minutos antes de que el
licano se abriera paso a través del montón de cuerpos que ocupaban la
escalera que llevaba al tercer piso, Vash arrojó al vampiro sobre una butaca y
se colocó detrás de él, sujetándolo por la barbilla y alzándola a fin de exponer
su cuello. Habría preferido su muñeca, para que fuera más impersonal, pero
tenía que apresurarse y lo más rápido era el chorro de una arteria.
Sus colmillos descendieron, sin apartar los ojos de la gruesa vena en el
cuello del vampiro. Su estómago rugía, hambriento, y su cuerpo sentía el
vértigo de esa hambre. Estaba a punto de hincarle el diente cuando alguien
arrancó la puerta de la sala de sus goznes y la arrojó por el balcón, hacia la
masa de vampiros que había abajo. Elijah apareció en el umbral, llenándolo
con su cuerpo fornido, duro y viril. Sus iris relucían en las sombras
producidas por los mortecinos apliques de pared.
—Mía. —Solo una palabra, pronunciada en tono quedo y terroríficamente
grave, como si en lugar de brotar de una garganta humana la hubiera
proferido la bestia que llevaba dentro.
Algo cálido y un tanto retorcido se agitó de forma sinuosa dentro de ella,
una extraña sensación de… placer ante el hecho de que un ser tan
magníficamente masculino fuera tan posesivo con ella.
Él fijó la vista en el esbirro sentado ante ella.
—Vete antes de que te mate.
—¡Tengo que comer, maldito seas! —gritó ella, cansada de luchar
consigo misma por él y aferrándose desesperadamente a la idea de que si
reponía los nutrientes que necesitaba se liberaría de su inexplicable
fascinación.
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Pero sabía que él no dejaría que bebiera la sangre de ningún otro ser, al
menos ahora. El acto de alimentarse era intrínsecamente sexual, incluso
cuando únicamente existía un contacto entre colmillos y vena y labios y piel.
Él era demasiado territorial para permitir esa conexión, por impersonal que
fuera. Pero ella no podía permitirse el lujo de beber su sangre… Se negaba a
hacerlo porque sabía, en su fuero interno, que al sentir su sabor tendría la
misma reacción que había tenido él al sentir el suyo; que su hambre no se
aplacaría, sino que aumentaría. Desearía más. Más de su potente sangre de
licano. Más de todo él.
Tendría que refrenarlo el tiempo suficiente para poder alimentarse de
alguien.
Asumiendo el control de la situación, Vash cubrió la distancia entre ellos
y lo agarró por la camiseta.
—Ven conmigo.
Tiró de él, pero lo único que consiguió fue desgarrarle la camiseta. Elijah
no se movió, era demasiado poderoso para ella, pese a su fuerza de vampira.
Ella sintió que su sexo se contraía de deseo por ese macho que la superaba.
Sonrojada y jadeando, ella le rodeó y salió al vestíbulo, tratando de
recobrar la compostura antes de que él se diera cuenta de que estaba a punto
de perder los estribos. Si no tenía cuidado, él conseguiría que le suplicara que
se le metiera. La perspectiva de esa debilidad la aterrorizó. Tenía que ser
fuerte, por ella y por Char, y por todos los vampiros que necesitaban que los
mantuviera vivitos y coleando.
Elijah la siguió tan de cerca que ella sintió su profunda respiración sobre
su nuca. Acosándola de nuevo. Y ella no podía negar que una recóndita parte
de su ser deseaba que lo hiciera. Porque estimulaba su deseo, porque la ponía
cachonda y hacía que se humedeciera.
Vash vio una lucecita verde encendida sobre una puerta y se encaminó
apresuradamente hacia ella. Había otras puertas y otras luces. La mayoría eran
rojas, lo que indicaba que estaban cerradas y ocupadas. Algunas eran
amarillas, señal de que estaban vacías pero no las habían limpiado. Solo unas
pocas eran verdes y ella eligió la más cercana. Abrió la puerta y soltó una
maldición cuando Elijah la acorraló en la pequeña sala de juegos. La agarró
por la cintura y la arrojó sobre la gigantesca cama, sin apenas darle tiempo a
moverse antes de abalanzarse sobre ella.
—Elijah —murmuró Vash con voz entrecortada cuando él aterrizó sobre
ella de cuatro patas, inmovilizándola contra la cama con sus manos apoyadas
en el colchón a la altura de los hombros de ella y sujetándole los muslos con
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sus rodillas. El temor la paralizó, no por él, sino por el intenso deseo que la
estaba consumiendo. El deseo de arquear el cuerpo y ofrecerse a él constituía
una fuerza irrefrenable que hacía que el corazón le retumbara en el pecho y la
dejara sin aliento.
Sus ojos se adaptaron a la penumbra de la habitación; la única iluminación
provenía de los apliques en los rodapiés. Los ojos de Elijah relucían con un
fuego verde sobrenatural. Bajó la cabeza, su pecho expandiéndose mientras
aspiraba profundamente el olor de ella.
—Tendrías que habernos traído aquí cuando llegamos —dijo con voz
ronca—. Ahora te estarías corriendo.
La besó en la boca antes de que ella pudiera responder, oprimiendo los
labios sobre los suyos y cortándole la respiración. Le metió la lengua en la
boca al tiempo que emitía un gemido, desabrochándole la cremallera hasta el
final, donde se encontraba el inicio de su pubis. Ella apenas había saboreado
su intenso y oscuro sabor cuando él deslizó la mano debajo del borde de su
traje y se apoderó de uno de sus pechos con su mano caliente y musculosa.
Los colmillos de ella se afilaron movidos por una avalancha de avidez,
clavándose en la lengua de él. Su sangre, de un sabor embriagadoramente
exótico, llenó la boca de Vash. Él le masajeó el pecho, sopesándolo, luego
apoyó el pulgar y el índice en la punta, frotando y tirando del endurecido
pezón hasta que el sexo de ella empezó a contraerse de forma espasmódica
siguiendo el ritmo de los movimientos de él.
Enloquecida de deseo por él, Vash le chupó la lengua con la misma
voracidad con que él le había chupado antes los pezones, dejando que el sabor
de su sangre le inundara las papilas gustativas. Puso los ojos en blanco,
incapaz de razonar, perdida en aquella exquisita adicción que había hecho
mella en ella. Él gruñó dentro de su boca y se colocó entre sus muslos,
restregando la rígida longitud de su pene contra el hinchado sexo de Vash.
Gimiendo, ella lo sujetó por las caderas y lo estrechó contra sí, alzando las
caderas para frotar su clítoris contra su pene en erección.
Elijah levantó la cabeza y la miró mientras movía las caderas, observando
que ella había echado la cabeza hacia atrás a punto de alcanzar el orgasmo.
—Dime que lo deseas, Vashti. Dime que necesitas sentirme dentro de ti
como necesitas sangre para vivir.
El cuerpo de ella empezó a temblar con violencia mientras él expresaba
verbalmente el gran temor que ella sentía.
«No dejaré que me manipules a través de mi polla», le había dicho él en
las cuevas de Bryce Canyon hacía poco, aunque parecía que hubieran pasado
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siglos. Pero ella temía no ser tan fuerte como él. Nunca había deseado sexo
con tal desesperación como en aquel momento, y él era el único hombre con
el que deseaba practicarlo. La atracción que sentía por él era un arma
demasiado poderosa que él podía utilizar contra ella, y Vash temía darle lo
que él le exigía: una rendición total.
Apoyando la pierna sobre la cadera de él, ella consiguió empujarlo contra
la cama. Moviéndose con suma rapidez, como si su vida dependiera de ello,
Vash se centró en el propósito que la había llevado a la sala de juegos. En una
fracción de segundo, logró inmovilizarlo, atándole las muñecas y los
antebrazos con un cable de acero chapado en plata cubierto de púas. Él soltó
un rugido de dolor cuando las diminutas puntas redondeadas se clavaron en su
carne, apenas lo suficiente para hacerle sangrar pero lo bastante para exponer
la piel al único metal que debilitaba a los Centinelas, a los vampiros y a los
licanos.
La cama crujió debido a la furia con que él se retorcía; el fulgor de sus iris
bastaba para iluminar la habitación.
—¡Zorra asquerosa!
Pero ella no le hizo caso. Sentía la humedad entre sus piernas, tenía los
pechos pesados y sensibles, y el sabor de él le inundaba la boca, impidiendo
que pudiera pensar en huir, lo que hubiera hecho si le hubiese quedado en
aquel momento algún sentido de autoconservación.
—Suéltame. —Él restregó violentamente los tacones de sus botas sobre la
cama—. ¡Suéltame ahora mismo, joder!
Vash se apresuró a despojarse de su mono, quitándoselo junto con sus
botas en un enloquecido frenesí. Una vez desnuda, se arrojó sobre el cuerpo
de él, que no cesaba de retorcerse, y le inmovilizó las caderas para
desabrocharle la bragueta.
—¡Vashti! —Él arqueó el cuerpo violentamente—. Así no, maldita seas.
No me ates como a un animal.
Como de costumbre, Elijah no llevaba calzoncillos debajo de sus
vaqueros, preparado para cambiar de forma en un abrir y cerrar de ojos. Nada
impidió que ella tomara su pene en la boca, devorándolo con deleite,
rodeando el rígido miembro con sus labios y su lengua.
—Mierda —masculló él entre dientes, alzando las caderas en un intento
de quitársela de encima—. ¡Aleja tu boca de vampiro de mi cuerpo!
Pero ella no podía. Aunque todos los ocupantes de la guarida hubieran
entrado en la habitación y la hubieran encontrado haciéndole una paja a un
licano, no habría sido capaz de detenerse. Sus ansias de paladear su sabor eran
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demasiado grandes, su necesidad de obligarlo a rendirse aún mayor. Mientras
le masturbaba con una mano, le chupaba la punta de su grueso pene con
fuerza y rapidez para conducirlo cuanto antes al orgasmo. Él no cesaba de
retorcerse, sus poderosos muslos tensos por el esfuerzo, mientras emitía unos
furiosos y guturales gruñidos y movía el torso de un lado a otro para librarse
de ella.
Cuando alcanzó el orgasmo, lo hizo con un aullido de lobo que a ella le
puso la carne de gallina. Era un sonido agudo y lastimero, puramente animal,
sin el menor signo de un elemento humano. Ella bebió su semen sintiendo que
las lágrimas afloraban a sus ojos, experimentando una sensación muy antigua
y primaria que la impulsaba a ingerir con frenético anhelo el embriagador
sabor de su salvaje virilidad.
—Maldita seas —exclamó él, resollando. Su pecho se movía
agitadamente mientras ella le bajaba los vaqueros hasta las rodillas—. Maldita
seas, traidora… ¡Joder!
Ella le clavó los colmillos en la arteria femoral, y en ese momento perdió
la escasa humanidad a la que se aferraba. La sangre y el semen de él se
mezclaron en su boca, creando una esencia combinada que era lo más
delicioso que ella había saboreado jamás. Sujetó su poderoso muslo con
ambos brazos, rodeándolo como si fuera su amante, mientras bebía con avidez
el exquisito néctar.
—Maldita zorra —le espetó él—. Condenada hija de puta. Me estás
arrebatando el derecho a darte lo que me pertenece.
Los anclajes de la pared empezaron a crujir en señal de protesta mientras
Elijah trataba de librarse de sus ataduras, prueba de lo fuerte que era; tanto,
que la plata que inmovilizaba a la mayoría de vampiros que deseaban vivir
una experiencia de auténtica sumisión, apenas podían contenerlo.
Mareada y embriagada, Vash retiró sus colmillos y cerró los diminutos
orificios lamiéndolos con delicadeza.
—No puedo parar —murmuró, sintiendo un angustioso vacío en su
interior y necesitándolo pese al tremendo esfuerzo que había hecho por
controlarse. Ningún licano toleraba estar enjaulado, y Elijah no era un simple
licano. Era un Alfa. Tan raro como un nuevo ángel y en cierto sentido igual
de frágil.
Ella se montó sobre él, de espaldas para no ver su enfurecido rostro y
clavando la mirada en la puerta. Una puerta por la que saldrían de una forma
muy distinta a como habían entrado. La furia que palpitaba en él brotaba en
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ardientes y violentas oleadas. Pero ella no podía dejar de sostener su verga,
que aún estaba rígida, y succionar su gigantesca punta.
—No hagas esto —le advirtió él con voz ronca y entrecortada.
Ella se pasó la lengua por los labios, que tenía secos, deleitándose con el
sabor de él.
—Te… necesito.
—Así no, Vashti. No me tomes de esta forma.
Las partes íntimas de ambos se tocaron. Los labios genitales de ella
rodearon el miembro de él, aprisionándolo suavemente. La mano con que ella
le sostenía el pene temblaba como la de un yonqui que necesita un chute.
—Esta es la única forma en que puedo tenerte.
Vash bajó bruscamente las caderas, encajándose sobre él. Él rugió al
tiempo que ella soltaba un grito, su cuerpo sacudido por una penetración que
hacía más de un siglo que no experimentaba. El muro de cemento de detrás de
la cama estalló con un ruido ensordecedor, envolviéndola a ella en una nube
de polvo y cascotes. El impacto la catapultó hacia delante con violencia,
arrojándola hacia la puerta y hacia abajo. Su torso aterrizó sobre el colchón
con una fuerza increíble.
Elijah se montó sobre ella antes de que Vashti pudiera darse cuenta de lo
que había ocurrido, inmovilizándola sobre la cama con su cuerpo duro como
el acero e introduciendo su rígido pene en su hinchado sexo. Los cables que
no habían sido capaces de sujetarlo cayeron al suelo con un estrépito que
reverberó a su alrededor.
Elijah apoyó el antebrazo en la cabellera de ella, que estaba desparramada
sobre la cama. Agarrando unos mechones por la raíz, tiró de ella hacia atrás y
rugió en su oído:
—No puedes domarme.
Elijah movió las caderas, sacando su pene de la tensa vagina de Vash para
volver a hincárselo con furia.
—No puedes encadenarme.
Agarrándola por las caderas y el pelo, la obligó a colocarse de cuatro
patas.
—Y no puedes violarme.
A continuación la penetró violentamente por detrás. Ella gritó, a merced
de la necesidad primaria que él tenía de ella y ella de él. La tomó de forma
ruda y violenta, restregando su miembro contra el punto sensible que ella
tenía en la vulva, haciendo que temblara y gimiera. Ella no tenía margen de
maniobra, no podía moverse ni participar. O eso se dijo.
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Era mentira, por supuesto. Él era más fuerte que ella, pero Vash habría
podido quitárselo de encima. Podría haberle lastimado, obligarle a suplicar
que se entregara a él. Ambos lo sabían. Sin embargo dejó que él se saliera con
la suya, por razones que ni ella misma alcanzaba a comprender.
De repente sintió como si un resorte hubiera saltado en su interior.
Sintió que se deslizaba a la deriva y se aferró a Elijah, que era su única
tabla de salvación contra la tormenta que la sacudía. Las lágrimas rodaron por
sus mejillas. El pecho le dolía. Su cuerpo ardía con el placer febril que la
asaltaba por todos los costados, derribando los muros que la habían protegido
durante tanto tiempo.
Él no le dio cuartel. La folló como el animal que era, penetrándola con
una rotunda ferocidad. Ella alcanzó el orgasmo en un torrente de impotencia,
gritando su nombre porque él no se detuvo ni un segundo, sino que siguió
follándola con implacable furia, conduciéndola al éxtasis, obligándola a
aceptarlo. A aceptarlo tal como era. Todo él. Más allá de lo que ella era capaz
de afrontar, de los límites que había tratado de imponerse.
Cuando cayó agotada sobre el colchón, con la cabeza y los hombros
colgando sobre el borde de la cama, él se inclinó sobre ella.
—Tienes que aceptarme como soy —dijo con aspereza—. Quererme
como soy. O no me tendrás.
A continuación le separó las piernas con la rodilla y le hincó su enorme
verga hasta el fondo. Sujetándola por el pelo, tiró de su cabeza hacia el suelo,
obligándola a asumir la más sumisa de las posturas. Ella sintió que le clavaba
los dientes en la nuca, unos caninos de una longitud sobrehumana, aplicando
la suficiente presión para arañarle la piel sin desgarrarla.
Sometida, montada y dominada en todos los aspectos, Vashti se corrió una
y otra vez, sollozando de placer, de vergüenza, de culpa. Implorándole que la
perdonara. Que terminara. Que la llenara.
Él hizo lo que le pedía, horas más tarde, descargando su lujuria y su furia
en las voraces profundidades del cuerpo de Vash, vaciándose con un gemido
entrecortado que sonó como la más dulce de las agonías.
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Adrian abandonó su posición extendiendo sus alas, cuya envergadura era
de diez metros, para atrapar una corriente ascendente. Tras elevarse unos
metros descendió en picado, gozando con la sensación del torrente de aire a
través de su cabello y sobre sus plumas. Voló a ras de la amplia terraza, las
puntas de sus alas rozando las tablas, para después elevarse de nuevo,
utilizando la fuerza de la gravedad para frenar su velocidad y devolverlo a la
tierra.
Descendiendo con su gracia natural, aterrizó sobre las puntas de los pies,
en silencio, junto a su temeraria compañera.
Ella le agarró la muñeca y se la apretó, abriendo su mente para que él
pudiera leer sus pensamientos: «Verte volar me pone cachonda».
—Verte cazar me produce el mismo efecto. «El rostro y el tono de voz de
Adrian no revelaban sus sentimientos hacia ella, por deferencia a sus
hombres, pero la forma en que Lindsay deslizó las yemas de los dedos sobre
la palma de él le dejó claro que ella lo sabía».
Malachai y Geoffrey se apresuraron a alzarse de la innoble postura en la
que yacían en el suelo.
—Has hecho trampa —dijo Malachai, estirándose y flexionando sus alas
del color del crepúsculo, un amarillo pálido que se oscurecía progresivamente
hacia las puntas, que eran de un intenso color naranja.
Lindsay esbozó una sonrisa radiante.
—Si os ataco de uno en uno me arriesgo a que me machaquéis, pero con
un grupo es más sencillo porque puedo utilizar a uno para distraer a los otros.
—Eso es un disparate —contestó Geoffrey con desdén. Hacía poco había
comparado a Lindsay con una molesta gata que, agazapada debajo de sofás y
sillones, arañaba a cualquier incauto que pasara frente a ella. Pero a decir
verdad, admiraba los incesantes esfuerzos que hacía Lindsay para
perfeccionar sus habilidades y así dejar de ser una carga. Aunque manejaba
con destreza cualquier arma de fuego y arma blanca y se afanaba en mejorar
su técnica en el combate cuerpo a cuerpo, no dejaba de ser una vampira
neófita. Aún no había alcanzado el poder y la resiliencia que adquiriría con el
tiempo. De momento, era vulnerable y se derrumbaba con facilidad.
Damien suspiró.
—No, Lindsay es así. Nosotros tenemos la culpa de no haber estado
preparados para ella.
El lugarteniente recelaba del impacto que tenía Lindsay sobre Adrian y la
misión de los Centinelas, pero la admiraba como guerrera. Si Phineas, el
primer lugarteniente y estimado amigo de Adrian, había sido un estratega, y
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Jason, el sustituto de Phineas, había contribuido a elevar la moral de la tropa,
los puntos fuertes de Damien se hallaban en el campo de batalla y era lo que
respetaba en los demás.
Lindsay guardó su cuchillo en la funda que llevaba sujeta al muslo.
—Esta noche me he puesto en contacto con todas las manadas
internacionales. El corte en las comunicaciones está funcionando, aún tenéis
un control del cien por cien sobre los enclaves de los licanos en el extranjero.
No tienen ni idea de que las manadas norteamericanas se han sublevado.
—Demos gracias al Creador por estos pequeños favores —murmuró
Malachai.
—Pero no podemos arriesgarnos a utilizar a esos licanos para refrenar a
sus rebeldes hermanos —apuntó Geoffrey—. Aunque algunos lo harán
voluntariamente.
Adrian alzó la vista y la fijó en el edificio situado a un kilómetro de
distancia: los barracones de los licanos. Antaño la morada de su manada y
ahora la de una mera docena de licanos que habían llegado allí durante la
última semana y media desde que los enclaves habían empezado a caer como
fichas de dominó. Todos los días regresaban más y, cuando él tocaba sus
mentes, como hacía con la de Lindsay, sentía su temor y confusión…, y su
lealtad, lo que constituía una lección de humildad.
Sabía que el desmoronamiento del orden que él se había esforzado en
crear formaba parte de su castigo por amar a Lindsay: la pérdida de los
licanos, el sentimiento de culpa por saber que otros pagaban por sus errores,
el estrés de mantener a duras penas el precario equilibrio entre los vampiros y
los mortales. Aunque él había cometido la misma ofensa que los Caídos, su
castigo era diferente. Sospechaba que eso se debía a que era demasiado útil
para ser destruido, pero pagaba de otra manera, cada día de su interminable
existencia. Hacía siglos que pagaba por ello, viendo cómo Shadoe moría una
y otra vez, y seguiría pagando mental y emocionalmente durante un tiempo
indefinido.
—Tenemos que reforzar a los Centinelas que siguen defendiendo sus
enclaves, lo que nos deja con solo un puñado aquí, en los Estados Unidos,
para recomponerlo todo.
Los licanos los superaban numéricamente por un margen fatalista. Adrian
seguía ejerciendo un dominio férreo sobre los enclaves de Jasper y Juarez,
pero los otros los habían perdido. Miró a la bella vampira que tenía a su lado,
antaño el receptáculo que portaba el alma de Shadoe y ahora la mujer que
sostenía su alma. Su vampirismo le proporcionaba más oportunidades de
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sobrevivir que si hubiera sido una simple mortal, pero aún estaba débil y tenía
que alimentarse con frecuencia. Y lo único que bebía era la potente sangre de
Centinela de Adrian, cuyo poder le permitía soportar la luz del sol, pero que
lo ataba a ella, pues no podían estar separados durante mucho tiempo. Dado lo
frágil que aún era Lindsay, eso representaba para él una gran desventaja.
Adrian apretó los puños tratando de reprimir su necesidad de tocarla, una
muestra de afecto que a ella no le gustaría, al menos en presencia de los
Centinelas. Lindsay procuraba no exhibir el amor que los consumía a ambos,
consciente de los riesgos a los que él se había expuesto al convertirla en su
compañera. Los ángeles no debían desear ni necesitar a otro ser para que los
completara. Se suponía que estaban por encima de los fallos de los mortales,
pero él no era tan perfecto. Deseaba y necesitaba a Lindsay con una furia que
no podía controlar, y no se arrepentía de su transgresión porque eso le habría
restado importancia a lo que sentía por ella. No podía declarar su amor por
Lindsay y luego pedir perdón por ello sin hacer que ambas manifestaciones
fueran baldías. Y no podía alejarse de ella o volverle la espalda. Ella era el
aire que respiraba, lo que le motivaba a despertarse cada día, a luchar y
persistir contra la adversidad.
Adrian respiró hondo y alzó la vista al cielo en busca de respuestas, pero
no encontró ninguna.
—No tenemos los recursos necesarios para cazar a los licanos y a los
vampiros. Tenemos que elegir. Sabemos a lo que nos enfrentamos con estos
últimos. Los licanos, sin embargo, son un misterio.
—Podrían delatarnos a los mortales —observó Damien.
—Podrían cazarnos para neutralizar la amenaza que representamos para
ellos —sugirió Malachai.
—Podrían aliarse todos con los vampiros —terció Geoffrey—. Syre es
muy capaz de hacerlo.
Adrian asintió con la cabeza. Sabía que Syre estaba sufriendo, pues había
perdido a su hija para siempre en el momento en que Lindsay había
exorcizado y expulsado de su cuerpo el alma reencarnada de Shadoe.
—De los tres, ese es el escenario más probable.
Los tres Centinelas no sabían lo que significaba perder un pedazo del
corazón, no se habían visto comprometidos por las emociones humanas como
Adrian y Syre. Adrian tenía claro que el líder de los vampiros querría atacar,
consumido por su dolor; y también era consciente de que la sublevación de
los licanos le ofrecía los medios perfectos para hacerlo.
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Los ojos de Lindsay perdieron su luminosidad. Sacudió la cabeza con
vehemencia.
—No creo que eso ocurra. Elijah vive para cazar vampiros, y quiere la
cabeza de Vashti sobre una bandeja por lo que le hizo a Micah.
—Y Syre, Torque y Vashti quieren la de él por el secuestro de Nikki —
dijo Adrian—. Pero un incentivo adecuado puede postergar la venganza. —
Adrian suavizó el tono, consciente de que ella consideraba al licano su amigo
—. Jamás pensaste que él se rebelaría y lo hizo.
Ella se mordió el labio inferior; sus ojos traslucían su inquietud. Incluso
ahora se preocupaba por el Alfa.
Adrian penetró suavemente en su mente, una delicada caricia para
calmarla, porque no soportaba verla preocupada. No era solo la suerte de
Elijah lo que la inquietaba, sino también la de Syre. Aunque no era hija
natural del líder de los vampiros, el hecho de haber portado en su interior el
alma de Shadoe había dejado su impronta; había estado expuesta a los
recuerdos que Shadoe guardaba de Syre: los dulces recuerdos del amor de una
hija por su padre. Aunque no eran suyos, Lindsay sentía la emoción que
contenían como si lo fueran, y le dolía su pérdida.
Ella le dirigió una mirada de advertencia, recordándole que le había
pedido que no «jugara» con su mente. Él inclinó la cabeza en señal de
asentimiento, pero no dejó de tranquilizarla porque no consideraba que eso
fuera jugar con su mente. Al menos, eso creía él.
Lindsay lo sujetó por la muñeca e imaginó que le sacaba la lengua, un
pensamiento que se plasmó en su mente con toda claridad. Él sintió que
emitía una carcajada silenciosa en su interior. Lindsay estaba pletórica de
vitalidad y sentido del humor pese a los numerosos golpes que le había
asestado la vida. Él era muy distinto de ella, pues había sido creado para
castigar y encarcelar, herir y matar. Pero ella le estaba enseñando que existía
otra manera de actuar, haciendo que cambiara lentamente, aportando luz a su
oscuridad. Y él se esforzaba en aprender y crecer, en ser el tipo de hombre
capaz de dibujar una sonrisa en el rostro de Lindsay y aportar felicidad a su
vida. Porque ella era su alma. ¿Quién era él sino el hombre que la amaba más
allá de toda razón e instinto de autoconservación?
El teléfono empezó a sonar en su despacho. Todos lo oyeron pese a la
distancia que los separaba y la puerta de cristal del patio que aislaba su lugar
de trabajo del exterior.
Adrian se alejó y dobló la esquina. El panel de cristal se corrió al sentir su
presencia. Hizo desaparecer sus alas, que se disiparon como la niebla bajo un
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viento racheado en el momento en que entró en su despacho. Eso le permitía
moverse con más comodidad además de ofrecerle la posibilidad de mezclarse
con los mortales. Al tercer tono el altavoz del manos libres se conectó
automáticamente y Adrian sostuvo la mirada de Lindsay mientras se sentaba
en su silla.
—Mitchell —saludó a su interlocutor.
—Capitán. Siobhán está aquí.
Adrian se reclinó en su silla, poniéndose cómodo. Había asignado a
Siobhán la tarea de estudiar la enfermedad que hacía estragos entre las filas de
los vampiros, y esta llevaba varias semanas trabajando en ello. Había sido ella
quien había descubierto que la sangre de Centinelas curaba la enfermedad.
Fue por casualidad, cuando uno de los Centinelas que trabajaba con ella fue
mordido por uno de los infectados, y este recobró su estado vampírico
normal. Teniendo en cuenta las decenas de miles de vampiros que había
únicamente en Norteamérica y que solamente quedaban vivos unos doscientos
Centinelas, esa era una información que no podían permitir que los vampiros
descubrieran antes de que se hallara una cura alternativa.
—¿Cómo van tus progresos?
—Lentos pero seguros. Tengo a una docena de infectados en estasis.
Podemos mantenerlos vivos con constantes transfusiones de sangre, pero
tienen que permanecer anestesiados para poder controlarlos.
Adrian había visto de primera mano a esos monstruos en acción. Sabía lo
violentos que eran.
—¿Con cuánta rapidez pierden su función cerebral superior?
—¿Hasta dónde quieres que llegue para averiguarlo? —preguntó ella con
tono serio—. Cuando los encuentro ya están infectados. Si quieres una
descripción detallada de lo que ocurre desde que se exponen a la enfermedad
hasta que la contraen, necesito infectar deliberadamente a sujetos sanos.
—Hazlo. Nuestra sangre es una cura, lo que significa que podemos
remediar los daños causados. —Era una orden brutal que a él no le complacía
dar, pero el fin justificaba los medios. Cuando Nikki le había atacado y casi
matado, aún estaba lo bastante lúcida como para hablar con coherencia.
¿Cuánto tiempo había permanecido expuesta al contagio? ¿Era un ejemplo de
alguien que se había contaminado hacía poco? ¿O de alguien que llevaba
largo tiempo enferma?—. ¿Has podido observar algún patrón en la rapidez
con que evoluciona la enfermedad?
Algunos vampiros morían a los pocos días, otros duraban semanas, y otros
parecían ser inmunes. ¿Por qué?
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—Creo que estoy a punto de descubrir algo a ese respecto. —La voz de
Siobhán denotaba entusiasmo. La avispada Centinela estaba ávida de
conocimientos—. Aún no puedo afirmarlo con certeza, pero todo indica que
la evolución depende de la distancia entre la generación del esbirro y el Caído
que encabeza su jerarquía vampírica. Por ejemplo, Lindsay es una generación
más joven que Syre. Su infección avanzaría con más lentitud que en un
esbirro al que ella hubiera transformado, que sería dos generaciones más
joven que Syre. Y así sucesivamente.
Adrian apoyó los codos sobre los reposabrazos y juntó los dedos de ambas
manos.
—Tienes que analizar la sangre de los Caídos.
—Sería muy útil, desde luego —respondió ella, consciente de lo difícil
que sería obtener esa sangre—. Así podría comprobar al menos si sirve para
ralentizar la evolución de la enfermedad.
—Yo puedo conseguirla —terció Lindsay—. Como vampira, puedo
introducirme en cualquiera de los lugares donde se congregan.
La respuesta de Adrian no se hizo esperar.
—No.
Ella arqueó las cejas. Sus ojos ambarinos, el color de iris característico de
los vampiros, le desafiaban. Ella podría moverse entre los otros sin llamar la
atención, pero aún era demasiado frágil en muchos aspectos. La sangre de
Centinela de él la protegería contra la enfermedad; era una excelente guerrera
y no vacilaría a la hora de matar, pero seguía siendo vulnerable y él no estaría
cerca para protegerla. Por lo demás, aunque la mayoría de esbirros no tenían
idea de quién era ella, algunos Caídos lo sabían. Lindsay no gozaba de un
absoluto anonimato.
Él no podía arriesgarse a perderla.
—No —repitió, introduciendo la negativa en la mente de ella para
recalcarla.
—No te metas en mi cabeza, ángel —protestó ella.
La melodiosa voz de Siobhán sonó a través del altavoz del teléfono.
—También necesito más sangre de licanos.
—Eso no es problema. —Adrian tenía almacenada una importante
cantidad en estado criogénico, con el fin de identificarla y analizarla
genéticamente—. ¿Algo más?
—Quizás… —Siobhán dudó unos instantes—. Quizás otras muestras de
sangre angelical. De un mal’akh[1] o incluso un arcángel. Preferiblemente de
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ambos. Es posible que los Centinelas no seamos los únicos que llevamos la
cura en nuestras venas.
—Casi nada —comentó Adrian secamente. Aunque los malakhim, el
rango inferior de ángeles en la esfera inferior, eran los más numerosos,
conseguir sangre de uno de ellos no era tarea fácil—. Veré qué puedo hacer.
Mantenme informado.
—De acuerdo, capitán. Por supuesto.
Adrian colgó, sin apartar la vista del rostro de Lindsay. Ella nunca le
desafiaba abiertamente en presencia de sus subordinados, una deferencia que
siempre había tenido con él y que él agradecía. Pero le desafiaba en privado.
Él jamás le confesaría lo mucho que le excitaba que lo hiciera. En lugar de
ello, seguiría haciéndole de mentor…
—Necesitamos un plan B, Lindsay. Hay que ponerse a ello.
Elijah se pasó ambas manos por el pelo, sintiendo que el corazón le latía con
furia mientras contemplaba a la mujer despatarrada en la cama. La cabellera
lustrosa y magnífica de Vashti parecía una nube carmesí que cubría
sinuosamente su espalda y sus hombros. Tenía el rostro vuelto hacia él, los
labios entreabiertos, jadeando. Sus manos estaban clavadas como garras en la
sábana bajera ajustada, y sus pálidas mejillas mostraban aún la huella de las
lágrimas. No por culpa de él, sino por la pesadilla que había tenido y que lo
había despertado.
No…, por favor…, basta… Una letanía repetida una y otra vez con voz
entrecortada. Gemidos y gritos de dolor. Quejidos de agonía que le habían
herido en lo más profundo.
Él jamás olvidaría el grito desgarrador que le había hecho saltar de la
cama como un hombre pero aterrizar en el suelo con forma de lobo.
Involuntariamente. Por primera vez, su bestia había burlado su control.
Por ella. Porque ella había gritado de angustia, intentando despertar de una
pesadilla.
Y él no había podido volver a asumir su forma humana hasta que la bestia
se había asegurado de que ella estaba bien. Se había paseado por la
habitación, husmeando alrededor de los resquicios de la puerta y los rincones,
gruñendo porque no había nada peor para su impotente furia que buscar y no
encontrar nada que matar. Después de asegurarse de que nada en esa
habitación cerrada representaba una amenaza para ella, se había acercado
sigilosamente a la cama. Había restregado su cabeza contra la coronilla de ella
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y había lamido las lágrimas de su rostro. Ella se había calmado y se había
sumido de nuevo en un sueño intermitente. Solo entonces había podido él
asumir de nuevo su forma humana.
Todos se equivocaban con respecto a él; no era un Alfa o jamás habría
asumido su aspecto lobuno de forma inconsciente. Lo que significaba que
tenía que hallar a uno que lo fuera. Cuanto antes.
Por si fuera poco, estaba colado por Vashti. Hasta los tuétanos. La forma
primaria en que habían copulado había provocado algo más que unos
orgasmos explosivos. Le había cambiado a él y sus reacciones con respecto a
ella, erosionando su control y su sentido común. Esta mañana apenas se
reconocía. ¿Qué coño le había ocurrido?
Por desgracia, tenía alguna sospecha. Esos interminables momentos en
que había estado maniatado y atrapado debajo de ella, sin poder detenerla
mientras ella bebía su sangre y su semen, fascinado por la intensa furia y el
deseo feroz con el que ella había introducido su rígido pene en su tensa y
cálida vagina… Esos momentos le habían transformado por dentro. Y cuando
él había asumido el control y ella se había desmoronado debajo de él, él había
aceptado la rendición de esa mujer tan poderosa y letal con un sentimiento
posesivo de infinita admiración y gratitud.
Alguien aporreó la puerta y Elijah la abrió bruscamente, enojado de que
hubieran interrumpido el descanso de Vashti.
—¿Qué quieres? —le espetó a Salem, que ocupaba todo el espacio en el
pasillo. A Elijah le importaba un carajo que el vampiro estuviera desnudo. A
este, menos.
—¿Has visto a Vashti? —preguntó Salem con aspereza. Luego olfateó el
aire moviendo la nariz. Abrió los ojos como platos al comprender que había
hecho algo más que verla.
—Sí. Lárgate.
—¿Adónde ha ido?
—Está durmiendo. Vuelve más tarde. —Elijah retrocedió y cerró la
puerta.
Salem apoyó la palma de la mano contra la cerradura de metal,
impidiendo que se cerrara.
—¿Durmiendo?
—Ya sabes: ojos cerrados, inconsciente. ¿Te suena? Lárgate.
Salem empujó la puerta para abrirla.
—Apártate, licano.
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Aburrido de la conversación e irritado por la pesadilla que había tenido
Vashti, Elijah salió al pasillo y cerró la puerta con sigilo a su espalda. Acto
seguido empujó al vampiro hacia la puerta de enfrente, que Salem atravesó
violentamente, aterrizando a los pies de una cama que contenía varios
ocupantes. Elijah vio las suficientes extremidades desnudas y cuellos torcidos
para calcular que había al menos cuatro cuerpos.
Salem se incorporó en un abrir y cerrar de ojos y se encaró con Elijah.
—Me estás cabreando, perro. Vash no duerme.
—Duerme cuando está cansada.
Con sus ojos ambarinos centelleantes, Salem bajó la voz una octava y
preguntó con tono amenazante:
—¿Qué le has hecho?
—¿En serio? —preguntó Elijah secamente—. Eso no te incumbe.
—Si le has hecho daño…
Elijah soltó una carcajada mordaz. Le habían encadenado y asaltado, y
este vampiro estaba preocupado por Vash.
—Ella sabe cuidarse.
Salem sostuvo su mirada. Elijah bostezó.
—Hace décadas que Vash no duerme —dijo el vampiro al fin.
—Vale, quizás eso explica que esté de mal humor siempre. —Elijah bajó
la voz y asumió un tono distinto—. Aunque más vale eso a que esté rota.
El vampiro crispó la mandíbula.
—¿Qué le sucedió, Salem?
—Pregúntaselo tú mismo, licano. —En la boca de Salem se pintó un
rictus cruel—. Hasta que Vash te lo cuente, lo único que tienes con ella es
sexo. No eres más que una polla infatigable.
Cuando Elijah estaba a punto de partirle la cara de un puñetazo para
borrarle su sonrisita burlona, Salem giró sobre sus talones, se adentró en la
habitación en la que había aterrizado, levantó la maltrecha puerta del suelo y
la encajó en sus bisagras, encerrándose en la estancia.
Elijah respiró hondo. Tardó unos minutos en reprimir su ira y así ser
capaz de regresar a la habitación que compartía con Vash. Abrió la puerta
despacio, solo lo suficiente para pasar a través de ella. Al entrar se quedó de
piedra.
Vashti estaba sentada en el borde de la cama, con la camiseta de él entre
sus manos y la nariz sepultada en ella. Al verlo entrar se sobresaltó, como si
la hubiera pillado haciendo algo que no debía. Dejó caer las manos sobre su
regazo, mostrando sus imponentes tetas.
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Se levantó apresuradamente.
—¿Qué hora es? —preguntó nerviosa—. Debemos irnos.
—Poco más de las siete. —Él no necesitaba un reloj para saberlo. Su
ritmo circadiano seguía instintivamente el movimiento de la luna, en
cualquier parte del mundo, gracias a la sangre de hombre lobo de su linaje. Se
acercó a ella con cautela, como quien se aproxima a un animal asustadizo.
Ella lo miró con sus enormes ojos, que incluso en la habitación oscura
parecían ensombrecidos. Aún se podía oler en su piel el hedor a miedo y
dolor. Quizá por eso había sumergido su nariz en la camiseta de él, para
aspirar su olor. O quizá simplemente lo necesitaba, al igual que él necesitaba
oler el suyo. Podría luchar contra esa necesidad, incluso odiarse por ello, pero
había aprendido que era muy peligroso ignorar esa avidez, porque lo dejaba
descolocado e incapaz de controlarse como debía. Era una criatura de
instintos y ella atraía esa parte primaria que tenía de una forma que no podía
permitirse el lujo de obviar.
—Hace rato que tendríamos que haber salido —dijo ella, volviéndose para
recoger sus ropas.
Él la sujetó del codo con suavidad pero firmeza. El tacto de su piel
aterciopelada contra las yemas de sus dedos le produjo una violenta sacudida.
—Acércate.
—Elijah…
Él la atrajo hacia sí, la agarró por la nuca y la obligó a sepultar el rostro en
su cuello, donde sabía que su olor corporal estaba más concentrado. Ella
aspiró con fuerza, y luego suspiró. Acto seguido empezó a husmear su piel
dejando que sus labios la rozaran, degustando el ritmo cada vez más acelerado
de sus latidos. Él se preguntó si Vash era consciente del placer que ese gesto
provocaba en un licano. Probablemente no, y era mejor así. Ella no necesitaba
más munición para utilizarla contra él.
Elijah cerró los ojos, deleitándose al sentir el voluptuoso cuerpo de ella
oprimido contra el suyo, y agradeció la ausencia de tensión entre ellos. Vash
tenía la estatura justa y sus curvas se amoldaban al fibroso cuerpo de él como
si fueran dos mitades de una misma cosa. Sentía que encajaba a la
perfección…, con una mujer que no le convenía.
—¿Qué has soñado, Vashti?
Ella se tensó y trató de soltarse, pero él había previsto su reacción y la
sujetó con fuerza.
—Suéltame —dijo ella secamente.
—De eso nada.
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—Puedo obligarte.
Él la agarró por el pelo, inclinando su cabeza hacia atrás para mirarla a los
ojos.
—Pídemelo con educación y lo pensaré.
—Que te jodan.
—Bueno, no es una forma muy educada de pedirlo, pero vale.
A ella se le escapó la risa, que contuvo enseguida. Pero mientras duró le
pareció un sonido maravilloso. Grave y sensual, ronco pero voluptuoso como
su cuerpo.
Él la tomó en brazos y apoyó una rodilla sobre el colchón, luego la otra,
hasta que alcanzó el centro de la cama, donde la depositó. A continuación se
tumbó junto a ella de costado, incorporado sobre un codo y con la cabeza
apoyada en la mano. Apoyó la otra sobre el vientre firme y liso de ella, con
los dedos extendidos, sujetándola sin ejercer demasiada presión pero
inmovilizándola para poder preguntar:
—¿Quién te he hecho daño, Vashti?
Ella meneó la cabeza.
—Eso no te incumbe.
—Por supuesto que sí. No puedo matarlos si no sé quiénes son.
—No es tu problema.
—¿Cómo que no?
—Hemos follado una vez. No tiene mayor importancia.
—De hecho… —respondió él sonriendo—…, ha sido más bien una
docena de veces. Más o menos.
—Déjalo, cachorro.
—No puedo.
Ella lo miró achicando los ojos.
—Mierda. ¿Qué eres, un maldito boy scout con ganas de salvar el mundo
arreglando todos sus problemas a la vez?
—¿Voy a ayudarte a encontrar a los que mataron a tu compañero, pero no
puedes decirme quién te hizo daño? ¿Te sientes intimidada por mí, Vash? —
insistió él—. ¿Hago que te sientas vulnerable?
—No te hagas ilusiones.
—Entonces explícamelo.
Vash respiró hondo, alzando su musculoso abdomen debajo de la mano de
él.
—Syre se encargó de ello.
—¿De qué?
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—No quiero hablar del tema, Elijah. Está hecho y no hay vuelta atrás. Es
una vieja historia.
—Me lo dirás. —Dijo, mientras deslizaba el pulgar sobre el labio inferior
de ella. Cuando empezó a protestar, se lo metió en la boca—. Puede que hoy
no, pero pronto.
Él soltó un gemido de placer cuando ella le chupó el dedo, rozándoselo
con los dientes. Elijah sintió que su pene se endurecía, recordando lo que
había sentido cuando ella se lo había lamido. Ella le había arrebatado por la
fuerza lo que él le habría dado voluntariamente, pero eso no le había
impedido experimentar placer, pues su deseo era tan intenso que quería
poseerla como fuera. Pero era preciso que la tratara con ternura, una ternura
que ella necesitaba, aunque luchara por evitarla.
Él presionó suavemente el pulgar sobre sus labios para obligarla a
entreabrirlos y agachó la cabeza para lamerle el interior de la boca, apenas lo
suficiente para que ella lo sintiera. Pese al frenesí con que había deseado
devorarla en el aparcamiento la noche anterior, ahora deseaba algo más suave
y dulce.
Ella le agarró por la muñeca.
—No hay tiempo para esto. Tenemos mucho que hacer.
Él apoyó la mano en su mejilla y la besó, un beso profundo y sensual.
Procuró mantener un ritmo pausado cuando ella trató de acelerar las cosas,
resistiéndose a meterle la lengua hasta el fondo como ella le imploraba con
sus quejumbrosos gemidos y su ardiente entusiasmo. En lugar de ello, se
limitó a darle breves y espaciados lametones al tiempo que movía los labios
suavemente sobre los suyos.
Ella sofocó una exclamación de placer, rodeándole la cadera con su larga
y esbelta pierna.
—Deja de jugar conmigo.
Elijah se montó sobre ella y la inmovilizó. Enlazando sus dedos con los
suyos, le sujetó las manos a ambos lados de la cabeza.
—Tenemos que jugar, Vashti. Yo lo necesito. Después de esta última
semana…, de este último y jodido mes.
Ella alzó la cabeza y sostuvo su mirada. Parecía más joven y frágil que
nunca. Era atemporal, un ángel caído que había existido durante milenios.
Había matado a un sinfín de seres, a algunos con saña, como había hecho con
Micah, y mataría a muchos más. Sin embargo parecía tan dulce y relajada en
sus brazos, tan cálida y abierta, vulnerable por un instante debido a una
pesadilla que había evitado afrontar durante décadas. Él se preguntó si
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volvería a tenerla así alguna vez, si siempre se mostraría como anoche,
brutalmente decidida a cosificarlo.
También se preguntó qué coño le importaba, puesto que en cualquier caso
iba a matarla.
—Yo te gusto —murmuró, deslizando la lengua sobre el labio inferior de
ella, carnoso e hinchado debido a sus besos.
—Te deseo, que es muy distinto.
—Tú me gustas.
Vash apartó la cabeza de la boca de él.
—No sigas por ese camino.
—Ojalá pudiera. —Él se colocó cómodamente entre sus muslos—. No
deberías temer que yo te guste. No lo utilizaré en tu contra salvo cuando
necesite follarte. Eso también te gustará, cuando te enseñe cómo van a ser las
cosas entre nosotros, sin las gilipolleces que organizaste anoche. —Él
restregó la nariz contra sus pechos, aspirando el embriagador olor que ella
emanaba y que ahora se mezclaba con el suyo—. El hecho de que nos
gustemos no va a alterar nuestro pacto. Eso también te gusta de mí, ¿verdad?
Que cumpla mi palabra.
Ella le sujetó por la cintura y él emitió un sonido de aprobación. Era un
licano; le gustaba que lo tocaran. Que lo acariciaran.
