Aprendiz de Jedi 5. Los Defensores de Los Muertos
Aprendiz de Jedi 5. Los Defensores de Los Muertos
Aprendiz de Jedi 5. Los Defensores de Los Muertos
STAR WARS
Aprendiz de Jedi 5
LOS DEFENSORES DE
LOS MUERTOS
Jude Watson
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
Título original: Star Wars. Jedi Apprentice. The Defenders of the Dead.
Traducción: Pilar Pascual Fraile.
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
Capítulo 1
El caza de combate descendió rápidamente hacia la superficie del planeta
Melida/Daan. Sobre el accidentado terreno del planeta se elevaban enormes
estructuras de ébano sin puertas ni ventanas, perfectamente alineadas, formando
manzanas cuadradas.
Obi-Wan Kenobi las observó desde la carlinga mientras pilotaba la nave.
— ¿Qué pueden ser? —preguntó a Qui-Gon Jinn—. No he visto nunca nada
parecido.
—No lo sé —replicó el Jedi mirando el paisaje atentamente con sus ojos azules—.
Naves de almacenamiento quizás, o complejos militares.
—Podrían estar ocultando algún tipo de instalación —observó Obi-Wan.
—El escáner no registra nada, pero vamos a descender un poco por si acaso.
Sin reducir la velocidad, Obi-Wan acercó la nave a la superficie del planeta.
Pasaron rozando piedras y vegetación. Los motores iban al máximo de energía, así
que Obi-Wan sujetaba con fuerza los controles. El más mínimo movimiento podía
hacer que se estrellaran.
—Si volamos así de bajo terminaré haciendo un escáner molecular de los tejados
—comentó secamente Qui-Gon, sentado en el asiento del copiloto—. Estás volando
demasiado bajo a esta velocidad, padawan. Si nos cruzamos con un canto rodado
acabaremos estrellándonos.
Su tono no era excesivamente severo, pero Obi-Wan sabía que Qui-Gon no
admitiría una réplica. Obi-Wan era el aprendiz de Jedi de Qui-Gon, y una de las
reglas de los Jedi es que no se puede cuestionar la orden de un Maestro.
De mala gana, Obi-Wan redujo suavemente la velocidad. La nave se elevó unos
pocos metros. Qui-Gon miraba atentamente hacia delante, buscando un sitio para
aterrizar. Buscaban las afueras de Zehava, la ciudad principal del planeta
Melida/Daan, y era crucial que nadie se enterara de su llegada.
En Melida/Daan se libraba una cruenta guerra civil desde hacía treinta años. Era
la continuación de un conflicto que había existido durante siglos. Los dos pueblos
enfrentados, los Melida y los Daan, no se ponían de acuerdo en el nombre de su
planeta. Los Melida lo llamaban Melida, y los Daan, Daan. Para no entrar en
discusión, el Senado Galáctico había decidido utilizar los dos nombres separados
con una barra.
Cada pueblo o ciudad del planeta estaba en guerra, y los territorios se adquirían o
perdían en una continua serie de batallas. La capital, Zehava, estaba sitiada la
mayor parte del tiempo, y la frontera entre los Melida y los Daan se movía
continuamente a lo largo de la ciudad.
Obi-Wan sabía que el Maestro Jedi Yoda había confiado en ellos para esta
misión, y los había elegido cuidadosamente entre muchos Jedi. La misión era
importante para él. Hacía unas semanas, uno de sus alumnos más brillantes, la
Maestra Jedi Tahl, había llegado a Melida/Daan como Guardiana de la Paz.
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Tahl era conocida entre los Jedi por sus habilidades diplomáticas. Los dos
bandos habían llegado a un acuerdo, pero la guerra se reinició y Tahl fue herida de
gravedad y capturada por los Melida.
Hacía unos días, Yoda consiguió mandar un mensaje a su contacto en el planeta,
un Melida llamado Wehutti que había aceptado introducir a Obi-Wan y Qui-Gon a
escondidas en la ciudad y ayudarles a liberar a Tahl.
Obi-Wan sabía que la misión que les esperaba era más difícil que las habituales.
Esta vez, los Jedi no habían sido invitados para acabar con un conflicto. No eran
bienvenidos. El último Jedi que había estado allí había sido capturado y quizás
asesinado.
Miró de reojo a su Maestro. La mirada de Qui-Gon era tranquila e intensa
mientras escrutaba el paisaje que tenían delante. Según observó Obi-Wan, no
parecía ocultar preocupación o inquietud.
Una de las muchas cosas que Obi-Wan admiraba de él era su compostura. Quiso
ser su padawan porque Qui-Gon era respetado por su valentía, habilidad y manejo
de la Fuerza. Aunque a veces tenían sus diferencias, Obi-Wan sentía un gran
respeto hacia el Maestro Jedi.
— ¿Ves aquel cañón? —preguntó Qui-Gon, echándose hacia delante y
señalando—. Si pudieras aterrizar entre las paredes podríamos esconder allí la
nave. Es un buen sitio.
—Puedo hacerlo —prometió Obi-Wan.
Manteniendo la velocidad, comenzó a descender.
—Reduce la velocidad —le advirtió Qui-Gon.
—Sé cómo descender —dijo Obi-Wan, apretando los dientes.
Era uno de los mejores pilotos del Templo Jedi. ¿Por qué tenía Qui-Gon que
corregirle siempre?
Entró zumbando en la pequeña abertura. A cada lado de la nave sólo tenía un
centímetro de espacio, pero en el último momento, y demasiado tarde, vio que uno
de los laterales tenía un pequeño saliente. Se oyó un tremendo ruido en la cabina
cuando uno de los lados de la nave rozó contra el saliente.
Obi-Wan hizo descender la nave hasta el suelo y apagó los motores. No quería
mirar a Qui-Gon, pero sabía que convertirse en Jedi suponía admitir la
responsabilidad de los errores. Miró a su Maestro de frente.
Se sintió aliviado al encontrarse con la mirada divertida de Qui-Gon.
—Menos mal que no prometimos que devolveríamos la nave sin ningún rasguño
—dijo.
Obi-Wan sonrió abiertamente. Habían tomado prestado el transporte de la reina
Veda, del planeta de Gala, donde habían terminado con éxito su última misión.
Mientras salían de la nave, hacia el rocoso terreno de Melida/Daan, Qui-Gon se
detuvo.
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—Aquí hay una gran perturbación en la Fuerza. El odio domina este lugar.
—Sí, puedo sentirlo —dijo Obi-Wan.
—Debemos ser muy cuidadosos en este planeta, padawan. Cuando hay mucha
emoción concentrada en un lugar es difícil mantener las distancias. Recuerda que
eres un Jedi. Estás aquí para observar y para ayudar si puedes. Nuestra misión
consiste en llevar a Tahl de vuelta al Templo.
—Sí, Maestro.
Los arbustos eran fuertes y con muchas hojas, así que fue fácil encontrar
grandes ramas para cubrir la nave. Así no sería visible desde el aire.
Los dos Jedi se echaron al hombro sus equipos de supervivencia y comenzaron a
andar hacia las afueras de Zehava. Les habían recomendado que se acercaran por
el Oeste, donde se encontrarían con Wehutti en la puerta controlada por los Melida.
Recorrieron un camino polvoriento entre montañas y cañones. Al fin, las torres y
los edificios de la ciudad amurallada se alzaron ante ellos. Se habían alejado de la
carretera principal, caminando a campo través, y ahora oteaban la ciudad desde
una colina cercana.
Mirando hacia abajo, a los campos, Obi-Wan se dio cuenta del paisaje desolado
que ofrecían las afueras de la ciudad. No se veía gente por las calles y sólo había
una entrada a la ciudad, en la carretera principal. En la abertura de la gruesa muralla
se veía un puesto de vigilancia con dos cañones láser apuntando a la carretera. Dos
altas torres flanqueaban el puesto. Detrás de la muralla se adivinaban los edificios,
distribuidos en las colinas de la ciudad. Cerca de la muralla había un edificio largo y
bajo, de piedra negra y sin ventanas ni puertas.
—Tiene un tamaño más pequeño que los que hemos visto desde el aire
—comentó Obi-Wan.
Qui-Gon asintió.
—Podría ser algún tipo de edificio militar. Y las torres indican que hay un campo
de partículas en funcionamiento. Si intentamos entrar sin permiso nos dispararán
con rayos láser.
— ¿Por qué íbamos a hacerlo? —preguntó Obi-Wan—. No deberíamos
aproximarnos a menos que estuviéramos seguros de que Wehutti nos espera allí.
Qui-Gon buscó en su equipo de supervivencia un par de electrobinoculares y
enfocó al puesto de vigilancia.
—Malas noticias —dijo—. Veo una bandera de Daan. Eso significa que toda la
ciudad está ahora controlada por los Daan, o al menos la entrada.
—Y Wehutti es Melida —se quejó Obi-Wan—. Así que no hay manera de entrar.
Qui-Gon retrocedió para apartarse del campo de visión de la ciudad y guardó los
electrobinoculares con el resto del equipo.
—Siempre hay una manera, padawan —dijo—. Wehutti nos dijo que nos
acercásemos por el Oeste. Si seguimos alrededor de la muralla, puede que
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encontremos un área sin guardias. Cuando nos hayamos alejado de las torres de
vigilancia podremos acercarnos.
Manteniéndose protegidos por las sombras de las montañas, Obi-Wan y Qui-Gon
hicieron su doloroso camino alrededor de las murallas de la ciudad. Cuando
estuvieron fuera del área de visión del punto de vigilancia se acercaron. Los ojos de
Qui-Gon escrutaban cada centímetro de las murallas, buscando un hueco. Obi-Wan
sabía que Qui-Gon estaba usando la Fuerza para comprobar el camino que tenían
que recorrer, con la esperanza de encontrar un agujero en el campo de partículas.
Obi-Wan intentó hacer lo mismo, pero sólo sentía destellos de resistencia.
—Espera —dijo Qui-Gon de repente. Se paró y levantó una mano—. Aquí. Hay
un agujero en el campo.
—Hay otro de esos edificios negros —señaló Obi-Wan.
El largo y bajo edificio se extendía pegado a la muralla de la ciudad.
—Todavía no sé qué son, pero creo que es mejor evitarlos —remarcó Qui-Gon—.
Escalaremos la muralla cerca de esos árboles.
—Necesitaremos la Fuerza —dijo Obi-Wan, mirando los altos muros.
—Sí, pero una cuerda de carbono también nos ayudará —dijo Qui-Gon,
sonriendo.
Dejó su equipo en el suelo y se agachó sobre él.
—Necesitaremos el tuyo también, padawan.
Obi-Wan dio unos pasos, acercándose a Qui-Gon a la vez que deslizaba su
equipo para dejarlo en el suelo. De repente, sus botas tropezaron con algo que hizo
un ruido metálico. Miró abajo y vio que había movido un poco de tierra que estaba
encima de una plancha metálica.
—Mira, Maestro —dijo—. Me pregunto si esto será...
No tuvo oportunidad de terminar la frase. De repente, unas barras de energía
emergieron del suelo y los atraparon. Antes de que pudiesen moverse, la plancha
de metal se abrió y ambos cayeron al abismo que se abría bajo sus pies.
Capítulo 2
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Cuando era estudiante del Templo se quedó desconcertado con la Fuerza. Sabía
que era sensible a ella, y por eso le habían admitido de pequeño como estudiante,
pero, a lo largo de su entrenamiento, a veces había percibido que la Fuerza era
evasiva y poco fiable. Podía sumergirse en ella, pero no siempre que él quería. Y
cuando lo hacía, era incapaz controlarla.
Junto a Qui-Gon había aprendido que no era cuestión de controlarla, sino de
unirse a ella. Ahora podía fiarse de que le guiaría, de que le daría fortaleza y visión.
Estaba comenzando a comprender lo fuerte que era, lo real que era su presencia.
Como Jedi tenía acceso permanente a ella. Era el mejor regalo imaginable.
—Aquí —dijo Qui-Gon, inalterable.
Al principio, Obi-Wan no vio nada, pero luego se dio cuenta de la fina abertura
que surcaba la superficie de la pared.
Qui-Gon pasó la mano por encima de la irregularidad.
—El dispositivo de cierre debe de estar al otro lado —musitó—. Supongo que
estará hecho a prueba de láser, pero también creo que es la primera vez que han
atrapado aquí a un Jedi.
Obi-Wan y Qui-Gon movieron juntos el filo de sus sables de luz alrededor del
contorno de la puerta. Los sables cortaron el metal, que se curvó hacia atrás como
la hoja verde de un árbol. Consiguieron hacer una pequeña abertura.
