Red de Música de Medellín: La Estética de La Transformación Social - Nicolás Ortiz C.
Red de Música de Medellín: La Estética de La Transformación Social - Nicolás Ortiz C.
Red de Música de Medellín: La Estética de La Transformación Social - Nicolás Ortiz C.
transformación social
Ensayo Nº2
Facultad de Artes
Maestría en Gestión Cultural
La educación musical es mucho más ambigua desde el punto de vista moral de
lo que podría pensarse.
Richard Matthews, “Beyond Toleration—Facing the Others”
Aunque la promesa del cambio abunda en días como hoy, en la narrativa electoral, en la
ilusión del porvenir que se construye por medio de las redes sociales y los medios de
comunicación, o simplemente porque es una palabra que resulta atractiva, lo cierto es que
ningún cambio surge de la noche a la mañana. Todas las transformaciones y -sobre todo- las
culturales, son el resultado y el sedimento de interacciones complejas, sinuosas y hasta
contradictorias, entre estructuras (estructurantes y estructuradas, según Bourdieu),
económicas, políticas, sociales, etc.
Presumir el cambio como algo positivo y bienvenido per se, ya resulta una contradicción;
pues la primera reacción a la transformación es la conservación. A la vez que opera una
fuerza transformadora, surge - con igual vehemencia- una fuerza conservadora que ocupa
todos los recursos para mantener las estructuras que le han dado vida y que la legitiman. Así,
una transformación es el resultado de una o varias disputas que ocurren visible e
invisiblemente y que terminan por configurar una realidad que se dispone, nuevamente, a
recibir nuevas disputas y a transformarse.
Queda por suponer que cualquier invitación al cambio y a la transformación es también un
llamado abierto al conflicto, a las tensiones y al caos.
La Red de Músicas de Medellín surge, hace 26 años, con una “misión” transformadora:
“cambiarle la cara a Medellín”; utilizar la música sinfónica para arrebatarle, a los grupos
armados, a los niños y jóvenes: “quien empuña un instrumento, jamás empuña un arma”.
Pero ¿Qué tanto ha podido aportar realmente esta organización a la construcción de una
nueva ciudad? ¿Medellín ha conjurado sus males gracias a las orquestas de música “docta”?
¿Un violín puede transformar a los niños, niñas y jóvenes en “gente de bien”, como menciona
su propio fundador Juan Guillermo Ocampo?
Aunque parece que los galardones de la Red de Músicas de Medellín, así como la de casi
todos los programas y proyectos de Acción Social Por la Música (ASPM) 1 (como el Sistema
Venezolano) parecen incuestionables, la verdad es que poco o nada se ha podido comprobar
al respecto (Baker, 2014).
La “retórica de la transformación” simplificada proporciona una texto más atractivo para
libros, artículos, películas, documentales y “charlas TED”, pero dejan por fuera un sin
número de cuestiones muy interesantes de analizar y contar. Es solo una parte de la historia.
1 Entenderemos por ASPM a un “campo centrado en Latinoamérica (...) que consta de programas y/o proyectos de
formación musical que identifican la acción social (o un término relacionado, tal como inclusión social) como un objetivo
principal” (Baker, 2019)
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No se trata de negar los aportes que estas organizaciones realizan o hayan realizado, sino de
establecer que -ciertamente- ningún fenómeno se puede entender solo estudiando los pocos
“casos de éxito” (como el caso del director de orquesta venezolano Dudamel). Además,
ninguna transformación social y cultural se lleva adelante desde un solo campo (en este caso
desde las artes). Si Medellín cambió es por muchas más razones (incluso menos románticas y
“milagrosas”) que la música.
Hay una corriente muy amplia y difundida de investigación, que se encarga de resaltar los
valores positivos de la música: “El poder de la música” (Susan Hallam, 2010). Las
investigaciones más serias al respecto proponen una vinculación favorable entre la expresión
artística y el funcionamiento del cerebro, que propician el aprendizaje y el desarrollo integral
y algunas competencias sociales, pero ¿Cómo se podría determinar que - a la larga- la música
posibilita la existencia de mejores ciudadanos? Si esto fuera posible ¿Una sociedad de artistas
sería -entonces- una sociedad mejor?
No es sino hasta la década de los ochenta que se instala la idea en el “sentido común” de que
las artes representan un beneficio incuestionable para los sujetos y la sociedad y que de
alguna manera, como lo dice el mismo Ocampo 2 en su charla “TED”: “Los niños que pasan
por la RMM son todos gente de bien” .
Si bien hoy la tradición negativa de Platón ha sido reemplazada por la positiva casi
completamente, en términos históricos, se puede determinar que la mayor parte de los últimos
2500 años, los seres humanos no han considerado las artes necesariamente como una fuerza
social positiva. Esto no ha impedido que, en el campo de la estética, la musicología y la
formación se haya seguido estudiando a las artes como un fenómeno contradictorio. Bowman
(2009, 11) plantea que: “la música y la educación musical no son bienes incondicionales.