—Pretendes cabrearme —dijo ella, antes de clavarle un colmillo en el
lóbulo de la oreja.
El dulce aguijonazo de dolor hizo que su pene se hinchara tanto que dolía.
Ante esa provocación, empezó a mover las caderas contra las de ella,
restregándose contra sus partes íntimas.
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Ya lo sabes. —Ella lo rodeó con sus esbeltos brazos—. Y yo también.
Porque él podía manejar a una Vashti cabreada. Era la Vashti a la que
acababa de descubrir, la vampira atormentada, la que le desarmaba. Era fuerte
y valiente. Y ver a una mujer tan magnífica acobardada por el terror que la
invadía, le ofendía profundamente, hacía que sintiera deseos de destrozar algo
o a alguien.
Ella paseó los dedos sobre su columna vertebral, y él emitió un leve
gemido de placer.
—Gracias por irritarme.
—Un gesto vale más que mil palabras. Tócame, Vashti.
—¿Dónde?
—Por todas partes.
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De la forma en que él necesitaba que lo hiciera pero no podía confesar
después de la agitada noche que habían pasado. No le importaba desearla y
que ella le gustara, pero necesitarla era demasiado. No tenía ningún sentido.
Aunque, a decir verdad, él no estaba en su mejor memento. Quizá la violenta
crisis que había sufrido le había dejado tan vulnerable como ella.
Ella gimió cuando él tomó una de sus tetas, sopesándola en la mano, y
siseó cuando se la chupó y pasó la lengua sobre su endurecido pezón.
También era aficionado a lamer.
—Mmm… —Ella arqueó la espalda, oprimiendo sus voluptuosos pechos
contra los labios de él—. Veo que eres hombres de pechos.
Era hombre de Vash, pero él se abstuvo de decírselo. En lugar de ello, se
deleitó aspirando el dulce olor a cerezas que lo enloquecía. Ella respondió
introduciendo sus dedos entre su cabello y masajeándole el cuero cabelludo,
abrazándolo con fuerza. Él cerró los ojos y gimió al tiempo que un escalofrío
le recorría el cuerpo.
—¿Es posible que seas tan fácil de complacer, licano? —preguntó ella
con dulzura.
—¿Por qué no lo compruebas tú misma?
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— Padre.
Syre miró a su hijo, que estaba en el umbral, y bebió un último y profundo
trago de la muñeca que tenía oprimida contra la boca. Luego lamió la herida
para cerrarla y alzó la cabeza para contemplar los ojos azules y aturdidos de la
morena sexi que le había alimentado.
—Bebe un zumo de naranja, Kelly, y échate un par de horas.
La mujer pestañeó, regresando a la realidad. En su boca se dibujó una
sonrisa mientras fijaba la vista en él, sin darse cuenta de que acababa de
aportar medio litro de sangre a su dieta.
—Acompáñame.
—Dentro de unos minutos me reuniré contigo —le prometió él, ilusionado
ante esa perspectiva. Kelly siempre estaba dispuesta a dejarse follar, dado que
había venido a Raceport con el expreso propósito de obtener tanto alcohol y
sexo como pudiera. Él había creado Raceport para convertirlo en el primer
destino para motoristas y sus chicas, pues necesitaba a transeúntes ávidos de
aventuras para alimentar la proliferación de sectas y clanes en la zona. La
abundancia de parejas sexuales era una ventaja complementaria que él no
había considerado al principio, pero que ahora apreciaba.
El sexo era una de las pocas actividades en su vida que le hacían sentir…
humano. Al menos durante un rato.
Con un mohín de disgusto, la joven se levantó y se echó su larga melena
sobre el hombro. Llevaba una camiseta corta que le dejaba la tripa al aire y
unos vaqueros minis recortados que mostraban sus piernas. Sus esbeltos
brazos estaban cubiertos por unas mangas compuestas de tatuajes, y un
diminuto aro de plata colgaba de su ombligo. Syre gozaba contemplando este
espectáculo pese a que no acababa de inspirarle. Prefería otro tipo de mujer,
madura y selectiva, pero hacía tiempo que había comprendido que él
constituía un grave error en la vida de esas mujeres. Únicamente podía
proporcionarles placer físico, que al cabo del tiempo pasaba a ser un dolor
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emocional. De modo que había aprendido a dejar de lado sus preferencias y a
emparejarse con mujeres que se sentían atraídas por él.
—Cuanto antes te vayas, Kelly —dijo Torque secamente—, antes se
reunirá contigo.
Ella se volvió al darse cuenta de que ya no estaban solos en la suite de
Syre. Durante unos momentos pareció enfadarse; luego miró a Torque con
visible interés.
La semejanza entre Syre y Torque era tan escasa que casi ni existía. Al
igual que Shadoe, su hermana gemela, Torque había heredado los rasgos
faciales de su madre. Medía unos quince centímetros menos que Syre, era
delgado de cintura y caderas, pero tenía los muslos, los brazos y el torso
musculosos. Llevaba el pelo muy corto y peinado en unas «púas» que se
inclinaban en todas las direcciones, con las puntas teñidas de un llamativo
color verde. Era un corte de pelo que encajaba con sus ojos rasgados y su
agitado estilo de vida. Torque regentaba una cadena de clubes que ofrecían
refugio a los jóvenes esbirros y al mismo tiempo satisfacían los apetitos de los
viejos vampiros.
Después de pasarse la lengua por los labios, Kelly preguntó:
—¿Por qué no te reúnes con nosotros, Torque?
Este la miró con gesto impávido; la reciente pérdida de su compañera,
Nikki, le había afectado demasiado como para pensar siquiera en el sexo.
—Lo siento. Compartir un coño con Syre me resulta demasiado
incestuoso.
—¿Incestuoso? —La joven frunció el ceño y miró a Syre, quien parecía
tener unos diez años más que Torque, que aparentaba veintitantos—. No me
creo que estéis emparentados.
Syre la miró y murmuró:
—Anda, vete.
Cuando por fin comprendió que era una orden, la joven asintió con la
cabeza y abandonó la habitación con una sonrisa bobalicona.
—Nunca me creen —comentó Torque, dejándose caer sobre una butaca
orejera de cuero negro.
—¿Cómo estás?
—Siempre me preguntas lo mismo.
—Y siempre contestas con evasivas.
Syre comprendía el dolor de su hijo. Lo había experimentado en su propia
piel cuando perdió a su compañera hacía ya mucho tiempo. Y Torque era un
nafil, uno de los hijos nefilim que Syre y los otros Caídos habían creado con
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sus compañeras mortales antes de caer en desgracia. Los nefilim eran en parte
ángeles y en parte mortales. A diferencia de los Caídos o los esbirros, tenían
un alma. Sentían alegría y dolor de una forma mucho más profunda. La
persistente aflicción de Syre era una simple sombra comparado con lo que
debía sentir su amado hijo.
—Estoy hundido —dijo Torque sin rodeos—. El Alfa le ha dicho la
verdad a Vashti: la sangre que hallamos en el lugar del secuestro de Nikki
contenía anticoagulante, lo cual indica que le tendieron una trampa para que
cargara con la culpa. De modo que vuelvo a partir de cero en la búsqueda del
que me la arrebató.
—Daremos con ellos —le prometió Syre, movido por el feroz deseo de
venganza que pulsaba en sus venas. De un tiempo a esta parte era la emoción
que prevalecía en él, mientras el mundo que había construido con tanto afán
se desmoronaba a su alrededor.
—No cuentes con ello. La secta de Anaheim ha sido arrasada. Han
liquidado a todos sus miembros.
Syre espiró emitiendo un sonido sibilante.
—Hay un ángel que se dedica a borrar sus propias huellas. ¿De qué lado
están? Raptan a Lindsay y me la entregan, para luego liquidar a los vampiros
que se ocuparon de entregármela.
—¿Quién coño lo sabe? —La bota de Torque golpeó con rabia el suelo de
madera—. Suponiendo que sea un ángel, no hay ninguna garantía de que sea
un Centinela. El que se la llevó de Angel’s Point podría ser una especie de
demonio alado.
—¿Quién, aparte de un Centinela, tiene acceso a la sangre de licanos
almacenada? —Las instalaciones criogénicas de Adrian estaban bien
custodiadas por Centinelas. Ni siquiera los licanos tenían acceso a sus propias
muestras de sangre.
—De modo que supones que el responsable de los secuestros de Nikki y
de Lindsay es un único individuo.
—La navaja de Occam —murmuró Syre, analizando en su mente los
datos de que disponían.
—Que le den a Occam. Me gustaría meterle su navaja por el culo.
Syre arqueó las cejas y se centró de nuevo en su hijo.
—Utiliza tu furia para reforzar tu concentración.
—Ninguno de nosotros estamos concentrados en el partido, papá. Todos
nos hemos quedado de piedra. —Torque respiró hondo—. Pero el motivo por
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el que he interrumpido tu tentempié vespertino es Vash. Acabo de hablar por
teléfono con Salem. Está preocupado por el Alfa.
—Yo también. —Syre no podía olvidar la imagen de Vash sujeta a un
árbol por aquel licano enfurecido, una especie que ella tenía sobrados motivos
para odiar.
—Anoche se la folló.
Transcurrieron unos momentos mientras el cerebro de Syre se esforzaba
en asimilar lo imposible.
—Ten cuidado con lo que dices sobre ella.
—¿Cómo quieres que te lo diga? —Torque se inclinó hacia delante, apoyó
los codos en las rodillas y enlazó las manos—. Sé lo que Vash siente por los
licanos, y este es sospechoso de haber secuestrado a Nikki.
—Pero todo indica que no es responsable de ello.
—No nos olvidemos del licano que ella torturó para obtener información.
¿Es posible que el Alfa ignore eso o que lo estaba persiguiendo a él cuando lo
mató? ¿Conoces a algún licano que no haya vengado el asesinato de un
compañero de su manada?
—¿Crees que la violó? ¿O que consiguió de alguna forma que ella
cooperara? ¿Es eso lo que te ha dicho Salem? —preguntó Syre con tono grave
y furioso. Esa idea empezó a darle vueltas en la cabeza, suscitando en él una
ferocidad letal.
Era capaz de destruir la Tierra con tal de proteger a Vashti. Ella era su
conciencia, su consejera, su martillo, su embajadora y muchas otras
extensiones de sí mismo. Era la mujer más fuerte que había conocido. Y sin
embargo la había visto hecha pedazos. Destrozada y ultrajada. Durante los
últimos años Vash había conseguido recuperarse, pero las grietas y fisuras
persistían. Aunque otros pensaban que se había vuelto más dura e implacable
que nunca, él sabía que era más frágil. Por ese motivo él se esforzaba —en
contra de todo lo que le dictaba el instinto— en mantenerla en primera línea
de combate. Si ella llegaba a descubrir que él la veía vulnerable por los
ultrajes que le habían infligido, sería un golpe que Syre temía que no pudiera
soportar. El hecho de que él estuviera convencido de su fuerza era lo que
potenciaba la autoestima de Vash.
—Salem no sabe lo que ocurre; por esto me ha llamado. Lo único que
sabe es que practicaron sexo y que el Alfa no dejó que viera a Vash esta
mañana. Le dijo que estaba durmiendo.
Syre se levantó, consciente de que hacía siglos que Vash no dormía.
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—No ha tocado a un hombre desde Charron —le recordó Torque
innecesariamente—. ¿Crees que el primero con el que se acostaría sería un
licano?
—Ordena que preparen mi avión. —Syre se dirigió hacia su dormitorio
para hacer la maleta. Había oído suficiente—. Quiero despegar dentro de una
hora.
Cuando salió de Shred, Vash pestañeó contra el intenso resplandor del sol.
Detrás de ella, Elijah gruñó al sentir el calor de Las Vegas, que aún no había
alcanzado su cota máxima. Los licanos eran unas criaturas muy sensibles, lo
cual —si Vash hubiera pensado con claridad— le habría dado una pista sobre
lo mucho que a Elijah le gustaba que le tocaran. Ahora lo sabía, y maldijo que
la falta de tiempo le impidiera complacerlo en este aspecto. Vash lo tenía
ronroneando de placer cuando Salem volvió para llamar con insistencia a la
puerta de la habitación. Su capitán les había concedido apenas treinta minutos
entre una y otra interrupción, apenas el tiempo suficiente para que Salem
consiguiera que le hicieran una felación mientras telefoneaba a Torque,
llevando el concepto de realizar varias tareas a la vez a límites insospechados.
Si ella hubiera podido…, si hubieran tenido tiempo…, se habría deshecho
de Salem para que Elijah pudiera terminar lo que había comenzado. Ahora se
avergonzaba al recordar lo que le había hecho la noche anterior, movida por
el temor. Su propia vulnerabilidad le había impedido percatarse de la
debilidad que él sentía por ella. El hecho de que ella, una mujer que había
aprendido hacía tiempo a utilizar su atractivo físico contra los hombres, no
reparara en esa susceptibilidad era signo de lo descentrada que estaba. Habría
sido un bálsamo para su cuerpo y su mente hacerlo de nuevo, empezar el día
con una relajante sesión de sexo matutino para borrar la persistente ira de la
noche anterior y recobrar el control de sí misma y de la situación.
Respiró hondo y trató de apartar a Elijah de su mente. Cuando llegó junto
al Jeep seguida por Salem, se dio cuenta de que el Alfa no estaba con ellos. Al
volverse para averiguar dónde se había metido lo vio girando lentamente en
círculos, con la cabeza inclinada hacia atrás y olfateando el aire. Había algo
en su postura que la alarmó. Tomó una de sus katanas y su móvil del asiento
posterior y regresó junto a él.
—¿Qué ocurre? —Vash aspiró profundamente, pero su olfato no era tan
agudo como el del licano.
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Cuando se guardó el móvil en el escote de su top, él se volvió hacia ella
con gesto serio.
—Un infectado. A unas dos manzanas de aquí. Al norte de donde nos
encontramos.
Tras quitarse la camiseta por la cabeza, Elijah se despojó rápidamente de
sus botas y dejó caer sus vaqueros al suelo. En un instante se había convertido
en un lobo, una bestia gigantesca y majestuosa. Al cabo de un momento,
desapareció.
Ella echó a correr tras él, siguiendo su olor que parecía tener grabado en
sus sentidos. Era vagamente consciente de que Salem estaba junto a ella.
Llevaban tanto tiempo cazando juntos que aquello les salía de forma natural.
Él empezó a explorar la zona en sentido contrario a ella, sorteando obstáculos
como contenedores de basura y cajas desechadas. Sin necesidad de una señal
entre ellos, avanzaron hacia los muros, corriendo en sentido opuesto el uno
del otro. El viento agitaba la melena de Vash y sus tacones de aguja se
clavaban en el estuco, haciendo que unos pedazos del muro cayeran al suelo.
Y mientras corría, no podía dejar de pensar que Elijah se había lanzado a
la caza de un vampiro sin pensárselo dos veces. Un miembro de su especie.
Como si fuera algo instintivo para él cuando lo cierto era que simplemente
había sido adiestrado. Por Adrian.
¿Cómo era posible que ella no se hubiera percatado de algo tan
importante?
Al doblar la esquina oyó el estruendo de vidrio al romperse. La cola de
Elijah, que desapareció por la ventana rota, y su olor, le indicó dónde se
encontraba. Era un edificio en construcción; la mayoría de las ventanas aún
ostentaban la pegatina del fabricante. Salem saltó a través de la primera,
ensanchando la abertura. Vash saltó tras él, agachando la cabeza para no
lastimarse y aterrizando de pie. De pronto se quedó helada.
Los obreros que tendrían que haber estado trabajando en el lugar yacían
en el suelo. Despedazados.
Salem soltó una maldición. Elijah estaba en cuclillas, gruñendo.
El suelo de hormigón estaba cubierto de sangre y vísceras. Las
extremidades y cabezas de las víctimas estaban diseminadas por todo el
espacio, o a punto de ser devoradas por al menos una docena de espectros que
echaban espuma por la boca. Sus ojos inyectados en sangre relucían, mientras
olisqueaban nerviosamente al percibir el olor a carne fresca.
Vash había visto una carnicería semejante en otra ocasión, cuando un
esbirro renegado, enloquecido por el deterioro de su alma mortal, había
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transformado a todos los miembros de su familia. Instigados por su sed de
sangre inicial después de la Transformación, habían emprendido una matanza
salvaje, que acabó con el vecindario entero.
Dios. Nunca se acostumbraría a aquel espectáculo tan devastador.
Uno de los espectros se apartó de los demás. Corría de un lado a otro
encorvado y arrastrando los pies, trazando un sendero semicircular en la
sangre. Tenía los ojos fijos en Elijah, que los rondaba con inquieta energía.
Con las orejas pegadas a la cabeza, el Alfa emitía unos sonidos
amenazadores.
El vampiro infectado miró a Vash y a Salem.
—Largaos. Fuera.
Pronunció las palabras con una voz tan gutural que Vash tardó un
momento en comprender lo que decía.
—Joder. ¿Ese espectro acaba de hablar?
Mientras Vash analizaba la posibilidad de una función cerebral superior,
el espectro saltó unos seis metros a través de la habitación… en su dirección.
Sobresaltada, Vash alzó su katana, consciente de que había tardado
demasiado en reaccionar y preparada para recibir el impacto.
Elijah interceptó el asalto en el aire, extendiendo sus garras y atrapando al
espectro en un punto entre el hombro y el cuello. Un angustioso chasquido
reverberó a través del espacio, provocando una reacción inesperada: la
manada de espectros sedientos de sangre abandonaron su festín y se
abalanzaron en masa sobre el poderoso licano.
Vashti saltó sobre el grupo con un grito de furia, abatiendo a todo aquel
que se interponía en su camino. Salem hizo lo propio, utilizando solo sus
manos, partiendo cabezas y cuellos a diestro y siniestro. Ninguno de los
espectros fue a por ellos. Estaban amontonados sobre Elijah, ignorando a los
vampiros recién llegados, lo que demostraba que carecían de instinto de
supervivencia. Sacudiendo la cabeza con furia, Elijah arrojó a un espectro tras
otro sobre los cuerpos que se retorcían a su alrededor, sus gruñidos y ladridos
sofocados por los enloquecidos alaridos de sus atacantes.
Vash se abrió paso hacia el centro a golpes de katana, el corazón
latiéndole con violencia al perder completamente de vista a Elijah. Los
chorros de sangre le impedían ver con claridad mientras avanzaba. Se enjugó
los ojos, tratando de localizar a Elijah entre la masacre, gritando su nombre.
El alarido de dolor que este soltó la removió por dentro. Fue un grito de
agonía que la hizo reaccionar.
—¡Salem! ¡Maldita sea, ayúdale!
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—No consigo llegar a él. Mierda. ¡Lo estoy intentando!
Agarrando a los espectros por la cabeza con tal fuerza que arrancaba
puñados de cabello entrecano, Vash les obligó a soltar a su licano y los
decapitó, sintiendo un nudo en el estómago al ver mechones de pelo
ensangrentado pegados a sus bocas cubiertas de espuma.
De pronto se oyó un grito desgarrador, seguido de otro.
No era Elijah. La voz era menos grave que la suya. Joder. Vash estaba tan
aterrorizada que la habitación empezó a girar a su alrededor.
Apartó violentamente a otro espectro y entonces vio a Elijah en el espacio
que ella había despejado. El espectro al que había agarrado se desplomó y
empezó a convulsionarse. Otro espectro se apartó con espasmos. Y luego
otro.
De repente los escasos miembros de la manada de espectros ávidos de
sangre que quedaban se apartaron del licano caído. Uno a uno fueron cayendo
al suelo boca arriba y, como peces fuera del agua, empezaron a retorcerse con
los ojos en blanco y la boca llena de espuma. El que había hablado se agarró
la cabeza, gimiendo. De repente, calló y se desplomó, inconsciente.
O muerto.
Al ver que no había movimiento alguno en el lago de sangre, Vash dejó
caer la katana y se arrodilló junto a Elijah, quien yacía de costado, resollando,
su pelaje apelmazado y su cuerpo cubierto de profundas heridas. Ella alargó la
mano, para consolarlo, pero no sabía cómo hacerlo.
—¡No le toques! —Salem avanzó hacia ellos apartando los cuerpos a
puntapiés.
Elijah emitió un gruñido ronco de advertencia.
—Es un animal herido, Vash. Sabes que no debes tocarlo.
Sí, ella lo sabía. Los licanos eran de una ferocidad temible cuando se
sentían más vulnerables. Pero cuando miró los ojos verdes del lobo, vio al
hombre. El hombre que la había dominado durante una larga noche y que, por
la mañana, se habían rendido a sus caricias.
—¿Puedes transformarte? —preguntó en voz baja, consciente de que el
proceso de cambiar de forma cicatrizaría algunas de sus heridas y refrenaría la
pérdida de sangre.
Él cerró los ojos y emitió un suspiro entrecortado. Permaneció inmóvil
durante tanto tiempo que ella temió haberlo perdido.
—¡Elijah! —grito Vash. El terror en su voz hizo que sonara áspera. Sin
importarle el riesgo que corría, le acarició con cautela la cabeza. Él abrió los
ojos lentamente, mostrando unos iris que no enfocaban bien—. Cambia de
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forma. Ahora. Eres un arrogante hijo de puta y puedes hacerlo. Eres
demasiado obstinado como para dejar que un par de vampiros enfermos te
derroten.
Los gruñidos de él se intensificaron, dando a Vash renovadas esperanzas.
—Vash… —Salem apoyó la mano en su hombro.
Elijah alzó la cabeza y soltó otro gruñido, enseñando los dientes.
Salem se apresuró a retirar la mano.
—Maldito perro rabioso.
—Salem tendrá que cuidar de mí si tú no puedes hacerlo —dijo Vash con
tono persuasivo, tratando de reprimir otro ataque de pánico—. Raze también.
Quizás incluso ese niño bonito cuya verga estuve a punto de chupar anoche…
Los ojos de Elijah se encendieron. Empezó a vibrar, como si unas oleadas
de calor se alzaran del asfalto abrasado por el sol. Durante un instante
permaneció en un estado intermedio, oscilando entre la forma humana y la del
lobo. Luego, expeliendo aire con todas sus fuerzas, apareció ante ella como
un hombre desnudo y gravemente herido.
—Ve a por el coche —ordenó Vash a Salem mientras sostenía la cabeza
de Elijah en su regazo.
Salem se alejó a tal velocidad que provocó una corriente de aire. Los
cuerpos de los espectros que yacían alrededor de ella empezaron a emitir
ruidos guturales y a estremecerse. Pudo contemplar, horrorizada, cómo se
desintegraban en unos charcos de una sustancia viscosa como la brea.
—¡Puaj!
—Eh, que no estoy tan… mal como parece —murmuró Elijah, con los
ojos todavía cerrados.
—Por supuesto que no. —Pero la sangre que no era suya aparecía ahora
claramente diferenciada por su color de obsidiana, dejando demasiadas
manchas rojas sobre su lacerada piel. Unos finos hilos de sangre se deslizaban
sobre el regazo de ella y creaban pequeños surcos en la sustancia negra y
viscosa—. Maldito idiota. Deja de hacerte el héroe y de protegerme. Puedo
cuidar de mí misma.
—¿Y dejar que solo te diviertas tú?
Vash sintió un dolor en el pecho. Se llevó la muñeca a la boca, perforó la
vena con sus colmillos y oprimió la sangrante herida contra la boca de él.
Elijah se atragantó, resistiéndose débilmente, pero ella no cedió, pellizcándole
la nariz para obligarlo a tragar. Un sorbo. Dos. Tres. Las protestas de él se
acrecentaron y ella apartó la muñeca de sus labios, lamiéndosela para cerrar la
herida.
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—Si me transformas en un vampiro —dijo él con voz ronca—, tú serás la
primera a la que dejaré seca.
—Primero tendrás que reducirme.
Ella le enjugó el sudor y le apartó los mechones manchados de sangre de
la frente. El corazón de Elijah latía con demasiada fuerza para transformarse,
pero ¿y si ella hubiera esperado unos minutos más…? Vash desechó ese
pensamiento.
—Este afán de cuidarme… Es casi como aceptar verbalmente que te
gusto.
—¡Ja! —Ella sintió que los ojos le escocían, pero se dijo que era debido a
las gotas de sangre que le habían salpicado la cara. No podía dejar de tocarlo,
deslizando las yemas de los dedos sobre su rostro y acariciándole el cuero
cabelludo—. ¿Has montado este numerito solo para que me compadezca de
ti?
—¿Qué culpa tengo de imaginar lo imponente que estarías con uno de
esos uniformes de enfermera tan sexis? —replicó él, con la respiración
entrecortada.
Esos comentarios jocosos le partían a ella el corazón, consciente del
esfuerzo que suponía para él hablar. Pero no se ablandó. Pese a que era un
suplicio contemplarlo, el dolor que experimentaba Elijah mantenía su ritmo
cardíaco elevado, lo que contribuía a bombear la sangre de ella a través de sus
venas. No era un remedio curativo tan potente como la sangre pura de un
serafín, pero agilizaría el proceso de curación.
—¿Quién iba a decir que yo pudiera ser tan popular? —comentó él con
voz entrecortada—. Debe de ser por ti, cariño. Quieres un pedazo de mí…, y
ahora todos quieren uno.
Tenía que haber sido aquel espectro que aún conservaba alguna neurona
intacta quien había tendido la trampa a Elijah. Vash estaba segura de ello.
Había instigado la persecución que los había conducido hasta aquella
emboscada y luego había provocado a Elijah atacando a la mujer impregnada
de su olor.
«El instinto puro altera la función cerebral superior», había dicho Grace.
—No han sido imaginaciones mías, ¿no? —preguntó ella, comprobando
que el charco del espectro con cerebro, a diferencia de los otros, tenía cierta
forma. Parecía como si se deteriorara más lentamente—. Ha hablado,
¿verdad?
—Sí. El muy cabrón.
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—Yo tenía entendido que esas criaturas tenían el cerebro hecho polvo.
Las luces están encendidas pero no hay nadie en casa.
—Tu amiga…, Nikki…, habló.
Vash se tensó.
—¿Qué dijo?
—Nada que merezca la pena recordar, pero habló en inglés.
—Ya. —Vash se sobresaltó cuando su teléfono móvil empezó a sonar.
—Tu teta está sonando.
Al sacar el móvil de su escote, Vash vio el nombre de Syre en el
identificador de llamadas y se apresuró a activar el vídeo.
—Syre.
Su hermoso rostro apareció en la pantalla con el ceño fruncido. Luego
palideció.
—Dios mío… ¿Qué te ha ocurrido? ¿Dónde estás? Ese licano está muerto,
Vashti. Le haré pedazos.
—Ponte a la cola —masculló Elijah.
Al darse cuenta del aspecto que debía presentar, cubierta de sangre, ella se
apresuró a decir:
—Tuvimos un encontronazo con unos espectros en Las Vegas y la
situación se complicó, pero estoy bien.
—Dime dónde estás y llegaré en menos de treinta minutos. Tengo un
helicóptero esperándome.
—¿Dónde estás tú?
—En McCarran. Acabo de aterrizar.
—Gracias a Dios. —Vash soltó un suspiro de alivio—. Espera allí.
Enviaré a Salem con Elijah para que los lleves al almacén. Elijah necesita
tratamiento médico, y allí podemos administrárselo.
Syre achicó los ojos.
—¿El Alfa?
—Sí.
—¿Dónde estarás tú?
Vash no reveló sus intenciones en voz alta, pues no quería que nada diera
al traste con sus planes.
—Tengo que ocuparme de algo.
—De mí —dijo Elijah, abriendo los ojos y fijándolos en los de ella.
Sí, pensó ella. De ti.
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—He disfrutado observando cómo dormías, neshama.
Mi alma. Este afectuoso apelativo seguía sorprendiendo e impresionando
a Lindsay. ¿Cómo podía ser el alma de este hombre…, de este ángel? Escrutó
sus facciones, sintiendo que su belleza morena y seductora le producía un
nudo en el pecho. Su cabello negro como la tinta enmarcaba un rostro tan
ferozmente varonil, que el mero hecho de contemplarlo la excitaba. Unas bien
dibujadas cejas y espesas pestañas enmarcaban unos ojos de un cerúleo
sobrenatural, el límpido azul que se encuentra en el corazón de una llama.
A menudo Lindsay olvidaba que él era un poderoso ser alado que no
pertenecía a este mundo. Cuando acariciaba con sus manos y su boca ese
cuerpo increíblemente perfecto, reverenciando la cálida piel aceitunada que
recubría sus tensos músculos, la febril reacción que él mostraba le hacía
parecer demasiado humano. Su voz cuando hablaba con ella en privado, en
persona o mentalmente… La forma en que la acariciaba…, la besuqueaba…,
la abrazaba cuando se acostaban en el lecho que compartían… Para ella era
tan solo un hombre. Terrenal, sensual e intensamente ardiente.
«Adrian, amor mío», pensó ella, sintiendo que la culpa y los
remordimientos empañaban su felicidad. Él era el mayor regalo que había
recibido en su vida, su solaz y mayor placer. Y ella le recompensaba por esa
felicidad constituyendo una tragedia en su vida, una debilidad y un pecado
por los que temía que algún día él tendría que pagar un precio demasiado alto.
—Basta. —La voz de Adrian tenía una tonalidad seductora y a la vez
áspera y furiosa, fruto de su insólita naturaleza.
Avergonzada de que él hubiera oído sus patéticas reflexiones, Lindsay
trató de retirar la mano de la suya para romper la conexión. Pero él la sujetó
con firmeza, su seductora boca contraída en un rictus de determinación.
—Quizá debería demostrarte cuánto solaz y placer me proporcionas a
cambio. Quizás el recuerdo se ha desvanecido en las horas que han pasado
desde que me dejaste exhausto. En tal caso, tendré que esforzarme en
producirte una impresión más indeleble.
Ella se estremeció y fijó los ojos, sin poder evitarlo, en la gruesa vena que
pulsaba con fuerza en el cuello de él. Se humedeció los labios, su sangre
caliente por el deseo que sentía por él. Poco antes de dormirse había bebido su
sangre de la vena de su muñeca, pero tenía un hambre insaciable, tanto de su
sangre como de su fabuloso cuerpo.
—Sexo —murmuró, abrumada por las repentinas ansias de poseerlo, de
tenerlo. La elevada temperatura en el interior del coche no hizo sino
intensificar su deseo. La constante evolución de la Transformación que ella
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había experimentado la convertía en una criatura táctil, que respondía con
rapidez, y a menudo de forma imprevista, a los estímulos externos. Cuando
hubiera superado la etapa de neófita y hubiera alcanzado la madurez, cosas
como la temperatura externa no la afectarían, pero ahora todo excitaba su
deseo carnal.
—Amor —le corrigió él, acariciándole la mejilla con la mano que tenía
libre e inclinándose hacia ella—. Expresado físicamente.
—Repetidamente.
—Desde luego —murmuró él, deslizando la boca suavemente sobre la de
ella—. Cada día me enseñas cómo amar de formas muy distintas. Yo creí que
lo sabía, pero estaba equivocado.
Ella se esforzó en reprimir una punzada de celos de Shadoe, la hija nafil
de Syre a la que Adrian había amado durante siglos. A lo largo de numerosas
reencarnaciones. La última había sido ella misma. Y sin embargo, frente a la
culminación de su incesante búsqueda para poseer a Shadoe, él la había
elegido a ella, a Lindsay. Esta se preguntó si alguna vez lograría comprender
el motivo.
Él movió los labios sobre los suyos.
—Porque tú me enseñaste lo que significa el amor auténtico ofreciéndome
el tuyo generosamente. Yo no estaba hecho para el amor. No formaba parte de
mi naturaleza. No sabía lo que era, lo que buscaba, lo que necesitaba. No
tenía ningún punto de referencia, ningún ejemplo, nada. Hasta que llegaste tú.
Adrian oprimió su boca contra la de ella en un beso profundo y
apasionado, acariciándole la lengua con la suya; el ritmo pausado de sus
movimientos y su absoluto control eran una promesa claramente erótica de lo
que se proponía hacer con ella.
Ella gimió, emitiendo un sonido que era un ruego y una rendición al
mismo tiempo.
Adrian alzó la cabeza y la observó con ojos entreabiertos mientras
acariciaba suavemente con el pulgar sus hinchados labios y los colmillos que
asomaban a través de ellos.
—Shadoe me poseía. Yo estaba consumido por su hambre voraz y su
convencimiento de que tenía que ser suyo. Yo estaba vacío, neshama. Era un
ser carente de toda emoción. Cuando consigues algo de la nada, es imposible
saber si es bueno o malo para ti. Solo sabes que si perdieras lo que tienes
volverías a quedarte sin nada. Ella me procuró dolor emocional y placer
físico, y yo me aferré a esas cosas aunque lo que deseaba por encima de todo
era poder retroceder y hacer una elección distinta.
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—No sigas. —El tormento que denotaba la voz de Adrian la hería
profundamente.
—Pero tú, Lindsay, amor mío, me haces feliz. Llenas el vacío que hay en
mí y que no sabía que existía. El placer de tus caricias es la agonía más dulce,
porque nunca es suficiente. Nunca será suficiente para mí. Por muchas veces
que te posea, siempre desearé más. Lo que siento por ti me consume. No
podría vivir sin ello. No podría vivir sin ti.
Lindsay apoyó la frente sobre la suya.
—Yo también aprendo. Más despacio que tú, pero no tardaré en
alcanzarte.
—Ella me convirtió en un hombre —murmuró Adrian, deslizando la
lengua sobre el labio inferior de ella—. Tú me has hecho humano.
Ella rompió a llorar, dejando que las lágrimas rodaran libremente por sus
mejillas. Eso era lo que más temía, haber dañado algo insustituible.
«Tú me has hecho más fuerte de lo que jamás he sido. Ella me destruyó;
tú me has reconstruido. ¿Es posible que no lo sepas, neshama? Dime cómo
quieres que te lo demuestre».
—Ya lo haces. Maravillosamente. Es la Transformación, Adrian. Es como
el síndrome premenstrual pero mil veces más agudo. Tengo frecuentes
cambios de humor. Antojos. No puedo controlar mi deseo sexual. ¡Dios, no sé
cómo me soportas!
—Lo hago encantado. —Él trazó con sus hábiles dedos un dibujo circular
sobre el sensible punto situado detrás de la oreja de ella—. No cambiaría nada
en ti.
Ella se volvió hacia él y sostuvo su intensa mirada.
—Te amo.
—Lo sé. —La sonrisa de Adrian era tan potentemente sexual y tierna que
ella sintió que se humedecía.
—Vuelvo a desearte. Ahora.
—Siempre. Soy tuyo. —Él miró el reloj del salpicadero—. Tenemos el
tiempo justo antes de que los otros se reúnan con nosotros.
Habían partido una hora y media antes que los dos licanos que les
acompañarían, para poder gozar de cierta intimidad. Pero ella lo había
estropeado todo quedándose dormida dos horas después de haber partido.
Lindsay arrugó la nariz.
—¿Cómo vas a cumplir con tus obligaciones cuando yo alcance un
estadio en que no necesite dormir? No puedo dejar de tocarte…
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Él se bajó del coche y rodeó el capó hacia la puerta del copiloto antes de
que ella pudiera reaccionar. La risa de Adrian penetró en su mente mientras
este le ofrecía la mano para ayudarla a salir.
—Lo que vayamos a hacer el uno con el otro durante las noches en vela
no es algo que me preocupe.
Al contemplar la bonita casa pero de aspecto corriente frente a ella,
Lindsay preguntó:
—¿Dónde estamos?
—En la casa de Helena.
Lindsay le apretó la mano. Sabía cuánto le atormentaba haber perdido a
una de sus Centinelas más queridas y cercanas a él.
—¿Vamos a alojarnos aquí? ¿No sería mejor el Mondego? —sugirió ella,
pensando en el glamouroso hotel y casino de Raguel Gadara, un hombre
conocido en todo el mundo como un magnate de la industria inmobiliaria y el
mundo del espectáculo. En los círculos celestiales, era conocido como uno de
los siete arcángeles que estaban en la Tierra, cuyo territorio abarcaba toda
Norteamérica. Gadara, que estaba dos esferas y varios escalones en la
jerarquía angélica por debajo de Adrian, era ambicioso en sus dos vidas.
—¿Después de la que organizó la última vez? No. —Aunque no alzó la
voz, la firmeza en el tono de Adrian era inconfundible—. Raguel es un tipo
problemático. Solo quiero su sangre.
Lindsay sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Adrian se había
expresado de un modo que sonaba a una amenaza tanto figurativa como
literal, lo cual era un mal augurio para Gadara. Se preguntó si la inquina que
Adrian sentía por él tenía algo que ver con el hecho de que Gadara la hubiera
ayudado a huir hacía unas semanas de Adrian y de los sentimientos
prohibidos que este le inspiraba.
—Raguel se basta y sobra para meterse en problemas —respondió Adrian.
Tomando la mano de Lindsay y enlazando sus dedos con los suyos, la
condujo hacia la puerta de entrada.
La fuerza con la que él sujetaba su mano no era una señal de inquietud,
aunque ella era consciente de lo duro que debía de ser para él visitar ese lugar.
Helena había sido muy especial para él. Adrian consideraba que era pura de
intenciones y de una fe inquebrantable. Ella había sido la prueba de que los
Centinelas no estaban destinados a fracasar sistemáticamente en su misión,
que las transgresiones que él había cometido con Shadoe y con Lindsay eran
sus fracasos, no los de todos.
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Pero Helena se había enamorado del licano que la custodiaba y había
sacrificado su vida para estar con él, destruyendo esa tierna esperanza.
Adrian abrió la puerta y entraron. Cuando tecleó el código de acceso en el
panel del sistema de seguridad, ella frunció el ceño.
—¿Vive alguien aquí?
Él echó un vistazo a la habitación.
—Buena pregunta. Aquí hace una temperatura fresca y agradable, ¿no?
—Sí, eso mismo pienso yo. ¿Por qué está conectado el aire
acondicionado?
Lindsay pasó junto a él y se adentró en la sala de estar. Una pasarela de
cristal dividía el techo abovedado, comunicando las habitaciones sobre el
garaje con una habitación sobre la cocina. Unos ventanales cuadrados junto al
techo permitían que la luz entrara a raudales, creando un ambiente abierto y
aireado en la pequeña y acogedora vivienda.
Lindsay olfateó el aire y agarró a Adrian por la muñeca, transmitiéndole
sus pensamientos. «No huele a humedad, como debería oler una casa que ha
permanecido cerrada. Y las plantas tienen un aspecto saludable».
De la espalda de Adrian brotaron unas relucientes espirales de humo que
fueron tomando la forma y consistencia de unas alas. Unas alas preciosas, del
color de la sangre. Pese a su suave tacto eran mortíferas, capaces de cortar lo
que fuera con la precisión de la mejor espada. Si ella olvidaba alguna vez lo
peligroso que era él, esas alas se lo recordarían, pues le había visto desviar
con ellas la trayectoria de una bala. Él era un ser creado para la guerra, un
ejecutor de la ley tan poderoso que utilizaba como arma el puño de Dios.
—Subiré a registrar el piso de arriba —dijo él—. Por favor, ten cuidado.
Lindsay se preguntó, por enésima vez, si él sabía lo mucho que
significaba para ella que confiara en su capacidad de defenderse. Era un
hombre posesivo y se preocupaba con ferocidad por el bienestar de ella. Sin
embargo, sabía que si trataba de restringir sus movimientos o la agobiaba solo
conseguiría resentimiento y amargura. Ella no era como él y nunca lo sería,
pero no podía ocultarse detrás de sus alas y mirarse en el espejo sin
avergonzarse. Pese a la enorme diferencia entre las habilidades y las armas
naturales que ambos poseían, tenían que afrontar sus batallas codo con codo o
no habría esperanza para ellos como pareja. Adrian lo comprendía y hacía
concesiones a fin de conservar ese precario equilibrio entre ellos, aunque ella
era consciente del esfuerzo que suponía para él.
Lindsay se concentró e hizo que sus colmillos descendieran y sus garras
se extendieran. Aún no se había acostumbrado a lo que era: un monstruo; una
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de esas criaturas por las que había aprendido a luchar para así poder matarlas
y vengar el asesinato de su madre. Adaptarse a su nueva identidad le resultaba
difícil, pero en algunas ocasiones —como en esta— apreciaba las ventajas
que ofrecía.
Adrian se movió con rapidez y sigilo. Llegó en un abrir y cerrar de ojos a
la pasarela de cristal. Si unos vagabundos se habían instalado en la casa, iban
a llevarse el susto de sus vidas. Quizá les sirviera de escarmiento para no
volver a ocupar la vivienda de otra persona.
Lindsay atravesó el arco de la entrada que daba acceso a la sala de
estar/cocina. Era un espacio reducido pero acogedor. Un pequeño comedor
ocupaba un rincón frente a una ventana que daba al jardín trasero, y había un
sofá situado frente al televisor de plasma colgado en la pared, sobre una
pequeña chimenea de gas. Todo exhalaba un apacible aire doméstico que la
calmó lo suficiente como para que sus garras se ocultaran de forma
espontánea. De pronto, mientras trataba de asimilar su falta de control sobre
su cuerpo, se fijó en una fotografía de Adrian y Helena que había sobre la
repisa de la chimenea. Se distrajo por un segundo, pero fue una distracción
fatal.
—Hola, Lindsay.
Un atroz dolor en el hombro la hizo caer de rodillas soltando un grito de
agonía. Mareada, contempló el pequeño cuchillo que tenía clavado en el
hombro, donde su piel ardía. A continuación alzó la cabeza y vio el rostro que
la atormentaba en sus pesadillas.
—Vashti.
Los recuerdos que tenía Lindsay del asesinato de su madre eran muy
vagos —eran más bien unas impresiones y sensaciones que imágenes
auténticas—, pero Vash era una mujer difícil de olvidar. El llamativo color
rojo de su cabello y su afición por vestirse con unas prendas negras tan
ajustadas que parecían que se las hubieran pintado encima, la convertían casi
en la caricatura de una superheroína de un libro de cómics. Pero cuando
Lindsay había mordido a Vashti en el cuello y había ingerido su sangre de
vampira, había contemplado los recuerdos que contenía esa sangre y el brutal
asesinato de Rachel Gibson no figuraba entre ellos. Vash era la viva imagen
de la asesina de su madre, pero nada más. No obstante, Lindsay no podía
reprimir el terror y la repugnancia que experimentaba cada vez que veía a la
vampira.
Un temor residual le dio fuerzas para arrancarse el cuchillo del brazo, pero
reaccionó con demasiada lentitud. En una fracción de segundo se encontró de
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pie, sujeta por la espalda por Vashti, que había colocado otro cuchillo de plata
—una daga— contra su cuello.
—Suéltala, Vashti. —La voz de Adrian era tan fría como modulada, su
rostro impasible en el momento en que apareció en el umbral entre la cocina y
la sala de estar.
Lindsay no se dejó engañar por su talante sereno. Con sus exacerbados
sentidos, percibió la confusión y la furia de Adrian que saturaba el ambiente;
una tempestad que acababa de desencadenarse.
—Qué sorpresa tan inesperada —dijo Vash, hablando por encima del
hombro de Lindsay, sus rostros casi mejilla contra mejilla—. Esperaba a
Helena, pero me alegro de toparme con vosotros.
—Suéltala —repitió Adrian, avanzando un paso—. Te lo advierto, Vash.
No volveré a hacerlo.
—Es débil como una criatura. —Vash se movió, colocándose de forma
que tanto Lindsay como la isla de la cocina se interpusieran entre ella y
Adrian—. Los novatos son como bebés, ya sabes. Se sienten perdidos en sus
cuerpos, abrumados por sus sentidos, fáciles de lastimar. Ella debería estar
con el resto de nosotros. Podemos enseñarle a sobrevivir.
—¿Qué parte de «es mía» no comprendes?
—Por más que te fastidie, también es mía y en estos momentos es una
esbirra que va por libre. Tengo derecho a matarla. Como sabes, los vampiros
nos protegemos a nosotros mismos.
—Y no hacéis más que cagarla.
—Tenemos que dejaros alguna tarea a vosotros.
Adrian emitió un profundo suspiro.
—¿Qué quieres, Vashti?
—El feroz y poderoso Adrian se rinde… por una vampira. Ojalá tuviera
tiempo para gozar de este espectáculo. —Vash tomó un objeto de la encimera
y se lo arrojó a Adrian, que lo atrapó al vuelo—. Pero tengo prisa. Llénala.
Al ver lo que era, Lindsay empezó a luchar para soltarse.
Una bolsa de sangre.
—No lo hagas —dijo, comprendiendo lo peligrosa que era esa
confrontación. Si Vash había averiguado los efectos de la sangre de los
Centinelas sobre los vampiros infectados y quería poner a prueba la cura, el
descubrimiento podría poner en peligro las vidas de todos los seres en la
Tierra. Pese a su reducido número, los Centinelas conseguían controlar la
población de vampiros, salvando un sinfín de vidas mortales. Si sus enemigos
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lograban exterminarlos para obtener su sangre, el mundo entero sufriría las
consecuencias.
—Qué noble y abnegado —murmuró Vash con desdén—. Y
completamente estúpido. La desvalida novata se sacrifica por el poderoso
Centinela. Sois tan imbéciles que me provocáis náuseas.
Adrian avanzó otro paso hacia ellas.
—Hubo una época en la que tú sabías lo que significaba amar.
—No des un paso más o la mato. —La parte ancha de la daga rozó el
cuello de Lindsay, haciendo que se estremeciera—. No creas que no lo haré.
Mi vida no significa nada para mí, ya lo sabes.
Lindsay miró a Adrian sin pestañear.
—No lo hagas.
Vash oprimió los labios contra la oreja de Lindsay como si fuera su
amante.
—¿Elijah no vale nada para ti? ¿O es que vuestra amistad era una patraña?
Lindsay se tensó al tiempo que su respiración se aceleraba. El olor
familiar que había hecho que sus garras se ocultaran era el olor de Elijah. Y
Vash estaba impregnada de él.
—¿Qué le has hecho?
—Lo que está hecho puede deshacerse… con un poco de sangre de
Centinela.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Lindsay. No había hablado con Elijah
desde que él se había sublevado. No tenía ni idea de por qué lo había hecho o
si eso les convertía en enemigos.
«Pero no importa», pensó con tristeza. Lo que Elijah y ella fueran ahora el
uno para el otro quizás era un misterio, pero no lo que había sido
anteriormente. Él había sido un amigo y un compañero en quien ella podía
confiar cuando necesitaba uno. No soportaba la idea de que sufriera.
