La Tregua de Bakura - Kathy Tyers
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Kathy Tyers
La tregua de Bakura
ePUB v1.0
jukogo 14.05.12
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Título original: The Truce at Bakura
Kathy Tyers, 1 de noviembre de 1993.
Traducción: Adolfo García
Diseño/retoque portada: Drew Struzan
Cronología: 4 años D.B.Y (Despues de la Batalla de Yavin)
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No puedo pensar en La guerra de las galaxias sin recordar la fanfarria que abre
la banda sonora. No puedo imaginar la larga silueta triangular de un Destructor
Estelar Imperial sin oír los ominosos tresillos. ¿Quién es capaz de recrear en su
mente la cantina de Mos Eisley sin aquella inimitable orquesta de jazz? Dedico
esta novela con mi mayor admiración al hombre que compuso las bandas
sonoras para las tres películas de La guerra de las galaxias:
John Williams
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Capítulo 1
Sobre un planeta muerto, una luna habitada colgaba suspendida como una turquesa
velada por las nubes. La mano eterna que sujetaba la cadena de su órbita había
espolvoreado su telón de fondo aterciopelado de estrellas brillantes, y energías
cósmicas bailaban sobre las arrugas del espacio tiempo; cantaban su música
intemporal, ajenas por completo al Imperio, la Alianza Rebelde, o sus breves e
insignificantes guerras.
Pero en aquella insignificante escala humana de la perspectiva, una flota de
astronaves giraba alrededor del planeta primario de la luna. Cicatrices de carbono
estriaban los costados de varias naves. Enjambres de androides efectuaban
reparaciones alrededor de otras. Fragmentos metálicos que habían sido componentes
fundamentales de naves espaciales, así como cadáveres humanos y alienígenas,
giraban con las naves. La batalla para destruir la segunda Estrella de la Muerte del
emperador Palpatine había costado enormes pérdidas a la Alianza Rebelde.
Luke Skywalker cruzó la rada de aterrizaje de un crucero, con los ojos
enrojecidos, pero todavía emocionados por la victoria, después de la celebración de
los ewoks. Cuando pasó junto a un grupo de androides, captó el olor a refrigerantes y
lubricantes. Sentía todos los huesos del cuerpo doloridos, después del día más largo
de su vida. Hoy (no, ayer) se había enfrentado al emperador. Ayer, casi, había pagado
con su vida la fe depositada en su padre. No obstante, un pasajero que viajaba en la
lanzadera procedente del poblado Ewok, con rumbo al crucero, ya había preguntado
si Luke había matado al emperador, y a Darth Vader, con sus propias manos.
Luke aún no estaba preparado para anunciar que «Darth Vader» era, en realidad,
Anakin Skywalker, su padre. De todos modos, había contestado con firmeza que
Vader había matado al emperador Palpatine. Vader le había arrojado al núcleo de la
segunda Estrella de la Muerte. Luke supuso que debería explicarlo durante semanas
seguidas. De momento, sólo deseaba comprobar el estado de su caza X.
Descubrió, sorprendido, que el equipo de mantenimiento se le había adelantado.
Una magnogrúa había bajado a Erredós Dedos, encajándolo en su nicho cilíndrico,
detrás de la cabina.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke, y se detuvo para recuperar el aliento.
—Ah, señor —respondió un tripulante vestido con un uniforme caqui, mientras
desenganchaba una manguera de combustible plegable—, su piloto de relevo se ha
ido. El capitán Antilles regresó en la primera lanzadera y salió de patrulla al instante.
Interceptó una nave teledirigida imperial, una de esas reliquias que utilizaban para
transportar mensajes antes de las Guerras Clónicas. Llegó desde las profundidades
del espacio.
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Llegó. Alguien había enviado un mensaje al emperador. Luke sonrió.
—Imagino que aún no se habrán enterado. ¿Wedge quiere compañía? No estoy
tan cansado. Podría acompañarle.
El tripulante no sonrió.
—Por desgracia, el capitán Antilles accionó un mecanismo de autodestrucción
mientras intentaba extraer los mensajes codificados. Está bloqueando manualmente
una brecha peligrosa…
—Olvídese del piloto de relevo —exclamó Luke.
Era amigo de Wedge Antilles desde los días de la primera Estrella de la Muerte,
cuando habían volado juntos en el ataque final. Sin esperar a oír más, Luke se volvió
hacia el vestidor. Un minuto más tarde, se estaba poniendo un traje presurizado
naranja.
Los tripulantes se dispersaron. Subió por la escalerilla, se acomodó en su asiento
acolchado, se colocó el casco y accionó el generador de fusión de la nave. Un
conocido zumbido de alta energía se elevó a su alrededor.
El hombre con quien había hablado subió tras él.
—Pero, señor, creo que el almirante Ackbar quería oír su informe.
—Volveré enseguida.
Luke cerró la cubierta corrediza de la cabina y efectuó una rápida inspección de
sus sistemas e instrumentos. Nada llamó su atención.
Conectó el comunicador.
—Jefe Rogue, preparado para despegar.
—Compuerta abierta, señor.
Conectó el propulsor. Un segundo después, un dolor feroz recorrió su cuerpo.
Todas las estrellas desplegadas ante su campo de visión se dividieron en binarias y
giraron unas alrededor de otras. Las voces de los tripulantes resonaron en sus oídos.
Aturdido, buscó en su interior el centro de serenidad que el Maestro Yoda le había
enseñado a tocar…
Tocar…
Ya.
Exhaló un tembloroso suspiro y ejercitó su control sobre el dolor. Las estrellas
volvieron a transformarse en destellos. Fuera cual fuese la causa, ya pensaría en ella
más tarde. Proyectó la Fuerza y localizó a Wedge. Su manos se movieron sobre los
controles del caza casi sin esfuerzo, mientras se desviaba hacia aquel extremo de la
flota.
De camino, pudo echar un buen vistazo a los estragos de la batalla, el enjambre de
mecánicos androides y naves remolcadoras. Los cruceros Estelares Mon Calamari
estaban blindados y acorazados para aguantar múltiples impactos directos, pero creyó
recordar que había visto más de aquellas enormes y abultadas naves. Absorto en
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luchar por su vida, su padre y su integridad en el salón del trono del emperador, ni
siquiera había percibido las perturbaciones en la Fuerza provocadas por tantas
muertes. Confió en que no se acostumbrara a ellas.
—Wedge, ¿me oyes? —preguntó Luke por la radio subespacial. Eligió una
trayectoria entre las enormes naves de la flota. Los analizadores indicaron que el
transporte pesado más próximo se estaba alejando con cautela de algo mucho más
pequeño. Cuatro cazas A se colocaron detrás de Luke—. Wedge, ¿estás ahí?
—Lo siento —respondió una voz apenas audible—. Estoy casi fuera de tu
alcance. He de… —Wedge se interrumpió y gruñó—. He de mantener apartados estos
dos cristales. Es una especie de artilugio autodestructivo.
—¿Cristales? —preguntó Luke, para que Wedge continuara hablando.
Había dolor en aquella voz.
—Conductores de cristal electrónicos. Reliquias de los viejos días «elegantes». El
mecanismo intenta aproximarlos hasta que se juntan. Si llegan a tocarse, ¡puf! Todo
el motor de fusión.
Luke sobrevoló lentamente el resplandor azul de Endor y vio el caza X de Wedge.
A su lado flotaba un cilindro de nueve metros de largo con los distintivos imperiales,
tan largo como el caza y casi todo motor, un tipo de nave teledirigida que la Alianza
aún no podía permitirse. Por algún motivo, la nave le produjo un siniestro presagio.
El Imperio ya no utilizaba aquellas reliquias. ¿Por qué, quienes la habían enviado, no
habían usado los canales imperiales habituales?
Luke silbó.
—No, no tenemos el menor deseo de que ese motor tan grande estalle.
No era extraño que el transporte se estuviera alejando.
—Exacto.
Wedge estaba sujeto a un extremo del cilindro, con un traje presurizado que le
conectaba a su caza mediante un cable de apoyo vital. Debía de haber liberado el aire
de la cabina, con el fin de dirigirse hacia el control principal del cilindro en cuanto
comprendió que había activado por accidente el mecanismo de detonación. Podría
sobrevivir en el vacío durante varios minutos, provistos de su traje presurizado de
piloto y el casco de emergencia hermético.
—¿Desde cuándo estás ahí fuera, Wedge?
—No lo sé. Da igual. El panorama es fantástico.
Luke se acercó e invirtió los motores con cuidado. Wedge tenía una mano en el
interior de un panel. Volvió la cabeza para seguir con la vista al caza de Luke, cuando
éste acompasó su velocidad a la del cilindro.
—Me vendría bien otra mano. —Wedge habló con desenvoltura, pero el tono
traicionó su tensión. Debía tener la mano medio aplastada—. ¿Qué hacéis aquí?
—Admirando el panorama.
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Luke sopesó sus opciones. Los pilotos de los cazas A deceleraron y se rezagaron,
tal vez asumiendo que Luke sabía lo que hacía.
—Erredós —llamó—, ¿cuál es el alcance de tu brazo manipulador? Si me acerco
lo bastante, ¿podrías ayudarle?
No: 2,76 metros como mínimo, en un ángulo óptimo, apareció en la pantalla.
Luke arrugó el entrecejo. Gotas de sudor perlaron su frente. Cualquier cosa
pequeña, sólida y desechable serviría de ayuda. Si no se daba prisa, su amigo moriría.
La Fuerza concentrada en Wedge ya empezaba a oscilar.
Luke echó un vistazo a su espada de luz. No estaba dispuesto a desprenderse de
aquello.
¿Ñipara salvar la vida de Wedge? Además, podría recuperarla. Deslizó con todo
cuidado la espada en el interior del tubo de alimentación de la portilla de eyección.
La lanzó y extendió una mano hacia el arma, separada por diez metros de vacío. La
envió hacia Wedge. Cuando ya estaba cerca del objetivo, torció la muñeca.
La hoja blancoverdosa apareció, silenciosa en el vacío del espacio. Los grandes
ojos pardos de Wedge parpadearon detrás de su visor.
—Cuando dé la señal, salta —ordenó Luke.
—Perderé los dedos, Luke.
—Suéltate —repitió Luke—. Perderás algo más que los dedos si te quedas ahí.
—¿Existe alguna posibilidad de que me bloquees un poco los nervios con tus
capacidades Jedi? Me duele horriblemente.
La voz de Wedge sonó más débil. Encogió las piernas y se dispuso a soltarse.
En momentos como aquéllos, la granja del tío Owen en Tatooine no le parecía tan
mal.
—Lo intentaré —dijo—. Enséñame los cristales. Míralos fijamente.
—De acueeerdo.
Wedge dio la vuelta para mirar al interior de la escotilla. Luke dejó que la espada
derivara y buscó la presencia amiga de Wedge. Confió en que no se resistiera, en que
le dejara…
A través de los ojos de Wedge, y mientras combatía el terrible dolor que sufría la
mano del piloto, Luke divisó un par de joyas redondas y multifacetadas, una en su
palma, mientras la otra, al extremo de un mecanismo de resorte, se clavaba en el
dorso de su mano. Del tamaño de un puño, arrojaban reflejos dorados, producidos por
la espada de luz, sobre el traje naranja de Wedge. Luke pensó que el guante de vuelo
no bastaría para mantenerlas apartadas, de lo contrario habría indicado a Wedge que
se desprendiera de él. Una breve despresurización no afectaba demasiado a las
extremidades.
Si Wedge saltaba, Luke sólo contaría con un segundo, a lo sumo, para liberar un
cristal, y muy poco tiempo más antes de que Wedge se desmayara. Wedge estaba
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conectado al cable y seguiría respirando, pero perdería mucha sangre. La visión era
borrosa en los bordes.
Luke pellizcó la percepción del dolor de Wedge.
Demasiados malabarismos. Luke empezaba a perder el control sobre su propio
dolor.
—Lo tengo —gruñó.
—¿Qué? —preguntó Wedge con voz desmayada.
—El panorama. Salta cuando cuente tres. Salta con fuerza. Uno.
Wedge no puso objeciones. Luke apretó los dientes y se acercó más a la espada.
Siempre que mantuviera la vista clavada en la espada, lograría mantener el control.
—Dos.
Mientras contaba, experimentó la espada, los cristales y la brecha crítica, todo
como partes de la totalidad del universo.
—Tres. —No ocurrió nada—. ¡Salta, Wedge!
Wedge se soltó. Luke se zambulló en el interior. Un cristal quedó libre y reflejó
un calidoscopio verde remolineante sobre la superficie del caza X.
—Oooooh —canturreó la voz de Wedge en su oído—. Fantástico.
Giró en redondo, aferrándose la mano.
—¡Wedge, enderézate!
No hubo respuesta. Luke se mordió el labio. Estabilizó la espada y desactivó la
hoja. El cable de Wedge se tensó sobre el otro caza X. Sus extremidades oscilaron al
azar.
Luke conectó la radio de emergencias.
—Jefe Rogue a Hogar Uno. Explosivos desarmados. Necesito ayuda médica. ¡Ya!
Detrás de los cazas A, alejados de la zona de peligro, apareció una nave médica.
El cuerpo de Wedge se alzaba y hundía cada vez que respiraba, mientras flotaba
erguido en el depósito de fluido bacterial cicatrizador de la flota. Luke había
averiguado con gran alivio que salvaría los dedos. El cirujano androide Dos-Unobé
dispuso el tablero de control y se volvió hacia Luke. Esbeltos miembros articulados
se agitaron frente a su reluciente sección media.
—Ahora usted, señor. Póngase detrás del analizador.
—Estoy bien. —Luke apoyó su taburete contra la mampara—. Sólo cansado.
R2-D2 gorjeó con suavidad a su lado, como preocupado.
—Por favor, señor. Sólo será un momento.
Luke suspiró y arrastró los pies hacia un panel rectangular de la altura de un
hombre.
—¿Vale? ¿Ya puedo marcharme?
—Un momento más —respondió la voz mecánica. A continuación, unos ruidos
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metálicos—. Un momento —repitió el androide—. ¿Ha experimentado visión doble
en los últimos tiempos?
—Bueno… —Luke se rascó la cabeza—. Sí, pero sólo un momento.
Aquel breve mareo no debía de ser significativo.
Mientras el panel de diagnóstico se hundía en la mampara, una cama flotadora
médica se proyectó desde la pared contigua a 2-1B. Luke retrocedió.
—¿Para qué es eso?
—Usted no se encuentra bien, señor.
—Sólo estoy cansado.
—Señor, mi diagnóstico es repentina y masiva calcificación de su estructura
cerebral, de un tipo poco común debido a una grave exposición conductora a campos
eléctricos y de otras energías.
Campos de energía. Ayer. El emperador Palpatine, que sonreía burlonamente
mientras chispas blancoazuladas brotaban de sus dedos y Luke se retorcía sobre la
cubierta. Luke rompió a sudar, tan reciente era el recuerdo. Pensó que iba a morir.
Estaba muriendo.
—La brusca disminución de minerales en la sangre está provocando
microparálisis musculares en todo su cuerpo, señor.
Por eso le dolía tanto. Hasta una hora antes, no había tenido la oportunidad de
sentarse erguido y notarlo. Miró a 2-1B, desolado.
—No se trata de daños permanentes, ¿verdad? ¿No tendrá que sustituir huesos?
Se estremeció de sólo pensar en ello.
—El estado se cronificará, a menos que usted descanse y me permita tratarle —
respondió la voz mecánica—. La alternativa es inmersión bacteriana.
Luke desvió la vista hacia el depósito. Otra vez no. Había notado el sabor de
bacterias en su aliento durante toda la semana posterior. Se quitó las botas de mala
gana y se extendió sobre la cama flotante.
Despertó, sobresaltado, un tiempo después.
La cara metálica de 2-1B apareció junto a su cama.
—¿Un sedante, señor?
Luke siempre había leído que los humanos tenían tres huesos en cada oreja.
Ahora, estaba convencido. Podía contarlos.
—Me siento peor, en lugar de mejor —protestó—. ¿No han hecho nada?
—El tratamiento ha terminado, señor. Ahora, ha de descansar. ¿Me permite
ofrecerle un sedante? —repitió con paciencia el androide.
—No, gracias —gruñó Luke.
Como Caballero Jedi, debía aprender a controlar las sensaciones, y cuanto antes
mejor. El dolor era un riesgo del oficio.
Erredós gorjeó una pregunta.
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Luke adivinó la traducción.
—Muy bien, Erredós. Puedes quedarte a vigilar. Echaré otra siesta.
Rodó sobre su costado. Poco a poco, su peso dibujó otro surco en el contorno
flexible de la cama. Ésta era la parte mala de ser considerado un héroe. Había sido
mucho peor cuando perdió la mano.
Pensándolo bien, la mano biónica no dolía.
Un punto a su favor.
Había llegado el momento de recrear el antiguo arte Jedi de autocurarse. Las
lecciones esquemáticas de Yoda dejaban mucho a la imaginación.
—Voy a marcharme, señor. —2-1B giró en redondo—. Procure dormir, se lo
ruego. Llame si necesita ayuda.
Una última pregunta impulsó a Luke a levantar la cabeza.
—¿Cómo está Wedge?
—La convalecencia va bien, señor. Le daremos el alta mañana.
Luke cerró los ojos y trató de recordar las lecciones de Yoda. Pies calzados con
botas pasaron con rapidez ante la escotilla abierta. Ya concentrado en la Fuerza,
percibió una presencia alarmada que corría por el pasillo. Por más que forzó el oído,
no reconoció al individuo. Yoda había dicho que el discernimiento perfecto, incluso
de los extraños, llegaría con el tiempo a medida que aprendiera el profundo silencio
del yo que permitía a un Jedi distinguir las oscilaciones que producían los demás en
la Fuerza.
Luke rodó sobre su costado, deseoso de dormir. Le habían ordenado dormir.
Pero seguía siendo Luke Skywalker, y tenía que saber lo que había alarmado a
aquel soldado. Se incorporó con cautela y se puso en pie. Con el dolor localizado en
un extremo de su cuerpo, podía disminuirlo fingiendo que sus pies no existían…, o
algo por el estilo. La Fuerza no podía explicarse. Era algo que se utilizaba…, cuando
te dejaba. Ni siquiera Yoda lo había visto todo.
Erredós lanzó un silbido de alarma. 2-1B rodó hacia él, agitando los miembros.
—Acuéstese, señor, por favor.
—Dentro de un momento. —Asomó la cabeza al largo pasillo y gritó—: ¡Alto!
El soldado paró en seco.
—¿Ya han descodificado el mensaje de esa nave teledirigida?
—Siguen en ello, señor.
Entonces, el lugar debía ser la sala de guerra. Luke retrocedió hacia Erredós y
apoyó una mano sobre la cúpula azul del pequeño androide.
—Señor —insistió el médico androide—, acuéstese, por favor. Su estado se
cronificará rápidamente, a menos que descanse.
Al imaginarse torturado por el dolor durante toda su vida, o la alternativa (otra
estancia en el tanque pegajoso), Luke se sentó en el borde de la cama flotante y se
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removió inquieto.
Entonces, una idea acudió a su mente.
—2-1B, apuesto a que tienes…
La sala de guerra de la nave insignia, con capacidad para cien personas, estaba
casi vacía. Un criado androide siguió la curva de un banco, y pasó entre un tubo
lumínico y unas mamparas blancas centelleantes. Cerca de la mesa de proyección
circular que ocupaba el centro de la sala, cerca del único técnico que estaba de
servicio, Mon Mothma, la mujer que había fundado y lideraba ahora la Alianza
Rebelde, estaba de pie al lado del general Crix Madine. La presencia de Mon
Mothma resplandecía visiblemente en su larga túnica blanca, aunque era invisible
para la Fuerza, y la confianza del barbudo Madine había aumentado desde la batalla
de Endor.
Ambos miraron en dirección a Luke y fruncieron el ceño. Luke sonrió sin gran
convicción y sujetó los apoyabrazos de la silla repulsora que había encontrado en el
hospital. Avanzó hacia los dos sobre los peldaños.
—Nunca aprenderás, ¿verdad? —Las arrugas que habían aparecido en el ceño del
general Madine se suavizaron—. Tu lugar está en el centro médico. Esta vez,
ordenaremos a 2-1B que te ate a la cama.
Un músculo se agitó en la mejilla de Luke.
—¿Y el mensaje? Algún comandante imperial ha dilapidado un cuarto de millón
de créditos en esa reliquia.
Mon Mothma asintió y regañó a Luke con su plácida mirada. Una consola lateral,
que también era una pequeña mesa de proyección, se encendió. Sobre ella se
materializó un holograma en miniatura del almirante Ackbar, cuyos enormes ojos
sobresalían a ambos lados de su cabeza alta y cónica. Aunque el calamariano había
dirigido la batalla de Endor desde una silla, bajo el amplio mirador situado a la
izquierda de Luke, Ackbar se sentía más cómodo en su viejo crucero. El apoyo vital
estaba más adaptado a los patrones calamarianos.
—Comandante Skywalker —resolló. Peludos zacillos se agitaron bajo su
mandíbula—. Debería reflexionar sobre los riesgos que corre… con más atención.
—Lo haré, almirante. Cuando pueda.
Luke inclinó la silla flotante y la estabilizó junto al borde de acero gris de la mesa
principal. Un silbido electrónico surgió de la escotilla situada a su espalda. R2-D2 no
le dejaba escapar de su alcance fotorreceptor ni treinta segundos. El androide tuvo
que dar una larga vuelta. Eclipsó diminutas luces parpadeantes de los instrumentos y
rodó junto al banco informático superior hasta una plataforma de descenso. Bajó, se
acercó a la silla flotante de Luke y emitió una serie de reprimendas, transmitidas por
2-1B, probablemente. El general Madine sonrió.
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Luke no había entendido ni un solo silbido, pero en este caso también adivinó la
traducción.
—De acuerdo, Erredós. Retrae tus ruedas. Yo estoy sentado. Esto puede ser
interesante.
El joven teniente Matthews se irguió sobre la consola lateral y volvió la cabeza.
—Ya lo tenemos —anunció.
Madine y Mon Mothma se inclinaron hacia la pantalla. Luke estiró el cuello para
ver mejor.
No se habían enterado. Pasarían meses, tal vez años, antes de que gran parte de la
galaxia recibiera la noticia de que el reinado del emperador había terminado. Incluso
a Luke le costaba creerlo.
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examinar su batería de láseres, pero antes de que pudiera echarle un buen vistazo,
estalló en silencio. Un objeto anaranjado más grande apareció ominosamente en su
campo de visión, y dominó la escena gracias a su tamaño: mucho más voluminoso
que el patrullero, más rechoncho que los esbeltos cruceros Mon Calamari, de forma
ovoide, pero erizado de protuberancias similares a burbujas.
—Lleve a cabo un estudio del diseño de la nave —ordenó Madine.
Al cabo de unos tres segundos, el androide de inteligencia respondió en tono
monótono.
—Se trata de un diseño que no utilizan ni el imperio ni la Alianza.
Luke contuvo el aliento. El inmenso navío aumentó de tamaño sobre la mesa.
Ahora, distinguió medio centenar de cañones…, ¿o se trataba de antenas
direccionales? No disparó hasta que seis cazas TIE escarlatas se acercaron; a
continuación, los cazas Roguen al mismo tiempo y aminoraron la velocidad. Cazas y
botes de escape aceleraron en dirección a la nave alienígena, atrapados obviamente
por un haz de arrastre. La escena disminuyó de tamaño. Quien había grabado aquellas
imágenes había huido a toda prisa.
—Han hecho prisioneros —murmuró Madine, muy preocupado.
Mon Mothma se volvió hacia un androide, alto hasta su hombro, que se había
acercado en silencio.
—Introdúcete en los bancos de datos almacenados. Aplica nuestros códigos
imperiales más normales. Localiza ese planeta, Bakura.
Luke experimentó cierto alivio cuando comprobó que hasta la dirigente de la
Alianza, a pesar de sus conocimientos, ignoraba el emplazamiento del sistema.
El androide giró hacia la mesa y volvió a conectar su brazo. La escena de la
batalla se desvaneció. Destellos de estrellas aparecieron en una conformación que
Luke reconoció como aquel extremo de la región Límite.
—Ya está, señora —anunció el androide—. Según este registro, su economía se
basa en la exportación de componentes para repulsores, y del azúcar y el licor
extraídos de una fruta exótica. Fue colonizado por una empresa minera dedicada a la
especulación durante los últimos años de las Guerras Clónicas, y ocupado por el
Imperio hace unos tres años, para apoderarse de sus fábricas de componentes
repulsores.
—Subyugado hace lo bastante poco para recordar bien su independencia. —Mon
Mothma apoyó su delgada mano sobre el borde de la mesa—. Ahora, muéstrame
Endor. Posición relativa.
Otra partícula lanzó un destello azul. Olvidado al lado de Luke, Erredós silbó por
lo bajo. Si Endor estaba bastante alejado de los planetas del Núcleo, la distancia a
Bakura era todavía mayor.
—Está en el borde de los planetas del Límite, por así decirlo —observó Luke—.
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Aun viajando por el hiperespacio, se tardarían días en llegar. El Imperio no puede
ayudarles.
Resultaba extraño pensar en que alguien prestara su ayuda al Imperio. La decisiva
victoria de los rebeldes en Endor condenaba a los bakuranos a un destino
desconocido, porque el ejército imperial más próximo no podía ayudarles. Las
fuerzas de la Alianza lo habían dispersado.
La voz de Leia se oyó con claridad desde un altavoz situado a su izquierda.
—¿Es muy grande la fuerza imperial destacada en el sistema?
Leia se encontraba en la superficie de Endor, en la aldea ewok. Luke ignoraba que
estaba escuchando, pero tendría que haberlo imaginado. Proyectó la Fuerza y rozó la
cálida presencia de su hermana. Notó una tensión muy justificada. Leia se había
quedado a descansar con Han Solo, para recuperarse de la quemadura del hombro y
ayudar a los diminutos ewoks a enterrar a sus muertos; no tendría ganas de nuevos
problemas. Luke se humedeció los labios. Amaba a Leia desde hacía mucho tiempo,
y deseaba…
Bien, era cosa del pasado. El androide de inteligencia respondió mediante una
transmisión por radio subespacial.
—Una guarnición imperial defiende Bakura. El transmisor del mensaje ha
añadido un subtexto, recordando al emperador Palpatine que las fuerzas defensoras
del planeta están anticuadas, debido a la lejanía del sistema.
—Es evidente que el Imperio no pensó en que nadie le disputaría Bakura —
replicó con desdén Leia—, pero ahora ya no hay flota imperial que pueda ayudarles.
Los imperiales tardarán semanas en volver a reunirse, y para entonces Bakura habrá
caído en poder de los invasores…, o formará parte de la Alianza Rebelde —añadió,
en un tono más ligero—. Si los imperiales no pueden ayudar a los bakuranos,
nosotros tendremos que hacerlo.
La imagen del almirante Ackbar plantó sus manos palmeadas en las cercanías de
la parte inferior de su torso.
—¿Qué quiere decir, Alteza?
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—Esa posibilidad merece que destaquemos una pequeña fuerza de choque.
Necesitarán un negociador de categoría.
—Métete en un planeta imperial —murmuró Han, con las manos enlazadas detrás
de la cabeza—, y alguien te incluirá entre sus futuras ganancias. Tu cabeza tiene un
precio.
Leia frunció el ceño.
—¿Podemos permitirnos el lujo de enviar tropas, en el estado que nos
encontramos? —preguntó la voz de Ackbar—. Hemos perdido el veinte por ciento de
nuestras fuerzas, y sólo hemos luchado contra una parte de la flota imperial.
Cualquier destacamento militar imperial haría un trabajo mejor en Bakura.
—Y el Imperio continuaría manteniendo el control. Necesitamos Bakura, como
necesitamos Endor. Todos los planetas que podamos añadir a la Alianza.
Han se apoderó por sorpresa del comunicador y lo atrajo hacia sí.
—Almirante —dijo—, dudo que podamos permitirnos el lujo de no ir. Una fuerza
invasora tan enorme representa un problema para todo este confín de la galaxia. Leia
tiene razón: deberíamos ir nosotros. Debería enviar una nave veloz, por si a los
imperiales se les ocurriera alguna idea.
—¿Y el precio por tu cabeza, cerebro de láser? —susurró Leia.
Han aguantó el chaparrón.
—No irás sin mí, Alteza.
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humillante, en la sala de guerra. Echó un vistazo hacia la barandilla que se alzaba
sobre la doble fila de bancos blancos, y se preguntó si la silla repulsora lograría pasar
por encima. Detestaba quedar en ridículo.
Erredós canturreó con acento maternal.
Luke manipuló los controles de la silla flotante.
—Vuelvo a mi camarote. Manténganme informado.
El general Madine cruzó los brazos sobre su uniforme caqui.
—Dudo que le enviemos a Bakura. —Las ropas de Mon Monthma crujieron
cuando se cuadró de hombros—. Piense en lo importante que es usted para la
Alianza.
—Tiene razón, comandante —resolló la pequeña imagen rubicunda del almirante
Ackbar.
—No sirvo de nada si me limito a permanecer acostado.
