Sanidad para El Corazón Ofendido

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Sanidad para el corazón ofendido

He visto las trágicas consecuencias que vienen a la vida de las personas cuando
permiten que las ofensas se arraiguen en su corazón. Dondequiera que haya un
corazón ofendido,
¡tenga cuidado! porque, como dice la Escritura: “El hermano ofendido es más
tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos
de alcázar” (Proverbios 18:19)
ofensa y ofendido en relación a la actitud negativa que una persona adopta luego
de recibir una afrenta, y por lo cual peca de actitud, palabra o hecho; y por lo
general, sigue pecando, porque desarrolla amargura y resentimiento hacia la
persona o situación que la ofendió. Una ofensa va más allá de un momento de
molestia causado por un comentario casual de alguien o por el maltrato de un
extraño (a menos que eso continúe latente en su interior). Podemos molestarnos
por los comentarios o la conducta ajena, pero soltar eso de inmediato o
descargarlo en oración, sin guardar sentimientos negativos.

Por el contrario, una ofensa es algo que permanece en el corazón.

Yo creo que la razón principal por la cual la gente se va de una iglesia es que se
sienten ofendidos por alguien o por alguna regulación o norma. Si nunca nadie se
ofendiera,
nuestras iglesias y ministerios crecerían y se mantendrían así; ciertamente
seríamos más efectivos en la expansión del reino de Dios, y nuestro testimonio al
mundo tendría un impacto mucho mayor. “En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

El problema de las ofensas no es nada nuevo. Por ejemplo, la Biblia registra el


caso del rey Saúl, quien guardó una ofensa, y eso le trajo graves consecuencias;
entre otras, fue quitado de la presencia de Dios, y perdió su unción y su reinado;
incluso hasta su propia vida. (Vea 1 Samuel 9–31). Lo más trágico de guardar una
ofensa —y el aspecto más temible — es que puede ocasionar su separación
eterna de Dios, porque si la persona continúa en su camino de ira y venganza, su
amargura le impedirá recibir a Cristo o lo llevará a rechazarlo.

I. ¿Qué es una ofensa?

Hay varias palabras griegas en el Nuevo Testamento, que la versión Reina-Valera


1960 traduce como “ofensa”. Una de ellas es skándalon, de donde deriva la
palabra “escándalo”. Este término significa “palo para carnada” (trampa), o “cepo”
(figurativamente se traduce como causa de disgusto o pecado). Indica, “ocasión
de caer” (o tropezar), “piedra de tropiezo” o “algo que ofende”. De hecho, al
traducir skándalon, ciertas versiones de la Biblia a veces usan la palabra “piedra
de tropiezo” en lugar de “ofensa”, como vemos en Mateo 16:23 (LBLA).
La ofensa es una trampa, y las trampas difícilmente son puestas por accidente.
Cuando alguien le pone una trampa a otra persona, significa que quiere impedir
que avance, quiere robarle o incluso matarla. Satanás, el enemigo de nuestra
alma, está detrás de varias de las trampas que aparecen en nuestra vida para
estorbarnos y quitarnos lo que Dios nos ha dado; el enemigo quiere robar nuestro
propósito, destino, herencia espiritual y natural, la unidad familiar y la armonía
espiritual con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Trata de impedir que la
voluntad de nuestro Padre celestial se establezca en la tierra, y concibe planes
para frustrar el avance del reino de Dios. No sólo quiere engañarnos, sino también
matarnos espiritual, mental, emocional y físicamente. Por esa razón, busca que
nos ofendamos con la gente, pero además con Dios mismo.

En la Escritura vemos varios ejemplos de gente que se ofendió con el Señor,


incluyendo a Juan el Bautista. Al final de su ministerio, durante el cual había
servido a Dios con fidelidad, él fue encarcelado por el rey Herodes. Mientras Juan
esperaba una respuesta de su primo Jesús, se ofendió cuando sus expectativas
—tal vez de un rescate sobrenatural— no se cumplieron. Su fe estaba en crisis y
su madurez, a prueba; tanto que comenzó a dudar de la identidad de Jesús como
el Mesías.
Juan envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú aquel que
había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3). Cristo les dijo a esos
discípulos que le contaran a Juan acerca de las señales que lo seguían y los
milagros que sucedían por su mano, los cuales Juan reconocería como obras del
Mesías. (Vea Mateo 11:4–5).

