10 - Mitre Lopez

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 38

deiiEHS 11 1996

MITRE Y LA FORMULACIÓN
DE UNA HISTORIA NACIONAL PARA LA ARGENTINA

Tulio Halperin Donghi'''

El general Bartolomé Mitre, quien -como primer presidente, en 1862-1868, de


una Argentina finalmente reunificada luego del largo hiato abierto por la disolución
del estado revolucionario en 1820- tiene quizá mejores títulos que nadie para ser
reconocido en el papel de padre de la Argentina moderna, es má~ frecuentemente
celebrado en cambio en el más modesto de fundador de una nueva historiografía
argentina, caracterizada por una seriedad erudita y objetividad científica hasta enton-
ces ausentes.
Examinado más de cerca, el tránsito de la crónica facciosa a la historia rigurosa
del que se hace mérito a Mitre aparece tributario de otro cambio no menos decisivo:
la multiplicidad de sujetos individuales y colectivos que hasta entonces llenaban la
escena histórica -desde las facciones demonizadas o celebradas en las toscas recons-
trucciones inspiradas por la pasión política hasta las ideologías o los complejos
socioculturales entre sí antagónicos evocados en las interpretaciones más ambiciosas
de Echeverría o Sarmiento- es resueltamente dejada de lado en beneficio de una
majestuosa presencia central: la nación es ahora elevada a protagonista única del pro-
ceso histórico. Es precisamente la postulación de ese sujeto que subordina a todos los
que pululaban hasta entonces en el escenario de la historia argentina la que permitirá
a Mitre mantener frente a ellos la distancia a su juicio requerida para alcanzar una
reconstrucción histórica dotada de validez científica.

* Departamento de Historia. Universidad de Califomia, Berke!ey.

-57-
El entrelazamiento entre la exigencia erudita y la ruptura del lazo con cualquie-
ra de esos sujetos parciales está explícitamente declarado en la caracterización del
proyecto histórico que Mitre opone al de su gran rival Vicente Fidel López en la polé-
mica que ha de enfrentarlos. En López, la decisión de usar la memoria colectiva del
patriciado porteño como fuente histórica privilegiada, de cuya perspectiva se hace
eco, es solidaria del reconocimiento de ese grupo como el protagonista del proceso
histórico: el resultado es una narración que no alcanza a ocupar plenamente el marco
nacional al que su autor aspira; antes que de la República Argentina, su historia es la
de esa que López llama burguesía liberal porteña; sin duda por esa razón López
nunca va a realizar su deseo de continuarla más allá de ese año de 1829 en que el
ascenso de Rosas consuma la bancarrota definitiva del grupo dirigente que ha guia-
do la revolución emancipadora para extraviar luego el rumbo bajo el influjo de
Rivadavia.
La negativa a identificarse con los puntos de vista de cualquiera de los actores
individuales y colectivos que dominaron la escena histórica no supone -Mitre ha de
subrayarlo enérgicamente- la renuncia a estructurar la historia a partir de un punto
de vista preciso. Cuando López opone a la opción erudita de Mitre su supuesta pre-
ferencia por una historia filosófica, la dura respuesta de éste es que en la obra de su
rival la carencia erudita se prolonga en carencia filosófica. A esa doble carencia
Mitre opone el dominio que se jacta de haber ganado en ambos campos, gracias al
auxilio del método inductivo, que le permite alcanzar conclusiones generales a par-
tir de la acumulación de conocimientos empíricos debidamente controlados. Sí esa
última reivindicación es discutible (apenas se examina el modo de historiar de Mitre
se hace evidente que sus supuestas conclusiones son muy poco merecedoras de ese
nombre: son más bien las premisas que guían su esfuerzo por estructurar en un todo
coherente la congerie de datos por él reunidos) ello no impide que esas premisas dis-
frazadas de conclusiones reemplacen con éxito en la función de dar sentido a los
hechos evocados a las convicciones facciosas de las que López es aún tributario o a
las visiones fuertemente polarizadas de Echeverría o Sarmiento.
Esas premisas son las de la historiografía liberal-nacionalista floreciente en la
Europa de la Restauración y del contrastado resurgimiento liberal que hubo de
seguirle; Mitre reconoce de buen grado su deuda con ese modelo ultramarino. Pero
hay aquí algo más que la adopción de un modelo prestigioso: en esa tradición histo-
riográfica encuentra el cauce adecuado para volcar sus intuiciones esenciales acerca
de qué ocurre en la historia que se propone evocar.
¿Qué lleva a Mitre a proponer una historia argentina que es por primera vez
plenamente la de una nación? En primer lugar la convicción de que -desde el
comienzo mismo de la conquista española- el Río de la Plata ha sido teatro del
nacimiento y consolidación de una sociedad cuyos rasgos peculiares pueden reco-
nocerse ya en embrión en el punto de partida, y que nace dotada de un admirable
vigor expansivo que le permitirá doblegar, en su poderoso impulso hacia adelan-
te, los obstáculos hallados en su camino. En segundo término la convicción de que

58
ese sujeto colectivo sólo ha de alcanzar su plena realización histórica bajo la figu-
ra de la nación, y a través del esfuerzo por constituirse en el marco institucional
del estado liberal. Ello hace que -pese a la atención muy viva que Mitre conserva
para las transformaciones económicas y culturales que jalonan el proceso históri-
co argentino- su historia sea sobre todo política, en cuanto ha de centrarse en Jos
problemas de la constitución y progresiva institucionalización del estado, a la vez
que del surgimiento y consolidación de formas de autoridad específicamente polí-
ticas.
Ambas convicciones apartan por igual a Mitre de las perspectivas dominantes en
los análisis de la realidad argentina que hacen autoridad en el momento en que
comienza a reflexionar sobre ésta. Los de Sarmiento y Alberdi, contrapuestos en
muchos aspectos, coinciden sin embargo en negar que la Argentina esté predestina-
da a un rumbo histórico constantemente ascendente, rastreable ya, pese a engañado-
ras apariencias, en sus poco brillantes primeros tramos. Ambos coinciden por lo con-
trario en alertar contra un peligro de fmstración total que sólo podría esquivarse si
los argentinos se decidiesen a abandonar el cauce histórico hasta entonces recorrido
para ingresar en el que cada uno de ellos les propone. Y -aunque ambos consideran
que en el futuro más inmediato todo depende del desenlace de un combate exquisi-
tamente político, en el que lo que está en disputa es el control del poder estatal-
ambos reconocen a la esfera de la política y del estado un valor sólo instrumental, al
servicio de objetivos de transformación sociocultural en Sarmiento, socioeconómica
en Alberdi.
A esa visión obsesionada por el riesgo del fracaso que es la de sus grandes pre-
decesores, Mitre sustituye la de un proceso histórico en que el pasado contiene ya la
promesa cierta de un brillante futuro. En esa imagen, que se desplegará en sus gran-
des obras históricas, vemos reflejarse el mismo optimismo en cuanto a lo fundamen-
tal que permite al Mitre político afrontar serenamente casi todos los reveses y alla-
narse sin ningún sentimiento de derrota a las más graves transacciones; ese optimis-
mo, que constituye el rasgo básico tanto de la personalidad intelectual como de la
figura pública de Mitre, no podría ser más raigalmente suyo. Pero si él terminó por
ganar el asentimiento de sus compatriotas fue porque reflejaba la experiencia de los
sectores cada vez más amplios que dentro de la sociedad argentina participaban de
ese movimiento ascendente cuya presencia secreta Mitre había sido capaz de detec-
tar por debajo tanto del estancamiento colonial como del caos sangriento que
Sarmiento había evocado poderosamente en Facundo.
Esa historia en continuo avance hacia nuevas cumbres, que Mitre presenta como
la de la nación que a través de ella surge a la vida, y que es finalmente compartida
por todos los que cuentan dentro de ese marco colonial así creado, ha comenzado por
reflejar una visión arraigada en una experiencia más regional que nacional: es la his-
toria tal como puede verse desde Buenos Aires, que ha sido la gran beneficiaria de la
apertura hacia el Atlántico consagrada por la creación del Virreinato del Río de la
Plata y ampliada en sus consecuencias por la liberalización comercial que -decreta-

59
da por el último virrey- iba a permanecer en la base misma del orden post-revolu-
cionario, tanto en medio de las convulsiones de la guerra civil como bajo el férreo
dominio de Rosas. En las décadas que siguieron a la emancipación un formidable
proceso expansivo ha permitido a Buenos Aires reunir un tercio de la población de
las provincias argentinas y más de dos tercios de sus riquezas. Mientras, tal como nos
recuerda ese texto elegíaco que son los Recuerdos de Provincia de Sarmiento, pata
la San Juan donde éste ha nacido el nuevo orden no ha traído sino calamidades, y aun
para la Tucumán de Alberdi ha aportado innovaciones menos catastróficas pero casi
todas negativas, la trayectoria de la provincia porteña en esas mismas décadas inspi-
ra más ufanía que alarma.
Antes de volcatse en la versión de la historia argentina que Mitre iba a articu-
lat, esa imagen de la experiencia argentina inspiraba ya la negativa de Jos interlocu-
tores porteños de Sarmiento a aceptar la visión épica y trágica que hacía de esa his-
toria la del conflicto entre civilización urbana y barbarie pastora. Las reticencias
frente a esa otra versión que amenazaba hacerse canónica se exhibían y ocultaban a
la vez en las notas que Valentín Alsina puso a Facundo; tras de otorgarle un asenti-
miento de pura cortesía (<<creo que hay algo de exacto en el fondo de esta idea, sin
que en mi humilde opinión, Jo sea en todo» I) Alsina se apresuraba a socavar! o
mediante lo que presentaba como un esfuerzo amistoso por eliminar errores de infor-
mación, y era en rigor una tentativa de explicar Jos mismos hechos que Sarmiento
interpretaba en esa clave prescindiendo de ella. Es particularmente reveladora la
nota 20, que ostensiblemente se limita a corregir el error de presentar a Rosas entran-
do en Buenos Aires al frente del cuerpo de Colorados de las Conchas; se trataba en
verdad recuerda Alsina del quinto regimiento de milicias, que también vestía de
rojo, «pero ese color era entonces indiferente y accidental, sin significado alguno y
usado· por otros. Los Colorados de las Conchas era otro cuerpo muy distinto [ ]
Desde muchos años antes de 1820, vestían de colorado. Fue el mejor y más valien-
te cuerpo de milicias que tuvo Buenos Aires el único de milicias que hiciese la
campaña del Brasil: de ahí la gran amistad de Lavalle con su coronel, y que éste
fuera también de los del [golpe militar unitario] 1o de diciembre. Su coronel era
Vilela, el que fue sorprendido después en San Calá, y asesinado por Oribe en
Tucumán con Avellaneda y otros>>2.
Lo que parece una corrección de detalle lleva implícita una recusación tanto del
método como de las conclusiones de Facundo. En la hermenéutica sarmientina la
barbarie es una coherente totalidad de sentido, en la que nada hay librado al azar; al
sugerir que la adopción del rojo como color emblemático de esa barbatie pudo ser lo
bastante <<accidental» pata que coincidiese en ella un abanderado y mártir de la civi-

1 Valentín Alsina, "Notas al libro Civilizaci6n y Barbarie", en Domingo F. Sarmiento, Facundo, ed. Roberto
Yahni, Madrid, Cátedra, 1990, n.2, p. 380.