Qui-Gon pasó a través de ella, seguido de Obi-Wan. Se encontraron en un corto y
estrecho túnel que parecía llevarles hacia una estancia mucho más grande. Era
muy negro, tan oscuro que no había sombras en él. Incluso el resplandor de sus
sables láser parecía quedar absorbido por la intensa oscuridad.
Pararon, escuchando cualquier sonido, pero no se oía absolutamente nada.
Obi-Wan podía oír su propia respiración, incluso la de Qui-Gon. A los Jedi se les
enseña a ralentizar el ritmo de su respiración para no hacer ruido, incluso en
situaciones de tensión.
—Creo que estamos solos —dijo Qui-Gon tranquilamente.
Su voz resonó, confirmada la sospecha de Obi-Wan de que se hallaban en un
espacio ancho y abierto.
Avanzaban con cuidado, con los sables láser en posición de defensa. Obi-Wan
sintió un escalofrío que le bajaba por la espalda desde el cuello. Algo iba mal; podía
sentirlo.
—La Fuerza está oscura —murmuró Qui-Gon—. Enfadada. Y, sin embargo,
todavía no noto aquí una Fuerza viviente.
Obi-Wan asintió. Él no había sido capaz de precisar lo que sentía, pero Qui-Gon
sí. Había una presencia maligna a su alrededor, aunque aún no sintieran seres
vivos cerca de ellos.
Obi-Wan tropezó con algo que no había sido capaz de ver. Se colocó junto a una
columna de piedra para protegerse. En esa fracción de segundo de pérdida de
concentración, el destello de un movimiento se acercó por su derecha.
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Capítulo 3
Obi-Wan dio un salto con su sable láser apuntando hacia delante. El golpe no
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encontró carne o hueso, sino que pasó sin hacer daño a través de la figura.
Sorprendido, Obi-Wan se giró hacia la izquierda, preparado para golpear de
nuevo, pero Qui-Gon le detuvo.
—No puedes luchar contra este enemigo, padawan —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan miró atentamente y se dio cuenta de que el guerrero era un holograma.
De repente retumbó una voz.
—Soy Quintama, el capitán de la Fuerza de Liberación de Melida.
El holograma colocó su arma a un lado.
—Mañana comenzará la Vigésimo Primera Batalla de Zehava. Conseguiremos
derrotar a nuestros enemigos de Daan de una vez y por todas, y lograremos una
victoria gloriosa. Reconquistaremos la ciudad que fundamos hace mil años, y toda
Melida vivirá en paz.
— ¿La Vigésimo Primera Batalla de Zehava? —susurró Obi-Wan a Qui-Gon.
—La ciudad ha cambiado de manos muchas veces a lo largo del tiempo —le
explicó Qui-Gon—. Mira su arma. Es un modelo viejo. Yo diría que de hace quince
años o más.
—Espero con ilusión una victoria completa y gloriosa—continuó relatando la
figura fantasmal—. Y, sin embargo, existe la posibilidad de que muera para
conseguirla. Acepto la muerte, al igual que mi mujer Pinani, que lucha a mi lado.
Pero mis hijos... —la fuerte voz vaciló durante un momento—. A mis hijos, Renei y
Wunana, les dejo la memoria de los ancestros que he compartido con ellos, las
historias de la larga persecución a la que nos han sometido los Daan. Vi cómo
mataban a mi padre, y vengaré esa muerte. Vi cómo dejaban morir de hambre a mi
pueblo, y vengaré a mis vecinos. Recordadme, hijos míos. Y recordad lo que yo he
sufrido en manos de los Daan. Si muero, coged mi arma y vengad mi muerte como
yo he vengado la de mi familia.
De repente, el holograma desapareció.
—Creo que no lo consiguió —dijo Obi-Wan. Se agachó cerca de una marca
hecha en la piedra—. Murió en esa batalla.
Qui-Gon pasó de largo la marca y se dirigió a la siguiente. Había una gran bola de
oro encima de una columna próxima a él. Puso la mano encima. Inmediatamente,
otro holograma se elevó de su marca como un fantasma.
—Debí despertar al primero cuando tropecé —dijo Obi-Wan.
El segundo holograma era una mujer. Su túnica estaba manchada y desgarrada,
y llevaba el pelo corto. Sostenía una pica y tenía un arma atada a la cadera y otra al
muslo.
—Soy Pinani, viuda de Quintama, hija de los grandes héroes Bicha y Tiraca. Hoy
marcharemos sobre la ciudad de Bin para vengar la Batalla de Zehava. Nuestras
reservas están agotadas. Tenemos pocas armas. Muchos de nosotros han muerto
en la gloriosa batalla para reconquistar nuestra querida ciudad de Zehava de los
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rudos Daan. No tenemos ninguna posibilidad de ganar la batalla, pero luchamos por
la justicia y para vengarnos del enemigo que nos persigue. Mi marido murió delante
de mis ojos. Mi padre y mi madre murieron cuando los Daan fueron a nuestro pueblo,
lo rodearon y los mataron. Así que os digo a vosotros, hijos míos, Renei y Wunana,
no nos olvidéis. Seguid luchando. Vengad este terrible y enorme error. Yo morí
valientemente. Morí por vosotros.
El holograma desapareció. Obi-Wan se adelantó hacia la siguiente marca.
—Renei y Wunana murieron solamente tres años después en la Vigésimo
Segunda Batalla de Zehava —dijo—. Eran poco mayores que yo.
Se volvió y se encontró con la mirada de Qui-Gon.
— ¿Qué clase de lugar es éste? —preguntó.
—Un mausoleo —dijo Qui-Gon —. Un lugar para que descansen los muertos.
Pero aquí, en Melida/Daan, las memorias permanecen vivas. Mira.
Qui-Gon señaló las ofrendas que ya habían visto delante de las columnas. Las
flores estaban frescas, y las bandejas de alimentos y los cuencos con agua, llenos.
Caminaron a lo largo de los pasillos, pasando frente a filas de tumbas, activando
todos los hologramas. El enorme espacio hacía resonar las voces de los muertos.
Vieron cómo distintas generaciones contaban historias de sangre y venganza.
Oyeron relatos de pueblos completamente devastados, hijos arrancados de los
brazos de sus madres, ejecuciones masivas y marchas forzadas que acababan en
sufrimiento, y la mayoría en muerte.
—Parece que los Daan son un pueblo sediento de sangre —comentó Obi-Wan.
Las historias de sufrimiento y agonía le habían conmovido como un dolor
creciente en una herida profunda.
—Estamos en un mausoleo Melida —le contestó Qui-Gon—. Me pregunto qué
tienen que contar los Daan.
—Hay tantos muertos —puntualizó Obi-Wan—, pero no hay una razón clara para
saber por qué luchan. Una batalla sigue a otra, y en cada una se venga la anterior.
Pero ¿cuál es el verdadero motivo de la lucha?
—Puede que lo hayan olvidado —dijo Qui-Gon—. El odio está impreso en sus
huesos. Ahora ellos luchan por un pedazo minúsculo de tierra o por vengar algo que
ocurrió hace cien años.
Obi-Wan se estremeció. El aire frío le había calado hasta los huesos. Se sintió
alejado del resto de la galaxia. Su mundo entero se había concentrado en este
negro y sombrío espacio lleno de sangre, venganza y muerte.
—Nuestra misión ni siquiera ha comenzado y ya he visto suficiente sufrimiento
para el resto de mi vida.
La mirada de Qui-Gon era triste.
—Hay algunos mundos que logran vivir en paz durante siglos, padawan, pero me
temo que hay muchos que han vivido cruentas guerras capaces de llenar de miedo
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Capítulo 4
Los disparos procedían de lo alto del acantilado que tenían sobre sus cabezas.
Obi-Wan y Qui-Gon se deslizaron hasta alcanzar la pared que había a su derecha.
Pequeños tronos de piedra saltaban a causa de los disparos que alcanzaban la
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pared. Qui-Gon sólo dispuso de medio segundo para averiguar qué había al otro
lado del muro. Después saltó, seguido de Obi-Wan.
Cayeron en un pequeño espacio lleno de maquinaria humeante. Las paredes les
rodeaban por tres lados, en el cuarto estaba el edificio del mausoleo. Por lo menos
allí no les alcanzaban los disparos. Qui-Gon se preguntó por un instante si los
francotiradores se habrían aburrido y se habrían ido.
Desafortunadamente, su larga experiencia le decía que los francotiradores nunca
se aburren y se marchan.
Qui-Gon examinó la maquinaria.
—Deben de ser las unidades que mantienen la temperatura del edificio
—observó mientras los disparos láser continuaban silbando sobre sus cabezas.
—Por lo menos estamos fuera de la línea de fuego —dijo Obi-Wan.
—Me temo que tenemos un problema mayor —continuó Qui-Gon. Se agachó
para examinar un tanque de metal—. Está lleno de gasolina de protones. Si le
alcanza un disparo volaremos por los aires.
Intercambió una mirada de preocupación con Obi-Wan. Tendrían que exponerse
de nuevo a los francotiradores. No podían continuar allí, a la espera de que un
disparo les alcanzase.
—Veamos qué hay al otro lado de aquella pared —dijo Qui-Gon, señalando el
muro situado enfrente del que habían saltado para llegar allí.
Obi-Wan y Qui-Gon convocaron a la Fuerza. Cuando el Maestro Jedi la sintió
crecer y manifestarse a su alrededor, saltó junto con Obi-Wan. A mitad de camino,
en el aire, echaron una ojeada a lo que había en el otro lado. Sintieron que los
disparos se acentuaban a su alrededor, pero Qui-Gon los iba rechazando con su
sable de luz.
Cayeron al suelo.
—Hay un agujero en el fondo de ese barranco —informó Obi-Wan a Qui-Gon—.
¿Crees que podríamos ocultarnos allí?
—El suelo parece blando —dijo Qui-Gon—. Eso podría ayudarnos a no
lesionarnos al caer, pero, si es pantanoso, podría ser peligroso. No me gustaría que
nos ahogásemos en una ciénaga. Recuerda que el terreno de Melida/Daan está
lleno de trampas.
—Al menos sorprenderíamos a los francotiradores —señaló Obi-Wan—. No
esperan que vayamos a arriesgarnos.
Qui-Gon asintió.
—Podemos rodear el acantilado y subir por el otro lado para sorprenderles. Los
matorrales nos esconderán. Ellos no saben por qué camino hemos venido, así que
probablemente no esperan que les ataquemos.
—La única alternativa, Maestro, es volver atrás sobre el muro. Cuando hayamos
llegado al camino podremos cobijarnos entre la vegetación de los jardines.
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Capítulo 5
Nos dijeron que nos encontraríamos en las afueras de Zehava —comentó
Qui-Gon mientras desactivaba su sable láser.
—Siento no haber acudido a la cita —dijo Wehutti, acercándose a saludarles—.
El mensaje que recibí del Templo estaba distorsionado. Los malignos Daan
complican a veces las comunicaciones. Mandé un mensaje de contestación
diciendo que me encontraría con los representantes de los Jedi y que esperaba
instrucciones. Ahora mismo estamos en el sector que los Daan saquearon en la
Vigésimo Segunda Batalla. Hasta que nos venguemos, ellos controlan las afueras
de la ciudad. He estado husmeando por allí durante tres días con la esperanza de
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—He hablado con los líderes Melida. Están convencidos de que retener a un Jedi
no será beneficioso para nuestra causa.
Se necesitará seguir negociando un poco más, pero estoy seguro de que será
liberada y se la dejará a vuestro cargo.
—Eso son buenas noticias —dijo Qui-Gon.
Wehutti asintió.
—Bueno, nosotros tenemos que irnos. Éste no es un lugar seguro. Como
nuestros adorados ancestros, estamos en peligro cada momento.
Se volvió hacia Moahdi, Kejas y Herut.
—Juntad las armas. Mirad a ver si podéis encontrar el rifle que ha caído por el
acantilado. Os veré de nuevo en el Círculo Interior.
Los tres acompañantes se dieron prisa en buscar todas las armas, y, antes de
marcharse, encontraron la vibrocuchilla y un rifle dañado. Wehutti cogió su rifle y lo
colocó en su cartuchera.
—Nos quedan pocas armas —explicó al Jedi—. Incluso con desperfectos, hay
que guardarlas para el día de nuestra venganza.
— ¿También estáis escasos de recursos médicos? —preguntó Qui-Gon.
Wehutti asintió y señaló el brazo que le faltaba.
—Me temo que no hay prótesis de recambio. Algunos tuvieron la suerte de
conseguir alguna, pero la mayoría no. Se nos terminó todo lo que teníamos antes de
la Batalla de Zehava, y el Gobierno no tiene dinero para conseguir nada más. Pero
no me importa. El sacrificio de mi pueblo significa más que mi dolor.
