Salmanticensis 1956 Volumen 3 N.º 1 Páginas 493 501 Adaptación de Las Iglesias Nuevas A Las Necesidades Pastorales

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 9

ADAPTACIÓN DE LAS IGLESIAS NUEVAS

A LAS NECESIDADES PASTORALES -


por A.-M. COCAGNAC, O. P.

No me es posible tratar en pocas palabras todos los problemas del


arte sagrado que conciernen a Ia parroquia, y transmitirles, al mismo tiem-
po, los resultados de los varios años de ensayo realizados en Francia.
Ciertamente Ia renovación que sufre actualmente el arte sagrado se ha
visto marcada por obras que podríamos llamar un tanto espectaculares,
tales como Ia capiUa de las religiosas dominicas de «Vence», contribu-
ción del pintor Matisse; Ia Iglesia de Assy, y más recientemente Ia capilla
de Ronchamp, por Le Corbusier.
Quiero apelar sin embargo, también a otras experiencias hechas más
allá de Ia frontera francesa, tal como en Alemania y Ia Suiza alemana,
antes de deducir conclusiones sobre Io que Ia dicha renovación ha podido
aportar a Ia vida parroquial. Efectivamente, debemos estar convencidos
de que el arte sagrado no es cuestión de estética, sino cuestión pastoral;
y que dicho arte no puede interesarnos sino es en Ia medida en que se
sujete a Ia vida de Ia fe y Ia administración de los sacramentos. Sobre este
último punto dirijo particularmente Ia atención.
Partiremos del texto de Ia Instrucción del Santo Oficio sobre el tema
que nos ocupa, fecha del 30 de junio de 1952. El texto en parte dice así:
«Que en Ia construcción de las nuevas iglesias se tenga en cuenta el faci-
litar Ia vista y Ia atención de los feligreses, para que estos puedan mejor
participar a los oflcios divinos; que Ia nueva iglesia se distinga por Ia
simplicidad de líneas, Ia cual es contraria a las ornamentaciones de mal
gusto».
Sin agotar el tema, trataré de dar a continuación algunas aprecia-
ciones sobre los esfuerzos modernos al respecto.

1. Lección desarrollada por su autor en el «I Curso de Pastoral» organizado por e¿


Instituto de Pastoral de Ia Universidad Pontificia de Salamanca, y tenido en esta ciu-
dad en abril de 1956.
"Salmantlceiisis". 3 (19561.
13

Universidad Pontificia de Salamanca


404 A. M. COCAONAC, O. P. *

La /unción litúrgica:

El templo cristiano tiene una doble función que llenar: una función
orgánica, centralizada en Ia Eucaristia, y una función ambiental, que hace
de él un lugar de silencio y recogimiento. La primera necesita contar con
una Uturgia de carácter coherente. Y no es el efecto decorativo, sino Ia
disposición precisa del lugar, Ia que Ie confiere tal unidad. De ahí Ia im-
portancia de decidir de antemano Ia índole y carácter que se desea im-
primir a Ia construcción. En el momento de Ia concepción de Ia idea, Ia
tentación de dejarse llevar del lirismo plástico puede ser particularmente
nociva. Cuando una solución plástica se impone al espíritu, éste corre el
riesgo de desencadenar un virtuosismo irritante en el dominio del arte
plástico. El templo que trate de ser una proeza arquitectónica, dejará
de servir a Ia Eucaristía y al recogimiento. El sentido litúrgico del arqui-
tecto interviene, por consiguiente, menos como un freno que como una
orientación constante de las facultades creadoras hacia Ia exactitud y Ia
precisión.
Además, apenas nos damos cuenta de las numerosas dificultades que
afronta Ia unidad del santuario, y por otra parte, Ia capacidad que debe
suministrar el mismo, nos apresuramos a sacrificar Ia una por Ia otra, o a
yuxtaponerlas sin armonizarlas. Debemos tener en cuenta, sin embargo,
que Ia liturgia es en definitiva una participación colectiva a un acto
sagrado. Que Ia masa de fieles bajo el techo del santuario debe recibir
una especie de invitación permanente a tomar plena parte en el misterio
litúrgico que se desenvuelve. Es Ia atracción del tabernáculo por sobre
toda Ia extensión interior del edificio, Ia que determinará el buen éxito Utúr-
gico. El juego de luces, Ia convergencia de líneas generales, Ia selección
de los materiales, deben, en una palabra, «hacer llamada» a Ia Santa Euca-
ristía. Esta llamada es Ia condición esencial del recinto católico.
Las iglesias nuevas contienen detalles de feliz inspiración. Por ejem-
plo, el pasillo de Ia nave central tiene baldosas esculpidas, las cuales tienen
por fin evocar una pausa en Ia progresión hacia el altar principal: son,
por así decirlo, estaciones que constituyen una especie de «Introíbo» plás-
tico. Esta entrada no ha sido diseñada, Io sabemos bien, para Ia simple
circulación; es también un ascenso hacia el Tabernáculo, y quien se ade-
lanta hacia el altar hace paradas que podrían convertirse en momentos de
meditación.
En cuanto a las concepciones más recientes debemos confesar que
los autores de las nuevas iglesias han comprendido perfectamente Ia fun-
ción de Ia predicación, como homilía y como enseñanza. La primera, Io
sabemos, pertenece al pastor esencialmente y forma parte del acto euca-
ristico, o sea, de Ia Misa. Generahnente es una explicación del texto sa-
grado leído durante Ia misa. Por esto, el lugar donde se instala el sacer-