2 Loe. cit. p. 399.

60
lización, Alsina deja sobriamente de lado los supuestos básicos sobre Jos cuales se ha
constmido Facundo. Contra la férrea legalidad que gobiema el universo sarmienti-
no, Alsina prefería subrayar el papel del error humano, y aun del azar: son las insu-
ficiencias de Rivadavia, de Dorrego, de Lavalle, las que -anticipándose a la acci-
dental captura del general Paz, el formidable jefe militar e indomable adversario de
Rosas- han preparado el triunfo de ningún modo necesario de éste. El rechazo de los
«sistemas» que parten de una <<idea jefe» y buscan en la historia sólo ejemplos que
la justifiquen se hace necesario a Alsina para recusar la imagen de Rosas como la
esfinge que guarda el secreto del destino argentino con que se abre Facundo; lejos de
ser una figura clave, el hombre cuyo poder mantiene en el destierro a Sarmiento y
Alsina no es sino el fmto contingente de un accidente histórico.
Pero el rechazo porteño de la visión sarmientina no surge tan solo del deseo de
reivindicar lo que la marcha de la historia tiene de contingente, por parte de quienes
advierten mejor que Sarmiento que su apocalíptico retrato de un país dividido en dos
hemisferios en lucha deja muy poco espacio a la esperanza: Buenos Aires, cuya bri-
llante civilización urbana, expresada políticamente en el gobierno que tuvo por ins-
pirador a Rivadavia, y que Sarmiento no se cansa de celebrar, ha sido hecha posible
por la expansión vertiginosa de su economía pastoral, se niega a reconocerse en el
retrato de la barbarie pastora que le propone Sarmiento. Y con buenos motivos: los
rasgos que Sarmiento ha dibujado con horrorizada admiración como definitorios del
hemisferio de sombras que es la barbarie son cultivados sin recato por los corifeos de
esa generación porteña de 1837 bajo cuyo influjo el sanjuanino se abrió al mundo de
las ideas; Echeverría, que trajo de París las novedades literarias e ideológicas de las
que esa generación iba a nutrirse, se enorgullecía de su destreza con la guitana, que
en manos del gaucho cantor era presentada en Facundo como el instrumento artístico
por excelencia del mundo bárbaro; por su parte, la pálida poesía del más exquisito
letrado de esa generación, Juan María Gutiérrez, alcanzaba su nota más vigorosa al
cantar a su caballo, con quien parecían ligarlo (como a los bárbaros evocados por
Sarmiento) sentimientos más efusivos que Jos reflejados en las evocaciones de ama-
das excesivamente fantasmales3; aun más ilustrativo es el contraste entre el pasaje
horrorizado de Facundo que rastrea en los entretenimientos gauchos los rasgos infini-
tamente repulsivos de la barbarie y el poemajuveniJ4 en que Mitre celebra en el juego
del pato el deporte en que se despliegan las virtudes de una raza libérrima y viril.
La recusación de esas visiones problemáticas del curso de la historia argentina,
que en Alsina había invocado el papel decisivo del azar, en Mitre va a desembocar

3 En "A mi caballo"; en "Endecha del gaucho" asumiendo una máscara que Sarmiento hubiera rechazado para
sí, Gutiérrez va más lejos, al ofrecer al indio que se ha apoderado de S\1 moro el trueque con su «querida que es
luciente como el oro>:.. Ambas poesías en Horacio Jorge Bccco, Antología de la poesía gauchesca, Madrid, Aguilar,
1972, pp. 1635 y 1640.

4 "El pato. Cuadro de costumbres", en Becco, op.cit., p. 1652.

61
en cambio en la postulación de otro curso histórico opuesto, que desde los humildes
orígenes rioplatenses no se ha desviado nunca de una línea ascendente destinada a
continuarse indefinidamente hacia el porvenir.
La convicción de que la Argentina tiene alianza hecha con el futuro, que sub-
tiende la construcción histórica de Mitre, es también ella el resultado de ver a la
Argentina desde Buenos Aires, ahora desde el Buenos Aires post-rosista, que acele-
ra aún más el ritmo de su expansión económica mientras hace de su derrota en los
campos de Caseros la promesa pronto cumplida de su triunfo final.
Es el Buenos Aires que deslumbró a Sarmiento en 1855, cuando -tres años des-
pués del derrocamiento de Rosas- vino a radicarse en la ciudad que de lejos había
imaginado devastada por un cuarto de siglo de ser oprimida por un régimen enemi-
go de todo progreso. En la que fue capital de la tiranía, y lo es ahora de una provin-
cia en secesión, cuyo gobierno ninguna potencia se decide a reconocer, y cuyo futu-
ro político no podría ser más incierto, descubre en cambio una sociedad dinámica y
vibrante, en que la prosperidad de las élites, que llenan teatros enteros con sus des-
lumbrantes atavíos, se complementa con la para Sarmiento más importante de sus
masas populares (<<no he encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos el traje es el
mismo para todas las clases, o más propiamente no hay clases»). Mientras para la
imaginada Buenos Aires de Facundo el único modo de evitar una ruina irrevocable
era la instauración de un orden nuevo desde las raíces, en esa Buenos Aires tan dis-
tinta que sus ojos por fin revelan a Sarmiento esa ruina es simplemente imposible:
<<con la guerra, la paz, la unión o la dislocación este país marcha, marchará»5.
La visión histórica de Mitre ha de nutrirse de esa fe colectiva, a la que ofrece a
la vez formulación precisa. Esta se despliega por primera vez en 1868, en la evoca-
ción de los orígenes que abre la segunda edición de la Historia de Be/grano, en la
que la biografía incluida en 1857 en la Galería de Celebridades Argentinas y publi-
cada en volumen separado al año siguiente ofrece el esqueleto para un libro que
quiere ser <<al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época>>, y que
no sufrirá transformaciones esenciales al ser republicano en versión definitiva en
1887.
Esa evocación de los orígenes argentinos es a la vez una vindicación de la excep-
cionalidad argentina en el marco de una Hispanoamérica surgida bajo el signo del
feudalismo, que alcanza su perfil más definido en México y el Perú. Allí el poder
español, implantado «en un imperio conquistado y explotando el trabajo de una raza
dominada, se imponía como el feudalismo europeo, distribuía entre los conquistado-
res el territorio y sus habitantes, teniendo exclusivamente en mira la explotación de
los metales preciosos.>>6

5 "Carta a Mariano de Sarratea, Buenos Aires, 29 de mayo_ de 1855", en Domingo F. Sarmiento, Obras
Completas, tomo XXIV, p. 283, Buenos Aires, Luz del Día, 195f.

6 Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Quinta edición, Buenos Aires,

62
Nada de eso en la colonia del Río de la Plata; «bautizada con un nombre engaña-
dor [ ] todo su capital se componía de llanuras cubiertas de malezas [ ] y una agri-
cultura primitiva que apenas bastaba a las premiosas necesidades de los indígenas.>>
<<Así nació y creció la colonización argentina en medio del hambre y la miseria [ ]
ofreciendo en Sudamérica el único ejemplo de una sociabilidad hija del trabajo repro-
ductor.>> La penuria fue así una secreta bendición en cuanto salvó a las comarcas rio-
platenses del sino de México y Perú, vástagos ambos de una <<Semicivilización orgá-
nicamente débil>> en cuyo <<tronco podrido» los conquistadores injertaron una versión
ya arcaica de la civilización europea. Frente a un Perú escindido entre una mayoría
indígena que sobrevive <<sin asimilarse a los conquistadores>>, en el Río de la Plata
los mestizos <<eran considerados como españoles de raza pura y constituían el nervio
de la colonia [ ] con ellos se fundaban las nuevas ciudades [ ] ellos tomaban parte en
las agitaciones de la vida pública inoculando a la sociedad nn espíritu nuevo. De su
seno nacían los historiadores de la colonia, Jos gobernantes destinados a regirla, los
ciudadanos del embrionario municipio, y una individualidad marcada con un cierto
sello de independencia selvática, que presagiaba el tipo de un pueblo nuevo, con
todos sus defectos y calidades>>. En lugar de una sociedad dividida horizontalmente
por fronteras étnicas entre conquistadores y conquistados, una precozmente unifica-
da en torno a <<Una nueva raza destinada a ser la dominadora en el país»; una socie-
dad en la que por añadidura la universal pobreza atenuaba las desigualdades econó-
micas: <<como en realidad no había pobres ni ricos, siendo todos más o menos pobres,
resultaba de todo esto una suerte de igualdad o equilibrio social, que entrañaba desde
muy temprano los gérmenes de una sociedad libre, en el sentido de la espontaneidad
humana.>> 7
La excepcionalidad rioplatense tenía raíces europeas a la vez que americanas. A
diferencia de Cortés y Pizarro, meros <<hombres de acción» a la cabeza de <<aventu-
reros intrépidos, ávidos y rapaces» consagrados a una empresa de sojuzgamiento y
explotación de los pueblos vencidos, los españoles arribados al Plata fueron, antes
que conquistadores, <<verdaderos inmigrantes, reclutados en las clases y en los lnga-
res más adelantados de la España ... -nacidos y criados en comarcas laboriosas, en
puertos de mar... en cindades ... traían en su mente otras nociones prácticas y otras
luces que faltaban a los habitantes ... de Extremadura, de Galicia o de Castilla la
Vieja, que dieron su contingente a la colonización del Pe1ú, en la que su más grande
caudillo no sabía ni escribir su nombre.»&
Una sucesión de toques nada sutiles traza así el perfil de una sociedad más
modema y genéricamente europea que neofeudal y específicamente española. Pero
esas virtudes de origen no bastaban para asegurar a ese vástago de Europa implanta-

Biblioteca de La Nación, 1902, I, 6.

7 B. Mitre, op.cit., I, 9.

8 B. Mitre, op.cit., J, 11.

63
do en el Río de la Plata el gran destino al que ellas le daban derecho. A ellas debía
sumarse el influjo, que se haría sentir con intensidad creciente a partir de ese humil-
de punto de partida, de la «constitución geográfica» de la comarca, cuyas <<llanuras
cubiertas de malezas>> ocultaban una de las más ricas praderas del planeta: <<La
pampa inmensa y continua daba su unidad al territorio. El estuario del Plata centra-
lizaba todas sus comunicaciones. Los prados naturales convidaban a sus habitantes a
la industria pastoril. Su vasto litoral lo ponía en contacto con el resto del mundo por
medio de la navegación fluvial y marítima. Su clima salubre y templado, hacía más
grata la vida y más reproductivo el trabajo. Era, pues, un territorio preparado para la
ganadería, constituido para prosperar por el comercio, y predestinado a poblarse por
la aclimatación de todas las razas de la tierra.>>9
Aunque Mitre no deja de mencionar entre las bendiciones naturales que conva-
lidan esa promesa de un gran destino los <<prados naturales [que] convidaban a sus
habitantes a la industria pastoril>>, la reivindicación de un papel positivo para la
ganadería relegada por Sarmiento al hemisferio de la barbarie era apenas sugerida
al pasar. Ella es sin embargo esencial a su argumento, y casi contemporáneamente
con la publicación de esta segunda edición de la Historia de Belgrano Mitre la pre-
senta del modo más explícito en el discurso que pronuncia en Chivilcoy, donde
Sarmiento, ya elegido para sucederlo en la presidencia, ha prometido tres semanas
antes rehacer a toda la llanura pampeana sobre el modelo de esa casi única colonia
agrícola en la campaña porteña. Para justificar su escepticismo frente a esta pro-
puesta en que se refleja la dogmática condena que contra el país plasmado por tres
siglos de historia formulan quienes se creen sabios, Mitre invoca la instintiva sabi-
duría del pueblo, a la que ofrece los argumentos que ésta es incapaz de articular: a
saber, que no sólo debe la provincia su existencia, aún más que a los hombres, a las
vacas que se adelantaron a aquéllos en el avance sobre la pampa desierta, sino que
en el presente la ganadería hace posible la consolidación a orillas del Plata de un
sociedad más próspera, menos desigual y -para decirlo todo- más civilizada que la
del Chile agrícola. lO
No ha de sorprender entonces que los avances a partir de esos modestos oríge-
nes no supongan ninguna ruptura de continuidad frente a éstos, sino por lo contrario
prosigan en la huella originalmente trazada. La experiencia argentina entra en una
nueva y decisiva etapa cuando el ritmo de expansión de esa sociedad en continuo cre-
cimiento amenaza verse frenado por el opresivo pacto colonial, que le veda esa aper-
tura hacia el mundo que necesita para poder proseguir su marcha ascendente.
Comienza entonces el proceso que ha de culminar en la guerra emancipadora, en la

9 B. Mitre, op.cit., l. 9.

JO "Discurso pronunciado el 25 de octubre de 1868 en el banquete popular que le ofreció el pueblo de


Chivilcoy con motivo de la feliz terminación de su presidencia constitucional", en B. Mitre, Arengas, Buenos Aires,
Casavalle, 1889.