—Quizá muera —prosiguió Vash—. Esto quizá sea lo único que puede
salvarlo.
Lindsay tragó saliva sin apartar la vista de Adrian, que sin duda había
oído cada palabra.
—Tu sangre es casi tan eficaz como la mía, Vash. —Adrian flexionó las
alas, un signo que Lindsay reconoció como nerviosismo—. Si quieres
salvarlo, hazlo tú.
—Le he dado lo que he podido.
—Si eso no ha bastado, dalo por muerto.
Lindsay sintió un nudo en el estómago.
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—Llévame contigo. Yo seré tu bolsa de sangre. Soy más fácil de
transportar y no se derramará una sola gota.
—No, Lindsay.
Un observador ajeno habría pensado que Adrian se mostraba
imperturbable ante lo que la joven acababa de decir. Pero la resonancia de sus
palabras la impactaron con la fuerza de un camión articulado, provocándole
una fuerte descarga eléctrica.
Vash relajó la mano con que la sujetaba una fracción de segundo.
—¿Cuánto hace que te alimentaste de él?
Lindsay tardó unos momentos en responder debido a la fuerza con que
Adrian trataba de impedírselo.
—Hace tres horas.
—Vashti. —La voz de Adrian reverberó por la habitación como un
trueno.
El mundo estalló en una lluvia de cristales. Lindsay salió disparada de la
casa hacia la calle…, o eso le pareció. Cuando el mundo volvió a su sitio, se
dio cuenta de que Vash había saltado con ella a través de la puerta de cristal y
sobre la tapia…, hacia un descapotable que esperaba junto a la casa. Partieron
como una bala perseguidas por Adrian, que les pisaba los talones.
Un relámpago rasgó el cielo y cayó sobre el asfalto frente al coche.
Maldiciendo, Vash giró el volante hacia la izquierda y dobló la esquina
con un chirrido de neumáticos, intentando evitar subirse a la acera y chocar
con una farola.
—Más vale que sujetes el volante cuando llegue el momento —dijo la
vampira—. Si no lo haces, tú serás la única que muera.
Lindsay, que se sentía enferma debido a los prolongados efectos de la
plata, asió la manija de la puerta y trató de activar su trastocado cerebro.
Adrian aterrizó sobre el maletero con un violento estrépito, clavando sus
pies en el metal.
—¡Ahora! —gritó Vash, desviando el brazo que Adrian tenía extendido y
abalanzándose hacia él entre los dos asientos delanteros.
Lindsay se lanzó por encima del cambio de marchas y agarró el volante.
Su brusco movimiento hizo que el coche derrapara hacia la derecha y luego
hacia la izquierda, mientras ella intentaba enderezar la trayectoria tumbada de
costado. Adrian salió disparado del vehículo.
Vash se desplomó sobre el asiento trasero maldiciendo.
—¡Conduce en línea recta, maldita sea! Dirígete al Strip. Él no tendrá más
remedio que dejarnos en paz.
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Una sombra gigantesca oscureció el cielo cuando Adrian bajó de nuevo en
picado sobre el coche.
Lindsay era consciente de que huía de su razón de vivir, de la única
persona sin la que no podría vivir. Pero lo hacía justamente por eso. La sangre
de Adrian era demasiado valiosa —y las repercusiones demasiado
importantes— para arriesgarse.
—¡Un semáforo en rojo! —gritó Lindsay.
—¡Estoy ocupada! —replicó Vash, enderezándose para esquivar el
bombardeo en picado de Adrian—. ¡Estás haciendo el ridículo, Centinela!
Un relámpago alcanzó a la vampira en el pecho, dejándola inconsciente.
Se derrumbó sobre la esquina del asiento trasero como una muñeca rota.
—Apártate, Lindsay —le ordenó Adrian, dejándose caer, sin alas, en el
asiento del conductor y tomando el volante. Enfiló hacia un centro comercial
y aparcó con un chirrido de neumáticos sobre la acera. Removiéndose sobre el
asiento, la miró con ojos centelleantes.
—¿Qué diablos estás haciendo?
—Es lo mejor.
—Y una mierda.
—Sabes que lo es —insistió ella, mirando a Vash para asegurarse de que
la vampira seguía inconsciente—. No podemos dejar que corras ningún
riesgo.
—Lo haces por Elijah.
—En parte —confesó ella—. Pero también te beneficia a ti. Tanto tú
como yo queremos averiguar lo que le ha ocurrido.
—Me importa una mierda lo que le haya ocurrido. Me importas tú. Quizá
no te hayas dado cuenta, pero no puedo vivir sin ti. No estoy dispuesto a
perderte.
—Elijah no dejará que me ocurra nada malo. Lo sabes bien, o no le
habrías encargado que cuidara de mí.
Adrian sujetaba el volante con tal fuerza que tenía los nudillos blancos.
—Al parecer, Elijah ya está medio muerto.
—No si yo puedo evitarlo.
—No sabemos si puedes hacerlo. Tu sangre tiene un efecto negativo sobre
algunos seres. No olvides que te vi clavar un cuchillo en la piel impenetrable
de un dragón simplemente porque la hoja estaba empapada con tu sangre.
—Siobhán cree que fue porque yo llevaba dos almas dentro de mí —le
recordó ella—, y las criaturas a las que afectó mi sangre eran demonios.
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—Es una mera conjetura. No lo sabemos, y Elijah tiene sangre de
demonio.
Ella asintió con la cabeza, consciente de que la sangre de demonio —la
sangre de hombre lobo— era lo que había convertido a los Caídos en licanos
en lugar de vampiros.
—Le explicaré los riesgos y dejaré que decida él.
—Piensa en los motivos por los que podría estar debilitado en manos de
Vashti. Uno, ella se ha ensañado con él por el incidente de Nikki o porque
busca a los asesino de Charron. Dos, trabajan juntos y él ha quedado
malherido. Si lo reanimas solo conseguirás que tenga que soportar más
torturas o bien que se confabule con los vampiros contra nosotros. No
conseguirás nada bueno con esto. Y mientras tanto, estarás entre la gente que
quiere debilitarme para conseguir sus propósitos. Será como si me arrancaras
el corazón y se lo entregaras a ellos.
—Adrian. —Ella le acarició la mejilla. Al sentir el tacto de su mano él
crispó la mandíbula y apretó los dientes—. Estoy dispuesta a esto y a lo que
sea con tal de salvarte la vida.
Él le tomó la mano y se la estrechó.
—Mi vida no tiene sentido sin ti.
—Entonces deja que lo haga por tus Centinelas. Con ello antepondrás su
bienestar al mío y creo que ellos necesitan saber que eres capaz de hacerlo, al
menos en determinadas circunstancias. ¿Y qué pensarán los licanos al
comprobar que has hecho esto por Elijah? Quizás acudan más a ti porque no
temerán que los mates a las primeras de cambio. En cuanto a los vampiros…
Si alguna vez se les pasó por la cabeza que secuestrándome debilitarían tu
misión, comprobarán que no es así. Todo el mundo sabe lo que significo para
ti. Al utilizarme de esta manera transmites un mensaje muy claro y potente.
Adrian exhaló con fuerza.
—Maldita seas.
—Eres un encanto. —Lindsay metió la mano en una bolsa de farmacia
que había en el suelo del coche entre sus pies y sacó una bolsa de sangre de
un multipack abierto—. Esta es tu oportunidad de conseguir la sangre de
Caídos que necesita Siobhán.
—¿Quieres dejar de mostrarte tan racional sobre el tema?
—Te quiero —respondió ella—. Más que a mi vida. Más que a todo.
—¿Llevas tu teléfono móvil?
Ella negó con la cabeza.
Él sacó el suyo del bolsillo y empezó a cambiar la configuración.
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—Llámame cada hora sin falta. Quiero oír tu voz. Si algo va mal y no
puedes explicármelo en voz alta, llámame Centinela en lugar de decir mi
nombre para que me dé cuenta. Si tardas más de diez minutos en llamarme
arrasaré el desierto hasta dar contigo. He ajustado el despertador para
recordártelo.
—No lo olvidaré.
Adrian saltó por encima de los asientos y sujetó el bíceps de Vashti con
suficiente fuerza como para hacer de torniquete y le clavó en la vena la aguja
que llevaba incorporada la bolsa de sangre.
La vampira se despertó sobresaltada y comprobó que la punta bermellón
de una de las alas de Adrian estaba enroscada hacia dentro y presionada
contra su cuello. A la menor resistencia, le cortaría la cabeza.
—Gilipollas —gruñó, fulminándolo con la mirada.
—Tienes doce horas —dijo él con gélida impavidez, observando cómo se
llenaba la bolsa de sangre—. Me la devolverás sin un rasguño o te clavaré en
un muro y te obligaré a ver cómo despedazo a cada uno de los Caídos y les
hago tragarse sus extremidades amputadas. Sin Lindsay no tengo nada que
perder. ¿Lo has entendido? Nada me detendrá.
—De acuerdo.
Él sacó la aguja y luego retiró su ala del cuello de Vash.
—Lindsay me llamará cada hora y tú dejarás que lo haga.
—Joder, Adrian —murmuró Vash, incorporándose—, cualquiera diría que
no te fías de mí.
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10
C
—¿ ómo está tu hombro? —preguntó Vash a Lindsay cuando el helicóptero
se elevó hacia el cielo abrasador del desierto con Raze a los mandos. El coche
que ella había robado quedó cubierto por el remolino de arena que produjo la
velocidad de las aspas al girar, pero seguramente al dueño eso no le cabrearía
tanto como las abolladuras que le había hecho Adrian.
—Como nuevo. —La voz de Lindsay denotaba irritación—. ¿Era
necesario que me vendaras los ojos y me maniataras?
—Podría dejarte inconsciente de un puñetazo —sugirió Vash con una
sonrisa, aprovechando que la otra no podía verlo.
—Gracias por ser tan maja —murmuró Lindsay.
—Eso intento.
—Al parecer a Elijah no le ha servido de nada, teniendo en cuenta que
está a las puertas de la muerte.
Vash encajó la pulla apretando los puños. Se sentía culpable y
preocupada; su mente era incapaz de pensar con claridad. Había arriesgado
algo más que su pellejo al tratar de obtener sangre de Centinela. Hacerlo por
un licano que se proponía matarla no tenía ningún sentido.
Se inclinó hacia delante y dio una palmada a Raze en el hombro.
—¿Cómo está el Alfa?
—¿Cómo crees? Está como un lobo que ha caído en una trampa de osos,
furioso y gruñendo contra todo y todos. Aunque a los licanos no parece
molestarles. Lo cierto es que se desviven por atenderlo. Cuando lo bajamos
del helicóptero creí que iban a sublevarse, pero él los tranquilizó
explicándoles que había caído en una emboscada y tú le habías salvado la
vida. —El capitán de los Caídos se volvió para mirarla—. No paraba de
preguntar por ti. Intenté distraerlo con una chica imponente y encantadora
llamada Sarah, pero no ha dado resultado.
Vash sonrió con ironía al recordar a la tímida licana que se había
mostrado tan solícita con él, afanándose en curar sus heridas y tratando de
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quedarse a su lado.
Vash se reclinó en su asiento y soltó un profundo suspiro, para conseguir
centrarse. Sus emociones, en aquel momento, eran un caos.
Quince minutos después, el helicóptero aterrizó. En cuanto Raze apagó el
motor, Vash abrió la portezuela y saltó del aparato.
—Ocúpate de ella. No le quites la venda de los ojos hasta que la tengamos
dentro de una habitación.
Sus tacones resonaron a través del aparcamiento. Cuando entró en el
almacén encontró a un enjambre de trabajadores ajetreados. Varios grupos se
afanaban en deshacer el equipaje e instalarse a ritmo de Van Halen. Salem se
hallaba frente a un mapa del contagio, explicando su significado a un grupo
de esbirros y licanos. Syre estaba en el centro de la inmensa sala, dirigiendo
las operaciones.
Vestido con un elegante pantalón negro y una camisa de seda gris, el líder
de los Caídos atraía la atención de todos los presentes en la habitación.
Elegante, poderoso, carismático. En una ocasión, un esbirro enloquecido le
había llamado el anticristo, el príncipe negro que fascinaría al mundo y
provocaría su destrucción. Una afirmación absurda para cualquiera que
conociera bien a Syre, pero había que reconocer que su carisma era lo
bastante potente y seductor como para doblegar la voluntad incluso de la
persona más segura de sí misma. Incluso Vash, pese a lo acostumbrada que
estaba a Syre, se sentía inexorablemente atraída por él.
—Comandante —lo saludó al acercarse—. Tu visita a Las Vegas es una
inesperada sorpresa.
—¿Grata? —se apresuró a preguntar él, escudriñando su rostro con sus
cálidos ojos color whisky.
—Depende de si has venido para divertirte o porque crees que necesito
que me echen una mano.
—Y si fuera lo segundo, ¿sería tan terrible?
Ella suspiró.
—No soy frágil.
—No quieres creer que lo eres. —Él alzó una mano para silenciarla
cuando ella abrió la boca para protestar—. La fragilidad no siempre es una
debilidad, Vashti. De hecho, es uno de tus puntos fuertes.
—Eso es una gilipollez —replicó ella con gesto displicente—. Señor.
Él sacudió la cabeza, pero de pronto se quedó helado, la mirada fija en
algo que había visto tras ella.
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—Lindsay —dijo Vash, adivinando de qué se trataba sin necesidad de
volverse. Maldita sea, estaba tan obsesionada con Elijah, que había olvidado
que Syre estaría presente para contemplar el cuerpo mortal que antaño había
alojado el alma reencarnada de su hija.
—¿Qué has hecho?
—Nada que Adrian no me permitiera. Lindsay se ofreció para venir
conmigo cuando averiguó que Elijah estaba herido.
—¿Por qué? —preguntó él secamente—. ¿Qué propósito tiene su
presencia aquí?
—Es una fuente de sangre de Centinela, en lugar de Adrian… —Vash
soltó un grito ahogado cuando Syre la aferró por el cuello con una mano,
cortándole el aliento. Sus botas estaban suspendidas a cinco centímetros sobre
el suelo.
Los ojos centellantes de Syre se clavaron en los suyos, reflejando una
furia insólita y estremecedora.
—¿Fuiste a por Adrian?
—En realidad fui a por He… Helena… —respondió ella por fin,
resistiendo el deseo de clavar las uñas en la mano que le impedía hablar con
normalidad.
Él la arrojó unos diez metros a través de la habitación, hacia Salem, que la
atrapó con destreza. En el almacén se hizo el silencio mientras alguien se
apresuraba a apagar el equipo de música; luego los gruñidos de los inquietos
licanos reverberaron a través del aire como tambores.
Por fin Vash logró que Salem la soltara, abochornada por haber sido
reprendida delante de los demás y preocupada por la falta de control de Syre.
Este no solía emplear la fuerza física; no era preciso que lo hiciera. Era capaz
de hipnotizar a una serpiente para conseguir sus fines.
Ella era su puño. Al menos, lo había sido hasta ahora.
Arqueando las cejas, Raze se detuvo a medio camino entre la puerta
principal y Syre, sosteniendo a Lindsay por el codo. La joven estaba aún
maniatada y tenía los ojos vendados… por decisión propia. Su fuerza
vampírica le habría permitido romper con facilidad sus ligaduras. Podría
haber alzado una mano y quitarse la venda de los ojos en cualquier momento.
Su continua cooperación hizo que Vash empezara a sospechar.
—¿Dónde está Elijah? —preguntó la rubia de sopetón—. Quiero verlo.
Ese era el trato.
Los licanos respondieron con murmullos de contrariedad. Los que estaban
sentados se levantaron, mientras que los que estaban de pie se agruparon.
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Sin saber si apoyaban a Lindsay o a Elijah, Vash cruzó la mirada con
Raze.
—Condúcela ante él.
Raze miró a Syre, que permaneció quieto durante unos momentos antes de
asentir brevemente con la cabeza. Todos se volvieron para observar a Lindsay
atravesar la habitación. El olor a miedo era denso y opresivo.
Ninguno de los presentes en la habitación dudaba de que su bienestar
dependía del de Lindsay. La ira de Adrian era algo que nadie deseaba
provocar.
Cuando la joven desapareció por una de las puertas situada en la pared del
fondo, todos suspiraron al unísono.
Syre dio media vuelta y desapareció por otra puerta, que cerró con un
sigiloso clic, aunque el sonido les pareció a todos un balazo.
—¿En qué coño estabas pensando? —preguntó Salem a Vash, detrás de
ella.
Ella se pasó una mano por el pelo.
—No estaba pensando.
La tensión en la habitación era tan áspera que Vash sintió como si le
arañara la piel. Giró sobre sus talones y se dirigió apresuradamente hacia el
vestuario para darse una ducha y huir de las consecuencias de sus
inexplicables actos.
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—¡Dios mío! Eres una vampira —dijo, experimentando cierto alivio al
notar que estaba impregnada del olor de Adrian. El Centinela no le había dado
la espalda cuando había regresado junto a él convertida en un ser distinto a lo
que era cuando la habían secuestrado.
—Ya, imagínate. —Lindsay le soltó la mano y tomó el vaso de cartón
lleno de agua que había junto a la cama, acercándole la pajita para que
bebiera.
Elijah bebió con avidez y gratitud, aliviando la sequedad de su garganta.
Cuando hubo apurado el vaso, dejó caer la cabeza sobre la almohada.
—¿Qué haces aquí?
—Quería donar sangre y me enteré de que iban a hacerte una transfusión.
Él sintió un nudo en el pecho al asimilar el significado de sus palabras.
—Lindsay…
Ella se volvió para mirar a Raze y dirigió una leve sonrisa a Sarah.
—¿Podéis dejarnos solos un minuto, por favor?
Raze y Sarah vacilaron unos instantes.
—Tranquilos —dijo Elijah, cabreado por estar tan débil como para que
los otros temieran dejarlo solo—. Es una amiga.
Cuando la puerta se cerró, escrutó el rostro de Lindsay. Seguía llevando el
pelo corto y rizado, como un casquete rubio que enmarcaba un rostro
increíblemente bello. Sus delicadas cejas y pestañas oscuras enmarcaban unos
ojos que antes eran de color chocolate pero ahora tenían una tonalidad de
miel, como todos los vampiros. En su generosa boca se dibujaba una
afectuosa sonrisa que en ese momento no revelaba unos colmillos, pero que
estaban ahí.
—Qué raro, ¿verdad? —comentó ella con ironía—. Aún no me he
acostumbrado.
—Me dijeron que tú deseabas la Transformación. ¿Me mintieron? —Si
era así, Syre estaba condenado. Elijah lo mataría en cuanto hubiera recobrado
las fuerzas.
—Era la única solución. —Ella se sentó en la silla junto a la cama—.
Había dos personas dentro de mí, dos almas, y una de ellas tenía que
desaparecer. Por eso podía alcanzar una velocidad sobrehumana tan increíble
cuando era una mortal. Y por eso también necesito explicarte algo.
Elijah escuchó la explicación de Lindsay sobre los posibles riesgos a los
que él se exponía si aceptaba su sangre antes de preguntarle:
—¿Cómo diablos has conseguido llegar aquí? ¿Dónde está Adrian?
¿Cómo has dado conmigo?
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—Vashti me ha traído —respondió ella. El calor que antes mostraba su
rostro se desvaneció—. ¿Qué te ha hecho, El? Si lo que pretende es hacerte
daño de nuevo, curarte no será suficiente. Tienes que explicarme lo que está
pasando.
—¿Vash consiguió localizarte? —Él cerró los ojos al tiempo que emitía
un suspiro entrecortado. Joder—. ¿Por qué?
—Necesitaba sangre de Centinela. Dijo que la necesitaba para salvarte,
pero no quiso aclararme el motivo por el que estabas herido. —Lindsay
señaló la puerta—. Huelo a otros licanos ahí fuera. ¿Te utilizan para controlar
a los demás?
Joder… Elijah habría hecho lo que fuera con tal de no decepcionar a
Lindsay. Todo menos mentirle.
—Ella no me hizo esto, Linds. Trabajábamos juntos y me atacó una
manada de vampiros. Ella intentó ayudarme, pero no pudo.
—¿Trabajabais juntos? —repitió ella. Se reclinó en la silla, mirándole con
tristeza e incredulidad—. ¿Y la muerte de Micah? ¿Acaso formaba parte de
un plan urdido entre los dos?
—¡No! Pues claro que no. Me conoces lo suficiente para saber que no es
así. Trabajamos juntos a pesar del asesinato de Micah, no debido a él.
Ella lo miró a los ojos y asintió, como si pudiera leer la verdad en su
rostro.
—Sé sincero. ¿Nos hemos convertido en enemigos? ¿Vas a ir a por los
Centinelas?
—Jamás. Solo trato de salvar a tantos licanos y tantas vidas mortales
como pueda. —Al recordar la emboscada que le habían tendido los espectros,
Elijah sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. ¿En qué clase de mundo
vivirían si esos ataques proliferaban?—. La infección de los vampiros que
vimos en Hurricane se está propagando. Vash intenta frenarla.
—¿Y no podías frenarla con nosotros? —Lindsay apoyó los codos en las
rodillas y se inclinó hacia él—. ¿Por qué te sublevaste?
—Yo no quería esto. —Elijah la miró como si implorara su compasión—.
Pero cuando ocurrió, no podía negarme a colaborar con ellos. Los que quieran
trabajar con los Centinelas podrán regresar junto a Adrian. El resto necesita a
un Alfa o morirán. Yo no podía darles la espalda y dejar que sucediera.
En ese momento se abrió la puerta y apareció Vash.
—Qué escena tan conmovedora. Espero no interrumpir un momento
íntimo entre los dos.
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Al verla, Elijah sintió que el nudo en su tripa se relajaba. Vash estaba
recién duchada, iba vestida con su típico atuendo negro y llevaba el pelo
recogido en una coleta. Su ajustado pantalón de talle bajo le llegaba a media
cadera, mientras que su camiseta sin mangas era tan breve que podía pasar
por un sujetador. El hecho de que su miembro viril apenas diera muestras de
admiración era prueba de lo jodido que estaba él.
—Estás loca —le espetó secamente. Luego miró a Lindsay—. Tú
también. No creo que a Adrian le guste esto. Mierda. A mí tampoco me gusta.
Aquí corres peligro.
—¿Qué querías que hiciera? —replicó Lindsay—. ¿Dejar que murieras?
No podía hacerlo, El.
Vash emitió un exagerado suspiro y puso los ojos en blanco.
—Caray, todas las mujeres caen rendidas a tus pies.
Lindsay soltó un bufido de desdén.
—Dice la vampira que se encaró con Adrian para conseguir sangre para
él.
El sonido de un teléfono móvil hizo que Lindsay se levantara
apresuradamente. Lo sacó de su bolsillo y respondió a la llamada.
—Adrian… Sí, estoy bien.
Cuando Lindsay se retiró a un rincón para hablar, Vash se acercó a la
cama. Se puso en jarras y lo miró con gesto irritado.
—¿Cómo te sientes?
—Como un pedazo de mierda triturada.
—Es justamente lo que pareces.
—Eso me han dicho.
Murmurando para sus adentros, Vash extendió la mano y le acarició el
pelo, apartando unos mechones de su frente. Él restregó la cara contra su
mano, conmovido por lo que ella había hecho por él. Era un hombre que
había jurado matarla, pero ella había arriesgado su vida para salvarlo.
—Te arriesgaste por mí. Te jugaste el pellejo.
—No te confundas —le espetó ella—. Necesitamos a los licanos, y tú
formas parte del acuerdo.
—Hmm…
—Esto es todo —insistió ella, enojada.
—No sabemos qué es esto —contestó él, bajito. En algún momento, y de
manera repentina, el sentido común había cedido el terreno a los impulsos.
Lindsay regresó junto a ellos. Miró a Elijah con gesto interrogante.
—¿Lo hacemos o no?
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Él sabía que se refería a si estaba dispuesto a exponerse a los riesgos que
comportaba aceptar su sangre. Después de los obstáculos que ella y Vash
habían tenido que superar para conseguirla, la decisión no admitía duda.
—Sí, adelante.
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La joven se volvió y lo vio, observándola. Se quedó de piedra, sus ojos
parpadeando bajo la luz crepuscular. Era una novata que aún no se había
acostumbrado a sus nuevos sentidos.
—¿Cómo te sientes, Lindsay?
Ella se pasó una mano por su rizado cabello, un gesto que él recordaba
que solía hacer cuando se sentía incómoda. Abrió la boca pero luego la cerró.
—Bien —respondió, encogiéndose de hombros.
Él avanzó unos pasos, aproximándose a ella lentamente para demostrarle
que no era una amenaza. Al acercarse, percibió el brillo febril de sus ojos y su
respiración acelerada.
—¿Cuánta sangre has dado al Alfa?
—Medio litro. Quizás algo más.
—Es demasiado pronto después de la Transformación —murmuró él,
alzando la mano con cautela hacia el rostro de ella—. ¿Puedo?
Ella asintió.
Syre comprobó que tenía la piel ardiendo.
—¿Con qué frecuencia te alimenta Adrian?
—Cada pocas horas.
—¿Cuánto tiempo hace desde la última vez? —Cuando apartó la mirada,
él la tomó de la barbilla—. ¿Cuánto tiempo, Lindsay?
—Seis horas. Quizá siete.
—Necesitas comer.
Ella negó con la cabeza.
Syre recordó que el acto de beber sangre siempre la había horrorizado.
Había estado a punto de morir por negarse a hacerlo. Le sorprendió
comprobar que se sentía aliviado de que hubiera sobrevivido. Suspiró.
—Entra.
Ella sacó un pañuelo del bolsillo posterior y se lo ató alrededor de la
cabeza, cubriéndose los ojos.
—No es necesario —dijo él.
—Así estoy más segura. Y tú también. Si me ocurriera algo, Adrian se
volvería loco. Cuantos menos riesgos presente yo, mejor para todos.
—De acuerdo. —Syre la tomó del codo y la condujo al interior del
edificio y al despacho que había ocupado.
Al atravesar la amplia superficie del almacén, los licanos que estaban
desperdigados por la zona se levantaron lentamente, observándolo con
hostilidad y desconfianza. Los viejos hábitos nunca mueren, pensó Syre. Aún
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no estaban dispuestos a enfrentarse a los Centinelas. No permitirían que él
provocara una guerra con Adrian a causa de Lindsay.
Syre los ignoró y cerró la puerta del despacho. Una vez dentro, le quitó la
venda de los ojos a Lindsay. Aunque él gozaba de una excelente visión
nocturna, al observarla bajo el intenso resplandor de las luces fluorescentes
del techo se quedó asombrado. No se parecía en nada a Shadoe y, sin
embargo…, se sentía curiosamente aliviado en su presencia. La inquietud que
había estado agitándose en su interior se calmó. Ella se sentó en una de las
dos sillas colocadas delante de la mesa metálica funcional y él ocupó la otra.
Ella lo observó sin disimulo.
Él arqueó las cejas y la miró en silencio con gesto interrogante.
—La primera vez que te vi sentí miedo —dijo ella—. Después, me sentí
trastornada y, al cabo de un tiempo, enfermé.
—¿Ahora ya no sientes miedo?
—Te estás esforzando para que sea así.
Él sonrió y ella contuvo el aliento.
—Eres… muy atractivo —reconoció ella—. Había olvidado lo joven que
pareces.
Él se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y abordó el
tema más urgente.
—En cierta ocasión bebiste mi sangre. ¿Estás dispuesta a volver a
hacerlo?
—¿Por qué?
—Tienes que comer. La falta de sangre perjudica gravemente a los
neófitos. Han transcurrido muchas horas desde la última vez que te
alimentaste y has dado parte de tu sangre a Elijah.
—No me refería a eso. Ya sé que la necesito, pero no comprendo por qué
quieres dármela.
Syre bajó la vista, tratando de poner en orden sus pensamientos.
—Lo ignoro. Supongo que por varios motivos. Eres la persona a través de
la cual estoy más estrechamente unido a Shadoe. Y así será hasta que me
muera.
—No soy Shadoe —respondió ella. Su tono era dulce y compasivo, un
gesto que le valió la gratitud y el respeto de él.
—Tengo entendido que algunas familias de donantes de órganos se
mantienen en contacto con los receptores de trasplantes. —Él levantó la vista
y la miró—. Existe un vínculo entre ellos, ya sea real o imaginario.
—¿Y eso es sano?
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Él se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? En cualquier caso, hay otro motivo que me empuja a
ofrecértelo. Yo te transformé, Lindsay. En ese sentido, no cabe duda de que
fui tu progenitor.
Ella frunció el ceño.
—¿Cuánto dura ese sentimiento de obligación?
—No lo sé. Solo he transformado a dos personas en mi vida: a Shadoe,
que no completó la Transformación, y a ti, que no la completarás si no te
alimentas.
Ella lo miró sorprendida.
—¿Solamente a dos personas? ¿Cómo es posible? Hay muchísimos
vampiros.
—Con que cada vampiro infectara únicamente a otra persona, seríamos
una legión. Por supuesto, algunos transforman a más de uno. —Syre sonrió
con ironía—. ¿Te decepciona que no sea más perverso?
—No es que me decepcione, pero me cuesta creerlo. No solo en tu caso,
sino en el de todos los vampiros en general.
—Adrian te ha hecho un lavado de cerebro.
—Adrian no tiene nada que ver en esto. Vi cómo unos vampiros mataban
a mi madre. Me sujetaron… y me obligaron a ver cómo la martirizaban —
explicó Lindsay. Un violento escalofrío le recorrió el cuerpo; luego se puso
rígida y prosiguió—. Mi opinión sobre los vampiros es personal, basada en
mis verdades y experiencias.
Syre le tomó la mano y le alegró que ella no la retirara.
—Algunos esbirros pierden el juicio cuando son transformados. Son ellos,
no los Caídos, los responsables de que se propague el vampirismo.
—Hacía un día soleado y habíamos ido de pícnic al parque. Los que nos
atacaron eran Caídos o los perros falderos de uno o varios Caídos. De lo
contrario no habrían tolerado la luz del sol.
Él suspiró profundamente.
—Cuéntamelo todo.
—¿Por qué? No soy Shadoe —dijo ella de nuevo—. Sin embargo,
siento… una conexión contigo. Tengo recuerdos de ella y de ti juntos, y a
veces parece que sean míos. Me siento confusa.
—Eso también pasa cuando pierdes sangre.
Después de clavar los colmillos en su muñeca, Syre se levantó y se acercó
a ella, apoyando una mano en su cabeza y acercándole su herida sangrante a
los labios.
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Probablemente se hubiese negado si hubiese tenido que hincar ella misma
los colmillos. Pero al percibir el olor a cobre de la sangre, su instinto la indujo
a beber, un instinto contra el que no podía luchar puesto que era una novata.
Rodeó la muñeca de Syre con ambas manos y bebió con avidez, poniendo los
ojos en blanco antes de cerrarlos.
Él habría preferido que ingiriera más cantidad de sangre, pero ella tuvo la
fuerza de voluntad de apartarse al cabo de un rato. Una fuerza de voluntad
que a él le pareció admirable. La mayoría de novatos tan hambrientos como
ella habrían tenido que ser apartados por la fuerza por el bien del donante.
—¿Te sientes mejor? —preguntó él.
Ella asintió, lamiéndose los labios. El anómalo fulgor de sus ojos empezó
a atenuarse y sus mejillas adquirieron un saludable color rosáceo.
—Gracias.
—Celebro que aceptaras mi oferta. —Él se apoyó contra la mesa y cruzó
los brazos—. Te agradecería que confiaras en mí lo suficiente como para
contarme lo que recuerdas del ataque que sufrió tu madre.
Él escuchó con atención mientras ella describía a un trío de vampiros que
guardaban un gran parecido con Vashti, Salem y Raze.
—No fueron ellos —dijo Syre en tono quedo cuando ella concluyó, pues
no tenía la menor duda sobre su inocencia.
—Ahora lo sé. Cuando mordí a Vash…
—Sí, no lo he olvidado.
Él sonrió para sus adentros al recordar lo furiosa que se había puesto
Vashti al ser atacada por una novata. Su lugarteniente no había opuesto
resistencia, claro está, por deferencia a sus sentimientos paternales. Lo que
hacía que resultara más preocupante que hubiera traído a Lindsay para curar
al Alfa. Todo indicaba que lo que preocupaba a Vashti en esos momentos era
la salud del licano, al margen de cualquier otra consideración.
—Adrian exploró mi mente y coincide con mi descripción, pero dice que
mi memoria es defectuosa. Demasiado turbia. Es más bien una impresión
emocional que fotográfica.
Syre se sentó de nuevo en su silla.
—Yo mismo lo habría hecho si no hubieras perdido tanta sangre. Habría
podido explorar tu mente cuando te succioné toda la sangre para la
Transformación, pero no quería personalizarte. Comprendo que suena muy
frío.
—Agradezco que me digas la verdad. —Lindsay esbozó una media
sonrisa—. Ya sea fría o caliente.
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—No importa que yo no visualice personalmente ese recuerdo. Te creo.
Investigaré el tema para ver si sacamos algo en limpio.
—Yo… Gracias de nuevo. Por razones obvias, me encantaría saber
quiénes son. —Ella respiró hondo y suspiró. Apartó la mirada cuando sus ojos
se encontraron con los de Syre. Pero, a pesar de su rapidez, Syre pudo ver que
algo la torturaba.
—¿Qué más te preocupa, Lindsay? —preguntó él bajito—. ¿Quieres
decírmelo?
Ella dudó unos momentos antes de responder.
—Hace poco perdí a mi padre. El día antes de conocerte. Es duro… tener
estos sentimientos sobre otra persona. Aunque sé que son los sentimientos de
Shadoe, eso no cambia cómo me afecta.
Syre asintió con gesto grave.
—Sí, te parece desleal, ¿verdad? Yo lucho contra el mismo sentimiento.
No quiero una sustituta de mi hija; la quiero a ella. Pero no puedo evitar sentir
cierta afinidad contigo. Si he aprendido algo en todos los años que llevo en la
Tierra, es que ciertos acontecimientos ocurren por un motivo y nuestros
caminos se cruzan con los de otros porque están destinados a hacerlo. No es
preciso que seamos enemigos, Lindsay. Ni siquiera aliados. Quizá podamos
ser simplemente… lo que somos. Quizá podamos aceptar que estamos unidos
por un vínculo en lugar de luchar contra él o tratar de analizarlo. Quizá
podamos incluso apreciarlo, si decidimos que queremos hacerlo.
Alguien llamó a la puerta justo antes de abrirla. Era Vash.
—Syre, yo… Ah, lo siento.
En la boca de Lindsay se pintó un rictus de amargura.
—Adelante, Vashti —dijo él—. ¿Qué quieres?
—Hablar contigo. Elijah quiere verte, Lindsay.
—De acuerdo. —Lindsay se levantó para marcharse, pero de improviso se
detuvo ante Syre.
Él la miró sorprendido cuando ella se agachó y lo besó brevemente en la
frente. Acto seguido la joven salió sin decir palabra.
Syre se alegró de que Vashti tuviera varias cosas que comentarle, pues
tardó en conseguir que el nudo que se le había creado en la garganta se
relajara lo suficiente como para hablar.
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Él apretó los dientes y preguntó:
—¿Tienes alguna sugerencia para el nuevo escondite?
—La secta de Anaheim ha sido erradicada. Nadie espera que Torque se
ocupe de eso mientras Syre y Vashti sigan llevando a cabo trabajos de campo.
Tendrás todo el recinto para ti. De esa forma estarás más cerca de Adrian,
pero procura ser invisible. Tu única preocupación ahora es vivir la vida mortal
que anhelabas. Echa un polvo o mata a alguien. Me pondré en contacto
contigo cuando llegue el momento de que resurjas de las cenizas.
La comunicación se cortó. Él estrujó el móvil en su mano hasta hacerlo
añicos mientras observaba las luces encendidas de la casa de Helena al otro
lado de la calle. Quizás había llegado el momento de crear su propio ejército.
Cuando remontó el vuelo y se alejó, la idea empezó a darle vueltas en la
cabeza… y encontró terreno abonado en el que arraigar.
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—Quiero hablar con los licanos que fueron seleccionados para escoltarlo.
Te lo habría preguntado antes, pero quiero interrogarlos lejos de los vampiros.
—Yo también tengo preguntas, pero no se les ha visto el pelo desde
entonces.
Lindsay se tensó.
—¿Han desaparecido?
—Yo no diría tanto. Supongo que han decidido regresar a la Costa Oeste a
pie, tratando de pasar inadvertidos. ¿Qué quieres saber?
—Si están absolutamente seguros, sin la menor duda, de que la muerte de
mi padre fue un accidente.
—¿Y les creerás?
—Si tú les crees, yo también.
Él asintió con la cabeza.
—¿Por qué lo dudas? —preguntó.
—La pasión de mi padre eran los coches, El. Al volante era pura poesía.
Francamente, creería antes la versión de un tiroteo fortuito que la de un
accidente de coche. Le he visto reaccionar cuando un animal se cruzaba en la
carretera. Le he visto esquivar un ciervo en una carretera de dos carriles con
tráfico en sentido contrario sin que su coche sufriera un rasguño. Me cuesta
creer que se mató al dar un volantazo para evitar un obstáculo desconocido en
una carretera rural desierta.
Al percibir el dolor y la tristeza en la voz de Lindsay, Elijah se propuso
hacer lo que estuviera en su mano para ayudarla a superar el pasado. La joven
había perdido a su padre y a su madre prematuramente y sabía que sus
muertes la atormentaban.
—Daré con Trent y Lucas y te los traeré para que les interrogues.
—Gracias. —Ella apoyó la cabeza en el respaldo del asiento—. Tú y
Vashti… Corrígeme si me equivoco, pero hay algo entre vosotros, ¿verdad?
Él soltó una seca carcajada.
—No me pidas que te lo explique.
—Se tomó muchas molestias para salvarte. Deduzco que no sabe que
quieres vengar a Micah.
—Lo sabe —dijo, la mirada centrada en la oscuridad de la noche que se
veía más allá de la hilera de farolas.
—¿Y sin embargo te salvó el pellejo?
—Necesita mi ayuda.
—¡Ostras, El! —Lindsay meneó la cabeza—. Lo siento.
Él la miró.
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—¿Por qué?
—Por la posición en la que estás. He visto cómo la miras. Para un tipo que
evita los problemas como la peste, estás metido hasta el cuello. No es tu
estilo.
—No sabía que tuviera un estilo.
—No frivolices sobre algo que te preocupa. Tienes toda mi atención hasta
que lleguemos a Las Vegas, aprovéchate de ella. Si no sueltas lo que llevas
dentro, te volverás loco.
Elijah sabía que ella tenía razón. No podía hablar de Vash con nadie más.
Ningún licano o vampiro estaría dispuesto a escucharle hablar sobre sus
sentimientos por la lugarteniente de Syre. Mierda, ni él mismo quería oírlo.
Prefería ignorarlo por completo, pero el camino que al principio le había
parecido claro se había vuelto oscuro y tenebroso. Le vendría bien hablar con
alguien que le pudiera ayudar a saber qué dirección tomar.
—Si tengo un tipo de mujer —dijo al fin—, es ella. Físicamente. Me sentí
atraído por ella desde el primer momento. Mientras tú le lanzabas cuchillos yo
pensaba en hacer algo muy distinto con ella.
Lindsay reprimió una carcajada.
—Joder, El.
—Ya, bueno… Cuando vino en busca de ayuda para investigar la
infección de los vampiros, que ellos denominan el Virus de los Espectros,
sabía quién era y lo que le había hecho a Micah. Y ella sabía que yo era
supuestamente responsable de la muerte de su amiga Nikki. Dejamos las
cosas claras desde el primer momento, pero eso no implica que pusiera en
duda su culpabilidad. Expusimos nuestras respectivas condiciones: yo la
ayudo con los espectros y ella mantiene a los Centinelas alejados de nosotros;
yo la ayudo a dar con los licanos responsables de la muerte de su compañero
y ella monta su propia muerte de forma que Syre no venga a por mí.
Lindsay se pellizcó el tabique nasal y suspiró.
—Un jodido lío.
—Era imposible que me concentrara con la tensión sexual que había entre
nosotros, así que incluí eso en el paquete. Pero cuando ocurrió… fue sexo
puro y duro. Y mucho más personal de lo que habíamos previsto.
—¿Es tu compañera?
—Ya te lo he dicho, en el caso de los licanos es diferente. Sí, existe un
nivel inherente de instinto y de química física entre nosotros, pero eso no
dicta cómo se vayan a desarrollar las cosas. Llegado el momento yo elegiré a
mi compañera como haría un mortal.
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—Los mortales no eligen de quién se enamoran. Yo jamás habría elegido
enamorarme de Adrian, sabiendo el riesgo que corre al estar conmigo.
—No hablamos de amor, Linds. Esto es puramente físico.
Ella lo miró con gesto burlón.
—No viste hoy a Vash en acción, El. Le cantó las cuarenta a Adrian. A
Adrian. No creo que lo hiciera por un mero pacto o porque quiera echar un
polvo contigo. Estaba desesperada y preocupada. Y si su gran preocupación
era obtener información sobre los asesinos de su compañero, podría habérselo
preguntado a Adrian mientras me tenía sujeta y con un cuchillo apoyado en el
cuello.
Las manos de Elijah se tensaron sobre el volante. Vash se había
comportado de forma suicida en su intento de salvarle el pellejo. Se había
comprometido demasiado. Ambos lo habían hecho.
Apoyando la rodilla izquierda sobre el asiento, Lindsay cambió de postura
y se volvió hacia él.
—Te has quedado muy callado después de lo que acabo de decir.
—Como has dicho, hay algo entre nosotros. Es… complicado.
—¿Sois amigos?
—Yo no lo llamaría así. —Sin embargo, ambos se habían arriesgado el
uno por el otro. Se habían apoyado mutuamente—. Pero es posible. Supongo.
—¿Crees que lograrás superar tu ira por lo de Micah? Si tú le importas a
Vash, el hecho de saber que te duele lo que hizo será suficiente castigo.
—Tendré que superarlo o dejar de follar con ella. Pero tampoco sé por
dónde podrían ir los tiros.
—¿Has pensado en la posibilidad de continuar tu relación con ella?
—Lo acabo de pensar ahora, porque me estás presionando para que lo
haga. No volveré a hacerlo cuando te bajes del coche. —Elijah no podía
malgastar el tiempo pensando en imposibles—. En una situación ideal,
obtendré de Adrian la información que ella desea; él la tendrá; Vash y yo la
analizaremos y nuestra relación terminará. El segundo mejor escenario es que
acabemos con esto cuanto antes incluso sin ayuda de Adrian. Si pudiéramos
poner cierta distancia entre los dos…
—Con Adrian no funcionó —le recordó ella—. La ausencia intensificó lo
que sentíamos el uno por el otro.
—No me estás ayudando. Se supone que debes hacerme recapacitar. Tú la
odias. Haz que yo la odie también.
—La próxima vez. Hoy te ha salvado la vida. Estoy en deuda con ella por
eso.
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—Tú también me has salvado la vida. Y no por primera vez. —Cuando la
leve contaminación atmosférica de Las Vegas apareció a lo lejos, él dijo—:
No quiero que perdamos el contacto, Linds. Prométeme que no ocurrirá.
—Te lo prometo.
Él asintió; tenía la boca demasiado seca para responder verbalmente.
—No perderé la fe en ti, El —dijo ella con firmeza—. Ni se te ocurra
perderla en mí, o te perseguiré y te clavaré mis colmillos.
Elijah seguía sonriendo cuando llegaron al perímetro urbano de la ciudad.
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atacando objetivos estratégicos e individuales, exterminando a los elementos
más importantes con precisión quirúrgica. Lo que quedaría de nosotros sería
caótico y entonces podrían derrotarnos con facilidad.
—Es una mera conjetura —replicó ella—. Adrian no está en su mejor
momento. ¡Me atacó a plena luz del día en la calle! Se comporta de forma
temeraria y emocional.
—Sin embargo arriesgó su bien más valioso, anteponiendo de nuevo su
misión, algo que siempre confié en que tú harías…, hasta hoy.
—Elijah es esencial para nuestros planes. Tú mismo lo has dicho.
—Tu reacción me hace pensar que el Alfa quizá sea más un problema que
un activo.
Vash hizo un esfuerzo por adoptar una expresión desprovista de emoción,
pero su elevado ritmo cardíaco la delataba.
—No es el Alfa quien te preocupa, sino yo. Si crees que estoy en una
situación comprometida, deberías asignar a otro la misión de tratar con él, tal
como sugerí desde el principio.
Él cruzó los brazos.
—No me entiendes, quizá porque no quieres. No pretendo separarte de
nada que te haga feliz, y francamente, la fascinación que el Alfa siente por ti
me beneficia. Su deseo por ti es su debilidad. Si podemos controlarlo con eso,
tendremos una ventaja aún mayor. Pero no puedo permitir que nada ni nadie
ponga en peligro a la nación de los vampiros, incluyéndote a ti. Disfruta de tu
licano, Vashti, pero no olvides cuáles son tus prioridades. Como has dicho, si
va a cambiar de opinión es preferible que lo haga ahora.
Ella oprimió las palmas de las manos contra sus ojos y maldijo en voz
baja. La situación era jodida. Ella estaba jodida. Sus prioridades habían
cambiado en algún momento, del pasado a su presente. Ahora le disgustaba la
idea de manipular a Elijah como un pelele.
Dejó caer los brazos y lo miró.
—Que trabaje con Raze. Es mejor para todos.
—Gracias —respondió él con dulzura, besándola en la frente—. Quizá
cierta distancia te permita ver las cosas con claridad y recapacitar. ¿Quieres
que se lo diga yo o lo harás tú?
El hecho de que hubiera sido Syre quien lo propusiera demostraba que
ella pisaba un terreno muy resbaladizo. Que él se ofreciera para
comunicárselo a Elijah personalmente en lugar de delegar esa tarea
significaba que el asunto era muy importante para él.
—No, lo haré yo.
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—No lo encajará bien. —No era una pregunta.
Al recordar cómo había reaccionado Elijah la última vez que ella había
tratado de ganar un poco de espacio, Vash sonrió con pesar.
—Lo ignoro, pero probablemente no.
