Rubén Darío

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Rubén Darío.

Biografía

Rubén Darío. (Metapa, República de Nicaragua, 18 de enero de 1867 - León,


República de Nicaragua, 6 de febrero de 1916). Poeta, periodista y diplomático,
está considerado como el máximo representante del modernismo literario en
lengua española.
Su nombre completo es Félix Rubén García Sarmiento. Su familia paterna era
conocida como los Daríos, y por ello adopta apellidarse Darío.
Cursa estudios elementales en León (Nicaragua). De formación humanística, es
un lector y escritor precoz. En sus poemas juveniles, publicados en un periódico
local, se muestra muy independiente y progresista, defendiendo la libertad, la
justicia y la democracia. Con 14 años empieza su actividad periodística en varios
periódicos nicaragüenses.
A los 15 años viaja a El Salvador y es acogido bajo la protección del presidente de
la república Rafael Zaldívar a instancias del poeta guatemalteco Joaquín Méndez
Bonet, secretario del presidente. En esta época conoce al poeta salvadoreño
Francisco Gavidia, gran conocedor de la poesía francesa, bajo cuyos auspicios
intentó por primera vez adaptar el verso alejandrino francés a la métrica
castellana, rasgo distintivo tanto de la obra de Rubén Darío como de toda la
poesía modernista.
De vuelta en Nicaragua, en 1883, se afinca en Managua donde colabora con
diferentes periódicos, y en 1886, con 19 años, decide trasladarse a Chile, en
donde pasa tres años trabajando como periodista y colaborando en diarios y
revistas como «La Época» y «La Libertad Electoral» (de Santiago) y «El
Heraldo» (de Valparaíso). Aquí conoce a Pedro Balmaceda Toro, escritor e hijo del
presidente del gobierno de Chile, quien le introduce en los principales círculos
literarios, políticos y sociales del país, y le ayuda a publicar su primer libro de
poemas «Abrojos» (1887) animándole a presentarse a varios certámenes
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literarios. En Chile amplía sus conocimientos literarios con lecturas que influyen
mucho en su trayectoria poética como los románticos españoles y los poetas
franceses del siglo XIX.
En 1888 publica en Valparaíso el poemario «Azul», considerada como el punto de
partida del Modernismo. Esta fama le permite obtener el puesto de corresponsal
del diario «La Nación» de Buenos Aires.
Entre 1889 y 1893 vive en varios países de Centroamérica ejerciendo como
periodista mientras sigue escribiendo poemas. En 1892 marcha a Europa, y en
Madrid, como miembro de la delegación diplomática de Nicaragua en los actos
conmemorativos del Descubrimiento de América, conoce a numerosas
personalidades de las letras y la política españolas y en París entra en contacto
con los ambientes bohemios de la ciudad.
Entre 1893 y 1896 reside en Buenos Aires, y allí publica dos libros cruciales en su
obra: «Los raros» y «Prosas profanas y otros poemas», que supuso la
consagración definitiva del Modernismo literario en español.
El periódico argentino «La Nación» le envía como corresponsal a España en 1896,
y sus crónicas terminarían recopilándose en un libro, que apareció en 1901,
titulado «España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios».
En España, el autor despierta la admiración de un grupo de jóvenes poetas
defensores del Modernismo como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-
Inclán y Jacinto Benavente. En 1902, en París, conoce a un joven poeta
español, Antonio Machado, declarado admirador de su obra.
En 1903 es nombrado cónsul de Nicaragua en París. En 1905 se desplaza a
España como miembro de una comisión nombrada por el gobierno nicaragüense,
con el fin de resolver una disputa territorial con Honduras, y ese año publica el
tercero de los libros capitales de su obra poética: «Cantos de vida y esperanza,
los cisnes y otros poemas», editado por Juan Ramón Jiménez.
En 1906 participa, como secretario de la delegación nicaragüense, en la Tercera
Conferencia Panamericana que tuvo lugar en Río de Janeiro. Poco después es
nombrado ministro residente en Madrid del gobierno nicaragüense de José Santos
Zelaya hasta febrero de 1909. Entre 1910 y 1913 pasa por varios países de
América Latina y en estos años redacta su autobiografía, que aparece publicada
en la revista «Caras y caretas» con el título «La vida de Rubén Darío escrita por
él mismo», y la obra «Historia de mis libros», esencial para el conocimiento de su
evolución literaria.
En 1914 se instala en Barcelona, donde publica su última obra poética de
importancia, «Canto a la Argentina y otros poemas». Al estallar la Primera Guerra
Mundial viaja a América y, tras una breve estancia en Guatemala, regresa
definitivamente a León (Nicaragua), donde fallece.