64
que ha de fmjarse la nacionalidad. Esa transformación de una sociedad en nación será
en rigor el tema de la Historia de Be/grano, para cuyo héroe no reivindica Mitre un
papel constantemente protagónico en el proceso. Lo que lo hace más adecuado que
ninguna otra figura entre las de sus coetáneos para ocupar el lugar central en la narra-
ción es su condición -en verdad excepcional en el conjunto de la élite porteña que
asumirá la dirección del proceso revolucionario- de participante significativo en las
dos etapas sucesivas de ese proceso: primero como servidor de la monarquía ilustra-
da e introductor en el Río de la Plata de esa nueva ciencia que es la economía políti-
ca, papel en que se lo vio promover la toma de conciencia de la región a partir del
conflicto de intereses que iba a llevar ineluctablemente al choque con el régimen
colonial, y luego como servidor más abnegado que afortunado de la causa revolu-
cionaria en el campo político y militar.
Al internarse en la etapa revolucionaria vuelve Mitre a la problemática específi-
camente política que le ha interesado desde comienzo mismo de su carrera intelec-
tual. Ella se centraba en dos temas sin duda íntimamente ligados, pero aún así dis-
tintos: un proceso -que él ve como ya coetáneo del nacimiento de la política como
área autónoma de experiencia colectiva- a través del cual se consolida el liderazgo
personal de algunos individuos, y otro más lento y contrastado gracias al cual ese
liderazgo primero rompe el marco institucional que la revolución no ha alcanzado a
renovar tan radicalmente como hubiese sido necesario, y por fin -a través de inter-
minables vicisitudes a menudo sangrientas- concluye por ser mediado y absorbido
por el imperio impersonal de otras instituciones más capaces de expresar las aspira-
ciones colectivas que hau desencadenado el proceso revolucionario.
El primero de esos tópicos ha sido ya encarado por la generación de 1837, de la
que también Mitre es tributario, a partir de las reflexiones de Cousin sobre el papel
de Jos hombres representativos, recogidas por Echeverría en el Credo de la Joven
Generación Argentina, de 1838, e invocadas en ese mismo 1838 por Alberdi como
argumento legitimador del poder de Rosas en su Fragmento preliminar al estudio del
Derecho, para escándalo de algunos de sus futuros camaradas en la lucha antirrosis-
ta. A los hombres del37, como ahora a Mitre, les preocupaba menos entender y legi-
timar el fenómeno del liderazgo político que darse una razón para el hecho decep-
cionante de que en el Río de la Plata ese liderazgo sólo efímeramente recaía en quie-
nes estaban mejor preparados para ejercerlo, y sin embargo se veían bien pronto
rechazados en sus pretensiones de desempeñar un papel dirigente. Se trataba en suma
de entender las raíces de lo que se llamaba ya el caudillismo, y Mitre dedicó su pri-
mer ensayo historiográfico a explorarlas a través de la figura de José Artigas, el jefe
de la revolución de la Banda Oriental que en 1815 se erigió en cabeza de un sistema
político rival del más maduramente institucionalizado que desde 181 O lideraba
Buenos Aires.
Mitre tenía muy buenas razones para interesarse en Artigas; no sólo había segui-
do a su padre en su destierro a la antigua Banda, ahora República Oriental del
Uruguay, sino en ella su propio abuelo, como el padre de su biografiado, había sobre-

65
salido como jefe de una de las familias fundadoras de Montevideo. Aunque el esca-
so éxito de ese abuelo como empresario rural contribuyó a que su hijo -y padre del
futuro hombre público- siguiese una carrera administrativa que lo devolvió a Buenos
Aires, la ciudad donde en primer Mitre se había establecido en el siglo XVII (y
Bartolomé iba a nacer en 1821), desde comienzos de la década de 1830 el triunfo de
Rosas lo devolvió a su nativa Montevideo, donde entró al servicio de la reciente-
mente creada república independiente. Y el suegro de Mitre es el general Vedia, des-
cendiente de un linaje de oficiales peninsulares arraigado en el Plata en el siglo
XVIII, que ha venido sirviendo en la Banda Oriental primero al rey, luego a Buenos
Aires y ahora a Montevideo, y que al servicio de la segunda tuvo ocasión para entre-
vistas y tratos con Artigas que le dejaron vivísima impresión.
Aunque ignoramos la fecha exacta de composición de esa biografía -destinada
a permanecer inédita por un siglo- ella es anterior a 184311. Por entonces la imagen
cerradamente negativa de la etapa artiguista en la que habían coincidido luego de
1820 todas las facciones rioplatenses había perdido sin duda algo de su virulencia,
pero no había sido aun recusada. Podría esperarse entonces sobre todo de la pluma
de un joven proscripto en Montevideo por otro caudillo un retrato en que predomi-
nasen los colores sombríos, y conclusiones que subrayasen los efectos desoladores
de la acción de Artigas.
Muy poco de eso ha de encontrarse, sin embargo, en el escrito de Mitre. Sin duda
ello se debe en parte a que entre sus motivaciones la de dilucidar un problema histó-
rico parece haber pesado menos que de adiestrarse en la narración histórica: el
Artigas parece ser ante todo el ejercicio de un aprendiz de historiador que en su
Diario se muestra muy alerta a los problemas que plantea la escritura de la historia.
Aún así, puede rastrearse en el Artigas una visión precisa de las raíces del cau-
dillismo; una visión que tiene mucho en común con la que propondrá Facundo, pero
que se niega a adoptar el tono sombrío del texto sarrnientino. Sin duda, algunos de
esos elementos comunes se deben a que Sarmiento y Mitre son ambos tributarios de
la visión del caudillo alimentada por el despecho de sus derrotados rivales de la élite
letrada: así cuando uno y otro rastrean en la precoz rebelión contra la autoridad pater-
na, nutrida en el rechazo de toda disciplina, la primera manifestación de las tenden-
cias que luego han de desplegarse en la vida pública tanto de Artigas como de
Quiroga. Ya aquí se percibe, a la vez que una diferencia (el juicio psicológico-moral
sobre esos episodios tempranos, cerradamente negativo en Sarmiento, lo es mucho
menos en Mitre), una semejanza quizá más significativa: aún Sarmiento ve en esa
indisciplina la expresión de ambiciones que en un marco histórico más propicio
hubieran podido conquistar para Quiroga una gloria más auténtica que la derivada de
sus deplorables hazañas; si hubiese nacido en Francia y no en un remoto rincón colo-

ll En notación de su diario con fecha 27 de septiembre de 1843, Mitre señala la similitud entre el método
expositivo adoptado por ViJlernain en su Histoire de Cromwell y «el modo que adopté para escribir la biografía de
Artigas)) (E/ diario de la juventud de Mitre, Buenos Aires, Institución Mitre, 1936, p. 16).

66
nía! asediado por la barbarie, Facundo hubiera podido convertirse en uno de los más
bizarros mariscales napoleónicos ...
Así como su adscripción al hemisferio de la barbarie cierra para Quiroga ese
camino alternativo, es el primitivismo del contexto en que se desenvnelve la carrera
de Artigas el que contamina y desvaloriza las hazañas que la jalonan. Esa semejanza
oculta de nuevo, sin embargo, una diferencia aún más esencial entre la perspectiva
de Mitre y la de Sarmiento: el primitivismo del estilo de liderazgo de Artigas pro-
viene de su ubicación en la etapa inicial de una marcha ascendente, en que la demo-
cracia se presenta aún <<pura y sin abstracciones, representada por la fuerza mus.cu-
lar»I2. Esa mención fugaz refleja en ese escrito juvenil la gravitación de la imagen
del proceso histórico que se desplegará plenamente un cuarto de siglo más tarde tanto
en la Historia de Be/grano como en el discurso de Chivilcoy: en este último, en
expresión chistosa que da voz a una convicción muy seria, redefine eso que
Sarmiento llamaba barbarie como «la civilización pastoril marchando en cuatro
patas».
Aunque algunas de las formulaciones incluidas en Facundo podían haber ofre-
cido el vehículo para una visión análoga a la de Mitre (así la presentación del con-
flicto que devora a la Argentina como el resultado inevitable de la yuxtaposición de
campañas que viven aún en el siglo XII y ciudades que participan de la civilización
del XIX13), la barbarie no es para Sarmiento la primera etapa en la marcha ascen-
dente de la civilización, sino su antítesis. Pero lo que define la visión de Mitre no es
tan sólo una genérica confianza en la vocación de progreso que caracteriza al proce-
so histórico argentino; ese progreso se da para él ante todo en el plano político, y se
mide por los avances de la institucionalización del poder.
En esta convicción puede acaso verse la huella de otro de los resortes que ase-
guraron el éxito histórico de Buenos Aires, que suele ser menos complacidamente
subrayado que los dones de una naturaleza pródiga: es la creación por voluntad regia
de un gran centro administrativo y militar en el nuevo marco brindado por la reorga-
nización imperial del tardío setecientos. En su Rosas y su tiempol4, José María
Ramos Mejía había buscado la clave de la personalidad de Rosas en una doble heren-
cia psicológica: al linaje materno de los López de Osornio debía ella los rasgos pro-
pios de la de un gran propietario pampeano, señor de hombres, tierras y ganados; al
paterno de los Ortiz de Rosas la forma mentis acm1ada en el crisol de la tradición
burocrática española. Como solía, el agudo siquiatra y criminólogo, creyendo ofre-
cer claves psicológicas, las ofrecía muy valiosas para la historia: más que una heren-

12 El texto de Mitre fue publicado por Mariano de Vedin. y Mitre, El manuscrito de Mitre xobre Anigas,
Buenos Aires, La Facultad, 1937; la cita es de la p. 61.

13 D. F. Sarmiento, Facundo, p. 91.

14 José María Ramos Mejía, Rosas y su tiempo, Buenos Aires, OCESA, 1952 [1907], cap. II, "De dónde pro-
cede el tirano", J, pp. 65-93.

67
cia genética, la que Ramos Mejía descubre es la de la experiencia colectiva de su ciu-
dad y su región nativa.
Esa experiencia debe también haber gravitado sobre Mitre: ya su padre había
desenvuelto su vida en ese marco burocrático, y él mismo parece haberse prepara-
do desde su adolescencia para el servicio del estado; a los catorce años ingresaba,
sin dudas con vistas a una carrera en las oficinas de hacienda, en la escuela mer-
cantil del Consulado de Montevideo; al año siguiente su padre perdía su cargo de
tesorero general de la República y en 1837 Mitre ingresaba en la escuela de arti-
llería de la Academia Militar de Montevideo, de la que egresó como alférez en
1839. A diferencia de Sarmiento, arrastrado a la milicia por la vorágine de la gue-
rra civil, para Mitre ésta abría desde el comienzo una carrera profesional, en todos
los sentidos del término: no sólo ella suponía la adscripción con vocación dé per-
manencia a una estructura institucional bien consolidada, sino la adquisición de una
específica competencia por vía de aprendizaje formal (en 1844, mientras servía en
las fuerzas que defendían a Montevideo sitiado, iba a redactar una Instrucción prác-
tica de artillería, para el uso de los señores oficiales de artillería de la línea de for-
tificación15).
En el marco militar ambos aspectos necesidad de competencia técnica específi-
ca y de una institucionalización rigurosa aparecen quizá más estrechamente ligados
que en cualquier otro. Mitre subrayará por igual a ambos en dos artículos periodísti-
cos de febrero de 1846, "La montonera y la guerra regular" y "Necesidad de disci-
plina en las republicas"l6. Aquí de nuevo, como Alsina, afirma contra Sarmiento que
la victoria de los ejércitos regulares contra las montoneras reclutadas por los caudi-
llos ofrece un desenlace más frecuente que el opuesto a los conflictos entre ambos.
Pero, más allá de esa conclusión solidaria con la optimista visión porteña del futuro
argentino, esos textos constituyen un alegato en favor de la profesionalización e ins-
titucionalización como fines válidos en sí mismos, y no sólo como instrumentos de
victoria, en el que vemos ya desplegarse un motivo que ha de ser central a la visión
histórica de Mitre.
Pero esa institucionalización no puede seguir las líneas de la implantada en el
Plata por la monarquía ilustrada: también en este punto Mitre se aparta de López,
para quien Buenos Aires nunca ha vuelto a ser tan bien gobernada como en los tiem-
pos felices de don Carlos III. La revolución ha deshecho para siempre la coraza
monárquica e imperial que amenazaba sofocar el crecimiento de esa sociedad instin-
tivamente igualitaria y marcada desde sus orígenes por una <<democracia genial>> que
es la del Río de la Plata. Y esa revolución alcanza su momento culminante no en
1810 sino en 1820, cuando los caudillos destruyen el estado heredero de la tradición

15 José C. Campobassi, Mitre y su época, Buenos Aires, Eudeba, 1980, pp. 17 y 22~23; Juan Angel Farini,
Cronología de Mitre, 1821~1906, Buenos Aires, Institución Mitre, 1970.

