Etica Moral

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2016

"Ética ambiental y su
influencia en el medio
ambiente "

CURSO: MEDIO AMBIENTE

AUTORES:

EGUIA OCHOA, ABEL 20131161B


CASIAS LOPEZ, JHON 20120199C
CHUQUILLANQUI CAMARENA, LUIS 20120331I

SECCION:

ABRIL - 2016
"Cuando efectuamos una valoración moral, siempre
tenemos en vista seres humanos, es decir,
personas. Los valores morales tiene la particularidad de que sólo pueden
referirse aseres personales"(Hessen).
En agradecimiento
Hacia todos aquellos que respetan
El medio ambiente y quieren conservar
El equilibrio que este guardo por mucho tiempo.
INTRODUCCION
Las relaciones entre medio ambiente y sociedad muy comúnmente se enmarcan
exclusivamente en el ámbito de la economía productiva. Dicho análisis es muy
interesante, pues sirve para detectar las causas y las consecuencias de la actividad
humana en el planeta, pero sería erróneo pensar que el ámbito económico es el
causante de los males que hoy nos acechan. Pues no es más que la puesta en práctica
de los valores que alberga la sociedad humana respecto al medio ambiente que lo
rodea.

Hablar de valores es hablar de ética, entendida cómo la reflexión y el estudio de aquellos


actos que los seres humanos realizan de modo consciente y libre. Pero no sólo eso,
más allá del análisis, la ética busca emitir un juicio que determine si esas acciones son
buenas o malas.

Es un juicio ético y no político, que desgraciadamente en algunos casos no coinciden.


La ética ambiental comenzó como una revolución en el pensamiento, como lo hizo
Raquel Carson en 1968 con la publicación de su libro “La primavera silenciosa” donde
acusaba del deterioro ambiental al poder ilimitado del ser humano, así como ella
surgieron muchos pensadores exponiendo las causas y soluciones que podría aliviar las
condiciones del planeta y así la controversia suscitada por la crisis ambiental. La
necesidad de responder mediante una ética ambiental ha generado diversos puntos de
vista. García Heras ha propuesto una tipología de dichos planteamientos y puntos de
vista éticos: Biocentrista, Antropocentrista, Naturalismo ecológico y teologista.
Algunas otras preguntas que intenta responder la ética ambiental son, entre otras: si la
naturaleza en cuanto a hábitat del hombre debe ser materia moral al igual que lo son las
propiedades privadas o la salud, si los paradigmas éticos tradicionales están
capacitados para responder a los problemas derivados de la crisis ecológica, si existen
obligaciones y deberes a los que los hombres deban adecuar sus conductas cuando se
relacionan con espacios naturales, animales o plantas o si la ética debe ser un objeto
privativo del ser humano en cuanto a persona dotada de razón y libertad y lenguaje o
deben se atribuidos a seres no humanos, por ejemplo los simios. Se reflexiona sobre
cuáles deben ser las leyes que se impongan y si la naturaleza genera deberes. Si el
origen de la obligación debe estar en la naturaleza como propugnan pensadores
ecologistas, en el propio hombre como afirmaría Kant o en Dios como propone la Iglesia,
si los animales, plantas y espacios naturales deben ser sujetos de derecho y en última
instancia si el propio campo de reflexión moral debe ser sencillamente ampliado o nos
encontramos ante un cambio de modelo de reflexión.

LOS AUTORES
CAPITULO I
ETICA AMBIENTAL
¿QUE ES LA ETICA AMBIENTAL?

La ética ambiental es una nueva subdisciplina de la filosofía que trata los problemas
éticos planteados en relación con la protección del medio ambiente. Su objetivo estriba
en brindar una justificación ética y una motivación moral a la causa de proteger el medio
ambiente global.

Varios rasgos distintivos de la ética ambiental merecen nuestra atención. En primer


lugar, la ética ambiental es un concepto amplio:

Mientras que la ética tradicional se ocupa principalmente de los deberes mutuos entre
los seres humanos, especialmente entre contemporáneos, la ética ambiental se
extiende más allá de la comunidad y la nación, pues atañe no sólo a todas las personas
en todos los lugares, sino también a los animales y a la naturaleza –la biosfera– tanto
ahora como en el futuro inmediato, incluyendo así a las generaciones venideras.

