H FILOSOFÍA - Unidad 1. Los Presocráticos
H FILOSOFÍA - Unidad 1. Los Presocráticos
H FILOSOFÍA - Unidad 1. Los Presocráticos
UNIDAD 1
LOS PRESOCRÁTICOS
1- ¿LOS PRIMEROS FILÓSOFOS?
Los pensadores a los que se ha dado el nombre de
«presocráticos» vivieron en la antigua Grecia entre finales
del siglo VII y mediados del V a.n.e.1 Desarrollaron su
actividad en los extremos de la zona de influencia griega:
en las colonias de Asia Menor (en la actual Turquía) y en
la Magna Grecia (en el sur de Italia). Y de lo que dijeron
o escribieron sólo conocemos o bien fragmentos o bien
comentarios2, lo que condiciona el conocimiento que
podemos tener de sus ideas (que en muchos casos no es
más que hipotético) y permite que se hagan
interpretaciones de todo tipo (a veces incluso
contradictorias entre sí). En el estudio de los presocráticos
hay poco espacio para certezas indiscutibles.
Se les denominó «presocráticos»3 para señalar que fueron anteriores a Sócrates (470-399), a pesar de que
algunos fueron contemporáneos suyos (y en ese sentido habría sido más preciso llamarles «preplatónicos»,
como hizo Nietzsche). Pero sobre todo para señalar que Sócrates habría supuesto un cambio decisivo en la
evolución del pensamiento al desplazar el centro de interés de la filosofía desde la especulación sobre la
naturaleza (aparentemente el tema esencial de los presocráticos) hacia el mundo humano (las cuestiones
prácticas como la moral y la política, en las que se centró Sócrates). «Presocráticos» es una etiqueta que
menosprecia a un conjunto de pensadores únicamente para resaltar la figura de Sócrates.
Pero la primera pregunta que debemos plantearnos es si lo que hicieron los presocráticos es filosofía.
1 En lo sucesivo, y salvo que se indique lo contrario, todas las fechas hacen referencia a la época anterior a nuestra era (a.n.e.).
2Los fragmentos son citados, con mayor o menor precisión, por autores posteriores como Platón, Aristóteles, Plutarco, Sexto
Empírico, Clemente de Alejandría, Hipólito, Diógenes Laercio o Estobeo. Los comentarios más relevantes son los realizados por
Platón, Aristóteles, Teofrasto o Aecio.
3 El término «presocrático» es una creación moderna: el primero en utilizarlo fue el teólogo alemán Johann Augustus Eberhard
(1739-1809) en su Historia Universal de la Filosofía, publicada en 1788.
4 Todas las fechas de los pensadores presocráticos son aproximadas.
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
También en las Disputaciones Tusculanas, Cicerón afirma que Sócrates fue «el primero que hizo descender a la
filosofía del cielo, y le buscó acomodo en las ciudades, e incluso la introdujo en los hogares, y la obligó a meditar sobre la vida y
las costumbres, sobre los bienes y los males». Es decir, los presocráticos serían filósofos no interesados en las
cuestiones prácticas de la vida. Y Sócrates sería el que habría reintroducido esas cuestiones prácticas en el
campo de la filosofía. Por tanto, la afirmación de Cicerón contrapone dos etapas de la historia de la filosofía
griega: la primera, la de los presocráticos, que se dedicaron esencialmente a la especulación sobre la
naturaleza; y la segunda que, gracias a la influencia de Sócrates, se orientó a la reflexión sobre el mundo
humano, a las cuestiones relacionadas con la moral y la política. Tanto los presocráticos como Sócrates
hacen filosofía, pero sobre contenidos diversos, e incluso con una actitud diferente (más teórica los
primeros, más práctica el segundo).
Pero, a pesar de lo que escribió Cicerón (que se ha aceptado casi sin discusión hasta el siglo pasado), lo
cierto es que, como veremos, no hubo una contraposición tan tajante entre esas dos etapas de la filosofía
griega, pues no todos los presocráticos teorizaron sobre la naturaleza, sobre temas de física y metafísica (y
los que lo hicieron no sólo no entendieron la naturaleza del mismo modo, sino que algunos incluso pusieron
en cuestión la legitimidad de dicha investigación sobre la naturaleza), sino también de política, ética,
epistemología, antropología, religión, etc.
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
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5Los textos de los presocráticos se citan según la ordenación canónica establecida por Hermann Alexander Diels y Walther Kranz
(DK) en su célebre obra Los fragmentos de los presocráticos, cuya primera edición se publicó en 1903.
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Siguiendo la interpretación de Aristóteles, esos dos fragmentos pueden servir para resumir los rasgos
principales de la escuela jónica: el mundo es eterno, pues no tiene comienzo; y el desarrollo del mundo es
un proceso también material en el que no interviene ninguna fuerza divina. Se trata, por tanto, de
explicaciones materialistas y laicas.
Los miembros de la escuela de Mileto (Tales, Anaximandro y Anaxímenes) aceptaban el mundo tal como
es captado a través de los sentidos. Y, sin poner en cuestión la información sensible y descartando la
intervención de los dioses, asumían que el mundo podía ser conocido. Un ejemplo de esa actitud es la
asombrosa predicción por parte de Tales del eclipse de sol que se produjo el 28 de mayo del año 585. Al
margen de los conocimientos de que dispusiera para realizarla, parece claro que esa predicción parte de una
notable capacidad de observación, pero sobre todo del convencimiento de que la naturaleza se comporta de
manera regular, y que por tanto es, al menos hasta cierto punto, predecible y expresable por medio de leyes.