Sin embargo, debía deshacerse de su reputación de imprudente, si deseaba
obtener el respeto de la flota rebelde. Yoda le había encargado que transmitiera sus
enseñanzas. En la mente de Luke, eso significaba reconstruir la Orden de los Jedi, en
cuanto tuviera la oportunidad. Cualquier otra persona podía pilotar un caza. Nadie
más podía reclutar y formar a nuevos Jedi.
Frunció el ceño, se dirigió a la plataforma elevadora, giró la silla y contestó a
Mon Mothma y al almirante Ackbar cuando se levantó.
—Al menos, podré ayudarles a reunir la fuerza de choque.
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Capítulo 2
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de la seguridad, Luke se estiró y parpadeó. Jamás había agradecido tanto una visión
normal.
Un planeta azul cubierto de nubes apareció en la pantalla.
—Bakura —anunció una voz femenina, desapasionada y madura—. Inspección
Imperial seis-cero-siete-siete-cuatro.
La capa de nubes se acercó. Debajo, apareció una inmensa cadena de montañas
verdes. Dos anchos ríos paralelos atravesaban un valle profundo, se internaban en las
montañas y serpenteaban hasta un delta verde. Luke imaginó olores intensos y
húmedos, como en Endor.
—Salis D'aar, la capital, es la sede del gobierno imperial. La contribución
bakurana a la seguridad imperial incluye una modesta cantidad de metales
estratégicos…
Tan verde. Tan húmedo. Luke cerró los ojos. Su cabeza cayó.
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era física, en un sentido literal.
—El emperador Palpatine fue el primero que se puso en contacto con los
alienígenas que atacan Bakura —explicó la aparición—, durante una de sus
meditaciones en la Fuerza. Les propuso un trato, que ya no puede cumplirse.
—¿Qué clase de trato? —preguntó Luke en voz baja—. ¿Qué peligro corren los
bakuranos?
—Debes ir. —Ben seguía sin hacer caso de las preguntas de Luke—. Si no te
encargas personalmente del asunto, Luke, Bakura, y todos los demás planetas, tanto
aliados como imperiales, sufrirán un desastre mucho mayor de lo que imaginas.
Por lo tanto, era tan grave como temían. Luke meneó la cabeza.
—He de saber más. No puedo lanzarme a ciegas, y además, estoy…
El aire osciló y brilló cuando la imagen se desvaneció.
Luke lanzó un gruñido. Tendría que ingeniárselas para convencer al comité
médico de que le diera el alta, para luego convencer al almirante Ackbar de que le
encomendara la misión. Prometería descansar y autocurarse en el hiperespacio, si
inventaba un método. De pronto, la idea de entrar en batalla ya no le entusiasmó.
Cerró los ojos y suspiró. El maestro Yoda se sentiría complacido.
—Erredós —dijo—, llama al almirante Ackbar.
Erredós farfulló.
—Ya sé que es tarde. Discúlpate por despertarle. Dile… —Miró a su alrededor—.
Dile que si no quiere ir al salón de la clínica, nos veremos en la sala de guerra.
—Bien, pues…
Luke levantó la vista. La puerta del salón de la clínica se abrió. Han y Leia
aparecieron en la escotilla, y se apretujaron entre el general Madine, que se
encontraba de pie, y Mon Mothma, sentada en una unidad de éxtasis.
—Perdón —gruñó Han.
2-1B había dado su aprobación a la conferencia, siempre que Luke no abandonara
el centro médico. El abarrotado saloncito, de un blanco inmaculado como el resto del
centro, hacía las veces de almacén transitorio para guardar unidades de éxtasis fría. El
«asiento» de Mon Mothma albergaba a un ewok herido de muerte, que descansaba en
animación suspendida hasta que la Alianza le trasladara a un hospital bien equipado.
Han se apoyó contra la mampara. Leia se sentó al lado de Mon Mothma.
—Prosiga.
La imagen proyectada del almirante Ackbar (en miniatura) brillaba sobre el suelo
al lado de Erredós, el cual, en posición de firmes, se encargaba de mantener la
proyección.
—¿El general Obi-wan Kenobi le dio órdenes?
—Sí, señor.
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Luke deseó que Leia y Han no hubieran interrumpido su explicación en el
momento más impresionante.
El almirante Ackbar se mesó los tentáculos de la barbilla con una mano
palmeada.
—He estudiado la ofensiva de Kenobi. Fue magistral. Tengo poca fe en las
apariciones, pero en general Kenobi fue uno de los Caballeros Jedi más poderosos y,
por lo general, se puede confiar en la palabra del comandante Skywalker.
El general Madine frunció el ceño.
—El capitán Wedge Antilles se habrá recuperado por completo cuando un
batallón llegue a Bakura. He pensado darle el mando del grupo. No se ofenda, general
—añadió, y dirigió una leve sonrisa a Han.
—En absoluto —replicó Han—. Sepárenme de la embajadora aquí presente, y
dimitiré de mi cargo.
Luke disimuló una sonrisa con la mano. Mon Mothma ya había asignado a Leia la
representación de la Alianza en Bakura, y ante las fuerzas imperiales destacadas en el
planeta. Incluso le había pedido que intentara ponerse en contacto con los
alienígenas. Imagina la fuerza que podría oponer la Alianza al Imperio, si ese
ejército alienígena se sumara a nuestras filas, había dicho con cautela Mon Mothma.
—Pero el estado del comandante Skywalker es mucho más grave —adujo
Ackbar.
—Para cuando lleguemos a Bakura, ya me habré recuperado.
—Hemos de pensar en todas las contingencias. —Ackbar meneó su cabeza
rubicunda—. Ahora, hemos de defender Endor, y hemos prometido ayuda al general
Calrissian para liberar Ciudad Nube…
—He hablado con Lando por comunicador —interrumpió Han—. Dice que tiene
sus propias ideas, pero gracias de todos modos.
Las fuerzas imperiales se habían apoderado de Ciudad Nube cuando Lando
Calrissian (su barón-administrador) había huido con Leia y Chewie, en persecución
del cazador de recompensas que había escapado con Han, al que mantenía
aprisionado en carbono helado. Lando se había visto obligado a olvidar Ciudad Nube
cuando dirigió el ataque sobre Endor. Le habían prometido todos los soldados de que
pudieran desprenderse.
Pero Lando siempre había sido un jugador.
—En ese caso, enviaremos a Bakura una fuerza de choque pequeña pero fuerte —
dijo Ackbar—, para apoyar a la princesa Leia, que negociará en nuestro nombre. La
mayoría de las batallas en que participen tendrán lugar en el espacio, no en tierra.
Cinco Cañoneras corellianas y una Corbeta escoltarán a nuestro carguero, de mucho
menor tamaño. ¿Será suficiente, comandante Skywalker?
Luke se sobresaltó.
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—¿Me entrega el mando, señor?
—Creo que no nos queda otra alternativa —dijo con placidez Mon Mothma—. El
general Kenobi ha hablado con usted. Sus logros militares son inmejorables. Ayude a
Bakura en nuestro nombre y reúnase con la nota de inmediato.
Luke, abrumado por el honor, la saludó militarmente.
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salto, y un solo empalme de androide R2, ocupado por la unidad virgiliana. Pulsó el
botón, y se preguntó qué «desastre» acechaba a Bakura a menos que él se ocupara
personalmente.
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perdiendo el control. Aunque el maestro Firwirrung le había asegurado que la
transferencia de energía incorpórea era indolora, todos los prisioneros chillaban.
Al igual que éste, cuando Firwirrung tiró del interruptor del arco de captación. El
arco vibró, a medida que la energía del cerebro saltaba a un electromagneto
perfectamente sintonizado con el magsol. Un grito de angustia indescriptible se
transmitió por mediación de la Fuerza.
Dev trastabilleó y se aferró al conocimiento recibido de sus amos: los prisioneros
sólo creían sentir dolor. El sólo creía sentir su dolor. Cuando el cuerpo chillaba, todas
las energías del sujeto habían saltado al arco de captación. El cuerpo ya había muerto.
—Transferencia.
El silbido aflautado de Firwirrung delató que se estaba divirtiendo. Aquella
actitud paternal consiguió que Dev se sintiera violento. Era inferior. Humano. Blando
y vulnerable, como una larva blanca antes de la metamorfosis. Anheló ser destinado a
la tecnificación y transferir su energía vital a un poderoso androide de batalla.
Maldijo en silencio el talento que le había sentenciado a seguir esperando.
El zumbido del arco de captación aumentó de intensidad, cargado por completo,
más «vivo» que el cuerpo derrumbado sobre la silla. Firwirrung se volvió hacia una
mampara erizada de escamas metálicas hexagonales.
—¿Preparados ahí abajo?
Su pregunta surgió como un silbido labial ascendente, rematado por un chasquido
del pico dentado, y seguido por dos silbidos sibilantes apagados en la garganta. Dev
había tardado varios años en dominar el ssi-ruuvi, además de incontables sesiones de
acondicionamiento hipnótico, tras las cuales anhelaba complacer a Firwirrung, jefe de
tecnificación.
La labor de tecnificación era interminable. La energía vital, como cualquier otra,
podía ser almacenada en las baterías adecuadas, pero la actividad eléctrica de las
ondas cerebrales, que penetraba junto con la energía vital en las cargas del androide,
solía desencadenar frecuencias armónicas destructivas. Los circuitos de control
vitales del androide «morían» a causa de una psicosis fatal.
De todos modos, las energías humanas duraban más que las de cualquier otra
especie en la tecnificación, tanto sometidas a circuitos de navegación como a
androides de batalla.
La cubierta 16 del enorme crucero de batalla silbó por fin una respuesta.
Firwirrung apretó un botón con su garra delantera de tres dedos. El arco de captación
enmudeció. La energía vital del afortunado humano centelleaba ahora en una bobina
de reserva, situada detrás de los grupos sensores de un pequeño androide de combate
piramidal. Ahora podría captar más longitudes de onda y ver en todas direcciones.
Jamás necesitaría oxígeno, control de temperatura, alimento o descanso. Liberado de
la engorrosa necesidad del libre albedrío, de tomar sus propias decisiones, su nuevo
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cuerpo obedecería todas las órdenes de los Ssi-ruu.
Obediencia perfecta. Dev inclinó la cabeza y deseó ocupar su lugar. Las naves
androide no padecían tristeza ni dolor. Una metamorfosis gloriosa, hasta que un día,
un rayo láser enemigo destruía la bobina…, o aquellas armonías psicóticas
destructivas lo desconectaban de los circuitos de control.
Firwirrung retiró el arco de captación, las intravenosas y las correas. Dev levantó
el cuerpo fláccido de la silla y lo introdujo en un sumidero hexagonal de la cubierta.
Cayó hacia la oscuridad.
Firwirrung se alejó de la mesa, con la cola relajada. Se sirvió una taza de ksaa
rojo, en tanto Dev bajaba un brazo pulverizador y rociaba la silla varias veces. Dos
subproductos biológicos desaparecieron por los desagües del centro del asiento.
Dev levantó el brazo pulverizador, lo cerró y movió la mano en dirección a un
interruptor de la silla, para que ésta se secara.
—Preparado —silbó, y se volvió hacia la escotilla.
Dos menudos p'w'ecks jóvenes trajeron al siguiente prisionero, un hombre
arrugado con ocho rectángulos rojos y azules, separados por espacios muy breves,
sobre la parte delantera de su túnica imperial grisverdosa, y el pelo blanco alborotado.
Se revolvió para liberar sus brazos de las garras delanteras de sus guardias. La túnica
le había proporcionado escasa protección. Sangre roja humana brotaba de su piel y de
las mangas desgarradas.
Ojalá supiera lo innecesaria que era su resistencia. Dev dio un paso adelante.
—Tranquilo. —Guardaba su ionizador en forma de paleta, un instrumento médico
que también podía utilizarse como arma de a bordo, en las franjas laterales azules y
verdes de su larga túnica—. No es lo que usted imagina.
El hombre abrió tanto los ojos que obscenas escleróticas blancas aparecieron
alrededor de los iris.
—¿Qué imagino? —preguntó el hombre, aterrado—. ¿Quién es usted? ¿Qué hace
aquí? Espere, usted es el…
—Soy su amigo.
Dev apoyó la mano derecha sobre el hombro del prisionero, con los ojos
entornados para ocultar sus escleróticas (sólo tenía dos párpados, en lugar de los tres
de su amo).
—Estoy aquí para ayudarle. No tenga miedo.
Por favor, añadió en silencio, duele si me tiene miedo. Está de suerte. Será
rápido. Apretó el ionizador contra la nuca del hombre. Sin soltar el activador,
recorrió con el aparato la espina dorsal del hombre.
Los músculos del oficial imperial se distendieron. Sus guardias le dejaron caer a
la cubierta de losas grises.
—¡Torpes! —Firwirrung avanzó sobre sus fuertes patas traseras, con la cola tiesa
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mientras regañaba a los pequeños p'w'ecks. Dejando aparte el tamaño y el tono
deslustrado de la piel, casi se parecían al maestro ssi-ruuk…, de lejos—. ¡Un respeto
al prisionero! —canturreó Firwirrung. Podía ser joven para el rango que ostentaba,
pero exigía deferencia.
Dev ayudó a los tres a levantar al sudoroso y maloliente humano. Totalmente
consciente (el arco de captación no podía funcionar en caso contrario), el hombre
resbaló de la silla. Dev le aferró por los hombros, doblando la espalda.
—Relájese —murmuró Dev—. No pasa nada.
—¡No haga esto! —gritó el prisionero—. Tengo amigos poderosos. Pagarán un
buen precio por mi rescate.
—Nos encantaría conocerles, pero no le negaremos esta alegría.
Dev dejó que su centro espiritual flotara sobre el miedo del desconocido, y
después lo apretó como una manta confortable. Una vez los p'w'ecks aseguraron las
correas, Dev aflojó su presa y se masajeó la espalda. La garra delantera derecha de
Firwirrung se alzó y aplicó una intravenosa. No había esterilizado las agujas. No era
necesario.
Por fin, el prisionero quedó indefenso y preparado. Un líquido transparente brotó
de un ojo y de la comisura de la boca. La servo bomba envió un fluido magnetizador
por la intravenosa.
Otra alma liberada, otra nave androide preparada para conquistar el imperio
humano.
Dev intentó hacer caso omiso del rostro húmedo y el inquietante temor del
prisionero, y apoyó una esbelta mano morena sobre su hombro izquierdo.
—Todo irá bien —dijo con voz suave—. No duele. Le espera una sorpresa
maravillosa.
Por fin, todos los prisioneros del día fueron tecnificados, salvo una hembra, que
se liberó de los guardias p'w'ecks y se golpeó la cabeza contra una mampara antes de
que Dev pudiera atraparla. Tras esforzarse varios minutos en revivirla, el maestro
Firwirrung dejó caer la cabeza y la cola.
—Es inútil —silbó con pesar—. Una triste pérdida. Recicladla.
Dev limpió. La tecnificación era un trabajo noble, y se sentía orgulloso de su
participación en el proceso, aunque su papel era el de un mero criado que calmaba a
los sujetos mediante la Fuerza. Deslizó su ionizador en la parte inferior de una
estantería, con la parte plana hacia arriba, y después introdujo su extremo puntiagudo
en la vaina hasta que se oyó un clic. La nudosa culata, especialmente diseñada para su
mano de cinco dedos, quedó colgando bajo la paleta.
Firwirrung condujo a Dev por espaciosos pasillos hasta sus aposentos, donde
sirvió un ksaa tranquilizador para ambos. Dev bebió agradecido, sentado en la única
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silla del camarote circular. Los ssi-ruuk no necesitaban muebles. Firwirrung siseó
complacido y descansó su cola y cuartos traseros sobre la cálida cubierta gris.
—¿Estás contento, Dev? —preguntó.
Sus líquidos ojos negros parpadearon sobre la taza de ksaa y reflejaron el amargo
tónico rojo.
Era una oferta de consuelo. Siempre que la vida afligía a Dev, siempre que echaba
de menos la sensación de totalidad que le acompañaba cuando la Fuerza de su madre
se unía a él, Firwirrung le llevaba a presencia del Anciano Sh'tk'ith para una nueva
terapia.
—Muy contento —contestó con sinceridad Dev—. Un buen día de trabajo. Muy
agradable.
Firwirrung asintió.
—Muy agradable —repitió. Sus lenguas olfativas asomaron por las fosas nasales,
para saborear y oler la presencia de Dev—. Proyéctate, Dev. ¿Qué ves esta noche en
el universo oculto?
Dev sonrió levemente. El amo le había hecho un cumplido. Todos los ssi-ruuk
eran ciegos a la Fuerza. Dev sabía ahora que era el único ser perceptivo, humano o
no, que habían encontrado.
Gracias a él, los ssi-ruuk habían sabido la muerte del emperador pocos momentos
después de que ocurriera. Porque la Fuerza existía en toda vida, había sentido la onda
de choque energética que se había transmitido mediante el espíritu y el espacio.
Meses atrás, Su Potencia el Shreeftut había respondido de inmediato cuando el
emperador Palpatine ofreció prisioneros a cambio de diminutos cazas androide de dos
metros. Palpatine ignoraba cuántos millones de ssi-ruuk vivían en Lwhekk, aquel
distante racimo de estrellas. El almirante Ivpikkis capturó e interrogó a varios
ciudadanos imperiales. Averiguó que aquel imperio humano abarcaba pársecs. Sus
sistemas estelares se extendían como fértiles arenas sembradas de nidos, ideales para
plantar la semilla de la vida ssi-ruuvi.
Y entonces, el emperador murió. No habría trato. Los traidores humanos les
habían abandonado para volver a casa como pudieron, casi agotada la energía de la
flota. El almirante Ivpikkis se había adelantado con el crucero de batalla Shriwirr y
una pequeña fuerza de avanzadilla compuesta por media docena de naves de
combate, con equipos de apoyo tecnificados. La flota principal se mantuvo alejada, a
la espera de noticias que confirmaran el éxito o el fracaso.
Si podían apoderarse de un planeta humano importante, aquel equipo de
tecnificación, propiedad del maestro Firwirrung, les conseguiría el imperio humano.
Cuando cayera Bakura, les proporcionaría la tecnología necesaria para fabricar
docenas de sillas de tecnificación. Cada bakurano tecnificado significaría energía o
protección para un caza de combate androide, o infundiría nueva vida a algún
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componente fundamental de un gran crucero. Con docenas de grupos de tecnificación
adiestrados y equipados, la flota ssi-ruuvi podría conquistar los populosos planetas
humanos del Núcleo. Había doce mil planetas que liberar. Una labor muy agradable.
Dev casi reverenciaba la valentía de sus amos al ir tan lejos y arriesgar tanto por
el bien del imperio ssi-ruuvi y la liberación de las demás especies. Si un ssi-ruuvi
moría lejos de un planeta natal consagrado, su espíritu vagaría por las galaxias por
siempre jamás.
Dev meneó la cabeza y contestó.
—Afuera, sólo percibo los silenciosos vientos de la vida. A bordo del Shriwirr,
dolor y confusión en tus nuevos hijos.
Firwirrung acarició el brazo de Dev, y sus tres garras oponibles apenas
enrojecieron la suave piel sin escamas. Dev sonrió, solidario con su amo. Firwirrung
no tenía compañeros de nido a bordo, y la vida militar significaba horas de soledad y
peligros terribles.
—Amo —dijo Dev—, ¿algún día volveremos a Lwhekk?
—Es posible que tú y yo nunca volvamos a casa, Dev, pero pronto consagraremos
un nuevo mundo natal en tu galaxia. Enviaremos a buscar a nuestra familias…
Mientras Firwirrung contemplaba el nido de dormir, una vaharada de acre aliento
reptiliano azotó la cara de Dev.
Dev ni siquiera pestañeó. Estaba acostumbrado a aquel olor. Sus olores corporales
mareaban a los ssi-ruuk, de modo que se bañaba y bebía disolventes especiales cuatro
veces al día. En las ocasiones especiales, se afeitaba todo el vello.
—Un nido de tu especie —murmuró.
Firwirrung ladeó la cabeza y miró con un ojo negro.
—Tu trabajo me acerca más a ese nido, pero ahora estoy cansado.
—Te estoy manteniendo despierto —dijo Dev, arrepentido—. Ve a descansar, por
favor. No tardaré.
Cuando Firwirrung se aovilló en su montón de almohadas, el cuerpo caliente
gracias a los generadores situados bajo la cubierta y los párpados triples cubriendo
sus hermosos ojos negros, Dev tomó su baño vespertino y bebió el medicamento
desodorante. Para distraer su mente de los calambres abdominales que siempre le
producían, acercó su silla a un largo escritorio/mostrador curvo. Sacó un libro de la
biblioteca que había dejado sin acabar y lo cargó en su lector.
Durante meses, había trabajado en un proyecto que tal vez beneficiaría a la
humanidad más que sus propios esfuerzos. De hecho, temía que los ssi-ruuk le
tecnificaran en circuitos para completar su obra, y no en el androide de combate al
que aspiraba.
Sabía leer y escribir antes de que los ssi-ruuk le adoptaran, tanto letras como
música. Combinando aquellas simbologías, estaba diseñando un sistema para escribir
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ssi-ruuvi, destinado al uso de los humanos. En el aspecto musical, anotaba tonos. Los
símbolos que había inventado equivalían a silbidos con toda la lengua, la mitad de la
lengua y guturales. Las letras significaban vocales y combinaciones con un chasquido
final. Ssi-ruu exigía toda una línea de datos: el silbido con media lengua se elevaba a
una quinta perfecta, mientras la boca formaba la letra e. Después, un silbido labial
con la boca fruncida, bajando a una tercera menor. Ssi-ruu era el singular. El plural,
ssi-ruuk, finalizaba con un chasquido de garganta. El ssi-ruuvi era complicado pero
hermoso, como el canto de los pájaros que Dev recordaba de su juventud, en el
planeta G'rho.
Dev tenía un buen oído, pero la compleja tarea le abrumaba en la última hora de
su tiempo libre. En cuanto los calambres y las náuseas cesaban, cerraba su lector y
reptaba en la oscuridad hacia el olor algo fétido del lecho de Firwirrung. De sangre
demasiado caliente, amontonaba almohadas para aislarse del calor procedente de los
aposentos situados bajo la cubierta. Después se acurrucaba lejos de su amo y pensaba
en su hogar.
Las habilidades de Dev habían llamado la atención de su madre desde una edad
muy temprana, allá en Chandrila. Una aprendiza de Jedi que no había terminado su
adiestramiento le había enseñado algunas cosas sobre la Fuerza. Dev lograba
comunicarse con ella desde lejos.
Después, llegó el Imperio. Se produjo una purga de candidatos a Jedi. La familia
huyó al aislado G'rho.
Apenas se habían instalado, cuando aparecieron los ssi-ruuk. El sentido de la
Fuerza de su madre se desvaneció, y le dejó lejos de casa, solo y aterrorizado de las
naves espaciales invasoras. El maestro Firwirrung siempre había dicho que sus padres
habrían matado a Dev de haber podido, antes que dejarlo en manos de los ssi-ruuk.
Una idea terrible: ¡su propio hijo!
Pero Dev había escapado a la muerte en ambos casos. Los exploradores ssi-ruuvi
le encontraron escondido en un barranco erosionado. Fascinado por los gigantescos
lagartos de redondos ojos negros, el diminuto niño de diez años había aceptado su
comida y afecto. Le llevaron de vuelta a Lwehekk, donde vivió durante cinco años.
Por fin, descubrió por qué no le habían tecnificado. Sus increíbles facultades
mentales le convertirían en un explorador ideal para acercarse a los demás sistemas
humanos. También le permitieron calmar a los sujetos tecnificados. Deseaba recordar
lo que había dicho o hecho para revelar aquel talento.
Había enseñado a los ssi-ruuk todo cuanto sabía sobre la humanidad, desde las
pautas mentales y las costumbres hasta la indumentaria (incluyendo los zapatos, lo
cual les divertía). Ya les había ayudado a capturar varios puestos de avanzadilla
humanos. Bakura sería el planeta clave… ¡y estaban ganando! Pronto, los bakuranos
imperiales huirían de las naves de guerra y los ssi-ruuk podrían acceder a los centros
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poblados de Bakura. Una docena de naves de aterrizaje p'w'eck iban cargadas con
botes paralizadores, dispuestos a ser lanzados.
Dev ya había anunciado a los bakuranos, mediante una frecuencia de
comunicación corriente, la buena noticia de su inminente liberación de las
limitaciones humanas. El maestro Firwirrung afirmaba que su resistencia era muy
normal. Al contrario que los ssi-ruuk, los humanos temían a lo desconocido. La
tecnificación era un cambio sin posibilidad de regreso.
Dev bostezó. Sus amos le protegerían del Imperio, y algún día le recompensarían.
Firwirrung le había prometido estar a su lado y bajar el arco de captación en persona.
Dev se acarició la garganta. Las intravenosas se clavarían… allí. Y allí. Algún
día, algún día.
Se cubrió la cabeza con los brazos y durmió.
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Capítulo 3
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Hemos izado bandera blanca. Da la impresión de que necesitan ayuda. ¿Aceptarían la
nuestra, como hermanos de raza?
Había alienígenas entre los rebeldes, por supuesto, además de Chewbacca y el
navegante duro de Manchisco. Diecisiete mon calamari componían la tripulación de
una Cañonera, pero los chovinistas humanos imperiales no tenían por qué saberlo…
todavía.
El altavoz crepitó. Luke conectó con una frecuencia de la Alianza, e imaginó a un
curtido veterano imperial examinando frenéticamente el procedimiento establecido
para tratar con los rebeldes.
—A todos los cazas: mantengan la formación defensiva. Protéjannos. No sabemos
qué van a hacer.
Fragmentos musicales y voces diversas resonaron en el puente del Frenesí.
—Grupo de combate de la Alianza, al habla el comandante Pter Thanas, de la
Marina Imperial. Anuncien sus propósitos —se oyó a continuación; la voz poseía un
timbre autoritario.
Durante los tres días pasados en el hiperespacio, Luke había vacilado entre fingir
ignorancia y admitir la situación real. La capitán Manchisco enarcó una ceja, como si
preguntara «¿Y bien?».
—Interceptamos un mensaje del gobernador Nereus a la flota imperial, que en
estos momentos se encuentra, hum, dispersa, en su mayor parte. Tuvimos la
impresión de que el problema era grave. Como ya he dicho, hemos venido en su
ayuda, si es posible.
Luke cortó la transmisión y se dio cuenta, por los espasmos que sacudían sus
pantorrillas, de que se había levantado. Frustrado, volvió a sentarse. Había
descansado mucho en el hiperespacio. Las Cañoneras solicitaron información por el
canal interno del grupo. Vio por la ventana panorámica que se habían agrupado en
parejas.
Leia habló en voz baja desde el Halcón.
—Luke, utiliza la sutileza. Estás hablando con imperiales. Nos considerarán
hostiles y se lanzarán en nuestra persecución.
—En este momento, no están para lanzarse en persecución de nadie —señaló
Luke—. Están a punto de ser borrados…
—No me extraña que nadie captara las transmisiones de auxilio habituales —
interrumpió la voz seca del comandante imperial Thanas—. Grupo de combate de la
Alianza, agradeceríamos su ayuda, Voy a enviar un informe codificado de la situación
en una frecuencia inferior en veinte ciclos a ésta.
—De acuerdo.
Sólo alguien que ya se considerara derrotado aceptaría refuerzos identificados
sólo en parte. Luke miró al oficial de comunicaciones Delckis, que abrió el canal
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indicado por Thanas. Al cabo de unos momentos, un pequeño porcentaje de los
puntos remolinantes que aparecían en el tablero de situación viró a un tono dorado
amarillento, por parte de los imperiales. Luke silbó por lo bajo. Los seis ovoides y la
mayor parte del enjambre seguían con la luz roja de amenaza.
El OAB empezó a escupir información. El comandante Thanas poseía menos
potencia de fuego que los invasores, y el ochenta por ciento estaba concentrado en un
sólo crucero de clase Galeón. No se trataba de una gran nave, y sólo contaba con una
quinta parte de la tripulación que solía albergar un Destructor Estelar, pero superaba
por amplia ventaja al armamento del Frenesí..
—¿Está seguro de que quiere hacer esto? —murmuró Manchisco. *
Luke tocó el botón que enviaba a los pilotos rebeldes escaleras arriba. Los cazas
habían sido preparados para despegar, aprovisionados de combustible y trasladados a
las ensenadas durante el último día transcurrido en el hiperespacio.
—Informe a su formación —dijo Luke a su interlocutor imperial. No estaba
seguro de cómo proceder. Se calmó y pidió consejo a la Fuerza. Una corazonada,
como decían los demás…
—¿Están… listos…? —empezó Thanas.
Un siniestro silbido enmudeció al comandante imperial.
Luke tabaleó con los dedos sobre la consola. Cuando se oyó de nuevo la voz de
Thanas, sonó serena y controlada.
—Lo lamento. Una perturbación. Si pudieran lanzar una cuña de naves por el
hueco que dejan los tres cruceros centrales ssi-ruuk, quizá les obligarían a retroceder.
