Aztecas. Miguel León Portilla.

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Miguel León Portilla


Aztecas-Mexicas. Desarrollo de una civilización originaria.
Algaba Ediciones
Madrid, 2005

Los toltecas–Chichimecas en el periodo Posclásico

Las llanuras situadas al norte de la frontera cultural de Mesoamérica son conocidas


como la Tierra Chichimeca.

En ella habitaban dos tipos de poblaciones:

1) Tribus de lengua otomí, con una cultura no agrícola, sino de cazadores-


recolectores. Según León Portilla eran “bandas ignorantes de todo refinamiento
de la alta cultura (p. 51) y eran conocidos como Chichimecas, un título
despectivo, que podía equiparse con el de bárbaro.

2) Tribus de lengua náhuatl que habiendo vivido en Mesoamérica en algún


momento del primer milenio después de Cristo emigraron hacia el norte,
traspasando la frontera de Mesoamérica, en donde convivieron con grupos de
cazadores nómadas y adoptaron algunos rasgos culturales de ellos.
Estas tribus, aprovechando la caída de Teotihuacán regresaron1 a Mesoamérica
con rasgos culturales mixtos, donde se mezclaban los rasgos puramente
chichimecas con su tradición del periodo clásico que conservaban desde la época
en que vivieron en Mesoamérica. Por ejemplo, a estos grupos no les era
desconocida la agricultura, aunque también fuesen cazadores. Estos fueron los
llamados Toltecas-Chichimecas, entre los que se encontraron en primer lugar los
Toltecas y en último lugar los propios aztecas.

En los primeros años del siglo X d.C. los chichimecas penetraron en el valle de
México. Los más cultos, los toltecas, dirigidos por un caudillo llamado Mixcóatl,
fundaron la ciudad de Tula, su capital, situada en el actual estado de Hidalgo.

En esta época, las crónicas aztecas hablan de que los toltecas tuvieron un sabio
gobernante y sacerdote llamado Quetzalcóatl. En las crónicas este personaje aparece con
rasgos tanto humanos como divinos, confundiéndose la personalidad de un caudillo real,

1 Personalmente esta idea de León Portilla del “regreso” de los aztecas a Mesoamérica, me parece una
justificación que tiende a civilizarlos, para no considerarlos, como el grupo de los chichimecas otomíes
una tribu de “ignorantes de todo refinamiento”. Los primeros pueblos nahuas [náhuatl era el idioma, la
gente eran nahuas] los toltecas, eran considerados por los aztecas como los artistas por excelencia y un
pueblo especialmente sofisticado. Eso podía ser desde la perspectivas de los aztecas, que fueron los
últimos en llegar, pero inicialmente los toltecas, en mi opinión, serían tan bárbaros como el resto de los
chichimecas.
2

con la de un dios que ya estaba presente en Teotihuacán. De hecho la Tula, capital de


los toltecas, mezclaba rasgos teotihuacanos, con otros puramente Chichimecas.

Quetzalcóatl, según el mito, sería el inventor de la agricultura, de la arquitectura


de las artes y convertiría a los toltecas, al menos según la posterior visión de los aztecas,
en un pueblo de artistas. En realidad, la influencia de la cultura del clásico sobre los
toltecas se personifica en las creaciones y descubrimientos del gobernante Quetzalcóatl.

Los Toltecas, de lengua náhuatl, fueron capaces de crear un imperio en el centro


de México, sometiendo, al menos temporalmente, a grupos de chichimecas de lengua
otomí, con una sociedad y una tecnología mucho menos compleja. Pero al final, la
ciudad y su imperio entró en decadencia, tal vez por la llegada de un flujo constante de
nuevos invasores.

En una mezcla de mito e historia, el sabio dios-sacerdote-gobernante


Quetzalcóatl, que era una figura benéfica y que detestaba los sacrificios humanos, se
enfrentaría al dios Tezcatlipoca (que en lengua náhuatl significa espejo ahumado, o
espejo oscuro y representaba a las fuerzas de la noche y la oscuridad, tal vez una especie
de sol nocturno). Tezcatlipoca venció y obligaría a Quetzalcóatl a irse por el mar, hacia
el Este, prometiendo volver a recuperar su reino. Este mito, haría pensar a Moctezuma,
que Cortés no era otro que Quetzalcóatl que venía a recuperar su reino. El
enfrentamiento de un dios de la tradición del Clásico como Quetzalcóatl, con otro de la
tradición chichimeca como Tezcatlipoca, el posible que sea, simplemente, una forma de
explicar la caída de los toltecas, que se habían aculturado rápidamente, pero no
pudieron resistir ante la llegada de nuevos invasores. Con todo, para esos nuevos
invasores, como serían los aztecas, los toltecas y Tula quedarían como arquetipo de
pueblo culto, hasta tal punto que tolteca pasó a significar “artista”. El imperio Tolteca se
considera que duró entre el 950 y el 1.150 d.C.

El valle de México y la aparición de los aztecas-Mexicas (siglos XII-XIV)

Tras la caída de Tula, a los largo del siglo XII se producen nuevos movimientos
de población desde las Tierras Chichimecas en dirección a Mesoamérica.

Entre estos grupos en movimiento hacia la frontera Mesoamericana hay uno que
dice proceder de un lugar mítico llamado Chicomóztoc, “el sitio de las siete cuevas”. De
allí salieron las llamadas siete tribus nahuas [recordar que náhuatl es el idioma y los
pueblos son los nahuas] entre ellos estaban los tepanecas, los tlaxcaltecas, y finalmente
los aztecas.
También se ponen en marcha tribus otomíes, que en los textos aztecas se señalan
como verdaderas hordas de bárbaros, al mando de un caudillo llamado Xolot. Según los
relatos aztecas estos seguidores de Xolot, “eran los chichimecas que vivían como
cazadores, que se vestían con pieles de animales y que comían tunas [Chumberas]
grandes, cactus y maíz silvestre…”.
3

Entre principios y mediados del siglo XIII, tanto las tribus nahuas, como los
chichimecas otomíes de Xolot, llegan al valle de México. Allí se encontraron y
mezclaron con poblaciones toltecas y restos de la población teotihuacana de pura
ascendencia clásica.

De entre los emigrantes de menor nivel cultural, destacaban los chichimecas


seguidores del caudillo Xolot, que se asentaron en la orilla oriental del lago central de
México, en un lugar que acabaría siendo la ciudad de Tezcoco [también Texcoco] que
daría nombre a la parte central del lago. Allí fueron dirigidos por dos caudillos primero
Ixtlilxóchitl y luego por un célebre gobernante llamado Nezahualcoyotl. Este último
puede personificar el cambio sufrido por aquellos nómadas guerreros, que se
aculturaron, convirtiéndose en agricultores y ciudadanos de un núcleo de población
estable. Los tezcocanos acabaron adoptando la lengua náhuatl y Nezahualcotl, que
terminaría siendo el principal aliado de los aztecas, tendría fama de príncipe sabio y
gobernante poeta muy estimado.

Pero la dominadora del valle sería la tribu nahua de los tepanecas, que se
asentaron en la orilla occidental del lago, frente a Texcoco, que ocupaba la ribera
oriental. Allí fundaron a principios del siglo XIV Azcapozalco [también Atzcapozalco],
en donde se reunieron también poblaciones toltecas y teotihuacanas. El soberano
tepaneca llamado Tezozomoc consiguió convertir a su ciudad en la hegemónica del todo
el valle, derrotando a Tezcoco.

Por su parte, los aztecas, una de las siete tribus nahuas que decían haber salido
del “sitio de las siete cuevas” o Chicomóztoc habían llegado a un lugar llamado Aztlán,
cuya posición no se ha podido determinar, [entre otras razones, porque tal vez
simplemente sea un lugar mítico]. Su significado de “lugar de las garzas” hace pensar
en una isla lacustre, rodeada de vegetación y aves acuáticas.