En segundo lugar, la ética ambiental es interdisciplinaria: existen muchas coincidencias


entre las preocupaciones y las áreas de consenso de la ética, de la política, de la
economía, de las ciencias y de los estudios sobre el medio ambiente. Las perspectivas
y metodologías propias de estas disciplinas constituyen una importante inspiración para
la ética ambiental, y ésta, a su vez, ofrece fundamentos axiológicos para esas
disciplinas. De esta manera, ambas partes se fortalecen, se influyen y se apoyan
mutuamente.

En tercer lugar, la ética ambiental es plural: desde el momento mismo en que fue
concebida, ha sido una disciplina en la que compiten entre sí diferentes ideas y
perspectivas. Tanto el antropocentrismo como la teoría de la liberación y los derechos
de los animales, el biocentrismo como el ecocentrismo, proporcionan justificaciones
éticas singulares y, en cierto modo, razonables para la protección del medio ambiente.
Sus enfoques son diferentes, pero sus objetivos suelen ser los mismos y ambos han
llegado a este consenso: todos tenemos la obligación de proteger al medio ambiente.
Las ideas básicas de la ética ambiental se sustentan y están contenidas en diversas
tradiciones culturales de fuerte arraigo; el pluralismo de las teorías y perspectivas
multiculturales es esencial para que la ética ambiental conserve su vitalidad.
En cuarto lugar, la ética ambiental es global. La crisis ecológica es un problema
planetario: la contaminación del entorno no respeta fronteras nacionales y ningún país
puede abordar por sí sólo este problema. Para hacer frente a la crisis ambiental global
los seres humanos deben llegar a un consenso de valor y cooperar entre sí a nivel
personal, nacional, regional, multinacional y mundial. La protección global del ambiente
requiere una administración global y, por consiguiente, la ética ambiental será por
esencia una ética global con una perspectiva global.

En quinto lugar, la ética ambiental es revolucionaria. En el plano de las ideas, ésta


impugna el antropocentrismo dominante y profundamente enraizado de la ética general
moderna y hace extensivas nuestras obligaciones a las generaciones futuras y a seres
no humanos.

A nivel práctico, la ética ambiental hace una crítica vigorosa del materialismo, del
hedonismo y del consumismo que caracterizan al capitalismo moderno, y reclama, en
cambio, un estilo de vida “verde”, en armonía con la naturaleza. La ética ambiental
intenta encontrar un sistema económico que contemple los límites de la Tierra y las
exigencias de la calidad de la vida. En el terreno político, propugna un orden económico
y político internacional más equitativo, basado en los principios de la democracia, la
justicia global y los derechos humanos universales. Es favorable al pacifismo y contraria
a la carrera armamentista.

En resumidas cuentas, como representación teórica de una idea moral y una orientación
de valor de reciente aparición, la ética ambiental constituye la extensión máxima de la
ética humana; nos exige que reflexionemos y actuemos tanto a nivel local como mundial.
Exige una conciencia moral nueva y más profunda.

EL CONTEXTO DE LA ETICA AMBIENTAL


En 1968 Raquel Carson comenzaba una revolución en el pensamiento, quizá una de las
de mayor peso en la actualidad. En su libro “La primavera silenciosa” acusaba del
deterioro ambiental al poder ilimitado del ser humano. La creencia - surgida en la
modernidad - de que todo lo que el hombre decidía era en sí mismo lo mejor, por haber
sido fruto de una voluntad libérrima, daba primacía y legitimidad absoluta a su acción
sobre la naturaleza. Surgieron con gran fuerza numerosos grupos ecologistas que
adoptaron un pensamiento que responde al nombre de ”ecología profunda” o Deep
Ecology descrito por primera vez por Arme Naess en un artículo publicado por la revista
Inquiry y titulado “The Shallow and the Deep, Long Range Ecology Movement”. Los
principios que proponía este movimiento (Naess 1984) pueden ser resumidos en ocho
grandes puntos: 1) la vida de los seres no humanos es un valor en sí; 2)la riqueza y la
diversidad de estas formas de vida son también valores en sí; 3)los seres humanos no
pueden intervenir de manera destructiva en la vida; 4) a este respecto, la intervención
humana actual es eminentemente excesiva; 5) por consiguiente, las reglas de juego
deben ser radicalmente modificadas; 6) esta modificación radical debe hacerse tanto a
nivel de las estructuras económicas como de las estructuras ideológicas y culturales; 7)
a nivel ideológico, el cambio principal consiste en apreciar más la calidad de la vida que
el goce de los bienes materiales; 8) las personas que acepten estos principios tienen la
obligación de contribuir, directa o indirectamente a la realización de los cambios
fundamentales que aquellos implican.
La controversia suscitada por la crisis ambiental y la necesidad de responder mediante
una ética ambiental ha generado diversos puntos de vista. García Heras ha propuesto
una tipología de dichos planteamientos y puntos de vista éticos:

- Biocentrista: propuesta y desarrollada por el médico teólogo y premio Nobel A.