Como señaló el filósofo alemán Hans Blumenberg (1920-1996) en La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria
de la teoría (1987), la predicción de Tales se podría calificar como el primer éxito de la teoría (como ya se
comentó más arriba, «teoría» deriva del griego theorein: «ver», «contemplar») para eliminar el miedo que
producen los fenómenos aparentemente inexplicables (o atribuibles a causas divinas, lo que en ocasiones
viene a ser casi lo mismo), como siglos después harían Halley con los cometas, Pascal con los microbios,
Hahn con la fisión nuclear, etc.
La actividad de los pensadores de Mileto supone por tanto el inicio de una visión científica del mundo,
que se apoya en una doble convicción:
- Se puede conocer la realidad (si se tiene curiosidad) a través de los sentidos (por la observación) y la
especulación.
- Las respuestas míticas no sirven: donde algunos ven «milagros» (intervenciones divinas), los pensadores
jónicos ven regularidades y leyes.
4.1.1- HERÁCLITO
Aunque Éfeso también era una ciudad jónica como Mileto, considerar que
Heráclito (544-484) forma parte de la misma escuela que los milesios es bastante
discutible, pues, a pesar de lo que dijeron Platón o Aristóteles, su pensamiento
tiene pocos puntos en común con el de Tales, Anaximandro o Anaxímenes.
Frente a la convicción de Aristóteles de que los presocráticos fueron filósofos de
la naturaleza, aquí defenderemos que Heráclito fue probablemente un filósofo
político, y que las referencias a la naturaleza que se encuentran en sus textos no
eran más que ejemplos para ilustrar su pensamiento político. Esta es la hipótesis
que defendió el historiador de la filosofía italiano Antonio Capizzi (1926-2003)
en su libro Heráclito y su leyenda. Propuesta de una lectura diferente de los fragmentos (1979).
Heráclito escribió un libro en prosa a principios del siglo V del que sólo se
conservan 123 fragmentos breves, muchos de ellos difíciles de interpretar. Para
intentar entenderlos es imprescindible prestar atención al contexto sociopolítico
en el que vivió Heráclito; ese es, según Capizzi, el único camino para vislumbrar
las preocupaciones que pudieron ser el origen de sus reflexiones.
En el siglo VI, varias de las colonias que los griegos establecieron en Jonia —como Mileto o Éfeso— se
encontraban bajo la tutela de los persas, que tenían como aliados a los aristócratas de dichas colonias, y
habitualmente imponían como gobernantes a griegos afines a sus ideas e intereses. Desde comienzos del
siglo V, los ciudadanos de varias de esas colonias se enfrentaron a los persas para deshacerse de los tiranos
e imponer leyes isonómicas (igualitarias), democráticas. Heráclito estaba entre los impulsores de la revuelta
contra los persas y la reforma política igualitaria en Éfeso.
Que Sócrates, Platón y Aristóteles reconocieran que no entendían a Heráclito (y que debido a ello se
ganara el sobrenombre de «oscuro») quizá se debiera (además de a no prestar atención al contexto en el que
vivió) a que interpretaron de forma incorrecta el concepto de logos. En la época de Heráclito, el término logos
no se empleaba en el sentido de «razón», sino en el de «texto» o «escrito». Y el logos del que habla Heráclito
podría ser una referencia a una ley promulgada por el efesio Hermodoro en el contexto de la lucha de Éfeso
contra los persas, cuyo objetivo era poner freno al lujo de la aristocracia filopersa efesia y preparar a la ciudad
para la guerra:
No escuchándome a mí, sino al logos, sabio es reconocer que todas las cosas son una. (DK 50)
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Expondremos a continuación las ideas principales de Heráclito (de acuerdo con la interpretación de
Capizzi: Heráclito fue un pensador político y no un filósofo de la naturaleza), ilustrándolas con varios
fragmentos de su libro.
Para organizar y defender la ciudad, y también para enfrentarse a los persas, es esencial respetar y
defender la ley y entender que la ley es común para todos:
Por eso hace falta seguir lo que es común; y el logos [el texto, la ley] lo es, común; pero los más viven como si tuvieran su
propia sabiduría particular. (DK 2)
En defensa de la ley, el pueblo debe combatir como en defensa de las murallas. (DK 44)
Los que hablan razonadamente deben obtener la propia fuerza de lo que es común, como la ciudad de la ley, y también
más firmemente. De hecho, todas las leyes humanas encuentran su alimento en una sola, la divina: ella domina tanto cuanto
quiere, basta a todo y todavía sobra. (DK 114)
La persona estúpida se deja de buen grado encantar por cualquier discurso. (DK 87)
Reconocer lo común a pesar de las aparentes diferencias, reconocer la unidad de todos en la ciudad (y de
todas las cosas en el universo), es el signo de la sabiduría superior a la que aspira el filósofo. Y sólo quienes
están «despiertos» pueden acceder a esa sabiduría:
Para quien está despierto el orden es uno y común. (DK 73)
La verdadera naturaleza gusta de ocultarse. (DK 123)
La armonía invisible es más fuerte que la visible. (DK 54)
El siguiente fragmento (que ya comentamos más arriba) cambia por completo si tenemos en cuenta la
interpretación política en lugar de la interpretación física que impuso Aristóteles:
Este orden, el mismo para todos, no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que
se enciende según medida y se extingue según medida. (DK 30)
El orden al que se refiere Heráclito no es el del universo físico sino el del ordenamiento legislativo, el de las
leyes, que deben ser la mismas para todos los miembros de la ciudad. En ese fragmento Heráclito habla de
política, pero apelando a la naturaleza como modelo de funcionamiento para la ciudad.
