La Masacre de Las Bananeras

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LA MASACRE DE LAS BANANERAS

Autor: Credencial Historia


Diciembre 6 de 1928
LA MASACRE DE LAS BANANERAS

Después de varios días de huelga los obreros de la zona bananera en el Departamento del Magdalena, se enfrentaron
con el ejército, desplegado allí para evitar alteraciones del orden público y “un golpe de mano” que tenían planeado los
comunistas, organizadores de la huelga, según rezaba la propaganda difundida por distintos medios de comunicación.
Sobra decir que impresos, pues entonces no había de otros.

¿Qué pretendían los supuestos comunistas al lanzar a los obreros de las bananeras a una huelga que, desde el primer
momento, fue calificada de subversiva por el Gobierno? ¿Qué intentaban subvertir los obreros de la zona bananera?
¿Acaso estaban formando un ciclón revolucionario bolchevique –como editorializaban los respetados periódicos
conservadores y preconizaban desde los púlpitos los venerables representantes de Dios en la Tierra—ciclón que barrería
con las vidas y haciendas de la gente de bien?

No podría explicarse, ni menos comprenderse, por qué ocurrió un episodio como la masacre de la Zona bananera del
Magdalena, sin tratar de entender el influjo de un acontecimiento acaecido diez años antes, la Revolución bolchevique
de Rusia, al concluir la primera guerra Mundial, y el establecimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
primera república socialista en el mundo, que a su vez produjo el nacimiento de dos corrientes opuestas: la de los que
veían por fin materializado el ideal de la igualdad social y de la justicia verdadera, encarnado en Lenin y sus
bolcheviques, la redención de las clases trabajadoras y la condena definitiva de la explotación del hombre por el hombre;
y la de los que advirtieron en La revolución soviética una amenaza mortal para el orden capitalista, la desaparición de la
propiedad privada y el establecimiento de la horrenda dictadura del proletariado.

La primera corriente ganó muchos adeptos en todo el mundo. Los obreros se organizaron en sindicatos, las huelgas se
extendieron y poco a poco los trabajadores le arrancaron al capital amedrentado concesiones y derechos con los que,
diez años atrás, ni se hubieran atrevido a soñar.

En los albores de la revolución soviética el escritor liberal colombiano Max Grillo había pregonado, a mediados de 1919,
que “los obreros [colombianos] desean formar un nuevo partido que tenga por programa las grandes reivindicaciones
socialistas. El liberalismo, por evolución, puede ser ese partido socialista”. No eran palabras vanas. Los intelectuales
liberales, su clase dirigente, su juventud, se lanzaron a una en post del ideal socialista, ya aclamado por Rafael Uribe
Uribe mucho antes de la revolución de octubre de 1917, como un imperativo para el liberalismo.

Los patriarcas Baldomero Sanín Cano, Benjamín Herrera y Max Grillo, y los jóvenes Enrique Olaya Herrera, Alfonso López,
Eduardo Santos, Luis López de Mesa, Eduardo y Agustín Nieto Caballero, Armando Solano, Benjamín Palacio Uribe, Luis
Cano, Enrique Santos, Ricardo Rendón, María Cano, y varios centenares más de la extraordinaria Pléyade de liberales de
la Generación del Centenario que supieron combinar el pensamiento con la acción, acordaron, al comenzar la década de
los veintes, que el propósito sagrado del Partido Liberal, en su búsqueda del poder, era plasmar la reforma social, y
acogieron en su plataforma no pocos de los postulados del socialismo soviético.

Como es natural el Partido Conservador –en el que militaban personalidades progresistas como José Vicente Concha,
Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina o Guillermo Valencia—no podía estar de acuerdo con las prédicas subversivas del
bolcheviquismo, y las combatió sin tregua en el parlamento, en el Gobierno, en la prensa y en los púlpitos. Para 1928 el
liberalismo –todavía minoritario en el Congreso—había popularizado su acción social y gozaba del fervor de las masas.
Los obreros, a los que el sector más reaccionario del conservatismo calificaba de comunistas, eran fervientes liberales
porque encontraban en los editoriales de la prensa liberal, en los discursos de los jefes del liberalismo, en la idea de la
reforma social, su gran esperanza.
Asustados los jefes conservadores y los jerarcas de la Iglesia --que también eran jefes conservadores, o mejor, los
verdaderos jefes—ante la catástrofe electoral que veían venir para 1930, y la inminente caída del régimen conservador,
adoptaron estrategias desesperadas. Una de ellas fue la presentación de la ley 69, que so pretexto de reglamentar la
actividad obrera, buscaba meter en cintura a los sindicatos y disminuir la capacidad de acción política de las masas
liberales “comunistas”.