Schweitzer en su proyecto de “ética del respeto a la vida”. En ella se parte del valor
absoluto de la vida y las relaciones del hombre con los seres vivientes, y se articulan a
partir del principio “yo soy vida que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir”
(Schweitzer, 1960).
- Naturalismo ecológico o geocéntrico: desarrollado por la llamada ética de la tierra de
Leopold y profundizado por el Deep Ecology Movement propuesto por Arme Naess cuyo
dogma central es el equilibrio biótico.

- Antropocentrismo: opción que continúa los modelos convencionales de ética


tradicional reservando en exclusiva el mundo moral para el hombre5 , si bien
extendiendo sus responsabilidades a una correcta conservación y administración de la
naturaleza.

- Teleologismo: este nombre procede fundamentalmente de la obra de Hans Jonas


quien intenta buscar en la metafísica una ética que justifique la conservación de la
naturaleza. Su ética respecto a la naturaleza parte del principio de emergencia cuyo
primer postulado sobre el cual debe centrar sus acciones la humanidad es el de
sobrevivir.

Estas cuatro posiciones podrían simplificarse en dos opciones fundamentales, la


antropocéntrica en la que la relevancia moral recae fundamental o principalmente sobre
el ser humano, y en la cual podría ser incluida la ética de supervivencia de Jonas, y la
biocéntrica o geocéntrica, en la que lo vivo en sus diferentes manifestaciones es el
primer objeto de la moralidad.

DIFERENTES CONCEPTOS DE LA ÉTICA AMBIENTAL

Las cuatro escuelas de la ética ambiental difieren ante todo sobre el alcance de los
deberes mutuos de los seres humanos. Estas cuatro posiciones podrían simplificarse
en dos opciones fundamentales, la antropocéntrica en la que la relevancia moral recae
fundamental o principalmente sobre el ser humano, y en la cual podría ser incluida la
ética de supervivencia de Jonas, y la biocéntrica o geocéntrica, en la que lo vivo en sus
diferentes manifestaciones es el primer objeto de la moralidad.
1. El antropocentrismo

Puede considerarse que el antropocentrismo fue formulado clásicamente por el


presocrático Protágoras de Abdera (411-481 d.C.) al afirmar que “el ser humano es
la medida de todas las cosas”. En aquel tiempo, y prácticamente hasta nuestros
días, el medio ambiente había carecido de la condición de materia moral para una
gran mayoría de filósofos o no se había profundizado como ahora en dicha
condición. La naturaleza situaba entre lo que los estoicos denominaban los
adiaphora, las cosas axiológicamente neutrales desde un punto de vista ético.
Jenofonte afirmaba que la reflexión moral razonaba en el supuesto socrático de que
solamente los asuntos concernientes al hombre poseen dimensión moral. La ética,
se diría, tiene como objeto de reflexión las acciones de los hombres respecto a sí
mismos o respecto a sus semejantes, mientras que la conducta humana respecto a
la no-humano que le rodea: animales, plantas, tierra o aire, carecería de dimensión
moral, a no ser que indirectamente lesionara derechos o intereses de otros hombres
(Gómez-Heras, 1997). Esta posición “antropocéntrica” sobre la ética continuó
durante el Renacimiento, cuando se generalizó la convicción de que solamente tiene
sentido aquello que el hombre recrea, transformándolo a su medida y de acuerdo
con el propio interés. Ideas que subyacen a la imagen mecanicista del cosmos
delineada por Galileo, Bacon o Descartes en la que el hombre es contrapuesto a la
naturaleza como señor, intérprete y dominador de la misma (Ibidem), así como
cuantificador y formalizador matemático de la res extensa encauzada por Descartes
y aplicada por la ciencia moderna (Husserl, 1976). Por último, la disociación hombre-
naturaleza, implícita en la dualidad res cogitans–res extensa, generó la convicción
en el hombre moderno de que éste desarrollaba ciencia y filosofía con la convicción
de que existía un sujeto pensante, que construye una racionalidad matemática y un
objeto pensado, la res extensa, que se configuraba geométricamente conforme a
leyes y formas de tal racionalidad. La naturaleza quedaba reducida a objeto,
sometida a un proceso de substanciación y de potenciación que la incapacitaba para
ser sujeto de derechos y soporte de valores.