16 Farini, op.cit., p. 23.

68
virreina! qne desde Buenos Aires ha dirigido durante diez años la lucha emancipa-
dora; sólo entonces, asegura Mitre, la revolución política se torna <<revolución
social>>, encarna finalmente en la sociedad, y gracias a ello la Argentina asume de
modo irrevocable esa vocación democrática que sin que lo supiera ha sido ya la suya
desde los orígenes. De este modo lo que para López aparecía como catástrofe irre-
parable, de la que culpaba a San Martín por haberse negado a abandonar la empresa
de liberación del Perú para combatir a los caudillos rioplatenses, constituía para
Mitre la consumación de la revolución emancipadora!?.
Pero esa democracia sigue siendo <<inorgánica>>; la tarea que queda por cumplir
es la de organizarla, y ese debe ser precisamente el programa para la Argentina pos-
trosista. Esa organización tiene una sola forma posible: es la de la república democrá-
tica, pero ésta no es -contra lo que creyó Bello y creen todavía Sarmiento y Alberdi-
un injerto exótico que sólo puede arraigar en el inhóspito suelo hispanoamericano
tras de una penosa etapa de penetración ideológica y transformación social; al adop-
tarla la Argentina no hará sino envolverse en el ropaje institucional hacia el cual su
vocación la ha guiado desde sus remotos orígenes. Todavía en 1878, contra quienes
denuncian despectivamente el primitivismo semiindígena de la provincia de
Corrientes, al que atribuyen la tenaz fidelidad de algunos de sus caudillos políticos a
la facción liberal mitrista, Mitre responde con un escrito al que desafiantemente titu-
la en guaraní, la lengua indígena todavía universalmente hablada en esa provincia
(Ayherecó- Quahá Catú, una provincia guaran(). Si todavía ahora la recusación a la
visión polarizada que contrapone civilización y barbarie permanece implícita, con el
paso del tiempo sólo parece haber ganado en vehemencia.
En cuanto la historia que propone Mitre presenta la trayectoria de la Argentina
no sólo como el surgimiento paulatino de una conciencia de sí por parte de la socie-
dad rioplatense, sino el afirmarse de ésta bajo la figura de la nación y dentro del
marco institucional del constitucionalismo liberal y democrático al que la destinaba
su vocación originaria, ella ofrece la caución más sólida para el patriotismo de esta-
do; se entiende bien por qué un monumento historiográfico marcado por una audaz
originalidad de ideas pudo terminar ofreciendo las nociones básicas para la visión del
pasado y del destino argentino difundida por la escuela elemental, instrumento de un
esfuerzo muy deliberado por improvisar una conciencia nacional para un país deshe-
cho y rehecho por un alud inmigratorio sin paralelo en la historia universal.

17 Ver sobre este punto, Natalio R. Botana, La libertad polfrica y su historia, Buenos Aires, Sudamericana-
Instituto T. Di Tella, 1991, cap. VII, "El debate sobre la gue1Ta socía!", pp. 107-122.

69
1. EL SURGIMIENTO DE LA CRITICA
Alejandro Eujanian

Desde comienzos del siglo XX el debate que protagoniza-


ron Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez en los primeros
afios de la decada del ochenta del siglo anterior fue concebi-
do como un punto de inflexion en el desarrollo de la incipien-
te historiog'raffa argentina, respecto del cual los historiado-
res consideraron necesario fijar una posicion. P a r a aquellos
que centraron sus expectativas en la profesionalizacion de la
disciplina, Mitre parecfa ofrecer una alternativa mas ade-
cuada, fundamentalmente, por el enfasis que habfa puesto
durante la disputa en la critica de documentos. A p a r t i r de
ese momento se vulgarizo la idea de que en la polemica se
habfa producido el enfrentamiento entre una historia erudi-
ta y una historia filosofica ajena a los requisitos de una dis-
ciplina cientifica. Requisitos que solo retrospectivamente y
de m a n e r a anacronica se podian suponer consensuados ha-
cia 1880. Ademas de analizar, una vez mas, los topicos sobre
los cuales giro tal polarizacion, es nuestra intencidn determi-
nar el rol que la critica cumplio en el proceso de conforma-
tion de un campo profesional en la historiografia argentina
a partir de las ultimas decadas del siglo xix.
Concentraremos n u e s t r a atencion, en este capitulo, en
la etapa caracterizada por la emergencia de la critica histo-
riografica en nuestro pais, que abarca las polemicas que en-
frentaron a Bartolome Mitre y Dalmacio Velez Sarsfield en
1864 y la que, entre 1881-1882, opuso a Bartolome Mitre y a

17
18 El surgimicnto do la crftica

Vicente Fidel Lopez. N u e s t r a hipotesis es que frente a la au-


sencia de canales academicos destinados a legitimar tanto
las obras como a los hombres que las ejecutaron, la crftica
historiografica se convirtio en el medio privilegiado para di-
rimir problemas vinculados a la competencia y legitimidad
de aquellos que compartfan el interes por dilucidar hechos
del pasado o, con mayor ambicion, desentranar la t r a m a que
permitiera develar la verdad oculta tras esos hechos.
En este sentido, las polemicas nos interesan en tanto
acontecimientos a partir de los cuales podemos establecer de
que modo la crftica, vehiculizada por intermedio de la pren-
sa primero y las revistas culturales luego, se convertiria en
un eficaz instrumento de consagracion y disciplinamiento
que, a la vez que contribufa a fijar las reglas de un oficio y
las practicas que lo regfan, modelaba la imagen de quien lo
practicaba y, en cada uno de esos actos, ella misma se cons-
titufa y autolegitimaba. En este sentido, el problema que es-
tamos tratando es el que Hayden White denomina como po-
h'ticas de la interpretacion, en tanto lo que estaba en juego
en estas polemicas era la autoridad que el historiador recla-
maba frente a las elites polfticas, la sociedad y, tambien, con
respecto a aquellos cuyo campo de estudio comparti'a, pero
frente a los cuales intentaba afirmar su preeminencia y sta-
t u s . 1 Por otro lado, la actitud crftica suponfa la conciencia,
por parte de quien la practicaba y aun de aquel que era re-
tado por ella y se avenfa a debatir en los terminos propues-
tos, respecto a participar de un oficio parcialmente especia-
lizado, al que se le atribufan ciertas reglas para su ejercicio
en el marco de practicas diferenciadas de otras areas de la
produccion cultural.
Dicho esto ultimo, es conveniente precisar los motivos de
la periodizacion propuesta. Ubicar nuestro campo de refle-
xion en la segunda mitad del siglo XIX, remite a la ausencia

1. Con respecto a esta concepcion de la polfti-ca de la interpre-


tacion: White, Hayden, "La poh'tica de la interpretacion historical
disciplina y desublimacion", en El contenido de la forma. Narrativa,
discurso y representation historica, Barcelona, Paidos, 1992, p. 75.
Politicas de la hisloria 19

en la primera mitad del siglo de u n a historiograffa propia-


mente dicha. Ya porque la nation como espacio geografico,
politico e ideologico que le otorgue sentido y sirva de gufa a
la narration de los hechos del pasado era, en su extremo
asertivo, un destino incierto. Ya porque el conjunto de memo-
rias destinadas a justificar una trayectoria o los ensayos y
fragmentos en los que se instrumentaba una representacion
del pasado no suponfan por parte de sus ejecutores que tales
reflexiones les otorgara el caracter de historiadores, ni mu-
cho menos la conciencia de encontrarse desarrollando un offi-
cio particular. Ya, finalmente, porque el estar orientadas por
el interes de exaltar virtudes y valores propios de una civili-
dad republicana, por medio de la evocation de un hecho o
personaje determinado, le otorgaba una funcionalidad inme-
diatamente polftica que obturaba la posibilidad de concebir-
la como una obra a la que fuera posible someter a u n a crfti-
ca rigurosa de forma, fondo e incluso de estilo. 2
En la segunda mitad del siglo xix, el surgimiento de la
crftica historica estuvo asociada a un conjunto de transfor-
maciones de la esfera polftica y cultural. En primer lugar, la
necesidad de dotar de una legitimidad historica y jurfdica al
Estado nacional, particularmente despues de Caseros, con
relation a los estados provinciales y a los pafses limi'trofes,
contribuin'a a otorgar un status social y cientffico a la histo-
riografia, al tiempo que esta ultima proveia una norma de
realismo tanto al pensamiento como a la action polftica. 3 En
segundo lugar, el Estado actuaba como soporte de u n a rear-
ticulacion de las relaciones entre intelectuales y poder poli-
tico. Ante la ausencia de un mercado consumidor de bienes

2. Que se le podi'a reclamar en ese sentido al Ensayo de la /lis-


teria civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumdn, que por encargo
de Rivadavia el dean Gregorio Funes comenzo a publicar en 1816.
Tanto el poder que la demanda como su autor pretendfan la histo-
ria al servicio de la accion polftica.
3. Con relation al proceso de disciplinamiento del discurso
historico y su vinculo con el discurso polftico en Occidente, vease
White, H., op. cit., p. 79.
20 El surgimiento de la crflicn

culturales y la necesidad de recurrir al empleo publico como


fuente de ingresos, la posesion de un saber debidamente es-
pecializado le permiti'a actuar sobre la realidad sin que ne-
cesariamente dicha action fuera concebida como enajenante
de la independencia respecto al poder politico, que la alenta-
ba y justificaba. Al tiempo que el surgimiento de una esfera
publica liberal burguesa constituida como espacio de discu-
sion sustrai'do a la influencia del poder e incluso crftico de
sus actos contribufa a despojar a las autoridades constitui-
das del monopolio con respecto a la evaluation de las produc-
ciones culturales. 4
En tercer lugar, el sui'gimiento y consolidation de una
conciencia propiamente historiografica no era ajeno al proce-
so de constitution de la literatura como una esfera particu-
lar de la production cultural. En la primera mitad del siglo,
la cn'tica literaria estaba orientada a la valoracion de la obra
en (uncion de principios extraliterarios, siendo la difusion de
valores propios de un civismo republicano y la cn'tica al ro-
sismo los principales objetivos que debi'an guiar a la litera-
tura, convirtiendose este en el principio organizador de la
cn'tica. De este modo, la literatura argentina dejaba de lado
el principio de autonomi'a de lo estetico literario ya presente
en un romanticismo frances que, en mas de un sentido, le ha-
bi'a servido de modelo. 5 En la segunda mitad del siglo, J u a n

4. Al respecto vease Sabato, Hilda, "Ciudadanfa, participacion


poh'tica y la formacion de una esfera publica en Buenos Aires,
1850-1880", en Entrepasados, Revista de Historia, IV, 6, Bs. As.,
1994. Sobre la relacion entre el surgimiento de la opinion publica y
de las instituciones que constituyeron al publico como instancia de
cn'tica estetica ajeno al poder poh'tico, pero tambien a la mayoria,
vease Chartier, Roger, Espacio publico, critica y desacralizacion en
el siglo XVIII. Los origenes culturales de la Revolution Francesa,
Barcelona, Gedisa, 1995, p. 35.
5. Particularmente en lo que se.refiere al surgimiento de una
primera conciencia de escritor en el Rio de la Plata, siendo Esteban
Echeverria su principal exponente. Vease al respecto Myers, Jorge,
"Una genealogia para el parricidio: Juan Maria Gutierrez y la cons-
truccion de una tradicion literaria", en Entrepasados. Revista de
PoUticas do la historia 21