—Si me necesitas, utilízame. —Él se llevó la mano al bolsillo y ella oyó
el tintineo de llaves—. Voy a ir a Shred con algunos de los otros. Si quieres,
puedes acompañarnos.
—No, gracias. Me ocuparé de ultimar los preparativos. Quiero que el
grupo salga mañana, para así poder recibir a la próxima oleada e informarles
sobre la operación. Con suerte, podremos recoger alguno de los extraviados
sobre el terreno; necesitamos más licanos que los que forman un enclave.
—Hablaremos de ello mañana por la mañana. Nos veremos entonces.
Recordando algo que no tendría que haber olvidado, Vash lo llamó.
—Comandante. Adrian se llevó algo de mi sangre.
Él se volvió lentamente.
—¿Por qué?
—Lo ignoro.
—Tenemos que averiguarlo. ¿Crees que tiene algo que ver con el Virus de
los Espectros?
—¿Qué otra cosa podría ser?
—Entérate. —Syre se alejó con paso rápido reprimiendo su ira.
Vash empezó a trabajar en la formación de los equipos que enviaría por la
mañana a realizar la misión. Había confiado en que Elijah la ayudara a
hacerlo, pero este aún no había vuelto y llevaban una jornada de retraso.
Sentada ante uno de los ordenadores, empezó a crear grupos basándose en
sus características físicas, tratando de establecer equipos eficientes
compuestos por individuos bajos y altos, fornidos y menudos, gruesos y
delgados.
En cuanto regresó Elijah, ella se dio cuenta. El ambiente en la habitación
se saturó de su energía…, y de la creciente animadversión de los vampiros al
oler que se aproximaba.
Había regresado.
Un escalofrío de emoción le recorrió el cuerpo, junto con una sensación
de alivio que hizo que se sintiera casi mareada. Le observó acercarse
devorando con la mirada cada palmo increíblemente sexi de su cuerpo,
contemplando la seguridad de sus pasos y la elegante fluidez de sus
movimientos. Vash no era la única impresionada por el aire de autoridad que
exhalaba. Todos le miraron mientras atravesaba el espacio entre ellos, pero él
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no apartaba la mirada de ella. Abrasadora y ferozmente decidida. Rebosante
de admiración, pero sin un ápice de complacencia.
Dios, qué guapo era. Bellísimo, aunque ella jamás se atrevería a decírselo
a la cara. Era demasiado viril para ser ni remotamente bonito. Y su cuerpo…
tan duro y fuerte. Definido por unos poderosos músculos. Vash recordó lo que
había sentido al tener todo ese poder contra ella. Encima de ella. Dentro de
ella…
Las otras vampiras que había en la habitación lo observaron con no menos
avidez, con lujuria mezclada con recelo y resentimiento. Ella no estaba mal de
la cabeza por sentirse atraída sexualmente por un licano, pero el exagerado
interés que las hembras prestaban a Elijah empezaba a irritarla. Él no estaba
disponible en ese sentido, y ella quería que todos lo supieran. Que lo
respetaran.
Él se detuvo junto a una mesa donde unos vampiros preparaban unos
paquetes de dinero, tarjetas de crédito, carnés de identidad y teléfonos
móviles para el viaje. Les dio las gracias por su buen trabajo, se ofreció a
ayudarles y sonrió sinceramente cuando los otros rechazaron su oferta con
menos hostilidad de la que habían mostrado al verlo entrar.
La sonrisa no se borró de sus labios cuando se dirigió hacia ella, pero
asumió un aire pícaro y sexi que hizo que ella se estremeciera.
—Hola —dijo cuando se detuvo junto a ella. Miró la pantalla del
ordenador y meneó la cabeza—. No puedes incluir a Luke y a Thomas en el
mismo grupo. Se pelearán. Y a Nicodemo le gusta Bethany, al igual que a
Horatio. Es mejor que no la coloques en un grupo donde esté uno de ellos.
—Joder. —Ella se apartó de la mesa. Era lógico que él conociera esos
detalles personales. Se tomaba la molestia de conocer a todo el mundo—.
Llevo más de una hora trabajando en esto.
—¿Tienes organizados a los vampiros? Entonces no te preocupes del
resto. Yo haré los ajustes necesarios en los grupos de licanos.
—¿Para que estén listos por la mañana? —Al observarlo de cerca, se dio
cuenta del cansancio que enmarcaba sus ojos y su boca—. Estás hecho polvo.
—Me convendría dormir un rato —respondió él—. Solo un rato.
Se levantó y dio un paso atrás sobre sus tacones para resistir el deseo de
arrojarse en sus brazos. Exhalaba un olor delicioso. Sabía que su sabor no
sería menos delicioso. En todas partes. Dentro y fuera.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
Lo condujo a uno de los despachos. Dentro estaba oscuro, como buena
parte del almacén, para no molestar a los licanos que dormían. Ni ella ni
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Elijah necesitaban luz para ver, lo que en estos momentos la beneficiaba. Con
las luces apagadas, evitaría que él advirtiera en su rostro algo que ella no
quería que viera.
La puerta apenas se había cerrado tras ellos cuando ella se encontró en sus
brazos, los labios de él frescos y firmes sobre los suyos. Elijah la sostuvo por
la cintura y la nuca, inmóvil contra él. Como reivindicando que ella le
pertenecía. Vash contuvo el aliento, gratamente sorprendida, y el beso se hizo
más ardiente. Él le metió la lengua hasta el fondo, acariciándole el interior de
la boca en un ritmo constante pero pausado que hizo que ella deseara más.
Mucho más, maldita sea.
Ella le pasó una mano por el pelo y deslizó la otra por debajo de su
camisa. Él arqueó la espalda y gimió al sentir el tacto de sus manos,
respondiendo a sus caricias con tanto ardor como ella a las suyas.
—Gracias —murmuró él con voz ronca contra los labios entreabiertos de
ella.
Vash tragó saliva, tratando de aferrarse a la presencia de ánimo que le
permitiera explicarle los cambios que iban a producirse en su relación de
trabajo. Pero el exquisito sabor de él la confundía, le impedía pensar con
claridad.
Él restregó la nariz contra la suya.
—Te traigo una noticia que hará que te alegres de haberme mantenido con
vida.
Ella se alegraba demasiado de eso. Temía lo que iba a ocurrir al día
siguiente, cuando él montara en un avión distinto al suyo para tomar, cada
uno, direcciones separadas. Ahora se alegraba de no haber incluido su nombre
ni el de él en el listado de grupos que había confeccionado. Él se habría
percatado enseguida del cambio, y en esos momentos estarían discutiendo en
lugar de besándose. Elijah era un maestro a la hora de besar. Se tomaba su
tiempo, como hacía con todo, deleitándose con ello como si no le importara
que fuera tan solo el preámbulo de algo más íntimo.
Pero a ella sí le importaba. Sesenta años sin experimentar ningún deseo
sexual y de pronto estar desnuda con Elijah era casi en lo único en lo que
podía pensar.
—Te deseo. —Las palabras brotaron de labios de Vash antes de que se
diera cuenta. Abochornada, inclinó la cabeza para apoyar la frente en el
hombro de él. Tenía que aguantar el tipo durante otras seis horas hasta que se
separaran, algunas de las cuales él pasaría durmiendo—. Olvida lo que he
dicho.
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—¿Por qué? —La mano que él tenía apoyada en su cintura se deslizó
hasta alcanzar la curva de su trasero y la oprimió contra su rígido pene. El
cuerpo de ella se encendió. Él tenía el miembro duro y preparado para ella, y
ella le deseaba… Deseaba estar con él una última vez antes de enviarlo en el
avión junto con Raze y así poder centrarse de nuevo en su trabajo—. Tienes
que tomártelo con calma y descansar. Mañana tenemos que estar en plena
forma.
—Pues haz tú todo el trabajo. Yo me limitaré a responder a tus caricias y
a correrme.
Ella le mordió en los pectorales con sus colmillos.
—¡Ay! Maldita sea. —Él la apartó de un empujón—. Ten cuidado. Aún
estoy convaleciente.
—Por eso necesitas dormir y no sexo. —Pero Dios, tenía un sabor que la
enloquecía. Ella se lamió los labios, procurando no desperdiciar ni una gota.
Los ojos de él relucían en la oscuridad.
—Me has puesto cachondo. No podré conciliar el sueño si antes no
follamos.
—Llora lo que quieras. Escucha, tengo que decirte una cosa.
Él le tapó la boca con la mano.
—Yo primero.
Vash soltó un gruñido. Él sonrió antes de retirar la mano de su boca.
—De acuerdo, dime lo que quieres decirme —le espetó ella.
—No puedo. —El tono de Elijah no era de disculpa. Le desabrochó los
corchetes del chaleco y se apoderó de uno de sus pesados y sensibles pechos
—. Toda la sangre ha fluido a mi otro cerebro. Primero tengo que hacer esto.
El descaro con que lo dijo la dejó muda unos instantes.
—¿Qué te pasa?
Fuera lo que fuere, a ella le complacía el efecto que tenía sobre él. Elijah
era un tipo serio por naturaleza; esta versión, más relajada, activaba los
resortes de su deseo carnal.
—Voy a acostarme con la mujer más impresionante del planeta. Eso
bastaría para animar a cualquier tipo. Además, tengo un regalo para ti. Quizá
no sea tan importante como el que tú me has hecho, pero espero que llegue a
serlo.
Ella sintió una oleada de calor, junto con unas punzadas de placer casi
doloroso mientras él le restregaba el pezón entre el pulgar y el índice.
—¿De qué se trata?
—Tengo una pista sobre los asesinos de Charron.
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Ella sintió un nudo en la garganta.
—¿Qué…? ¿Cómo…?
—Adrian. —Elijah la atrajo hacia sí—. Le pedí que me contara lo que
supiera. Él había oído los rumores sobre tu compañero y envió a Jason a
investigar. Los licanos que confesaron estar involucrados en el asunto fueron
entrevistados. Adrian no recuerda sus nombres ni la historia que le contaron,
solo que no relataron los hechos como tú me los relataste o él mismo los
habría liquidado.
—Seguro…
—Vashti, a Adrian no le dijeron que Charron había sido asesinado de la
forma en que tú lo describiste. Solo sabía que tu compañero había muerto y
que había unos licanos implicados en el asunto. De haber oído otra historia,
Adrian habría ordenado que investigaran el tema más a fondo. Yo le creo.
—A él le importa un carajo.
—Creo que te equivocas.
—Como quieras. Lo conozco mejor que tú. —Ella sopló para apartar un
mechón que le caía sobre la cara y se apartó. Volvió a abrocharse el chaleco y
empezó a pasearse por la habitación—. Necesito nombres, El. Me tiene sin
cuidado lo que dijeran esos licanos. Yo sé lo que vi y conozco a Char. Jamás
habría hecho nada que mereciera una muerte tan atroz. Era un hombre
amable, de buen corazón.
—Las grabaciones de las entrevistas se pasaron a un disco y se hizo una
copia de seguridad en la nube.
—¿Te ha dado una copia?
—No. Y no tiene la clave de acceso.
—Y una mierda. Está mintiendo.
Él cruzó los brazos y la miró a los ojos.
—No, Vashti. No miente. Cada enclave tiene una contraseña distinta para
acceder a la nube. Es una medida de precaución que impide que alguien
pueda hackear el sistema de un enclave. Sé que Adrian tiene razón porque
Stephan entró en el sistema de Lago Navajo. No obtuvo acceso a la
información sobre los otros enclaves.
—¿Entonces quién tiene la contraseña?
—Jason y Armand. Por desgracia, Jason estaba en Lago Navajo y Armand
en el enclave de Huntington, donde se llevaron a cabo las entrevistas, cuando
se produjo la revuelta. Ambos Centinelas están desaparecidos en combate.
Ella se acercó a él y lo agarró por las trabillas del pantalón.
—Tú puedes conseguir esa información.
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—Si queda algo de ese lugar, sí. Pero en cualquier caso, los nombres de
esos licanos están en la nube. De modo que aunque hayan arrasado
Huntington, no es el fin del camino.
Vash respiró hondo, tratando de controlar unas emociones que no lograba
identificar. Euforia, quizá. Temor desde luego. También cierta confusión.
¿Qué hacer cuando uno estaba llegando al final de su camino? Pese al caos
que reinaba en su mente era consciente del hombre al que se aferraba. Estaba
haciendo algo por Char y al mismo tiempo se hallaba en una situación
comprometida con otro hombre y no se sentía culpable. Trató de experimentar
la sensación de que estaba haciendo algo malo…, que estaba siendo
desleal…, pero no pudo.
—No te imaginas lo que esto significa para mí, Elijah —dijo con tono
bajo.
Las cálidas manos de él le rodearon las muñecas.
—Entonces demuéstramelo.
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—No me convence.
—¿No confías en mí?
—Podría atarte otra vez. Pero me follarías hasta dejarme sin sentido por
haberlo hecho.
—No puedes dominarme, Vashti —contestó él con aspereza—. No es lo
que necesitas. Ni lo que quieres. No vuelvas a intentarlo.
Ella se acercó a él. Apoyándose en el respaldo de la silla, se inclinó para
besar su frente, aspirando con fuerza, dejando que el olor de su piel la
invadiera. La calmara.
Él la conocía, la tenía calada. Ella no sabía cómo lo había conseguido,
pero era así…
En cualquier caso, no importaba. Esta era la última vez que practicarían
sexo; aquella extraña asociación iba a acabar. Dentro de poco volvería a ser la
Vashti que ella conocía, la que todos necesitaban que fuera. Cuando por fin
tuviera a los asesinos de Charron bajo los tacones de sus botas, cumpliría su
parte del pacto. Ambos conseguirían lo que realmente deseaban que, a pesar
de lo que pudiera parecer en aquel momento, no era estar con el otro.
—Esta noche lo haremos despacio y con calma.
Él acarició suavemente el exterior de su muslo. Apenas fue una caricia,
pero resonó por todo su cuerpo en intensas oleadas de calor y deseo. El hecho
de que él no hiciera nada más, que no asumiera el control de la situación, le
daba a Vash la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva con él.
«Yo también necesito esto», pensó. Quería dejarlo con un recuerdo
distinto del encuentro que habían tenido en Shred.
—Enséñame cómo maniobrar alrededor de esta maldita butaca —
murmuró. Podía sentir cómo se humedecía solo de pensar en acoplarse y rozar
aquel poderoso cuerpo.
—Primero apártate un poco. Deja que te mire.
Ella se incorporó lentamente. Dio un paso atrás y se recogió el pelo sobre
la cabeza, para después arquear levemente la espalda, posando como una
pinup de los años cincuenta.
Se aferró a los reposabrazos, suspirando con deseo.
—Dios santo, Vashti…
El placer y la admiración que expresaban su voz se coló por su cuerpo,
derribando sus defensas y resonando en lo más profundo de su ser. Un
escalofrío le recorrió el cuerpo.
—Eres preciosa —dijo él con voz ronca—. Sensual y con un cuerpo
maravilloso. Perfecta. Y fuerte. Fuerte y resistente.
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El tono de Elijah era posesivo. Y aunque no entendía por qué, eso la
complacía. Era una mujer capaz de valerse por sí misma. Siempre lo había
sido. Char lo sabía y nunca se había mostrado territorial. Ella tenía un trabajo,
más importante que el suyo, y él se había mantenido en un discreto segundo
plano y había dejado que ella cumpliera con su tarea, acatando sus órdenes
cuando era necesario. Eso era lo que ella necesitaba de su compañero, lo que
deseaba… Apoyo. Que la aceptara como era.
Pero el afán de dominio de Elijah la ponía cachonda.
Vash se volvió despacio, dándole la espalda para ocultar su nerviosismo.
—Acércate. Retrocede hacia mí —le ordenó él, recordándole que jamás se
mantendría en un discreto segundo plano. Siempre le exigiría que se rindiese
a él, por más que elogiara y admirara su fuerza y resistencia.
Él le acarició la espalda con la palma de la mano, como si la amansara.
—Inclínate hacia delante.
Consciente de lo expuesta que estaría en esa posición, ella se inclinó hacia
delante lentamente, separando las piernas para conservar el equilibrio. Él le
acarició la parte posterior de los muslos, justo debajo de las nalgas. Le frotó
suavemente con los pulgares los labios genitales, separándolos, abriéndola
para contemplarla.
—Mmm… Estás húmeda.
Ella tragó saliva y se mordió el labio para reprimir un gemido. Sintió el
cálido aliento de él sobre sus partes íntimas. Apoyó las manos en las rodillas
para sostenerse mejor y no darse de bruces contra el suelo.
—Yo haré que te humedezcas más —le prometió él con voz ronca, un
momento antes de lamer su hinchada vulva.
Ella emitió una breve exclamación que resonó en el silencio de la
habitación. Era excitante estar dispuesta y preparada para él. Privada de todo
control.
Él volvió a pasarle la lengua. El tacto era más áspero que antes, como
terciopelo húmedo, y la caricia más prolongada. Ella gimió de placer,
preguntándose si él había realizado ese pequeño cambio para complacerla a
ella o a sí mismo. La razón no importaba. Era excitante. La última vez que
habían estado juntos, él la había colocado como quería y la había tomado sin
contemplaciones. Había tomado lo que necesitaba, de la forma en que lo
necesitaba, esperando que ella disfrutara dándoselo. Y no se había
equivocado. Ella nunca había alcanzado el orgasmo con tal violencia y tantas
veces seguidas, nunca había experimentado un éxtasis tan feroz y salvaje. Sin
inhibiciones. Sin límites.
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El gemido de él vibró contra ella.
—Tu sabor me enloquece. Podría devorarte durante horas. Días. Lamer
cada dulce y cremosa gota que derramas.
A continuación le pasó la lengua alrededor de su húmeda vulva, trazando
unos pausados círculos que hicieron que casi perdiera el equilibrio. Él la
sostuvo con suavidad, restregándole el clítoris con la punta de la lengua
mientras murmuraba unas suaves palabras de reproche.
—Elijah —protestó ella.
—Elijah… ¿qué?
—Elijah, por favor —dijo ella entre dientes.
—Por favor… ¿qué?
Ella no pudo evitar emitir un sonido de frustración.
—Por favor, no seas idiota.
—No puedo apresurarme —respondió él sin inmutarse—, no sea que haga
un esfuerzo excesivo y rompa la promesa que te hice.
—¿Utilizando la lengua?
Cuando ella trató de incorporarse, él se lo impidió apoyando una mano en
su espalda.
—¿Tanto te cuesta dejar que yo lleve la voz cantante?
—Sí. —No. Eso era lo que más le fastidiaba. Él era un Alfa, sin duda,
pero no su Alfa. Y para su gente, ella era prácticamente el Alfa. ¿Qué
pensarían si la vieran ahora?
—¿A pesar del placer que te proporciona? —preguntó él.
Vash volvió la cabeza para mirarlo. Él la estaba mirando a ella, no a sus
partes íntimas, calientes y trémulas, que imploraban su atención. Aunque
resultara extraño, que su interés hubiese sido puramente lascivo la hubiese
calmado. En cambio, ver que estaba centrado en sus reacciones y sus
emociones era algo mucho más íntimo.
—No soy una de las innumerables zorras que te persiguen —le espetó ella
—. La sumisión no forma parte de mi naturaleza.
—Me alegro. Las mujeres sin carácter me ponen nervioso. —Él la besó en
el culo—. Tienes un cuerpo increíble, pero ni siquiera tus espectaculares tetas
bastarían para mantener mi interés después del primer polvo. Supongo que
eso significa que estoy contigo por tu encantadora tendencia a mangonear a
todo el mundo… excepto a mí, claro está. Ahora, termina la maldita frase:
Elijah, ¿por favor qué? ¿Quieres que haga lo que me plazca contigo? Dilo. Si
quieres guiarme, adelante. Estoy abierto a cualquier sugerencia.
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Ella fijó la vista en el suelo. Maldita sea, quería indicarle lo que debía
hacer y al mismo tiempo dejar que hiciera lo que quisiera. En realidad no
sabía qué prefería.
Así que decidió quedarse con ambas.
—Elijah. —Vash suspiró—. Por favor, lámeme hasta que me corra. Luego
puedes hacer lo que quieras conmigo.
—Creí que no ibas a pedírmelo nunca, cariño.
Si él no se hubiera apresurado a deslizar la mano que tenía apoyada en su
espalda para sujetarla por el muslo, Vash se habría caído al notar el primer
lametón que le dio en sus partes íntimas. Elijah utilizaba su boca como solo
podía hacerlo una criatura que confiaba en ella tanto como en sus manos. Las
caricias de su lengua de terciopelo arrugado eran rítmicas y precisas. La
forma en que la introducía en su ávido sexo hacía que ella se inclinara hacia
atrás sobre sus tacones a fin de alcanzar la presión perfecta que la llevara al
orgasmo. Ella podía verlo entre sus piernas, podía ver lo rígido que tenía el
pene. Rígido y largo, surcado de venas y maravilloso. Como él mismo. Ella lo
deseaba…, le deseaba a él.
Dios. Le deseaba con tal furia, que dolía. Suspiró. Tenía los pezones duros
y tensos. Su lengua, áspera y mullida, masajeaba su clítoris provocando que
su cuerpo se contorsionara de placer mientras su boca dejaba escapar
pequeños gemidos apremiantes.
—Por favor —le imploró ella, cuando ya no podía resistirlo ni un minuto
más.
—Sí. —Su lengua la recorrió rápida y ferozmente una última vez, y ella
alcanzó el orgasmo con un grito de alivio, temblando violentamente mientras
el placer explotaba en su interior en oleadas de intensos espasmos.
Cuando sus piernas empezaron a temblar amenazando con doblarse,
Elijah la sentó en sus rodillas e hizo que se reclinara hacia atrás. Ella apoyó la
cabeza en su hombro, aspirando su olor, un olor embriagador que confundía
sus sentidos. Sentirlo contra su espalda, tan sólido, cálido y fuerte, hizo que
Vash deseara no tener que moverse nunca. Él la rodeó con sus brazos,
apoyando una mano sobre su pecho mientras con la otra le separaba las
rodillas.
—Guíame —murmuró contra su mejilla—. Llévame dentro de ti.
Tragando saliva para aliviar la sequedad de su garganta, ella tomó su
verga, acariciándosela de la raíz a la punta. Una vez. Dos. Luego más veces.
La tenía dura, y a Vash le encantaba el tacto de su cuerpo y el efecto que ella
tenía sobre él. Él gruñó de placer en su oído, su torso vibrando contra la
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espalda de ella. Ella sintió que unas gotas de semen se deslizaban sobre su
mano a medida que la excitación de él aumentaba, al igual que la suya, pues
era imposible que su cuerpo no respondiera a las caricias que él propiciaba a
sus pechos, masajeándoselos, sus hábiles dedos frotando y pellizcando sus
sensibles pezones.
—Vas a hacer que me corra —le advirtió él, mordiendo suavemente su
hombro.
—De eso se trata, ¿no?
—Si lo único que deseara fuera un orgasmo, me habría ahorrado el paseo
por el almacén y habría aceptado la propuesta que me hicieron en el
aparcamiento.
Ella le apretó el miembro con más fuerza y él emitió un sonido que era
mitad gemido y mitad carcajada. Maldito sea, sabía que ella odiaba la forma
en que las mujeres se ponían a salivar nada más verlo. La estaba provocando
deliberadamente y ella reaccionaba a la provocación. Porque tenía el derecho
a tomar lo que otras mujeres solo podían soñar con conseguir.
Ella se alzó un poco para colocar la ancha punta de su pene contra su
vulva. Al cabo de un instante, respiró hondo y se sentó sobre él, cerrando los
ojos al sentir cómo la llenaba y dilataba. En esta posición, encajada sobre él,
ejercía una presión que le obligaba a moverse con ímpetu para reivindicar lo
que era suyo.
El ronco gemido de placer que él emitió estaba tan cargado de erotismo
que ella estuvo a punto de correrse al oírlo. Denotaba un leve tono de
rendición, lo que le recordaba que ambos estaban atrapados por el deseo que
les consumía. Ambos eran incapaces de luchar contra la atracción que existía
entre ellos.
Con las manos apoyadas sobre las costillas de ella, justo debajo de sus
pechos, él controlaba la velocidad y el ángulo de sus movimientos, para
amplificar la percepción que pudiera experimentar ella de cada centímetro de
él, intensamente excitado mientras la poseía. Como ella le poseía a él. Su
melena cayó sobre el hombro de él, y ella empezó mover las caderas en
movimientos circulares casi sin darse cuenta. Alargó los brazos hacia atrás
para introducir sus dedos en el cabello espeso y negro de él.
—Mmm… —gimió ella—. Es maravilloso.
—Aún hay más.
—Sí… más. —Vash se relajó en sus brazos y dejó que él lo hiciera a su
manera.
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Él hizo que se bajara un poco más, sosteniendo su peso. Vash no era una
mujer menuda. Era alta, con un cuerpo curvilíneo. Nunca se había
considerado una mujer delicada, pero Elijah hacía que se sintiera más
femenina que ningún otro hombre aparte de Char. Era una sensación que le
encantaba, sentir que era algo más que una vampira, algo más aparte de la
segunda de Syre.
Cuando él la hubo penetrado hasta el fondo, la abrazó por detrás. La rodeó
con sus brazos, cruzándolos sobre su pecho. El sudor empapaba la piel entre
ellos, haciendo que se pegaran. Ella tenía los muslos completamente
separados, apoyados sobre los de él; él le mordisqueó el hombro. Vash sintió
su miembro viril palpitar en su interior. Él la poseía por completo. Lo sentía,
aunque él no lo dijera.
Elijah metió la mano entre sus piernas, localizó su clítoris y lo masajeó
suavemente con las yemas de dos dedos. Ella se corrió con un grito de placer.
El gruñido de satisfacción que él emitió por lo bajo estimuló el deseo de ella,
intensificando su excitación y haciendo que deseara más. Más de él y de la
forma que hacía que se sintiera.
—Me encanta sentir cómo te tensas cuando estás a punto de correrte —
murmuró él—. Siento cómo te cierras alrededor de mi polla… sacando lo
mejor de mí. Hazlo otra vez.
Ella apoyó las manos en los brazos de la silla y se apartó un poco de él.
Cuando su cuerpo se inclinó hacia delante, él la penetró aún más
profundamente, provocándole una sensación tan sublime que Vash estuvo a
punto de alcanzar de nuevo el orgasmo. No podía explicar cómo o por qué él
constituía un afrodisíaco tan potente para ella, pero era innegable. Todo en él
excitaba sus sentidos, haciendo que estuviera siempre preparada para
recibirlo.
Él deslizó los labios suavemente por su espalda, un gesto de ternura que la
sorprendió.
—Móntame, Vashti. Fóllame hasta que no pueda más.
Ella obedeció, moviéndose durante la primera media hora lenta y
suavemente, tal como le había prometido, deleitándose con las intensas
reacciones que le provocaba a él. Ella se dejó llevar por el rítmico fluir de sus
movimientos, en el subir y bajar de sus caderas… en la forma en que su pene
entraba y salía de ella… en el flujo y reflujo de deseo que hacía que
acomodara sus movimientos al sonido de su respiración, ralentizándolos
cuando él gemía de placer, acelerándolos cuando callaba.
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Ella habría podido seguir así toda la vida, pero al sentir los dedos de él
entre sus muslos, rodeando la base de su pene, se concentró. Él se tensó
durante unos instantes, y luego se corrió en un orgasmo feroz. Tembló de
forma tan violenta, que la silla crujió como sacudida por un terremoto.
Rechinó los dientes de forma audible, clavando las uñas de la mano que tenía
libre en los sólidos apoyabrazos de metal como si fueran de hojalata. Se
corrió durante largo rato… pero no eyaculó. La esperada oleada de calor no se
produjo.
«No dejaré que te salgas con la tuya», pensó ella, decidida a quebrar su
increíble autocontrol.
Vash interpretó su técnica y su pericia, su habilidad para no eyacular
mientras se corría, como un reto. Se estaba controlando demasiado, mientras
ella había estado a punto de volverse loca de placer.
Apoyando las manos sobre las de él, las inmovilizó con su peso.
Entonces fue ella quien lo poseyó a él. No como la primera vez. Jamás
volvería a hacerlo de esa forma. Esta vez, lo encadenó con el deseo, con el
deseo de ambos, con el placer que le procuraba su cuerpo. Empezó a moverse
sobre él con furia, sin darle tregua, conduciéndolo hacia el precipicio a una
velocidad que le impedía reprimirse.
—Vashti —murmuró él, tras lo cual profirió una blasfemia. La maldijo,
pidiéndole que redujera el ritmo, que se detuviera, que le concediera un
minuto.
Esta vez él se corrió de forma más intensa y violenta que antes,
resollando, tensando las piernas debajo de las de Vash mientras derramaba su
tibio semen dentro de ella. Ella le sintió correrse, gozando al oírle gritar su
nombre. La profunda satisfacción que experimentó provocó en ella otro
orgasmo, que coincidió con los últimos coletazos del de él.
Elijah la rodeó con sus brazos, estrechándola con fuerza contra sí. Ambos
sucumbieron juntos al deseo.
Cuando amaneció sobre las arenas del desierto, Elijah se despertó en plena
forma, mejor de lo que se había sentido nunca, lo que no era una proeza
desdeñable, teniendo en cuenta que la víspera había estado a las puertas de la
muerte. Sus heridas habían cicatrizado sin dejar marca alguna, y había
recobrado sus fuerzas. Ignoraba si se debía a la sangre de Centinela que corría
por sus venas o a la carga de vitalidad que le había procurado una noche con
una cálida y apasionada Vashti.
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Fóllame hasta que no pueda más.
Y Vashti le había tomado la palabra. Él había intentado refrenarse,
prolongar el momento. Por ella y por él. Ella había gozado copulando con él,
deleitándose con el placer que él le proporcionaba, sin inhibiciones, dejándose
llevar a un estado primario de necesidad y deseo animal en el que su cuerpo
había silenciado las dudas y la furia que bullían en su mente…
—Alfa.
Él volvió la cabeza y vio a Raze, que llevaba un pantalón negro y una
camisa de seda gris; la discreta elegancia de su atuendo hacía que fuera casi
irreconocible. Pivotó para atrapar al vuelo la pequeña bolsa de viaje que el
vampiro le arrojó y preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Vamos. Puedes cambiarte en el aeropuerto después de que hayamos
facturado el equipaje.
Elijah arqueó las cejas y dirigió la vista hacia la puerta del despacho de
Syre. Vashti había desaparecido tras ella hacía unos veinte minutos, dejando
que él se ocupara de que los últimos equipos se pusieran en marcha mientras
ella informaba al líder de los vampiros sobre sus planes personales de visitar
el enclave de Huntington.
—Órdenes de Vash. —Raze tuvo el detalle de no regocijarse en sus
narices—. Anoche te colocó de pareja conmigo.
Ah. Ahora sabía de qué le había querido hablar Vash antes de que el deseo
los distrajera, de la misma manera que sabía que ella había cambiado de
opinión y había decido ir a Huntington con él.
Meneando la cabeza, cogió la bolsa con una mano y tomó sus gafas de sol
de la mesa. Aunque ella hubiese cambiado de opinión, aún tenían que resolver
algunas cosas. Ella tenía que aprender que las decisiones que tomara y las
órdenes que diera con respecto a él —con respecto a ambos— requería el
consenso de los dos.
—Andando, pues.
Se dirigieron juntos hacia la puerta.
Lo peor de todo era que Elijah sabía por qué ella había optado por poner
cierta distancia entre los dos, y sabía que era la información que él había
averiguado sobre los asesinos de Charron lo que la había inducido a alterar
sus planes. Si se hubiera molestado en comentárselo, él le hubiera dicho que
le tenía sin cuidado que se sintiera atraída por él debido a la información que
podía proporcionarle, el sexo o el acceso a los licanos; cualquier cosa podía
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servir como base para una relación entre ellos, una relación que él había
decidido cultivar porque no podía dejar de pensar en ella ni de tocarla.
Lo que le molestaba era la hora que habían pasado juntos tras haber
saciado su deseo carnal. Una hora durante la que habían repasado la
composición de los equipos. Una hora durante la que ella no había dicho ni
una puñetera palabra que indicara que lo había emparejado con otra persona.
Incluso le había preguntado qué era lo que quería decirle y ella había
respondido con una hábil evasiva.
Tal como había dicho Salem, si ella no estaba dispuesta a hablar con él no
tenían nada.
—¿A dónde vamos? —preguntó Elijah cuando salieron.
—A Seattle.
Con un silbido ensordecedor, Elijah detuvo a dos Jeeps que salían del
aparcamiento. Se acercó a la conductora del primero y, después de haberle
preguntado qué ordenes habían recibido, las cambió por las que tenían los del
equipo del segundo coche. Para rematar el tema, incluyó las órdenes de Raze,
asignando unas tareas distintas a los tres equipos. Luego recordó a los licanos
que el número de su móvil estaba programado en sus listas de contactos.
—No dudéis en llamarme —dijo a los dos equipos—, para lo que sea.
Aunque solo queráis hablar, estoy a vuestra disposición.
Cuando los dos Jeeps arrancaron de nuevo y abandonaron el
aparcamiento, Elijah miró a su nuevo compañero.
—Nos vamos a Shreveport.
Era lógico, pues había sido el secuestro de Nikki en esa ciudad lo que
había hecho que ambos supieran de la existencia del otro. Aquel era el lugar
en el que Micah había sido herido mortalmente, torturado por Vash con el fin
de sonsacarle la identidad y ubicación de Elijah.
—Supones que ella vendrá a buscarte —dedujo el vampiro.
Elijah arrojó su bolsa en el asiento trasero del Jeep que Raze había
seleccionado. No era necesaria ninguna respuesta, de modo que no le ofreció
ninguna.
—Te crees muy importante, Alfa —dijo Raze mientras se sentaba al
volante—. Aunque después de lo que ella hizo ayer por ti, es normal que lo
creas.
—No te metas en lo que no te incumbe —le advirtió Elijah sin perder la
calma—. Ella está a salvo conmigo.
El vampiro salió del aparcamiento, dejando tras ellos una pequeña nube
de arena.
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—Quizá llegues incluso a caerme bien.
—Es algo que no me quita el sueño.
—Sí, mejor que no.
—Tenemos que llevar esa nevera a Grace. —Vash señaló con el mentón la
nevera portátil roja y blanca que había sobre la mesa de Syre.
Él levantó la tapa de la misma y frunció el ceño al ver el contenido.
—¿Qué es esto?
—El material que utilizamos para hacer la transfusión de la sangre de
Lindsay a Elijah.
Syre la miró a los ojos.
—No te fías. ¿Porque Adrian la envió a ella en lugar de una bolsa de
sangre?
—Vi su mirada cuando puse el cuchillo en el cuello de Lindsay. Él daría
su sangre por ella sin dudarlo. ¿Entonces por qué no lo hizo? —Vash empezó
a pasearse de un lado a otro de la habitación—. Ojalá supiera lo que ella le
dijo mientras yo estaba inconsciente en el asiento trasero del coche.
—¿Crees que ella le convenció para que la dejara venir aquí? ¿Por qué?
—Me consta que lo hizo. Y lo hizo por él, está claro. ¿Acaso no ha hecho
todo lo que ha hecho por él?
—¿Pero esto no era para salvar al Alfa?
—Sí, también vino por Elijah. —Vash apretó los puños y los ocultó a su
espalda para no revelar su agitación—. Pero eso no habría bastado para que
Adrian la dejara venir. Hay algo más. A fin de cuentas, lo que ella nos dio fue
prácticamente la sangre de Adrian, filtrada. ¿Por qué era eso aceptable y no su
sangre pura? Espero que Grace nos dé la respuesta.
Syre cerró la nevera portátil, se apoyó contra su mesa y siguió con los ojos
los movimientos de Vash.
—Grace está ocupada investigando el Virus de los Espectros.
—Entonces hablaremos con otra persona. De todos modos, necesitamos
más ratas de laboratorio. Cada día que pasa, la infección se propaga más. Si
no resolvemos este problema, daremos a Adrian la excusa que necesita para
liquidarnos a todos. Tenemos que analizar también la sangre de los licanos.
Los espectros atacaron a Elijah, pero ni siquiera se acercaron a Salem o a mí.
Y fue la sangre de El la que los mató. Sé que queremos hallar una cura, pero
quizá no podamos conseguirla. Quizá tengamos que matar a los infectados
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para controlar los daños, y si la sangre de licanos les envenena, es preciso
averiguarlo.
—Buscaré algunos candidatos que sirvan como «ratas de laboratorio». En
cuanto a la sangre de licano, puede que fuera la sangre de demonio que corre
por sus venas lo que provocó ese desenlace.
—Bueno, no andamos escasos de demonios. Si tenemos que analizar
también su sangre, reuniré a unos cuantos cuando regrese.
—¿Te marchas?
Ella se detuvo y le explicó lo que Elijah había consultado a Adrian.
—¿Y Adrian le proporcionó esa información voluntariamente? —Syre
cruzó los brazos—. ¿Al licano que ha socavado drásticamente su posición?
—Estoy segura de que Lindsay apoyó a Elijah. De nuevo.
—¿Tan estrecha es la relación que tiene con el licano? ¿Hay algo entre
ellos?
Vash espiró con fuerza.
—Son amigos. Adrian habría matado a Elijah si hubiera algo más entre
ellos. En realidad, son casi como hermanos o primos hermanos. Ella sacrificó
su vida mortal para estar con Adrian; la facilidad con que lo hizo me hace
pensar que no debía tener muchos vínculos estrechos. Y Elijah… es un lobo
solitario. Es un magnífico líder, pero más que compartir con los demás les
apoya. Los pocos amigos que tiene son muy valiosos para él.
Habría matado por ellos. Iba a matarla a ella por uno de ellos. El que
Lindsay fuera una de las raras y afortunadas personas que formaban parte de
ese círculo íntimo en la vida de Elijah irritaba a Vash profundamente. Saber
que no existía nada romántico entre ellos no evitaba sus celos. Y pensar en lo
mucho que Micah había significado para Elijah le provocaba un sentimiento
de culpa que le corroía las entrañas. Hacía tiempo que había aprendido a no
alimentar los remordimientos. Era demasiado peligroso si uno tiene una vida
infinita. Pero haber lastimado a Elijah como lo había hecho y por un crimen
del que él había demostrado ser inocente… la reconcomía.
—¿De modo que vas con él a Huntington? —preguntó Syre.
—Sí. Te dije mi precio desde el principio, lo reclutaría para ti a cambio de
obtener de él lo que necesito.
La boca de él se curvó en una sonrisa.
—No lo he olvidado.
—Te llamaré para informarte de cómo va todo. No creo que tardemos en
regresar. —Vash estaba impaciente por partir. No solo para llevar a cabo la
misión sino para trabajar con Elijah. En las tareas que habían realizado juntos
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hasta ahora, él había sido un buen colaborador. Se compensaban; él la
equilibraba y ella hacía lo mismo por él. Trabajaban bien juntos.
Era el efecto más íntimo que él tenía sobre ella lo que la descolocaba.
—Ten cuidado, Vashti. No caigas en una trampa. Él aún no ha logrado
imponer plenamente su autoridad, y se enfrentará a numerosos retos. No
quiero que te veas involucrada en una situación comprometida. Nadie quiere
ver lo que haría yo si te ocurriera algo.
Ella tomó su mano y se la apretó, agradecida por la fe que tenía en ella;
una confianza que, sin duda, le debía haber costado mantener durante los años
desde que había muerto Charron.
A continuación abrió la puerta del despacho para descubrir que el almacén
estaba completamente desierto. No había un alma en aquel sórdido espacio y,
aunque era posible que Elijah estuviera en uno de los despachos, ella
comprendió de inmediato que se había marchado. Sintió un vacío que le
produjo un nudo en el estómago, una reacción que desencadenó su ira. No
estaba furiosa porque él se hubiera ido —no había que ser un genio para
adivinar lo que había ocurrido mientras ella estaba distraída—, sino porque su
marcha consiguiera alterarla de aquella manera. Le dolió que él se hubiese ido
sin discutir con ella, a pesar de la angustia que le había generado la mera
perspectiva de tener que hacerlo.
Tras tomar las llaves de un coche que colgaban de un gancho en la pared,
Vash se encaminó hacia la puerta, pero estaba a medio camino cuando esta se
abrió y apareció el siguiente grupo de licanos que acababa de llegar, por
cortesía de Salem, quien había partido antes del alba para ir a recogerlos.
—Mierda.
Estaba atrapada hasta que Salem y ella consiguieran organizar a los
nuevos equipos. Elijah le había hecho algunas sugerencias al respecto por la
mañana. Eso le ahorraría tiempo, pero era imposible que lo alcanzara antes de
que su avión despegara.
Esforzándose en reprimir su ira, colgó de nuevo las llaves en el gancho y
se puso a trabajar.
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Elijah supo que algo iba mal en cuanto dobló la esquina con su vehículo
alquilado para adentrarse por una calle de una zona residencial en las afueras
de Shreveport, Louisiana. Aunque era por la tarde, le chocó que hubiera
tantos coches, sobre todo teniendo en cuenta que se veían muy pocas luces
encendidas en las casas. Cuando se apeó del sedán, su inquietud aumentó.
Reinaba un silencio casi sepulcral. No se oía a pájaros piando, ni a perros
ladrando, ni el sonido de televisores o radios. Con su agudo oído, tendría que
haber percibido el sonido de la cadena de un retrete, de la gente charlando o
preparando la cena.
Tras enderezar la espalda, repitió lo que Lindsay había dicho la primera
vez que estuvieron en Hurricane, Utah, momentos antes de encontrarse con un
nido de espectros:
—Este lugar me da mala espina.
—Mierda. —Raze lo miró por encima del techo del coche—. Confiaba en
que fuera solo a mí.
—Es natural que nos topemos con algún problema.
—Creí que ya lo habíamos hecho —gruñó Raze.
Elijah sonrió. No habían perdido un minuto. Habían alquilado el coche en
el aeropuerto y se habían dirigido de inmediato a casa del primer vampiro que
había llamado a Syre para expresar su preocupación por la infección. Esa
visita les había permitido conocer a un vampiro muy atractivo llamado
Minolo. Este, rubio y de piernas largas y esbeltas, les había dejado pasar a su
apartamento, dotado de protección contra los rayos UVA, y les había ofrecido
unas galletitas de limón y té en tazas decoradas con flores y unos platitos a
juego. Minolo había mostrado de inmediato un evidente interés por Raze, y
durante la hora que había durado la entrevista, el vampiro no había dejado de
coquetear con el capitán de Vashti, haciéndole ojitos con sus pestañas
pintadas para provocarle.
—No me interesa —había gruñido al fin Raze.
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—Eso lo soluciono yo enseguida, tesoro —había replicado el vampiro
rubio guiñándole un ojo con descaro.
Elijah había intervenido para evitar un derramamiento de sangre, haciendo
que Minolo se centrara en el motivo por el que habían ido a verlo. Habían
averiguado que lo primero que suscitó las sospechas de Minolo fue una
entrevista llevada a cabo por las autoridades locales. Después de haber
conseguido frenar la investigación sobre la desaparición de un examante con
un poco de manipulación mental vampírica, había decidido indagar por su
cuenta. Minolo era el centro de todos los chismorreos en la comunidad
vampírica de la zona, y no había tardado más de un par de días en averiguar
que varios vampiros a los que conocía habían dejado de ser vistos en la
ciudad.
Tras explorar la ciudad durante cinco horas, Elijah y Raze habían
conseguido obtener suficiente información para saber que existía un problema
en Shreveport. El punto de partida de la investigación había sido la residencia
de Minolo, desde la que habían ido avanzando en círculos concéntricos,
entrevistando a los vecinos de los vampiros que habían desaparecido.
La mayoría de esbirros sobre los que habían indagado trabajaban de
noche, por lo que sus vecinos apenas tenían oportunidad de observar sus idas
y venidas. En esos casos, Elijah y Raze fingían alejarse con el coche, para
regresar poco después y colarse en esas residencias. Después de registrarlas
habían comprobado que estaban vacías, lo que les había llevado a una
inquietante conclusión: había demasiados esbirros cuyo paradero era
desconocido a plena luz del día.
Pero aquella zona a la que acababan de llegar era la más alarmante.
—Vamos a necesitar refuerzos —dijo Elijah—. Al menos, los dos esbirros
que llegarán en el vuelo nocturno para asumir el turno de noche, pero
convendría que contáramos con más. Yo diría que un equipo de una docena o
más.
—¿Quieres que exploremos la zona? Aún disponemos de un poco de luz
diurna.
—Mejor que no. Teníamos luz diurna en Las Vegas y éramos tres.
Raze se pasó la mano por la calva.
—No me gusta largarme sin más. Hace que me sienta un cobarde.
—A mí tampoco me gusta, pero es lo mejor. Confía en mí. —Elijah se
montó en el coche—. Nos pondremos en contacto con el equipo técnico para
acceder al trazado de esta zona y mañana diseñaremos un plan.
—Mierda. —Raze echó un último vistazo a su alrededor—. De acuerdo.
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A Elijah no le pasó inadvertida la facilidad con la que el vampiro había
aceptado el consejo de un licano. Si se debía a que él se estaba follando a
Vash o si era por sus propios méritos, no podía adivinarlo, pero de momento
no le preocupaba. Con el tiempo todos aprenderían a confiar en él. Porque se
lo habría ganado.
Regresaron al motel, se pusieron unos vaqueros y unas camisetas, y se
fueron a cenar al restaurante contiguo al motel, al que se dirigieron a pie.
Habían decidido pernoctar en una zona rural, alejada de la ciudad. El anodino
motel en el que se alojaban estaba rodeado de un pinar, cuya vista sirvió para
calmar los nervios de Elijah, alterados tras haberse topado con el primer
bache en el camino de su relación con Vash. Cada minuto que transcurría
estaba más cerca de la inevitable confrontación que tendría con ella. Estaba
preparado pero nervioso debido a la infructuosa exploración del lugar y a la
obligada separación de Vashti.
Se sentaron en un reservado y Elijah pidió dos especialidades de la casa y
una cerveza. Cuando la camarera se alejó, Raze y él se reclinaron en sus
asientos para observarse mutuamente, algo que habían evitado hacer hasta
ahora porque lo primero era el trabajo.
Elijah observó a su compañero detenidamente, consciente de que Vashti
rara vez se desplazaba a algún lugar sin Raze o Salem, o ambos. Los dos
capitanes vampiros eran más corpulentos que la media en su especie; los
Caídos solían ser delgados y de porte elegante, pues sus cuerpos estaban
hechos para volar. Salem era más fornido y alto que Raze, medía casi dos
metros y debía de pesar más de cien kilos de puro músculo.