Qui-Gon tocó la parte de su cuerpo donde Wehutti le había herido.
—Lo haces bien —le dijo.
Wehutti les condujo a la parte baja de la escarpada colina, a través de un camino
que pasaba por detrás de varias casas situadas al borde de un parque. El lugar
estaba lleno de aviones de combate dañados.
—No parece que los Daan tengan muchos recursos tampoco —apuntó Qui-Gon.
—La última guerra supuso la bancarrota para ambos contrincantes —dijo
alegremente Wehutti—. Por lo menos en eso estamos igualados.
Alargó dos discos amarillos a los Jedi.
—Por si acaso nos paran, esto son identificaciones Daan falsificadas. Pero
esperemos que no nos detengan.
Wehutti les condujo a través de retorcidos callejones y abandonados jardines
entre las casas, por estrechas calles y por encima de algunos tejados. Si veían a
alguien, se escondían en las sombras de los edificios o simplemente empezaban a
caminar en dirección opuesta. Empezó a caer una fina lluvia que vació las calles de
gente.
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Capítulo 6
Wehutti acababa de terminar de hablar cuando Qui-Gon se movió. Su sable láser
se activó mientras Wehutti todavía estaba sonriendo. Qui-Gon giró, alcanzando a
Wehutti en el hombro. Al mismo tiempo, lanzó a Obi-Wan su sable, con la
esperanza de que el chico estuviera preparado para cogerlo.
Qui-Gon se esperaba la traición, y no necesitaba que la Fuerza le advirtiese de
que Wehutti les estaba conduciendo a una trampa. Su instinto se lo había dicho
incluso antes de entrar por las puertas del Círculo Interior. Cuando Wehutti les dijo
que dejaran las armas, Qui-Gon fingió cierta duda. Había previsto la petición y
estaba preparado para ella, y había sido fácil fingir que se estaba arreglando la capa
para recuperar los sables láser.
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Incluso los hombres más inteligentes sólo ven lo que desean ver. Wehutti ya se
estaba felicitando por la ingenuidad de los Jedi al dejarse atrapar.
Wehutti cayó al suelo con un grito de dolor y de rabia. Obi-Wan activó su sable
láser.
—La puerta —le dijo Qui-Gon, preparándose para defenderse del grupo sentado
a la mesa.
Muchos habían comenzado a levantarse, pero el resto estaba todavía demasiado
sorprendido para reaccionar.
Oyó a Obi-Wan dar un golpe al candado. Dos guerreros, un hombre y una mujer,
habían reaccionado más rápidamente que los otros y se dirigían a Qui-Gon
empuñando sus armas.
De repente, la luz lo inundó todo. Obi-Wan debía de haber activado la iluminación
mientras trataba de abrir la puerta. Era mejor no luchar en la oscuridad, aunque un
Jedi estuviese entrenado para ello.
Qui-Gon reprimió su sorpresa cuando vio a los soldados Melida a la luz. Todos
presentaban heridas de consideración. Vio que tenían lesiones en cara y brazos, y
piernas ortopédicas. Dos de ellos usaban máscaras para respirar.
Los Melida y los Daan se estaban destrozando literalmente, trozo a trozo.
Fue un pensamiento fugaz que se fue tan rápido como vino. Qui-Gon sabía que
tenía que concentrarse en la lucha. Fue rechazando los disparos a medida que
corría hacia Obi-Wan, que había hecho saltar el candado fácilmente. La puerta
estaba abierta. Obi-Wan y Qui-Gon salieron corriendo de la habitación, hacia el
pasillo.
Oyeron mido de pisadas sobre sus cabezas y se pararon. Una luz roja
intermitente brillaba con fuerza en una de las paredes. De repente, unas barras
cayeron sobre la puerta principal.
—Alguien ha puesto en funcionamiento una alarma silenciosa —dijo Qui-Gon.
—Nunca saldremos por esa puerta —advirtió Obi-Wan.
Volvieron por el pasillo, intentando encontrar una puerta posterior. Sabían que
tenían poco tiempo hasta que el resto de los soldados Melida los encontrasen.
A medida que pasaban por distintos puntos del pasillo, iban sonando diversos
dispositivos electrónicos.
—Son sensores de localización —dijo Qui-Gon —. Nos siguen, saben
exactamente dónde estamos.
Al final del pasillo encontraron una puerta altamente protegida. Qui-Gon giró a la
izquierda y abrió la primera puerta que vio. Intentarían escapar a través de una
ventana, si podían, claro.
La habitación de techo alto estaba llena de equipamiento almacenado: circuitos,
equipos de navegación, partes de sensores, androides desmantelados.
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Capítulo 7
Obi-Wan llegó al final de la renqueante escalera de metal. Tras bajar el último
escalón, notó que pisaba un suelo cubierto de agua que le llegaba a la altura de los
tobillos. Qui-Gon le seguía, moviéndose con su elegancia habitual y sorprendido de
encontrarse con esa presencia.
Era imposible decir si su rescatador era hombre o mujer. La figura vestía una
túnica amplia, y en ese momento se colocaba un sucio dedo en los labios. Después
levantó el dedo y señaló hacia arriba. El significado de esos gestos estaba claro. Si
no caminaban en silencio, los guardias de arriba les oirían.
Los pasos que oían sobre sus cabezas eran fuertes; las voces, enfadadas. El
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servían aquí. Incluso los niños eran sacrificados por el sentimiento de odio.
Obi-Wan les admiró por su manera de resistirse.
—Por eso te salvamos de Wehutti —explicó Nield—. El Consejo de Guerra
planeaba utilizaros como rehenes para forzar al Consejo Jedi a que les devolviera el
Gobierno. Esperaban poder obligaros a hablar en su favor en el Senado de
Coruscant.
—Entonces es que no conocen a los Jedi —señaló Qui-Gon.
Habló un chico delgado.
—No saben nada —dijo en un tono de burla—. Son Melida.
Nield salió disparado hacia él, le agarró del cuello y le levantó del suelo. El chico
pataleaba mientras Nield le apretaba la garganta. Los ojos del chaval se abrían con
desesperación. Dejó escapar un sonido angustioso con el que trataba de coger aire.
Nield apretó aún más fuerte.
Qui-Gon dio un paso hacia delante, pero justo en ese momento Nield soltó al
chico, que cayó al suelo jadeando.
—No hables así aquí —dijo Nield—. Nunca. Cada uno es de donde es. Towan,
dormirás durante tres días en el Desagüe Dos por haber dicho eso.
El chico asintió, llevándose las manos al cuello y tratando de recuperar el ritmo
normal de respiración. Nadie le miró cuando se dirigió a la parte trasera del grupo y
se perdió entre las sombras.
—Os ayudaremos a encontrar a Tahl —dijo Nield tranquilamente, volviendo a la
conversación como si no hubiera pasado nada—. Pero vosotros también tendréis
que ayudarnos a nosotros.
Obi-Wan tuvo que contenerse para no gritar: "¡Por supuesto que os
ayudaremos!" Era su Maestro el que tenía que tomar una decisión. Nunca se había
enfrentado a una situación cuya causa le pareciera más justa. Habían sido enviados
a rescatar a Tahl, pero seguramente podrían continuar con su misión de Guardianes
de la Paz. El principal propósito de la galaxia era conseguir la paz para ese planeta.
Nield les estaba dando la oportunidad de hacer algo por la paz, a la vez que
cumplían el propósito originario de su misión. Esperó a que Qui-Gon hablara. Los
ojos de todos los presentes en la bóveda estaban expectantes, clavados en la figura
del fornido Caballero Jedi.
—Hemos hablado con los Melida —dijo Qui-Gon con precaución—. Y con
vosotros. Pero todavía no tenemos una visión completa de lo que sucede ahí afuera.
No os puedo prometer la ayuda hasta que no haya hablado con los Daan.
Pasó un momento hasta que las palabras de Qui-Gon hicieron su efecto.
Después, la cara de Nield se volvió roja de ira.
— ¿Quieres ver algo de los Daan? —preguntó, retándole—. Yo soy Daan. Ven
conmigo. Te mostraré por qué los Daan no son mejores que los Melida. Pero
tampoco peores.
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
Capítulo 8
Cerasi les condujo de nuevo a través de los túneles, pero esta vez en dirección
contraria a la que habían venido, directos hacia el territorio Daan. —Cerasi conoce
cada rincón de estos túneles —explicó Nield mientras la seguían.
Su repentino enfado había desaparecido tan pronto como llegó.
—Fue la primera que vino a vivir aquí. — ¿Por qué? —preguntó Qui-Gon.
—Entendió lo que estaba sucediendo, como me pasó a mí —contestó Nield—.
No podemos vivir arriba. Abajo tenemos suciedad y humedad, pero al menos
también tenemos esperanza.
Sus dientes blanquearon la oscuridad al sonreír.
—Puede que os parezca extraño, pero somos más felices aquí.
—No es extraño en absoluto —dijo Obi-Wan.
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Ahora era Nield quien los guiaba, ya que conocía bien el área Daan.
—No os preocupéis —dijo a los Jedi—. Soy Daan, así que sé dónde estoy. Estáis
seguros en territorio Daan. Los Daan al menos no quieren tomaros como rehenes.
Ahora que Qui-Gon disponía de más tiempo, pudo estudiar con más detenimiento
el territorio Daan. No era muy diferente del Círculo Interior. Había edificios
bombardeados, abandonados y con barricadas, y escasez de alimentos en las
tiendas. Todo el mundo intentaba hacer su vida cotidiana, pero llevaban armas
viejas. Nadie parecía más joven de sesenta años o más viejo de veinte.
—Solía ser una ciudad muy bonita —remarcó Nield, y se notó tristeza en su
voz—. He visto dibujos y recreaciones holográficas. Ha sido completamente
reconstruida siete veces. De cuando yo era muy pequeño, recuerdo jardines y
arbustos, incluso un museo que no tenía nada que ver con los mausoleos.
—Durante cinco años no hubo barricadas —comentó Cerasi—. Los Daan y los
Melida se mezclaron en ambos sectores. En algunos barrios vivían unos al lado de
los otros. Hasta que comenzó la Vigésimo Quinta Batalla de Zehava.
— ¿Dónde están tus padres, Cerasi? —preguntó Obi-Wan.
Cerasi hizo un gesto difícil de descifrar para Qui-Gon. Pareció dudar antes de
contar una parte de su historia personal.
—Su odio los destruyó, como a muchos otros. Mi madre murió mientras conducía
un vehículo militar. A mi hermano lo mandaron al campo, a trabajar en una fábrica
de municiones. No he vuelto a saber nada de él.
— ¿Y tu padre?
La cara de Cerasi perdió el color.
—Está muerto.
Aquí hay una historia, pensó Qui-Gon. Se dio cuenta de que cada uno de los
Jóvenes había vivido una similar, llena de dolor y tragedia, con la pérdida temprana
de sus padres y con su familia rota. Ese era su lazo de unión.
Más adelante, Qui-Gon vio un reflejo de agua azul. Bajaron por un ancho bulevar,
a cuyos lados se veían los agujeros causados por las bombas de protones al caer.
—Éste es el lago Weir —dijo Nield—. Yo venía aquí a nadar cuando era pequeño.
Ahora puedes ver lo que los Daan han hecho con él.
A medida que se acercaban, Qui-Gon observó que el fragmento azul que había
intuido entre dos edificios se hacía más ancho; el lago era bastante grande. Hubiera
sido un lugar bastante agradable, de no ser por los edificios de piedra bajos y
negros que flotaban sobre las aguas.
—Otra Sala de la Evidencia —dijo Nield con disgusto—. Es el último lugar con
agua en kilómetros a la redonda, pero ahora nadie puede disfrutar de él excepto los
muertos.
El viento movió el cabello de Nield mientras miraba hacia el agua. Su expresión
de enfado se había convertido en una de tristeza, y Qui-Gon intuyó que estaría
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
recordando algún momento del pasado. De repente, se dio cuenta de lo joven que
era Nield. Bajo tierra, su comportamiento había hecho que pareciese mayor, pero
ahora se daba cuenta de que debía de tener la misma edad que Obi-Wan.
Qui-Gon echó una rápida mirada a Cerasi. Su bonita cara estaba pálida, casi sin
color, pero pudo ver a la chiquilla que fue un día. Pensó con dolor que todos eran
demasiado jóvenes. Demasiado jóvenes para la misión que se habían impuesto,
para resolver los errores cometidos durante siglos y salvar un mundo destruido por
la tensión y las luchas.
—Vamos —dijo Nield—. Oigamos lo que nos cuentan los muertos felices.