Esta Ley 69, apodada “Ley heroica” por sus promotores, vedaba que los sindicatos atacaran el derecho de propiedad
privada o desconocieran su legitimidad, les prohibía fomentar la lucha de clases y les desconocía el derecho de promover
huelgas. La divulgación de escritos, carteles y publicaciones que respaldaron los actos declarados ilicititos por la ley 69,
sería sancionada con severidad. En adelante los obreros se convertían en objeto de aguda vigilancia policial. Sancionó la
Ley el Presidente de la República, doctor Miguel Abadía Méndez, jurista eminente, hombre probo, temeroso de Dios y
más temeroso aún de los poderes terrenales que, tal la United Fruit Company, eran así mismo omnímodos, como lo
dijese en alguna ocasión el doctor Eduardo Santos, Director de El Tiempo.

Huelga y Masacre

Las gestiones entre el sindicato obrero de las bananeras, dirigido por Raúl Eduardo Mahecha, y la United Fruit Company,
también llamada Compañía Frutera de Sevilla, llegaron a su punto culminante con la aprobación de la Ley Heroica. La
United endureció sus posiciones y rechazó de plano el pliego de los trabajadores, cuyas peticiones principales eran la
abolición del sistema de contratistas, el aumento general de los salarios, el descanso dominical remunerado, la
indemnización por accidente y la construcción de viviendas decorosas para los obreros de la zona bananera.

La Frutera de Sevilla rechazó esas peticiones “subversivas” amparada en la ley 69 de 30 de octubre de 1928 que había
declarado la ilegalidad anticipada de cualquier pretensión obrero que tratara de obtener, mediante huelgas o
cualesquiera otros medios “de fuerza”, concesiones por parte de los patronos. A los trabajadores de la zona bananera no
les quedó otro recurso que ir a la huelga. Los Directivos de la United movieron enseguida su vasto aparato de influencias
en el alto Gobierno, que desplegó un contingente del ejército, al mando del general Carlos Cortés Vargas, para proteger
las propiedades en la zona bananera, las vidas de los directivos de la United, y el orden público amenazado por “los
comunistas”. La huelga de los trabajadores de la zona comenzó el 12 de noviembre.

Durante el lapso transcurrido entre el 12 de noviembre y el 6 de diciembre la huelga en la zona bananera no fue una
noticia que llamara la atención de la prensa en la remota capital de la república, ni de las capitales departamentales. Los
diarios conservadores se referían a ella como a una peligrosa conspiración comunista, y los liberales daban cuenta de las
justas peticiones formuladas por los trabajadores de la zona bananera; pero sin mayor despliegue en unos y otros.

Los primeros comunicados recibidos en Bogotá daban cuenta de que los huelguistas, hasta ese momento pacíficos,
manipulados por agitadores comunistas, habían emprendido una revolución de tipo bolchevique cuyo primer paso era la
degollina de los directivos de la United Fruit y de sus familias, acto que debía ejecutarse el 6 de diciembre, lo que obligó
a la pronta intervención del ejército. Los huelguistas, resueltos a llevar a cabo sus propósitos, enfrentaron la tropa que, a
la orden dada por el general Carlos Cortés Vargas, disparó contra ellos, mató a varios, tomó el control de la zona y puso
fin con éxito al movimiento subversivo. El Presidente de la república felicitó al general Cortés Vargas por haber salvado al
país de la anarquía.

Hubo enorme confusión en las primeras versiones. Los despachos periodísticos hablaban en unos caos de “miles de
muertos” y en otros de “unos pocos muertos y heridos”. La prensa liberal destacó el hecho de que se había disparados
osbre obreros inermes que efectuaban una marcha pacífica compuesta por trabajadores, sus mujeres y sus niños, dato
reconocido por el propio general Cortés Vargas, que justificó el abaleo en el supuesto de que los huelguistas habían
puesto de mampara a las mujeres y a los niños en la creencia absoluta de que el ejército no se atrevería a dispararles y
que así los obreros podrían llegar a salvo a los cuarteles de Ciénaga y apoderarse de ellos.

