Park Robert - La Ciudad Como Habitat Natural

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Cátedra Criminología de Matías Bailone

Universidad de Buenos Aires. 2015

10. La ciudad) fenómeno natural*

Existen obviamente varias maneras de considerar de modo correcto la ciudad,


o de hecho cualquier forma de sociedad organizada sobre el plano territorial, como
objeto de investigación. Se la puede concebir (1) como un simple agregado
territorial, tal como tiende a hacerse en los censos de población; en ese caso, no se
tiene en cuenta los múltiples modos en que las unidades individuales que
componen ese agregado se relacionan y dependen mutuamente. Se la puede
considerar (2) como una especie de artefacto fisico o conceptual en el que la
estructura material de la ciudad está totalizada en un armazón de conceptos
jurídicos que reglamenta y controla la vida de los individuos en el seno de la
comunidad. Por último la ciudad puede ser considerada (3) como una unidad
funcional en la cual las relaciones entre los individuos que la integran están
determinadas no sólo por las condiciones impuestas por la estructura material de
la ciudad ni siquiera por las regulaciones formales de un gobierno local, sino más
bien por las interacciones, directas o indirectas, que los individuos mantienen los
unos con los otros.
Considerada desde este punto de vista, la comunidad urbana se presenta como
algo más simple que un mero conglomerado de poblaciones e instituciones. Al
contrario, sus elementos componentes, instituciones y personas, están tan
estrechamente ligados que el conjunto tiende a asumir las características de un
organismo o, por utilizar el término de Herbert Spencer, de un superorganismo.
En este sentido, los límites de la comunidad urbana no deben ser identificados
con los de la ciudad como unidad administrativa, sino más bien con los de la
región metropolitana, que no son fijados arbitrariamente pues la región
metropolitana es coextensiva con el área en el que la ciudad, como fenómeno
natural, funciona efectivamente o, quizá, con esa zona donde ejerce una
dominación económica y, en menor grado, una influencia cultural.
Las investigaciones en ecología vegetal y animal nos han familiarizado con el
hecho de que las plantas y los animales que conviven en un hábitat común tienden
invariablemente a desarrollar una economía natural y, como resultado de esta
interdependencia económica, a formar una comunidad biótica en la cual las
diferentes especies pueden disfrutar de una seguridad y de una prosperidad
mayores que si ellas viviesen por separado. Esta es la situación donde especies
diferentes que ocupan el mismo hábitat poseen distintas exigencias en cuanto al
suelo, o donde su cohabitación tiende, por una razón u otra, a atenuar la
competencia y a asegurar así a los habitantes, si se puede aplicar este término para

>1- Escrito inédito recogido por primera vez en Human Communities, p. 118-127. El artículo
se escribió como crítica al planteamiento de E.L. Thorndike en Your City (l939).
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las plantas, un mayor grado de cooperación. La comunidad biótica descrita por la


