UNIDAD 6 Interacción Social 1010
UNIDAD 6 Interacción Social 1010
UNIDAD 6 Interacción Social 1010
La atracción es una tendencia humana básica que se manifiesta en la necesidad de las personas de
relacionarse con los demás miembros de su comunidad. De acuerdo con los psicólogos sociales este proceso
se llama atracción interpersonal que consiste en sentir simpatía por alguien. Asimismo, la atracción
interpersonal es un fenómeno en el que la persona realiza un juicio de agrado (positivo) o de desagrado
(negativo) de una persona hacia otra y en el que intervienen una serie de factores: culturales, psicológicos y
biológicos.
La necesidad de afiliación “se basa en el contacto con los demás que nos permite obtener aprobación y apoyo
social, comparar y evaluar nuestras creencias, actitudes y habilidades así como desarrollar una identidad y un
sentimiento de pertenencia”. Tanto la necesidad de afiliación como el sentido de pertenencia influyen en la
elaboración del autoconcepto (imagen sobre uno mismo en relación con los demás) y en la autoestima (juicios
favorables o desfavorables sobre nosotros mismos). El deseo de establecer vínculos sociales es propia de
todos los seres humanos, pero la manera de vivirlo, es individual
Teorías relacionadas con la atracción
La atracción interpersonal está relacionada con procesos de atracción, de afiliación y de atribución, tal como a
continuación se muestra:
Amistad
La amistad es un tipo de atracción interpersonal que requiere un conjunto de reglas, a menudo informales,
para que la amistad sobreviva. Según Michael Argyle y Monica Henderson (1984) estas reglas son:
6.2 Altruismo y agresión.
Altruismo
Cuando hablamos de conducta prosocial nos referimos a comportamientos que benefician a otras personas y
se realizan de forma voluntaria. Algunos autores distinguen entre el comportamiento altruista, como una
conducta de ayuda que se realiza sin buscar un beneficio inmediato, o recompensas externas tangibles y la
conducta prosocial, que se definiría simplemente por el hecho de ayudar a los demás, con independencia de
la motivación que subyazca a dicho comportamiento. Asimismo, se suelen distinguir entre definiciones
conductuales y motivacionales de la conducta prosocial (Chacón, 1986), asumiendo que, en principio el
altruismo se realizaría sin motivación aparente. Así, toda la conducta altruista sería prosocial, pero no toda la
conducta prosocial sería altruista (González, 1992).
Así pues, no encontramos necesario distinguir entre conducta altruista y prosocial, al menos como si se
tratara de comportamientos gobernados por principios diferentes. Ello no obsta para que, a la hora de analizar
los motivos que impulsan a cada conducta de ayuda específica, o los refuerzos que la mantienen, realicemos
un análisis más profundo y constatemos lo material o intangible del refuerzo, de si éste es externo o interno,
de las condiciones en las que aparece, etc. Es decir, realizar un análisis funcional, ya que la conducta de
ayuda no deja de ser un comportamiento. Ésta es la estructura que pretendemos en este capítulo al estudiar
la conducta prosocial
Lo difícil en este empeño es establecer criterios que, además de corresponderse con algún modelo teórico
explicativo de la conducta prosocial, atiendan a los requisitos empíricos de ser exahustivos y excluyentes.
Sólo con un interés exploratorio destacaremos algunos de los criterios más usuales al respecto (González,
1992):
a. Grado de implicación. La persona que da la ayuda puede hacerlo de forma directa o indirecta. Es decir,
implicarse materialmente en la acción, o buscar ayuda o recursos para que otra persona, o institución, ejerza
la acción.
b. Demanda de ayuda. La conducta de ayuda puede realizarse por la petición de auxilio por parte de las
personas que requieren ayuda, o bien llevarse a cabo sin que exista una demanda de la misma. Se han
denominado, respectivamente como intervención respondiente (reactiva) e intervención no respondiente
(espontánea).
c. Visibilidad del benefactor. Puede haber interacción entre quien da y quien recibe la ayuda, o puede
realizarse ésta de forma anónima, o simplemente no llegar a interaccionar, a pesar de que efectivamente
alguien resulte beneficiado por la acción.
d. Trascendencia de la ayuda. La ayuda puede establecerse en un gradiente de importancia, entre aquéllas
que son vitales para la supervivencia (caso de ayuda en situaciones de crisis), u otras cuya trascendencia sea
menor.
e. Urgencia de la ayuda. Con independencia de la importancia de la ayuda, ésta puede ser más o menos
urgente. Tener necesidad de ser inmediata, o por el contrario poder demorarse
Según los modelos del aprendizaje social se producen cambios en la conducta moral en función de la edad, o
del desarrollo evolutivo. Algunas de las características más destacables son las siguientes (Marchesi, 1991):
a. El desarrollo moral consiste en el aprendizaje de las conductas que son aceptadas socialmente, así como
la internalización por dicha experiencia de los valores y normas que priman en el contexto social en el que
vive.
b. Si bien el aprendizaje es progresivo y los valores, actitudes y conductas que se adquieren se basan en las
adquiridas previamente, no tiene por qué haber una progresión uniforme y regular entre los diferentes
componentes del desarrollo moral.
c. El aprendizaje de la conducta moral es similar al que se produce en cualquier otro comportamiento. No se
trata de una excepción y, por lo tanto, se explica según los mismos principios del aprendizaje, tanto si las
contingencias se presentan en uno mismo, como si se trata de aprendizaje vicario.
d. En el aprendizaje de la conducta moral, como el de cualquier otra, intervienen factores cognitivos,
emocionales, perceptivos, etc. Indudablemente que en este caso los aspectos cognitivos juegan un papel
esencial para interpretar la realidad en términos de justicia e injusticia, correcto o incorrecto, bien o mal, etc.