El Debate. Gaitán en escena


Sin quererlo, el general Cortés vargas había colocado en primer plano noticioso la huelga de los trabajadores bananeros.
La versión de los miles de muertos pujaba por las primeras planas con la de la conspiración comunista. Nadie podía decir
con certeza cuántos obreros cayeron el 6 de diciembre, pero sí quedó establecido desde el principio que la tropa disparó
sobre hombres y mujeres desarmados y que marchaban en paz, aunque vociferantes y con encendidas consignas
revolucionarias. El editorial de El Tiempo del 7 de diciembre hizo un retrato magistral de la situación:

“No es apropiado todavía llamar revolución, así con esa palabra trascendental que alude al intento de toma del poder
con la violencia, el movimiento de las masas borrascosas del magdalena. Hay una huelga convertida en revuelta, en una
revuelta desastrosa que nosotros no podemos, demás está decirlo, aprobar explícita o implícitamente y cuyos incidentes,
escenas, y complicaciones perjudican ante los espectadores importantes de esta lucha sangrienta la causa justa de los
obreros, el nombre del gobierno, el prestigio que debe ser intocable de las armas de la república, y acaso,
desgraciadamente, los más altos intereses del país.

Desatada la violencia no es discutible la necesidad de restablecer el orden, y el gobierno principalmente es el llamado a


realizar esa tarea. Pero resta averiguar si no hay medidas preferibles y más eficaces que las de dedicar la mitad del
ejército de la República a la matanza de trabajadores colombianos a quienes, durante la huelga mantenida hasta hace
poco en perfecto orden, hizo exaltar y enfurecer la presencia provocadora de las tropas movilizadas, la sustitución de
funcionarios civiles por militares, la certidumbre larga, dolorosamente fundamentada de que la United Fruit Company
tiene corrompida y dominada la organización del Estado en el departamento y la mayoría de los estamentos sociales
directivos…”.

No eran acusaciones veniales y a partir de ellas el liberalismo, adalid de los trabajadores colombianos, asumió el
sangriento episodio de las bananeras como el ariete con el que acabaría de derrumbar el muro del largo reinado
conservador; pero era necesario primero aclarar los hechos y las circunstancia, para lo cual viajó a Ciénaga, y recorrió las
poblaciones de Sevilla y Aracataca, el representante liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Gaitán investigó a fondo. Realizó más de un centenar de entrevistas con obreros y pobladores de la zona, tomó
fotografías de cadáveres insepultos y de los destrozos ocasionados en Ciénaga y Sevilla, que se atribuyeron en principio a
los huelguistas y que, según la investigación de Gaitán, fueron ocasionados, en su mayor parte, por la tropa y por orden
de su comandante el general Cortés Vargas. Armado con una documentación impresionante, regresó Gaitán a Bogotá, y
los días 3, 4, 5 y 6 de septiembre de 1929 suscitó uno de los más intensos e históricos debates que se hayan vivido en el
parlamento colombiano.

¿Qué demostró Gaitán en su debate? Demostró la grave situación de explotación a que eran sometidos los obreros de la
zona bananera por la United Fruit Company; demostró la corruptuela en el departamento propiciada por esa compañía
frutera, que en la práctica gobernaba los destinos del magdalena; demostró que los trabajadores no habían dado ningún
motivo para que se disparara contra ellos, y probó a todas luces que la represión contra los huelguistas del Magdalena
había generado un genocidio y que el número de trabajadores muertos por las balas oficiales en Ciénaga, Aracataca y
Sevilla alcanzó, por lo menos, a trescientos.

"La palabra del Presidente"

En uno de los apartes de su extensa intervención, el representante Jorge Eliécer Gaitán comenta los elogios prodigados
por el Presidente de la República al general Cortés Vargas.

“Ya habéis oído leer [honorables senadores y representantes] la alocución del señor Presidente de la República. Habéis
oído cómo allí se dice, hablando de los obreros, que ellos perpetraron ‘verdaderos delitos de traición y felonía, porque a
trueque de herir al adversario político, no vacilan en atravesar con su puñal envenenado el corazón amante de la Patria’.
Decidle, señores, al taciturno Presidente de la República que aplique estas palabras no a los obreros, que fueron las
víctimas, sino que las aplique a los militares, a los cuáles él les ha hecho el más inconcebible elogio. Que el señor
Presidente de la República se levante sobre la tumba de los sacrificados para escupir su hiel y su veneno, cuando por
simples sentimientos de humanidad tales vocablos le estaban vedados ante la majestad de la muerte y del dolor, es cosa
que causa ironía y que muestra las lacras de la mentida justicia humana. Y que no hable el Presidente de la República de
hechos políticos, aquí donde sólo hubo por parte de los militares pecados contra los artículos del Código penal. Y en esa
alocución misma habéis leído el elogio férvido, el elogio ilimitado que el señor presidente hace a quienes sólo merecen
el dicterio de los hombres que tienen en estima los sentimientos esenciales de la bondad”.