Ganaríamos tiempo.
Ssi-ruuk. Luke archivó el nombre de los alienígenas en el fondo de su mente. Por
fin, su subconsciente lanzó una sugerencia.
—Comandante Thanas, vamos a descender desde el norte solar para rodear a esos
tres cruceros. Pongan rumbo —murmuró.
El navegante de la capitán Manchisco se acercó al ordenador de navegación.
—Valtis —farfulló el duro en idioma corriente, con sus labios delgados y
elásticos—, curso ocho-siete norte, seis rotación lateral.
El piloto virgiliano efectuó correcciones en el ordenador. Luke notó que el
Frenesí cobraba vida. Los paneles de la cubierta transmitieron las vibraciones de los
motores a sus pies y a la silla de mando. La escotilla de acceso, que habían dejado
abierta para la ventilación, se cerró de golpe.
Thanas habló de nuevo al cabo de unos momentos.
—Nos encontramos en un gran apuro, grupo de la Alianza. Vengan… y gracias.
Manténganse alejados de la influencia gravitatoria.
—¿Qué opinas, muchacho? —se oyó a Han por el altavoz—. Mal asunto.
—He de llegar a Bakura —insistió Leia por el mismo altavoz—. He de convencer
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al gobernador Nereus de que declare una tregua oficial. De lo contrario, no podrán
colaborar con nosotros. No podemos desafiar a toda la Marina imperial.
—Han, ¿te has enterado de cómo vamos a movernos? —preguntó Luke.
—Oh, ya lo creo. —Su amigo parecía divertirse—. Buena suerte, héroe. Sólo
temo que nuestra única diplomática con experiencia tendrá que esperar a que termine
esto.
—Buena idea —dijo Luke.
—¿Cómo? —Luke oyó los puntos de exclamación que seguían a la pregunta de
Leia—. ¿De qué estáis hablando?
—Perdónanos.
Se imaginó a Han volviéndose, para intentar explicar razonablemente una
desagradable verdad al gemelo Skywalker más tozudo. Tal vez su hermano debería
intervenir.
—Leia —dijo—, echa un vistazo al tablero. Bakura está bloqueado. Todas las
comunicaciones al exterior deben de estar intervenidas. No hemos oído ni pío, salvo
fragmentos de emisiones procedentes de emisiones recreativas. Eres demasiado
valiosa para arriesgar tu vida en la zona de batalla.
—¿Y tú no? —replicó su hermana—. He de hablar con el gobernador. Nuestra
única esperanza es persuadirle de que venimos en son de paz.
—Estoy de acuerdo —contestó Luke—, y podríamos utilizar el Halcón para una
maniobra rápida, pero no vamos a ponerte en peligro. Da gracias de contar con
cañones.
Silencio sepulcral. Luke dio más órdenes y dispuso a sus hombres en formación
para el difícil salto entre sistemas.
—Muy bien —rezongó Leia—. El sexto planeta no se encuentra lejos de nuestra
trayectoria. Tomaremos esa dirección. Si parece seguro, aterrizaremos y os
esperaremos.
—El sexto planeta me parece bien, Leia.
Luke percibió su indignación, que no sólo iba dirigida hacia él. Han y ella debían
aprender a resolver sus desacuerdos. A desarrollar su propio sistema.
Cerró el estado de ánimo de su hermana a su percepción.
—Sigue en contacto, Han. Utiliza las frecuencias de la Alianza normales, pero
sintoniza las imperiales.
—Afirmativo, pequeñín.
Luke vio por su mirador que el carguero ligero abandonaba la formación. El arco
blancoazulado de sus motores se perdió en la negra distancia. Según su tablero de
situación, los pilotos de los cazas estaban preparados, y Wedge Antilles se encontraba
pasando revista a la situación general del escuadrón. Hoy, su puesto no estaba en el
espacio. Su frío caza X reposaría en una oscura bodega, y Erredós en sus aposentos,
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conectado mediante el Frenesí al Ordenador de Análisis de Batalla. La próxima vez,
tal vez podría conseguir que Erredós le conectara con el puente de mando del
carguero, para dirigir la batalla desde un caza, pero ¿dónde instalaría los tableros de
control y situación?
—Cálculos terminados —anunció—. Preparados a saltar.
Las luces azules de las naves viraron a verde.
Luke se aferró a los brazos de su asiento.
—Ahora.
Han Solo no apartó la vista de los sensores del Halcón mientras desviaba de su
ruta al carguero. Demasiado experimentado para quedar atrapado en el remolino que
se produciría cuando el grupo saltara al hiperespacio, no pudo dejar de observar el
carguero de Luke (¡pensar que el muchacho estaba al mando de un grupo de
portacazas!), hasta que la nave de Luke desapareció. Leia se encogió.
Ahora, Han había vuelto al Halcón, donde debía estar. Los equipos de reparación
de la Alianza no habían perdido tiempo en poner a punto su amado carguero, después
de que Lando lo lanzara contra la segunda Estrella de la Muerte (… no te culpo,
Lando. Fue por una buena causa). Su lugar estaba en esta cabina, al lado de su buen
amigo Chewie.
Pero ya nada era igual. Leia estaba sentada detrás del gigantesco wookie, vestida
con un mono de batalla gris ceñido a la cintura. Sí, había manejado muy bien el
Halcón durante un par de emergencias, pero hasta para un contrabandista había
límites.
Cetrespeó ocupaba la otra silla posterior. Su cabeza dorada se movía de un lado a
otro.
—Le estoy muy agradecido de que haya reconsiderado su postura, ama Leia. Si
bien mi experiencia se desperdiciará más de lo habitual en estas lejanas regiones del
sistema, nuestra seguridad es de vital importancia. ¿Puedo sugerir…?
Han puso los ojos en blanco y habló en un tono burlón y amenazador al mismo
tiempo.
—¿Leia?
La joven desconectó el interruptor situado en la nuca de Cetrespeó, que se quedó
petrificado.
Han exhaló un suspiro de alivio. Chewbacca aportó un gruñido sarcástico y agitó
su pelaje color canela. Han extendió la mano hacia el panel de control.
—Siete minutos para el acercamiento.
Leia se desabrochó las correas de seguridad y se acercó a la consola. Apretó su
cálida pierna contra la de Han.
—Los imperiales no pueden estar muy lejos. ¿Dónde están los analizadores?
Han los conectó. El sexto planeta llenó las pantallas. Chewbacca emitió varios
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gruñidos.
—Hielo y polvo —tradujo Han a Leia—. El sistema de Bakura sólo posee un
gigante gaseoso y una miríada de cometas que le siguen. —Hizo una pausa—. Si el
Halcón se calienta, se derretirá en la superficie.
—Mira —dijo Leia—. Una especie de poblado cerca del terminador.
—Ya lo veo. —Han mantuvo el rumbo hacia el grupo de formas regulares—.
Pero no hay satélites de comunicaciones o defensa, y no captamos la menor
transmisión.
Chewie aulló su acuerdo.
Las cúpulas no tardaron en aparecer ante su vista, Han aumentó la imagen y
divisó una hilera doble de paredes destrozadas entre cráteres mellados recientes.
—Qué desastre —comentó Leia.
—Diez a uno a que nuestros misteriosos alienígenas ya han bombardeado este
lugar.
—Bien. —Leia sacudió polvo del cabello de Han. Éste, sobresaltado, se volvió—.
Eso significa que no volverán —explicó.
—Bórralo de la lista —admitió Han.
—Y se dirigen hacia un objetivo más importante. Espero que Luke sea precavido.
—No le pasará nada. Muy bien, Chewie, parece un barrio muy tranquilo. Nos
esconderemos mejor si aterrizas… Nos confundiremos con las rocas, ya sabes.
Bajemos y aminoremos la velocidad, sólo lo suficiente para neutralizar la gravedad.
Vamos a probar suerte.
No aclaró a Leia lo difícil que iba a resultar. Sus sensores registraban una
gravedad inferior a 0,2 en aquella bola de hielo, y ninguna atmósfera que recalentara
una' nave dispuesta a descender, pero mantener la temperatura no sería fácil. El calor
del núcleo seguía siendo intenso después del salto hiperespacial, y la fricción no era
moco de pavo; aun en la completa frialdad del espacio exterior al sistema, habían
chocado con millones y millones de iones y átomos. Han tocó un control que
utilizaba pocas veces y elevó al máximo los radiadores dorsales. Deseó que las aletas
de aterrizaje poseyeran refrigerantes, pero si los deseos se cumplieran, los
calamarianos ostentarían el mando del cuartel general de la Alianza.
Justo al otro lado del terminador, localizó un cráter lo bastante amplio y profundo
para albergar al Halcón. Apagó los radiadores, hizo descender al aparato y lo dejó
flotar. Ahora, nada de cohetes de frenado…
A punto de descender, distinguió un charco oscuro y brillante en el fondo del
cráter.
No era agua helada, sino amoníaco u otro gas oloroso, que se fundía a una
temperatura tan superfría que hasta los chorros de los motores lo enturbiaban.
Y ahora, ¿qué?
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Chewie gruñó una sugerencia.
—Sí —contestó Han—. Órbita sincrónica. Buena idea.
—¿No vamos a aterrizar?
Leia se relajó en su asiento de respaldo alto cuando el Halcón pasó sobre las
ruinas y ganó altitud.
Chewbacca aulló un pequeño problema.
—Funciona bastante bien —dijo Han.
—¿Qué funciona bastante bien? —preguntó Leia.
Han miró a Chewie con el ceño fruncido. Gracias, colega.
—El rastreador estelar del Halcón. Para mantener la órbita con el piloto
automático conectado. Depende de un circuito que no suele cubrir estas coyunturas.
—¿Por qué?
Han lanzó una breve carcajada.
—Es imposible llevar a cabo tantas modificaciones en un carguero sin pulirse
algunos circuitos. El rastreador funciona bastante bien, pero… Chewie, procura que
no nos salgamos del rumbo. Mientras nos mantengamos cerca, nadie nos localizará.
—Han pulsó un sensor—. Parece que el hermano Luke se dirige hacia el lado de los
imperiales. Supongo que querrás quedarte a mirar.
Leia arrugó el entrecejo.
—Con este analizador, es imposible distinguir quién está a cada lado. Además,
toda esta situación me pone nerviosa…
—Oh. —¿Era otro insulto el comentario sobre el analizador?—. Oh —añadió, en
tono alegre. Quizá, por fin, tendrían un momento de respiro. Sus así llamadas
vacaciones, después de la gran fiesta ofrecida por los ewoks, había sido un fracaso
Leia estaba muerta de cansancio. Pero durante el salto, con todas las manos ocupadas
y Cetrespeó yendo de un lado a otro, había indicado con discreción a Chewie que
hiciera algunas modificaciones en la bodega principal del Halcón, que no constaban
en la Guía de Campo de Cracken.
Esperaba que Chewie lo hubiera hecho bien. El enorme wookie era un genio de la
mecánica, pero su sentido de la estética no era…, bueno…, humano.
Han Solo no se había apuntado a aquella excursión sólo por aportar su granito de
arena a la guerra.
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Su mente esquivó las defensas que había alzado y atacó de nuevo. Mientras
contemplaba la destrucción de Alderaan desde la Estrella de la Muerte, había pensado
que estaba asistiendo a la muerte de su familia. En realidad, su padre estaba…
¡No! Jamás le aceptaría como padre. Aunque Luke sí lo hiciera.
Se agachó para no tropezar con una manguera colgante. Si tenía que encontrar un
escondrijo y sepultar la cabeza durante horas, debía de aprovechar ese tiempo. Ya
había desperdiciado demasiados días en su recuperación. Se frotó el hombro derecho.
Ni siquiera la símilipiel contrarrestaba por completo la comezón de una quemadura
de desintegrador al curarse. Como había dicho a Han, no dolía…, pero era difícil de
olvidar.
Han se detuvo cerca de la rampa de entrada. Se apoyó contra una mampara y la
miró.
—¿Qué queda por arreglar?
El Halcón era el primer amor de Han. Cuanto antes aceptara Leia aquella
realidad, menos se molestaría él. Además, era absurdo tener celos de una nave
espacial.
Han dejó caer las manos a lo largo de sus costados.
—Supongo que gozaremos de tranquilidad durante unas horas. Chewie mantendrá
los ojos abiertos.
De pronto, Leia comprendió que sus ojos no brillaban por la perspectiva del
combate.
—Creía que debías reparar algo. —Desechó el desafío—. Bien, ¿no hay que
poner a prueba algunas modificaciones?
—Sí. Ahí, en la bodega de carga grande.
Han avanzó por el curvo pasillo, abrió el panel y entró en la bodega de popa del
Halcón. Abrió una escotilla que permitía el acceso al compartimiento de estribor.
—Aquí están los generadores de campo.
La bodega olía a cerrado. Leia siguió a Han.
—¿Qué llevas de contrabando esta vez?
—Algo que recogí en Endor.
—Que recogimos en Endor —corrigió ella.
Pilas de cajas, que sujetaban otras cajas, se amontonaban al fondo del
compartimiento. Han apartó una caja y dejó al descubierto una especie de armario.
Leia pensó que era una unidad de refrigeración. Han introdujo la mano, tanteó y
extrajo una botella de cristal.
Leia la cogió sin cambiar de expresión. Cristal primitivo, sellado con un tapón de
corcho, de aspecto muy poco higiénico.
—¿Qué es eso?
—Un regalo de hechicero Ewok, aquel que nos nombró miembros honorarios de
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la tribu.
—Sí, ya me acuerdo. —Leia se apoyó contra las cajas y le devolvió la botella—.
No has contestado a mi pregunta.
Han sacó el tapón.
—Bayas… Una especie de vino —gruñó. El tapón saltó—. El tipo vino a decir
algo así como «Para encender el corazón que ha empezado a inflamarse».
Así que eso tramaba.
—Oye, estamos en guerra.
—Siempre estaremos en guerra. ¿Cuándo vas a vivir?
Leia notó calor en sus mejillas. Prefería hablar, discutir, incluso pelear con Han
que esconderse y beber… ¿vino de bayas?, en plena guerra. Como Bail Organa
señalaría, aquel hombre no era una compañía adecuada para alguien de su clase.
Quería solucionar todos sus problemas con un desintegrador. Ella era una princesa
por adopción, si no de cuna.
De nuevo, la sombra de la máscara negra irrumpió en sus pensamientos: Vader.
Le había odiado con toda su alma.
Sirvieron el turbio vino púrpura en copas de gres. Debía de ser de una cosecha no
apta para palacio.
—No… —empezó Leia, pero luego calló. Ya había decidido que no podía hacer
ningún bien a Luke si estaba pendiente de la radio subespacial.
—Oye —Han le tendió una copa, —¿qué estás pensando? ¿De qué tienes miedo?
—Demasiado.
Entrechocaron las copas. La cerámica tintineó suavemente.
—¿Miedo, tú?
Leia se vio obligada a sonreír. Lo único lógico era ser valiente y decidida. Bebió,
olió la copa y arrugó la nariz.
—Demasiado dulce.
—Creo que no hacen otra cosa. —Han dejó la copa sobre el jergón—. Acércate.
—Cogió su mano y la condujo detrás de la mampara que separaba las cajas. Leia dejó
la copa junto a la de él—. Yo…
Se interrumpió.
Leia vio un montón de almohadas hinchables.
—Chewie… —Gruñó Han. Soltó la mano de Leia—. Creo que es un poco
descarado. Jamás tendría que haber confiado en un wookie.
Leia rió.
—¿Chewie preparó esto?
—Voy a decirle a esa bola de pelo…
Sin dejar de reír, Leia se apoyó contra una mampara y le empujó. Han cogió su
mano y los dos cayeron.
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Capítulo 4
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¿Los invasores? Chewie, sin vacilar, activó el comunicador.
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arrebataría el Halcón a él y a Chewie?
Sí, pero esto era diferente. Mientras salía, Han oyó la voz de Cetrespeó.
—El Halcón Milenario está mejor configurado para huir que para enfrentarse a
cazas enemigos…
Han trepó a la torreta, se sentó y distinguió una explosión.
—Se acercan a gran velocidad —informó a Leia por el micrófono de sus
auriculares—. ¿Ha conseguido Vara de Oro algún dato? ¿Qué son?
—Bien, general Solo… —empezó Cetrespeó.
—Naves androides —intervino Leia—. Es lo único que sabe.
Los androides se pusieron a tiro. Tres pasaron sobre el plato asimétrico del
carguero y lanzaron rayos energéticos hacia el motor principal.
—Analiza esos rayos, Vara de Oro —gritó Han mientras disparaba—. ¿Son
cañones láser o qué?
Chewbacca aulló por sus auriculares.
—Sí —contestó Han—, ¡para naves de ese tamaño!
—¿Qué? —gritó Leia—. Para naves de ese tamaño, ¿qué?
—Escudos muy resistentes.
Han disparó sobre un solo androide durante el tiempo necesario para destruir a un
caza TIE. Por fin, el objeto estalló.
El Halcón osciló cuando otro androide disparó. Han se relajó en su asiento. Era el
mismo juego de siempre. Otro androide se colocó paralelo al borde del carguero,
justo en el límite de su visión.
—Esos androides son muy listos —murmuró—. Aprenden rápido.
De repente, el campo de estrellas se ladeó, y el androide quedó expuesto al fuego
de Han.
—¿Mejor? —oyó la voz de Leia en sus oídos.
—Bastante.
El objeto estalló. Llegaron dos más, que siguieron disparando sobre los motores,
sin hacer caso de la batería de cañones ni la cabina. Quieren prisioneros, no cabe
duda. Bien, ¿dónde estaba Mamá Grande, la nave capitana? ¿O aquellos bebés
estaban programados para atacar por su propia cuenta?
—¿Qué apuestas a que son los rezagados del ataque alienígena al puesto
avanzado? —murmuró Leia, como si hubiera leído sus pensamientos.
Han consiguió por fin destruir los escudos de un androide. Una onda expansiva
alcanzó a su compañero, que se perdió de vista girando locamente.
—Bien pensado —dijo.
Silencio.
—¿Estás de acuerdo, Chewie?
Un rugido afirmativo.
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Han bajo a la cabina, con la respiración entrecortada.
—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó a Leia.
La joven manipuló una palanca.
—Al interior del sistema. Puede que haya más de ésos por ahí. Tú no sé, pero yo
me sentiré más segura con el resto de nuestro grupo. —Mientras se levantaba de la
silla, el zumbido del motor se desvaneció con un estertor. Las luces de la cabina se
apagaron—. Y ahora, ¿qué? Este trasto supertrucado siempre me desconcierta.
¿Y su superconfiado capitán? Adelante, princesa, dilo. Han manoteó una consola.
Las luces parpadearon y los motores resucitaron. Se sentó en su silla con un ademán
elegante.
—Nos hemos librado.
Leia se cruzó de brazos y le miró con aire desafiante. —Teniendo en cuenta la
protección que he recibido, podríamos hacer algo por Luke.
Bien, corazón, sujétate. Vamos a darnos prisa.
Inmóvil, a excepción de los ojos, Luke paseó la vista desde la ventana panorámica
a la unidad OAB. Las naves imperiales del comandante Thanas se estaban
replegando.
Y no a causa de la llegada de Luke. Era evidente que su grupo de combate había
surgido del hiperespacio en el momento que los ssi-ruuk pensaban aprovechar su
ventaja sobre la superficie de Bakura. Eso significaba que los alienígenas habían
reducido su arco exterior para empujar hacia adelante. Un crucero ligero estaba
prácticamente indefenso, y creaba una zona que la pequeña fuerza de Luke podría
conquistar con facilidad.
—Delckis, pásame con los jefes de escuadrón.
Sus auriculares sisearon. Ajustó y apretó contra sus oídos los pequeños y duros
componentes.
—Bien, vamos a llamar su atención.
Tocó un panel OAB para transmitir su evaluación a los ordenadores de tiro y
destacar al crucero solitario.
—Jefe Oro, Rogue Uno, es todo tuyo.
—Recibido, Frenesí —respondió Wedge Antilles en tono confiado—. Grupo
Rogue, en posición de ataque.
Luke se sintió vulnerable por apuntar a un blanco tan obvio como aquel crucero.
—Jefe Rojo, divida su escuadrón. De Rojo Uno a Cuatro, mantengan abierta una
vía de escape detrás de los grupos Rogue y Oro. Les alejaremos del planeta.
Todos los datos con que los sensores de sus naves pudieran alimentar al OAB
contribuirían al análisis de las características de las naves alienígenas.
Meneó la cabeza. Los puntos dorados de su pantalla eran cazas imperiales… y él
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los estaba defendiendo.
—Rojo Cinco y el resto, quedaos con el Frenesí —terminó Luke.
Sentada a su lado en la silla de capitán, más elevada, la capitán Manchisco se
apartó del ordenador principal. Tres trenzas negras caían a ambos lados de su cabeza.
—Caramba, comandante. Gracias.
Escrutó el estado de ánimo de la mujer con la Fuerza. Ansiosa por entrar en
combate, tenía fe en su nave y en la tripulación.
Los escuadrones Oro y Rogue remontaron el vuelo y confundieron a la
retaguardia alienígena con un veloz barrido. Luke proyectó sus sensaciones, apenas
consciente de su cuerpo. Captados por la Fuerza, los pilotos hormigueaban como
industriosos insectos. Intentó llegar a las presencias alienígenas, pero no encontró
ninguna. Siempre resultaba difícil tocar las mentes extrañas.
Cuando Wedge se acercó a un diminuto caza enemigo (el OAB lo mostró a unos
dos metros de distancia), Luke contuvo la respiración. Algo tan pequeño podía ser
una nave teledirigida. O los alienígenas podían ser del tamaño de elfos…
Wedge disparó. Algo débil e inexplicablemente pútrido lanzó un breve chillido
agónico, se apagó y murió. Luke contuvo sus náuseas. ¿Había captado los gritos de
dos presencias? Tamborileó con los dedos. Los cazas enemigos no eran auténticas
naves teledirigidas, sino que iban pilotadas. Algo había muerto.
Casi antes de terminar aquel pensamiento, otra ristra de cazas enemigos apareció
detrás de Jefe Oro. Esta vez, se abrió de forma deliberada. La espiral de torturada
aflicción era tan débil como un gemido…, pero humana.
Luke fue incapaz de imaginar pilotos humanos a bordo de cazas alienígenas de
aquel tamaño. Sobre todo, por parejas.
El OAB pitó. Luke reprimió su inquietud y contempló el círculo rojo de cruceros
alienígenas. Destelló: vulnerable.
—Frenesí a Rogue Uno. Ve a por ese crucero. Ya.
—Estoy en ello —graznó Wedge, apenas audible sobre un siniestro silbido en dos
tonos. Cazas X pasaron ante el mirador de Luke.
De repente, varios escuadrones más de diminutas pirámides centelleantes
surgieron por un extremo del crucero alienígena.
—Aborta, Wedge —gritó Luke—. Han lanzado otra oleada.
—Sí, ya lo he visto. —El silbido aumentó de potencia: interferencia. Wedge no
parecía preocupado—. OAB no acaba de decidirse, ¿eh?
Los cazas X se dispersaron por parejas, arrastrando tras de sí a las naves
piramidales.
Tendría que estar allí fuera. Su talento era inútil en el puente.
El OAB pitó de nuevo y llamó la atención de Luke hacia una ristra de símbolos.
Había contado y calculado las posiciones de las naves, evaluado la potencia de fuego
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conocida y observada, resistencia del escudo, velocidad y otros factores. La retirada
de los imperiales se estaba convirtiendo en un contraataque en el lejano flanco
inferior del frente alienígena. Pter Thanas era un estratega de primera clase. Luke se
volvió hacia su oficial de comunicaciones. Una agitación en la Fuerza, vagamente
ominosa, le puso los pelos de punta.
Se acercó más al OAB. Wedge se dirigía hacia el crucero ligero. Buena señal. La
posición de los imperiales se había fortalecido en un quince por ciento. Excelente
señal.
No, espera.
Una cañonera alienígena, mucho más pequeña que el crucero, pero armada sin
duda hasta los dientes, se había apartado de la batalla principal. Se aproximaba al
escuadrón de Wedge, protegida por el crucero ligero, en un ángulo de acercamiento
invisible para Wedge. Supuso que el capitán de la cañonera había esperado a que
Wedge y sus chicos volvieran la espalda.
—Rogue Uno —dijo Luke—. Wedge, mira atrás. Cañones grandes abajo. Rojo
Cinco y su grupo, salgan de ahí y libren a Wedge de esos cazas.
—¿Qué ha sido eso?
Apenas pudo oír a Wedge por culpa de la interferencia. Los cazas X se
dispersaron. Dos se pusieron a tiro de la nave. Un destello apareció en el mirador de
Luke.
Dos explosiones de angustia humana, dolorosamente familiar, estrujaron la espina
dorsal y el estómago de Luke cuando los pilotos de la Alianza murieron. No ha sido
Wedge, se apresuró a confirmar, pero eran personas, de todos modos. Amigos de
alguien. Les echarán de menos. Les llorarán.
Se serenó y trató de protegerse mejor. Aún no podía entregarse al dolor. La nave
de escolta, representada por un destello rojo en la pantalla OAB, seguía pegada a la
cola de Wedge.
Detrás de Luke, la capitán Manchisco carraspeó.
—Perdone, comandante, pero está dejando el Frenesí expuesto a…
Luke iba a volver la cabeza, cuando una señal de alerta carmesí apareció en el
tablero OAB. El Frenesí iba a sufrir un ataque.
Cazas alienígenas pasaron ante el mirador y reflejaron locos destellos de luz.
—Ya lo creo —contestó Luke—. Ellos también se han dado cuenta. La
tripulación es suya.
Los ojos negros de Manchisco brillaron. Giró en redondo y ladró una serie de
órdenes a sus tripulantes. El duro farfulló una pregunta y agitó sus manos largas y
nudosas sobre los controles de navegación. Manchisco respondió. El Frenesí llevaba
de todo, desde artillería a operadores de escudo. Luke se concentró en el peligro que
corría Wedge y olvidó el suyo.
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Minicazas alienígenas rodeaban casi por completo a Wedge y su escuadrón. Les
tenían atrapados en el interior de un globo de escudos energéticos y fuego graneado a
prueba de huidas. Luke controló el pánico y fundió su energía emocional en la
Fuerza, a su alrededor y en su interior.
Proyectó su punto de presencia hacia la diminuta nave alienígena situada ante el
caza de Wedge. La tocó y sintió con claridad dos presencias casi humanas a bordo del
pequeño caza. Luke reprimió la sensación de sufrimiento, que casi le provocó
náuseas, y rozó cada presencia. Una controlaba los escudos; la segunda, las restantes
funciones de la nave. Luke se concentró en ésta, y lanzó energía de la Fuerza hacia su
interior. Aunque débil y desmayada. Opuso una torturada resistencia. Su dolor le
llenó de desesperación. Nadie merecía vivir libre, proclamaba todo su ser. En su
opinión, Luke no podía hacer nada por Wedge, nada por salvarse y nada por salvar a
los dos humanos que se hallaban a bordo del caza alienígena. Todos estaban
condenados.
Luke se esforzó por ver a través de la visión del desconocido. Toda la esfera del
espacio se abrió ante él. Sobrecargó sus sensaciones. Fue preciso que estrechara su
campo visual para localizar el caza X de Wedge. A ambos lados de su presencia
proyectada, una pirámide flotaba, al parecer inmóvil, y volaba en formación. Un
sensor/analizador, similar a un ojo compuesto, le devolvió la mirada desde cada cara
del triángulo. Un cañón láser sobresalía en cada vértice.
Miedo, ira, agresividad: son el lado oscuro. Yoda le había enseñado que sus
métodos eran tan precarios como sus motivos. Si utilizaba el poder oscuro, incluso
para defenderse, el coste sería desastroso para su alma.
Se relajó en la Fuerza. Sin perder el control, por el bien de su alma y su cordura,
amplificó la desgarrada voluntad. Su sentido de la humanidad alcanzó el grado
máximo, inútil victoria para un espíritu torturado. En otro tiempo había vivido, libre.
Deseaba seguir viviendo, con toda la intensidad de los condenados.
En respuesta, Luke planteó una sugerencia. Pero una buena muerte es mejor que
vivir esclavo del odio, y la paz es mejor que la angustia.
Con una brusquedad que le sorprendió, la nave alienígena alteró su rumbo y se
dirigió hacia una de sus compañeras. Aceleró hasta embestirla. Luke se liberó de la
otra voluntad humana y se derrumbó en la silla, jadeante y sudorosa. Se apartó el
cabello empapado de la cara.
Un alarido transmitido por los auriculares de Luke perforó su cerebro. Tardó un
segundo en concentrar su mente en el puente de mando del portanaves, y otro
segundo en enfocar la vista y calmar el estómago.
El caza de Wedge huyó por la brecha creada al colisionar las dos naves
alienígenas.
—Señor —dijo la capitán Manchisco. Luke recobró más o menos la conciencia
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—. ¿Se encuentra bien?
—Lo estaré. Dentro de un minuto.
—Quizá no nos permitan ese minuto, señor.