ecología vegetal y animal es un ejemplo de lo que se entiende por superorganismo.
La competencia, que es el principio organizador fundamental en las comuni-
dades vegetales y animales, desempeña un pape! apenas menos importante en la
comunidad humana. En la comunidad vegetal y animal, la competencia contribuye
a producir: (1) una distribución ordenada de la población; y (2) una diferenciación
de las especies en su hábitat.
Los mismos principios operan en lo que respecta a la población humana, salvo
que, en este último caso, la región económica constituye e! hábitat y e! equilibrio
relativamente estable que instaura y mantiene la competencia no procede tanto
de una diferenciación de especies corno de la división del trabajo y la diferenciación
de funciones y profesiones entre organismos individuales.
La función de la competencia en la comunidad biótica así como en la sociedad
humana parecer ser una función de diferenciación y de individuación; en la medida
que desempeña ese cometido, la competencia es parte integrante de la constitución
misma de la comunidad o de la sociedad en la que opera.
Sin embargo, en la sociedad humana hay otra forma fundamental de
interacción o proceso: se trata de la comunicación. La función de la comunica.ción,
o una de sus funciones, es la de generar el acuerdo entre los miembros de una
sociedad, que finalmente asume la forma de costumbre, de tradición y de otras
modalidades de solidaridad, más íntimas y personales. Estas son las que nos
permiten preservar en e! centro mismo de la agitación y de la confusión de nuestro
mundo moderno, e! acuerdo, la cooperación y la relación (rapport)82 necesarios
para la acción colectiva eficaz.
Si la función de la competencia --<:omprendiendo bajo este término no la simple
rivalidad económica, sino más fundamentalmente la lucha por la existencia- ha
sido, como he dicho, una función de distribución y redistribución, pero también
de individuación de las unidades particulares por diferenciación de sus cometidos,
la función de la comunicación, al contrario, ha consistido en integrar, sintetizar y
consolidar las funciones de los individuos y de los grupos en e! seno de algo parecido
a una unidad orgánica o superorganismo.
Déjenme regresar sobre la concepción de la comunidad -yen particular de la
comunidad urbana- a la cual me he referido. Eso me permitirá indicar con más
precisión la relación entre la estructura física y los dispositivos tecnológicos que
mantienen las relaciones entre los organismos individuales que componen el
superorganismo.
Desde hace mucho tiempo, la ciudad moderna ha dejado de ser lo que era, o
aparentaba ser, la aldea campesina: una aglomeración de casas individuales y de
personas. Más bien es como la civilización de la que ella constituye centro y foco:
una inmensa estructura material e institucional donde los hombres viven como
abejas en un enjambre, en condiciones tales que sus actividades están considera-

82. En francés en el original.


LA CIUDAD, FENOMENO NATURAL 143

blemente más reguladas, reglamentadas y condicionadas de lo que muestran al


espectador o percibe el habitante.
En la ciudad, como en cualquier otra forma de sociedad organizada sobre una
base territorial y económica, podemos esperar encontrar tres tipos de asociación:
(1) territorial; (2) económica; (3) cultural.

El orden territorial

La geografia y la organización territorial de la sociedad deben su importancia al


doble hecho de que las relaciones sociales están ampliamente determinadas por
las distancias fisicas y la estabilidad social queda asegurada cuando los seres
Q.umanos se arraigan sobre un territorio. Por otra parte, las modificaciones más
drásticas en sociedad son probablemente aquellas que implican la movilidad y, en
particular, las migraciones masivas de la población. Esto es de tal modo cierto que
Frederick Teggart -que ha prestado una enorme atención a este tema- piensa que
la mayor parte de los grandes avances de la civilización se deben, directa o
indirectamente, a las migraciones de población y a los cambios catastróficos que
las acompañan.
Desde este punto de vista, parece que todo dispositivo técnico -desde la
carretilla al aeroplano- que ha proporcionado un nuevo y más eficaz medio de
locomoción ha marcado, o tendría que hacerlo, una época histórica. Se dice que
toda civilización porta en si las semillas de su propia destrucción. Esos gérmenes
son con toda probabilidad los dispositivos técnicos que introducen un orden social
nuevo y desalojan el orden antiguo.

El orden económico o competitivo

Las criaturas vivas no se limitan a atraerse y rechazarse mutuamente como objetos


físicos sino que también interactúan de una manera propia con los organismos
vivos; es decir, mantienen relaciones competitivas. Las relaciones económicas y el
orden económico, allí donde existen, son productos de la competencia, pero de un
tipo que desemboca al final en una especie de cooperación. En el caso de los seres
humanos, esta cooperación toma la forma de un intercambio de bienes y servicios.
El orden económico es el producto del comercio; el mercado y el área en donde se
hacen los intercambios marcan el centro y los límites de una sociedad económica.
Los dispositivos tecnológicos han afectado profundamente las relaciones
económicas. Al mejorar los medios de transporte, los limites del mercado mundial
y los de la sociedad económica se han extendido progresivamente. Han hecho
posible la producción en masa y son directamente responsables de la existencia
del sistema capitalista tal como lo conocemos. En la medida en que han reunido a
los diferentes pueblos de la tierra en un tejido de relaciones económicas a escala
mundial, los medios tecnológicos de transporte y de comunicación han sentado
las bases de una sociedad politica a escala planetaria y, por último, las bases de un
orden moral y cultural que presumiblemente engloba a toda la humanidad.
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El orden cultural