Pero en Aztlán, los aztecas se encontraban en situación subordinada a los


pobladores originarios de la zona, así que para sacarlos de esta situación de
dependencia, los relatos aztecas contaban que se le presentó su dios Huitzilopochtli [que
significa colibrí del sur y que es el Sol, representado por un ave, a veces un colibrí y
otras muchas veces más por un águila] y les prometió una nueva tierra. En el Códice
Florentino2 se dice que el dios se dirigió a los aztecas y les dijo:

“No quiero que aquí os hagan perecer. Así os haré regalo de una tierra. Allí os
haré famosos en verdad entre todas las gentes. Ciertamente no habrá lugar habitado
donde vosotros no alcancéis fama”

2 Redactado por jóvenes mestizos, educados y dirigidos por el franciscano español Fray Bernardino de
Sahagún, que preguntaron a los viejos aztecas por las tradiciones de su pueblo y escribieron en 12 libros
un códice en náhuatl, con su traducción al español e ilustrado con dibujos, que se conserva en la
biblioteca medicea de Florencia y que por ello se conoce como Códice Florentino.
4

Hitzilopochtli les dijo también que allí donde viesen un águila [símbolo del
propio dios] devorando una serpiente [en otro lugares se dice que un nopal, el fruto de la
tuna o chumbera] sobre una tuna salida de una piedra, sabrían que habían llegado a su
tierra prometida3. Después de esto los aztecas cambiaron de nombre4. Ya no se llamarían
aztecas, nombre que les recordaba sus principios como pueblo sometido, sino mexicas,
es decir seguidores de Mexí5, otros de los nombres del dios Huitzilopochtli.

A mediados del siglo XII, los ahora llamados mexicas, se pusieron en marcha
desde Aztlán, para llegar a principios del siglo XIII al valle de México. Según uno de
los códices dirigidos por Bernandino de Sahagún, el Códice Matritense, se dice:

“Los mexicas, según la tradición, vinieron los últimos acá, desde la tierra de los
chichimecas, desde las grandes llanuras….cuanto tiempo anduvieron, nadie lo sabe…
existían, están pintados6, se nombran en lengua náhuatl….al venir….no se les recibía
en parte alguna. Por todas partes eran repudiados, nadie conocía su rostro. Por todas
partes les decían: ¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís?”

Tras su llegada al valle de México los mexicas anduvieron errantes por


diferentes lugares, ejerciendo las más veces como mercenarios de otros pueblos, pero al
final eran expulsados de todos los emplazamientos. Hacia 1280 estuvieron unos 20 años
asentados en una zona boscosa situada al suroeste del lago, conocida como Chapultepec
[el cerro del saltamontes], pero esta era una posesión de los tepanecas de Azcapozalco,
los dominadores del valle, que les hicieron abandonar la zona.

En estos años, aunque los aztecas tuvieron muchos señores, sirvieron


especialmente a los habitantes de Culhuacán, una población que tenía un fuerte
componente tolteca y se consideraba, heredera de una culta y rica tradición. Los aztecas
además de servir a los culhuas (habitantes de Culhuacán), les pidieron esposas para
entroncar con sus guerreros más destacados y así forjar una estirpe de ascendencia
tolteca. Después de esto, pidieron al señor de Culhucán que les entregase una hija suya

3 Se trata, evidentemente de una construcción a posteriori y ensalzar los modestos orígenes de aquella
tribu, porque en realidad, a los aztecas solo les dejaron asentarse en una tierra pedregosa, llena de
cactus e infestada de serpientes. Es decir en un lugar que nadie quería.

4 Los aztecas preferían llamarse mexicas. El nombre de aztecas resurgió para llamar a este pueblo
después de la independencia de México en el siglo XIX. El país que se independizaba de España adoptó
el nombre común de México, aunque englobaba a pueblos muy diferentes de los mexicas propiamente
dichos, y por eso, para volver a distinguir a los seguidores de Huitzilopchtli del resto de los pueblos
mexicanos, se volvió a desempolvar el término de aztecas para denominarlos.

5 Para algunos autores, Mexí era en realidad una realidad solar dual, mezcla del dios solar diurno,
llamado Huitzilopochtli, representado por un colibrí o un águila y Tezcatlipoca, o espejo ahumado u
obscuro, dios de la noche, sol nocturno y representado por un espejo de obsidiana negra o un jaguar,
animal de costumbres nocturnas.

6 En otros textos se dicen que iban pintados de rojo y que sus armas eran arcos y flechas, las armas más
características de los chichimecas.
5

y doncella para hacerla esposa de su dios, a lo que éste accedió, sin saber que el destino
de la joven fue ser sacrificada a Huitzilopochtli, tras este incidente, los habitantes de
Chulhucán expulsaron de sus tierras a los aztecas.

Unos años después el sacerdote y gobernante que dirigía a los aztecas, llamado
Tenoch o Tenochtli [que significa tunal sobre la piedra: telt= piedra y nochtli = tunal o
chumbera] tuvo la visión que le había profetizado el dios Huitzilopochtli. Según la
tradición azteca, Tenoch arrojó un corazón humano al lago y contemplo como del
corazón brotaba un tunal que crecía sobre una piedra, y encima del cactus se posaba un
águila a devorar una serpiente. Cuando los aztecas llegaron a unas islas situadas en las
proximidades de la orilla occidental del lago, pudieron contemplar como en un pedregal,
sobre el que crecía una chumbera, un águila devoraba una serpiente, con lo que
consideraron que habían encontrado el sitio que su dios le había prometido a Tenoch y
en el año 2-casa de su calendario, que corresponde al 1325 de la era cristiana,
decidieron fundar su ciudad en aquellas islas. Sería la ciudad de Tenoch o Tenochtli, es
decir Tenochtitlán7, el lugar del tunal sobre la piedra. El jeroglífico que representa al
caudillo y a la ciudad que fundó, será desde ahora una piedra sobre la que nace una
chumbera8.

Pero aquellas islas, tenían dueño, y concretamente pertenecían al ámbito de


influencia de la ciudad de Azcapozalco, cuyos habitantes, los tepanecas, de origen
nahua, como los propios aztecas, eran los grandes dominadores del valle, aunque en
competencia con la ciudad de Culhuacán, situada al sur del lago y de noble origen
tolteca y la de Texcoco, al este, de raíz chichimeca otomí.

Así, los aztecas, se vieron en la obligación de pagar tributo a los tepanecas para
poder conservar su incipiente asentamiento, que inicialmente eran solo unas cuantas
chozas. Una de las crónicas aztecas la mexicayotl, cuenta esos primeros momentos:

“Obtengamos piedra y madera


Paguémosla con lo que se da en el agua
Los peces, los renacuajos, ranas, patos
Y todos los pájaros que viven en el agua
Enseguida se pusieron a pescar
Y enseguida se fueron a vender y comprar
Luego regresaron

7 El subfijo “an” significa lugar, así por ejemplo sucede en Teotihuacán o Tenochtitlán. Este último
topónimo es lo mismo que decir el lugar del caudillo Tenochtli, o el lugar del tunal sobre la piedra, que
era el nombre del gobernante que los llevó hasta ese lugar y cuyo jeroglífico era una piedra sobre la que
crecía una chumbera.

8 Un hermoso mito que ocultaba una triste realidad: solo habían podido asentarse en un lugar
inhóspito, donde no había más que piedras y serpientes. De todas maneras, dicen también los textos
que los aztecas, lejos de arredrarse ante la existencia de tantas serpientes venenosas, simplemente,
mataron a las serpientes y se las comieron
6

Vinieron con piedra y madera


Con ella cimentaron con estacas
A la orilla de una cueva
El templo de Hutizilopochtli
Su adoratorio era pequeñito
Cuando se vio la piedra
Cuando se vio la madera
Enseguida empezaron
Apuntalaron el adoratorio…

También con estacas de madera, empezaron a formar las primeras chinampas, o


islas artificiales para poder plantar y comer de los frutos producidos allí. Aprovechando
las orillas del lago donde la profundidad no era mucha, fabricaban un armazón de
estacas clavadas que cerraban un espacio, que luego se rellenaba con cieno del fondo y
se sujetaban con las raíces de árboles que plantaban en el perímetro exterior, hasta
formar especie de sementeras flotantes. Por proceso de capilaridad, el agua se filtraba
por la tierra y vivificaba continuamente lo sembrado en ellas.

En este proceso de construcción ocurrió que en 1337, es decir a los doce años de
la fundación de Tenochtitlán, un grupo de aztecas descontentos del reparto de las tierras
que se hecho, se separaron del conjunto, y yendo a los islotes situados más al norte,
fundaron la ciudad de Tlatelolco, que sería independiente de la Tenochtitlán, hasta que
esta la absorbió de forma violenta varias décadas más tarde.