Universidad Pontificia de Salamanca


3 ADAPTACIÓN DE LAS IGLESIAS NUEVAS... 495

dote para su predicación es más un atril que una cátedra. Supone Ia


lectura del texto y Ia proximidad del libro santo a fln de poder recurrir
a él, si fuere necesario. El pulpito, por el contrario, se encuentra gene-
ralmente lejos del altar, en alto, Io más cercanamente posible de los fieles.
La nueva tendencia es de disponer al pueblo alrededor del altar y evitar
así Ia separación de Ia palabra predicada, del resto de Ia ceremonia. Entre
Ia cátedra y el «ambón» se ha preferido este último. Al devolver Ia pre-
dicación a su lugar más apropiado, es decir, cerca del altar, Ia función
litúrgica gana unidad en su desarrollo.
Por eso podemos decir que Ia arquitectura eclesial, según que se prac-
tique una sana economía de medios, tiende de más en más a reunir en
un todo orgánico Io que a través de tantas épocas se inclinaba a Ia disper-
sión. Es de esperarse que llegará el día en que el conjunto del recinto
encontrará totaLmente Ia unidad que Ie corresponde.
Cuando comparamos el templo protestante con Ia nueva concepción
católica nos llama Ia atención Ia semejanza en Ia disposición de los ele-
mentos comunes: el pulpito, el altar y el baptisterio del templo protes-
tante son yuxtapuestos, mientras que en Ia iglesia católica nueva, los vemos
centralizados alrededor del altar. Si algún día, como algunos Io sueñan ya,
se aproxima el baptisterio al tabernáculo, se hará resaltar Ia dependencia
de Ia fuente bautismal, como se ha tratado ya con el pulpito, con relación
al altar, el cual, siendo el centro del acto eucarístico es, al mismo tiempo
el pivote de Ia función sacramental y de Ia alabanza. Podríamos entonces
alegrarnos de ver que los lugares y los objetos del culto católico encuentren
dentro de una rigurosa simplicidad su significado armonioso en torno
a Ia piedra del altar que es Cristo; en torno al Sacramento, que, como
presencia del Señor en su testamento y en su memorial forma un todo
único. En Ia estructura misma del edificio aparecerá impresa Ia uniflca-
ción del aparato sacramental, figura y efecto de su Principio —Ia persona
ünica del Verbo Encarnado.

El Altar y el Presbiterio.

El altar no es simplemente un objeto necesario al culto. Tiene un


significado teologal. La Biblia nos Io muestra como realidad representa-
tiva de un hecho divino, como medio para expiar los pecados y para entrar
en comunión con el Dios tres veces santo. Es considerado algunas veces
como puerta de entrada a Ia imponente presencia divina. San Pablo, cuya
sensibilidad religiosa despertó en el seno judaico, extrajo de Ia literatura
judaica y «midrásica» los temas que Ie permitieron identificar Ia piedra
con Cristo. De Ia roca, que el pueblo israelita conoció en el desierto, emanó
el agua saludable. Cristo, causa de salvación para todos, constituye de
manera admirable, Ia fuente espiritual por Ia cual Ia salud vino al mundo.