Lo que nosotros denominamos ciudad es evidentemente algo más que un simple


agregado de población dotado de una configuración territorial; es algo más que
una «expresión geográfica» o incluso algo más que una asociación para el
intercambio de bienes y servicios. La ciudad, como otras formas de sociedad, no
es sólo un orden político, sino también un orden moral. Como tal, la ciudad tiende
a imponer al libre juego de las fuerzas económicas y egoístas las coacciones de la
tradición, de las convenciones yde la ley. Sin embargo, todas estas formas de control
social se revelan finalmente como producto de la comunicación. La comunicación
-como Bridgman ]a ha definido en su reciente estudio, The InteLligent Individual
and Society- es «un rnedio por el cual un individuo procura anticipar tanto como le
es posible las acciones futuras probables de sus semejantes y así estar en disposición
de hacer los preparativos necesarios»)H-'.
Pero la comunicación es algo más que lo que sugiere la descripción de
Bridgman. Es un proceso psicosocial que permite a un individuo adoptar, en un
cierto sentido y hasta cierto punto, las actitudes y perspectivas del otro; es el proceso
por el cual un orden racional y moral entre los hombres sustituye a un orden
puramente psicológico e instintivo. La comunicación «teje una red de costumbres
y de expectativas mutuas que liga entre sí entidades tan diversas corno el grupo
familiar, una organización de trabajo o los comerciantes que participan en un mercado
de aldem/l4 .iLa comunicación y la competencia constituyen procesos sociales
elementales que aseguran y mantienen la continuidad de la comunidad urbana
como unidad orgánica y funcional.
La idea que emerge de este tipo de consideraciones es que la ciudad obedece,
por regla general, a los mismos principios que cualquier otra forma de asociación
donde los organismos individuales ocupan el mismo hábitat y comparten una
vida común. Los tipos de asociación que podemos esperar encontrar en una
sociedad humana difieren de los que descubrimos en las comunidades vegetales y
animales, principalmente en que las relaciones entre los seres humanos están
controladas por la tradición, la cultura y la ley más que por el instinto, como en el
caso de los animales inferiores.
No parece inmediatamente evidente que la obra del profesor Thorndike (Three
years ofstudy ofthe recorded facts of3l0 eities in the United States) tenga una relación
bien definida con la concepción de la ciudad esbozada aquí. El autor no está
interesado en la historia natural de las ciudades sino en su contrihución al bienestar
humano, y ha diseñado una escala para medir esto.
En vista de que las ciudades son centros y focos de la mayoría de los problemas
y de los procesos que implica la evolución de una existencia civilizada, se podría

83. P.W. Hridgman, The lntelligent [ndividual ami Society, New York, Mac Millan Company,
1938.
84. Robert E. Park, ((Retlections on Cornrnunication and Culture'>, American ¡ol/mal af
Sociology, vol. XLIV, sept. 1938, n° 2.
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esperar de un análisis de los hechos disponibles -incluso si estos hechos son


