Comentario de Ester
Comentario de Ester
Comentario de Ester
Autor:
Alexander Newton Donnelly
Trujillo, La Libertad, Perú.
1ª edición 2017
Las citas bíblicas se han tomado de la versión Reina Valera 1960, excepto cuando
se cite otra.
Derechos reservados © 2017 por Alexander Newton Donnelly para esta versión en
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permiso previo del autor.
INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE ESTER
La historia que narra el libro de Ester ocurrió en el Imperio Persa por el año 480
a.C.; es decir, unos cincuenta años después de la muerte de Daniel. Aunque
muchos judíos volvieron del exilio a Jerusalén con el propósito de reconstruir el
templo (Esd. 1), la mayoría decidió quedarse a vivir en el Imperio Persa.
A primera vista, el libro de Ester fue escrito para explicar el origen de la fiesta de
Purim (Est. 9:20-32); sin embargo, el tema principal es la preservación milagrosa
del pueblo de Dios cuando estuvo bajo la amenaza de ser aniquilado. El libro de
Ester muestra claramente el odio que Satanás tiene hacia el pueblo de Dios y su
deseo implacable de destruir a Israel.
El mensaje para la Iglesia es bastante obvio. El odio que Satanás tenía hacia
Israel es el mismo odio que tiene contra la Iglesia, y tal como quiso destruir a
Israel, también querrá destruirnos a nosotros. Sin embargo, el Dios que salvó a
Israel es el mismo Dios que salvará a la Iglesia. Lo único que debemos hacer es
aprender a velar por el bienestar del pueblo de Dios y hacer todo lo que está a
nuestro alcance para defender al pueblo escogido de Dios contra los ataques de sus
enemigos.
AUTOR Y FECHA
TEMAS PRINCIPALES
1. La fiesta de Purim
El libro de Ester trae a la memoria la antigua lucha entre Israel y Amalec (ver
Est. 2:5; 3:1-6; 9:5-10 y sus respectivas notas), una lucha que comenzó cuando
Amalec atacó a Israel mientras el pueblo de Dios salía de Egipto e iba a la Tierra
Prometida (Ex. 17:8-16; Dt. 25:17-19). Aunque Moisés indica que Josué derrotó a
Amalec (Ex. 17:13), la lucha entre los dos pueblos continuó a lo largo de la historia
(1 S. 15; 1 Cr. 4:42-43). Por ser la primera nación que atacó a Israel, los judíos
tomaron a los amalecitas como la máxima expresión del odio que los poderes
terrenales tenían contra el pueblo de Dios (ver Nm. 24:20; 1 S. 15:1-3; 28:18). El
edicto de Amán representa el último intento por parte de los enemigos de Israel de
destruir al pueblo de Dios, por lo menos durante la época del Antiguo Testamento.
Como tal, tiene mucho que enseñarnos acerca de cómo enfrentar la oposición
espiritual que la Iglesia sufre en estos tiempos al acercarnos al fin del mundo.
3. La soberanía de Dios
II. El Conflicto Entre las Casas de Mardoqueo y Amán (Est. 3:1 – 9:15)
El Imperio Persa era enorme. Se extendió “desde la India hasta Etiopía” (v.1b) y
abarcaba “ciento veintisiete provincias” (v.1c). Comprendió una región que hoy en
día incluye los países de Paquistán, Afganistán, Irán, Iraq, Siria, Líbano, Turquía,
Grecia, Israel, Egipto y Libia. El rey “Asuero”, mencionado en el v.1, es también
conocido como Jerjes I. Él, quien fue un hombre de gran poder y gloria, tomó el
lugar de su padre Darío y reinó sobre el Imperio Persa durante los años 486-465
a.C.
Durante los primeros tres años de su reinado, Asuero tuvo ciertos problemas
para establecer su autoridad en Egipto y Babilonia. Una vez que lo logró, pudo
gobernar con tranquilidad desde su capital que era la ciudad de Susa (v.2b). El libro
de Ester comienza cuando Asuero “fue afirmado…sobre el trono de su reino” (v.2a).
En “el tercer año de su reinado” (v.3a), cuando por fin logró la tranquilidad
política, Asuero decidió llevar a cabo una gran fiesta para celebrar su victoria sobre
sus enemigos internos. Hizo un banquete e invitó a todos los líderes cívicos y
militares del imperio (v.3b). Según las Escrituras, estaban presente “los más
poderosos de Persia y de Media” (v.3c). El texto presenta una lista impresionante
de invitados:
- “príncipes”
- “cortesanos”
- “gobernadores”
- “príncipes de provincias”
REFLEXIÓN: Como acabamos de leer, Asuero invitó a su fiesta a todas
las personas importantes de ese tiempo quienes se sintieron muy
honradas y estaban bastante orgullosas de los cargos que ocupaban en
el imperio. Sin embargo, hay un detalle interesante: el libro de Ester no
menciona el nombre de ninguno de ellos. Para la historia sagrada, todas
esas personas pasaron a la eternidad como gente anónima. Es una
ilustración elocuente del destino de los que no conocen a Dios. Brillarán
por un tiempo en este mundo, quizá; pero los únicos que brillarán por la
eternidad son aquellos que sirven a Dios (Dn. 12:3). Por lo tanto, es
mucho mejor ser invitado a la Cena del Cordero que sentarse a la mesa
de los príncipes de este mundo. Así que evaluemos bien nuestra posición
espiritual y demos gracias a Dios por el privilegio de estar entre Sus
hijos (Sal. 87:5-7).
“Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey
saben que cualquier hombre o mujer que entra en el patio
interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay
respecto a él: ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere
el cetro de oro, el cual vivirá”.
Ester 4:11
Tal era la gloria y la magnificencia de Asuero, que la fiesta duró ciento ochenta
días (v.4b). Obviamente, no fue una fiesta continua; estamos hablando de una
serie de festividades que ocurrieron a lo largo de medio año. Sabemos eso por lo
que leemos en el v.5.
A lo largo del libro de Ester veremos un total de diez fiestas. Algunas fiestas
tenían como fin celebrar los logros de los seres humanos y se realizaron a gran
escala (Est. 1). Otras celebraron lo que Dios había hecho y fueron más sencillas
(Est. 9). Algunos banquetes fueron personales y tuvieron como propósito promover
el bienestar del reino de Dios (Est. 5). El libro de Ester nos enseñará mucho acerca
de las festividades de los hombres.
Es interesante notar que todas las festividades de los persas acabaron cuando
Alejandro Magno conquistó su imperio. Sin embargo, los judíos siguen celebrando la
fiesta de Purim hasta el día de hoy. El simbolismo es claro. El pueblo de Dios está
destinado a participar en una fiesta eterna, la fiesta del Gran Rey y las bodas de Su
Hijo, una vez que las fiestas de este mundo hayan acabado para siempre.
REFLEXIÓN: Eclesiastés 1:9 afirma que no hay nada nuevo bajo el sol.
El mundo de hace 2,500 años es muy parecido al mundo de hoy en día.
El interés de los grandes gobernantes sigue siendo el de festejar su
gloria y esplendor. ¡Le encanta al mundo hacer una gran fiesta! Pero
¿dónde está Dios en todo ello? Son fiestas que glorifican al ser humano
y relegan a Dios al olvido. Por eso el autor de Eclesiastés nos aconseja:
“Mejor es ir a la casa de luto que a la casa del banquete; porque aquello
es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”
(Ec. 7:2).
No hay nada malo en alegrarnos con algunos amigos y celebrar nuestros logros.
Pero cuando el propósito principal de una fiesta es celebrar la gloria del ser
humano, entonces tales celebraciones fácilmente se prestan para cometer toda
clase de pecado, como veremos a continuación.
“5 Y cumplidos estos días, hizo el rey otro banquete por siete días en
el patio del huerto del palacio real a todo el pueblo que había en Susa
capital del reino, desde el mayor hasta el menor. 6 El pabellón era de
blanco, verde y azul, tendido sobre cuerdas de lino y púrpura en
anillos de plata y columnas de mármol; los reclinatorios de oro y de
plata, sobre losado de pórfido y de mármol, y de alabastro y de
jacinto. 7 Y daban a beber en vasos de oro, y vasos diferentes unos
de otros, y mucho vino real, de acuerdo con la generosidad del rey. 8
Y la bebida era según esta ley: Que nadie fuese obligado a beber;
porque así lo había mandado el rey a todos los mayordomos de su
casa, que se hiciese según la voluntad de cada uno. 9 Asimismo la
reina Vasti hizo banquete para las mujeres, en la casa real del rey
Asuero.”
Al fin de los seis meses de festividades, el rey Asuero clausuró la época de fiesta
nacional con un banquete en la capital Susa al que todos fueron invitados, “desde el
mayor hasta el menor” (v.5c). Suena generoso de su parte, pero el rey de Persia
no lo hizo por generosidad sino por vanagloria, porque lo que quería era que todos
vieran su opulencia y gloria. El banquete duró siete días y se llevó a cabo “en el
patio del huerto del palacio” (v.5b) que debió ser enorme para albergar a tanta
gente.
El autor describe detalladamente el ambiente donde se llevó a cabo el banquete
(v.6). Los materiales eran ‘de primera’: “Había lienzos de lino blanco y azul,
sujetos por cordones de lino y de púrpura a anillos de plata y a columnas de
mármol. Los divanes de oro y de plata estaban sobre un pavimento de alabastro,
de mármol, de madreperla y de ónice” (v.6, RVA). ¡Era impresionante!
Mientras los varones se reunían con el rey “en el patio del huerto del palacio
real” (v.5), las mujeres se reunieron con la reina Vasti “en la casa real del rey
Asuero” (v.9). Ambas fiestas ocurrieron al mismo tiempo y quizá muy cerca la una
de la otra, sin embargo, eran sumamente diferentes. La fiesta de las mujeres fue
sobria y tranquila, mientras que la del rey fue mucho más liberal. Como veremos a
continuación en los vv.10-12, el rey y sus invitados tomaron en exceso y cuando se
exigió la presencia de la reina, ella no quiso ingresar a una fiesta llena de varones
ebrios. Eso ha llevado a algunos a darle otra interpretación al v.8, reconociendo que
al proveer bastante vino de óptima calidad, lo que el rey estaba haciendo era
promover el desorden y el libertinaje.
“10 El séptimo día, estando el corazón del rey alegre del vino, mandó
a Mehumán, Bizta, Harbona, Bigta, Abagta, Zetar y Carcas, siete
eunucos que servían delante del rey Asuero, 11 que trajesen a la reina
Vasti a la presencia del rey con la corona regia, para mostrar a los
pueblos y a los príncipes su belleza; porque era hermosa.”
En el séptimo y último día de la fiesta, “estando el corazón del rey alegre del
vino” (v.10a), Asuero dio una orden que generó una crisis política. La orden fue
“que trajesen a la reina Vasti a la presencia del rey con la corona regia” (v.11a).
Hay dos cosas que debemos notar aquí. En primer lugar, es bueno celebrar y
festejar eventos, pero todo debe hacerse ordenadamente y con sabiduría. Tener
seis meses de festividades seguidas por una semana de banquete relajó tanto al
rey que lo expuso al peligro de actuar sin criterio. El rey Salomón nos indica la
importancia de la sabiduría en todo lo que hacemos, especialmente cuando estamos
festejando algo (Ec. 2:1-3) y David, su padre, dijo lo mismo: “alegraos con temor”
(Sal. 2:11b). Luego de siete días de festejo e indolencia, el rey actuó en forma
impulsiva generando un grave problema (ver vv.13-22).
La segunda cosa que hay que notar es que, según la Biblia, el vino “alegra el
corazón del hombre” (Sal. 104:15a), y no hay nada malo en reconocerlo. Sin
embargo, es posible exagerar la alegría, y pasar de una alegría responsable a una
alegría irresponsable. La Biblia tiene varias instancias donde esto ocurrió; por
ejemplo: Nabal (1 S. 25:36) y Belsasar (Dn. 5:2). Por desgracia, eso fue
exactamente lo que pasó en este caso. Mucho vino nubló la mente de Asuero y lo
llevó a pedir algo no sabio. Si tan sólo hubiera leído lo que escribió Salomón: “No es
de los reyes beber vino, no sea que bebiendo olviden la ley” (Pr. 31:4-5).
Al recibir la comunicación del rey enviada por medio de los siete eunucos, Vasti
entendió bien lo que se estaba haciendo y lo que se esperaba de ella. Su dignidad
como persona y como reina se vio afectada, y rehusó obedecer la orden de Asuero
(v.12). No estaba dispuesta a presentarse como mujer y reina ante los ojos de
hombres ebrios, llenos de lujuria.
Al negarse ir, Vasti demostró una serie de cualidades buenas como modestia,
humildad, sabiduría y firmeza que han llevado a muchos comentaristas a hablar
bien de ella. Sin embargo, otros la han juzgado, diciendo que su actitud ante el rey
demostró cierta independencia, terquedad, orgullo y desobediencia. Muchas
mujeres hubieran querido ir a lucirse ante los hombres, pero no Vasti. Al mismo
tiempo, su determinación de no hacerle caso al rey mostro bastante orgullo y
terquedad. Eso nos enseña que cada acción nuestra evidencia diferentes aspectos
de nuestro carácter y es capaz de ser interpretada en maneras contradictorias. Por
lo tanto, solo un Dios omnisciente es capaz de pasar un juicio justo sobre nuestras
vidas.
REFLEXIÓN: La Biblia indica que debemos ser lentos para juzgar a otros.
Antes de otorgarnos el derecho de pasar juicio sobre las acciones de
otra persona debemos sopesar si estamos en condiciones de hacerlo.
¿Tenemos suficiente conocimiento de los hechos? ¿Entendemos bien las
motivaciones de la persona y la actitud de su corazón? Un poco de
humildad de nuestra parte nos ayudaría a controlarnos antes de juzgar y
condenar a alguien por su comportamiento.
No sólo era indigno para Vasti presentarse de esa manera ante tantos hombres
ebrios, sino que lo sería también para el rey. En la cultura de ese tiempo, parte de
la dignidad del rey era que su principal esposa, la reina oficial, sea guardada de los
ojos del público en general. Al rehusar presentarse ante esa clase de fiesta, Vasti
estaba obrando a favor de Asuero y confiaba que cuando él estuviera sobrio le
agradecería la fortaleza que tuvo para resistir la orden del rey y cuidar su propia
dignidad ante los príncipes del imperio.