Habiendo muerto Tenoch en 1369, los aztecas decidieron nombrar un nuevo


gobernante, que ya no sería un simple sacerdote, sino un gobernante supremos, que
recibiría el título de tlatoani o huey tlatoani, que significa gran orador. Para ello
acudieron de nuevo a los señores de Culhuacán para que escogieran un noble culhua que
los gobernase. Muchos guerreros mexicas ya se habían desposado con mujeres culhuas,
tratando así de entroncar con la prestigiosa estirpe tolteca y creando el germen de lo que
sería la nobleza azteca los denominados pipiltin. El elegido fue Acamapichtli, que
gobernó a los mexicas hasta finales del siglo XIV. Durante su reinado, los aztecas
seguían pagando tributo a los tepanecas, que les obligaban también en participar en sus
campañas guerreras como auxiliares.

En 1397, fue elegido nuevo tlatoani, Huitzilíhuitl (1397-1417), hijo del anterior.
Con habilidad este gobernante se acercó a los tepanecas, pidiendo al gobernante de
Azcapozalco, el poderoso Tezozomoc, una hija para hacerla su esposa. Así ocurrió y los
aztecas se convirtieron en una especie de tropas escogidas al servicio de los tepanecas.
Cuando estos, con ayuda de los aztecas, conquistaron Culhuacán, los aztecas, se
consideraron los únicos herederos de los nobles toltecas de Culhuacán y se adoptaron
también ellos mismos el prestigioso nombre de culhuas. La alianza con los tepanecas,
permitió también a los aztecas seguir engrandeciendo su ciudad. Entre las mayores
ventajas estuvo conseguir el permiso para hacer un acueducto desde Chapultepec,
7

disponiendo así de un suministro de agua dulce, pues la del lago no era buena para el
consumo humano.

En 1417 fue elegido nuevo tlatoani de los aztecas Chimalpopoca, pero poco
después murió Tezozomoc, el gran gobernante de Azcapozalco que había favorecido a
sus súbditos aztecas. El nuevo dirigente tepaneca, llamado Maxtla, desconfiaba del
creciente poder de sus mercenarios mexicas y decidido a detener el progreso de
Tenochtitlán, mando asesinar a Chimalpopoca en 1426.

Entonces los mexicas eligieron Tlatoani a otro hijo de Acamapichtli y por tanto
hermano de Huitzilílhuitl, llamado Izcóatl [que significa Serpiente de Obsidiana].
Izcoatl gobernó entre 1426 y1440 y habría de ser el forjador de la grandeza mexica. En
alianza con Texcoco, logró derrotar a los tepanecas en 1428, y esas dos ciudades, más la
pequeña ciudad de Tlacopan (o Tacuba) situada al sur de Azcapozalco, constituyeron la
Triple Alianza: Tnochtitlán, Texcoco, Tlacopan, que se convertía en la organización
política que dominaría el valle, y luego, con la preponderancia progresiva de
Tenochtitlán dentro esta liga, constituiría un gran imperio en el centro de México.

El apogeo de los Mexicas, 1428-1519

Tras la caída de Azcapozalco y la fundación de la Triple Alianza, hasta la


llegada de Cortés en 1519, gobernaron 5 tlatoanis más además de Izcóatl. Serían ellos
los que, en menos de un siglo, forjaron la grandeza mexica. Al ser una monarquía
electiva, los sucesivos gobernantes no tenían por qué ser hijos del anterior, pero si es
cierto que todos salían de una misma familia. Así, después de Izcóatl, gobernaron
sucesivamente, un sobrino suyo, 3 de sus nietos, hermanos entre sí, y un biznieto. Según
se ve en el siguiente cuadro:

Izcóatl, fue el huey tlatoani, pero tenía, como todos los gobernantes aztecas, un
ayudante muy especial que ejercía el cargo de cihuacóatl. Cihuacóatl significa
textualmente serpiente femenina, aunque era un hombre, que ejercía las veces de
segundo en el mando. Su misión principal era sustituir al tlatoani en sus ausencias y
también se ocupaba especialmente de la recaudación de los tributos y la administración
de la justicia, haciendo las veces de algo parecido a consejero y primer ministro. El
personaje que ocuparía este puesto con Izcoatl y varios de los siguiente tlatoanis, como
Moctezuma I y Axayácatl, se llamaba Tlacaélel y para muchos autores fue el forjador
intelectual del imperialismo azteca. Como se dice en la crónica de Diego Durán “No se
hacía en todo el reino más que lo que Tlacaélel mandaba”. Una de las primeras órdenes
de Talcaélel, fue muy significativa y así lo cuenta Miguel León Portilla:

“Reunidos Talcaélel con Izcóat y otros jefes principales, se acordó quemar los
antiguos libros de pinturas [códices históricos y teológicos] de los pueblos vencidos y
algunos de los mismos mexicas, porque en ellos, en vez de reconocerse el verdadero
8

destino de los escogidos de Huitizilopochtli, se daba cabida a apreciaciones que sonaban


a erróneas. Se concibió entonces la historia como instrumento de exaltación de la
propia grandeza y dominación sobre otros pueblos. Del códice matritense proviene el
texto que refiere como tuvo lugar esta quema de libros de pinturas:

Se guardaba su historia
Pero entonces fue quemada
Cuando reinó Izcóatl en México
No conviene que la gente
Conozca estos libros de pinturas
Porque en ellos se guarda mucha mentira
Y muchos en esta pintura han sido tenidos
Falsamente por dioses” (págs. 106 y 107)”

Se trata de una clara intencionalidad de reescribir la historia según la ideología y


los intereses de los vencedores. Las viejas historias donde los aztecas aparecían como
subordinados y sometidos a los dioses de toltecas y tepanecas son convertidos en
cenizas. Los viejos dioses de los enemigos de los aztecas habían muerto y las creencias
y leyendas antiguas desparecían, excepto aquellas que tendían a explicar la inevitable
grandeza de los mexicas9.

Los dirigentes aztecas desde entonces trataron de imponer a su visión místico-


guerra del mundo. Según el mito clásico sobre la creación: los dioses se reunieron en
Teotihuacán y se sacrificaron, quemándose en una hoguera para que surgiese el quinto
Sol y se pusiera en marcha en el cielo. Los aztecas tenían un mito propio sobre el
nacimiento del Sol, que implicaba una lucha entre Huitzilopochtli, el dios solar y sus
hermanos y hermanas, la luna y las estrellas, como fuerzas de la noche. Solo la muerte
de la luna (que es descuartizada por Huitzilopochtli) y las estrellas, permitió al Sol
brillar en el cielo, con lo cual, de nuevo, la muerte era el paso previo para que brillase la
vida.
El Sol se apagaría sin una remesa constante de corazones de sacrificados,
con lo cual los ideales de conquista de los aztecas se verían así justificados. Ellos, el
pueblo elegido, se ponían del lado de Huitzilopochtli y cualquier conquista y la
hegemonía de los aztecas estaba justificada, pues con la entrega de corazones de los
prisioneros, el mundo seguiría existiendo.

9 Esta quema de códices por parte de los aztecas es un episodio muy desconocido y resulta curioso que
sin, embargo, muchos investigadores actuales, sobre todo anglosajones, no solo no lo tengan en cuenta,
sino que subrayen con tintes muy negros la especial intransigencia del primer obispo de Yucatán, fray
Diego de Landa. Éste, a pesar de ser un gran estudioso de la cultura maya, que nos legó los fundamentos
para descifrar su escritura, tras observar como los indígenas seguían realizando sacrificios humanos
quemó una decena de códices. Un hecho desde luego lamentable a los ojos de historiadores del siglo
XXI, pero, como se ve, perfectamente asimilable a otros anteriores cometidos por los propios habitantes
de Nuevo Mundo, cuando querían imponer su visión particular de la historia y la religión.
9

Izcóatl, como huey tlatonai y su consejero, el cihuacóatl Tlacaélel, organizaron


también la sociedad azteca. Ellos crearon una nobleza, los pipiltin, formada por los
guerreros distinguidos en la guerra contra Azcapozalco y que habían entroncado con
mujeres de Culhuacán. De esa nobleza se eligió surgió un gran consejo [de un centenar
de miembros, cuya posición pasaba de padres a hijos] y de este una especie de pequeño
consejo, pequeño en número, porque lo formaban cuatro nobles, pero que tenía la
suprema autoridad en casi todos los órdenes, especialmente en el judicial. Era el
llamado Tlatocan, cuyos cuatro componentes tenían una capital importancia en la
elección del nuevo tlatoani, ellos eran, no solo electores del nuevo gobernante, sino
también elegibles para el cargo, por lo que solían se parientes del anterior huey tlatoani.
Izcóatl fue también un gran conquistador y tras derrotar a Azcapozalco dirigió a la
Triple Alianza, primero hacia el SO, conquistado las tierras del actual estado mexicano
de Guerrero, con su capital en Taxco y luego hacia el SE, en el estado de Puebla.

