Resumen Definitivo Historia

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UNIDAD 1

Texto1: “Caracterización de las epidemias” por Esteban Rodríguez Ocaña


Habla acerca de una categoría dentro de las enfermedades llamada “epidemia” definida como una amenaza
grave para la sociedad. Es la versión sanitaria de una catástrofe social que responde a la extensión rápida de
enfermedades agudas transmisibles, infectocontagiosas, que cursan con alto número de casos y alta letalidad
y cuyo origen reconocemos hoy como biológico de la mano de agentes microscópicos.
Luego menciona una caracterización histórico−social de las epidemias relacionándolas en primer lugar con un
fenómeno poblacional. “La epidemia es el reino de la muerte, inesperada, ubicua e imparable: por la rapidez
con que se propaga, como el fuego de un incendio” (Isidoro de Sevilla).
Es común que las autoridades, civiles, medicas, militares, en todos los tiempos se han resistido a aceptar la
declaración de la epidemia hasta que no se enfrenten con un elevado número de enfermos y sobre todo
muertos. El miedo es una característica fundamental de la representación social de la epidemia, debido a las
muertes y su letalidad conocida o supuesta que se mantienen en constante amenaza. Además el miedo como
pasión o movimiento del ánimo representaba otro componente para generar enfermedades en las personas;
“es mayor el miedo que causa el esperar la enfermedad colérica que el riesgo que se corre cuando existe”
Otro factor es la duda sobre las capacidades de la medicina para hacerle frente, por desconocimiento de la
enfermedad, la ausencia de tratamiento o medidas de prevención.
El desorden social es otro acompañante inevitable. Los campos quedaban abandonados, los negocios
suspendidos, en el caso de la pandemia por covid, los restaurantes vacíos, los cines sin películas, las
escuelas sin alumnos.
A la idea de contagio van unidas dos características preventivas: la huida, irse lejos y rápido y ausentarse por
mucho tiempo; y las medidas de aislamiento o cuarentena.
Otra característica es la desconfianza hacia la autoridad, relacionadas con tumultos, insurrecciones y
disturbios del orden público.

Texto 2: “Las oportunidades de la historia de la salud” por Marcos Cueto


En resumen general cuenta porque los historiadores son importantes para la salud y cuenta un poco las
tensiones que había entre historiadores y funcionarios de salud.
Hubo dos cambios a nivel mundial que favorecieron la importancia asignada a los historiadores: la aparición
del SIDA y la crisis y finalización de la guerra fría (1989). En Latinoamérica durante los años ochenta fueron
cuando muchos países dejaron los gobiernos militares dictatoriales y volvieron a tener regímenes
democráticos con nuevas orientaciones en sus Ministerios de Salud. Ello sumado a una mayor apertura de las
universidades y a la recurrente necesidad de toda nueva época de reelaborar la imagen del pasado creo un
ambiente que favoreció el desarrollo de la historia social y de la historia critica de la salud en América Latina.
En ese contexto funcionarios de la salud recurrieron a historiadores para buscar respuestas que permitieran
comprender el presente.
A comienzos del siglo XXI el dialogo entre historiadores y trabajadores de salud es frecuente pero con
algunas tensiones. Una de ellas era que los historiadores consideraban que los trabajadores no prestaban la
debida atención a la complejidad del desarrollo histórico y priorizan estudios orientados a las políticas de
salud o el impacto de las mismas.
La historia en salud permitiría elaborar propuestas integrales y solidas que eviten recurrir al patrón de
respuestas temporales e insuficientes a las emergencias de salud y a culpabilizar a los grupos marginales.
Contribuiría a comprender mejor las alternativas que existían cuando se tomaron decisiones, establecer
verdaderos lazos de solidaridad entre sus miembros y ayudar a pensar en que es lo esencial en el largo
plazo.
En general sirve para considerar los eventos del pasado remoto y de esa manera poder comprender
problemas actuales de una manera más integral.

Texto 3: “la enfermedad y sus metáforas” por Susan Sontag


Susan divide la vida en dos “reinos” el de los enfermos y el de los sanos, y aunque en general preferimos
estar en el de los sanos, tarde o temprano estaremos por un tiempo en el de los enfermos. Asimismo comenta
que es casi imposible estar enfermo sin dejarse llevar por las “siniestras” metáforas que rodean las distintas
enfermedades. Bueno, ella escribe este texto justamente para que no existan.
Después continua hablando y comparando dos enfermedades misteriosas (enfermedades que generan
fantasías en las personas y en sus características propias) como son el cáncer y la tuberculosis. “Basta ver
una enfermedad cualquiera como un misterio y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no,
literalmente, contagiosa. Los nombres mismos de estas enfermedades tienen algo como un poder mágico. La
mejor opción sería quitar los mitos que rodean a este tipo de enfermedades. Hace unas pocas décadas, saber
que se tenía tuberculosis equivalía a una sentencia de muerte, tal como ocurre hoy para la imaginación
popular con el cáncer.
Menciona como en algunos países de Europa se les oculta el diagnostico a los pacientes y se lo comunican a
los familiares, consideran que la verdad no sería tolerable más que para los pacientes excepcionalmente
maduros e inteligentes. Todo esto tiene relación con el hecho de convivir con la muerte en potencia.
Quien ya ha tenido un infarto tiene por lo menos la misma probabilidad de sucumbir de otro infarto a los pocos
años que la de un canceroso de morir de cáncer. Pero a nadie se le ocurre ocultarle la verdad a un cardíaco,
un ataque al corazón no tiene nada de vergonzoso o misterioso.
Por último marca muchas diferencias entre la tuberculosis y el cáncer. El tuberculoso a veces esta pálido, la
palidez del canceroso es permanente, los tuberculosos pueden ver el examen diagnóstico, las radiografías, en
cambio los cancerosos no ven sus biopsias. Se imaginaba que la tuberculosis era un afrodisiaco y que
confería extraordinarios poderes de seducción. Se supone que el cáncer desexualiza. La tuberculosis es una
desintegración, es fiebre, es una desmaterialización, es una enfermedad de líquidos, el cuerpo se torna flema
y mucosidad y esputo y finalmente sangre. El cáncer es degeneración, los tejidos del cuerpo se vuelven
duros. Suele concebirse a la tuberculosis como una enfermedad de la pobreza y de las privaciones, de
vestimentas ralas, cuerpos flacos habitaciones frías, mala higiene y comida insuficiente. El cáncer en cambio
es una enfermedad de clase media, que asociamos con la opulencia, con el exceso (cigarrillo, grasas, sol,
alcohol, drogas, etc).
Se piensa que la tuberculosis es relativamente indolora, al cáncer se lo hace siempre un tormento de dolor. La
tuberculosis ha de desembocar en una muerte fácil, el cáncer en una muerte espectacularmente espantosa.
La TB en general se asienta en los pulmones, en cambio el cáncer elige partes del cuerpo (colon, vejiga,
mamas, páncreas, cuello de útero, próstata, etc.), el lugar donde se encuentra el tumor puede marcar cuanta
vergüenza siente la persona. Todo esto no es determinante y pueden darse obviamente escenarios diferentes.
Y termina el texto con temas falopa de sexualidad relacionada con cáncer y TB.

UNIDAD 2
Texto 1: “LOS VENCIDOS-LA DESESTRUCTURACIÓN” por NATHAN WACHTEL

La conquista española provocó la desestructuración del mundo aborigen americano, es decir, se interrumpió
para siempre el devenir histórico de grandes civilizaciones e importantes culturas. Trastornadas sus jerarquías
sociales, alterada su estructura económica y amenazadas sus creencias religiosas, los indígenas tuvieron que
adaptarse a las nuevas circunstancias impuestas por los conquistadores. Para pueblos guerreros y en
proceso de expansión territorial como aztecas e incas, la derrota fue interpretada como el abandono por parte
de sus dioses y el fin de un ciclo cósmico. Esto se ha denominado el "trauma de la conquista". Una de las
consecuencias de la derrota de sus dioses fue el desgano vital que se apoderó de muchos nativos. Esto se
manifestó en una drástica caída de la fertilidad, abortos e infanticidios y dramáticos suicidios colectivos. Por
otra parte, las guerras entre españoles e indígenas diezmaron a un considerable número de población
masculina y alteraron la organización familiar nativa. Los métodos bélicos empleados por los europeos fueron
muy eficaces y contribuyeron a la brusca disminución de la población aborigen. Esto a pesar de los esfuerzos
de la corona española, que promulgó diversas leyes para frenar los abusos derivados de las guerras. En este
proceso de conquista hubo pueblos y cacicazgos que colaboraron con el invasor español para sacudir la
dominación que sobre ellos ejercían poderosos vecinos. El mérito de los hispanos fue el aprovechamiento de
rivalidades históricas entre los indígenas para lograr sus propios objetivos. Surgieron de esta manera los
denominados indios amigos, claves para comprender el éxito de los europeos en América. La conquista se
hizo por medio de la violencia. Aunque si bien la violencia ya era parte de la sociedad inca, es decir, los
conquistadores incas fundaron su Imperio asumiendo las instituciones tradicionales que previamente se
habían desarrollado en otras comunidades. Los españoles, por el contrario, la impusieron bruscamente,
desde el exterior, con un grupo social y una cultura totalmente distinta (religión cristiana, economía de
mercado etc.). De este modo, la conquista determinó la superposición de 2 sectores, el uno minoritario pero
dominante, y el otro mayoritario pero dominado. La sociedad indígena, sometida por la fuerza a un sistema
extraño a su tradición, sufre profundos trastornos tanto en el ámbito demográfico, económico como social. En
otras palabras se altera su orden social. Quizás el factor que más influyó en la mortalidad nativa fueron las
enfermedades, ejército invisible que causó el llamado "choque microbiano". La viruela, la malaria, el
sarampión, el tifus y la gripe- que asolaban a Europa regularmente, saltaron pronto al Nuevo Mundo. Vinieron
a la rastra de los invasores y encontraron aquí huéspedes sin inmunidad. Por el contrario, los tres continentes
del Viejo Mundo compartían un mismo repertorio de enfermedades. África negra y el extremo oriente
intercambiaron agentes patógenos con Europa a lo largo de siglos a través de los corredores que cruzan el
Sahara o los desiertos asiáticos, siguiendo las rutas comerciales. (...). Las epidemias jugaron un papel
esencial en el descenso demográfico de la población indígena durante el siglo XVI

TEXTO 2: “Historias de enfermedad en Cordoba desde la colonia hasta el siglo XX.


Indagando en las dolencias de los esclavos” por Dimunzio y Gacia

Fuentes para el estudio de las enfermedades de los esclavos.


1771: el esclavo Laureano, preso durante tres meses en la cárcel, fue tasado en 340 pesos para que lo
adquiriera un nuevo amo. El Defensor de Pobres reclamaba la reducción de este precio “…atendiendo a las
enfermedades del mulato…”
1783: Don Francisco de Serra estaba realizando los preparativos para encaminarse a Lima a fin de vender
unos esclavos. Doña Ventura Videla le pidió que llevara a una esclava suya y su marido para venderlos
juntos. Camino a Chile, este esclavo comenzó a orinar sangre y se cayó de la carreta. Al ser examinado, el
negro dijo que “…a más de la caída, hacía tiempo que padecía unos tumores en el pescuezo, que de recién lo
habían estado curando…”
1775: en una causa para anular la venta de la esclava María Mercedes, su compradora decía “…que el trato
debería darse por nulo por fraude, ya que la esclava padece un achaque interior del que muchos años antes
padecía y padece hasta el presente…” agregando luego su marido, que estuvo enferma de corrupción de
tripas, expeliendo sangre, y materia…”. Además, aclaraba que “…de este achaque la estuvo curando, y que
no sabe hubiese quedado sana…” Los esclavos, en otras ocasiones, apelaban a sus enfermedades para
obtener algún beneficio a la hora de comprarse su libertad. La enfermedad de los esclavos disminuía su valor
y en ocasiones era sacada a relucir por ellos mismos en el momento en que se abría la posibilidad de
comprar su libertad o la de algún familiar.

Texto 3: “La desestructuración”, no dice quien lo escribe


Comienza hablando sobre el traumatismo de la conquista, se refiere a la expresión usada para designar el
choque psicológico provocado por la llegada de los hombres blancos y la derrota de los dioses tradicionales.
El termino desestructuración hace referencia a una nueva forma de organización social en donde se
mantienen estructuras antiguas de las tribus pero ya no en el contexto de tribus, sino en un contexto de
conquista.
La violencia caracteriza a la sociedad colonial como un hecho estructural. La conquista determinó la
superposición de dos sectores, el uno minoritario pero dominante y el otro mayoritario pero dominado. El
sector español solo pudo sobrevivir extrayendo su sustancia del sector indígena, precisamente por el juego de
la dominación y de la violencia.
Claramente este proceso de conquista trajo consigo una “catástrofe demográfica” la población precolombina
oscilaba entre los 40 y 80 millones de habitantes. El texto no aclara precisamente la población posterior a la
conquista, porque justamente no hay datos exactos, pero por lo que se pudo investigar, hubo una clara
reducción de la población. Analizando cuestiones más demográficas, se produjo un desequilibrio en las
edades y en los sexos, ya que la mortalidad era más elevada en hombres jóvenes y adultos. Por lo que el
número de niños estaba elevado.
Causas de la despoblación: obviamente la violencia ejercida por los conquistadores a los nativos marcó el
descenso de sus habitantes, las guerras civiles que se desataron entre nativos y españoles y por los excesos
de trabajo a los cuales estaban expuestos.
Asimismo la caída demográfica se produce ante todo por las enfermedades nuevas que trajeron los
españoles que ya estaban inmunizados, como la gripe, la viruela, la peste bubónica y la rubeola. Por su parte
los indígenas, aislados de la humanidad claramente no contaban con los anticuerpos correspondientes.
Otro de los factores que contribuyó a la despoblación fueron los suicidios, algunos indios buscando escapar
de los malos tratos se ahorcaba, se dejaban morir de hambre, tomaban hiervas venenosas, algunas mujeres
terminaban con la vida de sus hijos al nacer para liberarlos de los trabajos que ellas hacían.

Texto 4: “El mundo océano y los comienzos de la historia estadounidense” por


Thomas Bender

Arranca contando que la historia de EEUU se cuenta de una manera diferente a la que ocurrió realmente. La
historia solía comenzar con la exploración y el descubrimiento y no con los inmigrantes previos a este suceso.
Por el contrario esto era reconocido pero dejado de lado.
Luego de 1492 se modificó por completo el espacio oceánico. En aquel momento se produjo una redefinición
del espacio oceánico y el desplazamiento a través de los océanos ofreció la posibilidad de extender redes de
comercio y comunicación globales enteramente nuevas. El descubrimiento real fue el del océano, que entro
en la historia creando un nuevo mundo.
En ese entonces el mundo no incluía los océanos, el cristianismo consideraba a los continentes unidos por el
mar mediterráneo como un “mundo isla” habitado por los descendientes de Adán y Eva. Se creía que Dios al
tercer día había ordenado que las aguas se retiraran y dejaran al descubierto una porción de la superficie de
la tierra para uso de los seres humanos. Más allá del océano se extendía un espacio desconocido, a menudo
aterrador, se lo consideraba un anti mundo, los bordes de los mapas mostraban con frecuencia seres
monstruosos.
Después de Colon los humanos pudieron ver el mundo como un todo continuo. La relación entre tierra y agua
sufrió una revolución total.
Por todo esto no podemos tomar la historia de EEUU de manera aislada sino como un entrelazado de
historias que comparte con otros pueblos.
En 1502 Américo Vespucio regresaba de un viaje desde el nuevo mundo y escribió una carta para su señor
Medici donde incluía las palabras “Mundus Novus” este relato le valió un reconocimiento en el mapa.
Vespucio fue el primero en advertir la revolución de aquel nuevo mundo: “cosas que no encontramos escritas
ni por los escritores más antiguos”.
Pero ni él ni Colon advirtieron sobre la dimensión del océano. El océano dejo de ser una barrera para ser un
conector de continentes, un medio para el movimiento global de personas, dinero, mercancías e idea.
Fernando de Magallanes fue el que experimento por primera vez las dimensiones comerciales y reales del
océano.
De la mano de todo esto surgió una nueva forma de poder, el océano, quien tuviera el control de los océanos
podía dominar todas las características antes mencionadas. En este caso Vasco Da Gama tiene relevancia ya
que fue de los primeros en utilizar barcos para la dominación de territorios oceánicos.
La interconexión oceánica implicó un nuevo orden del mercado mundial ya que el fuerte hasta ese entonces
era el mar Mediterráneo y el océano indico. Este desplazamiento hacia el “mar oceánico” tuvo consecuencias
enormes para los pueblos del sur de Europa, el Levante, África, el centro y sur de Asia y las Américas.
En 1300 la mayor parte de África islámica y el imperio terrestre mongol, eran regiones florecientes con más
riqueza y poder que la Europa cristiana. La revolución oceánica altero radicalmente este contraste. Si los
navegantes portugueses y españoles no se hubieran aventurado a recorrer el océano y no hubieran
establecido conexiones comerciales oceánicas que incluían las dos Américas y Asia, el cristianismo hubiera
sido un aspecto marginal del mundo.
El imperio otomano lideraba el comercio, las riquezas, la actividad artística y la extensión territorial con
respecto a Europa, pero eran un imperio de tierra, si bien tenían importancia en los mares de la época, no se
comparaban con el mundo océano que estaba surgiendo. Los europeos en cierta forma dependían de sus
relaciones comerciales con este imperio y eso claramente no les gustaba. Los europeos se sentían sitiados
por el mundo islámico, mucho más rico y en permanente expansión.
Por lo tanto, la expansión europea a través de los océanos no puede explicarse por su riqueza, tecnología o
civilización superior. El autor sostiene que fue más bien un sentimiento de debilidad, marginalidad e
inferioridad el que impulso a los europeos a la invención y la audacia en alta mar.
El avance europeo sobre el océano tuvo enormes consecuencias geopolíticas y desplazo el poder hacia el
océano Atlántico norte. El mundo mediterráneo, con sus conexiones de rutas terrestres, perdió su carácter
central, y el imperio otomano fue perdiendo territorios en forma progresiva, década tras década, a lo largo de
los siglos XVIII y XIX.
En el siglo XIV se produjo la expansión de la peste negra en Europa y china mayormente por las rutas
comerciales a lo largo de estos territorios. La diseminación de la peste fue una de las razones por las cuales,
en el siglo XV, los europeos comenzaron a buscar alternativas a las rutas terrestres para llegar a oriente.
El líder más probable para la expansión oceánica de la época era China, las grandes flotas chinas tenían
embarcaciones muchos más poderosas que las de Colón, de 130 mts contra 28 de la Santa María, que por
entonces exploraban las costas del sudoeste asiático, el sur de Asia y el este de África. Lamentablemente por
cuestiones políticas no pudo desarrollarse tal exploración.
Los portugueses intentaron encontrar una ruta que esquivara el monopolio de los venecianos y otomanos en
el mediterráneo y en el recorrido por tierra hacia las Indias. Esta fue una de las razones que los llevaron a
rechazar el ofrecimiento de Colón de patrocinar su viaje transatlántico. Otra fue que ellos tenían mejores
conocimientos geográficos. Los portugueses habían comprendido que “quien tenga la fuerza de los barcos,
será dueño del comercio de las Indias”. Los portugueses controlaban las costas occidentales de África, logro
que fueron obteniendo de manera progresiva y persistente. Ellos tenían la fuerza de los barcos y
monopolizaron el comercio de la pimienta y otras especias durante más de un siglo. Los portugueses también
se adelantaron a otro desarrollo posterior del Atlántico: la economía del azúcar.
Tanto europeos como árabes usaban esclavos, durante el año 1500 los africanos y los descendientes de
africanos eran minoría entre los esclavos del mundo, pero en el año 1700 eran mayoría absoluta. El
surgimiento del comercio de esclavos dio nacimiento a nuevas ciudades costeras y restó energías a las
antiguas rutas comerciales internas y a los centros de producción artesanal.
Los europeos no tenían mucho interés en los territorios de Asia y África. Entonces,
¿porque en América fue tanto más brutal que otros intercambios culturales y de mercado de larga distancia?
En solo 50 años después del primer viaje de Colón ya había mapas y asentamientos muy completos. Al
parecer hay dos grandes razones que lo explican:
Primero, las Américas parecían estar despobladas o subpobladas. Para los europeos la escasez de población
y la falta de civilización legitimaban la conquista y la toma de posesión de los territorios.
Segundo, la religión era una parte significativa de las aventuras coloniales de España, Francia e Inglaterra. La
revolución oceánica sentó las bases del capitalismo moderno, pero el impulso inicial y el compromiso
sostenido de los primeros colonizadores fue en gran medida religioso. Tanto para los católicos como para los
protestantes de entonces, el descubrimiento del Nuevo Mundo era algo providencial, algo que Dios había
reservado para los cristianos. Y esto implicaba la obligación de desterrar a Satán y convertir a los infieles a la
única fe verdadera.
Muchos de los primeros norteamericanos cumplieron una función similar de intermediarios culturales. Como
sus colegas africanos, estos agentes culturales necesitaban ser lingüísticamente flexibles y culturalmente
adaptables, además de ser hábiles para los negocios y poseer una comprensión cosmopolita de los mercados
y las mercancías. Además de cumplir funciones culturales y económicas, estos “individuos adecuados y
convenientes para intermediar” fueron convocados como negociadores políticos entre los funcionarios
coloniales y los líderes de los grupos aborígenes.
El desarrollo de la economía de las plantaciones, que comenzó en el siglo XVI, produjo una gran
transformación en África, América, en Europa y también en Asia. Este fenómeno desplazó el antiguo comercio
de la seda y trasladó cada vez más la economía mundial hacia el oeste, hacia el Atlántico, que comenzó a
progresar a expensas de Venecia, el imperio otomano y los mercaderes mediterráneos y asiáticos, quienes
basaban sus negocios en las rutas terrestres que conectaban el mediterráneo con Oriente.
La economía atlántica suministraba a los anhelantes consumidores europeos, sustancias moderadamente
adictivas como el tabaco, café y azúcar. El sistema de plantaciones transformó estos tres productos en
artículos de consumo generalizado. Las Américas tenían lucrativos cultivos exportables y desarrollaron una
sociedad basada en un sistema de explotación de la mano de obra africana, mientras África sufría la pérdida
de 11 millones de habitantes que habían sido transportados al nuevo mundo.
La innovación agricola no fue característica de la Europa del siglo XVII. Sin embargo, el sistema de
plantaciones era muy novedoso y supo anticipar las prácticas industriales modernas.
PLANTACIÓN DE AZÚCAR: era una unidad económica integrada cuya rentabilidad dependía de nuevos
niveles de capacidad administrativa y de una enorme fuerza laboral exigida de manera firme y con una
intensidad sin precedentes.
La similitud entre las plantaciones de azúcar y la industria moderna también es asombrosa. La plantación
parece haber sido un anticipo de la moderna organización industrial en varios aspectos: la alta capitalización,
la estricta disciplina laboral y la división del trabajo, el control unificado de la materia prima y del
procesamiento, la cuidadosa programación y coordinación entre producción y demanda.
En EE UU la esclavitud funcionaba diferente a la esclavitud del caribe. De hecho los promotores del primer
asentamiento en Roanoke, Virginia en 1585 (Walter Raleigh y Richard Hakluyt), tenían objetivos religiosos y
militares. Lejos de imaginar un futuro basado en la esclavitud, los fundadores coloniales ingleses prometían
llevar la libertad a América. Pero en 1587, con la desaparición de los colonos de Roanoke, el experimento
fracasó y puso fin a un sueño poco realista.
Las diferencias entre la esclavitud del Caribe y la del sur de EEUU son en su mayoría demográficas. En el
Caribe el porcentaje de esclavos negros era del 75−95%, mientras que en EEUU, los blancos eran mayoría.
Todas las plantaciones de azúcar del Caribe tenían un mínimo de 50 esclavos y no era excepcional la
plantación con 200 o 300 trabajadores. En EEUU todavía en 1850, casi la mitad de los esclavos continuaba
siendo propiedad de los cultivadores, que solían tener alrededor de 30 esclavos cada uno.
También las cifras de mortalidad diferían mucho, la esclavitud en las islas azucareras del Caribe, equivalía a
una sentencia de muerte, mientras que en EEUU la población esclavizada se mantuvo y creció. En EEUU se
perdieron las costumbres de África y surgieron nuevas, los negros en la minoría y por eso se profundizó el
racismo. En el Caribe, la constante demanda de esclavos no permitió la perdida de la cultura africana, los
esclavos eran mayoría y eventualmente los negros ocuparon cargos sociales y desarrollaran oficios en la
nueva sociedad surgida tras la emancipación posterior.