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Rubén Darío y su obra
Por Pedro Mendiola
(Universidad de Alicante)

Una vida galante

Rubén Darío a los 25 años de edad (1892)


«En la catedral de León de Nicaragua, en la América Central, se encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén,
hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento». Con este apunte arranca La vida de Rubén Darío escrita por él
mismo (1915). Olvida anotar el poeta, en un descuido de la memoria, que su nacimiento se produce realmente en
la cercana población de Metapa, el 18 de enero de 1867.
La existencia ensortijada de Rubén, ha señalado el poeta Pedro Salinas, queda marcada por dos constantes:
«son dos formas de embriaguez, la sensual y la alcohólica», que dan fe de «su natural constitución humana». Un
temprano impulso viajero incita a Darío («y muy antiguo y muy moderno, audaz, cosmopolita») a recorrer buena
parte de América, imponiendo a su vida un ritmo discontinuo y nómada.

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Francisca Sánchez con Rubén Darío Sánchez, «Güicho», el hijo del
poeta
Rafaela Contreras, Francisca Sánchez y Rosario Murillo, son las páginas centrales de su personal «herbier
de plaintes saches», que marcan un tormentoso breviario sentimental de pasión, felicidad y muerte.
Reside durante un tiempo en El Salvador y en 1885 viaja a Chile, donde colabora con varios periódicos
locales. De su estancia chilena son fruto varios libros entre los que destaca Azul en 1888. En Buenos Aires
empieza a forjarse un nombre dentro del periodismo y la poesía a partir de 1890. Entra en contacto con la juventud
literaria, Roberto J. Payró, Alberto Ghiraldo o Ricardo Jaimes Freyre con quien funda en 1894 la Revista de
América, y con ellos se entrega a la «vida nocturna, en cafés y cervecerías». Colabora asiduamente en periódicos
como La Nación de Buenos Aires y publica en 1896 Los raros y Prosas profanas y otros poemas.

Rubén Darío con el uniforme de embajador (1908)


El crucial año de 1898, enviado por La Nación, Darío está en España explorando las repercusiones del
desastre español en Cuba («El triunfo de Calibán»; «El crepúsculo de España»). Allí conoce a Juan
Valera, Salvador Rueda, José Zorrilla y a un joven maestro llamado Marcelino Menéndez y Pelayo. Recita versos
en el salón de doña Emilia Pardo Bazán y vive la bohemia madrileña junto a Manuel Machado, Emilio
Carrere, Eduardo Marquina y Alejandro Sawa, quien además le descubre las sorpresas del viejo París y le
presenta a Verlaine en el café d'Harcourt del Quartier latin.
En los años siguientes desempeña diversos cargos diplomáticos y publica en Madrid Cantos de vida y
esperanza (1905) y El canto errante (1907). México, La Habana, París, Barcelona, son las escalas del viaje final de
Darío. En Nueva York cae enfermo y se retira a una hacienda de Nicaragua.

Cortejo fúnebre de Rubén Darío (1916)


A las 10 de la noche del 6 de febrero de 1916 murió Darío a los 49 años de edad en León, la ciudad de su
infancia. Frente a su distinguido cadáver de poeta desfilaron durante cinco días miles de personas. Queden como
epílogo de su enardecida vida estas palabras escritas veinte años antes de su muerte:

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«En verdad, vivo de poesía. Mi ilusión tiene una magnificencia salomónica. Amo la hermosura, el poder, la gracia,
el dinero, el lujo, los besos y la música. No soy más que un hombre de arte. No sirvo para otra cosa. Creo en Dios,
me atrae el misterio; me abisman el ensueño y la muerte; he leído muchos filósofos y no sé una palabra de
filosofía. Tengo, sí, un epicureísmo a mi manera: gocen todo lo posible el alma y el cuerpo sobre la tierra, y hágase
lo posible para seguir gozando en la otra vida».

Historia de sus libros


«En un viejo armario encontré los primeros versos que leyera. Eran un Quijote, las obras de Moratín, Las mil y
una noches, la Biblia, los Oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stäel, un tomo de comedias clásicas españolas,
y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué autor, La Caverna de Strozzi. Extraña y ardua mezcla de cosas para
la cabeza de un niño». Esta temprana pasión literaria que conserva viva la memoria del poeta, sea tal vez el
lejano indicio de su precoz impulso creador: «¿A qué edad escribí los primeros versos? No lo recuerdo
precisamente, pero ello fue harto temprano». Veleidades de poeta «triste y meditabundo», aquellos primerizos
epitafios rimados que sus convecinos le encargaban para loar a sus difuntos o el lírico y ligero amor juvenil «de una
muchacha que se llamaba Refugio», fueran acaso presagios de una biografía literaria en la
que eros y thanatos mantendrían un continuado e íntimo diálogo.