Universidad Pontificia de Salamanca


496 A. M. COCAGNAC, O. P. 4

Para los patriarcas de Ia era cristiana el altar es Ia piedra espiritual,


siendo el inciso pauliniano «Petra autem erat Christus» Ia expresión más
usual sobre el sentido simbólico del altar.
El análisis de los requerimientos litúrgicos que precede a Ia cons-
trucción del altar no debe contentarse con una revisión de rúbricas, o con
una exégesis del ceremonial: el símbolo del altar se encierra dentro de
otro símbolo, el del monumento consagrado que se llama iglesia.

El altar en el cuerpo de Ia iglesia:

Los sacramentos de Ia vida cristiana tienen por centro Ia Eucaristía:


Esta determina de dos maneras distintas Ia arquitectura de Ia iglesia y
Ia arquitectura del altar. Como comunión de corazones, Ia Eucaristía in-
fluye sobre el volumen construido; como banquete y como sacrificio, ella
precisa Ia construcción de Ia mesa de Ia nueva oblación. La relación de
estos dos aspectos eucarísticos determinará Ia apariencia del edificio y
del altar mayor.
La Eucaristía, acción colectiva por excelencia, ata los vínculos de Ia
caridad de Ia comunidad cristiana. El volumen de Ia iglesia no tiene, pues,
por fln, el dar únicamente abrigo a esta comunión, sino que al mismo
tiempo debe significarla, y en cierto modo, realizarla.
El influjo casi maravilloso que ejerce el volumen sobre el hombre, es
un postulado de Ia naturaleza. Que nos hallemos en medio de un bosque,
o rodeados de los muros de Ia catedral de «Chartres>, ocurrirá de súbito
algo en nosotros... sensación imponente, fenómeno que sobrepuja todo en-
tendimiento, de unificación interior y recogimiento. Apenas traspasado el
umbral de las grandes catedrales, Ia palabra de Jacob brota en nuestros
labios: «quam terribilis est locus iste». Sin embargo, tal sentimiento es
prontamente reemplazado por Ia calma espiritual que el mismo espacio
hace surgir de sus misteriosas armonías. El concierto de ritmos plásticos
sumerge el alma en ese mar de silencio en donde Ia palabra de Dios nos
es revelada íntimamente.
La excelencia de Ia Eucaristía casi exige que Ia majestad del espacio
sea sentida por cada uno de los presentes, para luego, Ia Santa Hostia,
por una gracia especial a ella propia, convertir las reacciones personales
en comunión de corazones. El acto litúrgico de Ia misa utiliza esta poten-
cia espiritual del volumen sobre los cuerpos y las almas como un medio
sacramental de unión común. La participación a Ia sagrada Cena encon-
trará una proyección en Ia línea de preparación espiritual operada por
el volumen construido. El arquitecto es ante todo un perseguidor de espa-
cño, ¿pero acaso se da cuenta exacta del potencial que tiene entre manos
una vez que ha sido llamado a explotarlo? Debe encontrar el punto de
equilibrio plástico de donde emanará Ia fuente espiritual de recogimiento