Texto 5: “La sociedad colonial: raza, etnicidad, clase y género. Siglos XVI y XVII” por
Ana María Presta.
Los hombres y mujeres que llevaron a cabo la conquista y colonización de la América hispana distaban de
provenir del más elevado estrato de una pirámide peninsular altamente jerarquizada, cuyos nichos constituían
barreras difíciles aunque no imposibles de trascender. Mirándose en el espejo de la nobleza, los
conquistadores abrazaban asimismo, ideales caballerescos, entre los cuales un sitio destacado lo ocupaba la
actividad militar. De tal manera los conquistadores imprimieron en la colonia las marcadas diferencias y los
patrones culturales que reflejaban el estrato superior al que siempre quisieron pertenecer pero al que solo en
el nuevo mundo, como elite conquistadora, pudieron acceder. El éxito en su empresa y el estatus alcanzado
posibilitaron que los

conquistadores avanzaran socialmente en el Nuevo Mundo, donde cabía la posibilidad de reconstruir el


pasado y hasta reinventar u ocultar la propia historia familiar.
(Todas estas características hacen referencia a los conquistadores hidalgos sin fortuna, pequeños propietarios
rurales, pastores y agricultores)
Con el surgimiento de las colonias se renovaron con más fuerza las antiguas formas de estratificación y
discriminación sociales. La principal distinción era por RAZA.
La sociedad ibérica se dividía a grandes rasgos en tres estamentos: el de los nobles (clase gobernante); el
clero y por último la gente común.
El estrato de los peninsulares quedaba dividido en: ESPAÑOLES, INDIOS, ESCLAVOS y CASTAS.
Españoles: la participación exitosa en la conquista ofreció a algunos la posibilidad de trascender social y
económicamente al recibir una encomienda de indios. Los conquistadores al mando entregaban grupos de
indios a sus fieles seguidores, de esta manera se volvían “señores de vasallos”. Eran el poder municipal de
los centros urbanos recién creados. Pero esto duró poco ya que la corona española comenzó a hacerse cargo
del gobierno colonial en la década de 1550. Su presencia se plasmó en el diseño de una cadena de
funcionarios e instituciones que pusieron freno a las apetencias individuales y casi dinásticas de ciertas
familias de beneméritos de la conquista. En algunos lugares permaneció el sistema de señores de vasallos.
Durante el primer siglo de dominio colonial, los encomenderos (señor de vasallos), tuvieron acceso a múltiples
negocios. Asi fue como la minería nació con los inicios de la colonia y al calor de la encomienda (grupo de
indios del encomendero). En ese entonces los metales preciosos constituían los recursos más preciados cuya
extracción requirió personal especializado y trabajadores.
A lo largo del siglo XVI, la expresión del status social se plasmaba en la utilización del “Don” como
representación de un prestigio reconocido a un específico linaje. Solo el soberano podía concederlo cuando
un individuo que no lo poseía por cuna lo alcanzaba en mérito de sus servicios. De ahí en más se extendía a
su descendencia. Cualquiera fuera su ocupación, los peninsulares buscaban acrecentar o perpetuar el status
adquirido en el pasado reciente. Para ello era menester acceder al mejor matrimonio. Las primeras
generaciones de españoles se casaban entre paisano (nacidos en el mismo lugar), entre primos cruzados y
parientes para evitar la dispersión del patrimonio o entre miembros de familias ya vinculadas por
emprendimientos económicos.
Para asegurar que los bienes adquiridos permanecieran en el linaje, la elite eligió la figura del mayorazgo, una
forma de propiedad vinculada, originada en las concesiones feudales debidas a la reconquista, que permitía al
titular disponer de los frutos y rentas aunque no del bien mismo, el cual quedaba sujeto a un orden de
sucesión preestablecido; la primogenitura. De esta manera los que habían acumulado un patrimonio
considerable y temían que se licuara en una generación al distribuirse entre los numerosos herederos
legítimos, concentraban tierra y derechos en uno de los hijos, el mayo varón.
Con el correr del primer siglo de dominio colonial, las migraciones se hicieron frecuentes y los espacios de
poder más estrechos. Comenzaron a hacerse más evidentes las diferencias de clases entre los españoles,
debido justamente a toda esta repartija de tierras en los hijos mayores varones y la búsqueda de mejores
matrimonios.
Los españoles que llegaban sin oficio tenían la obsesión de participar en una gesta de conquista, pacificar
algún territorio y ser recompensado con alguna merced que proveyera el ansiado estilo de vida nobel: poseer
casa y propiedad rural, hombres a quien mandar, suficiente caudal para mantener familia extensa y sirvientes,
armas siempre dispuestas para pelear y conexiones para presumir y ostentar.
Las mujeres españolas: destinadas a la reproducción biológica y con ello a la del propio sistema, las mujeres
de elite tampoco fueron un conjunto homogéneo. Aunque casarse cuna una mujer española era lo ideal,
debido a su status paterno, las hijas naturales de los conquistadores no solo llevaban el título de doñas sino
que se constituyeron en candidatas de alto calibre para los muchos hombres dispuestos a casarse.
Considerada como función femenina primordial, la maternidad estaba atada a un mandato social, cultural e
ideológico cuyo resultado era la subordinación al mandato masculino. El pilar de esa subordinación era el
matrimonio, el cual constituía el rito de pasaje tras el cual una mujer pasaba de la tutela de su padrea a la de
su marido.
Por su parte, alejadas del mundo de los sirvientes indios y negros de las tertulias (reuniones), los miriñaques
(un tipo de armazón para vestidos de las mujeres de la elite) y los brocatos (un tipo de tela costosa), las
peninsulares criollas esposas e hijas de artesanos, pequeños propietarios y dependientes vieron transcurrir
sus vidas trabajando junto a sus esposos y en las tareas del hogar. A su subordinación de género se añadían
las diferencias de clase, estando más expuestas a las raíces socioeconómicas y culturales de la desigualdad.
Indios: previo a la conquista y colonización, el territorio americano estaba ocupado por etnias que se
diferenciaban unas de otras por su hábitat, continuidad histórica, ocupación, lengua y cultura. Cuando
Francisco Pizarro y su hueste llegaron al norte peruano, se enfrentaron a una sociedad estratificada y presa
de sus propios conflictos intra e interétnicos. De la conmoción interna sacaron provecho los españoles,
quienes desde su ingreso a la tierra cosecharon aliados y enemigos. La cercanía a los miembros de los
grupos de poder favoreció por ejemplo la conquista del sur andino y el hallazgo de yacimientos y tesoros. Lo
primero que hicieron los españoles con los conquistados fue someterlos a prestaciones de trabajo,
contribuciones en especie y dinero. Aunque sin respetar las territorialidades y organizaciones étnicas, los
indígenas fueron divididos en encomiendas primero y luego en jurisdicciones administrativas para facilitar a
los funcionarios el cobro de las tasas. Los indios fueron considerados bajo la siguiente división:
ORIGINARIOS: conforme su condición de propietarios, atados a los ayllus (grupos de parentesco).
FORASTEROS: labradores en tierras ajenas
YANACONAS: dependientes de los españoles y adscriptos a sus tierras.
La cobranza del tributo tuvo su correlato en la creación de las reducciones o pueblos de indios: asentamientos
que pretendían concentrar a la población campesina, en ellas solo vivirán indígenas quedando prohibido el
asentamiento de españoles, mestizos, mulatos y negros.
Las migraciones fueron una salida a la opresión humana y tributaria que pesaba sobre los indios de
comunidad. Solos o con su familias, muchos eligieron escapar de sus propios ayllus para afincarse en tierras
ajenas como trabajadores estacionales.
Esclavos: Cuando los africanos esclavos conservaban un status superior al de los indios en la medida en que
habían llegado como sirvientes de los conquistadores. Esto no les daba libertad de derechos. Algunos negros
eran libres y sometían a los indios, ya que como raza conquistada estaban sometidos a los conquistadores y
sus servicios. Las noticias de tales abusos llegaron a la corte peninsular, que pronto legislo la separación de
negros e indios, prohibió el matrimonio entre ambos y penalizó la sexualidad entre indias y negros, con
castigos corporales y mutilaciones públicas.
Cuando la legislación protegió a los indígenas de realizar determinados trabajos para evitar su desaparición,
fue el turno de los esclavos, quienes fueron importados para trabajar en las haciendas azucareras, viñas,
olivares y en la recolección de perlas.
Castas: a pesar de los intentos segregacionistas, el mestizaje entre españoles, indios y negros fue amplio y
sostenido, produciendo grupos humanos de compleja inserción en los tres campos raciales reconocidos por
los peninsulares. Fueron los propios conquistadores, sin embargo, iniciadores de una sexualidad abierta que,
pasada la primera generación, iba a provocar toda clase de especulaciones y disquisiciones fenotípicas.
La primera generación de mestizos acumulo los privilegios de sus padres, sin embargo hubo roles a los que
no pudieron acceder por provenir de uniones no legitimas. Legalmente si no mediaba un testamento que los
beneficiara, los mestizos solo tenían derecho a la décima parte de los bienes paternos.
Con el tiempo y arrinconados en los espacios que dejaban los negros clientes de los conquistadores, los
mestizos sobrevivieron de los trabajos manuales, el comercio minorista y la supervisión directa sobre el
trabajo de los indios, quienes siempre permanecían en el fondo de la escala social. Eventualmente los negros
se mezclaron con indios y también con blancos y sus productos entre sí, dando lugar a castas o categorías
fenotípicas intermedias, como lo eran las de mulato, tercerón, cuarterón, quinterón, zambo, zambahigo, cholo,
chino, rechino, etc.

UNIDAD 3
Texto 1: “Entre médicos y curanderos” por Diego Armus

Comienza hablando sobre la viruela durante el siglo XVI, enfermedad muy temida por los europeos y que
hacia estragos en las ciudades. Mas temor le tenían los indígenas, para quienes era mortal en la mayoría de
los casos. La huida de la tribu del lugar infectado y el abandono de los enfermos para que se recobrasen o
muriesen en soledad son comunes en los relatos de la época y se repiten también en narraciones posteriores.
Los indígenas encontraron una relación entre los blancos y la viruela, por lo que denominaron “enfermedad de
blanco”.
Con respecto a la viruela entre los blancos, hasta finales del siglo XVIII no hubo remedios o preservativos
eficaces, utilizándose el aislamiento para evitar el contagio y purgas o sangrías.
A finales del siglo XVIII las investigaciones de Jenner en Gran Bretaña llevaron al uso de la variolización, es
decir a la implantación artificial del virus de la viruela vacuna que tuvo gran expansión en otras partes de
Europa.
Para el año 1810 se habilitaron en Buenos Aires casas de vacuna y empleados que inocularían a la
población. La distribución continuó siendo un problema para las autoridades durante los siguientes 20 años,
ya que se requería un registro concienzudo de la población, una organización estable que permitiera el
acceso al material inmunológico (costras conservadas en variolosos o bien personas con costras para
vacunar “brazo a brazo”. Además algunas personas desconfiaban de la efectividad de la vacuna.
Entre 1821 y 1827, durante el gobierno de Martin Rodríguez y gracias al impulso de Bernardino Rivadavia, la
vacunación fue un asunto central dentro de la creación y reorganización institucional sanitaria.
Rosas, integración indígena y vacunación; Rosas estuvo dos veces en el gobierno de Bs As en 1829−1832 y
1835−1852. Durante el gobierno de Rosas la situación política de Bs As estuvo marcada por la oposición
entre unitarios y federales, por el avance de los hacendados frente a otros sectores de ideología liberal y
centralista. Rosas tuvo el apoyo de grupo populares como: asociación de africanos, mujeres, artesanos y
paisanos pobres, gauchos, montoneros y con grupos indígenas.
Durante las primeras décadas del siglo XIX la región pampeana había desarrollado la actividad ganadera,
estimulada por la creciente exportación de cueros y carnes, lo que aumentó la presión de los estancieros
sobre las tierras del interior. Osea que los blancos querían las tierras de los indígenas para poder explotar
más la ganadería.
La política rosista incluyó el “negocio político de indios”, desde 1829 esta actividad fue realizada desde el
estado a partir de la acción concreta de Rosas y de su estrategia de alianzas con algunas etnias indias. Dicha
situación incluía el alojamiento en la misma ciudad de BS AS, de caciques y principales indios, con el objeto
de firmar acuerdos con ellos y obsequiarlos con presentes como ganado vacuno, bebidas alcohólicas, yerba
mate, azúcar. De esta forma también logró que sus aliados se enfrentaran con otros grupos indígenas
considerados enemigos.
En 1830, se declaró en la ciudad de Bs As una epidemia de viruela entre los indios que estaba en la ciudad.
Rosas les realizó una visita sin alarmarse ante el contagio y estimulando a que se vacunasen, obteniendo a
cambio una rendida admiración de los caciques ante la valentía del gobernador porteño. El hecho de que el
restaurado de las leyes se empeñara en vacunar a los caciques, a sus mujeres, niños y acompañantes, indica
un interés por mejorar los vínculos de amistad, transformando a los jefes en deudores de favores. Asimismo,
al generalizar la vacuna a toda la población, limitando Asi el número de infectados y los posibles focos de
contagio, Rosas además se aseguraba de que su imagen de protector de los indios estuviera equiparada con
la de protector de salud. Usó la estrategia de mostrarles la cicatriz de su brazo la cual fue tomada por los
indígenas como un símbolo de protección ante la enfermedad, un talismán. La actitud de Rosas no solo le
servía para afianzar alianzas, sino también para conocer los referentes simbólicos indígenas dentro de la
sociedad blanca. También la vacunación de los indios pampeanos serviría para premiar a las etnias que
estuvieran a favor del caudillo, que podrían así mantener su fuerza laboral y militar y superar
demográficamente a aquellas tribus que no poseian este bien de la civilización.
A la vez que generaba un polo de apoyo y admiración hacia su figura, el caudillo permitía la supervivencia de
las tribus amigas, su uso como fuerza laboral y la desaparición a través de epidemias, en forma indirecta, de
los indígenas enemigos, que no estaban vacunados.
Asimismo los indios de la pampa sufrían periódicamente epidemias de viruela, las cuales eran mortales para
la mayoría, entonces ¿porque no se vacunaba de manera generalizada a los indígenas? Las respuestas son
un poco obvias, primero que el contacto entre blancos e indios no era permanente, las autoridades no sabían
siquiera el número de indígenas existentes, ni a que etnia pertenecían. Por otro lado, se vacunaba poco a los
“blancos” por lo que resultaba utópico vacunar a los indígenas.
Exterminio étnico y justificación científica: la viruela en la segunda mitad del siglo XIX
A mediados del siglo XIX, el auge positivista tuvo como consecuencia la generación de un discurso de
reestructuración del mundo por el cual se intentó justificar biológicamente la supuesta inferioridad de ciertos
seres humanos. Su aplicación concreta en el ámbito pampeano planteó sin demasiadas contradicciones la
necesidad de eliminar a los “barbaros” y “salvajes”. Era una especie de norma don los más fuertes sobreviven
a los más débiles.
Para el rancio de Sarmiento los indios de la pampa carecían de organización política, moral, higiene y
autoridad, salvo para robar y hacer la guerra. Este pensamiento de Sarmiento tuvo un efector en la realidad
que fue Roca, en su mensaje al congreso, Roca expreso la necesidad concreta de terminar la campaña de
1879, finalizando así con el “problema del indio” y poniendo a disposición de la población la enorme extensión
de tierras de la pampa y la Patagonia.
Adolfo Alsina proponía una política defensiva contra los indios, manteniendo en general el proyecto
establecido desde el siglo XVIII de una frontera defensiva. En cambio, el proyecto del grupo aliado a Roca
proponía la guerra ofensiva al indio planteando una campaña militar generalizada por varios frentes que a la
vez evitase su reorganización y los arrinconase contra la frontera cordillerana hacia el oeste y en el rio negro
al sur.
Con la muerte de Alsina, Roca tuvo su permiso para organizar una campaña con las características
planeadas, que se llevó a cabo en los primeros meses de 1879. Para la mayoría de los indios capturados, el
destino final fue el envío a diferentes lugares, como trabajadores en estancias e ingenios, a los cuerpos de
línea, en casas de familia como servicio doméstico o bien a la isla Martin García. En 1885 culminaba la
conquista del desierto con la incorporación de la Patagonia.
Durante la conquista de los indígenas obvio se produjeron muertes, en primer lugar por la conquista en sí que
realizo una eliminación del enemigo en el contexto bélico. En segundo lugar por el desarraigo ya que muchos
indígenas fueron trasladados a prisiones, se integraron al ejército y a la marina y no todos se integraron con
facilidad. En tercer lugar porque las enfermedades, sobre todo la viruela, hicieron estragos antes, durante y
después de la campaña de Roca.
Los blancos culpaban a la forma de vida de los indígenas como la principal causa de su exterminio. La
adicción al alcohol, al tabaco, la suciedad, el nomadismo, el aborto, infanticidio, e incluso la comida.
En la campaña de Roca, la viruela se convirtió en un aliado indiscutible de los militares al eliminar a un buen
número de prisioneros indios, guerreros o no, e incluso evitando que muchos otros se situaran ofensivamente
frente a las tropas.
Luego de la expedición de Roca muchos varones, mujeres y niños, pertenecientes a etnias de la Pampa y la
Patagonia, fueron llevados a la isla Martin García. Después de un tiempo variable de acuerdo con la
cuarentena establecida por la autoridad médica, la mayoría de las mujeres y los niños fueron repartidos entre
las familias porteñas que deseaban acogerlos, y el resto fue reunido por sacerdotes salesianos en distintas
misiones, incorporados al ejército o bien retornaron a las tierras otorgadas por el gobierno nacional.
Un número importante dejo de existir victima sobre todo de la viruela que ya había aparecido como epidemia
en los campamentos militares y que los mismos indígenas acarrearon a la prisión isleña y luego a Buenos
Aires.
La iglesia frente a la viruela, cuando los indios capturados enfermaron de viruela en la isla Martin García, fue
necesario habilitar un lazareto para cuidar de ellos. El arzobispo de Bs As, tomo cartas en el asunto y envío
hermanas de la caridad y sacerdotes para que cuidaran de los enfermos.
En general el trabajo misional se produjo luego de la campaña militar, cuando las autoridades estuvieron
seguras de que ya no era posible que los indígenas se reorganizaran en confederaciones e hicieran peligrar
los bienes y territorios blancos con malones y captura de ganado y cautivos.
Después hubo un conflicto entre estado e iglesia por el futuro de los indios. Si no eran bautizados, el Estado
debería utilizar métodos inciertos para conocer quienes eran e inscribirlos en el Registro Civil. El pasado
étnico quedaba así borrado para siempre y el antiguo indio era escondido bajo la apariencia de un habitante
argentino; su nombre desaparecía y con él la forma de asumir una identidad indígena. La iglesia uso la
excusa del bautismo para que los indígenas formaran parte de un “pueblo culto y civilizado”.

Texto 2: “Saberes médicos y reflexiones morales durante el periodo rosista: Bs As,


1835- 1847”, por Mariano Di Pasquale

Este articulo analiza como el discurso medico incorpora una serie de reflexiones sobre las conductas morales
en Bs As en la primera parte del siglo XIX. A través del estudio de tres textos, cuyos autores son los médicos,
Diego Alcorta, Guillermo Rawson y Francisco Javier Muñiz, se identifican una serie de registros argumentales
que resaltan el funcionamiento de los órganos, la cuestión de la herencia y la gravitación del clima sobre la
moralidad de los individuos y las poblaciones. Este fenómeno de transferencia de saberes se debe a la
presencia de la tradición médica francesa sumándose a factores locales derivados del intenso proceso de
politización de la sociedad bajo el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas.
En esta época la medicina estaba en tensión entre mantenerse como un saber humanístico o constituirse
como un saber empírico−experimental. La etapa que analiza el autor corresponde a un momento en que la
medicina, aún en Europa, se reivindicaba dentro de un arte de curar y no como un saber experimental. En tal
sentido, varios médicos porteños, siguieron de cerca las referencias y aportes de médicos franceses y
concibieron que en materia médica fuera necesario estudiar aquellos aspectos físicos y orgánicos del hombre
junto con los morales. El propósito del artículo es indagar con más profundidad sobre como la medicina
ofreció una serie de reflexiones sobre las conductas morales a partir del estudio de tres textos de médicos
locales.
Es importante saber que la universidad de Buenos Aires durante ese periodo atravesó varios cambios y
divisiones en consecuencia del proceso de politización de la mano del gobierno de Rosas, sumado a las
guerras internas y externas. En 1833 el gobernador Viamonte aprobó la reforma universitaria, el cual
establecía que: el gobierno de la Universidad pasaba a cargo de un consejo directivo, este consejo fue
suprimido en 1835 y posteriormente se fijó la organización estructural de la universidad cuyo personal
administrativo debía ser el siguiente: un rector, un secretario, un prosecretario y un celador general.
Juan Manuel de Rosas estableció una serie de decretos para controlar y regular la vida universitaria y
académica, además de ajustar el presupuesto universitario para cubrir el déficit que afectaba la provincia.
Estos problemas tuvieron como consecuencia cierta desorganización de los estudios universitarios y la
polarización de las distintas posiciones que afectó la vida personal y profesional de un número importante de
médicos.
Alcorta parte de que el hombre como individuo está dotado de acción y el primer objeto de todas las acciones
es la tendencia hacia la felicidad que es inherente a la naturaleza humana.
Alcorta introduce la noción de imitación en cuanto a que ella era importante en la formación y la educación de
los hombres. “el ejemplo determina el juego de nuestros órganos, dirige las acciones morales, y decide hasta
las opiniones. Asi el niño habla imitando a su nodriza; la virtud se corrompe con la frecuentación del vicio, y el
hombre se hace razonable o crédulo según las ideas que circulan alrededor de él. De tal manera Alcorta pone
en relación la sensibilidad y el funcionamiento de los órganos con aquella premisa de la imitación buena o
mala que opera en el desenvolvimiento de los comportamientos morales. La moral así pues es concebida
como fisiología aplicada.
Para Rawson el estado de los órganos cerebrales influye para presentar en la progenie, de un modo
permanente, cualidades determinadas primero por una estimulación del momento, o si se quiere, artificial en
el encéfalo de los padres. En tal sentido aparece el termino herencia pensado en clave de una comunicación
vital. Según Rawson la herencia asume tres momentos significativos: el primero se aloja al tiempo mismo de
empezar la existencia orgánica del “germen”; el segundo durante la etapa de la gestación; y el tercero durante
la lactancia. En estos tres periodos existe una correlación vital entre los padres y el hijo. De tal manera, las
facultades intelectuales particulares y los estados morales de los padres se trasladan vía la herencia a los
hijos.
En el caso de Muñiz aparece un componente novedoso. La presencia de una nueva intermediación que buscó
construir una argumentación más sólida en torno a la relación espacio/hombre. En esta visión, los climas
alcanzan el funcionamiento de los órganos y con ello también las acciones morales de los hombres. Muñiz
incluye un razonamiento de tipo orgánico y del sistema nervioso, según él, el clima y la acción de los vientos
trastocan el sistema nervioso de los sujetos afectando la sensibilidad de los cuerpos y el estado de los
órganos.
Resumen de los tres autores: Alcorta retomó la cuestión de los órganos y la sensibilidad para introducir y
resaltar el componente del ejemplo social. El funcionamiento interno se relaciona con lo externo mediante el
ejemplo exterior, son las conductas sociales y las formas de ser de otros hombres los que conducen a
comprender la moral: de allí la introducción de la teoría de la imitación. En cambio, para Rawson, la dinámica
de los órganos se conectó más bien con el problema de la herencia con lo cual lo moral se piensa como algo
propiamente interno y determinado. Lo moral se traslada de padre a hijo porque las conductas que se originan
guardan relación con las predisposiciones de la progenie. Por último el escrito de Muñiz, el cual eligió el
postulado de los órganos y de la sensibilidad a las situaciones externas de la naturaleza, la atmosfera, los
climas y los vientos que son los que repercuten en el tipo de moral d un individuo y población.