Rubén Darío ejerció como periodista y corresponsal para el diario


argentino La Nación
Sus primeros versos aparecen publicados en un diario local llamado El Termómetro. Sin embargo, será al
periodismo al que, apenas superada la niñez, dedique sus primeros esfuerzos creativos. Labor que principia en el
periódico La Verdad, de la citada ciudad de León, donde publica artículos y crónicas de diversa índole, continúa en
otros como La época o El Mercurio de Valparaíso, y culmina en La Nación de Buenos Aires. En este último
periódico publica una serie de semblanzas sobre escritores y artistas que anunciaban «nuevas maneras de
pensamiento y de belleza» que, más adelante, formaran parte de su emblemático libro Los raros (Buenos Aires,
1896). Allí, tras los nombres de Whitman y Verlaine, Edgar Allan Poe, Lautréamont, Valle-
Inclán, Mallarmé, Leopoldo Lugones o el cubano José Martí, forja Darío la genealogía literaria de su cuantiosa
prole de libros. Poseído de un poderoso instinto creador («yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fue en mí
orgánico, natural, nacido»), su frágil y refinado espíritu le hizo transitar sutilmente entre las cenizas de simbolistas,
parnasianos y decadentes, en pos de una voz propia que, a decir de Mario Benedetti, se encuentra «en mitad de
un largo viaje que arranca en Víctor Hugo y llega, por ahora, hasta Neruda».

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Cubierta de la primera edición de Azul de Rubén Darío, Valparaíso,
Imprenta y Litografía Excelsior, 1888
Azul... (1888), libro de poemas y cuentos escrito y publicado en Chile, es la primera revelación del amplio
espíritu moderno de Darío, que un año antes había ya publicado Rimas y Abrojos. Este libro representa la primera
tentativa por asimilar «al idioma español las cualidades plásticas, pictóricas y musicales del francés»,
experimentando con nuevas formas como el poema en prosa. Como en el relato «Un retrato de Watteau», el Darío
de esta época es fragante y colorista y se entrevé a decir de Juan Valera, quien prologa la 2.ª edición del libro, la
mano delicada de los «Hugo, Lamartine, Musset, Baudelaire, Leconte de Lisle, Gautier, Bourget, Sully
Proudhomme, Daudet, Zola, Barbey d'Aurevilly, Catulo Mendés, Rollinat, Goncourt, Flaubert y todos los demás
poetas y novelistas».
Prosas profanas y otros poemas (1896) supone la consagración de la poética dariana. A pesar de la
«sencillez y poca complicación» que declara Darío, poemas como «Ama tu ritmo...» o «Yo persigo una forma...»
dan cuenta de la nueva estética, proclamando todas las novedades conceptuales y formales de la poética
modernista. Un renovado lenguaje fundador de nuevos universos creativos. Crear: como única y primera ley del
verdadero creador.

Portada de la primera edición de Cantos de vida y esperanza de Rubén


Darío, Madrid, 1905
«Si Azul... simboliza el principio de mi primavera, y Prosas profanas mi primavera plena, Cantos de vida y
esperanza encierra las esencias y savias de mi otoño». Tras el exteriorismo de sus libros anteriores, en éste de
1905, sus versos se vuelcan decididamente hacia «El reino interior». Se acentúa el tono personal y filosófico en
composiciones como «Yo soy aquel que ayer no más decía» o «Lo fatal». Se vislumbra también la conciencia de
ser americano, de vivir en una América española «que tiembla de huracanes y que vive de Amor».
En El canto errante (1907), cuyo prólogo está dedicado «a los nuevos poetas de las Españas», reclama Darío
la importancia de la labor del poeta en el mundo moderno. Este libro resume los que habían sido motores poéticos
de sus libros anteriores, matizando algunos y reafirmándose en todos.
Tras Poema del otoño y otros poemas (1910) y Canto a la Argentina y otros poemas (1914) y algunas
recopilaciones de crónicas políticas y apuntes de viaje, culmina providencialmente su producción literaria con un
título que, publicado el mismo año de su desaparición, encierra el sentido de toda su obra: Y una sed de ilusiones
infinita.