Comenzó a andar, y todos le siguieron. Entró por la puerta de piedra y pasó
rápidamente por las hileras, de monumento en monumento. Activaba todos los
hologramas, pero no se paraba a escuchar ninguno. Sus voces llenaron el amplio
espacio, haciendo eco con sus historias de venganza y odio. Nield empezó a correr,
presionando los controles que activaban las historias de los muertos.
Finalmente se paró frente al último holograma que había activado. Era un hombre
alto, vestido con una armadura, y cuyo pelo le llegaba a los hombros.
—Soy Micae, hijo de Terandi de Garth, del País del Norte —dijo el holograma—.
Yo no era más que un niño cuando los Melida invadieron Garth y expulsaron a mi
pueblo a los campos. Muchos murieron, incluyendo...
— ¿Y por qué hicieron eso los Melida, eh, loco? —Nield se burló de la figura—.
¿Quizá porque los soldados Daan del País del Norte atacaron los asentamientos
Melida sin avisar, matando a cientos de ellos?
La historia del holograma seguía adelante.
—...y mi madre murió ese día sin haber podido reunirse con mi padre. Mi padre
murió en la gran Batalla de las Llanuras, vengando el gran error Melida en la Batalla
del Norte...
— ¡Que había ocurrido un siglo antes! —se burló Nield.
—...y todavía hoy yo lucho con mis tres hijos. Mi hijo menor es todavía demasiado
pequeño para venir con nosotros. Lucho hoy para que él nunca tenga que luchar...
— ¡Qué gran oportunidad! —siguió burlándose Nield.
—Buscamos la justicia, no la venganza. Y por eso sé que venceremos.
El guerrero levantó el puño y después lo abrió en un gesto de paz.
— ¡Locos y mentirosos! —gritó Nield. Se separó con violencia del holograma.
—Salgamos. No puedo aguantar ni un minuto más estas voces estúpidas.
Salieron al exterior. Unas nubes grises empezaban a acumularse en el cielo, y el
agua parecía casi tan negra como el gran edificio que flotaba sobre ella,
proyectando una gran sombra. Era difícil decir dónde terminaba el edificio y dónde
el agua.
— ¿Lo ves? —preguntó Nield a Qui-Gon—. Nunca pararán. Los Jóvenes somos
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la única esperanza de este mundo. Sé que los Jedi sois sabios. Tenéis que ver que
nuestra causa es justa. ¿No nos merecemos una oportunidad?
Los ojos dorados de Nield refulgían de emoción. Qui-Gon miró a Obi-Wan. Vio
que el chico no sólo se había conmovido con las palabras de Nield, sino que estaba
fuertemente convencido.
Esto complicaba las cosas. Aunque las circunstancias llegaran a tocar el corazón
de un Jedi, era su deber mantenerse frío e imparcial. La situación aquí era
complicada y volátil. Necesitarían tener las cosas claras para poder manejarse bien
en el planeta. Su instinto le decía que era mejor no tomar partido por ninguno de los
bandos.
Pero también estaba el tema de Tahl. Rescatarla era el motivo principal de su
misión. Nield había prometido ayudarles. ¿Podía confiar en él?
—Sé dónde tienen retenida a Tahl —dijo Nield, como si hubiese leído los
pensamientos de Qui-Gon —. Está viva.
— ¿Puedes llevarnos hasta ella? —preguntó Qui-Gon.
—Cerasi puede —dijo Nield—, vuestra amiga está a buen recaudo, pero yo tengo
un plan. Mientras vosotros rescatáis a Tahl, los Jóvenes lanzaremos un ataque
sorpresa.
—No estoy muy seguro de que el ataque sea muy sorprendente, ya que los
Melida saben que los Jedi andamos por aquí —dijo Qui-Gon—. Estarán
esperándolo.
—Pero lo que no esperan es un ataque Daan.
— ¿Los Daan van a atacar? —preguntó Obi-Wan.
—No —contestó Nield—, pero eso no significa que los Melida crean que han sido
ellos. Nuestro plan contempla realizar ataques en ambos sectores, el Melida y el
Daan. Los Melida pensarán que les están atacando los Daan, y sacarán sus fuerzas
a la calle para defenderse. Los Daan harán lo mismo. Os prometo que habrá
confusión y caos. Y entonces podréis rescatar a Tahl.
—Pero tú no tienes armas —dijo Obi-Wan—. ¿Cómo piensas atacar?
—Tenemos un plan —dijo misteriosamente Nield—. Sólo os pedimos que os
quedéis en la bóveda y no entréis en contacto con los Melida. Ahora mismo os están
buscando por todas partes. Es mejor que sus esfuerzos se concentren en esa tarea,
y así nosotros podremos hacer mejor nuestro trabajo.
— ¿Habéis visto lo fácil que será esto para vosotros? —preguntó Cerasi—. Sólo
os pedimos que no hagáis nada.
—Nosotros nos ocuparemos de distraerlos —continuó Nield—. Y vosotros de
Tahl. Sé que está gravemente herida y que necesita cuidados médicos.
Enfadado, Qui-Gon miró el agua, tratando de ganar tiempo. Sabía que Nield le
estaba manipulando, forzándole a aceptar sus planes para poder cumplir su misión.
Estaba siendo manejado por un chiquillo.
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Y veía que Obi-Wan disfrutaba con esta situación. Registró otro estremecimiento
de aprensión a lo largo de su columna vertebral.
Se volvió hacia Nield y Cerasi.
—De acuerdo —dijo—. Obi-Wan y yo esperaremos a que nos traigáis a Tahl.
Nuestro objetivo prioritario era rescatarla. Después de todo, estáis en vuestro
derecho. ¿Es suficiente?
Nield sonrió.
—Era todo lo que necesitábamos.
Capítulo 9
Ya de vuelta al túnel comenzaron los preparativos. Nield y Cerasi se unieron al
resto de los Jóvenes y empezaron a conversar con ellos. Obi-Wan estaba sentado
tranquilamente en la mesa, observándoles. La determinación en sus caras le decía
que cualquiera que fuese el resultado de la acción, los Daan y los Melida se iban a
llevar una gran sorpresa al amanecer del día siguiente.
Qui-Gon caminaba en el otro extremo de la habitación, dando muestras de una
extraña impaciencia.
—Si necesitáis ayuda para la estrategia... —comenzó a decir.
Cerasi se volvió.
—No —dijo cortante—. No necesitamos ayuda.
—Otra opinión podría servir sólo para afianzar tus planteamientos —dijo Qui-Gon
tranquilamente.
Esta vez, Cerasi no se molestó en volverse. Nield ni siquiera levantó la cabeza.
—Nosotros no queremos tu ayuda, Jedi —dijo Cerasi, incluso más fríamente que
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la vez anterior.
Obi-Wan miró a Qui-Gon para tratar de adivinar su reacción y vio que su Maestro
luchaba para contener su irritación. Aunque Qui-Gon podía ser impulsivo, no tenía
malos sentimientos. La irritación disminuyó, y él recuperó su habitual expresión de
calma.
—Padawan, voy a explorar los túneles —dijo a Obi-Wan en voz baja—. Es mejor
no fiarse totalmente de los Jóvenes a la hora de guiarnos. Espera aquí.
Obi-Wan asintió. Por una vez no quería acompañar a Qui-Gon. Quería quedarse
y ver cómo planeaban los Jóvenes la batalla.
Cerasi dividió a los chicos en grupos y les asignó tareas. Construían armas a
partir de pedazos de otras. Su arma más importante era una potente honda que
lanzaba bolas láser. Las bolas sólo provocaban escozor si alcanzaban a alguien,
pero si chocaban contra un objeto duro emitían un sonido similar al de un disparo
láser.
Durante el resto de la tarde, Obi-Wan trató de acostumbrarse al sonido de las
explosiones. Los juguetes bélicos eran parte de la infancia de los Melida y los Daan.
Los Jóvenes estaban modificándolos para amplificar sus efectos sonoros.
Trabajaban haciendo tubos de misiles pintados en habitaciones que partían del
túnel principal, y llenándolos de guijarros.
Cerasi trabajaba en una esquina con una pila de hondas, perfeccionando su
forma con un afilado cuchillo y probándolas con bolas de materiales ligeros. Las
bolas volaban por los aires y golpeaban el mismo bloque de piedra con una
asombrosa precisión. Cerasi trabajaba sin descanso.
—Me gustaría ayudar —le dijo Obi-Wan, acercándose—. No con la estrategia
—añadió rápidamente—. Ya veo que lo tienes todo bajo control, pero puedo
ayudarte con esto.
Cerasi se apartó un mechón de cabello de la cara y sonrió ligeramente.
—Creo que he sido muy dura con tu Jefe-Maestro, ¿no?
—En realidad no es mi jefe —explicó Obi-Wan—. No existen jefes entre los Jedi.
Es más un guía.
—Vale, lo que tú digas, pero si me preguntas, te diré que los mayores siempre
piensan que saben hacer mejor las cosas. Siempre creen tener razón.
Alcanzó un cuchillo a Obi-Wan.
—Si eres capaz de hacerlos tan afilados como los míos, terminaremos este
trabajo en seguida.
Obi-Wan se sentó y empezó a pasar el filo del cuchillo por la dura madera.
— ¿Crees que tenemos muchas opciones de ganar mañana?
—Por supuesto —dijo Cerasi firmemente—. Confiamos en el odio de los dos
bandos. Sólo tenemos que crear la ilusión de la batalla. Los dos bandos
reaccionarán sin pararse a verificar de dónde vienen los disparos. Ellos esperan que
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Su prima escapó y se lo llevó a Zehava. Allí, vivieron unos años de paz, pero
entonces los Daan atacaron el sector Melida y su prima tuvo que ir a luchar. Tenía
diecisiete años, suficientes para ir a una batalla. Murió. Nield se quedó en la calle y
tuvo que defenderse por sí mismo. Tenía ocho años. No quedaba nadie que pudiera
ocuparse de él. A partir de entonces vivió solo, pero siempre encontró refugio y
comida. Ahora ya no quiere volver a depender de nadie. ¿Puedes culparle de ello?
Obi-Wan se imaginó a todos aquellos que habían querido a Nield y habían
muerto, uno tras otro.
—No —dijo suavemente—. No le culpo de nada.
Cerasi suspiró.
—La cuestión es que yo crecí pensando que los Daan eran bestias, casi
inhumanos. Nield fue el primer Daan que conocí. Es el único que ha unido a los
huérfanos Daan y Melida. Fue por los centros en los que nos cuidaban y nos fue
reuniendo, prometiendo paz y libertad. Y luego se aseguró de que la tuviésemos. Si
hubiésemos continuado en los centros habríamos acabado en un basurero.
— ¿En un basurero? —preguntó Obi-Wan.
—Ambos, los Daan y los Melida, cogen a los chicos de los orfanatos y los
destinan para trabajar en las fábricas o para el ejército, si son lo suficientemente
mayores —dijo Cerasi —. O trabajan o luchan. Es fácil encontrarlos en los centros
de las grandes ciudades. En las ciudades pequeñas o en los pueblos los niños se
escapan.
— ¿Adonde van?
Cerasi frunció el ceño.
—Viven de la tierra y del pillaje. Hay auténticas tribus de niños más allá de las
murallas de la ciudad. Nield ha trabajado intensamente para organizados también.
Se mantienen en contacto a través de comunicadores robados. No quieren más
guerra. —Cerasi se volvió hacia él —. Me preguntabas cuáles eran nuestras
posibilidades de éxito, y si lo supiera te contestaría, pero, con sinceridad, no puedo
ni pensar en las ventajas y en los inconvenientes. Ganaremos porque tenemos que
lograrlo.
Nuestro mundo está siendo completamente devastado, Obi-Wan. Y somos los
únicos que podemos evitarlo.
Obi-Wan asintió. Empezaba a comprender a Cerasi. Vio que su brusquedad
ocultaba en realidad unos sentimientos muy profundos.
—Podríais ayudarnos —continuó Cerasi—. Tú tienes relación con el Consejo
Jedi, y ellos con Coruscant. Podrías demostrar a la galaxia entera que nuestra
causa es justa. El apoyo de los Jedi significa todo para nosotros.
—Cerasi, te prometo apoyo Jedi —dijo Obi-Wan con firmeza.
Sorprendiéndose a sí mismo, puso las manos sobre las de la chica.
—Aunque sólo puedo prometerte el mío.
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Capítulo 10
Esa noche, los Jóvenes extendieron sacos de dormir sobre las tumbas. Qui-Gon
encontró un hueco, cerca de una de las entradas de los túneles adyacentes, donde
el aire era más fresco.
Obi-Wan se aproximó a él con miedo.
—Nield y Cerasi me han pedido que comparta con ellos su habitación. Cuidan de
los chicos más pequeños.
Qui-Gon le dirigió una mirada inquisidora, pero asintió.