El Debate. Gaitán en escena

Uno de los aludidos merecedor de esos dicterios era el comandante de las fuerzas del Magdalena, general Carlos Cortés
Vargas, a quien Gaitán no se los ahorra. En otro aparte de su intervención, el representante liberal asume el análisis de la
personalidad del general Cortés Vargas, (destituido del ejército dos meses y medio antes del famoso debate de las
bananeras, no por los hechos de la masacre del 6 de diciembre de 1928, sino por su torpe actuación, como Director de la
Policía nacional, en los graves sucesos del 8 de junio de 1929 en Bogotá, que acabaron de remachar el ya irreparable
desprestigio del gobierno conservador).

“Entremos a analizar un poco la personalidad del señor Cortés Vargas; pero no quiero hacerlo con conceptos míos;
quiero apenas presentar documentos que los demuestren; y quiero hacerlo así porque a mí no me guía en esto ninguna
animadversión contra ese señor; personalmente no me interesa; solo un deber imprescindible me obliga a demostrar
ante vosotros quién era el supremo juzgador y cuáles sus actuaciones. Y esto tiene grande importancia para el efecto de
los procesos. Porque aun cuando haya gentes ignorantes que piensen que esto es inútil, yo les digo que quienes hemos
entregado un poco la vida a los estudios penales sabemos que un hombre o una corporación no pueden fallar sin antes
entrar en el estudio de la personalidad del juzgador, de la personalidad del sindicado.

Leamos ante todo una carta dirigida por el señor Cortés Vargas a Santa Marta a persona a quien el doctor Eduardo
Castro, conservador, afirma ser agente de la United Fruit Company en el ferrocarril de Santa marta, después de haber
sido expulsado del ejército. Carta en la cual se ultraja al arzobispo primado de Colombia. Y todavía más, al actual
Ministro de Guerra, doctor Rodríguez Diago. Esta carta está rubricada por el señor juez primero del circuito de Santa
Marta, debidamente autenticada ante él y consta aquí también la certificación de la persona que la facilitó. Esta carta
parece que fue dirigida no con carácter privado sino precisamente para que la conociera todo el mundo en Santa Marta,
ya que son numerosas las personas que allí la leyeron. Se pretendía con ella hacer alarde de la miseria y de la pobreza
que diariamente predica el señor Cortés Vargas”.

A continuación, el representante Gaitán leyó “la sensacional carta de Cortés Vargas”, escrita desde Chapinero el 1º. De
julio de 1929 y dirigida al coronel Gabriel de Páramo en Santa Marta. La carta, que tiene como propósito pedirle al
coronel de Páramo que le gestione un puesto con la United a un médico amigo del general Cortés Vargas (ya ex general),
sirve para que su autor se desahogue y haga menciones desobligantes del arzobispo primado, Ismael Perdomo, y del
Ministro de Guerra, además de mandarle recuerdos a Mr. George, ejecutivo de la United Fruit.

“Como tú sabes muy bien –dice Cortés Vargas en uno de los párrafos de su carta—Rodríguez Diago está de acuerdo con
don Nicolás Dávila, por lo tanto, con Robles y Núñez Roca; caído Rengifo ¿quién defiende el pleito de las bananeras?
Nadie, mejor dicho, yo solo. Sabrás que va para esa Arbeláez, el nuevo director de la Policía, a investigar mis actuaciones
en la zona; Rodríguez Diago lo manda para que se ponga de acuerdo con los villanos de allá. Ahora sí me llevó el diablo,
de seguro que allá no habrá una persona que salga a decir la verdad, no a defenderme, que eso sería pedir mucho”.

Gaitán se limita a apostillar: “… No se lo llevará el diablo, como lo dice, porque bajo el nivel moral de la política en que
nos asfixiamos, no sería extraño que mañana el señor Cortés Vargas fuera el Ministro de Guerra o el candidato a la
presidencia de la República. Si este no fuera el país de los políticos corrompidos, no sería el diablo el que se llevara al
señor Cortés Vargas, sino los guardias del panóptico”.

El diablo no se llevó al general Cortés Vargas, pero sí al régimen conservador, hundido por los muertos del 6 de diciembre
y del 8 de junio. ESM
Fecha de publicación: viernes, 21 julio 2017
Fecha de última actualización: miércoles, 9 marzo 2022
Fuente: https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-190/la-masacre-de-las-bananeras

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