Esta última eliminación de la naturaleza como objeto de la ética y su reducción a


objeto de conocimiento, en el fondo lo que “ocultaba era la perversión de la idea de
razón, la monopolización desde hace siglos del término razón como razón técnico-
estratégica tendente a la eficacia, el éxito y el provecho” en lugar de razón concebida
como apertura a todos los factores de la realidad.

Kant formula este punto de partida antropocéntrico al afirmar que “se toma como
deber hacia otros lo que es un deber del hombre hacia sí mismo” de modo que las
obligaciones del hombre frente a la naturaleza y los animales forman parte
“indirectamente” del deber del hombre consigo mismo (Cortina- J. Conill, 1989).

En la actualidad algunos defensores del antropocentrismo parten del propio campo


de la ecología. Así, Gómez Gutiérrez (1997) propone una ética en la que “el respeto
que la Naturaleza reclama es un derecho que nace de la esencia misma de la
supervivencia de las especies como elementos de un sistema estrechamente
integrado. En términos generales lo lícito es defenderse del depredador, controlar al
competidor, respetar al neutral y proteger al colaborador” por lo que “el paradigma
antropocéntrico, precisamente por dar prioridad absoluta a las cuestiones humanas
y por tratarse de la calidad de vida y supervivencia de la especies, no sólo está
capacitado para fundamentar una ética ecológica, sino que tiene que hacerlo”.

Frente a las versiones de esta ética en las que los destinatarios de las
consecuencias de la acción humana fueran excluidos como moralmente poco
relevantes, han aparecido éticas menos antropocéntricas que se hacen cargo de
casos difíciles que involucren precisamente a destinatarios no humanos de las
acciones. Un caso puede ser el de la ética teleológica de Jonas.

Jonas (1979) propone superar la modernidad, lo que él denomina el “programa


baconiano” de conquista de la naturaleza por el hombre que lleva asociada la
consideración de la naturaleza como algo sin valor intrínseco y reducida a mero
instrumento para la satisfacción humana con una ética nueva que hunda sus raíces
en la metafísica. Para Jonas el hombre se ha erigido en amo despótico de la
naturaleza y ésta ha comenzado a resentirse del devastador poder de la técnica
(Rodríguez Duplá, 1997). Este cambio considerado cualitativo, por inaugurar
horizontes inéditos para la acción humana, reclama principios morales nuevos. El
más básico de ellos ordena incondicionalmente la conservación de la especie
humana. El aumento del radio de acción técnica, en especial el riesgo de catástrofe
nuclear y el que conlleva la degradación de la biosfera genera una experiencia de
peligro, una “heurística del miedo” que aviva nuestra sensibilidad hacia la naturaleza
y el valor de los bienes amenazados. A la vista del carácter acumulativo y muchas
veces irreversible de los efectos de la técnica moderna, toda cautela es poca, y la
prudencia recomienda adoptar la máxima de conceder más crédito a los pronósticos
negativos que a los positivos (Jonas, 1979). El resultado de esta “heurística del
miedo” sería el de una “ética de emergencia” que traiga a primer plano los deberes
relativos a la supervivencia de la humanidad y suspenda cautelarmente las
aspiraciones de más alto vuelo, no porque no sean en sí mismas razonables, sino
por el deseo del bien supremo puede tener como precio la desaparición del género
humano (Rodríguez Duplá, 1997).
2. El biocentrismo

Ni la economía ni la política dan explicaciones al origen de los principios, sólo las


distintas filosofías sugieren un marco antropológico en el cual las personas
descubren o intentan descubrir su identidad. Es por ello que para establecer el marco
completo que requiere la resolución del conflicto ambiental, se tuvo que profundizar
hasta la dimensión moral y antropológica. Si en el campo de la sociología, la
economía o la política las distintas opciones, habían desarrollado nuevas formas
desde el paradigma NEP12, no es de extrañar pues que en el terreno filosófico se
planteara también este movimiento, que a su vez se trasladaría al campo de la ética.
Si ésta es consecuencia de la concepción antropológica, lógicamente la valoración
moral de las acciones llevadas a cabo por las personas se deriva de la coherencia
con las respuestas halladas en su sistema filosófico. Además, si los sistemas
filosóficos dependen a su vez de la parcela de realidad que perciben, el paradigma
NEP acabaría modificando el sistema ético de la sociedad.