Y en ese orden, que debe ser el mismo para todos, la igualdad es esencial. En una sociedad con evidentes
desigualdades como la efesia, Heráclito se da cuenta de que para defender la igualdad y enfrentarse a los
persas, hay que poner límites al lujo con el que viven unos pocos privilegiados. Por eso Heráclito recomienda
la moderación, la austeridad, un freno a la vida de excesos de la aristocracia a la que él mismo pertenecía
(una aristocracia que debía en buena medida su acomodada posición a los persas):
¡Ojalá que no os falte la riqueza, efesios, para que demostréis sobradamente lo viles que sois! (DK 125a)
Un hombre, cuando está ebrio, se deja conducir por un muchacho tambaleándose, sin entender dónde va. (DK 117)
Si la felicidad estuviese en los placeres del cuerpo, llamaríamos felices a los bueyes cuando encuentran alfalfa para comer.
(DK 4)
Para que se comprometan en la lucha de Éfeso para librarse de la tutela de los persas, Heráclito pide
austeridad a los ricos, y llama a todos los ciudadanos a sacrificarse. Por eso, al ideal de la vida refinada y
lujosa, Heráclito contrapone el del sacrificio y la muerte en la batalla. Todos deben luchar, porque el
sacrificio, la guerra y la victoria es común:
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A los caídos en combate los dioses los honran, así como los hombres. (DK 117)
La enfermedad hace a la salud agradable y buena; el hambre, a la hartura; el cansancio, al descanso. (DK 111)
Es necesario saber que la guerra es común, que la justicia es lucha, que todo se realiza según lucha y necesidad. (DK 80)
La guerra es el padre de todos, el rey de todos: a algunos los revela dioses, a otros sólo hombres; a unos los hace esclavos, a
otros libres. (DK 53)
Guerra, gloria y muerte son valores ético-políticos cuya promoción se comprende sin dificultad en el
contexto histórico de la Éfeso de principios del siglo V. Y los ejemplos para subrayar la importancia de esos
valores están extraídos del funcionamiento de la naturaleza. Por lo que se refiere a la guerra, Heráclito se
esfuerza en demostrar que la oposición, el enfrentamiento es la regla de la naturaleza, y que del conflicto
nace la armonía:
Lo que ocurre en el orden humano sucede también en el divino: los hombres no entienden que él se acuerda consigo mismo
precisamente mientras discuerda: armonía a partir de la tensión de fuerzas opuestas, como en el caso del arco y en el de la
lira. (DK 51)
Camino arriba, camino abajo, uno y el mismo. (DK 60)
El tema de la muerte, de la inevitabilidad del fin, está también muy presente:
Homero fue un buen astrólogo cuando dijo: «Yo os digo que ninguno de los mortales ha escapado jamás al destino». (DK
105)
El fragmento más célebre, el del río, se puede entender en este contexto de referencias a la muerte: como
nosotros, el río nace y muere (aunque en el río ese proceso de nacimiento y muerte no cesa):
Y siempre nuevas son las aguas que escurren sobre aquellos que entran más veces en los mismos ríos. (DK 12)
No es posible, en efecto, entrar dos veces en el mismo río. (DK 91)
En un cierto sentido entramos y estamos en los mismos ríos y en un cierto sentido no. (DK 49a)
Muerte y gloria aparecerían encubiertas en el tema del fuego: el fuego, al mismo tiempo que devora los
cuerpos de los héroes, vuelve eterna su memoria. El fuego se presenta entonces como imagen de la justicia,
del orden divino; el fuego como juez y justiciero en forma de llama o rayo, destructor, pero también
recreador de todas las cosas:
El rayo lo gobierna todo. (DK 64)
Vendrá el fuego a juzgar todo, a apoderarse de todo. (DK 66)
Morir y disolverse en el fuego no es sólo el destino de los seres humanos: todas las cosas se cambian con el fuego y el fuego
con todas las cosas, como las mercancías con el oro y el oro con las mercancías. (DK 90)
La muerte del fuego es nacimiento para el aire y la muerte del aire es nacimiento para el agua. (DK 76)
Estas impresionantes imágenes no son los fragmentos de un sistema físico, tal como pretendió Aristóteles,
sino metáforas poéticas, relámpagos de sabiduría moral, que le sirven a Heráclito para intentar eliminar del
corazón de los efesios el miedo a la guerra y a la muerte. Y para recordarles la importancia del sacrificio, y
que el conflicto y la destrucción, y la glorificación por medio del fuego son las leyes de todas las cosas.
Para explicar principios políticos, Heráclito emplea por tanto ejemplos físicos. Las leyes de la naturaleza
simbolizan la ley común a todos; la unidad de la naturaleza simboliza la unidad de la sociedad; la muerte y
combustión de la naturaleza simbolizan la búsqueda de la muerte y de la gloria para la salvación de la libertad.
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Según la interpretación aristotélica, los pitagóricos afirmaban que los principios de las matemáticas eran
los principios de todo lo real, por eso creían que los números son la esencia y el origen de las cosas, los
principios materiales de las cosas. Para los pitagóricos la armonía está vinculada al número y pensaban, por
ejemplo, que las combinaciones y proporciones de las escalas musicales estaban basadas en números; que el
universo, los cuerpos celestes y sus movimientos tenían una configuración matemática; y que la política tenía
que ver con la armonía entre las clases sociales. Y los números, a diferencia de la materia (el agua de la que
hablaba Tales, el ápeiron de Anaximandro o el aire de Anaxímenes), son eternos y estables, no cambian, no
se pueden captar por medio de los sentidos y son anteriores a las cosas.