Maria Gutierrez fue quien estimulo el surgimiento de la erf--


tica literaria como una disciplina basada en la investigacion
y recoleccion de documentos que permitieran reconstruir la
historia de la-literatura ya no en funcion de dichos condicio-
namientos. 6 Asf, paralelo al surgimiento de una historia na-
cional, la crftica priorizaba una lectura basada en la idea de
unidad y continuidad desde la colonia al presente —amorti-
guando incluso el antihispanismo como criterio de juicio—
ofreciendo la imagen de un proceso, en el que el caracter na-
cional de la literatura se encontraba t e m p r a n a m e n t e expre-
sado en la etapa prerrevolucionaria. 7 A partir de Pavon, con
el surgimiento a la vida publica de la segunda generacion ro-
mantica y, particularmente despues del ochenta, en el con-
texto del naturalismo y luego, hacia fines de siglo, con el au-
ge del modernismo, al tiempo que la literatura se desemba-
razaba de aquel mandato, dejaba abierto el camino para la
diferenciacion respecto de una historiografia cuyo estatuto
residia en asumir aquella funcion que la literatura comenza-
ba a dejar de lado.
En este marco, nos proponemos entonces analizar las
dos polemicas mas importantes desde el punto de vista his-
toriografico d u r a n t e el perfodo de la organizacion nacional.
Mas estudiada la segunda que la primera, creemos impor-
tante pensarlas como dos momentos de un mismo proceso en
el que podemos encontrar continuidades, pero tambien des-
plazamientos cuyo sentido sera preciso indagar con el fin de
determinar en que medida la crftica historiografica contribu-

Historia, afio 3, Ng 4-5, Bs. As., fines de 1993, pp. 71-72; Sarlo Sa-
bajanes, Beatriz, Juan Maria Gutierrez: historiador y critico de
nuestra literatura, Bs. As., Editorial Escuela, 1967, p. 43 y ss.
6. Gutierrez legitima una posicion que privilegia la autonomi'a
de lo estetico literario; cfr. Myers, op. cit., p. 75. Por su parte, Bea-
triz Sarlo lo ubica como el primero en sentar las bases de una lite-
ratura nacional, op. cit., p. 9.
7. En este sentido, la historia de la literatura de Gutierrez es,
a la vez, nacional y didactica. Veanse Sarlo, op. cit., p. 135; Myers,
J., op. cit., pp. 79-81.
22 El surgimienU) do la crftica

yo a la especializacion de la disciplina historica respecto de


otras ramas del conocimiento, particularmente en relacion
con la literatura; a la fijacion de las reglas y practicas del
trabajo del historiador; a la definicion de formas de autorre-
presentacion en relacion con la disciplina y con su funcion
como historiador; y finalmente, a consolidar un espacio par-
cialmente diferenciado del campo politico, verificando la
existencia de puntos de friccion en aquellas zonas en las que
codigos, conductas y practicas se superponian.

Mitre y Velez Sarsfield: interpretaciones en pugna

Desarrollada entre quien en ese momento era presiden-


ts de la Nacion y su ministro de Hacienda hasta 1863, la po-
lemica entablada entre Bartolome Mitre y Dalmacio Velez
Sarsfield en las paginas de la prensa remite desde el inicio a
un espacio publico acorde con las prerrogativas de sus prota-
gonistas. 8
El propio Bartolome Mitre resume cual es el objeto de la
refutacion con la que Velez Sarsfield, desde el periodico El
Nacional, pretendia poner en tela de juicio la interpretacion
mitrista sobre los sucesos revolucionarios, tal como este los
habia presentado en su Historia de Belgrano, de la que en
1859 se habia publicado la seguifda edicion. En primer lugar,

8. El debate se realiza en dos diarios portefios. El Nacional,


donde Velez Sarsfield publicara, con el ti'tulo de "Rectificaciones
historicas", dos articulos cn'ticos sobre ciertas aseveraciones de Mi-
tre en la 2 8 edicion de la Historia de Belgrano de 1859, respecto al
papel desempenado por los pueblos del interior en las guerras de la
independencia. En tanto que las respuestas del general Mitre, en-
tonces presidente de la Nacion, seran publicadas en el diario Na-
cion Argentina, con el ti'tulo de "Estudios historicos: Belgrano y
Guemes". Luego sucederan como una segunda parte del debate dos
articulos mas de Velez Sarsfield: "Contestacion a los articulos pu-
blicados por el autor de la Historia de Belgrano". A continuacion y
cerrando la polemica, Mitre respondera con sus "Ilustraciones com-
plementarias".
Poh'ticas de la historia 23

que Belgrano habn'a calumniado a los pueblos del interior, y


particularmente a Salta y Tucuman al aseverar que la causa
revolucionaria habfa alii decai'do en el ano 1812 cuando se
haci'a cargo del Ejercito del Norte. En segundo lugar, como
consecuencia de lo anterior, que no fue el general Belgrano el
que habn'a vuelto a encender el fuego de la revolucion, no so-
lo por ser desconocido en esos pueblos, sino tambien por su
caracter despotico y antidemocratico que lo haci'a incapaz de
encabezar partidos revolucionarios. En tercer lugar, que fue-
ron los pueblos y no los jefes revolucionarios quienes dieron
impulso a la misma, siendo los primeros corregidos en sus
errores y arrastrados hacia un destino que no sonaban. En
cuarto lugar, que el general Guemes no debfa ser homologado
con la figura del caudillo, calificacion que Velez Sarsfield con-
sideraba injuriosa, sino parangonado con Bolivar o San Mar-
tin, en este ultimo caso por su desobediencia a poner el ejer-
cito que comandaba al servicio de la guerra civil, decidiendo,
en cambio, hacer frente al ejercito espanol. En quinto lugar,
que las Provincias del Norte se encontraban en 1812 en con-
dicion de resistir al ejercito enemigo, como lo hicieron en
1817, aun prescindiendo de la asistencia de Belgrano. 9
El problema, tal como lo planteaba Velez Sarsfield, se
encontraba centrado en la interpretation de los hechos, y so-
metido al regimen de la doxa antes que a u n a contraprueba
de caracter documental. En este sentido, lo que se hallaba en
discusion era el papel desempenado por las provincias en la
gesta revolucionaria y, por anadidura, el rol de las mismas
en la definition del sentido de la nation. De este modo, Bel-
grano y Guemes, como figuras arquetfpicas de la tension en-
tre nacion y provincias, representaban una tension aun mas
profunda anclada en la dicotomi'a entre elite dirigente y pue-
blo. La intention de Velez Sarsfield sera la de sobreponer el
protagonismo del segundo a las ideas y acciones del primero
con el objetivo de contrarrestar los efectos nocivos resultan-

9. Mitre, Bartolome, "Estudios historicos, Belgrano y Giie-


mes", en Obras completas, vol. XI, Bs. As., 1942, pp. 271-272. (En
adelante, Mitre, B., OC, N" de pagina.)
24 El surgimicnto dc la crftica

tes de los postulados propuestos por Mitre en la Historia de


Belgrano: "Pero ahora para crear heroes con atributos que
nunca tuvieron, es preciso infamar a los pueblos y dar el me-
rito de los hechos a hombres muy dignos por cierto; pero que
lejos de a r r a s t r a r a las poblaciones con su palabra o su con-
ducta fueron a r r a s t r a d o s por ellas y obtuvieron resultados
que ellos mismos no esperaban". 1 0
La acusacion de Velez Sarsfield ponfa en evidencia que
Belgrano no era u n a personalidad que en ese momento con-
citara demasiada atencidn publica. Pero era precisamente en
su elevacion al caracter de heroe colectivo en donde residfa
la mayor virtud de la biografia escrita por Mitre. En el habfa
hallado a una de las pocas figuras de la gesta revolucionaria
que quedaba indemne de la crftica postuma y cuyo caracter
nacional radicaba en la imposibilidad de que fuese apropia-
do por una sola faccion a diferencia del resto de las figuras
que poblaban la Galena de los hombres celebres.11
Por otro lado, era claro que el autor de la crftica no se
presuponfa como un historiador sino en cambio como un
hombre publico que legftimamente defendfa u n a interpreta-
cion alternativa de los sucesos. Como contrafigura es intere-
sante evaluar el lugar en el que el "historiador" se colocaba
para su respuesta. Mitre asumfa alii tres roles diferenciados
por los objetivos que se imponfa en cada uno de ellos asf co-
mo por las reglas que los regfan y que, sin embargo, apare-
cfan representados como una totalidad carente de fisuras.
Como estadista, incorporara a Sarmiento y a Alberdi al de-
bate como los r e p r e s e n t a n t e s de dos escuelas historicas que
han fijado su posicion en este punto atribuyendo en el pri-

10. Velez Sarsfield, Dalmacio, "Rectificaciones historicas: Bel-


grano y Guemes", en Mitre, B., OC, 421.
11. La primera edicion fue escrita para la Galena de celebrida-
des argentinas: biagrafias de los personajes mds notables del Rio de
la Plata de 1857 y se titulo "Biografia de Belgrano". Junto a ella
aparecian estudios sobre San Martin, Mariano Moreno, el dean Fu-
nes, Bernardino Rivadavia, Jose Manuel Garcia, el almirante
Brown, Florencio Varela y Juan Lavalle.
Polilicas do la historia 25

mer caso todo el merito a la "minoria inteligente" y en el se-


gundo, al pueblo. 1 2 Frente a estas posiciones que juzgaba
extremas, Mitre propom'a una "justicia distributiva" consis-
tente en dar a cada cual el valor que tuvieron en el desarro-
llo de los sucesos. Asf, mientras la razon y la fuerza seri'an
las armas con las cuales las elites imponian la direccion a
los sucesos, el "instinto" del pueblo "inoculaba su varonil
aliento a la revolucion". Como historiador y hombre de le-
tras, la eleccion del genero biografico, para un texto que ori-
ginalmente estaba dedicado a formar parte de un volumen
colectivo dedicado a resaltar las virtudes de un conjunto de
hombres celebres, lo habria condicionado no a olvidar al
pueblo sino en todo caso a prescindir de su protagonismo en
el relato. Finalmente, como politico, el privilegio del heroe
sobre el pueblo en la narracion estari'a justificado por la in-
tencion de despertar el sentimiento nacional que en 1858
veia amortiguado por la division de los pueblos, dotando de
ese modo a la nation de una rafz genealogica. 1 3 El heroe ele-
gido venia a expresar asf tanto el espfritu democratico y re-
publicano como el sentimiento nacional sobre el cual se
asentaba la supremacfa de la nacion con relation a las pro-
vincias y, por este camino, la de la propia Buenos Aires y de
la burguesia portefia sobre el resto de los estados y burgue-
sias provinciales.
En el marco de un Estado en proceso de organization, so-
metido aun a la amenaza de los poderes provinciales que
trascendfa el debate historiografico, las interpretaciones en
pugna reclamaban un soporte jun'dico que solo los archivos,
entendidos como memoria piiblica del Estado, podi'an otor-
garle. Tambien en este caso, Mitre es a un tiempo historia-
dor y hombre de Estado.
Puesto ya en evidencia el papel que desempefia la inter-
pretacion del pasado como niicleo central del debate, la discu-
sion se desplazaba al problema de la verdad y en consecuen-
cia al rol de los documentos en su doble faz constructiva y de-

12. Mitre, B., OC, 276.


13. Ibid., 363.
26 El surgimienlo de la crflica

mostrativa de los argumentos en pugna. En este punto, Velez


Sarsfield, al cuestionar tanto los documentos oficiales como
las memorias de los protagonistas que Mitre utilizaba co-
mo principal sosten de sus afirmaciones, por considerar que
en ellos nunca aparece la verdad historica, 1 4 dejaba el cami-
no abierto al autor de la Historia de Belgrano para hacer ga-
la de su erudition contradiciendo cada afirmacion de su crfti-
co con nuevos testimonies y documentos.
Es precisamente la ausencia de prueba y documentos la
que descalificaba, p a r a Mitre, la interpretation de los suce-
sos propuesta por Velez Sarsfield y con ella, su legitimidad
como cn'tico. Asi contrapondra a esa "historia hipotetica",
basada en reminiscencias vagas y recuerdos incompletes,
una historia real y positiva basada en u n a amplia base docu-
mental sometida a u n a rigurosa critica historica. 1 5
Mitre dira finalmente que las aseveraciones y juicios de
su oponente "no tienen mas fundamento que su palabra ano-
n i m a y desautorizada". 1 6 En efecto, la firma como si'mbolo de
autoridad constituyo la ultima arma u s a d a por Mitre para
su autoafirmacion y la descalificacion de su oponente. La au-
sencia de firma en los primeros dos articulos de Velez Sars-
field dejaba un vacfo al que Mitre apelara como mecanismo
de negation al citarlo una sola vez en su respuesta y luego
dirigirse a el como "ilustrado escritor" o "escritor anonimo".
Cuando Velez Sarsfield, en el segundo capi'tulo de sus "Rec-
tificaciones" coloque el nombre al pie y se dirija a Mitre co-
mo el "historiador de Belgrano", "su historiador", "habil his-
toriador", pondra las cosas en el terreno que Mitre quen'a
ubicarse, el del historiador que con su autoridad discute con
un pensador cuyo maximo titulo es el de conocedor de las co-
sas y los hombres de la revolution. 1 7 De este modo, Mitre lo-