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Breve semblanza del modernismo hispanoamericano

Retrato de Rubén Darío (1912)


«No hay escuelas; hay poetas», había declarado el vate nicaragüense. No obstante, tras los pasos de José
Martí, Julián del Casal, Manuel Gutiérrez Nájera y José Asunción Silva, es clave la figura del gran Rubén para dar
fe de vida al llamado modernismo hispanoamericano, cuya «acrática estética», proclama José Enrique Rodó, es
expresión del «anárquico idealismo contemporáneo». Sus límites temporales abarcan desde 1882 hasta 1932,
aproximadamente.

Retrato de Rubén Darío (1911). Dibujo realizado por Daniel Vázquez


Díaz
Tildado de extravagante, obsceno, degenerado y enfermizo, este movimiento literario y artístico huye de los
dogmas institucionales del dieciocho, y promulga una profunda renovación estética en la cual la belleza del
arte («la musique avant toute chose», había proclamado Verlaine) fuera única y verdadera soberana. Su objetivo
es promover el progreso intelectual de América, «volando al porvenir, dando novedad a la producción, con un decir
flamante, rápido, eléctrico, nunca usado, por cuanto nunca se han tenido a la mano como ahora todos los
elementos de la naturaleza y todas las grandezas del espíritu».
El principio de universalidad, la exquisita sinestesia, la evasión, el exotismo de ambientes y lugares, y un
erotismo nuevo y misterioso de princesas y de ninfas: claves temáticas de un sentimiento de libertad artística
regido «por simbolismo y decadencias francesas, por cosas d'Annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y
otras novedades de entonces, sin olvidar nuestros ancestrales Hitas y Berceos, y demás castizos autores»: ídolos
de porcelana, lugares comunes de anticuario, a los que el furor renovador de la vanguardia quiso más adelante
retorcer violentamente el cuello.

Legado
La influencia de Darío fue inmensa en los poetas de principios de siglo, tanto en España como en América. Muchos
de sus seguidores, sin embargo, cambiaron pronto de rumbo: es el caso de Leopoldo Lugones, Julio Herrera y
Reissig, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.

Darío llegó a ser un poeta muy popular, cuyas obras se memorizaban en las escuelas de los países
hispanohablantes y eran imitadas por cientos de jóvenes poetas. Esto resultó perjudicial para la recepción de su
obra. Después de la Primera Guerra Mundial, con el nacimiento de las vanguardias literarias, los poetas volvieron
la espalda a la estética modernista, que consideraban anticuada y retoricista.
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Los poetas del siglo XX mostraron hacia la obra de Darío actitudes divergentes. Entre sus principales detractores
figura Luis Cernuda, que reprochaba al nicaragüense su afrancesamiento superficial, su trivialidad y su actitud
«escapista».52 En cambio, fue admirado por poetas tan distanciados de su estilo como Federico García
Lorca y Pablo Neruda, si bien el primero se refirió a «su mal gusto encantador, y los ripios descarados que llenan
de humanidad la muchedumbre de sus versos».53 El español Pedro Salinas le dedicó el ensayo La poesía de
Rubén Darío, en 1948.

El poeta Octavio Paz, en textos dedicados a Darío y al Modernismo, subrayó el carácter fundacional y rupturista de
la estética modernista, para él inscrita en la misma tradición de la modernidad que el Romanticismo y el
Surrealismo.54 En España, la poesía de Darío fue reivindicada en la década de 1960 por el grupo de poetas
conocidos como los «novísimos», y muy en especial por Pere Gimferrer, quien tituló uno de sus libros, en claro
homenaje al nicaragüense, Los raros.

Darío ha sido poco traducido, aunque muchas de sus obras se han traducido al francés y al inglés, como algunos
de sus poemas, a cargo de su compatriota Salomón de la Selva.55

En Argentina se bautizó con su nombre una estación del Ferrocarril General Urquiza en la provincia de Buenos
Aires. En España una estación de la línea 5 del Metro de Madrid lleva su nombre.

Símbolos
El símbolo más característico de la poesía de Darío es el cisne, identificado con el Modernismo hasta el punto de
que cuando el poeta mexicano Enrique González Martínez quiso derogar esta estética lo hizo con un poema en el
que exhortaba a «torcerle el cuello al cisne».37 La presencia del cisne es obsesiva en la obra de Darío,
desde Prosas profanas, donde el autor le dedica los poemas «Blasón» y «El cisne», hasta Cantos de vida y
esperanza, una de cuyas secciones se titula también «Los cisnes». Salinas explica la connotación erótica del cisne,
en relación con el mito, al que Darío se refiere en varias ocasiones, de Júpiter y Leda.38 Sin embargo, se trata de un
símbolo ambivalente, que en ocasiones funciona como emblema de la belleza y otras simboliza al propio poeta.