Al margen de sus supuestos intereses en explicar el arché de la physis, los pitagóricos defendían la
inmortalidad del alma (y su preexistencia respecto al cuerpo), y su transmigración (su reencarnación en otros
cuerpos). Los pitagóricos aspiraban a la purificación del alma, que se habría contaminado por su unión con
el cuerpo, por medio de prácticas ascéticas (prácticas para liberar el
espíritu por medio de una vida austera), del conocimiento y de la
música. La teoría de la inmortalidad y la transmigración de las almas
tenía consecuencias antropológicas y éticas: el cuerpo es la cárcel
del alma, que, mediante una vida virtuosa puede regresar al kosmos
puro y perfecto, cuando se separe del cuerpo (es decir, las almas
viven en un más allá perfectamente estable). ¿En qué consiste la
vida virtuosa? En la purificación de los dos elementos de que se
compone el hombre: del cuerpo, mediante una dieta vegetariana; y
Fiódor Brónnikov, Pitagóricos celebrando la salida del sol, 1869
del alma, a través del conocimiento y la música.
4.3- PARMÉNIDES
Parménides (c. 515-¿?) nació en Elea (Magna Grecia, sur de Italia), una colonia fundada por los foceos, un
pueblo que tuvo que abandonar su asentamiento original en Jonia tras su enfrentamiento con los persas.
Como sucede con casi todos los presocráticos, se sabe muy poco de la vida de Parménides. El historiador y
filósofo griego Plutarco (c. 50-120 n.e.) afirma que participó activamente en la legislación de su ciudad (lo
que pone de manifiesto sus intereses o preocupaciones políticas), y otros autores señalan que fue discípulo
de Anaximandro y de Jenófanes, y que también se relacionó con los pitagóricos.
De Parménides se conservan algo más de 150 versos de la única obra que escribió: un poema al que en
época romana se le dio el título de Sobre la naturaleza (el mismo título que se le puso a todas las obras de los
autores presocráticos). A diferencia de los pensadores de Mileto, que expresaron en un relato en prosa sus
ideas sobre el origen y la evolución de las cosas (pero sin aclarar el modo en que habían llegado a sus
conclusiones), Parménides escribió un poema (en hexámetros, igual que la Ilíada homérica) en el que expuso
sus ideas filosóficas como si se las hubiera revelado una diosa.
El poema consta de tres partes: el proemio (una introducción en la que Parménides narra los
prolegómenos de su viaje al conocimiento de la verdad guiado por la diosa), una parte dedicada a la verdad
(que es una especie de tratado sobre el ser), y otra a las opiniones o creencias humanas (que se suele
interpretar como una cosmología similar a la de otros presocráticos). Dos fragmentos del proemio:
Las yeguas, que me llevaron tan lejos cuanto mi ánimo querría desear
me transportaron; así, conduciéndome, me pusieron en el célebre camino
de la diosa; camino que conduce hacia el ver que ilumina a través de todas las cosas.
Y la diosa me recibió benévola, tomó mi mano
derecha entre las suyas y, dirigiéndose a mí, me habló con estas palabras:
¡Oh, joven, compañero de inmortales aurigas,
tú, que llegas a nuestra morada conducido por las yeguas,
bienvenido!, pues no es un mal destino el que te ha impulsado a seguir
este camino, ya que estás apartado del paso de los hombres,
sino norma y justicia. Es necesario que te instruyas en todo:
de una parte, la inconmovible interioridad de la verdad más persuasiva;
de otra, las experiencias de los mortales, en las que no hay verdadera confianza. (DK 1)
Tras el proemio, comienza la parte dedicada a la verdad, en la que la diosa revela a Parménides que, a la hora
de emprender una investigación (es decir, de emprender un camino para conocer la verdad sobre algo), hay
tres posibilidades:
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1) Reconocer que la cosa que se investiga existe y no puede no existir (lo que permitiría comenzar la
investigación).
2) Afirmar que la cosa que se pretende investigar no existe (lo que imposibilita la investigación).
3) Renunciar a decidir si la cosa existe o no, admitiendo incluso en ciertos casos que la cosa puede existir
y no existir al mismo tiempo.
La primera vía es la del discurso racional afirmativo (el ser es): sólo se pueden
conocer las cosas que existen, las cosas que son. La segunda vía es la del discurso
racional negativo (el no-ser no es): las cosas que no existen no se pueden conocer
y tampoco es posible hablar de ellas. Esas dos primeras vías son las únicas posibles,
son los únicos caminos que se pueden plantear (aunque sólo el primero se puede
recorrer): o algo existe y se puede investigar (es decir, es posible recorrer ese
camino que puede conducir a la verdad), o algo no existe y no se puede investigar
(es un camino que no existe y por tanto lleva a ninguna parte). La tercera es una
vía que ni siquiera se puede plantear: si se quiere investigar algo no se puede
afirmar que el objeto de investigación existe y no existe (es como decir que el ser
es y no es al mismo tiempo), pues eso conduce a un círculo vicioso del que no es
posible salir.
Al plantearse la pregunta sobre el principio de todas las cosas, Parménides
debió de darse cuenta de que «todas las cosas» tienen algo en común: que todas
«son», que tienen «ser» («todas las cosas son» = «todas las cosas tienen ser»): lo que
todas las cosas comparten es el «ser» (en el universo «hay ser» igual que en este
documento «hay palabras» o en una frutería «hay fruta»). Y cuando Parménides
reflexiona sobre la primera vía, la del ser, afirma de forma un tanto sorprendente
que pensar es lo mismo que ser. Eso implica que los atributos del ser deben ser
los mismos que los del pensar (y del decir), lo que lleva a Parménides a atribuirle Rafael Sanzio, La escuela de Atenas
al ser (a lo que él considera real) las propiedades lingüísticas que atribuye a la [detalle: Parménides], 1510-11
palabra «ser»:
- El ser es ingénito (no ha nacido) e imperecedero (no desaparecerá), porque Parménides entiende que
la oposición entre presente («ser»), pasado («era») y futuro («será») implica que lo que «era» ya no es, y lo
que «será» todavía no es, de modo que si se acepta que algo era o será, equivale a afirmar que en un
momento habría no-ser, lo cual es imposible. El presente, «es», se entiende como atemporal.
