Salmanticensis 1956 Volumen 3 N.º 1 Páginas 493 501 Adaptación de Las Iglesias Nuevas A Las Necesidades Pastorales
Salmanticensis 1956 Volumen 3 N.º 1 Páginas 493 501 Adaptación de Las Iglesias Nuevas A Las Necesidades Pastorales
Salmanticensis 1956 Volumen 3 N.º 1 Páginas 493 501 Adaptación de Las Iglesias Nuevas A Las Necesidades Pastorales
La /unción litúrgica:
El templo cristiano tiene una doble función que llenar: una función
orgánica, centralizada en Ia Eucaristia, y una función ambiental, que hace
de él un lugar de silencio y recogimiento. La primera necesita contar con
una Uturgia de carácter coherente. Y no es el efecto decorativo, sino Ia
disposición precisa del lugar, Ia que Ie confiere tal unidad. De ahí Ia im-
portancia de decidir de antemano Ia índole y carácter que se desea im-
primir a Ia construcción. En el momento de Ia concepción de Ia idea, Ia
tentación de dejarse llevar del lirismo plástico puede ser particularmente
nociva. Cuando una solución plástica se impone al espíritu, éste corre el
riesgo de desencadenar un virtuosismo irritante en el dominio del arte
plástico. El templo que trate de ser una proeza arquitectónica, dejará
de servir a Ia Eucaristía y al recogimiento. El sentido litúrgico del arqui-
tecto interviene, por consiguiente, menos como un freno que como una
orientación constante de las facultades creadoras hacia Ia exactitud y Ia
precisión.
Además, apenas nos damos cuenta de las numerosas dificultades que
afronta Ia unidad del santuario, y por otra parte, Ia capacidad que debe
suministrar el mismo, nos apresuramos a sacrificar Ia una por Ia otra, o a
yuxtaponerlas sin armonizarlas. Debemos tener en cuenta, sin embargo,
que Ia liturgia es en definitiva una participación colectiva a un acto
sagrado. Que Ia masa de fieles bajo el techo del santuario debe recibir
una especie de invitación permanente a tomar plena parte en el misterio
litúrgico que se desenvuelve. Es Ia atracción del tabernáculo por sobre
toda Ia extensión interior del edificio, Ia que determinará el buen éxito Utúr-
gico. El juego de luces, Ia convergencia de líneas generales, Ia selección
de los materiales, deben, en una palabra, «hacer llamada» a Ia Santa Euca-
ristía. Esta llamada es Ia condición esencial del recinto católico.
Las iglesias nuevas contienen detalles de feliz inspiración. Por ejem-
plo, el pasillo de Ia nave central tiene baldosas esculpidas, las cuales tienen
por fin evocar una pausa en Ia progresión hacia el altar principal: son,
por así decirlo, estaciones que constituyen una especie de «Introíbo» plás-
tico. Esta entrada no ha sido diseñada, Io sabemos bien, para Ia simple
circulación; es también un ascenso hacia el Tabernáculo, y quien se ade-
lanta hacia el altar hace paradas que podrían convertirse en momentos de
meditación.
En cuanto a las concepciones más recientes debemos confesar que
los autores de las nuevas iglesias han comprendido perfectamente Ia fun-
ción de Ia predicación, como homilía y como enseñanza. La primera, Io
sabemos, pertenece al pastor esencialmente y forma parte del acto euca-
ristico, o sea, de Ia Misa. Generahnente es una explicación del texto sa-
grado leído durante Ia misa. Por esto, el lugar donde se instala el sacer-
El Altar y el Presbiterio.
determinan, y el dosel, que, sin fljar límites de una manera expresa, deflne
el presbiterio y pone de relieve el altar mayor. Demarca discretamente,
pero no separa ni aleja. En otras palabras, crea un volumen espiritual que
no se distingue plásticamente del conjunto general.
El tercer procedimiento pone el acento sobre Ia luz exclusivamente,
por Ia concentración de Ia cual se hace resaltar el presbiterio del resto
del ediflcio. El progreso realizado al respecto por Ia arquitectura moderna
desconfía presto de los efectos teatrales. La iluminación por medio de lin-
ternillas está sujeta a Ia precaución. Parece que Ia opinión general favo-
rece más Ia iluminación lateral.
Hemos observado también Ia tendencia a disimular Ia boca de luz por
un simple juego de perspectivas, por Ia orientación de los alféizares o ven-
tanas, o por el color de los vidrios. Por esto algunos arquitectos han lle-
gado a renovar el volumen del presbiterio, distinguiéndolo sin extraerlo
del volumen general. Todo Io que puede contribuir al perfeccionamiento
de esta técnica debe ser objeto de Ia atención de los arquitectos. La mesa
de comunión no debe ser un estorbo. La solución que consiste en evocar
Ia forma del altar no me parece acertada. Puede crear una barrera que
el espíritu litúrgico soporta difícilmente: el comulgatorio no es, después
de todo, más que un punto de apoyo, ya que sobre él no se deposita cosa
alguna. Debe guardar, pues, Ia transparencia y no interponerse entre el
acto litúrgico y Ia atención de los fleles.