Universidad Pontificia de Salamanca


5 ADAPTACIÓN DE LAS IGLESIAS NUEVAS... 497

y comunión indispensables al acto litúrgico. Y cuando se olvida el sentido


de Ia Eucaristía para considerarla demasiado como asunto puramente
individual, esta deformación inspira volúmenes que ya no unen los cora-
zones. Son volúmenes fracasados que por su parte mantienen en virulencia
esta desviación.
Es necesario hacer observar que tradicionalmente el arquitecto cris-
tiano se inspiraba en dos espacios construidos, y cuyo principio de unidad
procedía de fuentes muy diversas: el espacio basilical romano y el espacio
del templo oriental, de significación cósmica.
La basílica romana no es más que un ágora cubierta; es un mercado
y una cámara política o judicial; según el caso. El móvil de Ia reunión
no es inmediatamente religioso (esto Io decimos en Ia medida en que pode-
mos distinguir las fronteras de Io profano y de Io religioso en Ia anti-
güedad). El principio de unidad es pues, ante todo, económico, político
o social, y por consiguiente, el de Ia construcción no será sino muy mate-
rialista: techar un número de asistentes.
El templo oriental deriva su unidad de una concepción religiosa y
cósmica. La cosmología en sí misma depende de las revelaciones tanto de
Ia astronomía como de Ia geometría. El templo es, pues, un universo jerár-
quico. Resulta ser a veces el instrumento de una especie de gnosis mística,
de una peregrinación hacia las alturas, hacia el orden perfecto de un cielo
empíreo. La transición de Io cuadrado a Io polígono y de Io polígono a Io
esférico es un movimiento ascendente que arrastra los corazones hacia
Ia perfección de Io eterno e inmutable.
Es cosa establecida que Ia tradición cristiana se inspira en Io uno y
en Io otro. El plan basilical, transportación directa o repetición del plan
sinagogal, inspira sobre todo el arte sagrado de los latinos, pero el acento
oriental se impone prontamente y las dos tradiciones se entremezclan en
soluciones de infinita variedad.
Al principio de unidad de los volúmenes materiales (basilica) o cos-
mológicos (templo oriental), viene a agregarse uno nuevo: principio de
origen y determinante final que constituye el acto litúrgico, cuyo centro
es el altar. El altar es centro de todo el edificio, es principio de unidad
de todas sus formas. De él, pues, depende Ia composición del volumen cris-
tiano. No se trata de un mueble, sino de un punto de referencia, en función
del cual se organiza el edificio por entero. La armonía de los volúmenes
busca incesantemente su fisonomía fundamental en ese origen que es
el altar, y quererla hallar fuera de él es Ir a Ia deriva.
Inversamente, en un volumen determinado, Ia forma del altar rio
puede ser cualquiera. Se trata de un asunto que requiere una actitud
práctica: es decir, que el altar ciertamente no depende, en sus me-
nores detalles, de corrientes arqueológicas, decorativas o sentimentales
hechas «a priori>. Debe encuadrarse en función del conjunto. DeI conjunto

Universidad Pontificia de Salamanca


498 A. M. COCAGNAC, O. P. 6

plástico, en pi,mer término, al cual no ha de adaptarse sino nacer de sus


ritmos como una solución casi necesaria, ya que es el foco de sus armónicas.
Deriva, pues, su carácter, del partido adoptado, del material, de los claros
y oscuros, del color, y de Ia localización en el recinto.
Debe encuadrarse, en segundo lugar, en el conjunto eclesiástico. Las
exigencias litúrgicas y pastorales varían al inflnito. La catedral, Ia cole-
gial, Ia iglesia conventual (de órdenes contemplativas o apostólicas), Ia
iglesia parroquial, Ia iglesia de peregrinación, son sólo algunos ejemplos.
Ellas congregan comunidades cristianas diferentes, atrayéndolas según
actos culturales sensiblemente distintos. Cada altar plantea, consecuente-
mente, problemas particulares. Las ideas preconcebidas no deben forzarnos
a tomar decisiones que Ia necesidad no obliga. El altar es una mesa, pero
no es ésta una razón suficiente para demoler Ia tumba venerable de un
santo. Por el contrario, bajo el pretexto de que el altar es ima tumba,
sería ridiculo imponer un sarcófago vacío sobre una plataforma de cemen-
to. Aquí, Ia misa podrá celebrarse de frente al público, acullá, tal dispo-
sición tendrá menos importancia.
Debemos precavernos contra las fórmulas, desconfiar de concepciones
rígidas que tiranizan al arquitecto y Ie impiden el libre ejercicio de su
sensibilidad plástica. Ponerle bridas al trabajo no quiere decir esterilizar
el espíritu creador. Aunque no puede siempre hacer Io que Ie viene en
gana, será él el único capaz de encuadrar convenientemente en el volu-
men general, Ia arquitectura del altar: creador o restaurador de una igle-
sia, es el único competente para determinar el altar y el conjunto que Io
envuelve.