- El ser es indivisible, es uno, porque si se divide eso implicaría la existencia de un vacío, que es no-ser.
- Es homogéneo, porque no es posible que haya más ser en una parte que en otra. (Esa caracterización
del ser supondría rechazar una solución como la de Anaxímenes cuando habla de los cambios de la
materia original, el aire, por los fenómenos de condensación y rarefacción, que son cambios cuantitativos
en su estado, lo que implica pasar de más a menos y viceversa).
- Es inmóvil, porque el desplazamiento implicaría que hay vacío, que para Parménides es no-ser.
- De tener alguna forma sería esférica, pues las líneas de la esfera no tienen principio ni fin y la distancia
de cualquier punto de su superficie al centro es idéntica.
Todas esas cualidades que Parménides atribuye al ser se captan únicamente por medio de la razón, es decir,
tras un proceso de abstracción que contradice de forma evidente lo que nos dicen los sentidos (e incluso el
sentido común, sea lo que sea). Parménides afirma que hay algo que se capta con la razón, el ser, y que, a
diferencia de la realidad que captamos por medio de los sentidos, es perfectamente estable (como los
números de los pitagóricos, y a diferencia del agua, el ápeiron y el aire de los milesios, que son cambiantes).
Las ideas de Parménides condicionaron la forma de pensar de todos los filósofos que vinieron detrás de
él. Al negar la pluralidad, el movimiento y el cambio, Parménides hace que la razón se oponga al testimonio
de los sentidos, que constatan que en el mundo hay muchas cosas, que son cambiantes y están en
movimiento. Los continuadores de Parménides tendrán que resolver la aparente contradicción entre el
pensamiento y los sentidos.
Según defiende el historiador de la filosofía Antonio Capizzi, tras el sorprendente planteamiento
metafísico de Parménides hay una posible intención de exponer ideas políticas vinculadas al contexto de la
Elea del siglo V.
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4.4.1- EMPÉDOCLES
Empédocles (492-432) nació de Acragante (Sicilia) y fue, como
Parménides, un poeta que empleó el verso como vehículo para expresar
sus ideas. Como Heráclito y Parménides, fue miembro de una familia
aristocrática y demócrata convencido. Su obra escrita —la mayor parte de
ella perdida— debió abarcar temas de lo más diverso: desde poemas
filosóficos y religiosos, hasta obras políticas o tratados de medicina. En
los fragmentos que se conservan de sus textos se percibe la influencia de
Parménides (cuyos puntos de partida sigue con bastante fidelidad, aunque
eso no le impida ofrecer soluciones alternativas), y también conexiones
con los pitagóricos; todo ello sin alejarse de los postulados de la física de
los pensadores milesios.
En el poema —al que se le dio el título convencional de Sobre la
naturaleza— Empédocles considera que los sentidos son en cierto modo
fiables y no necesariamente contradictorios con la verdad; se acerca de ese
modo a los milesios y se aleja de Parménides. El aspecto más innovador
de la física de Empédocles es la teoría de las «raíces» (una forma metafórica Salvator Rosa, La muerte de Empédocles, c. 1665
de designar lo que la escuela de Aristóteles llamará anacrónicamente «elementos»): aire, tierra, agua y fuego.
Pero esas raíces contrarias no proceden de una raíz originaria (como defendían los milesios), sino que las
cuatro son igualmente originarias, y poseen las propiedades del ser parmenídeo (son ingénitas,
imperecederas, indivisibles, etc.). A esas raíces, Empédocles les da nombres de divinidades (porque para él
esas raíces son eternas, como los dioses):
Las cuatro raíces de todas las cosas, lo primero, escucha cuáles son:
Zeus resplandeciente [el fuego], Hera dispensadora de la vida [el aire], así como Hades [la tierra],
y Nestis [el agua], que con sus lágrimas empapa el manantial mortal. (DK 6)
Las cosas existentes son combinaciones de las cuatro raíces. Y a determinadas combinaciones de los
elementos se les llama «nacimiento» y a determinadas disociaciones, «muerte» (aquí Empédocles se separa
aparentemente de Parménides, que negaba la posibilidad de nacimiento y muerte del ser).
Los milesios no fueron capaces de explicar cómo de un único elemento (el agua, el ápeiron o el aire) podía
surgir toda la realidad. Para resolver ese problema y explicar cómo se mezclan las raíces para dar lugar a la
realidad que captan los sentidos, Empédocles introduce, por primera vez, la idea de que hay fuerzas que
actúan sobre la materia: dos entidades eternas y necesarias, siempre activas: la Amistad y el Odio. La Amistad
provoca la atracción entre raíces diferentes (por ejemplo, la tierra con el fuego), y el Odio la atracción entre
raíces semejantes (agua con agua, etc.). La realidad es, por tanto, el resultado de la mezcla y separación de
las cuatro raíces o elementos (aire, tierra, agua, fuego), combinadas por la acción de la Amistad y el Odio.
Todo cambia constantemente, pero no cambian ni los elementos ni las fuerzas que operan sobre ellos. La
doctrina de Empédocles de las cuatro raíces o elementos dominó la física durante dos milenios.