“13 Preguntó entonces el rey a los sabios que conocían los tiempos
(porque así acostumbraba el rey con todos los que sabían la ley y el
derecho; 14 y estaban junto a él Carsena, Setar, Admata, Tarsis,
Meres, Marsena y Memucán, siete príncipes de Persia y de Media que
veían la cara del rey, y se sentaban los primeros del reino)”.
En ese tiempo, el rey era tan venerado que nadie se atrevía a acercarse a él sin
el debido permiso; ni la reina (ver Est. 4:11). Ese hecho debió haber llevado a los
asesores de Asuero a reflexionar sobre la desobediencia de Vasti y a darse cuenta
de que su desobediencia se debió a que el pedido de Asuero era injusto e
inapropiado. Lamentablemente, aunque estos hombres eran expertos en “la ley y
el derecho” (v.13b) no tenían mucho sentido común o sensatez personal.
“15 les preguntó qué se había de hacer con la reina Vasti según la ley,
por cuanto no había cumplido la orden del rey Asuero enviada por
medio de los eunucos. 16 Y dijo Memucán delante del rey y de los
príncipes: No solamente contra el rey ha pecado la reina Vasti, sino
contra todos los príncipes, y contra todos los pueblos que hay en
todas las provincias del rey Asuero. 17 Porque este hecho de la reina
llegará a oídos de todas las mujeres, y ellas tendrán en poca estima a
sus maridos, diciendo: El rey Asuero mandó traer delante de sí a la
reina Vasti, y ella no vino. 18 Y entonces dirán esto las señoras de
Persia y de Media que oigan el hecho de la reina, a todos los príncipes
del rey; y habrá mucho menosprecio y enojo.”
La pregunta dirigida a los sietes consejeros del rey fue bastante clara y
específica. Tenía que ver con “qué se había de hacer con la reina Vasti según la ley”
(v.15), por no haber acatado la orden del rey Asuero. Notemos el énfasis puesto
sobre la ley. El rey no estaba preguntando a sus asesores qué pensaban ellos o qué
recomendaban ellos según sus propios criterios; sino, ¿qué dice la ley? Es
interesante notar eso, porque uno podría pensar que el rey Asuero sería un déspota
que haría simplemente lo que quería y que no le interesaba mucho la ley.
Sin embargo, no nos dejemos engañar por las apariencias. Lo que Asuero estaba
procurando hacer era disfrazar su venganza con el ropaje de la legalidad. En otras
palabras, quería castigar a Vasti, pero no quería dar la impresión de que estaba
actuando por capricho, sino que estaba dispuesto a dejar que la ley siga su curso.
¡Cuántos déspotas hacen eso! Es más, a la luz de Daniel 6:12 vemos que una
tradición de los persas era que “la ley de Media y de Persia…no puede ser
abrogada”. Eso significa que lo que Asuero estaba queriendo asegurar era que el
castigo que se iba a aplicar a Vasti no solo sea una sanción legal sino una sanción
permanente e inapelable, precisamente por ser un castigo conforme a la ley. Lo que
a primera vista parecía ser algo loable en realidad tenía mucho de maldad en ello.
Uno de los consejeros del rey era Memucán (v.16). Él, pasando completamente
por alto la irresponsabilidad del rey al ordenar a Vasti a presentarse en la fiesta,
exageró la desobediencia de Vasti afirmando que, al desobedecer a Asuero, ella
estaba dando un mal ejemplo a todas las mujeres del imperio. Según Memucán, el
“pecado” de Vasti no fue sólo contra Asuero sino “contra todos los príncipes, y
contra todos los pueblos que hay en todas las provincias del rey Asuero” (v.16b).
Notemos el énfasis sobre “todo”.
Lo que Memucán estaba haciendo era exagerar el asunto. Quizá era uno de “los
sabios” que conocía “los tiempos…la ley y el derecho” (v.13), pero no tenía nada de
sentido común. Lejos de discernir lo que era necesario hacer en ese momento, que
era tranquilizar las aguas movidas del corazón del rey Asuero, lo que Memucán hizo
fue aumentar más la ira del rey.
Al hacerlo, Memucán se comportó como muchos malos asesores hoy en día.
Lejos de reflexionar y pensar qué sería bueno para el rey, Memucán actuó por
intereses personales. Él se dio cuenta de lo que Asuero quería hacer, y decidió no
sólo apoyar esa idea sino darle al rey más razones por hacerlo, justificando así su
mal comportamiento. El pensamiento de Memucán era el siguiente: “El rey quiere
castigar a Vasti y está buscando un pretexto legal para hacerlo. Si yo le apoyo en
esa idea y le doy mayores razones por castigar a Vasti, él se va a sentir muy bien y
probablemente me premie. Por lo menos, seguiré siendo su consejero favorito”.
Es triste ver a un ‘asesor legal’ actuar así, negando totalmente su papel de
consejero y hombre de confianza. Aún más triste es pensar que eso era
exactamente lo que Asuero quería de sus asesores. Como un niño mal criado,
Asuero no quería personas que le contradigan o que se opongan a lo que él quería
hacer, sino consejeros que le apoyen y avalen sus malcriadeces. Cuando un rey
actúa así, es evidencia que las cosas no andan bien en su reinado.
19
Si parece bien al rey, salga un decreto real de vuestra majestad y se
escriba entre las leyes de Persia y de Media, para que no sea
quebrantado: Que Vasti no venga más delante del rey Asuero; y el rey
haga reina a otra que sea mejor que ella. 20 Y el decreto que dicte el rey
será oído en todo su reino, aunque es grande, y todas las mujeres darán
honra a sus maridos, desde el mayor hasta el menor. 21 Agradó esta
palabra a los ojos del rey y de los príncipes, e hizo el rey conforme al
dicho de Memucán; 22 pues envió cartas a todas las provincias del rey, a
cada provincia conforme a su escritura, y a cada pueblo conforme a su
lenguaje, diciendo que todo hombre afirmase su autoridad en su casa; y
que se publicase esto en la lengua de su pueblo.
La consulta del rey fue: ¿“qué se había de hacer con la reina Vasti según la ley”?
(v.15). Al parecer, la ley de Persia no trataba el asunto de la obediencia de la
esposa hacia su marido. Por eso la propuesta de Memucán fue que Vasti sea
depuesta como reina por decreto real y que Asuero escogiera otra mujer (v.19). Lo
que tenía en mente era que dicho decreto sea conocido en todo el imperio,
estableciendo un precedente, que serviría como advertencia a todas las demás
esposas (v.20).
La idea no era tanto que Asuero ejecute o se divorcie de Vasti, sino simplemente
que se separe de ella; “Que Vasti no venga más delante del rey Asuero” (v.19b). Es
decir, que pierda los derechos de esposa por su falta de respeto hacia Asuero.
Además, “que el rey haga reina a otra que sea mejor que ella” (v.19c). Se supone
que Asuero, como rey de Persia, tenía todo un conjunto de mujeres a su
disposición. Lo que Memucán proponía era que él escogiera otra mujer como su
esposa oficial, que sea conocida como la “reina” en lugar de Vasti.
Como veremos posteriormente, al pasar las semanas Asuero comenzó a extrañar
a Vasti. Los cortesanos, al ver que el rey estaba melancólico, le aconsejaron
buscarse una mujer bella que le haga olvidarse de Vasti (ver Est. 2:1-4). Eso nos
indica que, aunque le resultó fácil a Asuero destituir a Vasti, no fue tan fácil
encontrar a alguien que la reemplazara en su corazón.
La idea de Memucán fue que al deponer a Vasti como reina, “todas las mujeres
darán honra a sus maridos, desde el mayor hasta el menor” (v.20b). Pero ¿sería
así? Lo primero que podemos notar es que el consejo de Memucán atentaba contra
la estabilidad del matrimonio. Si los esposos podían separarse de sus esposas
simplemente porque ellas le faltaban el respeto en un momento dado, ¿qué pasaría
con los matrimonios en todo el imperio? ¡Cuántas familias sufrirían si los esposos
siguieran el ejemplo de Asuero! Lo que Memucán estaba proponiendo sería un
desastre para la vida familiar y para la crianza de los hijos. El asesor de Asuero no
había tomado en cuenta todas las consecuencias de lo que estaba proponiendo.
Además, habría que afirmar que era muy poco probable que la propuesta de
Memucán llevaría a las mujeres en todo el Imperio de Persia a respetar a sus
maridos. Memucán no había tomado en cuenta las complejidades de una relación
matrimonial y las causas de la falta de obediencia por parte de las esposas. El
asunto era mucho más complejo de lo que Memucán dio a entender y por
consiguiente su plan era ingenuo. Si él quería que las mujeres respetaran a sus
esposos sería mucho mejor comenzar a orientar a los hombres a ser más
responsables y maduros como esposos. Algo que le faltaba mucho a Asuero.
Una de las características de las emociones humanas es que pueden ser fuertes,
pero al mismo tiempo pasajeras. Así fue la ira de Asuero. Luego de unas semanas
su ira se apaciguó, y cuando estaba más tranquilo emocionalmente “se acordó de
Vasti y de lo que ella había hecho, y de la sentencia contra ella" (v.1b). Se acordó
con tristeza porque ya estaba sintiendo las consecuencias de una decisión
precipitada puesto que extrañaba a su esposa y eso hacía que no se sintiera bien.
Susa era la capital del Imperio Persa y una ciudad grande. Lo más lógico habría
sido pensar que la futura reina sería de esa ciudad. Sin embargo, los siervos de
Asuero le animaron a extender la búsqueda a todo el imperio (v.3). El plan de llevar
"a todas las jóvenes vírgenes de buen parecer" del Imperio Persa a "la casa de las
mujeres" en Susa no parece ser muy factible porque habría una enorme cantidad
de mujeres. Sin embargo, eso fue lo que se propuso hacer, aunque en la práctica lo
más probable es que solo trajeron mujeres de ciertas partes del imperio.
Toda la responsabilidad de reunir a estas mujeres y prepararlas para que el rey
escogiera de entre ellas su futura esposa recayó sobre "Hegai", quien era el
"eunuco del rey" y el "guarda de las mujeres" (v.3b). La palabra “eunuco” significa
“castrar” y el término “guarda” significa “proteger con un cerco”. Hegai tenía que
guardar a las mujeres del rey de cualquier asalto sexual, y para protegerlas de sí
mismo, él fue castrado. El privilegio de cuidar a las mujeres del rey vino con un alto
precio.
En estos versículos, el autor nos presenta a una persona que tendrá un papel
protagónico en la historia de Ester; su nombre es "Mardoqueo" (v.5). Aunque vivía
en Susa y tenía un nombre persa relacionado con el dios Marduc, Mardoqueo era
judío. El texto presenta su genealogía en forma resumida: "...hijo de Jair, hijo de
Simei, hijo de Cis..." (v.5). Esta lista de nombres indica que Mardoqueo era de la
tribu de Benjamín (v.5b) y el v.6 indica que fue uno de los descendientes de las
personas llevadas al exilio "con Jeconías rey de Judá" (v.6).
Jeconías es más conocido en la Biblia como, "Joaquín" (ver 1 Cr. 3:16), aunque
Jeremías lo presenta como "Conías" que es una forma abreviada de su nombre (ver
Jer. 22:24-30). Jeconías tuvo dieciocho años cuando comenzó a reinar en Jerusalén
(2 R. 24:8), pero sólo reinó tres meses porque hizo lo malo ante los ojos de Dios.
En el año 597 a.C., Nabucodonosor atacó a Jerusalén por segunda vez, tomó a
Joaquín como prisionero y se llevó a diez mil personas con él como cautivos (2 R.
24:14). Entre ellos había dos personas muy interesantes: Ezequiel, quién llegó a
ser un profeta en Babilonia (ver Ez. 1:2-3), y un hombre llamado "Cis", de la tribu
de Benjamín, que fue el bisabuelo de Mardoqueo (ver v.5) y de Ester (v.7). Dado a
que la historia de Ester ocurrió en el año 480 a.C., cien años después que Jeconías
fue llevado a Babilonia, es obvio que Mardoqueo nació en el exilio.
En Jeremías 22:30, leemos del juicio divino pronunciado sobre Jeconías
("Conías"). Según el profeta, nada próspero le iba a pasar y ninguno de sus
descendientes jamás se sentaría sobre el trono de David. Sin embargo, en la
providencia divina, el bisabuelo de Mardoqueo y Ester fue llevado a Babilonia
juntamente con Jeconías, preparando así el camino para que cien años después,
Mardoqueo y su prima Ester jugaran un papel muy importante en la salvación del
pueblo de Dios.
Cuando Ester nació, sus padres la llamaron "Hadasa" (v.7a), que significa
“mirto”, una planta que emite una hermosa fragancia. Sin embargo, al pasar los
años su nombre fue cambiado a "Ester", que significa “estrella”. No fue un cambio
de nombre arbitrario, porque la flor del mirto tiene la forma de una estrella. Como
bebé, ella trajo “fragancia” a la vida de sus padres, pero como adulta sirvió de
“estrella”, brillando en la oscuridad y dando dirección y aliento al pueblo de Dios.
En el v.7, leímos que Ester "era de hermosa figura y de buen parecer", una
verdadera hija de Raquel (Gn. 29:17). Recordemos que ella al igual que Mardoqueo
era descendiente de Benjamín (ver v.5), quien fue el segundo hijo de Raquel. La
Biblia nos enseña que la belleza externa no es lo más importante en una mujer (ver
Pr. 31:30); sin embargo, en este caso Dios le concedió a Ester gran belleza para los
propósitos que Él tenía para su vida, que era el de salvar a Su pueblo.
REFLEXIÓN: Toda mujer haría bien en meditar en ello. La belleza física
es un regalo de Dios y debe ser usada para Sus propósitos; es decir,
para servir a Dios y no para la vanagloria personal. Reflexionemos sobre
el uso que hacemos de nuestros atributos físicos personales. ¿Han sido
santificados para Dios?
El texto nos indica que Hegai benefició a Ester en tres maneras. En primer lugar,
le dio "prontamente atavíos y alimentos" (v.9b); es decir, no se demoró en darle las
cosas que ella necesitaba para prepararse. En una situación en la cual había una
gran cantidad de mujeres para atender y que en muchos casos habría demora para
hacerlo, Ester fue beneficiada con una atención rápida y esmerada. Recordemos
que en la RV la palabra "atavíos" tiene el sentido de artículos de belleza y
perfumería, más que vestimenta. Además de proveer los artículos de belleza, Hegai
se aseguró que Ester tuviera los alimentos necesarios.