Entonces, Cristo declaró, “Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”


(Mateo 11:6). La palabra que se traduce como “tropiezo” en este versículo es
skandalizo, que es la forma verbal del sustantivo skándalon que estudiamos antes.
Skandalizo significa “atrapar, tropezar (figurativamente, tropezón o tentación a
pecar, apostasía o disgusto)”. Por tanto, creo que Jesús en efecto estaba diciendo,
“Díganle a Juan que no se ofenda conmigo, porque la ofensa puede hacerlo
tropezar en su fe, incluso puede llevarlo a apartarse de mí y que se pierda mi
propósito por el cual vine a la tierra”.
Hoy en día, mucha gente está ofendida con Dios porque Él aún no ha respondido
sus oraciones; porque no los ha sanado; por alguna adversidad que están
sufriendo, de la cual Él no los ha librado; o por otras razones. Esta gente ha
llegado a ver a Dios como un obstáculo, más que como su mayor fuente de vida y
poder en medio de su situación. Si Jesús mismo no pudo evitar ofender a algunas
de las personas con las cuales convivió y ministró (como Juan el Bautista, muchos
escribas y fariseos, Judas Iscariote y otros), nadie en la tierra podrá evitarlo. A
veces, cuando ofendemos a alguien, es porque cometemos un error o nos
mostramos insensibles; sin embargo, otras veces, es porque las personas esperan
que hagamos algo que no podemos o que ni siquiera debemos hacer.

La ofensa es una trampa del enemigo para robar nuestro propósito,


Una vez, mientras enseñaba en mi iglesia acerca de las ofensas, le pedí a la gente
que yo hubiera ofendido que se acercara para que pudiéramos hablar y resolver el
asunto. Para mi sorpresa, descubrí que había ¡mucha gente ofendida conmigo! En
la mayoría de los casos, yo ni siquiera sabía que tal o cual persona estaba
ofendida, mucho menos la razón. Lo que más me impactó fueron las razones por
las que la gente estaba ofendida, las cuales en su mayoría me parecían
intrascendentes. Por ejemplo, alguien me dijo: “Yo estoy ofendido con usted
porque pasó a mi lado y no me saludó”. Yo no recordaba la ocasión, pero
seguramente iba enfocado en alguna tarea en particular o apurado. Otro me dijo:
“Yo estoy ofendido porque el mensaje que usted predicó hace un mes era contra
mí”. Lo cierto es que yo no tenía idea de que esta persona tenía un problema
relacionado con lo que yo estaba predicando en ese momento. Alguien más se
quejó diciendo: “Usted no oró por mí; sino que puso a otro pastor a hacerlo”.
Nuestra iglesia tiene miles de miembros activos; es imposible para mí orar por
cada persona que me lo pide. Para eso Dios nos ha equipado con varios pastores,
ministros y ancianos, cuyo corazón es genuino, a los cuales hemos entrenado en
el ministerio para que nos ayuden a servir al pueblo. Aquellos que se han ofendido
porque creen que mi esposa o yo los ignoramos, no saben la “sangre, sudor y
lágrimas “que hemos derramado para entrenar espiritualmente a esos pastores y
obreros. Hemos invertido en ellos todo lo que Dios nos ha dado, y el poder del
Señor opera a través de sus vidas tanto como a través de la nuestra. Otros se han
ofendido conmigo porque no los visité personalmente cuando estuvieron en el
hospital; porque no los ordené como anciano, ministro, pastor o líder; porque no
los llamé para desearles feliz cumpleaños; porque no los abracé cuando los vi, y
por muchas otras razones.

¿Cuál fue mi respuesta ante la ofensa de esa gente? Con el deseo de


sanar su corazón y preservar nuestra relación de PASTOR Y MENTOR?

Les pedí perdón con toda sinceridad, porque no había sido mi intención
ofenderlos.

Las ofensas suceden en el corazón, no en la mente.