El OAB seguía destellando en rojo. El Frenesí se bamboleó por efecto de un
intenso bombardeo. La artillería de Manchisco había destruido un enjambre de cazas
diminutos, pero detrás llegaban más, y otras tres naves de escolta alienígenas. En una
esquina del tablero, seis triángulos rojos destellaban un aviso de erosión de escudo.
Había atraído la atención de los alienígenas, no cabía duda. Le invadió la
desesperación.
—No puede proporcionarnos más energía —dijo la capitán—. ¿Guarda algún otro
as en la manga…, señor?
En otras palabras, ¿podía ayudarles a salir del lío el famoso Jedi? Seguía altiva,
pero también iba acumulando adrenalina.
El navegante farfulló algo.
—No —ordenó la mujer, alarmada—. Quédese en su puesto.
El duro se pasó una larga mano sobre su plumosa cabeza gris.
—A todos los escuadrones —llamó Luke—. Frenesí necesita refuerzos.
La nave osciló de nuevo. Las luces del puente parpadearon.
—Ya está —anunció un tripulante desde su tablero—. Los escudos se han
apagado. Ahora veremos lo resistente que es el casco.
Pirámides de dos metros pasaron ante el mirador. Luke cerró un puño. Bullían
numerosas ideas en su cerebro, pero ninguna útil.
Algo brilló en la confusión de la batalla, el disco asimétrico de un carguero que
había aparecido del hiperespacio entre el enjambre de cazas alienígenas. Una nave
escolta se interpuso en su línea de fuego y se evaporó.
—He pensado que necesitabas ayuda —dijo una voz familiar en sus oídos.
—Gracias, Han —murmuró Luke—. Muy amable por tu parte.
Los cazas enemigos, uno tras otro, se alejaron del Frenesí en busca de espacio
despejado. Las luces rojas de alerta viraron a ámbar.
—¿Cuántas me debes ya, pequeñín?
—Varias —contestó Luke.
Quizá estaba en deuda con Leia. Tal vez había aprendido a percibir las señales de
la Fuerza.
El encarnizamiento de la batalla se apaciguó lentamente. En el OAB no paraban
de desfilar cifras, pero Luke hizo caso omiso. Más tarde, tal vez utilizara la
información para asesorar a sus pilotos sobre las características de las naves
alienígenas, pero de momento, observó por el mirador y examinó la situación.
Entregarse a la Fuerza era un acto reflejo, pero no estúpido.
—Escuadrón Rojo —ordenó Luke—, colóquese detrás de ese crucero, pase por
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delante de su proa y dé la vuelta.
Se rascó el pulgar y espero a que la enorme nave diera la vuelta; contuvo el
aliento y se aferró al muslo con la misma mano. Poco a poco, el punto rojo enemigo
empezó a girar en su pantalla. Se lanzó hacia adelante, tal como había supuesto,
atraído por la presencia del Escuadrón Rojo. Unos metros más, y el Escuadrón Rojo
podría…
—¿Jefe Rojo? —transmitió Luke.
—Allá vamos —chilló una voz joven.
Luke tuvo que apretar su otra mano contra el borde del tablero. La próxima vez,
dejaría que Ackbar diera el mando a otra persona. Aquello era ridículo. Odiaba
mandar. A la primera oportunidad, presentaría la dimisión.
Sintió la destrucción del crucero mediante la Fuerza. Milisegundos después, el
estallido iluminó el mirador.
—¡Sí! —graznó la voz de Wedge—. ¡Buen trabajo, Jefe Rojo!
Luke imaginó a su jefe de escuadrón más joven sonriendo en la cabina.
—Bien hecho —coreó Luke—, pero no cierres los ojos todavía. Queda mucho
por hacer.
—De acuerdo, Frenesí.
El racimo de puntos azules que representaban a los cazas X se dispersó en cuatro
direcciones diferentes. Los analizadores de cada aparato reunieron datos que
transmitieron a los tableros de batalla de la flota. Magnífico logro, Dodonna, felicitó
mentalmente al inventor del OAB. Sus sofisticados circuitos eran tan útiles (y
limitados) como los ordenadores de tiro de los cazas.
—Señor —dijo el teniente Delckis detrás de él—. ¿Un vaso de agua?
—Gracias.
Luke cogió un recipiente de fondo llano. Una nueva configuración en el OAB le
intrigó. Alguien del otro bando acababa de dar una orden importante, porque los
puntos rojos iban abandonando el combate.
—Jefes de escuadrón, se preparan a saltar. Manténganse alejados de su camino,
pero neutralicen a cualquiera que les ataque.
Había madurado en la Fuerza. Su primera elección ya no era matar, sino
intimidar, sobre todo a un grupo de combate que se hubiera revuelto contra el
agonizante Imperio. Cambió de canal.
—¿Ha visto eso, comandante Thanas?
No hubo respuesta, pero el comandante imperial Thanas también estaba ocupado.
Luke observó con alivio que los racimos iban desapareciendo uno tras otro.
—Se acabó —dijo en voz baja—. De momento, lo hemos conseguido. Conecte
los analizadores extrasistema, Delckins. Creo que no irán muy lejos.
—Sí, señor.
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Luke vertió agua reciclada en su garganta seca. Había estado respirando con
fuerza. La próxima vez, será mejor que te controles, se dijo.
—Señor —dijo Delckis—, tenía razón. Han aparecido a escasa distancia del
sistema.
—Mmmm.
Le gustaba tener razón, pero mejor que hubieran vuelto a casa.
Estiró sus cansados miembros. Y ahora, ¿qué? Dejó el recipiente sobre el OAB.
Resultaba una mesa mejor que el consejero de estrategia.
—Delckis, envíe un mensaje codificado al almirante Ackbar. Necesitamos más
naves. Incluya las grabaciones que ha efectuado el OAB de la batalla. Así sabrá
contra qué nos enfrentamos. ¿Podrá hacerlo en media hora?
—Está hecho, señor.
Gracias a la Fuerza por los transceptores imperiales de contrabando.
—Hazlo. —A continuación, reponer el combustible y descansar—. Jefes de
escuadrón, aquí el Frenesí. Buen trabajo. Volvamos a casa.
Manchisco exhaló un suspiro, agitó las trenzas y palmeó la espalda del duro.
Los puntos azules de la Alianza convergieron hacia el Frenesí. La radio de Luke
crepitó.
—Comandante de la Alianza, aquí el comandante Thanas. ¿Tiene sistema
holográfico?
—Sí, pero es lento. Dénos cinco minutos.
El teniente Delckis ya estaba bajando palancas y enviando energía a los
componentes recién colocados. Luke adelantó su silla.
—Avíseme cuando esté preparado.
Sobre un panel de instrumentos apareció la imagen de un hombre que aparentaba
unos cincuenta años, de rostro enjuto y ralo cabello castaño, cortado lo suficiente para
impedir que se rizara.
—Gracias —dijo el comandante Thanas—. Les felicito.
—No han ido muy lejos.
—Ya lo veo. Estaremos atentos. Tal vez deseen, hum, abandonar la zona de
batalla. Esas naves alienígenas dejan cascotes muy calientes.
—¿Calientes?
Luke echó un vistazo al indicador de temperatura del casco.
—Los aparatos teledirigidos ssi-ruuvi queman fusionables muy pesados.
Nuevo término: ssi-ruuvi. Y lo más importante, si los alienígenas pretendían
invadir Bakura, ¿por qué llenaban el sistema de cenizas radiactivas?
¿Y por qué se tomaba la molestia Thanas de sostener aquella conversación por
holotransmisión?, se preguntó Luke, cuando la imagen de Thanas se desvaneció. O
bien el comandante Thanas quería ver a su colega o, sabiendo que los rebeldes
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contaban con holotransmisores, quizá sospechaba que habían robado otros ingenios
imperiales.
Luke contempló los puntos dorados «aliados».
—Analiza eso —ordenó al OAB.
La lectura apareció al instante, y movió el vaso para verla. El crucero imperial se
alejó, visiblemente dañado. Las fuerzas restantes de Thanas se habían retirado de la
batalla para establecer una red defensiva alrededor de aquella nave.,, y de Bakura.
Supuso que no debía confiar en imperiales que afirmaran querer ayudarle. Leia
sería la encargada de lograr que ambos bandos desarrollaran una confianza mutua.
—Gracias de nuevo, Halcón —dijo por el canal privado—. ¿No salieron bien las
cosas en el sexto planeta?
—Ya te lo contaremos en otro momento —respondió la voz de Leia.
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Capítulo 5
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huso desde los hombros a la cintura, y los guantes negros de piel le habían granjeado
la fama de remilgado. Sus rasgos eran duros, a excepción de los labios afeminados, y
caminaba con el contoneo típico de los imperiales.
—Siéntense —dijo.
Gaeri alisó su larga falda azul y se sentó. El gobernador Nereus siguió de pie
cerca de la entrada. Más alto que nadie, utilizaba su estatura para intimidar. A Gaeri
siempre le había caído mal, pero había aprendido a tolerarle en parte tras los años
pasados en Centro Imperial…, por comparación.
—No les robaré mucho tiempo —dijo el hombre—. Sé que la pacificación de sus
circunscripciones les mantiene muy ocupados. Algunos de ustedes lo están haciendo
muy bien. Otros, no.
Gaeri frunció el ceño. Los habitantes de su circunscripción habían abandonado el
trabajo para excavar refugios, pero al menos se trataba de una actividad productiva.
Desvió la vista hacia su primo, el primer ministro Yeorg Captison. En Salis D'aar,
Captison se dedicaba a sofocar los disturbios, y empleaba la policía bakurana para
impedir que Nereus enviara milicianos de la guarnición.
Nereus alzó una mano enguantada para acallar los murmullos. Cuando recuperó
la atención, volvió poco a poco la cabeza y carraspeó.
—Las naves de la Alianza Rebelde han llegado al sistema de Bakura.
Gaeri sintió un escalofrío. ¿Rebeldes? El Imperio no toleraba la disidencia.
Después de que Bakura se integrara en el Imperio, tres años antes, dos rebeliones de
menor importancia habían sido aplastadas con gran eficacia. Gaeri recordaba
demasiado bien aquel período. Sus padres habían muerto, sorprendidos en mitad de
una batalla entre insurgentes e imperiales. Entonces, había ido a vivir con sus tíos. No
esperaba vivir lo suficiente para ver otra rebelión, y las sangrientas purgas que
seguían a continuación.
Tal vez aquellos alborotadores deseaban la fábrica de componentes para
repulsores de la circunscripción de Belden. ¿Podrían las fuerzas de Nereus proteger
Bakura de los guerrilleros rebeldes y los ssi-ruuk?
Nereus carraspeó de nuevo.
—El Dominante, el único crucero que nos queda, ha sufrido graves daños. A
instancias de mis consejeros, he ordenado a nuestras fuerzas que se retiraran de la
batalla principal para proteger Bakura. Solicito que den su aprobación a esa orden.
Belden irguió la cabeza y manipuló el amplificador que llevaba en el pecho.
—¿Se cubre las espaldas, gobernador, por si sucede algo irremediable, y así poder
acusarnos? Me pregunto quién está conteniendo a los ssi-ruuk.
No era prudente atraer la atención de un gobernador imperial, pero daba la
impresión de que Belden no tenía miedo. Quizá si Gaeri tuviera ciento sesenta y
cuatro años, un segundo corazón protésico y un pie en la tumba, poseería aquella
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valentía.
Consultó la hora. Había prometido al senador Belden que aquella noche visitaría a
su anciana esposa. Clis, la enfermera de la señora Bleden, se marchaba a las 20.30, y
Gaeri se había ofrecido a acompañarla hasta que el senador Belden terminara la
reunión del comité. La briosa mente de la pequeña Eppie se estaba desgastando, con
tan sólo ciento y treinta y dos años (¿Desgastando? Había empezado a desmoronarse
tres años antes). La devoción del viejo Orn Belden y el auténtico afecto de unos
pocos amigos de la familia, como Gaeriel, la sostenían. Eppie había sido la primera
amiga «adulta» de Gaeriel.
El gobernador Nereus se pasó una mano sobre su cabello negro. Intentaba imitar a
los clásicos políticos de la Antigua República, y utilizaba las amenazas mínimas
necesarias para obligarles a mantener a raya a la población. En consecuencia, había
erigido un nuevo orden, lejos de las rutas de paso del Núcleo Imperial, con un
mínimo de violencia…, después de las purgas sangrientas ocurridas tres años antes.
Nereus esbozó una pálida sonrisa.
—La acción que he ordenado se limita a impedir que los rebeldes ataquen
Bakura.
—¿Quiénes dañaron al Dominante, los rebeldes o los ssi-ruuk?
—Aún carezco de informes completos, senador Belden. Por lo visto, su fábrica,
de momento, se encuentra a salvo. Enviaré tres escuadrones de la guarnición para
defenderla.
La idea desagradó a Belden. El primer ministro Captison volvió a levantarse. Las
hombreras verdes de su túnica parecieron flotar en lo alto de su espalda,
perfectamente recta. Gaeriel se había quedado sorprendida cuando vio su cabello
blanco, al volver de la universidad. La dignidad de Captison se impuso a la ficción
desplegada por Nereus. Deslizó dos dedos sobre la raya del pantalón: calma. Al
parecer, Belden también se dio cuenta. Se sentó poco a poco, en deferencia hacia el
primer ministro.
—Gracias, senador Belden —dijo Captison—. Es evidente que, de momento, los
rebeldes se interponen entre nosotros y los ssi-ruuk. Quizá sea el lugar más apropiado
para ellos. —Paseó la vista por la mesa. Cuarenta senadores, todos humanos a
excepción de dos pálidos kurtzen de la circunscripción de Kishh, le devolvieron la
mirada. Al igual que el Senado, el primer ministro Captison perdía autoridad cada vez
que se cruzaba con los deseos imperiales—. Apoyemos al gobernador Nereus —dijo
sin entusiasmo— y aprobemos su orden de retirada.
Se llevó a cabo la votación. Gaeri extendió la palma abierta con la mayoría. Sólo
Belden y otros dos cerraron el puño.
Gaeriel suspiró. Belden no era seguidor del Equilibrio Cósmico. No se resignaba
a creer que cuando permitía al destino disminuirle, otros eran exaltados. La rueda no
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paraba de girar, y aquellos que se humillaban ahora, recibirían un día generosas
recompensas.
—Gracias por su apoyo —ronroneó Nereus. Su escolta de escarabajos le siguió
cuando salió.
Gaeriel le vio desaparecer. Antes de que llegara el Imperio, un primer ministro y
un senado gobernaban Bakura, y ni tres miembros del gobierno se ponían de acuerdo
sobre un programa. Cuando Gaeri empezó a ir al colegio, el curso duraba medio año.
Después, se adoptó un ritmo consistente en dos meses de trabajo y uno de descanso.
Más tarde, alguien modificó de nuevo la situación. Si el gobierno no se ponía de
acuerdo sobre el calendario escolar, hasta un niño se daba cuenta de que no se
pondría de acuerdo sobre nada. Como hija de un senador y sobrina de un primer
ministro, había estado al corriente de interminables maquinaciones y disputas sobre
otros temas: justicia social, exportaciones de componentes para repulsión e
impuestos.
Lo más importante era que ni dos senadores se habían puesto de acuerdo sobre la
estrategia defensiva. En consecuencia, Bakura no tardó en caer en manos del Imperio.
Enderezó los hombros. Tal vez esa conquista tan fácil explicaba por qué el
gobernador Nereus apenas había efectuado modificaciones en el gobierno original. La
experiencia de Gaeri en Centro Imperial la había enseñado a mantener la boca cerrada
sobre el senado de Bakura. Algunos residentes del sistema reaccionaban con
indignación al conocer su existencia.
La paz imperial compensó a Bakura por la autonomía que había perdido, o eso
dedujo Gaeri a partir de su limitada experiencia. Había eliminado el caos y las luchas
intestinas civiles, y expandido el comercio bakurano.
Aun así, los senadores de más edad disentían, y cuando hablaban en voz baja,
Gaeri escuchaba.
Y hablando de disidentes, sería mejor que se encaminara al apartamento de
Belden. Se puso los zapatos, una vez más, y se dirigió al aeródromo del tejado.
Dev solía pasar el tiempo que duraban las batallas en los aposentos del maestro
Firwirrung, donde trabajaba febrilmente en su proyecto de traducción. Así evitaba
sentir el miedo de los cazas enemigos cuando resultaban atrapados por los haces de
arrastre. Hoy, sin embargo, el maestro Firwirrung le había pedido que llevara
bandejas con comida y un paquete de cubetas para bebidas al puente de mando.
El almirante Ivpikkis, muy ocupado en defender a las fuerzas avanzadas, había
ordenado habilitar androides de combate adicionales, en lugar de reforzar el
complemento normal de esclavos androides del Shñwirr, a excepción de los
androides de seguridad que custodiaban el puente, de modo que Dev ocupó un puesto
de sirviente muy diferente a su trabajo habitual. El capitán del Shñwirr se mantuvo
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apartado de la batalla, con el fin de proteger vidas Ssi-ruuvi y mantener líneas de
comunicación abiertas, que se extendían mediante una hilera de balizas subespaciales
hasta la flota principal.
Siempre que eran llevados a bordo prisioneros humanos, Dev experimentaba un
secreto alivio al estar en su compañía…, pero sólo por un rato. Los tecnificaban
demasiado pronto, para enfocar la presencia de su Fuerza en androides de combate.
No les negaría aquel gozo por el bien de su alivio psicológico, pero en secreto (con
egoísmo) le entristecía. Sin que sus amos lo supieran, a veces proyectaba la Fuerza
durante las batallas y consolaba a presencias humanas. Con cierto sentimiento de
culpabilidad, pero sin poder evitarlo, proyectó la Fuerza…
Y tocó poder. Se quedó inmóvil, aferrado a su carrito repulsor. Alguien, algo
externo al Shriwirr, poseía la fuerza, serena y profunda, que siempre había asociado
con su madre. Sus ojos se humedecieron. ¿Habría vuelto a buscarle? ¿Era posible?
Había oído hablar de visitaciones, pero…
No. Si se trataba de una presencia humana, y el humano no se encontraba en
Bakura, teniendo en cuenta la proximidad, era la presencia de un enemigo. Por otra
parte, era mucho más fuerte que la de su madre. Había oído comentar al almirante
que un grupo se acercaba, pero este enemigo le impulsó a pensar en…, en su hogar.
El Extraño estaba concentrado en los combatientes, pero sin la sombra de pasión que
Dev sentía. Se concentró más en la Fuerza. Su parecido le llamaba y seducía. Por lo
visto, el Extraño no descubrió su sondeo.
Dev impulsó hacia adelante el carrito. No debía pensar en aquello. Deseó que la
sensación no se repitiera.
Siguió avanzando. Casi había llegado al puente, cuando un silbido se impuso al
sistema de alarma general. Emergencia: a los arneses para reorientación.
Dev soltó el carrito, sobresaltado. Se zambulló por la escotilla abierta más
próxima y divisó varias hamacas de emergencia, colgadas del techo hasta la cubierta.
Enormes ssi-ruuk bermejos y pequeños p'w'ecks morenos se iban introduciendo en
los arneses. Dev vio uno vacío. Se lanzó hacia él, aferró la cuerda roja del extremo, la
apretó contra su esternón y dio vueltas para quedar rodeado. Más que nunca, envidió
los gigantescos cuerpos ssi-ruuvi. Delgado y sin cola, tuvo que dar media docena de
vueltas antes de que la red se cerrara a su alrededor.
Luego, tuvo varios segundos para pensar en la alarma. Para intentar recordar si
aquella mañana había arreglado el nido de almohadas. También había dejado un
carrito cargado en el pasillo.
Peor aún, el invencible Shriwirr aceleró de manera inesperada para saltar al
hiperespacio. No debía tratarse de una retirada. La victoria estaba tan cercana. Si…
La mampara cercana se transformó en cubierta, y después en techo. El estómago
de Dev protestó enérgicamente. La aceleración aplastó su cara contra seis capas de
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redes. Incapaz de sujetarse a la cubierta, hundió los dedos en la malla y giró
locamente. Cerró los ojos y rezó para que todo terminara cuanto antes.
Cuando la gravedad volvió, el silbido de alarma calló. Dev, mareado, luchó para
desenredarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó uno de sus vecinos—. No recuerdo una reorientación
de emergencia desde Cattamascar.
Una inquietante voz familiar contestó.
—Hemos perdido un crucero. Casi todos los nuevos cazas teledirigidos han
desaparecido. Hemos de desperdiciar humanos para proteger las naves restantes. Será
preciso analizar la táctica de los recién llegados antes de proseguir. Este grupo es
diferente. Tipos de nave diferentes, estilo de mando diferente.
¿Estilo de mando? ¿Tendría el nuevo grupo un comandante inmerso en la Fuerza?
¿Tal vez un… auténtico Jedi, que había completado el adiestramiento apenas iniciado
por su madre?
Pero el Imperio había exterminado a los Jedi.
Sí, y el emperador había muerto. Un verdadero Jedi osaría salir a la luz.
Todo eran suposiciones. Dev saltó por fin de la hamaca. Frente a él, mirándole
con sus líquidos ojos negros, se alzaba el gigantesco Ssi-ruu que llevaba a cabo sus
consoladoras «renovadores»: Sh'tk'ith, el anciano al que llamaban respetuosamente
Escama Azul. Escama Azul procedía de una raza ssi-ruuvi diferente a la de
Firwirrung, de diminutas escamas azules brillantes, rostro más estrecho y cola más
larga. La raza de Escama Azul destacaba en el planeta natal como Firwirrung
destacaba en lo militar.
Debía contar a Escama Azul lo que había sentido…, pero eso significaría confesar
su culpable costumbre secreta. Dev parpadeó, con la vista fija en la cubierta.
—Te saludo, anciano…
—¿Algo va mal? —preguntó Escama Azul.
Sus negras lenguas olfativas se agitaron y saborearon el aire. De todos los ssi-
ruuk, era el más sensible a los sutiles cambios que experimentaba el olor de los
humanos debido a la tensión.
—Esta enorme… tragedia —dijo con cautela Dev—. Tantos androides de
combate perdidos. Esos pobres humanos… Su nueva vida, su nueva felicidad,
cortadas tan de raíz. Deja que llore a mis…, a los otros humanos, Anciano. Qué triste
habrá sido para ellos. Qué triste.
La audacia de su mentira provocó que tartamudeara.
Triples párpados se removieron. Escama Azul lanzó un graznido gutural, el
equivalente ssi-ruuvi de un «hummm» pensativo. Escama Azul tabaleó con sus garras
delanteras y contestó.
—Más tarde. Después de que hayas llorado sus muertes, ven a verme. Te
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renovaré para suscitar tu felicidad.
—Gracias, Anciano. —La voz de Dev se quebró mientras retrocedía—. He de
limpiar el pasillo. El trabajo me dará tiempo para pensar.
Escama Azul movió una garra delantera a modo de despedida.
Dev huyó por la escotilla, con un sentimiento de culpa mayor que nunca. ¿Habría
puesto en peligro a la fuerza de avanzada? No, desde luego. El almirante Ivpikkis
triunfaría. El problema más urgente de Dev era borrar de su recuerdo aquel toque
momentáneo, antes de que Escama Azul le llamara y convenciera de que confesase.
Las mamparas estaban manchadas de comida fría, y la cubierta de losas grises
sembrada de vasos. Dev corrió hacia un armario de suministros. Limpiar era trabajo
de p'w'ecks, pero se sentía responsable.
Nunca había logrado engañar a Escama Azul. ¿No era una traición ocultar
pensamientos? Sus amos le habían salvado del hambre y la muerte. Les debía todo.
Sin embargo, nunca había tenido un motivo tan poderoso. Su mente había tocado
un alma gemela. Aún no podía traicionarla.
Abrió el armario de suministros, cogió un aspirador y corrió hacia la mancha más
cercana.
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Capítulo 6
S
— alvoconducto para Salís D'aar, la capital. Los controladores les darán
instrucciones —terminó una voz obsequiosa procedente del espaciopuerto.
—Gracias.
Han cortó la comunicación y se reclinó en su silla.
Leia exhaló un suspiro.
—Bien. Ya podemos ponernos a trabajar.
Han arqueó una ceja. Tenía la impresión de que ya estaban trabajando.
Leia no se dio cuenta.
—Hemos de decidir lo que vamos a hacer.
Alisó una de las trenzas que rodeaban su cabeza.
—Exacto —contestó Han, contento al verla pensar con sensatez—.
¿Aprovechamos este salvoconducto y aterrizamos en Bakura, o no? Ahora, están en
mejor forma. Sería un buen momento para coger nuestras tropas y largarnos.
Leia contempló la cubierta del Halcón.
—No me refería a eso, pero tienes razón". No ceso de preguntarme si seremos
capaces de tratar directamente con imperiales.
Luke habló desde el Frenesí.
—¿Te encuentras mal, Leia?
La joven carraspeó y se inclinó hacia el tablero de control.
—Estoy nerviosa, Luke. Quizá estoy empezando a pensar como Han. Esta
situación no acaba de convencerme. Estoy más nerviosa de lo normal.
Han desvió la vista hacia Chewie, que rugió por lo bajo. Sí, quizá Leia empezaba
a adquirir cierto instinto de conservación. Daba la impresión de que los Skywalker
habían nacido sin él.
—Todos estamos nerviosos —contestó Luke—. Aquí ocurre algo más de lo que
parece, y quiero averiguarlo.
Han miró por la portilla del Halcón al Frenesí. Flotaba cerca del Halcón, con
aspecto torpe y desmañado, en una órbita de aparcamiento exterior a la red de defensa
imperial.
—¿Estás seguro, muchacho? —preguntó—. Sería un buen momento para volver a
casa.
—Estoy seguro. Leia, tú diriges las negociaciones. ¿Quieres transbordar y realizar
un aterrizaje digno en el Frenesí?
—Espera un momento. —Han enderezó la espalda—. No voy a aterrizar en otra
cosa que no sea el Halcón. Quiero este trasto de cara al planeta, por si tenemos que
largarnos con viento fresco otra vez.
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—¿Otra vez? —preguntó Luke—. ¿Qué pasó?
—Después. —Leia tamborileó con los pulgares sobre los dedos enlazados—.
¿Qué impresión daremos, si aterrizamos en…? Bueno, ya sabes qué impresión causa
la primera vez él a quien no lo conoce.
Muchísimas gracias, Alteza.
—A eso se le llama camuflaje.
Leia extendió las manos.
—Ésa será la primera impresión de nuestro grupo que recibirán los imperiales,
Han. Les queremos como aliados. Piensa en el futuro.
—Primero, hemos de sobrevivir en el presente.
Luke carraspeó.
—El Halcón no cabrá en la bodega del Frenesí. Está llena.
Leia lanzó una mirada hacia el inmaculado panel de control, y luego a una
mampara rota, y sujetada mediante cables sobrantes. La mirada fue larga y sombría.
—Muy bien, Luke —dijo por fin Leia—. Aterrizaremos en el Halcón, pero sólo si
todo el mundo se viste de gala.
Han cerró un puño sobre la cadera.
—Bien, yo no…
—Excepto tú, capitán —replicó Leia con voz dulce, pero él distinguió un brillo
malicioso en sus ojos—. Es tu trasto. Será mejor que lo cuides.
Un rato después, Leia contempló por la ventana las configuraciones de nubes que
flotaban en un mundo asombrosamente azul. Chewie examinó los tableros, y después
se levantó, satisfecho en apariencia, y se alejó por el pasillo.
Luke apareció con el cabello mojado y alborotado. Había escuchado con calma el
relato de los acontecimientos vividos por Leia en el planeta Seis, y luego había dicho
algo sobre fregar.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella.
—Puedes estar segura. —Luke se dejó caer en la silla del copiloto—. Vamos a ver
si podemos hablar de nuevo con el comandante Thanas.
—Sigo diciendo que huele a trampa. —Han se deslizó en el asiento del piloto—.
A lo mejor Thanas opina que se está portando con amabilidad, dejándonos entrar en
esa red defensiva, pero si dividimos nuestras fuerzas, la mitad quedará enredada en
algún ceremonial imperial, y sólo la otra mitad permanecerá alerta en su sitio.
Luke pulsó varias teclas de la consola.
—Sus naves van a necesitar turnos de reparación más largos que los nuestros. Las
que vi habían sufrido graves daños.
—Y aún no sabemos qué traman esos alienígenas —dijo Leia. Miró de soslayo a
Luke. Estaba dispuesta a jurar que sabía más de lo que decía—. Tengo un mal
presentimiento.
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—Nos estamos jugando el cuello, tanto como los bakuranos —añadió Han.
—Ésa era la idea —admitió Leia—. Demostrarles que les apoyamos,
compartiendo el peligro que corren.
—¿Fuerzas de la Alianza? —rugió el comandante Thanas por el altavoz.
Leia se inclinó sobre el hombre de Luke. Su cabello, casi seco ya, captaba las
tenues luces de la cabina como una aureola.
—Le oímos, comandante Thanas —respondió Luke.
—He autorizado a las naves de la Alianza a engrosar la red defensiva en las
posiciones que ustedes solicitaron, mientras su grupo negocia en Salis D'aar. Será un
placer conocerles en persona.