Además de filósofo de la naturaleza, Empédocles también fue médico, y su concepción del hombre es
consecuencia de su teoría física: el hombre se compone de una mezcla equilibrada de los cuatro elementos,
y la salud es la armonía de dichos elementos. Y defendió también algunas teorías pitagóricas: el alma está
atrapada en el cuerpo, y para liberarse debe guiarse virtuosamente para en última instancia dejar de someterse
al ciclo de transmigraciones.
Empédocles se distingue de los presocráticos que le precedieron por el hecho de que el conocimiento
de la naturaleza no es para él un fin en sí mismo, sino un medio para dominar la naturaleza. El siguiente
fragmento, a pesar de su forma poética, exagerada e impresionante, parece confirmar esa idea:
Cuantos remedios hay contra los males y de la vejez refugio
vas a aprenderlos, pues sólo para ti yo daré término a todo esto.
Harás cesar la furia de los incansables vientos que sobre la tierra
se abaten y con sus soplos arruinan los sembrados.
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4.4.2- ANAXÁGORAS
Anaxágoras (499-428) nació en la colonia jónica de Clazómenas.
En torno al 465, poco después de que Pericles tomara las riendas
del régimen democrático, Anaxágoras se instaló en Atenas, donde
se encontró con los grandes intelectuales y artistas de la época: el
sofista Protágoras, el trágico Eurípides, el historiador Tucídides, el
escultor Fidias, el filósofo Sócrates, etc. Los enemigos políticos de
Pericles (de quien Anaxágoras fue amigo) consideraban que los
males de la Atenas del siglo V se debían a la introducción de nuevas
ideas racionalistas, y, ante la dificultad para atacar personalmente al
gobernante, atacaron a sus amigos más directos, entre ellos, el
Augustin-Louis Belle, Anaxágoras y Pericles, c. 1796 propio Anaxágoras (que sería desterrado de Atenas acusado de
actos de impiedad contra los dioses).
Según los testimonios sobre su vida, Anaxágoras dedicó su vida por completo a la filosofía, al
pensamiento y la investigación sobre el mundo. Estos versos de Eurípides (incluidos en la obra Antíope, que
se conserva de forma fragmentaria) que elogian la grandeza moral de una investigación alentada por la
búsqueda incansable de la verdad, son un monumento imperecedero a la memoria de Anaxágoras:
Feliz el hombre que consiguió conocimiento
fruto del estudio.
Nunca siente el deseo de dañar a su prójimo,
ni le mueve egoísta sentido de la injusticia.
Considera la naturaleza eternamente viva,
el mundo que nunca envejece, y sigue sus huellas,
de dónde y cómo ha nacido.
Y jamás abre las puertas del corazón
a un pensamiento vil.
Al parecer, Anaxágoras, como otros filósofos de su época, fue autor de un único tratado escrito en prosa
(bajo el título ya conocido de Sobre la naturaleza) en el que exponía sus ideas sobre los principios, el origen y
la configuración del mundo. Y el pensamiento de Anaxágoras, como sucede con el de todos los
presocráticos, fue deformado por Aristóteles (y esa es la interpretación que se suele leer en casi cualquier
tratado moderno de filosofía, no digamos ya en los manuales escolares). Es significativo que el concepto
que se suele destacar como el más importante de la filosofía de Anaxágoras, el de «homeomería», no aparezca
en ninguno de los textos conservados de su obra, pero que sí se pueda encontrar en los textos de Aristóteles,
que fue quien, además de inventar el concepto y su significado, lo empleó para exponer e interpretar la
filosofía de Anaxágoras.
Dejando de lado las ideas aristotélicas, se puede afirmar que Anaxágoras se sitúa entre dos tendencias
filosóficas: 1) la de los milesios, que se habían esforzado en determinar el primer principio de las cosas, y
habían propuesto que era agua, aire o lo indefinido, siempre algo material y unitario de lo que surgían las
diferentes realidades de nuestro mundo; y 2) la de Parménides, que había postulado que nada nace puede
nacer de lo que no es,6 lo que dificulta explicar el movimiento y la multiplicidad, la generación y la muerte.
Aceptando la idea parmenídea de que no hay nacimiento ni destrucción (pues nada puede proceder de
otra cosa que de sí mismo), Anaxágoras plantea que todo existe desde el principio de los tiempos:
Sobre lo que es «nacer» y «perecer» no tienen una opinión acertada los griegos. Pues ninguna cosa nace ni perece, sino que,
a partir de las cosas que son, se producen combinaciones y separaciones, y así lo correcto sería llamar al nacer, «combinarse»,
y al perecer, «separarse». (DK 17)
6En el razonamiento parmenídeo, A no puede llegar a ser B, porque en la afirmación «A llega a ser B», por ejemplo, «el vino se hace
vinagre», se implica que A (el vino) pasa de ser a no-ser y que B (el vinagre) pasa de no-ser a ser.
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
Poniendo un ejemplo sobre la alimentación y el crecimiento, si un niño come pan, ¿cómo puede suceder
que el niño crezca por comer dicho pan, es decir, cómo es posible que de ese alimento salgan de alguna
manera la piel, los huesos, la sangre y la carne? La única respuesta posible para Anaxágoras es que en el pan
había ya piel, hueso, sangre y carne, aunque en cantidades tan mínimas que no se advierten. A eso que se
podría llamar «ingredientes» o «factores» de la materia, Anaxágoras los llama «cosas» (chremata). Y esas
«cosas» no son separables, ya que el filósofo entiende que la materia es plural, pues contiene muchas «cosas»
(rechaza así la idea de Parménides), pero unitaria (acepta la idea de Parménides de que el ser es uno).