UNIDAD 4
Texto 1: “El rol de los lazaretos y la fiebre amarilla en Buenos Aires 1870-1915”, por
Adriana Alvarez
Como consecuencia de las múltiples epidemias surgen los lazaretos, en especial la lepra. A partir de esto los
lazaretos siempre han sido entendidos como lugares de aislamiento, destinado a cuarentenas, vinculado al
abandono de los enfermos con el único fin de frenar la propagación del mal que los aquejaba más que a
recuperar la salud. En el texto se analizan dos lazaretos de Bs As, el de la isla Martin García y el que
funcionaba dentro del hospital flotante Rodolfo Del Viso.
La aparición de estos lazaretos estuvo en directa relación con la llegada masiva de inmigrantes y sus
enfermedades, éstas fueron llamadas enfermedades exóticas, las cuales reinaban en Europa y Brasil, como
la cólera y la fiebre amarilla.
Los primeros antecedentes que hablan de la lucha contra las enfermedades del extranjero datan del gobierno
de Rivadavia, el cual, en el año 1824 crea la policía sanitaria marítima. Se establecía que un bergantín de
guerra sería el encargado de la vigilancia sanitaria del puerto.
Pero el desarrollo del cólera en Europa puso en alarma a nuestra población y el asilamiento se convirtió en el
principal medio preventivo. La epidemia del cólera de fines de 1867 y principio de 1868 represento un giro
importante en las preocupaciones de médicos y funcionarios, planteando la necesidad de incorporar cambios
en la práctica médica, lo cual ayudo a situar a las cuestiones higiénicas en el centro mismo de atención de la
opinión pública. Para erradicar el mal colérico se recomendaba el blanqueo de las viviendas, la limpieza y la
desinfección de las letrinas.
Pasada la epidemia de cólera se funda el nuevo consejo de higiene (1869), ACÁ YO TENGO UN PROBLEMA
PORQUE HASTA LO QUE YO TENIA ENTENDIDO, EL CONSEJO SE HABIA FUNDADO EN 1852 PARA
REEMPLAZAR LAS ESTRUCTURAS RIVADAVIANAS. LO QUE DEBE QUERER DECIR ES QUE HUBO UN
CAMBIO IMPORTANTE EN EL CONSEJO DE
HIGIENE, y se organizó la junta de sanidad nacional. En ese año el presidente y el secretario del consejo de
higiene, los doctores Luis María Drago y Leopoldo Montes de Oca respectivamente, formularon un proyecto
de reglamento de la Policía Sanitaria Marítima.
En el título IV, de ese reglamento (1869), hacía referencia a las cuarentenas. Allí se instituía que todo buque
que llegara a un puerto de la Republica sin patente o con patente sucia, debía ser declarado en cuarentena,
así como aquel que tenga enfermos a bordo, casos de defunción durante el viaje de cualquier enfermedad,
carga en putrefacción o descomposición. El artículo 42 establecía que en caso de desobediencia la justicia
debía intervenir y en el último de los casos echar el buque a pique.
El título VII se refería al lazareto o lazaretos, constaba de 14 artículos y se instituía un lazareto en La
Ensenada el que debía estar dotado de todos los accesorios, dirigido y administrado por un médico.
¿Que alcance tuvo este reglamento?, la realidad es que muy poco ya que algunas juntas nunca llegaron a
constituirse, no había lazaretos, no se conocían los procedimientos de desinfección marítima, ni había
personal suficiente preparado para ponerlos en práctica. A todo esto no hay que olvidar que la enseñanza de
la higiene publica se reducía en la facultad de medicina a una o dos lecciones en una materia. (1869).
Sin embargo cuando se anunció la epidemia de fiebre amarilla procedente de Rio de Janeiro (1870), la junta
de sanidad aconsejo sobre la necesidad de establecer un lazareto en tierra firme. Se recomendaba la Isla
Martin García debido a que se hallaba a cuatro horas de camino, era un puerto seco, bien aireado y sano, con
una suficiente extensión, con un buen puerto al que podían atracar buques de 10 pies de calado y 700
toneladas.
Pero la presencia de buques con individuos enfermos hizo que el gobierno cancelara este proyecto y decidió
implementar el establecimiento del lazareto en La Ensenada, pero su costo de realización era elevado y los
enfermos fueron llevados a parroquias de los barrios, aumentando el contagio.
La improvisación era hija de la falta de previsiones, además de la escasa previsión sanitaria otro de los
factores que contribuía a la propagación de esta enfermedad fue la corta duración de las cuarentenas, que
hablaba del poco conocimiento de los plazos de incubación de la enfermedad, a lo que se sumaba la
precariedad del aislamiento debido a que este se realizaba en los mismos barcos de pasajeros, hecho que
potenciaba aún más los gérmenes infecciosos.
En 1878 se implementaron lazaretos flotantes, su utilización era efímera ya que por lo general las
cuarentenas se realizaban sobre los buques dentro de los cuales llegaban los inmigrantes. En muchos casos
fallaba el personal a cargo de estos lugares, ya que eran mal elegidos, sin preparación intelectual y mucho
menos en conocimientos especiales de la materia que iba a desempeñar. También se habían propuesto
lazaretos internacionales que no se implementaron.
En conclusión los lazaretos de los años 1870 en Bs As estaban lejos de ser instituciones médicas, su
propósito era más bien separar a los enfermos del resto de la población antes que proveer asistencia médica.
La década del 80´: se crea el Departamento nacional de Higiene, a diferencia del Consejo, contaba con
jurisdicción nacional relacionado con la salud en las diversas reparticiones de la administración nacional.
Podía proponer la reglamentación y la organización del cuerpo médico del ejército y de la armada o proyectar
medidas sanitarias para los puertos, el mantenimiento de la higiene en el ejército y la armada, vigilar el
ejercicio legal de la medicina y la farmacia, inspeccionar la vacuna y las droguerías.
En 1884 se aprobó la construcción e instalación de lazaretos, el lugar elegido era la isla Martin García, parece
que por fin lo van a hacer, esto se hizo principalmente porque la epidemia del cólera seguía aun en auge.
Entre 1886 y 1915, a la función militar y penal se sumó la de lazareto. En los primeros años de la década del
80´ contaba con galpones de madera y se anunciaba la llegada desde Alemania de seis aparatos de
desinfección, un generador de vapor, dos cámaras centrifugas y dos de desecación. También se construyó un
horno de cremación para los enfermos que sucumbían por enfermedades infecciosas. Si bien el motor que
dinamizó su aparición fue la presencia del cólera en nuestras costas, el mismo fue utilizado para todas las
infectocontagiosas. El lazareto albergaba: coléricos, variolosos, sarampionosos, y escarlatinosos y se contaba
con pabellones para cada una de las enfermedades.
La década del 90´: en octubre de 1891, el congreso nacional, estableció reformas a la estructura original del
DNH. A partir de entonces tuvo a su cargo el estudio de las cuestiones relativas a la higiene y salud pública,
así como las investigaciones científicas o administrativas, la inspección sanitaria de los puertos, la dirección y
la administración de los lazaretos, profilaxis interna y vacunación.
Como parte de la “defensa marítima” se elaboró un reglamento de “inspectores de sanidad” que fue aprobado
en 1893. Era un cuerpo médico dependiente del DNH y eran los encargados de la higiene y la profilaxis de la
rada, de la inspección, vigilancia, desinfección y asistencia de enfermos en los buques en cuarentena o en
lazaretos flotantes y también de la asistencia y vigilancia de los grupos de cuarentenarios con destino a Martin
García.
Los lazaretos fijos que eran los que estaban en tierra estaban destinados a personas que durante el viaje
habían estado en contacto o simplemente compartido con un infectado o provenían de puertos infectados
como Brasil. Por otro lado los lazaretos flotantes que eran barcos hospitales donde se recibían los atacados
de enfermedad pestilencial exótica procedentes de los navíos infectados.
En 1895 el reglamento fue modificado suprimiéndose las cuarentenas por considerarlas antieconómicas. A
partir de entonces los buques que procedían de puertos europeos, sucios o sospechosos, con más de 100
pasajeros de proa, desembarcaban en la isla Martin García para la desinfección de sus ropas y equipajes.
Esta decisión hablaba de un triunfo de los controles y de los medios proporcionados por la ciencia, dejando de
lado al simple aislamiento para ser reemplazados por la desinfección mediante una renovada tecnología
médica.
El lazareto de Martin García hasta la supresión de las cuarentenas había logrado un grado de complejidad
llamativo y a la vez estaba a la vista su importancia dado que para esta época, tanto el cólera como la fiebre
amarilla, factores por los que se había creado, habían sido prácticamente erradicados de nuestro suelo.
Hospital flotante Rodolfo Del Viso: tenía como función principal recibir inmigrantes y tripulantes que durante la
travesía marítima hubieran desarrollado síntomas o padecido de alguna enfermedad, en especial cólera o
fiebre amarilla. El objeto que tenía el barco hospital era por un lado que los enfermeros no tocaran tierra firme
y por otro la atención y observación sistemática de los atacados.
Todas estas medidas sirvieron para reducir el impacto de las enfermedades exóticas y disminuir de forma
importante la mortalidad que venían teniendo. En el lazareto Martin García, primó la idea higienista, basada
en el control de la enfermedad, la función con que fue creado de alguna manera lo condicionó, puesto que allí
iban pasajeros sanos a cumplir solo una cuarentena de observación, y si bien la visión clínica estuvo presente
mediante el cuidado de los enfermos, las autopsias, etc; primó la visión higienista. En cambio en el lazareto
flotante dominó la visión clínica basada en la descripción de los síntomas, interpretación de los procesos
fisiológicos e identificación de las lesiones orgánicas adyacentes a ello.

Texto 2: “Economía, política y salud publica en el México porfiriano (1876-1910)”, por


Ana María Carrillo
El nacimiento de la salud pública moderna en México ocurrió durante las últimas décadas del siglo XIX y
primeras del siglo XX. Esto se relaciona directamente con el paso del sanitarismo a la salud pública durante el
gobierno de Porfirio Díaz conocido como porfiriato.
Este paso se hizo gracias a la conjugación de varios elementos científicos, políticos y económicos. En primer
lugar la recepción que los médicos mexicanos hicieron de los descubrimientos de la microbiología, la
inmunología y la epidemiologia. En segundo término el proceso de concentración creciente del poder del
estado en asuntos sanitarios y finalmente la necesidad de imperialismo europeo y estadounidense y de la elite
porfiriana de proteger sus intereses comerciales.
Hacia 1882 el consejo superior de salubridad elaboró un dictamen sobre la higiene pública en el país. En ese
dictamen aseguraba que varios de los estados de la republica carecían de juntas de sanidad y donde las
había, estas no funcionaban de manera regular, además de que no había solidaridad entre las diferentes
regiones del país en materia de higiene pública.
En el dictamen, el organismo sanitario propuso la constitución de un consejo nacional de salubridad pública
con facultades ejecutivas, el cual debería concentrar las estadísticas de morbilidad y mortalidad y fungir como
un cuerpo consultivo general en materia de salubridad, encargarse de todo lo relativo a la policía sanitaria
marítima, convocar congresos nacionales de higiene y formar, con la participación de todos los estados, la
legislación sanitaria de la república.
Este dictamen fue fundamental porque delineo la forma en que el estado se organizaría más tarde, estructural
e ideológicamente para enfrentar los problemas colectivos de salud. Además señalo la intención de la práctica
médica de desplazarse del espacio político para articularse con el proceso de producción económica,
impulsaba un mayor desarrollo del sistema sanitario que iría de la mano del crecimiento poblacional y la
aptitud para el trabajo.
Durante la dictadura porfirista se amplió el sistema de vías de tren, de esta manera se vinculó el centro con
los puertos exportadores y con EEUU. Este desarrollo de comunicaciones, unido al crecimiento de ciudades
estratégicas en la prestación de servicios para áreas mineras o agrícolas, permitió la integración de los
mercados locales al de México y de este al mercado mundial. Justamente en estas regiones se impusieron
medidas de saneamiento con el objetivo de evitar las epidemias para seguir trabajando y exportando.
En 1891, fue promulgado el primer código sanitario, el cual daba poder al estado de penetrar en todos los
espacios con la finalidad del vigilar la higiene privada y pública, así como para actuar en puertos y fronteras.
Una de las primeras tareas del estado porfiriano fue hacer un diagnóstico de salud de cada región de México
para estructurar una política sanitaria común para todo el país.
Durante el porfiriato la población mexicana sufrió epidemias graves de viruela, sarampión, tos ferina,
escarlatina, cólera, peste, fiebre amarilla, influenza, tuberculosis, diarrea, neumonía y bronquitis. Todos estos
males se vieron agravados por el alcoholismo y el hambre. A finales de 1880 el estado envió a todas las
municipalidades un cuestionario en el que, entre otras cosas, les pedía información sobre las enfermedades
que padecían y la mortalidad que estas causaban. Con los datos obtenidos Domingo Orvañanos, médico del
consejo de salubridad, escribió un ensayo de geografía médica y climatológica. En su obra hizo propuestas
tras las cuales estaba la idea de la responsabilidad individual y social ante la enfermedad. También aconsejo
medidas de higiene públicas, tales como desinfectar las habitaciones en donde hubiera enfermos de fiebre
amarilla, viruela o tifo, abastecer a las poblaciones de agua potable, entre otras.
Las epidemias de viruela significaban perdidas económicas y en vidas humanas, la de 1889 afectó a todo el
país, se prolongó durante más de un año y causo cerca de 40 mil muertes. En la campaña antivariolosa, el
estado recurrió al convencimiento: impartió la vacuna gratuitamente a quienes no tenían medios para pagarla,
gratificó a las madres de niños vacunados, creo la vacuna ambulante y aprovecho los días de mercado y de
pago para conseguir que el mayor número de personas se vacunara. Otros medios fueron la propaganda
activa en la prensa, así como la utilización de escuelas y parroquias como centros de vacunación para vencer
la resistencia de las madres a vacunar a sus hijos en las estaciones de policía. Pero cuando el
convencimiento no dio resultado, la burocracia sanitaria intentó forzar a los padres a vacunar o revacunar a
sus hijos. Luego se hizo obligatoria la vacuna de la viruela, no solo para los padres, sino también para los
maestros de talleres, los dueños de fábricas, etc.
Los niños para ingresar a las escuelas requerían estar vacunados. En épocas de epidemias, los agentes
sanitarios buscaban en los lugares públicos incluso en las casas a quienes no tenían huellas de haber sido
vacunados y los vacunaban aun en contra de su voluntad, contaban para ello con el auxilio de la policía.
En 1902 atacó la peste a diversas zonas del país. En las zonas atacadas las autoridades sanitarias vacunaron
por voluntad o por fuerza, levantaron estaciones de observación con el fin de que quienes salieran de ellas no
fueran vehículos de contagio y expidieron certificados a quienes estaban sanos y deseaban emigrar de la
ciudad. Organizaron brigadas que buscaban casa por casa a los enfermos escondidos, aislaron de manera
rigurosa a los enfermos, en sus casas a los de la oligarquía o en lazaretos construidos para ese fin a los
demás habitantes. Incineraron casas, exterminaron a insectos y roedores y aplicaron las máximas penas
posibles a los médicos que no declararan la existencia de un enfermo. Finalmente establecieron un cordón
sanitario alrededor de las zonas afectadas.
El enterramiento de cadáveres de epidemiados se hizo en lugares especiales, se prohibieron los velorios y se
promovió la incineración de los cadáveres.
Después de 6 meses la epidemia fue vencida. Aunque solo hubo una epidemia de peste en el porfiriato, la
lucha que el consejo de salubridad y las autoridades políticas y sanitarias dieron para combatirla serviría de
ejemplo para las campañas sanitarias posteriores, las primeras de ellas, las primeras de ellas, las
emprendidas contra la fiebre amarilla y el paludismo.
Durante el porfiriato, la construcción de los ferrocarriles favoreció la llegada de la fiebre amarilla a lugares
donde antes eran inaccesibles. Las principales zonas endémicas eran Veracruz, Frontera y Progreso. En
1903 comenzó la campaña contra la fiebre amarilla en los puertos o ciudades con mayor importancia
económica. Dicha campaña incluía la eliminación del agente de transmisión de la enfermedad, el aedes
aegypti y en separar a los enfermos de los sanos. Los mosquitos pasaron a ser el enemigo número uno. En
Veracruz se hizo la provisión de agua potable, la pavimentación de toda la ciudad, la canalización de los
terrenos y el llenado de los pozos del suelo donde se formaban depósitos de agua.
La oposición de la población y de los comerciantes no tuvo que ver con las teorías, sino con la manera en que
las medidas sanitarias coartaban su libertad o limitaban sus derechos. Algunos comerciantes se resistían a la
desinfección de los barcos que podía afectar sus mercancías. Muchos documentos y noticias del periodo dan
cuenta de las artimañas con que los pobladores trataban de evadir las medidas de aislamiento y de
intromisión en sus hogares a las que denunciaban como allanamiento.
Sin embargo con rigor creciente, dichas medidas se impusieron y lo cierto es que Veracruz en los diez años
anteriores al inicio de la campaña, hubo 1952 muertes por fiebre amarilla y en los diez años posteriores solo
218. Cuando la campaña empezó a mostrar sus efectos, los propios comerciantes y algunos pobladores
solicitaron que no se interrumpiese el servicio sanitario.
A principios del siglo XX los médicos mexicanos proponían medidas generales para prevenir el paludismo,
como transformar al cultivo los terrenos pantanosos y medidas individuales como la higiene, el descanso y
una alimentación sana y abundante. También se usaron los lazaretos para llevar a los enfermos.
En 1910 el presidente del consejo de salubridad aseguraba que el paludismo era más importante que la fiebre
amarilla tanto desde el punto de vista de su extensión, morbilidad y mortalidad, como por el hecho de que
dejaba incapacitados para trabajar a quienes lo padecían largamente.
La tuberculosis era una enfermedad que preocupaba de manera particular al Estado, pues inutilizaba para
servir en el ejército, y a los comerciantes e industriales, así como a los trabajadores urbanos, ya que el mayor
número de fallecimientos por las diferentes afecciones tuberculosas ocurría entre los 30 y 50 años, es decir
en la etapa productiva de la vida. Desde 1899, el consejo dio a conocer al público y a los médicos el peligro
del contagio de la tuberculosis y los medios más adecuados para defenderse de esta enfermedad mortífera,
contagiosa e incurable.
En 1902 el consejo de salubridad solicitó que en las escuelas, cuarteles, oficinas y lugares de reunión se
pusieran escupideras y se obligara a la población a no escupir sino en ellas. Pidió también a los médicos su
cooperación como consejeros de la higiene privada de las familias. Puso a disposición de los médicos un
departamento especial donde se hacia el análisis de los esputos de los casos sospechosos para buscar el
bacilo de Koch. Pero la campaña formal contra la TB comenzó en 1907. De los propósitos de exterminar el
germen y de evitar la ocasión de que este penetrara al organismo humano, surgieron medidas como la
prohibición de escupir en las paredes, en las cortinas, en los muebles y en el suelo; la separación de los
enfermos de Tb de las fábricas, talleres o escuelas y su aislamiento en hospitales; finalmente la separación
del ganado tuberculoso de los establos y de los mataderos a fin de evitar que la carne o leche ya infectadas
afecten al organismo predispuesto.
Control sexual para el control social: la lucha contra la sífilis: de acuerdo con diversos reportes de
dermatólogos durante el porfiriato la sífilis estaba muy extendida entre personas de todas las edades y clases
sociales y en ambos sexos, aunque era más prevalente en hombres.
La campaña formal contra la enfermedad comenzó en 1908. Los médicos creían que la educación contra las
enfermedades venéreas era una necesidad del estado que podría salvar millares de vidas. Proponían curar a
los enfermos, crear consultorios médicos gratuitos, formar especialistas en enfermedades venéreas, exigir
certificado médico prenupcial, tomar medidas de protección contra los enfermos, dictar medidas preventivas
en el ejército y seguir reglamentando la prostitución.
Al tiempo que realizaba campañas sanitarias de alcance nacional, México participo de maneta activa en la
internalización de las políticas de salud publica en América, tanto en los congresos médicos panamericanos,
como en las reuniones de la Asociación Americana de Salubridad Pública, en los congresos médicos
latinoamericanos y, sobre todo, en las convenciones sanitarias internacionales.

UNIDAD 5
Texto 1: “Socialismo, Higiene y profilaxis social, 1900-1930” por Dora Barrancos

Es bien sabido que la transformación sustantiva procurada por el socialismo reposaba en el mejoramiento de
las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Los objetivos fundamentales de sus demandas estaban
dirigidos a obtener la promoción educativo− cultural y la elevación material del proletariado.
La Sociedad Luz se constituyó en uno de los focos irradiadores de mayor especialización en saberes
relacionados con la profilaxis, higiene y salubridad, con el objetivo de instruir a las personas sobre las
circunstancias que hacían posible las enfermedades infecciosas con absoluto destaque de las transmitidas
sexualmente, al par que esclarecer sobre la adquisición de dolencias debidas a las propias circunstancias del
trabajo y de disuadir a los obreros del consumo de alcohol. Los conocimientos que impartía en su mayoría
estuvieron orientados hacia finalidades prácticas.
Salud obrera e higiene industrial: los trabajadores estaban gravemente expuestos a enfermedades producidas
por el mismo proceso de trabajo, padecimiento que reducían su expectativa de vida o creaban incapacidades,
aumentando la miseria de sus familias ya afectadas por las bajas remuneraciones. Los que mayor riesgo
corrían eran aquellos que inhalaban polvos, toxinas y gases condenados a enfermedades pulmonares, como
panaderos, molineros, mineros, herreros y soldadores. Para los higienistas industriales era preocupación
central la mortalidad que arrojaba la tuberculosis, el enfisema pulmonar, las neumonías entre otras, debido a
la aspiración de harina, silicio, asbesto, etc.
Además, amenazaban la temperatura, la humedad, los vapores, la carga física, los horarios inadecuados y la
atenuación debida a las largas jornadas de trabajo. Si bien los reclamos por las jornadas nocturnas y los
peligros de algunas industrias estaban presentes, el sentimiento de los trabajadores se relacionaban con una
fatalidad inexorable, tener o perder la salud era una cuestión de azar, y la capacidad de la salud se media por
la capacidad del rendimiento. Se buscaba principalmente preservar la salud del trabajo femenino y el infantil,
no así la salud del trabajador masculino.
Las soluciones solo podían provenir de la reglamentación higiénica de las fábricas y talleres (aire, luz,
ventilación, evitar la acción de sustancias toxicas, prevenir los accidentes), la limitación de la jornada de
trabajo, la prohibición de los trabajos insalubres y peligrosos a los menores de 18 años y a las mujeres, el
descanso obligatorio de un día por seis de trabajo, la prohibición del trabajo de la mujer de 12 semanas antes
y 6 después del parto y el seguro obligatorio. Para ello debe sumarse al mejoramiento de la condición social
de la clase trabajadora, mediante la elevación del salario mínimo y medidas tendientes a elevar la situación
moral, intelectual y física del obrero, preparándolo para una vida cada vez más humana.
Mariano Giménez, referente de la sociedad luz, comentaba en una conferencia sobre los panaderos, el riesgo
al que estaban expuestos estos empleados, sometidos a largas jornadas nocturnas, inhalando harinas y
enfermando cada vez mas de tuberculosis. Giménez recordaba a los panaderos franceses: “quieren el pan a
las diez de la mañana, hecho por manos sanas, o quieren el pan a las cinco de la mañana, hecho por manos
enfermas”. Además Giménez señalaba que otro gran problema para la salud del gremio eran las altas
temperaturas. Esto podría solucionarse con la prohibición de las jornadas nocturnas, con el mejoramiento de
los espacios de trabajo (lugares más amplios, con menos gente, con más ventilación, con acceso a hidratarse
constantemente, etc) y con la incorporación de una amasadora mecánica, la cual mejoraría los problemas
musculares y articulares de los panaderos.
Otro grupo de trabajadores de los que se ocuparon los socialistas y la Sociedad Luz, sobre todo a través de
Giménez, fue el de los pintores, por su alta exposición al riesgo del saturnismo. Giménez solicitaba una
legislación que prohibiese el empleo de sales de plomo, impidiera su importación y facilitara con tarifas
aduaneras las sustancias reemplazantes con químicos peligrosos. A todo esto debía sumarse la acción
directa y consciente de los obreros pintores, exigiendo de sus patrones medidas de higiene y seguridad en los
talleres y la supresión de este veneno en el trabajo, porque de ello depende su porvenir. La lucha duró años
pero finalmente, una definitiva ordenanza prohibió la “fabricación”, venta y expendio de pinturas a base de
plomo a partir de 1927.
Obsesiones sexuales: Los socialistas veían con mucha preocupación a las enfermedades de transmisión
sexual. La sociedad luz incorporó la guerra a las dolencias venéreas con tanto ahínco que podría ponerse en
tela de juicio si los sectores médicos próximos a la iglesia la igualaron en la agitación para impedir que se
difundieran. El ciclo más aguerrido en materia de divulgación sobre los peligros de la sífilis, la blenorragia y
otras infecciones por vía sexual transcurrió durante los años 1920. Esto se encuentra estrechamente
relacionado con las posiciones eugenistas.
De esta manera, las obsesiones con los peligros de la sexualidad dirigidas a los sujetos individuales
expuestos a terribles enfermedades como parálisis, locura y muerte; estaban extremadamente más presentes
frente al problema de la herencia, a la contaminación inexorable que sufrirían los descendientes degradando a
la especie.
Giménez, desde la sociedad luz, hacia una campaña de prevención positiva, llamando a la reflexión sobre la
sexualidad, dentro de una perspectiva de reforma médico−social más involucrante. En esto resalta su
principal diferencia con los eugenista, que relegaban el problema a los responsables inmediatos de la
patología, esto es, a las propias víctimas y reclamaban su esterilización. Realizaban conferencias
acompañadas con diapositivas y láminas, a veces filmes y obviamente con folletos. El tipo quería que la
sociedad se empoderara intelectualmente y pudiera comprender los males de la sociedad.
Giménez fue uno de los más empecinados denunciantes del régimen de prostíbulos como el gran irradiador
de enfermedades y campeón del abolicismo local por razones tanto sanitarias como éticas.
Las preocupaciones de Giménez por las venéreas lo llevaron a legislar en la materia, y la sociedad luz se hizo
cargo de divulgar su actuación. En 1927 propuso en el concejo deliberante porteño el “examen médico
voluntario previo al matrimonio”, para impedir
los enlaces entre personas portadoras, medida que finalmente se impuso.
En 1933, con apoyo de la bancada socialista y de otros miembros, propuso en la cámara de diputados de la
nación una ley de profilaxis de las enfermedades venéreas que, además de crear una sección dentro del DNH
exclusivamente dedicada al control de aquellas, preveía cambios en la educación. En efecto, además de
indicar que la facultad de medicina debería establecer cursos intensivos de venereología para los médicos, se
solicitaba la incorporación obligatoria de la educación sexual en todos los niveles de enseñanza, lo mismo
ocurría para el sector naval y militar.
La lucha antialcohólica llevada a cabo por la sociedad luz, se empina sobre las otras. Tanto socialistas como
anarquistas veían al consumo de alcohol como uno de los peores enemigos para que los trabajadores
adquiriesen conciencia de sus derechos y se alistasen en las organizaciones dispuestas a reivindicarlos.
Contaban en sí mismas la degradación moral, la inflexión de las aptitudes para el trabajo, la destrucción de
las familias y la amenaza para la especie.
El abaratamiento del aguardiente era un verdadero problema, a los que se sumaba su baja calidad, pues
facilitaba la iniciación con solo algunas copitas diarias, para terminar en el etilismo; así al trabajo malsano de
la fábrica se asocia la pasión por la taberna.
Entre 1925 y 1926, se inició una campaña sostenida para oponerse al etilismo, campaña que contó con la
donación del propio Giménez para costear folletos, afiches, carteles ilustrados. Los folletos, numerados del 1
al 40, bajo la serie “¡Guerra al alcohol!” constituyen una muestra de parábolas, admoniciones, poemas,
sátiras, dramas, noticias de periódicos, que recogen autores de todo el mundo.
Como es de esperarse, Giménez también llevo al plano legal la represión al alcoholismo. El proyecto
presentado en 1932 ante la cámara de diputados requería la prohibición de la “introducción, elaboración y
venta” de bebidas obtenidas mediante “fermentados de granos a los que se agrega alcohol”, los que
contenían extractos aromatizantes o amargos, vinos tónicos, elixires, licores, aperitivos y los titulados
“digestivos”. De la censura solo se librarían los vinos fabricados con uvas frescas, las cervezas con malta, las
sidras de manzana y pera fresca, entre otras. Además proponía que los despachos de bebidas funcionaran en
una proporción de 1 cada 5 mil habitantes, debidamente licenciados, impidiendo en ellos el trabajo de mujeres
y niños.
Se declaraba obligatoria la campaña contra el alcoholismo, debiendo el estado asumirla a través de
materiales de enseñanza, libros, folletos, diapositivas, películas, creándose en las escuelas grupos de
templanza.
Texto 2: “Historia de una epidemia olvidada. La pandemia de gripe española en la
Argentina, 1918-1919”, por Adrián Carbonetti
La Argentina a principios del siglo XX, se encontraba en pleno proceso productivo y las políticas de apertura
de mercados, dentro de las cuales el país desempeñaba el papel de productor de materias primas impuesto
por la elite dominante, habían dado resultado. La inmigración ultramarina alentada por este grupo se había
desparramado por todo el territorio argentino, poniendo en producción gran parte de la tierra hasta ese
momento improductiva y la población crecía a niveles nunca antes vistos.
Pero a su vez, esa inmigración deseada genero también consecuencias negativas: un movimiento obrero que
no era fácil de disciplinar, delincuencia, desorden y problemas sanitarios y habitacionales en las grandes
ciudades. Los aun larvados sectores medios de la sociedad, formados en gran parte por hijos de inmigrantes,
estaban suscitando dos fenómenos de gran importancia: la vuelta de la UCR al gobierno nacional y la reforma
universitaria. Por lo tanto la pandemia de gripe en el otro lado del mundo no parecía importar a nuestro país,
además de las enfermedades con las que luchaba el propio territorio. Sin embargo la pandemia vino con esos
inmigrantes que huían de la guerra y miseria.
En octubre de 1918 inicia la epidemia en Bs As de la mano del puerto. Las autoridades sanitarias llamaron
“gripe” a la gripe española para diferenciarla de la gripe estacional.
El impacto sobre la población tuvo dos etapas, la primera a fines de ese mismo año afectando principalmente
provincias del centro y litoral del país, teniendo un desarrollo relativamente benigno; y en segundo lugar se
produjo en el invierno de 1919 afectando todo el territorio nacional, impactando más fuertemente en términos
de mortalidad en las regiones del norte, las provincias más pobres y atrasadas. La epidemia de gripe
española dejó un saldo en las provincias de 14.997 muertes.
Según el autor hay tres posibles explicación de porqué la gripe de 1919 fue mayor que la de 1918 y porque
afecto mayormente a las provincias del norte:
Factores ecológicos: la gripe española ingreso en Argentina en octubre de 1918 y permaneció hasta
noviembre del mismo año, momento en que el virus de la gripe no tenían las condiciones climáticas para
reproducirse, más si se considera que la epidemia comenzó en Bs As, que se encuentra alejado de las
provincias norteñas.
Factores sanitarios: los sistemas sanitarios de las provincias del norte no estaban preparados para combatir la
enfermedad, mientras que las del centro especialmente la capital federal, contaban con mejores condiciones
sanitarias
Factores socioeconómicos: la mortalidad por gripe tendió a crecer mucho más en territorios donde las
poblaciones tenían condiciones socioeconómicas críticas.
Para 1918, el principal medio de comunicación en la Argentina era el tren. El país contaba con un sistema
ferroviario que había integrado gran parte del territorio. Es posible que este medio haya sido uno de los
factores fundamentales en la propagación de la gripe.
El primer impacto, en octubre de 1918 fue exclusivamente en Bs As y desde ahí la enfermedad se extendió
hacia gran parte del país. Las provincias afectadas fueron, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba y Mendoza. No
penetró en territorios como la Rioja, Catamarca, Salta y Jujuy; esto puede explicarse por un factor
eco−ambiental. Es posible que las altas temperaturas no permitieran el desarrollo de la enfermedad en un
territorio que no estaba densamente poblado, lo cual logró cortar la cadena epidemiológica.
El panorama epidemiológico de la gripe cambió en el invierno de 1919. En ese año hubo un rebrote que
produjo, esta vez una cantidad de muertes significativa en un periodo muy corto. En este caso también fueron
determinantes los factores eco−ambientales, pues la gripe se desarrolló en invierno, un ambiente propicio
potenciado por las condiciones de vida paupérrimas y las del sistema sanitario, con lo cual la población quedo
a merced del virus. La mayor mortalidad según el DNH se dio en las provincias del norte argentino y en menor
medida en las del centro.
En septiembre de 1919 la epidemia había disminuido en todas las provincias, salvo en Santiago del Estero. A
partir de ese momento, prácticamente desapareció de la Argentina.
Otro dato que permitiría explicar la mayor mortalidad en las provincias del norte es la tasa de analfabetismo,
dado que las provincias con elevados valores de dicha tasa, presentaban también una alta tasa de mortalidad
por gripe, y están eran justamente las provincias del norte.
El sistema de salud era muy diferente en la Argentina de ese momento. En 1915 el sistema hospitalario se
había renovado casi por completo en Bs As, no obstante, hacia el interior del país, donde impacto con más
fuerza la gripe, la población estaba desprotegida en lo referente al sistema asistencial, que era
completamente descentralizado, heterogéneo y fragmentado.
Historia de una epidemia olvidada: en octubre de 1918 el diario “La nación” publicaba noticias sobre la gripe
que había ingresado a la Argentina diciendo: “La grippe no debe alarmar, su presentación es benigna”. Se
trataba de una columna tranquilizadora acerca del impacto que podría llegar a tener en el país. Se aconsejaba
no temer a la enfermedad y confiar en las condiciones sanitarias y alimentarias de Buenos Aires. Después, el
mismo diario publicaba información sobre el aumento de venta de productos que supuestamente ayudaban a
combatir la enfermedad. Este fenómeno, usual cuando se declara una epidemia, es parte de lo que se ha
denominado “oferta oportunista”, basada en el ofrecimiento y el consumo de productos que en tiempos
normales no son de uso común.
Hacia fines del mes de octubre, el clima de calma que, según el diario, había predominado hasta el momento
comenzó a descomponerse. Se realizó la limpieza del riachuelo, se examinaban los inmigrantes europeos, y
se los llevaba a las Martin García, se inspeccionaron los talleres con el fin de que los obreros trabajaran en
mejores condiciones de higiene, se aconsejaba evitar las reuniones en lugares cerrados, y se dispuso el riego
de calles, el cierre de escuelas en todo el país y la clausura de los lugares de diversión como cines, music
halls y circos.
El estado y la medicina se toparon con varias dificultades, entre ellas que las medidas fueran tomadas cuando
la epidemia ya había entrado y se había instalado en cada una de las provincias y ciudades. Lo cierto es que
la epidemia de gripe dejaba al descubierto un escenario de impotencia de la medicina para poner límites a
una situación de escasez de recursos, tanto humanos como materiales, frente a una enfermedad que
rebasaba todo tipo de acción que se pudiera emprender.