II. Diferentes manifestaciones de la trampa de la ofensa


Muchas son las razones por las cuales la gente se ofende. Un problema común en
la iglesia es que una gran cantidad de líderes se ofenden por el éxito de otros en
el cuerpo de Cristo. Por ejemplo, pueden sentir celos porque la iglesia de otro
pastor es más grande, porque aparenta tener mayor unción, o porque parece que
ha sido más bendecida por Dios.

Lamentablemente, es común en las iglesias que la gente permita que las ofensas
fermenten en su interior, sin llegar a resolverlas nunca. Yo creo que esto explica
por qué tanta gente en el cuerpo de Cristo vive en derrota y sufre diferentes
dolencias.
Como Juan el Bautista, la gente a menudo se ofende cuando sus expectativas e
ideas preconcebidas no se cumplen. Miremos dos escenarios del mundo
empresarial. Un empleado ofendido por un despido decide demandar a la
compañía porque lo despidió injustamente o porque no le pagaron lo que le
correspondía. Hay ocasiones en que un pleito es válido porque ha habido un
maltrato; sin embargo, hay casos en que el empleado ha sido irresponsable o
improductivo, y aun así se enoja porque espera que la compañía lo siga
empleando, más allá de su mal comportamiento, bajo rendimiento o falta de
diligencia. En su mente, cree que tiene una buena razón para demandar a la
compañía, cuando en realidad no ha completado ni siquiera el mínimo de trabajo
necesario para cumplir con sus responsabilidades. Por otro lado, hay dueños o
directores
de empresas que creen que son “dueños” de sus empleados y que tienen el
derecho de controlarlos y tomar ventaja de ellos. Estos, cuando un empleado fiel y
con cierta antigüedad les pide un aumento razonable o una mejora en sus
condiciones de trabajo, se ofenden. Asimismo, hay gente que se ofende porque no
soporta ver a otros felices, bendecidos, prosperados o amados. Les ofende la
riqueza o prosperidad ajena porque no quieren que nadie tenga mayor éxito o
dinero que ellos.
También suelen ofenderse porque otro trabaja duro, mientras ellos son mediocres
en lo que hacen. Hay quienes toman como un insulto que su prójimo sea más
inteligente o que tenga una vida familiar más feliz. Esa gente ofendida no toma en
cuenta los sacrificios que la otra persona ha tenido que hacer, los pactos que ha
hecho y ha cumplido con Dios —aun en tiempos de dificultad—, lo obediente que
ha sido a los principios del reino, y más.

Verdades importantes acerca de las ofensas


1. En un mundo caído, las ofensas son inevitables
2. Todos ofendemos de palabra o hecho
3. Las ofensas son instructivas
4. Ofenderse puede ser válido o no
5. Las ofensas son señales de los últimos tiempos

Cada vez que somos ofendidos, tenemos la oportunidad de escoger entre


permanecer ofendidos, o perdonar y madurar espiritual y
emocionalmente.

La causa de aferrarse a las ofensas es la inmadurez Ofenderse con facilidad y


permanecer ofendido son las principales características de una persona espiritual
y emocionalmente inmadura.
Algunos eligen vivir en inmadurez perpetua porque no sueltan las ofensas; se atan
a ellas y éstas controlan su vida. Debemos darnos cuenta —por nuestro bien y el
de los demás— que el inmaduro es fácilmente engañado y se convierte en presa
fácil de falsas doctrinas. Pablo escribió: “Para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de
hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios
4:14).
Las siguientes características se evidencian en aquellos inmaduros espiritual y
emocionalmente:
 La gente inmadura…se ofende fácilmente.
 es fácilmente engañada.
 es insegura.
 es dominada por sus emociones.
 no tiene dominio propio.
 se ofende cuando es corregida.
 se ofende cuando la responsabilizan de sus errores.
 es de doble ánimo.
 es incapaz de ejercer un liderazgo efectivo porque reproducen su
inmadurez en los demás.
Por el contrario, cuando aprendemos a lidiar bien con las ofensas, tratándolas de
forma bíblica, desarrollamos madurez. Si no lo hacemos así, sufriremos algunos o
todos los costos de vivir con un corazón ofendido, los cuales describo a
continuación.