La ética biocéntrica parte del reconocimiento de un orden en la naturaleza y del


funcionamiento de la ecología previo a la voluntad popular o individual. En este
orden, la vida de los seres no humanos es un valor en sí (Naess, 1984). La moral
"no hagas lo que no te gustaría que te hicieran", que aplicada a la naturaleza se
traduce en "trata bien a la naturaleza y la naturaleza te tratará bien, haz daño a la
naturaleza y la naturaleza pronto te destruirá", a la que un niño llega desde los
hechos de la ecología, es una ética universal que se aplica a nuestras relaciones
con todo tipo de vida en todas las partes del mundo.

Si el antropocentrismo tiene su origen en la voluntad de dominio que caracteriza la


sociedad industrial europea, cuyo objetivo final es liberar al hombre disminuyendo
su dependencia de la naturaleza y consiguiendo objetivos biológicamente no
imprescindibles para la supervivencia (Kostka et al, 1997), para algunos el
biocentrismo tiene su origen en Leopold, quien abre una nueva vía que se enfrenta
radicalmente a la concepción antropocéntrica dominadora o fuerte: “La
Conservación no va a ninguna parte, porque es incompatible con nuestro
abrahámico concepto de la tierra. Abusamos de la tierra porque la miramos como si
nos perteneciera. Si la mirásemos como una comunidad a la que pertenecemos,
empezaríamos a utilizarla con amor y respeto”
La posición biocéntrica se conformó definitivamente en 1979, momento en el que la
tierra es observada a través de una serie de fotografías desde el espacio por primera
vez. A raíz de éstas, el geólogo James Lovelock (1979) en Hipótesis Gaia recupera
la idea de madre tierra (Gaia), y la define como “un sujeto vivo, consciente y capaz
de sentir” puesto que “es la vida la que fabrica en gran medida su propio ambiente”.
Frente al antropocentrismo fuerte y destructor, las distintas formas de biocentrismo
o de la Deep Ecology afirman la prioridad de lo vital. Como consecuencia de ello, se
reivindica un cambio de conciencia que ayude a encontrar nuevos criterios de
progreso, eficiencia y acción racional (Velayos, 1997). En los principios que ahora
se plantean, ya no tiene sentido aquellos que partían de la exclusividad del ser
humano o sus relaciones sociales.

A diferencia de los orígenes de la ética propiamente fisiocéntrica, la ética de


Schweitzer no procedería de principios de la biología o de la ciencia ecológica a
diferencia de los postulados de Leopold, sino de una ética de respeto a la vida
cargada de religiosidad oriental. El hombre que se descubre a sí mismo como “vida
que quiere vivir en medio de vida que quiere vivir” generaría un principio ético que
afirmaría que “bueno es mantener, promover e impulsar a toda vida apta para el
desarrollo a su más alto grado; destruir la vida, causarla daño o impedir su desarrollo
es malo”. Todo ser viviente por el mero hecho de ser viviente, es portador de un
valor intrínseco, consistente en desarrollarse según la ley de vida propia de la
especie. La vida es proclamada valor absoluto, no admite rangos, no clases ni
estratificaciones en quienes la comparten. Es lo más universal y lo que fundamenta
la convivencia entre hombres y cosas, y por ello acreedora del máximo respeto. La
única actitud correcta ante la misma es la veneración, por tratarse de lo más santo
en el Universo. De la vida se tiene vivencia mística, que se expresa en respeto hacia
los vivientes y su medio, así la raíz del mundo moral tendría que ver no tanto con
normas racionalmente adquiridas y sancionadas sino más bien con instancias
intuitivo-emocionales, e incluso estéticas. Categorías como “solidaridad cósmica”,
“empatía con la naturaleza” o “santidad de vida”13 inspiran un discurso pleno de
amor y servicio a la naturaleza (Gómez-Heras, Ibidem).