14. Velez Sarsfield, D., op. cit, p. 416.


15. Mitre, B., OC, 273 y 291.
16. Ibid.
17. Mitre, B., OC, 357. El segundo capi'tulo en lo que respecta
a Velez Sarsfield aparecio con el titulo de "Contestacion a los ar-
ticulos publicados por el autor de la Historia de Belgrano, por lo
Polfticas de ]a historia 27

graba en el debate construir su autoridad no en base a la po-


sicion que ocupaba en la escena poh'tica sino dentro de los li-
mites de una labor basada f u n d a m e n t a l m e n t e en la valora-
cion y critica de documentos historicos. 1 8

Mitre y L o p e z : In animo et factis

Diecisiete anos despues, la polemica que entablaron


Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez entre 1881 y 1882,
considerada por diversas razones como el momento fundacio-
nal de la historiografia argentina del siglo XX, se insertaba
en un contexto social, politico e historiografico diverso del
anterior. 1 9

que respecta al General Guemes", en Mitre, B., OC, 442-453.


18. Dejamos de lado por el momento un aspecto sobre el cual
Eduardo Hourcade ha llamado la atencion a] analizar los cambios
que suf're el relato de Mitre al referir un mismo hecho historico se-
gun sea su soporte el libro o el diario. Vease Hourcade, Eduardo,
"Del diario al libro. Episodios tragicos de la revolucion en la pluma
de Mitre", en Estudios Sociales. Revista Universitaria Semestral,
ano V, N"- 8, S a n t a Fe, l 9 semestre de 1995, pp. 161-170.
19. Iniciada a partir de las cn'ticas que Lopez dirige a la Histo-
ria de Belgrano y de la independencia arge?itina, de Bartolome Mi-
tre, en su introduccion a la Historia de la revolucion argentina. Des-
de sus precedentes coloniales hasta el derrocamiento de la tirania en
1852 (1881), tuvo por parte de su autor u n a respuesta inmediata. El
medio elegido por B. Mitre fue la Nueua Revista de Buenos Aires, pa-
ra continuar luego en la seccion literaria del diario La Nacion. Reu-
nidas, f'ueron editadas en un volumen titulado Comprobaciones his-
toricas, a proposito de la historia de Belgrano (1881). A esta sucedio
la respuesta de Lopez, Debate historico. Refutacion a las comproba-
ciones historicas de la historia de Belgrano (1882, usaremos la ver-
sion de La Facultad, 1916), y finalmente, Nuevas comprobaciones
historicas, a proposito de historia argentina (1882). Para las Com-
probaciones usaremos la version de Bartolome Mitre, Obras compler
tas, vol. X, Bs. As., 1942. Las referencias a esta ultima apareceran
citadas segun las abreviaturas ya establecidas en la nota 9 de este
capitulo.
28 El surgimienl.c) de la cn'tica

En p r i m e r l u g a r , r e m o v i d o s los u l t i m o s o b s t a c u l o s p a r a
la d e f i n i t i v a consolidacion del E s t a d o n a c i o n a l y, al propio
t i e m p o , fijado el c o n s e n s o r e s p e c t o al f u t u r o d e s e a d o y el ca-
m i n o q u e debi'a r e c o n e r s e p a r a l l e g a r a el por p a r t e d e la
b u r g u e s i a l i b e r a l , la h i s t o r i o g r a f f a o t o r g a b a l e g i t i m i d a d j u n ' -
dica e ideologica en e s t e d e b a t e al d e j a r f u e r a de d i s c u s i o n
u n a s p e c t o c e n t r a l en 1 8 6 4 . 2 0 La t e s i s s o b r e la " p r e e x i s t e n -
cia d e la n a c i o n " y, por lo t a n t o , la d e s u p r e e m i n e n c i a sobre
los e s t a d o s p r o v i n c i a l e s , se c o n v e r t i a , n o solo en e s t e rao-
m e n t o sino t a m b i e n , salvo e x c e p c i o n e s , p a r a la h i s t o r i o g r a -
ffa p o s t e r i o r , en u n a s u e r t e de s e n t i d o c o m u n historiografico
q u e q u e d a b a f u e r a de c u a l q u i e r d i s p u t a . 2 1

20. Mauricio Tenorio, tomahdo como base la distincion pro-


puesta por Tulio Halperin Donghi entre el Hberalismo argentino y
mexicano en El espejo de la. hixtoria. Problemas argentinos y pers-
pectives latinoamericanan, Bs. As., Sudamericana, 1987, ubica el
debate en el marco de un homogeneo consenso ideologico de los li-
berales argentinos propiciado por u n a mas clara conciencia de sus
intereses de clase en comparacion con la burguesia mexicana. Cfr.
"Bartolome Mitre y Vicente Fidel Lopez. El pensamiento historio-
grafico argentino en el siglo XIX", en Secuencias. Eeuista de Hi.ito-
ria y Ciencias Social.es, 16, Nueva Epoca, Mexico, Instituto Mora,
enero-abril de 1990, p. 120.
21. En ef'ecto, las voces discordantes de Leandro N. Alem, en
la legislature bonaerense, y de Francisco Ramos Meji'a, en El fede-
ralisma argentino, no por insolventes aunque tal vez sf por inopor-
t u n a s , tuvieron escasa repercusion. Al respecto: Buchbinder, Pablo,
"La historiograffa rioplatense y el problem a de los orfgenes de la
nacion", en Cuadernos del CLAEH, aiio 19, N" 69, 2" serie, Monte-
video, 1994. Por otra parte, la revision que desde el constituciona-
lismo argentino de comienzos de siglo se hace respecto al rol de los
caudillos y las provincias integrandolos en el proceso de constitu-
cion de la nacion tanrpoco parece invalidar la tesis sobre la preexis-
tencia de la nacion, ni contradecir esencialmente el lugar que Mi-
tre habi'a juzgado necesario reconocerle a partir de 1820. Nos apo-
yamos en los trabajos de Chiaramonte, Jose Carlos y P. Buchbin-
der, "Provincias, caudillos, nacion y la historiograffa constituciona-
lista argentina", enAnuario 7, Tandil, Universidad Nacional del
Centro de la Provincia de Buenos Aires; Zimmermann, Eduardo y
Polfticas do )a hisloria 29

En segundo lugar, ninguno de los protagonistas, aun


conservando cierto prestigio obtenido en batallas del pasado,
ocupaba un lugar prominente en la escena poh'tica. Particu-
larmente Bartolome Mitre, quien, derrotado en 1874 y com-
prometido en el frustrado levantamiento del gobernador de
Buenos Aires Carlos Tejedor en 1880, era menos el hombre
al que el destino habia otorgado el papel de organizar el Es-
tado poniendole fin a la era de las guerras civiles, que el ul-
timo obstaculo para encauzar institucionalmente el pais. Por
su parte, Lopez, luego del ostracismo del que fue victim a por
parte de la opinion portena, que vio reflejada su posicion
pro-urquisista en los debates en torno al acuerdo de San Ni-
colas, tendra por intermedio de su labor intelectual y acade-
mica a partir de 1868, y por los lazos que entabla con la ju-
ventud reformista a traves de su hijo Lucio V. Lopez, la posi-
bilidad de recuperar algo del prestigio pevdido. 22 Sevan estos
factores, antes que sus ideas polfticas o interpretaciones his-
toriograficas, los que contribuiran a ubicar a Lopez en un lu-
gar mas comodo en la escena poh'tica que el que en ese mo-
mento ocupaba su oponente. El impulso por parte de Pelle-
grini y Aristobulo del Valle de lograr un subsidio destinado a
auspiciar la continuacion por parte de Lopez de su Historia
de la Repiibllca Argentina, no solo anunciaba hacia que lado
se inclinaba ahora la balanza, sino tambien la fuerte imbri-
cacion entre poder poli'tico y campo intelectual, y la inclina-
cion del primero a entrometerse en una disputa que h a s t a el
momento habfa estado contenida en el fuero cultural. Pero
esta decision no implicaba desde ningiin punto de vista u n a
apuesta a encontrar en Lopez u n a alternativa a la imagen
del pasado que Mitre habia ofrecido, sino, en todo caso, a es-
timular desde el espacio politico la consagracion de Lopez co-

Ernesto. Quesada, "La epoca de Rosas y el reformismo institucional


del cambio de siglo", en La historiografia argentina en el siglo XX
(I), Bs. As., CEAL, 1993, p. 23 y ss.
22. Lettieri, Alberto, Vicente Fidel Lopez: La construccion his-
torico-politica de un liberalismo conservador, Bs. As., Biblos, 1995,
p. 35 y ss.
30 El surgimiento dc la crftica

mo el historiador de la nacion en contraposition a quien en


ese momento era su adversario politico. 28
En tercer lugar, no era ahora la prensa el soporte mate-
rial de la disputa ni tampoco el publico al que ella interpela-
ba el sujeto que se pretendia legitimante de los argumentos.
La eleccion del libro y la Nueva Revista de Buenos Aires des-
de el punto de vista de la forma, las aproximadamente 1600
paginas, que en conjunto componen el debate, la mayor eru-
dition, las voluminosas citas, las referencias cruzadas y, rau-
chas veces, oblicuas, desde el punto de vista del contenido,
condicionaban sus posibilidades de circulation en u n a opi-
nion piiblica cuyo acceso al debate suponia el participar de
ciertos codigos y habitos de lectura, propios de u n a discipli-
na que comenzaba a mostrar rasgos de especificidad. Mitre,
quien babi'a elegido para iniciar su respuesta a Lopez una
revista cultural a la vez que se lamentaba por deber prose-
guirla en la "seccion literaria" de La Nacion, justificaba su
primera eleccion por entender que el "publico selecto" por
el que ella circulaba era el mas adecuado para la repercusion
que el esperaba para el debate. 2 4
Por otro lado, si el medio y la position de los contrincan-
tes en el debate con Velez Sarsfield referia a una tribuna pii-
blica, en este caso, si bien no estaba totaimente ausente la
aspiracion de intervenir en ese espacio, ella se encontraba
condicionada por su participation en tanto historiadores. Si
ello era asi, era porque Lopez, a diferencia de Velez Sars-
field, no estaba dispuesto a ceder en ningiin momento a Mi-
tre el lugar del historiador en la contienda.