Pero Vashti era una mujer poderosa, alta, esbelta pero musculosa,
conocida por su pericia con todo tipo de armas. No necesitaba
guardaespaldas. Y desde el punto de vista de los recursos, no parecía prudente
que Syre hiciera que sus tres mejores Caídos trabajaran juntos.
—¿Cuál es tu historia, Alfa? —preguntó Raze, arrastrando las palabras.
Aunque Elijah no era un experto en lo que a atractivo masculino se refiere,
había notado las numerosas miradas que las féminas habían dirigido al
vampiro cuando este había salido para atender una llamada.
—Te contaré la mía si tú me cuentas la tuya.
Raze soltó un resoplido.
—Supongo que quieres que me centre en mi historia en lo que se refiere a
Vash.
Elijah no lo negó.
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—Tiene un gran apoyo en ti y en Salem, pero es fuerte e inteligente.
Puede cuidar de sí misma.
—Pero no deja de ser una mujer.
Elijah bebió un largo trago de su cerveza mientras analizaba ese
comentario. Sabía perfectamente que Raze y Salem sentían un gran respeto
por Vashti, de lo contrario no estarían aceptando sus órdenes. Lo que
significaba que el hecho de que Raze mencionara su sexo no era por una
cuestión de machismo.
A diferencia de los hombres, que las padecían rara vez, las mujeres eran
vulnerables a cierto tipo de agresiones.
Syre, Raze y Salem la protegían de forma feroz. Y la forma en que ella
había practicado sexo con él la primera vez, atándolo, tratando de mantener
un control absoluto…
—¿Licanos? —preguntó Elijah secamente, sintiendo que la sangre le
hervía.
—No sé a qué te refieres.
Estaba claro que Raze no iba a hablar de Vash abiertamente, solo insinuar.
Elijah respetaba su posición, por más que ansiaba obtener más información
sobre ella.
Raze apoyó el brazo en la repisa de la ventana.
—Tú sabes lo que éramos antes: Vigilantes. Cuando caímos en desgracia,
tuvimos que decidir lo que queríamos hacer. Teníamos conocimientos en
diferentes áreas, y focalizamos nuestros esfuerzos en eso. Vashti se
especializó en armamento, cómo crear y utilizar armas. Incluso cuando era
solo una estudiante, era una guerrera.
El afecto que denotaba el tono de Raze hizo que Elijah asiera con fuerza
su botellín de cerveza.
—Ya lo veo.
—En esa época, pensábamos que debíamos ganarnos de nuevo la
confianza del Creador. Pagar una penitencia. Para redimirnos. Vash se dedicó
a cazar demonios, lo que resultó muy útil más tarde, cuando estos empezaron
a jodernos. Nos consideraban unos ángeles desechables, por lo que creyeron
que tenían permiso para jugar con nosotros —Raze espiró con fuerza—. Syre
quería adoptar un enfoque más diplomático, pero Vash creía en la respuesta
agresiva. Dado que ella era quien realizaba el trabajo de campo, al fin se
impuso su criterio. Sería quedarse corto decir que no gozaba de gran
popularidad entre la comunidad de los demonios.
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—Joder… —Elijah se reclinó contra el respaldo del asiento. Había visto
las consecuencias de los ataques de los demonios. Que esa clase de daño
pudiera haber estado relacionada con Vash hacía que se le encogiera el
estómago.
—A los demonios les gusta machacarte cuando eres vulnerable. Y la
muerte de un compañero es uno de esos momentos.
Elijah apretó los dientes.
—Vash me dijo que Syre se ocupó del tema, ¿es cierto? —preguntó sin
andarse por las ramas.
—Sí. Cuando terminó con ellos, arrojó sus cenizas a un cubo de basura y
las envió a su jefe.
Elijah lamentaba amargamente no poder vengarse él mismo. La sensación
de impotencia era tan aguda que dolía.
—¿Cuál era tu especialidad?
—Priorizar.
Elijah se pasó una mano por la cara mientras juntaba todas las piezas,
obteniendo un cuadro que le revolvió las tripas.
—Joder —dijo de nuevo, recordando la rudeza con que la había poseído
en Las Vegas, cómo la había dominado.
Raze sonrió cuando la camarera regresó con los platos que había pedido
Elijah. Ella le devolvió la sonrisa, mirándolo con interés. Preguntó a Raze si
estaba seguro de que no quería nada y él respondió que esperaría a que ella
terminara su turno, por si quería pasar un rato con él. A lo que ella, por
supuesto, accedió.
—El sexo te pone en forma —comentó Raze a Elijah cuando la chica se
alejó—. Te aconsejo que te folles a una tía antes de mañana, sobre todo
teniendo en cuenta que ayer estuviste a punto de palmarla. Quizá sea tu última
oportunidad de echar un polvo.
—Tu interés por mi salud me conmueve, pero mi vida sexual no es asunto
tuyo.
—Te gustan las pelirrojas, ¿eh? Pues acaba de entrar una pelirroja que
está buenísima. A lo mejor tienes suerte. —Raze soltó un silbido—. Maldita
sea, ni siquiera la has mirado. Vash te tiene pillado.
Elijah terminó de masticar el primer bocado de un excelente bistec poco
hecho.
—¿Y eso tiene que hacer que me sienta como un gilipollas? No hay nada
malo en saber cuándo estás bien con alguien y dejar de buscar.
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—El hecho de que sea bueno, no significa que no puedas conseguir algo
mejor.
—Joder, tío. —Elijah se llevó una bola de pan de maíz frito a la boca y la
trituró en dos bocados—. Tú perdiste tus alas por una mujer. Supongo que no
has olvidado lo que se siente.
El rostro de Raze se ensombreció, eliminando todo rastro de frivolidad.
—En mi caso fue distinto. Yo no era tan noble como los otros. Me tiraba a
todo lo que se movía.
Mientras masticaba su bistec, Elijah se preguntó si eso hacía que Raze se
sintiera más o menos culpable que los demás.
El vampiro se encogió de hombros, sacudiéndose de encima su repentino
malhumor.
—Bueno, más tarde hubo una… no hace mucho…
Elijah dejó a un lado el bol vacío que había contenido un surtido de
verduras y arrojó en él una costilla que acababa limpiar.
—Joder, Alfa —murmuró Raze, observándole atacar su segundo plato de
comida—. Tienes buen saque.
—¿Qué ocurrió con esa mujer?
—Merecía a alguien sin colmillos. —Raze sonrió a la camarera, pero sus
ojos no mostraban emoción alguna. Se levantó y dijo—: Ha sonado la
campana para que vaya a cenar. Suerte con la pelirroja. Parece que le gustas.
—Llévatela también —replicó Elijah, desdoblando la servilleta húmeda
para limpiarse las manos—. Móntate una fiestecita.
Raze se echó a reír y salió.
La camarera había dejado la cuenta en el borde de la mesa. Elijah miró el
importe y sacó su billetera del bolsillo posterior.
—¿Qué coño haces aquí?
El tono airado de Vashti casi le hizo sonreír, pero se abstuvo de hacerlo.
—Comer.
—No te hagas el listo. —Se sentó en el asiento que Raze acababa de dejar
—. ¿Qué estás haciendo en Louisiana?
—Trabajar.
Los ojos ambarinos de Vash arrojaban chispas, tenía las mejillas
encendidas y los labios rojos. Con su larga melena carmesí y su ajustado
mono de color negro, tenía un aspecto tan apetecible que a él se le hizo la
boca agua. No habría cambiado nada en ella, salvo el sufrimiento que había
padecido en el pasado y sus tendencias evasivas en el presente.
—Estás tratando de cabrearme, licano.
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Él se levantó.
—No hablemos de esto aquí.
Después de dejar el dinero de la cuenta sobre la mesa, Elijah condujo a su
furibunda vampira hacia la puerta.
Cuando salieron, se encaró con él.
—Hicimos un pacto.
Él arqueó una ceja.
—¿Así es como quieres que juguemos?
—Sabes que quiero la información, y me la debes.
—Y la tendrás. —Elijah la esquivó y se dirigió hacia su habitación.
—¡Te estoy hablando! —gritó ella, echando a andar tras él. El rápido
golpeteo de sus tacones resonaba sobre la acera de cemento.
—No es cierto. Mueves la boca, pero no dices nada.
—Eres un gilipollas.
Él sintió que empezaba a hervirle la sangre. Abrió la puerta de su
habitación y entró.
Ella apoyó la palma de la mano contra la puerta abriéndola con tanta
fuerza, que rebotó contra la pared.
—¡Cambiaste deliberadamente las misiones asignadas a cada equipo y me
llevó todo el condenado día localizarte!
—¿De veras? Puesto que tú me enviaste con Raze, habría bastado con que
le llamaras para aclarar el tema.
—Sí, se me ocurrió que fueras con Raze. Iba a hablarte de ello anoche,
pero no me dejaste. Te empeñaste en ser el primero en hablar y luego nos
pusimos a follar como locos.
—Vale. Ibas a decírmelo, no a consultármelo. Ya habías tomado una
decisión. No soy tu perrito faldero. Soy tu compañero. Tengo derecho a
opinar.
—No me diste la oportunidad de decírtelo —repitió ella
empecinadamente.
Elijah hizo un esfuerzo por reprimir su ira.
—¿Y esta mañana? ¿Cuándo decidíamos la composición de los equipos?
Pudiste decírmelo entonces. Te lo pregunté.
Ella le fulminó con la mirada; su rostro era una máscara de sincera
indignación.
—Ya habíamos hecho otros planes.
—¿Ah, sí? No llegamos a hablar sobre los primeros planes. Supuse que lo
haríamos después de que los equipos hubieran partido.
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—Pues te equivocaste.
—¿Y antes? —replicó él secamente, sin saber si echarla de su habitación
o arrojarla sobre la cama y follársela—. Si quieres echarme en cara el pacto
que hicimos, hablemos de ello. Accediste a quedarte conmigo. Luego hiciste
otros planes que echaban por tierra nuestro acuerdo.
—Accedí a quedarme contigo mientras investigábamos a unos licanos que
podían estar involucrados en la muerte de Charron —contestó ella—. Anoche
esa no era nuestra prioridad, sino la caza, y tomé una decisión estratégica.
—¿Y cómo pensabas alimentarte?
Ella apretó los puños.
—Tú no puedes alimentar a nadie ahora. Aún no te has recuperado del
todo.
—Cobarde.
—Que te jodan. —Ella se acercó.
—¿Por esto has venido, Vashti? ¿Quieres follar conmigo? Es lo único que
quieres de mí, ¿no? Eso y la información que pueda darte.
—Como quieras. El motivo por el que estoy aquí es obvio.
—No para mí. Si lo que querías era echarme la bronca, pudiste hacerlo
por teléfono. Si querías ocuparte de lo de Huntington, podría haberme reunido
contigo allí mañana.
Ella alzó el mentón y cruzó los brazos.
—Me gusta afrontar los asuntos directamente.
Él soltó una carcajada seca.
—Bueno, ya lo has conseguido. Ya puedes irte.
—Aún no he terminado.
—¿Ah, no? —Provocándola deliberadamente, Elijah cogió la silla que
estaba junto a la mesa y se sentó—. Adelante.
Ella lo miró durante unos momentos, crispando la mandíbula.
—¿Por qué no me preguntaste qué ocurría?
—¿Que por qué no te pedí que habláramos de algo que estaba claro que
no querías comentar conmigo?
Ella alzó los brazos con gesto irritado.
—Por el amor de Dios, cambié los planes. Era un asunto sin importancia.
—No para mí. Tú querías poner distancia. Y esa era la forma de hacerlo,
hasta que yo te proporcioné una información que era más valiosa para ti que
recobrar tu alterada serenidad.
—Estás convirtiendo esto en un asunto personal y no lo es.
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—Por supuesto que lo es. —Estaba harto. Irritado consigo mismo y con
ella, le echó en cara la verdad—. Arriesgaste tu vida y una guerra con los
Centinelas para salvarme. Durante los últimos días hemos follado como locos,
como tú misma lo has expresado con tanta precisión. ¡No me digas que no es
personal cuando decides que es mejor que trabajemos en extremos opuestos
del país!
Ella respiraba profundamente, su ira iba creciendo a cada exhalación.
—Hay cosas más importantes que el hecho de que una decisión razonable
haya herido tus sentimientos. No tiene sentido que tengamos que estar
siempre juntos. Somos demasiado valiosos. Tenemos que repartirnos,
distribuir nuestra potencia.
—De acuerdo. Entendido. —Él se levantó—. Ahora largo de mi
habitación.
—¿Me echas? ¿Y nuestro pacto?
Elijah la agarró del codo y la condujo hacia la puerta.
—Te libero del pacto. Conseguiré la maldita información y te la daré tan
pronto como la tenga.
—Quiero ir contigo.
—Lo siento. Somos demasiado valiosos como para ir juntos. Tenemos
que separarnos.
Vashti se soltó bruscamente, se volvió y le propinó un empujón. Al ver
que él no se movía, maldijo.
—¡Eres un gilipollas!
—Eso ya lo has dicho. Por suerte para ti, ya no tendrás que soportar mi
presencia.
Cuando él abrió la puerta, ella lo miró asombrada, incapaz de creer que
fuera a echarla de aquel modo, sin más.
—¿Qué diablos quieres de mí?
—Respeto. Sinceridad. Confianza. Un poco de consideración por los
sentimientos sobre los que acabas de escupir. —Elijah hizo un exagerado
gesto con el brazo, indicándole que saliera—. Fuera.
—Mierda. —Ella se negaba a dar su brazo a torcer—. ¿Cómo vamos a
resolver esto si tiras la toalla? Estoy tratando de mantener una conversación
contigo y tú no quieres afrontar el tema.
—No quiero hablar de chorradas. —Él se apoyó en el quicio de la puerta
—. ¿Ensayaste lo que ibas a decirme hoy? ¿Estuviste todo el día dándole
vueltas? ¿Ideando formas de justificarte para imponer tu criterio y
demostrarme que estaba equivocado en todo?
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—No seas ridículo.
—Mira quién habló. Estás loca por mí, Vashti. No sabes por qué… No
tiene sentido… Pero no puedes dejar de pensar en mí ni de desearme. Quieres
estar conmigo cuando no lo estás. Y ahora mismo, pese a lo cabreada y lo
convencida que estás de tener razón en indignarte conmigo, estás caliente y
húmeda y ardes en deseos de follarme. Lo último que quieres es marcharte,
porque no has parado en todo el día hasta localizarme.
—Lo que faltaba. —Ella sacudió su melena, que le cayó sobre el hombro
—. Eres un engreído.
—Pero, como es natural, no vas a reconocerlo. No vas a aclarar las cosas
ni a confesar que me colocaste con Raze porque me estoy acercando
demasiado y crees que necesitas espacio. Realmente lo crees. Que te sentirás
más segura cuando lo tengas porque mi presencia ya no podrá afectarte. —Él
se pasó una mano por el pelo—. No tengo tiempo para esto. Y no tengo
tiempo para trabajar con alguien que no es capaz de ser sincera consigo
misma, y menos conmigo. De modo que puedes salir de aquí por las buenas o
por las malas. ¿Qué prefieres?
Ella se esforzó en tragar saliva. Sus ojos traslucían un anhelo y una
tristeza que casi lo desarmó, pero Elijah se mantuvo firme. No iba a sentirse
satisfecho con ella tal como estaban las cosas. Anoche había pasado del
estadio de atracción sexual a algo más profundo. No estaba dispuesto a
lanzarse a la piscina solo. Había demasiadas personas que dependían de él.
No podía permitirse el lujo de perder la cabeza por una mujer que no sentía lo
mismo que él. O que no estaba dispuesta a reconocerlo. A aceptarlo.
Vashti se acercó a la puerta lentamente. Toda la ira que había descargado
contra él parecía haberse disipado, pues ya no marcaba el ritmo de sus pasos
ni su postura tensa. Se detuvo en el umbral y se volvió para mirarlo.
—Elijah…, no seas así. Fue una decisión táctica que beneficiaba a la
misión. Hablemos de ello con calma.
—No es necesario. Raze y yo nos llevamos muy bien, las cosas están
progresando y llegaré a Huntington la semana que viene. Todo está en orden
en tu mundo, Vashti. Dejémoslo así.
Ella salió.
—Para que lo sepas —dijo él antes de cerrar la puerta—, yo también
estaba loco por ti.
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Vash miró la puerta cerrada de la habitación de Elijah, sin saber qué hacer con
la devastadora ansiedad que se había apoderado de ella. Todo en su interior se
rebelaba contra el hecho de que ella estuviera fuera y él se hubiera encerrado,
lejos de ella. Alejado en todos los sentidos.
Joder, había ido hasta allí pensando que esa noche estaría con él. Se había
afanado todo el día en conseguirlo y ahora no tenía nada…
Jamás lo había visto tan furioso. Estaba fuera de sí. Y su ira resultaba aún
más aterradora por la contención que había demostrado. Si se hubiera puesto a
gritar o a golpear la pared…, lo que fuera…, la pasión de su reacción le habría
dado a ella algo a que aferrarse. Pero su furia había sido gélida. Su última
frase antes de cerrarle la puerta en las narices la había pronunciado sin la
menor emoción. Y en pasado.
Ella maldijo y se pasó ambas manos por el pelo.
—La has cagado, ¿verdad?
Al levantar la vista vio a Raze, que se dirigía hacia ella exhibiendo el
saludable aspecto de un vampiro que acaba de alimentarse.
Raze escrutó su rostro y suspiró. Su mirada mostraba compasión.
—Lo siento, Vashti. Quizá sea mejor así.
Ella asintió con firmeza.
—¿Tienes una habitación? —le preguntó él.
—Tengo que regresar.
—No. —Dijo, pasándole el brazo por el hombro—. Mañana es un día
importante y nos iría bien tenerte aquí. ¿Quieres quedarte en mi habitación?
Tengo dos camas.
—¿Y la camarera?
Raze encogió un hombro con gesto displicente.
—¿Qué pasa con ella?
Vash recostó la cabeza en él.
—¿Sigues pensando en esa técnica de laboratorio de Chicago?
—No estoy de humor para complicarme la vida. Ya sabes a lo que me
refiero.
—Desde luego —respondió ella. Pero en realidad no lo sabía. Había
conectado con Char y, hasta cierto punto, con Elijah. Raze solo había
conectado con una mujer, una mortal que había pasado por su vida con la
misma velocidad que todas las demás pero que había conseguido dejarle una
huella imborrable. Raze había sido un adicto al sexo desde que Vash lo
conocía. Pero al regresar de Chicago, no hacía mucho tiempo, había pasado
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de no abrocharse nunca la bragueta a no quitarse nunca el pantalón. A
excepción de sus colmillos, el resto de su cuerpo era solo para él.
Vash pretendía ir a ver a Kimberly McAdams a Chicago, para tratar de
comprender qué tenía esa mujer que había cambiado tan drásticamente a uno
de sus mejores capitanes. Lo haría cuando tuviera tiempo…
Él cambió de tema.
—Dentro de unas horas tengo que ir al aeropuerto a recoger a los equipos
del turno de noche que están a punto de llegar. Si quieres acompañarme, aún
tienes tiempo de comer. En el restaurante puedes escoger entre un amplio
surtido: un par de camioneros, el barman, unos cuantos lugareños… Te
sentirás mejor.
No, no se sentiría mejor. Vash se volvió automáticamente hacia la puerta
de Elijah. Estaba convencida de que había oído la conversación con su oído
de licano, y sin embargo no había salido para prohibirle que se alimentara de
alguien que no fuera él. Estaba claro que ya no quería saber nada de ella.
Con todo, ella no podía hacerlo. No quería hacerlo, aunque habían pasado
dos días desde la última vez que había bebido la sangre de Elijah.
—Estoy bien —respondió—. ¿Por qué no me informas sobre lo que
habéis averiguado y lo que vais a hacer mañana?
—¿Dónde están tus cosas? —preguntó él con una media sonrisa—.
Supongo que habrás traído una bolsa de viaje, ¿no?
—Sí. He aparcado el Explorer allí. —Él le entregó su llave electrónica y
ella la del vehículo que había alquilado. Pese a lo avergonzada que se sentía
porque la hubiese echado a patadas, al menos nadie sabía que cuando había
subido al avión, unas horas antes, confiaba en que después de la inevitable
disputa, Elijah y ella harían las paces follando como animales.
Una chica tenía su orgullo.
Se volvió para mirar las tupidas y raídas cortinas que le impedían ver la
habitación de Elijah, y se preguntó si no tenía quizá demasiado.
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Vash arqueó las cejas cuando vio a Syre bajar de su avión privado.
—Maldita sea. El jefe —murmuró Raze antes de avanzar para saludar a su
comandante estrechando su antebrazo con un gesto de respeto—. Syre.
—¿Toda una comunidad? —preguntó Syre sin más preámbulo. Se detuvo
en la pista mientras el viento agitaba su cabello, vestido de negro de pies a
cabeza, confundiéndose con la oscuridad.
«Un príncipe hermoso y mortífero», pensó Vash. Majestuoso, poderoso y
letal.
—Es lo que opina Elijah. —Raze miró a los tres licanos y cuatro esbirros
que acababan de desembarcar—. Menos mal que hemos traído dos coches.
—¿Dónde está el Alfa?
—Durmiendo. Son casi las dos de la mañana. A diferencia de nosotros,
necesita dormir.
Syre asintió con la cabeza.
—¿Tú que piensas, Raze?
—Lo mismo que él. Ese lugar me da mala espina. Es como una ciudad
fantasma.
Syre miró a Vash.
—Aún no lo he investigado, pero si Elijah dice que hay algo raro, es que
hay algo raro. Nunca nos habíamos enfrentado a una limpieza de esta
magnitud —dijo ella con tono sombrío—. ¿Cómo es posible ocultar la
desaparición de todo un barrio de la noche a la mañana?
—Ovnis.
Todos se volvieron hacia el esbirro que había hablado. Vash calculó que
debía tener treinta y pocos años cuando experimentó la Transformación, y a
juzgar por su sonrisa radiante y sus ojos chispeantes, no llevaba convertido en
vampiro suficiente tiempo como para estar hastiado del mundo. Lucía su pelo
rubio oscuro largo y desmelenado, lo que le daba un aspecto juvenil y
desenfadado.
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—En serio —dijo—. Nos apoderamos de algunas de las cámaras de
seguridad que probablemente encontraremos en las casas y os filmamos al
resto moviéndoos de un lado al otro con linternas en la oscuridad. Pareceréis
unas luces centelleantes y fantasmales. Luego dejaremos que el gobierno se
ocupe de ocultar lo ocurrido.
—Es increíble —dijo Vash, que le siguió el juego, alentando aquella
absurda idea—. Yo manejaré una cámara. Syre, tú eres el más rápido, así que
te encargarías de las linternas. La expresión del rostro de Syre era digna de
ver. Sonriendo, Vash preguntó al esbirro:
—¿Cómo te llamas?
—Chad.
—No digas nada en presencia de Syre —le aconsejó ella—. Es capaz de
matarte.
Chad se rio, pero Vash solo bromeaba a medias.
Estaba claro que era un novato. Uno demasiado joven como para haber
adoptado un alias. La mayoría de los esbirros cambiaban de nombre cuando
llevaban uno o dos siglos en su nueva vida, cuando todo lo que habían
conocido y amado había desaparecido, pues los días de los mortales eran
finitos, no como los suyos. Con frecuencia, los vampiros elegían nombres que
representaban su nueva identidad. Como Raze[2], que liquidaba a todo rival
que se interpusiera en su camino, y Torque[3], especialista en doblegar,
manipular y aplicar presión a la situación cuando era necesario. Por el
contrario, Vash había conservado su nombre de ángel, como recordatorio de
la mujer que había sido tiempo atrás, una que había sido digna del amor de
Charron. Desde entonces había cambiado mucho. Se preguntó qué pensaría
Char de la criatura en la que se había convertido, si la desearía tanto como
antes o si la desearía tanto como la deseaba Elijah.
Syre alargó la mano.
—Yo conduciré. Tú ve con Raze, Chad.
—Vaya —murmuró Raze—. Gracias, señor.
Vash se fue con los tres licanos y Syre; Raze con los cuatro vampiros.
Cuando enfilaron la carretera Vash reseteó el GPS para que Syre supiera a
dónde se dirigían.
—Me sorprende verte aquí, Vashti —dijo Syre, mirándola.
—No lo creo.
—Te lo aseguro.
—No tanto como a mí verte a ti.
Syre ajustó el retrovisor.
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—Aún no he visto a ninguno de esos espectros y ya va siendo hora de que
vea a uno.
Ella pulsó el botón para bajar la ventanilla y apoyó el codo en el marco,
disfrutando de la refrescante caricia de la brisa en su rostro.
—Tengo la impresión de que has venido para controlar lo que hago. De
nuevo.
—Es posible —confesó él—. Eres muy valiosa para mí y me preocupa
que te sientas… confundida.
Genial. Dentro de poco todos aquellos que le importaban sabrían que
estaba hecha un lío.
—Nos enfrentamos a algo muy grave. Temo que lleguemos demasiado
tarde.
—Sabremos más detalles cuando los otros equipos nos informen de la
situación que han encontrado. —La voz de Syre era grave y reconfortante,
una de sus habilidades para cautivar.
—¿Y si regresan con informes de que los espectros se han apoderado de
barrios enteros? ¿Qué haremos entonces?
—Ah, mi eterna pesimista. Supongo que tendremos que hacernos con un
montón de películas apocalípticas de zombis para que nos den alguna idea.
Ella no quería sonreír, así que se giró para observar a su equipo. Los
machos eran morenos y fornidos. Unos magníficos ejemplares masculinos,
pero meras sombras de Elijah. La hembra era rubia y menuda, bonita en un
estilo natural con su melena recta, sus ojos verdes y sus labios rosados con
arco de Cupido.
Vash les informó brevemente.
—Elijah podrá poneros al corriente sobre los aspectos relativos a los
licanos mejor que yo, pero igualmente os aconsejo que tengáis cuidado. Los
espectros parecen sentir una atracción fatal por vosotros, y nuestra alianza es
lo bastante reciente como para convertirse en un problema. No tenemos
suficiente experiencia luchando juntos como para no ser un estorbo para los
otros. Un tropezón con esos tipos puede significar la muerte. Debéis estar más
alerta que de costumbre.
Los tres la observaron en silencio con muda hostilidad.
—¿Nombres? —preguntó Vash, que no tenía ganas de discutir con ellos.
Le dijeron que se llamaban John, Trey e Himeko. Vash se volvió de nuevo
y llamó a Raze.
—Hola. ¿Te has ocupado del tema de las habitaciones en el motel?
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—He alquilado otras tres, aparte de la que ocupa Elijah. No te esperaba ni
a ti, ni a Syre, ni a un equipo de refuerzo compuesto por cinco individuos.
Con suerte, podremos alquilar otra habitación para el comandante; no creo
que el motel esté lleno. De lo contrario, puedes alojarte con Syre y yo cederé
mi segunda cama a uno de los vampiros. Las otras dos habitaciones tienen
varias camas, así que se podrán apañar.
—Perfecto. Gracias.
Pero cuando llegaron al motel comprobaron que estaba lleno, pues una
banda muy popular tocaba en el restaurante contiguo. Vash recogió su
mochila de la habitación de Raze y salió para esperar a Syre, que había ido a
coger su bolsa del coche de alquiler que estaba al otro lado del aparcamiento.
Raze había ido a recepción a recoger llaves electrónicas para los recién
llegados.
Ella se quedó sola, experimentando una abrumadora sensación de soledad.
Atraída como un imán hacia Elijah, se dirigió a su habitación. A medida
que se acercaba podía sentir un nudo en el estómago, mientras su boca se
hacía agua con ganas de saborearlo de nuevo. No solo era deseo de sangre y
sexo, sino la necesidad de oír el sonido de su voz, el latir de su corazón, sentir
el calor de sus brazos al estrecharla. Temía que él abriera la puerta y ella,
prescindiendo de su dignidad y orgullo, le implorara que no volviera a
apartarla de su lado.
La intensidad de su deseo la inquietaba. No comprendía por qué Elijah se
empeñaba en hacer que su colaboración con ella —no estaba segura de poder
llamarla relación— fuera tan complicada. ¿Por qué no podían obtener lo que
necesitaban uno del otro, dar al otro lo que podían darle y vivir al día?
Mientras pensaba el argumento que utilizaría para convencerlo, oyó un
sonido sospechoso. Cuando volvió a oírlo, sintió un escalofrío recorriendo sus
entrañas, oprimiéndole el pecho.
—No, no, no —murmuró, aproximándose a la puerta de la habitación de
Elijah. La sangre le hervía y el corazón le latía con furia.
Horrorizada e incrédula, Vash miró el número de la puerta, confiando en
que, cuando parpadeara, cambiaría. Los sonidos inconfundibles del sexo
desenfrenado que emanaban de la habitación de Elijah le produjeron un nudo
en el estómago. Un dolor abrasador le atravesó el pecho.
Los jadeos y murmullos de una mujer implorando más…, los rítmicos
crujidos de los muelles de la cama…, el gruñido de un hombre follando con
furia para alcanzar el orgasmo…
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Sus dedos enervados dejaron caer la bolsa al suelo. Durante unos
momentos se quedó helada, como si algo en su interior se hubiera hecho
añicos. Y entonces la ira se apoderó de ella. Alzó el pie y asestó una patada a
la puerta. El grito estridente de la mujer solo sirvió para espolear su sed de
sangre. El olor a sexo, propulsándola a través de la habitación hacia la
corpulenta figura que se levantaba de la cama.
—¡Te mataré! —gritó, y lo abofeteó con tal fuerza que el hombre salió
disparado y se estampó contra la cómoda. Vash se volvió hacia la mujer que
yacía en la cama, desnuda y aterrorizada, y alzó la mano con las garras
extendidas para atacarla.
Pero alguien la sujetó con fuerza antes de que pudiera hacerlo.
—Vashti.
La voz de Syre, grave y furiosa a su espalda, traspasó su ira. Se volvió
para mirarlo.
—Suéltame.
—¿Qué coño ocurre aquí? —bramó Elijah.
Ella se tensó al oír su voz. Se volvió hacia la silueta que se recortaba en el
quicio de la puerta: los anchos hombros que conocía tan bien, la cintura
estrecha, las largas piernas. Iba sin camisa, descalzo, y tenía los vaqueros
desabrochados y apenas sujetos a sus esbeltas caderas.
La mujer sobre la cama seguía gritando como una posesa. El hombre que
se la había estado follando gemía en el suelo, donde yacía postrado.
Obligando a Syre a soltarla de un manotazo, Vash se volvió hacia Elijah.
—¡Esta es tu maldita habitación!
Los ojos de él brillaban en la penumbra. Cruzó los brazos, provocándola
con sus espectaculares bíceps y abdominales que invitaban a ser lamidos.
Todo su cuerpo era firme y musculoso, construido y perfilado con precisión.
Y ella le deseaba. Desesperadamente.
De repente, la mujer dejó de gemir y se hizo el silencio. Los murmullos
tranquilizadores de Syre penetraron en el cerebro de Vash, pero se
desvanecieron de inmediato ahogados por el rugido de su sangre.
—Era mi habitación —le rectificó Elijah sin perder la calma—. Es obvio
que ya no la ocupo.
Ella reprimió un grito de frustración. Él esbozó una media sonrisa al
contemplar la escena que se dibujaba tras ella.
Humillada por su falta de control, Vash se encaró con él.
—Borra esa sonrisita de la cara. Si ese tipo hubiera sido tú, te habría
cortado las pelotas y te habría obligado a tragártelas.
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Él se llevó la mano al corazón.
—Tu amor por mí me conmueve.
Ella abrió la boca para replicar, pero en ese momento apareció Raze con
los refuerzos. Observó la maltrecha puerta de metal, el marco combado, y la
situación dentro de la habitación. Luego miró a Vashti con gesto interrogante.
—No digas una palabra —le advirtió ella—. Ni una puñetera palabra.
Syre salió como una sombra, sinuoso y silencioso. Su rostro permanecía
impasible, pero sus ojos mostraban una expresión mortífera.
—Los mortales no recordarán este incidente, pero no permitiré que tú lo
olvides, Vashti.
Él alzó el mentón. Elijah avanzó un paso, interponiéndose entre ella y su
comandante. Era un gesto protector. Y claramente desafiante.
Ella no necesitaba que nadie le hiciera de escudo con Syre, pero sintió un
nudo en la garganta al comprobar que contaba con el apoyo de Elijah.
Himeko se acercó al Alfa, esbozando una sonrisa demasiado íntima para
el gusto de Vasthi.
—¿Tienes dos camas en tu cuarto, El?
Elijah no apartó la vista del rostro de Syre.
—Sí. Está disponible para quien quiera ocuparla.
Vash luchó consigo misma, preguntándose si él la rechazaría delante de
los demás si ella le proponía compartir la habitación. Pero no tuvo ocasión de
averiguarlo.
Himeko se le adelantó.
—Yo compartiré la habitación contigo. Sé que no roncas.
Vash la fulminó con la mirada. ¿Cómo diablos sabía eso esa chica?
—Anda, vamos —dijo Elijah señalando el pasillo—. Tenemos que
descansar. Nos espera una mañana tremenda y quedan pocas horas para que
amanezca.
Motivo por el que, pensó Vash de golpe, necesitaba estar con él. Había
estado a punto de perderlo. Cada minuto que no estaba con él era un minuto
desperdiciado. Que estuviera pensando en el tiempo que compartía con él de
aquella manera era bastante revelador, teniendo en cuenta el tiempo que
llevaba viva y el que le quedaba por vivir.
A fin de concentrarse en otra cosa, Vash se volvió para reparar los
desperfectos que había causado. Maldita sea. El pobre desgraciado que
ocupaba la habitación debía estar realmente malherido. Ella le había golpeado
creyendo que era un licano y, por lo tanto, capaz de encajar el impacto de su
fuerza.
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—Ya me he ocupado de ello —dijo Syre con tono grave—. Sus heridas
han cicatrizado, pero tendrá una jaqueca de campeonato.
Ella asintió con gesto compungido.
—Gracias.
—Repara esa puerta —ordenó Syre a Raze, antes de recoger la bolsa de
Vash del suelo y tomarla a ella del brazo.
La puerta de la habitación que iban a compartir aún no se había cerrado
tras ellos cuando Syre se encaró con ella.
—¿Qué diablos te ocurre, Vashti?
Ella se tensó al percibir su tono gélido.
—No… no lo sé.
—Estás descentrada. Eres un peligro para ti misma y para quienes te
rodean.
Ella alzó el mentón, aceptando la reprimenda. Estaba hambrienta, dolida,
confusa…
—Tienes razón.
Él maldijo mientras se pasaba la mano por el pelo.
—Y no puedo hacer nada salvo permanecer a tu lado y arreglar el
estropicio.
Vash se sentía humillada y arrepentida. Syre ya tenía suficientes
problemas. Necesitaba que ella estuviera en plena forma, que funcionara al
cien por cien. Al igual que todos los demás.
—Lo siento.
Syre la miró y ella se estremeció al observar el dolor en sus ojos.
—No, soy yo quien lo siente. Después de todas las veces que me has
apoyado…, la forma en que me has ayudado a lo largo de los años… El hecho
de no poder hacer nada por ti me saca de quicio. Te estás desmoronando, y lo
único que puedo hacer es quedarme cerca para recoger los pedazos.
—Samyaza. —Ella no se percató de que estaba llorando hasta que sintió
las mejillas húmedas.
Él abrió los brazos y ella se refugió en ellos. Agarrándolo por la camisa
con desesperación, dejó que su confusión saliera en forma de lágrimas y
vertió su confusión en un torrente de lágrimas.
Vash entró en el restaurante del motel a las ocho y media de la mañana y
encontró a los licanos desayunando. John y Trey estaban sentados en una
mesa, Elijah e Himeko en otra. La joven, una belleza espectacular, se reía de
algo que Elijah acababa de decir; sus ojos de gata relucían y su sonrisa era
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cálida. Cuando apoyó la mano sobre la de Elijah, Vash comprendió que
compartían una historia.
La opresión que sentía en el pecho se intensificó hasta dar paso a un dolor
lacerante y sus garras se extendieron, clavándose en las palmas de sus manos.
Respirando hondo para hacer acopio de todo su valor, hizo lo que había
venido a hacer.
Se acercó a la mesa de Elijah, sosteniendo la mirada de Himeko cuando
esta la levantó para observarla.
—Lárgate.
—¿Perdón?
—Que te las pires. Esfúmate. Vete.
La licana la miró indignada.
—Un momento…
—Himeko. —El tono sereno y apacible de Elijah resolvió la situación—.
Por favor, discúlpanos.
Himeko lo miró, escrutando su rostro en busca de algo. Luego asintió
bruscamente, cogió su plato y dirigió a Vash una mirada de puro odio.
Y se suponía que hoy tenían que luchar juntas. Genial.
Vash se sentó en el asiento vacante y mantuvo las manos debajo de la
mesa para ocultar sus garras.
—Esto ha sido una grosería —dijo él, mientras cortaba un trozo de jamón
que luego se llevó a la boca—. Ya tienen ganas de matarte. No empeores la
situación.
—Ella te desea.
Él engulló el trozo de jamón.
—Ya me ha conseguido.
Los celos hundieron sus garras en ella, cortándole el aliento.
—No recientemente —aclaró él—, y no de una forma seria.
—Para ella no fue suficiente.
—Para mí, sí. Sentimos una atracción mutua y nos acostamos juntos. Fin
de la historia. —Él untó un poco de mantequilla en su torta de patata. En vista
de que ella guardaba silencio, le preguntó—: ¿Querías algo?
—Pareces agotado. —Elijah tenía los ojos enmarcados por ojeras y su
boca sexi mostraba una mueca de cansancio.
—¿De veras? En cambio tú estás guapísima, como siempre. —Él le
dirigió el cumplido en un tono tan áspero que ella no pudo tomárselo en serio.
—Lo siento.
Al ver que ella no añadía nada más, él la miró arqueando la ceja.
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Ella suspiró.
—Debí tratar de explicarte el plan de colocarte con Raze. Supuse que no
te gustaría, me acojoné, y decidí callarme para no discutir contigo. Más tarde,
cuando los planes cambiaron, evité la discusión ocultándotelo. Mejor dicho,
tratando de ocultártelo. Te pido disculpas. No me enorgullece haberme
comportado como una cobarde.
Elijah la observó detenidamente; su mirada era tan intensa que ella se
acomodó en su asiento. Estar tan cerca de él y sin embargo separada por un
abismo tan grande la estaba volviendo loca. Cada vez que respiraba percibía
su olor, que hacía que su corazón latiera con furia. Sabía que él podía oírlo,
que sentía su deseo como lo había sentido cuando se habían encontrado por
primera vez en la cueva de Bryce Canyon.
Él siguió comiendo, con la vista fija en el plato.
—Disculpas aceptadas.
Ella experimentó una sensación de alivio tan profunda que se sintió un
poco mareada. Quizá fuera por eso que tardó una fracción de segundo en
comprender que no iba a conseguir nada más de él.
—¿Ya está? —le preguntó al darse cuenta—. ¿Es lo único que vas a
decirme?
—¿Qué más quieres? —replicó él con frialdad, colocando su huevo frito
sobre un triángulo de pan tostado untado con mantequilla—. Te has
disculpado. Yo he aceptado tus disculpas.
Vash notó que las lágrimas afloraban a sus ojos. Después de la sensación
de alivio que acababa de sentir, la profunda decepción fue como un detonante
que hizo que perdiera los estribos.
—Creo que te odio.
Los nudillos de los dedos con los que él sostenía los cubiertos se pusieron
blancos.
—Ten cuidado, Vashti.
—¿Qué coño te importa? No, no te molestes en responder. Ya lo has
hecho, alto y claro. —Ella se levantó de la mesa y se alejó.
Se produjo un tenso silencio.
—Maldita seas, Vashti. —Él arrojó los cubiertos sobre su plato con furia
—. ¡Maldita seas una y mil veces!
Ella corrió hacia el Explorer, deseando desesperadamente alejarse antes
de que la viera llorar. Dios…, estaba hecha un desastre. ¿Y por qué? ¿Por un
licano sexi que se dedicaba a follarse a legiones de mujeres jadeantes por
deporte? Qué estupidez. Todo era una monumental estupidez. Habría sido
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preferible que no se hubiera despertado en ella esa voraz hambre sexual y que
el licano hubiese seguido trabajando para los Centinelas.
Él alcanzó la puerta del conductor en el preciso momento en que ella la
cerraba desde dentro.
—Vashti. —Ella no le había visto nunca tan furioso. Su mirada era salvaje
y su voz tenía un sonido gutural—. Abre la puerta.
Ella levantó el dedo del medio de la mano izquierda mientras giraba la
llave en el contacto con la derecha.
—Que te aproveche el desayuno, gilipollas. Voy a comer algo. No voy a
pasar hambre por ti.
Él golpeó la ventanilla con la palma de la mano con tal violencia, que
causó pequeñas fisuras en el vidrio de seguridad.
—No huyas, Vashti. Si lo haces, no podré controlarme.
Ella dio marcha atrás, levantando una nube de grava. Al cabo de unos
segundos enfiló la carretera, sin saber a dónde se dirigía y alegrándose de que
no hubiera ni un alma en la serpenteante carretera rural.
Una arboleda de pinos flanqueaba la sinuosa cinta de asfalto. Las sombras
que proporcionaban encajaban a la perfección con el estado de ánimo de
Vash. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Un torrente de lágrimas. Esa
noche había llorado tanto que había supuesto que ya no le quedaban más
lágrimas. Le enfureció comprobar que estaba equivocada.
Sujetando el volante con ambas manos, soltó un grito para aliviar la
tremenda tensión que sentía. Y volvió a gritar cuando tomó una curva y se
encontró cara a cara con un gigantesco lobo de color chocolate. En la fracción
de segundo que tardó en darse cuenta de que iba a chocar frontalmente con él,
su mundo se detuvo en seco. Pisó el freno, sintiendo el sistema antibloqueo
vibrar a través del pedal debajo de su pie. Las ruedas no se trabaron. El coche
no se detuvo con la suficiente rapidez.
Preparándose para el impacto, todos los músculos de su cuerpo se
tensaron…
… y estuvo a punto de perder el juicio cuando Elijah saltó sobre el capó,
trepó sobre el techo del vehículo y saltó desde la parte posterior.
El Explorer derrapó hacia el arcén y se detuvo bruscamente. Vash puso el
coche en punto muerto y saltó fuera.
—¿Estás loco? —gritó, apretando los puños a sus costados.
Sus iris de color verde relucían y tenía las fauces contraídas en un rictus
de furia. Era todo animal, sin ningún elemento humano. Sí, se había vuelto
loco.
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Y ella estaba en peligro.
Tenía que elegir entre luchar o huir. Con ambas manos en alto, obligó a su
agitado cuerpo a no mover un músculo. Luego analizó sus opciones: atacarlo
con sus colmillos y sus garras, destrozándolo físicamente como él la había
destrozado emocionalmente, o echar a correr a toda velocidad tan lejos como
fuera posible. No era la primera vez que lograba huir de un licano; podía
volver a hacerlo.
Con las orejas pegadas a la cabeza y enseñando los dientes, Elijah avanzó
hacia ella, plantándose en el centro de la carretera. Vash tragó saliva, tan
fascinada por su belleza lobuna como por su forma humana. Ofrecía un
aspecto majestuoso, con su espeso pelaje, tan bello y lustroso como su cabello
humano, y unos movimientos de una elegancia letal. El sonido amenazador de
sus profundos gruñidos hizo que a Vash se le erizara el vello.
Algo perverso estalló en su interior, espoleado por su ira y su dolor. Lo
había perseguido a través de medio país y aquella mañana en el restaurante.
Era hora de que él comprobara lo que se sentía al perseguir a alguien. Ella se
había rendido a él con demasiada facilidad. Como todas las otras zorras que
se quedaban prendadas de él.
Sin dejar de mirarlo, Vash esbozó una sonrisa desafiante. Bajó una de las
manos que tenía alzada hasta alcanzar el nivel del campo visual de ambos,
curvando todos los dedos dentro de su palma salvo el del medio.
—Que te den.
Luego saltó sobre la capota de su todoterreno y se adentró en el bosque.
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Se había enamorado de una máquina de matar que se estaba convirtiendo,
lenta pero inexorablemente, en un hombre afectuoso, apasionado. Era
inevitable que el proceso presentara problemas y escollos, y ella estaba
dispuesta a ayudarlo en lo que pudiera. Pero necesitaba que él se abriera.
Adrian había sufrido dos graves pérdidas en poco tiempo. Sentía que
había traicionado la confianza que Helena había depositado en él, que no
había estado ella su lado cuando lo necesitaba. No como su comandante, sino
como su amigo. Como lo había sido Phineas, el mejor amigo que había tenido
Adrian, a quien había querido profundamente.
Ella salió al jardín trasero por la puerta de la cocina. El espacio, rodeado
por una tapia, era muy reducido, con un círculo de mosaico en el centro del
rectángulo de hierba. Para algunos, habría sido el lugar perfecto para instalar
una pila para pájaros o un par de tumbonas. Para ellos constituía una pequeña
pista de aterrizaje, un lugar desde el cual los ángeles podían elevarse hacia el
cielo y regresar a la tierra.
En el aire se palpaba la energía eléctrica que anunciaba la llegada de una
tormenta del desierto; una tormenta que también se agitaba dentro de Adrian,
pero que él mantenía a raya gracias a su increíble fuerza de voluntad. Y le
costaba un esfuerzo indecible.
Lindsay echó la cabeza hacia atrás y murmuró a la suave brisa del
amanecer:
—Adrian, amor mío, te necesito.
Este apareció al cabo de un momento; sus alas de un blanco deslumbrante
con las puntas de color bermellón se recortaban como espléndido alabastro
contra el cielo teñido de un gris rosáceo. Ella sabía que estaría cerca; nunca se
alejaba demasiado por si ella lo necesitaba. Aterrizó con elegancia, sus alas
desplegadas casi rozando los muros de estuco que separaban el jardín de las
viviendas de sus vecinos. Su pie fue lo primero que tocó el suelo. El resto de
su cuerpo se posó con sutileza, pero con fuerza, sobre el mosaico del jardín.