—El sentimiento es mutuo. Alianza fuera. —Luke esperó un segundo a cambiar
de la frecuencia imperial a otra—. ¿Lo han captado?
—Almacenado en el OAB —contestó por el altavoz la capitán Manchisco—. Que
se diviertan.
Luke exhaló un largo suspiro.
—Tendrás que decirles a los imperiales quién eres, Luke, tarde o temprano —
comentó Han, con una mueca irónica.
Leia se sobresaltó.
¡No, tú no!
—Preferiría hacerlo cara a cara —contestó con calma Luke.
Ah. Se refería a revelar su nombre, no su parentesco. Leia se apresuró a dar su
aprobación.
—Él tiene mejor control, mejor… discernimiento en persona, Han. Notará si
traman algo.
Han resopló.
—Sigue oliendo a trampa. No me gusta.
Sin embargo, extendió la mano hacia el panel de control. Luke abandonó el
asiento de Chewbacca y ocupó otro de atrás.
—Y Luke es un Jedi —le recordó Leia.
Luke asintió.
—Mantendremos los ojos abiertos.
El Halcón adoptó una trayectoria que le conduciría a la capital bakurana, Salis
D'aar. Cuando atravesaron la red defensiva, Leia divisó una enorme estación de
reparaciones, en forma de platillo, pero no esférica, menos mal. Ya estaban hartos de
Estrellas de la Muerte. Han bajó en picado. Leia vigiló entre los asientos de Han y
Chewie la pantalla del analizador.
Entre los ríos gemelos, un gigantesco saliente de roca blanquísima centelleaba,
iluminado por una luz oblicua. Deslumbró sus ojos.
Han parpadeó y activó un filtro visual.
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—¿Mejor?
—Fíjate en eso —susurró Leia.
Una ciudad se asentaba en la parte más ancha del saliente, donde describía una
curva hacia el este. Al sur de la ciudad, un doble anillo de grandes cráteres rodeaba
una torre metálica alta. El espaciopuerto civil, supuso Leia.
Miró hacia el norte. Círculos radiales y concéntricos de su sistema de carreteras la
dotaban de una configuración semejante a una red, y el considerable tráfico aéreo
pasaba en ambas direcciones entre varias torres puntiagudas, próximas a su punto
central.
—¿Cuál es la hora local? —preguntó Leia.
—Acaba de amanecer. —Han se frotó el mentón—. Va a ser un día muy largo.
Parches verdes irregulares sugerían que frondosos parques habían sido
construidos en bolsas de tierra distribuidas sobre el saliente rocoso.
—Mira.
Luke señaló un punto situado a un kilómetro al sur del espaciopuerto. En el
interior de una desnuda superficie artificial negra, enormes tórrelas con turboláseres
custodiaban un complejo hexagonal.
Leia se cruzó de brazos.
—El modelo habitual de una guarnición imperial.
—Habrá miles de milicianos ahí dentro —observó Han.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cetrespeó desde su puesto habitual, en la zona
de juego—. ¿Alguien ha visto milicianos?
—No sobrecargues un circuito —dijo Han—. Estarán por todas partes.
El murmullo de respuesta de Cetrespeó sonó a un «Oh, cielos, oh, cielos». Luke
se desabrochó las correas y salió de la cabina.
Chewbacca aulló algo.
—Luke debe de esperar un aterrizaje suave —tradujo Han—. No sé por qué no —
añadió.
Leia prefirió quedarse en su asiento y alisó una arruga de su falda blanca. Había
pedido una copia de la toga blanca senatorial. Aún confiaba en disipar la mala fama
de los rebeldes, si ello era posible después de aterrizar en el Halcón.
Han sobrevoló dos veces el perímetro de Salis D'aar, y pasó por encima de los dos
ríos que flanqueaban el sorprendente saliente blanco que les impedía confluir.
—No van a dispararnos —dijo—. Será mejor que terminemos de una vez.
Los controladores dirigieron a Han hacia un cráter, con capacidad para numerosas
naves, situado en el extremo oeste del espaciopuerto. Las sombras del amanecer,
arrojadas por varios andamios de reparación móviles, caían sobre el quebrado suelo
blanco.
—¿Qué es esa superficie? —murmuró Leia, cuando Han realizó el descenso final.
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Han echó un vistazo al analizador.
—Aquí dice que el saliente es de cuarzo casi puro. El cráter parece cristal de roca,
pero alguien lo manipuló de cualquier manera.
El Halcón tocó tierra con suavidad.
—Ya está. ¿Lo veis? —dijo Han—. No hay nada de qué preocuparse.
Chewie ladró. Leia se volvió para mirar hacia dónde apuntaba su mano peluda.
Unas veinte personas estaban congregadas alrededor de una larga lanzadera
repulsora, cerca de un andamio que se alzaba al borde de su cráter de aterrizaje.
—Date prisa, Luke —gritó Han.
—De acuerdo.
La voz ahogada de Luke despertó ecos en el pasillo. Leia saltó de su asiento y se
reunió con él.
Cetrespeó cabeceó en señal de aprobación cuando vio el uniforme blanco sin
galones de Luke. Mientras Leia le examinaba de arriba abajo, su hermano se ciñó un
cinturón del que colgaban un desintegrador, tres cartucheras y la espada de luz.
—¿Bien?
Clavó los ojos en Leia. Eran muy azules e inocentes.
—Creo que es la indumentaria propia de un Jedi —contestó ella, no muy
convencida. Ojalá parecieras mayor.
Luke dirigió una mirada angustiada a Han. Éste se encogió de hombros. Leia rió.
—¿Qué más da lo que él piense? —pregunto a Luke.
—Tiene un aspecto espléndido, amo Luke —intervino Cetrespeó—. General
Solo, va bastante desaliñado. ¿No cree que el peligro disminuiría si…?
—Chewie —dijo Han—. ¿Quieres quedarte a bordo?
Era una pregunta importante. Chewbacca representaría bien a la Alianza si les
acompañaba. Por principio, los imperiales despreciaban a los alienígenas, pero la
Alianza había sido fundada por humanos y alienígenas sojuzgados por el Imperio.
Chewie rugió.
—De acuerdo —contestó Han—. Supongo que otro par de ojos no nos irán mal.
Que todo el mundo esté atento.
Leia pensó que Cetrespeó reía con disimulo, si algo semejante era posible.
Erredós canturreó en voz alta.
—Muy bien —interrumpió Han—. Vamos allá.
Leia se colocó en el centro del grupo, con Luke a la derecha, Han a la izquierda, y
Chewie detrás, escoltado por Cetrespeó y Erredós. Chewie dejó caer la rampa de
entrada. Leia descendió con parsimonia y olió el aire frío y húmedo, impregnado del
perfume de plantas exóticas. Su primera inhalación en un nuevo planeta siempre
constituía una prueba.
Cuando pisó la pálida superficie del espaciopuerto, crujió bajo sus pies. Miró
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hacia atrás. El Halcón se había posado sobre un lecho lustroso de roca blanca y tierra
gris del espaciopuerto.
Basta de explorar. Al trabajo. Avanzó hacia el grupo imperial que aguardaba
junto a la lanzadera.
—Ooooh —dijo Han con sarcasmo—. Qué bonitas armaduras blancas.
—Corta el rollo —masculló Leia—. Yo también voy de blanco.
Pensó en sus días de senadora imperial, el doble juego practicado entre la
camarilla imperial y la incipiente Alianza por la que su padre había muerto.
Su auténtico padre, Bail Organa, que la había educado, adiestrado y alimentado su
sentido de la dignidad y la capacidad de sacrificio. Dejando de lado la biología, jamás
llamaría de aquella forma a otro hombre. Punto. Entrar datos. Fin de programa.
El hombre que se erguía en el centro del grupo tenía que ser el gobernador
imperial Wilek Nereus. Alto, de cabello oscuro y facciones marcadas, llevaba un
uniforme caqui que podría haberle prestado Grand Moff Tarkin, con el aditamento de
un par de guantes negros. Los demás integrantes del grupo cambiaban de postura sin
cesar para mirarle. Estaba absolutamente Al Mando.
Tranquila, se dijo Leia. Fluye con la Fuerza. Ahí residen mis energías, en un
sendero diferente al de Luke.
La delegación del gobernador Nereus formó un semicírculo a su alrededor.
—Princesa Leia de Alderaan. —Ejecutó una media reverencia—. Es un honor
recibirla.
—Gobernador Nereus. —Le devolvió la reverencia, sin inclinarse ni un milímetro
más—. Es un honor estar aquí.
—En nombre del emperador, bienvenida a Bakura.
No habría podido pedir mejor principio que el saludo de protocolo.
—Gracias por su bienvenida —contestó con placidez—. Quizá me considere
terriblemente grosera si corrijo sus amables palabras, pero ya no es válido darnos la
bienvenida en nombre del emperador Palpatine. Murió hace varios días.
Nereus arqueó una ceja oscura y poblada, y enlazó sus grandes manos a la
espalda.
—Mi querida princesa —avanzó un paso—, ¿ha venido a Bakura para propagar
rumores y mentiras?
—Es algo más que eso, Excelencia. Le mató su aprendiz, Darth Vader.
—Vader. —Nereus se irguió varios milímetros para dominarla con su estatura. El
tono delató su desagrado, un sentimiento que Leia comprendió a la perfección—.
Vader —repitió—. Su Majestad imperial jamás tendría que haber confiado en un
señor de Sith. Estaba dispuesto a no creerla, Alteza, pero sí creo que Vader es un
asesino.
—Lord Vader también ha muerto, Excelencia.
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Vio por el rabillo del ojo que Luke alzaba el mentón, para indicarle que añadiera
algo. Quizá la muerte de Vader había sido heroica, pero diez minutos de
arrepentimiento no borraban años de atrocidades.
Los acompañantes del emperador se apartaron en parejas y susurraron. Leia
recobró la iniciativa.
—Gobernador, permita que le presente a mi escolta. Primero, el general Han
Solo.
Han debía hacer una reverencia, o estrecharle la mano, como mínimo, pero se
limitó a mantenerse inmóvil, con expresión desaprobadora. A este paso, jamás
llegaría a ser diplomático.
—Su copiloto, Chewbacca de Kashyyyk.
Chewie emitió un gruñido mientras ejecutaba una reverencia. Los wookie habían
sido objeto de una terrible traición por parte del Imperio. Confió en que Chewie no
perdiera el control y empezara a desmembrar imperiales. La brisa helada de la
mañana agitó su pelaje.
Leia exhibió su mejor triunfo con elegancia.
—Y el comandante Skywalker de Tatooine, Caballero Jedi.
Luke realizó una reverencia magnífica; ella le había entrenado. Nereus cuadró los
hombros. Al cabo de un momento, devolvió el saludo.
—Jedi. —Arrugó su larga nariz—. Tendremos que ir con pies de plomo.
Luke enlazó las manos delante de él. ¡Bien!, le felicitó en silencio Leia. Dejaba
que ella respondiera, tal como le había suplicado. Ahora, se sentía compensada por
haberle cedido el mando de la batalla. Tal vez tenía futuro su división del trabajo,
mientras no fuera demasiado lejos.
—Sí, Excelencia —dijo. El gobernador Nereus volvió la cabeza hacia ella—.
Pretendemos restablecer la Antigua República, incluyendo la Orden de los Caballeros
Jedi. El comandante Skywalker es el jefe de la orden.
Una vez más, adivinó lo que él deseaba que añadiera: y también el único
miembro. ¡Borra esa expresión de timidez, Luke!
—Comandante Skywalker —repitió Nereus, en un tono tan untuoso como
lubricante de androides—. Ah, ahora reconozco su nombre, comandante. Por suerte
para usted, la balanza comercial de Bakura goza de buena salud. Quizá sepa que,
desde hace años, se ofrece una…, una recompensa astronómica por su captura. Vivo,
naturalmente. Debe de significar una especie de distinción entre las fuerzas rebeldes.
—Lo sé —respondió Luke con calma. No era ninguna novedad. Todos constaban
en la lista de los delincuentes más buscados.
—Y veo a dos androides —dijo el gobernador—. Se les deberán aplicar cepos
durante su estancia en Bakura.
Se trataba de un procedimiento habitual en la mayoría de los planetas, obsesivo
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en los dominios imperiales y estaciones de combate.
—Nos ocuparemos de ello —accedió Leia. Segura ya de que se había ganado el
respeto de Nereus, se dejó de rodeos—. Gobernador, las fuerzas de la Alianza
interceptaron su llamada de socorro. La flota imperial ha sido expulsada de esta parte
de la galaxia. Hemos venido para ayudarles a rechazar a los invasores. Una vez
cumplido este objetivo, nos marcharemos. Bakura ha de decidir su propio destino. No
intentamos imponer el nuestro a su…, al pueblo bakurano —se corrigió.
El gobernador Nereus exhibió una semisonrisa gélida. La parte izquierda de su
cara se contrajo, y aquel lado de la boca se alzó en una mueca. El lado derecho bien
habría podido estar moldeado en acero.
Luke estaba en posición de firmes. Así como el rostro de Nereus albergaba dos
expresiones, también su mente se encontraba dividida. Sería difícil para un hombre
semejante aceptar como aliados a los rebeldes.
La Fuerza analizó al enguantado gobernador. Nereus poseía la compulsión
incontrolable de dominar a la gente, por eso su delegación se mantenía en posición de
firmes. Luke conocía el tipo; sólo se regía por sus propias leyes, las únicas que
consideraba lógicas. Cualquiera que le llevara la contraria atraería su atención el
tiempo suficiente para ser machacado: el gobernador imperial por antonomasia.
Luke no cesó de escudriñar las intenciones de quienes le rodeaban. Temblaban
tantas vibraciones en la Fuerza, que el simple hecho de aparentar calma ponía a
prueba su control. No tenía el menor deseo de que un miliciano de gatillo fácil le
dejara seco antes de que Leia pactara una tregua.
Mientras Leia y el gobernador continuaban hablando en voz baja, se abrió de
nuevo hacia ellos. Leia, serena y equilibrada, sin dejarse intimidar por Nereus. El
gobernador, una fachada de modales estudiados, la compulsión de dominar y,
subyacente, una tremenda sensación de terror. Pero no hacia nosotros. Una vez más,
Luke pensó en aquellas afligidas presencias, no del todo humanas, a bordo del caza
ssi-ruuvi. ¿Se habría puesto en contacto con cautivos bakuranos?
Era obvio que el gobernador pensaba saltar en cualquier dirección que le ofreciera
protección. Pese a la hostilidad que manifestaba delante de sus milicianos, se pasaría
fácilmente al bando de la Alianza.
Por un tiempo.
Luke comentó aquella impresión a Han, en la lanzadera civil que les conducía a
la ciudad.
—Sí —murmuró Han en voz baja—. Podría pasarse a nuestro bando, sin duda
alguna. O torpedearlo. ¿Quieres apostar?
Los pantalones de Luke se pegaban a sus piernas debido a la omnipresente
humedad bakurana. Leia estaba sentada delante de él, adorable en su toga senatorial
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blanca provista de capucha. Miraba por la ventana de la lanzadera, lujosamente
tapizada. Sin duda, el senado de Bakura había solicitado que asistieran a una sesión
de urgencia inmediata.
De pronto, Leia se enderezó.
—Cetrespeó, ¿qué he de saber acerca del protocolo?
—Temo que no consta en mi programa.
Cetrespeó ya llevaba su cepo magnético, y hablaba en un tono más quejumbroso
que nunca. Erredós le interrumpió con un silbido electrónico.
—¿Cómo? ¿El amo Luke eliminó los archivos de datos introducidos por aquella
sonda en tus bancos de memoria? ¿Por qué no lo dijiste, cilindro reciclado
sobrecargado?
Erredós se explayó a modo.
—Sólo sé con certeza —contestó después Cetrespeó a Leia— que Bakura fue
gobernado en otro tiempo por un primer ministro y un senado, pero toda la autoridad
descansa hoy en el gobernador imperial.
—Dinos algo nuevo —masculló Han.
Un piloto/guía bakurano hizo descender el aparato sobre un enorme edificio en
forma de cuña, atravesado por dos amplios arcos de césped.
—Éste es el complejo Bakur —anunció la ayudante del piloto, mientras pasaba un
brazo alrededor de una barra estabilizadora plateada.
Miró a Chewbacca. Luke supuso que jamás había visto a un wookie.
Daba la impresión de que el complejo abarcaba varias hectáreas, entre dos
autopistas radiales, y bordeaba el redondo parque central de la ciudad a lo largo de su
arco sudoeste.
—El complejo incluye alojamiento para invitados y residentes, oficinas
imperiales, un centro médico y el viejo edificio situado junto al parque, que fue la
sede de nuestro gobierno durante la Corporación Bakur.
Leia miró hacia abajo, como si contemplara los enormes árboles cubiertos de
enredaderas que rozaban el tejado del complejo. En realidad, adivinó Luke, estaba
repasando mentalmente el protocolo imperial. La libertad de Bakura dependía de su
habilidad para negociar la tregua. Han, sentado a su lado en el asiento delantero de la
lanzadera, acariciaba su desintegrador.
Al bajar en una plataforma de aterrizaje del techo, transbordaron una vagoneta
repulsora, para desplazarse con rapidez por el inmenso complejo. Su guía les fue
informando.
—El ala de la corporación del Edificio Bakur —concluyó— fue construida hace
más de cien años, dominando el Parque de Estatuas del centro de la ciudad.
Permanezcan sentados hasta que el vehículo se detenga por completo.
La vagoneta pasó bajo un arco cubierto de enredaderas y deceleró.
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—Espera, Leia.
Han se puso en pie de un salto.
Luke salió por su lado de la vagoneta. Leia continuó sentada unos segundos.
—Creo que esta arcada es bastante segura. —El dictamen de Cetrespeó se oyó
por una escotilla abierta—. De todos modos, debemos asegurarnos.
Leia asomó la cabeza por el lado de Luke.
—Escucha —dijo—, si albergan malas intenciones, la misión ya ha fracasado por
completo.
Han miró por encima de la vagoneta.
—Muy bien. Sin novedad por este lado, Luke.
Luke retrocedió hacia la parte posterior del vehículo y bajó a Erredós. El androide
silbó alegremente y extendió sus ruedas. Han y Chewie pasaron delante de Leia y
Cetrespeó. Luke les siguió, con Erredós pisándole los talones. Los guardias de la
puerta, ataviados con casacas y calzones violetas ribeteados de oro, les dieron paso a
un espacioso vestíbulo alfombrado de negro. Tracerías doradas corrían como venas
de metal precioso sobre una hilera de columnas construidas al estilo cuña doble, y
después se entrecruzaban en el techo abovedado.
—Mármol rojo —murmuró Leia.
—Valdría una fortuna, si lograra pasarlo de contrabando —contestó Han sin
volverse.
Siguió a uno de los guardias. Después de imitar unos momentos su paso afectado,
volvió a adoptar sus zancadas cautelosas, mirando a derecha e izquierda, detrás de
cada columna y hacia toda puerta abierta. Luke escuchaba con atención mediante la
Fuerza cualquier intento de agresión. No percibió nada. Leia caminaba con serenidad
delante de él, en el centro del grupo, al lado de su androide de protocolo.
El guardia de calzones violeta se detuvo ante un arco tallado en la reluciente
piedra blanca. Un tosco muro de madera lo ocultaba casi por completo. Cuatro
milicianos imperiales montaban guardia, y a cada lado flotaban analizadores,
montados sobre silenciosos repulsores. Cuando Luke vio a los milicianos,
experimentó la vieja sensación de «lucha o huye», seguida de una descarga de
adrenalina.
—Su presencia aquí es ilegal —murmuró Leia—. Somos los legítimos enviados
de la galaxia a Bakura.
—Díselo.
Han inspeccionó a los milicianos. Luke levantó la vista hacia el lustroso ojo
redondo de un sensor. La cúpula de Erredós giró sin cesar, mientras sus propios
sensores analizaban el vestíbulo.
—Verificación de armas. —Un miliciano se inclinó sobre Leia y habló con voz
metálica—. Depositen todas las armas en una taquilla de seguridad.
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Señaló una hilera de receptáculos, activados mediante la impresión palmar, al otro
lado de la arcada.
Leia extendió sus manos vacías, y después las enlazó, en un gesto burlón de
sumisión. Luke cruzó el arco, seleccionó un cubículo, y después apoyó la palma, al
tiempo que apretaba un botón, para adaptar la cerradura de la taquilla a su impresión
palmar. Extrajo el desintegrador de su funda y lo depositó en el interior.
—Vamos, Han —dijo en voz baja.
Han le había seguido, mientras Chewie y Leia se acercaban con parsimonia. Han
no parecía nada complacido, pero elogió un cubículo y dejó dentro el desintegrador.
Leia carraspeó.
Han le dirigió una mirada capaz de fundir el plomo, y después sacó el cuchillo de
la bota, el desintegrador de bolsillo de la funda oculta bajo la manga, y su
vibrocuchillo favorito. Chewbacca ya iba a quitarse la bandolera de su ballesta,
cuando el subconsciente de Luke susurró una sugerencia.
—Chewie —dijo en voz baja—, quédate junto a las taquillas. Tú también,
Erredós.
Chewie hizo una mueca de placer y arrugó su negra nariz. El enorme wookie
despreciaba la política y desconfiaba de los imperiales. Quedarse de guardia le
complació en grado sumo.
Leia condujo el grupo de vuelta al arco.
—Deténganse ahí —dijo el miliciano que había hablado antes. Indicó la espada
de luz de Luke—. Eso también es un arma.
Luke proyectó un zarcillo de energía de la Fuerza y contestó con gran seriedad.
—Esto es un símbolo de honor, no un arma ofensiva. Déjeme pasar.
—Dejadle pasar —repitió el miliciano, en el mismo tono serio. Se recuperó y
añadió—: Yo dejaría al androide en la puerta. El mal funcionamiento de los androides
casi mató al primer grupo de colonos bakuranos.
—Señor —protestó Cetrespeó—, mi funcionamiento…
—Gracias —cortó con firmeza Leia. Ninguno había olvidado el cepo—.
Cetrespeó esperará en el interior.
—Senadora princesa Leia Organa, de Alderaan —anunció un guardia de la
puerta; agitó la mano de una forma vaga— y su escolta.
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Capítulo 7
Leia les precedió a través del arco y subió cuatro amplios peldaños hasta entrar en
una inmensa sala cuadrada. Luke la siguió, amoldando su paso al de Han, y confió en
haber procedido correctamente al conservar su espada. No quería ofender a todo el
senado de Bakura por ir armado, pero tal vez pensaran que no corrían peligro.
También suponía que Leia le habría increpado de haberlo considerado importante.
El techo era de losas, y en cada esquina de la sala se alzaba una columna alta y
lustrosa. La mayoría de los senadores eran humanos, salvo dos excepciones, un par
de individuos altos, de piel blanca y cuero cabelludo arrugado en lugar de pelo. Luke
escuchó mediante la Fuerza. Le rodeaba un parloteo, las texturas de cuarenta o
cincuenta mentes nerviosas. Estrechó el foco y se concentró en una enorme butaca
repulsora, dorada y púrpura, a excepción de dos filas de controles en los apoyabrazos,
situada al otro extremo de la cámara. Wilek Nereus habría utilizado una lanzadera
más rápida. Ya estaba sentado, más falso que nunca.
Luke dejó que su atención derivara hacia la izquierda, para observar la reacción
que causaba Leia en los senadores. Percibió curiosidad teñida de hostilidad, pero
también una corriente subterránea de miedo, que impregnaba la sala. El planeta era
víctima de un ataque.
—Quédate ahí, Cetrespeó. —Leia se detuvo en lo alto de la escalera y se volvió
hacia el gobernador Nereus—. Buenos días de nuevo, gobernador.
El hombre bajó sus pobladas cejas.
—Entre —dijo—. Acérquese.
Descendieron hacia el rectángulo central. Las junturas del suelo delataban que
podía abrirse en secciones. Un recuerdo fugaz asaltó a Luke, que incluía una
trampilla y un enorme Rancor que casi le devoró. Desechó la imagen y paseó la vista
por la cámara. Los senadores bakuranos desplegaban todos los tonos habituales de la
piel humana, una sutil mezcla de lazos de sangre.
Un hombre bien parecido, de aspecto atlético, abundante cabello cano, sentado
debajo del gobernador Nereus a una mesa interior, extendió una mano.
—Bienvenidos a Bakura —dijo—. Soy el primer ministro Yeorg Captison. En
circunstancias normales, se habría celebrado una ceremonia protocolaria, y les pido
disculpas por las prisas con que se ha convocado esta reunión, pero estoy seguro de
que sabrán comprenderlo.
Leia, que apenas había dirigido una mirada al gobernador Nereus, dedicó una
reverencia completa y deliberada al anciano. Luke le inspeccionó. El carisma del
primer ministro provocaba un destello en la Fuerza sólo un poco más tenue que el de
Mon Mothma. Luke desvió la vista hacia Nereus, y se preguntó por qué el
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gobernador no le había eliminado. Captison habría sido muy cauteloso. ¿O tenía
relaciones con los imperiales?
—No se disculpe, por favor —contestó Leia—. La situación es desesperada.
Otro hombre sentado a la mesa interior se levantó.
—Blaine Harris, ministro de defensa. No tiene ni idea de lo desesperada que es.
Todos nuestros puestos avanzados en los demás planetas del sistema han sido
destruidos. Nuestros equipos de salvamento que sobrevivieron para volver a
informarnos no encontraron cadáveres ni supervivientes.
El miedo de Harris provocó un escalofrío en la espina dorsal de Luke. Se apresuró
a desviar su atención hacia la izquierda de aquella mesa, y percibió ecos de miedo,
esperanza y hostilidad. Cuando llegó al final, continuó hacia la derecha, por la mesa
exterior, más elevada.
La tercera persona por la izquierda sentada a la mesa era una joven de barbilla
puntiaguda. Luke se detuvo, sorprendido por la forma en que la Fuerza rebotaba en
ella. Su presencia, como un tamborileo profundo y lento, respondía como un eco a su
sondeo. No se trataba de que poseyera Fuerza (al menos, él no lo creía), sino de un
efecto amplificador único sobre su conciencia. Cerró todas sus percepciones, excepto
los cinco sentidos, para no distraerla.
La voz estridente de Nereus se oyó con claridad desde el otro extremo de la sala;
había situado su trono en un punto focal acústico.
—Princesa Leia, ¿tiene idea de a qué se enfrenta?
Leia apoyó una mano sobre la mesa interior.
—No —admitió—. Vinimos en respuesta a una llamada de auxilio, para
demostrar que la Alianza no guarda rencor a los pueblos gobernados por el Imperio,
sino sólo al imperio.
Nereus frunció los labios.
—Ya me lo imaginaba. Ellsworth —dijo al aire—, pase la grabación de Sibwarra.
Alteza, suba a reunirse conmigo. Traiga a sus escoltas.
Luke miró hacia la izquierda de nuevo, mientras subía la escalera alfombrada
detrás de Leia, y desvió de nuevo la vista hacia la izquierda. La joven sostuvo su
mirada, con la barbilla apoyada sobre una mano abierta. Cabello castaño claro caía
alrededor de su cara, absorta, y enmarcaba su piel pálida como pétalos de flor.
Aunque estaba inclinada hacia adelante, tenía los esbeltos hombros erguidos con
orgullo. No se atrevió a tocarla otra vez con la Fuerza, aún no, pero su presencia la
electrificaba. Visualmente impresionante. No una belleza arrebatadora, sino
impresionante. ¡Contrólate!, se recordó. ¡Has venido para ayudar a Leia!
Unos servomotores zumbaron detrás de él. Leia, que ya había llegado a la silla del
gobernador Nereus, se volvió para mirar. Luke se detuvo en el peldaño
inmediatamente anterior y adoptó la misma posición. Cetrespeó centelleaba al otro
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lado de la sala. Una proyección holográfica apareció sobre el lugar que ocupaban
segundos antes. Era un joven humano de piel cremosa algo oscura, cabello negro
corto y rostro dulce de pómulos prominentes. Vestía una túnica blanca con franjas
laterales azules y verdes.
—¡Humanos de Bakura, alegraos! —dijo el… ¿muchacho? ¿Hombre?—. Soy
Dev Sibwarra, de G'rho. Os traigo el saludo caluroso del imperio ssi-ruuvi, una
cultura formada por muchos planetas que os extiende la mano. Nuestra nave insignia
es el poderoso Shriwirr, una palabra ssi-ruuvi que significa «rebosante de huevos».
Nos estamos acercando a vuestra galaxia a instancias de vuestro emperador.
Luke desvió la vista hacia la joven senadora. Al aparecer la imagen del invasor, se
había echado hacia atrás, con los puños apretados sobre la mesa y la espalda muy
erguida. La acarició cautelosamente con la Fuerza. Proyectaba miedo y asco, pero
bajo aquellas oscuras emociones se ocultaba una sensación tan profunda como un
pozo lleno de colores brillantes. Confuso, meneó la cabeza. No tenía sentido, pero era
lo que percibía.
Le bastó un solo instante para captar todo aquello. La imagen holográfica
continuó hablando.