3. La aportación del pensamiento católico a la ética ambiental

La postura de la Iglesia Católica, al igual que la de gobiernos y otras instituciones,


con respecto al medio ambiente no fue expresada explícitamente hasta que los
problemas ambientales no se hicieron evidentes. Eso sucedería en los años setenta,
al advertirse la limitación de los recursos y la degradación ambiental causada por el
hombre. Las primeras alusiones surgieron con Pablo VI en la encíclica Populorum
Progresio (1967) y la Carta Apostólica Octoggesia adveniens (1971), así como en
sendos discursos ante la FAO (1970) y la ONU (1972). En el Catecismo de la Iglesia
Católica (1992) se aclaran ciertos aspectos de la doctrina ambiental de la Iglesia:
“La belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la
diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las
descubre progresivamente como leyes de la naturaleza que causan la admiración
de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe
inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad”
(n.341). Más tarde, la respuesta religiosa se haría sentir más profundamente con el
magisterio de Juan Pablo II.
Los criterios más claros con respecto a la ética ambiental han surgido en el
pontificado de Juan Pablo II, le ha tocado vivir de lleno el debate ambiental y es
reconocido por todos que no lo ha dejado escapar. Ha hecho alusión a este tema en
varias encíclicas (Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Cristifideles laici,
Centesimus annus, Evangelium vitae...), jornadas mundiales, alocuciones al Cuerpo
Diplomático y a organismos internacionales. En junio de 1999 el Papa en la homilía
celebrada en Zamosc (Polonia) aclaró de nuevo el debate, afirmando que la causa
del deterioro ambiental es la falta de respeto a las leyes de la naturaleza y la pérdida
del sentido del valor de la vida.

El planteamiento de la Iglesia eleva el punto de mira y deja atrás tanto la postura


antropocéntrica como la biocéntrica, para dar una respuesta de mayor envergadura,
una visión “teocéntrica”. En ella se reconoce un orden previo de la naturaleza al
hombre ya inscrito en el Antiguo Testamento: ¿Dónde estabas cuando formaba Yo
la tierra? (Job 38, 4-7), al tiempo que reconoce en los seres humanos un dominio de
las cosas basado en su exclusiva capacidad moral. Las preguntas que no hallan
respuesta desde un antropocentrismo o biocentrismo excluyente, ¿para qué estoy
hecho yo? o ¿para qué está hecha la naturaleza?, encuentran respuesta en el
Misterio hecho Carne, “pues en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos, y en
la tierra, las visibles y las invisibles... todas las cosas fueron creadas por Él mismo y
en atención a Él mismo” (Col 1,16). El destino del hombre y del planeta es común y
las preguntas acerca de para qué estoy hecho yo o el planeta se responden en
Cristo. El hombre, con su inteligencia y capacidad moral participa de un destino
común consistente en que “las criaturas todas, están aguardando con gran ansia la
manifestación de los Hijos de Dios” (Rom 1, 19-20), además de que “en la economía
de la plenitud de los tiempos al recapitular todas las cosas en Cristo, las de los cielos
y las de la tierra” (Ef 1, 10) también se encuentra ese mismo destino.

En el mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de


1990, Juan Pablo II ha hecho una alusión directa a la ética medioambiental: “Ante el
extendido deterioro ambiental, la humanidad se da cuenta de que no se puede seguir
usando los bienes de la tierra como en el pasado. La opinión pública y los
responsables políticos están preocupados por ello, y los estudiosos de las más
variadas disciplinas examinan sus causas. Se está formando así una conciencia
ecológica que no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que
se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e
iniciativas concretas.
“No pocos valores éticos, de importancia fundamental para el desarrollo de una
sociedad pacífica, tienen una relación directa con la cuestión ambiental. La
interdependencia de los muchos desafíos que el mundo debe afrontar, confirma la
necesidad de soluciones coordinadas, basadas en una coherente visión moral del
mundo” (Cfr. Introducción). De esta manera, no solamente se alude a un sector sino
a una llamada de carácter universal, donde se precisa despertar la conciencia del
problema y establecer vínculos solidarios para su solución. Aquí no se trata
solamente de vivir el presente, sino de mirar también por el futuro de la humanidad:
“en el universo existe un orden que debe respetarse; la persona humana, dotada de
la posibilidad de libre elección, tiene una grave responsabilidad en la conservación
de este orden, incluso con miras al bienestar de las futuras generaciones. La crisis
ecológica –repito una vez más- es un problema moral” (Juan Pablo II, 1990)15.

Los límites de la ecología abarca el hábitat de los distintos seres vivos, y también se
extiende a “toda la vida” (Evangelium vitae n.42). “Por consiguiente, no está en juego
sólo una ecología ‘física’, atenta a tutelar el hábitat de los diversos seres vivos, sino
también una ecología ‘humana’, que haga más digna la existencia de las criaturas,
protegiendo el bien radical de la vida en todas sus manifestaciones y preparando a
las futuras generaciones un ambiente que se acerque más al proyecto del Creador”
(Juan Pablo II, 2001).