El altar, el presbiterio y Ia iglesia:

El altar no es una pieza de mobiliario colocada indiferentemente en


medio de Ia iglesia. Debe formar parte del presbiterio sobre el cual hay
que fijar el sentido. El iconostasio oriental, los canceles de los tribunales
romanos, más tarde transformados en clausura coral, los límites del pres-
biterio, los locutorios confesionales, han creado espacios sagrados en el
templo del acto litúrgico por excelencia: Ia Misa.
El problema del altar es también problema del presbiterio. Este por
su parte no es una superficie cualquiera, un lujo o adorno superfluo. Es
un volumen en el volumen general de Ia iglesia. Toca aquí mencionar el
error que consiste en decorar, después de que el grueso de Ia obra ha sido
montado. Demasiado a menudo se ha creido que Ia feliz realización del
presbiterio está en el decorado, El comienzo de Ia obra y el retoque final
no pueden concebirse separadamente.
Los elementos que determinan y componen el presbiterio son: el altar

Universidad Pontificia de Salamanca


7 ADAPTACIÓN DE LAS IGLESIAS NUEVAS... 499

con sus peldaños, su dosel, el tabernáculo y su ciborium, las graderías, Ia


verja que Io separa de las naves.
Me referiré aquí especialmente al altar principal: éste debe conservar
Ia primacía honoriflca y Ia arquitectura debe hacer recordar netamente
esta prioridad. Su situación más elevada y central, su luz, el material em-
pleado, Ia solemnidad del crucifijo y de los candelabros, deben mostrar
su superioridad sobre los demás altares. De paso sea dicho, éstos no deben
multiplicarse por razones de devoción particular. Podemos honrar los
santos o los diferentes misterios cristianos por otros medios que el de los
altares multiplicados al infinito; caducó ya el tiempo del individualismo
de las cofradías.
El altar mayor debe ocupar un lugar orgánico y no geométricamente
central; todo debe converger hacia él en razón de una buena visibilidad,
sin duda alguna, pero también porque esta colocación permite realzar
su valor.
En cuanto al material, éste en sí mismo no resta indiferente; si Ia
piedra se adapta mejor al símbolo místico y escriturario, Ia madera no ha
de excluirse por eso, ni tampoco otras materias de estimación como el
barro cocido y Ia cerámica. También al material ha de dársele el uso apro-
piado. Por ejemplo, toda Ia riqueza del recinto podría concentrarse en el
altar mayor, dándole de preferencia todo el esplendor en razón de su
identificación con Cristo. Por otra parte, podría presentársele escueto y
sencillo, a condición de que el material no sea nunca de baja calidad. La
madera, por ejemplo, debe ser Ia mejor posible, bien ajustada, sumamente
bien escogida.
Rico o pobre, el altar principal debe guardar Ia lucidez de un trabajo
fino y bien acabado. Lo reluciente y encandilante debe estrictamente des-
aparecer por no corresponder al carácter cristológico, que estamos Ua-
mados a respetar. El altar encontrará su fuerza expresiva en Ia forma, y su
hermosura en el material y en Ia ejecución. El andamiaje dudoso con que
se Ie ha revestido frecuentemente, lejos de cantar a su gloria, no hace más
que traducir un sentimentalismo fácil.

El altar en el volumen del presbiterio:

Litúrgicamente es Ia Eucaristía quien determina el volumen de Ia


Iglesia. Espiritualmente, es Ia comunión de corazones que procede del
sacramento.
El volumen del presbiterio debe diseñarse según el sitio del altar, Ia
solemnidad de que se quiere revestir, el tipo de liturgia dentro del cual se
coloca. Debe tenerse en cuenta, además, si se va a incluir o excluir Ia función
episcopal, Ia función coral (recitación del oficio divino), independiente-
mente de razones históricas; Ia división del pueblo entre miembros miU-

