10 - Mitre Lopez
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MITRE Y LA FORMULACIÓN
DE UNA HISTORIA NACIONAL PARA LA ARGENTINA
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El entrelazamiento entre la exigencia erudita y la ruptura del lazo con cualquie-
ra de esos sujetos parciales está explícitamente declarado en la caracterización del
proyecto histórico que Mitre opone al de su gran rival Vicente Fidel López en la polé-
mica que ha de enfrentarlos. En López, la decisión de usar la memoria colectiva del
patriciado porteño como fuente histórica privilegiada, de cuya perspectiva se hace
eco, es solidaria del reconocimiento de ese grupo como el protagonista del proceso
histórico: el resultado es una narración que no alcanza a ocupar plenamente el marco
nacional al que su autor aspira; antes que de la República Argentina, su historia es la
de esa que López llama burguesía liberal porteña; sin duda por esa razón López
nunca va a realizar su deseo de continuarla más allá de ese año de 1829 en que el
ascenso de Rosas consuma la bancarrota definitiva del grupo dirigente que ha guia-
do la revolución emancipadora para extraviar luego el rumbo bajo el influjo de
Rivadavia.
La negativa a identificarse con los puntos de vista de cualquiera de los actores
individuales y colectivos que dominaron la escena histórica no supone -Mitre ha de
subrayarlo enérgicamente- la renuncia a estructurar la historia a partir de un punto
de vista preciso. Cuando López opone a la opción erudita de Mitre su supuesta pre-
ferencia por una historia filosófica, la dura respuesta de éste es que en la obra de su
rival la carencia erudita se prolonga en carencia filosófica. A esa doble carencia
Mitre opone el dominio que se jacta de haber ganado en ambos campos, gracias al
auxilio del método inductivo, que le permite alcanzar conclusiones generales a par-
tir de la acumulación de conocimientos empíricos debidamente controlados. Sí esa
última reivindicación es discutible (apenas se examina el modo de historiar de Mitre
se hace evidente que sus supuestas conclusiones son muy poco merecedoras de ese
nombre: son más bien las premisas que guían su esfuerzo por estructurar en un todo
coherente la congerie de datos por él reunidos) ello no impide que esas premisas dis-
frazadas de conclusiones reemplacen con éxito en la función de dar sentido a los
hechos evocados a las convicciones facciosas de las que López es aún tributario o a
las visiones fuertemente polarizadas de Echeverría o Sarmiento.
Esas premisas son las de la historiografía liberal-nacionalista floreciente en la
Europa de la Restauración y del contrastado resurgimiento liberal que hubo de
seguirle; Mitre reconoce de buen grado su deuda con ese modelo ultramarino. Pero
hay aquí algo más que la adopción de un modelo prestigioso: en esa tradición histo-
riográfica encuentra el cauce adecuado para volcar sus intuiciones esenciales acerca
de qué ocurre en la historia que se propone evocar.
¿Qué lleva a Mitre a proponer una historia argentina que es por primera vez
plenamente la de una nación? En primer lugar la convicción de que -desde el
comienzo mismo de la conquista española- el Río de la Plata ha sido teatro del
nacimiento y consolidación de una sociedad cuyos rasgos peculiares pueden reco-
nocerse ya en embrión en el punto de partida, y que nace dotada de un admirable
vigor expansivo que le permitirá doblegar, en su poderoso impulso hacia adelan-
te, los obstáculos hallados en su camino. En segundo término la convicción de que
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ese sujeto colectivo sólo ha de alcanzar su plena realización histórica bajo la figu-
ra de la nación, y a través del esfuerzo por constituirse en el marco institucional
del estado liberal. Ello hace que -pese a la atención muy viva que Mitre conserva
para las transformaciones económicas y culturales que jalonan el proceso históri-
co argentino- su historia sea sobre todo política, en cuanto ha de centrarse en Jos
problemas de la constitución y progresiva institucionalización del estado, a la vez
que del surgimiento y consolidación de formas de autoridad específicamente polí-
ticas.
Ambas convicciones apartan por igual a Mitre de las perspectivas dominantes en
los análisis de la realidad argentina que hacen autoridad en el momento en que
comienza a reflexionar sobre ésta. Los de Sarmiento y Alberdi, contrapuestos en
muchos aspectos, coinciden sin embargo en negar que la Argentina esté predestina-
da a un rumbo histórico constantemente ascendente, rastreable ya, pese a engañado-
ras apariencias, en sus poco brillantes primeros tramos. Ambos coinciden por lo con-
trario en alertar contra un peligro de fmstración total que sólo podría esquivarse si
los argentinos se decidiesen a abandonar el cauce histórico hasta entonces recorrido
para ingresar en el que cada uno de ellos les propone. Y -aunque ambos consideran
que en el futuro más inmediato todo depende del desenlace de un combate exquisi-
tamente político, en el que lo que está en disputa es el control del poder estatal-
ambos reconocen a la esfera de la política y del estado un valor sólo instrumental, al
servicio de objetivos de transformación sociocultural en Sarmiento, socioeconómica
en Alberdi.