Luego, también le dio "siete doncellas especiales de la casa del rey" (v.9c). Esto
es interesante, porque al haber tantas chicas que atender en ese momento uno
pensaría que no habría suficientes sirvientas para todas las concursantes. Sin
embargo, Ester no recibió sólo una sino siete; y eran siete sirvientas especiales, de
la casa del rey.
En tercer lugar, Hegai "la llevó con sus doncellas a lo mejor de la casa de las
mujeres" (v.9d). Uno se imagina que con tantas mujeres presentes habría un
tremendo alboroto en la casa real. Por eso Hegai llevó a Ester a un lugar más
espacioso, tranquilo, y quizá lujoso, de la casa de las mujeres.
El texto no lo dice, pero es bastante obvio que esta preferencia por Ester habría
provocado mucho celo en las otras chicas. Recordemos que era una suerte de
concurso de belleza cuyo premio sería llegar a ser la reina de todo el Imperio Persa.
La competencia entre las mujeres era fuerte. Habría más que una chica de la clase
alta de Susa que se consideraba la más bella de todas. Cuando Ester fue preferida,
eso habrá provocado mucho celo y comentarios negativos hacia ella.
Bajo la dirección de Mardoqueo, Ester tomo la precaución de no mencionar que
era judía (v.10a). A veces un poco de discreción es importante. De saberse en ese
momento que Ester era judía, descendiente de prisioneros de guerra y miembro de
una nación bastante pobre e insignificante, las demás mujeres pudieron haber
hecho escarnio de Ester y buscado alguna forma de eliminarla de la competencia.
Mardoqueo sentía una honda preocupación por Ester. Aunque era una hija
adoptada, él sentía un gran amor paternal por ella. El texto nos dice que "cada
día...se paseaba delante del patio de la casa de las mujeres" (v.11a). No le era
permitido ingresar, pero quería estar lo más cerca posible de Ester para "saber
cómo le iba…y cómo la trataban" (v.11b). En esa situación difícil, tanto Ester como
Mardoqueo tuvieron que aprender a confiar en Dios.
Una vez preparada, la mujer podía acercarse al rey (v.13a). Para ese momento
tan especial se le daba todo lo que ella pedía "para venir ataviada con ello desde la
casa de las mujeres hasta la casa del rey" (v.13b). Quedaba al criterio de la mujer
pedir la ropa y las joyas que quería usar para presentarse ante el rey. El rey no sólo
quería ver la belleza física de la mujer, sino también discernir su criterio y su gusto
al seleccionar la ropa y las joyas apropiadas para ese momento.
Veamos los detalles que brinda el texto acerca de lo que cada concursante tenía
que hacer cuando iba a pasar la noche con el rey y las consecuencias de esa visita
(v.14). Cada candidata iba al palacio por la tarde y salía por la mañana (v.14a). El
propósito de la visita era conocer al rey personalmente y tener relaciones sexuales
con él, para ver si ella le agradaba o no. Para muchas mujeres sería una situación
bastante incómoda.
Luego de pasar la noche con el rey, la mujer no volvía a "la casa de las mujeres"
(v.13b), sino que iba a "la casa segunda de las mujeres" (v.14b); es decir, a la casa
de las concubinas. Esta casa estaba a cargo de otro eunuco, llamado "Saasgaz",
quien era "guarda de las concubinas" (v.14c). Cuando una mujer tenía relaciones
con el rey, dejaba de ser "virgen" y pasaba a estar en la categoría de "concubina",
que era como una esposa oficial del rey, aunque sin llegar a tener la categoría de
reina. Por eso Ester pudo ir al rey con una conciencia limpia, sabiendo que no
estaba cometiendo fornicación, sino que estaba siendo recibida formalmente como
esposa del rey, aunque inicialmente bajo la categoría de “concubina”.
A partir de ese momento, la mujer ya no podía acercarse al rey "salvo si el rey la
quería y era llamada por nombre" (v.14d). En ese tiempo, una concubina no tenía
derechos sólo responsabilidades. Tenía que mantenerse a la disposición del rey, lista
para presentarse ante él cuando él lo solicitara. No podía estar con ningún otro
hombre por el resto de su vida; tenía que guardarse para el rey.
Hoy en día, todo esto suena no solo extraño, sino injusto e indebido. Sin
embargo, refleja el gran honor que era en ese tiempo acercarse al rey del Imperio
Persa.
Cuando le tocó a Ester presentarse delante del rey, ella pudo haberse vestido en
la manera que quería (v.13). Sin embargo, como el autor señala, Ester se dejó
guiar por Hegai ("ninguna cosa procuró sino lo que dijo Hegai", v.15b). ¿Por qué
actuó así? No fue porque tenía una personalidad débil que se dejaba guiar
fácilmente por otros; lo hizo porque era una mujer sabia y sencilla.
Luego de doce meses de ser tratada como una princesa y recibir las mejores
atenciones de las personas que la rodeaban, hubiera sido muy natural que Ester se
volviera bastante orgullosa. Una mujer llena de orgullo difícilmente se dejaría guiar
por otras personas en el tema de los atuendos que debía usar para presentarse
ante el rey. Es más, cuando una mujer de condición humilde, como lo fue Ester, es
lanzada a la fama generalmente cae en la trampa de lucirse en forma
exageradamente ostentosa. Pero Ester no fue así.
Al dejarse guiar por Hegai ella demostró tres grandes cualidades. Primero, la
sensatez de saber que en ese momento no se trataba de vestirse como ella quería
sino de cómo Asuero quería. Ella tenía que pensar en lo que a él le agradaría como
esposo. Al fin y al cabo, era su noche de bodas, aunque fuera por enésima vez.
También, la sabiduría de entender que Hegai conocía los gustos de Asuero mucho
mejor que ella. Hegai era un varón y conocía a Asuero mucho mejor que Ester.
Quién mejor que él para escoger la ropa para Ester. En tercer lugar, la sencillez de
corazón necesaria para pedir consejos de Hegai y dejarse guiar por él en ese
momento. A pesar de todos los favores que recibió en el palacio durante esos doce
meses, Ester siguió siendo una mujer sencilla de corazón.
“17 Y el rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y halló
ella gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás
vírgenes; y puso la corona real en su cabeza, y la hizo reina en lugar
de Vasti. 18 Hizo luego el rey un gran banquete a todos sus príncipes
y siervos, el banquete de Ester; y disminuyó tributos a las provincias,
e hizo y dio mercedes conforme a la generosidad real.”
Asuero no se dio cuenta todavía, pero al recibir a Ester esa noche él estaba por
beneficiarse de la sensatez, la sabiduría y la sencillez de corazón que le hacía
mucha falta y que Ester le iba a brindar como esposa. Ester sería una tremenda
ayuda idónea para el rey de Persia. Con justa razón leemos que "el rey amó a Ester
más que a todas las otras mujeres" (v.17a). Por lo menos tuvo la cordura de valorar
las buenas cualidades de Ester, aunque estuvieran escondidas detrás de su belleza
física.
Ester se ganó el corazón de Asuero, pero fue DIOS quien hizo que ella hallara
"gracia y benevolencia delante de él más que todas las demás vírgenes" (v.17b).
Estas palabras nos hacen pensar en Daniel, quien halló gracia y benevolencia ante
las autoridades de Babilonia (ver Dn. 1:9), incluyendo el gran rey Nabucodonosor,
quien lo halló diez veces más sabio que los demás estudiantes (Dn. 1:19-21).
Habiendo ganado el favor de Asuero, el rey de Persia “puso la corona real en su
cabeza, y la hizo reina en lugar de Vasti” (v.17c). Debió haber sido una ceremonia
impresionante y Ester habrá experimentado una gran variedad de emociones. Pero
nadie se dio cuenta de lo que Dios estaba haciendo, anticipando uno de los
momentos más críticos en la historia de Su pueblo y colocando a una judía cerca al
máximo poder del Imperio Persa para que juegue un papel clave en la salvación de
Su pueblo. ¡Oh profundidad de la sabiduría de Dios!
La primera parte de la historia, es decir la primera escena del drama (Est. 1:1 -
2:18), comienza y termina con banquetes (ver Est. 1:3-9 y 2:18). El primer
banquete fue para celebrar el establecimiento del reinado de Asuero (ver Est.
1:1-2); el último, para celebrar la coronación de Ester (Est. 2:18). El banquete de
Asuero terminó con la deposición de Vasti (Est. 1:19), presagiando la derrota de
Persia ante el ejército de Grecia, mientras que el "banquete de Ester" (v.18b)
concluyó con un gesto generoso de Asuero: "disminuyó tributos a las provincias, e
hizo y dio mercedes conforme a la generosidad real" (v.18c).
No sabemos si Ester tuvo algo que ver con esta repentina generosidad de
Asuero, pero no nos sorprendería si fuera así. Es bastante factible, por no decir
probable, que Asuero hiciera esta ordenanza por sugerencia de su nueva reina, o
por lo menos influenciado por la alegría que ella trajo a su vida. El imperio ya
estaba comenzando a sentir la buena influencia de Ester, la reina judía. Dios tenía
Su pieza clave en el lugar indicado y los frutos no tardaron en manifestarse.
¡Cuántos judíos se beneficiaron de esta generosidad! Dios estaba cuidando y
bendiciendo a Su pueblo por medio de Ester.
Estos versos sirven de nexo entre la primera y la segunda escena del drama del
libro de Ester. Un evento estaba por ocurrir que sería la segunda pieza clave para la
salvación del pueblo de Dios. Dios no sólo usaría a Ester para salvar a Su pueblo,
sino también a Mardoqueo. Sin embargo, para que Mardoqueo pueda jugar ese
papel de salvador algo tenía que pasar que llamaría la atención de Asuero, para que
meses después Asuero haga algo a favor de Mardoqueo que resultaría favorable
para el pueblo de Dios. Como veremos a continuación, la trama del libro de Ester es
sumamente interesante y revela el control perfecto que Dios tiene de la historia
humana.
El pasaje empieza con un detalle que resulta difícil entender: “Cuando las
vírgenes eran reunidas la segunda vez” (v.19a). En el texto original, no hay el
artículo definido antes de la palabra “vírgenes”, y eso da a entender que el rey
Asuero ordenó una convocatoria de doncellas para aumentar su harén. No sabemos
si eso se debió a una disminución en el afecto por Ester o si simplemente quería
renovar su conjunto de concubinas. De todos modos, la convocatoria
potencialmente iba a afectar a Ester, así que Mardoqueo se acercó y “estaba
sentado a la puerta del rey” (v.19b). Su amor por Ester hizo que Mardoqueo
siguiera de cerca sus pasos, para ver qué pasaría con ella. Aunque era su padre
adoptivo, la amaba como si fuera su propia hija.
Por segunda vez, el autor indica que Ester guardó en secreto su identidad como
judía (v.20; ver el v.10). Esta repetición indica que es un dato importante. De
haberse conocido la nacionalidad de Ester, se habría ejercido alguna presión política
para eliminarla del concurso de belleza, algo que no la habría permitido estar en el
lugar adecuado para interceder a favor de los judíos.
El v.20 nos brinda otro detalle interesante, que nos ayuda a entender el carácter
y el comportamiento de Ester. Ella guardó el secreto de su nacionalidad porque
Mardoqueo le pidió que lo haga. Como afirma el autor, “porque Ester hacía lo que
decía Mardoqueo, como cuando él la educaba” (v.20b). ¡Qué interesante! A pesar
de no ser su hija, Mardoqueo invirtió en la educación de Ester. Eso indica que los
padres de Ester fallecieron cuando ella era aún niña. Años después, Mardoqueo
cosechó el beneficio de esa inversión de tiempo y dinero en la educación de Ester.
La educación de Ester, que generó en ella un espíritu de obediencia y afecto
hacia Mardoqueo, no fue para el beneficio de Mardoqueo sino para el bien de Ester
y al final para el beneficio de todo el pueblo de Dios. De no haber seguido las
instrucciones de Mardoqueo, Ester no habría llegado a ser reina y tampoco hubiera
podido hacer algo para salvar a los judíos de la exterminación planeada por
Satanás. ¡Cuán importante es una buena educación! Y una buena educación no
consiste sólo en llenar la mente de un niño de conocimiento, sino de inculcar en él o
en ella la importancia de acatar las instrucciones de personas que tienen mayor
experiencia de la vida.
Asuero no fue tan ingenuo como para creer una acusación seria sin mayor
evidencia. Ordenó que se hiciera una investigación del asunto y la investigación
confirmó el informe de Mardoqueo (v.23a). Esto tuvo dos consecuencias. Primero,
“los dos eunucos fueron colgados en una horca” (v.23b). Ellos recibieron el debido
castigo por haber atentado contra la vida del monarca. Luego, “fue escrito el caso
en el libro de las crónicas del rey” (v.23c). Como veremos posteriormente, ese
informe incluyó el nombre de Mardoqueo (ver Est. 6:2). Él también recibió lo que
merecía: el reconocimiento de haber actuado a favor del rey, mostrando fidelidad al
gran monarca a pesar de que tenía a su pueblo, los judíos, bajo el yugo de la
opresión.
Antes de morir en la cruz, el Señor Jesús advirtió a Sus discípulos: “En el mundo
tendréis aflicción” (Jn. 16:33). La experiencia de la Iglesia fue la experiencia de
Israel. La aflicción se debe a que Dios tiene un enemigo que odia a Su pueblo y
trata en lo posible de destruirlo. En la historia de Ester, la persona a quien Satanás
usó para amenazar al pueblo de Dios fue Amán.
Amán es presentado como el “hijo de Hamedata agagueo” (v.1). El autor no lo
afirma y por lo tanto no debemos ser dogmáticos al respecto, pero muchas
personas consideran que al usar la palabra “agagueo”, el autor de Ester está dando
a entender que Amán era descendiente del rey Agag (ver 1 S. 15:8). Lo importante
de ese dato es que Agag era el rey de Amalec y los amalecitas eran enemigos del
pueblo de Dios. Ellos fueron la nación que se opuso a Israel cuando el pueblo de
Dios salió de Egipto (ver Ex. 17:8-16; para mayores detalles, ver la Introducción a
Ester). Si Amán era descendiente de los amalecitas, entonces sus acciones en este
libro deben ser entendidas como la de un hombre que odiaba al pueblo de Dios por
razones históricas y quería hacer todo lo posible por destruir el remanente de
Israel.