El cisne no es el único símbolo que aparece en la poesía de Darío. El centauro, en poemas como el «Coloquio de
los centauros», en Prosas profanas, expresa la dualidad alma-cuerpo a través de su naturaleza medio humana
medio animal. Gran contenido simbólico tienen también en su poesía imágenes espaciales, como los parques y
jardines, imagen de la vida interior del poeta, y la torre, símbolo de su aislamiento en un mundo hostil. Se han
estudiado en su poesía otros muchos símbolos, como el color azul, la mariposa o el pavo real.39

Temas
Erotismo
El erotismo es uno de los temas centrales de la poesía de Darío. Para Pedro Salinas, se trata del tema esencial de
su obra poética, al que todos los demás están subordinados. Se trata de un erotismo sensorial, 40 cuya finalidad es
el placer.41

Darío se diferencia de otros poetas amorosos en el hecho de que su poesía carece del personaje literario de la
amada ideal (como puede serlo, por ejemplo, Laura de Petrarca). No hay una sola amada ideal, sino muchas
amadas pasajeras. Como escribió:

Plural ha sido la celeste / historia de mi corazón...


El erotismo se convierte en Darío en el centro de su cosmovisión poética. Salinas habla de su «visión
panerótica del mundo»,42 y opina que todo su mundo poético se estructura en consonancia con este tema
principal. En la obra del poeta nicaragüense, el erotismo no se agota en el deseo sexual (aunque escribió
varios poemas, como «Mía», con explícitas referencias al acto sexual),43 sino que se convierte en lo
que Ricardo Gullón definió como «anhelo de trascendencia en el éxtasis».44 Por eso, en ocasiones lo erótico
está en la obra de Darío muy relacionado con lo religioso, como en el poema «Ite, missa est» (las palabras con
las que concluye la misa según la liturgia romana antes del Concilio Vaticano II, actual «Podéis ir en paz»),
donde dice de su amada que «su espíritu es la hostia de mi amorosa misa». La atracción erótica encarna para
Darío el misterio esencial del universo, como se pone de manifiesto en el poema «Coloquio de los centauros»:

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¡El enigma es el rostro fatal de Deyanira! / Mi espalda aún guarda el dulce perfume de la bella; / aún mis
pupilas llaman su claridad de estrella. / ¡Oh aroma de su sexo! ¡Oh rosas y alabastros! / ¡Oh envidia de las
flores y celos de los astros!
En otro poema, de Cantos de vida y esperanza, lo expresó de otra forma:

¡Carne, celeste carne de mujer! Arcilla / -dijo Hugo-, ambrosía más bien, ¡oh maravilla!, / la vida se
soporta, / tan doliente y tan corta, / solamente por eso: / ¡roce, mordisco o beso / en ese pan divino / para el
cual nuestra sangre es nuestro vino! / En ella está la lira, / en ella está la rosa, / en ella está la ciencia
armoniosa, / en ella se respira / el perfume vital de toda cosa.
Exotismo
Muy relacionado con el tema del erotismo45 está el recurso a escenarios exóticos, lejanos en el espacio
y en el tiempo. La búsqueda de exotismo se ha interpretado en los poetas modernistas como una
actitud de rechazo a la pacata realidad en que les había tocado vivir. La poesía de Darío (salvo en los
poemas cívicos, como el Canto a la Argentina, o la Oda a Mitre), excluye la actualidad de los países en
que vivió, y se centra en escenarios remotos.

Lucha de centauros, de Arnold Böcklin. Los centauros,


como otras criaturas de la mitología griega, fueron frecuentemente utilizados en la obra de Darío.
Entre estos escenarios está el que le proporciona la mitología de la antigua Grecia. Los poemas de
Darío están poblados de sátiros, ninfas, centauros y otras criaturas mitológicas. La imagen que Darío
tiene de la antigua Grecia está pasada por el tamiz de la Francia dieciochesca. En «Divagación»
escribió:

Amo más que la Francia de los griegos


la Grecia de la Francia, porque en Francia
el eco de las risas y los juegos,
su más dulce licor Venus escancia.

La Francia galante del siglo XVIII es otro de los escenarios exóticos favoritos del poeta, gran admirador
del pintor Antoine Watteau. En «Divagación», al que el propio Darío se refirió, en Historia de mis libros,
como «un curso de geografía erótica», aparecen, además de los citados, los siguientes ambientes
exóticos: la Alemania del Romanticismo, España, China, Japón, la India y el Israel bíblico.