23. Respecto a las diferencias poh'ticas entre ambos historiado-


res y sus vinculos con las representaciones del pasado que susten-
taban, vease Lettieri, A., op. cit.; Natalio Botana ve alii disefiados
los que denomina dos liberalismos posibles, democratico el primero
y conservador el segundo, en La libertad politico y su historia, Bs.
As., Sudamericana, 1991. En tanto, Mauricio Tenorio ha extrema-
do el paralelismo con el mundo politico ingles al que el propio Lo-
pez hace referenda para representarlo como exponente de un "des-
potismo Whig con espiritu romantico", op. cit., p. 99.
24. Mitre, B., OC, 14.
Polfticas de la historia 31

Sin embargo, senaladas estas diferencias y tomada la


polemica como un enfrentamiento entre una historia filosofi-
ca o "hipotetica", como prefiere Mitre, 25 frente a una histo-
ria en la que no se daba un paso sin el aval de los documen-
tos,2fi carece de originalidad y no justifica el caracter funda-
cional que le ha atribuido la historiografia contemporanea. 27
Ambos, a su tiempo, intentaron despegarse de las consecuen-
cias de dicha oposicion. Contra la acusacion de Lopez de que
el hacfa una historia carente de filosoffa, Mitre respondera
que era precisamente la filosofia de la historia la que le per-
mitfa encauzar los hechos con su moral y su estetica, permi-
tiendo establecer el enlace entre los hechos, su orden sucesi-
vo, su simultaneidad y su dependencia reciprocal 8 Tampoco
Lopez estaba dispuesto a ceder ante la acusacion de que ha-
cfa historia sin documentos. Por el contrario, desde la "Intro-
duccion" intentan'a demostrar que era precisamente la mala
transcripcion de los documentos o los errores cometidos en la
tarea de interpretation o traduction, lo que habrfa inducido
al historiador de Belgrano a equivocaciones en la valoracion
de hechos y personajes del pasado. Para Lopez, Mitre no era
mas que un "improvisador".29
Es este un hecho no valorado y que sin embargo es cen-

25. Mitre no acepta el ataque de Lopez respecto a que su his-


toria carece de filosofia; por el contrario, destaca que sin filosofia
no puede escribirse la historia, pero sin documentos no es posible
escribir su filosofia. Por ello, sefiala que Lopez mas que historia fi-
losofica basa su teori'a en hipotesis y conjeturas, en OC, 330.
26. Mitre, B., OC, 15.
27. En efecto, Mitre habi'a colocado la distincion en este terre-
no ya en el debate que analizamos anteriormente. Por otro lado,
ademas de la dimension europea de la discusion, tanto en el Brasil
como en Chile, a traves del debate Bello - Lastarria de 1844, la dis-
cusion estaba claramente planteada. Al respecto, cfr. Rivas, Ricar-
do, Historiadores del siglo XIXy la historia de America, en Estudios-
Investigaciones, Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educacion,
U. N. de la Plata, N- 26, 1995, p. 52 y ss.
28. Mitre, B., OC, 328.
29. Lopez, V. F., Debate historico, op. cit., p. 39.
32 El surgimionto de la critica

tral en el proceso de profesionalizacion. A diferencia de Ve-


lez Sarsfield, Lopez no ponia en duda la veracidad de los do-
cumentos sino, en todo caso, su correcta transcription e in-
terpretation. Aceptados los documentos como la base inclu-
dible del debate historiografico, se abrfa paso a una discu-
sion en la que entraba en juego el dominio cn'tico de los mis-
mos y con ello, a la promotion del estatuto cienti'fico de la
disciplina historica y a su diferenciacidn respecto de la lite-
r a t u r a . a o Menos que el uso de documentos. lo que Lopez en-
tendia que estaba en discusion era el metodo expositive El
estilo condensaba aqui una forma de autorrepresentacion co-
mo historiador moldeada de acuerdo con una perception mo-
ral de la practica del oficio. Asi, el estilo erudito que practi-
ca Mitre, con la profusion de detalles de la que hace gala, pe-
ro, particularmente, con la imagen del trabajo del historia-
dor que presupone, terminaba homologando para Lopez a
quien lo practicaba a la figura del cronista, el notario o el
empleado p r a c t i c e 3 1 En su critica Lopez alcanzaba a ver con
notable claridad la relation que, en la escritura de la histo-
ria que practica Mitre, se establece entre estilo, representa-
tion del oficio y disciplinamiento socioprofesional en funcion
de la poh'tica que el pensamiento historico tiene la funcion de
servir: la consolidation del Estado nacional. A condition, es
cieito, de anteponer el metodo a una filosofia de la historia
de rai'z metafisica y a un pensamiento politico de caracteri's-
ticas utopicas.
De este modo, la relation privilegiada que el investiga-
dor entablaba con el documento promovia una imagen del
historiador asociada al trabajo de gabinete y a la idea de un
sacrificio laico a partir del cual la obra seria el resultado fi-
nal de u n a prolongada maduracion y preparation. Al mismo
tiempo se distanciaba del principio romantico de la creation

30. Cfr. la importancia de este desplazamiento en el proceso de


profesionalizacion de la historiograffa francesa, en Nora, Pierre, La
historia de Francia de Lavisse, Bs. As., Biblos, s/f, p. 46 [1* ed.
francesa: 1986J.
31. Lopez, V. F., Debate historico, op. cit., p. 35.
Pob'ticas de la historia 33

literaria como producto de un momento de inspiracion, que-


dando los recien iniciados excluidos como legitimos practi-
cantes del oficio. 32
Sin embargo, a pesar de que la historiograffa comenza-
ba a adquirir en esta polemica ciertos rasgos de especialidad,
ambos se concebi'an aiin como participes de un espacio mas
abarcativo y a la vez universal. Eran, antes que historiado-
res, "hombres de letras" que se habfan trabado en una "re-
friega", tambien ella literaria y regida por los canones de ur-
banidad propios de la "dignidad de las letras". 3 3 Principios
que, a su tiempo, ambos consideraban que habfan sido viola-
dos por los excesos verbales de su oponente.
Aun sometida a valores que remitfan a una civilidad
propia de una republica de las letras, de la que ambos se sen-
ti'an miembros, la critica historica adquiria cierta singulari-
dad como resultado de un consenso respecto al papel que de-
sempenaban los documentos. Particularmente, en el momen-
to en el que se pretendia poner en tela de juicio la veracidad
de los textos, la critica aparecia legitimada como instancia
privilegiada para conferir autoridad tanto a las obras como a
sus autores. Al tiempo que, presentada como un derecho y
una condicion de la vida intelectual y aceptada como criterio
de validacion e incluso como un esti'mulo para la lectura, se

32. Uno y otro sustentan esta imagen como instancia de dife-


renciacion. Lopez, sin citarlo, hace ref'erencia a Mitre en la "Intro-
duccion" a la Historia de la revolution argentina que luego este to-
mara como un acicate para la polemica: "La historia no puede escri-
birse con pereza; es indispensable andar por ella a cada hora del
di'a: ser claro, completo y categorico al exponer la vida de las gene-
raciones que la han hecho y juzgar a sus actores in animo et factis",
p. 306. Por su parte, Mitre, describe al historiador como aquel que
"...con amor y con infatigable anhelo de verdad y justicia registra
archivos, descifra documentos y compara testimonios, reuniendo los
elementos dispersos de la vida del pasado que deben constituir la
musculatura de su obra y darle valor y consistencia...", en OC, 19.
33. Tales referencias aparecen en distintos lugares del texto, a
modo de ejemplo, la Nota preliminar de Mitre a sus Comprobacio-
nes historicas, en OC, 13-16.
34 El surgimicnlo de la crilica

la pretendfa alejada de los lazos personales y, por lo tan to, ya


no regida por los rencores ni tampoco por la actitud compla-
ciente de los amigos. 3 4 Aun reconociendo que la practica de
la critica en el pen'odo carecio de estas condiciones, eso no
solo no invalidaba sino por el contrario justificaba el hecho
de que fuese concebida como un a r m a cuya posesion garanti-
zaba la consagracion de unos en detrimento de la condena-
cion de otros. 3 n
En la critica, ya no estaba solo en juego la valoracion de
una obra sino a condicion de poner en cuestion la autoridad
de quienes la ejercfan. Las remisiones a u n a autoridad exter-
na y prestigiosa como garante de los juicios o del metodo his-
torico que los gufa; 36 las frases en latin desperdigadas en el
texto, de cuyo correcto uso Lopez haci'a gala; la referencia en
Mitre a la repercusion que, tanto la Historic! de Belgrano co-
mo sus Comprobaciones historical habfan tenido en el ex-
tranjero, o la mencion a un mercado que habi'a estimulado la
Vealizacion de diversas ediciones de su historia sucesivamen-
te agotadas, constituyeron diversas formas de sostener la

34. Mitre, B., OC, 338-339.


35. Anos despues, Roberto Giusti aiin definia la critica como
una "sociedad de bombos mutuos, sometida a un regimen en el que
prevalecfan las complicidades, odios y compromisos personales", en
Sarlo, Beatriz, El imperio de los sentimientos, Bs. As., Catalogo,
1985, p. 32.
36. Mitre, B., OC, 333-335. Es interesante observar como un
conjunto de lecturas compartidas refieren en Mitre y Lopez a con-
cepciones historiograficas que asumen como antagonicas. Asi, mien-
tras para Lopez Hume, Macaulay, Carlyle, Buckle, Thiers, Michelet
y Taine son los referentes de una historia nlosofica, para Mitre son
el ejemplo de que no hay historia sin documentos que la avalen. Lo
que pareceria indicar que cumplen una funcion de autoridades pres-
tigiosas mas que de modelos historiograficos. Fernando Devoto ha
hecho referencia con precision a las distintas lecturas realizadas de
la obra de Taine en "Taine y Lets origines de la France contcmporai-
ne en dos historiografias finiseculares", en Anuario 14, Rosario, Es-
cuela de Historia, Fac. de Humamdades y Artes, UNR, 1989-1990,
p. 99.
Politicas de la historia 35

autoridad no solo como historiadores sino tambien como cri-


ticos de las obras de los mismos. 3 7
Pero en 1880, frente a la ausencia de un espacio propio
de los historiadores como esfera de contencion y juicio defi-
nitive respecto al resultado de la polemica, el problema de la
autoridad se veia sometido a criterios de legitimation pro-
pios de una esfera publica en la que antes que historiadores
los que estaban debatiendo eran hombres con una vasta tra-
yectoria poh'tica.
El cruce entre ambas esferas se ponfa en evidencia cuan-
do Lopez, en su Refutation a las comprobaciones historicas
de la historia de Belgrano, hacfa mencion al motivo que lo
habia llevado a provocar a su adversario. La publicacion en
Chile de la "Carta sobre l i t e r a t u r a americana", que Mitre
habia enviado a Barros Aran a y que este editd con su consen-
timiento en laRevista Chilena de octubre de 1875, se conver-
t s ahora en el punto central de discusion. Lopez, finalmen-
te, ya no era el provocador sino el provocado. En efecto, allf
Mitre decia respecto a su critico: "Excuso decirle que este es-
critor debe tomarse con caatela, porque escribe la historia
con tendencias filosoficas, m a s aun segun una teoria basada
en hipotesis, que con arreglo a un sistema metodico de com-
probacion". 38
Ni los argumentos de Mitre ni la previsible molestia del
refutador merecerfan mayor atencion si no se agrega como
fuente del conflicto su lugar de publicacion y el momento.
Esta crftica se insertaba en un clima de conflicto entre am-

37. Se refiere particularmente a Vicuna Mackenna, BaiTos


Arana y al recientemente fallecido ex presidente del Peru, Manuel
Pavdo. Mitre en mas de una ocasion apelo a las redes formadas por
sus contactos con historiadores y hombres de Estado americanos
como criterio de autoridad. German Colmenares destaca los multi-
ples vinculos entre la inteligencia del cono sur en Las convenciones
contra La cultura, Bogota, 1987, pp. 40-47.
38. La carta fue publicada por Barros Arana con la autoriza-
cion del autor en la Revista Chilena, del 20-10-1875, p. 477. Usa-
mos la cita que de ella hace el propio Lopez, el subrayado es de el.
En Debate historico, op. cit., p. 27.
36 El surgimienlo do la crilica

bcs paises y refen'a a quien habi'a representado, en la Cama-


va de Diputados, la position mas dura respecto a la polftica
expansionista de Chile. 8 9 En una muestra de la fuerte-im-
brication del debate intelectual con la esfera polftica, Lopez
vena en esta carta el sin torn a de una doble traicion: la de-
sautorizacion de una historia argentina era al mismo tiem-
po la del propio pais frente a Chile y, desde un punto de vis-
ta individual, la de el mismo como historiador y hombre pu-
blico: "Es una propaganda contra nuestra conciencia de es-
critores historicos y contra nuestra reputation de hombres
de verdad". 4 0
De este modo, un debate protagonizado por quienes se
percibi'an a si mismos como historiadoresy en el que parecfan
estar en juego detalles respecto a cifras de poblacion, correc-
ta ubication de los ejercitos durante el asalto y defensa de
Buenos Aires en 1807 o la correcta traduction de una fuente
o interpretation de una frase en latin, sin abandonar dicho
espacio, se reintegraba de pleno derecho en la arena polftica.
Por tal motivo, el rol que representaba la tradition en
ambos historiadores no puede ser juzgado solo en terminos
de la mayor o menor veracidad de los argumentos, segiin es-
tos se encuentren basados en fuentes orales o documentos
publicos. La tradition se convertfa en una instancia de legi-
timation que provenia de la esfera polftica para derivar lue-
go en la actividad intelectual.
La historia de Lopez hacfa referencia a un mundo fnti-
mo, en el que primaba la confidencia hecha en un rincon del
hogar. Refen'a tambien a un espacio privado, de acceso res-
tringido en el cual habi'a forjado una historia, tambien ella
privada, que se nutria de las "referencias verbales de mi pa-
dre", o las "conversaciones tenidas con el senor don Nicolas
Rodriguez Peha". 4 1 Hombres que, por haberlos conocido e in-