Texto 3: “La experiencia de ser un 'niño débil y enfermo' lejos de su hogar: el caso del
Asilo Marítimo, Mar del Plata (1893-1920)” por Álvarez, Adriana.

La situación de la niñez en Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del XX: el caso de los sectores
populares
Buenos Aires, a fines del siglo XIX, atravesaba un acelerado proceso de transformación vinculado con la
presencia masiva de inmigrantes extranjeros que llegaban a sus puertos procedentes, principalmente, de las
costas europeas. Este cambio en el mapa poblacional trajo aparejado problemáticas generadas por una trama
urbana que resultaba insuficiente a las nuevas necesidades. Las viviendas colectivas, la falta de higiene y de
hospitales, sumada a la contaminación de las aguas bebibles y de los comestibles, generaron el terreno
propicio para la aparición de una serie de enfermedades. Algunas de ellas exóticas, como el cólera o la fiebre
amarilla; y otras propias, como la viruela, el sarampión o las diarreas.
En coincidencia con esa dinámica urbana y sanitaria, se producen otros fenómenos tal vez menos
perceptibles que estos, que tienen que ver con la niñez y sus concepciones, los que terminarían influyendo en
la diagramación de posteriores políticas públicas dando origen a lo que hoy conocemos como sanidad infantil,
o a renovadas trazas urbanísticas con espacios pensados para el desarrollo saludable de los más pequeños.
Ello fue el resultado de que por entonces los niños de la ciudad de Buenos Aires adquirieron una fuerte
definición al diferenciarse del mundo de los adultos y al dotar de atributos propios a la infancia. Diferenciación
que implica la constitución de identidades distintas de acuerdo al grupo social que se trate. Para ello, Ciafardo
(1992) indaga sobre las características distintivas de sus juegos como en las diversas formas de ocupación de
los espacios públicos y privados. En ese contexto, es válido pensar que en función de esas distinciones
también se generaron diversas maneras de experimentar la tuberculosis según se tratara de niños pobres, de
los sectores medios o de los de la elite. En gran medida porque el concepto de niño enfermo también guardó
en su interior diferenciaciones según el rango social del que se tratase, hecho que se materializó en distintas
búsquedas de soluciones.
Parte de las soluciones implementadas para el tratamiento del niño pobre y tuberculoso, como las razones
que facilitaron la expansión de ese mal, deben ser entendidas a la luz de las formas y de las condiciones de
vida que la infancia popular tenía, así como también de las ideas médicas en boga tanto en Europa como en
América. Para entonces, el trabajo infantil se encontraba en expansión y competía con la tan difundida
escolaridad. Juan Suriano (1990) afirma que trabajo y escolaridad eran casi incompatibles debido al tiempo
que insumía cualquier empleo, pocas veces inferior a ocho horas diarias de labor. Esta situación generó que
la escuela, como espacio de difusión de preceptos higiénicos y de normas, viera limitado su accionar al
quedar un universo de niños - en este caso los trabajadores - fuera de su alcance. Por otro lado, las
circunstancias en que se efectuaba el trabajo infantil en particular no eran las mejores. Gabriela Coni, en
1901, elevó a la municipalidad un informe donde describía las precarias condiciones laborales de centenares
de mujeres y niños/as. Algunas resultaban nocivas para su salud y eran provocadoras de enfermedades como
la tuberculosis. La fatiga, producto de la exigencia del trabajo a destajo como modalidad más difundida, la
falta de higiene y ventilación en los locales se combinaban y, de acuerdo al tipo de producto, podían resultar
más o menos nocivas. En el caso de las fábricas de bolsas de arpilleras, la pelusa resultaba dañina para las
vías respiratorias: "una niña de diez años me aseguraba ser ella muy fuerte, pues aún no se había enfermado,
cuando los más grandes solían volverse tísicos ...". La situación descripta se veía agravada porque gran parte
de estos niños vivía precariamente en conventillos o casas similares donde prevalecía el hacinamiento y la
miseria. También es probable que se alimentaran mal y que la vida familiar en la estrecha pieza no fuera algo
precisamente envidiable.
Largas y pesadas jornadas de trabajo, mala alimentación y precarias viviendas, sumadas a las condiciones
poco salubres de las barriadas populares a las que seguramente muchos de ellos pertenecían, explican de
alguna manera la expansión de ciertas enfermedades entre estos sectores que resultaron más vulnerables
que otros. Porque los niños de clase media y alta también enfermaban de tuberculosis, pero eran los pobres
los que estaban más propensos a contraerla y por ende menos preparados para combatirla.
Para 1904, los menores de 16 años que trabajan en la Capital Federal sumaban 191 de los cuales 4.820 eran
varones y 2.371 eran mujeres. A estos hay que sumarle una amplia franja de niños que no asistían a los
establecimientos escolares ni trabajaban que en la literatura histórica los conocemos como el menor
abandonado o el mendigo. Esa infancia, la abandonada o callejera, no padecía los gajes del agotador trabajo,
pero soportaba de una manera no menos cruel la miseria. Sin viviendas ni una alimentación adecuada, la
calle fue un escenario propicio para el desarrollo de enfermedades o la expansión del contagio.
Los observadores de la época generaron una batería de leyes destinadas a encauzar el desorden que
producía la acelerada urbanización con los males no deseados de la modernidad. Uno de esos males era la
niñez enferma moral o físicamente que, en gran parte, estaba compuesta por chicos pobres. Debido a esto,
se ideó una combinación de mecanismos destinados a reorientar el comportamiento de los pequeños que
pululaban por las calles de Buenos Aires, por un lado para extraer rápidamente del espacio público o familiar
a los que se enfermaban y por otro, para controlar la diseminación de la infección.
Por ello, con la llamada Ley de Patronato de Menores (1919) se legitima una práctica muy difundida por
entonces para atacar los 'peligros detallados' como es la del encierro del 'niño-menor'. Para el caso de la
infancia en general, el pensamiento higienista proporcionó una serie de medidas basadas en el cuidado de los
recién nacidos (salas cunas, inspección de nodrizas, control de la lactancia materna y mercenaria, hospitales
y vacunas) tendientes a evitar la mortalidad pos neonatal.
Sin embargo, y a pesar de que para el período estudiado se ponen en marcha una serie de dispositivos
institucionales destinados al cuidado de la primera infancia, las muertes de niños menores de cinco años
seguían siendo altas. Para 1900, constituían el 44% de las defunciones generales, de las cuales las diarreas y
enteritis fueron crecientes hasta 1914, momento en el que comienza una notoria pendiente negativa.
En ese descenso jugaron un papel muy importante las obras de infraestructura, la aparición de hospitales y la
vacunación como el caso de la viruela - tema en el cual no me detendré porque ha sido abordado en otras
publicaciones. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con la tuberculosis, lo que revelaría - la poca eficacia de las
intervenciones médico clínicas o incluso las de salud pública que convivieron con medidas que a pesar de
beneficiosas, como la vacuna BCG, el retiro de bebés de madres enfermas, etc., no alcanzaron a modificar
los guarismo expresados en el cuadro precedente, por lo menos hasta los años 1930.
El impacto de esta enfermedad en las estadísticas de mortalidad infantil, a lo largo del período en cuestión,
fue significativamente menor que el de las enfermedades gastrointestinales e inclusive que las infecciosas. A
pesar de ello, despertó la preocupación y atención de las autoridades, en principio, ocupándose de los
llamados niños débiles, propensos a enfermar y, luego, de los que ya padecían ese mal. Sus acciones se
orientaron hacia los niños de los sectores populares para los que destinaron diversas iniciativas, de acuerdo a
si fueran o no huérfanos.
En el caso que nos ocupa fue el primer Centro de Salud que tuvo la Sociedad de Beneficencia de la Capital
Federal, en las afueras de la ciudad (a 400Km de Buenos Aires) y guardó hasta avanzada la década del 1920
el doble carácter de estar destinado a niños débiles y a tuberculosos, pasando luego a convertirse en
sanatorio exclusivamente.

Los marcos institucionales generados para los niños enfermos pobres


La Sociedad de Beneficencia de Capital Federal fue una organización benéfica que reunió a las mujeres de la
oligarquía argentina desde principios del siglo XIX. Sus primeras acciones estuvieron guiadas por dos fines
primordiales: la dirección y administración de escuelas de niñas y la dirección e inspección de la Casa de
Expósitos, el Hospital de Mujeres y todo otro establecimiento público que se creara para asistir a mujeres y
niños, como fueron el Asilo Marítimo y el Solarium.
Dichas instituciones deben ser comprendidas en un marco caracterizado por la incidencia que las
enfermedades infectocontagiosas tuvieron hasta las primeras décadas del siglo XX, circunstancia que generó
la preocupación de médicos y gobernantes de la ciudad de Buenos Aires por fundar nuevos establecimientos
hospitalarios tanto en Capital Federal como en otros lugares de la República. Con ello, se pretendía lograr
simultáneamente una mejor atención y evitar las grandes aglomeraciones de enfermos en los pocos
hospitales de la capital. En este sentido, se pueden mencionar propuestas similares a partir de la experiencia
de Peter Dettweiler quién inauguró, en 1876, un famoso Sanatorio en Falkenstein (Alemania). El
establecimiento otorgaba importancia a las curas al aire libre en amplias terrazas abiertas, bien soleadas y
protegidas del viento y de la nieve, donde los enfermos permanecían recostados la mayor parte de la jornada.
Esta experiencia de los sanatorios se aplicó principalmente en Alemania y Suiza, creándose instituciones
basadas en hotelería de lujo. Posteriormente se pensó en crear los denominados sanatorios de pobres.
Los fundamentos para el funcionamiento de ambos tipos de sanatorios eran similares: reposo, cura de aire y
alimentación abundante y variada. Debían cumplir con una serie de requisitos arquitectónicos básicos, como
la elección idónea del emplazamiento en medio del campo, rodeado de un paisaje armonioso, bien soleado y
protegido de los vientos fríos. La construcción de los espacios comunes (galerías, salas, sistemas de
evacuación de aguas residuales) debía realizarse de acuerdo a normas internacionales y debía contar con
fácil acceso en calles y caminos. Complemento indispensable de las curas al aire libre era la helioterapia, es
decir, el tratamiento mediante la exposición directa del cuerpo a la luz del sol. Asociando la helioterapia con la
talasoterapia (tratamiento por el clima y baños de mar) se consideraba que los resultados eran mejores y este
fue el fundamento para la creación de los Sanatorios Marítimos.
En este contexto, el doctor Emilio Coni, en el año 1892, proponía la creación de un Hospicio y Asilo Marítimo
en Mar del Plata para establecer una institución que atendiese a los niños débiles atacados de linfatismo y
escrofulosis, entre otras enfermedades. Además, consideraba que al buen clima del lugar se sumaría la
posibilidad de realizar baños de mar como un tratamiento eficaz para los niños convalecientes. Si bien la
propuesta fue desalentada por el Patronato de la Infancia, no sucedió lo mismo con la Sociedad de
Beneficencia de la Capital que inmediatamente puso en marcha el proyecto.
Al igual que en la experiencia europea, se restauró un viejo hotel ubicado en las afueras del entonces poblado
de Mar del Plata y en el año 1893 se creaba el Hospital y Asilo Marítimo. La atención de los niños iba a estar
a cargo de la Congregación de las Hermanas Hijas de María del Huerto. La idea que subyacía a este
emprendimiento era la de "establecer un albergue a orillas del mar con el doble fin de arrancar a la miseria y a
la muerte a un sinnúmero de niños, ora fortaleciendo sus débiles organismos, ora corrigiendo defectos físicos
ha sido y es la preocupación constante de la Sociedad de Beneficencia al fundar y sostener este Asilo que
hoy funciona prestando inapreciables servicios a los desheredados de la fortuna". En función de esto, y a
pesar que el pedido original había sido motorizado por la expansión de la tuberculosis infantil, en esta primera
etapa convivieron niños anémicos o convalecientes con los que estaban afectados por el bacilo tuberculoso.
Este doble carácter hizo que el aislamiento en ciertas oportunidades resultara efímero frente a la virulencia del
contagio potenciado por la "estrechez de los locales y la poca extensión que ocupa todo el establecimiento".
La primera organización contaba con dos secciones principales: la colonia de niños débiles y la sección de
sanatorio propiamente dicha. La colonia estaba instalada en un pabellón, con su propio patio, donde se
alojaban niños expósitos débiles con la precaución de mantenerlos aislados de los enfermos. Límite que fue
reiteradamente violado, produciéndose una "mezcla entre niños ya tuberculizados y niños débiles". Desde su
inauguración, en 1893, los enfermos eran sometidos a tratamientos específicos, controlados por especialistas
marplatenses hasta que, en abril de 1900, se incorporó el doctor Héctor Jara, ex interno del hospital
Rivadavia. La incorporación de profesionales se acentuó en la década del 1910, con lo que la atención dejó
de brindarse sólo en verano para mantenerse durante todo el año.
De esta manera, en 1915, y a pesar de que en sus memorias el entonces director H. Jara consignara que la
institución en cuestión pasaba a ser transformada en Sanatorio Marítimo, trayendo con ello aparejado un
cambio en su carácter de asilo y destinándolo pura y exclusivamente a la asistencia de niños afectados por
tuberculosis quirúrgicas en sus más variadas localizaciones, esta iniciativa no fue avalada por las Damas de
la Sociedad de Beneficencia. La colonia siguió funcionando y lo que se logró fue que al Sanatorio se lo
orientara hacia el estudio de las afecciones articulares y ganglionares tuberculosas. La tensión entre los
médicos y las Damas de Beneficencia continuó hasta que en 1923 los profesionales insistieron en suprimir la
colonia, aunque sólo lograron su reducción. Este hecho hizo que el afluente de niños siguiera siendo, para el
período bajo estudios, tanto de huérfanos como de enfermos. Recién en 1928, el Consejo Directivo de las
Damas de Beneficencia encomienda a la señora Ana de Ortiz Basualdo estudiar la mejor forma de establecer
el aislamiento de los niños expósitos de los enfermos y frente a la respuesta de ésta acerca de que "El
aislamiento de los niños débiles en la Colonia de Vacaciones del Sanatorio Marítimo será imposible ..." ,
recién entonces es suprimida. Es decir, la colonia dejó de funcionar cuando lo dictaminaron las 'damas', no
cuando lo solicitaron los médicos. Esta cuestión señala varios problemas: las tensiones entre los médicos y
las damas de beneficencia, la ausencia de la voz del Estado y, por sobre todo, cómo la institucionalización de
la tuberculosis no evitaba necesariamente el contagio.