A esa visión obsesionada por el riesgo del fracaso que es la de sus grandes pre-
decesores, Mitre sustituye la de un proceso histórico en que el pasado contiene ya la
promesa cierta de un brillante futuro. En esa imagen, que se desplegará en sus gran-
des obras históricas, vemos reflejarse el mismo optimismo en cuanto a lo fundamen-
tal que permite al Mitre político afrontar serenamente casi todos los reveses y alla-
narse sin ningún sentimiento de derrota a las más graves transacciones; ese optimis-
mo, que constituye el rasgo básico tanto de la personalidad intelectual como de la
figura pública de Mitre, no podría ser más raigalmente suyo. Pero si él terminó por
ganar el asentimiento de sus compatriotas fue porque reflejaba la experiencia de los
sectores cada vez más amplios que dentro de la sociedad argentina participaban de
ese movimiento ascendente cuya presencia secreta Mitre había sido capaz de detec-
tar por debajo tanto del estancamiento colonial como del caos sangriento que
Sarmiento había evocado poderosamente en Facundo.
Esa historia en continuo avance hacia nuevas cumbres, que Mitre presenta como
la de la nación que a través de ella surge a la vida, y que es finalmente compartida
por todos los que cuentan dentro de ese marco colonial así creado, ha comenzado por
reflejar una visión arraigada en una experiencia más regional que nacional: es la his-
toria tal como puede verse desde Buenos Aires, que ha sido la gran beneficiaria de la
apertura hacia el Atlántico consagrada por la creación del Virreinato del Río de la
Plata y ampliada en sus consecuencias por la liberalización comercial que -decreta-
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da por el último virrey- iba a permanecer en la base misma del orden post-revolu-
cionario, tanto en medio de las convulsiones de la guerra civil como bajo el férreo
dominio de Rosas. En las décadas que siguieron a la emancipación un formidable
proceso expansivo ha permitido a Buenos Aires reunir un tercio de la población de
las provincias argentinas y más de dos tercios de sus riquezas. Mientras, tal como nos
recuerda ese texto elegíaco que son los Recuerdos de Provincia de Sarmiento, pata
la San Juan donde éste ha nacido el nuevo orden no ha traído sino calamidades, y aun
para la Tucumán de Alberdi ha aportado innovaciones menos catastróficas pero casi
todas negativas, la trayectoria de la provincia porteña en esas mismas décadas inspi-
ra más ufanía que alarma.
Antes de volcatse en la versión de la historia argentina que Mitre iba a articu-
lat, esa imagen de la experiencia argentina inspiraba ya la negativa de Jos interlocu-
tores porteños de Sarmiento a aceptar la visión épica y trágica que hacía de esa his-
toria la del conflicto entre civilización urbana y barbarie pastora. Las reticencias
frente a esa otra versión que amenazaba hacerse canónica se exhibían y ocultaban a
la vez en las notas que Valentín Alsina puso a Facundo; tras de otorgarle un asenti-
miento de pura cortesía (<<creo que hay algo de exacto en el fondo de esta idea, sin
que en mi humilde opinión, Jo sea en todo» I) Alsina se apresuraba a socavar! o
mediante lo que presentaba como un esfuerzo amistoso por eliminar errores de infor-
mación, y era en rigor una tentativa de explicar Jos mismos hechos que Sarmiento
interpretaba en esa clave prescindiendo de ella. Es particularmente reveladora la
nota 20, que ostensiblemente se limita a corregir el error de presentar a Rosas entran-
do en Buenos Aires al frente del cuerpo de Colorados de las Conchas; se trataba en
verdad recuerda Alsina del quinto regimiento de milicias, que también vestía de
rojo, «pero ese color era entonces indiferente y accidental, sin significado alguno y
usado· por otros. Los Colorados de las Conchas era otro cuerpo muy distinto [ ]
Desde muchos años antes de 1820, vestían de colorado. Fue el mejor y más valien-
te cuerpo de milicias que tuvo Buenos Aires el único de milicias que hiciese la
campaña del Brasil: de ahí la gran amistad de Lavalle con su coronel, y que éste
fuera también de los del [golpe militar unitario] 1o de diciembre. Su coronel era
Vilela, el que fue sorprendido después en San Calá, y asesinado por Oribe en
Tucumán con Avellaneda y otros>>2.
Lo que parece una corrección de detalle lleva implícita una recusación tanto del
método como de las conclusiones de Facundo. En la hermenéutica sarmientina la
barbarie es una coherente totalidad de sentido, en la que nada hay librado al azar; al
sugerir que la adopción del rojo como color emblemático de esa barbatie pudo ser lo
bastante <<accidental» pata que coincidiese en ella un abanderado y mártir de la civi-
1 Valentín Alsina, "Notas al libro Civilizaci6n y Barbarie", en Domingo F. Sarmiento, Facundo, ed. Roberto
Yahni, Madrid, Cátedra, 1990, n.2, p. 380.