—Que duermas bien, padawan.
Obi-Wan cogió un saco de dormir y volvió junto a Nield y Cerasi. Dormían en una
pequeña antesala de la bóveda. Nield colocó un dedo sobre los labios de Obi-Wan
cuando entró.
—Los chicos están dormidos —susurró.
—Nosotros deberíamos dormir también. Necesitaremos todas nuestras fuerzas
para mañana.
Puso su mano en el antebrazo de Obi-Wan.
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Nield continuó lanzando bolas láser con su honda y Obi-Wan siguió cargando.
Lanzaban bola tras bola, recargando y volviendo a disparar rápidamente. El sonido
de los disparos resonaba en toda la calle. Alguien surgió de una puerta y miró
rápidamente arriba y abajo de la calle. Nield y Obi-Wan, situados donde nadie podía
verlos, lanzaron una lluvia de disparos a un edificio abandonado.
¡Crack crack crack crack! Las bolas láser chocaron contra una superficie metálica,
provocando un ruido aún mayor. Los Daan comenzaron a dirigirse al edificio.
—Han dado la alarma —dijo Nield—. Ya hemos hecho nuestro trabajo aquí.
Vámonos.
Saltando de edificio en edificio, llegaron a otra calle más tranquila. Repitieron el
mismo proceso y luego se fueron. Corriendo, disparaban ráfagas de bolas láser
mientras Cerasi lanzaba proyectiles hacia aquellos lugares en los que hubiese un
eco mayor y pudiese hacer más ruido. Mientras se movían entre los bloques de
edificios, levantaban barricadas donde podían para interceptar los vehículos
militares. En los puestos de control, lanzaban disparos con sus armas fingidas sobre
las cabezas de los guardias, que adoptaban posturas defensivas y exploraban las
calles desiertas con sus electrobinoculares de infrarrojos, en busca de los atacantes
invisibles.
El sol salía y las sirenas empezaron a sonar en toda la ciudad. Nield se volvió
hacia ellos. El sol arrancaba reflejos rojos de su oscuro pelo.
—Vayamos ahora a los cuarteles militares.
Obi-Wan se sentía emocionado. Era casi como un juego, una trampa que Nield y
Cerasi habían urdido. Pero ahora, el juego se volvía serio. Atacar un objetivo militar,
incluso con explosivos falsos, podía ser peligroso.
Nield les condujo a través de los tejados hasta los cuarteles militares. Desde el
tejado de un edificio al otro lado de la calle, Obi-Wan podía ver a los soldados
corriendo hacia sus vehículos militares, portando rifles láser y lanzatorpedos.
Obviamente, iban a investigar qué sucedía en los numerosos sitios donde habían
saltado las alarmas.
—Cuanto más lejos, mejor —comentó Cerasi—. Así no habrá muchos soldados
por aquí.
Esta parte podía ser peligrosa. No se trataba de disparar a casas llenas de civiles
que dormían. Los militares podían reaccionar con firmeza, pero Nield había
afirmado que si no les convencían de la autenticidad del ataque, su plan no
funcionaría. Si los soldados se sentían bombardeados, pensarían que no eran los
disparos de un francotirador aislado, sino un ataque en toda regla.
Además de Nield, Cerasi y Obi-Wan, otros grupos de los Jóvenes habían ido a
los barrios Daan y Melida. Sus ataques debían ser simultáneos a los de los
cuarteles militares.
Esperaron hasta que los militares se alejaron en sus vehículos. Dos guardias se
quedaron en el exterior, en dos refugios armados transparentes. Cerasi cargó su
tubo. Obi-Wan y Nield pusieron bolas en sus hondas. Tras contar tres en voz baja,
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dispararon a la vez.
Las bolas láser alcanzaron el edificio y sonaron como disparos láser. El proyectil
explotó. Los tres habían vuelto a cargar y disparar, y rápidamente se deslizaron
hacia el borde del tejado para saltar al edificio contiguo. Desde allí, volvieron a
disparar.
Los soldados salieron del edificio con sus armaduras y empuñando sus armas.
Enfocaban con sus electrobinoculares a las calles y edificios que tenían alrededor.
Las sirenas sonaban con insistencia. Los soldados comenzaron a avanzar por la
calle. Pequeñas naves de vigilancia aérea despegaron y vehículos armados
empezaron a salir de una estación subterránea.
—Es el momento preciso de alejarnos de aquí —dijo Cerasi.
Volvieron a colocar sus falsas armas y sus hondas en los cinturones, cruzaron a
través del tejado y descendieron veloces al suelo, a través de una tubería. Cuando
llegaron a la calle, disminuyeron su paso como si fueran unos adolescentes Daan
que habían salido a dar una vuelta por la mañana.
— ¡Eh, vosotros! ¡Deteneos!
Se quedaron helados. La voz venía de detrás de ellos. Nield les había dado
tarjetas de identificación, así que estaba seguro de que no tendrían problemas.
Cerasi sacó un paquete del interior su túnica. Obi-Wan la miró confundido. ¿Tenía
un arma? Él, por supuesto, llevaba su sable láser, pero no habría sido capaz de
utilizarlo contra las tropas que había por la calle. Habría comprometido a Nield y a
Cerasi.
Se volvieron y vieron a tres soldados que se aproximaban con sus armas,
apuntándoles directamente al corazón.
—Tarjetas de identificación —dijo un soldado con un tono de voz brusco.
Los tres chicos se las entregaron rápidamente. Nield había dado a Obi-Wan la de
un chico Daan que más o menos tenía su edad y su peso. Los soldados insertaron
los discos en una máquina lectora. Obi-Wan esperó a que se la devolvieran, pero,
por el contrario, el primer soldado echó una ojeada a los otros dos chicos. Todavía
parecía sospechar algo. Les miró con detenimiento.
— ¿Pasa algo? —preguntó Nield con preocupación.
— ¿Qué lleváis ahí?
El primer soldado señaló el paquete con el arma de Cerasi.
—Du... dulces de muja —balbuceó Cerasi, nerviosa. Se agarró al paquete—.
Para el desayuno. Los compramos todas las mañanas.
—Déjame ver.
El soldado abrió la tapa del paquete. Dentro, Obi-Wan pudo ver una fila de
pastelitos envueltos en servilletas.
— ¿Qué lleváis en los cinturones? —preguntó el otro soldado—. ¿No sois un
poco mayores para llevar juguetes?
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Capítulo 11
Qui-Gon estaba sentado en las sombras, contemplando la intensa actividad de
los Jóvenes mientras entraban y salían de la bóveda, en busca de municiones.
Después salían corriendo hacia las calles.
Algo le había despertado antes del amanecer, un movimiento mínimo muy
silencioso. Había visto salir a Obi-Wan con Nield y Cerasi, y le había dejado
marchar.
Habría sido muy fácil levantarse y desafiar a Obi-Wan. Qui-Gon se había
enfadado y le hubiese gustado enfrentarse al chico. Obi-Wan no podía salir sin pedir
permiso. Había traicionado la confianza de Qui-Gon. Era una traición pequeña, pero
al Maestro Jedi le dolía.
Obi-Wan y él no habían alcanzado todavía la comunicación mental perfecta de la
relación entre Maestro y padawan. Ya habían dado unos cuantos pasos del largo
viaje juntos. De vez en cuando tenían desacuerdos y malentendidos, pero Obi-Wan
nunca le había ocultado algo deliberadamente.
Obviamente, Obi-Wan tenía miedo de que Qui-Gon no le dejara ir. El chico tenía
razón: se lo hubiese prohibido. Qui-Gon creía que los Jóvenes deseaban
sinceramente la paz, pero no estaba seguro de que esas mismas buenas
intenciones se mantuvieran cuando alcanzaran el poder. Veía mucha rabia en ellos.
Obi-Wan sólo había visto la pasión.
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Por fin, Nield, Cerasi y Obi-Wan regresaron. Qui-Gon dejó escapar un suspiro de
alivio. Había empezado a preocuparse.
—Es el momento de la fase dos —dijo Nield mientras los tres entraban en la
bóveda—. Ahora vamos a atacar las reservas de armamento de ambos bandos.
— ¿Qué hay de Tahl? —preguntó Qui-Gon.
—Cerasi os llevará hasta Tahl —dijo Nield—. ¿Deila?
Una chica alta y delgada dejó de cargar los proyectiles que colgaban de su
cinturón.
— ¿Sí?
— ¿Qué tal van las cosas en el lado Melida?
Ella sonrió.
—Es el caos más absoluto. Creen que los Daan están por todas partes, incluso
en sus taquillas.
—Bien.
Nield se giró hacia Qui-Gon.
—Hay confusión suficiente para que te puedas deslizar sin ser visto. Cerasi te
llevará hasta el lugar donde está retenida, pero tendrás que rescatarla tú solo.
—Está bien —accedió Qui-Gon.
No quería poner a la chica en peligro.
Obi-Wan no miró a los ojos de Qui-Gon hasta que no estuvieron siguiendo a
Cerasi por un estrecho túnel. Qui-Gon dejó de lado su enfado. No quería
enfrentarse a Obi-Wan por haberse escapado. Todavía no. Trató de pensar en la
tarea que tenían que resolver ahora. Intentó concentrarse en el rescate de Tahl.
Cerasi los condujo por una serie de túneles hasta una cueva. Una luz mortecina
se filtraba del exterior.
—Estamos bajo el edificio donde tienen retenida a Tahl —susurró—. Esto os
llevará hacia un piso bajo de barracones militares. Tahl se encuentra en una
habitación, tres puertas a la derecha. Habrá guardias en el barracón, aunque no
tantos como antes del ataque. Los soldados son necesarios en las calles.
— ¿Cuántos solía haber antes? —preguntó Qui-Gon en voz baja.
—Temo tener que daros malas noticias —dijo Cerasi—. Sólo está custodiada por
dos guardias, pero justo a la vuelta de la esquina están los cuarteles principales de
los soldados, donde van a comer y a dormir. Así que siempre hay muchos soldados
yendo y viniendo. Por eso Nield y yo pensamos que necesitaríais una alternativa
—señaló encima de sus cabezas—. Esta cueva conduce directamente a un área de
almacenamiento de grano, así que podréis subir sin ser vistos.
—Gracias, Cerasi —dijo calmadamente Qui-Gon—. Encontraremos la manera de
volver.
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A medida que se desplazaban, Obi-Wan iba abriendo las puertas que encontraba
en su camino para que funcionaran como escudos ante los disparos de sus
atacantes. Los soldados seguían disparando a buen ritmo, pero Cerasi cargaba y
disparaba bolas láser tan rápido que sus enemigos creían que estaban siendo
atacados de verdad.
Qui-Gon y Obi-Wan llegaron al almacén. Cerasi venía corriendo hacia ellos.
—Daos prisa —gritó Cerasi —. Ya estoy ahí.
Cerasi continuó disparando mientras Obi-Wan abría la compuerta de la cueva y
Qui-Gon descendía por ella con Tahl agarrada a su cuello.
— ¡Ahora! —gritó Obi-Wan.
Cerasi descendió veloz tras Qui-Gon. Obi-Wan la siguió y volvió a colocar en su
sitio la tapa de la entrada a la cueva.
—Gracias, Cerasi —dijo Qui-Gon tranquilamente—. No hubiésemos rescatado a
Tahl sin tu valiente ayuda.
—Obi-Wan nos ayudó esta mañana —replicó Cerasi sin darle mayor importancia,
como si haber arriesgado su vida no supusiese nada—. Sólo estaba devolviendo el
favor.
— ¿Cómo se te ocurrió decir que eras la hija de Wehutti? —preguntó Obi-Wan
cuando iniciaban el camino de vuelta.
—Porque lo soy —contestó Cerasi.
—Pero tú me habías dicho que tu padre estaba muerto —señaló Obi-Wan.
—Está muerto para mí —contestó Cerasi, encogiéndose de hombros —, pero a
veces viene bien utilizarle. Como pasa con la mayoría de los mayores.
Miró por encima de su hombro y sonrió a Obi-Wan. Los ojos de Obi-Wan brillaron.
Qui-Gon se dio cuenta de que algo profundo había nacido entre ellos. Se habían
hecho amigos verdaderos y se comunicaban sin utilizar palabras. La aventura que
habían vivido esta mañana les había unido.
Qui-Gon notó de nuevo crecer la rabia. Sabía que Obi-Wan a veces se sentía
solo, viajando de un lado a otro con alguien que era mucho mayor que él. Por fuerza,
tenía que echar de menos la compañía de chicos y chicas de su edad. Le parecía
bien que hubiese conectado tan fácilmente con ellos.
Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?