Mención aparte merece la presencia en su poesía de una imagen idealizada de las civilizaciones
precolombinas, ya que, como expuso en las «Palabras Liminares» a Prosas profanas:

Si hay poesía en nuestra América ella está en las cosas viejas, en Palenke y Utatlán, en el indio
legendario, y en el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo,
demócrata Walt Whitman.

Ocultismo
A pesar de su apego a lo sensorial, atraviesa la poesía de Darío una poderosa corriente de reflexión
existencial sobre el sentido de la vida. Es conocido su poema «Lo fatal», de Cantos de vida y
esperanza, donde afirma que:

no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo


ni mayor pesadumbre que la vida consciente

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La religiosidad de Darío se aparta de la ortodoxia católica para buscar refugio en la religiosidad
sincrética propia del fin de siglo, en la que se entremezclan influencias orientales, un cierto resurgir del
paganismo y, sobre todo, varias corrientes ocultistas. Una de ellas es el pitagorismo,46 con el que se
relacionan varios poemas de Darío que tienen que ver con lo trascendente. En los últimos años de su
vida, Darío mostró también gran interés por otras corrientes esotéricas, como la teosofía. Como
recuerdan muchos autores,47 sin embargo, la influencia del pensamiento esotérico en la poesía es un
fenómeno común desde el Romanticismo. Se manifiesta, por ejemplo, en la visión del poeta como un
mago o sacerdote dotado de la capacidad de discernir la verdadera realidad, una idea que está ya
presente en la obra de Victor Hugo, y de la que hay abundantes ejemplos en la poesía de Darío, que
en uno de sus poemas llama a los poetas «torres de Dios».

Temas cívicos y sociales


Darío tuvo también una faceta, bastante menos conocida, de poeta social y cívico. Unas veces por
encargo, y otras por deseo propio, compuso poemas para exaltar héroes y hechos nacionales, así
como para criticar y denunciar los males sociales y políticos.

Uno de sus más destacados poemas en esta línea es «Canto a la Argentina», incluido en Canto a la
Argentina y otros poemas, y escrito por encargo del diario bonaerense La Nación con motivo del primer
centenario de la independencia del país austral. Este extenso poema (con más de 1000 versos, es el
más largo de los que escribió el autor), destaca el carácter de tierra de acogida para inmigrantes de
todo el mundo del país sudamericano, y enaltece, como símbolos de su prosperidad, a la Pampa,
a Buenos Aires y al Río de la Plata. En una línea similar está su poema, «Oda a Mitre», dedicado al
prócer argentino Bartolomé Mitre.

Su «A Roosevelt», incluido en Cantos de vida y esperanza, ya mencionado, expresa la confianza en la


capacidad de resistencia de la cultura latina frente al imperialismo anglosajón, cuya cabeza visible es el
entonces presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt. En «Los cisnes», perteneciente al
mismo libro, el poeta expresa su inquietud por el futuro de la cultura hispánica frente al aplastante
predominio de los Estados Unidos:

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? / ¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés? / ¿Ya no
hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? / ¿Callaremos ahora para llorar después?
Una preocupación similar está presente en su famoso poema «Salutación del optimista». Muy
criticado fue el giro de Darío cuando, con motivo de la Tercera Conferencia Interamericana,
escribió, en 1906, su «Salutación al águila», en la que enfatiza la influencia benéfica de los
Estados Unidos sobre las repúblicas latinoamericanas.

En lo que a Europa se refiere, es notable el poema «A Francia» (del libro El canto errante). Esta
vez la amenaza viene de la belicosa Alemania (un peligro real, como demostrarían los
acontecimientos de la Primera Guerra Mundial):

¡Los bárbaros, Francia! ¡Los bárbaros, cara Lutecia! / Bajo áurea rotonda reposa tu gran paladín. / Del
cíclope al golpe ¿qué pueden las risas de Grecia? / ¿Qué pueden las gracias, si Herakles agita su crin?

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La prosa de Darío
A menudo se olvida que gran parte de la producción literaria de Darío fue escrita en prosa. Se
trata de un heterogéneo conjunto de escritos, la mayor parte de los cuales se publicaron en
periódicos, si bien algunos de ellos fueron recopilados en libros.

Novela y prosa autobiográfica


El primer intento por parte de Darío de escribir una novela tuvo lugar a poco de desembarcar
en Chile. Junto con Eduardo Poirier, escribió en diez días, en 1887, un folletín romántico
titulado Emelina, para su presentación al Certamen Varela, aunque la obra no se alzó con el
premio. Más adelante, volvió a probar fortuna con el género novelesco con El hombre de oro,
escrita hacia 1897, y ambientada en la Roma antigua.