Sin embargo, la historia de Ester apunta a otra razón más personal. El v.1 indica
que “Asuero engrandeció a Amán…y lo honró, y puso su silla sobre todos los
príncipes que estaban con él”. Estas palabras indican que Amán surgió como una
nueva estrella en el firmamento del Imperio de Persia. No sabemos por qué el rey
lo elevó de esta manera, pero es claro que tuvo que ver con alguna acción o
servicio que Amán brindó a Asuero. Luego de su elevación de rango, “todos los
siervos del rey que estaban a la puerta del rey se arrodillaban y se inclinaban ante
Amán, porque así lo había mandado el rey” (v.2a).
En un sentido, la experiencia de Amán fue similar a la de Ester. Ambos eran
extranjeros y ambos fueron elevados repentinamente a puestos de gran influencia
en el reino. Sin embargo, hubo grandes diferencias entre ellos: Ester temía a Dios,
mientras que Amán era un enemigo de Dios; Ester reaccionó con humildad,
mientras que Amán se volvió orgulloso; Amán usó su nueva posición para lograr un
beneficio personal, mientras que Ester usó su nueva posición para el bien de su
pueblo.
La única persona que no se arrodilló ante Amán fue Mardoqueo (v.2b). Las
Escrituras dicen enfáticamente que él “ni se arrodillaba ni se humillaba”. La
pregunta es, ¿por qué no? A primera vista uno podría pensar que Mardoqueo era
orgulloso, pero no era así. La explicación está en el v.4, donde leemos que “ya les
había declarado que era judío”. Como tal, Mardoqueo sentía que no podía
arrodillarse ante Amán porque de hacerlo sería como rendirle culto, y él sólo debía
adorar a Dios, no a un hombre. La decisión de Mardoqueo de no arrodillarse
delante de Amán es similar a la decisión de Daniel de no contaminarse con la
comida del rey (Dn. 1:8) o a la decisión de sus amigos de no arrodillarse delante de
la estatua de oro (Dn. 3:12-18). Fue una decisión que puso en riesgo su vida, pero
lo hizo por fidelidad a Jehová el Dios de Israel.
¿Por qué los siervos del rey denunciaron a Mardoqueo ante Amán? La respuesta
sería, por envidia y maldad. Dado a que ellos tuvieron que reverenciar a Amán,
querían que Mardoqueo también lo hiciera, y si no lo hacía lo iban a denunciar. Sin
embargo, el v.4 indica una razón adicional. El texto dice claramente que lo
denunciaron a Amán, “para ver si Mardoqueo se mantendría firme en su dicho”. En
otras palabras, lo pusieron a prueba, queriendo ver hasta qué punto se mantendría
firme en sus convicciones espirituales.
La actitud de los siervos de Asuero es similar a la de los funcionarios de
Babilonia que denunciaron a los tres amigos de Daniel por no postrarse ante la
estatua de Nabucodonosor (ver Dn. 3:8-12). También es similar a la de los
funcionarios del Imperio Medo quienes denunciaron a Daniel por no acatar la orden
de Darío de no orar a otro dios (ver Dn. 6:10-13). En ambos casos, Satanás influyó
la mente de los inconversos para tratar de lastimar a los siervos de Dios.
Cuando Amán se percató de la falta de respeto por parte de Mardoqueo “se llenó
de ira” (v.5b). Nada molesta más a un hombre orgulloso que cuando alguien rehúsa
darle el honor que merece. No importa si todo el mundo le rinde homenaje, basta
con que una persona no lo haga para que se moleste desmedidamente. La reacción
de dicha persona se debe al carácter de Satanás, porque así es él. Cuando no le
rendimos homenaje, el diablo se molesta mucho; por eso odia tanto al pueblo de
Dios, porque es el único grupo de personas que se rehúsa postrarse delante de él.
La reacción de Amán fue muy fuerte: “tuvo en poco poner mano en Mardoqueo
solamente” (v.6a). Al descubrir que Mardoqueo era judío y sabiendo que fue por
eso que no quiso postrarse ante él, Amán determinó destruir a todos los judíos
esparcidos a lo largo y ancho del imperio persa (v.6b). Sin lugar a duda, fue una
idea sembrada en su mente por Satanás mismo.
Recordemos que este intento de destruir a los judíos no sólo se iba a aplicar a
los judíos que estaban en el exilio sino también a los que vivían en Palestina, dado
a que Palestina estaba dentro del Imperio Persa. ¡Ni los que estaban en Jerusalén
estarían a salvo! El remanente del pueblo de Dios que recientemente había
reconstruido el templo y que estaba queriendo servir a Dios en Palestina, lejos de
los centros de poder del Imperio Persa; ellos también estaban bajo amenaza de
muerte.
Proverbios 16:33
Al ordenar que el mes duodécimo sea seleccionado por suerte, Dios estaba
obrando a favor de Su pueblo, dándole el tiempo necesario para prepararse. En
particular, le dio a Mardoqueo y a Ester el tiempo que necesitaban para salvar a los
judíos. Una vez más vemos cómo Dios controla los eventos de la historia, actuando
a favor de Su pueblo aun cuando Su actuar es casi imperceptible.
Vemos en las palabras de Amán una mezcla de verdad y mentira. Era cierto que
los judíos tenían leyes diferentes y que ellos se distinguían de los demás pueblos,
pero no era cierto que desobedecían al rey. Más bien, Dios había ordenado a los
judíos a velar por la paz y el bienestar de sus conquistadores: “Y procurad la paz
de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su
paz tendréis vosotros paz” (Jer. 29:7).
A lo largo de los años, varios destacados judíos velaron por el bien de sus
conquistadores. Entre ellos figuran Daniel y Nehemías, quienes sirvieron a los
babilonios y luego a los persas. Es más, los judíos eran trabajadores y estudiosos,
así que Asuero sacaba bastante provecho de ellos en términos de impuestos y
rentas que los judíos pagaban, además de todo el aporte que brindaban al mundo
comercial.
Habiendo obtenido la aprobación del rey, Amán procedió a poner en marcha todo
el aparato estatal para ejecutar su plan. Lo primero que tenía que hacer era
informar a los oficiales del imperio de la orden del rey. Por lo tanto, el día trece del
primer mes “fueron llamados los escribanos del rey” (v.12a) y ellos redactaron
“todo lo que mandó Amán” (v.12b), quien estaba a cargo del imperio en este
asunto.
La carta fue enviada “a los sátrapas del rey, a los capitanes que estaban sobre
cada provincia y a los príncipes de cada pueblo” (v.12c). Todos tenían que ser
informados, y para asegurar una clara comprensión del edicto el comunicado fue
redactado en la “escritura” y “lengua” de cada pueblo y provincia (v.12d). Para dar
mayor oficialidad al asunto, el edicto fue escrito “en nombre del rey…y sellado con
el anillo del rey” (v.12e). Vemos en todo esto una tremenda eficiencia. Amán no
dejó ningún cabo suelto y tampoco había lugar para la improvisación. Cuando
Satanás decide atacar al pueblo de Dios lo hace con mucha sabiduría e inteligencia.
REFLEXIÓN: Si los agentes del mal son tan eficientes en lo que ellos
hacen, ¿por qué no lo son los agentes del bien? La manera en que Amán
se propuso ejecutar su plan debe ser una lección para todos los que
tenemos ministerios en la iglesia. Si vamos a hacer algo, debemos
hacerlo bien. Cualquier plan que queramos poner en marcha debe ser
bien pensado, planificado y ejecutado con profesionalismo para la gloria
de Dios y para el bien de las personas. Reflexionemos sobre los
programas de nuestra congregación. ¿Tienen estas características?
¿Honramos a Dios en lo que hacemos o somos informales e
improvisamos todo?
Además de matar a todos los judíos, la carta dio permiso a los demás pueblos a
quitarles a los judíos todas sus pertenencias (“y de apoderarse de sus bienes”,
v.13d). ¡Este detalle fue un excelente estímulo para la masacre! Nos hace pensar
en lo que pasó durante el Holocausto, en Alemania, bajo Hitler, cuando no sólo se
mató a los judíos, sino que primero se les quitó todos sus bienes.
Tal fue la eficiencia con la que se ejecutó la orden, que una copia del
mandamiento del rey “fue publicada a todos los pueblos, a fin de que estuviesen
listos para aquel día” (v.14b). Sin embargo, uno se pregunta: “Si la orden iba a ser
publicada con tanta anticipación, ¿no tendrían los judíos el tiempo necesario para
tomar medidas defensivas o para huir a lugares apartados?”. De ser así, ¿por qué
se publicó el decreto con tanta anticipación, advirtiendo a los judíos de lo que iba a
pasar?
A manera de respuesta habría que decir que el decreto pudo haber sido
publicado con un grado de reserva. En otras palabras, pudo haber sido algo hecho
en secreto. Quizá se lo pidió a las autoridades que guardasen este decreto en
reserva, para no alertar a los judíos de lo que se estaba planeando hacer contra
ellos.
Ante las órdenes del rey y de Amán, “salieron los correos prontamente” (v.15a).
El “edicto” fue emitido en Susa, la capital del imperio, donde causó un impacto
inmediato. La Biblia dice que “la ciudad de Susa estaba conmovida” (v.15c). No sólo
los judíos, sino sus amigos persas se conmovieron al percatarse de dicha orden
oficial.
Sin embargo, aparentemente inconsciente del impacto del edicto sobre la
población, “el rey y Amán se sentaron a beber” (v.15b). ¡Qué tremenda
insensibilidad, tanto política como moral! La ciudad estaba “conmovida”, pero a
ellos no les importaba eso. Estaban planeando la ejecución de cientos de miles de
personas inocentes y no sentían remordimiento alguno o una pisca de incomodidad.
¡Cuánto ciega el pecado!
“1 Luego que supo Mardoqueo todo lo que se había hecho, rasgó sus
vestidos, se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la ciudad
clamando con grande y amargo clamor. 2 Y vino hasta delante de la
puerta del rey; pues no era lícito pasar adentro de la puerta del rey
con vestido de cilicio. 3 Y en cada provincia y lugar donde el
mandamiento del rey y su decreto llegaba, tenían los judíos gran
luto, ayuno, lloro y lamentación; cilicio y ceniza era la cama de
muchos. 4 Y vinieron las doncellas de Ester, y sus eunucos, y se lo
dijeron. Entonces la reina tuvo gran dolor, y envió vestidos para
hacer vestir a Mardoqueo, y hacerle quitar el cilicio; mas él no los
aceptó.
Cuando Mardoqueo escuchó las noticas del edicto real, “rasgó sus vestidos, se
vistió de cilicio, y se fue por la ciudad clamando con grande y amargo clamor” (v.1).
Evidentemente, el impacto sobre él fue devastador. El dolor en su corazón fue tan
grande que no le importó lo que la gente pensaba de él.
El v.8 indica que Mardoqueo se enteró del edicto por una copia física del decreto
que llegó a sus manos. No sabemos cómo obtuvo esa copia del edicto. Pudo ser por
el cargo que ocupaba o porque alguien le hizo saber del decreto. De todos modos,
lo que le impactó fue que el decreto ordenaba “la destrucción de los judíos” (v.7b).
Humanamente hablando, Mardoqueo pudo haberse preocupado por la amenaza que
el decreto representaba para él personalmente y para todos sus familiares y
amigos; sin embargo, de alguna manera se dio cuenta que esto no solo
representaba un peligro muy grande para todos los judíos, sino también para el
plan de Dios de bendecir a la humanidad por medio de ellos conforme a la promesa
hecha a Abraham (Gn. 12:1-3).
Mardoqueo no fue el único que sintió un gran dolor. El v.3 indica que todos los
judíos, dondequiera que vivían, al enterarse del decreto hicieron “gran luto, ayuno,
lloro y lamentación” (v.3b). Le faltaron palabras al autor para expresar la gran
emoción que sintieron los judíos en ese momento. Cual pintor, el escritor sagrado
dibuja un cuadro dramático del llanto de los judíos: “cilicio y ceniza era la cama de
muchos” (v.3c). De ese modo los judíos expresaron su dolor. Cilicio era una tela
áspera, hecha de pelo de animal. Los judíos se vestían así y se cubrían de cenizas
cuando querían expresar el más profundo dolor (2 S. 13:19).
En el palacio, la reina Ester vivía alejada de la realidad del mundo. Entendiendo
eso, Mardoqueo se acercó al palacio para hacerle saber a Ester lo que estaba
pasando afuera. El texto dice que “vino hasta delante de la puerta del rey” (v.2a).
No pudo ingresar porque una ley o tradición cultural indicaba que “no era lícito
pasar adentro de la puerta del rey con vestido de cilicio” (v.2b). El rey no quería ver
a nadie triste en su casa (ver Neh. 2:1-2).
Aunque Mardoqueo no pudo ingresar al palacio tal como estaba vestido, la notica
de su apariencia escandalosa llegó a los oídos de “las doncellas de Ester y sus
eunucos” (v.4a). ¡Cuánto había cambiado la vida de Ester! Antes ella atendía a
Mardoqueo; ahora, ella tenía muchos sirvientes que atendían a sus necesidades.
Cuando Ester se percató de la condición en la cual estaba Mardoqueo fuera del
palacio, sintió “gran dolor” (v.4b). A pesar de la condición de vida a la cual se
estaba acostumbrando, Ester no perdió su amor por el hombre que la adoptó
cuando sus padres murieron y la había criado como si fuera su propia hija. Eso
habla bien de Ester. Lo que no habla tan bien de ella fue que en vez de averiguar
por qué Mardoqueo estaba vestido de cilicio, Ester se limitó a enviar “vestidos para
hacer vestir a Mardoqueo, y hacerle quitar el cilicio” (v.4b). Parece haber sido una
reacción superficial de su parte y contrasta con el intenso dolor que sentía
Mardoqueo. Es por demás observar que él no aceptó la ropa que Ester le envió.
“5 Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos del rey, que él
había puesto al servicio de ella, y lo mandó a Mardoqueo, con orden
de saber qué sucedía, y por qué estaba así. 6 Salió, pues, Hatac a ver
a Mardoqueo, a la plaza de la ciudad, que estaba delante de la puerta
del rey. 7 Y Mardoqueo le declaró todo lo que le había acontecido, y le
dio noticia de la plata que Amán había dicho que pesaría para los
tesoros del rey a cambio de la destrucción de los judíos. 8 Le dio
también la copia del decreto que había sido dado en Susa para que
fuesen destruidos, a fin de que la mostrase a Ester y se lo declarase,
y le encargara que fuese ante el rey a suplicarle y a interceder
delante de él por su pueblo. 9 Vino Hatac y contó a Ester las palabras
de Mardoqueo.”