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Capítulo 12
Qui-Gon colocó a Tahl en un nido hecho con edredones y mantas, los mejores
que los Jóvenes pudieron ofrecerles. Se quedó un momento de pie, a su lado. Tahl
se había cansado con la pequeña batalla y se había quedado dormida
inmediatamente. Podía sentir un destello de su Fuerza, pero sólo un pequeño
destello. Tahl había olvidado cómo había sido herida. Recordaba haber sido
capturada en medio de una batalla, pero no haber sido herida ni cegada.
Qui-Gon se sentó contra la pared para pensar. Su misión había terminado. Sólo
tenían que esperar a que acabasen los combates. Cerasi le había asegurado que
podría sacar a los Jedi fuera de la ciudad sin poner en peligro a Tahl. La llevaría de
vuelta a Coruscant, donde confiaba en que los conocimientos de los médicos de allí
le hicieran recuperar esa energía vibrante que él recordaba tan bien.
Qui-Gon sabía que dejaría a sus espaldas un mundo sumido en el caos, con
niños luchando para salvarlo y con los mayores atrapados en el conflicto,
dispuestos a sacrificar toda la población por su causa.
Sin embargo, debía partir. Su principal deber era llevar de vuelta a Tahl. Después
podía pedir permiso a Yoda para volver. Lo más probable es que el Maestro Jedi no
accediera. Los Jedi no van a los mundos a interceder a menos que sean requeridos
para ello. Sólo podían intervenir en circunstancias extraordinarias, o si un mundo
amenazaba la paz y seguridad de otro. Los habitantes de Melida/Daan estaban
sumidos en su propio conflicto, pero no hacían daño a otro mundo que no fuese el
suyo.
Obi-Wan había pedido permiso para ir a las calles con Cerasi, y Qui-Gon se lo
había dado. Sabía que cuando dijese a su padawan que tenían que irse, no iba a
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
querer. Sin embargo, le obedecería. Era su primer deber como padawan, y Obi-Wan
era un Jedi hasta la médula.
Su misión estaba a punto de terminar con éxito. Sin embargo, un presagio que le
pesaba como una losa se alojaba en su pecho. Su instinto le advertía, pero no podía
concretar de qué le advertía o cómo le iba a afectar esa advertencia.
Oyó pasos que se acercaban corriendo. Nield irrumpió en la habitación
acompañado de Obi-Wan y Cerasi. Qui-Gon estaba asombrado por cómo se
coordinaban. Sus movimientos encajaban perfectamente, pese a que Obi-Wan
tenía las piernas más largas y Cerasi era más delgada.
— ¡Reunión para todos! —gritó Nield—. ¡Tenemos noticias!
Nield se subió en la tumba más grande. Los chicos y las chicas se reunieron en
torno a él, procedentes de las estaciones estratégicas situadas alrededor de la
habitación y de los túneles adyacentes. Volvieron sus caras expectantes hacia él.
—Nuestra batalla ha terminado —dijo Nield—. ¡Hemos conseguido una victoria
total!
Los Jóvenes gritaron de alegría. Nield levantó una mano.
—Nuestra incursión en el almacén de armas Daan fue un éxito. Hemos robado
las armas de los Daan para que no las malgasten atacando a los Melida o a
adversarios imaginarios. Las hemos puesto en el Túnel Norte. Los Melida —Nield
hizo una pausa, sonriente— ¡volaron sus propios arsenales para que no cayeran en
manos de los Daan!
Los Jóvenes rompieron a reír con grandes carcajadas. Gritaban de alegría.
—Hemos mandado mensajes a ambos bandos, haciéndoles saber que los
Jóvenes estábamos detrás de todas las batallas, y que les hemos ganado y robado
sus armas. Sin las armas, los Mayores no pueden luchar entre ellos. ¡Hoy se ha
dado un paso de gigante hacia la paz!
La emoción se podía palpar en la habitación. Qui-Gon vio cómo se agachaba
Nield para coger la mano de Cerasi. La subió y la colocó a su lado. Después alcanzó
a Obi-Wan. Sonriendo, Obi-Wan saltó para subirse a la tumba y situarse entre los
dos líderes.
Los Jóvenes se acercaban para tocar su túnica. Obi-Wan se agachó para tocar
sus cabezas y aceptar las felicitaciones. Levantó los brazos junto a Nield y Cerasi.
Ni siquiera miró una sola vez a Qui-Gon. Era como si el Maestro Jedi no estuviese
en la habitación. Era como si Obi-Wan no fuera un Jedi.
Qui-Gon pensó que su padawan realmente formaba parte de ellos. Como si se
hubiese convertido en uno de los Jóvenes.
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
Capítulo 13
Qui-Gon salió de la habitación principal y buscó un lugar tranquilo en un túnel
adyacente para contactar con Yoda. El Maestro Jedi apareció en la forma de un
holograma en miniatura. Rápidamente, Qui-Gon le informó de la situación y del
rescate de Tahl.
Yoda se pasó una mano por la frente, haciendo un gesto de alivio.
—Esas noticias aliviado estoy de oír —dijo—. Que Tahl está grave preocupado
estoy de oír. Cuidados necesita.
—Marcharemos tan pronto como ella se encuentre con fuerzas y no haya peligro
—prometió Qui-Gon—, pero dejo Melida/Daan en un momento crítico.
Yoda asintió varias veces.
—Ya te he escuchado, Qui-Gon. Pero recordarte debo que ni los Melida ni los
Daan tu ayuda han pedido. Un Jedi casi sacrifiqué. Dispuesto a sacrificar otros dos
no estoy.
—Podríamos llevar a Tahl y luego volver —sugirió Qui-Gon.
Yoda hizo una pausa.
—Al Consejo Jedi tú antes deberías ir —dijo finalmente—. Yo solo tomar esta
decisión no puedo. El cuidado de Tahl la obligación debe ser. Y luego decidir si
ayuda podemos darle. Hasta entonces tomar partido los Jedi no deberían. Poner en
peligro la paz podríamos. Evitar interferir en un bando o en otro debemos.
Como siempre, Yoda tenía razón. Los Melida ya debían de estar enfadados
porque los Jedi habían irrumpido en sus barracones. Y si los Daan se enteraban de
que Obi-Wan había participado en la incursión a su territorio, también se iban a
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enfadar.
Hizo una reverencia.
—Espero que Tahl esté preparada para marchar mañana. Volveré pronto,
Maestro.
—Con ilusión ese día yo esperaré —dijo Yoda amablemente.
El holograma parpadeó y desapareció.
***
— ¿Volver? ¡No podemos volver! —exclamó Obi-Wan—. No podemos
abandonar a los Jóvenes ahora. Nos necesitan.
—No hemos recibido una petición oficial para intervenir —dijo Qui-Gon
pacientemente—. Quizás a la vuelta, en Coruscant, el Consejo Jedi...
—No podemos esperar a que el Consejo Jedi tome una decisión —interrumpió
Obi-Wan, negando con la cabeza—. Si esperamos tanto, los Melida y los Daan se
rearmarán. Ahora es el momento de actuar.
—Obi-Wan, escúchame —dijo Qui-Gon con irritación—. Yoda me ha ordenado
personalmente que volvamos. Tahl necesita que la cuiden.
—Lo que necesita es descanso y cuidados médicos —se quejó Obi-Wan—.
Podemos dárselos aquí. Cerasi puede indicarme dónde encontrarlos. Podemos
traer a un médico o encontrar un lugar donde esté segura...
—No —dijo Qui-Gon, negando con la cabeza—. Tiene que volver al Templo. No
podemos hacer nada más aquí, padawan. Nos iremos mañana.
—Parte de nuestra misión era pacificar el planeta si podíamos —insistió
Obi-Wan—. No lo hemos hecho, pero ¡podemos hacerlo si nos quedamos!
—No se nos ha pedido que...
— ¡Los Jóvenes nos lo han pedido! —exclamó Obi-Wan.
—Ésa no es una petición oficial —replicó Qui-Gon, agotado.
El chico empezaba a acabar con su paciencia.
—Tú has roto las reglas otras veces, Qui-Gon —argumentó Obi-Wan —. Por
ejemplo, en Gala me dejaste y te fuiste a las colinas cuando habías recibido órdenes
de quedarte en el palacio. Rompiste las reglas porque te convenía.
Qui-Gon respiró hondo para tratar de controlar su enfado. No lograría aplacar la
ira de Obi-Wan si mostraba la suya.
—No rompí las normas porque me viniese bien, sino porque a veces, en una
misión, las reglas sólo entorpecen —dijo con cuidado—. Pero éste no es el caso.
Creo que Yoda tiene razón.
—Pero... —interrumpió Obi-Wan, pero Qui-Gon levantó una mano.
—Mañana nos iremos, padawan —dijo firmemente.
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Jude Watson Star Wars Los defensores de los muertos
Capítulo 14
Lleno de rabia y frustración, Obi-Wan no supo qué responder a Cerasi. Fue
Qui-Gon quien dijo amablemente:
—Lo siento, Cerasi. Nos marchamos mañana.
Obi-Wan no quiso ni ver la reacción de Cerasi. Se giró, con un gran dolor en su
corazón. La había decepcionado.
No podía hacer nada. No iba a cambiar la opinión de Qui-Gon. Obi-Wan le ayudó
a atender a Tahl. La cuidaron, dándole caldo y té. Cerasi había traído el botiquín de
Qui-Gon y pudo curarle algunas heridas. Ya parecía más fuerte. Obi-Wan sabía que
estaría lista para viajar al día siguiente. Los poderes de recuperación de los Jedi
eran asombrosos.
En cuanto acabaron de cuidar a Tahl, Obi-Wan se sentó, apoyándose en una
pared, e intentó calmar sus sentimientos de dolor. Le había pasado algo que no
comprendía. Sentía como si hubiese dos personas en él: un Jedi y una persona
llamada Obi-Wan. Antes nunca había podido separar ambas partes.
No se había comportado como un Jedi con Nield y Cerasi. Había sido uno de
ellos. No había necesitado la Fuerza para sentirse unido a algo más fuerte que él.
Y ahora, Qui-Gon le pedía que dejara a sus amigos justo cuando más le
necesitaban. Le habían rogado que les ayudara, habían luchado a su lado, y ahora
se tenía que ir, precisamente porque una persona mayor le decía que tenía que
hacerlo.
La lealtad parecía un concepto más fácil de entender en el Templo. Pensaba que
había sido el mejor padawan imaginable. Había logrado unir su cuerpo y su mente
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está equivocado. Eso es lo que se llama respeto —miró a Nield—. Puede que yo
haya vivido demasiado tiempo en la oscuridad, pero no puedo verlo claro.
Obi-Wan permaneció de pie ante ellos, acobardado. Se sentía confuso. La vida
de un Jedi siempre le había parecido clara como una fuente de agua pura, pero
Cerasi había embarrado el agua, llenándola de dudas.
—Os ayudaría si pudiese —dijo finalmente—. Si pudiera hacer algo que os
hiciese cambiar de opinión sobre mí...
Nield y Cerasi se miraron, y luego se volvieron hacia él.
— ¿Qué pasa? —preguntó Obi-Wan.
—Tenemos un plan —dijo Cerasi.
Obi-Wan se acercó a ellos.
—Contadme.
Nield y Cerasi se agruparon junto a él, con las frentes casi tocándose.
—Sabes que hay torres deflectoras alrededor de la ciudad —susurró Cerasi—. Y
también alrededor del centro Melida. Esas torres controlan el campo de partículas
que impide la entrada y que separa a los Melida de los Daan.
—Sí, las he visto —asintió Obi-Wan. Nield se acercó un poco más.
—Hemos entrado en contacto con los Jóvenes que están fuera de la ciudad
—dijo—y les hemos mandado un mensaje explicándoles que hemos tenido éxito en
la captura de las armas de los dos bandos. Hay muchos pueblos destruidos
alrededor de la ciudad, y muchos de esos chicos viven allí, en el campo. Cientos.
Miles, si consideramos un área amplia. Todos están conectados a través de una red.
Si conseguimos romper los campos de partículas, ellos podrían entrar en Zehava.
—Y, además, tienen armas —añadió tranquilamente Cerasi—. Tendríamos un
ejército. Los Mayores no solamente serían inferiores en número, sino que, además,
no tendrían nada con lo que luchar. Si tenemos cuidado y los Mayores son lo
suficientemente inteligentes para rendirse, podríamos ganar una guerra sin
necesidad de matar a nadie.
—Parece un buen plan —dijo Obi-Wan —, pero ¿cómo vais a acabar con las
torres deflectoras?
—Ése es nuestro problema —dijo Nield—. Sólo pueden ser destruidas desde el
aire. Todo lo que necesitamos es una nave.
—No podemos utilizar las nuestras —explicó Cerasi—. Las torres tienen un
sistema de defensa, y las nuestras no son lo suficientemente rápidas. Necesitamos
un caza de combate.