El nuevo horizonte abierto por Juan Pablo II ha abierto un nuevo enfoque al debate
ético ambiental, lanzando un reto intelectual acerca de cómo mirar la naturaleza sin
separarla del hombre. La naturaleza como expresión de la belleza de su Creador y
el hombre como expresión suprema del Amor creador. El conocimiento de ambas
realidades quizás deba encontrarse donde lo busca Juan Pablo II, en una plena
comunión con el Creador.

LA CONSTRUCCION MODERNA DE LA ETICA AMBIENTAL

En los años sesenta y setenta se produjo una crisis ecológica causada por la civilización
industrial. Esta crisis tenía causas múltiples: contaminación ambiental (contaminación
del aire, del agua y del suelo causada por productos químicos tóxicos y por deshechos
sólidos), escasez de recursos (energía, tierras cultivadas, minerales y agua potable) y
desequilibrios ecológicos (la rápida disminución de la superficie forestal y de la
biodiversidad, el acelerado crecimiento de la población y la desertificación de las tierras
en todo el mundo).

En aquella época, las sombrías perspectivas de esta situación causaban gran inquietud.
La obra Silent Spring de Rachel Carson (1962) reveló la naturaleza letal de los
plaguicidas químicos y puso en duda el concepto predominante de la conquista de la
naturaleza. El libro de Paul Ehrlich The Population Bomb (1968) puso de manifiesto las
presiones de la explosión demográfica sobre la naturaleza. La serie de informes
documentados por el Club de Roma, en particular el primero, Limits to Growth (Los
límites del crecimiento) (Meadows et al., 1972) hicieron sonar la alarma contra el mito
del crecimiento ilimitado. En 1971 se celebró el primer Día de la Tierra, y más de dos
millones de ciudadanos en los Estados Unidos se manifestaron contra la contaminación
y en defensa de la tierra. En este mismo año, Greenpeace lanzó su campaña contra las
armas nucleares y se proclamó a favor del medio ambiente. La primera Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente se celebró en Estocolmo en 1972,
simbolizando el despertar universal de la conciencia ambiental en todo el mundo. En los
años siguientes, la promulgación de leyes nacionales e internacionales para la
protección del medio ambiente se aceleró espectacularmente.
Estos acontecimientos abrieron el camino hacia la ética ambiental.

En 1973 se publicaron tres documentos primordiales sobre la ética ambiental. El trabajo


del filósofo australiano Richard Routley, “Is there a need for a new, an environmental
ethic?” (“¿Es necesaria una nueva ética, una ética ambiental?”), supuso el inicio del
proyecto moderno de construcción de ésta. La obra de Peter Singer “Animal liberation”
(“Liberación animal”) abrió un nuevo capítulo en la ética animal y el movimiento en favor
de los derechos de los animales. Y el artículo del ecólogo noruego Arne Naess, “The
shallow and the deep, long-range ecology movement” (“El movimiento ecológico
superficial y el movimiento ecológico profundo de vasto alcance”) amplió las fronteras
de este campo. El trabajo “Is there an ecological ethic?” (“¿Existe una ética ecológica?”)
del filósofo estadounidense Holmes Rolston, publicado en la importante revista
académica Ethics en 1975, hizo época y, con la aparición de la revista académica
Environmental Ethics en 1979, la ética ambiental se estableció oficialmente como
subdisciplina de la filosofía.

En respuesta a los retos de la ética ambiental no antropocéntrica, muchos filósofos


trataron de redefinir y reelaborar las implicaciones de la ética tradicional en la protección
del medio ambiente. En su trabajo Man´s Responsibility for Nature (La responsabilidad
del hombre hacia la naturaleza) (1974), el filósofo australiano John Passmore reafirmó
el valor de la moral tradicional occidental. El estudio de Bryan Norton “Environmental
ethics and weak anthropocentrism” (“Ética ambiental y antropocentrismo débil”) (1984)
puso de manifiesto la diferencia existente entre una preferencia sensorial y una
preferencia razonada. La obra de Mark Sagoff The Economy of the Earth (Economía de
la Tierra) (1988) destacó el valor no económico de la naturaleza. El trabajo de Eugene
Hargrove The Foundations of Environmental Ethics (Fundamentos de la ética ambiental)
(1989) estableció el valor estético de la naturaleza como principal fundamento de la
protección del medio ambiente. Todos estos trabajos profundizaron en el estudio de la
ética ambiental.
A comienzos de los años ochenta los problemas ambientales de la mayoría de los
países desarrollados se habían resuelto con éxito; sin embargo, la contaminación
ambiental y la crisis ecológica se expandían a gran velocidad por todo el mundo. El
estado del medio ambiente en los países en desarrollo ha ido de mal en peor, y la
amenaza de la escasez de recursos y los desechos nucleares se cierne sobre el mundo.
La explosión demográfica pone en peligro la capacidad de sustento de la tierra. La
rápida desaparición de especies y bosques hace peligrar la vida, tanto humana como
no humana. El agujero de ozono y el calentamiento global están adquiriendo
proporciones de pesadilla.