Cuando Ester se percató que Mardoqueo no quiso usar la ropa que le había
enviado, ella decidió comunicarse con su tío por medio de un eunuco de confianza,
un hombre llamado “Hatac” (v.5a). El v.5 indica que era “uno de los eunucos del
rey, que él había puesto al servicio de ella” (v.5b). Es claro que Hatac era una
persona conocida y de cierto prestigio, porque el rey no habría permitido a
cualquier persona acercarse a la reina; sin embargo, en esta historia su importancia
no radica en el puesto que ocupaba en la corte de Persia sino en el papel que jugó
como intermediario entre Ester y Mardoqueo.
Ester evidentemente confiaba en él, porque lo envió con la “orden de saber qué
sucedía, y por qué [Mardoqueo] estaba así” (v.5c). Mardoqueo no abriría su corazón
a cualquier persona, así que es de suponer que él conocía bien a Hatac. La palabra
“orden” da a entender que Ester ya se estaba acostumbrando a dar órdenes, como
la reina oficial del imperio. En este caso, la orden estaba dirigida a Hatac y no tanto
a Mardoqueo.
Cuando Hatac salió del palacio para buscar a Mardoqueo, lo halló sentado en “la
plaza de la ciudad, que estaba delante de la puerta del rey” (v.6). Quizá era el lugar
donde Mardoqueo solía sentarse, para saber las noticias de Ester (ver Est. 2:19,
21). Sería un lugar público cerca del palacio, donde el pueblo en general podía
estar.
La presencia de Hatac le indicó a Mardoqueo que Ester estaba interesada en
saber por qué estaba vestido de luto, así que se animó a abrir su corazón a Hatac y
“le declaró todo lo que le había acontecido” (v.7a). Esas palabras parecen tener
relación con lo que leemos en Ester 3:1-5. Posiblemente Mardoqueo se echó la
culpa a sí mismo por el decreto, creyendo que fue su decisión de no venerar a
Amán lo que provocó su ira y desató el plan de exterminar a todos los judíos. ¡Qué
terrible para Mardoqueo tener esa carga sobre su conciencia! Con razón estaba tan
dolido y vestía de luto.
Además de exponer lo que le había pasado con Amán, Mardoqueo le informó a
Ester de la suma fabulosa de dinero que Amán le había ofrecido a Asuero para
financiar el proyecto de exterminar a los judíos (v.7b). El propósito de esa
información fue confirmar la seriedad del asunto y la determinación de Amán de
ejecutar la masacre de los judíos. Sin embargo, tendríamos que preguntar, ¿cómo
sabía Mardoqueo del monto de dinero ofrecido por Amán? El decreto no
mencionaba el financiamiento del proyecto así que habría que concluir que
Mardoqueo tuvo acceso a cierta información privada.
Mardoqueo le dio a Hatac la copia del decreto que estaba en su poder (v.8a),
para que “la mostrase a Ester y se lo declarase” (v.8b). Mardoqueo quería que Ester
tuviera a la mano toda la evidencia necesaria para saber los detalles del decreto y
para que sepa que ella también, siendo judía, corría el riesgo de ser ejecutada
juntamente con sus demás conciudadanos (ver v.13). Es más, si ella iba a hacer
algo para salvar a los judíos, necesitaba tener toda la información a la mano para
hacer la debida representación ante Asuero.
No está claro cuándo se formó la idea en la mente de Mardoqueo, pero
evidentemente ya estaba considerando la posibilidad de que Ester hiciera algo para
salvar a su pueblo. Al fin de la conversación con Hatac, Mardoqueo le pidió que le
encargara a Ester que “fuese ante el rey a suplicar y a interceder delante de él por
su pueblo” (v.8c). Con el fin de motivarla, Mardoqueo le hizo recordar el riesgo que
ella también corría a causa del decreto de Amán (ver v.13).
Por medio de Hatac, Mardoqueo le pidió a Ester que se presente ante el rey
Asuero para suplicar su ayuda (v.8). La respuesta de Ester indica que la cosa no iba
a ser fácil, porque según las normas establecidas en la corte nadie se acercaba al
rey de Persia sin su permiso (v.11). Al afirmar: “Todos los siervos del rey, y el
pueblo de las provincias del rey, saben…” (v.11a), Ester parece estar reclamando a
Mardoqueo, diciendo: “¿Cómo me puedes pedir eso? ¿Te das cuenta lo que significa
entrar a la presencia del rey sin su permiso? ¡Moriría!”
Las palabras de Ester nos hacen recordar que, en el Imperio Persa, cuatrocientos
cincuenta años antes de Cristo, no había los ideales contemporáneos de la
democracia y el valor igualitario de cada ser humano. No sólo por asuntos de
seguridad sino también por el concepto de la divinidad del rey, si alguien ingresaba
al patio interior del palacio para ver al rey, sin ser llamado, la ley era tajante: esa
persona tenía que morir (v.11b). Así que, el asunto era muy serio para Ester; y la
única excepción, que ella añade aquí anticipando lo que ocurrió después en Ester
5:2, sería: “aquel a quien el rey extendiera el cetro de oro” (v.11c).
Lo que complicaba más el asunto era que Ester, a pesar de ser la reina oficial, no
había visto al rey en semanas. Como ella comentó: “yo no he sido llamada para ver
al rey estos treinta días” (v.11d). Esas palabras nos hacen ver la realidad que vivía
Ester, como la esposa de Asuero. Ella era simplemente un artículo más que le
pertenecía al rey de Persia, y a él no le importaba los sentimientos de Ester. Él la
vería cuando quería y ella no tenía ningún derecho al respecto.
Las palabras de Ester apuntan a la profunda soledad que vivía dentro del palacio.
Por ser la reina oficial, no podía salir de la casa del rey o desarrollar una relación
social con otras personas. Ella tenía que estar dentro del palacio esperando que
Asuero solicitara su presencia cuando él lo quisiera. Eso quiere decir que Ester no
servía para nada más, y llevaba una vida muy triste para una mujer joven.
REFLEXIÓN: La acción de Ester nos enseña que no solo tuvo una gran fe
en Dios sino también un gran amor por su pueblo. Como dijera Juan y
Pablo, no hay amor más grande que poner nuestras vidas por otras
personas (Ro. 5:6-8; 1 Jn. 4:9-10). ¿Vivimos vidas de fe y amor? ¿Nos
sacrificamos por otros, confiando en Dios? Vivimos en un mundo cada
vez más egocéntrico, así que marquemos una diferencia como hijos de
Dios; vivamos pensando en el bien de otros y no tan sólo en nuestro
propio bien.
Fiel a su palabra, Ester se alistó para entrar a la presencia del rey (v.1a). Por
tres días ayunó con sus doncellas, clamando al Dios de Israel. Ahora llegó el
momento de actuar y de poner su vida en las manos de Dios. Por tres días, estuvo
en la presencia de Dios eterno, así que ahora no tenía miedo de entrar a la
presencia del rey de Persia. Esta es una de las recompensas de la oración; nos
prepara para enfrentar cualquier situación difícil, porque nos brinda una perspectiva
celestial del problema.
REFLEXIÓN: Demos gracias a Dios por nuestro Salvador. Por Aquel que
intercede por nosotros, y obtiene la gracia y el favor de Dios el Padre, lo
que asegura nuestra salvación y vida eterna. Acerquémonos a Él y
toquemos la punta del cetro divino.
Ester preparó el camino para asegurar un buen desenlace, invitando una vez
más al rey a otro banquete e incluyendo a Amán en la invitación (vv.7-8). Ella
concluyó la invitación con la siguiente promesa: “y mañana haré conforme a lo que
el rey ha mandado” (v.8b).
Algunos dirían que Ester no fue muy prudente aquí. Si ya contaba con la
presencia del rey y una buena disposición de su parte, ¿por qué no aprovechó ese
momento para presentar su petición? ¿Por qué arriesgarse, esperando un día más,
sabiendo que el rey era un tanto inestable y que mañana podría estar de otro
humor? No lo sabemos. Quizá fue porque durante ese primer banquete, Ester
sentía que aún no contaba con toda la confianza del rey. De todos modos, lo que
queda claro es que en ese momento algo la detuvo de presentar su petición.
A la luz de lo que sucedió esa noche (ver Est. 6), nos damos cuenta de que la
providencia de Dios estaba obrando en todo esto. En alguna manera, Dios guio el
pensamiento de Ester para que ella no hiciera la petición ese día, sino que volviera
a ofrecer otro banquete, postergando su petición hasta el día siguiente. Eso generó
un espacio de tiempo en que el Señor hizo algo para asegurar el cumplimiento de
Sus propósitos.
Ese día, Amán salió del banquete muy feliz. Las Escrituras dicen que estaba
“contento y alegre de corazón” (v.9a). Estaba así porque había comido bien, en un
hermoso lugar y con excelente compañía. Lo que no sabía era que esa comida, ese
lugar y esa compañía eran la carnada para una trampa mortal. De saberlo, habría
salido del banquete con una profunda preocupación.
En Amán vemos reflejada la triste condición de algunas personas en este mundo.
Se alegran por cosas superficiales y no se dan cuenta de que mucho de lo que
tienen es una carnada preparada por Satanás. Su propósito no es darles cosas
materiales para que sean felices, sino para adormecer su conciencia y entorpecer
su sensibilidad espiritual. La meta de Satanás es hacer que la gente no piense en
Dios, porque al no pensar en Él, no se preocupan por su vida espiritual y avanzan
inexorablemente hacia una perdición eterna.
Una persona madura, cuando se llena de ira por algo bastante superficial, toma
el tiempo necesario para reflexionar y tranquilizarse internamente. En lugar de
hacer eso, Amán reaccionó en una manera sumamente superficial. Aunque “se
refrenó” (v.10a) y no le gritó a Mardoqueo en la calle, procuró apaciguar su ira
yendo a su casa y mandando “llamar a sus amigos y a Zeres su mujer” (v.10b).
Como un niño mal criado, actuó en una forma infantil, queriendo ser engreído por
sus familiares y amigos para sentirse mejor.
Llamando a todos sus allegados, Amán “les refirió… la gloria de sus riquezas, y la
multitud de sus hijos, y todas las cosas con que el rey le había engrandecido, y con
que le había honrado sobre los príncipes y siervos del rey” (v.11). ¿Por qué lo hizo,
si las personas que había invitado a su casa ya lo sabían? Fue simplemente para
apaciguar la ira interna que sentía anta la falta de respeto de Mardoqueo.
Lamentablemente, lo único que Amán logró hacer fue poner en claro la
superficialidad de su carácter, producto de una soberbia desmedida y un carácter
infantil.
¿Qué habrán pensado sus amigos, hijos y su esposa Zeres, al escucharle hablar
y jactarse de todas las cosas que tenía? Es obvio que sabían que era un hombre
orgulloso. Por lo tanto, lejos de disfrutar la ostentación de Amán, lo más probable
es que simplemente soportaron otra manifestación de su orgullo, sabiendo que de
engreírlo una vez más se asegurarían de compartir sus bienes, riqueza, y fama.
Lo que la vida de Amán nos enseña es que una persona superficial se rodea de
personas que no solo son superficiales, sino también aprovechadores e interesadas.
Eran amigos de Amán, no porque Amán provocaba gran respeto, sino porque
intuían consciente o inconscientemente que, si lo adulaban y le consentían, sacarían
algún provecho de él. Si hubieran intentado ser verdaderos amigos, procurando
llamarle la atención a Amán y corregir sus defectos personales, lo más probable es
que habrían corrido la misma suerte de Mardoqueo y los judíos. A una persona
como Amán se le tiene que consentir, porque de no hacerlo, se vuelve un gran
enemigo.
REFLEXIÓN: Cuántas veces las cosas malas que nos pasan se deben a
las consecuencias de nuestras acciones. A veces somos tentados a
echarle la culpa a Satanás por lo que nos pasa, o aún a Dios, cuando la
realidad es que nosotros somos culpables de nuestro propio destino.
Esa madrugada, Amán se presentó en el patio del rey para hacerle a Asuero un
pedido, solicitando el permiso para ejecutar a Mardoqueo. Sin embargo, al llegar al
palacio se percató que Asuero también tenía un pedido que hacer. Lo que él quería
era un consejo y el consejo era este: “¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el
rey?” (v.6a).
Siempre es importante pensar antes de hablar y ésta no fue una excepción. De
haber reflexionado un poco, Amán se habría dado cuenta de algo importante: el rey
no lo estaba esperando. Eso significa que, si Asuero no pensaba verlo esa mañana,
era poco probable que Amán haya sido la persona a quien Asuero quería honrar en
ese momento. Recordemos que él ya fue honrado (ver Est. 3:1-2). Sin embargo,
Amán no era un hombre dado a reflexionar profundamente. No lo hizo ahora y por
no hacerlo, cayó en una trampa. Cometió el error común de las personas que son
orgullosas y egocéntricas; pensó que la pregunta del rey se refería a él. ¡Qué
tremendo error!
En el libro de Proverbios, leemos dos versos que son pertinentes a esta
situación:
Vemos estos dos principios obrando aquí en la vida de Amán. De haber sido un
poco más humilde, hubiera procurado entender bien a qué se refería el rey y eso le
habría salvado de cometer un grave error que produjo una desgracia – lo que
Salomón llama, el “quebrantamiento”.
Las Escrituras revelan lo que pasó por la mente de Amán en ese momento: “Y
dijo Amán en su corazón: ¿A quién deseará el rey honrar más que a mí?” (v.6b). El
Señor Jesús dijo una vez: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34),
y eso fue muy cierto de Amán. Lo que él tenía en su corazón, en abundancia, era
vanagloria, orgullo y egocentrismo. Por eso su mente le hizo pensar que había una
sola persona a quien el rey quería honrar, y era él mismo. ¡Qué grave error!
Traicionado por su orgullo, Amán respondió indicando lo que él deseaba para sí
mismo, sin darse cuenta de que lo que estaba diciendo era lo que se haría a su
enemigo, Mardoqueo.
Notemos las cosas que él mencionó al rey como sugerencias:
- “traigan el vestido real de que el rey se viste” (v.8a). Amán quería nada
menos que la vestimenta del rey, para sentirse como tal.