Ya en la etapa final de su vida, intentó escribir una novela, de marcado carácter autobiográfico,
que tampoco llegó a terminar. Apareció por entregas en 1914 en La Nación, y lleva el título
de El oro de Mallorca. El protagonista, Benjamín Itaspes, es un trasunto del autor, y en la
novela son reconocibles personajes y situaciones reales de la estancia del poeta en Mallorca.

Entre el 21 de septiembre y el 30 de noviembre de 1912 publicó en Caras y caretas una serie


de artículos autobiográficos, luego recogidos en libro como La vida de Rubén Darío escrita por
él mismo (1915).48 También tiene interés para el conocimiento de su obra la Historia de mis
libros, aparecida en forma póstuma, acerca de sus tres libros más importantes (Azul..., Prosas
profanas y Cantos de vida y esperanza).

Relatos
El interés de Darío por el relato breve es bastante temprano. Sus primeros cuentos, «A las
orillas del Rhin» y «Las albóndigas del coronel», datan de 1885-1886.49 Son en especial
destacables los relatos recogidos en Azul..., como «El rey burgués», «El sátiro sordo» o «La
muerte de la emperatriz de la China». Continuaría cultivando el género durante sus años
argentinos, con títulos como «Las lágrimas del centauro», «La pesadilla de Honorio», «La
leyenda de San Martín» o «Thanatophobia».

Juan Montalvo, escritor ecuatoriano que influyó en su actitud


política.

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Artículos periodísticos
El periodismo fue para Darío su principal fuente de sustento. Trabajó para varios periódicos y
revistas, en los que escribió un elevadísimo número de artículos, algunos de los cuales fueron
luego recopilados en libros, siguiendo criterios cronológicos o temáticos.

Crónicas
Son muy destacables España contemporánea (1901), que recoge sus impresiones de la
España inmediata al desastre de 1898, y las crónicas de viajes a Francia e Italia recogidas
en Peregrinaciones (1901). En El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical recoge las
impresiones que le produjo su breve retorno a Nicaragua en 1907.

Crítica literaria
Tiene gran importancia en el conjunto de su producción la colección de semblanzas Los
raros (1896), una especie de vademécum para el interesado en la nueva poesía. Sus críticas
de otros autores están recogidas en Opiniones (1906), Letras (1911) y Todo al vuelo (1912).

Darío y el modernismo
Darío es citado como el iniciador y máximo representante del modernismo hispánico. Si bien
esto es cierto a grandes rasgos, es una afirmación que debe matizarse. Otros autores
hispanoamericanos, como José Santos Chocano, José Martí, Salvador Díaz Mirón, Manuel
Gutiérrez Nájera o José Asunción Silva, por citar algunos, habían comenzado a explorar esta
nueva estética antes incluso de que Darío escribiese la obra que se ha considerado el punto
de partida del Modernismo, su libro Azul... (1888).

Así y todo, no puede negarse que Darío es el poeta modernista más influyente, y el que mayor
éxito alcanzó, tanto en vida como después de su muerte. Su magisterio fue reconocido por
numerosísimos poetas en España y en América, y su influencia nunca ha dejado de hacerse
sentir en la poesía en lengua española. Además, fue el principal artífice de muchos hallazgos
estilísticos emblemáticos del movimiento, como por ejemplo la adaptación a la métrica
española del alejandrino francés.

Además, fue el primer poeta que articuló las innovaciones del Modernismo en una poética
coherente. En forma voluntaria o no, sobre todo a partir de Prosas profanas, se convirtió en la
cabeza visible del nuevo movimiento literario. Si bien en las «Palabras liminares» de Prosas
profanas había escrito que no deseaba con su poesía «marcar el rumbo de los demás», en el
«Prefacio» de Cantos de vida y esperanza se refirió al «movimiento de libertad que me tocó
iniciar en América», lo que indica a las claras que se consideraba el iniciador del Modernismo.
Su influencia en sus contemporáneos fue inmensa: desde México, donde Manuel Gutiérrez
Nájera fundó la Revista Azul, cuyo título era ya un homenaje a Darío, hasta España, donde fue
el principal inspirador del grupo modernista del que saldrían autores tan relevantes
como Antonio y Manuel Machado, Ramón del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, pasando
por Cuba, Chile, Perú y Argentina (por citar solo algunos países en los que la poesía
modernista logró especial arraigo), apenas hay un solo poeta de lengua española en los años
1890-1910 capaz de sustraerse a su influjo. La evolución de su obra marca además las pautas
del movimiento modernista: si en 1896 Prosas profanas significa el triunfo del
esteticismo, Cantos de vida y esperanza (1905) anuncia ya el intimismo de la fase final del
modernismo, que algunos críticos han denominado postmodernismo.