Universidad Pontificia de Salamanca


500 A. M. COCAGNAC, O. P. 8

tantes y catecúmenos, o entre hombres y mujeres; Ia división entre el


clero propietario, el coro monástico y los presbíteros, etc. Hoy día, hay que
pensar en Ia relación que debe guardar el volumen del presbiterio con el
resto de Ia iglesia sin erigir en principio absoluto tal o cual concepción
tradicional. El volumen general y los particulares deben al mismo tiempo
separarse y mantenerse en comunicación. Separarse, porque el presbiterio
equivale en Ia tradición del Templo de Jerusalén, al lugar santo, al cual
no se llegaba sino después de difícil progresión. El presbiterio tiene en Ia
iglesia cristiana el lugar del «santo de los santos» de Ia sinagoga. La ley
nueva rompió el velo que Io separaba del pueblo. La Encarnación constituye
el origen de Ia nueva Iglesia y Ia Humanidad de Cristo prolonga su pre-
sencia por Ia Eucaristía. Los fleles deben entrar en comunión con el pres-
biterio.
La separación se obtiene fácilmente con Ia verja. Esta es una solu-
ción que aflrma bien el carácter reservado del lugar santo, pero que pre-
senta el inconveniente de romper Ia comunidad espiritual que será siem-
pre uno de los elementos esenciales de Ia acción eucarística. La variedad
de líneas divisorias que encontramos desde el iconostasio bizantino hasta
el comulgatorio moderno es inmensa y algunas veces nos preguntamos
si son o no son separaciones nítidas. Una solución bizantina encierra el
altar mayor dentro de un pequeño kiosco, el ciborium; sin embargo, éste
tiene el inconveniente de dificultar los movimientos litúrgicos.
Los artistas modernos parecen orientarse resueltamente hacia una
concepción totalmente nueva de Ia solemnidad que debe rodear al altar.
Tienden más bien a dar una impresión que una estructura. Las iglesias
de Ia Suiza alemana son en este sentido particularmente interesantes.
Emplean dos medios, sobre todo: A Ia plataforma sobre Ia cual reposa el
altar mayor corresponde un dosel de iguales proporciones. El dosel guarda
generalmente su carácter secundario y discreto, tanto por su color som-
brío, como por el material de que está hecho. La poca adhesión que hasta
el momento ha recibido el dosel en tapiz ¿no se deberá acaso al carácter
decorativo, provisorio, que el barroco Ie dió antaño? Por el contrario, pa-
rece que un dosel de metal liviano como el que vemos en Ia «Toussaint»
de Basilea, o un tapiz armoniosamente tendido como en «Stusslingen»,
pierde ese carácter frágil y transitorio, incompatible con Ia dignidad
eucarística.
El segundo es el nicho, pero Ia idea está siendo abandonada con
rapidez, pues precisamente no pone de relieve el lazo comunal entre Ia
Eucaristía y el pueblo en Ia celebración conjunta del acto de alabanza.
Se ha preferido el sistema por el cual el presbiterio forma parte, sin difi-
cultad, del volumen general, guardando siempre Ia distinción con el resto
de Ia Iglesia. Se ha tratado pues, de dar el tono solemne por medio de
un inteligente juego entre Ia luz, Ia plataforma, las graderías que Ia

Universidad Pontificia de Salamanca


9 ADAPTACIÓN DE LAS IGLBSWS NUEVAS... 501

determinan, y el dosel, que, sin fljar límites de una manera expresa, deflne
el presbiterio y pone de relieve el altar mayor. Demarca discretamente,
pero no separa ni aleja. En otras palabras, crea un volumen espiritual que
no se distingue plásticamente del conjunto general.
El tercer procedimiento pone el acento sobre Ia luz exclusivamente,
por Ia concentración de Ia cual se hace resaltar el presbiterio del resto
del ediflcio. El progreso realizado al respecto por Ia arquitectura moderna
desconfía presto de los efectos teatrales. La iluminación por medio de lin-
ternillas está sujeta a Ia precaución. Parece que Ia opinión general favo-
rece más Ia iluminación lateral.
Hemos observado también Ia tendencia a disimular Ia boca de luz por
un simple juego de perspectivas, por Ia orientación de los alféizares o ven-
tanas, o por el color de los vidrios. Por esto algunos arquitectos han lle-
gado a renovar el volumen del presbiterio, distinguiéndolo sin extraerlo
del volumen general. Todo Io que puede contribuir al perfeccionamiento
de esta técnica debe ser objeto de Ia atención de los arquitectos. La mesa
de comunión no debe ser un estorbo. La solución que consiste en evocar
Ia forma del altar no me parece acertada. Puede crear una barrera que
el espíritu litúrgico soporta difícilmente: el comulgatorio no es, después
de todo, más que un punto de apoyo, ya que sobre él no se deposita cosa
alguna. Debe guardar, pues, Ia transparencia y no interponerse entre el
acto litúrgico y Ia atención de los fleles.

Universidad Pontificia de Salamanca

También podría gustarte