El Aforismo Está en El Aire. Colaboración RADIO

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EL AFORISMO ESTÁ EN EL AIRE

Nuestro hurón literario nos inicia en la senda del aforismo y deja noticia del clásico y
corrosivo ‘Diccionario del Diablo’, de Ambrose Bierce

De Confucio a Twitter [pesado presente el futuro], la frase lapidaria y anfibia,


memorizada, retuiteada, ha sido una unidad de información cultural sólida y versátil,
fundamental, en distintas civilizaciones; desde el budismo y los tratados médicos de
Hipócrates [con hambre no conviene fatigarse] a las tradiciones bíblicas y los
superhéroes [todo fluye, polvo al polvo, nos caemos para volver a levantarnos].
Olfato de cazador, paciencia de pescador: la verdadera naturaleza gusta de
ocultarse. Aforismo y horizonte son parientes, comparten raíz, se dice: el hito o mojón
griegos, horos, que acota o deslinda un espacio. Lao Tsé, Marco Aurelio, Erasmo,
Francis Bacon, Gracián, Pascal, Nietzsche o María Zambrano, entre otros muchos
[comarcas movedizas, mínimas, latiendo en las facetas de un rubí] han alimentado
este minúsculo y ancestral caracol de la literatura emparentado con el adagio, la
máxima o el proverbio [sueño con cosmologías inmensas, sagas y épicas reducidas a
las dimensiones de un epigrama]. De esa genealogía ensaya unas lindes amena y
documentadamente Andrew Hui en su libro Teoría del aforismo.
[Desperdicios sembrados al azar, el más hermoso orden del mundo] De la
franca prescripción al globo sonda, el aforismo siempre ha albergado una naturaleza
esquiva entre lo elemental y lo ambiguo, filosóficamente afilada, como si a menudo
corriera el riesgo de carecer de sentido, y no fuera nada sin ese riesgo [la forma que se
adapta al movimiento no es prisión sino piel del pensamiento]. Algoritmo poético, el
aforismo en su punto ni habla ni esconde, proporciona signos, delimita un
desvanecimiento que nos ubica. Un horizonte. Enruta la mente [el silencio eterno de
esos espacios infinitos me aterra]. Javier Sánchez Menéndez en Para una teoría del
aforismo brinda una particular selección de casi treinta aforistas en activo que sirven
de ventana al género en español, acompañados por algunas reflexiones de los propios
miniaturistas sobre el oficio.
Por su parte, irreverente y lúdico, Ambrose Bierce acuñó a principios del siglo
pasado varias definiciones dignas del género bufo, casi greguerías algunas, a través de
las voces de su corrosivo y ya clásico diccionario:
Adagio: sabiduría deshuesada para dentaduras blandas.
Aplauso: eco de un tópico.
Abstruso: cebo de un anzuelo vacío.

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