Como tenía por costumbre, solo llevaba un amplio pantalón de lino. Su
hermoso torso y sus poderosos brazos estaban desnudos, dejando a la vista su
piel de color caramelo que cubría aquellos finos pero trabajados músculos. El
viento había alborotado su cabello negro, que enmarcaba su bello rostro. Y
sus ojos, con esos maravillosos iris del azul de una llama, la observaron con
amor y tierna pasión.
Al verlo, el corazón de Lindsay suspiró. Su sangre se encendió, tiñendo
sus mejillas de rojo.
Y él lo notó, por supuesto. En sus labios se dibujó una sonrisa sensual.
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—Podrías haberme llamado desde la cama, neshama. Te habría oído y me
habría reunido contigo allí.
—No te necesito por ese motivo.
—¿Ah, no? ¿Estás segura?
Ella respiró hondo.
—Siempre te deseo, pero hay otra cosa.
Las alas de él se desvanecieron como la bruma cuando ella cubrió la
distancia que les separaba. Se acercó a él y se fundió en un abrazo, hundiendo
su rostro en su pecho.
—Lindsay. —La resonante voz de Adrian denotaba preocupación—.
¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa?
—¿Sabes lo mucho que te necesito, Adrian? ¿Lo imprescindible que es
para mí tenerte cerca? No para obtener sangre o sexo, aunque no niego que
necesito ambas cosas de ti. Es como si fueras la fuerza que hace latir mi
corazón y, cuando estamos separados, se olvida de funcionar.
Él la estrechó entre sus brazos con tanta fuerza, que casi no podía respirar.
Lindsay se alegró de que sus pulmones de vampira no necesitaran aire, porque
no quería apartarse de él. Adrian le acarició su rizado cabello con una mano.
Con la otra la enlazó por la cintura, a fin de oprimir cada centímetro de su
cuerpo contra el suyo.
—Neshama sheli. Me destrozas.
—Te amo. Hasta el extremo de que siento tu dolor como si fuera mío.
Ella sintió cómo el pecho de él se expandía.
—Jamás te haré daño.
—¿Por eso lo guardas todo en tu interior? —Lindsay se apartó para
mirarlo—. ¿Por eso no quieres abrirte a mí? Yo no te protegí de mi dolor.
Él fijo su mirada en ella.
—Te torturas por haberme dejado ir con Vash —dijo ella con dulzura—.
Te preguntas qué dice eso sobre el amor que me profesas. ¿Pero con qué lo
comparas? Lo que tenemos es algo que nadie más tiene. No solo por quiénes
somos como individuos, sino por los obstáculos a los que nos enfrentamos.
Tendremos que arriesgarnos, con nosotros mismos y entre nosotros.
Sus ojos parecían dos titilantes llamas azules, extrañas y ancianas.
Atormentados. Ella se preguntó cómo podía soportar las turbulentas
emociones que se agitaban en su interior, cómo conseguía ocultarlas detrás de
las sonrisas que le dedicaba a ella y el estoicismo que mostraba ante sus
Centinelas, cómo lograba reprimirlas cuando le hacía el amor y libraba
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batallas con una lucidez y precisión admirables. Qué podía hacer ella para que
hablara.
—Te he manipulado, Adrian.
Él se tensó.
—Sé que te sientes culpable por lo que le ocurrió a Helena. —Ella lo
abrazó con fuerza cuando él trató de apartarse—. Lo utilicé contra ti para que
antepusieras a los Centinelas y me dejaras ir con Vashti para ayudar a Elijah.
Transcurrieron unos momentos de silencio.
—Era mi debilidad y te aprovechaste de ella. Yo hice que fuera posible.
—No existe justificación alguna para lo que hice; solo para lo que me
empujó a hacerlo.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque debo hacerlo —respondió ella, levantando una mano para
apartarle el pelo de la frente—. Porque somos más fuertes cuando somos uno.
Trato de recordar que todo esto es nuevo para ti. Que te esfuerzas y has
cambiado mucho desde que te conocí en el aeropuerto de Phoenix. Pero
necesito que te acerques más, que compartas conmigo lo que te preocupa, lo
que te duele, que me dejes formar parte de ti. Me estás dejando al margen.
—Yo no… —Adrian frunció el ceño—. No sé cómo hacer lo que me
pides.
—Piensa en voz alta. Cuando los pensamientos te abrumen, exprésalos de
viva voz. Deja que yo los oiga. Utilízame como tu caja de resonancia.
—¿Por qué?
—Porque me amas y me necesitas. Sé que tienes que ser fuerte ante los
otros Centinelas. Ellos se apoyan en ti, y si tú caes, ellos caerán también. Pero
necesitas apoyarte en alguien. Y esa persona seré yo, si me dejas.
—Estoy bien.
—Físicamente, sí, perfectamente. Pero emocionalmente, estás destrozado.
—Lindsay apoyó una mano en la nuca de Adrian, obligándolo a acercar la
boca a la suya y le besó suavemente—. No podías hacer nada para salvar a
Helena, Adrian.
Las manos de él temblaron.
—Ella vino a mí en busca de ayuda.
—No. Vino a ti para que le dieras permiso. Y tú le dijiste la verdad, que
no era a ti a quien debía pedírselo. Quebrantaste una ley enamorándote de
Shadoe y luego de mí. Helena quería que le dijeras que ella también podía
quebrantarla, y tú no podías hacer eso. Francamente, fue injusto que te lo
pidiera.
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—Estaba enamorada, Lindsay. Sé lo irracionales que nos volvemos
cuando estamos enamorados. Tendría que haber sido más comprensivo con
ella.
—No me digas que no lo fuiste. Te conozco. Te partió el corazón cuando
te dijo que se había enamorado de un licano. Lo percibí en el tono de tu voz
cuando me llamaste y cuando, más tarde, me contaste lo ocurrido.
—Yo iba a separarlos. A romper su relación.
—Ese era el plan —respondió ella—. Pero quizás habrías cambiado de
opinión al verlos juntos. O quizás habrías seguido adelante con el plan. Nunca
lo sabremos. Ella no lo sabrá, porque te arrebató esa opción. Fue su decisión.
No puedes arrepentirte de los actos de otra persona.
—¿Aunque yo la obligara con los míos? —contestó él con voz
entrecortada y fría.
—¿Qué es lo que hiciste, Adrian? Ella te pidió permiso para mantener una
relación sentimental con uno de tus guardias y tú le dijiste que se lo pidiera al
Jefe Supremo. Luego ella huyó y ambos se mataron. ¿Dónde está tu culpa en
esa cadena de acontecimientos? ¿Qué te induce a pensar que la instigaste a
hacer lo que hizo?
—Ella me conocía. Sabía cómo reaccionaría.
—Tonterías. Ni siquiera tú sabías lo que ibas a hacer. No… Espera un
momento… Escúchame. Tardaste un tiempo en contactar con ella. Estabas
reflexionando, analizando la situación. Razonando contigo mismo. No es
culpa tuya que nunca podamos saber qué habría pasado si hubieses tenido
elección. —Ella tomó su rostro entre sus manos—. No es culpa tuya. Y si
Phineas estuviera aquí, estoy segura de que te diría lo mismo.
De las espesas pestañas inferiores de Adrian pendía una lágrima, que por
fin rodó por su mejilla. Él se la enjugó, irritado, y luego observó su dedo
húmedo casi con horror. Murmuró algo con voz entrecortada y en una lengua
que ella no comprendía. Cuando su mirada se encontró con la suya, Lindsay
vio estupor. Y temor.
Se preguntó si él sabía que había llorado la primera vez que habían hecho
el amor.
—Neshama —murmuró ella, abrazándolo con fuerza—. No pasa nada. Es
bueno que te desahogues.
—Yo… —Él tragó saliva.
—Les echas de menos. Lo sé. Les echas de menos y te duele.
—Yo fallé a Helena.
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—No. Mierda. No es verdad. Lo que falló fue el sistema. Las estúpidas
reglas y leyes. Y tu Creador, que ha dejado que te quedaras solo aquí durante
demasiado tiempo, sin enviarte refuerzos ni consejo.
Una gota caliente de lluvia cayó sobre la mejilla de Lindsay, otro signo de
que él estaba perdiendo el control.
Él recostó su rostro en el cuello de ella.
—Quédate conmigo, Lindsay.
—Siempre —le prometió ella—. Para siempre.
Las alas de Adrian se abrieron y ambos se elevaron en el aire. El poderoso
cuerpo de él se flexionaba contra el de ella para dirigir el peso de ambos en un
ascenso vertical. No representaba ningún esfuerzo para él, ninguna tensión
para sus músculos preparados para la batalla. Del cielo despejado empezaron
a caer unas gruesas y cálidas gotas de lluvia que la acribillaron como
diminutas agujas, empapándola en segundos.
Su miedo a las alturas hizo que sepultara su rostro en el pecho de él,
aferrándose con tal fuerza que era imposible no notar que estaba llorando en
silencio. Su sufrimiento le partía el corazón, aunque sabía que él necesitaba
purgarse de esa forma. Su dolor se había confinado en su interior,
envenenándolo, debilitándolo. Ella enlazó sus piernas con las suyas,
aferrándose a su espalda por debajo de las alas y lamiendo las gotas de lluvia
en su cuello y su mandíbula. Ella murmuró palabras de consuelo que no podía
oír, intentando reconfortarle lo mejor que podía.
—Lindsay.
La boca de él buscó la suya; sus labios se sellaron con firmeza sobre los
de ella. Tenía un sabor salado debido al dolor, un leve matiz a lágrimas
mezcladas con gotas de lluvia. El viento agitaba el cabello de ambos y la
pesada y empapada túnica de ella.
Siguieron elevándose en el aire.
El beso que ella le devolvió estaba destinado a consolarlo, pero él deseaba
más. Necesitaba más. Y lo tomó. La besó con pasión, metiéndole la lengua
hasta el fondo. Las ropas que se interponían entre ellos desaparecieron,
porque así lo deseó él. Ella tendría que haber sentido frío, pero el cuerpo de él
estaba ardiendo. Y cuando él tomó uno de sus pechos, el deseo de ella se
intensificó hasta equipararse al suyo, espoleado de forma irracional por su
terror a las alturas y por el dolor que le inflingía saberle sufrir.
Empezaron a girar en el aire mientras seguían subiendo. El pecho de
Adrian se movía agitadamente debido al torrente de emociones que le
inundaba; sus labios recorrieron su cuello con desesperación y avidez. De
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repente, la cambió de posición y la penetró. Ella gimió ante aquel placer tan
agudo e inesperado. La lluvia cesó al instante. Él echó la cabeza hacia atrás,
su ascenso se ralentizó hasta que quedaron suspendidos en el aire unos
instantes, girando lentamente bajo la suave luz del amanecer.
—¡Es mía! —rugió él mirando al cielo—. Es mi corazón. Mi alma.
Ella sintió que los ojos le escocían y se le nublaba la vista. Luego él osciló
y se giró, para emprender el descenso.
Cayeron en picado.
Ella gritó y le rodeó la cintura con las piernas. Descendieron a una
velocidad vertiginosa, girando como peonzas en el aire, las alas de él pegadas
a su espalda para evitar la resistencia. Ella tenía el torso pegado al suyo,
inmovilizada por su poderoso abrazo. Pero él no permanecía inmóvil. Sus
caderas se balanceaban, frotándose contra ella, penetrándola… Follándola.
El orgasmo la sacudió con fuerza, haciendo que se estremeciera de los
pies a la cabeza.
—¡Adrian!
Él gimió, corriéndose dentro de ella con furia. Purgando su dolor y sus
remordimientos con cada sacudida.
«Es mío», pensó ella con furia mientras descendían a la tierra unidos en el
más íntimo de los abrazos. «Es mi corazón. Mi alma. No dejaré que lo
destruyas».
Adrian desplegó sus alas y remontaron el vuelo.
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allá del corte de pelo, era una mujer atractiva, menuda y de rasgos delicados
—. La he mezclado con las muestras de sangre de espectros y se ha producido
una breve remisión.
—¿Una remisión? —La muestra de sangre de Lindsay. No, se corrigió
Syre. La sangre de Adrian, filtrada a través de Lindsay.
—Temporal —aclaró ella—, pero es el primer rayo de sol que penetra en
la oscuridad que nos rodea. Nos vendría bien recibir más rayos de sol, más
sangre. Recibimos la suficiente para animarnos pero no la suficiente para
analizarla como es debido.
—Eso puede ser complicado.
—En cualquier caso, lo dejo en tus manos. En cuanto a nosotros, estamos
trabajando a toda máquina. Pero nos iría mucho mejor si pudiéramos contar
con un epidemiólogo o un virólogo. ¿Podéis facilitarnos alguno?
—Estoy en ello.
Ella asintió con la cabeza.
—Vash ya te ha informado, ¿no?
—Por supuesto. —Pocas cosas se le escapaban a su segunda… cuando
estaba centrada en lo que hacía.
—¿Y la sangre de los licanos?
—Doce viales con la sangre de doce sujetos. Una idea brillante. Uno o dos
no habrían bastado.
—Transmitiré a Vash tu satisfacción.
—Hazlo. Esa chica es más lista que el hambre. Debes de sentirte muy
orgulloso de ella.
—Sí. —Él la había instruido bien, pues desde el principio había visto el
potencial que tenía. Era inteligente, eficaz y transmitía una energía nerviosa
que muchos interpretaban equivocadamente como temeridad. Vash nunca lo
había sido…, hasta que había conocido al Alfa.
Syre tenía que vigilar muy de cerca esa situación. No estaba dispuesto a
tolerar que Vash siguiera sumida en una crisis durante mucho más tiempo.
Uno o dos días más, y si el licano no arreglaba lo que le estaba haciendo, Syre
lo mataría. Sería una lástima porque el Alfa era un excelente cazador, pero era
menos valioso si no estaba bajo el dominio de Vasthi. Por lo demás, existía la
posibilidad de que si perdían a su Alfa, ahora que los licanos se habían
instalado en el almacén y la mayoría estaba realizando trabajos de campo,
acudieran a los vampiros en busca de liderazgo y protección. De no ser por el
efecto que tendría sobre Vashti, la muerte de Elijah Reynolds sería ideal…
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—La mayoría de las muestras no tuvieron ningún efecto —prosiguió
Grace—. Sin embargo, el Sujeto E es harina de otro costal. ¿Quién tuvo la
idea de que las muestras fueran anónimas? ¿Vashti?
—Por supuesto. —Syre deslizó el dedo sobre su iPhone y entró en la nube
para buscar el documento que vinculaba al donante con la muestra. Pero supo
quien era el Sujeto E antes de obtener confirmación: el Alfa.
—Bien, el Sujeto E aquí es conocido como FUBAR. Si quieres liquidar a
la población de espectros de una vez para siempre, FUBAR es tu hombre. O
mujer. Su sangre tiene el efecto de la bomba de Hiroshima sobre los
espectros. ¡Pum!, y se acabó lo que se daba.
—¿Por qué? ¿Cómo?
Grace soltó una risotada.
—Soy eficiente, pero no tanto. Recibí esas muestras de sangre ayer por la
tarde. He tenido poco más de catorce horas para analizarlas. Puedo darte un
«qué», pero necesito más tiempo para descifrar el resto.
—Vashti se topó con un espectro con función cerebral suficiente para
hablar con coherencia. Al parecer dirigía a un grupo de otros espectros.
—¿Qué? —Grace se puso seria—. Todos los espectros que he visto tienen
el cerebro deshecho.
—Necesito más que eso, Grace.
Ella se rascó la nuca.
—Puede que el sujeto se hubiera infectado hacía poco, tal vez solo unas
horas antes, y aún no tuviera las sinapsis fritas. O puede que llevara infectado
el tiempo suficiente para que sus neuronas se activaran de nuevo.
Francamente, no lo sé. No me he encontrado con un caso semejante en el
laboratorio.
—Demasiadas preguntas, Grace.
—Y no tenemos bastantes respuestas. Lo sé. Hago lo que puedo.
—Mantenme informado.
—Desde luego. Y si pudieras enviarme más cantidad de esa sangre, me
sería muy útil. Son las dos caras de la moneda: uno aniquila; el otro puede ser
una cura. Conociéndote como te conozco, deduzco que querrás disponer de
ambos elementos en tu arsenal mientras resuelves este problema, y yo tengo
un amigo aquí que me gustaría recuperar.
Syre pensó en su nuera. Era demasiado tarde para Nikki, pero con suerte
quizá pudieran salvar a otros.
—Me pondré a ello.
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—Y el virólogo, por favor. Tengo una amplia formación, pero esto no
entra en mi campo profesional.
Syre asintió y colgó, emitiendo un sonoro suspiro.
—¿Qué es lo que sabes, Adrian? —murmuró para sí—. ¿Y qué tengo que
hacer para conseguir que me lo digas?
Vash echó a correr a toda velocidad entre los árboles, sorteando los escollos,
el corazón latiéndole con furia. Su cuerpo era una máquina construida para ser
un ángel y forjada como guerrera. Aunque oía los jadeos y el resonar de los
pasos del licano que la perseguía, no se volvió. No tenía sentido. Solo serviría
para ralentizar su marcha, y el hecho de saber dónde se hallaba él o lo cerca
que estaba no la haría avanzar más deprisa.
Ningún licano había logrado alcanzarla. Jamás. Vash era demasiado
veloz, demasiado ágil para ellos.
Pero sabía que Elijah era distinto. Lo había demostrado hacía un rato en la
carretera, y mientras ella pensaba en eso, él volvió a demostrárselo.
Ella saltó con agilidad sobre un tronco caído, pero él se le adelantó. Sus
patas delanteras se clavaron en la tierra y se volvió rápidamente, haciendo que
sus cuartos traseros giraran ciento ochenta grados.
—Maldita sea —exclamó ella.
Estaba ante un animal salvaje al que no tenía el valor de herir, así que
saltó sobre él, aterrizando al otro lado. Pero el suelo del bosque cubierto de
hojas hizo que resbalara y cayó de bruces. Luchó con pies y manos por
agarrarse a algo.
Él se abalanzó sobre ella en un abrir y cerrar de ojos, colocándose a
horcajadas sobre ella y sujetándola por el hombro con los dientes. Su aliento
era caliente y respiraba de forma acelerada, emitiendo unos sonidos guturales.
Cuando ella trató de moverse, él la zarandeó con suavidad, hundiendo los
dientes en su hombro pero sin llegar a desgarrarle la piel. Soltó un gruñido de
advertencia.
Vash se quedó inmóvil, en actitud sumisa. Se estremeció con un
sentimiento que parecía de placer. Quizá de triunfo. Seguramente también de
alivio.
Él la había perseguido. La había atrapado.
Vash sintió que su ritmo cardíaco se aceleraba, al igual que su respiración,
unas reacciones que no obedecían al esfuerzo que había realizado. Yacía
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postrada bajo él, absorbiendo en su espalda el calor que él emanaba,
hundiendo los dedos en la tierra.
Pasaron varios minutos hasta que Elijah la soltó. Cuando lo hizo, fue con
otro gruñido de advertencia para que no se moviera. Le concedió unos
momentos para que ella demostrara que iba a hacerlo sin que él la obligara.
Entonces, le rozó la mejilla con su húmedo hocico, tras lo cual lo restregó
contra su mejilla.
Al sentir ese gesto sorprendentemente tierno, ella alzó la cabeza para
buscar su mirada.
—Elijah…
En respuesta, él le enseñó los dientes. Sus ojos mostraban aún esa luz
primaria que ardía en ellos.
—Vale. De acuerdo. —Ella suspiró y volvió a relajarse, tratando de
comprender por qué se había sometido a él tan dócilmente. No se sometía a
nadie salvo a Syre, y solo en ciertos aspectos. En muchos otros, ella era la
parte dominante. Sí, porque él se lo permitía, pero igualmente… Incluso Char
había comprendido que era ella quien llevaba la voz cantante.
Vash se sobresaltó un poco cuando Elijah se sentó con cuidado sobre ella,
su vientre curvándose sobre su espalda. No apoyó todo su peso, para no
aplastarla, pero sí el suficiente para inmovilizarla y asegurarse de que no
olvidara que estaba allí. Como si eso fuera posible.
Era difícil saber cuánto tiempo permanecieron en esa posición, él sentado
sobre ella jadeando en silencio, aspirando su olor y acariciándola con su
hocico. No sabía por qué, pero esos gestos suavizaron las aristas de su estado
de ánimo, las mismas que la habían desgarrado por dentro desde que él la
había echado de su habitación la víspera. No sabía cuándo había caído en la
cuenta de que llevaban años desgarrándola. Solo sabía que la serenidad que
había hallado en el bosque con Elijah había puesto al descubierto un tormento
interior que ignoraba que llevara dentro. La ira y el deseo de venganza eran
sus fieles compañeros, pero el dolor había permanecido oculto en su
inconsciente, un dolor en el que no había reparado hasta que desapareció.
Cuando él cambió de forma, ella sintió su poder, el movimiento ondulante
que desplazaba el espacio que la rodeaba. La suavidad y calidez del pelaje
entre aterciopelado y áspero se transformó en unos músculos duros como el
acero y una piel ardiente. Él siguió restregando su mejilla contra ella. Siguió
jadeando como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano.
Las palmas de las manos de ella se humedecieron al sentir su erección
contra sus muslos.
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—¿Elijah…?
—Vashti. —Su voz tenía aún un tono gutural. Áspero. Profundamente
sexi—. No me basta… Lo siento.
Ella se tensó. Sintió cómo la decepción la traspasaba como un cuchillo.
¿Era ella quien no le bastaba? ¿No le bastaba lo que había entre ellos, fuera lo
que fuera?
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N
— o te pongas tensa —dijo Elijah con voz ronca, restregando sus caderas
contra sus suaves nalgas—. No te resistas. Deja… que te tome. Pónmelo
fácil…
Vash no podía defenderse contra el escalofrío de deseo que le recorrió el
cuerpo.
—¿Quieres practicar sexo? ¿Aquí?
Solo pensar en ello hizo que se humedeciera y su hambre se intensificara;
la idea de que ella le ponía tan cachondo que no podía esperar, que estaba
dispuesto a follársela en el suelo de un bosque como un animal en celo…
Él adaptó su postura, rodeándola con sus muslos. Luego se enderezó y la
atrajo hacia sí, poniéndola de rodillas. Deslizó una mano entre sus pechos,
para sujetarla por el cuello con firmeza y estrecharla contra sí. La otra la
introdujo en la cinturilla del pantalón negro de tejido elástico que llevaba,
bajándoselo hasta las rodillas.
—Lo siento. —Sus palabras sonaron en el oído de ella como un gemido
atormentado—. No puedo detenerme. No trates de huir…
Cuando él empezó a acariciarla entre las piernas con mano temblorosa,
ella echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro. No podía evitar
mover las caderas para incrementar el contacto.
Él apoyó la frente contra su sien.
—Estás húmeda. Gracias a Dios… —Y con estas palabras, se inclinó
hacia delante, obligándola a bajar de nuevo.
Ella extendió los brazos para atenuar la caída con las palmas de las
manos. Cuando la tuvo de cuatro patas, él tomó la gruesa punta de su pene y
la deslizó a través de su húmeda vulva…, hacia delante y hacia atrás…,
frotándole el clítoris…, su cuerpo temblando.
Vash sintió que todos sus músculos se tensaban como un arco, invadida
por una excitación tan febril que temía perder el sentido. Esto era lo que
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deseaba, el hambre que sentía por él era una fuerza tan elemental como su sed
de sangre.
—Te necesito. Ahora —gruñó él, inclinándola hacia atrás para poder
penetrarla con facilidad.
Ella gritó al sentir que su poderosa verga se clavaba en ella hasta el fondo,
produciendo un placer tan feroz que le nubló la vista. Él no le dio tiempo a
colocarse mejor o a prepararse, sino que empezó a follarla con una furia
primaria, utilizándola como un instrumento para satisfacer su lujuria.
Bastaron una docena de embestidas. Su aullido reverberó a través del bosque,
haciendo que los pájaros alzaran el vuelo chillando despavoridos. Se corrió de
forma tan violenta, que ella sintió su miembro palpitando dentro de ella,
derramándose en furiosas contracciones. Vash tenía los muslos cubiertos de
semen cuando él se echó hacia atrás, sentándose sobre sus talones. La atrajo
hacia él, invitándola a colocarse entre sus muslos.
Antes de que ella recobrara la compostura o la respiración, él le separó los
labios de su sexo y empezó a masajear su carne trémula. Vibrando con la furia
de su excitación, alcanzó un orgasmo torrencial con un gemido de alivio,
mientras su cuerpo se tensaba y se retorcía alrededor del miembro de él, que
seguía eyaculando.
De pronto él acercó su muñeca a la boca de ella, ofreciéndole su vena.
Estremeciéndose aún por el orgasmo, Vash apartó la cabeza.
—No…
Elijah sepultó la cara en su cabello.
—Lo siento.
Ella deseaba sinceramente responderle, pero tenía las sinapsis fritas. Y él
seguía masajeándole el clítoris, manteniéndola excitada y preparada para
volver a correrse, como si hubiese dejado de hacerlo.
—No he podido controlarme. —Él rechinó los dientes—. Huiste de mí.
No podía pensar con claridad… Tienes que saber que antes me dejaría cortar
un brazo que hacerte daño.
Algo estimulante afloró en su interior al comprender por lo que se estaba
disculpando: por haber perdido el control. No tendría que haberle complacido
que la bestia en él respondiera tratándola de la forma más brutal y primaria
que cabe imaginar, pero a Vash le producía un placer perverso. Bueno… Si
sus peleas iban a terminar siempre con él penetrándola, ella podría vivir con
eso.
Pero él tenía que dejar de sentirse culpable.
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Cuando le ofreció de nuevo su muñeca, ella la apartó de un manotazo,
ofendida.
—Basta.
Elijah la separó de su cuerpo, lo que no era tarea fácil dado que su
miembro estaba aún duro. Ella le dejó hacer. Dejó que se tumbara de espaldas
sobre el montón de hojas y se cubriera los ojos con un brazo. Dejó que
farfullara con voz ronca que ella necesitaba comer y que él hallaría un medio
que le permitiera hacerlo, ya que se negaba a beber de él…, aunque no se lo
reprochaba…, puesto que él estaba perdiendo el control, perdiendo el juicio…
Mientras él seguía murmurando, Vash se quitó rápidamente y en silencio
las botas y la ropa. Hasta quedarse desnuda. En el bosque. Con un licano.
¿Qué más podía pasar?
—Elijah —dijo con dulzura, montándose sobre él—. Calla de una puta
vez.
Vio cómo él contenía el aliento para luego soltarlo con fuerza en el
momento en que ella se encajaba en él, sintiendo la íntima conexión que ella
anhelaba. El aire había enfriado el semen que cubría su pene, haciendo que
ella lo sintiera en su interior frío y duro como el mármol. Él se incorporó
rápidamente con un gruñido, y ella rodeó su cuello con los brazos, mirándolo
a los ojos.
—Veo que el decaimiento no es un problema en tu caso —dijo secamente,
observando que sus ojos seguían emitiendo un fulgor febril. Era salvajemente
hermoso. Con el rostro encendido, despeinado y empapado en sudor. Ella
percibió su olor animal y su sexo se tensó en un reconocimiento primario. Era
tan similar al olor que había odiado durante tanto tiempo con todas sus
fuerzas… Y sin embargo, su doloroso pasado no tenía que ver con él. Ella
dejó de preguntarse por qué y simplemente… lo aceptó.
—Vashti, yo…
—Me has ofendido. No con tu salvaje sexo animal —aclaró ella, viendo el
gesto de angustia en su semblante—. Por ofrecerme tu muñeca que, por si no
lo sabías, es la forma más impersonal de dar sangre a un vampiro. Quiero
creer que nosotros hemos superado esa fase, y si no es así, deberíamos
hacerlo.
Él la abrazó con fuerza.
—¿Como cuando me dejas plantado porque estás asustada? ¿O cuando te
disculpas por una tontería en lugar de hacerlo por algo importante?
—Vaya. —Ella le acarició el pelo porque sabía lo mucho que le gustaba.
Y porque necesitaba apaciguar a la bestia para poder resolver los problemas
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con el hombre—. Te recuperas enseguida. Creo que me gustabas más cuando
estabas compungido.
—O todo o nada.
—¿Acaso tengo elección? Supongo que si salgo corriendo me perseguirás.
Él entrecerró los ojos, escrutándola. Al cabo de un momento, sus fosas
nasales se dilataron y le espetó:
—¡Te ha gustado!
—No lo niego. Fuiste tú quien me echó a patadas.
—¿Quién inició la disputa? —La voz de Elijah sonaba inquietantemente
neutral.
Ella tragó saliva, deslizando su mirada hasta localizar la vena que
palpitaba con fuerza en el musculoso cuello de Elijah.
—Vashti. —Él la zarandeó levemente—. Háblame. ¿Qué hacemos aquí?
Ella volvió a mirarle a los ojos con el ceño fruncido.
—¿Es una broma?
—Si lo único que quieres es sexo, permite que te diga que hay otras
opciones que no causan tantos quebraderos de cabeza.
—¿Te refieres a Himeko?
Él esbozó lentamente una sonrisa puramente masculina.
—¿Te sientes territorial?
—Me parece genial que mi confusión y mi dolor te diviertan —se quejó
ella—. Escucha, lo he jodido todo tratando de apañármelas yo sola. Dime lo
que quieres de mí. Y yo te diré si puedo dártelo.
—Un compromiso.
Ella sintió un nudo de temor en el estómago.
—¿Qué tipo de compromiso?
—Uno en el que yo sea algo más que un joystick con el que jugar cuando
te apetece.
—Vale. —Vash trató de centrarse de nuevo después de sentir el
«joystick» de Elijah jugando en su interior—. Mira quién habló. Me consta
que lo único que te atrae de mí son mis tetas.
—Hagamos un pacto. Yo te concederé acceso exclusivo a lo que tengo a
cambio de que tú hagas lo mismo.
—¿Eso es todo? —preguntó ella, recelosa. Sabía que lo de la exclusividad
comportaba muchas otras cosas, pero tenía que preguntárselo.
La mirada de él era serena, completamente humana y cargada de
paciencia.
—¿Qué más estás dispuesta a aceptar?
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—Bueno… —Ella se pasó la mano por el pelo—. No estoy dispuesta a
aceptar que me des de lado. Ayer hiciste que perdiera los estribos. Te
comportaste como un gilipollas.
—¿Yo me comporté como un gilipollas?
Ella suspiró, consciente de que tenía que ponerlo todo sobre la mesa o
arriesgarse a perderlo. Puede que el animal estuviera colado por ella, pero el
hombre no era un tipo que se dejara manipular.
—Te quiero a ti. No solo por el sexo, sino por ti. Te respeto. Respeto la
forma en que tratas a tu gente. Pero es justamente por eso por lo que no puedo
tenerte. Temo querer más. Temo volver a sufrir.
Él alzó ambas manos y le apartó el pelo de la cara.
—Piensas en mis responsabilidades como Alfa.
—Dime que tú no —replicó ella—. Y si no lo haces, deberías hacerlo.
—A estas alturas estoy empezando a preguntarme si no ha sido un grave
error. He perdido el control en dos ocasiones por ti.
Vash frunció el ceño.
—¿Cuándo fue la otra vez?
—Da lo mismo. El caso es que ocurrió. —Sus perfectos labios rozaron los
de ella—. La caza empezó en el momento en que te vi. No concluirá hasta que
reconozcas que eres mía o yo deje de respirar. Eso es lo que quiere la bestia y
lo que yo quiero darle. En cuanto al hombre, admiro tu fuerza y tu coraje.
Agradezco los consejos que me das y que siempre hayas estado dispuesta a
compartirlos conmigo. Soy adicto a tu cuerpo, pero también disfruto
simplemente con tu compañía. Tienes el grado justo de locura para
encandilarme. Contigo no me aburro nunca, cariño.
Ella se apoyó contra él, sintiendo que algo se abría en su interior al oír
esas palabras. Su cuerpo se tensó alrededor de su miembro, abrazándolo por
dentro.
Él soltó un breve gruñido.
—Podría volver a correrme solo con esto. Sosteniéndote en mis brazos y
sintiendo que me abrazas. Aunque siga siendo el Alfa, en estos momentos no
puedo fingir que deseo tomar una compañera. La perspectiva de mantener una
relación íntima con otra mujer me repele.
Ella cerró los ojos sintiendo que la embargaba una sensación de alivio y
ternura.
—Solo existió Char. Luego tú. Quiero que esto funcione. Quiero hacer
que funcione.
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—Entonces comprométeme a esto, Vashti, a acostarnos juntos, a trabajar
juntos, a permanecer juntos. Eso es algo que no le incumbe a nadie más. Solo
tenemos que hablar entre nosotros y convertir al otro en una prioridad.
—No existe un licano vivo que no quiera matarme, incluso tú a veces.
—Y hay muy pocos vampiros que no me liquidarían si estuvieran seguros
de que no iban a pagar por ello. Toda relación tiene sus problemas y una
familia política hostil.
—¡Eres la monda!
—Y soy terco y arrogante. —Él le mordió el labio inferior con sus dientes
blancos y perfectos—. Eres mía, Vash. Desafío a que alguien lo niegue.
Incluso a ti.
—Eres un cabrón. —Ella sintió un delicioso hormigueo en su boca; el
sabor de él se extendió por su lengua—. Sabías perfectamente lo que estabas
haciendo ayer. Sabías que me destrozaría perderte, que no podría soportarlo.
—Confiaba en ello —le corrigió él—. Me atormentaban las dudas sobre si
trazar o no una línea que no estaba seguro que cruzarías. Cuando te ofrecí mi
habitación anoche y tú no la aceptaste, sentí deseos de estrangularte.
Irrumpiste en una creyendo que era la mía invadida por una furia territorial,
pero no diste el paso que yo quería que dieras. Empecé a pensar que no
conseguiría tenerte como yo quería. Luego te presentaste en el desayuno y
estuve a punto de decirte que aceptaba tus condiciones.
—Y yo estuve a punto de suplicarte que dejaras de machacarme. —Se le
nubló la vista y desvió la mirada—. Me echaste. Eso… me dolió. Odio que
me hagan daño. Hace que me vuelva loca. Más loca de lo que estoy.
Él suspiró y se inclinó sobre ella.
—Eres terca como una mula.
La verdad la aguijoneó.
—Y tú te has tumbado boca arriba para que te rasque la barriga sin oponer
demasiado resistencia, cachorro.
—Tú ya has pasado por esto, con Charron. Es comprensible que no
quieras volver a exponerte y a mostrarte vulnerable. Pero todo esto es nuevo
para mí. Nunca he tenido esto, y lo deseo. No puedo imaginarme sin esto. Sin
tenerte a ti.
Vash colocó la palma de su mano sobre el corazón de él, que latía con
fuerza.
—¿Se te ha ocurrido que yo podría estar seduciéndote y haciendo que te
enamores de mí para que no seas capaz de matarme?
Él apoyó la mano sobre la suya.
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—¿Me tomas por un estúpido? ¿Crees que sería capaz de follarte todos los
días y clavarte luego una estaca en el corazón? Me olvidé de eso incluso antes
de que nos encontráramos en el almacén. Micah ha muerto. Lo que le hiciste
fue terrible, porque tus suposiciones sobre mí eran equivocadas. Pero no
puedo decir que yo no hubiese hecho lo mismo. Si te mato por venganza,
haría exactamente lo que tú le hiciste a él para vengar a Nikki. Es un círculo
vicioso que no conseguirá que ninguno de ellos resucite, pero que nos
destruirá a los dos.
Ella lo acarició con la nariz, aspirando su olor.
—Algunos se harán esa pregunta y me achacarán el motivo a mí. Otros, la
mayoría, pensarán en ello.
—Que les jodan.
—Nooo —se quejó ella, mordisqueándole detrás de la oreja—. Hemos
hecho un pacto: exclusividad. No puedes joder a nadie salvo a mí.
Elijah la tomó por los omóplatos, estrechándola contra su cuerpo. Ladeó
la cabeza, ofreciéndole la gruesa arteria de su cuello por la que fluía su sangre
vital. Ese gesto de sumisión por parte de un macho tan dominante —que Vash
sabía que le había costado un gran esfuerzo— le encendió a ella la sangre. La
cazadora que llevaba dentro se excitó ante la perspectiva que se le ofrecía,
pero la mujer se derritió.
Vash deslizó con precisión y habilidad su lengua por el cuello de Elijah,
haciendo que se le hinchara la vena. Notó cómo él tragaba saliva y sonrió.
—¿Sabías que el mordisco de un vampiro puede proporcionarte el más
dulce éxtasis sexual?
—¿Por qué crees que no permito que te alimentes de nadie salvo de mí?
—Estaba demasiado ida como para procurarte placer en Las Vegas. Y lo
lamento. Deseo complacerte, Elijah. Deseo hacerte feliz.
—Créeme. Ya disfruté en Las Vegas. —Deslizó sus manos, esas manos
cálidas y maravillosas, por la espalda de ella hasta posarlas en sus nalgas,
haciendo que se meciera sobre su miembro en erección—. Siempre me
complaces, en muchos sentidos. Pero si quieres compensarme, no me
opondré.
—¿No? —Al rozar suavemente con sus colmillos el cuello de Elojah, no
pudo evitar sentir el leve temblor que le recorría—. Eres un excelente
depredador, y estás a punto de convertirte en el bocado de otro depredador.
—Soy un hombre —contestó él con voz ronca—, que se dispone a
relajarse y gozar mientras su mujer se lo folla hasta hacerle alcanzar un
orgasmo de infarto.
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—Eres un machista —le reprendió ella con tono risueño. Pero su sonrisa
se desvaneció cuando se apartó para mirarlo. Su rostro denotaba una fuerte
tensión y sus ojos, esos ojos como joyas capaces de verla realmente,
refulgían. Por más que el hombre pudiera bromear, la bestia que llevaba
dentro se resistía a ser el alimento de otro. Ella lo apaciguó acariciándole el
pelo con dulzura—. No tienes por qué hacer esto, Elijah. Puedo beber de la
muñeca de otro. Rápida y limpiamente.
—No.
—De una mujer, si lo prefieres. Podemos ir a una guarida de vampiros.
Podrías follarme mientras me alimento. Quizá te excite ver cómo…
—No, maldita sea. —La voz de él era grave y gutural, casi un gruñido. La
agarró por la nuca y la apretó contra su cuello—. Yo te daré lo que necesitas.
Hazlo.
Ella cerró los ojos, respiró hondo y encontró su centro. El placer de él era
más importante que su necesidad de comer, porque comprendía el regalo que
él le hacía y que con ello violaba la misma esencia del depredador que era. A
un Alfa macho le costaba un tiempo adaptarse al placer de la penetración.
Algunos no lo conseguían nunca. Vash no soportaba la idea de que Elijah se
arrepintiera de haberle ofrecido su sangre. Y para ser sincera, esperaba que él
gozara con ello tanto como para querer repetirlo. Como para pedírselo.
Vash se humedeció sus labios secos y los entreabrió, acariciando con la
lengua la vena de su amante. Lo rodeó con los brazos y, para distraerlo,
oprimió sus senos contra su pecho. Luego clavó los colmillos en la vena, de la
que brotó un chorro de sangre deliciosa y embriagadora.
Él maldijo y se tensó, pero empezó a gemir de placer al sentir que los
rítmicos movimientos de su boca eran imitados por su sexo, tensándose y
relajándose alrededor de su pene. Sujetándole por la nuca para que no se
moviera, Vash le acarició su rígida espalda con la otra mano. Luego retiró sus
colmillos y le lamió la herida para cerrarla, su lengua repasando su piel con
suavidad. Deslizó la boca sobre su cuello, besándolo. Cuando él se relajó, ella
le clavó de nuevo los colmillos en otro lugar. Al sentir que él empezaba a
correrse, ella succionó con más fuerza.
Él resopló, agarrándola por las caderas para sentirla más cerca mientras se
derramaba en su interior.
Embriagada por su sangre, ella se perdió en los recuerdos que esta
guardaba, centrándose egoístamente en los que hablaban de ella: el afán de
posesión, el placer, el dolor. A cambio, ella inundó su mente con sus propios
recuerdos, transmitiéndole lo que sentía cuando él la penetraba, el fuego que
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le recorría el cuerpo cuando ella lo miraba, el profundo respeto y admiración
que le inspiraba, y el deseo que solo su pasión podía saciar.
—Vashti. —Él se sobresaltó cuando ella bebió su sangre hasta provocarle
otro orgasmo, haciendo que su musculoso cuerpo se estremeciera al sentir que
ella se corría con él, sus delicados músculos tensándose alrededor de su verga
en el más íntimo de los abrazos. Él emitió unos sonidos guturales de placer
que vibraron contra los labios de ella, unos gemidos roncos de deseo, un ansia
que parecía insaciable.
Una vez aplacada su hambre, Vash retiró sus colmillos y cerró los dos
diminutos orificios, masajeando la vena que palpitaba con la sangre de él.
Con las manos sobre sus hombros lo apartó lentamente. Sonrió al ver cómo él
se tumbaba, jadeando, sus ojos relucientes y cálidos. Inclinándose sobre él, le
arañó levemente el pecho y empezó a mover las caderas, estrechándolo entre
la humedad de sus piernas.
Esta vez ella no tenía las palabras adecuadas. Las había tenido con Char.
Las había tenido cuando era un ángel. Pero ahora, con él, no las tenía. Estaban
atrapadas en su garganta, abrasándola.
Pero lo bueno de Elijah era que no las necesitaba. Ya lo sabía. La
aceptaba y la deseaba tal como era. Sabía que su cuerpo podía decirle todo
cuanto ella no podía expresar en voz alta. Su cuerpo de vampira, que encajaba
a la perfección con la sexualidad primaria de su licano.
—Toma lo que necesites —dijo él con voz ronca, habiendo comprendido
—. Todo lo que necesites. Y dámelo todo a cambio.
Ella se mordió el labio inferior, moviéndose sobre él de forma pausada y
firme, saboreando los espasmos de placer que él tenía cada vez que lo llevaba
al límite.
—Quiero que vuelvas a correrte. Necesito sentirlo dentro de mí.
—Soy un hombre —dijo él con tono divertido—. Solo puedo hacerlo un
determinado números de veces seguidas sin descansar para recuperarme.
Los labios de ella se curvaron en una lenta sonrisa de gozo.
—Aún estás cachondo.
—Tú aún estás desnuda y follándome. —Él le acarició los pechos,
recorriendo y pellizcando sus duros pezones—. No te preocupes por mí.
Disfruto viéndote gozar. Sintiendo cómo me aprietas como un puño. Un puño
pequeño, caliente, tenso y perfecto. Un orgasmo es un extra cuando el polvo
es así de bueno.
Vash se enderezó y recorrió con sus manos sus duros pectorales y sus
musculosos abdominales. Las agujas de pino se le clavaban en las rodillas,
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pero no le importaba. Lo había recuperado, justo en el momento y en la
manera en que lo necesitaba, conectado a ella, sin nada que se interpusiera
entre ellos. Sin rangos, sin roles, sin medias verdades o evasivas. Se habían
desnudado por completo. Comprometidos. Él era suyo; ella podía afirmarlo
ahora sin temor a equivocarse. Y se sentía orgullosa de ser suya.
—Una vez más —pidió con tono persuasivo, moviendo las caderas—.
Hazlo por mí. Quiero volver a correrme, Elijah, pero no puedo hacerlo sin ti.
Arqueando el cuerpo, él la abrazó y la hizo rodar, poniéndose encima de
ella. Sus antebrazos, que pasó por debajo de su espalda y sus hombros, le
hacían de colchón, impidiendo que las agujas de pino se le clavaran,
mostrando una vez más la comprensión y consideración que ella tanto
admiraba en él.
Ella estaba inmovilizada contra el suelo, pero cómoda, mientras él la
tomaba, entrando y saliendo de ella, sus poderosos músculos flexionándose y
contrayéndose. Él no apartaba los ojos de los suyos, su mirada escrutadora y
más íntima incluso que los eróticos movimientos de su cuerpo mientras la
poseía.
—Mío —musitó—. Dilo.
Ella arqueó el cuello sintiendo que estaba a punto de perder el sentido. No
podía ver, apenas podía oír más allá del martilleo de la sangre en sus oídos.
—Dilo, Vashti —murmuró él con los labios contra su cuello, su cálido
aliento sobre su piel—. Dilo y me correré para ti.
—Mío —dijo ella, rodeándole con sus piernas—. Eres mío.
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En los labios de él se dibujó una sonrisa.
—No me he olvidado.
La visita les esperaba en la sala de estar, riéndose con los dos guardias de
Adrian de algo que habían dicho. Los dos licanos se pusieron de pie cuando él
entró, pero la hermosa mujer asiática que había estado entreteniéndolos se
levantó más despacio. Vestida con una falda tubo de raya diplomática, una
blusa de seda y unos zapatos Louboutin, la emisaria de Raguel Gadara lucía
un atuendo acorde con su vida secular. En su vida celestial, solía llevar unos
gastados vaqueros, una nueve milímetros y unas botas Doc Martens.
—Evangeline. —Adrian la saludó estrechando sus manos y penetrando en
sus pensamientos gracias a esa conexión, con el fin de averiguar lo que quería
saber—. Me alegro de verte.
Ella sonrió.
—Lo has dicho con un tono tan afable, que casi me has convencido.
Él se volvió para incluir a Lindsay en la conversación.
—Lindsay, te presento a Evangeline Hollis. En la actualidad Eve se ocupa
de la decoración interior del casino de Montego. Eve, Lindsay fue durante
breve tiempo la subgerente de la propiedad Belladonna que Raguel tiene en
Anaheim. Ahora es mía.
Eve estrechó la mano de Lindsay.
—Tienes suerte de haberte librado de trabajar para Gadara.
Lindsay frunció el ceño, confundida por la frase de la recién llegada, pues
ignoraba que los subalternos de Gadara no trabajaban para él bajo contrato
sino que eran reclutados a la fuerza. Adrian ya la pondría al día más tarde.
—¿Qué te trae por aquí? —preguntó este a Eve, desviando la
conversación para ahorrarse unas explicaciones que no quería dar ahora.
Ella señaló la pequeña nevera portátil a sus pies, que lucía una pegatina
que indicaba «PELIGRO BIOLÓGICO».
—Sangre de arcángel. Yo misma vi a Gadara extraerla y depositarla aquí.