Ser niño y tuberculoso en la Argentina de principios del siglo XX


La niñez tuberculosa institucionalizada formó parte de la misma construcción socio-cultural que operó sobre la
infancia abandonada, no escolarizada o 'delincuente' que se consolidó desde fines del siglo XIX. Tanto el Asilo
como el Solarium, respondieron a ese universo de conceptos que estaban imbuidos por las preocupaciones
en torno a la constitución de una raza fuerte y sana, aunque tuvo sus especificidades y diferencias con
respecto a los orfanatos y al mercado laboral del menor.
Al igual que el proceso europeo, en líneas generales, podríamos afirmar que con el conocimiento adquirido a
través de los años y la mejor comprensión de la patología, se planteó desde principio de siglo la necesidad de
cortar el contagio, protegiendo a niños, jóvenes y personas no enfermas, recluyendo a los pacientes en
hospitales y sanatorios por largos períodos.
En el caso de las instituciones analizadas, la complejidad radica en que la mayoría de sus pacientes eran
niños huérfanos derivados de la Casa Expósitos, de los cuales no todos eran tuberculosos, a pesar de que la
función del aislamiento marítimo era especialmente orientada a ese mal. En este sentido, en 1893, el médico
y director de esa institución, Juan Bosch, reclamaba la creación de este tipo de establecimientos,
fundamentando "el número siempre creciente de niños escrofulosos" como también de un número más
pequeño de atacados, de conjuntivitis - entre otras enfermedades -, circunstancia que impedía que esos
pequeños fueran reubicados en nuevos hogares o en otros establecimientos, agregando que muchos de ellos
se curaban, "sin más tratamiento que el mejoramiento del medio en que se les coloca ...".
La cita precedente deja al descubierto que las motivaciones que llevaron a la creación del Asilo Marítimo no
sólo fueron impulsadas por el clima médico de época, sino también por las necesidades que manifestaron
otros establecimientos dependientes de la Sociedad de Beneficencia que albergaban un universo de niños
que además de abandono padecían de algunas enfermedades producto del contagio contraído en la misma
Casa Expósito.
Resulta claro que la constitución física de estos niños era deficiente, si bien con las fuentes disponibles casi
resulta imposible - por ahora - diferenciar cuan culpable eran las condiciones internas de la Casa Expósitos
del estado físico de los niños abandonados que llegaron a la institución con meses de vida de aquellos que lo
hicieron previo a pasar situaciones de extrema pobreza. A pesar de esa limitación, podemos sostener que el
contagio era una constante y que muchos de esos huérfanos contrajeron la tuberculosis en el marco de ese
espacio institucional y no en la 'peligrosa calle' de la cual provenían y en donde, seguramente, no hubieran
estado a salvo del mal. En tal sentido, en un primer momento, el Asilo Marítimo era visto como un
mejoramiento del medio, pero no sólo del urbano como tradicionalmente lo hemos interpretado sino del
institucional. Hecho que marca o pone en discusión las condiciones sanitarias en las que vivían estos
huérfanos institucionalizados que, a pesar de esa situación de 'protección', no estaban aislados de los males
adjudicados a la pobreza y al abandono 'moral' o higiénico.
En el caso de los pacientes derivados del Hospital de Niños, por lo menos en los primeros años, se visualizan
algunos matices en relación al trato que hacia el interior del Asilo Marítimo recibieron. Si bien, igualmente,
provenían de estratos sociales populares, no eran huérfanos. Esta puede ser una razón para que las
condiciones habitacionales destinadas a estos enfermos fueran mejores que la de los niños expósitos. De
hecho, por ejemplo, las condiciones higiénicas de la enfermería ocupada por los niños de la Casa Expósitos
es descripta como una pieza pequeña, oscura, mal aireada y hasta húmeda, ubicada en la zona inmediata a
los retretes "cuyas emanaciones repugnantes impregnaban la atmósfera encerrada de las galerías que las
circundan y por el cúmulo de camas que llegan a once casi siempre ocupadas de día e invariablemente de
noche ..." . Circunstancia que empezaba a ser superada en 1908 con la construcción de un pabellón para
baños, enfermería, etc. .
Lo anteriormente expresado es significativo porque muestra formas distintas de 'padecer' la enfermedad
dentro de un mismo segmento social que se materializa a la hora de distribuir los espacios para unos y otros,
donde la desventaja seguía estando del lado de los expósitos, posiblemente porque en el caso de los
enfermos del Hospital de Niños, sus padres muchas veces protestaron o retiraron a sus hijos del
establecimiento como se puede rastrear a través de las historias clínicas donde quedaban consignados las
decisiones de los padres respecto del tratamiento brindado a sus hijos. Es decir, la visibilidad - aunque a la
distancia - del progenitor marcó matices de beneficios, en un universo caracterizado por la ausencia de estos
últimos.
A pesar de estos 'matices de beneficios', a la hora de enfermar no había grandes diferencias, aunque de
hecho la mayor cantidad de afectados por conjuntivitis granulosa eran en su totalidad niños expósitos que
además en varios casos compartían coxalgia tuberculosis, cerebro sífilis, artritis tuberculosa en rodillas, mal
de patt dorsal, tuberculosis de cuello o raquitismo con los enfermos que provenían del Hospital de Niños.
Sin embargo, en relación con los expósitos, son estos hijos de obreros pertenecientes a los sectores
populares humildes los que en peor estado nutricional arriban al Asilo Marítimo. Resulta claro que en los
expósitos, la institucionalización les jugaba a favor en comparación con los otros pequeños. Niños anémicos y
raquíticos eran básicamente las derivaciones del Hospital de Niños, los que varias veces llegaron al Marítimo
"en estado deplorable" y fueron responsabilizados por ello, de las variaciones en los niveles de mortalidad de
la institución marplatense.
Lo expresado hasta el momento es un elemento que contribuye a pensar las condiciones de
salud/enfermedad de la infancia popular a principios del siglo XIX, brindando una visión un poco más
compleja en torno al problema de la infancia pobre. Si bien estas instituciones fueron pensadas para ellos, al
igual que algunas educativas, estaban precedidas por las ideas de aislamiento, del estricto seguimiento
clínico antropométrico, del alejamiento de estos pacientes de su espacio familiar o barrial que era interpretado
como nocivo. Explicar estas instituciones sólo como una instancia de disciplina físico y moral - en términos de
Foucault -, al igual como han sido interpretadas otras de la época, es simplificar su verdadero funcionamiento.
Hacia el interior del Marítimo, la relación paciente-institución (Asilo/niño) no era unidireccional ni se basaba en
una lógica de imposiciones impuestas desde la conducción de la Sociedad de Beneficencia o en el plano local
por el Asilo. En principio, los pacientes derivados del Hospital de Niños debían contar con la aprobación de
sus padres o tutores, con lo cual la 'institucionalización' de esos infantes era un acto consentido entre las
partes padres-institución.
Además, a diferencia de los expósitos, los niños procedentes del Hospital de Niños, por su estado físico,
fueron los que mayor tiempo pasaron en la institución por prescripción de los médicos y recomendación de las
mismas inspectoras. Este punto conlleva una tensión implícita relativa a que esos niños no regresaban a un
espacio institucionalizado como los expósitos, sino a sus hogares. Esta situación podría ser uno de los
factores por el cual se prolongaba su estadía, si lo pensamos en función del discurso dominante que
apuntaba a sacar a "esos menores de la calle" o de los espacios 'nocivos'. Sin embargo, el aplazamiento de la
estancia en la mayoría de los casos tenía un fundamento clínico, puesto que si bien muchos de estos
pacientes no eran tuberculosos, el estado de raquitismo con el que habían ingresado, llevaba a especular
que, a pesar de su aumento de peso y de glóbulos rojos, eran todavía propensos a contraer la enfermedad.
Por ello, en algunas de las fundamentaciones que justifican la extensión de la estadía, se recurre al dicho
"más vale prevenir que curar" (Memoria del Hospital..., 1910, p.360).
Por otro lado, exceder el tiempo previsto para la internación implicaba la autorización del progenitor, que no
siempre estaba de acuerdo, como en el caso de María E. Peláez que ingresó en abril con diagnóstico de
'sacro coxalga' (artritis causada por infección de cadera, generalmente de origen tuberculoso) y cinco meses
más tarde se consigna que "la familia se ha llevado a la paciente a pesar de que no está en condiciones de
recibir el alta ..." (Historia clinica..., 1923). Había una negociación entre padres e institución, seguramente
lenta y dilatada, dado las condiciones sociales de éstos a quienes se les hacía difícil trasladarse 400km a
visitar a sus hijos y, por ende, la comunicación era vía indirecta a través del Hospital de Niños que estaba en
la ciudad de Buenos Aires. Pero, lo concreto es que en este como en otros casos prevaleció la opinión de los
padres por sobre la de los médicos y por sobre la institución, lo que señala los límites a los que el accionar
cotidiano estaba sometido, aunque el discurso dominante se orientara a alimentar una serie de imposiciones
que consideraba indispensable para el cuidado de la niñez.
Otra cuestión no menos importante a señalar es que, en el plano interno, no hay denominaciones
diferenciales para los niños huérfanos de los que no lo eran. Si bien hasta mediados de la década del 1910
tenían salas diferentes, y en los primeros años algunas - no todas - condiciones edilicias diferenciadas (tema
al que ya hicimos referencia), la tendencia en las construcciones fue hacia la uniformidad y la equidad en las
prestaciones, no importaba si eran niños huérfanos o no. Hacia el interior todos eran los mismos: 'enfermitos',
'niñas enfermas', 'niños enfermos', 'débiles', 'anémicos', 'población infantil'. No se visualiza en este accionar
institucional acotado, lo señalado por Carolina Zapiola (2007) en relación al macro proceso donde por esta
época se comenzó a estructurar un discurso por parte de algunos legisladores en base a una antinomia 'niño'
(contenidos en los marcos de las familias, la escuela y muchas veces el trabajo) versus 'menores' (niños y
jóvenes, pobres, abandonados, delincuentes huérfanos y/o viciosos). Estas concepciones, que han sido
también señaladas por otros autores al caracterizar lo que sería el discurso de la época en el seno de
instituciones como la acá estudiada, no se presentan de manera directa. Es más, pareciera prevalecer una
visión compasiva y hasta humanitaria por sobre la diferenciación que en el plano simbólico se realizaba entre
'niños' y 'menores'. La situación de debilidad estructural pareció borrar las diferencias hacia el adentro de
estos establecimientos. Tal vez porque quienes escribieron las Memorias Institucionales (fuentes
documentales de primera referencia en este trabajo) no pertenecían ni a las elites políticas ni intelectuales.
Fueron médicos como Héctor Jara que asumió la dirección del establecimiento hacia 1900 por un sueldo
mínimo, habitación y comida, y permaneció en ese estado por décadas, circunstancia que debe haber
contribuido a describir la realidad interior con las únicas herramientas que tenía: las vivencias cotidianas,
utilización de la terminología propia de Asilo, con sus denominaciones y connotaciones sin estar cruzado por
las variables propias de quien tiene en sus manos parte del destino de una nación como son los legisladores,
políticos y funcionarios.

UNIDAD 6
Texto 1: “¿Tengo yo sífilis?, Medicalización, discursos y miedos sociales sobre el mal
venéreo. Argentina fines del siglo XIX y principios del XX, por María Luisa Múgica

Entre fines del siglo XIX y principios del XX el cuerpo social y el individual alcanzaron especial atención en los
discursos médicos, periodísticos y políticos, así la población paso a ser considerada un problema “científico” y
objeto de análisis, de observaciones, de estadísticas, de políticas de control social. La población como
problema político focalizó la mirada en asuntos como: natalidad, mortalidad, fecundidad, procesos de salud/
enfermedad, modos de habitar, sexualidad, etc.
La sexualidad se transformó en uno de esos temas puestos en la mira del poder político y, fue matriz de las
disciplinas y principio de las regulaciones. Ese interés por la sexualidad estuvo presente en ciertos
procedimientos de gestión o de intervención urbana y de estos nacieron múltiples reglamentaciones y en ese
sentido, la prostitución, la homosexualidad, la masturbación, las perversiones, entre otros, se constituyeron en
objeto de atención.
El asunto de la prostitución aparecía directamente vinculado en los discursos y representaciones epocales
con una cuestión clave: ser el gran fantasma que representaban las enfermedades venéreas, las que junto
con el alcoholismo y la tuberculosis se visualizaban como los grandes males sociales evitables.
Las venéreas monopolizaron−la sífilis en particular− ciertas ansiedades biológicas difundidas especialmente a
fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX. El temor a la herencia mórbida se plasmó en la imagen de
la sífilis heredable, cuyos tormentos y durabilidad parecían no tener fin. Asi el placer se tiñó de tragedia y las
prostitutas pasaron a ser los cuerpos que simbolizaban el terror, el placer y la posible tragedia.
El medico Fournier se consagro como el mayor referente de la nueva rama de la medicina llamada sifilografía.
Él hablo sobre la forma de contagio, la cual se creía era el resultado de varias noches de relaciones sin
protección, pero que en realidad se trataba de un único contagio. Además insistía en que la sífilis no era una
cuestión individual, sino social ya que la enfermedad podía dar nacimiento a “seres inferiores, decadentes,
distróficos, degenerados”. Para Fournier era como un volcán de explosiones intermitentes separadas de
periodos de calma.
Camilo Muniagurria, médico rosarino, indicaba que no era una cuestión individual, pues dañaba no solo al que
la contraía, sino que el tema se transformaba en mal para la propia familia del enfermo. La esposa era
contagiada por una enfermedad no tratada convenientemente, los hijos la recibían como herencia,
transformándose en “hombres degenerados, sin aptitudes para la vida, cuyo destino prematuro es el
cementerio o el asilo”.
Estas perspectivas angustiantes estaban focalizadas en los temores a la transmisión biológica y en la
herencia mórbida, que daba motivo para defender la salud de la familia y de la propia raza: “dar hijos fuertes y
sanos a la patria es amarla y sentir el patriotismo en la forma más inteligente y elevada posible”
Comienza un periodo de reglamentación y control de la prostitución. El sistema conocido como prostitución
reglamentada que se puso en funcionamiento en Rosario entre 1874 y 1932, era una suerte de dispositivo
que combinaba aspectos político−administrativos, sanitarios y policiales aplicables exclusivamente a
prostitutas y casas de tolerancia inscriptas en los registros municipales y policiales. Rosario, Buenos Aires y
otros pueblos de campaña de la Argentina eran lugares en los que rigió el reglamentarismo.
Libro sobre sífilis del doctor Nicolás Greco: primero que de acá se toma la cita que da nombre al artículo que
estoy analizando, ¿tengo yo sífilis? Por un lado mencionaba que la sífilis era la enfermedad microbiana e
infectocontagiosa más universal, más desorganizadora, individual y socialmente más descuidada y sin
embargo la MAS FÁCIL DE CURAR, en esto difería de la literatura médica de la época y al mismo tiempo la
profusión de tratamientos largos, infructuosos y sobre todo muy sucios, con inyecciones de mercurio.
Sin embargo lo más novedoso que presentaba el análisis de Greco en relación con la sífilis tenía que ver con
la descripción de un nuevo tipo de síndrome que llamaba sifilipsiquismo, que consistía en una especie de
cuadro “morboso” complejo que integraba distintos factores. Eran signos neuro−psiquicos que se referían a
ciertos estados de conciencia, por una parte, producidos por alteraciones del estado general y el sistema
nervioso, y por otra, conductas, hábitos, etc, a los que no se les otorgaba mayor importancia social por
considerárselos “normales”, salvo en el momento que pusieran en evidencia su anomalía. Era una
enfermedad que trastornaba no solo el estado fisiológico sino psíquico, creando una especie de “nueva
personalidad en el hombre y la mujer”, alterando no solo al individuo, su hogar sino a la sociedad misma. Se
explicaba diciendo que como la sífilis iba transmitiéndose de generación en generación dentro de grupos
familiares, modificaba las impresiones objetivas y subjetivas del individuo, de ese modo había regiones del
cerebro que se excitaban o deprimían más que otras conformando dentro de las personalidades individuales
particularidades mencionadas como cualidad o bien defectos dentro de las que incluía: la genialidad, virtudes,
vicios, atraso, degeneración, delincuencia, junto con un sinfín de cualidades.
Asi la sífilis forjaba cualidades o defectos individuales que influían sobre el cuerpo social, acerca de los que se
debería estar atento, cuando por ejemplo se manifestaba demasiado valor, altruismo, generosidad, amor,
amistad, etc había que preguntarse acerca de la razón de semejante exacerbación de la cualidad, lo mismo
ocurría para las cualidades negativas. Mencionaba que detrás de las ideas de grandeza, envidia, odio,
avaricia, placeres excesivos, codicia, presentes muchas veces en los dirigentes políticos estaba, tal vez la
sífilis detrás de esas manifestaciones, moviendo la inteligencia, la voluntad o los sentimientos.
Tanto Greco como Fournier recomendaban el tratamiento con mercurio, el cual era, sumamente doloroso,
cruento y muy sucio, el cual podía matar más que curar. Fournier recomendaba tratar a todo hombre joven
agobiado de una cefalea persistente como afectado de sífilis hereditaria, de la misma manera un niño que “no
es el mismo” o cuyos resultados escolares decayesen de una manera inquietante, tratarlo con mercurio.
También se usaban otros metales como el yodo y la plata. TODO ESO CAMBIÓ CON EL
DESCUBRIMIENTO, PARA TRATAR LA SIFILIS, DE LA PENICILINA (1943).
Texto 2: “Historia de un escándalo, campañas y resistencia contra la difteria y la
escarlatina en la ciudad de México, 1926-1927” por Claudia Agostini

Durante las primeras décadas del siglo XIX, se asentó la idea de que el estado debería encargarse de
garantizar una óptima salud pública. Una población sana y vigorosa era un requerimiento esencial para el
trabajo, para la moral y para la familia, y únicamente a partir de políticas sanitarias decididas y eficaces sería
posible neutralizar el espectro de la degeneración racial.
Fue durante el periodo de entreguerras cuando la bacteriología y la inmunología transformaron la dirección de
las políticas sanitarias a nivel internacional al alentar y fomentar la puesta en marcha de una serie de
estrategias defensivas y ofensivas, que otorgaron a la medicina de laboratorio un protagonismo sin igual para
liberar al cuerpo social e individual de las hostilidades imperceptibles y cotidianas a las que se enfrentaba. Lo
anterior fue posible debido al aislamiento e identificación de los gérmenes causales de múltiples
padecimientos, gracias al desarrollo de sueros y vacunas, así como debido a la identificación de portadores
saludables de la enfermedad.
Esta modalidad de riesgo fue particularmente importante para justificar diversos programas de salud pública,
con una marcada orientación bacteriológica, tanto a nivel nacional como internacional. Esto justifica las
medidas radicales que las autoridades sanitarias mexicanas organizaron durante la década de los veinte de
ese siglo.
Ya no se priorizaba en el aislamiento y cuidados del enfermo, sino también en los individuos que se pensaban
que podían estar enfermos. La mirada se posó sobre la niñez, ya que consideraban a los niños portadores de
enfermedades infectocontagiosas, entonces el gobierno de Plutarco Elías Calles opto por implementar una
campaña obligatoria para detectar la inmunidad de la niñez a la difteria y la escarlatina, así como la
vacunación en caso de ser necesario.
A todo esto no se opuso la iglesia, la cual venía sosteniendo tensiones con el gobierno nacional, sino una
movilización de numerosos padres de familia.
El estado consideraba que el bienestar y la salud de la niñez requería necesariamente de la tutela y del
cuidado médico, de una estricta moralidad por parte de los padres, de la vacunación y revacunación contra la
viruela, así como la puesta en marcha de programas y campañas para combatir las enfermedades que
incidían en la salud y el bienestar físico, mental y moral de la niñez.
La difteria y escarlatina eran enfermedades frecuentes, sumamente contagiosas y en muchos casos mortales
para los niños. Sin embargo no tenían dimensiones epidémicas, ni eran las más frecuentes entre los infantes.
Pero ante la posibilidad o la simple sospecha de un contagio condujo a que se impusiera una tenaz vigilancia
y seguimiento médico de grupos calificados como “en riesgo”, para que se intensificaran las tareas de
educación y de propaganda higiénica, así como a toda la población, y de manera particular a los niños, los
cuales serían sometidos a pruebas y reacciones para diagnosticar de manera precoz la presencia de
enfermedades infectocontagiosas.
Plutarco Elías promulgó un nuevo código sanitario en el año 1926, en el cual decía que los cuidados
sanitarios estaban a cargo del estado. Además estableció que los médicos debían dar aviso a las autoridades
de cualquier caso confirmado o sospecha de enfermedades transmisibles, así también que los directores de
escuela supervisaran la vacunación de sus empleados y alumnos.
Por otro lado se buscó “educar para curar” por medio de programas de salud pública, campañas de educación
y propaganda higiénica. (Conferencias educativas en escuelas, teatros y cines, anuncio mural, programas de
radio y propaganda por correo).
En 1926 se inauguró en la ciudad de México el nuevo instituto de Higiene. Tenía en sus manos el trabajo de
investigación e innovación en materia bacteriológica, microbiológica e inmunológica médica para el beneficio
de la higiene y la salud pública nacional.
El 4 de diciembre de 1926 se dio a conocer un decreto mediante el cual se establecía la aplicación obligatoria
de las pruebas para detectar la inmunidad o falta de inmunidad de los infantes a la difteria (prueba de Schick)
y la escarlatina (prueba de Dick) y las vacunas correspondientes. SE PICA LA OBLIGATORIEDAD
Los argumentos en contra eran: el estado usaba los niños como objetos de experimentación, no tomaban en
cuenta las opiniones paternas sobre el destino de sus propios hijos, noticias sobre niños que habían
enfermado o muerto por las pruebas.
La oposición por parte de diversos padres ante la obligatoriedad de la aplicación de las pruebas aumento y el
mes de marzo de 1927 fue particularmente álgido. Ante la negativa de los padres de acatar el decreto
presidencial, el departamento de salubridad decidió ofrecer una demostración pública para constatar de una
vez por todas que las pruebas eran seguras. Entonces se vacunaron a los hijos de las principales autoridades
sanitarias, pero no tuvo éxito.
El 2 de abril de 192, el presidente Calles, ordenó la suspensión de la obligatoriedad de las pruebas de Schick
y Dick. Únicamente serian aplicadas cuando así lo solicitaran los padres de familia.

Texto 3: “Historias de enfermos tuberculosos que protestan. Argentina, 1920-1940” por


Diego Armus

Las interpretaciones Foucaltianas de la medicalización definían al enfermo como una creación de la mirada
profesional, un sujeto pasivo, que existe solo como parte del sistema médico. La tuberculosis permite testear
algunas de las afirmaciones de esas narrativas histórico−culturales obsesionadas con el poder médico.
Entre 1870 y 1950 fue una suerte de enfermedad maldita frente a la cual una infinidad de terapias solo
mostraron impotencia. Recién en los años 50 y con la generalización del uso de los antibióticos el ciclo de la
tuberculosis, comienza a cerrarse.
La tuberculosis era muy común y no importaba la clase social a la que pertenecieras, pobre o con buen pasar,
el tuberculoso podía aceptar resignado su condición o da la pelea por la cura. Si decidía enfrentar la cura,
comenzaba a transitar un itinerario terapéutico que siempre tenía en la medicina hogareña su punto de
partida, pero que podía continuar en la automedicación, la consulta al farmacéutico, los tratamientos ofrecidos
por la medicina diplomada, del sanatorio y el hospital al dispensario barrial, o en la visita al curandero, al
herborista o el charlatán.
En las instituciones manejadas por los médicos, el tuberculoso devenía en paciente y, como tal, comenzaba a
circular en una zona donde el medico pretendía controlarlo todo.
Aunque sus opciones y protagonismo estaban ciertamente limitados, los pacientes tuberculosos eran capaces
de negociar, confrontar y desplegar sutiles batallas. La mayoría de las veces individuales, estas acciones
consistían en abandonar el tratamiento, utilizar todo tipo de artimañas para acelerar o retrasar el periodo de
internación o escribir ciertas cartas con todo tipo de peticiones. En los hospitales y sanatorios los tuberculosos
internados si ejercitaron la propuesta colectiva. A diferencia de los obreros enfermos que seguían trabajando
y ocultaban su enfermedad por temor a ser despedidos, los pacientes internados tenían poco que perder. Los
motivos de las protestas más frecuentes fueron la cuestión de la comida, el orden dentro de la institución y el
derecho a acceder a ciertos tratamientos.
En el hospital sanatorio Santa María, en Cosquín, los reclamos por la comida eran frecuentes. Según la
ciencia era fundamental que los enfermos tuberculosos tuvieran una sana y abundante alimentación, de esta
forma se reintegrarían a la sociedad como seres curados y útiles. Sin embargo eso no ocurría en este
hospital, si bien la mano de obra y los recursos estaba, la comida no era suministrada a estas personas.
Era común que los familiares enviaran encomiendas con comida, o dinero para poder comprar alimentos a
proveedores externos al hospital. “Para el almuerzo, sopa caliente y pan duro, harina cocida en agua sin sal,
llena de tierra y gorgojos, carne recocida. Para la cena, sopa de agua caliente con pedazos de repollo, habas
sancochadas y duras, carne dura, mal guisada y de burro” así lo describían los enfermos.
Para esos años, dos escenas fueron habituales: los empleados que al finalizar su jornada laboral dejaban el
sanatorio llevándose su “bolsita de comida” y el hábito de los enfermos de seleccionar ciertas partes de la
comida de la serie de platos ofrecidos en el menú.
En mayo de 1922, una huelga de enfermos logró no solo una mejora en la comida, sino también que los
tuberculosos curados fueran los primeros en ser considerados para llenar los puestos vacantes de enfermería
y asistencia, llevando a la practica la así llamada “cura del trabajo” que debía facilitar una progresiva
reinserción en el mundo laboral.
También se realizaron huelgas en contra de los despidos que sucedieron por esos años de manera arbitraria.
El director del hospital argumento que se debía a un inevitable recorte de recursos. Esto fue una estrategia
política ya que el director ocupaba esos cargos con gente carente de experiencia en el cuidado de los
tuberculosos, motivo también para realizar la huelga.
La cuestión del orden: en el hospital y muy especialmente en el sanatorio la cuestión del orden fue un tópico
decisivo. No por casualidad a comienzos de la década del 20 algunos tuberculosos hablaban del Hospital
Sanatorio Santa María como una “mansión del horror”, un lugar de atropellos y arbitrariedades que
difícilmente podía llenar los requisitos básicos de una “casa de salud”.
Una de estas arbitrariedades fue el tema de la religión, los enfermos tuberculosos ateos se negaban a
negociar sus convicciones con las hermanas de la caridad a cambio de una atención esmerada. Las religiosas
los obligaban a rezar a casarse por la iglesia o a votar por ciertos candidatos afines a las ideas de la iglesia
católica. Muchos de los pacientes que protestaban fueron expulsados de los hospitales.
Otros de los aspectos que caracterizaban a la falta de orden fueron los embarazos y las cuestiones ligadas a
la sexualidad. Los intercambios sexuales entre tuberculosos y personal de enfermería no sorprendieron a
nadie, cada una de las partes obtenía un beneficio, la búsqueda de placer o la obtención de ventajas en el
tratamiento cotidiano.
También se daban violaciones y embarazos resultantes, los cuales se ocultaba o se modificaba la historia del
hecho como problemas de la enferma. También se expulsaba a las mujeres embarazadas. Por otro lado se
estigmatizaba a los pacientes, en general por su país de origen, ideologías políticas.
La policía tuvo mucha intervención dentro de estas instituciones, ya sea patrullando los alrededores o la
presencia de guardias armados con revólveres y cachiporras. Todo esto era para controlar las protestas y
revueltas que organizaban de manera justa los enfermos.
Todo este desorden podría justificarse en torno a 3 elementos:
● El tamaño del sanatorio, de una escala bastante fuera de lo habitual para hospitales de montaña
● La mala gestión administrativa de algunos de los directores del establecimiento
● La abominable intromisión de la política en el régimen de reposo, cura higienica, orden y disciplina
Como institución el sanatorio antituberculoso era un hibrido que según las circunstancias podía destacar su
condición de asilo, hospital, lugar de encierro, escuela, cárcel, o enclave de reposo en las montañas.
Incertidumbres biomédicas, el periodismo y el derecho a acceder a un tratamiento: el caso de la vacuna
Pueyo.
No era novedoso el alboroto que generó la vacuna Pueyo ya que con el avance que había tenido la
bacteriología moderna, desde finales del siglo XIX, la búsqueda de tratamientos específicos y eficaces contra
la tuberculosis entusiasmó a médicos y científicos. En esa época surgieron varias vacunas que generaron
polémicas, incluso la BCG de Guerin tardó en ser reconocida. Pero ninguno de esos casos se compara con la
resistencia que puso el establishment medico contra la vacuna Pueyo.
La información sobre la existencia de la vacuna se filtró del laboratorio y fue bien recibida en un mundo de
tuberculosos siempre dispuestos a acceder a un tratamiento efectivo. Sin embargo, repetidas postergaciones,
resultantes en gran medida de la ubicación marginal de Pueyo en el campo de los profesionales dedicados a
combatir la tuberculosis, obstaculizaron la difusión de la vacuna.
Luego de que Pueyo decidiera hacer público su descubrimiento mediante el periodismo, la noticia se expandió
con mayor rapidez convirtiéndose en un tema polémico ya que tocaba temas interesantes como: calmar la
angustia de los tuberculosos, poner en cuestión a los médicos consagrados y alimentar a un público
acostumbrado a la lectura de artículos científicos. Asi se fue creando una imagen de Pueyo respaldad por el
apoyo de dos medios periodísticos (El bisemanario “Ahora” y el diario “Crítica”), los enfermos tuberculosos,
algunos médicos con trayectorias reconocidas y su aspecto humilde buscando el reconocimiento merecido.
Su carrera era un claro ejemplo de la lucha contra dos de los obstáculos que más complicaban la vida de la
gente común sin contactos: la falta de recursos y las trabas burocráticas.
El ministerio del interior trato de construir puentes de dialogo, recibió a Pueyo en enero de 1941 y produjo una
resolución ministerial que indicaba la necesidad de acelerar el proceso de fiscalización de la vacuna al tiempo
que autorizaba su aplicación en 200 personas y 300 animales. Pero esta iniciativa no pudo materializarse
porque el director del DNH y el director del Instituto Bacteriológico, opositor a la vacuna, establecían
condiciones que Pueyo encontraba inaceptables.
Fue en ese contexto de postergaciones que la vacuna Pueyo motivo la movilización de los tuberculosos.
Mientras tanto, en los hospitales y sanatorios, los pueyistas eran castigados o directamente expulsados.
Asi las cosas, a Pueyo le aplicaron una multa y le iniciaron un juicio por ejercicio ilegal de la medicina. El pago
de la multa motivo una ola de contribuciones voluntarias enviadas por los enfermos a la redacción de “Ahora”
que en menos de 48 horas duplico el monto demandado. Pueyo no acepto la ayuda y su actitud reforzó en los
ojos del público, su nobleza y humildad.
Texto 4: “Los saberes del poder: eugenesia y biotipología en la Argentina del siglo XX”
por Gustavo Vallejo y Marisa Miranda