- “el caballo en que el rey cabalga” (v.8b). La montura del rey era una insignia
especial, mostrando su prestigio y poder.
- “la corona real que está puesta en su cabeza” (v.8c). Tal fue la vanagloria de
Amán que sus pedidos no tuvieron límites. ¡Quería hasta tener la corona del
rey puesta sobre su cabeza!
- “pregone delante de él: Así se hará al varón cuya honra desea el rey” (v.9c).
Recordemos que todo lo que Amán pide ahora, de ser concedido, vendría como
una añadidura a la honra que ya recibió del rey (Est. 3:1-2). No contento con la
honra que ya tenía, Amán quería mucho más. Aspiraba a ser nada menos que el rey
del Imperio Persa. ¡Su vanagloria no tenía límites!
Ante la orden del rey, no le quedaba a Amán otra cosa que obedecer. La cumplió
al pie de la letra (v.11), pero es fácil imaginarnos la gran vergüenza que sintió al
hacerlo. ¿Cómo le habrá comunicado a Mardoqueo la decisión del rey? Mardoqueo
se habrá quedado enormemente sorprendido al escuchar todo lo que el rey ordenó
hacer a su favor. Mientras Amán lo iba vistiendo con la ropa del rey, ambos
hombres tendrían sus mentes bastante ocupadas. Amán, con su rabia y vergüenza,
preguntándose cómo las cosas se volvieron tan mal para él; y Mardoqueo, por su
parte, reflexionando con asombro acerca de cómo Dios había comenzado a
responder a las oraciones de Su pueblo.
En Ester 4:14, la fe de Mardoqueo lo llevó a declarar: “Porque si callas…respiro y
liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos”. Ahora, en Ester 6, Dios
honra esa fe, usando al mismo autor intelectual del decreto de exterminar a todos
los judíos para exaltar a un judío. De verdad, Dios hace maravillas; Su poder y
sabiduría no tienen límites.
El día anterior, Amán volvió del palacio lleno de su propia importancia, y reunió a
sus amigos y a su esposa para contarles todo lo que le había acontecido, porque
era un hombre sumamente orgulloso (Est. 5:10b-12). Ahora leemos que volvió del
palacio con una actitud muy diferente, “apesadumbrado y cubierta su cabeza”
(v.12b), un hombre quebrantado y humillado.
Al igual que el día anterior, Amán mandó llamar a sus amigos y a su esposa,
pero ahora su propósito era muy diferente. Necesitaba a esas personas, no para
vanagloriarse sino para ser consolado. Se sentía totalmente destrozado y le hacía
falta desfogar su ira y molestia ante una audiencia que esperaba se condoliera con
él.
En ambos casos, vemos la falta de sabiduría de Amán. El día anterior, hubiera
sido mejor mantener cierta reserva acerca de los favores del rey y la invitación de
Ester. Antes de vanagloriarse y declarar todo lo que le había pasado, Amán debió
haber meditado más sobre el asunto y guardado silencio. Le hubiera servido mejor
reflexionar sobre lo ocurrido antes que revelarlo a todos los demás; pero su orgullo
y vanagloria personal soltaron su lengua y no le permitieron ser más prudente y
callar.
Ahora, volviendo del palacio destrozado, hubiera sido más sabio callar antes que
anunciar a todo el mundo lo que le había pasado. Es interesante notar que el texto
enfatiza la amplitud de la revelación que Amán hizo a sus amigos: “Contó luego
Amán… todo lo que le había acontecido” (v.13a). ¿Por qué lo hizo? No fue por
vanagloria sino por la contra parte de la vanagloria, que es sentir lástima por uno
mismo – la auto conmiseración. El día anterior, Amán quería que todo el mundo
supiera el honor que había recibido; ahora, quería que todo el mundo supiera el
maltrato que había recibido. El factor común fue el egocentrismo que dominaba su
vida. Amán era una de esas personas que consideraba que todo el mundo giraba
alrededor de él, y que los demás solo existían para interesarse en él y en su vida.
Esa es la esencia del orgullo en el corazón del ser humano.
iii. Amán sería derrotado por Mardoqueo: “caerás por cierto delante de él”.
Humanamente hablando no tenía que ser así, porque Amán era un
hombre rico y poderoso. Aunque Mardoqueo gozó un momento de gloria,
la realidad era que Mardoqueo no era un hombre de gran influencia e
importancia en el imperio. Él no tenía las riquezas que Amán tenía. Sin
embargo, los “sabios” hablaron palabra de Dios y relacionaron
correctamente la honra concedida a Mardoqueo, como judío, con el
decreto que Amán estaba promoviendo en contra de los judíos. De ese
modo llegaron a la conclusión correcta en cuanto al fin del asunto:
Mardoqueo triunfaría y Amán sería derrotado.
Amán no tuvo mucho tiempo para asimilar las palabras de los “sabios” porque en
ese momento “los eunucos del rey llegaron apresurados, para llevar a Amán al
banquete que Ester había dispuesto” (v.14). El texto no explica por qué estaban tan
apurados, pero el contexto nos invita a considerar que era un apuro divino. Dios
estaba obrando a favor de Su pueblo, y cuando Él se pone en marcha hay un sentir
de urgencia al respecto.
Los eunucos del rey acompañaron a Amán desde su casa al palacio, para atender
el banquete de Ester (Est. 6:14). En otras circunstancias, él hubiera ido con ellos
con un corazón alegre y contento, orgulloso de que la gente lo viera yendo al
palacio acompañado por los eunucos. Sin embargo, ante lo sucedido ese día (Est.
6:10-12) y con la advertencia de los “sabios” aún en sus oídos (Est. 6:13), Amán
fue al banquete lleno de temor (v.1).
No sabemos cómo fue el estado de ánimo de Amán esa noche durante el
banquete. Lo que sí sabemos es que “mientras bebían vino” (v.2a), el rey repitió su
pregunta a Ester. Por tercera vez le dijo a Ester: “¿Cuál es tu petición, reina Ester, y
te será concedida?” (v.2b; cotejar Est. 5:3 y 6). Eso habla bien de Asuero. Uno
podría imaginarse que con todos los afanes del reino él podría haberse olvidado del
propósito del banquete. Aún en eso Dios estaba obrando a favor de Su pueblo,
impidiendo que Asuero se olvidara del asunto.
Esta vez, Ester aprovechó el momento para hacer su pedido y clamar por la vida
de su pueblo. Lo hizo en una forma muy sabia. Primero rogó por su propia vida:
“séame dada mi vida por mi petición…” (v.3b). Obviamente, el rey prestaría más
atención a un pedido de esta naturaleza, porque cualquier amenaza contra su reina
sería una amenaza contra él y su reino. Lo que afectaba a la reina, era un asunto
de Estado. Luego, rogó por la vida de su pueblo: “… y mi pueblo por mi demanda”
(v.3c). Ester menciona a su pueblo en segundo lugar, no porque la vida de miles de
judíos era de menor importancia para ella, sino porque los judíos tendrían menor
importancia para Asuero.
Habiendo suplicado por su vida y la de su pueblo en forma clara y enérgica,
Ester procedió a explicar la amenaza: “Porque hemos sido vendidos, yo y mi
pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados” (v.4a). Al usar el
verbo “vender”, Ester logró comunicar dos cosas. La amenaza contra su vida no se
debía a un acto de guerra o a un momento de violencia, sino a un plan premeditado
y fríamente ejecutado. Además, esta amenaza beneficiaría a alguien
económicamente. Para “vender” a alguien, tiene que haber un comprador y un
vendedor; y ambos sacarían provecho del negocio, especialmente el vendedor.
Ester enfatiza que el propósito de la “venta” era nada menos que la aniquilación
de su raza: “para ser destruidos…muertos y exterminados” (v.4a). Al usar estos
verbos, ella estaba repitiendo el texto del decreto redactado por Amán (ver Est.
3:13). Fue muy inteligente de su parte. Amán no podría decir que la reina estaba
exagerando el asunto o que la cosa no era como ella decía.
Ester continuó, afirmando que si sólo se trataba de venderlos como esclavos ella
callaría (v.4b); pero se trataba de provocar una muerte masiva, y además una
muerte que representaba para el rey Asuero “un daño irreparable” (v.4c). Sería un
“daño”, porque matarían a miles de ciudadanos que aportaban al imperio con sus
servicios e impuestos. Además, sería un “daño irreparable”, porque una vez
muertos nada se podría hacer para revertir la situación. Finalmente, sería “para el
rey un daño irreparable”, porque Asuero sería el más afectado, como rey y jefe
supremo del Imperio Persa. Como Ester señala sabiamente, sus intereses estaban
de por medio, incluyendo la vida de su propia esposa.
Al escuchar estas palabras, Amán quedó anonadado. No fue lo que esperaba oír
en el palacio del rey. Ni por un segundo se le cruzó por su mente la idea de que
Ester podría ser judía. De saber que era judía, Amán lo habría meditado bien antes
de planear la muerte de su pueblo.
REFLEXIÓN: El temor que Amán sintió en ese momento nos hace pensar
en el tremendo temor que todo pecador sentirá en la presencia de Dios
en el día del juicio final. Cuando Amán estaba en su casa, jactándose de
todo lo que tenía (ver Est. 5:10-12a), estaba alegre y tranquilo; pero
ahora que está delante del rey, con su maldad expuesta a vista y
paciencia de otros, él sintió un terror indescriptible. Así será con el
pecador. Mientras está en el mundo y tiene bienes materiales que
disfrutar, se siente tranquilo y alegre; pero el día que tenga que
presentarse ante el Rey del universo, la cosa será muy diferente. Dios
nos ayude a vivir en tal manera que en el día del juicio final tengamos
confianza delante de Él.
La situación fue tan tensa y dramática que Asuero no sabía qué hacer. Leemos
que “se levantó del banquete encendido en ira, y se fue al huerto del palacio”
(v.7a). Se sentía tan enfurecido que estaba fuera de control. No podía creer la
maldad de este hombre Amán, que supuestamente era una persona de confianza.
Estaba enfurecido por cómo lo había manipulado en tal manera que le hizo firmar
un decreto que atentaba contra la vida de su propia esposa, su amada Ester, la
reina oficial del imperio. Le daba rabia tan solo pensar en ello.
El rey no pudo quedar sentado. Sin saber qué decir o cómo reaccionar, se
levantó del banquete y salió al huerto del palacio. Necesitaba aire y tenía que
pensar, porque estaba rabioso. Si Amán nos hace pensar en la condición del
pecador delante de Dios, Asuero nos hace pensar en Dios y en lo terrible que es Su
ira contra el pecado.
Cuando Asuero salió al huerto, Amán se quedó sólo con Ester. Aprovechó el
momento “para suplicarle a la reina Ester por su vida” (v.7b). El rostro de Asuero
indicaba que no tenía sentido pedirle misericordia. Como dice el autor de Ester,
Amán “vio que estaba resuelto para él el mal de parte del rey” (v.7c). Lo único que
le quedó hacer fue confiar que Ester podría ser más compasiva.
Lamentablemente, para él, en su desesperación por salvar su vida, en vez de
caer a los pies de Ester, cayó “sobre el lecho en que estaba Ester” (v.8b). En la
cultura del Imperio Persa, las personas no se sentaban sobre una silla para comer,
sino que se reclinaban sobre un diván. Amán, al acercarse a Ester, se apoyó sobre
el diván y dio la impresión al rey, cuando volvió del huerto (v.8a), que Amán la
estaba acosando sexualmente. Esto provocó aún más la ira de Asuero, quien
exclamó: “¿Querrás también violar a la reina en mi propia casa?” (v.8c). No tenía
sentido acusarle a Amán de eso, pero el rey ya no estaba pensando con cordura.
Sorprendentemente, todo el mal que Amán estaba planeando contra otros cayó
sobre su cabeza y cayó rápidamente. La explicación se encuentra en un detalle
interesante de la ley de Moisés. En Deuteronomio 19:16-20, Dios trata el asunto
de las acusaciones falsas. La ley establecía categóricamente que si una persona
acusaba falsa y maliciosamente a otra entonces según el texto bíblico: “haréis a él
como él pensó hacer a su hermano” (Dt. 19:19). El Dios que determinó esto en la
ley es el Dios de toda la Tierra, y aplicó el mismo principio ahora a Amán. Este
hombre pensó matar a todos los judíos injustamente, y ahora la pena de muerte
estaba por caer sobre él.
REFLEXIÓN: Cuando Dios hace las cosas, las hace bien; no las deja a
medias. La historia de este mundo no se acabará hasta que Dios haya
juzgado para siempre a Satanás y haya liberado a la Iglesia de todas las
amenazas en su contra. Este es el mensaje central del libro de
Apocalipsis.
Cuando Dios se pone en acción las cosas comienzan a suceder con gran rapidez.
En solo veinticuatro horas, Amán fue humillado ante Mardoqueo (Est. 6), acusado
por la reina Ester (Est. 7:6) y colgado en su propia horca (Est. 7:10). Además, ese
mismo día, “el rey Asuero dio a la reina Ester la casa de Amán enemigo de los
judíos” (v.1a).
Para entender bien esa afirmación, hay dos puntos que debemos observar. En
primer lugar, notemos que Amán ya tenía un apodo: “enemigo de los judíos”. Ese
hombre pagó un precio muy alto por oponerse a los hijos de Abraham. Los judíos
eran el pueblo de Dios, y aunque estaban en el exilio como consecuencia de sus
pecados, seguían disfrutando la protección de Dios. El que los tocaba, tocaba “la
niña de los ojos” del Altísimo.
El segundo detalle que debemos indagar es acerca del significado de “la casa de
Amán” y por qué Asuero se la dio a Ester. La frase significa más que simplemente la
vivienda donde Amán vivía; significa la totalidad de sus bienes, incluyendo su
familia, sus siervos, sus inmuebles y sus negocios. Por consiguiente, lo que Asuero
le dio a Ester fue todo lo que Amán tenía, y lo dio todo a su reina en compensación
por el riesgo que su vida corrió por la amenaza de Amán.