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lización, Alsina deja sobriamente de lado los supuestos básicos sobre Jos cuales se ha
constmido Facundo. Contra la férrea legalidad que gobiema el universo sarmienti-
no, Alsina prefería subrayar el papel del error humano, y aun del azar: son las insu-
ficiencias de Rivadavia, de Dorrego, de Lavalle, las que -anticipándose a la acci-
dental captura del general Paz, el formidable jefe militar e indomable adversario de
Rosas- han preparado el triunfo de ningún modo necesario de éste. El rechazo de los
«sistemas» que parten de una <<idea jefe» y buscan en la historia sólo ejemplos que
la justifiquen se hace necesario a Alsina para recusar la imagen de Rosas como la
esfinge que guarda el secreto del destino argentino con que se abre Facundo; lejos de
ser una figura clave, el hombre cuyo poder mantiene en el destierro a Sarmiento y
Alsina no es sino el fmto contingente de un accidente histórico.
Pero el rechazo porteño de la visión sarmientina no surge tan solo del deseo de
reivindicar lo que la marcha de la historia tiene de contingente, por parte de quienes
advierten mejor que Sarmiento que su apocalíptico retrato de un país dividido en dos
hemisferios en lucha deja muy poco espacio a la esperanza: Buenos Aires, cuya bri-
llante civilización urbana, expresada políticamente en el gobierno que tuvo por ins-
pirador a Rivadavia, y que Sarmiento no se cansa de celebrar, ha sido hecha posible
por la expansión vertiginosa de su economía pastoral, se niega a reconocerse en el
retrato de la barbarie pastora que le propone Sarmiento. Y con buenos motivos: los
rasgos que Sarmiento ha dibujado con horrorizada admiración como definitorios del
hemisferio de sombras que es la barbarie son cultivados sin recato por los corifeos de
esa generación porteña de 1837 bajo cuyo influjo el sanjuanino se abrió al mundo de
las ideas; Echeverría, que trajo de París las novedades literarias e ideológicas de las
que esa generación iba a nutrirse, se enorgullecía de su destreza con la guitana, que
en manos del gaucho cantor era presentada en Facundo como el instrumento artístico
por excelencia del mundo bárbaro; por su parte, la pálida poesía del más exquisito
letrado de esa generación, Juan María Gutiérrez, alcanzaba su nota más vigorosa al
cantar a su caballo, con quien parecían ligarlo (como a los bárbaros evocados por
Sarmiento) sentimientos más efusivos que Jos reflejados en las evocaciones de ama-
das excesivamente fantasmales3; aun más ilustrativo es el contraste entre el pasaje
horrorizado de Facundo que rastrea en los entretenimientos gauchos los rasgos infini-
tamente repulsivos de la barbarie y el poemajuveniJ4 en que Mitre celebra en el juego
del pato el deporte en que se despliegan las virtudes de una raza libérrima y viril.
La recusación de esas visiones problemáticas del curso de la historia argentina,
que en Alsina había invocado el papel decisivo del azar, en Mitre va a desembocar
3 En "A mi caballo"; en "Endecha del gaucho" asumiendo una máscara que Sarmiento hubiera rechazado para
sí, Gutiérrez va más lejos, al ofrecer al indio que se ha apoderado de S\1 moro el trueque con su «querida que es
luciente como el oro>:.. Ambas poesías en Horacio Jorge Bccco, Antología de la poesía gauchesca, Madrid, Aguilar,
1972, pp. 1635 y 1640.
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en cambio en la postulación de otro curso histórico opuesto, que desde los humildes
orígenes rioplatenses no se ha desviado nunca de una línea ascendente destinada a
continuarse indefinidamente hacia el porvenir.
La convicción de que la Argentina tiene alianza hecha con el futuro, que sub-
tiende la construcción histórica de Mitre, es también ella el resultado de ver a la
Argentina desde Buenos Aires, ahora desde el Buenos Aires post-rosista, que acele-
ra aún más el ritmo de su expansión económica mientras hace de su derrota en los
campos de Caseros la promesa pronto cumplida de su triunfo final.
Es el Buenos Aires que deslumbró a Sarmiento en 1855, cuando -tres años des-
pués del derrocamiento de Rosas- vino a radicarse en la ciudad que de lejos había
imaginado devastada por un cuarto de siglo de ser oprimida por un régimen enemi-
go de todo progreso. En la que fue capital de la tiranía, y lo es ahora de una provin-
cia en secesión, cuyo gobierno ninguna potencia se decide a reconocer, y cuyo futu-
ro político no podría ser más incierto, descubre en cambio una sociedad dinámica y
vibrante, en que la prosperidad de las élites, que llenan teatros enteros con sus des-
lumbrantes atavíos, se complementa con la para Sarmiento más importante de sus
masas populares (<<no he encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos el traje es el
mismo para todas las clases, o más propiamente no hay clases»). Mientras para la
imaginada Buenos Aires de Facundo el único modo de evitar una ruina irrevocable
era la instauración de un orden nuevo desde las raíces, en esa Buenos Aires tan dis-
tinta que sus ojos por fin revelan a Sarmiento esa ruina es simplemente imposible:
<<con la guerra, la paz, la unión o la dislocación este país marcha, marchará»5.
La visión histórica de Mitre ha de nutrirse de esa fe colectiva, a la que ofrece a
la vez formulación precisa. Esta se despliega por primera vez en 1868, en la evoca-
ción de los orígenes que abre la segunda edición de la Historia de Be/grano, en la
que la biografía incluida en 1857 en la Galería de Celebridades Argentinas y publi-
cada en volumen separado al año siguiente ofrece el esqueleto para un libro que
quiere ser <<al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época>>, y que
no sufrirá transformaciones esenciales al ser republicano en versión definitiva en
1887.