A comienzos del siglo XX la Eugenesia tuvo una amplia difusión en el mundo occidental. En la Argentina, el
aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX y comienzos del XX, desató reacciones de fuerte contenido
eugénico. La biopolítica experimentó un ininterrumpido desarrollo durante todo el siglo XX revelándose a
través suyo la verdadera cuestión de Estado instalada en torno a usos de teorías biológicas para exaltar los
beneficios de la exclusión social.
En este marco de idea, la amplia difusión que tuvo en Argentina el evolucionismo Spenceriano y los anhelos
de auto preservación de elites dirigentes amenazadas por la inmigración masiva, facilitaron la receptividad de
la disciplina creada por Francis Galton para la “mejora de la raza”, atrayendo tanto a profesionales
interesados en alcanzar espacios de poder, como a políticos deseosos de obtener nuevos fundamentos para
preservar intereses sectoriales.
De esta forma, se fueron implementando precisas políticas dirigidas a las dos principales entidades
“amenazantes” para el futuro de la Nación, como lo eran la inmigración y la reproducción. El control de
ingresantes se complementó así con la sanción legislativa de impedimentos matrimoniales de orden eugénico
y la aplicación de fichas biotipológicas a toda la población que ya residía en el país, poniendo especial énfasis
en los ámbitos que permitían detectar individuos capaces de interferir en la deseada superación de la raza. A
partir de esas fichas se diseñaron, entre otras cosas, programas educacionales en donde la calificación final
del alumno era el resultado de su desempeño escolar promediado con datos hereditarios.
Durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen y de la mano de Leopoldo Bard surgieron iniciativas de legislación
eugénica como: la creación del departamento de enseñanza de la Higiene Social y la obligación para todos
los profesores de materias afines de inculcar gratuitamente contenidos eugenicos en el alumno; la Ley
de Higiene Sexual Prematrimonial (1924) con la correspondiente exigencia del certificado prenupcial para
todo contrayente de sexo masculino; y la ley de Defensa de la raza (1925) que ponía al gobierno al frente de
la lucha contra las enfermedades y costumbres susceptibles de degenerarla. El espíritu de estas leyes
impregno, entre otras cosas, la prohibición de 1926 de matrimonios entre leprosos o entre una persona sana y
un leproso.
Según Nicola Pende, las anormalidades visibles no alcanzaban para detectar entidades amenazantes al
orden social, sino que había que introducirse, por medio de la endocrinología y el constitucionalismo, en lo no
visible, en lo más íntimo del cuerpo y del alma, para reconocer así futuros comportamientos inadaptativos o
criminales. Para ello era menester realizar evaluaciones de toda la población en “clínicas para sanos” puesto
que si de una patología hormonal que podía presentarse en individuos aparentemente sanos permitía
anticipar comportamientos criminales, cabía esperar que del profundo estudio endocrino de toda la población
se detectaran los futuros delincuentes y los que se hallaban en los límites de la criminalidad.
Los lazos biopolíticos entre Argentina y el fascismo italiano se acrecentaron después del golpe militar de
septiembre de 1930, que coincidió con el arribo de Pende a Bs As y con la posterior misión oficial
encomendada por el nuevo gobierno del general Uriburu a los médicos Arturo Rossi y Octavio López, para
estudiar en Italia el establecimiento biotipológico de aquel visitante. Tras el regreso quedó conformada en
1932 la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social. La biotipología era entendida
como una orientación medico filosófica tendiente a dilucidar, controlando, todos los secretos que encerraba el
cuerpo y el espíritu de los hombres.
Después de la segunda guerra mundial y especialmente luego de celebrados los juicios de Núremberg, los
experimentos eugenésicos fueron desactivados en la mayor parte de las naciones que los venían impulsando.
Sin embargo ello no sucedió en la Argentina, donde la eugenesia mantuvo durante las siguientes tres
décadas su injerencia en ámbitos políticos, sociales y académicos.
Otra corriente eugénica nació dentro del Museo Social Argentino, antiperonista, con su presidente Carlos
Bernaldo de Quirós. El propuso una ética para la estructuración del matrimonio, la selección de los
educadores y la formación humana de los hijos futuros.
Quirós quiso aumentar la fecundidad de matrimonios eugenicos, entonces patrocinaba préstamos sin
intereses a parejas en trance de matrimoniarse y que manifiesten deseos de repoblar nuestra campaña y
laborar la tierra. Era condición básica poseer “condiciones fisiológicas, eugénicas, morales de propagar la
especie”, quedando excluidos los enfermos, los débiles orgánicos, los anormales, los ancianos o viejos
prematuros, los que no quisieran tener hijos o solo uno, los que no tuvieran hábitos solidos de trabajo
remunerado, y en general los “indeseables para la nación, porque ellos no representan un valor positivo para
la especie”. Esto lo hacía para tener un equilibrio entre cantidad y calidad de población.

UNIDAD 7
Sistema de salud en Argentina. Cambios y continuidades - Belmartino

La década del 30 marcó un quiebre de la primera experiencia democrática en el siglo XX, y el golpe de
estado, es la primera experiencia, de muchas, de un golpe cívico militar. Tiene muchas consecuencias, hacia
dentro, porque cambia lógicas y pone en disputa las dimensiones de lo corporativo y también tenemos que
pensar en lo internacional, donde en ese momento está pasando la crisis del 29, que obligó a las economías a
tener que buscar una respuesta a un modelo económico que se estaba agotando, en el caso de argentina, el
modelo agroexportador
Se piensa las dimensiones de los procesos de atención a la salud, en un momento de complejidad política de
la Argentina que no da marcha atrás desde la década del 30.
Durante todo el siglo XX hay dos coyunturas importantes que hay que tener en cuenta y hay que mirarlas bajo
la perspectiva de la lógica de cambios y continuidades
Coyuntura crítica como momentos de quiebre, de fraccionamiento, pero también mirada desde la perspectiva
histórica. Para Belmartino, la coyuntura crítica va a designar períodos históricos en los que se generan
cambios institucionales significativos, como consecuencia de una crisis de las formas organizativas
previamente vigentes. Hay una relación dialógica entre los cambios que van a producirse y las erosiones de
los sistemas o de las formas organizativas del sistema de atención médica.
Cambios institucionales significativos:
1930/1940 Primera coyuntura crítica el golpe militar que se instala propone una intervención del Estado en la
regulación de muchas dimensiones de la vida de las personas, donde la salud no es ajena a esta
idiosincrasia. Sobre todo, en la década del 40 se da una resignificacion del concepto de Estado, de qué es lo
que tiene que hacer un estado. No solo interviene, sino que abre una lógica para volver a pensar la
ciudadanía en un Estado que está interviniendo en todo ámbito.
Belmartino explica que esto va a afectar las lógicas de organización de las prácticas sociales. Que como
consecuencia afecta el cómo se van a comportar las instituciones que se encargan de la práctica médica
La provisión de servicio estaba financiada por la esfera pública como por la esfera privada (financiamiento
integrado) por lo que muchas organizaciones de principios del siglo XX que eran de carácter solidario,
mutualista, van a tener sus propios hospitales y van a responder a determinadas organizaciones de
beneficencia, y van a responder a la primera forma organizativa que son las mutuales. Luego, estas mutuales
que se identifican con cierta actividad, van a corresponderse a un tipo de organización sindical. Este sistema
de autogestión, que funcionaba, funcionaba en una Argentina de finales del siglo XIX y principios del siglo XX,
pero el impacto de la migración va a generar el aumento de la población y va a generar la construcción de
sentidos y significados
Las mutuales, que crecieron a la luz de la identidad y del principio de solidaridad, buscan la protección mutua,
por eso van a pensarse también terminos de atención médica. Aquí empiezan a vincularse con la
organización gremial, como parte de la búsqueda de identidad, tanto así que se forma la Asociación Obrera
de Socorros Mutuos.
Mutualismo: arranca la crisis con una gran preocupación que era la baja capacidad de respuesta que estaba
dando. Empezaban a tener una baja capacidad de respuesta a la realidad que estaba aconteciendo, que
sobrevivan las mutuales que debe a la militancia de los socialistas respecto a los temas de salud y respecto a
la preocupación por los sectores obreros. Van a ser también los que sostienen o van tejiendo redes para que
se sostengan redes sociales, pero van a ser muy críticos en el discurso de que la realidad está superando lo
que puede llegar a ser una mutual que vive de ingresos o del aporte que hacen los gremios. Por lo que
empiezan a distribuir los recursos disponibles para dar respuesta a las emergencias, ya no buscan una
integralidad, sino buscan dar respuesta a las problemáticas. Acá es cuando las mutuales entran en conflicto
con otras esferas de atención de salud-enfermedad, tensión con jurisdicciones, con los hospitales de las
jurisdicciones, con las sociedades de las damas de beneficencia, y así con aquellos organismos que van a
multiplicarse a principios del siglo XX para atender los problemas de la salud,
No solo es una crisis interna del concepto de mutualismo, sino que justo cuando está entrando esta crisis, en
la periferia de estos sistemas de atención empiezan a proliferar, como la necesidad impera, empiezan a
proliferar ciertas dimensiones de instituciones que van consolidándose para la atención médica, pero que no
están organizadas, entonces empiezan a pisarse entre sí.
El eje de la crisis del mutualismo va a ser la gestión, la preocupación por la gestión
Construcción de instituciones: nuevas reglas de juegoComo están creciendo las instituciones, también está
creciendo el caos de las jurisdicciones y aquí es donde recae el problema. Entonces van a emerger una serie
de proyectos legislativos que buscaban ajustar las dimensiones y deberes de cada jurisdicción en un contexto
donde las mutuales, que eran las que sostenían por fuera del sistema público los procesos de atención
médica, van a sufrir un desequilibrio financiero dado que aumentan las consultas y además la demanda de
estudios que requieren de insumos importados (que resultan sumamente caros como consecuencia del cierre
de importaciones por la crisis del 30). Sumado al aumento poblacional de 106%
1940 Construcción de nuevas estrategias políticas y sociales. Nuevo modelo de Estado que tiene que ver con
el ingreso del Peronismo a la esfera política. Se van a plantear nuevas formas de financiamiento, la
hibridación de ese financiamiento, hay una resignificacion de derechos gracias a la lucha de la clase obrera y
eso habilita modificaciones de atención, financiamiento y formas de llevar a cabo estos nuevos derechos.
Empieza este concepto de ciudadanía regulada y de sostener el financiamiento de la demanda de atención
médica y que ese sostener involucra al estado, ya no involucra solo a los gremios. En esta orbita de los
derechos, los gremios van a tener un peso particular y se van a ver revitalizado por este cambio de
estrategias.
Empiezan a difundirse programas de seguro y cobertura según la actividad que vos desarrollabas y eso
genera tensiones con lo que queda de un sistema tradicional. Porque lo que plantea es una gran
heterogeneidad muy difícil de abordar.
Los debates políticos respecto a los procesos de atención medica van a darse en la dicotomía de
universalismo frente al particularismo. Como se entiende a ese ciudadano que es sujeto de esos procesos de
atención médica, como se lo entiende políticamente y como se diseña la contención. Aquí es cuando emerge
esta opción de autogobierno de estas mutuales que están transitando hacia las obras sociales.
Algunos gremios que van a tener mayor ingreso por las adhesiones que tienen y por la participación en otras
esferas, van a jerarquizar mucho más a las instituciones con las que están trabajando y las van a jerarquizar
porque van a ser hospitales que van a tener mayores recursos, profesionales especializados, etcétera.
Peronismo:
* Pasa a la esfera pública la dirección de mutualidades, eso que aglutinaba todas las mutuales las pone bajo
la órbita de la secretaria de trabajo y previsión, que de una manera las protege, pero también las restringe y
las controla.
* Paso de Secretaría a Ministerio de Salud como una estrategia de abordar el territorio y ampliar los recursos
para los procesos de atención médica (públicos)
* La decisión habilita un juego de beneficios donde la movilización de adherentes (de aquellas personas que
pertenecen a gremios, etc) va a hacer que se incrementen las arcas, ese incremento de arcas permite toda la
estrategia territorial que va a tenderse en el país
* El peronismo ejerce un control y sigue muy de cerca el proceso y estrategia y entra en dialogo y tensión
con la Confederación Medica de la República Argentina, que es, a partir de este momento, un actor
institucional que se sienta en la mesa de negociaciones
* Primer ministro de salud Ramón Carrillo (sanitarista) plantea de descentralización a partir de la creación de
las interunidades que hoy conocemos como regiones sanitarias para abordar y dar respuesta a esta
respuesta a esa cuestión y también plantea la centralización administrativa de eso. Ese doble movimiento va
a ser uno muy tensionado, donde va a haber muchas fisuras, pero es una estrategia que fue la primera vez en
la historia de la salud argentina que se aborda la territorialidad como problema. Caída del peronismo: estas
instituciones que nucleaban a la corporación médica, que habían tenido varias tensiones con el peronismo,
con la salida del peronismo empiezan a ganar ciertos espacios, pero también empiezan a darse debates
internos sobre las dimensiones de lo privado, de lo corporativo y a donde pertenecen estos médicos y
profesionales de la salud Abandono por parte del Estado de todas las políticas establecidas con anterioridad
en cuanto a la salud pública, sin embargo, hay una especia de pacto corporativo de los profesionales de la
salud agremiados que van a ver en el sistema de atención médico la posibilidad de activar las obras sociales,
se dejan morir las formas del mutualismo y se pasa ahora a las obras sociales, que van a encauzar las
características que va a tener las características del sistema médico en Argentina
1970 Segunda coyuntura crítica: época de reformas y nuevas estrategias. Argentina va a recibir la influencia
de los discursos de otros países donde la ciencia y la tecnología son lo moderno y lo positivo. Reformas como
respuesta a los problemas de la limitación del sistema de salud en Argentina.
La confianza puesta en la capacidad de la ciencia y la tecnología para provocar la expansión de valores
positivos para la sociedad, la eficacia de la planificación como instrumento destinado a asegurar el logro de
objetivos socialmente sancionado y en la medicina como práctica con capacidades para hacerse cargo
integralmente de la problemática de salud, sería objeto de revisiones que respaldarían las estrategias de
cambio
Reformas
1. Reivindicacióndelreconocimientodelderechoalaccesouniversaleigualitarioalosservicios de salud para la
totalidad de la población, y como foco la actividad del estado como responsable de su efectivización
2. El segundo movimiento de reforma tiene como espíritu la eficacia y la calidad de atención, Relega las
reivindicaciones de universalidad e igualdad.
Igualmente, los primeros síntomas de agotamiento del modelo de organización de servicios se expresaron por
consiguiente desde el lado de la demanda. La capacidad financiera de las obras sociales comenzó a mostrar
signos de debilitamiento, que no lograban ser compensados en función de los mecanismos de licuación
generados por la inflación recurrente ni por los aumentos en el porcentaje de los salarios afectado por los
aporte y contribuciones que procuraban compensar la estructura deficitaria de esos fondos.
1970/1980 Crisis del Sistema de Obras sociales: recaudan menos y a la vez cada vez tienen más demanda,
similar a lo que pasó con las mutuales anteriormente. Para amortiguar este proceso emergen dos figuras: la
del pago diferencial y la de la limitante de horas de servicios de los profesionales de la salud. Son dos
medidas para apalear la crisis, pero no terminan de resolver el problema.
La crisis del sistema de obras sociales si o si va a afectar al sistema público de salud
Los grandes procesos económicos de hiperinflación en 1989 y convertibilidad de 1990 van a establecer
nuevas reglas de juego. El gobierno de Menem establece políticas de desregulación donde muchísimas
funciones del estado salen de la órbita publica y pasan a la órbita privada. Ya no se piensa en derechos, se
piensa en mercado.
Se fragmentan las posibilidades de dar respuesta de todo el sistema de obras sociales por lo cual se van a
refundar las lógicas de contrato de esas obras sociales, y se van a refundar cada vez segmentando más. A
esto se le suma el lobby de compañías e instituciones internacionales que están dando vueltas para
establecerse en el mercado argentino y empieza a pensarse en el pago per cápita y en la concentración de un
listado de prestadores de los servicios médicos (Decreto 1997)
1999 Gobierno de la Alianza: plantea una reforma, que en principio tiene dos ideas genuinas, que primero es
el sistema de cobertura obligatorio de las obras sociales y la libre elección de los beneficiarios del sistema de
obras sociales. Pero ninguno de los objetivos se cumplió y se redujo la presencia de obras sociales.