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Rubén Darío y la generación del 98
Desde su segunda visita a España, Darío se convirtió en el maestro e inspirador de un grupo
de jóvenes modernistas españoles, entre los que estaban Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez
de Ayala, Francisco Villaespesa, Ramón del Valle-Inclán, y los hermanos Antonio y Manuel
Machado, colaboradores de la revista Helios, dirigida por Juan Ramón Jiménez.

En varios textos, tanto en prosa como en verso, Darío dio muestra del respeto que le merecía
la poesía de Antonio Machado, a quien conoció en París en 1902. Uno de los más tempranos
es una crónica titulada «Nuevos poetas españoles», que se recogió en el
libro Opiniones (1906), donde escribe lo siguiente:

Antonio Machado es quizá el más intenso de todos. La música de su verso va en su


pensamiento. Ha escrito poco y meditado mucho. Su vida es la de un filósofo estoico. Sabe
decir sus enseñanzas en frases hondas. Se interna en la existencia de las cosas, en la
naturaleza.50

Gran amigo de Darío fue Valle-Inclán, desde que ambos se conocieron en 1899. Valle-Inclán
fue un rendido admirador del poeta nicaragüense durante toda su vida, e incluso le hizo
aparecer como personaje en su obra Luces de bohemia, junto a Max Estrella y al marqués de
Bradomín. Conocido es el poema que Darío dedicó al autor de Tirano Banderas, que comienza
así:

Este gran don Ramón de las barbas de chivo,


cuya sonrisa es la flor de su figura,
parece un viejo dios altanero y esquivo
que se animase en la frialdad de su escultura.

Menos entusiasmo por la obra de Darío manifestaron otros miembros de la generación del 98,
como Unamuno y Baroja. Sobre su relación con este último, se cuenta una curiosa anécdota,
según la cual Darío habría dicho de Baroja: «Es un escritor de mucha miga, Baroja: se nota
que ha sido panadero», y este último habría contraatacado con la frase: «También Darío es
escritor de mucha pluma: se nota que es indio».51

Legado
La influencia de Darío fue inmensa en los poetas de principios de siglo, tanto en España como
en América. Muchos de sus seguidores, sin embargo, cambiaron pronto de rumbo: es el caso
de Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.

Darío llegó a ser un poeta muy popular, cuyas obras se memorizaban en las escuelas de los
países hispanohablantes y eran imitadas por cientos de jóvenes poetas. Esto resultó
perjudicial para la recepción de su obra. Después de la Primera Guerra Mundial, con el
nacimiento de las vanguardias literarias, los poetas volvieron la espalda a la estética
modernista, que consideraban anticuada y retoricista.

Los poetas del siglo XX mostraron hacia la obra de Darío actitudes divergentes. Entre sus
principales detractores figura Luis Cernuda, que reprochaba al nicaragüense su
afrancesamiento superficial, su trivialidad y su actitud «escapista».52 En cambio, fue admirado
por poetas tan distanciados de su estilo como Federico García Lorca y Pablo Neruda, si bien el
primero se refirió a «su mal gusto encantador, y los ripios descarados que llenan de
humanidad la muchedumbre de sus versos».53 El español Pedro Salinas le dedicó el
ensayo La poesía de Rubén Darío, en 1948.

El poeta Octavio Paz, en textos dedicados a Darío y al Modernismo, subrayó el carácter


fundacional y rupturista de la estética modernista, para él inscrita en la misma tradición de la
modernidad que el Romanticismo y el Surrealismo.54 En España, la poesía de Darío fue
reivindicada en la década de 1960 por el grupo de poetas conocidos como los «novísimos», y

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muy en especial por Pere Gimferrer, quien tituló uno de sus libros, en claro homenaje al
nicaragüense, Los raros.

Darío ha sido poco traducido, aunque muchas de sus obras se han traducido al francés y al
inglés, como algunos de sus poemas, a cargo de su compatriota Salomón de la Selva.55

En Argentina se bautizó con su nombre una estación del Ferrocarril General Urquiza en
la provincia de Buenos Aires. En España una estación de la línea 5 del Metro de Madrid lleva
su nombre.

Glorieta de Rubén Darío en Madrid

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Monumento a Rubén Darío en el Parque de Málaga, en la ciudad homónima

Estatua a Rubén Darío en el Paseo Marítimo de Palma de Mallorca

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Busto de Darío esculpido por Edith Grøn, quien realizó más de treinta obras de arte en su
honor

Estación de Rubén Darío del Metro de

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