Esa evocación de los orígenes argentinos es a la vez una vindicación de la excep-
cionalidad argentina en el marco de una Hispanoamérica surgida bajo el signo del
feudalismo, que alcanza su perfil más definido en México y el Perú. Allí el poder
español, implantado «en un imperio conquistado y explotando el trabajo de una raza
dominada, se imponía como el feudalismo europeo, distribuía entre los conquistado-
res el territorio y sus habitantes, teniendo exclusivamente en mira la explotación de
los metales preciosos.>>6
5 "Carta a Mariano de Sarratea, Buenos Aires, 29 de mayo_ de 1855", en Domingo F. Sarmiento, Obras
Completas, tomo XXIV, p. 283, Buenos Aires, Luz del Día, 195f.
6 Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, Quinta edición, Buenos Aires,
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Nada de eso en la colonia del Río de la Plata; «bautizada con un nombre engaña-
dor [ ] todo su capital se componía de llanuras cubiertas de malezas [ ] y una agri-
cultura primitiva que apenas bastaba a las premiosas necesidades de los indígenas.>>
<<Así nació y creció la colonización argentina en medio del hambre y la miseria [ ]
ofreciendo en Sudamérica el único ejemplo de una sociabilidad hija del trabajo repro-
ductor.>> La penuria fue así una secreta bendición en cuanto salvó a las comarcas rio-
platenses del sino de México y Perú, vástagos ambos de una <<Semicivilización orgá-
nicamente débil>> en cuyo <<tronco podrido» los conquistadores injertaron una versión
ya arcaica de la civilización europea. Frente a un Perú escindido entre una mayoría
indígena que sobrevive <<sin asimilarse a los conquistadores>>, en el Río de la Plata
los mestizos <<eran considerados como españoles de raza pura y constituían el nervio
de la colonia [ ] con ellos se fundaban las nuevas ciudades [ ] ellos tomaban parte en
las agitaciones de la vida pública inoculando a la sociedad nn espíritu nuevo. De su
seno nacían los historiadores de la colonia, Jos gobernantes destinados a regirla, los
ciudadanos del embrionario municipio, y una individualidad marcada con un cierto
sello de independencia selvática, que presagiaba el tipo de un pueblo nuevo, con
todos sus defectos y calidades>>. En lugar de una sociedad dividida horizontalmente
por fronteras étnicas entre conquistadores y conquistados, una precozmente unifica-
da en torno a <<Una nueva raza destinada a ser la dominadora en el país»; una socie-
dad en la que por añadidura la universal pobreza atenuaba las desigualdades econó-
micas: <<como en realidad no había pobres ni ricos, siendo todos más o menos pobres,
resultaba de todo esto una suerte de igualdad o equilibrio social, que entrañaba desde
muy temprano los gérmenes de una sociedad libre, en el sentido de la espontaneidad
humana.>> 7
La excepcionalidad rioplatense tenía raíces europeas a la vez que americanas. A
diferencia de Cortés y Pizarro, meros <<hombres de acción» a la cabeza de <<aventu-
reros intrépidos, ávidos y rapaces» consagrados a una empresa de sojuzgamiento y
explotación de los pueblos vencidos, los españoles arribados al Plata fueron, antes
que conquistadores, <<verdaderos inmigrantes, reclutados en las clases y en los lnga-
res más adelantados de la España ... -nacidos y criados en comarcas laboriosas, en
puertos de mar... en cindades ... traían en su mente otras nociones prácticas y otras
luces que faltaban a los habitantes ... de Extremadura, de Galicia o de Castilla la
Vieja, que dieron su contingente a la colonización del Pe1ú, en la que su más grande
caudillo no sabía ni escribir su nombre.»&
Una sucesión de toques nada sutiles traza así el perfil de una sociedad más
modema y genéricamente europea que neofeudal y específicamente española. Pero
esas virtudes de origen no bastaban para asegurar a ese vástago de Europa implanta-