Es hermoso ver la manera en que Ester reconoce y honra a Mardoqueo. Al fin del
v.1 leemos: “y Mardoqueo vino delante del rey, porque Ester le declaró lo que él era
respecto de ella”. Esta vez ella vino delante del rey por invitación, así que su vida
no corrió peligro como antes. Vino, porque Ester le contó al rey el parentesco que
había entre ella y Mardoqueo. Años atrás, Mardoqueo recogió a Ester cuando sus
padres murieron; ahora, cuando ella entra en el favor del rey y hereda todos los
bienes de Amán, Ester honra y reconoce a Mardoqueo, y de esta manera él
comienza a cosechar todo el bien que sembró años atrás.
Al escuchar que Mardoqueo era el tío de Ester y que la había adoptado, Asuero
se sintió en deuda con él. Tomando en cuenta que él también era judío y que
estaba bajo la amenaza de Amán, el rey “se quitó… el anillo que recogió de Amán, y
lo dio a Mardoqueo” (v.2a). No estamos seguros de qué anillo se trata, pero lo más
probable es que se refiere al anillo que el rey le dio a Amán cuando le honró (Est.
3:1). El anillo representaba el poder y la autoridad que el rey delegó a Amán, y que
seguramente acompañaba un puesto oficial en el Imperio Persa.
Como el anillo le pertenecía al rey, él se lo quitó a Amán y lo dio a Mardoqueo.
Luego Mardoqueo recibió otro honor, esta vez de parte de Ester. Ella “puso a
Mardoqueo sobre la casa de Amán” (v.2b). Por lo tanto, todo lo que ella recibió se
lo dio a Mardoqueo para administrar, y lo hizo en reconocimiento que ella como
reina no podría administrar personalmente la casa de Amán. Además, lo hizo en
agradecimiento por todo lo que Mardoqueo había hecho por ella, desde que la
recogió y adoptó como su propia hija.
En estos dos versículos vemos la recompensa que Dios le dio tanto a Ester como
a Mardoqueo por lo que hicieron y por el riesgo que corrieron al servir a Dios.
Mardoqueo delató el complot contra Asuero (Est. 2:21-23), y lo hizo porque
entendía que era su responsabilidad delante de Dios hacerlo, puesto que Asuero era
el legítimo rey. Luego corrió un riesgo mayor cuando rehusó honrar a Amán (Est.
3:2), y lo hizo porque era judío y quiso honrar a Dios antes que salvar su propia
vida.
Por su parte, Ester arriesgó su vida al presentarse delante Asuero sin que él la
haya llamado (Est. 4:16; 5:1), y lo hizo para interceder a favor de la vida de los
judíos y así salvarles del complot maquinado por Amán el “enemigo de los judíos”.
Al igual que la primera vez, el rey le extendió el cetro de oro (v.4a), aceptando la
presencia de Ester. Suponemos que ahora había mucha más confianza entre ellos.
Con las palabras propias de la ética de la corte de ese tiempo, Ester le pidió a
Asuero que anulara el complot de Amán que todavía seguía en pie. Notemos la
manera casi exagerada de cómo ella introdujo su pedido, lo cual refleja la cultura
del Imperio Persa (v.5a):
Su pedido se centra en “revocar las cartas que autorizan la trama de Amán… que
escribió para destruir a los judíos” (v.5b). Aunque Amán ya estaba muerto, su plan
seguía en pie. Las cartas se habían enviado a los rincones del imperio y llevaban la
autorización de Asuero. Si no se hacía algo, la vida de miles de judíos corría riesgo
y Ester no podía estar tranquila hasta que se revocara la orden de matar a todos los
judíos. Como ella misma lo expresó a Asuero, “¿cómo podré yo ver el mal que
alcanzará a mi pueblo? ¿Cómo podré yo ver la destrucción de mi nación?” (v.6).
Dado a los eventos que recién habían ocurrido, lo más probable era que las vidas
de Ester y Mardoqueo estaban seguras. A pesar de ser judíos, nadie se atrevería a
tratar de matarlos, especialmente luego de lo que le pasó a Amán cuando armó el
complot para matar a Mardoqueo. Sin embargo, Ester y Mardoqueo no podían estar
tranquilos hasta que las vidas de los demás judíos fueran puestas a salvo.
La primera reacción de Asuero fue una de incredulidad porque no creía que la
amenaza seguía en pie ahora que el autor del complot fue ejecutado. Por eso le
respondió a Ester, diciendo: “He aquí yo he dado a Ester la casa de Amán, y a él
han colgado en la horca, por cuanto extendió su mano contra los judíos” (v.7b).
Estas palabras dan a entender que Asuero no pensaba que el complot seguía siendo
una amenaza para los judíos. De todos modos, notando la preocupación en los
rostros de Ester y Mardoqueo, quien también estaba presente en ese momento (ver
v.7a), Asuero les dio permiso para redactar un documento con el fin de
contrarrestar el decreto de Amán.
Lo que el rey les dijo fue lo siguiente: “Escribid, pues, vosotros a los judíos como
bien os pareciere, en nombre del rey” (v.8a). El documento que Amán redactó fue
dirigido a las autoridades políticas del imperio: a los “sátrapas”, a los “capitanes”, y
a los “príncipes de cada pueblo” (Est. 3:12). En cambio, la carta de Ester y
Mardoqueo fue dirigida a los judíos, aunque habría que notar que al mismo tiempo
fue dirigida a las autoridades políticas, como veremos posteriormente (v.9).
Además de la autorización para redactar la carta, Asuero les dio permiso para
usar su anillo. Lo hizo diciendo: “selladlo con el anillo del rey” (v.8b), porque “un
edicto que se escribe en nombre del rey, y se sella con el anillo del rey, no puede
ser revocado” (v.9c). Es importante notar eso, porque el decreto de Amán también
fue sellado con el anillo del rey (ver Est. 3:12b), lo que significa que no podía ser
anulado legalmente. La carta que Ester y Mardoqueo iban a redactar no era para
anular el decreto de Amán, sino para contrarrestar su efectividad.
Con mucha precisión, el autor nos da la fecha exacta en que se redactó la carta
de Mardoqueo; fue “en el mes tercero… a los veintitrés días de ese mes” (v.9a). Eso
significa que esta carta se escribió dos meses después del envío del decreto de
Amán (ver Est. 3:7). Aunque Dios intervino rápidamente a favor de los judíos, por
dos meses algunos de ellos tuvieron que sufrir una tremenda angustia mental, tal
como la de Mardoqueo (Est. 4:1). Leemos de esto en Ester 4:3.
¿Qué aprendieron de esa experiencia? Varias cosas muy importantes:
Estos detalles nos ayudan a recordar que a los escogidos de Dios todas las cosas
ayudan a bien (Ro. 8:28). Aún los momentos de mayor dolor y angustia sirven en
algo para el pueblo de Dios, y el Señor los permite para enseñarnos muchas cosas,
especialmente a confiar en Él. Como dijo el profeta Jeremías en Lamentaciones 3,
Lamentaciones 3:26,
31-33
La carta para defender a los judíos se redactó “conforme a todo lo que mandó
Mardoqueo” (v.9b). Él fue el autor intelectual de la carta, tal como Amán fue el
autor intelectual del decreto anterior que ordenó la matanza de todos los judíos. La
carta de Mardoqueo, además de ser enviada a todas las autoridades del imperio (“a
los sátrapas, los capitanes y los príncipes de las provincias que había desde la India
hasta Etiopía”), fue enviada también a los judíos (v.9c). El propósito de la carta era
alertar a todos de un nuevo decreto que anulaba el decreto anterior, o que por lo
menos lo contrarrestaba. Uno se imagina que esta segunda carta causó cierta
confusión, escrita tan sólo dos meses luego del decreto de Amán. Las autoridades
provinciales se preguntarían qué estaba pasando en la capital y por qué había dos
documentos contradictorios.
Mardoqueo “escribió en nombre del rey Asuero, y lo selló con el anillo del rey”
(v.10a). Fue un honor para él poder hacer esto, y confirma el principio bíblico que
declara que aquellos que honran a Dios y se preocupan por Su causa, tarde que
temprano serán honrados por Dios (ver 1 S. 2:30).
Para agilizar el asunto, las cartas fueron enviadas “por medio de correos
montados en caballos veloces procedentes de los repastos reales” (v.10b).
Mardoqueo tomó esta precaución para aliviar la mente de los judíos, quienes
estarían más preocupados con cada día que pasaba por el decreto de Amán. Antes
que tomasen decisiones apresuradas como la de huir, Mardoqueo quería alertar a
sus compatriotas que todo estaba bajo control.
“11 … que el rey daba facultad a los judíos que estaban en todas las
ciudades, para que se reuniesen y estuviesen a la defensa de su vida,
prontos a destruir, y matar, y acabar con toda fuerza armada del
pueblo o provincia que viniese contra ellos, y aun sus niños y
mujeres, y apoderarse de sus bienes, 12 en un mismo día en todas las
provincias del rey Asuero, en el día trece del mes duodécimo, que es
el mes de Adar. 13 La copia del edicto que había de darse por decreto
en cada provincia, para que fuese conocido por todos los pueblos,
decía que los judíos estuviesen preparados para aquel día, para
vengarse de sus enemigos”.
La carta aclaraba que la autorización que se daba a los judíos para defenderse
tenía que aplicarse en un día específico: “el día trece del mes duodécimo, que es el
mes de Adar” (v.12). Ese era el mismo día mencionado en el decreto de Amán (ver
Est. 3:13b).
La carta que redactó Mardoqueo tuvo el carácter de un “edicto” (v.13a). En
resumen, el edicto ordenó que “los judíos estuviesen preparados para aquel día,
para vengarse de sus enemigos” (v.13). El propósito de esta carta no fue promover
la venganza personal, sino alertar a los judíos a estar “preparados…para vengarse”,
en el caso de ser atacados.
Muchos consideran que en el Antiguo Testamento Dios permitió la venganza
personal. Sin embargo, habría que notar algunos detalles exegéticos importantes.
El verbo que el autor de Ester usa aquí es ‘nakam’ que significa “juzgar” o
“castigar” (ver Ex. 21:20 y 21). Lo que la ley de Dios promovía era el juicio no la
venganza, en el sentido de guardar resentimiento y querer castigar indebidamente
a una persona por algo malo que había hecho. Dios específicamente ordena a Su
pueblo a no vengarse, sino a amar a sus enemigos, especialmente cuando se
trataba de otros judíos (Lv. 19:17-18). El Antiguo Testamento indica que Dios es el
que vengará a Su pueblo; por lo tanto, ellos no tenían por qué hacerlo. Jeremías
confió en la defensa de Dios y no buscó vengarse de sus enemigos (ver Jer. 15:15).
El Nuevo Testamento recalca la importancia de confiar en Dios y no buscar la
venganza personal (Lc. 18:7; Ap. 6:10).
El decreto de Amán fue enviado por los “correos prontamente” (Est. 3:13, 15).
Como notamos, al estudiar Ester 3:13, la palabra “correos” apunta a personas que
montaban a caballo, llevando comunicaciones oficiales por todo el imperio. El v.10
nos informó que la carta de Mardoqueo iba a ser enviada por “caballos veloces
procedentes de los repastos reales”. Ahora, en el v.14a, leemos que los correos
“montados en caballos veloces, salieron a toda prisa…”. Mardoqueo estaba muy
apurado por comunicar este mensaje que sería de gran aliento para los judíos y
evitaría un baño de sangre.
Al igual que ocurrió con el decreto de Amán, la carta de Mardoqueo fue publicada
primero en Susa, la “capital del reino” (v.14b; ver Est. 3:15b). La gran diferencia
fue la siguiente: el decreto de Amán conmovió la ciudad, en el sentido de
preocuparla (Est. 3:15c), mientras que la carta de Mardoqueo la “alegró y regocijó”
(v.15d). Esa diferencia de sentimientos indica el origen fundamental de cada
documento; el de Amán fue satánico; el de Mardoqueo, divino.
i. “salió Mardoqueo de delante del rey con vestido real de azul y blanco”
(v.15a). La vestimenta era espléndida y marcó a Mardoqueo como una
figura de gran importancia en el imperio.
ii. Mardoqueo también tenía puesto “una gran corona de oro” (v.15b). En
todo aspecto, Mardoqueo parecía ser el rey. Esa corona indica el gran
aprecio que Asuero tenía hacia Mardoqueo. Le entregó la corona con
total confianza y sin ningún sentido de celo imperial.
iii. En tercer lugar, leemos que a Mardoqueo se le dio “un manto de lino y
púrpura” (v.15c) que eran materiales y colores apropiados para una
figura de la realeza.
Con esta ropa, Mardoqueo podía estar en la presencia de cualquier dignatario del
imperio. Dios lo elevó a los lugares más altos de la administración política del
Imperio Persa. ¡Qué recompensa para él! ¿Cómo se habrá sentido y qué habrá
pensado Ester al ver a su tío distinguido de esa manera, el hombre que la había
adoptado cuando ella quedó huérfana? Indudablemente, los dos compartieron
momentos de gran alegría emocional y espiritual, al ver la bendición de Dios sobre
sus vidas por haber actuado a favor de los judíos.
Esta elevación de rango no sólo alegró el corazón de Mardoqueo y Ester, sino que
provocó una reacción interesante entre todo el pueblo judío: “y los judíos tuvieron
luz y alegría, y gozo y honra” (v.16). Cuatro hermosos presentes que ellos
valoraron tanto como Mardoqueo valoró la vestimenta que se le concedió usar.
LUZ – Sus ojos mentales y espirituales se abrieron tanto ante los cambios
que ocurrieron, que sintieron una luz iluminando todo su ser interior,
convirtiendo las tinieblas de la tristeza en la luz de una gran alegría.
Todo esto nos enseña algo muy importante. Cuando personas malas como Amán,
prosperan y son honradas en este mundo, trae congoja y preocupación; pero
cuando personas buenas como Mardoqueo, prosperan y son honradas, trae luz y
alegría.
El v.17 describe las expresiones de gozo y alegría que los judíos sintieron al
escuchar la noticia de su preservación. Hicieron “banquete y día de placer”. Su mal
fue planeado en el contexto de un banquete (ver Est. 3:15b) y su salvación fue
obtenida en el contexto de un banquete (ver Est. 7:1-8). Por lo tanto, era muy
apropiado que celebren su salvación con banquetes.
La preservación de los judíos no sólo produjo en ellos gozo y alegría, también
provocó una fuerte reacción entre los demás habitantes del imperio. Leemos que
“muchos de entre los pueblos de la tierra se hacían judíos, porque el temor de los
judíos había caído sobre ellos” (v.17b). ¡Qué impresionante! Gracias a la bendición
de la que fueron testigos por la manera que Dios obró para proteger a Su pueblo,
muchas personas se convirtieron al judaísmo. Aunque algunos lo habrán hecho por
conveniencia, pero muchos lo hicieron de todo corazón y llegaron a ser siervos de
Jehová, el Dios de Israel.