A Izcóalt le sucedió entre 1440 y 1468 su sobrino Moctezuma I también


llamado para distinguirlo del Moctezuma que recibió a Cortés, Moctezuma
Ilhuicamina. Este huey tlatoani fue quizá el mayor conquistador de todos los que
gobernaron México. Por el SE expandió su poder primero por el estado de Morelos, y
luego más allá hasta la región central de Oaxaca. Pero también dirigió los guerreros de
la Triple Alianza hacia el golfo de México, hasta los actuales estados de Veracruz y
Tabasco, la antigua región de los olmecas.

Estas conquistas llevaron a Tenochtitlán una cantidad ingente de botín en forma


de oro en polvo, joyas, piedras preciosas, plumas, conchas marinas, algodón, mantas
labradas, armas, animales vivos, alimentos de todo tipo y hasta materiales de
construcción, como se muestra en el llamado códice de los tributos o códice Mendoza,
porque fue hecho a petición del primer virrey de México, don Antonio de Mendoza, que
deseaba saber qué tipos de tributos recibieron los señores de Tenochtitlán. De ellos,
inicialmente, los aztecas se quedaban con 2/5 y Texcoco con otros 2/5 dejando el quinto
restante a la pequeña Tlacopan. Con el tiempo, los aztecas se cavarían quedando con el
botín completo.

También emprendió Moctezuma Ilhuicamina unas expediciones a las fronteras


norte del imperio azteca para buscar los lugares originarios y míticos de la tribu mexica,
como fueron el Lugar de las Siete Cuevas (Chicomóztoc) y la propia Aztlán (Lugar de
las Garzas), que según los códices aztecas llagaron a identificar. Con ello pretendían
convertir en historia sus antecedentes míticos, y así fortalecer la seguridad en si mismos
como pueblo elegido.

Tras la muerte de Moctezuma en 1469, los aztecas eligieron como huey tlatoani
a Axayácatl, que era nieto de Izcóatl (y sobrino en segundo grado de Moctezuma I).
Tras el gobernarían, dos de sus hermanos Tizoc y Ahuítzotl, por lo tanto, nietos también
de Izcóat.
10

Axayácatl es conocido por un éxito, pero también por un rotundo fracaso. Su


éxito consistió en conquistar por la fuerza la ciudad de Tlatelolco. Lo habitantes aztecas
de la ciudad hermana de Tenochtitlán, se había separado en 1337 por no estar de
acuerdo con el reparto de tierras que les tocó en la época fundacional y desde entonces
habían seguido una vida independiente. Buscando un pretexto de índole menor, los
tenochcas invadieron en 1473 Tlatelolco y la incorporaron a su ciudad, así se creaba la
gran ciudad de México, con dos centros: uno al sur, el de Tenochtitlán, con funciones
fundamentalmente religiosa y administrativas, lo que se mostraba con el llamado
Templo Mayor, un conjunto de edificaciones religiosas rodeado por un muro que
incluía, varios, templos, juegos de pelota, colegios de nobles (calmecac) y salas de
reuniones para que los guerreros de elite (los caballero águila y los caballeros jaguar)
realizasen sus ceremonias. En tiempos de Axayácatl, el templo Mayor se enriqueció con
grandes esculturas, entre la más famosa la llamada piedra del Sol, también conocida
como calendario azteca, un gran monolito circular, que mostraba en el centro al quinto
Sol con una lengua en forma de cuchillo de sacrificios pidiendo corazones, rodeado por
los jeroglíficos de las cuatro etapas antecedentes del mundo. Al lado del templo, se
abría una gran plaza y los costados de ella los palacios de los gobernantes aztecas. La
plaza central de Tlateloco, situada más al norte, además de pirámides y otras
edificaciones religiosas, poseía también una gran plaza (hoy llamada de las Tres
Culturas) que se empleaba como el gran mercado de la ciudad unificada.

Pero este tlatoani emprendió también una campaña en 1478 que resultó
desastrosa. Muy cerca de la frontera norte del imperio azteca, pero ya fuera del área
mesoamericana, se encontraba el reino tarasco, situado en lo que hoy es el estado de
Michoacán. Era una zona muy poblada y cuyos habitantes eran expertos metalúrgicos,
por ser esta una región con abundantes minerales, con lo que los tarascos poseían armas
de cobre, además de arcos flechas y hondas. Por ello y aunque los aztecas atacaron la
región con un ejército que, según las crónicas, alcanzó los 24.000 guerreros, se vieron
superados por los tarascos que los vencieron, mataron a muchos e hicieron retroceder al
resto. Aunque Axayácatl sobrevivió, nunca se recuperó del todo y murió en 1481.

Le sucedió su hermano Tizoc, pero su ardor guerrero tal vez se viera muy
limitado por la derrota sufrida por su antecesor y en los 5 años de su reinado no realizó
ninguna campaña importante, hasta tal punto que, aunque esto no está probado, se dice
que algunos que anhelaban volver a la guerra y las conquistas, lo envenenaron.

El tercero de los tres hermanos, y nietos de Izcóatl, que gobernaron a los


aztecas fue Ahuítzotl, que comenzó a reinar en 1486. Fue otro de los grandes
conquistadores aztecas, y tal vez para que no le pasase lo que a Tizoc, emprendió una
serie de campañas para asegurar los territorios ya conquistados y que se habían rebelado
bajo el reinado anterior. Luego se lanzó a completar la conquista de todo el centro de
México, hasta llegar a lo que fue la frontera maya en el Estado de Chiapas.
11

Sin embargo, a escasos cien kilómetros de Tenochtitlán, en el inmediato valle


situado al este de las montañas que circundaban el lago Texcoco, la confederación
tlaxcalteca, pueblo de lengua náhuatl, resistió los intentos de conquista de los aztecas.
De hecho la Triple Alianza y la Confederación Tlaxcalteca habían establecido una
especie de pacto, por el cual se enfrentaban periódicamente con el fin de conseguir
prisioneros que acabarían siendo sacrificados a los dioses de los respectivos grupos.
Fueron las llamadas “Guerras Floridas” y que convirtieron a aztecas y tlaxcaltecas en
mortales enemigos, algo que aprovecharía en su beneficio Hernán Cortés, que tuvo a los
tlaxcaltecas como files aliados en la conquista de México.

En tiempos de Ahuítzolt, concretamente en 1487 se produciría la mayor


ampliación de la pirámide principal del templo mayor de México, que en su cúspide
albergaba los adoratorios de Tláloc, el dios teotihuacano de la lluvia, fuente de la
tradición mesoamericana, junto al de Hitzilopochtli y Tezcatlipoca, dioses particulares
de la etnia azteca.

Ahuítzolt, no solo engrandeció Tenochtitlan con los tributos de las conquistas,


sino con las riquezas que llevaron a México, grupos de comerciantes, los pochtecas, que
formaban asociaciones de pueblos de etnias diversas, unidos por sus intereses
económicos y que puestos al servicio del huey tlatoani de México, le servía tanto de
embajadores, como de espías de regiones alejadas, de las cuales traían sus productos a la
capital de la confederación azteca.

En 1502, tras la muerte de Ahuítzolt, fue elegido nuevo huey tlatoani,


Moctezuma II, llamado también Moctezuma Xocoyotzin, hijo de Axayácatl, sobrino de
Ahuítzol, el anterior tlatoani, y biznieto de Izcóatl, el forjador de la Triple Alianza.