7 B. Mitre, op.cit., I, 9.
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do en el Río de la Plata el gran destino al que ellas le daban derecho. A ellas debía
sumarse el influjo, que se haría sentir con intensidad creciente a partir de ese humil-
de punto de partida, de la «constitución geográfica» de la comarca, cuyas <<llanuras
cubiertas de malezas>> ocultaban una de las más ricas praderas del planeta: <<La
pampa inmensa y continua daba su unidad al territorio. El estuario del Plata centra-
lizaba todas sus comunicaciones. Los prados naturales convidaban a sus habitantes a
la industria pastoril. Su vasto litoral lo ponía en contacto con el resto del mundo por
medio de la navegación fluvial y marítima. Su clima salubre y templado, hacía más
grata la vida y más reproductivo el trabajo. Era, pues, un territorio preparado para la
ganadería, constituido para prosperar por el comercio, y predestinado a poblarse por
la aclimatación de todas las razas de la tierra.>>9
Aunque Mitre no deja de mencionar entre las bendiciones naturales que conva-
lidan esa promesa de un gran destino los <<prados naturales [que] convidaban a sus
habitantes a la industria pastoril>>, la reivindicación de un papel positivo para la
ganadería relegada por Sarmiento al hemisferio de la barbarie era apenas sugerida
al pasar. Ella es sin embargo esencial a su argumento, y casi contemporáneamente
con la publicación de esta segunda edición de la Historia de Belgrano Mitre la pre-
senta del modo más explícito en el discurso que pronuncia en Chivilcoy, donde
Sarmiento, ya elegido para sucederlo en la presidencia, ha prometido tres semanas
antes rehacer a toda la llanura pampeana sobre el modelo de esa casi única colonia
agrícola en la campaña porteña. Para justificar su escepticismo frente a esta pro-
puesta en que se refleja la dogmática condena que contra el país plasmado por tres
siglos de historia formulan quienes se creen sabios, Mitre invoca la instintiva sabi-
duría del pueblo, a la que ofrece los argumentos que ésta es incapaz de articular: a
saber, que no sólo debe la provincia su existencia, aún más que a los hombres, a las
vacas que se adelantaron a aquéllos en el avance sobre la pampa desierta, sino que
en el presente la ganadería hace posible la consolidación a orillas del Plata de un
sociedad más próspera, menos desigual y -para decirlo todo- más civilizada que la
del Chile agrícola. lO
No ha de sorprender entonces que los avances a partir de esos modestos oríge-
nes no supongan ninguna ruptura de continuidad frente a éstos, sino por lo contrario
prosigan en la huella originalmente trazada. La experiencia argentina entra en una
nueva y decisiva etapa cuando el ritmo de expansión de esa sociedad en continuo cre-
cimiento amenaza verse frenado por el opresivo pacto colonial, que le veda esa aper-
tura hacia el mundo que necesita para poder proseguir su marcha ascendente.
Comienza entonces el proceso que ha de culminar en la guerra emancipadora, en la
9 B. Mitre, op.cit., l. 9.
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que ha de fmjarse la nacionalidad. Esa transformación de una sociedad en nación será
en rigor el tema de la Historia de Be/grano, para cuyo héroe no reivindica Mitre un
papel constantemente protagónico en el proceso. Lo que lo hace más adecuado que
ninguna otra figura entre las de sus coetáneos para ocupar el lugar central en la narra-
ción es su condición -en verdad excepcional en el conjunto de la élite porteña que
asumirá la dirección del proceso revolucionario- de participante significativo en las
dos etapas sucesivas de ese proceso: primero como servidor de la monarquía ilustra-
da e introductor en el Río de la Plata de esa nueva ciencia que es la economía políti-
ca, papel en que se lo vio promover la toma de conciencia de la región a partir del
conflicto de intereses que iba a llevar ineluctablemente al choque con el régimen
colonial, y luego como servidor más abnegado que afortunado de la causa revolu-
cionaria en el campo político y militar.
Al internarse en la etapa revolucionaria vuelve Mitre a la problemática específi-
camente política que le ha interesado desde comienzo mismo de su carrera intelec-
tual. Ella se centraba en dos temas sin duda íntimamente ligados, pero aún así dis-
tintos: un proceso -que él ve como ya coetáneo del nacimiento de la política como
área autónoma de experiencia colectiva- a través del cual se consolida el liderazgo
personal de algunos individuos, y otro más lento y contrastado gracias al cual ese
liderazgo primero rompe el marco institucional que la revolución no ha alcanzado a
renovar tan radicalmente como hubiese sido necesario, y por fin -a través de inter-
minables vicisitudes a menudo sangrientas- concluye por ser mediado y absorbido
por el imperio impersonal de otras instituciones más capaces de expresar las aspira-
ciones colectivas que hau desencadenado el proceso revolucionario.
El primero de esos tópicos ha sido ya encarado por la generación de 1837, de la
que también Mitre es tributario, a partir de las reflexiones de Cousin sobre el papel
de Jos hombres representativos, recogidas por Echeverría en el Credo de la Joven
Generación Argentina, de 1838, e invocadas en ese mismo 1838 por Alberdi como
argumento legitimador del poder de Rosas en su Fragmento preliminar al estudio del
Derecho, para escándalo de algunos de sus futuros camaradas en la lucha antirrosis-
ta. A los hombres del37, como ahora a Mitre, les preocupaba menos entender y legi-
timar el fenómeno del liderazgo político que darse una razón para el hecho decep-
cionante de que en el Río de la Plata ese liderazgo sólo efímeramente recaía en quie-
nes estaban mejor preparados para ejercerlo, y sin embargo se veían bien pronto
rechazados en sus pretensiones de desempeñar un papel dirigente. Se trataba en suma
de entender las raíces de lo que se llamaba ya el caudillismo, y Mitre dedicó su pri-
mer ensayo historiográfico a explorarlas a través de la figura de José Artigas, el jefe
de la revolución de la Banda Oriental que en 1815 se erigió en cabeza de un sistema
político rival del más maduramente institucionalizado que desde 181 O lideraba
Buenos Aires.