En este sentido, el desarrollo moral jugaría un importante papel en la internalización de normas y valores
sociales.
Agresión
La agresión es un monstruo con muchas caras. Y los actos de violencia del hombre contra sus semejantes
quizás sean las acciones que generan mayor repulsa (a veces) entre la mayoría de las personas. No
obstante, se trata de un fenómeno que, a pesar de ser trágicamente frecuente llega a justificarse
habitualmente de manera incomprensible.
Por agresión se suele entender de forma genérica toda acción que pretende hacer daño física, o
psicológicamente a otra persona. Tradicionalmente se entiende que existen dos grandes tipos de actos
agresivos, que muy sucintamente los hemos representado en los ejemplos anteriores. El primero puede
definirse como un caso de “agresión emocional”, también denominada “hostil”, es decir, la conducta violenta
se genera como reacción a una situación que ha producido un incremento de la ira y de la activación, en este
caso presumiblemente por el susto que se llevaron los conductores. En la agresividad hostil, el ataque a otras
personas no tiene otra finalidad que la de dañar al oponente.
El segundo se trata de un caso de “agresión instrumental”, en el que los actos de agresión no son sino un
medio para conseguir otros fines. Se trata de acciones Mariano Chóliz Montañés planificadas cognitivamente
y no tanto de una reacción automática ante una situación aversiva. En cualquier caso, ello no quiere decir que
el sufrimiento de las víctimas sea menor en este caso, ni que su acción esté siquiera más justificada. Más
bien al contrario, pueden ser más graves y suelen afectar a un mayor número de personas
Existen algunos procesos que facilitarían la agresión social (Páez, Fernández y Ubillos, 2003):
a) Justificación moral de la agresión. En los conflictos sociales, especialmente en los bélicos, la
agresión contra colectivos determinados de personas se llega a justificar moralmente. La guerra se
convierte en “santa” al ejercerse contra los infieles, que pueden ser tanto creyentes de Alá, como de
Dios, o de Jehová. Pero también puede ser una forma de “liberar” al pueblo de tiranos, o la mejor
forma de “salvar a la patria” de traidores. Los organizadores de la violencia la justifican y critican a
quienes propugnan otros métodos, tachándoles de “idealistas”, ingenuos, o traidores.
Es verdad que los métodos violentos, por tratarse de expeditivos, logran que quienes los ejecutan
consigan sus objetivos rápida y eficazmente. Por eso mismo se refuerzan y se perpetúan las acciones
agresivas. Otra cosa es la catadura moral de los mismos, o las consecuencias perniciosas que puedan
llegar a tener, incluso para los que ejercen la agresión, puesto que la justificación moral de la violencia
permite que las víctimas se conviertan en potenciales agresores y justifiquen, o ejecuten agresiones en el
futuro precisamente por el hecho de haber sido víctimas con anterioridad, implicándose en un círculo
vicioso de difícil solución.
b) Distanciamiento de la víctima. A las víctimas se las deshumaniza, haciéndoles de alguna manera
responsables de la agresión que sufren y justificando las acciones hostiles contra ellas (Glass, 1964; Gibbons
y McCoy, 1991). Hay muchas formas de provocar distanciamiento psicológico de las víctimas, generalmente
mediante prejuicios (racistas, religiosos, ideológicos, sociales, etc.). Este distanciamiento dificulta la aparición
tanto de reacciones emocionales de culpa, como de atribuciones causales de responsabilidad personal ante
el sufrimiento de la víctima, que son dos de los procesos que inhibirían las conductas agresivas (Tangney y
Fischer, 1995).
c) Desindividuación: las acciones agresivas cometidas en grupo suelen ser de una mayor gravedad que las
que se llevan a cabo individualmente (Mullen, 1986). De alguna manera la pérdida de identidad y dilución de
la responsabilidad que proporciona el realizar actos de agresión en grupo facilita la comisión de actos de
mayor violencia. Los guerreros se disfrazan, o se pintan diluyéndose la identidad personal dentro del grupo.
Hay países que se niegan a firmar tratados internacionales, como el caso del Tribunal Penal Internacional
para delitos de genocidio y la ausencia de posteriores sanciones facilita el que se embarquen en guerras e
invasiones.
REFERENCIAS:
Sternberg, R. J. (1988b). Triangulating love. In R. J. Stern- berg & M. J. Barnes (Eds.), The
psychology of love(pp. 119–138). New Haven, CT: Yale University Press
Aron, A., Aron, E. N., & Allen, J. (1998). Motivations forunreciprocated love. Personality and Social
Psychology Bulletin, 24, 787–796.