Moctezuma había destacado como sabio sacerdote y gran guerrero, cosa que
entre los aztecas era frecuentemente compatible. Incluso se le atribuyen poemas y
cantos. Durante su reinado, se dedicó a consolidar las conquistas de su tío y antecesor y
a adornar con grandes esculturas el Templo Mayor, entre ellas destaca el gran monolito
circular que representa a la Coyolxauhqui, la diosa luna, descuartizada por su hermano
el Sol, según la mítica lucha entre la luz y las tinieblas. También la de la madre de
ambos dioses, la diosa de la tierra la Coatlicue.

En tiempos de Moctezuma México, con sus dos centros de Tenochtitlan y


Tlatelolco había alcanzado su máxima población, hay quien dice que pudo tener
200.000 habitantes. [eso es lo que dice León Portilla, pero la mayoría de los autores, no
creen que fuera más allá de los 80.000 o como mucho 100.000 habitantes].

El archipiélago lacustre en donde se había asentado la ciudad, la convertía en un


asentamiento urbano anfibio, con calles y canales. Tres grandes calzadas la unían con la
orilla del lago. Al norte la calzada del Tepeyac; al Oeste la de Tacuba y por el sur la de
Iztapalapa. Por el Oeste no había calzada alguna, pues allí el lago alcanzaba su máxima
12

anchura. Lo que si construyeron los aztecas fue un dique hecho con postes de madera
hincados en la tierra para separar las aguas más dulces, de las más salobres situadas al
oeste. A modo de sistema defensivo las calzadas tenían de trecho en trecho puentes
levadizos, que evitaban la penetración de un posible enemigo.

La sociedad azteca estaba formada en la base por familias extensas clanes, eran
los llamados calpulli, que significa casa grande. Cada calpulli estaba formado por gente
del pueblo o macehualtín (plural del singular macehual).

“Los miembros de un mismo calpulli poseían un territorio en común, habitaban


un mismo barrio de la ciudad, y realizaban conjuntamente una serie de funciones de
carácter socioeconómico, religioso, militar y político”. En resumen, el calpulli era la
célula básica de la organización de la primitiva tribu azteca. Los aztecas, trabajaban las
tierras de su calpulli en régimen de usufructo; acudían a la guerra en batallones
formados por cada calpulli; tributaban al tlatoani no de manera individual, sino por el
conjunto de su calpulli; rendían culto a dioses particulares de su calpulli, además de a
los del conjunto de la tribu y, finalmente, elegían un consejo de ancianos, que antes de
la existencia del poderoso estado azteca, era la principal fuente de autoridad y gobierno.

También existieron trabajadores sin tierra, eran los mayeques, que significan los
que tiene brazos. La mayoría de ellos eran extranjeros acogidos en Tenochtitlán para
trabajar las tierras de los templos y de los nobles, pero se dieron casos de aztecas que,
desposeídos de sus tierras, por deudas, por delitos, o simplemente porque no las
supieron trabajar con eficacia que se tenían que contratar como mayeques en tierras de
otros calpullis. Una gran parte del producto de la tierra trabajada por estos mayeques
debía de entregarse a los templos, nobles o al calpulli propietario de las tierras. Estos
mayeques, en casos excepcionales o especialmente graves podían caer en la condición
de esclavitud, que no era permanente, sino que duraba hasta que se pagase la deuda o se
purgase la culpa. Eran los tlatacotín. Había también esclavos permanentes, que podían
ser prisioneros de guerra, o gente comprada en lugares lejanos, y ambos estaban
destinados finalmente a ser sacrificados a los dioses. Eran los llamados mamaltín.

Por encima de estos grupos, incluyendo los macehualtin organizados en sus


calpullis, había artesanos y comerciantes, gente de etnia diferente a la azteca y que
gozaban de jueces especiales y otros privilegios. Por encima de todos estaban los nobles
guerreros aztecas, los pipiltin, que poseían tierras en usufructo trabajadas por mayeques.
Las ocupaciones de los pipiltin era encabezar todas las tareas administrativas, tales
como la recaudación de tributo, formación de tribunales de justicia, hacer de
gobernadores de regiones alejadas y sobre todo dirigir la guerra. Los cargos más
importantes de esta compleja red de gobierno los ejercían unos nobles que recibían el
título de tecutli (en plural tetecutín), que significaba señor. El tribunal superior lo
formaban cuatro grandes nobles, que como hemos tenido oportunidad de decir
constituían el Tlatocan. Los dos cargos superiores en el ámbito militar, también ejercido
13

por nobles era los llamados “señor de la casa de los dardos” y “comandante de los
hombres”.

El final del reinado de Moctezuma II se vio lleno de presagios. Las expediciones


españolas habían empezado a recorrer la costa del golfo de México desde 1517, en que
la recorrió Francisco Hernández de Córdoba, seguido al año siguiente por la de Juan de
Grijalba, que llegaría ya al actual estado de Veracruz. Los espías de Moctezuma
llevaron a su señor la noticia de la presencia de los barcos españoles, para ellos enormes
casas que flotaban en el mar, en donde venían extraños seres montado en unas especies
de ciervos gigantes. Moctezuma, buen conocedor de la religión azteca pudo pensar que
aquellos seres eran los ayudantes del dios Quetzalcóatl, que según la tradición, tras ser
derrotado por Tezcatlipoca, se marchó por el oriente prometiendo volver a recuperar su
reino.
Este temor se vio incrementado por la presencia de prodigios y señales: el agua
del lago comenzó a hervir; se vieron cometas en el cielo; se escuchaban extrañas voces
por la noche, y apareció un pájaro que llevaba un espejo en la cabeza, y cuando
Moctezuma miró en él vio como extraños seres se acercaban dándose empellones los
unos a los otros.

El año de 1519 vio la llegada de Cortes y sus 500 mercenarios, acompañados por
varios miles de sus aliados tlaxcaltecas. Moctezuma, apresado por los españoles, fue
muerto a pedradas por sus propios súbditos, que lo consideraron un colaboracionista y
siguiendo la tradición azteca, le habían nombrado un sucesor. El último tlatoani fue
Cuatémoc (águila que cae, un nombre que parecía una predestinación) que se rindió a
los españoles en Tlatelolco el 13 de agosto de 1521.
***
El calendario

Los aztecas no tenían un sistema de cómputo del tiempo tan complejo como el de los
mayas, pero sí seguían la norma mesoamericana de tener varios calendarios
funcionando al mismo tiempo.

Los más importantes eran dos. En primer lugar el calendario o año solar o
Xihuitl (equivalente al Haab maya). Servía para situar la llegada de las diferentes
estaciones y ciclos tanto agrícolas como religiosos. Por ejemplo: cuándo llegaría la
estación de lluvias, o la de sequía; cuándo había que plantar o recoger la cosecha; o
cuándo había que celebrar a determinado dios o diosa.

Si nosotros dividimos el año en 12 meses de un número desigual de días (28, 30


o 3….y en año bisiesto 29). Los mexicas dividían el año en 18 meses, cada uno de 20
días, lo que hace 360 días a los que se añadía un mes más de 5 días al final del año. Este
último periodo se consideraba una época peligrosa, y donde podían ocurrir males y
desgracias.
14

Al mismo tiempo, cada día se podía medir también por un calendario ritual,
mágico y adivinatorio, el llamado Tonalpohualli (equivalente al Zolkin maya) o cuenta
de los 260 días. Este calendario se utilizaba para adivinar y predecir el futuro. Algo muy
parecido a los horóscopos a los que estamos habituados.

Constaba de una combinación de 20 días, cada uno puesto bajo la advocación de


un animal o un objeto con contenido mágico, con 13 números. En el caso de los aztecas
esos días eran:

• Conejo10
Agua
Perro
Mono
Hierba

• Caña
Jaguar u ocelote
Águila
Buitre o zopilote
Movimiento o terremoto

• Pedernal o cuchillo de pedernal


Lluvia
Flor
Lagarto
Viento

• Casa
Lagartija
Sepiente
Muerte
Venado

Al combinarse estos 20 con 13 números se daba lugar a 260 combinaciones diferentes


(13x20 = 260) y podía especularse y ver cuando volvería a repetirse una misma
combinación del mismo día, con el mismo número. Escogido cualquiera de esas uniones
de un día y un número, no se volvía a repetir otra idéntica hasta pasar un ciclo completo
de 260 días.