REFLEXIÓN: Aquí tenemos una de las maneras en que Dios quiere obrar
a través de Su pueblo, la Iglesia. Él quiere preservarnos y bendecirnos
en tal manera que eso impacte a las personas que nos están viendo,
provocando en ellos el deseo de conocer a nuestro Dios. Pidamos a Dios
que nos bendiga de esa manera y que tengamos los mismos resultados.
El v.2 describe cómo los judíos se defendieron contra sus enemigos. En primer
lugar, “se reunieron en sus ciudades, en todas las provincias del rey Asuero…”
(v.2a). Como suele decirse, “la unión hace la fuerza”. En las zonas urbanas, a lo
largo y ancho del Imperio Persa, los judíos se reunieron para defenderse contra
cualquier posible ataque. Esto no significa que en todas las ciudades había
enemigos que querían atacar a los judíos; sin embargo, todos los judíos se unieron
para resistir cualquier ataque que se podría manifestar. No querían ser
sorprendidos; era demasiado riesgoso.
REFLEXIÓN: Aquí hay una gran lección para la Iglesia de Cristo. Vivimos
en un mundo que nos odia y no podemos darnos el lujo de estar
peleando entre nosotros. Debemos unirnos y trabajar juntos para
protegernos mutuamente contra cualquier ataque del enemigo.
En la defensa de sus vidas, los judíos fueron apoyados por las autoridades
persas (v.3a) porque “el temor de Mardoqueo había caído sobre ellos” (v.3b).
Mardoqueo creció en estatura y autoridad ante el pueblo, y el v.4 menciona tres
aspectos de su grandeza:
ii. “su fama iba por todas las provincias” (v.4b). Mardoqueo no era solo
famoso en Susa, sino también en todas las regiones del imperio. Dios se
encargó de enaltecerlo para que así pueda proteger al pueblo judío.
En resumidas palabras, los judíos “hicieron con sus enemigos como quisieron”
(v.5e). Dios obró para que aquellas personas que odiaban a los judíos estuvieran
en sus manos y bajo su poder, para hacer con ellas lo que querían, no por venganza
sino en defensa propia.
El primer día, los judíos en Susa mataron a quinientas personas (v.6). A pesar de
vivir tan cerca del rey y ser testigos oculares del poder de Mardoqueo, quinientas
personas estaban dispuestas a atacar a los judíos. Eso es sorprendente. Nos hace
pensar que nuestros enemigos no son solo aquellas personas que están un poco
distantes o alejadas de nosotros; también tenemos enemigos entre las personas
más allegadas a nosotros. Cristo tuvo su Judas Iscariote y nosotros también lo
tendremos.
En los vv.7-9 tenemos una lista de los diez hijos de Amán. Todos ellos fueron
ejecutados porque a pesar de la muerte de su padre, seguían procurando aplicar su
plan contra los judíos. La muerte de su padre no fue suficiente advertencia para
ellos para que desistieran de sus malas intenciones contra el pueblo de Dios. Más
bien, la muerte de Amán probablemente alimentó en ellos aún más el odio contra
los judíos.
Lo interesante es lo que leemos al fin del v.10, “pero no tocaron sus bienes”.
Aunque los hijos de Amán tenían toda la intención de apoderarse de los bienes de
los judíos, el pueblo de Dios se conformó con su muerte. No buscaron apoderarse
de todos sus bienes, quizá por compasión de sus esposas e hijos, quienes
necesitarían esos bienes luego de la muerte de sus esposos y padres.
Aunque los judíos se estaban defendiendo a sí mismos, no debemos pensar que
la situación se volvió caótica y descontrolada. El v.11 indica que ese día se presentó
un informe al rey de lo sucedido en Susa y de cuántos muertos había en la capital.
El rey no estaba seguro de cuál era la situación en las provincias, por eso dirigió
una pregunta a Ester sabiendo que ella estaba al tanto de todo lo que estaba
pasando en el imperio: “¿Qué habrán hecho en las otras provincias del rey?”
(v.12b).
Ester aprovechó la oportunidad para pedir al rey que se prolongara un día más la
autorización a los judíos para defenderse, por lo menos en Susa (v.13). Así que el
día siguiente, que era el día catorce, los judíos colgaron a los diez hijos de Amán
(v.14b) y “mataron en Susa a trescientos hombres” más (v.15b), aunque no los
despojaron de sus bienes (v.15c). Fue una advertencia a los demás a no levantarse
contra los judíos o vengarse de ellos.
Fuera de Susa, en las provincias, los judíos también tomaron armas para
defenderse. Notemos las dos frases que el autor usa para describir lo que hicieron.
Primero, “se juntaron” (v.16b). Una vez más, notamos el énfasis sobre la unidad
de los judíos, tal como lo tenemos en el v.2 (“se reunieron”). En el texto original es
el mismo verbo, ‘qajal’, aunque la versión Reina Valera lo traduce aquí con el verbo
“juntar”. La segunda frase es: “se pusieron en defensa de su vida” (v.16b). Estas
palabras también nos hacen recordar lo que leímos en el v.2 (“para descargar su
mano sobre los que habían procurado su mal”). Dichas palabras indican que los
judíos en las provincias también tomaron armas para defenderse contra sus
enemigos.
Como resultado de estas dos acciones, los judíos que vivían en otras partes del
imperio, fuera de Susa, “descansaron de sus enemigos” (v.16c). Además de
“descansar” de ellos, “mataron de sus contrarios a setenta y cinco mil” (v.16c).
Aunque es un número elevado de muertes, debemos recordar que se trata de las
estadísticas a nivel de todo el Imperio Persa, que era enorme. La palabra,
“contrarios”, traduce la palabra ‘sane’, que significa “odiar”. En el v.1, la misma
palabra es traducida, “aborrecían”. Los únicos que murieron fueron las personas
que aborrecían al pueblo de Dios.
A pesar de tantas muertes, los judíos no se aprovecharon de la victoria sobre sus
enemigos para despojarlos de sus bienes. Al igual que ocurrió en Susa, los judíos
“no tocaron sus bienes” (v.16d); ver v.10b. Es difícil creer que esto haya sido una
coincidencia. Más bien, parece que fue un acuerdo tomado por los judíos bajo la
dirección de Mardoqueo, que no quitarían los bienes a sus enemigos, sino que se
limitarían a defender sus vidas.
Fuera de la capital, los judíos limitaron sus acciones al día trece (v.17a). El día
siguiente, “reposaron… y lo hicieron día de banquete y de regocijo” (v.17b). Antes
del día trece, los judíos vivieron bajo mucha tensión, preguntándose qué iba a
pasar ese día y si podrían defenderse en forma efectiva. Por consiguiente, cuando el
día pasó sin mayores problemas y, más bien, vieron la ayuda de Dios, los judíos
tomaron un día para festejar y descansar.
En Susa las cosas fueron diferente, porque los judíos se siguieron defendiendo
contra la aplicación del decreto de Amán un día más (v.18a; ver vv.13-15). Por lo
tanto, ellos “reposaron…” el día quince (v.18b). Eso dio lugar a la tradición de dos
días consecutivos de celebración – los días catorce y quince del mes (ver v.21).
En las zonas rurales, “los judíos aldeanos que habitan en villas sin muro” (v.19a)
celebraron el día catorce y fue un “día de alegría y de banquete, un día de regocijo,
y para enviar porciones cada uno a su vecino” (v.19b). La palabra, “porciones”, en
hebreo (‘mana’), significa ‘una porción o ración de comida’ (ver Ex. 29:26; Lv.
7:33; etc.). Lo más probable es que las familias pudientes enviaron porciones de
comida a las familias más pobres, para que todos celebraran e hicieran banquete
ese día. Todos compartieron la amenaza de ser ejecutados y todos compartieron
también la alegría de la salvación.
REFLEXIÓN: La salvación de Dios debe producir en nosotros un espíritu
de alegría y generosidad. Vemos eso en Hechos 2, cuando miles de
personas se convirtieron al Señor. Lucas nos dice que ellos “comían
juntos con alegría” (Hch. 2:46), “y tenían en común todas las cosas”
(Hch. 2:44). ¿Tenemos un espíritu generoso? ¿Compartimos las cosas
que Dios nos da, o las guardamos sólo para nosotros? Debemos tomar
el ejemplo de los judíos en los días de Ester como un modelo para
nosotros. Si Dios ha perdonado todos nuestros pecados y nos ha salvado
de la destrucción eterna, nuestras vidas deben ser caracterizadas por la
generosidad.
i. El día “en que los judíos tuvieron paz de sus enemigos” (v.22a). La
palabra, “paz”, en hebreo, significa “descanso”. Por meses, los judíos
estuvieron meditando y planeando cómo defenderse. Por fin toda esa
preocupación pasó y experimentaron un profundo descanso.
ii. El día “que [la] tristeza se les cambió en alegría” (v.22b). La tristeza de
la preocupación dio lugar a la alegría del alivio, y la tristeza de sentirse
amenazados por cientos o miles de personas dio lugar a la alegría de ser
salvados por Dios. Era una buena razón para celebrar y hacer fiesta.
iii. El día que “de luto [se les cambió] en día bueno” (v.22c). La anticipación
de morir dio lugar al festejo por haberse salvado la vida. El día de luto
dio lugar a un día “hermoso” o “placentero”, que es lo que la palabra
“bueno” significa en hebreo.
Con justa razón, Mardoqueo ordenó que los días catorce y quince del mes de
Adar sean “días de banquete y de gozo, y para enviar porciones cada uno a su
vecino, y dádivas a los pobres” (v.22d). Aunque no todos los judíos estuvieron bajo
la misma amenaza de muerte, todos estaban bajo la obligación de celebrar esa
fecha porque indudablemente fue una salvación nacional.
Es bueno celebrar la salvación de Dios y lo podemos hacer en comunidad, como
los desayunos que muchas iglesias celebran el domingo de resurrección; pero
nunca debemos perder de vista la importancia de incluir a todos, enviando
presentes o invitaciones a los más pobres para que ellos también puedan celebrar
con nosotros.
ii. Honrar a Dios y darle gracias por esa gran salvación, sin olvidar ninguno
de Sus beneficios (Sal. 103:2).
iii. Animar a los judíos a siempre confiar en Dios (ver Sal. 78:5-7). El Dios
que los salvó de los persas es el Dios que les podía salvar de cualquier
enemigo.
“1 El rey Asuero impuso tributo sobre la tierra y hasta las costas del
mar. 2 Y todos los hechos de su poder y autoridad, y el relato sobre la
grandeza de Mardoqueo, con que el rey le engrandeció, ¿no está
escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Media y de Persia? 3
Porque Mardoqueo el judío fue el segundo después del rey Asuero, y
grande entre los judíos, y estimado por la multitud de sus hermanos,
porque procuró el bienestar de su pueblo y habló paz para todo su
linaje”.
El libro de Ester concluye con un resumen de la grandeza de Mardoqueo.
Extrañamente, aunque hay una referencia a Asuero, la figura de Ester no recibe
mención alguna. Ella pasa completamente desapercibida al fin del libro que lleva su
nombre, lo cual es interesante.
El autor menciona a Asuero en relación con un tributo que se impuso sobre todo
el imperio (v.1). No hay nada indebido en ello. Pablo indica que Dios ha concedido a
los reyes el derecho de cobrar impuestos sobre la población con el fin de sufragar
los gastos de mantener el orden dentro de la sociedad (Ro. 13:6-7). Es el deber de
los ciudadanos, especialmente de los creyentes, pagar esos impuestos. Si el rey
exagera en cobrar los impuestos, Dios lo juzgará por ello.
En este caso, el impuesto se cobró “sobre la tierra y hasta las costas del mar”. Es
decir, sobre todo el imperio hasta las islas del mar Egeo, en Grecia, que marcaba el
límite oriental del Imperio Persa. El texto justifica el impuesto por la grandeza de
Asuero: “todos los hechos de su poder y autoridad” (v.2a). El autor indica que
Asuero ejerció su poder y autoridad en forma benéfica, procurando el bien del
imperio y de sus ciudadanos, incluyendo a los judíos, y en eso vemos la
manifestación de la gracia común de Dios.
La gracia especial se manifestó en el caso de Mardoqueo, puesto que él alcanzó
la grandeza (v.2b) porque conocía a Dios y le servía. Dios lo bendijo por medio de
Asuero (v.2c), tal como el libro de Ester lo describe (Est. 8:15; 9:4). Pero, al fin del
v.2, el autor indica que los detalles de la grandeza de Mardoqueo también estaban
escritos “en el libro de las crónicas de los reyes de Media y de Persia” (v.2d). Esa
forma de expresarse nos hace recordar los libros históricos (ver 1 R. 15:31; 16:20)
y nos indica que el autor de Ester quizá fue el autor de los libros históricos, o por lo
menos fue influenciado por su estilo de escribir.
La grandeza de Mardoqueo ilustra el principio bíblico que Dios exalta al humilde
(Mt. 23:12). Mardoqueo fue un hombre que estaba contento, sentado a la puerta
de la casa del rey (Est. 2:11, 19); no buscaba grandes cosas para sí mismo. Aun
cuando sirvió al rey y le salvó la vida, no se incomodó cuando lo pasaron por alto y
se olvidaron de honrarlo a su debido tiempo (Est. 6:3). Ante esta actitud de
humildad, Dios determinó honrarle y darle grandeza.
Al final, Mardoqueo alcanzó tal grandeza que “fue el segundo después del rey
Asuero” (v.3a). Alcanzó una posición parecida a la de José en Egipto y Daniel en
Babilonia. No sólo fue honrado ante los persas, sino también ante los judíos. El
autor dice que Mardoqueo fue “estimado por la multitud de sus hermanos”; es
decir, por todos los judíos.
Asuero lo honró por la manera en que sirvió al Imperio Persa, mientras que los
judíos lo honraron “porque procuró el bienestar de su pueblo y habló paz para todo
su linaje” (v.3b). Mardoqueo usó su posición de poder e influencia en el imperio
para promover el bienestar de los judíos, no solo en el asunto de Amán sino en los
siguientes años. Anhelaba que los hijos de Abraham experimentaran paz y
tranquilidad, para que disfruten la vida donde vivían.