Cerasi y Nield miraron fijamente a Obi-Wan.
—Sabemos que llegaste volando con algún tipo de nave a Melida/Daan.
¿Podrías llevarnos en esa nave para realizar nuestra misión? —preguntó Cerasi.
Obi-Wan se quedó sin respiración. Cerasi y Nield le estaban pidiendo un gran
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Capítulo 15
Escaparon antes del amanecer. Cerasi les condujo a través de los túneles hasta
el Círculo Exterior. Después dejaron atrás Zehava por el mismo camino por el que
habían llegado Qui-Gon y Obi-Wan, a través de la Sala de la Evidencia y saltando el
muro. Esta vez, Nield había traído una cuerda fina de carbono que lanzó hacia
arriba. Gracias a su campo magnético, la cuerda se adhirió a la superficie metálica,
y así pudieron escalarla fácilmente.
Llegaron veloces hasta el transporte, en la grisácea luz de la mañana. Los tres
llevaban granadas de protones en sus mochilas. Pesaban mucho, pero apenas
notaban el peso. Estaban ansiosos por llegar a la nave y comenzar su misión.
Cuando llegaron al caza de combate, Nield y Cerasi ayudaron a Obi-Wan a retirar
las ramas y los arbustos que escondían la nave. Nield sonrió cuando vio el aparato.
Después se dio cuenta del rasguño que lucía en un lateral. Se volvió hacia Obi-Wan.
—Hay algo que debería haberte preguntado. ¿Eres un buen piloto?
Obi-Wan le miró inexpresivo durante un momento. Cerasi rompió a reír. Nield y
Obi-Wan se rieron también, con el sonido de los cañones al fondo.
—Creo que lo vamos a comprobar ahora mismo —dijo Cerasi alegremente.
Subieron a la nave. Obi-Wan se deslizó hacia el asiento del piloto. Durante un
momento dudó, mirando los controles. La última vez que había estado allí fue
cuando aterrizó en Melida/Daan, con Qui-Gon sentado en el asiento del copiloto.
Qui-Gon había bromeado sobre el golpe del lateral, y Obi-Wan sintió una punzada
de remordimiento. ¿Estaba actuando correctamente? ¿Merecía aquella causa
traicionar a Qui-Gon?
Cerasi tocó su muñeca con cariño.
—Sabemos que es difícil para ti, Obi-Wan. Eso hace que tu sacrificio valga aún
más para nosotros.
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Disparad.
Otra nave se acercó por la izquierda, y el aprendiz de Jedi comprobó que otras
empezaban a emerger, como insectos, probablemente procedentes de los cuarteles
militares Daan. Obi-Wan calculó lo que tardarían los flotantes en acercarse, debido
a su menor velocidad. Tenía que permanecer a una altura determinada para que
Nield y Cerasi pudiesen apuntar. Tenían el tiempo justo...
Abrió un panel de disparo para Nield. Pegándose al casco del caza de combate,
Nield apuntó con su cañón láser. Cerasi esperó con las manos agarradas a sus
propios controles.
— ¡Ahora! —gritó Obi-Wan, pasando muy cerca de la torre y causando un gran
zumbido.
Cerasi y Nield dispararon. En cuanto cayeron los proyectiles, Obi-Wan puso los
motores al máximo de potencia y elevó el caza, alejándose de la nave que se
acercaba por su izquierda. Iban escoltados por los disparos de las naves. Uno de
ellos les rozó un ala, pero el impacto no fue importante.
Cerasi y Nield habían acertado de pleno a la torre. Obi-Wan sintió la vibración de
la onda expansiva en el casco del caza de combate. El flotante que les perseguía
también vibró, y su piloto tuvo que realizar varias maniobras para hacerse de nuevo
con el control. El campo de partículas era casi visible y podía verse descompuesto
en una cascada de pequeños átomos de energía azul.
Obi-Wan, Cerasi y Nield se alegraron al verlo, y el joven aprendiz de Jedi giró
para encararse con la siguiente torre. Al hacerlo, comprobaron que las naves
militares estaban muy cerca de ellos.
—Siete naves —contó Cerasi. Su cara reflejaba preocupación. — ¿Podemos
lograrlo, Obi-Wan?
—Si vamos rápido, sí. ¿Puedes apuntar allí abajo? —preguntó Obi-Wan,
moviéndose entre el fuego del enemigo.
Cerasi sonrió.
—Sin ningún problema. Nield colocó su cañón.
—Hazlo.
Obi-Wan puso los motores a tope. El caza de combate surcó el cielo a máxima
velocidad. Sabía que técnicamente iba demasiado deprisa para esa altitud, pero
también sabía que podía controlar el aparato. Y no llevaba a nadie en el asiento del
copiloto que le recordase las normas de aviación o le advirtiese del peligro de pilotar
así. Se sintió emocionado. Por primera vez en su vida no tenía que responder ante
nadie. No había normas Jedi, ni una sabiduría superior a bordo de ese vuelo.
Bajó zigzagueando, moviendo la nave tanto como podía. Los flotantes le
perseguían, disparando pero sin acercarse por temor a colisionar con la nave.
Usando la Fuerza como guía, Obi-Wan fue capaz de esquivar los disparos más
peligrosos.
A medida que se acercaban, los deslizadores eran más peligrosos. Uno de ellos
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Capítulo 16
Qui-Gon se había levantado pronto y fue a ver cómo estaba Tahl. Dormía
profundamente. Eso era buena señal. El sueño era la mejor cura hasta que pudieran
llegar a Coruscant.
Vio que Obi-Wan había desaparecido, al igual que Nield y Cerasi. No había duda
de que había querido hacer algo junto a sus amigos antes de marcharse. Qui-Gon
no se preocupó en exceso. Sabía que era difícil para el chico despedirse de sus
amigos.
Y había hecho planes por su cuenta.
Había dicho a una chica callada llamada Roenni que vigilara a Tahl. Después
había viajado a través de los túneles, por la ruta de la noche anterior, deslizándose
sin ser visto mientras los Jóvenes celebraban su victoria.
Cuando salió al campo, en los barrios abandonados de la frontera Melida y Daan
todavía estaba oscuro. Unas pocas estrellas lucían en un cielo despejado que se iba
volviendo cada vez más claro.
Qui-Gon esperó hasta que estuvo seguro de que habían llegado todas las
personas que él había invitado. Después caminó hacia el edificio parcialmente
bombardeado que había en una esquina.
Anoche había mandado una nota a Wehutti a través de un mensajero de los
Jóvenes, y había pedido un encuentro entre los Consejos Melida y Daan. Había
sugerido que les convenía verse. Tenía noticias de los Jóvenes que deberían saber.
Hasta entonces no estuvo seguro de si alguien le habría delatado. Tampoco
estaba seguro de que cualquiera de los dos bandos quisiera capturarle. Era una
apuesta desesperada. Estaba preparado para cualquier cosa. Pero tenía que hacer
un último intento para lograr la paz antes de abandonar Melida/Daan. Había visto,
en la expresión de su cara, cómo se le rompía el corazón a Obi-Wan. Lo haría por su
padawan.
Se paró un momento a escuchar, cerca de una ventana rota.
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— ¿Dónde está el Jedi? —preguntó una voz en un tono frío—. Si eso es otro
sucio truco Melida os juro por la honorable memoria de nuestros antepasados que
tomaremos represalia.
—Otra sucia trampa Daan querréis decir —Qui-Gon reconoció la voz de Wehutti
—. Es cobarde, en nombre de vuestros honorables, o no, ancestros, desafiar a
vuestros enemigos a un encuentro con falsas perspectivas. Nuestras tropas estarán
aquí en unos segundos.
— ¿Y qué harán? ¿Tirar piedrecitas? —la otra voz sonaba divertida—. ¿No
fueron los Melida los que volaron sus propios arsenales temiendo un ataque Daan?
— ¿Y no fueron los Daan los que se dejaron robar sus armas en sus propias
narices? —contraatacó Wehutti.
Qui-Gon sabía que era el momento de aparecer. Subió por encima de un muro
medio derrumbado. Los miembros del Consejo Melida estaban de pie en un lado de
la habitación, fuertemente armados y con sus armaduras puestas. Los Daan
estaban en el lado contrario de la habitación, idénticamente pertrechados. Todos los
miembros del Consejo mostraban cicatrices y señales de haber sido heridos. A
algunos les faltaban brazos o piernas, otros respiraban a través de máscaras.
—Ni trucos ni estratagemas —dijo Qui-Gon, irrumpiendo en medio de la
habitación —. Si los Melida y los Daan cooperan, esto no nos ocupará mucho
tiempo.
Qui-Gon examinó la habitación, viendo las caras escépticas de los miembros de
ambos Consejos. Por lo menos los dos grupos tenían algo en común: la
desconfianza.
— ¿Qué nos vas a contar de los Jóvenes? —preguntó Wehutti con impaciencia.
— ¿Y por qué nos debería interesar lo que hagan esos chicos? —preguntó un
anciano Daan impetuosamente.
—Porque ayer ellos hicieron que os volvieseis locos —contestó tranquilamente
Qui-Gon.
Hizo una pausa mientras observaba cómo las miradas de odio se clavaban en él.
—Y por una razón mucho más práctica, porque os han robado las armas
—añadió—. Ellos os pidieron el desarme, pero no les hicisteis caso. Obviamente,
han sido capaces de lograr lo que pedían.
—Sólo tenemos que recuperar nuestras armas —dijo el líder de los Daan,
respirando a través de una máscara—. Pan comido.
—Os advierto —dijo Qui-Gon, girándose para mirar a todos los asistentes de la
reunión—que no deberíais subestimar a los Jóvenes. Han aprendido de vosotros a
luchar. Han aprendido vuestra determinación. Y, además, tienen sus propias ideas.
— ¿Nos has hecho venir para escuchar esto? —gritó el líder Daan—. Si es así,
ya he oído suficiente.
—Por una vez, estoy de acuerdo con Gueni —dijo Wehutti, refiriéndose al
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Capítulo 17
—No nos reuniremos con ellos —dijo Nield a Qui-Gon con fiereza—. Sé lo que
valen sus promesas. Han aceptado para distraernos. Nos dirán que quieren que
dejemos las armas y luego comenzarán a luchar otra vez. Su derrota está
demasiado cerca. Si cedemos, pensarán que somos débiles.
—Saben que les habéis arrinconado —argumentó Qui-Gon —. Están deseosos
de hablar. Ya has ganado, Nield. Ahora recoge los frutos de tu victoria.
Cerasi se cruzó de brazos.
—No estamos locos, Qui-Gon. Por eso ganamos.
Qui-Gon se giró. Llevaba discutiendo con Cerasi y Nield desde que había vuelto,
y no había conseguido nada. El problema estaba fuera de su control.
Obi-Wan estaba sentado en una mesa de madera, observando. No había dado
su opinión ni había intentado convencer a Cerasi o a Nield. Qui-Gon se había dado
cuenta de esto sorprendido. Obi-Wan quería la paz en el planeta. ¿Por qué no hacía
nada ahora? Una vez más, cuando trató de ponerse en contacto con su padawan
sólo encontró el vacío.
Los cuarteles estaban ahora llenos de chicos y chicas que habían llegado de los
campos. Había más reunidos arriba, en los parques y en las plazas. Los Jóvenes se
habían movilizado, trayendo toda la comida que tenían e intentando crear un
sistema de suministro. Llevaría todo el día hacer que todos comiesen, pero estaban
decididos a lograrlo.
— ¿Cómo volasteis las torres? —preguntó Qui-Gon con curiosidad a Nield y a
Cerasi.
Era una pregunta que se hacía desde que se había enterado de los hechos.
—Tenéis que haberlo hecho desde el aire, pero vuestras naves no pueden
hacerlo. Hubieseis necesitado...
Qui-Gon se detuvo. Se giró hacia Obi-Wan. Lentamente, Obi-Wan echó su silla
hacia atrás. Qui-Gon oyó cómo rallaba en el suelo de piedra. Después se puso de
pie. No vaciló ni retiró la mirada. Miró directamente a Obi-Wan.
—Así que fuiste tú —dijo Qui-Gon —. Utilizaste el caza de combate. Lo cogiste
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aunque sabías que era nuestra única forma de salir de este planeta. Lo cogiste
aunque sabías que era la única esperanza de vida de Tahl.
Obi-Wan asintió.
Cerasi y Nield miraban primero a un Jedi, luego al otro. Cerasi empezó a hablar,
pero no dijo nada. El problema era entre Qui-Gon y Obi-Wan.
—Por favor, ven conmigo, Obi-Wan —dijo Qui-Gon con tono cortante.