Texto 2: La política sanitaria del peronismo por Karina Ramacciotti


El libro de Karina Ramacciotti, La política sanitaria del peronismo, se halla en las antípodas de los relatos que
supo generar la tradicional historia de la medicina, tendientes a consolidar imágenes laudatorias
de sus personajes, prácticas e instituciones y a dar cuenta de los procesos de salud y enfermedad como
entidades meramente biológicas sin condicionamientos y tensiones políticas, sociales y culturales.
Alejado de estas perspectivas, este trabajo se inserta dentro de un movimiento de renovación historiográfica
de la medicina local y regional: por un lado, en el de la historia sociocultural y política de los procesos de
salud y enfermedad y, por otro, en el de la historia de la salud pública, retomando de ambos la aproximación
al estudio de la medicina desde sus conexiones constitutivas con una sociedad, una cultura y una época
específicas.
En este doble cruce, la autora nos ofrece un relato que intenta captar los entramados de actores que
contribuyeron a hacer de las estructuras y organizaciones de asistencia y tratamiento médico un
objeto de Estado y de política pública en la Argentina, logrando dar cuenta de sus dinámicas sociales,
políticas, culturales y profesionales, en un justo balance entre las interrelaciones y especificidades de
cada una de estas esferas.
La institucionalización de la salud como un objeto de intervención estatal ocurrió durante el período peronista,
más precisamente, durante la gestión de quien fue el primer secretario y al poco tiempo ministro de Salud en
el país, Ramón Carrillo. Es en estos procesos, por ello, donde se concentran los ejes de análisis y discusión
que se hallarán en este trabajo.
Antes de comentar la estructura y contenidos que se abordan en cada uno de sus capítulos, nos interesa
señalar dos de sus contribuciones generales, tanto en relación a las claves interpretativas y analíticas
utilizadas como respecto de las discusiones que abre a diversos campos de conocimiento.
Su riqueza analítica radica en tres frentes: su abordaje histórico, su articulación entre las iniciativas
individuales y los procesos de índole más estructural, y su estrategia metodológica. En primer lugar, con
vistas a analizar la conformación de la atención médica como una cuestión pública durante el peronismo
rastrea sus puntos de continuidad y ruptura con los proyectos preexistentes, en particular aquellos
pertenecientes a la corriente de pensamiento identificada con el higienismo y la beneficencia social del último
tercio del siglo xix y las primeras tres décadas del xx.
Esto permite ejercitar una mirada histórica que desplaza su objeto diacrónicamente y que trabaja con las
tensiones que supone todo análisis que apunta a dar cuenta de las continuidades y los cambios de un
proceso u objeto social.
En segundo lugar, se presta una especial atención a las estrategias e iniciativas individuales que influyeron en
la conformación de la salud como una cuestión de atención estatal sin perder de vista cómo operaron
determinantes de mayor agregación social tales como las ideas y los discursos propios de “un clima de
época”, las bases materiales –los recursos económicos, financieros y de infraestructura– y los modelos
institucionales locales y foráneos emulados.
De cara a las clásicas discusiones sobre el lugar de los hombres y la acción en relación al peso de las
estructuras, propias del ámbito de la historia como de la sociología, aquella forma de aproximarse a la política
sanitaria presenta mediaciones auspiciosas.
Tercero y último, los materiales y fuentes reunidos para la realización de esta investigación, con procedencias
y naturalezas bien variadas –tales como diarios de sesiones parlamentarias, artículos científicos y editoriales
políticas de revistas médicas locales, archivos oficiales y entrevistas– conforman un corpus empírico cuya
fertilidad y valor dio sus frutos, al poder mostrar tanto discursos como acciones efectivas en el proceso de
constitución de la atención médica como un objeto de intervención estatal. La combinación de fuentes
estables con testimonios orales invita a pensar en diseños metodológicos que contengan este tipo de
entrecruzamientos, a partir de los cuales resultaría posible vivificar las primeras y complementar
controladamente las segundas.
Asimismo, este trabajo realiza aportes históricos y sociológicos muy fructíferos al abrir líneas de indagación
futuras para una variedad de campos de conocimiento más amplios al de la historia de la salud o de la
enfermedad. Por ejemplo, estableciendo diálogos, explícita o implícitamente, con la historia política argentina
del peronismo en particular–; con la historia y la sociología de la ciencia –en las cuales no abundan trabajos
sobre el período peronista–; con la sociología de las profesiones –la médica especialmente– y
con los estudios sociales y políticos sobre el Estado y las burocracias. Por eso, quienes investiguen temáticas
en el marco de alguno de estos campos encontrarán en este libro una amplia gama de preguntas e insumos
de trabajo promisorios.
Ahora sí nos ocuparemos de qué trata esta historia y cuáles son sus interrogantes y respuestas puntuales en
cada uno de sus cinco capítulos.
En el primero, las preguntas orientadoras pueden resumirse en las dos siguientes: ¿cómo se transformó la
salud como conjunto de prácticas, representaciones e instituciones de beneficencia y caridad social,
característica del siglo xix y primera mitad del xx, en objeto de política pública durante el peronismo? ¿En qué
sentido este pasaje conformó un camino tendiente a la centralización de las organizaciones sanitarias, no
exento de tensiones y contramarchas?
Con vistas a dar respuestas a estos interrogantes, en este capítulo rastrea y analiza los debates y las
creaciones institucionales sanitarias más relevantes con anterioridad al período peronista –desde mediados
del siglo xix–, colocando la mirada en los discursos, las demandas y las acciones que fueron generando
consensos en torno a la necesidad de centralizar la atención de la salud en un ente público, y los obstáculos
con los cuales se enfrentó este proyecto.
Dentro de las instituciones sanitarias existentes, las que presentaron mayores escollos para aquellos
proyectos de centralización fueron la Sociedad de Beneficencia de la Capital –motorizada por el Estado, en
pleno proceso de conformación, y llevada adelante por las “damas de élite”– y la Comisión Asesora de Asilos
y Hospitales Regionales. Fue un sector de los profesionales médicos de nuevo tipo, interesados en la
propagación de la medicina en el entramado público estatal –lo que más tarde sería la corriente sanitaria e
higienista–, el que encabezó demandas de centralización mediante su paulatina inserción en diferentes
instancias de intervención estatal en el último tercio del siglo xix.
Resulta interesante observar cómo desde el inicio la cuestión sanitaria se yuxtapuso con la asistencia social,
tanto en términos de prácticas como del tipo de instituciones que las desarrollaban. Y si bien una vez que la
primera se constituyó en una política pública, inserta en una estructura administrativa estatal con relativa
autonomía como lo fue la Secretaría de Salud primero, en 1946, y su transformación en Ministerio en 1949,
nunca dejó de estar estrechamente imbricada con la asistencia social. ¿En qué medida fue esta una marca
del peronismo? Resulta improbable reducir ese entrecruzamiento a dicho estilo de gestión y de construcción
política, más aún si tenemos en cuenta que cuando ambas esferas estuvieron en manos de las “damas de
élite” en el siglo xix también se efectivizaron dichos solapamientos. Los vaivenes que mantuvieron la política
de salud y la social durante la segunda mitad del siglo xx también dan cuenta de la continuidad, aunque con
diferencias y especificidades, de tales vinculaciones en términos de prácticas, actores, representaciones y
modelos institucionales.
Más allá de los puntos de contacto que siempre tuvieron tales esferas, incluso hasta el día de hoy, vale la
pena preguntarse –según nos sugiere Ramacciotti en este capítulo–, ¿qué procesos políticos locales e
internacionales coadyuvaron a que la salud y la cuestión sanitaria se convirtieran en objeto de Estado hacia
mediados de la década de 1940 y no antes ni después? ¿Cuáles fueron el marco de ideas y las acciones
programáticas que estuvieron en juego en esta incumbencia particular y cuál fue su relación con el clima de
ideas en cuanto al cambio de rol en el modo de intervención del Estado respecto a los problemas de la
ciudadanía?
Por cierto, los debates sobre la coordinación centralizada de la salud pública y la identificación de la política
sanitaria como una responsabilidad pública remitían a la Europa de mediados del siglo xix, surgidos como
respuestas a las diversas epidemias que azotaban la nueva vida urbana industrial. En América Latina estos
debates y las primeras acciones concretas– surgieron en la última década del siglo xix y las dos primeras del
xx también a propósito de controlar enfermedades endémicas y epidémicas. En la Argentina, en 1880 se creó
el Departamento Nacional de Higiene y tres años más tarde la Oficina Sanitaria. Desde 1920 aparecieron
distintos proyectos legislativos que apuntaban a la centralización; durante el gobierno
de Agustín P. Justo en 1938 surgió una propuesta de creación de un Ministerio de Salud –por iniciativa del
renombrado médico Gregorio Aráoz Alfaro–; en 1941, un proyecto de creación de la Dirección Nacional de
Salud Pública y Asistencia Social, coordinando y unificando ambas esferas de atención –cuya implementación
empero llegó a efectivizarse pero solo durante diez meses. A partir de 1944, la Dirección Nacional de Salud
Pública –dependiente del Ministerio del Interior– solo tuvo injerencia en lo relativo a la asistencia hospitalaria,
la sanidad y la higiene, dotándose de una matriz administrativa que aspiraba a combinar la cura con la
prevención de enfermedades de todo el territorio nacional.
En 1946, con la llegada de Perón a la presidencia, dicha Dirección fue transformada en Secretaría de Salud
Pública, quedando bajo su jurisdicción. A partir de allí, entraba en escena quien ocupó su dirección y se
proyectó como un referente del impulso y la consolidación de la salud como un objeto de intervención pública
y estatal por derecho propio, Ramón Carrillo. El nuevo recorrido que la sanidad comenzó a tener bajo su
orientación no estuvo exento de conflictos, contramarchas y dilemas irresueltos en torno a dos
cuestiones:
1) el cariz que debía primar, en términos de beneficencia y caridad o de objeto de derecho ciudadano;
2) la centralización o delegación de las prácticas y estructuras de asistencia médica cuya raíz radicaba, entre
otros elementos y localismos, en el régimen político federal.
En el segundo capítulo, la autora examina el itinerario de formación profesional y de la carrera política de
Ramón Carrillo, retrotrayéndose para ello a sus primeros ámbitos de socialización en el seno familiar y en la
vida social en la provincia de Santiago del Estero. Reconstruye parte de su entrenamiento médico en la
Universidad de Buenos Aires y su posterior especialización como
neurocirujano en Europa, donde no solo recibió formación científica sino también se vio imbuido de las
concepciones filosóficas y políticas –propias del pensamiento romántico, nacionalista y eugenésico– que, por
esos años, marcaban algo más que “un clima de época” en Alemania e Italia. Esta estadía y apropiación de
ideas preparó el terreno para su reinserción profesional en el medio local, en el Hospital Militar –donde
comenzó a trazar estrechos lazos con el círculo castrense y donde al mismo tiempo conoció a Perón– y en la
Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
Dicha estadía en el extranjero también se vinculó con su posterior participación en el grupo de intelectuales
santiagueños conocido como La Brasa, con quienes esbozó una interpretación eugenésica de la “raza
argentina”.
En 1945 se puso al frente de la intervención de la Facultad de Ciencias Médicas, cargo que desempeñó con
el apoyo del gobierno nacional de facto, el movimiento estudiantil nacionalista y católi- co, y un sector del
profesorado no reformista, enfrentándose con el grupo de Bernardo Houssay y otros profesores que en esa
casa de estudio, para entonces, ya habían acumulado amplias cuotas de poder simbólico (el más alto
prestigio científico) y material (posiciones y recursos) y se convertirían en claros opositores al gobierno
peronista a la vez que para este constituían también blancos de ataque. Si Carrillo se posicionaba ya como el
exponente de la medicina social y sanitaria, Houssay y sus discípulos eran los referentes de la medicina
académica (de investigación científica). Al respecto surge una pregunta: ¿en qué medida la contraposición
entre las corrientes “sanitaristas” y “científicas”, característica de la medicina local, se originó en el contexto
de polarización política que se instaló a partir del ingreso del peronismo en la política argentina y del vínculo
conflictivo que se entabló entre aquel y la universidad?
Carrillo fue un médico que se abrió paso finalmente en el terreno político y técnico. Esto fue posible dado que
fue allí donde perfiló y cultivó sus desempeños e intervenciones naturales en su rol de médico sanitarista –con
el apoyo de sus aliados políticos de mayor peso.
Con la reconstrucción del derrotero académico y político de Carrillo, que transcurrió entre 1926 y 1949,
Ramacciotti intenta mostrar cómo se generaron condiciones particulares –académicocientíficas, políticas y
sociales– para la circulación de ideas y sujetos entre los ámbitos académicos y políticos y cómo convergieron
las estrategias individuales del primer ministro de Salud del país con las necesidades de construcción política
que por entonces se planteaba el peronismo. Así, Carrillo se convertía en una de las figuras de “la segunda
línea del liderazgo peronista que oficiaron de intermediarios entre las masas y el líder, ocupando puestos
claves dentro de la administración y gozando de reconocimiento por derecho propio”, en un contexto donde la
salud pública era un eje clave de la propaganda peronista.
En el tercer capítulo, el trabajo se adentra ya en la descripción y el análisis de la institucionalización de la
salud pública, dada a partir de las reformas administrativas realizadas en el área sanitaria, mostrando cómo la
creación de la Secretaría de Salud Pública en 1946 implicó el final de la dependencia que dicha área mantuvo
durante más de sesenta años con el Ministerio del Interior y el inicio de su autonomización, en cuanto a la
adquisición de nuevas facultades administrativas y el manejo de recursos propios. Si bien los primeros pasos
hacia tal proceso de institucionalización se remontaba a fines del siglo xix –por ejemplo, con la creación del
Departamento Nacional de Higiene–, la peculiaridad y ruptura que supuso en tal sentido el período abierto
durante la gestión peronista radicó en dimensiones cuantitativas y cualitativas; debido al aumento de arreglos
y programas institucionales que apuntaban a contener el tema sanitario a escala nacional y debido a la
centralidad que cobró la planificación –lo cual se vio plasmado en el “Plan analítico de salud pública” de 1947.
En este proceso los médicos se fueron convirtiendo en el grupo profesional –expertos– más adecuado y
solicitado para ocupar su dirección. Por eso, Ramacciotti dedica buena parte de su reflexión
al tipo particular de instrucción y reclutamiento creado para conformar un perfil burocrático en sintonía con la
política sanitaria peronista. Esto implicó un proceso de profesionalización de los médicos sanitarios cuya
materialización más representativa fue la apertura de la Escuela Superior Técnica de Salud Pública en 1947
–el antecedente de la Escuela de Salud Pública creada en 1958.
En el cuarto capítulo, la autora muestra cómo si bien los cambios organizativos apuntaron a un proceso de
centralización, jerarquización y relativa modernización –racionalización burocrática– del área de la salud
pública, como lo indica la conversión en 1949 de la Secretaría en Ministerio, en la práctica aquel proceso se
vio frenado por el viraje de la apuesta sociopolítica del peronismo.
Fundamentalmente, por el marcado protagonismo que adquirió la Fundación Eva Perón desde mediados de
1948, así como también de las obras sociales sindicales. Estas organizaciones pasaron así a
competir con las capacidades, recursos presupuestarios y áreas de incumbencia del Ministerio y con la figura
del mismo Carrillo, cuya iniciativa y poder acumulados en un comienzo se vieron licuados con la injerencia
que fueron teniendo dichas organizaciones.
Así, si su gestión durante los primeros tres años se caracterizó por un marcado dinamismo en materia de
construcción hospitalaria y de una visibilidad política fundada en una mezcla de “eficiencia técnica” con “la
llegada de una política de salud a las masas”, más tarde, con la aparición de la Fundación Eva Perón y las
obras sociales de los sindicatos y la reducción del holgado presupuesto con el que en un principio contó el
Ministerio, este y sus figuras dejaron de monopolizar la representación oficial del proyecto peronista en la
atención y seguridad sanitaria. Esto se reflejó en indicadores muy concretos: en el presupuesto que manejó
el Ministerio y la Fundación. Si en 1948 el presupuesto de la agencia estatal triplicaba al de la Fundación, en
1951 esta situación diferencial fue diametralmente la opuesta.
Así pues, la cuestión sanitaria se convirtió en un terreno de disputa a partir del cual la Fundación, las obras
sociales sindicales y la agencia estatal pretendieron construir legitimidad y visibilidad política. La desigualdad
en la cuota de recursos políticos y materiales que detentaba cada uno, así como los intereses particulares que
perseguían configuró un mapa de complejas tensiones y consecuencias de desmembramiento y solapamiento
de acciones y estructuras en el sistema de salud pública argentino. En el quinto y último capítulo, la autora
coloca la mirada en el proceso tendiente a la centralización creciente de la salud pública desde el punto de
vista de la educación sanitaria de masas proyectada al territorio nacional en su conjunto. Si bien en la
Argentina se habían realizado campañas sanitarias desde el último tercio del siglo xix, durante el peronismo
estas iniciativas tomaron otro cariz.
Ramacciotti entiende que fue en este período cuando se nacionalizaron las campañas sanitarias y el Estado
mostró su presencia en el interior del país, posibilitando mejoras en sus redes de atención. No obstante, ello
no alcanzó para eliminar las inequidades territoriales y, en cambio, mostró la mayor efectividad de cara a la
visibilidad política que dicha agencia estatal logró construir a partir de tales campañas. Las estrategias de
difusión sanitaria fueron cuatro:
1) las que tuvieron como objetivo integrar aquellas regiones alejadas de los grandes núcleos urbanos;
2) las respuestas a la emergencia de determinados brotes epidémicos –tales como los de peste bubónica,
viruela y poliomielitis–;
3) las que apuntaban a la “salud de los trabajadores” y se desarrollaron en las fábricas, y
4) las orientadas a la nutrición de los niños, realizadas en las escuelas y los hogares.
Finalmente, este trabajo ofrece un análisis sobre el proceso de institucionalización de la salud como un objeto
de política pública que permite subrayar en todo momento, aun cuando aquella adquirió dicho estatus y su
mayor estabilización como cuestión técnica y burocrática, un derrotero signado por la convivencia de lógicas y
actores de naturaleza política y técnica, con sus correspondientes modos de capitalización y saberes puestos
en juego, la de los actores políticos por un lado y la de los profesionales (técnicos/expertos) por el otro. Por
momentos ambas posiciones son claramente distinguibles y por otros no lo son tanto. A veces “la técnica y la
racionalidad” aparecen como la moneda de cambio exclusiva de los profesionales –Carrillo– ante la
orientación “asistencial y emotiva” de los políticos –Eva Perón. Sin embargo, y más allá de estas
identificaciones y sus rasgos más característicos, el relato de esta historia nos enseña que “política” y
“técnica” se entremezclan en ambos tipos de actores, quienes, según los contextos, apelan a dimensiones de
una y otra.
Asimismo, este libro muestra las tensiones que desde el inicio existieron en torno a las políticas de
centralización (nacionalización) y de descentralización (territorialización) de la salud como objeto de
intervención estatal, siendo ambos también objetos en los cuales si bien los expertos han tendido a impulsar y
hacer mayor hincapié en las primeras y actores tales como la Fundación Eva Perón, en las segundas, no es
posible trazar fronteras claras y excluyentes.
Asumiendo estas imbricaciones y solapamientos de tipos de actores, lógicas de acción y visiones en torno a
la gestión de la salud poblacional, siempre presentes y cohabitando en el ámbito público estatal –el cual
nunca es meramente “técnico” o “político”–, es posible dejar planteada la pregunta acerca de la singularidad
del proceso argentino, en términos de su particular cultura institucional y política. Por cierto, no se puede dejar
de soslayar que el carácter errático de las políticas públicas ha tenido estrecha relación con las conocidas
interrupciones institucionales que ocurrieron desde 1930 hasta 1980. Pero, al mismo tiempo, es posible
conjeturar que existen elementos que van más allá de tales procesos y que merecen
una comprensión aparte. En ese sentido es lícito dejar planteada la siguiente pregunta: ¿cuáles han sido las
conexiones entre la cultura técnico-profesional y la política, y la inestabilidad de las políticas públicas, entre
las cuales, la relativa a salud es un ejemplo?

texto 3 Vencer el Miedo: Historia social de la Lepra en Argentina por IRENE DELFINA
MOLINARI

Convencida, inicialmente, de que la lepra en algún momento había sido erradicada de Argentina, analiza
históricamente la evolución del también conocido como Mal de Hansen en ese país, las políticas asumidas
por el Estado para enfrentarlo, las prácticas médicas y privadas y el impacto social de la enfermedad entre
1900 y 1970. Temáticas que la autora sitúa en la perspectiva de la historia social y que contextualiza en torno
al complejo proceso de ampliación de la ciudadanía social en las primeras décadas del siglo xx y en los
cambios producidos en la salud pública en el ámbito nacional y mundial.
La investigación demuestra que tempranamente la lepra, si bien había disminuido a lo
largo del siglo pasado, continuaba siendo endémica en parte importante del territorio argentino hasta el
presente; lo que, según la tesis central levantada por la autora, se debería al comportamiento heterogéneo y
errático de las políticas públicas del Estado argentino respecto a la enfermedad. Al mismo tiempo, con una
bibliografía adecuada y exhaustiva,se introduce en el análisis de otros procesos, igualmente importantes para
la comprensión de la historia social, cultural y política de Argentina e, incluso, del continente Latinoamericano,
aportando así una serie de otras tesis paralelas. Una de ellas se refiere al impulso que la amenaza de la lepra
representó para la profesionalización de la Medicina en general y de la dermatología y la leprología en
particular; así como para la organización central de la salud pública y del control médico. Otra se relaciona
con el surgimiento de nuevos actores que buscaban acceder al espacio público en un escenario marcado por
profundos cambios sociales y políticos, como fue el periodo de entreguerras.
Respecto a la profesionalización médica, analiza las discusiones en torno a la constitución de las escuelas
científicas y médicas en el país trasandino y los debates generados a raíz de la amenaza de la lepra, que nos
consta se dieron en todo el continente latinoamericano desde fines del siglo xix y las primeras décadas del xx.
Concretamente, la forma en que las comunidades médicas locales debían enfrentar las epidemias y endemias
generaron discusiones interesantes como, por ejemplo, si asumir las directrices científicas europeas sin
debate o tratar de instalar soluciones nacionales o subcontinentales en algunos casos. No se trataba solo de
la posibilidad del posicionamiento de las escuelas y de las ideas científicas sino, también, de la búsqueda de
la legitimación de su profesión y de las nuevas especialidades por parte del Estado, al mismo tiempo que
aportaban a la consolidación estatal y nacional.
Poco se ha dedicado la historiografía latinoamericana en general a tratar el tema de la profesionalización y el
desarrollo de las escuelas médicas y científicas en el continente en el siglo pasado. En ese sentido, las
vinculaciones y aristas propuestas por la investigación presente nos estimulan a su exploración. Irene Molinari
sitúa en la “Primera conferencia nacional de la lepra”, realizada en Buenos Aires en 1906 y organizada por las
autoridades sanitarias, el inicio tanto de la lucha antileprosa como de la profesionalización de la dermatología
y la leprología en el país vecino. Para el presidente de la instancia –el médico Carlos Malbrán– debían ser los
médicos y no la “caridad ciega” de la moral, los que debían hacerle frente, aludiendo a lo que la mayoría de
los médicos latinoamericanos debían enfrentar al inicio del camino de la profesionalización: la caridad y la
Iglesia Católica. Con esos propósitos, los profesionales construyeron la imagen de una enfermedad peligrosa
por su contagiosidad y del médico como un agente académico y técnicamente idóneo para combatirla.
“Plaga”, “el mal”, “cloaca de la república”, “tara tóxica”, se transformaron en sinónimos de lepra; mientras que
“ropa sucia”, “repugnante”, “tarado”, lo fueron del enfermo. Más aún, el término ‘lepra’ se transformó en un
referente universal del peor de los males, como lo serían más tarde, en forma sucesiva, la locura y el SIDA.
Además, las teorías bacteriológicas en boga a principios del siglo pasado, al promover políticas de prevención
social en vez de las de tipo individual que se sostenían hasta ese momento, abrieron la puerta a la
participación inédita del Estado, con apoyo de los médicos, en la formulación de políticas de salud. En un
momento histórico de alta migración en Argentina, los médicos acentuaron un discurso eugenésico,
demandando al Estado una intervención firme para evitar la “decadencia de la raza” y su “empobrecimiento
moral e intelectual”, aun a costa de las libertades individuales. En ese sentido, la autora se cuestiona en qué
medida la lepra constituía un peligro real para la población o solo fue visualizada así por la élite. En el
contexto de la profesionalización, los dermatólogos lograron instalar ante el Estado y los legisladores la idea
del aumento alarmante de los casos y la necesidad de sancionar una ley nacional, exagerando las cifras para
asustar a las autoridades.
El desconocimiento médico durante las primeras décadas del siglo pasado sobre varios aspectos de la lepra y
especialmente sobre su origen y mecanismos de transmisión, favoreció la vinculación arbitraria de teorías
científicas con realidades políticas y sociales. En un intenso enfrentamiento académico entre los que
defendían el origen autóctono de la lepra y los que lo negaban, un grupo importante de médicos argentinos
logró, dado el mayor número de enfermos extranjeros, imponer, sin evidencia científica cierta, la idea de que
la lepra era producto de la inmigración. Con el argumento de la inutilidad de tratar a “nuestros” enfermos se
presionó al Estado para cerrar las fronteras a los que “renuevan los focos epidémicos”.
Por otra parte, hacia la década de 1920, los médicos vieron en la lepra una oportunidad para organizar la
salud pública. Con resultados relativos, exigieron al Estado la dictación de una ley de profilaxis social, la
creación de sanatorios y la centralización de los servicios de salud, dado que hasta ese momento la nación no
tenía jurisdicción en cuestiones sanitarias sobre las provincias. Aunque en 1906 el Estado argentino había
establecido como autoridad sanitaria central para toda la república al Departamento Nacional de Higiene,
dependiente del Ministerio del Interior, no se lo dotó de suficiente fuerza ni decisión política para impulsar un
proyecto de profilaxis nacional contra la lepra, como demandaban los médicos y otros sectores sociales.
Finalmente, en 1926, luego de la demanda incansable de los médicos, se sancionó la Ley de Profilaxis y
Tratamiento de la Lepra, evidenciando la fuerza de la eugenesia como marco ideológico. La ley plasmó la
clara opción por los derechos de los sanos por sobre los de los enfermos, así como los prejuicios acerca del
peligro de contagio. La severidad de las medidas preventivas impuestas se evidenció en la sanción del
aislamiento obligatorio en colonias; en la prohibición de contraer matrimonio entre enfermos, o entre sanos y
enfermos; en la separación obligatoria de los hijos de los padres afectados de lepra; en la denuncia reservada
de los enfermos y en el deber por ley del Estado de ocuparse de la asistencia sanitaria de los enfermos
peligrosos.
El discurso médico generado por la ley, si bien abogaba por el intervencionismo estatal en la vida privada de
los enfermos, presentaba matices, en parte, por la tradición liberal de los médicos argentinos, en general
compartida con los médicos del cono Sur del continente. Sin embargo, la constante inestabilidad política, la
carencia de un sistema de salud pública consolidado y la aún escasa influencia de los médicos en el Poder
Legislativo, atentaban contra la imposición del discurso médico entre las autoridades. En ese escenario, y en
el contexto del viraje conservador del gobierno en la década de 1930, comienza a adquirir protagonismo en la
lucha antileprosa una organización femenina de beneficencia, el Patronato de Leprosos de la República
Argentina, que asume en esa década la atención sanitaria de los enfermos, fundando los primeros y, a la
larga, únicos preventorios del país para los hijos de enfermos de lepra subsidiados por la nación.
Si bien el Patronato era una organización filantrópica de acción privada, en la práctica operó como
instrumento del gobierno conservador para combatir la enfermedad. Sus integrantes –exclusivamente
mujeres–, aunque marginadas por ley del derecho de ciudadanía, se convirtieron en sujetos de acción política
a través del ejercicio de la asistencia y la administración de los dispensarios. Reproduciendo el modelo de
domesticidad y maternidad civil, lograron transitar al espacio público, posicionándose ante el poder político y
el saber médico por medio de la beneficencia.
Además de la beneficencia, en la década de 1930 las acciones y debates del Estado se centraron en la
implementación de los sanatorios-colonia. Su demanda había surgido ya a principios de siglo, pero había sido
resistida por sectores médicos liberales, por el Estado y por la sociedad en general. Todos los intentos por
emplazarlos en alguna ciudad fueron rechazados por sus habitantes y sus representantes en el Congreso. A
través de los debates legislativos conocemos los prejuicios y miedos de la población, el pesado estigma que
recaía sobre los enfermos y la escasa fuerza del Estado para implementar las políticas trazadas. En 1939
–doce años después de promulgada la ley– se inauguraron los leprosarios, en estricto rigor verdaderos
leprocomios; es decir, sistemas de aislamiento de tipo carcelario.
A pesar de que su inauguración se dio en un momento en que en Europa se proponía su cierre, debido a los
avances en la detección precoz, el Estado argentino insistió en su apertura y mantención hasta avanzada la
década de 1980, entre otras razones, para amortizar su costosa construcción, para aislar al leproso de la
población, ya que en el imaginario social seguían siendo peligrosos y, especialmente, porque eran expresión
de un contexto donde se imponían con fuerza las ideas eugenésicas. Los higienistas se encargaron de
asociar la lepra a la degeneración de la raza y a la introducción de inmigrantes no deseados, provenientes de
pueblos “incivilizados”. En ese escenario, los sanatorios-colonia persiguieron más al leproso que a la lepra,
desmembraron la familia y acentuaron la discriminación, ya que la mayoría de los asilados pertenecían al
sector más pobre y vulnerable de la comunidad.
Otro de los aspectos valiosos de esta investigación es el estudio de escritos publicados por asilados en
sanatorios-colonias. A través de los relatos es posible configurar la imagen de un sujeto sufrido, perseguido y
calumniado por el Estado, la sociedad y el entorno familiar. Siguiendo la concepción clásica de un asilo-cárcel,
los leprosarios se constituyeron en verdaderas ciudades segregadas, desde los conjuntos habitacionales
donde habitaban los internos hasta los cementerios en que eran enterrados. En estos últimos, en el centro y
con altas cruces blancas, se enterraba a curas y monjas, mientras que los pacientes eran inhumados en los
márgenes; lo que según la autora se explica en la necesidad de vigilar a los enfermos, aun después de
muertos y a la inmortalización del prejuicio del contagio.
Esta misma realidad sanatorial llevó a los asilados a organizar diversas formas de resistencia. Mediante
paros, huelgas de hambre o peticiones escritas, demandaban mejor comida, nuevas terapias, ingresos
monetarios, que no los separaran de sus hijos o que los enterraran en vez de cremarlos. A esas estrategias
se sumaron otras, de índole asociativo, como mutuales, centros culturales, bibliotecas y revistas, y que
apuntaban al mismo propósito: empoderar a los asilados como sujetos activos en una relación de
subordinación. Conocido es el trabajo del historiador argentino Diego Armus sobre la historia social de la
tuberculosis en el país vecino. Sus investigaciones al respecto han sido pioneras al introducir el punto de vista
de los pacientes en el análisis historiográfico. En esa perspectiva, lo de Irene Molinari resulta una primera
aproximación al estudio de la cultura construida en torno al desarrollo de la lepra en Argentina y un impulso a
la diversificación historiográfica de la salud y la enfermedad en el resto del continente.
Hacia 1950 el fracaso de los sanatorios-colonia y de las políticas públicas de salud en el control de la lepra
era evidente. En el contexto de la Guerra Fría, las políticas de salud de Estados Unidos buscaban imponerse
en el continente a través de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que había comenzado a insistir
en la urgencia de transitar desde una medicina preventiva hacia una integral, esto es, expandirse desde lo
curativo y preventivo a los servicios de rehabilitación y a la consideración de la salud como un derecho
humano que debía ser garantizado sin discriminaciones. En las décadas siguientes se cuestionará
severamente la “persecución del enfermo” como solución posible, así como el aislamiento en los
sanatorios-colonia, los que comenzaron a catalogarse como verdaderas “perreras” leprológicas.
Es esta última dimensión la que nos parece que la autora descuida en su análisis.
Hubiera resultado interesante profundizar en el desfase que se produce entre ciertos avances científicos, los
intereses gremiales de los médicos y las políticas impuestas por el Estado al respecto. Las conclusiones
principales atribuyen al comportamiento heterogéneo y discontinuo del Estado argentino en relación con la
lepra su transformación en un proceso autóctono y endémico. Sin embargo, se hace necesario, además de
constatar, contrastar el peso que tienen estos fenómenos sociales y culturales en la elaboración, mantención
y evaluación de las políticas estatales. Y es en ese sentido que el análisis historiográfico debería representar
un papel más activo en la formulación y evaluación de políticas públicas. Con pequeñas observaciones, nos
parece que es esta última la gran contribución de la investigación de Molinari. Esperamos modestamente que
esta reseña estimule en nuestro país la producción de estudios históricos sobre fenómenos sanitarios y que
contribuyan no solo a una mejor comprensión de su comportamiento sino que logren incidir en la formulación
de políticas para su control.

UNIDAD 8
Texto 1: “La salud internacional, la Guerra Fría y la erradicación de la malaria en
México en la década de los años cincuenta del siglo XX”, por Marcos Cueto.