Dijo que me creerías cuando te dijera que él no la había manipulado ni
sustituido por otra. Supuse que explorarías mi mente cuando me tocaras y tú
mismo podrías confirmarlo.
—Me conoces bien.
Eve se rio, pero sus ojos oscuros eran duros.
—Es bueno saber que la mayoría de ángeles son previsibles.
Lindsay miró la nevera portátil.
—¿Por qué no nos dio Gadara la sangre cuando se la pedimos ayer?
—Por una cuestión de control —respondieron Eve y Adrian al unísono.
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—Mierda —murmuró Lindsay—. Esto no es un juego.
—En cierto sentido sí lo es —le explicó Eve—. Un juego que Gadara no
quiere que Adrian pierda, pero que tampoco quiere que gane sin su ayuda. La
ambición es el talón de Aquiles de todos los arcángeles. En este caso, Gadara
sabía que controlaba la situación porque se trataba de su sangre, que podía
cederos o no. Solo quería asegurarse de que Adrian lo supiera, y que se diera
cuenta de que ahora está en deuda con Gadara por habérsela dado; siempre va
bien tener el favor de un serafín en la recámara.
Lindsay miró a Adrian.
—Joder.
—Tú, neshama —respondió él en tono bromista—, tienes la suerte de
tener a todo un serafín en tu recámara.
Ella le dio un afectuoso golpe en un hombro.
—¿Por qué no ha venido él mismo para restregárnoslo por las narices?
Eve sonrió con cierta amargura.
—Para ponerme en mi lugar e insultar al mismo Adrian enviando a una
emisaria del rango inferior de la jerarquía. Así ha conseguido matar dos
pájaros de un tiro. Es un maestro en eso.
—¿Le irritaría saber que en lugar de sentirme ofendido estoy encantado?
—murmuró Adrian.
Eve dirigió una mirada cargada de significado a los dos licanos.
—Corren rumores. He oído decir que buena parte de tu mano de obra está
en huelga. Gadara, por supuesto, espera poder intervenir y ayudarte a salir del
apuro. Pero si quieres evitar pagarle una exorbitante comisión y no te importa
trabajar con gente que cobre en negro, te puedo dar algunas referencias.
Dímelo si te interesa.
Adrian descifró el mensaje con claridad, y lo agradeció. Significaba que
sus Centinelas no estaban totalmente desprotegidos sin su «mano de obra»
compuesta por licanos. Si decidía que necesitaba más refuerzos, podía
conseguirlos. Que utilizara o no esa información no era tan importante como
el hecho de poseerla.
Eve se encaminó hacia la puerta.
—Te he traído el periódico que había junto a la puerta —dijo, señalando
el periódico doblado dentro de una bolsa de plástico cubierta de rocío
matutino—. Y deberías hacer que alguien retirara tus cubos de basura de la
acera. Supongo que no solías preocuparte por esas cosas en Angel’s Point,
pero en algunos barrios multan a los residentes que dejan la basura fuera
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después del día en que pasan a recogerla. La vida de los mortales es muy
jodida.
Cuando la puerta se cerró tras ella Adrian miró el periódico. Aire
acondicionado, periódicos, basura…
—Alguien ha estado aquí —murmuró Lindsay—. Nos olvidamos de ello
cuando Vashti se presentó aquí, pero imagino que a ella no le molesta el
calor. No creo que se le ocurriera conectar el aire acondicionado, ¿verdad?
—No.
—¿Quién se atrevería a utilizar la vivienda de otro?
—Quizá no fuera un atrevimiento —murmuró él—, sino que lo hizo por
desesperación. Lago Navajo queda a tan solo unas horas en coche.
—Ya. —La compasión que traslucían los ojos de Lindsay conmovió a
Adrian.
Podía quedarse y esperar a que los intrusos aparecieran de nuevo, pero si
temían una represalia, no volverían. Solo lo harían si se sentían seguros.
Volviéndose hacia los dos licanos, dijo:
—Ben, Andrew, os quedaréis aquí. Sé que podréis resolver la situación.
Traed a los intrusos de regreso a Angel’s Point, si es lo que quieren. De lo
contrario, informadles de que esta propiedad será puesta en venta la semana
que viene.
Los dos guardias callaron unos segundos. Luego uno de ellos asintió con
la cabeza; el otro sonrió.
—Gracias, Adrian.
—¿Por qué?
—Por confiar en nosotros —respondió Ben.
—Y acogernos de nuevo —añadió Andrew.
Adrian miró a Lindsay sin saber qué decir. Ella le dirigió una sonrisa de
ánimo que lo tranquilizó.
—Vamos a hacer las maletas y vayamos de inmediato al aeropuerto.
Tenemos que llevar estas muestra a Siobhán.
Ella le tomó la mano y se la apretó. Él se preguntó si ella era consciente
de lo que este sencillo gesto significaba para él, el amor y el apoyo que
transmitía, lo mucho que él dependía de estas cosas. De ella.
Había venido a Las Vegas en busca de sangre y partiría con algo mucho
más valioso: una conexión más profunda con la mujer que ocupaba su
corazón. En el caos de su vida, obligado a enfrentarse a tremendos
contratiempos y decisiones aún más terroríficas, Lindsay era su luz en la
oscuridad. Una luz que brillaba incluso cuando él no podía verla.
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E
— ste lugar me da mala espina —murmuró Raze, cruzando los brazos
mientras se apoyaba en el costado del vehículo que Vash había alquilado—.
Hay un silencio sepulcral.
Elijah miró al vampiro y asintió con gesto serio. Coincidía con esa
opinión. Ese lugar le ponía la carne de gallina. Se habían separado y rodeado
la zona residencial, para luego explorar su interior en busca de alguna señal
de vida. Pero no habían encontrado nada. Nada en absoluto.
—¿Dónde están los periódicos? —preguntó Vash, inquieta—. ¿Y el
correo? El césped está sin cortar. Es imposible que todo un barrio desaparezca
sin dejar un rastro que alguien pueda seguir.
Syre abrió la parte trasera del Explorer y empezó a sacar las armas.
—¿Cómo propones que abordemos esto, Vashti?
—Debemos situar a los vampiros en un lugar estratégico, por ejemplo en
el tejado, uno en cada extremo de la urbanización. Luego tres equipos: uno
vigilará las viviendas en el centro mientras los otros dos se aproximan por el
círculo exterior desde lados opuestos. Los licanos pueden registrar las casas
en busca de ocupantes, mientras los vampiros se ocupan de reunir
información. Tiene que haber algún cabo suelto del que podamos tirar.
—De acuerdo. —Syre miró a los dos vampiros que había traído consigo
—. Crash y Lyric montaréis guardia. Cualquiera que trate de huir, abatidlo.
Cada uno de los esbirros eligió un arma y luego se alejaron; sus cuerpos
estaban protegidos contra el sol del mediodía por la sangre de Caídos que
acababan de recibir.
Elijah esperó que Syre le diera órdenes, alegrándose de que sus gafas
oscuras ocultaran la forma en que observaba a Vashti. Esta llevaba el pelo
recogido en una coleta, su cuerpo enfundado como de costumbre en un
conjunto negro: el pantalón que él le había bajado hacía poco y un chaleco de
cuero cerrado con una cremallera desde el ombligo hasta el escote. Su piel de
alabastro y sus relucientes ojos ambarinos le cautivaban, como todo en ella.
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Su mujer. Tan bella y letal. Una guerrera a la que otros guerreros seguían al
campo de batalla sin vacilar. La adoraba y admiraba, aunque a veces lo
volviera loco.
Después de distribuir a los cinco vampiros restantes en equipos formados
por dos, dos, y un individuo, Vash se volvió hacia él para que le aconsejara
sobre dónde asignar a los cuatro licanos. Él colocó a Luke y a Trey con los
equipos de dos vampiros, y ordenó a Himeko que permaneciera junto a él. La
chica sabía arreglárselas sola, pero él había sobrevivido a duras penas al
ataque en Las Vegas. Si volvían a enfrentarse a algo así, quería estar cerca de
ella para protegerla.
Él y los otros licanos empezaron a desnudarse. Elijah se quitó la camiseta
por la cabeza y la arrojó al maletero del Explorer. Luego se quitó las botas y
se desabrochó el botón de la bragueta.
—¿Qué haces? —preguntó Vashti, sosteniendo en la mano el cinto de sus
katanas.
Él la miró sorprendido.
—Armándome, como tú.
Los otros siguieron quitándose la ropa y los vampiros se afanaron en
asegurar las fundas de sus armas a sus cuerpos, pero Elijah era consciente de
que estaban pendientes de la conversación entre ambos, aunque intentaran
disimularlo.
Vash miró la bragueta abierta de Elijah y luego a Himeko, que solo
llevaba puestos el sujetador y las bragas. Luego lo miró de nuevo a él.
—No vas a desnudarte aquí.
Himeko soltó un bufido y se desabrochó el sujetador.
—La desnudez forma parte de lo que somos. Así que vete acostumbrando,
chupasangres.
—Tiene razón —terció Crash, contemplando los pechos desnudos de la
joven—. Es una forma genial de empezar una cacería.
—Cállate. —Vash se encaró con Himeko—. En cuanto a ti… Has visto
todo lo que vas a ver de él en toda tu vida.
Himeko sonrió con frialdad.
—Habrá otras. Mujeres con pelo en lugar de colmillos.
Vash hizo girar una de sus katanas trazando un perfecto arco.
—No me provoques, zorra.
—Vashti… —Elijah suspiró, comprendiendo que los ánimos estaban
exaltados. La emoción que producía la cacería formaba parte de la feroz
tensión, pero también los fantasmas de Micah y Rachel. Bajo aquella
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provisional y novedosa tregua entre vampiros y licanos se ocultaba una
intensa hostilidad. Mantener esa enemistad a raya era ahora una prioridad,
sobre todo teniendo en cuenta que estaban a punto de enfrentarse a una
posible situación de vida o muerte, donde era imprescindible que confiaran
los unos en los otros.
—Yo también puedo desnudarme —le espetó ella—. Poner de moda una
nueva tendencia.
—No es lo mismo y lo sabes.
Ella arqueó una ceja, desafiándolo, mientras empezaba a bajarse la
cremallera del chaleco.
Tras dirigirle una mirada que lo decía todo, Elijah rodeó la parte delantera
del Explorer y cambió de forma, regresando al cabo de un momento
sosteniendo sus vaqueros entre los dientes, que dejó caer a los pies de Vash.
—Gracias. —Ella los recogió y los arrojó a la parte posterior del vehiculo
junto con el resto de la ropa. Luego se ajustó las katanas, hizo una indicación
con la cabeza a Syre; que llevaba una ballesta de repetición de aspecto letal; y
se alejaron de los vehículos para iniciar la cacería.
A Elijah no le sorprendió que Vashti se uniera a él y a Himeko, aunque no
era una buena idea. Vigilar a una mujer de carácter no era empresa fácil.
Vigilar a dos que se odiaban mutuamente era una temeridad.
La tensión entre los tres desapareció en cuanto entraron en la primera
casa. La vivienda de dos plantas unifamiliar estaba bien amueblada y era
acogedora. No había señales de que se hubiera producido ningún altercado.
De hecho, parecía un hogar modelo, todo estaba en su lugar…, incluso las
fotos familiares en la repisa de la chimenea. Elijah las miró, tomando nota de
unos padres jóvenes y sus tres hijos, el menor de los cuales era un bebé.
Subió las escaleras para registrar los dormitorios. Allí encontró señales de
vida: camas deshechas, juguetes desperdigados por el suelo y cestos llenos de
ropa. En el cuarto del bebé había un cubo de basura que contenía un pañal
sucio y un biberón rancio y medio vacío en la cuna.
Al cabo de unos instantes Vash entró en la habitación del bebé.
—Hay mensajes en el buzón de voz. Llamadas desde el trabajo del padre
preguntando dónde está. También hay llamadas dirigidas a la madre, que al
parecer tenía que recoger a otros niños y llevarlos al colegio. Todo indica que
desaparecieron hace cuatro días.
En las otras casas se encontraron con un cuadro similar. Cuando entraron
en la octava, Elijah decidió explorar también el jardín trasero. Al igual que en
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las anteriores viviendas, Vash se reunió con él al cabo de unos momentos.
Elijah tenía la sensación de que lo vigilaban.
Él le soltó un gruñido, pero ella lo encajó con calma. Sin embargo, su
lenguaje corporal denotaba preocupación: Vash temía dejarle hacer su trabajo.
Él cambió de nuevo de forma y se encaró con ella.
—Deja de agobiarme.
Ella lo miró irritada y se colocó ante él para que no pudieran verlo desde
la casa.
—Vuelve a cubrirte con tu pelaje antes de que aparezca Himeko.
—Joder, la desnudez no equivale automáticamente a sexo en la mente de
un licano.
—Es una hembra. Por si no te habías fijado, babean cuando te ven
vestido. Cuando estás así… —Ella señaló su cuerpo con un ademán
impaciente—… es como si pidieras que te violaran.
Él movió la nariz al percibir el primer síntoma de excitación sexual.
—¿Otra vez? ¿Durante una cacería? Joder, vas a acabar conmigo.
Ella se sonrojó y cambió el peso al otro pie.
—Si no quieres que me ponga cachonda, no vayas por ahí desnudo.
Al darse cuenta de su turbación y de que ninguno de los dos podía hacer
nada para evitar la fuerte atracción que sentían, él suavizó el tono:
—No necesito guardaespaldas, Vashti. Haz tu trabajo y deja que yo haga
el mío.
—Lo dices como si fuera fácil. ¡Esos cabrones te tienen más ganas que las
malditas mujeres! Ya vi cómo te destrozaban una vez. No quiero volver a
presenciarlo. No… puedo.
—Vash. —Al observar el dolor reflejado en su hermoso rostro, él sintió
un nudo en la garganta—. Cariño…
—No. —Ella lo miró enojada. Tan fuerte y valiente, y al mismo tiempo
frágil—. Tú me has metido en este desastre.
—¿Qué desastre? —Pero él conocía la respuesta. Y si hubieran estado en
otro lugar, la habría besado hasta dejarla sin sentido.
—¡Este! —gritó Vash, señalándolos a ambos—. Tú y yo. Nosotros.
—Nosotros.
—¿Acaso eres un loro? Sí, nosotros.
—¿Nosotros somos un desastre? —Elijah se esforzó en reprimir una
sonrisa.
—Anoche lo éramos. —Ella lo miró de arriba abajo y suspiró—. Pero
hora estamos bien. Cuando no me dices que no me preocupe por ti o tratas de
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compartir tu cuerpo desnudo con el resto del mundo.
—No comparto mi cuerpo con nadie salvo contigo, mi desquiciada
vampira. Dios, te adoro.
—¡Himeko se acerca! —murmuró Vash, aproximándose a él para
ocultarlo con su cuerpo—. Si ve las joyas de la corona, tendré que matarla.
—Estás loca. Como una cabra. —Él también estaba loco. Por ella. Volvió
a cambiar de forma y se apartó.
Cuando Himeko salió de la casa a la carrera, él le ordenó que explorara un
lado del jardín mientras él exploraba el otro. Su olfato detectó la tumba de un
perro en uno de los rincones, confirmada por una pequeña lápida, pero no
encontró nada fuera de lo normal. Sin embargo, Himeko comenzó a aullar y a
escarbar la tierra.
Él se reunió con ella y empezaron a excavar hasta descubrir debajo de la
tierra una capa de cal viva. A un metro por debajo hallaron los restos de un
niño, identificables solo por el tamaño de los huesos. Ambos retrocedieron
horrorizados.
—Joder —murmuró Vashti, llevándose la mano al vientre cuando el hedor
traspasó la capa de cal viva—. Malditos espectros.
«¿Sin cerebro? ¡Y una mierda!», pensó Elijah con rabia. El entierro era
prueba de inteligencia y de una capacidad de premeditación fría y clara. Miró
a Vash, frustrado por no poder hablar con ella mientras conservara su forma
de licano, una conexión que habría podido existir si ella fuera su compañera.
Vash se volvió y dijo en voz baja:
—Syre. Raze. Ordenad a los licanos que registren todos los jardines
traseros.
Él notó el temblor en su voz y sintió su preocupación. Estaba horrorizada
y trastornada por el descubrimiento. Se acercó a ella, restregándose
suavemente contra su cadera para reconfortarla.
Ella le rascó distraídamente detrás de la oreja.
—¿Cuántos espectros son necesarios para hacer desaparecer todo un
barrio? ¿Cuánto tiempo tardarían? Porque si les llevó más de unas pocas
horas, tendrían que haber actuado con gran cautela para evitar que los
descubrieran y solo me he topado con un espectro que tuviera unas neuronas
que funcionaran.
La maldición que soltó Raze desde el otro extremo del barrio hizo que
Elijah moviera las orejas.
—Hemos hallado un cadáver en el jardín. Maldita sea…, es el cadáver de
un niño.
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—Aquí también —dijo Syre con aspereza—. No hay rastro ni evidencia
de la madre, una madre soltera por lo que deduzco del correo y las fotos que
hay en la casa.
Elijah regresó junto a la fosa y empezó a excavar más hondo, soltando un
gruñido a Vash cuando trató de ayudarlo. No podía protegerla de todo, pero al
menos quería ahorrarle esta macabra tarea.
Al final, encontró tres cadáveres, todo ellos niños.
—¿Dónde están los adultos? —preguntó Vashti, siguiéndole hasta donde
se hallaba la manguera enrollada, que ella conectó para quitarle la tierra.
La voz de Raze atravesó la distancia entre ellos.
—En la siguiente vivienda no hemos encontrado nada. No había niños en
esa familia. Al parecer solo vivían dos hombres, cuyos cadáveres no están
enterrados en el jardín.
Elijah fue abriendo el camino a través de la casa, seguido de Vash.
Cuando se dirigían hacia la siguiente vivienda, Syre dijo:
—He observado movimiento en una ventana de mi sector. Las cortinas
están echadas, por lo que no puedo ver el interior.
Vash echó a correr.
—Espera a que lleguemos allí.
Raze se reunió con ellos en la casa. Sin mediar palabra, condujo a su
equipo hacia la puerta lateral del jardín y entraron por la parte posterior.
Mientras contemplaba la casa desde la acera, Elijah se fijó en las ventanas
del piso superior y captó un pequeño movimiento en las cortinas, como si la
brisa las agitara, pero no oyó el zumbido de un aparato de aire acondicionado
ni el de un ventilador. Le alarmó no percibir tampoco ni una respiración ni un
movimiento. ¿A qué diablos se enfrentaban?
—Esto no me gusta —murmuró Vash—. Prefiero obligarlos a salir
prendiendo fuego a la casa que entrar en ella. Pero las llamas alertarán a los
bomberos, y estaríamos involucrando a mortales.
Syre escudriñó el exterior.
—Mi equipo irá por las ventanas superiores. Tus licanos pueden entrar
por la planta baja. ¿Preparados?
Asintiendo con la cabeza, Vash se plantó de un salto junto a la casa y
trepó por la fachada como una araña. Syre hizo lo mismo. Elijah se situó a un
lado de la vivienda; Luke al otro. Himeko permaneció frente a la fachada,
mientras Thomas esperaba en la parte posterior.
—Al contar tres —murmuró Raze, cuya voz se la llevó el viento—. Uno,
dos…
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Elijah se abalanzó contra la ventana más cercana, penetrando en la casa
envuelto en una lluvia de cristales. Apenas se había dado cuenta de que había
aterrizado en un pequeño estudio, cuando resbaló sobre la moqueta cubierta
de una sustancia viscosa y chocó con la puerta del armario. Tras recobrarse
del golpe, se fijó en lo que cubría el suelo: el residuo negro y pringoso que
quedaba tras la descomposición de los espectros.
Los frenéticos ladridos de Himeko le hicieron reaccionar. Salió disparado
hacia el pasillo, con tanta velocidad que chocó con la pared, dejando una
marca, antes de que sus patas pudieran adaptarse a la moqueta, que no estaba
sucia. Irrumpió de un salto en la sala de estar, donde vio a Himeko y Thomas
rodeados de espectros. Soltando un rugido de furia, Elijah se abalanzó sobre
ellos, agarrando a un espectro por el cuello y partiéndoselo mientras arrojaba
el cuerpo a un lado como si fuera un muñeco.
En la habitación sonaron varios disparos cuando uno de los vampiros
vació su cargador contra los espectros que rodeaban el grupo que peleaba con
los licanos. Raze irrumpió a través de la puerta corredera, agarrando a los
espectros por el pelo y decapitándolos con su espada. Uno de los espectros
atacó a Elijah por el costado. Sintió cómo le clavaba los colmillos en el
flanco. Con un gruñido de rabia, le golpeó con sus patas traseras mientras le
clavaba sus garras en el muslo. El espectro le soltó y cayó al suelo. Elijah se
volvió y se preparó para atacar, apuntando al tatuaje de un ancla que decoraba
la piel blanca como la leche sobre el corazón del espectro…
—¡Vashti!
El grito de Syre traspasó a Elijah como una bala de plata. Abandonó a su
atacante y subió las escaleras como alma que lleva el diablo. Al llegar al
segundo piso se topó con un muro de espectros, una masa de cuerpos de color
grisáceo que invadían el reducido espacio. El destello de una hoja de acero le
hizo alzar la vista hacia el techo, donde Vashti estaba suspendida boca abajo
agarrándose con una mano. Con el brazo que tenía libre esgrimía una katana
con la que intentaba cortar las manos de los espectros que trataban de
agarrarla.
El miedo a que le pudiera pasar algo hizo que se preparara para
abalanzarse contra ellos con el fin de llegar a ella.
—No tan deprisa, Alfa —murmuró una voz. Alguien lo agarró con fuerza
por la pata trasera y lo arrojó violentamente al interior de una habitación,
mientras él sentía el angustioso dolor de un hueso al partirse.
Elijah lanzó un aullido de dolor, horrorizado al ver que su atacante cerraba
la puerta de una patada, impidiéndole ayudar a Vash. Procurando no apoyarse
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en su maltrecha pata, se encaró con su agresora. Esta se apartó un mechón
pelirrojo de la frente y apoyó las manos en sus caderas embutidas en cuero
negro. Durante una fracción de segundo, Elijah pensó que se trataba de
Vashti; luego reparó en las diferencias a través de la bruma de dolor que le
nublaba la vista. La mujer era más delgada que Vash. Sus rasgos duros y
menos refinados. Y sus ojos emitían una luz feroz y enloquecida.
La mujer desenfundó una pistola que llevaba sujeta al muslo y sonrió,
mostrando sus afilados colmillos.
—Adiós, amor —murmuró.
La puerta de madera se abrió violentamente, saltando de sus goznes y
estampándose contra la espalda de la vampira. La pistola se disparó, pero el
tiro no dio en la diana. Vash saltó a través de la puerta destrozada mientras
Elijah se abalanzaba sobre la otra vampira, agarrándola del brazo y
partiéndole el hueso con sus fauces, obligándola a soltar la pistola.
Vash asestó una patada al espectro que irrumpió en la habitación tras ella,
luego sujetó a la vampira por el pelo y la obligó a incorporarse. Durante una
fracción de segundo se produjo un silencio sepulcral mientras las dos mujeres
se observaban.
—¿Quién coño eres? —bramó Vash.
Riendo, la vampira tomó impulso y saltó por la ventana, dejando a Vash
con un puñado de cabellos en la mano. Elijah saltó en pos de su presa,
aullando de dolor al aterrizar sobre el césped con su pata lesionada. Persiguió
a la vampira a tres patas, y estuvo a punto de atraparla por el tobillo justo
antes de que esta saltara la cerca de más de dos metros que rodeaba el jardín
trasero.
Sonaron unos disparos. Elijah oyó un grito desde uno de los tejados
cuando uno de los vampiros que montaban guardia se unió a la persecución.
Incapaz de saltar en aquellas condiciones, Elijah atravesó las tablas de la
cerca, que daban al jardín trasero de la casa contigua. A lo lejos oyó a Vashti
gritar su nombre, pero no redujo la marcha ni se volvió, movido por el
recuerdo de los pequeños huesos infantiles triturados por colmillos.
La vampira saltó sobre una verja lateral para alcanzar el jardín delantero,
y Elijah atravesó también esa barrera. Estaba tan cerca que podía notar su
sabor. Tenía las fauces abiertas, enseñando los dientes. Cuando estaba a punto
de alcanzarla…
Ella dio un salto y aterrizó en la parte posterior de una furgoneta que
estaba detenida junto a la acera. El vehículo partió con un chirrido de
neumáticos, haciendo que Elijah se atragantara con el humo acre de goma
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chamuscada. Crash abrió fuego desde el tejado, haciendo añicos el parabrisas
con una lluvia de balas. La vampira se sujetó a la barra antivuelco y esquivó
los disparos, riendo.
Elijah siguió persiguiéndola, a pesar del dolor que le producía pasar del
césped al asfalto. La furgoneta ralentizó la marcha para doblar la esquina al
final de la calle, y Elijah exprimió sus reservas de energía para aumentar un
poco su velocidad.
De pronto el vehículo estalló.
La explosión fue tan violenta que Elijah salió disparado hacia atrás. Cayó
en el jardín, aullando de frustración, con un zumbido en los oídos. Vashti
corrió por el césped, cayó de rodillas junto a él y lo acunó en sus brazos.
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—La vampira que mató a la madre de Lindsay —le explicó Elijah,
mirando a Vash—. Está claro que adoptó un aspecto idéntico al tuyo para
confundirnos.
—Sí, está claro —dijo ella—. Tenía raíces.
—¿Qué?
—Su pelo. Las raíces eran de color castaño; me fijé cuando le arranqué un
puñado. Y estoy segura de que sus tetas eran de silicona. Parecía que se
hubiese puesto los moños de la Princesa Leia en el pecho.
El nerviosismo hizo que Syre a empezara a pasearse de un lado a otro,
como normalmente hacía Vash. «La sangre que me enviaste ha tenido unos
efectos espectaculares», había dicho Grace. «La he mezclado con las muestras
de sangre de los espectros y se ha producido una breve remisión».
La sangre de Adrian, filtrada a través de Lindsay y que habían dado a
Elijah, al que los espectros habían mordido.
Syre señaló al individuo que no paraba de sollozar y de mecerse en el
suelo como un niño.
—¿Este esbirro era un espectro?
—Lo era cuando me pegó un mordisco —confirmó el Alfa—. Recuerdo
ese tatuaje del ancla. Iba a arrancárselo con los dientes.
—Yo también lo recuerdo —dijo Raze, al entrar por la puerta principal—.
Lo vi en una foto enmarcada en una de las casas que registramos.
—Es increíble. —Vash miró a los espectros—. ¿Estos son los residentes?
Dios… ¿Devoraron a sus propios hijos?
El esbirro empezó a gritar y a mesarse el cabello. Syre lo dejó
inconsciente de un puñetazo en la sien.
—Tenéis un problema más gordo —dijo Elijah—. Esa doble de Vashti era
una de los vuestros. Estaba aquí, y sabía perfectamente lo que ocurría con
estos espectros. Estaba loca de atar, pero igualmente… Lleva años cazando a
seres humanos por deporte. Dudo que la madre de Lindsay fuera su primera o
última víctima.
—Syre.
Todos se volvieron para mirar a Lyric, que acababa de bajar del segundo
piso.
—Arriba hay una docena de espectros que llevan tanto tiempo sin comer
que apenas pueden pestañear.
—Les alimentaba ella —dijo Vashti—. Ella les infectó, y luego les dio de
comer a sus propios hijos. ¿Por qué?
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—Hay algo más —prosiguió Lyric—. Creo que debéis verlo vosotros
mismos.
Syre indicó a Vashti que le precediera y ambos subieron las escaleras
detrás de Lyric. Lo hicieron apresuradamente, sorteando los charquitos negros
semejantes a brea que marcaban el fin de la vida de los espectros. Lyric les
condujo a una habitación situada al fondo del pasillo, el dormitorio principal,
que estaba patas arriba. Los muebles habían sido arrojados a un rincón,
dejando espacio para colocar una mesa y unas sillas. Unas anotaciones en la
pared indicaban la evolución del virus a lo largo de un período de setenta y
dos horas. Unas radios portátiles estaban conectadas a sus cargadores. Unas
bolsas de viaje y una maleta habían sido colocadas contra las puertas cerradas
del armario ropero.
—Aquí —dijo Lyric señalando la maleta abierta. Entre una pila de
prendas arrugadas se podía ver el carné de un empleado.
Syre se agachó para cogerlo y contempló el rostro familiar que aparecía
en la foto. La sangre se le heló en las venas mientras pasaba el dedo sobre el
logotipo alado que decía MITCHELL AERONAUTICS.
—¿Qué es? —preguntó Vashti a su espalda, sin poder ver lo que era.
Él le pasó el carné sin volverse y registró el resto del contenido de la
maleta.
—Phineas —dijo Vash con tono quedo—. Pero está muerto.
—¿Estás segura?
El equipaje sin duda pertenecía al primer lugarteniente de Adrian, pues
entre sus pertenencias habían encontrado dos plumas que había mudado. Syre
observó el color azul verdoso de los filamentos, que le recordaron las alas que
él mismo había ostentado antaño. Las alas de cada uno de los ángeles tenían
un color único, por lo que no cabía duda de que las plumas que sostenía en la
mano habían pertenecido a Phineas.
La voz de Elijah rompió el tenso silencio.
—Eran unos experimentos —dijo, leyendo las anotaciones en la pared—.
Fijaos en cómo los han dividido según el peso y el sexo, y luego por las letras
A, B y C.
—Mirad. —Raze entró en la habitación con lo que parecía un neceser en
una mano. Lo depositó en la mesa y lo abrió, mostrando una colección de
viales.
—Debemos enviárselos a Grace —dijo Vash.
Syre se levantó.
—Grace necesita ayuda.
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Vash se acercó a Elijah y le entregó el carné de identidad de Phineas.
—Raze conoce a una técnica de laboratorio en Chicago. Estoy segura de
que puede ayudarnos a reducir la lista de los expertos más destacados en ese
campo.
—No conseguiremos nada —dijo Raze con vehemencia—. Me la follé y
la dejé. Dudo que tenga muchas ganas de ayudarme si me presento allí para
pedirle un favor. Es… complicado.
Syre se abstuvo de señalar que abandonar a sus amantes después de
follárselas estaba a la orden del día en el caso de Raze.
—Ve a verla con tu polla preparada. Seguro que obtendrás lo que
necesitamos de ella.
—Tiene que haber otro medio —insistió el capitán—. Podemos recurrir a
los esbirros. Seguro que hay alguno que tiene conexiones que podamos
utilizar.
A Syre no le pasó inadvertido el ímpetu con que Raze se oponía a su plan,
pero decidió no ahondar en el tema de momento.
—No tenemos tiempo para dar palos de ciego, y una recomendación de
alguien que conoces personal e íntimamente será más útil que ponernos a
buscar en Google. Ocúpate de ello.
Raze tensó el maxilar.
—De acuerdo, comandante.
—Phineas —dijo Elijah con la vista fija en el carné de identidad. Levantó
los ojos y escudriñó la habitación—. ¿Qué diablos se proponía esa vampira?
Mortales, vampiros, Centinelas… Nada era sagrado para ella.
Syre cruzó los brazos.
—¿Qué probabilidades hay de que Phineas no esté muerto?
Elijah soltó una seca carcajada.
—Es imposible. Él y Adrian eran uña y carne. —Miró la maleta que había
en el suelo—. Phineas estaba volviendo de un viaje al enclave de Lago
Navajo. Se detuvo en Hurricane, Utah, para que los licanos comieran y cayó
en una emboscada en un nido de espectros. Quienquiera que fuera esa doble
de Vashti, debía de tener montado un tinglado allí. Y cuando liquidaron a
Phineas, cogió sus pertenencias y se largó.
—Es posible. A estas alturas no podemos descartar nada.
—Ya —comentó el Alfa con mirada dura—. Porque resulta más creíble
que los Centinelas y los vampiros trabajen juntos que el hecho de que unos
esbirros se hayan vuelto locos.
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Syre le dio la razón. La mayoría de esbirros habían sucumbido a la locura;
los mortales no estaban destinados a vivir sin sus almas.
Un grito inhumano y desgarrador rompió el momentáneo silencio. Todos
bajaron corriendo. Llegaron a la planta baja en el preciso instante en que unos
disparos reverberaron por toda la casa.
Crash estaba junto al cuerpo desmadejado del esbirro convertido en
espectro. Sostenía la pistola con una mano, mientras la otra oprimía la herida
sangrante que tenía en el bíceps.
—Se volvió loco y trató de atacarme.
El esbirro que se había recobrado momentáneamente yacía muerto en el
suelo; su rostro había asumido de nuevo el aspecto atormentado y macilento
de un espectro. Mientras lo observaban, el cadáver se desintegró en un charco
viscoso.
Syre sintió cómo la furia se desataba en su interior, desatando una feroz
sed de sangre. Ahora estaba claro por qué Adrian no había dudado en
arriesgar la vida de Lindsay: no podía permitirse ceder siquiera una gota de su
propia sangre cuando todo apuntaba a que podía ser un componente elemental
para el remedio contra el Virus de los Espectros.
Syre miró al Alfa. Lindsay era la llave a Adrian, Elijah era la llave a
Lindsay y Vashti era la llave a Elijah. Los medios que necesitaba para salvar a
su gente estaban a su alcance, y no vacilaría en utilizarlos.
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Adrian salió de su avión privado y tendió una mano a Lindsay para ayudarla
a bajar los pocos escalones.
—Caramba —dijo ella—. Realmente hace más frío en Ontario.
Dentro de poco no repararía en esos detalles. Cada día el vampirismo en
su sangre se afianzaba más en ella, y cada día Adrian se alegraba de
comprobar que su alma seguía pura e intacta. Al parecer el sacrificio del alma
de Shadoe había sido suficiente, y había dejado a Lindsay libre de la
maldición de los Caídos. Aunque él dudaba de que el Creador siguiera
prestándole atención, Adrian seguía dándole las gracias por el milagro que
representaba Lindsay.
Adrian la enlazó por la cintura y la condujo hacia el hangar de Mitchell
Aeronautics que Siobhán utilizaba como su cuartel general. Tras pasar por la
pequeña abertura entre las puertas del hangar, se dirigieron hacia las escaleras
que bajaban a los almacenes de la zona inferior. El inquietante silencio con el
que se encontraron contrastaba con el que Adrian había hallado en su última
visita. En aquella ocasión los gritos de los esbirros enloquecidos por la
infección eran ensordecedores. Desde entonces las habitaciones estaban
insonorizadas para proteger la cordura de los Centinelas que trabajaban allí.
—Capitán.
Adrian se volvió hacia la puerta que acababa de dejar atrás.
—Siobhán. Me alegro de verte.
La mujer, morena y menuda, se acercó. Saludó a Lindsay con una sonrisa
y a Adrian con un gesto de cabeza, pero enseguida desvió la mirada hacia la
bolsa que él llevaba en la mano.
—¿Qué me traes?
—Lo que has pedido —respondió él, entregándosela.
—Venid conmigo —dijo ella, pasándose la mano por su pelo corto y
húmedo que desprendía un fresco olor tras la reciente ducha. Como de
costumbre, lucía un pantalón de camuflaje urbano, unas botas militares y una
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sencilla camiseta negra. Ese atuendo no conseguía darle un aspecto duro. Era
una mujer de complexión menuda y apariencia delicada, algo que había
utilizado para coger por sorpresa al enemigo en varias ocasiones.
Él las siguió por el pasillo y entraron en el laboratorio equipado con el
material más puntero que se podía permitir con su fortuna. En las paredes
había unas neveras y unidades de refrigeración con puertas de cristal,
mientras que las mesas metálicas del centro estaban repletas de blocs de
notas, ordenadores portátiles y microscopios.
Siobhán hizo sitio en la mesa más cercana y depositó la nevera portátil.
Sonrió al abrirla y leer la etiqueta en la bolsa de sangre.
—Me habría gustado estar presente cuando Raguel te dio esto. ¡Y has
obtenido también una muestra de Vashti! Tienes que contármelo con todo
detalle.
—Desde luego, aunque supongo que tú también tendrás información que
querrás compartir conmigo. —Adrian acercó un taburete de metal para
Lindsay y permaneció de pie detrás de ella—. ¿Dónde están los demás?
—Los otros están en la enfermería o realizando trabajos de campo. —La
Centinela se acercó al refrigerador más cercano y guardó en él las dos bolsas
—. Quería que tuviéramos un poco de privacidad cuando te hablara de mis
últimos descubrimientos.
—Adelante.
Lindsay tomó la mano de Adrian y enlazó los dedos con los suyos.
Siobhán regresó y apoyó una cadera contra el borde de la mesa. Tenía el
rostro encendido y los ojos relucientes. Él nunca la había visto tan… feliz.
—He llevado a cabo pruebas utilizando las diversas muestras que me
habéis enviado durante los últimos días. La mayor parte de sangre de los
licanos no tiene efecto alguno.
—¿La mayor parte?
—Una de las muestras era anómala. Cuando la analicé, produjo una
reacción violenta. El virus se hizo inestable muy deprisa. De haberla probado
con un sujeto vivo, este habría muerto.
—¿Qué muestra era?
—La del Alfa.
Lindsay apretó la mano de Adrian.
—¿La de Elijah? ¿Por qué?
—Tengo que hacer más análisis para estar segura, pero creo que se debe a
que el virus fue creado con su sangre o una sangre semejante a la suya. Debo
cerciorarme de si Elijah tiene una anomalía genética singular o si es común a
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todos los Alfas. —Siobhán cruzó los brazos—. Por desgracia, no puedo
contactar con Reese para obtener más muestras.
Adrian pensó en la última vez que había tenido noticias de Reese, el
Centinela a cargo de los Alfas. Los licanos dominantes habían sido separados
de los otros para impedir una revuelta, y eran utilizados para misiones que
requerían un gran sigilo, en las que un cazador solitario constituía la mejor
ofensiva.
—Hace unos tres meses que no hablo con él, pero nos informa a menudo
y no ha informado de ningún problema por ahora.
—¿Lees los informes personalmente?
—No, delego en mi segundo.
—¿De modo que la tarea le correspondía a Phineas, luego a Jason y ahora
a Damien?
—Correcto.
Ella asintió con la cabeza.
—Te aconsejo que hables directamente con Reese, capitán. Un donante no
habría sido suficiente dada la magnitud de la epidemia a la que nos
enfrentamos, a menos que sintetizaran la proteína identificada. Y habrían
necesitado una gran cantidad de sangre de los Alfas para conseguirlo. Hablo
de litros y litros de sangre y mucho tiempo dedicado a la investigación y
desarrollo.
—No lo entiendo —dijo Lindsay—. Si existen unos marcadores genéticos
que identifican a los Alfas, ¿por qué tuvieron bajo observación a Elijah? Si un
simple análisis de sangre podía demostrar lo que era, tendría que haber sido
fácil saberlo, ¿no?
—Todo esto es una novedad para mí —dijo Adrian con calma, mientras
los pensamientos se agolpaban en su mente. ¿Cómo era posible que algo tan
vital y elemental hubiera pasado inadvertido durante tanto tiempo? ¿Y si no
había sido así? Y si alguien lo sabía… Ese temor hizo que sus pensamientos
se tornaran más oscuros. Lindsay había sido raptada de Angel’s Point por
alguien con alas y entregada a Syre, quien la había sometido a la
Transformación. Desde entonces, tenía la sospecha que uno de sus Centinelas
podía ser un saboteador, pero esto… Esto revelaba una conspiración de
enormes consecuencias—. ¿Has estado alguna vez en Alaska, neshama?
—No.
—Mañana partiremos para allí.
—¿Capitán?
Adrian miró a Siobhán.
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—¿Sí?
—Hay algo más. —La Centinela respiró hondo—. Me he enamorado de
un vampiro.
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Era reconfortante descubrir que sus sentimientos eran similares a los
suyos, pero no era una respuesta. No aliviaba el dolor que ella sentía en su
pecho.
—No soy tan fuerte como tú. No quiero perderte nunca de vista.
Él acarició su rostro con la nariz y ella se arrimó a él, sintiendo que sus
piernas se derretían ante ese gesto de ternura.
—Porque ya perdiste a alguien de vista una vez y desapareció. Imagino lo
duro que debe de ser dar ese paso de nuevo.
—Esto no estaba previsto. No debería volver a sentir esto. Tuve mi
oportunidad. Tuve a Char. No debería suceder por segunda vez.
Elijah se apartó y la observó con sus ojos verdes de cazador. Fríos y
calculadores.
—¿Qué es lo que no debería suceder?
—Tú. Esto. Nosotros. —Ella cerró los ojos para no ver la forma en que él
la miraba. Estaba hecha un manojo de nervios. La ansiedad iba a acabar con
ella—. Mierda. ¿Por qué no podemos conformarnos con el sexo? ¿Por qué ha
tenido que ocurrir todo lo demás para complicarnos la vida?
Él le inclinó la cabeza hacia atrás y selló con un beso su boca. Sentir el
primer roce de su lengua la volvió loca, provocando que se alzara de puntillas
para apresarlo suavemente entre sus labios. Él emitió un gemido que la
inundó, despertando en ella un hambre salvaje. El deseo carnal estaba siempre
a flor de piel, dispuesto a arder a la menor provocación.
Vash lo besó con una avidez feroz, metiéndole la lengua hasta el fondo.
Deslizó las manos bajo su camiseta, buscando y hallando su piel cálida, entre
áspera y satinada. Clavó sus dedos en los músculos que surcaban su espalda,
apretándolo contra ella para que lo único que se interpusiera entre ellos fuera
la ropa.
La risa gutural de Elijah vibró en los pechos de Vash.
—Te has propuesto follarme hasta acabar conmigo.
—Te deseo —murmuró ella mientras le besaba el mentón y el cuello.
—Perfecto.
Ella le levantó la camiseta y respiró la esencia que desprendía su piel,
perdiéndose entre el fino vello que cubría su pecho. Su lengua jugueteó con el
pezón, lamiéndolo con avidez.
—¡Dios, cómo me gusta! —dijo él con voz ronca, levantando los brazos
para quitarse la camiseta.
Ella se arrodilló y le desabrochó la bragueta con frenesí.
—Eh. —Él arrojó su camiseta a un lado—. ¿A qué viene tanta prisa?
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Ella le bajó los vaqueros, pero él la detuvo, tomándola de la barbilla para
ver su rostro.
—Vashti. —Los ojos de Elijah reflejaban preocupación—. Háblame.
—No quiero hablar. Te quiero a ti.
Él se arrodilló junto a ella, apartándole el pelo de la cara.
—Nos vamos a enfrentar a muchas situaciones complicadas juntos. Forma
parte de nuestra naturaleza.
—Para ti es fácil decirlo. —Ella le apartó la mano bruscamente—. Las
posibilidades de que yo muera son remotas, por no decir nulas. Tú te estás
muriendo ahora mismo. Con cada minuto que pasa.
—Ya. —Elijah se sentó sobre sus talones, ajeno a la imagen
tremendamente sensual que ofrecía: con el torso desnudo y la bragueta lo
bastante abierta como para mostrar la fina y sedosa línea de vello que
conducía a ese apetitoso lugar más abajo. Tan vital y viril. Una poderosa
fuerza de la naturaleza. Y sin embargo sus días en la Tierra estaban contados
—. Entiendo.
—No lo creo. ¿Cómo vas a entenderlo?
Él apoyó las manos en las rodillas y suspiró profundamente.
—Los licanos que tienen pareja viven más tiempo.
—¿Qué? ¿Qué has dicho?
—Ya me has oído. Y tú me amas. Lo bastante para hacer que estés más
loca de lo que estabas.
Ella lo miró fijamente y se levantó, intentando recuperar la compostura
con la mayor dignidad posible. No iban a hablar de esto. Jamás. La situación
ya era bastante complicada sin expresarla en palabras.
—Ve a darte esa ducha que querías darte.
Agarrándola de la muñeca cuando ella pasó junto a él, Elijah se levantó.
—Me alegro.
—No te hagas ilusiones. Es posible que en este lugar no haya agua
caliente.
—Me alegro de que me ames —aclaró él.
—¿He dicho yo eso? No creo haberlo dicho.
—De acuerdo. —Él acarició su muñeca, notando con el pulgar su pulso
acelerado—. Yo tampoco lo diré. Pero no por eso deja de ser verdad.
El intenso dolor que ella sentía en el pecho hizo que se tambaleara hasta la
cama. Se dejó caer en ella, con la vista fija en la pantalla del televisor, que
estaba apagado.
—Ve a darte una ducha —repitió.
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—¿Te vienes?
Ella negó con la cabeza, preguntándose cómo sobreviviría a esto por
segunda vez. Padecer dos veces ese dolor devastador. Le chocaba que fuera
capaz de equiparar a los dos hombres a los que amaba: uno que había estado
con ella durante siglos y otro que había conocido hacía solo unos días. ¿Cómo
era posible que se hubiera enamorado de él en tan poco tiempo? Peor aún,
estaba segura de que su amor por Elijah aumentaría con el tiempo, hasta
hacerse tan necesario que no sería capaz de respirar sin él.
Él tomó su mano, besó sus nudillos y la soltó. Al cabo de un momento,
ella escuchó correr el agua de la ducha. Y un momento después, le oyó cantar.
El dolor en su pecho dio paso a un dulce anhelo. Elijah tenía una hermosa
voz de tenor, que exhibía en aquella canción desconocida para ella. Pero
aunque hubiera desafinado, a ella le habría dado igual. No era su talento lo
que la seducía, sino el hecho de compartir esos momentos de intimidad con él.
El regalo de verle abrirse y mostrarse espontáneo.
Ser su pareja. Vash sacudió la cabeza. Esa palabra no significaba lo
mismo para un licano que para un vampiro. Cuando Charron murió ella siguió
adelante. Trastornada por la pérdida, sin duda, pero capaz de continuar
adelante. Cuando Elijah tomara una compañera, viviría hasta que muriera de
viejo o muriera su compañera. No podría sobrevivir a ninguna de esas dos
circunstancias.
Vash seguía reflexionando sobre ello cuando él salió del baño, desnudo y
empapado. Sacudió la cabeza para eliminar el agua del pelo, rociándola a ella
y el resto de la habitación.
—¡Eh! —protestó ella—. Vigila, cachorro.
Él la miró mientras se acercaba a la cómoda y echaba un vistazo a su
teléfono móvil.
—Tú ya vigilas por los dos, que no me quitas los ojos de encima, fiera.