recogidos con fines puramente administrativos- que esclareciera la naturaleza de
las funciones desempeñadas por las ciudades en la vida económica y cultural de
un pueblo. Pero el objeto de esta obra no es describir las ciudades y explicarlas,
sino medirlas o estimarlas en su valor.
Sin embargo, los valores son notoriamente subjetivos y personales, e incluso
en América, donde todo está tipificado, los individuos y las comunidades poseen
sus ideas particulares sobre lo que es esencial para su bienestar.
El problema de articular un modelo comparativo de culturas urbanas se hace
tanto más difícil en la medida que el trabajo efectivo de los procesos sociales consiste
en multiplicar la diversidad existente en las funciones de las ciudades así como en
las ocupaciones de sus habitantes.
Particularmente en un país cosmopolita como el nuestro donde los individuos
son diferentes tanto por su origen cultural como por su ocupación, las cosas no
tiene el mismo valor relativo para todos y cada uno de los individuos y las
comunidades.
El hecho de que las ciudadt,s tengan funciones ampliamente diferentes en la
economía nacional y que la solución progresiva de los problemas económicós
produzca constantemente la acentuación de esta diferenciación, así como una
segregación más minuciosa de su población, sugiere la necesidad de proceder a
una cierta clasificación de sus diferentes funciones antes de intentar estimar su
contribución al bienestar. El postulado según el cual es posible o deseable medir
de acuerdo a la misma escala el bienestar de comunidades tan diferentes como
Pasadena y Newport News, Oak Park y el este de Chicago, es ciertamente una
cuestión discutible, como el profesor Thorndike ha reconocido.
Éste habria podido aplicar el mismo tipo de medida sobre <da calidad de la
vida en generah> a diferentes sectores de las metrópolis urbanas; habría sido
interesante -al referirse a los treinta y siete rasgos que, como observa el profesor
Thorndike, «serán considerados por cada persona razonable como significativos para
el bienestar de la gente sencilla»- comparar sectores tan distintos como Morningside
Heights y Hel!'s Kitchen en Nueva York, o áreas tan diferentes como las que
llamamos Gold Coast y Hobohemia de West Madison Street en Chicago. Quizás
incluso habría sido aún más interesante comparar desde el punto de vista de «la
calidad de vida de la gente sencilla» regiones del país tan diferentes como Sea lslands,
a lo largo de las costas de Carolina del Sur y de Georgia, Ozark Mountains, en
Missou'ri, y Berkshire, en el oeste de Masachusetts, o la costa este de Florida.
No intentaré analizar ni criticar el procedimiento por el cual la escala de medida
de «la calidad de vida en general» ha sido concebida. Se trata de un procedimiento
técnico para el cual me confieso poco avezado. La manipulación de datos
estadísticos que permite idear y aplicar tales escalas siempre me ha impresionado
poderosamente, tanto como la prestidigitación. Con frecuencia uno queda
deslumbrado por los resultados pero sobre todo se está interesado en descubrir el
juego de manos que ha permitido lograr el truco.
146 LA CIUDAD Y OTROS ENSAYOS DE ECOLOGIA URBANA