—¡Regocijaos, bakuranos! El placer que os traemos trasciende la mera felicidad
sensorial. Vuestro será el privilegio de ayudar a los ssi-ruuk a liberar —el ademán del
muchacho implicaba más conquista que liberación— a los demás planetas de la
galaxia. ¡Vosotros seréis los primeros, la punta de lanza! ¡Qué inmenso honor!
»Como humanos, poseéis un valor incalculable para mis amos. Gracias a ellos,
recibiréis una vida sin dolor, sin necesidades, sin miedo.
—Fíjense en eso —murmuró Nereus.
La escena cambió. Varios alienígenas saurianos de color castaño oscuro estaban
congregados alrededor de una pirámide metálica que Luke reconoció al instante.
Antenas y cañones láser sobresalían de sus cuatro vértices, las cuatro caras estaban
erizadas de impulsores, y grupos de analizadores/sensores rodeaban cada impulsor.
Descansaba sobre una especie de consola de control.
Una súbita comprensión invadió la mente de Luke. También reconoció a los
seres… de su inquietante sueño en Endor.
La voz del muchacho continuó hablando.
—Aquí tenéis la más hermosa nave de combate de toda la galaxia. Aunque jamás
soñarais en viajar por las estrellas, hay uno de estos cazas para cada uno de vosotros.
Vuestras energías vitales serán transmitidas a una de estas naves de combate
teledirigidas. Vagaréis entre los planetas…
Energías vitales. Luke recordó las presencias humanas que había tocado,
desesperadas y angustiadas. Se inclinó hacia adelante.
El joven reapareció.
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—Para aplacar vuestros temores, permitidme que os enseñe parte del
procedimiento de tecnificación. Después, cuando llegue el momento, acogeréis
vuestro destino con alegría.
Una imagen más pequeña apareció a su lado. Un hombre sentado en una silla,
sujeto a ella con ligaduras transparentes, la cabeza colgando. Luke forzó la vista.
¿Aquellos tubos estaban clavados en su garganta? Otra imagen holográfica más
pequeña aún del muchacho bajó un arco de metal blanco resplandeciente alrededor
del hombre. La imagen pequeña se congeló.
—Es alegría —dijo la imagen más grande—. Es paz. Es libertad. Es el regalo que
os traemos.
Extendió una palma pálida.
Habían luchado contra humanos. Luke cerró los puños. Los ssi-ruuk no eran
simples esclavistas, sino ladrones de almas…
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tecnificación, el escolta número dos se había inclinado hacia adelante para ver mejor,
sin que su postura erguida pareciera cambiar.
Varios gorjeos estridentes atrajeron de nuevo la atención de Gaeri hacia el
holograma: un vislumbre del enemigo. Un inmenso lagarto erecto, con una V negra
sobre su rostro, apareció en escena y miró con un ojo negro calculador.
—Mi amo, Firwirrung, siempre me ha tratado con la mayor bondad, amigos míos.
—Malditos Flautas —masculló el senador sentado a la derecha de Gaeri.
—Hasta la vista. Ardo en deseos de conoceros en persona a cada uno. Venid
pronto.
La imagen se desvaneció.
Ahora que los rebeldes habían averiguado qué hacían los ssi-ruuk con los
prisioneros, el rostro de la princesa Leia hacía juego con su vestido blanco. Tocó el
brazo del contrabandista, y éste se inclinó para escuchar sus susurros. De pronto,
Gaeri comprendió que era su compañero. El hombre más joven paseaba la vista por
las mesas.
Había llegado el momento de hablar.
—¿Ha visto? —dijo Gaeri sin levantarse—. Se trata de una amenaza contra la
cual carecemos de experiencia y defensas.
El joven asintió en su dirección. Había comprendido bien la situación.
—Si me permiten intervenir —habló el androide plateado desde el otro lado de la
sala—, considero de lo más espantoso este espectáculo. Los seres mecánicos de
cualquier tipo se quedarán consternados ante esta perversa exhibición de…
Fue silenciado con silbidos. Mientras los proyectores se hundían bajo los paneles
del suelo, los rebeldes permanecieron inmóviles, bajo la silla del gobernador. La
princesa Leia descendió un peldaño.
—Bakuranos —gritó—, penséis lo que penséis de los androides, escuchadme a
mí. Dejad que os cuente mi historia.
Gaeri apoyó la barbilla en su mano. La princesa rebelde extendió una mano, como
el típico conferenciante.
—Mi padre, Bail Organa, fue virrey y primer presidente del sistema de Alderaan,
un oficial de confianza de la República desde los días de las Guerras Clónicas.
»Cuando el senador Palpatine se proclamó emperador, mi padre empezó a intentar
reformas. El cambio se demostró imposible. Al Imperio nunca le han interesado las
reformas. Sólo desea poder y riqueza.
Gaeri torció la boca. Muy cierto, aunque subjetivo. El sistema imperial
desalentaba los cambios y forjaba la estabilidad económica. Se removió en su silla
repulsora.
—Apenas era una niña cuando empecé a servir a mi padre como correo
diplomático, y no mucho mayor cuando fui elegida senadora imperial. —Miró de
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reojo al gobernador Nereus—. La Rebelión ya había nacido y, como el emperador
adivinó, yo no era la única senadora joven implicada. Apenas mi padre manifestó su
abierto apoyo, fui capturada por el sicario del emperador, lord Darth Vader, y
conducida a bordo de su primera Estrella de la Muerte.
»El emperador afirma que Alderaan fue destruida para dar ejemplo a los demás
planetas rebeldes. Eso es verdad sólo en parte. Yo estaba a bordo de la Estrella de la
Muerte. Vi cómo daban la orden. Se dio para aterrorizarme y obligarme a
proporcionarles información.
El gobernador Nereus se balanceó hacia adelante.
—Princesa Leia, ya es suficiente…, a menos que desee ser detenida por sus
crímenes en este mismo momento.
La barbilla de la princesa Leia se alzó, desafiante.
—Gobernador, me he limitado a fortalecer su posición. El Imperio gobierna
mediante el terror. Acabo de dar a los bakuranos un motivo más para temerle.
Pero no para respetarle. Gaeri cruzó las piernas, con el deseo de seguir
escuchando, cuando no de aceptar el punto de vista rebelde. Aquello habría podido
ocurrir en Bakura, si los rebeldes no hubieran destruido la Estrella de la Muerte.
Gaeri observó a dos senadores que lanzaban miradas suspicaces en dirección al
gobernador.
—Tras la destrucción de Alderaan —prosiguió en voz baja la princesa Leia—, huí
al cuartel general de la Alianza. He vivido con sus líderes, trasladándome de un lugar
a otro continuamente, mientras el Imperio insiste en querer borrarnos del mapa.
Tenemos la intención de ayudarles. La Alianza ha enviado a uno de sus más dotados
mandos militares, el comandante Skywalker, de la Orden Jedi.
¿Jedi? Sorprendida con las defensas bajas, Gaeri alzó una mano hacia un colgante
de su cuello, el aro esmaltado, mitad blanco mitad negro, del Equilibrio Cósmico.
Según su religión, los Jedi habían trastornado el universo en virtud de su misma
existencia. Toda cosa tenía su contrapartida. Gaeri creía que cada vez que un
individuo aprendía a concentrar tanto poder, disminuía a un desventurado equivalente
en otro lugar de la galaxia. Los Jedi, hambrientos de poder, habían explotado su
talento sin pensar en los desconocidos que destruían. Su desaparición se había
convertido en un cuento moral, y la muerte de sus padres la había empujado hacia la
religión. Al menos, en el Equilibrio había encontrado consuelo.
¿Había sobrevivido algún Jedi? El comandante Skywalker parecía muy joven, y
no cuadraba en absoluto con su idea de un Jedi, excepto por su intensidad. La había
mirado fijamente mientras ella hablaba. Debía estar escuchando los pensamientos de
alguien.
¿Era un solo Jedi tan poderoso que el Cosmos había creado a los ssi-ruuk, que
habían reducido a tantos humanos a la condición de circuitos de autopropulsión, para
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equilibrar sus enormes poderes?
El Jedi se volvió. Sus ojos azules la escrutaron de nuevo.
La joven parpadeó y sostuvo su mirada, y no la apartó hasta que el volvió la
cabeza. Al menos, obtuvo la satisfacción de ver que su compostura flaqueaba. La
miró otra vez, removió los pies y clavó la vista en el suelo.
Una vez neutralizada la amenaza, siquiera por unos momentos, Gaeri le observó
un rato más. Algo en él recordaba a tío Yeorg.
Chewbacca estaba apoyado contra la hilera de taquillas y devolvía con descaro las
miradas de los seis milicianos. Creía adivinar sus intenciones: confiscar las armas del
grupo y dejarles indefensos. Un miliciano se había acercado unos minutos antes. Un
solo gruñido, enseñando los dientes, bastó para devolverle a su sitio, pero sólo de
momento. El androide astromec de Luke se mantenía cerca del arco, y sus antenas
giraban. Erredós no serviría de gran cosa en una pelea.
A Chewbacca no le importaban las probabilidades. Un wookie armado contra seis
milicianos constituía una confrontación equilibrada.
Oyó pasos. Otro imperial avanzaba por el pasillo de mármol rojo. Éste vestía
uniforme caqui de oficial. Los milicianos se congregaron a su alrededor y hablaron
entre susurros.
Chewie acarició su ballesta.
Leia no había pasado por alto los susurros y las miradas de soslayo a Luke
procedentes de los senadores. Se hizo una idea de hasta qué punto influiría en la
gente si fuera una Jedi adiestrada. Luke se había ofrecido con frecuencia a darle
clases, pero tal vez no era una buena idea. Aquél era el legado de Vader: hasta el
talento de Luke, utilizado para defender la justicia y la libertad, atemorizaba a la
gente.
Tenía que recuperar su atención. Se acercó a la silla repulsora del gobernador.
—¿No lo ve, gobernador Nereus? Ha de aceptar la ayuda rebelde, o poner en
peligro a toda la población. Somos su única esperanza. Déjenos ayudarles a combatir
contra los ssi-ruuk. Nuestras fuerzas son escasas, pero estamos bien coordinados y
equipados con mejores naves de ataque que las suyas.
Luke le había enseñado los informes del OAB.
Nereus apretó sus femeninos labios.
—Por la ayuda que nos han proporcionado, les dejaremos abandonar el sistema de
Bakura sin ser molestados, para que regresen a Endor.
—Si la Alianza está tan ansiosa por ayudarnos —dijo en tono burlón un senador,
desde la mesa superior—, ¿por qué no ha enviado más naves?
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Luke extendió las manos.
—Hacemos todo cuanto podemos sin…
—Nuestras fuerzas destacadas en Endor desean regresar a sus hogares —le
interrumpió Leia—. Puede que algunas ya se hayan marchado.
Nereus aferró los apoyabrazos de la silla, divertido por el diálogo.
—No obstante, hemos solicitado refuerzos a Endor —insistió Luke.
A Leia no le hacía ninguna gracia el ceño fruncido del gobernador.
—Pero nuestras tropas de Endor están agotadas. Los refuerzos podrían llegar
dentro de unos días, o nunca.
No conspires contra mí, Luke.
Han extendió una mano rígida.
—La cuestión es que hemos venido a ayudarles. Pienso que deberían aprovechar
la oferta, mientras siga en pie.
—¿Querrían proporcionarnos datos? —se apresuró a preguntar Leia—. Sobre los
ssi-ruuk, por supuesto, y aquellos de Bakura que no comprometieran su seguridad.
El gobernador Nereus cubrió su boca con una mano enorme. Leia, que empezaba
a sentirse como una bacteria bajo la lente de un microscopio, hizo acopio de
serenidad e intentó inducirle mentalmente a colaborar. Si la reunión terminaba sin un
compromiso de ayuda mutua, estaban acabados.
Un anciano alto se levantó, en una de las mesas inferiores.
—Nereus —dijo—, acepte la ayuda ofrecida. Todos los habitantes del planeta
saben para qué han venido los rebeldes. Si rechaza su ayuda, provocará un
levantamiento.
—Gracias, senador Belden. —El gobernador Nereus entornó sus ojos de espesas
pestañas—. De acuerdo, princesa Leia. Tendrá sus datos. Serán transmitidos al centro
de comunicaciones instalado en su apartamento. ¿Desea solicitar algo más, antes de
que su guía les conduzca a sus aposentos?
—¿Va a dejar la tregua en el aire?
Leia reprimió su frustración.
—Usted ya ha dicho lo que quería. Lo discutiremos.
—Muy bien. Primer ministro Captison —Leia bajó a la mesa inferior y extendió
una mano, que el caballero enjuto estrechó unos momentos—. Espero que volvamos
a hablar.
Leia atravesó el rectángulo central seguida de su grupo, y luego subió los
peldaños del otro lado.
—Muévete, Vara de Oro —susurró Han cuando pasaron junto a Cetrespeó—. Y
mantén cerrada tu caja vocal.
Se encaminó a las taquillas. Chewbacca le saludó con un rugido y le advirtió de
que los milicianos querían quitarles las armas.
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—Qué lástima.
Han cogió su desintegrador.
Luke se apartó a un lado, empuñando la espada desactivada, en una postura
ambigua, previa al ataque. Han vio que sus ojos se abrían de par en par.
—Todo va bien —dijo Luke—. Ese oficial les tiene bajo control.
—¿Quién es? —Leia giró en redondo. Observó con atención a los imperiales que
conversaban—. Es el Alderaan —susurró—. Lo sé por su forma de hablar.
—Ummm. —No era muy tranquilizador. Han guardó el cuchillo en su bota y el
láser de bolsillo—. ¿Cuáles son las posibilidades de que guarde una conciencia
alderaaniana en su uniforme imperial?
—No muchas —replicó Leia, pero mirando a Luke.
Han se enderezó y miró al oficial de cabello negro. Se parecía a cualquier otro
imperial, como un blanco, con la diana definida por cuadrados rojos y azules. Se
volvió y caminó hacia ellos. Han bajó la mano hacia su desintegrador.
Luke sujetó la espada al cinto y enfundó el desintegrador. Después fue al
encuentro del oficial. Leia siguió a Luke, y Chewie se quedó con los androides.
—Cúbrenos, Chewie —murmuró Han, y también les siguió.
—Alteza —ronroneó el oficial, mientras se inclinaba ante Leia—. Es un honor
conocerla por fin. Capitán Conn Doruggan, a su disposición.
A Han no le hubiera importado deshacerse de él, por si acaso, pero Leia había
vuelto a adoptar sus modales de senadora.
—Capitán Doruggan —contestó, con un elegante movimiento de cabeza—. Le
presento al comandante Skywalker, Caballero Jedi. —Después condescendió a fijarse
en él—. Y al general Han Solo.
Luke estrechó la mano del oficial, pero Han no movió su mano derecha. Miró a
Chewie. El wookie le devolvió la mirada, mientras observaba y les cubría. Chewie
podía dar algunas lecciones de constancia a Leia.
—Hemos de irnos —dijo la princesa—. Gracias por presentarse.
El capitán imperial extendió la mano en dirección a la de Leia.
Han apretó su palma contra el desintegrador, con el dedo muy cerca del gatillo.
Leia aceptó el apretón y dejó que el hombre estrujara sus dedos. Al instante, Luke
miró a Han y movió apenas la mano. Habría hecho algo con la Fuerza. Los celos de
Han se enfriaron unos cien grados, pero se mantuvieron a raya. Leia caminó al frente
del grupo por el pasillo hasta el aeropuerto del tejado.
Han, seguido de Chewie, alcanzó a Luke y le fulminó con la mirada.
—No me hagas eso —dijo—. No vuelvas a hacerlo nunca más.
Ya había tenido celos de Luke en otras ocasiones. Había sido innecesario. Y ahora
también, probablemente.
—Lo siento —murmuró Luke, con la vista clavada enfrente—. Tuve que hacerlo.
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No podíamos permitir que hicieras aquello.
—Me controlo yo sólito, gracias.
Leia se volvió y retrocedió.
—¿Qué ocurre, Luke?
Han, no. Luke.
—Nada. —Luke meneó la cabeza—. Quiero hablar con… un par de esos
senadores. El comandante Thanas prometió que hoy se pondría en contacto con
nosotros. Vamos a investigar nuestros nuevos datos.
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Capítulo 8
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bosque. Un viento intangible movía sus ramas. Examinó los detalles.
Leia meneó la cabeza. Era obvio que los imperiales les espiaban. Quizá habían
dispuesto sensores de voz, para escucharles desde el extremo opuesto del complejo.
—Resulta evidente que Nereus es el auténtico poder de Bakura —dijo—, pero
intenta aplacar a los bakuranos con ese gobierno de pacotilla.
Han se volvió y se apoyó en el mural.
—Ya puedes apostar. Y tiene tantas ganas de permitir la presencia de naves
rebeldes armadas en su sistema como de tirarse a un pozo de vibroestacas.
—Pero el pueblo no —insistió Leia.
—No —intervino Luke—. El pueblo sólo desea sobrevivir, al igual que Nereus —
añadió con sequedad.
—De modo que, cuando esté a salvo —dijo Han—, se volverá contra nosotros y
nos vaporizará…, si no vamos con tiento.
—Iremos. —Luke desvió la vista hacia el centro de comunicaciones—. Tenemos
un mensaje —añadió, sorprendido.
Se acercó y tocó un control.
Han miró por encima del hombro de Luke. Leia se apretujó entre ambos. La
cabeza y los hombros de un oficial imperial aparecieron en la pantalla tridimensional:
rostro enjuto, cabello rizado y escaso.
—Comandante Skywalker, hemos de hablar, tal como acordamos. Reúnase
conmigo en mi despacho lo antes posible.
La pantalla se apagó.
—El comandante Thanas —murmuró Luke.
—¿Dónde está su despacho? —preguntó Han.
—En algún lugar del complejo. Voy a averiguarlo.
Leia se alejó del ángulo de visión.
—Ven, Han.
Deseaba perder de vista a los imperiales, siquiera por unos minutos. Este lugar la
estaba poniendo nerviosa. Cada vez que se daba la vuelta, casi esperaba ver una capa
negra aleteante. ¡Vader estaba muerto! ¡Derrotado! No debía permitir que negros
recuerdos la distrajeran de su vital misión.
—Creo que el comandante Thanas ha dejado un mensaje… —dijo Luke a la
unidad empotrada en la pared.
Silencio. Después:
—Sí, perfecto. Estaré ahí dentro de una hora.
Se encaminó hacia el saloncito.
—¿Y bien? —preguntó Leia.
Luke enlazó las manos a la espalda.
—Tenernos naves ssi-ruuvi en el patio trasero otra vez. Thanas dice que parece un
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bloqueo, justo fuera del alcance de la red defensiva. A la distancia orbital de la
segunda luna de Bakura, aproximadamente. También estoy invitado a visitar la, hum,
guarnición imperial.
—¿Solo? —exclamó Leia.
Luke asintió.
—No lo hagas —dijo Han—. Cítales en algún lugar neutral.
Luke se encogió de hombros.
—Bakura no es neutral. Debe de haber mejores instalaciones allá arriba para
discutir de tácticas que en el complejo Bakur.
—En ese caso, llévate a Chewie. Ese Thanas podría detenerte sólo por ser un Jedi,
aparte de cargarte al emperador.
—Pero yo no…
—Aún no creen que el emperador haya muerto —interrumpió Leia—, pero
llévate a Chewie, de todos modos. Aun desarmado es formidable.
Han acarició la mira de su desintegrador.
—¿Tardarías mucho en pedir ayuda?
—Tengo un comunicador. Un escuadrón de cazas X del Frenesí podría acudir
en… digamos una hora.
—Eso podría ser demasiado tarde —insistió Leia.
El wookie rugió su acuerdo.
—Creo que yo debería quedarme aquí —sugirió Cetrespeó.
—Han, Leia, Chewie, sé cuidarme. —Luke se dejó caer en una esquina del
saloncito, dispersando pequeñas almohadas azules—. Cuanto más actuemos como si
confiamos en ellos, más nos seguirán la corriente. Leia ha hecho muchos progresos
con el senado.
—No los suficientes. —Leia se humedeció los labios—. Una conversación
sincera es nuestra única esperanza de conseguir un tratado duradero, un tratado que
podría lograr la deserción de muchos imperiales desilusionados.
—Adelante. —Han agitó un brazo—. Decidme que os sentís bien trabajando con
esta gente, pero miradme a los ojos cuando lo hagáis.
—Bueno… —Leia miró a Luke en busca de apoyo. Su hermano enarcó una ceja
—. No —admitió por fin.
—Mmm, no —contestó Luke—. No me siento bien. Alerta.
—Exacto —dijo Leia—. La sensación de inquietud no puede interferir en
nuestras negociaciones. Debemos empezar por algo. Lo haremos en Bakura.
Luke carraspeó.
—Prefiero llevarme a Erredós.
Erredós gorjeó una pregunta desde el rincón donde permanecía ignorado.
—Para compartir información.
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—Oh —dijo Leia. Si Luke había ideado un plan, nadie le haría cambiar de
opinión—. Háblame de los senadores. ¿Qué percibiste?
Se sentó al lado de Luke y cruzó las piernas sobre el saloncito. El campo repulsor
era como un líquido invisible que les separara de la superficie.
—Eran hostiles —contestó Luke—. ¿Quién eres tú, qué haces aquí, de qué vas?
Eso, al principio. Pero ese tal Belden se alegró de vernos. Y también otros. Otros…
—Miró a Han, que se había alejado hacia la esquina situada entre las ventanas—. La
historia de Leia les abrió los ojos. Produjo el primer cambio real en su actitud.
—Me alegro mucho —comentó Cetrespeó desde su puesto de protocolo, junto a
la puerta—. Me gustaría regresar con los nuestros lo antes posible.
Erredós trinó algo que Leia consideró aprobación.
—¿Lo ves?
Leia miró a Han, con el deseo de que se volviera y diera alguna señal de que
había aprobado su discurso. Una pared invisible se había alzado entre ellos en cuanto
aquel alderaaniano la reconoció.
—Tiene que ser duro —concedió— trabajar a cara descubierta, después de tantos
años de clandestinidad.
Han se volvió por fin, con los pulgares encajados en el cinturón.
—Es como exhibir tu juego demasiado pronto en una partida de sabacc. Ves
cambiar las caras que te rodean. No me gusta. No me gusta esta gente. No me gusta
Nereus, en especial.
Leia asintió vigorosamente.
—Es un burócrata imperial perfectamente normal. Luke, ¿qué más sentiste? Su
reacción ante ti…
Luke frunció el ceño.
—La previsible, puesto que no estaban advertidos. ¿Por qué?
Leia analizó sus sentimientos para encontrar las palabras adecuadas.
Luke fue el primero en encontrarlas.
—Vader te vuelve a obsesionar, ¿verdad?
Ella le apuntó con un dedo, dolida.
—No quiero saber nada de cualquier cosa relacionada con Vader.
—Yo soy producto de Vader, Leia…
La joven cerró los puños a sus costados.
—Entonces, déjame en paz.
Luke cerró la boca sin terminar la frase que ella temía: Y tú también. Habría
podido pronunciarla, pero herir con palabras no era su estilo. Leia ya se estaba
arrepintiendo de su exabrupto. No era propio de ella perder los nervios con tanta
facilidad.
—Oye —gritó Han—, arriba esos ánimos, princesa. Él sólo trataba de ayudar.
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—¿Qué esperas de mí? —Leia se levantó de un salto y caminó hacia él—. ¿Qué
me lo tome con calma? ¿Qué lo anuncie a Mon Mothma?
—Otra vez no —murmuró Han.
Leia plantó sus puños sobre las caderas. No sabía si amaba a aquel hombre, o si
iba a matarle.
—¿Otra vez? —murmuró Luke.
—Escucha —dijo Han—, nadie va a revelar tu secreto. Ni siquiera Luke.
¿Verdad, Luke?
—Estamos de acuerdo. —Luke se encogió de hombros—. Durante un tiempo, al
menos, nadie excepto nosotros sabrá que estás relacionada con quien sea.
Extendió una mano.
Leia la aferró. Han, de improviso, se acercó y cerró su mano alrededor de las
otras dos.
Se oyó un rugido a su espalda. Una gigantesca pata peluda aterrizó sobre el
hombro de Leia, mientras Chewie continuaba aullando y rugiendo.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Leia a Han.
La otra pata de Chewie se posó sobre la cabeza de Han.
—Que somos su Familia de Honor. —Han intentó agacharse. El pelaje del
antebrazo cosquilleó su cara—. Es la unidad básica de la sociedad wookie. Es la
mejor prueba de lealtad que jamás recibirás, Leia.
Esta vez, nada de sobrenombres, nada de bromas, sólo Leia.
Era la mejor prueba de lealtad que jamás recibiría de Han.
—Muy bien —dijo en voz baja—. Hay trabajo que hacer. Aprovechemos cada
momento, hasta que Luke se marche o nos convoquen a otra sesión.
Chewbacca gruñó. Luke dejó caer la mano y se acercó al centro de
comunicaciones.
—De acuerdo. —Han se zafó de un copiloto—. También hemos de comprobar las
reparaciones. Nuestro grupo ha establecido una base provisional en el espaciopuerto.
Plataforma Doce. Es la de Chewie.
—Ah. —Luke ya estaba tecleando—. Ya he encontrado nuestros nuevos datos.
Erredós, ocúpate de buscar lo que no obtuviste de la nave teledirigida.
Erredós silbó alegremente.
—Mantén los ojos abiertos, muchacho —dijo Han.
—¡Y ten cuidado! —exclamó Cetrespeó.
Una lanzadera de la Alianza recogió a Luke en el aeródromo del tejado. Una vez
cargado Erredós en el compartimento posterior, Luke vio la ciudad pasar de largo
bajo sus pies, aposentada en círculos concéntricos sobre aquella increíble veta rocosa
blanca.
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Temía que su propio estado de nervios hubiera irritado a Leia, pero aún no se
había atrevido a contar nada a sus amigos. Sólo él conocía los desesperados
sufrimientos de los humanos tecnificados, y por tanto, el peligro que arrastraban
todos si Bakura caía. Si eso ocurría, los recursos (y la población) bakuranos
ayudarían a los alienígenas a conquistar otro planeta, donde se reaprovisionarían de
más androides de combate teledirigidos para conquistar otro y otro, una reacción en
cadena que podría extenderse hasta los planetas del Núcleo.
Tal vez tenían la intención de exterminar a toda la humanidad, o fundar planetas
prisión para criar poblaciones. No le sorprendería averiguar que contaban con otros
tipos de androides que funcionaban con energía humana. Ni él, ni Thanas, ni siquiera
Nereus podían estar seguros de que se enfrentaban a toda la flota ssi-ruuvi.
Teniendo en cuenta la enormidad de la crisis, no tendría que haberse dejado
distraer por la senadora Gaeriel Captison.
No obstante, las sensaciones que había experimentado cuando su presencia
respondió al sondeo aún le producían cosquilleos. Antes de su repentina alteración,
por supuesto. Jamás había experimentado un cambio tan radical de la atracción al
desagrado. Ahora tenía que hablar con ella. Si se oponía a los Jedi con tal
vehemencia, podría arruinar las negociaciones de Leia. Prefería su honrada oposición
que ser ignorado. En principio, al menos.
Antes de que Luke se sintiera preparado, la lanzadera aterrizó en el borde de la
oscura superficie artificial donde habían instalado a la guarnición. El nervioso piloto
de la Alianza ayudó a Luke en la descarga de Erredós, y luego se alejó hacia el norte,
en dirección al espaciopuerto. Luke contempló el perímetro de la guarnición. Tras
una verja de alto voltaje, los milicianos paseaban por pasillos elevados que
comunicaban enormes torres de observación. Un campo de fuerza destellante
bloqueaba la entrada situada entre las torres de guardia. Patrulleros androides
convergieron sobre él desde tres direcciones distintas.
Esto era el Imperio, no cabía duda. Luke avanzó con audacia hacia la puerta.
—Vamos, Erredós.
Un par de milicianos navales salieron de detrás de una caseta. El campo de fuerza
se desactivó.
—¿Comandante Skywalker? —preguntó un miliciano, con la mano sobre su
desintegrador.
Vengo en son de paz. Luke juntó las palmas frente a su pecho.
—Vengo a hablar con el comandante Thanas.
—¿Y el androide?
—Almacén de información.
El miliciano lanzó una breve carcajada.
—Espionaje.
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—Creo que proporcionaré más información al comandante Thanas de la que
obtendré a cambio.
—Espere aquí.
El miliciano desapareció en el interior de la caseta.
Luke miró a través de la valla. Un explorador caminante AT-ST pasó no muy
lejos, como una enorme cabeza metálica gris con patas. La guarnición principal se
alzaba al otro lado de una amplia zona despejada. Debía de ser «corriente», pero
desde cerca parecía inmensa. Luke calculó que tendría ocho pisos de altura. Tórrelas
de turboláseres brillaban en cada nivel superior, como guardianes de un gigantesco
castillo. Desde aquel ángulo, divisó dos grandes rampas de lanzamiento que
apuntaban al cielo. El número de cazas TIE almacenados en su interior era un
misterio. No habría osado acercarse a este lugar con un escuadrón de cazas X. Solo,
era más seguro. Eso esperaba, al menos.