Ante esta preocupante situación, los grupos internacionales han emprendido una serie
de campañas para la protección del medio ambiente. Como resultado de esta nueva
actitud cabe mencionar los informes Estrategia mundial de la conservación (UICN,
1980), Nuestro futuro común (CMMAD, 1987), Cuidar la Tierra (UICN et al., 1991) y la
Conferencia de Rio de Janeiro de 1992, “Cumbre para la Tierra”, así como el plan de
acción resultante, el Programa 21 (Naciones Unidas, 1994). Hoy día, las Naciones
Unidas consagran más energía a las cuestiones ambientales globales. Organizaciones
no gubernamentales de todo el mundo, dedicadas a cuestiones ambientales, intervienen
cada vez más en su protección. Se han promulgado leyes a nivel nacional, regional e
internacional, y la mayoría de los países han adoptado una política de desarrollo
sostenible. De esta forma, la protección del medio ambiente se ha convertido en una
causa común de la humanidad.

Para mantenerse a la par del movimiento mundial de protección del medio ambiente y
participar más efectivamente en el mismo, desde comienzos de los años noventa
muchos especialistas en ética ambiental han perfeccionado y ampliado visiblemente su
actividad y ya se observan algunas tendencias nuevas.
Primero, ahora más que nunca los especialistas en ética ambiental concentran su
actividad en la aplicación práctica de la ética ambiental a la elaboración de políticas.
Estos especialistas se declaran dispuestos a participar activamente en la solución de
los problemas del medio ambiente y a incorporar firmemente la ética ambiental en el
diálogo sobre cuestiones ambientales que tiene lugar en todo el mundo, y no solamente
en los círculos académicos. Así pues, estos filósofos están tratando de hacer una ética
ambiental más práctica y mejor orientada a políticas cuyo objetivo sea la solución de
problemas. Su actividad se centra en ayudar a la comunidad medioambiental a
encontrar argumentos éticos más sólidos en favor de las políticas de protección
ambiental.

Segundo, especialistas en la ética ambiental de diferentes escuelas de pensamiento, a


la vez que estructuran sus teorías, procuran comunicarse entre sí de un modo más
efectivo y así integrar sus actividades. Casi todos los libros de texto y antologías sobre
ética ambiental publicados desde los años noventa muestran una actitud integradora y
plural, y tratan de asimilar las enseñanzas derivadas de otras disciplinas y postulados.

Tercero, muchos investigadores procuran enfocar su especialidad desde nuevas


perspectivas y encontrar otros medios para desarrollarla. Ramas de pensamiento como
el postmodernismo, el feminismo, el pragmatismo, la fenomenología y la ética de la
virtud son las teorías que parecen más prometedoras.

Cuarto, se ha hecho un esfuerzo considerable para reconocer y comprender la posible


aportación de las diferentes tradiciones culturales (como el cristianismo, el islam, el
budismo, el confucionismo y el taoísmo) a la ética ambiental. En otras palabras, se está
construyendo una ética ambiental con una perspectiva global y multicultural.

Quinto, la justicia ambiental se está convirtiendo en uno de los principales temas de la


ética ambiental. Los problemas de la justicia ambiental pasaron a un primer plano a
finales de los años ochenta, cuando algunos investigadores demostraron que en los
Estados Unidos eran siempre personas de color las que vivían cerca de los depósitos
de basuras e incineradores de deshechos. Otros estudios determinaron que los grupos
racial y económicamente desfavorecidos solían sufrir de modo desproporcionado las
consecuencias de la degradación del medio ambiente, y que esta desproporción se
observaba por igual en el interior de los países y entre ellos. Los países desarrollados
transfieren de modo creciente las industrias más contaminantes y transportan miles de
millones de toneladas de desechos tóxicos a los países en desarrollo. El imperialismo
ambiental y el imperialismo tóxico se han convertido en la preocupación primordial de
muchos especialistas en la ética ambiental, especialmente en los países en desarrollo.
CAPITULO II
PROPUESTAS

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