Y Anaxágoras cree que la materia se puede dividir infinitamente (nuevo rechazo de otra idea de
Parménides), de tal modo que todas las «cosas» se hallan en cualquier materia, aunque sea en cantidades
infinitamente pequeñas (nunca habrá por tanto ninguna parte de materia que no contenga todas las «cosas»):
Juntas estaban todas las cosas, ilimitadas, tanto en cantidad como en pequeñez, pues también lo pequeño era ilimitado.
(DK 1)
Lo que nosotros llamamos hierro y aire serían, según Anaxágoras, la misma materia, pero en el primer caso
con predominio de una «cosa» (el hierro), y en el segundo, de otra (el aire); pero en el hierro hay aire, y en
el aire hay hierro, y en ambos casos, todas y cada una de las demás «cosas» que componen la materia única,
pero en diferente proporción. Así se consigue algo curioso: que una cosa sea al mismo tiempo una y múltiple.
Lo que diferencia una materia de otra será por tanto la preponderancia de unas «cosas» u otras. Y lo que
produce esa diferencia, lo que actúa sobre la materia, como factor de ordenación y transformación, es un
único principio activo (y no dos, como postulaba Empédocles: Amistad y Odio): el Intelecto (Nous).
La concepción de los atomistas es, como veremos a continuación, muy similar a la de Anaxágoras.
homogéneo. El de los atomistas es un sistema que pretende dar cuenta de la unidad y de la multiplicidad, y
explicar el conjunto de fenómenos que se presentan ante los sentidos, sin atentar contra los principios
lógicos establecidos por Parménides.
A Leucipo se le atribuyen dos obras, pero a Demócrito más de cincuenta, en las que no sólo trató sobre
cuestiones físicas, sino también sobre ética, geografía, medicina, psicología, música, matemáticas, lingüística,
etc. Pero de esa ingente producción, sólo comparable en extensión y profundidad a la de Aristóteles, apenas
han sobrevivido unos trescientos fragmentos breves. Y a pesar de que más de dos tercios de esos fragmentos
están dedicados a cuestiones éticas, los historiadores de la filosofía han centrado su atención casi
invariablemente en las cuestiones físicas. Así que, tras un breve resumen sobre lo relacionado con la física,
dedicaremos más espacio a la ética.
Los atomistas siguieron a Parménides al aceptar que la sustancia primaria es ingénita, imperecedera,
homogénea, indivisible, etc. Pero se separaron de él al considerar que dicha sustancia primaria no es única,
pues hay infinitas partículas indivisibles e imperceptibles de materia: los átomos, que poseen innúmeras
formas y tamaños, y están separados entre sí por el vacío, en el que se mueven. Los átomos no cambian
(están hechos de la misma materia), pero las cosas que vemos sí, dependiendo de la forma y tamaño de los
átomos, de cómo se agrupan, y de las distintas proporciones de átomos y vacío que hay en cada cuerpo. Por
ejemplo, las cosas serán más sólidas cuanto menor sea el vacío que hay entre los átomos. E incluso los
sabores están directamente relacionados con la forma de los átomos:
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
El gusto ácido es en su figura anguloso y con muchos repliegues, pequeño y sutil. Por su acritud, penetra rápidamente y por
todas partes; por ser áspero y anguloso se amontona y se agarra y por eso calienta el cuerpo, porque produce un vacío y lo
que tiene más vacío calienta más. Lo dulce está configurado por figuras redondeadas y no demasiado pequeñas. Por ello se
esparcen por todo el cuerpo sin violencia y lo atraviesan todo sin prisa. (DK 135)
Finalizaremos la explicación de la física atomista con una cuestión muy importante: la de si el
comportamiento de los átomos obedece al azar o si se mueven de acuerdo a la necesidad, es decir, por una
razón. Aristóteles se empeñó en resaltar que los átomos se movían por azar, sin un plan prefijado. Pero en
uno de los pocos fragmentos literales que se conservan de Leucipo, se afirma justo lo contrario:
Ninguna cosa sucede sin razón, sino que todas suceden por una razón y por necesidad. (DK 2)
En esa sentencia se trasluce un concepto de las relaciones físicas como algo cuantificable y, por tanto,
sumamente moderno. Sin embargo, pese a una efímera continuación del atomismo de la mano de Epicuro
(341-270) en Grecia y de Lucrecio (c. 100-55) en Roma, los derroteros de la filosofía fueron otros: primero
las concepciones ilustradas de los sofistas y el moralismo a ultranza de Sócrates, y después el idealismo
conservador de Platón y la gran síntesis de Aristóteles. Las líneas de pensamiento fijadas por estos dos
últimos pensadores son las que marcarán los caminos de la filosofía posterior, marginando las creaciones
presocráticas (contribuyendo así a que ninguna de las obras de los presocráticos se conservara completa).
Habrá que esperar al desarrollo científico que se inicia en el siglo XVIII (con el nacimiento de la química y la
física modernas) y progresa en el XIX y el XX, para volver a conocer una teoría atomista que, aunque asentada
en presupuestos distintos, tuvo en el atomismo griego un clarísimo precedente.