Mitre tenía muy buenas razones para interesarse en Artigas; no sólo había segui-
do a su padre en su destierro a la antigua Banda, ahora República Oriental del
Uruguay, sino en ella su propio abuelo, como el padre de su biografiado, había sobre-
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salido como jefe de una de las familias fundadoras de Montevideo. Aunque el esca-
so éxito de ese abuelo como empresario rural contribuyó a que su hijo -y padre del
futuro hombre público- siguiese una carrera administrativa que lo devolvió a Buenos
Aires, la ciudad donde en primer Mitre se había establecido en el siglo XVII (y
Bartolomé iba a nacer en 1821), desde comienzos de la década de 1830 el triunfo de
Rosas lo devolvió a su nativa Montevideo, donde entró al servicio de la reciente-
mente creada república independiente. Y el suegro de Mitre es el general Vedia, des-
cendiente de un linaje de oficiales peninsulares arraigado en el Plata en el siglo
XVIII, que ha venido sirviendo en la Banda Oriental primero al rey, luego a Buenos
Aires y ahora a Montevideo, y que al servicio de la segunda tuvo ocasión para entre-
vistas y tratos con Artigas que le dejaron vivísima impresión.
Aunque ignoramos la fecha exacta de composición de esa biografía -destinada
a permanecer inédita por un siglo- ella es anterior a 184311. Por entonces la imagen
cerradamente negativa de la etapa artiguista en la que habían coincidido luego de
1820 todas las facciones rioplatenses había perdido sin duda algo de su virulencia,
pero no había sido aun recusada. Podría esperarse entonces sobre todo de la pluma
de un joven proscripto en Montevideo por otro caudillo un retrato en que predomi-
nasen los colores sombríos, y conclusiones que subrayasen los efectos desoladores
de la acción de Artigas.
Muy poco de eso ha de encontrarse, sin embargo, en el escrito de Mitre. Sin duda
ello se debe en parte a que entre sus motivaciones la de dilucidar un problema histó-
rico parece haber pesado menos que de adiestrarse en la narración histórica: el
Artigas parece ser ante todo el ejercicio de un aprendiz de historiador que en su
Diario se muestra muy alerta a los problemas que plantea la escritura de la historia.
Aún así, puede rastrearse en el Artigas una visión precisa de las raíces del cau-
dillismo; una visión que tiene mucho en común con la que propondrá Facundo, pero
que se niega a adoptar el tono sombrío del texto sarrnientino. Sin duda, algunos de
esos elementos comunes se deben a que Sarmiento y Mitre son ambos tributarios de
la visión del caudillo alimentada por el despecho de sus derrotados rivales de la élite
letrada: así cuando uno y otro rastrean en la precoz rebelión contra la autoridad pater-
na, nutrida en el rechazo de toda disciplina, la primera manifestación de las tenden-
cias que luego han de desplegarse en la vida pública tanto de Artigas como de
Quiroga. Ya aquí se percibe, a la vez que una diferencia (el juicio psicológico-moral
sobre esos episodios tempranos, cerradamente negativo en Sarmiento, lo es mucho
menos en Mitre), una semejanza quizá más significativa: aún Sarmiento ve en esa
indisciplina la expresión de ambiciones que en un marco histórico más propicio
hubieran podido conquistar para Quiroga una gloria más auténtica que la derivada de
sus deplorables hazañas; si hubiese nacido en Francia y no en un remoto rincón colo-
ll En notación de su diario con fecha 27 de septiembre de 1843, Mitre señala la similitud entre el método
expositivo adoptado por ViJlernain en su Histoire de Cromwell y «el modo que adopté para escribir la biografía de
Artigas)) (E/ diario de la juventud de Mitre, Buenos Aires, Institución Mitre, 1936, p. 16).
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nía! asediado por la barbarie, Facundo hubiera podido convertirse en uno de los más
bizarros mariscales napoleónicos ...
Así como su adscripción al hemisferio de la barbarie cierra para Quiroga ese
camino alternativo, es el primitivismo del contexto en que se desenvnelve la carrera
de Artigas el que contamina y desvaloriza las hazañas que la jalonan. Esa semejanza
oculta de nuevo, sin embargo, una diferencia aún más esencial entre la perspectiva
de Mitre y la de Sarmiento: el primitivismo del estilo de liderazgo de Artigas pro-
viene de su ubicación en la etapa inicial de una marcha ascendente, en que la demo-
cracia se presenta aún <<pura y sin abstracciones, representada por la fuerza mus.cu-
lar»I2. Esa mención fugaz refleja en ese escrito juvenil la gravitación de la imagen
del proceso histórico que se desplegará plenamente un cuarto de siglo más tarde tanto
en la Historia de Be/grano como en el discurso de Chivilcoy: en este último, en
expresión chistosa que da voz a una convicción muy seria, redefine eso que
Sarmiento llamaba barbarie como «la civilización pastoril marchando en cuatro
patas».
Aunque algunas de las formulaciones incluidas en Facundo podían haber ofre-
cido el vehículo para una visión análoga a la de Mitre (así la presentación del con-
flicto que devora a la Argentina como el resultado inevitable de la yuxtaposición de
campañas que viven aún en el siglo XII y ciudades que participan de la civilización
del XIX13), la barbarie no es para Sarmiento la primera etapa en la marcha ascen-
dente de la civilización, sino su antítesis. Pero lo que define la visión de Mitre no es
tan sólo una genérica confianza en la vocación de progreso que caracteriza al proce-
so histórico argentino; ese progreso se da para él ante todo en el plano político, y se
mide por los avances de la institucionalización del poder.