Le llevó a un túnel adyacente donde pudieran hablar en privado. Esperó unos
momentos para recomponerse. La amargura no tenía que superarle. Y, aun así,
surgió en él. Obi-Wan había roto su confianza.
No sabía qué decir. Sus emociones le dominaban. Qui-Gon hizo un esfuerzo para
acordarse de la preparación que había recibido en el Templo. Según el Código Jedi,
tenía que reñir a su padawan. Pero primero tenía que describir la ofensa. Era el
deber de todo Maestro: hacerlo sin juzgarle.
Agradecido de tener un pensamiento claro, Qui-Gon respiró profundamente.
—Te ordené que no tomaras partido en esto.
—Sí —respondió tranquilamente Obi-Wan.
Era el deber de un padawan no discutir sus faltas. —Te ordené que estuvieses
preparado para partir en cualquier momento —dijo.
—Sí —replicó Obi-Wan.
—Te ordené que tu mayor preocupación tenía que ser la salud de Tahl. Y, sin
embargo, has puesto en peligro su vida cogiendo el único transporte que tenemos y
utilizándolo para una misión peligrosa.
—Sí —repitió Obi-Wan por tercera vez. Qui-Gon tragó saliva con dificultad.
—Haciendo eso no sólo has puesto en peligro la salud de Tahl, sino el proceso de
paz en Melida/Daan. Obi-Wan dudó por primera vez.
—Yo ayudé a que el proceso de paz...
—Ésa es tu interpretación de los hechos —interrumpió Qui-Gon—, pero ésas no
eran tus órdenes. Tu Maestro y el Maestro Jedi Yoda habían decidido que la
intervención de los Jedi en este caso sólo perjudicaría a los Melida y a los Daan, e
incluso interferir en el proceso de paz. Yo te había dicho todo esto. ¿No es verdad,
Obi-Wan?
—Sí —admitió Obi-Wan—. Es verdad.
Qui-Gon hizo una pausa y se concentró en sí mismo para considerar toda la
sabiduría Jedi que había sobre la relación entre un Maestro y su padawan: que las
reglas habían evolucionado a lo largo de miles de años; que la promesa de
obediencia de los padawan no tenía nada que ver con ejercer el poder, sino con
obtener sabiduría y ser humilde en el cumplimiento del deber; y que él no estaba allí
para castigar a Obi-Wan, ni siquiera para enseñarle, sino para ayudarle en su
desarrollo personal hasta que creciera y se convirtiera en un Caballero Jedi.
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Capítulo 18
El caos reinaba en los túneles. Los pasajes rebosaban de chicos que corrían
desesperados para intentar escapar de la batalla que se desarrollaba sobre sus
cabezas. Algunos estaban heridos, otros corrían para rearmarse y contraatacar.
Cientos de Jóvenes habían quedado atrapados en los parques y en las plazas.
Necesitaban refuerzos.
—Necesitamos médicos y una línea de abastecimiento de armas —dijo Cerasi.
Obi-Wan se apresuró a unirse a Cerasi y a Nield. Qui-Gon vio la angustia que se
reflejaba en sus tres caras. Era verdad que su padawan ayudaría en todo cuanto
pudiese, pero ellos tenían que marcharse del planeta inmediatamente para llevarse
a Tahl. Ahora era absolutamente necesario.
Qui-Gon corrió al lado de Tahl. Estaba sentada, intentando oír y entender qué
pasaba a su alrededor. Se arrodilló a su lado.
—Yo quería ir a la ciudad a conseguir una nave y algo de ayuda médica, pero me
temo que eso es imposible ahora. La guerra ha comenzado de nuevo, y nosotros
tenemos que irnos inmediatamente.
Ella asintió.
—De acuerdo. Puedo caminar, Qui-Gon. Tus medicinas me han ayudado mucho.
Puedo hacerlo, si me guías.
Qui-Gon se dobló para recoger sus cosas. Habían perdido sus equipos de
supervivencia, pero habían estado recopilando reservas. Las metió en la mochila
que les había dado Cerasi.
Cuando se volvió para buscar a Obi-Wan, el chico había desaparecido.
Cerasi y Nield tampoco estaban. Qui-Gon soltó la mochila y comenzó a buscar en
los túneles adyacentes. Fue lo más lejos que pudo, pero era una pérdida de tiempo.
Probablemente, Obi-Wan se habría ido a la superficie con Nield y Cerasi.
Quizás el chico pensaba que Qui-Gon estaría cogiendo más reservas, como el
propio Maestro Jedi le había contado. El padawan se reuniría con él en el caza de
combate. Obi-Wan le había vuelto a desobedecer, pero Qui-Gon estaba seguro de
que aparecería por la nave a la hora de partir.
En cualquier caso, no podía desperdiciar más tiempo. Recogió todas sus cosas,
ayudó a Tahl a ponerse de pie y empezó a andar por los túneles, de camino a las
afueras de Zehava.
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***
Cuando Obi-Wan, Cerasi y Nield salieron al exterior pudieron oír los gritos de los
chicos y oler el humo que llenaba las calles. Se pusieron a cubierto, detrás de un
muro. Había cazas de combate sobrevolando los parques donde se habían reunido
los Jóvenes. Los chicos corrían para ponerse a salvo o trataban de derribar las
naves con lanzatorpedos que colocaban sobre sus hombros. Pero las naves
esquivaban los disparos fácilmente.
— ¡Están desperdiciando munición! —gritó Nield.
—Deben de haber traído los cazas desde otra base —dijo Cerasi—. O puede que
los tuviesen escondidos en algún lugar que nosotros desconocíamos. ¡Pero no
podemos luchar contra ellos desde el suelo!
Obi-Wan se subió al muro. Un caza de combate se acercaba. Vio cómo
empezaba a disparar rápidas ráfagas que caían sobre la hierba. Una chica corrió a
cubrirse, pero otro chico no tuvo tanta suerte. El disparo le alcanzó en una pierna y
le hizo caer al suelo. Antes de que Obi-Wan se pudiera mover, otros chicos ya
habían acudido en su ayuda. La angustia le desbordaba. ¡Los Jóvenes estaban
desprotegidos!
Cerasi mantuvo sus ojos cerrados, como si no pudiese soportar seguir viendo
todo aquello.
—Tenemos que parar esto —dijo con un tono neutro.
—Son sólo tres cazas de combate —dijo Obi-Wan, mirando al cielo.
—Es suficiente —dijo Nield con dolor—. Tenemos que organizarnos. ¡Van a
acabar con la mitad de nosotros si no hacemos algo!
Nield se volvió hacia Obi-Wan.
—Necesitamos tu nave otra vez, amigo. Tenemos que luchar contra ellos desde
el aire. Con tus habilidades como piloto podremos derribarles como hicimos con las
torres deflectoras.
Confundido, Obi-Wan miró a sus amigos.
—Me prometiste que no me pediríais nada más que fuese contra las órdenes de
Qui-Gon.
—Pero todo ha cambiado, Obi-Wan —suplicó Cerasi—. Mira a tu alrededor.
Están matando niños. Perderemos todo si no podemos luchar desde el aire.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Cerasi.
—Por favor.
Los gritos de los niños taladraban los oídos de Obi-Wan. Aunque él estaba a
salvo, detrás del muro, se sentía como atravesado por miles de disparos láser. Su
ser se había dividido en dos. Todo lo que conocía, lo que pensaba que era
importante, había desaparecido. Las enseñanzas Jedi no tenían ningún sentido
para él. No significaban nada comparado con lo que tenía a su alrededor.
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Capítulo 19
Obi-Wan corrió sin detenerse. Tenía que llegar a la nave antes que Qui-Gon. No
quería discutir con él. Si Qui-Gon trataba de detenerle, ¿qué iba a hacer? Rechazó
ese pensamiento. Tenía que llegar antes. Llevar a Tahl haría avanzar despacio a
Qui-Gon.
Pero él había infravalorado la determinación y la velocidad de dos Caballeros
Jedi. Mientras corría hacia el cañón, Obi-Wan vio a Qui-Gon levantar la última de las
ramas que cubría la nave. Tahl ya estaba dentro.
Aminoró la marcha cuando estuvo a la vista de Qui-Gon. Obi-Wan vio la
expresión de alivio de su Maestro. Qui-Gon pensó que había ido para volver al
Templo con él. El Maestro Jedi esperó de pie al lado de la rampa.
Obi-Wan no le dio oportunidad de hablar. No hubiera podido aguantar las
palabras de bienvenida.
—No he venido para marcharme contigo —dijo—. He venido a llevarme la nave.
La mirada tranquila de Qui-Gon desapareció. Su expresión se congeló.
—Tahl está a bordo —dijo Qui-Gon—. Voy a llevarla a Coruscant.
—Traeré el caza de vuelta —intentó Obi-Wan—. Ahora lo necesito. Vosotros
podríais esperar aquí y...
—No —dijo Qui-Gon, enfadado—. No, padawan. No haré que esta traición te
resulte fácil. Si das este paso, sabrás lo difícil que es.
Ninguno había movido un músculo. Obi-Wan, sin embargo, sabía que Qui-Gon
estaba tan preparado para luchar como él. La Fuerza fluía entre ellos, pero era una
Fuerza turbia, ni oscura ni nítida. Intentó sumergirse en ella, pero no pudo. Era
como intentar atrapar un puñado de arena fina mientras se escapa a través de los
dedos.
No tenía elección. El mundo que tenía a su alrededor se desmoronaba. Tenía
que salvarlo. Tenía que luchar contra Qui-Gon.
Obi-Wan echó mano de su sable láser. Qui-Gon se movió sólo una fracción de
segundo después. Debido a su rapidez, ambos encendieron el arma a la vez.
La luz verde de Qui-Gon refulgió entre la luz grisácea de la mañana. Obi-Wan
sintió cómo palpitaba el láser en su mano. Qui-Gon miraba directamente a los ojos
de Obi-Wan.
Era el momento oportuno. Sólo tenía que dar un paso adelante y desafiar a su
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Maestro. Sólo tenía que mover un músculo y eso sería tomado como un movimiento
ofensivo. Y la batalla comenzaría.
Obi-Wan encontró en los ojos de Qui-Gon la misma angustia que él sentía. Sintió
cómo algo se rompía dentro de él y su resolución fue desapareciendo. No podía
hacerlo.
Los dos bajaron su arma a la vez. Los sables láser se desactivaron con un
zumbido.
Durante un momento, Obi-Wan escuchó el viento que soplaba a lo largo del
cañón.
—Debes elegir, Obi-Wan —le dijo Qui-Gon tranquilamente—. Puedes venir
conmigo o quedarte, pero debes saber que si te quedas nunca serás un Caballero
Jedi.
No llegar a ser nunca un Jedi. ¿Estaba preparado para tomar esa decisión? ¿Era
ésa la mejor manera de decidirlo?
El momento se alargó. El tiempo parecía no avanzar. El enfrentamiento con el
hombre al que había rogado que le enseñase, que le defendiese y le apoyase, de
repente parecía no haber sido real. ¿Cómo había llegado hasta ese punto? ¿Qué
estaba haciendo?
Pero, en medio de su confusión, vio la fiera mirada de Cerasi y oyó las fervientes
palabras de Nield. Todavía podía oler el humo de la batalla, oír los gritos
desesperados. Vio las barricadas en las calles y el ciego odio de los Mayores, que
no se daban cuenta de que estaban destrozando su planeta de parte a parte. Les
vio matar a sus propios hijos.
Podía contar a Qui-Gon la batalla que acababa de presenciar. Podía intentarlo,
pero ya lo había intentado antes. Qui-Gon tenía razón. Tenía que elegir.
Obi-Wan rebuscó en el fondo de su convicción, y la confusión le desbordó de
nuevo. Aquí, en Melida/Daan, había descubierto una realidad más fuerte que todo lo
que había conocido.
—Aquí he encontrado algo más importante que el Código Jedi —dijo Obi-Wan
muy despacio—. Algo por lo que no sólo merece la pena luchar, sino también morir.
Obi-Wan entregó su sable láser a Qui-Gon.
—Puede que tengas que marcharte, Qui-Gon Jinn, pero yo me quedo.
Fue como si las palabras de Obi-Wan hubiesen golpeado directamente la cara de
Qui-Gon. El Maestro Jedi se quedó mirando la mano de Obi-Wan, que le entregaba
en silencio el sable láser. Un gran estremecimiento recorrió el cuerpo fornido del
Caballero Jedi.
Le había herido. Obi-Wan trató de retirar sus palabras, pero no podía. Ya estaban
dichas. Y tenían un significado muy claro.
Qui-Gon no le miró. No dijo ni una palabra. Se volvió y empezó a subir la rampa
para entrar en el caza de combate.
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