Como dijimos más arriba, la mayoría de los fragmentos que se conservan de las
obras de Demócrito tienen como asunto central la reflexión sobre la conducta del
hombre, es decir, las cuestiones éticas. Y aunque en los pasajes éticos no hay
referencia a la teoría atomista, en ningún caso son incompatibles con ella. Como
teoría física, el atomismo elimina el temor a la naturaleza y a los dioses (pues todo
se explica por la acción de los átomos, nada de lo que sucede en la realidad
requiere participación divina alguna) y a la muerte (que no es sino una mera
disgregación de los átomos para dar forma a otras cosas). La ética de Demócrito
se construye a partir de esas certezas aportadas por la física, y se asienta en la
convicción de que la alegría es la finalidad de la moral, y que la utilidad es el criterio
del bien, todo ello sin renunciar a la solidaridad cívica. Es una ética de la alegría o
el buenánimo (euthymía), tal como la denominó Carlos García Gual en su excelente
libro Demócrito. La ética del buenánimo.
La mayor parte de los aforismos éticos de Demócrito no requieren interpretación o análisis alguno para ser
comprendidos, así que a continuación se recopilan, sin comentario alguno, unos cuantos de ellos:
Medida y buenánimo
Afortunado el que vive contento con moderadas riquezas y desafortunado quien vive pesaroso con muchas. (DK 286)
En sus oraciones los humanos les piden a los dioses salud e ignoran que tienen en sí mismos el dominio de ésta. (DK 23)
Cuantos hacen depender del estómago sus placeres, sobrepasando lo conveniente en sus comidas, bebidas o juegos sexuales,
todos ellos consiguen placeres fáciles y de corta duración, mientras comen o beben; y luego muchas molestias. Pues eso, el
ansia de esas mismas cosas se presenta una y otra vez, y tras conseguir lo deseado a toda prisa pasa el placer, y no queda
nada provechoso en ello, sino un disfrute breve y de nuevo se ansían esas mismas cosas. (DK 235)
Obstáculos a la felicidad
El envidioso se atormenta a sí mismo como a un enemigo. (DK 88)
De vivir no es digno quien no tiene ningún amigo de verdad. (DK 99)
Algunos humanos, ignorando la disolución de su naturaleza mortal, pero con conciencia de su mala conducta en la vida, se
angustian a lo largo de ésta imaginando falsas ficciones sobre el tiempo que les espera tras la muerte. (DK 297)
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
De bienes y placeres
El amor justo es querer lo bello sin desenfreno. (DK 73)
Una vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas. (DK 230)
De la naturaleza y la fortuna
A veces hay reflexión en los jóvenes e irreflexión en los viejos, porque no enseña a reflexionar el tiempo, sino una educación
temprana y la naturaleza propia. (DK 183)
Quien discute y chismorrea mucho está incapacitado para el aprendizaje de lo útil. (DK 85)
De la educación y la sagacidad
Ni la técnica ni la sabiduría se alcanzan sin estudiar. (DK 59)
Los trabajos voluntarios son más fáciles de soportar que los forzados. (DK 240)
Tremendo es imitar a los malos y no querer hacerlo con los buenos. (DK 79)
Solidaridad y amistad
Quienes sienten alegría de las desgracias del prójimo no comprenden que las cosas del azar nos son comunes a todos, y
carecen de la natural empatía. (DK 293)
No todos nuestros parientes no son queridos, sino sólo aquellos que concuerdan con nosotros en lo útil y lo bueno. (DK
107)
La coincidencia en el pensar favorece la amistad. (DK 186)
La amistad de una persona inteligente vale más que la de todos los necios juntos. (DK 98)
El trato continuo con los malos favorece la inclinación al mal. (DK 184)
Sobre la familia
No me parece que sea conveniente tener hijos. Pues advierto en la adquisición de hijos muchos y grandes riesgos: muchas
penas y escasas satisfacciones, y éstas ligeras y flojas. (DK 276)
En un pez compartido no hay espinas. (DK 151)
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
De la justicia y la virtud
No por temor, sino por deber hay que abstenerse de acciones injustas. (DK 41)
Bien está detener al delincuente; y, si no se puede, no colaborar en el delito. (DK 38)
Procurarse riquezas no es baladí, pero hacerlo a partir de la injusticia es lo peor de todo. (DK 78)
5- FIN (Y PRINCIPIO)
La filosofía, tal como es creada por los griegos, es una herramienta para pensar libremente. Si no hay libros
sagrados ni profetas, entonces no hay una verdad última indiscutible. Y en Grecia no había profetas sino
poetas, filósofos, legisladores. Y lo que comienzan poniendo en cuestión los primeros filósofos griegos son
las creencias, los prejuicios, las representaciones que la colectividad asume sin pensar. Y eso implica
conflicto. Filosofar es, por tanto, preguntarse qué debo pensar, una pregunta que nunca se agota: qué debo
pensar de lo que existe, de lo que hago o hacen los demás, qué debo pensar de la ciudad, de la justicia, etc.
Esa pregunta fundamental forma parte del proyecto de libertad que en Occidente comenzaron los griegos,
y del que nosotros somos en parte herederos.
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Historia de la Filosofía - Unidad 1: Los presocráticos
6- BIBLIOGRAFÍA
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filosofía antigua (Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, vol. 14), Trotta, Madrid, 1997
BARNES, Jonathan, Los presocráticos (1979), Cátedra, Madrid, 2000
BERNABÉ, Alberto (ed.), Fragmentos presocráticos, Abada, Madrid, 2019
CAPIZZI, Antonio, Introducción a Parménides (1975), Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2016
CAPIZZI, Antonio, Heráclito y su leyenda. Propuesta de una lectura diferente de los fragmentos (1979), Prensas de la
Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2018
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JASPERS, Karl, Origen y meta de la historia (1949), Acantilado, Barcelona, 2017
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NESTLE, Wilhelm, Historia del espíritu griego (1944), Ariel, Barcelona, 2010
SCHRÖDINGER, Erwin, La naturaleza y los griegos (1954), Tusquets, Barcelona, 1997
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