10 Los días señalados en negritas eran, como se explicará después, los elegidos en el calendario mágico
para coincidir con el inicio de los distintos años solares.
15

Este tipo de “juego” puede hacerse siempre que se combinen dos conjuntos numérico
de distinta longitud. Por ejemplo, si combinamos tres letras A, B, y C, con los cinco
primero números, se daría una sucesión tal y como la que sigue

A1
B2
C3
A4
B5
C1
A2
B3
C4
A5
B1
C2
A3
B4
C5
A1

La combinación de la letra A con el número 1, se ha vuelto a repetir tras quince


combinaciones (5x3=15)
16

Esto hacían los aztecas combinando sus dos calendarios, el de 365 días y el de
260 días. Al tratarse de una serie más larga y otra más corta que funcionaban a la vez,
también podían preocuparse por establecer combinaciones y ver cuando se volvían a
repetir. Suponiendo que los dos calendarios comenzasen a la vez, cuando llegaba el día
260, se había llegado al final del calendario mágico, pero no al final del solar, al que
todavía le faltaba 105 días. Al día siguiente sería el día 261 para el calendario solar,
pero de nuevo el primer día del calendario mágico.

En realidad, nosotros también combinamos en nuestro calendario series


numéricas distintas: los 365 días del año, con los 30 días (o 28 o 31) días del mes y los
siete días de las semanas. Podríamos también “jugar” a saber cuándo un determinado
año o mes comienza en lunes. De hecho, cuando se combina el martes (uno de los 7 días
de la semana) con el 13 (de un mes, de, digamos, 30 días), decimos que es un día
nefasto.

En el calendario azteca, como en el maya y en todos los mesoamericanos,


cualquier combinación escogida entre el calendario solar y el adivinatorio, no volvía a
repetirse hasta pasados 18.980 días (el múltiplo común más pequeño), o lo que es lo
mismo, 52 años de 365 días (365 x 52 = 18.980) y 73 años de 260 días (260x73 =
18.980).

El periodo de tiempo de 52 años constituye el llamado “siglo” mesoamericano,


también llamado por los aztecas Xiuhmolpilli o “atadura de años”. Cuando terminaba
un ciclo de 52 años, es decir se volvía a repetir la combinación del primer día del
calendario solar con la del primer día del calendario mágico, se consideraba que se
había cumplido un ciclo y la gente tenía el temor de que el Sol pudiera no volver a salir
al día siguiente para iniciar un nuevo ciclo. Entonces, para instar al astro a seguir
iluminando a los seres humanos, al alba de ese nuevo día, se encendía una hoguera en el
pecho de un cautivo recién sacrificado. Esta era la llamada fiesta del “Fuego Nuevo”,
una de las más importantes del calendario ritual mexica.

Cuando un azteca cumplía 52 años, se consideraba que había entrado en la ancianidad y


a una combinación de dos ciclos de 52 años, es decir 104 años se la llamaba “una vejez”

Seguidamente puede verse una combinación de los dos calendarios, para dar lugar a ese
ciclo de 52 años solares o 73 años mágicos11.

11 En la imagen los nombres de los meses y días están en maya, pero los aztecas tenían el mismo
sistema, aunque con nombres expresados en náhuatl, claro está.
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18

También es importante saber que cada uno de los 52 años de estos ciclos se
nombraba y distinguía de los demás, por la cifra del calendario ritual con la que
empezaba. En ese sentido, cada año azteca solo podía comenzar por cuatro de los 20
días del calendario ritual.

Para comprender esto consideremos que el año solar tuviese 360 días (no 365) y
por ello estaría dividido en 18 meses de 20 días cada uno. De esta manera si el año
empezaba por el día “conejo”, y como los días mágicos eran también 20, al acabar el
año solar, con sus meses de 20 días, el nuevo año volvería a comenzar por el día
“conejo” y no se distinguiría del anterior. Sin embargo al tener el año 365 días, al
añadirse esos cinco días finales, solo cuatro signos del calendario mágico, apartados,
uno de otro, en cinco posiciones, serían los que podrían ser los llamados “portadores del
año”. En el caso de los aztecas, esos días eran “conejo”, “caña”, “pedernal” y “casa”.
Pero como el ciclo era de 52 años, se combinaban esos cuatro días, de nuevo con 13
números y así se obtenía 52 combinaciones (13x4 = 52). De esta manera, cada uno de
los 52 años de cada “siglo” se denominaba por el día del calendario mágico con el que
comenzaba.

Un ejemplo de cómo se denominaba cada uno de los 52 años, en función del día del
calendario ritual con el que comenzaba se puede ver en la relación siguiente

Primera serie de 13 años


1 Conejo
2 Caña
3 Pedernal
4 Casa
5 Conejo
6 Caña
7 Pedernal
8 Casa
9 Conejo
10 Caña
11 Pedernal
12 Casa
13 Conejo

Segunda serie de 13 años


1 Caña
2 Pedernal
3 Casa
4 Conejo
5 Caña
6 Pedernal
7 Casa
8 Conejo
9 Caña
10 Pedernal
11 Casa
19

12 Conejo
13 Caña

Tercera serie de 13 años


1 Pedernal
2 Casa
3 Conejo
4 Caña
5 Pedernal
6 Casa
7 Conejo
8 Caña
9 Pedernal
10 Casa
11 Conejo
12 Caña
13 Pedernal

Cuarta serie de 13 años


1 Casa
2 Conejo
3 Caña
4 Pedernal
5 Casa
6 Conejo
7 Caña
8 Pedernal
9 Casa
10 Conejo
11 Caña
12 Pedernal
13 Casa

El siguiente año le tocaría ser: 1 Conejo, con lo que se producía una primera
repetición de día y número y empezaría otro ciclo de 52 años. El problema para la
cronología azteca es que en ese nuevo ciclo los años se denominaban de la misma
manera y a veces en los códices, cuando se dice que algo paso en un años 2 Caña, por
ejemplo, puede dudarse de a que “siglo” corresponde. Esto no pasa entre nosotros, que
tenemos una cuenta inicial desde el nacimiento de Cristo y los años van tomando
numerales consecutivos, ni entre los mayas, que tenían una “Cuenta Larga”, con años
contados de manera sucesiva desde el nacimiento del Sol, que correspondía al 3.113
antes de Cristo.
20

El calendario solar, con sus 18 meses o veintenas de días servía, como hemos
dicho para marcar las fechas del ciclo agrícola, así como las principales festividades
religiosas. En cada mes se celebraba a un dios principal.

Así en la primera veintena, que coincidía con nuestro mes de febrero, se honraba
a los ayudantes del dios de la lluvia, los tlaloques, que recorrían los cielos con sus
jarras, unas veces llenas de agua, que al romperlas no solo provocaban los truenos, sino
las inundaciones. Otras veces llevaban las jarras vacías y entonces no llovía sobre la
tierra y en el mejor de los casos, las llevaban medio llenas de agua, produciéndose las
lluvias suficientes y necesarias para regar los campos.

En la segunda veintena se conmemoraba al dios de la primavera y asu dios,


Xipé, el desollado, al que se le destinaban sacrificios humanos para que los sacerdotes
se vistiesen con la piel de los inmolados, para recordar el cambio de piel que sufre la
tierra al llevar la primavera.

En otros meses los dioses venerados eran Tláloc, el dios de la lluvia, en honor
del cual se realizaba la llamada fiesta de ,los montes, pues Tláloc habitaba en las cuevas
del interior de las montañas y en la que se sacrificaban niños; también a Coatlicue,
diosa de la tierra y madre del Sol; al dios del fuego; al del Maíz; a la diosa de la sal, una
divinidad femenina, considerada hermana de los dioses de la lluvia y a la que se le
sacrificaban mujeres; al dios Tezcatlipoca, dios de la oscuridad y la versión nocturna del
Sol, que según la tradición era un gran músico, se le sacrificaba un joven al que se había
estado enseñando a tocar la flauta; y en fin el dios Huitzilopochtli tenía, su veintena
sagrada, concretamente la decimoquinta del año.

En todas estas fiestas, además de la sangre de las víctimas humanas, considerada


la ofrenda más valiosa, se realizaban ofrendas de flores, se cortaban árboles y plantas
para engalanar los templos y se engalanaban éstos con tiras de papel de pita de color
blanco.