Pueden tanto dañar como sanar… los resultados previstos en un nivel pueden ser indeseados
2 Músico y Emprendedor Social: Fundador de la Organización Amadeus, creador del programa Red de Escuelas de
Música de Medellín y del primer Programa de Orquestas Sinfónicas Infantiles y Juveniles de Medellín
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en otro”. También escribe: “El poder participativo e interpretativo de la música tiene un lado
potencialmente oscuro y uno progresivo”.
Visto desde otro ángulo, podemos sostener que el paradigma sobre “el poder de las artes para
inspirar, liberar y transformar” (Gaztambide-Fernández, 2013, 214), tienden a ocultar las
complejidades y dificultades que se viven dentro de las experiencias con las artes en la
educación.
Las prácticas culturales (y el arte) son complejas: las orquestas de la Red de Músicas de
Medellín suenan magníficas y reúnen a los niños, niñas y jóvenes en un mismo espíritu
(“siempre juntos”), a la vez que operan estructuras militaristas que dictan como muchos
músicos son entrenados para obedecer, donde se bloquean los espacios de participación y
democracia y se homogenizan las identidades.
Cheng (2019,47) señala que la música clásica es usada en espacios públicos para repeler “a
las personas sin hogar, los posibles delincuentes, jóvenes, negros y morenos, y otra gente que
presuntamente no está planeando nada bueno” - ironicamente el mismo grupo social que la
Acción Socia por la Música (ASPM) supone “rescatar”.
Si bien hay un conjunto impresionante de estudios sobre los efectos beneficiosos de la música
en la salud, incluso emergiendo profesiones como la “musicoterapia”, la profesión musical
también está asociada con una alta incidencia en problemas de salud mental y física. La
música clásica es a menudo el foco de exaltadas afirmaciones sobre sus poderes
“ennoblecedores”, y la ASPM descansa sobre la narrativa de la eduación de musica clasica
como una ruta hacia la salvación personal, sin embargo, estas historias omiten las
acusaciones generalizadas de acoso y abuso sexual endémicos en escuelas y conservatorios
de musica o las prácticas al borde de la ley de los personajes más ilustres del campo (Baker,
2022). El claro ejemplo es la figura de Juan Guillermo Ocampo, fundador de la Red de
Músicas de Medellín, quién estuvo encarcelado en EEUU por lavado activos de dineros de la
mafia.
Lo que en el campo académico se ha podido problematizar, en la vida no académica se ha
naturalizado. La “estética de la transformación social” sigue siendo un paradigma
incuestionable, un metarrelato tan sólido que nadie atreve a cuestionar (ni los mismos
artistas), y que se configura como una herramienta ideal para gestionar los problemas
sociales.
El arte o lo que se considere tal, es - de alguna manera- una construcción doble: “La
construye el productor y el consumidor, o mejor aún, la sociedad a la que pertenece el
consumidor” (Bourdieu, 2010, 75). Desde este punto de vista, podemos mencionar entonces,
que el arte no nace con una función, sino que es la sociedad quien va instrumentalizando las
prácticas artísticas y generando los sentidos colectivos para darle fines concretos.
Por lo tanto la estética también es un fenómeno social. La idea de la belleza, los sentidos y la
técnica, se configuran por procesos sedimentarios de un conjunto de disputas que se dan de
manera permanente en diferentes campos de la sociedad.
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El reto, junto con develar el mecanismo de construcción en torno al arte y a la “estética de la
transformación”, no es evaluar el fenómeno en clave de bueno o malo, sino el estilo que es
creada y - desde allí- problematizar críticamente, contrarrestar la simplificación excesiva y la
exageración y revelar la ambigüedad y la complejidad de la música.
Abrir esta puerta implica provocar más debates, discusiones y conflictos, pero posiblemente
también configurar un espacio más democrático y participativo.
Las bases del desarrollo occidental son modernas, neoliberales y coloniales. El “desarrollo”
viene de la mano con la exaltación de la música europea, a la vez con el “epistemicidio”
(Santos, 2010) de los relatos locales; favorece el “blanqueamiento” del arte y la idea de la
existencia de una “alta cultura” (que la poseen algunos) y que se sobrepone a una “baja
cultura” (depositada en la población en general).
—Pero una cosa es creer en la música como un oficio, y otra prometer que
salvaremos a un país o a la humanidad con ella—contestó Sánchez.
Pablo Montoya, La escuela de música
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Bibliografía
Bennett, O., & Belfiore, E. (2008). The Social Impact of the Arts: An Intellectual History.
Palgrave Macmillan UK.
Bourdieu, P. (2010). El Sentido social del gusto: elementos para una sociología de la cultura
(A. Gutiérrez, Trans.). Siglo Veintiuno.
Gaztambide, R., & Leslie Stewart, R. (2015). Social Justice and Urban Music Education.
Oxford University Press.
Hallam Mbe, P. S. (2015). The Power of Music: A Research Synthesis on the Impact of
Actively Making Music on the Intellectual, Social and Personal Development of Children and
Young People. International Music Education Research Centre (Ime.
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