El miliciano regresó con un cepo Propietario y un disco repulsor con aletas
laterales gemelas.
—El androide entrará con el disco cerrado —dijo—. Puede llevar su Propietario
personal, pero cualquier reactivación no autorizada será considerada un acto de
hostilidad.
Erredós lanzó un pitido nervioso.
—No pasa nada —dijo Luke—. Tranquilo.
Dejó que el miliciano desactivara el principal convertidor de energía de Erredós.
Una vez sujeto el silencioso androide al disco repulsor, Luke comprobó los cierres
para asegurarse de que su amigo metálico no se caería. Tocó su Propietario, que
colgaba junto a la espada de luz. También le recordó su sueño de Endor.
En cualquier caso, nunca le habían gustado los cepos. Era probable que el
personal del gobernador Nereus también tuviera Propietarios, que les permitieran
controlar a Erredós y Cetrespeó pese a la programación prioritaria de los androides.
—Sígame —dijo el miliciano.
Le condujo a un esquife abierto. Luke ocupó un asiento del medio y enganchó el
cable de remolque del disco repulsor a un costado. Volaron sobre la base. La
superficie, que le había parecido muy oscura cuando llegó, parecía ahora permacreta
llana de color gris oscuro. Pero cuenta con que la burocracia imperial cubrirá
cualquier cosa natural.
La lanzadera atravesó unas enormes puertas situadas entre un par de monstruosas
torres de vigilancia, y entró en una rada para vehículos impregnada de los olores
militares habituales a combustibles y maquinaria.
Los milicianos aparcaron el esquife en una cubierta para bicicletas de alta
velocidad, invadida por técnicos de mantenimiento. Luke experimentó una gran
curiosidad. Lo siento, no soy un prisionero. Todavía no. Mientras soltaba a Erredós,
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la curiosidad se convirtió en hostilidad. Levantó un dedo y lanzó una línea de Fuerza.
Algo cayó desde un lado de la cubierta.
Los técnicos se precipitaron hacia el ruido. Luke, olvidado, pasó entre ellos,
detrás del miliciano que manejaba el disco repulsor de Erredós. Se internaron por un
estrecho pasillo de paredes desnudas que ascendía hasta un techo más estrecho, y
entraron en un turboascensor. El estómago de Luke protestó cuando el ascensor
subió.
Salieron a otro nivel, al final de un pasillo largo y recto. Casi todo era gris (las
paredes, el techo, el suelo, los muebles, las caras), de modo que los contrastes se
notaban al instante. Un oficial uniformado de negro corría de una puerta a otra. Había
milicianos apostados ante cada puerta, con armaduras blancas. Luke pasó de largo,
con la vista clavada en el frente, pero sus sentidos Jedi atentos a todo cuanto le
rodeaba y la mano cerca de la espada.
En una zona de recepción circular, Luke divisó a un hombre que se acercaba
desde el otro extremo de un pasillo. Su postura erecta y andar sereno le delataron. El
rostro enjuto y el ralo cabello rizado confirmaron la suposición de Luke, que se
adelantó a saludarle.
—Comandante Thanas.
—Comandante Skywalker. —Thanas le miró desde lo alto de su nariz aguileña—.
Sígame, por favor.
Giró sobre sus talones y volvió sobre sus pasos. Alto y flaco, proyectaba una
seguridad en sí mismo absoluta que puso sobre aviso a Luke de los ojos imperiales
que les rodeaban, por si necesitaba algún aviso. Luke contó las armas visibles en el
pasillo, mientras guiaba el disco repulsor.
Al final del pasillo, Thanas entró en un despacho, seguido por Luke. Los muebles
eran sencillos, salvo por el curioso suelo, que recordaba espeso musgo. Parecía un
lugar consagrado a asuntos serios, pero no al placer. Incluso las paredes grises
estaban desprovistas de adornos o recuerdos, como si Thanas careciera de pasado.
Luke sólo distinguió un teclado empotrado en el sencillo escritorio rectangular.
—Siéntese. —Thanas indicó una silla repulsora. Luke tomó asiento, dejando
desconectado a Erredós. Thanas señaló una servounidad—. ¿Le apetece algo de
beber? El licor local es asombrosamente bueno.
Luke vaciló. Aunque no estuviera drogado, sería lo bastante fuerte para enturbiar
su cabeza. En cualquier caso, no le apetecía.
—No, gracias.
Thanas se sentó sin servirse una copa. Enlazó las manos sobre la mesa.
—Le confesaré, Skywalker, que no esperaba que viniera. Pensaba que me
propondría otro lugar de encuentro.
Luke se encogió de hombros.
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—Éste me pareció práctico.
Escudriñó el estado de ánimo de Thanas. Vigilante, con una pizca de admiración,
suspicaz, pero carente de doblez; confiado de momento, con un fondo bondadoso
tangible.
—Es cierto. —Thanas tocó un panel de su escritorio. Antenas proyectoras
retráctiles asomaron sobre la superficie. Sobre ellas apareció un globo verdeazulado
grande—. ¿Echamos un vistazo a la batalla que ustedes interrumpieron con tanta
audacia?
—Me parece excelente. ¿Puedo?
Luke indicó el cepo Propietario de Erredós.
—Se lo ruego.
Luke activó al androide. La cúpula de Erredós giró una vez y luego se detuvo, con
el fotorreceptor azul encarado al holograma de Thanas.
La batalla había empezado con un ataque relámpago de toda la línea ssi-ruuvi.
Como Luke había intuido, se trataba del empujón final a un adversario debilitado,
paso previo a la invasión del planeta. Sus fuerzas habían llegado justo a tiempo.
—¿Puedo verlo de nuevo? —preguntó Luke, cuando los puntos azules imperiales
se reagruparon para contraatacar.
Thanas se encogió de hombros y rebobinó unos segundos la grabación.
—¿Es una maniobra normal? —preguntó Luke.
Thanas juntó los dedos.
—Discúlpeme si declino contestar.
Luke asintió y archivó mentalmente la maniobra en el apartado Máxima
Seguridad.
—Dígame —habló Thanas—, ¿los analizadores de mis fuerzas se han
equivocado, o sus pilotos llegaron a la batalla con un carguero espacial?
Luke sonrió. No iba a revelarle lo que ignoraba acerca del Halcón.
—Debo recordarle que gran parte del apoyo que recibe la Alianza procede de los
límites de la legalidad.
—¿Contrabandistas?
Luke se encogió de hombros.
—Probablemente modificados más allá de las normas legales.
—El equipo imperial robado se cotiza mucho.
—Sólo después de preguntarle, comprendí las implicaciones de que su nave
insignia poseyera equipo holográfico.
Basta de aquel tema.
—¿Es consciente de lo que está en juego? —Luke refirió sus conclusiones sobre
las intenciones de los ssi-ruuk—. ¿Por qué se puso en contacto con ellos el
emperador?
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Thanas se rascó el cuello, aparentando indiferencia, pero las arrugas producidas
por la tensión que rodeaban sus ojos se oscurecieron.
—Aunque lo supiera, no podría decírselo.
—Pero no lo sabe.
Thanas se limitó a sostener su mirada. Si la tregua se prolongaba, sería delicada.
—Hemos de hablar sobre la actual situación táctica —sugirió Luke—. Según mis
datos, entre ambos bandos contamos con dos cruceros, siete cañoneras de mediano
tamaño y unos cuarenta cazas monoplazas, de los cuales, dos tercios están
desplegados en la red defensiva, y un tercio sometido a reparaciones. ¿Estoy en lo
cierto?
Thanas dedicó a Luke un fruncimiento de labios irónico.
—Excelentes datos. Ustedes también tienen un carguero bastante irregular.
—En efecto. —Luke se removió en la silla—. ¿Han tenido oportunidad de contar
las fuerzas de los ssi-ruuk?
Thanas asintió.
—Dentro del sistema, tres cruceros. Dos naves de tamaño mediano que se
mantienen rezagadas, de momento, cerca de la órbita del planeta Cuatro; suponemos
que se trata de naves de asalto planetarias. Unos quince cazas grandes o pequeñas
naves de escolta, justo fuera de la red defensiva. Pero nadie sabe cuántos cazas
pequeños tienen, o qué crucero los transporta. Quizá todos van llenos.
En síntesis, la situación era mala.
—¿De dónde sacan la información? —preguntó Luke, intrigado por lo que
Thanas podía contarle sobre la inteligencia interna del sistema.
Thanas enarcó una ceja.
—Las fuentes habituales. ¿De dónde la sacan ustedes?
—Manteniendo los ojos abiertos.
El diálogo siguió punteado por más callejones sin salida frustrantes, pero cuando
Luke se levantó, dos horas más tarde, se había hecho una idea mejor de la situación
táctica, conocía datos precisos sobre las trayectorias orbitales de la red defensiva, y
otros detalles diversos almacenados en su mente y en los bancos de memoria de
Erredós.
—Comandante Skywalker —dijo Thanas con suavidad—, me pregunto si sería
tan amable de hacerme una demostración con esa espada de luz. He oído hablar de
ellas.
—Creo que no —respondió con educación Luke—. No quiero alarmar a sus
milicianos.
—No se alarmarán. —Thanas tocó otra tecla del escritorio. La puerta se abrió.
Dos milicianos provistos de armaduras blancas entraron—. Me gustaría que su
androide astromec se quedara aquí. Vosotros dos, lleváoslo.
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—Prefiero que Erredós se quede conmigo.
Luke no pensaba que la amenaza de Thanas fuera en serio, pero desenganchó,
alzó y activó la espada con un solo movimiento. Pese a su predisposición a hablar,
Thanas pensaba como un imperial. Quería una demostración. La tendría.
Los milicianos hicieron fuego milisegundos después. Luke rechazó los rayos.
Diminutas llamas se apagaron en los paneles grises de Thanas.
—Alto el fuego. —Thanas levantó una mano—. Marchaos.
Los milicianos salieron.
—No lo entiendo. —Luke estaba alerta y conservaba la espada encendida—.
Podía haber perdido a dos de sus hombres.
Thanas contempló la zumbante espada verde.
—Estaba seguro de que no les mataría. Tendría que haberle encarcelado, en ese
caso. Me pregunto si habría intentado huir a través de toda la guarnición.
Luke proyectó su foco de control.
—En caso necesario, lo habría hecho.
Percibió un rastro de diversión en el hombre. Tal vez Thanas era hostil más por
costumbre profesional que por auténtica fe en el Imperio, pero Luke no confiaba
todavía en él. Apagó la espada.
—Necesito examinar los daños que han sufrido las naves de mis fuerzas,
comandante.
Thanas asintió.
—Puede irse. Y llévese a su androide.
Luke encajó los pulgares en su cinto.
—Mi lanzadera volvió al complejo Bakur. Le agradecería que me trasladaran a la
Plataforma Doce del espaciopuerto.
Thanas vaciló un segundo, y luego sonrió.
—De acuerdo.
Si Thanas pretendía impedir que Luke y su grupo abandonaran Bakura, gozaba de
numerosas posibilidades.
Un noncom condujo a Luke en un aparato repulsor. Todas sus preocupaciones
habían regresado. El día estaba resultando muy largo, en efecto. Hizo una lista mental
de deberes: llamar a Leia e informarla de que había salido de la guarnición sano y
salvo, comprobar que el Halcón continuara ileso, comprobar que los cazas habían
pasado la revisión y los pilotos estaban descansando…
De pronto, Luke se dio cuenta de que no había pensado en aquella fascinante
senadora bakurana desde hacía más de una hora. Intentó apartar de nuevo su imagen,
y borrar de su recuerdo la forma en que el aura de su Fuerza había activado la suya.
Olvidar no era tan fácil, rodeado de imperiales. No eran el momento ni el lugar
apropiados para dejar que deseos personales le distrajeran.
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Sin embargo, tampoco la primera Estrella de la Muerte había sido el lugar
apropiado para el romance, ni tampoco el momento, y su amor desesperado por Leia
había desencadenado una cadena imparable de acontecimientos. Si al menos fuera
preciso rescatar a Gaeriel Captison…
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jubilación anticipada. Había sido incapaz de repeler a los alienígenas invasores sin
refuerzos… de la Alianza Rebelde. Jamás abandonaría Bakura.
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—Un mensaje para usted del primer ministro Captison.
—Pásalo a la terminal de mi dormitorio.
Corrió hacia el equipo tridimensional. La puerta se cerró sobre un canal sin
fricción. Jamás había visto tantos minirrepulsores.
Leia se sentó. Habría reconocido la imagen sin necesidad de que Cetrespeó la
anunciara. Recobró la compostura y le saludó con respeto.
—Espero que el senado haya votado a favor nuestro, primer ministro.
El hombre sonrió con la triste y autoritaria dignidad que tanto le recordaba a Bail
Organa.
—Aún no hemos llegado a ninguna conclusión —contestó—. Espero que usted y
su grupo se encuentren cómodos.
—Ha sido un placer hablar tanto rato con ustedes, pero creo que nos costará más
convencer a los militares imperiales de que hemos venido a trabajar, y luego
volveremos a casa.
—Alteza. —El tono del primer ministro indicaba un suave reproche—. No han
venido por ese motivo, ¿verdad? —Captison levantó una mano—. Da igual. Nuestro
pueblo necesita una distracción. Desde hace una semana, lo único que ocupa sus
mentes son los ssi-ruuk.
—Lo comprendo —murmuró Leia—. ¿Qué puedo hacer por usted, señor primer
ministro?
—Usted, y su grupo, podrían reunirse conmigo en mi casa esta noche. La cena
será servida a las diecinueve cero cero.
Leia ardía en deseos de acostarse y dormir, pero…
—Será un placer —contestó. También podía ser una maravillosa distracción, una
auténtica ruptura—. Acepto, en nombre del general Solo y el comandante Skywalker.
¿Y Chewie?, pensó de repente. No encajaría, teniendo en cuenta lo que esta gente
sentía hacia los alienígenas. Bien, esperaba que lograría explicárselo. Quizá podría
dormir.
—Muchas gracias.
—Les enviaré una escolta poco después de las dieciocho treinta. Oh —añadió—,
también he invitado al gobernador Nereus. Es una oportunidad de establecer contacto
fuera de los márgenes oficiales.
Eso la mantendría despierta. Garantizado.
—Un gran detalle, señor primer ministro. Gracias.
Leia cortó la comunicación. Era la oportunidad perfecta. Había llegado el
momento de interrogar a los imperiales sobre lo que opinaban acerca de las
intenciones del emperador Palpatine, cuando había llamado a los ssi-ruuk.
Esperaba que Luke volviera del espaciopuerto a tiempo de acicalarse.
Esperaba que Luke volviera, punto.
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Capítulo 9
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Subió al puente y envió a uno de los androides de seguridad cilíndricos último
modelo en busca de Escama Azul. Esperó fuera. Una red conductora rodeaba el
puente, lo bastante fuerte para estabilizar la gravedad y repeler oleadas de energía
durante la batalla. Podía recargarse, como un reactor, y un impacto directo lanzado
por una nave grande sobrecargaría la red y convertiría el puente en una trampa
mortal. El almirante Ivpikkis se encargaba de que ninguna nave hostil se acercara al
Shriwirr.
El androide no encontró a Escama Azul. Dev, cada vez más ansioso, fue a
buscarle en la sala de tecnificación del maestro Firwirrung.
Escama Azul se encontraba en el pasillo, dando órdenes a un grupo de p'w'ecks.
Dev se mantuvo a una distancia respetuosa. En cuanto los p'w'ecks se dispersaron, se
acercó.
—Me ordenaste presentarme ante ti, Anciano.
Escama Azul abrió una escotilla.
—Entra.
Una vez en el interior, Dev paseó la vista a su alrededor. No era el centro de
trabajo habitual de Escama Azul En un rincón, barandillas altas hasta la rodilla y la
cintura rodeaban una zona hundida de un metro cuadrado. Un portal estaba abierto.
Cuando Escama Azul la cerró, quedó convertida en un recinto. Casi parecía una jaula
construida para albergar a un p'w'eck. A veces, les aislaban como medida de
disciplina. Nunca lo había visto. Le invadió el pánico.
—¿Ahí?
—Sí.
Escama Azul se deslizó hasta una mesa pequeña. Incapaz de hacer otra cosa, Dev
entró en el recinto.
Por lo general, las renovaciones a que le sometía Escama Azul empezaban con
una invitación a tenderse sobre la cubierta. Al menos, no parecía que fuera a ser
disciplinado…, de momento.
—¿Qué deseas? —silbó inquieto Dev—. ¿Qué puedo hacer para complacerte?
—Hablar conmigo. —Escama Azul depositó su masa reluciente junto a Dev—.
¿Cómo va tu proyecto?
Dev, complacido por la atención que le prestaba el anciano, descargó su peso
sobre la barandilla superior.
—Va muy bien. Mi último esfuerzo es la traducción del anuncio que transmitimos
a Bakura, hace unas semanas…
—Basta.
Escama Azul acercó su enorme cabeza a Dev y le escrutó con un ojo.
Dev le dedicó una sonrisa afectuosa.
—Eres humano —dijo Escama Azul—. Piensa por un momento en lo que eso
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significa.
Dev se subió una manga y contempló su brazo suave y cubierto de vello.
—Significa… inferior.
—¿Estás seguro?
Dev, confuso, cerró los ojos. Desde las profundidades de su ser, liberó algo
controlado, reprimido, apestoso, detestable y…
El inmenso lagarto se acercó más. Dev aulló y golpeó su extremidad delantera.
—Más fuerte —dijo el alienígena—. Puedes hacerlo mejor, canijo.
Dev apretó los dientes y hundió los puños en la extremidad.
—Vosotros matasteis mi planeta. A mis padres, a mi pueblo. Todos desaparecidos,
absorbidos, asesinados, mutilados…
Enmudeció, sollozante.
—¿Ningún motivo nuevo de irritación?
Dev levantó los puños a la altura de su pecho. ¿Qué estaba haciendo aquel
lagarto, extrayéndole información? Esta vez, no la obtendría.
El Anciano se acercó aún más. Un hedor a lagarto inundó las fosas nasales de
Dev.
—Sé que te gustaría vaciarme este ojo.
Dev contempló el ojo. Dio la impresión de que aumentaba de tamaño y le rodeaba
de negrura. Le absorbió. Se precipitó en sus profundidades, aferró los bordes
resbaladizos de la libertad.
Se tambaleó.
Horrorizado, cayó aovillado sobre las frías losas grises de la cubierta. Había
ofendido a Escama Azul. Su suerte estaba echada.
—Dev —dijo en voz baja Escama Azul—, no deberías decir esas cosas.
—Lo sé —dijo, afligido.
Escama Azul emitió un suave ronroneo gutural.
—Nos debes todo.
¿Cómo había podido pensar lo contrario?
—Dev —silbó Escama Azul.
El joven levantó la vista.
—Te perdonamos.
Exhaló un profundo suspiro y se puso de rodillas, sin soltar la barandilla inferior
del recinto.
—Toma, Dev.
Escama Azul sostenía un hipovaporizador. Dev, agradecido, hundió su hombro en
otro aguijón. Su vergüenza se disipó como por arte de magia.
—Te irrité a propósito, Dev. Para demostrarte lo cerca que está de la superficie tu
mal carácter. Jamás debes demostrar irritación.
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—No lo haré más. Gracias. Lo siento.
—¿Qué te ha perturbado tanto esta tarde, Dev?
Recordaba vagamente que había confiado en no revelarlo, pero no recordaba por
qué. Los ssi-ruuk le protegían y atendían a todas sus necesidades. Le proporcionaban
placer, incluso cuando no lo merecía.
—Fue extraordinario —empezó—. La sensación de otro usuario de la Fuerza,
muy cercana.
—¿Usuario de la Fuerza? —repitió Escama Azul.
—Alguien como yo. No es que me sienta solitario, pero los iguales se buscan.
Ojalá pudiera localizarle, pero sospecho que es un enemigo de la flota, porque llegó
con los nuevos. Me entristeció.
—¿Un enemigo? ¿Es macho?
Dev alzó la cabeza, con un esfuerzo y sonrió a Escama Azul. Hubiera lo que
hubiese en el hipo vaporizador, le estaba dando tanto sueño que apenas podía
moverse.
—Quizá soñaré con él —murmuró, y se soltó de la barandilla.
Gaeriel descansaba en el aire, sobre una cama repulsora circular. Una colcha de
piel trenzada la envolvía de los hombros a las rodillas. La cama flotaba sobre una
alfombra algo desteñida. La casa de Yeorg y Tiree Captison era una de las mejores de
Bakura, según le habían contado, pero a medida que aumentaban los impuestos
imperiales, hasta el primer ministro se veía obligado a aplazar reparaciones y
sustituciones. El nuevo sueldo de Gaeri ayudaba a pagar el mantenimiento. No le
importaba «lo más elegante», pero sí le importaban tío Yeorg y tía Tiree.
Hacía meses que no necesitaba descansar después de la sobremesa, y la siesta
había sido inútil. Había despertado sobresaltada, y la cama repulsora había
contribuido a acentuar su terror. El Jedi Luke Skywalker había aparecido en un sueño
inquietante, flotando sobre su cabeza en un campo repulsor generado por sus poderes
Jedi. Antes de que pudiera despertarse, la piel y el cabello de Skywalker se habían
ennegrecido, para transformarse en el enviado de los ssi-ruuvi, Dev Sibwarra. Este
descendió hacia el campo repulsor, atravesó la colcha, succionó vida de su ser…
Frustrada, se desembarazó de la colcha y pulsó un control mural. La Orquesta
Sinfónica Imperial interpretó una melodía relajante alrededor y dentro de sus oídos.
Había regresado de Centro fascinada por la última tecnología sonora imperial, un
sistema de música hidrodinámico. Como regalo de graduación, tío Yeorg había
encargado un sistema empotrado en las paredes de su habitación. Cada superficie,
incluida la larga ventana, funcionaba como un enorme altavoz. Un fluido que
circulaba lentamente entre los paneles transportaba y amplificaba el sonido. Los
obreros habían transformado su habitación larga y rectangular en un óvalo, con el fin
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de obtener una acústica mejor.
Sin embargo, Wilek Nereus poseía los únicos catálogos en disco duro adecuados
al sistema. Grabaciones de datos, literarias y musicales tenían que pasar por su
despacho. Hasta el momento, todos los tratos con ella podían justificarse como
«patrocinio», pero Wilek Nereus no hacía nada gratis.
Las armonías adoptaron un ritmo más lento y metales apagados iniciaron una
melodía. Quizá Bakura tendría posibilidades mejores de repeler la invasión con los
refuerzos rebeldes. De pronto, recordó la forma en que se había sentido atraída hacia
el Jedi Skywalker antes de saber quién era. De haber sido diez años más joven,
reflexionó mientras se daba la vuelta en el campo repulsor, habría deseado que fuera
otra cosa, y que se quedara una temporada…, o poder retroceder en el tiempo y
olvidar lo que sabía.
Pero la Rueda Cósmica sólo rodaba hacia adelante, creaba tensión y la
equilibraba, creaba y equilibraba.
Sonó un timbre. Gaeriel se incorporó cuando la puerta se deslizó un lado. Tía
Tiree entró, muy elegante con su túnica azul de ejecutivo y un collar de torc dorado.
—¿Te encuentras mejor, Gaeriel? ¿Se te ha pasado el dolor de cabeza?
Se sintió obligada a decir la verdad.
—Sí, gracias.
—Estupendo. Tenemos invitados a cenar. Es muy importante. Ponte guapa.
—¿Quién viene?
Gaeriel cerró el sistema sonoro. Aquél no era el estilo de tía Tiree. Por lo general,
utilizaba el interfono o enviaba un criado.
Tiree estaba tan inmóvil como un maniquí. Al igual que tío Yeorg, había servido a
Bakura durante treinta años normales. Su aplomo se había convertido en una marca
de fábrica.
—La Alianza Rebelde y el gobernador Nereus necesitan hablar en terreno neutral.
Nuestro deber es proporcionarles la oportunidad.
—Oh.
Maldición. ¿Los rebeldes y Nereus? Por segunda vez en diez minutos, Gaeriel
deseó tener diez años menos. Habría sido capaz de suplicarlo.
—Contamos contigo para que nos ayudes a evitar las discusiones, querida.
Había venido a darle la noticia en persona para que Gaeri comprendiera su
importancia. Bakura necesitaba la ayuda rebelde para rechazar a los ssi-ruuk, pero
desairar al gobernador Nereus podría provocar nuevas purgas.
—Comprendo. —Pasó las piernas por encima de la cama. ¿Cuánto tiempo había
pasado desde su último paseo descalza por el Parque de las Estatuas?—. Bajaré.
Vestida.
Ante su sorpresa, tía Tiree se sentó a su lado, sobre la cama repulsora.
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—La atención que te presta Nereus nos tiene preocupados, querida —dijo, en
tono sereno y confidencial—. Aún no ha hecho gran cosa, que nosotros sepamos,
pero éste es el momento de pararle los pies.
—Estoy de acuerdo —contestó Gaeri, aliviada al oír las palabras de su tía.
—Te sentaré con la princesa Leia Organa, a menos que algo estropee mis planes.
En otras palabras, a menos que tío Yeorg tuviera otra idea.
—Tal vez podrías invitar al senador Belden.
Una cara amiga más, y una voz más serena, facilitarían el trabajo.
Gaeri bostezó y se tendió en la cama, pero sólo un momento. Bakura la
necesitaba. Era una hija de la sociedad, vinculada al Imperio, a Bakura y a la familia
Captison por sus obligaciones.
Pero no en aquel orden, y no quería vivir de ninguna otra manera. Ya era hora de
volver al trabajo.
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Chewie, inmaculadamente cepillado de pies a cabeza, salió de la puerta situada al
lado de Luke. Una mujer de edad incalculable que esperaba junto a la puerta principal
retrocedió a toda prisa.
—Oh —exclamó—. Es un placer contar también con su… amigo.
Luke miró a Leia y a Han. Supuso que habrían discutido sobre la conveniencia de
incluir a Chewbacca en la invitación. Han había ganado la batalla, evidentemente,
pero estaba perdiendo la guerra, porque Leia, cuyo cabello se aplastaba contra el
cráneo por delante, pero caía suelto por detrás hasta la mitad de la espalda, como un
animal liberado, miraba a todas partes, excepto a Han. Éste no llevaba el
desintegrador a la vista. «Lo ha ocultado —supuso Luke—. Atuendo formal».
—Vámonos. —Leia echó hacia atrás la cabeza—. Es tarde. Graba los mensajes
que lleguen, Cetrespeó.
Su escolta les condujo hasta la planta baja, en lugar de al aeródromo del tejado.
Un vehículo blanco repulsor cerrado les esperaba, ya en marcha, en un garaje de la
autopista radial este. Subieron. El chofer estabilizó el peso del vehículo y partieron.
Luke miró a todas partes mientras el vehículo corría cerca del suelo. Un par de
luces blanco azuladas brillantes flotaban en el aire sobre la esquina de la calle, que
parecía ser del mismo tono blanco azulado. Pero la piedra blanca reflejaría cualquier
color. En un punto situado entre torres altas, un torrente continuo de vehículos aéreos
volaba en ángulos rectos a su avenida. Nada más pasar bajo ellos, la escolta torció a
la izquierda por una avenida que se curvaba para seguir los círculos de la ciudad.
Luke estiró el cuello. Las luces de aquella zona eran cálidas y amarillas, no
blanco azuladas, pero en aquel mismo momento la escolta se adentró en un corto
camino que desembocaba en un pórtico flanqueado por columnas que brillaban
tenuemente. Detrás del pórtico, Luke divisó un enorme edificio, construido de
bloques de piedra blanca, más bajo que los rascacielos de Salis D'aar; una mansión
particular enclavada en el centro de la ciudad, en un planeta donde los
amontonamientos parecían ser la norma. Deseó poder escaparse durante la cena y ver
cómo se las arreglaban para llenar tantas habitaciones.
Un hombre y una mujer vestidos con trajes de salto militares verde oscuro, tal vez
reliquias de la Bakura preimperial, abrieron las puertas del vehículo y se quedaron a
un lado.
Luke salió el primero y paseó la vista a su alrededor. Todo parecía en orden.
Cabeceó por encima del coche en dirección a Han. Para entonces, Leia y Chewbacca
también habían salido.
—Ya han llegado —exclamó una voz femenina desde las columnas del porche—.
Bienvenidos.
Sintió el pánico de Leia. Llevó la mano hacia su espada y analizó el porche, al
acecho de cualquier peligro posible.
Luke apartó los cobertores térmicos en la oscuridad. Uno resbaló por el borde del
campo repulsor de la cama. Durante un frío y soñoliento instante, no recordó qué le
Dev rodó sobre su costado, aferrado a las almohadas. Allí fuera había un Jedi.
Esta vez, percibió su control inconfundible y adiestrado, incluso medio despierto.
Luces brillantes iluminaron el camarote de Firwirrung, pero se sentía agotado.
—¿Ya es hora de levantarse, amo? —murmuró.
Firwirrung salió del nido.
—Alarma de escotilla —silbó—. Es para mí. Vuelve a dormir.