Cuando maduramos, la trampa de la ofensa pierde su poder sobre nosotros.


III. La solución para las ofensas
Dado que las ofensas son inevitables en nuestro mundo caído, aunque también
son oportunidades para discernir el estado de nuestro corazón, lo más sano que
podemos hacer cuando somos ofendidos, es enfrentar ese asunto de inmediato.
Por tanto, ahora mismo —antes que ocurra una nueva ofensa— tome
conscientemente la decisión de perdonar a cualquier persona que lo ofenda en el
futuro, y de buscar también la reconciliación. Si usted se niega a hacer esto, sus
relaciones serán débiles y de corta
duración. Los siguientes pasos, basados en lo que hemos tratado en este capítulo,
lo capacitarán para escapar de la trampa de la ofensa.

1. Confesar las ofensas


“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis
sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Para ser libres
de las ofensas, la confesión es necesaria; primero, la confesión a Dios; segundo,
la confesión ante aquellos que hemos ofendido y ante quienes nos ofendieron. Si
estamos genuinamente contritos, debemos expresar nuestro arrepentimiento. Así
que, comience a confesar
ante Dios que usted ha guardado ofensas en su corazón, reconociendo que son
pecados contra Él y contra otras personas. Sólo a través de la confesión, su
corazón podrá comenzar el proceso de sanidad.

2. Pedirle a Dios que lo perdone y perdonar a quienes lo han ofendido


Es importante no sólo confesar nuestras ofensas, sino también pedirle perdón a
Dios por ellas; además debemos perdonarnos a nosotros mismos, así como a
nuestro prójimo, por las ofensas cometidas. Si no vamos más allá de confesar las
ofensas en nuestro corazón, nuestra “confesión” puede volverse una queja
amarga, que servirá sólo para verbalizar nuestro resentimiento, no para sanarlo. El
perdón es el antídoto que traerá sanidad. Por eso, de nuevo digo, debemos pedirle
perdón a Dios y a los demás por nuestras ofensas, y perdonar a cualquiera que
nos haya ofendido.

Debemos practicar el perdón como un estilo de vida.

3. Morir al “yo” y a la naturaleza de pecado


Si queremos alcanzar mayores dimensiones del poder y la gloria de Dios,
debemos renunciar al egocentrismo que demanda su derecho a la compensación
y/o venganza cuando se ha cometido una falta contra nosotros. Estar “muerto al
yo” significa que no retenemos nada de Dios; Él es el Señor de nuestro corazón,
alma, mente, fuerzas, finanzas, ¡de todo! Ya no nos pertenece emos a nosotros
mismos, sino que le pertenecemos a Él.

Además, debemos morir a la naturaleza de pecado quitándole el control sobre


nosotros y, en cambio, dejando que sea la vida de Cristo y el Espíritu Santo de
Dios quienes dirijan nuestros pensamientos y empoderen nuestras acciones:

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y
lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí…Pero los que son de Cristo han crucificado la carne
con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el
Espíritu.
(Gálatas 2:20; 5:24–25)
Cuando usted muere a su naturaleza de pecado ya no se ofende fácilmente,
tampoco se siente ofendido por asuntos triviales. Cuando usted muere al “yo”,
libera su egocentrismo y le entrega su vida a su amoroso Creador para su
propósito. Sabrá que cuando ocurra una verdadera ofensa, Dios traerá justicia en
esa circunstancia, y/o usará la ofensa para su bien. “Y sabemos que a los que
aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados” (Romanos 8:28).

4. Comprometerse a madurar
Es hora de dejar la inmadurez atrás para poder hacernos más fuertes, espiritual y
emocionalmente. A medida que maduramos, esas ofensas que solían carcomer
nuestro ser interior ya no hallarán lugar para permanecer en nuestro corazón.
Consideraremos irrelevante e innecesario gastar tiempo en esos asuntos, y no
querremos arriesgar la salud de nuestra alma por una mera ofensa. Tendremos el
amor y la paciencia para entender que quienes nos ofenden necesitan recorrer el
camino hacia la madurez, tanto
como nosotros lo necesitamos.