39. Veanse las alocuciones de Lopez en la Camara de Diputa-


dos del 16 de mayo y 18 de junio de 1875. Al respecto, cfr. Lettieri,
op. clt., pp. 59-60.
40. Lopez V. F., Debate historico, op. cit., p. 65.
41. Ibid., pp. 162 y 179, respectivamente.
Polflicas dc la historia 37

cluso frecuentando su hogar, h a s t a el punto de considerarse


como un hermano de los hijos de Nicolas Rodriguez Pena,
juzgaba incapaces de cualquier falsedad. 4 2
Mitre, por su parte, tampoco renegaba de la tradicion co-
mo simbolo de autoridad ni como instrumento a partir del
cual otorgar verosimilitud al relato. Pero en el, la tradicion
ya no era familiar sino primordialmente publica. La ausen-
cia de una tradicion familiar, lo suficientemente digna de ser
evocada, era suplida por el recurso a aquellos hombres publi-
cos que en el habi'an confiado para entregar al juicio de la
posteridad sus memorias, sus documentos secretos, su alma:
"Rondeau me dejo al morir sus memorias j u n t a m e n t e con su
espada", o "Las Heras que junto a sus confidencias me lego
su baston de mando". Documentos que pasaron a formar par-
te de su archivo personal permitiendole crear un verosfmil
dive?'SO del de Lopez. Sus juicios estaban avalados no ya por
una confidencia dificil de verificar sino por "un manuscrito
original que tengo a la vista". 4 3 Memoria del poder y mani-
festacion de ese poder delegado a quien basaba su autoridad
en el uso de esos documentos tanto como en su posesion.
Si bien esta concesion a la tradicion, particularmente en
el caso de Mitre, parecia rendir tributo a u n a sociedad que
continuaba depositando en ella una fuerte dosis de legitimi-
dad poli'tica e intelectual, el tipo de tradicion a la que ambos
apelaban tenia como resultado dos historias diversas. En Lo-
pez, su apelacion a la historia familiar permiti'a escribir la
historia del poder, a traves de la memoria de quienes forma-
ron parte de ese circulo privilegiado. La perdida de protago-
nismo por parte de esas familias patricias que Lopez lamen-
taba otorgaba a su historia un caracter irremediablemente
incomplete y necesariamente nostalgico. 4 4 Mitre, en cambio,

42. Ibid.
43. Mitre, B., OC, 300-305.
44. Vease Halperin Donghi, Tulio, "La historiograffa: treinta
afios en busca de un rumbo", en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo
(comps.), La Argentina del ochenta al centenario, Bs. As., Sudame-
ricana, 1980, p. 830.
38 El surgimiento do la cn'tica

pretendfa escribir la historia del Estado, y ella solo podi'a ser


elaborada con documentos publicos. Archivos publicos de uso
privado —sustrai'dos de la posibilidad de contrastar los jui-
cios con documentos— constitui'an menos una paradoja que
la prueba cabal de que el reservoriode la nacidn y la memo-
ria de la administracidn se hallaba mayoritariamente en ma-
nos de particulares, los mismos particulares entre cuyas es-
trechas filas se dirimfan las disputas por el poder. La pose-
sidn de esos archivos era una manifestation del poder de sus
herederos, no solo para el conjunto de una ciudadani'a que
tenia tan restringido el acceso a ellos como a la arena poh'ti-
ca sino, particularmente, respecto a la propia elite.

Cn'tica y p o d e r

En 1892, reunidos por la poli'tica, Mitre y Lopez tendran


la oportunidad de sellar su coincidencia en los aspectos cen-
trales de la historia argentina tras el debate que diez anos
antes los habi'a separado. 4 5 Sin embargo, desde los primeros
anos del siglo XX, la historiograffa argentina se apresurd a
tomar posicidn en la contienda, quedando establecido que
Bartolome Mitre habfa sido el triunfador. Dos lfneas inter-
pretativas parecfan justificar tal apreciacidn. La primera,
esbozada por Rojas en su Historia de la literatura argentina
y retomada luego por Rdmulo Carbia, ponfa el acento en el
rol que le cupo a Mitre como antecedente de u n a historia que
enfatizaba la biisqueda, seleccion y cn'tica de fuentes como la
base del status profesional de la disciplina. 4 6 La segunda, en

45. En 1892, Lopez escribi'a a Mitre en tono conciliatoiio: "<<,No


hay un acuerdo completo en lo sustancial de nuestros juicios?". Por
su parte, Mitre sentenciaba: "Lo que hemos disputado ha sido el
modo de ponernos de acuerdo", en Mitre, B., Correspondent lite-
raria, historica y politico., citado por Campobasi, Bartolome Mitre y
su epoca, Bs. As., Eudeba, 1980, p. 453.
46. Rojas, Ricardo, "Fundacion de la historia argentina", en La
literatura Argentina. Ensayo filosofico sobre la evolucion de la cul-
Politicas de la historia 39

cambio, destacaba la imagen de un historiador, capaz de con-


ciliar su oficio con la action poh'tica, al tiempo que encontra-
ba en su obra un referente de la moderna historia social. 47 A
pesar de que en este segundo caso la mirada respecto a sus
proyecciones era mucho menos optimista, 4 8 coincidia con la
primera en el esfuerzo de fundar en aquel debate el origen de
una tradition acorde con las posiciones historiograficas que
sus mentores sentian representar en su momento. Sin em-
bargo, dichos aspectos, ya por encontrarse presentes como
topicos en el debate de 1864; ya por referir menos a la pole-
mica en si misma que a una de las obras historicas de Mitre,
le quitaron al debate originalidad e incluso pertinencia como
momento fundacional.
En cambio, entendidas las polemicas como aconteci-
mientos que remiten a determinadas condiciones de produc-
tion, podemos ver de que modo entre una y otra se ha trans-
formado tanto el espacio en el que se desenvuelven, como las
posiciones asumidas, los objetivos que persiguen y las reglas
que las rigen. Entre esos anos, la cn'tica ira definiendo un
campo de batalla cada vez menos ligado a problemas de tipo
interpretativo —aspecto que se halla en el centro del debate
entre Velez Sarsfield y Mitre— y ello no porque la interpre-
tation dejara de estar en cuestion sino porque cada vez mas
ella se v e n a subordinada a la legitimidad y grado de autori-

tura en el Plata, en Obras completas de Ricardo Rojas, t. XV, Bs.


As., La Facultad, 1925; Carbia, Romulo, Historia critica de la his-
toriografia argentina, desde sus origenes en el siglo X\rl, La Plata,
1939, pp. 141-143.
47. Esta imagen es inaugurada por Jose Luis Romero en un ar-
ti'culo clasico, "Mitre un historiador f'rente al destino nacional", en
Argentina, imdgenes y perspectivas, Bs. As., 1956. Posteriormente
es retomada por Tulio Halperin Donghi, "La historiografia: treinta
anos en busca de un rumbo", op. cit.; y por Natalio Botana, en La
libertad politica y su historia, op. cit.
48. Nos ref'3rimos a la crisis que segun Tulio Halperin Donghi
se abre en la historiografia argentina tras este debate, en "La his-
toriografia: treinta anos en busca de un rumbo", op. cit., p. 834.
40 El surgimienlo dc la crflica

dad de aquel que la promovfa. Al tiempo que se pasaba de


una critica que, sin dejar de ser valorativa, comenzaba a ad-
quirir rasgos normativos y, con ello, a influir en la fijacion de
reglas relativas al trabajo del historiador. Si no se profundi-
zo en este segundo aspecto, fue porque Mitre carecio de la vo-
luntad, el afan didactico y la percepcion suficiente p a r a uti-
lizar la critica como arma de disciplinamiento. Por el contra-
rio, se hallaba mas dispuesto a reaccionar cuando su autori-
dad era puesta en duda que a ejercerla como agente de con-
sagracion y legitimacion. Ello fue asf porque dicha autoridad
no se fijaba hacia el interior de un espacio socioprofesional
compartido, a esas a l t u r a s inexistente, sino que remitia a
una esfera publica en relacion con la cual Mitre era interpe-
lado no solo como historiador sino como un hombre publico.
Recien a fines de siglo, con Paul Groussac, la critica apa-
recera como un a r m a cuyo uso remite a un espacio y a una
autoridad consciente de su potencialidad normativa. Allf la
critica adquirira un caracter institucional, transformandose
en uno de los dispositivos fundamentales de disciplinamien-
to de la practica historiografiea. 4 9 Pero, en 1880, Mitre no
disputaba el monopolio de su uso, ni tampoco estaban defini-
dos los criterios que la reginan. Ese mismo ano, en el Anua-
rio bibliogrdfico, de Alberto Navarro Viola, aparecia una re-
sena al Ensayo sobre la historia de la Constitution argenti-
na, de Adolfo Saldias, en la que el cri'tico, t r a s r e s a l t a r la se-
riedad, rectitud filosofica, preparacion y acopio documental
de la obra, cuestionaba su merito desde un punto de vista
moral alertando sobre los riesgos que su lectura podia provo-
car en la juventud. 5 0
De todos modos, la critica contribuira a la delimitacion
de un espacio que, particularmente despues de Pavon, co-
menzara a percibirse parcialmente diferenciado y especiali-
zado. Lapso en el que ella misma ira precisando su lenguaje,

49. Vease Eujanian, A., "Paul Groussac y la critica historiogra-


fica", en este mismo volumen.
50. Navarro Viola, Alberto, Anuario bibliogrdfico de la Repu-
bIica Argentina, Bs. As., Imprenta del Mercurio, 1880, pp. 71-76.
Polilicas de la hisloria 41

codigos, forma y objetivos. Al tiempo que, del diario a la re-


vista, iria definiendo un publico —mas o menos especializa-
do— sobre el cual intentara incidir interpelandolo como ga-
rante de la posicion que cada uno de los oponentes pretendi'a
ocupar en la batalla y como juez de los argumentos en pug-
na. Un espacio exclusivo y un publico restringido de acuerdo
con el acceso que tienen al consumo de las revistas cultura-
les, como a los codigos necesarios para i n t e r p r e t a r sus men-
sajes.
Finalmente, a pesar de senalar la presencia de ciertos
indices de especializacion y diferenciacion de la labor histo-
riografica, es evidente que esta aun se encontraba sometida
a reglas propias de la practica poh'tica y del mundo literario.
En primer lugar, porque su autopercepcion como historiado-
res se ballaba sobredeterminada por una conciencia de escri-
tor influenciada t e m p r a n a m e n t e por un romanticismo Tran-
ces que proveyo el modelo, a partir del cual los intelectuales
estructuraron formas de autorrepresentacion inspiradas en
la imagen del l i t e r a t e 5 1 En segundo lugar, porque al mo-
mento en que surge la crftica historiografica en la Argenti-
na, la carencia de una tradicion profesional que le sirviese de
polo de diferenciacion o identificacion obligo a fijar posicio-
nes de acuerdo con u n a tradicion poh'tica que, por otro lado,
coincidfa con los hechos y personajes que constituian la tra-
ma de su r e l a t e

51. Maria Teresa Gramuglio destaca el desfasaje entre el mo-


delo aportado por un campo autonomizado como el frances y las
condiciones existentes en la Argentina, en "La construccion de la
imagen", en La eacritura argentina, Santa Fe, Universidad Natio-
nal del Literal, 1992, p. 42.

También podría gustarte