Dev se aovilló con un ojo abierto. Cuando la escotilla se deslizó a un lado, una
enorme forma azul apareció.
—Baja, Chewie.
Chewbacca condujo el vehículo terrestre por la carretera de acceso al arco
exterior del espaciopuerto. Luke miró a su derecha. La Plataforma 12, base temporal
de la Alianza, se encontraba justo detrás de la carretera radial que partía de la torre de
control. Las luces del espaciopuerto brillaban a aquel lado de la carretera, pero en el
otro, ocasionales destellos similares a ráfagas de desintegrador iluminaban la noche
oscura. Alguien había apagado, a tiros o como fuera, las luces de la Plataforma 12.
¿Dónde estaba la Seguridad del espaciopuerto?
Giraron a la izquierda, dejaron atrás la Plataforma 12 y entraron en su carretera de
acceso por una puerta abierta en la alta verja metálica. Sin guardias, observó Luke.
Tal vez los guardias habían ido a reprimir el alboroto. Se arrebujó mejor en su parka.
En plena noche, entre dos ríos, el aire húmedo no era muy agradable.
Cuatro plataformas de lanzamiento y aterrizaje para muchas naves se extendían
entre las carreteras radiales y los límites del espaciopuerto, y en medio se alzaba una
pequeña cantina, desprovista de todo atractivo, que recordaba a dos casetas unidas en
ángulo recto. Alguien les hizo señas desde allí.
Chewie frenó el coche en el ángulo que formaban las dos casetas. Una vez
cerrado el motor de repulsión, un silencio siniestro se prolongó unos diez minutos.
Después otro zumbido de desintegrador erizó el vello de la nuca de Luke e iluminó la
silueta de un andamio de reparaciones alto. Una persona corrió hacia ellos.
—¡Manchisco! —exclamó Luke—. ¿Qué sucede?
Luke la acompañó a la puerta. Quiso acariciar su mano, razonar con ella, derruir
sus defensas con la Fuerza. Hasta suplicar parecía razonable. En cambio, abrió la
puerta y encajó los pulgares en el cinturón.
Luke sintió que la mirada del gobernador Nereus le seguía mientras Han y él
salían de la sala de operaciones. Nereus esperaba no volver a verle nunca más.
—Confiar en esa gente… —rezongó Han, en cuanto doblaron la primera esquina
—. Menuda broma.
—Piensa en el comandante Thanas —masculló Luke.
Leia salió del aerocoche alquilado a la brisa fría y húmeda, y paseó la vista por el
aeródromo situado en el techo del complejo bakurano. Contó mentalmente los
milicianos. Dieciocho, con las armas preparadas. No era una bienvenida cordial.
Deseó que Chewie la hubiera acompañado, aunque no lo había hecho para complacer
Han frenó su vehículo el tiempo suficiente para que Luke saltara ante la puerta del
espaciopuerto, y luego dio la vuelta, levantando una nube negra de polvo. Detestaba
dejar a Luke solo, pero éste había insistido en que daba igual. La lanzadera del
Frenesí llegaría de un momento a otro, y entretanto, Luke podría refugiarse en la
cantina del espaciopuerto. También contaría con refuerzos, probablemente los pilotos
de la Alianza libres de servicio. Serían más numerosos que los tripulantes de la única
lanzadera imperial aparcada cerca de la cantina, frente a la Plataforma 12. En
cualquier caso, Luke era Luke, con espada de luz y todo.
Se dirigió hacia el norte y divisó humo cerca del complejo Bakur. Varios
segundos más tarde, un rostro radiante apareció en el aire, sobre su plano de la
ciudad.
—Alerta a todos los residentes. Se acaba de imponer el toque de queda. Despejen
las calles y el aire. Las fuerzas de seguridad dispararán a matar a los líderes y a
aturdir a sus seguidores, con el fin de encarcelarlos. El toque de queda será efectivo
de inmediato.
¿Qué estaba pasando?
Apareció un segundo rostro.
—Estas son las consecuencias de la detención del primer ministro Captison y el
senador Orn Belden, acusados de subversión, así como de la dirigente rebelde Leia
Organa. El gobierno imperial exige la plena colaboración. Los invasores ssi-ruuk
podrían atacar en cualquier momento. Cualquier colaboración con fuerzas extranjeras
será castigada severamente, sin más dilación.
¿Leia, detenida? Han hizo caso omiso de los restantes mensajes sobre la
abreviación de los horarios comerciales y los barrios prohibidos. Era evidente que a
los imperiales les preocupaba provocar disturbios.
Él sí que iba a iniciar un disturbio. Aceleró a toda velocidad.
—Te mataré por esto, Nereus —masculló.
Pero ¿cómo? Ni siquiera sabía dónde estaba Leia.
Aunque filtrado por las válvulas de admisión del vehículo, el aire olía a humo.
Aterrizó en el techo del complejo Bakur y bajó en el ascensor más cercano. Como
antes, dos milicianos montaban guardia frente a su apartamento. Sus cascos giraron
cuando entró. No le dejarían salir.
Cetrespeó le aguardaba, con su infinita paciencia mecánica.
—General Solo —exclamó—, gracias al cielo que ha llegado. La senadora
Captison me devolvió aquí, pero se llevó a Erredós a su despacho. Su cepo…
—Ahora no. Busca a Leia.
Para ser una ciudad en la que imperaba el toque de queda, Salis D'aar le pareció a
Han un lugar pletórico de vida. Pequeños grupos corrían de edificio en edificio,
esquivando pelotones de milicianos. Un vehículo de seguridad se lanzó hacia él. Salió
del carril y se internó en un cañón flanqueado por edificios altos y rampas para
vehículos terrestres. Su perseguidor le siguió, disparando al azar. Han frenó, entró en
una vía estrecha, dio media vuelta y volvió al cañón. El vehículo de seguridad se
zambulló en la vía estrecha y pasó por debajo de él. Han no le vio salir.
En cuanto recobró la serenidad, se alejó de la ciudad y sobrevoló el río del oeste,
lo bastante bajo para coger peces y a escasa distancia del enorme risco blanco de su
derecha, con la esperanza de burlar la vigilancia. Esperó hasta que las estribaciones
fueron lo bastante altas para proporcionarle cierto refugio. Después cruzó el río y
siguió un pequeño afluente.
Una vez localizado el valle en cuestión, no tardó en divisar su objetivo, un
antiguo edificio de troncos en forma de T, con techo de piedra verde oscuro,
acurrucado contra una pared rocosa. Planeándolo con dos minutos de antelación
(Cetrespeó se sentiría orgulloso), se desabrochó las correas de seguridad y apoyó los
pies sobre las superficies de control, preparado para saltar. Nadie disparó cuando se
Gaeriel se detuvo ante la puerta de Eppie Belden y enderezó su ramo recién cortado
de espigas de frambuesos. Cada capullo oloroso habría producido una fruta suculenta,
pero un exceso de espigas en una enredadera provocaba que la fruta naciera diminuta
y ácida. La simbología (algunos capullos, algunas vidas segadas para permitir que
unas pocas crecieran con más fuerza) no la consoló. ¿Comprendería Eppie que su
marido, con el que había estado casada durante más de un siglo, había muerto bajo la
custodia del gobernador Nereus, o regresaría una y otra vez a su conciencia, como
Roviden?
La enfermera de Eppie abrió la puerta.
—Buenos días, Clis.
—Hola, Gaeriel. —Clis se apartó con una expresión peculiar en su cara redonda
—. Entra, deprisa.
—¿Qué ocurre? —Gaeriel se encaminó hacia la silla favorita de Eppie. Nadie se
sentaba en ella—. ¿Dónde está? —preguntó, alarmada.
—En el estudio.
—¿En el estudio?
—Compruébalo por ti misma.
Gaeriel cruzó el comedor, en dirección al despacho de Orn Belden. Una menuda y
encogida figura se silueteaba contra una pantalla de trabajo.
—Eppie —gritó Gaeriel.
La silueta se volvió. El rostro arrugado de Eppie Belden brillaba con la intensidad
de un ave pequeña.
—¿Quién, si no, podría estar aquí?
—Lleva así toda la mañana —murmuró Clis—. Entra. No ha parado de preguntar
por ti.
—Y por ese joven. —Eppie alejó su silla repulsora de la pantalla—. ¿Quién era?
¿De dónde vino?
Gaeri, casi incapaz de articular una palabra, se sentó sobre una caja. No había más
sillas en el despacho.
—Es un… rebelde, pero… muy peligroso. Un Jedi. Uno de ellos.
—Oh, oh. —Los pies de Eppie se removieron bajo la silla—. Nuestros maestros
nos han enseñado mucha sabiduría a lo largo de los años, pero también montones de
patrañas. —Apuntó con un dedo huesudo—. Deberías juzgar a ese Jedi por lo que
hace, no por los rumores o cuentos morales. En cualquier caso, dile que vuelva a
verme. —Volvió la cabeza—. Dispón las flores que ha traído Gaeri, Clis.
La corpulenta enfermera salió. Eppie bajó un control que cerraba la puerta.
Luke consultó por última vez el agrietado crono de la cantina. Dentro de cinco
minutos, si la lanzadera no había llegado, se reuniría con Chewie en el Halcón.
Contempló un pedazo de carne misteriosa, grasienta y mal cocida.
—Creo que tomaré eso, con el acompañamiento que le pongan —dijo—. Para
llevar. —Comería con Chewie—. Ah, será mejor que me dé tres.
La barra sucia de color naranja, desocupada, sugería que la cantina más cercana a
la Plataforma 12 solía estar vacía hacia mediodía. Grupos aislados de bakuranos se
sentaban a mesas separadas. Murmuraban y miraban a su alrededor. «Detenidos», oyó
que decía uno, y «muerto», otro. «Belden» y «Captison» pasaron de mesa en mesa.
También oyó «Jedi».
Cuanto antes se marchara, mejor.
Rápidos pasos se acercaron a la puerta. Alarmado, proyectó la Fuerza y percibió a
Gaeriel antes de que la puerta se abriera. Sus sentidos cobraron vida y se
concentraron en su presencia. Entró a toda prisa, seguida por una unidad Erredós…
La suya, comprendió, y recordó el mensaje de Cetrespeó. Erredós pitaba y silbaba de
manera incoherente, y Gaeriel estaba muy nerviosa. Corrió hacia él, y su falda rozó el
sucio suelo. Luke se apartó de la barra.
—¿Qué pasa? ¿Cómo me has localizado?
—Tu androide me condujo a la última terminal de comunicaciones que habías
utilizado. ¿No te has enterado? Están a punto de atacar. Tío Yeorg ha sido detenido.
—Tenía los ojos abiertos de par en par—. Y también tu princesa.
—Sí, lo sé. Intento llegar a mi transporte…
Los insistentes gorjeos de Erredós mecían al pequeño androide de un lado a otro.
—Espera, Erredós. No entiendo nada.
Abandonó a Gaeriel de momento y trató de captar los sentimientos de su
hermana. Más lejos, más lejos…
Luke miró por la ventana, pensando a toda prisa. Los ssi-ruuk tal vez habían
atacado la gran estación orbital en forma de platillo. Si su intención era invadir, aquél
sería su primer objetivo. Al otro lado de la verja que rodeaba la Plataforma 12, los
andamios no se habían movido, y le impedían ver el Halcón Milenario. Chewie debía
esperarle a bordo. Han estaría tratando de liberar a Leia (o Leia estaría intentando
liberar a Han).
Erredós regresó sin Gaeriel. Confió en que la hubiera dejado en un lugar seguro.
¿Cuál era el alcance de la lesión que había sufrido en la pierna?
La confusión de Dev también le preocupaba. Aquel joven aprendiz en potencia
presentaba graves cicatrices en su psique. De todos modos, había demostrado su
energía. Los sufrimientos padecidos bajo la oscuridad le harían más leal a la luz.
Luke miró de nuevo a Dev.
De pronto, el techo se inclinó. Luke vaciló y cayó.
El pequeño p'w'eck débil mental que Luke había controlado se quedó confuso como
los demás, sin darse cuenta de que había aplastado con la cola el tablero de control y
apagado las luces del laboratorio. Luke confió en que, de paso, hubiera inutilizado las
abominables máquinas alienígenas. Distinguía a Dev de los alienígenas por sus
presencias, aun en la oscuridad. Un potente individuo avanzó hacia una escotilla.
Luke ya había roto las sujeciones con la Fuerza. Se liberó de Dev con facilidad y
saltó al suelo. La cabeza ya no le dolía, pero no notaba la pierna derecha. Se apoyó en
la izquierda.
—Dev —gritó—, escóndete debajo de algo. Te aplastarán.
—¡De acuerdo!
La voz de Dev transparentaba su entusiasmo.
Notar que Dev vacilaba entre la determinación y el miedo había sido lo más
difícil de permanecer inmóvil durante los últimos minutos. Lamentó haber entregado
su desintegrador, o no tener otro, para pasarlo a Dev.
Desde un lugar seguro cerca de la mampara, Luke extendió su mano derecha y
buscó su espada de luz. Tenía que estar cerca. Menos de un segundo después, notó su
agradable peso.
—¿Estás tendido, Dev? —gritó, sobre la cacofonía de silbidos ssi-ruuvi.
Respuesta ahogada.
—Sí.
—Bien.
Luke encendió la espada. La cámara se iluminó de un verde siniestro y los
alarmados silbidos de los alienígenas se convirtieron en chillidos. Dos ojos negros se
reflejaron en la hoja un momento antes de que cayera entre ellos. Otro alienígena
bramó. Luke giró en redondo y lo decapitó.
El Gran Azul (era él, en la escotilla) la abrió por fin y escapó. Otro le siguió al
pasillo.
—Ahora ¿qué? —gritó Dev.
—¡No te muevas!
Tres formas mecánicas parecidas a Erredós aparecieron en la escotilla. El primer
androide se precipitó sobre él. Lo partió en diagonal con la espada y buscó a los otros
dos con la Fuerza. No eran verdaderos androides, sino que vivían en parte. Uno
disparó un par de rayos aturdidores contra él. Desvió uno de los rayos hacia su
atacante y el otro hacia su compañero. Ambos se sobrecargaron y fundieron, pero el
siniestro hedor en la Fuerza, como la presencia de un alma medio podrida, apenas se
desvaneció. Había percibido el mismo hedor en los androides de combate, y en la
Han tenía las manos ocupadas en dirigir el Halcón hacia donde el comandante
Thanas deseaba, y los ssi-ruuk habían desplazado nueve naves protectoras hacia las
trayectorias posibles. El Halcón descendió y ascendió mientras perseguía cazas
androide y descargaba energía sobre sus débiles escudos. Se lanzaban hacia él en tal
cantidad que logró vaporizar a unos cuantos con el chorro del motor del Halcón.
¿Qué estoy haciendo? Luke terminó de recorrer en círculo el puente del Shriwirr,
tambaleándose sobre una pierna sana y otra que le daba calambres cada vez que
apoyaba su peso en ella. Las consolas se curvaban desde el suelo hasta el techo,
cubiertas de símbolos desconocidos. Algunas pantallas indicaban puestos de
tripulantes, pero no había sillas, bancos o taburetes. Un largo panel curvo hacía las
veces de portilla.
—¿Sabes cómo funciona alguno de estos aparatos?
—Sé leer los controles. Eso es todo.
—Algo es algo —murmuró Luke.
Una cosa le preocupaba. Se apartó de Dev, inquieto, y encendió la espada.
Dev giró en redondo.
—¿Qué pasa? —susurró en voz alta.
—No lo sé. —Luke caminó hacia la mampara cóncava más cercana, y después se
desvió hacia la escotilla, con la cabeza agachada—. Probablemente nada.
—Lo dudo.
Dev había dejado abierta la escotilla de la cabina. Luke avanzó. Notó, o creyó
Gaeriel lanzó un grito de júbilo cuando la flota ssi-ruuvi huyó, pero al cabo de un
momento, todos los puntos plateados de la Alianza viraron a rojo. Uno a uno, se
oscurecieron. La joven emitió una exclamación ahogada y saltó de la silla como
impulsada por un resorte.
—¡No!
Wilek Nereus dio vueltas al pie de su copa entre sus fuertes dedos.
—¿No qué, senadora?
—¡Atacar a los… rebeldes!
No sólo eso, sino asumir que los ssi-ruuk en fuga todavía mantenían prisionero a
Luke, y que estaba agonizando sin saberlo. Respiró hondo y confió en que su intento
de recobrar la calma pareciera una pausa dramática.
—Señor —tartamudeó—, en nombre de mi circunscripción, deseo presentar una
protesta oficial por la conducta de las fuerzas, que imagino siguen sus órdenes. Los
miembros de la Alianza han arriesgado sus vidas, algunos las han sacrificado, por
ayudarnos a repeler a los ssi-ruuk. ¿Le llama a esto gratitud?
—¿Su circunscripción? —La levísima sonrisa del gobernador Nereus sólo afectó
a las comisuras de sus labios afeminados—. ¿Ya se ha puesto en contacto? ¿Alguien
le ha dado lecciones telepáticas?
Gaeri hizo caso omiso de la repetida acusación insinuada de colaboracionista y
levantó la barbilla.
—Mi pueblo agradece la ayuda rebelde. No deseará vernos…
Un comunicador pitó.
—¿Sí? —dijo Nereus.
—Señor, nuestros sensores detectan a treinta personas congregadas en el cruce de
Décimo Círculo y la Calle Principal, y se acercan más.
—¿Me molestan por eso? Impídanlo.
Una vez más, Gaeri observó un temblor en los dedos del gobernador, que éste
controló al instante. Nereus cortó la comunicación y bebió un poco más.
—La ayuda rebelde ya es cosa del pasado. Ahora hemos de pensar en el futuro.
¿Cuáles serían las consecuencias para Bakura, si el Mando Imperial averiguara que
habíamos aceptado la ayuda de los rebeldes?
Gaeri apretó la mandíbula. Eppie Belden estaba preparando la rebelión de Bakura,
preparando a los civiles para el regreso de los milicianos. No debía pensar en Luke…,
a pesar de que ella hubiera colaborado, en lugar de entrometerse en sus esfuerzos. Tal
vez Bakura ya se había liberado del yugo imperial.
Pero ¿cómo habría rechazado Bakura a los ssi-ruuk sin la ayuda rebelde y los
Mientras Dev examinaba un puesto del puente, Luke tosió varias veces. De no
haber estado tan ocupado, habría intentado curarse. Contempló la cubierta y torció la
pierna derecha, todavía incapaz de sacudirse el presentimiento de un desastre
inminente. Quizá el futuro invisible se estaba acercando. Desde que había
vislumbrado los futuros sufrimientos de Han y Leia en Bespin, se había preguntado si
vería su propia muerte.
Se proyectó hacia Leia.
Su determinación de lanzarse a una destrucción cierta le pilló desprevenido.
Escudriñó a toda prisa su conciencia y descubrió…
¡Estrellarse con el Halcón! Luke se sentó sobre la cubierta, sin hacer caso de las
preguntas de Dev. Sin hacer caso de su cuerpo, de los ssi-ruuk que continuaban a
bordo y de todo lo demás. Sólo le quedaban segundos.
El picor de su pecho exigió otra tos. ¡Tenía que salir de aquella atmósfera insana!
Lanzó su conciencia por el espacio, en busca de una presencia que apenas conocía: el
comandante Pter Thanas, a bordo del Dominante.
Thanas estaba inclinado sobre el puesto de su piloto cuando Luke rozó el borde
de su conciencia. Los pensamientos, la voluntad y el concepto del mundo de Thanas
le rodearon. Esta batalla sólo era un juego, pero un juego que debía ganar, o
terminaría su vida en… ¿una mina de esclavos? ¡Eso explicaba muchas cosas! Luke
contempló el mando que controlaba la velocidad. Una aceleración total lanzaría al
Dominante fuera de la formación ofensiva y dañaría todavía más los ya torturados
impulsores.
La aceleración total también le colocaría al alcance de tiro del Shriwirr. Thanas lo
deseaba.
De pronto, Luke perdió el contacto. Se dobló por la cintura y tosió, aprisionado en
su cuerpo debilitado sobre la dura y fría cubierta del Shriwirr.
—¿Ocurre algo, señor? —preguntó el piloto de Thanas con aire preocupado.
Pter Thanas parpadeó. Por algún motivo, la imagen de Luke Skywalker había
aparecido en su mente. La desechó y tomó una decisión difícil. Debía destruir aquel
peligro de contagio, a toda costa.
Poco a poco, empujó la palanca de velocidad hacia adelante.
Luke cubrió sus ojos húmedos y respiró con lentitud. Le irritaba pensar que a
Thanas no le importaba quién ganara. Le hubiera gustado borrar el universo a Pter
Thanas y sus fuerzas. Y también a los ssi-ruuk. Sí, estaba perdiendo los nervios. Daba
igual. Sólo quería dejar de toser.
El Dominante continuó acercándose. Su tamaño aumentaba a cada segundo en la
portilla.
—Dev, ¿el crucero va armado?
—Supongo que sí.
Dev extendió una mano.
Dev retrocedió.
—¡Amo! —chilló.
Firwirrung se alejó del Jedi y agitó su muñón.
—¡Traidor! —cantó—. ¡Has traicionado a todo cuanto amabas!
Dev empuñaba el desintegrador del p'w'eck, pero no podía disparar a Firwirrung.
Habían comido en la misma mesa. Había dormido junto al nido de Firwirrung, un
perrito fiel a los pies de su dueño. Sus ojos se humedecieron. ¿Qué hacer?
—¡Traidor! —rugió Firwirrung—. ¡Bestia desagradecida!
El Ssi-ruu, sin piedad y con gran puntería, disparó un rayo plateado entre los
hombros de Dev.
Dev se desplomó. Cayó de espaldas, arrepentido de su reincidencia. Demasiado
tarde, demasiado tarde. Torció el cuello, casi lo único que podía mover. El Ssi-ruu
giró en redondo hacia Luke.
—¡Cuidado! —gritó Dev.
Leia se agarró a los apoyabrazos del asiento, casi paralizada de miedo. El campo
estelar remolineaba en la portilla. Contempló el crucero ssi-ruuvi, que vagaba sin
dirección, como un enorme huevo cubierto de ampollas.
—El chico nos ha conseguido un momento de respiro —murmuró Han—. Casi he
sacado a todo el mundo del cerco. ¿Se encuentra bien?
—¡No! ¡Hemos de ayudarle!
Han volvió la cabeza con brusquedad.
—No estará muerto, ¿verdad?
—Ya no puedo sentirle.
Leia transmitió su total desesperación en aquellas palabras.
Han contempló los tableros sensores y examinó el crucero alienígena.
—Thanas hizo un buen tiro. Se han quedado sin energía. El casco tiene brechas
por las que se filtra el aire.
—Pero se trata de Luke. Quizá esté protegido por una especie de campo
energético, u obstrucción. —No se resignaba a abandonar la esperanza—. ¿Podemos
acercarnos más? ¿Subir a bordo?
—Tal vez. —Han manipuló los controles, y las estrellas se movieron—. Intentaré
acercarme un poco más. Quizá un muelle de atraque…
Pasó rozando la formación imperial. Chewie alcanzó los bancos de energía de un
patrullero con su cañón dorsal. Oleadas de restos siguieron al Halcón, al igual que las
restantes fuerzas rebeldes.
—¡Ya está! —exclamó Han—. Ahora nos pondremos detrás de ese crucero, para
que el Dominante no pueda dispararnos.
—Jefe Rogue a Halcón —anunció la voz de Wedge por el canal interescuadrón
—, vía libre para atacar al Dominante.
—¡Espera! —interrumpió Leia—. Obliga al comandante Thanas a cambiar de
rumbo, para que no vuelva a disparar contra la nave ssi-ruuvi, pero no le destruyas. A
la Rebelión quizá le interese un crucero imperial.
—¿Botín de guerra, Alteza? —rió Wedge—. De acuerdo. Si es posible. De todos
modos, dudo que el Imperio nos permita cogerla.
—Sí —murmuró Han—. Bien pensado, pero sin duda cuenta con un mecanismo
Una enorme tristeza se abatió sobre Gaeriel como una lluvia gris pegajosa cuando
el Dominante disparó sobre el crucero alienígena. El gobernador Nereus apoyó una
pesada mano sobre su hombro.
—Vamos, Gaeriel, ya sabías que no podía sobrevivir. Si regresara a Bakura, la
destrucción ocasionada por la Estrella de la Muerte parecería un final de la
civilización rápido y agradable, comparado con la plaga que se desataría a
continuación.
La joven evitó el contacto de su mano.
Nereus, sin dejar de sonreír, se sentó ante su escritorio y llamó a un cuarteto de
milicianos.
—Muy pronto, la paz imperial reinará en Bakura. Sólo resta ocuparnos de un
alborotador.
Gaeriel se dispuso a saltar antes de que los milicianos abrieran fuego, pero Nereus
levantó una mano.
—Sobreestimas tu importancia. —Tocó la consola—. Traigan al primer ministro
—ordenó.
¿Tío Yeorg?
—¡No! —exclamó Gaeriel—. Es un buen hombre. Bakura le necesita. Usted no
puede…
—¡Se ha convertido en un símbolo! He intentado ser bondadoso con Bakura, y ha
traicionado mis buenas intenciones. Tiro la toalla. Debo comportarme como cualquier
otro gobernador imperial, inyectando el terror al Imperio en los corazones bakuranos.
A menos que… —Se acarició la barbilla—. A menos que él, u otro representante de
la familia Captison, solicite públicamente a Bakura que me acepte como su sucesor.
Podrías salvar la vida de tu tío, Gaeriel. Dime que lo harás, antes de tres minutos, y
sobrevivirá.
La conciencia de Gaeri tiró en ambas direcciones. No podía permitir que el
gobernador Nereus ejecutara a tío Yeorg, pero tampoco podía pedir a Bakura que se
plegara a los deseos de Wilek Nereus. Se dispuso a saltar sobre él. Dos milicianos
levantaron sus rifles desintegradores.
—Guardaespaldas entrenados —sonrió el gobernador Nereus—. Vigilan cada uno
de tus movimientos.
Gaeri paseó la vista por el despacho de Nereus, y tomó nota de las placas, las
proyecciones tridimensionales y los cristales. Dientes, parásitos, ¿qué otros intereses
detestables ocultaba?
—Ha dicho que le dejará vivir, pero ¿lo hará, o le infectará con otro parásito,
Ya a bordo del Halcón, Leia se arrodilló junto al catre de Luke y apoyó la cabeza
en su hombro. Él aceptó el vínculo con su fortaleza. Se bañó en la energía terapéutica
de tacto limpio, cálido y familiar. Cuando tragó saliva, ya no le dolió la garganta. No
tardaría en poder respirar sin toser.
¿Dónde habría contraído aquellos repugnantes parásitos?
Se incorporó.
—Descansaré más tarde —insistió—, de veras.
—Lo necesitas —murmuró Leia—, pero ahora no tenemos tiempo. Aún hemos de
dar cuenta del Dominante. Sus equipos de reparación habrán estado ocupados.
—¿Qué ha pasado?
Luke se encogió al pensar en Pter Thanas. ¿Le habría condenado a la esclavitud?
—Sus impulsores laterales han estallado, de modo que no puede maniobrar.
Fila tras fila, mil funcionarios imperiales abordaron un amplio pero antiguo buque
espacial, bajo la inspección del comandante Thanas. Bakura quería que el Imperio se
marchara. El anuncio se había conocido el día anterior, dos horas después de la
muerte de Nereus. La mitad de sus hombres no se habían presentado. Algunos se
daban por muertos o habían desertado. Otros habían desaparecido la noche anterior.
La gente de Skywalker cumplía su promesa, sin asomo de duda. La mayoría de los
oficiales de Thanas se encontraban al frente de la formación', pero notó la ausencia de
Un caza TIE fue a parar a la Alianza como botín. El comandante Luke Skywalker
tomó el mando…, con la reticente aprobación del médico.
Al acercarse al crucero capturado ssi-ruuvi, recién reparado y rebautizado
Sibwarra (aunque la pequeña tripulación de la Alianza lo llamaba el Flauta, y
sospechaba que aquel nombre perduraría), aferró los controles con las manos
protegidas por los guantes de un traje de vacío. Comparado con un caza X, era como
pilotar una caja de carga sin escudos. Giraba y aceleraba como una rata aterrorizada,
Han apretó un dedo contra el oído e indicó con un gesto a Luke que se sentara
detrás de Chewbacca. Cuando bajó la mano, gruñó a Chewie.
—Me da igual lo que estuvieras haciendo. Los circuitos de grabación tendrían que
estar siempre en funcionamiento.
Chewie golpeó una mampara con la llave inglesa. Era evidente que el Halcón,
tantas veces modificado, había vuelto por sus fueros.
—¿Qué pasa?
Luke, aún de pie, se mezcló en la discusión.
—Una transmisión de larga distancia por radio subespacial. De Ackbar, también,
codificada. Tuve que decodificarla cuando llegó, porque Bola de Pelo, aquí presente,
desconectó…
—¿Ackbar?
Leia apoyó una mano sobre el hombro de Luke. Éste la tocó, agradeciendo el
consuelo.
—Sí —bramó Han—. Algo acerca de un «grupo de combate imperial», algo