Todas las fechas de los calendarios, tanto del solar como del mágico, podían ser
funestas o propicias. Los que interpretaban esta condición eran los sacerdotes. A la hora
de realizar las predicciones no solo intervenían la combinación de días y números, sino
también las horas del día o de la noche, en donde, por ejemplo, un niño hubiese nacido.
Se consideraba que el día tenía 13 periodos, que podríamos considerar parecidos a
nuestras horas. También 13 eran los pisos que se consideraba que tenía el cielo. La
noche se dividía en 9 partes, tantas como pisos tenía el inframundo. Unos días
especialmente aciagos se consideraban los cinco últimos días del año. Quienes nacían
entonces se consideraba que tenían muchas posibilidades de ser infortunados.

La religión de los mexicas


21

Para un azteca, no había diferencia entre realidad y religión. Todo tenía una
interpretación religiosa. Las montañas, los fenómenos de la naturaleza, el agua, la tierra,
los astros eran realidades divinas. Incluso los números (había números especialmente
importantes: (4, 13, 20, 52, 260, 360), los periodos de tiempo, las mismas fechas tenían
carácter sagrado.

Otra característica de la religión azteca era su sincretismo, por el cual habían


adaptado dioses, mitos y creencias de la Mesoamérica del periodo clásico a sus propias
creencias, que también mantenían. La prueba más palpable era que en la pirámide
principal del Templo Mayor de Tenochtitlán, había en la cúspide dos adoratorios. El
primero para Tláloc, el dios de la tradición mesoamericana, de la lluvia, y de la
agricultura y otro para la dualidad solar de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, que
representaba a la guerra, al botín como forma de obtener riquezas, que era la base de la
economía de los nuevos invasores chichimecas.

También formaría parte de esa adopción de diferentes tradiciones religiosas


estaría el culto a Quetzalcóatl, un dios teotihuacano, relacionado con el viento que
arrastraba las nubes y que según la tradición tolteca se confundía con un sabio
gobernante que proporcionó a los hombres grandes beneficios, yendo a buscar el maíz,
enseñándoles la arquitectura, la música, las artes etc. También era una tradición
precedente a la azteca la creencia en una primitiva dualidad divina denominada
Ometeotl, el llamado Señor de la Dualidad, padre y madre a la vez, que daría origen a
los demás dioses.

Pero quizá como mejor se muestra este carácter sincrético de la religión azteca
es en la existencia de hasta dos mitos diferentes para explicar el nacimiento del Sol, uno
de origen clásico y otro puramente azteca, con el único elemento común, que en ambos,
solo el sacrificio y la muerte es capaz de general nueva vida.

El mito clásico del origen del mundo es el llamado del Quinto Sol

Según la mitología de las culturas del clásico, habían existido cuatro eras o
etapas de la existencia. En cada una de ellas los seres existentes fueron cada vez
complejos, pero cada una fue destruida por un cataclismo: diluvios, vientos
huracanados, caída del cielo sobre la tierra, o una invasión de jaguares que devoraron a
los hombres.

Para poner en marcha la quinta edad, el dios dual Ometéotl, llamado en muchos textos
“Señor y Señora de nuestra carne” se desdobló en cuatro hijos, uno de los cuales fue
Quetzalcóatl.

Quetzalcóatl y uno de sus hermanos, convertidos en serpientes se enrollaron


sobre la cabeza de la diosa de la tierra. Esta era un ser monstruoso [según la tradición
olmeca] llena por todas partes de ojos y bocas. Las serpientes terminaron por cercenar la
22

cabeza del monstruo, que quedó convertida en la bóveda celeste y por eso las imágenes
de la diosa tierra entre los aztecas, la Coatlicue [que significa la de la falda de
serpientes] aparece sin cabeza o con dos serpientes a modo de cabezas.

“De los pelos de la diosa tierra nacieron los árboles y las flores; de su piel las
hierbas; de sus múltiples ojos se originaron las fuentes y las cavernas pequeñas; de sus
bocas nacieron los ríos y la grandes cuevas. Las montañas y los valles provinieron de su
nariz y de su espalda. Así de la realidad viva de la viviente de la diosa fue surgiendo
todo lo que existe”.

Restaurada la tierra, los dioses reunidos en Teotihuacan se dieron cuenta que no


había ni Sol ni Luna. Para que se crearan esos astros, era necesario el sacrificio de
arrojarse a una hoguera, y ninguno de los dioses presentes quería sufrir un dolor tan
agudo. Solo dos dioses a los que los demás no valoraban por tener el cuerpo lleno de
pústulas, se decidieron a arrojarse al fuego y tras hacerlo renacieron, uno convertido en
Sol y otro en la Luna.

Pero el resto de los dioses vieron con asombro que los astros no se movían, así
que todos los dioses allí reunidos decidieron someterse al sacrificio de la muerte y se
arrojaron a la hoguera para que los dos astros caminasen por el cielo. Así comenzó la
quinta era, el quinto Sol, llamada la era del “Sol de Movimiento”.

Evidentemente con esto quedaba puesta la semilla que habría de fructificar en


los rituales sacrificiales aztecas. “Si por el sacrificio de los dioses fue posible el
movimiento y la vida del Sol, tan solo por el sacrificio de los hombres se preservaría la
vida y su movimiento.

Pero quedaba por aparecer el hombre. Para ello, Quetzalcóatl descendió al


inframundo, que los aztecas llamaba Mictlán, donde tuvo que enfrentarse a duras
pruebas que le planteo Mictlantecutli, o “Señor de la región de los descarnados”. Al fin
Quetzlacoatl consiguió rescatar los huesos de un hombre y una mujer que viieron en
épocas pasadas. Se los llevó, los molió en un cuenco, y tras traspasarse el pene con una
aguja, los amasó con su sangre para dar vida a los nuevos hombres y mujeres. De
nuevo, los seres humanos nacían de la sangre y el sacrificio.

El mito mexica del nacimiento del Sol

Los aztecas tenían su propia visión del nacimiento del Sol.

Todo partía de una reflexión filosófica que consideraba a la tierra, madre


universal y al Sol principio fecundador, que al penetrar en la tierra, daba vida a todo lo
existente.
23

El mito cuenta que la diosa tierra, la Coatlicue [la de la falda de serpientes], se


encontraba en su casa, que se hallaba en la cima del Coatepec [monte de las serpientes]
y barriendo el suelo encontró unas plumas de colibrí, un ave, que era una de las
representaciones de Huitzilopochtli [que significa colibrí del Sur]. La diosa guardó en
su seno esas plumas preciosas y quedó mágicamente preñada del dios del Sol.

La noticia del embarazo de Coatlicue corrió pronto entre sus anteriores hijos,
que eran la Coyolxauhqui (la de los cascabeles en la mejilla) y las estrellas, que en la
mitología azteca son personajes masculinos y se les denomina “los cuatrocientos
guerreros del Sur”, siendo 400, un múltiplo de 20, y que viene a significa, innumerable
o muy numeroso.

Esas fuerzas de la oscuridad y la noche, como eran la Luna y las estrellas,


decidieron matar a su madre, pues consideraban que su embarazo provenía de una
relación ilícita. Así la Luna y las innumerables estrellas subieron al Coatepec a matar a
Coatlicue, pero en ese momento nació el Sol, Huitzilopochli, cubierto con la piel de un
sacrificado y llevando en la mano una espada en forma de serpiente de fuergo, con la
que descuartizó a la Luna y a las estrellas, a las que arrojó rodando por el monte abajo.

El códice Florentino, en el que varios informantes aztecas fueron dirigidos por el


franciscano Bernardino de Sahagún para recopilar las viejas historia mexicas, contaba
así el enfrentamiento:

“Huitzilopochtli se irguió
Persiguiendo a los Cuatrocientos del Sur,
Los fue acosando
Desde la cumbre de la montaña de la serpiente.
Y cuando los había seguido
Hasta el pie de la montaña,
Los persiguió, los acosó, cual conejos,
En torno a la montaña.
Cuatro veces les hizo dar vueltas.
En vano trataban de hacer algo contra el,
En vano se revolvían…
Huitzilopochtli los destruyó,
Los aniquiló, los anonadó”.

Queda claro que en este mito se representa la eterna lucha de la luz contra las
tinieblas, del día contra la noche, representado por esa lucha entre el Sol, por un lado, y
la Luna y las cuatrocientas (innumerables) estrellas por el otro.