En cualquier caso, estoy preparado para discutir el valor de un modelo de


bienestar cuya aplicación conduce a la conclusión de que el bienestar y la gente
sencilla tienden siempre a presentarse en los mismos lugares. En primer lugar, no
se percibe con claridad en qué medida las «gentes virtuosas» son el producto de «la
calidad de vida» y viceversa. Sea lo que fuere, en vista de que el bienestar de toda
comunidad exige que todo individuo pueda encontrar su lugar y su oficio desde
los que contribuir más al bienestar común, parece cierto que mucha gente, por
completo sencilla, está en auténticos apuros.
Se antoja un asunto delicado articular y aplicar una escala o un modelo
tendente a medir la excelencia, la calidad o lo que sea tan subjetivo como un valor.
En primer lugar, los indicadores que permiten estimar el valor tienden a ser
identificados con las cosas que ellos miden. Así, de la misma forma que en los tests
de inteligencia, la calidad de vida termina siendo identificada con los indicadores
de bienestar, es decir, con bañeras, teléfonos, radios, etc. -evidentemente siempre
con esta salvaguarda: siendo todas las cosas iguales. Desde luego, estas cosas no
son jamás idénticas, y este es precisamente el caso cuando el índice Thorndike
clasifica las ciudades del Sur, como Nashville (Tenesse) o Charleston (Carolina del
Sur), en una posición por detrás de Cicero (lllinois) o Wichita (Kansas) porque
entre otras cosas aquéllas tienen más negros, más iglesias y menos dentistas.
Pero los negros, al igual que los dentistas, tienen en general tendencia a ir allí
donde pueden hacer su vida y donde se les permite vivir; y probablemente es bueno
para la sociedad en conjunto que cada uno de nosotros vaya a vivir alli donde
puede más bien que donde habria elegido hacerlo. Además, no estoy del todo seguro
de que un mayor número de dentistas y menos negros hicieran de Nashville o de
Charleston lugares donde se viviera mejor que hoy. Y dudo por una razón, pues
no llego a percibir todas las consecuencias que estas mejoras podrian aportar.
Podrían hacer que Nashville y Charleston se parecieran más a Cicero o Wichita,
no que Cícero sea tan mal sitio como dice su reputación, adquirida desde los
tiempos en que era el cuartel general de Al Capone y de su banda; y Wichita,
evidentemente, posee más indicadores de bienestar de lo que sugiere su proximidad
al Dust Bowl* del oeste de Kansas.
Así pues, resulta complicado diseñar una escala susceptible de ser aplicada en
un sentido en el que resalten las diferencias significativas en ciudades cuyas
funciones en la totalidad del sistema económico y cultural son tan diferentes como
en el caso de las ciudades citadas más arriba; y esto conduce al profesor Thorndike
a clasificar en una categoría aparte: (1) los suburbios residenciales; (2) las ciudades
del Sur tradicional; y (3) las grandes ciudades. Por último ha de limitar las
comparaciones a 200 ciudades en que las condiciones son tales que permiten pensar
que dichas comparaciones no serán sólo interesantes, sino también instructivas.
Sin embargo, cuando más tarde incluye las primeras, subiendo a 310 el número de
ciudades estudiadas, los resultados tienden a confirmar sus conclusiones originales.

,. N. del T. Se trata de una región semidesértica, y también hace referencia a las tempes-
tades de polvo.
LA CIUDAD, FENÓMENO NATURAL 147

El profesor Thorndike no ignoraba ninguna de las dificultades o las insufi-


ciencias de un procedimiento tendente a tipificar y medir los rasgos «materiales))
y «espirituales» de las ciudades, En mi opinión, la objeción fundamental que puede
hacerse a este tipo de procedimiento es que necesita la sustitución de un objeto
real viviente, en el que estamos interesados, por una construcción fría y artificiaL
una especie de artefacto lógico: el hombre económico, Semejantes construcciones
artificiales pueden tal vez servir a los propósitos de una agencia administrativa
para la cual «la calidad de vida", particularmente la vida colectiva, no esconde
misterios. Sin embargo, no puede servir a los fines de la ciencia, a la que no satisface
una precisión adquirida meramente por definición, ni un procedimiento que
sustituye causas reales por correlaciones y relaciones lógicas.
Eso es lo que tiende a dar a las investigaciones sociales basadas en estadisticas
el aspecto de un ejercicio puramente escolástico en el que las respuestas a las
cuestiones planteadas están implícitamente contenidas en las ideas y en los
postulados de los que parte la exploración. Eso tiende a dar a los estudios sociales
el carácter de un juego como el del ajedrez, donde las piezas serían los conceptos,
y las reglas, las propias de la lógica matemática o formal.
De ahí se deduce que en el análisis estadistico del profesor Thorndike, los
negros, la pobreza, las familias numerQ6as y las iglesias son indicadores de una
comunidad de nivel inferior, En cambio, los dentistas, los estancos, la propiedad
de la vivienda y una reducida tasa de natalidad -elijo algunas muestras al azar-
son indicadores de una comunidad de grado superior, Yo creo, como al parecer
también el profesor Thorndike, que la ligazón entre esos items diferentes, o rasgos
colectivos, es un poco desconcertante y por tanto merece más investigaciones que
la que un estadístico, sin salir de su laboratorio, sabría consagrarle.
A pesar de todo, resulta un hecho interesante, aunque algo desalentador, que
en las comunidades de grado superior o donde, por lo demás, todo parece discurrir
por el mejor de los mundos posibles, la población no se reproduce a sí misma y
eso le obliga a depender de comunidades de nivel inferior para asegurar su
supervivencia. Me gustaría saber cuál es el vínculo que subyace entre esto y las
otras características de las comunidades de grado superior.
También me intriga la conexión entre las iglesias y los negros. Al parecer ambos
constituyen indicadores de comunidades inferiores. Por supuesto, esto no es así
porque iglesias y negros sean algo malo en sí: ambos son una especie de fuente de
consuelo de la que mucha gente sencilla del sur no quisiera prescindir, En cuanto
a los negros, incluso cuando no reconforten, siempre resultan interesantes, hasta
el punto que es difícil imaginar exactamente qué podría ser la vida en el Sur sin
ellos.
No quisiera dar la impresíón de que resto importancia a las estadísticas y
correlaciones del profesor Thorndike, en cuya elaboración ha invertido tanto
tiempo y paciencia. Simplemente deseo significar que ellas mismas, y bajo la forma
en que nos son presentadas, suscitan más cuestiones de las que responden.
A fin de alcanzar una explicación satisfactoria de los hechos sobre la ciudad,
una explicación que aseguraría la acción eficaz basada en una política sólida,
148 LA CIUDAD Y OTROS ENSAYOS DE ECOLOG1A URHANA