En esta convicción puede acaso verse la huella de otro de los resortes que ase-
guraron el éxito histórico de Buenos Aires, que suele ser menos complacidamente
subrayado que los dones de una naturaleza pródiga: es la creación por voluntad regia
de un gran centro administrativo y militar en el nuevo marco brindado por la reorga-
nización imperial del tardío setecientos. En su Rosas y su tiempol4, José María
Ramos Mejía había buscado la clave de la personalidad de Rosas en una doble heren-
cia psicológica: al linaje materno de los López de Osornio debía ella los rasgos pro-
pios de la de un gran propietario pampeano, señor de hombres, tierras y ganados; al
paterno de los Ortiz de Rosas la forma mentis acm1ada en el crisol de la tradición
burocrática española. Como solía, el agudo siquiatra y criminólogo, creyendo ofre-
cer claves psicológicas, las ofrecía muy valiosas para la historia: más que una heren-
12 El texto de Mitre fue publicado por Mariano de Vedin. y Mitre, El manuscrito de Mitre xobre Anigas,
Buenos Aires, La Facultad, 1937; la cita es de la p. 61.
14 José María Ramos Mejía, Rosas y su tiempo, Buenos Aires, OCESA, 1952 [1907], cap. II, "De dónde pro-
cede el tirano", J, pp. 65-93.
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cia genética, la que Ramos Mejía descubre es la de la experiencia colectiva de su ciu-
dad y su región nativa.
Esa experiencia debe también haber gravitado sobre Mitre: ya su padre había
desenvuelto su vida en ese marco burocrático, y él mismo parece haberse prepara-
do desde su adolescencia para el servicio del estado; a los catorce años ingresaba,
sin dudas con vistas a una carrera en las oficinas de hacienda, en la escuela mer-
cantil del Consulado de Montevideo; al año siguiente su padre perdía su cargo de
tesorero general de la República y en 1837 Mitre ingresaba en la escuela de arti-
llería de la Academia Militar de Montevideo, de la que egresó como alférez en
1839. A diferencia de Sarmiento, arrastrado a la milicia por la vorágine de la gue-
rra civil, para Mitre ésta abría desde el comienzo una carrera profesional, en todos
los sentidos del término: no sólo ella suponía la adscripción con vocación dé per-
manencia a una estructura institucional bien consolidada, sino la adquisición de una
específica competencia por vía de aprendizaje formal (en 1844, mientras servía en
las fuerzas que defendían a Montevideo sitiado, iba a redactar una Instrucción prác-
tica de artillería, para el uso de los señores oficiales de artillería de la línea de for-
tificación15).
En el marco militar ambos aspectos necesidad de competencia técnica específi-
ca y de una institucionalización rigurosa aparecen quizá más estrechamente ligados
que en cualquier otro. Mitre subrayará por igual a ambos en dos artículos periodísti-
cos de febrero de 1846, "La montonera y la guerra regular" y "Necesidad de disci-
plina en las republicas"l6. Aquí de nuevo, como Alsina, afirma contra Sarmiento que
la victoria de los ejércitos regulares contra las montoneras reclutadas por los caudi-
llos ofrece un desenlace más frecuente que el opuesto a los conflictos entre ambos.
Pero, más allá de esa conclusión solidaria con la optimista visión porteña del futuro
argentino, esos textos constituyen un alegato en favor de la profesionalización e ins-
titucionalización como fines válidos en sí mismos, y no sólo como instrumentos de
victoria, en el que vemos ya desplegarse un motivo que ha de ser central a la visión
histórica de Mitre.
Pero esa institucionalización no puede seguir las líneas de la implantada en el
Plata por la monarquía ilustrada: también en este punto Mitre se aparta de López,
para quien Buenos Aires nunca ha vuelto a ser tan bien gobernada como en los tiem-
pos felices de don Carlos III. La revolución ha deshecho para siempre la coraza
monárquica e imperial que amenazaba sofocar el crecimiento de esa sociedad instin-
tivamente igualitaria y marcada desde sus orígenes por una <<democracia genial>> que
es la del Río de la Plata. Y esa revolución alcanza su momento culminante no en
1810 sino en 1820, cuando los caudillos destruyen el estado heredero de la tradición
15 José C. Campobassi, Mitre y su época, Buenos Aires, Eudeba, 1980, pp. 17 y 22~23; Juan Angel Farini,
Cronología de Mitre, 1821~1906, Buenos Aires, Institución Mitre, 1970.
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virreina! qne desde Buenos Aires ha dirigido durante diez años la lucha emancipa-
dora; sólo entonces, asegura Mitre, la revolución política se torna <<revolución
social>>, encarna finalmente en la sociedad, y gracias a ello la Argentina asume de
modo irrevocable esa vocación democrática que sin que lo supiera ha sido ya la suya
desde los orígenes. De este modo lo que para López aparecía como catástrofe irre-
parable, de la que culpaba a San Martín por haberse negado a abandonar la empresa
de liberación del Perú para combatir a los caudillos rioplatenses, constituía para
Mitre la consumación de la revolución emancipadora!?.