Cuando en 1978, unos obreros, que cavaban una zanja para introducir unos
cables eléctricos en las proximidades de la catedral y la plaza del Zócalo, encontraron
un gran monolito circular con la imagen decapitada y desmembrada de una divinidad
24

femenina, los arqueólogos supieron que se trataba de una representación de la


Coyolxauhqui y que la pirámide principal del Templo Mayor, la dedicada a
Huitzilopochtli y Tláloc, no estaría lejos. En efecto, las excavaciones realizadas dieron
con el emplazamiento de los restos de esa pirámide, construida en varias fases, y cuya
fase dos, edificada en tiempos de Izcóatl, aun podía verse al haberse hundido en el suelo
cenagoso de la antigua laguna de México.

Y es que para los aztecas, esa pirámide era la representación en piedra del Coatepec, la
casa de la diosa Coatlicue (la diosa tierra) y por ello al pie del templo, habían colocado
aquella estela circular con el cuerpo descuartizado de la luna en su lucha diaria con el
Sol.
Cuando los aztecas realizaban un sacrificio humano en la parte superior de la
pirámide, estaban recordando la lucha entre los dioses, y por ello, al desgraciado
prisionero, después de arrancarle el corazón, lo arrojaban escaleras abajo, como El Sol
había arrojado a la Luna tras descuartizarla.

Este mito, aunque diferente del relato clásico del nacimiento del Sol en
Teotihuacán, tiene algo en común con él: sin sacrificio, sin muerte previa no hay vida.
Sin ofrecer corazones al dios del Sol, tal vez no pueda ganar su lucha diaria con las
fuerzas de las tinieblas, y todo lo existente se podría cubrir por una noche oscura y
eterna.
En esos mitos se basaba la ideología que impulsaba la expansión Mexica. Los
aztecas tenían una sagrada ocupación; proporcionar corazones para que el Sol
continuase en movimiento, saliendo cada día. Era un verdadero misticismo guerrero que
era la gran justificación de su existencia.

Sacrificios humanos que seguían rituales muy distintos: aunque el más conocido
era la extracción del corazón, sobre todo a hombres, pero también a mujeres, con un
cuchillo de pedernal en lo alto de las pirámides. Igualmente se sacrificaban niños en los
montes y cavernas, destinados al dios Tláloc y a los guerreros enemigos más valientes
se les hacía morir mediante el sacrificio gladiatorio, al enfrentarlo con armas de madera
a guerreros aztecas con afiladas cuchillas incrustadas en sus espadas de madera. Otra
forma común de sacrificar, fue acribillar a flechazos al prisionero, y en la mayoría de
los casos, estos sacrificios terminaban con un banquete antropofágico, donde los nobles
y los guerreros que habían apresado a los sacrificados, comían la carne de los brazos y
piernas de los vencidos.

Destino después de la muerte

Para los mexicas el destino tras la muerte no dependía del comportamiento del
individuo en esta vida, sino en el tipo de muerte que hubiera tenido.

Los guerreros que morían en combate tenían el privilegio de ir tras su muerte “al
cielo del Sol” y acompañar al astro en su ruta celestial convertidos en aves de preciosos
25

plumajes. De igual manera morían los guerreros capturados en combate y sacrificados a


los dioses. Este destino lo compartían las mujeres que morían de parto, de las que se
decía que morían con un prisionero en su vientre.

Al paraíso del dios de la Lluvia el Tlalocán o lugar de Tláloc, iban los que
habían muerto por sucesos relacionados con el agua: ahogados, muertos por un rayo o
de algunas enfermedades que se relacionaban con el agua, como la hidropesía, la gota o
la lepra. Este recinto de Tláloc, era una especie de jardín, donde los muertos jugaban
entre flores, mariposas y cursos de agua, según las representaciones encontradas ya en
el palacio de Tepantitla en Teotihuacán.

El resto de los mortales, tanto nobles como plebeyos iban al Mictlán, la Región de los
Muertos o de los descarnados. Este lugar situado en lo más profundo de las 9 regiones
del inframundo era, naturalmente un lugar tenebroso y el menos codiciado de los
destinos de ultratumba.

Como cualquier ser humano los aztecas dudaban de cuál sería su destino tras su
muerte. Un poema de los llamados cantares mexicanos dice así:

“Muy cierto es:


De verdad nos vamos, de verdad nos vamos.
Dejamos las flores y los cantos,
Cuanto existe en la tierra.
¡Es verdad que nos vamos,
Es verdad que nos vamos!
¿Pero adónde iremos, adónde iremos?
¿Estamos allá muertos o vivimos aún?
¿Otra vez viene allí el existir?
¿Otra vez gozar del dador de la vida?”

La educación azteca

Hasta los 10 o 12 años, la educación se realizaba en el hogar de cada familia


nuclear. Según lo que muestra el códice Mendoza, el padre se ocupaba de la educación
de los varones y la madre de la de las hijas. Los niños de ambos sexos, desde pequeños
se les hacían trabajar ayudando a sus padres. Los varones llevan cargas a la espalda,
pescaban o remaban en las canoas trasportando mercancías. Las niñas aprendían a hilar,
tejer o moler el maíz. Los castigos eran extremadamente duros, especialmente para los
muchachos a los que les pinchaba con espinas de maguey y en casos de desobediencia
se les podía exponer a emanaciones de humo producto de la quema de ají picante, o
dejarlos durante una noche entera atado en una estera a la intemperie. La alimentación
era frugal y hasta cumplir los diez o doce años, la base podía ser un par de tortillas de
maíz.
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A partir de entonces la educación era comunitaria. Existían dos tipos de centros de


enseñanza.

Los hijos varones de la gente corriente concurrían normalmente a los telpuchcalli (que
significa casa de jóvenes), de los cuales solía haber uno en cada calpulli, en donde
sacerdotes-guerreros, les enseñaban la religión y el arte de la guerra, las dos principales
materias que debía conocer un azteca corriente, disciplinas ambas totalmente
relacionadas, pues como dijimos, la guerra era la principal justificación de los aztecas y
su obligación sagrada.

Los pipiltin, o nobles, y aquellos macehualtín especialmente dotados y fervorosos,


podían acudir al Calmécal, una escuela sacerdotal, situada en el interior del Templo
Mayor.

En esos casos, además de las enseñanzas militares, pues los sacerdotes aztecas podían
ser también prestigiosos guerreros, a los jóvenes se les enseñaba:

1. Retórica, o el arte de hablar bien


2. Cantos sagrados.
3. La lectura e interpretación de los códices y libros de los destinos o de
adivinación.
4. Así como de los códices de interpretación de los sueños.
5. Y, finalmente, los de anales históricos.

En el Calmecac la enseñanza era mucho más completa, pero la disciplina


también era mucho más rígida, pues los nobles debían, en primer lugar, dar ejemplo con
su conducta.

En el códice florentino se dice que “….a los muchachos se les enseñaba a


hablar bien, a saludar y a hacer reverencia. Les enseñaban todos los versos de cantos
para cantar, que se llamaban cantos divinos, los cuales versos estaban escritos en sus
libros….y más les enseñaban astrología, la interpretación de los sueños y la cuenta de
los años…”

Los maestros eran muy respetados y en el códice matritense se dice:

El sabio es una luz, una tea, una gruesa tea que no ahúma
El mismo es escritura y sabiduría.
Es camino, guía veraz para otros.
Conduce a las personas y las cosas
El sabio verdadero es cuidadoso como un médico
Y guarda la tradición.
Maestro de la verdad, no deja de amonestar
Les abre a los otros los oídos, los ilumina
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Pone un espejo delante de los otros


Gracias a él la gente humaniza su querer.

En fin, como dice un canto mexica, los hombres y mujeres de bien son los que
“Bien cantan, bien hablan, bien conversan con la gente; bien responden, bien se dirigen
a otros, porque la palabra no es cosa que se compra….”

Esa importancia dada a la palabra es digna de admiración, pues no en vano, en el propio


cristianismo, la palabra se identifica con Dios. Para los estudiantes aztecas, pero
también para los contemporáneos, es importante saber que la palabra no puede, o no
debería venderse, ni prostituirse y que es un arma, poderosa y benéfica en manos de
quién la emplea en provecho de sus semejantes.

***
Sevilla, a 29 de marzo de 2020.

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