necesitamos quizá algo menos preciso y más empírico que las estadísticas y las
fórmulas sobre las que descansan las conclusiones de este estudio.
Para aprehender la significación de los hechos urbanos analizados por el
profesor Thorndike, necesitaríamos saber cuáles eran las fuerzas que operaban en
la distribución de la población, de las instituciones y de las rentas en las diferentes
ciudades estudiadas. Por lo que respecta a la gente sencilla que se establece en el
retiro y acomodo de algún suburbio residencial, quisiéramos saber no sólo las
condiciones de las ciudades donde duermen sino las condiciones de aquellas en
que trabajan. Nos gustaría saber no sólo dónde construyen sus familias sino de
dónde proceden los ingresos de esas familias. Queremos conocer no únicamente
las características de las comunidades donde se consume la riqueza del país, sino
también las características de las comunidades que la producen. Si es cierto que
los dentistas, los doctores y las maestras determinan con certeza la calidad de la
gente virtuosa y de las buenas comunidades, queremos saber por qué están tan
desigualmente distribuidas.
Para mí esta obra se lee como la introducción a una investigación muy
interesante y prometedora, pero en la lectura de las conclusiones del profesor
Thorndike confieso mi pequeña decepción. ¿Qué nos dice al final? ¿Nos dice
exactamente cómo hoy, en vista de las condiciones en que se lleva a cabo esta
distribución de las poblaciones y de los beneficios de la vida -desigualmente, de
forma malsana y. creo, de forma no econ6mica- nos dice cómo podríamos, si
acaso podemos, cambiar de sit~ación? No, ni siquiera nos da la seguridad de que
si comprendemos mejor esas condiciones de como lo hacemos, ellas no resultarán
para las buenas comunidades y para su gente tan malas como en el presente. En la
vida de los barrios bajos hay compensaciones que los habitantes de los suburbios
residenciales no alcanzan a imaginar: en las áreas de inmigrantes, por ejemplo, la
presencia de los niños.
Una idea nos parece que destaca de todas esas estadísticas ingeniosas que el
autor ha elaborado con un gran alarde de precisión pero sin coherencia de ningún
tipo, lo que ya sabíamos de manera general: la seguridad de que, si tenemos la
inteligencia y la voluntad necesarías, podriamos hacerlo mejor. Todas esas
estadísticas no son la contribución a la solución de un problema sino, al parecer, el
preludio de un sermón.

«¡Mejorad vuestra ciudad -se nos exhorta- toda ciudad puede hacerse mejor! Y
desde ahora, como sugiere esta tentativa por normalizar los valores, intentando
convertirlos en algo para lo que no están hechos»,

A decir verdad, esto es un ejemplo de saber... ¿para hacer qué?

Cátedra Criminología de Matías Bailone


Universidad de Buenos Aires. 2015

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