Pero esa democracia sigue siendo <<inorgánica>>; la tarea que queda por cumplir
es la de organizarla, y ese debe ser precisamente el programa para la Argentina pos-
trosista. Esa organización tiene una sola forma posible: es la de la república democrá-
tica, pero ésta no es -contra lo que creyó Bello y creen todavía Sarmiento y Alberdi-
un injerto exótico que sólo puede arraigar en el inhóspito suelo hispanoamericano
tras de una penosa etapa de penetración ideológica y transformación social; al adop-
tarla la Argentina no hará sino envolverse en el ropaje institucional hacia el cual su
vocación la ha guiado desde sus remotos orígenes. Todavía en 1878, contra quienes
denuncian despectivamente el primitivismo semiindígena de la provincia de
Corrientes, al que atribuyen la tenaz fidelidad de algunos de sus caudillos políticos a
la facción liberal mitrista, Mitre responde con un escrito al que desafiantemente titu-
la en guaraní, la lengua indígena todavía universalmente hablada en esa provincia
(Ayherecó- Quahá Catú, una provincia guaran(). Si todavía ahora la recusación a la
visión polarizada que contrapone civilización y barbarie permanece implícita, con el
paso del tiempo sólo parece haber ganado en vehemencia.
En cuanto la historia que propone Mitre presenta la trayectoria de la Argentina
no sólo como el surgimiento paulatino de una conciencia de sí por parte de la socie-
dad rioplatense, sino el afirmarse de ésta bajo la figura de la nación y dentro del
marco institucional del constitucionalismo liberal y democrático al que la destinaba
su vocación originaria, ella ofrece la caución más sólida para el patriotismo de esta-
do; se entiende bien por qué un monumento historiográfico marcado por una audaz
originalidad de ideas pudo terminar ofreciendo las nociones básicas para la visión del
pasado y del destino argentino difundida por la escuela elemental, instrumento de un
esfuerzo muy deliberado por improvisar una conciencia nacional para un país deshe-
cho y rehecho por un alud inmigratorio sin paralelo en la historia universal.
17 Ver sobre este punto, Natalio R. Botana, La libertad polfrica y su historia, Buenos Aires, Sudamericana-
Instituto T. Di Tella, 1991, cap. VII, "El debate sobre la gue1Ta socía!", pp. 107-122.
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1. EL SURGIMIENTO DE LA CRITICA
Alejandro Eujanian
17
18 El surgimicnto do la crftica
Historia, afio 3, Ng 4-5, Bs. As., fines de 1993, pp. 71-72; Sarlo Sa-
bajanes, Beatriz, Juan Maria Gutierrez: historiador y critico de
nuestra literatura, Bs. As., Editorial Escuela, 1967, p. 43 y ss.
6. Gutierrez legitima una posicion que privilegia la autonomi'a
de lo estetico literario; cfr. Myers, op. cit., p. 75. Por su parte, Bea-
triz Sarlo lo ubica como el primero en sentar las bases de una lite-
ratura nacional, op. cit., p. 9.
7. En este sentido, la historia de la literatura de Gutierrez es,
a la vez, nacional y didactica. Veanse Sarlo, op. cit., p. 135; Myers,
J., op. cit., pp. 79-81.
22 El surgimienU) do la crftica
En p r i m e r l u g a r , r e m o v i d o s los u l t i m o s o b s t a c u l o s p a r a
la d e f i n i t i v a consolidacion del E s t a d o n a c i o n a l y, al propio
t i e m p o , fijado el c o n s e n s o r e s p e c t o al f u t u r o d e s e a d o y el ca-
m i n o q u e debi'a r e c o n e r s e p a r a l l e g a r a el por p a r t e d e la
b u r g u e s i a l i b e r a l , la h i s t o r i o g r a f f a o t o r g a b a l e g i t i m i d a d j u n ' -
dica e ideologica en e s t e d e b a t e al d e j a r f u e r a de d i s c u s i o n
u n a s p e c t o c e n t r a l en 1 8 6 4 . 2 0 La t e s i s s o b r e la " p r e e x i s t e n -
cia d e la n a c i o n " y, por lo t a n t o , la d e s u p r e e m i n e n c i a sobre
los e s t a d o s p r o v i n c i a l e s , se c o n v e r t i a , n o solo en e s t e rao-
m e n t o sino t a m b i e n , salvo e x c e p c i o n e s , p a r a la h i s t o r i o g r a -
ffa p o s t e r i o r , en u n a s u e r t e de s e n t i d o c o m u n historiografico
q u e q u e d a b a f u e r a de c u a l q u i e r d i s p u t a . 2 1
42. Ibid.
43. Mitre, B., OC, 300-305.
44. Vease Halperin Donghi, Tulio, "La historiograffa: treinta
afios en busca de un rumbo", en Gustavo Ferrari y Ezequiel Gallo
(comps.), La Argentina del ochenta al centenario, Bs. As., Sudame-
ricana, 1980, p. 830.
38 El surgimiento do la cn'tica
Cn'tica y p o d e r