No dejas de mirarme el culo.
—Un culo muy bonito —respondió ella, sorprendida por su tono gutural.
Debido al efecto que él le producía, sin duda. El que ella venía
experimentando desde el momento en que lo había visto desnudo y sangrando
en la cueva en Utah, un cuerpo espectacular aún en tensión ante la amenaza
de un ataque inminente.
No quería pensar en el fin. Se centraría en el presente, tomando todo lo
que pudiera de él, dándole todo cuanto ella tenía. Si la vida de él iba a ser tan
breve como un sueño, ella se aseguraría de que ambos brillaran como el sol
para que, llegado el momento, ella ardiera con él.
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Se bajó la cremallera del chaleco y dijo con un inconfundible tono
posesivo.
—Mío.
Él se volvió hacia ella, mirando fijamente sus pechos desnudos.
—Mía —ronroneó.
Ella le indicó con el índice que se acercara. Él se detuvo frente a ella,
colocándose entre sus piernas abiertas, su reluciente pene al nivel de sus ojos.
Cuando intentó echarla en la cama, ella enlazó sus manos con las suyas y lo
detuvo, recorriendo con la lengua su pene en erección.
—Dios… —Él echó la cabeza hacia atrás—. He soñado con tu boca desde
la primera noche en Bryce Canyon.
Decidida a borrar el recuerdo de la última vez que le había hecho una
felación, Vash le soltó y empezó a acariciar su miembro con las manos para
acompañar los movimientos de su boca. Los ásperos gemidos de placer que él
emitía le parecían tan bellos como cuando le había oído cantar. Cuando él
enredó sus dedos en su cabellera y empezó a dirigir sus movimientos, ella se
sometió a él, dejando que marcara el ritmo y la intensidad, deleitándose en la
seguridad con la que él tomaba lo que necesitaba de ella. Con Char había sido
distinto, porque sentía por ella un amor reverencial. Elijah era un ser más
visceral. Era un licano, con las necesidades primarias de una bestia, y al
mismo tiempo un hombre que comprendía la necesidad que tenía su
compañera de cederle a veces el control.
Ella apretó los labios y le chupó el pene con decisión, embriagada de
deseo y amor. Su sabor, tan limpio, intenso y puramente varonil, la volvía
loca. Su sexo se humedeció, ávido de él.
Él contuvo el aliento; los muslos le temblaban.
—Me la chupas tan bien… Estás tan buen…
Ella levantó la cabeza y apartó los labios de su rígido miembro. Lo
encerró entre esos pechos que tanto le gustaban, apretándolos con sus brazos
para sentir aquella erección.
—Vashti. —La expresión en los ojos de él era la recompensa que ella
anhelaba, el deseo que él revelaba sin tapujos en estos momentos de intimidad
—. Me destrozas.
—Tuya —dijo ella suavemente, pasándose la lengua por los labios
mientras él la sujetaba por los hombros para que estuviera quieta. Entonces él
empezó a mover las caderas, suavemente, en un ritmo irregular.
—Preciosa —dijo con voz ronca—. Maldita sea, eres preciosa.
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Él dobló un poco las rodillas, incrementando la rapidez de sus
movimientos, jadeando. Sus ojos brillaban con intensidad y hambre, el rostro
encendido y perlado de sudor.
Ella sintió cómo la tensión se apoderaba de él, vio cómo los músculos de
su abdomen se relajaban y se contraían con cada uno de los movimientos de
sus caderas. Sintió que él estaba a punto de alcanzar el orgasmo.
—Basta. —Él se apartó, la volteó sobre la cama con un solo movimiento,
para quitarle las bragas. La penetró hasta el fondo mientras la agarraba del
cabello, deslizándose con facilidad dentro de su sexo.
Sus ojos se cerraron con un gemido de gozo. Se sumió en la bruma de
placer, en la simple belleza del ritmo pausado y sostenido de Elijah. Lento y
relajado. Moviendo las caderas con una pericia y un control que la dejaban sin
aliento. Sabía cómo hacerle el amor, penetrándola hasta el punto justo,
retirándose lo suficiente para volver a entrar, ejerciendo la presión exacta
mientras se movía dentro de ella. Vash sintió que las lágrimas afloraban a sus
ojos, conmovida por la pureza de esta conexión, a un tiempo sensual y tierna.
Increíblemente íntima.
Él la besó en el hombro, apartándole el chaleco, que estaba desabrochado,
y le murmuró al oído:
—Un día, dentro de poco, cuando estés preparada, voy a montarte así.
Voy a montarte mientras arqueas el cuello, ofreciéndomelo. Voy a marcarte
con mis dientes. Voy a follarte. Voy a aparearme contigo. Entonces serás mía,
Vashti. Irrevocablemente. Cada centímetro de tu maravilloso, obstinado y
peligroso ser. Mía.
Ella se estremeció al tiempo que alcanzaba un orgasmo arrollador con esa
promesa en el corazón. Por imposible que pareciese, era suya. Al igual que él
era suyo.
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con claridad para asumir de nuevo la forma con que despertarla sin asustarla.
La forma con que podía abrazarla y consolarla.
Los escasos momentos que tardó en recobrar el control le parecieron días.
Vashti se revolvía desnuda en el lecho que compartían, el recuerdo de un
dolor pasado agitando su maravilloso cuerpo. Y él no podía luchar contra los
demonios que atormentaban su alma. No podía vengarla. Todavía no.
En cuanto logró cambiar de forma, saltó sobre la cama y la abrazó con
fuerza mientras ella luchaba contra él en medio de su pesadilla.
—Vashti —dijo con voz ronca, sintiendo un nudo en la garganta de ira y
dolor—. Vuelve, cariño. Despierta.
Ella se acurrucó contra su pecho; su sedosa piel estaba empapada de
sudor.
—Elijah.
—Estoy aquí. Te tengo en mis brazos.
Se estremeció con violencia y oprimió su fría nariz contra la piel de él.
—Maldita sea.
—Cálmate… —Él la acunó en sus brazos, rozando con los labios su
coronilla—. Todo está bien. Ya ha pasado.
—No. —Ella meneó la cabeza, clavándole las uñas en la espalda mientras
se aferraba a él—. No puedo dormir, maldita sea. Solo quiero yacer a tu lado
mientras descansas, acurrucarme junto a ti y soñar contigo. Pero esos
cabrones me arrebataron esa opción.
Inclinándole la cabeza hacia atrás para contemplar su rostro cubierto de
lágrimas, Elijah le apartó unos mechones húmedos que tenía adheridos a la
frente y las mejillas y contempló el tormento en sus ojos. Ver a una mujer tan
fuerte reducida a una criatura aterrorizada le partía el corazón y le provocaba
una furia letal que no podía descargar. Podía protegerla de fuerzas externas,
pero la oscuridad que la invadía era algo a lo que no podía acceder si ella no
se lo permitía.
—No para siempre. Cuando seamos pareja…
—¡Maldita sea, nunca seremos pareja! —Ella se revolvió para liberarse de
sus brazos, como una bestia enfurecida, y él la soltó para que no se lastimara
—. No puedo procrear, Elijah. No puedo darte unos lindos cachorritos
dotados de colmillos con los que puedas jugar después de una larga jornada
persiguiendo a las manadas de licanos que quieren matarme.
—Y yo no viviré para siempre —respondió él—. No somos perfectos,
pero somos todo lo que tenemos. No estoy dispuesto a verte sufrir cuando
puedo ayudarte.
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—¡No puedes ayudarme! Ocurrió hace tiempo.
—No en tu mente. No en tus sueños. Cuando seamos pareja… —Elijah
alzó una mano antes de que ella abriera la boca—. Calla y escúchame.
Cuando seamos pareja, podré compartir esos sueños contigo, podré ahuyentar
a los demonios que te mortifican. Podremos hablar entre nosotros,
compartirlo todo, sin una palabra.
Ella lo miró horrorizada.
—No te quiero en mi cabeza.
—Tú no tuviste reparos en meterte en la mía.
—Era distinto. Practicábamos sexo. Quería que te sintieras bien.
—No cuela, tesoro. —Él tensó la mandíbula—. Me necesitas en tu cabeza.
Y yo necesito estar allí. Me mata verte sufrir de este modo. Oler tu temor.
—Solo necesito permanecer despierta. —Vash empezó a pasearse de un
lado a otro de la habitación, con su cabellera balanceándose alrededor de su
torso desnudo—. No necesito dormir como tú. Puedo prescindir del sueño.
—¡No digas chorradas! —Él se levantó—. Puede que tu cuerpo no
necesite dormir, pero tu mente, sí. Tu corazón también.
—No sabes lo que me hicieron —soltó ella de sopetón—. No quiero que
lo sepas. Nunca lo sabrás. No lo permitiré.
Elijah cruzó los brazos.
—Intenta impedírmelo.
—No es necesario. Podemos resolverlo sin necesidad de que lo averigües.
—No hay trato, cariño. ¿Crees que existe algo, lo que sea, capaz de
impedir que te desee? ¿No crees que ya habría buscado esa vía de escape
antes de que alcanzáramos el punto de no retorno? Tienes razón. No sé lo que
te hicieron. Pero lo sospecho y tengo una imaginación muy retorcida,
depravada y jodida. Lo que imagino en mi cabeza quizá sea peor que la
realidad, pero da lo mismo. Eso no cambia mis sentimientos hacia ti. Nada
puede alterarlos.
—Eso no lo sabes. —Ella se pasó las manos por el cabello—. No quiero
arriesgarme a que lo averigües por las malas.
Él la agarró cuando pasó a su lado y la obligó a mirarlo.
—Lo único que puede interponerse entre nosotros es una infidelidad. En
tal caso, no tendrías que preocuparte de que te abandonara porque los dos
estaríais muertos.
Vash lo observó unos instantes con tristeza; luego esbozó una media
sonrisa.
—¿Y dices que yo estoy loca?
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—Quiero hacerte feliz. —Él la estrechó contra sí. El gélido nudo que
sentía en la boca del estómago se fundió cuando ella le rodeó con sus esbeltos
brazos—. Te guste o no. Tanto si te resistes como si no.
—Puedes estar seguro de que me resistiré —le prometió ella con ojos
claros—. Yo soy así.
Él la besó en la frente.
—Y así es como te quiero.
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1
N
— o te apartes de mí —dijo Elijah cuando Vashti se bajó del coche
alquilado por el lado del copiloto, su mirada fija en la gigantesca puerta de
metal que daba acceso al enclave de los licanos en Huntington—. En cuanto
te huelan sabrán que eres mía. No me extrañaría que no nos topáramos con
algún problema. En especial de quienquiera que haya estado dirigiendo este
lugar desde que se sublevaron.
Ella se colocó las gafas de sol sobre sus ojos dorados y rodeó el coche.
—Te cubriré las espaldas, tesoro. Y tu bonito culo.
Él no pudo evitar contemplarla. Vash llevaba uno de sus monos sin
mangas, negro, tan ajustado que parecía pintado sobre la piel. Unas botas de
cuero negro le cubrían las piernas desde los pies hasta las rodillas, y su larga
cabellera roja le caía por la espalda. Por primera vez desde que se habían
conocido, lucía una joya: un espectacular collar que había comprado esa
mañana cuando había salido a por un café para él en el Starbucks. Le
conmovió que hubiera pensado en su necesidad de ingerir cafeína, una
necesidad que ella no compartía. Pero el collar lo conmovió aún más. Era un
exquisito collar de peridoto cuyo color ella había dicho que le recordaba a sus
ojos.
Él no se dejó engañar por el tono despreocupado con que ella le había
explicado el motivo de su elección. El collar era un cambio obvio que
destacaba contra el negro luto con el que vestía habitualmente. Era una
declaración clara que no podría pasar inadvertida; y había decidido hacerla
con algo que asociaba a él.
Vash había añadido que sus alas habían sido de un color parecido,
permitiendo que él imaginara a un ángel de cabello de color rubí, ojos de
zafiro, alas de color peridoto y una tez pálida como la perla. Imposiblemente
bella, había pensado él, lamentando no haberla visto de aquella manera.
Luego la había abrazado y besado hasta que ella se había relajado en sus
brazos, esbozando una sonrisa de felicidad que mostraba sus afilados
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colmillos. Él ángel que había sido pertenecía al pasado. Era la vampira la que
le había robado el corazón. El ángel caído con alma de guerrera. La mujer que
había sufrido un ataque brutal a manos de unos demonios y había quedado
destrozada, para regresar luego más fuerte y feroz que nunca.
—Micah siempre será un problema entre nosotros, ¿verdad? —preguntó
ella bajito, ajustándose con gesto distraído las fundas de sus katanas—. O
para ser más precisos, lo que yo le hice y lo que tú le hiciste a su viuda por mi
culpa.
Él no lo negó. Era inútil negarlo.
—Lo siento, El. —Ella extendió la mano y enlazó los dedos con los suyos
—. No que lo hiciera, porque dadas las circunstancias y la información que
tenía, volvería a hacerlo. Pero lamento haberte herido y que lo que hice te esté
causando problemas ahora.
La pantalla de vídeo junto a la puerta se encendió y apareció un rostro
masculino que los observó con seriedad.
—¿Quiénes sois? ¿Qué queréis?
Puesto que el vídeo se hallaba más cerca de Vashti, se apresuró a decir:
—Vuestro Alfa ha venido a echar un vistazo. Confía en que le deis una
cordial bienvenida. Y no estaría de más que le lamierais un poco el culo.
Elijah suspiró.
—Vashti.
—¿Qué? —Ella se acercó a él.
La puerta de unos diez metros de altura se abrió lentamente, mostrando a
un grupo formado por media docena de licanos armados, cinco machos y una
hembra. Vashti bajó la mirada y se fijó en la multitud de puntos rojos que
habían dirigido hacia su pecho. Esbozó una maliciosa sonrisa, enseñando los
colmillos.
—Pórtate bien —le advirtió él antes de entrar—. Deponed las armas. Ella
está conmigo.
—Es una vampira —gruñó el licano, alto y de color leonado que estaba en
el centro del grupo con cara de pocos amigos.
—Un tipo simpático y observador —replicó Vash con tono zalamero—.
Siento haberme dejado las galletitas para mascotas en el hotel.
El licano apuntó con la pistola a la frente de Vash.
Elijah se quitó las gafas de sol.
—Sí, pero está claro que no oye bien. Quizá tenga que liquidarlo.
—¿Puedo presenciarlo? —inquirió ella con dulzura.
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El licano moreno que estaba junto a Gatillo-Fácil enfundó su arma y
avanzó hacia ellos. Los olfateó un poco y observó con curiosidad a Elijah y a
Vashti.
—Qué interesante.
La sonrisa de Vash se ensanchó.
—Ni te lo imaginas.
El licano tendió la mano a Elijah.
—Soy Paul. No sabíamos que había un Alfa dirigiendo la manada.
Vash se acercó con gesto claramente protector.
—¿Para qué enviar a un emisario cuando él mismo puede hacer esta
gestión? Vuestro Alfa se encarga personalmente de las tareas que le
competen.
—Aquí tenemos una jerarquía —dijo Gatillo-Fácil secamente—. O la
respetáis, u os buscáis otro enclave que os dé cobijo.
Ella meneó la cabeza.
—Decididamente, no voy a darte una galletita.
Gatillo-Fácil apuntó con su pistola.
En los segundos que Vash tardó en pivotar para esquivar el disparo, Elijah
cambió de forma y se abalanzó sobre el licano rubio, derribándolo y
partiéndole el cuello con un ágil movimiento.
Sonaron unos disparos a su alrededor. Elijah se volvió, gruñendo,
dispuesto a atacar de nuevo… Pero vio que a tres de los licanos les sangraban
las manos con las que habían empuñado sus pistolas y uno de los machos
tenía los dos brazos en alto y la vista clavada en el suelo. Vash sostenía con
una mano la pistola de Paul y con la otra lo sujetaba por el cogote,
obligándole a permanecer de rodillas.
Elijah asumió de nuevo su forma humana y se encaminó hacia las ropas
que se había quitado, sintiendo un profundo respeto y admiración por su
compañera.
Vash miró a la licana.
—Cierra los ojos, zorra. No mires. Como veas una parte de la anatomía de
tu Alfa que no sea la cara, no vivirás para lamentarlo.
Él se puso primero los vaqueros, para complacer a Vash, y luego utilizó su
camiseta para limpiarse la sangre de la boca y el pecho.
—Soy tolerante con muchas cosas —informó al grupo de licanos—. Pero
no tolero la desobediencia ni las amenazas contra Vashti. ¿Está claro?
Al averiguar quién era ella, dos de los machos cambiaron de forma,
incapaces de reprimir su agitación. Elijah les soltó un gruñido que les obligó a
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sentarse, aunque seguían moviéndose, inquietos.
—Suelta a Paul.
Vash soltó al licano al que tenía inmovilizado en el suelo, pero no apartó
la vista de los otros.
Paul se incorporó y estudió a Elijah.
—Nunca había visto a un licano cambiar de forma con tanta rapidez.
—Apuesto a que tampoco has visto nunca a un licano que se folle a una
vampira —dijo Vash—. Nada menos que a la lugarteniente de Syre. Es un
mundo nuevo, tío.
Elijah la miró con gesto de reproche.
—¿No te dije que te comportaras?
—No obedezco órdenes tuyas cuando no estoy desnuda.
Elijah decidió no darle más munición.
—Necesito acceder a vuestro centro de datos, Paul.
—De acuerdo, Alfa. —Paul señaló la puerta—. Te conduciré hasta él.
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Él señaló con el pulgar el otro extremo del pasillo, observándola con ojos
fríos y duros.
—Dos puertas más allá, a la derecha, chupasangres.
—Gracias, Fido.
Una vez a solas, Vash aguzó el oído para cerciorarse de que no oía nada
aparte de su propia respiración. Golpeó las paredes con el pie, por si percibía
un sonido que indicara la presencia de un hueco donde pudiera haber un
micrófono oculto.
—Vale, ya estoy sola. ¿Cómo va todo?
—Dentro de un rato parto con Raze hacia Chicago para hablar con el
contacto que tiene allí. Torque nos cubrirá durante esta misión. —Syre se
reclinó en su butaca—. En cuanto a tu licano…, hay algo que debes saber.
Ella sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿De qué se trata?
—La remisión que su sangre causó ayer en ese espectro tiene una
explicación: acababa de beber sangre de Centinela filtrada a través de
Lindsay. Cuando Grace analizó la sangre de Lindsay a través de las agujas y
demás parafernalia que decidiste recoger, comprobó que el efecto era aún más
marcado. Es probable que la clave del remedio contra el Virus de los
Espectros se encuentre en la sangre pura, sin diluir, de Centinelas, o tal vez en
la sangre de ángeles.
Ella contuvo el aliento y asintió con gesto serio.
—Tú lo sospechabas —dijo él.
—Sabía que tenía que ser algo muy importante para que Adrian dejara
que Lindsay viniera conmigo. —Vash se pasó una mano por el pelo y empezó
a pasearse de un lado a otro, sus tacones resonando sobre el suelo enlosado—.
Es increíble. Esto explicaría por qué Adrian robó mi sangre. Probablemente
cree que aún tenemos unas propiedades sanguíneas similares.
—He enviado a Grace unas muestras de mi sangre, de Raze y de Salem.
Veremos qué resultados obtiene. Con suerte, este viaje a Chicago resultará
muy provechoso y conseguiremos que la técnica de laboratorio nos ayude a
agilizar las cosas. —Syre se detuvo un momento—. Además, entre los restos
de la furgoneta hallaron un artilugio incendiario. Es posible que fuera
detonado por control remoto.
—¿Cómo supo la persona a cargo del control remoto cuándo activarlo? —
En la mente de Vash bullían multitud de preguntas—. A menos que estuviera
observando.
—Encontramos C4 por toda la casa de los espectros. Era una trampa.
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—¿Cómo es que la casa no voló por los aires? Si vieron partir a la
furgoneta, es evidente que nos vieron a nosotros también.
—No lo sabemos. Quizá tu doble tenía en la furgoneta el control remoto
para hacer volar la casa. O el receptor fuera defectuoso. Salem está
registrando la casa con equipo en estos momentos. Torque está siguiendo el
rastro de la compra del C4. Con suerte, dentro de poco tendremos alguna
respuesta.
Vash se frotó el gélido nudo que sentía en el pecho.
—Hasta que no tengamos más datos sobre esto, ten cuidado en Chicago.
Y vigila a Raze. Hay algo entre él y esa técnica de laboratorio a la que vais a
visitar.
—Ya lo supuse. Mantenme informado.
El hermoso y austero rostro de Syre desapareció de la pantalla y ella
emitió un suspiro de alivio. De pronto oyó que la puerta se abría a su espalda
y se volvió.
Al ver a Elijah el temor que había empezado a apoderarse de ella remitió.
Él le tendió la mano.
—Hemos encontrado lo que buscábamos.
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—… mientras los otros torturaban a Charron.
Ella asintió con la cabeza.
—Fue un ataque brutal. Llegué a pensar que los demonios lo habían
encontrado antes de que yo llegara. Pero su cuerpo apestaba a licanos, y eran
dientes de licano los que le habían arrancado las entrañas.
Los demonios. Él sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.
Abrazándola, acercó los labios a su oído y preguntó:
—¿Cuánto hacía que Char había muerto cuando te atacaron?
Ella se apartó bruscamente.
—¿Quién te ha dicho que yo…? —Luego calló, con el ceño fruncido—.
Una hora. Más o menos.
—Una hora… —Él la estrechó con tanta fuerza que ella sintió que se
ahogaba y trató de soltarse—. Encontraré la forma de obligarlos a salir del
infierno y los mataré de nuevo.
—Elijah. —Ella se relajó y dejó que la amara, besándole en la barbilla—.
Siempre tienes que vengar a alguien…, excepto cuando yo me interpongo en
tu camino.
Él se volvió de nuevo hacia el monitor, enlazándola por la cintura con un
brazo.
—¿Puedes localizar sus historiales y mostrarlos uno junto a otro? —
preguntó al licano llamado Samuel que estaba sentado ante el teclado.
Samuel tecleó la búsqueda y Elijah tomó nota del resultado.
—Los tres nacieron el mismo mes y el mismo año.
—Y todos murieron el mismo año —murmuró Vashti—. Con pocos
meses de diferencia.
—¿Eran de la misma camada, Samuel?
El licano observó el monitor con el ceño fruncido.
—No se producen muchos nacimientos de trillizos entre nosotros, pero
consultaré sus gráficos de reproducción. Qué raro. No hay ninguno.
—Podemos analizar su sangre —sugirió Elijah—. Envía a alguien al
centro de conservación criogénica para que la examinen.
Samuel tomó el teléfono incorporado a la terminal de trabajo y transmitió
la orden.
Vash paseaba las yemas de sus dedos por la cadera de Elijah de forma
nerviosa.
—¿No es raro que unos hermanos cacen juntos?
—Depende. —Samuel no apartó la vista del monitor—. No si son
jóvenes. Pero estos eran unos machos en edad de reproducirse. Lo lógico es
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que los hubieran enviado a distintos enclaves.
—Para ampliar la reserva de genes —comentó ella secamente—. Qué
romántico.
—Eso explica que los datos referentes a ellos sean tan similares. Pero no
explica por qué murieron. ¿Por qué no consta la causa de su muerte, Samuel?
Samuel se encogió de hombros y respondió:
—Depende de la situación en ese momento y de lo concienzudo que fuera
el técnico a cargo. Ten presente que esta habitación solo estaba ocupada por
Centinelas antes de la sublevación, y a la mayoría de ellos les importa un
carajo cómo morimos.
Elijah sacó su móvil del bolsillo, que estaba sonando, para silenciarlo,
pero al ver el nombre de Stephan decidió atender la llamada.
—¿Qué tienes?
—Unos centenares de licanos —respondió su Beta secamente—. Estoy de
nuevo en el almacén. A medida que los equipos se desplazan a través del país,
se topan con licanos extraviados y los envían aquí. Alguien tiene que
permanecer aquí todo el tiempo para procesarlos.
—Menos mal que tienes iniciativa.
Stephan se rio.
—Si te incordiara con cada decisión administrativa que hay que tomar, me
arrancarías la cabeza. Quizá literalmente.
—Eres demasiado valioso. Buscaría otra forma de torturarte.
—Escucha, hay algo más.
La repentina gravedad del tono de su Beta alarmó a Elijah.
—¿De qué se trata?
—Himeko ha contado a todo el mundo que has tomado como compañera
a la lugarteniente de Syre.
—Hmm… —Elijah observó que Vash le miraba con el ceño fruncido; su
oído vampírico había captado cada palabra. Él le acarició el entrecejo con
suavidad, para eliminar las arrugas de preocupación—. Todavía no. Aún no
está decidida.
Se produjo una larga pausa.
—Alfa, lamento recordarte lo obvio…
—Entonces no lo hagas.
—Los vampiros no pueden procrear.
—Gracias por la información.
A Stephan el comentario no le sentó bien.
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—Como tu Beta tengo el deber de informarte de cualquier tema que cause
preocupación entre nuestras filas. No te burles de mí por hacerlo.
—Jamás me burlaría de ti, te respeto demasiado. A cambio, te pido que no
me hables como si fuera idiota. Hago cuanto puedo y lo mejor que puedo. Es
cuanto podéis exigirme. Mi vida personal me pertenece a mí. Si hay algún
problema con eso, diles a los demás que dediquen sus esfuerzos en localizar
el enclave del Alfa. Luego organizaremos unas elecciones democráticas para
que todos puedan manifestar su opinión.
Vashti lo miró irritada. «No tiene gracia», dijo moviendo los labios en
silencio.
No, no la tenía. La única forma en que otro Alfa podía asumir el control
de la manada era liquidando a Elijah. Sin esa victoria, no obtendría el respeto
que necesitaba para liderar.
—Te mantendré informado —dijo Stephan.
Elijah colgó y fijó de nuevo la vista en el monitor.
—Bien, ¿dónde estábamos?
El sonido del teléfono en la terminal de trabajo interrumpió la
conversación. Samuel atendió la llamada.
—¿Estás seguro? Compruébalo de nuevo.
Vash entrecerró los ojos.
—¿Qué te apuestas a que la sangre ha desaparecido?
—No me gusta apostar —respondió Elijah, que no se sorprendió cuando
Samuel confirmó las sospechas de Vash—. De acuerdo, localiza sus
fotografías.
—No hay problema. Veamos… Aquí hay una. Peter Neil.
En la pantalla apareció una imagen familiar y Elijah torció el gesto.
—Lo conozco. Trabajé con él en un par de ocasiones. No se llama Peter.
—¿Un hermano, quizá? —inquirió Vash.
—No. ¿Veis esa cicatriz en su labio? Es el mismo tipo.
—¿Está aquí? —preguntó Vash a Samuel.
—No le he visto nunca.
—Ha muerto —dijo Elijah secamente—. Murió durante el asalto a un
nido hace unos veinte años. Yo estaba presente cuando ocurrió. ¿Tienes unos
primeros planos de los otros?
Samuel se puso a silbar y tecleó.
—Este es Kevin Hayes —dijo cuando apareció otra fotografía en el
monitor.
Vash contuvo el aliento.
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Elijah estaba a punto de perder la escasa paciencia que le quedaba.
—No es él.
—Es la foto que tomamos cuando llegó aquí —insistió Samuel.
—Es un error. Ese es Micah McKenna.
—¿McKenna? Espera un momento. Vale, hay un Micah McKenna en el
sistema. Sí… tienes razón. Llegó el mismo día que Kevin. Puede que alguien
confundiera las fotos y las archivara en el lugar equivocado. Aquí está la foto
del historial de Micah. —En el monitor apareció la misma foto—. Alguien la
ha jodido.
Pero Elijah tenía la vista clavada en los datos del historial, que se había
abierto junto con la foto. Leyó rápidamente toda la información que contenía:
datos de su compañera, archivos de traslados y matanzas, gráfico de
reproducción.
—Mintió —dijo Vash—. Le pregunté qué edad tenía y dijo…
—Cincuenta años. —El expediente oficial de Micah indicaba que tenía
ochenta años, lo que implicaba que era posible que matara a Charron. Si
hubiera tenido cincuenta años habría sido demasiado joven, la coartada
perfecta—. ¿Dónde está la foto del tercer licano?
—Aquí. —Samuel hizo que apareciera en el monitor—. Anthony
Williams.
Al reconocerlo, Elijah apretó los puños.
—Busca a Trent Perry.
—Vale… Sí, también está aquí.
—Vaya, vaya —murmuró Vash—. La misma foto que la de Anthony.
El mundo de Elijah se desmoronó al comprender que los hombres en
quienes había confiado le habían traicionado a él y a los demás licanos.
Vash empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación.
—Es una conspiración. Crearon una pista falsa de tres licanos imaginarios
y los absolvieron de toda culpa en la muerte de Char. ¿Por qué, maldita sea?
¿Por qué protegieron los Centinelas a tres perros rabiosos?
Elijah le dirigió una mirada advirtiéndole que no dijera nada más.
—Samuel, consígueme una copia de todos estos archivos, tanto en
pendrive como en disco. Busca también la ficha de Charles Tate, y agrégala al
resto. Es el que utiliza el alias de Peter Neil.
Vash se detuvo frente a él.
—¿Trent está muerto al igual que Micah y Charles? ¿He estado
persiguiendo a unos fantasmas?
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—Trent estaba conmigo en Phoenix durante el viaje en que Nikki atacó a
Adrian y encontramos a Lindsay. —La besó en la frente y murmuró—: Quizá
tengas que pelear con ella para echarle el guante. Ella también quiere
atraparlo.
—¿Por qué?
—Te lo explicaré más tarde. Ahora larguémonos de aquí.
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—Él te lo puso fácil. Y creo que es posible que tú reconocieras su olor por
el ataque contra Charron sin siquiera darte cuenta. Quizás incluso lo
reconocieras del secuestro de Nikki. Puede que siempre lo hayas sabido, pero
estaba enterrado en el fondo de tu mente.
—Tengo el olor de los asesinos de Charron grabados en mi memoria. No
me pasarían inadvertidos.
—Una vez tuve que defender mi derecho a reivindicar la autoría de una
muerte porque una licana malherida había sangrado sobre el cadáver. Olía
más a ella que a mí. Si Micah tuvo acceso a mi sangre para tenderme una
trampa, es evidente que tuvo acceso a la sangre de otros. Teniendo en cuenta
lo complicado que debió ser crear esa pista falsa, dejar un par de bolsas de
sangre junto al cadáver de Charron tuvo que ser fácil. Y los dos sabemos
cómo apestan las vísceras recién arrancadas de un cadáver. Eso explicaría por
qué fue un ataque tan brutal, porque querían que el hedor ocultara sus
identidades.
Vash se dejó caer en la cama.
—¿Por qué?
Elijah se colocó en cuclillas frente a ella.
—Para destruirte. Supongo que llevan años tratando de conseguirlo.
Primero a través de la muerte de Charron, luego a través de mí. Micah es el
hilo conductor en este asunto. No me digas que fue una casualidad, porque no
lo creo.
—No. —Ella soltó un resoplido—. Yo tampoco lo creo.
—Y no podemos olvidar que tu doble atacó a la madre de Lindsay.
Lindsay creció con la obsesión de matarte.
—Debían saber quién era ella. Que portaba el alma de Shadoe en su
interior.
—Sí. Al igual que sabían que Adrian o Syre la encontrarían, y a través de
ellos, ella te encontraría a ti. Eso explica por qué no la mataron junto con su
madre. Por lo que he podido comprobar, a los esbirros que se vuelven locos
les gusta la sangre de niños.
—Dicen que es más dulce que la de los adultos —murmuró ella
distraídamente, frotándose el dolor que sentía en el pecho. Pensar que Char
murió a causa de ella…—. No soy tan importante como para que se
complicaran tanto la vida.
—Eres importante para Syre. Y mucho. Como lo era Phineas para Adrian.
—Elijah tomó las manos frías de Vash en las suyas—. Esta es una guerra
psicológica destinada a destruir a los jefes liquidando a sus segundos. Es
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probable que Micah se sacrificara deliberadamente por la causa, al igual que
sospecho que hizo Rachel. Querían manipularme de determinada forma para
conseguir sus fines.
—¿Para colocarte a ti y a los licanos en una situación de control? ¿De esto
se trata? ¿Convertiros en la facción dominante?
—Lo ignoro. —Él se pasó la mano por la cara—. Eso no explica los
archivos manipulados y la sangre que ha desaparecido; solo los Centinelas
tenían acceso a las instalaciones de criogenización y a los centros de datos. Y
tu doble indica que los vampiros también estaban involucrados en el asunto.
¿Por qué querían colocar a los licanos en lo alto de la cadena alimenticia?
—Unos vampiros entregaron a Lindsay a Syre…, después de que un
Centinela la raptara de Angel’s Point.
—Ya. Tenemos a los vampiros, licanos y Centinelas equivocados
implicados en este asunto. La cuestión no es quién está sucio, sino si todos se
han ensuciado juntos.
Vash retiró la mano de entre las suyas y le acarició el rostro. Luego le
explicó la conversación que había tenido con Syre.
Él maldijo y se levantó.
—Tengo que volver. Tengo que regresar junto a Adrian.
Ella también se levantó. El corazón le latía con furia.
—¿Qué?
—Los Centinelas corren peligro. Cuando se sepa que su sangre constituye
la cura, irán a por ellos. Necesitan ayuda. Al menos tengo que intentar
alcanzar una alianza con ellos.
—Si quisieran, podrían liquidar a un centenar de vampiros en un minuto.
Nunca te han necesitado realmente.
Él la miró con gesto irritado…, y resuelto.
—Nosotros los necesitamos a ellos. Pese a sus defectos, mantienen a los
esbirros a raya.
—¡Los esbirros se están muriendo, El! —Pero en el fondo sabía que no
lograría disuadirlo.
—Tengo que regresar ni que sea por lo mucho que Micah se esforzó en
obligarme a que me fuera. Tiene que haber una razón para ello, y no voy a
seguirles el juego.
—¿Y yo? Te necesito. Mi gente te necesita.
Elijah la abrazó con fuerza y la besó en la frente. Permaneció unos
instantes en esa postura, sintiendo que su ritmo cardíaco se aceleraba más de
lo normal.
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—Ellos te tienen a ti, tesoro. Eres un ejército de una sola mujer.
Ella lo sujetó por las trabillas del pantalón con firmeza. El pecho y el
cuello le ardían.
—No puedes pedirme que haga esta elección. No es justo.
Él le acarició el pelo, apartándoselo de la cara. La miró con tal ternura,
que ella sintió un dolor que casi no le dejaba respirar.
—No te pido que hagas nada, Vashti. Te digo lo que yo tengo que hacer.
Vash se quedó inmóvil mientras él la obligaba a soltarlo y se apartaba de
ella. Le vio recoger los objetos de la cama y meter sus pertenencias en su
bolsa y las de ella en la suya. Separándolos. Dividiéndolos.
—Que te den, licano. —Vash apretó los puños. Experimentó una perversa
satisfacción cuando él se detuvo, sorprendido—. No puedes hacer que me
enamore de ti y luego largarte tranquilamente. Estamos juntos en esto. Tú y
yo.
—No me largo. —Él se volvió hacia ella y cruzó los brazos—. Eres mía,
Vashti. Nada puede cambiar eso. Si aún no te habías dado cuenta de eso,
tenemos un problema más gordo que la guerra en la que estamos a punto de
meternos.
Vash sintió que el puño que le atenazaba el corazón se relajaba.
—¿Entonces qué diablos haces?
—Dejar que seas lo que debes ser. Dejar que seas la mujer a la que amo,
aunque eso signifique que estés al otro lado del mundo, al otro lado de la
línea. Si te obligo a seguir mi camino, te perderé. Lo sé, porque si tú trataras
de obligarme a seguir el tuyo, me perderías a mí.
—No puedo vivir así, El. —La angustia que se estaba apoderando de ella
hacía que sintiera náuseas y frío. Empezó a pasearse de un lado a otro de la
habitación—. No podemos estar separados, trabajando uno contra el otro.
Tenemos que hallar una solución con la que podamos vivir.
—¿Se te ocurre alguna? —respondió él sin perder la calma—. Tengo que
llamar a Lindsay y decirle que el vampiro que probablemente mató a su
madre está muerto, lo que será al mismo tiempo un alivio y un problema,
porque ella quería matarlo personalmente. Luego le diré que es probable que
yo sea el culpable de que mataran a su padre, puesto que había elegido
personalmente al equipo de licanos encargados de custodiarlo y uno de ellos
era Trent. Después informaré a Adrian de que Syre sabe que la cura reside en
la sangre de Centinelas y que dentro de poco lo sabrán también otros
vampiros, por lo que no hay tiempo que perder. Entretanto, Syre tiene a unos
renegados infectando a su gente y yo a unos licanos saboteando
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deliberadamente mis relaciones con ambas partes. ¿Dónde está el terreno
neutral?
—En Suiza.
Él arqueó una ceja.
—¿Quieres huir a Suiza? ¿Ese es tu plan?
—No, nosotros seremos Suiza. Tú y Lindsay formaréis un equipo, Syre y
yo formaremos un equipo, y tú y yo seguiremos siendo una unidad.
Salvaremos la brecha entre los dos bandos. En este momento, la principal
prioridad de todos es el Virus de los Espectros. Si todos luchamos contra el
mismo enemigo, es lógico que aunemos fuerzas.
—¿Desde cuándo ha impedido el sentido común que estalle una guerra?
—No creo que Syre entable una guerra sin mí. Me consta que se lo
pensaría dos veces si yo me opusiera. Si tú consigues convencer a Adrian de
que el riesgo para los Centinelas es demasiado grande sin tu ayuda, quizá
logremos frenarlos a los dos. Especialmente si averiguan que nos han tendido
una trampa a todos. Al igual que tú, no querrán seguirles el juego a sus
enemigos. Merece la pena intentarlo.
—De acuerdo.
Vash se detuvo en seco, asombrada de que él hubiera cedido con tanta
facilidad.
—¿Así, sin más?
—Es peliagudo, complicado, y probablemente nos saldrá el tiro por la
culata. El Virus de los Espectros en realidad no es un problema de los
licanos…
—¿Y el hecho que te consideren una exquisitez? —apuntó Vash.
—Ya, supongo que sí. —Él siguió haciendo el equipaje—. En cualquier
caso, haremos lo que podamos.
Ella experimentó una sensación de alivio que la impactó como un camión
articulado. Quizá fue por eso que dijo de sopetón:
—Y quiero ser tu compañera.
Elijah se quedó helado, con la mano suspendida sobre la cremallera de la
bolsa que iba a cerrar.
—Vashti.
Ella comenzó a hablar atropelladamente, sintiendo que el corazón le latía
con furia y tenía las palmas de las manos húmedas.
—Sé que es egoísta. Si alguien quiere obtener mi sangre y consiguen
abatirme, tú caerás conmigo. Sé que los licanos no viven mucho tiempo
después de perder a su compañera o compañero, pero…
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Él se colocó frente a ella y la miró a los ojos.
—Yo caeré tanto si eres mi compañera como si no. Supuse que lo sabías.
Estoy sentenciado, Vashti. Creo que lo estoy desde que me diste esa charla
para levantarme la moral en la cueva.
Vash se arrojó en sus brazos.
—Eres lo peor que me ha ocurrido en la vida. Lo has jodido todo.
Él se rio, y el sonido de su risa eliminó al estrés y el temor que habían
hecho mella en ella.
—Y no hemos hecho más que empezar.
—Podremos comunicarnos sin palabras, ¿verdad? Tendremos esa ventaja.
—Entre otras. —Él le apartó el pelo de la cara—. Seremos más fuertes si
formamos una unidad conectada… y más vulnerables. Sabrán cómo herirnos.
—Entonces no se lo diremos a nadie. Yo seré tu rollete con colmillos y tú
mi juguete sexual. Dejaremos que los demás piensen que nos estamos
utilizando el uno al otro, pero nosotros sabremos que no es así.
—No tienes que hacer esto —dijo él con dulzura—. Puedo esperar a que
estés preparada.
—Estoy más que preparada. No intentes impedírmelo, cielo.
Ella llamó a Syre y le dijo lo que habían averiguado sobre el ataque contra
Charron. Entretanto, Elijah llamó a Lindsay y le dijo que tenía que reunirse
con ella y con Adrian. Luego Vash y El terminaron de hacer el equipaje y se
dirigieron al Centro de Reactores de Huntington para esperar la llegada de
uno de los aviones privados de Adrian.
Cuando ultimaban el papeleo para devolver el vehículo que habían
alquilado apareció una empleada de la agencia con un sobre en la mano.
—Señor Reynolds —dijo la bonita joven de pelo rubio rojizo, exhibiendo
una sonrisa cautivadora que hizo que Vash se aproximara a su hombre con
gesto posesivo—. Se ha dejado esto en el asiento trasero.
—Eso no es mío.
Elijah frunció el ceño y tranquilizó a Vash demostrando que los encantos
de la chica de la agencia le dejaban indiferente.
—Su nombre está escrito en él.
Elijah aceptó el sobre y lo abrió, extrayendo su contenido. Unas
fotografías. Tomadas a través de una ventana, como las fotos tomadas por un
investigador privado. Vash reconoció de inmediato a la Centinela que
aparecía en ellas.
—Helena —murmuró—. Caray. Haciendo cosas que no debe. Con un tío
cachas.
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—Mark —dijo Elijah con tono sombrío—. Un licano de la manada de
Lago Navajo.
Tardaron unos instantes en asimilar la importancia de las imágenes que
tenían delante. El hecho de que un o una Centinela follara con alguien, fuera
quien fuera, era de por sí insólito.
—Es increíble.
Él examinó las fotos rápidamente, convirtiendo las imágenes en una
minipelícula. La pareja abrazándose con pasión, besándose…,
desnudándose…
De pronto vieron una figura enmascarada en la habitación con ellos, de
pie junto a la cama, en una postura tan amenazadora que Vash sintió que se le
erizaba el vello de los brazos. La siguiente fotografía era de la ventana con las
cortinas cerradas, seguida por varias imágenes del interior de la habitación,
unas escenas de una carnicería tan espeluznante que ella sintió que se le
formaba un nudo en el estómago: Helena con las cuencas de los ojos
vaciadas, sus hermosas alas arrancadas de la espalda, su amante postrado en
el suelo, pálido y exánime, con dos diminutos orificios en el cuello. El sello
con la fecha y hora en la esquina inferior derecha de las fotografías indicaba
que habían sido tomadas hacía casi un mes.
—¿Qué es esto? —murmuró Vash, desolada—. ¿De dónde salen estas
fotos? ¿Qué diablos se supone que debemos hacer con ellas?
Elijah guardó el sobre en su bolsa de viaje.
—Alguien nos ha enviado un mensaje que debemos descifrar.
Se apresuraron en concluir los trámites en el mostrador de la agencia de
alquiler de vehículos y se dirigieron al hangar para coger su avión. Entre ellos
se hizo un silencio que, pese a estar plagado de interrogantes, no les
incomodaba.
Vash entrelazó sus dedos con los de él mientras esperaban en la pista.
—¿Estás seguro de que quieres ir a Alaska? Es un vuelo muy largo, El.
Quizá sería preferible organizar una videoconferencia. O podemos esperar a
que Lindsay y Adrian regresen.
Él la miró.
—¿No te he dicho que los reactores de Adrian disponen de una cabina
habilitada como dormitorio?
—¿De veras? —Ella sintió un calor abrasador, capaz de fundir su temor y
angustia durante varios días—. No, creo que olvidaste mencionar ese detalle.
Él se inclinó hacia ella y la besó en la sien.
—Cuando aterricemos serás la compañera de un licano.
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—Perfecto. —Vash apoyó la cabeza en su hombro, permitiéndose el lujo
de deleitarse con el maravilloso regalo que suponía tener a alguien en quien
apoyarse—. Quizá te aficiones a volar.
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su piel de color caramelo. Sus ojos, de un insólito color ambarino, estaban
enmarcados por unas pestañas oscuras y espesas. Su voluptuosa boca excitaba
los sentidos. El labio inferior, firme y bien dibujado, era lo bastante carnoso
como para que ella pensara en el sexo mientras que el superior incitaba al
pecado. Lucía un terno que le sentaba de maravilla, y cuando su boca se curvó
en una sonrisa ella contuvo el aliento.
—Me he enterado hace poco de que ha aparecido un nuevo virus, doctora
Allardice. Me gustaría conocer su opinión al respecto.
—¿Ah, sí? —Ella obligó a su mente a seguir funcionando—. Desde luego,
estaré encantada de examinarlo, señor…
—Syre —respondió él—. Excelente. Confiaba en que accediera a
colaborar.
El destello de unos colmillos insólitamente largos fue lo último que vio la
doctora antes de que el mundo se sumiera en la oscuridad.
Fin
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SYLVIA DAY, nacida el 11 de marzo de 1973 en Los Ángeles, California. Es
una escritora estadounidense de origen japonés, que ha llegado a ser número 1
en ventas del New York Times. Entre sus obras más vendidas se encuentran
No te escondo nada, Reflejada en ti y Atada a ti, todas pertenecientes a la
serie Crossfire.
Antes de dedicarse a la escritura trabajó como interprete de ruso para la
Inteligencia Militar del Ejército de los Estados Unidos. Actualmente, su
trabajo la ha llevado a recorrer diversos países como Japón, Alemania,
Jamaica, Holanda y Brasil, entre otros.
Es autora de más de una docena de novelas escritas de varios subgéneros:
contemporánea, fantasía, histórica, ficción futurista, ciencia ficción, suspense
romántico, romance paranormal y fantasía urbana, bajo tres seudónimos
diferentes. Su trabajo ha aparecido en las listas de bestsellers más
importantes, entre ellos el New York Times, USA today, Publishers Weekly, el
Wall Street Journal, el Washington Post, el diario Globe y Daily Mail.
Sylvia reside en California junto a su esposo y sus dos hijos.
Nacida en Los Ángeles, creció en el Condado de Orange (OC), y más tarde
vivió en Monterrey, Oceanside, y el Valle de Temecula.
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Notas
Página 259
[1] Ángel mensajero que aparece repetidamente en la Biblia hebrea, la
literatura rabínica y la liturgia judía tradicional. (N. de la T.). <<
Página 260
[2] Raze: Arrasar, asolar. (N. de la T.). <<
Página 261
[3] Torque: Par de torsión. (N. de la T.) <<
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