MALARIA= PALUDISMO
La historia de la salud internacional en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX está marcada
por el cruce de los argumentos de la ciencia con los de la política, las ideas de la medicina con los imperativos
de los intereses económicos, las razones de la benevolencia con las complicadas consideraciones de la
política exterior de las grandes potencias.
En 1955 se realizó la octava asamblea de la OMS en México, donde fue presentado el objetivo de erradicar la
malaria. El objetivo político de muchos erradicadores fue no solo acabar con la enfermedad sino contribuir al
proceso de modernización impulsado desde las capitales, promover la medicina occidental y minar la pobreza
y la enfermedad que podrían crear ilusiones en el comunismo. La salud internacional fue por lo menos en
parte, un arma de la Guerra Fría.
Las campañas de salud contra la malaria estuvieron marcadas por el contexto político de las primeras dos
décadas de la Guerra Fría (1947-1967). Los EEUU querían posicionarse como los líderes del mundo e
intentaron contener la influencia del comunismo, lo que significó buscar el control de las agencias
multilaterales como las Naciones Unidas, organizar programas de alivio a la pobreza y enfermedad en las
naciones pobres. La creciente rivalidad entre EEUU y la Unión Soviética influyó en la campaña de
erradicación. Ambas potencias se disputaban la lealtad de regiones y poblaciones en países pobres, que
empezaron a ser llamados subdesarrollados.
Entre los organismos multilaterales que jugaron un rol importantes en la lucha contra la malaria a partir de
1955 estuvieron la Oficina Sanitaria Panamericana. A partir de 1959 conocida como la Organización
Panamericana de la Salud. Su director Fred L. Soper tuvo un rol decisivo para la promoción de la campaña
contra la malaria en México y Latinoamérica.
La lucha contra la malaria se presentó como algo que no solo era técnicamente posible y como una
contribución significativa al bienestar físico de las poblaciones más pobres sino además como un factor
importante para el crecimiento económico, la disminución de la pobreza rural y el incremento de la seguridad
política de la región.
En el caso de la malaria una primera motivación para erradicarla fue ciertamente humanitaria. Esta
enfermedad era entonces una de las principales causas de mortalidad y morbilidad tanto en México como en
el resto de las naciones latinoamericanas. En 1954 se estima que 2.5 millones de personas fallecieron por la
enfermedad en todo el mundo, y existían 250 millones de casos.
Otra motivación importante para las agencias bilaterales e internacionales era la protección de la población de
los propios países desarrollados, EEUU tenía miedo que, por el aumento de la actividad comercial y la
migración de mexicanos, pudieran aumentar los casos en su propio territorio.
La preocupación por la prevención estaba también asociada con objetivos económicos. Para proteger a los
ciudadanos estadounidenses que Vivian en el exterior, así como garantizar los intereses de las empresas que
operaban fuera del país.
Otra motivación económica fue netamente industrial. Existían intereses en la campaña por parte de las
compañías de petróleo que vendían insecticidas para eliminar a los mosquitos que transmitían la enfermedad,
así como de las compañías farmacéuticas que producían las drogas antimaláricas.
Por otro lado el gobierno nacional de Ruiz Cortines apoyó la campaña de erradicación ya que en términos
generales había buena relación con EEUU. Además se sumó porque era un medio para incrementar la
extensión, el poder y la legitimidad de la autoridad federal en las zonas rurales más remotas, así como un
recurso para obtener fondos de fuentes internacionales.
También fue usada para promover el capitalismo y neutralizar la propaganda comunista en el hemisferio
occidental. La ideología de la modernización, la campaña antimalárica y las nuevas tecnologías relacionadas
con la erradicación (como los insecticidas, los nuevos medicamentos y la medicina occidental) fueron
promovidas en la región como una demostración de la capacidad científicas de los países capitalistas
desarrollados para resolver problemas de los países más pobres.
Aunque la erradicación pudiese parecer un gran gasto en salud, en el mediano y corto plazo era más eficiente
que el control porque iba a hacer desaparecer por completo una enfermedad. Los insecticidas y las drogas
antimaláricas cumplieron la función de “balas mágicas” que podían producir resultados positivos casi en
cualquier contexto. La campaña procedería ordenadamente en 4 etapas:
Preparación: entrenamiento del personal y proyectos piloto
Ataque: rociado masivo de insecticidas
Control: tratamiento de las personas infectadas y control de las zonas con posible Anopheles
Consolidación: erradicación de la enfermedad y supervisión del territorio trabajado
Entre 1957 y 1962 se visitaron casas, se realizaron operaciones de rociado, se tomaron muestras de sangre y
se administraron pastillas antimaláricas. Otra medida de gran impacto fue el entrenamiento de malariólogos
de habla hispana. En los 10 primeros años de su aplicación se obtuvieron espectaculares resultados en el
control de la transmisión a las regiones económicas más importantes y en la disminución de la mortalidad.
Al llegar a las áreas rurales más remotas, los notificadores y rociadores promovieron la penetración de la
medicina occidental. Es decir, con la campaña se intensificó la llegada de la medicina occidental a localidades
donde predominaba la medicina tradicional.
A mediados de la década del 60 la campaña se enfrentó a serios problemas técnicos, administrativos y
políticos. Uno de ellos fue la salida de Soper de la dirección de la OPS, generando una merma del
compromiso de la campaña. Por otro lado, los mosquitos se volvieron más resistentes a los insecticidas. La
migración de trabajadores agrícolas, al sur de México, desde Guatemala juntaba la población pobre de
México con trabajadores enfermos de aquel país (Guatemala).
El pesticida más usado, el DDT, mataba más animales, además de los mosquitos, y producía serios efectos
contaminantes sobre el ambiente. Por eso en 1972 se prohibió el uso de ese insecticida en EEUU.
Por otro lado, los trabajadores sanitarios reclamaban mejores condiciones de trabajo y nombramientos
permanentes. Muchos de ellos temían quedarse sin trabajo si se cumplía el objetivo: erradicar la malaria.
Es importante enfatizar que la erradicación de la malaria dejo de ser una prioridad política en los años 70
porque el modelo económico y político en el que se inscribía también fue cuestionado.
Además de las explicaciones oficiales sobre el fracaso de la campaña por causa de problemas técnicos,
sociales y políticos, existió un aspecto institucional que adquirió gran relevancia: la usencia de instituciones de
salud en el medio rural que sostuvieran el trabajo de supervisión y vigilancia cuando estos no se encontraban
en las comunidades.

Texto 2: “Los desafíos médicos, sociales e institucionales que dejó la poliomielitis: la


rehabilitación integral en Argentina de mediados del siglo XX, por Adriana Alvarez

La crisis sanitaria que engendró la multiplicación de casos de poliomielitis, a lo largo y ancho del país, trajo
aparejada importantes debates alrededor de las acciones preventivas y curativas, así como también acerca
de la atención de sus secuelas, hecho que impulsó la aparición y el afianzamiento de un renovado concepto
de rehabilitación para quienes padecían parálisis.
Desde inicios del siglo XX, Argentina había tenido episodios esporádicos de aparición de la poliomielitis.2 No
obstante, fue en la década de 1950 cuando esta enfermedad atacó a un gran número de personas,
transformándose en epidémica por lo que el pavor se apoderó de las poblaciones.
La presencia de la polio con carácter epidémico se dio en un momento donde, a nivel de la organización
sanitaria nacional, se estaban experimentando cambios institucionales significativos. Los cambios
institucionales se iniciaron, en 1946, con la creación de la Secretaría de Salud Pública, a cargo del
neurocirujano Ramón Carrillo, que pocos años después, con la Reforma Constitucional de 1949, adquirió la
jerarquía de ministerio.
Para 1955, y a pocos meses del golpe militar que destituiría a Juan Domingo Perón, el 12 de abril se dio a
conocer la vacuna Salk. Su aparición generó un clima esperanzador, pero la compra de partidas a los
laboratorios extranjeros demoró en llegar al país, iniciándose la primera campaña de vacunación en los
meses de junio y julio de 1956, bajo el régimen que había despojado al peronismo del poder.
Lamentablemente, en enero de ese año, se produjo la epidemia de polio más grande en la historia de la
Argentina arrojando 6496 casos. Con la combinación de la Salk mas la Sabin oral (1963) los casos cayeron
rápidamente y paulatinamente se controló la enfermedad.
Sin embargo el problema estaba presente en el legado de la polio, la parálisis cobraba centralidad en la
agenda pública. Se instaló la preocupación por las limitantes para esa infancia de acceder a la educación
formal, los condicionamientos para su inserción en el mundo laboral y en los entornos habituales de
sociabilidad, hecho que llevó a la aparición de diversas asociaciones civiles, médicas o religiosas.
Del modelo medico de discapacidad al médico social: primero la tuberculosis ósea y luego la poliomielitis
contribuyeron, desde épocas tempranas, a la consolidación de la rehabilitación como especialidad, siendo en
buena parte determinante el avance en las técnicas usadas, en el campo de la terapia física, prótesis y
órtesis, terapias manuales, etc. La suma de ambas instancias fortaleció la práctica y organización de los
servicios de rehabilitación a medida que la centuria avanzaba. De esta manera, las instalaciones hospitalarias
utilizadas para la tuberculosis ósea fueron reutilizadas para tratar a personas que padecían dificultades en su
aparato motor, ya fuera producto de accidentes laborales o bien como consecuencia de la poliomielitis.
En 1943, se había creado la Asociación para la Lucha contra la Parálisis Infantil (ALPI), institución privada sin
fines de lucro, para afrontar el flagelo de la polio. Esta institución fue pionera en el desarrollo de la
rehabilitación en el país. Marcelo J. Fitte, su fundador, fue el primero en organizar, en Argentina, el tratamiento
del enfermo de poliomielitis sobre bases científicas. ALPI fue una iniciativa de tipo filantrópico, de un grupo de
mujeres en muy buena situación económica, cuyos hijos habían sido afectados por la polio, que decidieron
organizarse para ayudar a los niños que no tenían recursos y lo hicieron junto a Marcelino Fitte, jefe de
servicio del Hospital de Niños de Buenos Aires. Con la intención de erradicar el temido mal, se crearon filiales
en distintos lugares que dieron apoyo a ALPI Central (en total eran 24 entidades).
No solo brindaron una estructura institucional asistencial, sino que destinaron esfuerzos a fomentar la
continua formación del equipo de profesionales y su participación en intercambios científicos.
Tal vez movidos por la realidad sanitaria como por la racionalización de recursos económicos, humanos y
sanitarios, la administración Carrillo estableció un orden de prioridades, en el cual la polio no ocupó, por lo
menos hasta 1953, un lugar destacado.
La preocupación, a nivel nacional e internacional, giraba en torno a cómo prevenir y cómo tratar la primera
fase de la enfermedad, no sus consecuencias. El incremento de casos infectados con el virus de la
poliomielitis en 1953 y en 1955 provocó la necesidad de impulsar la formación de centros de rehabilitación de
orientación integral.
Pero la meta ya no era la recuperación física, sino un tratamiento integral, considerando la integración o
reintegración a la vida social con la mayor independencia posible desde el punto de vista físico, anímico,
intelectual, económico y de capacitación.
Su objetivo era la incorporación del “inválido” a la vida social, iniciando el camino hacia el modelo médico
social que enfoca la integración de personas con discapacidad en la sociedad, considerando que la
discapacidad no es un problema de la persona sino un complejo conjunto de situaciones que incluye lo social.
Centros de rehabilitación: a partir de los años 1940 y debido al incremento de personas (en su mayoría niños)
que quedaban afectados por la parálisis, se aceleró la incorporación de la discapacidad como parte de la
cuestión social. Desde las esferas médicas y en función de los cuidados que requerían las personas con
problemas motores se comenzó a plantear la necesidad de crear centros de readaptación funcional, también
conocidos como centros de rehabilitación, al igual de los que existían en otros países.
Pero fue recién a principios de 1950, cuando comenzó a utilizarse el término ‘’rehabilitación integral’’ para
abarcar el conjunto de las actividades de asistencia a los “lisiados”, que no estaban restringidas al ámbito
médico. Juan Tesone fue un gran difusor de este concepto. Él impulsó la idea de crear centros de
rehabilitación. De esta manera dio inicio al Sanatorio Escuela que fue el primero en su género en Argentina y
en América Latina. Bajo los preceptos mencionados, en mayo de 1952, en la ciudad de Mar del Plata, se
fundó Cerenil. Su construcción se llevó a cabo en 6 años. Previo a la epidemia de poliomielitis de 1956 no se
le daba tanta importancia al termino rehabilitación. Por eso Cerenil, fue pionero en desarrollar actividades
destinadas a la recuperación de los niños. Después de la epidemia el problema tomó vuelo y se comenzó a
reclamar a nivel comunitario, la necesidad de contar con estos espacios.
La enfermedad no se diagnosticaba hasta que aparecían los síntomas de parálisis, no existía una forma
eficiente de diagnóstico. Por esto, Tesone indicaba que lo mejor era disminuir al máximo las secuelas que
pudiera dejar. El objetivo de la rehabilitación era que pudiera trabajar a la par de los llamados normales.
Entre las innovaciones, se encontraba el deporte; se lo veía como parte de ese programa integral de
rehabilitación, ya que los procedimientos médicos no serían completos hasta que se lograra que el niño o el
joven obtuvieran su propia seguridad física y sicológica “que solamente en actuaciones colectivas y a veces
competitivas se logran consolidar”.
La actividad deportiva generó un espacio de sociabilidad y visibilidad, puesto que los medios de comunicación
reflejaban estas actividades, exaltando el “espíritu de superación y de lucha”, situación que alimentaba un
discurso que bregaba por ubicar a las personas con parálisis como seres eficaces, laboriosos, sin
impedimentos para realizar cualquier actividad, incluso la deportiva.
El rol de los medios de comunicación fue importante ya que se encargaba no solo de promocionar las
campañas de rehabilitación y generar colectas de fondos para la causa, sino también de crear la conciencia
popular frente al rol de las personas con discapacidad en la sociedad.
Al momento de organización de Cerenil, el clima político no era propicio para este tipo de actividad de bien
público. Por entonces, el Estado peronista buscaba hegemonizar las actividades sanitarias, ya fuera a través
de organismos del Estado, de la Fundación Eva Perón o de los sindicatos. Esta iniciativa no cuadraba en
ninguna de esas instancias. Aun así, se trazó un plan de acción donde fue central la figura de Gabriel Marín,
el primer presidente de la Junta Ejecutiva.
Hubo mucha presencia de profesionales extranjeros, esto se anunciaba en los medios locales y nacionales y
era lo que otorgaba mayor solvencia, credibilidad y fortaleza a la obra de este Sanatorio Escuela, cuyos
recursos económicos seguían siendo aportados por la comunidad.
A diferencia de Alpi, no fueron instancias motorizadas por personas afectadas por este mal, tampoco tenían
hijos con polio. Fuera por solidaridad o prevención, esta era una clara distinción que se sumó a que fueron
organizaciones que expresaban diversidad religiosa, ideológica y hasta económica.

UNIDAD 9
Texto 1: “Culpando a las víctimas, el cólera de 1991”, por Marcos Cueto

Durante dos meses fueron registrados entre 15 y 20 mil casos de cólera en Perú. Durante ese año, 1991,
enfermaron más de 300 mil personas de las cuales 2909 fallecieron. A pesar de todo esto, el cólera en Perú
tuvo una baja tasa de letalidad, diferente a lo que pasaba en otros países.
La salud pública, el saneamiento ambiental y los servicios de salud de Perú de los años previos a la epidemia
pueden ser descriptos con una palabra: deterioro.
EN 1991 Perú contaba con la tercera mortalidad infantil más alta de Latinoamérica, seguida por Haití y Bolivia.
Las enfermedades diarreicas cuyas causas ambientales son parecidas al cólera, eran una de las principales
causas de retardo del crecimiento, malnutrición y defunción entre los niños menos de 1 año, y eran con las
enfermedades respiratorias las principales causas de mortalidad.
La persistencia de las enfermedades diarreicas indica la importancia de los factores ligados a la ecología del
cólera, como la ausencia de agua potable en cantidad suficiente, la falta de sistemas adecuados para eliminar
excretas y la contaminación de bebidas y alimentos.
Según un estudio de 1988, sólo el 55 por ciento de la población tenía acceso a agua potable y el 41 por ciento
a sistemas de alcantarillado (en las zonas rurales los promedios eran mucho más bajos: 22 y 16 por ciento
respectivamente).
La provisión de agua potable estaba a merced de conflictos y descoordinaciones entre las autoridades,
producto de la duplicación de responsabilidades entre las municipalidades y dos ministerios. El ministerio de
salud suministraba agua y alcantarillado a las localidades con menos de 2mil personas y el Ministerio de
Vivienda se responsabilizaba de localidades de 2 mil personas o más.
Según estudios realizados en plena epidemia, el agua de dos ciudades (Trujillo y Piura) era extraída de pozos
contaminados por el desagüe y no era o era insuficientemente clorada. De esta manera ser parte del sistema
de agua potable no era sinónimo de consumir agua limpia. Otras oportunidades para la contaminación del
agua eran su baja presión, su frecuente interrupción y su almacenamiento en cilindros, baldes, latas, ollas y
otros contenedores con aberturas anchas que permitían la introducción de las manos.
Un estudio realizado en el Hospital Guzmán Barrón de Chimbote mostró que sólo dieciséis por ciento de los
pacientes de cólera bebían agua hervida y se lavaban las manos antes de comer y después de ir al baño.
Toda esta situación producía enfermedades diarreicas y mantenía otras transmitidas por el agua como la
amebiasis, la hepatitis, la shigelosis y la fiebre tifoidea.
Con respecto a la disposición de excretas la situación era alarmante. La escasez de agua imposibilitaba el
arrastre de los desechos y contribuía al atoro y aniego de los desagües. Las aguas servidas de Lima eran
arrojadas al mar a través de tres colectores ubicados en las playas aledañas a la ciudad. En este mar existían
reservorios de peces y mariscos que eran utilizados para el consumo humano. En otras zonas del país las
aguas servidas se descargan sin tratamiento en ríos, lagos y el océano. El desagüe era también utilizado para
regar cultivos de frutas y verduras de tallo corto (como tomates, cebollas y papas), que requieren grandes
cantidades de agua y fertilizante.
Según algunos autores existen factores biológicos que intervinieron en la gravedad del cólera:
Falta de inmunidad natural, como en India que convivían con la enfermedad hacía tiempo
Elevada tasa de Helicobacter Pylori, disminuye la defensa contra el cólera
Mayor proporción de personas del grupo de sangre 0+, generalmente desarrollan más severamente el cólera
La falta de saneamiento reseñada hasta ahora fue producto de la pobreza, de la recesión, del virtual colapso
de los servicios de salud y de la retracción del gasto social del Estado peruano. Los gastos en salud
representaban en 1991 apenas el 23.56 por ciento de lo que el Estado gastó en ese rubro en 1980. También
culpa de la política económica iniciada en 1985 por el gobierno de Alan García que disminuyó el poder
adquisitivo de los salarios y que acentuó el desempleo.
La enfermedad se caracterizaba por una diarrea que empezaba sin dolor o fiebre, pero que luego estaba
marcada por fuertes dolores abdominales, el entumecimiento de las piernas y vómitos frecuentes. Los
pacientes pueden perder un porcentaje significativo de su peso corporal en pocas horas, produciéndose la
deshidratación, el colapso circulatorio y a veces la muerte.
A fines de enero de 1991, el cólera atacó con furia y rapidez a los habitantes de la costa del Perú, luego fue
extendiéndose por otras ciudades del país. Los cuarteles, las cárceles y las zonas más pobres y hacinadas de
las ciudades fueron los más afectados porque en ellos había servicios de agua y desagüe deplorables. Estos
factores sumados a la intensa comunicación entre las poblaciones de la costa explican la velocidad de la
propagación.
El círculo vicioso que une la enfermedad, la pobreza y la precariedad de recursos está ilustrado en el hecho
que el desagüe del Hospital de Cajamarca se descargaba en un río que transcurría por las áreas rurales
donde ocurrieron los casos más graves. Los rituales asociados al velorio de los muertos, que duran de dos a
cinco días, jugaron un papel importante en la difusión del cólera en Cajamarca y en otras regiones andinas y
merecen ser descritos brevemente. El primer día se procede al lavado del cadáver. No es raro que éste libere
sus esfínteres y es común que se preparen los alimentos para los familiares e invitados utilizando el mismo
recipiente en que se bañó al muerto.
Ocho semanas después del inicio de la epidemia todos los departamentos del país, menos el Cuzco,
registraban cólera.
La preocupación central de las autoridades de salud durante la epidemia fue la de evitar una gran mortandad,
como la producida por el cólera en otras partes del mundo. Se temía que debido a que la mayoría de los
portadores eran asintomáticos se difundiese el cólera rápidamente a través del desagüe, el agua y los
alimentos. De esta manera la estrategia del Ministerio fue la de impedir la mortalidad por medio de la difusión
de la higiene personal, del aseo de los alimentos y del tratamiento rápido de pacientes.
El mejor tratamiento eran las terapias de rehidratación. Estas terapias eran sencillas, económicas y efectivas
para reponer el agua, sales y electrólitos (como sodio, cloruro, bicarbonato y potasio) perdidos en la diarrea,
que eran elementos vitales para el cuerpo. La rápida utilización de las terapias de rehidratación oral y la
creatividad local de usar las soluciones salinas explican en parte la baja letalidad del cólera en el Perú.
El Ministerio dispuso la atención gratuita a los enfermos y formó áreas especializadas en los hospitales,
denominadas Unidades de Tratamiento del Cólera. Asimismo el ministerio dio 3 recomendaciones para evitar
la difusión del cólera:
● Hervir el agua para consumo domestico
● Limpiar las frutas y vegetales
● No consumir pescados y mariscos crudos
La epidemia sirvió para revalorizar el hospital en el cuidado de la salud. Desde que empezó a sentirse en el
Perú la influencia del movimiento de atención primaria de la salud iniciado en los años setenta, el hospital
había sido criticado como una institución paquidérmica, costosa y poco eficiente. En su reemplazo fueron
promovidos los centros de salud donde se daba una atención básica. Sin embargo durante la epidemia, los
hospitales se convirtieron en centros de control e información tanto para los médicos como para la población.
La campaña que venía desplegando el Ministerio y las organizaciones populares no fue apoyada por todo el
gobierno de Fujimori. La campaña contra el cólera no tuvo un liderazgo político que la convirtiese en una
cruzada nacional en favor del saneamiento ambiental. Para el gobierno central, la campaña era demasiado
costosa y parecía que no podía ser cubierta ni con recursos propios ni con la ayuda del extranjero. Otra razón
que explica la falta de apoyo de sectores del gobierno fue que el propio Fujimori nunca tuvo interés en apoyar
la opinión de los expertos en la campaña contra el cólera.
Por otra parte, Fujimori estuvo sometido a las presiones de grupos económicos de diferente calibre que se
oponían a la campaña del Ministerio de Salud entre los que se encontraban los exportadores, pequeños
agricultores, propietarios de restaurantes, pescadores artesanales, farmacéuticos y sectores ligados al
turismo. Progresivamente Fujimori se convenció de que la campaña de Vidal creaba una imagen internacional
negativa del país. Según estos críticos fue un error la recomendación de no consumir pescado crudo porque
aumentaba el pánico en la población, el sensacionalismo de la prensa y la alarma en los mercados
extranjeros.
A mediados de marzo de 1991, Vidal renunció al gabinete (este tipo llevó adelante la campaña contra el
cólera). Con la salida de Vidal la campaña contra el cólera perdió visibilidad y ganó en descoordinación.
Muchos funcionarios, que desde los barrios más pobres alentaban la organización comunitaria, se
encontraron aislados y acabaron renunciando al Ministerio. Por su parte los mal pagados trabajadores de
salud aprovecharon la ocasión para exigir mejoras salariales. Entre el 19 de marzo y el 22 de julio, los 19,700
trabajadores y cerca de 5,000 enfermeras del Ministerio de Salud sostuvieron una huelga.
El gobierno, los medios de comunicación, las clases sociales con mayores recursos, e inclusive las de
menores recursos, insistieron durante la epidemia en que la principal causa de contagio era la falta de higiene
personal. Esta era considerada como producto de la irresponsabilidad, la ignorancia, la desidia, la indolencia y
en alguna medida de la pobreza. De esta manera se difundieron frases como que el cólera era la enfermedad
de la “mugre", los "cochinos", los "sucios" y los "puercos".
La suciedad individual como explicación de la epidemia fue utilizada por el gobierno como una manera de
restar importancia a las carencias de la infraestructura sanitaria y atribuir la culpa del cólera a los individuos.
Parte de la población, y a veces los mismos que aceptaban que el contagio era producido por la falta de
higiene, consideraba que era imposible exigir lavarse las manos con frecuencia si no existía un sistema
adecuado de agua. Había una contradicción entre la difusión de normas higiénicas y el contexto de
precariedad en los servicios de agua y desagüe.
La campaña contra el cólera fue considerada un éxito por el gobierno, las autoridades del Ministerio de Salud
y las agencias internacionales. El principal argumento para esta coincidencia fue la baja letalidad de la
epidemia que se interpretaba como un logro del personal médico y sanitario.
Con el cólera se desperdició una oportunidad para mejorar la infraestructura sanitaria. Altos funcionarios
internacionales percibieron la oportunidad que se les escapó de las manos a los peruanos. Según el director
de la OPS, el cólera era la ocasión para "despertar la conciencia en los líderes... políticos sobre la importancia
de la salud" y para iniciar "una acción a largo plazo destinada a resolver... las principales causas subyacentes
no sólo del cólera sino de otras enfermedades transmisibles".138Sin embargo, la situación no fue
aprovechada por el Estado, ni por los sanitarios, ni tampoco generó en las organizaciones no
gubernamentales una propuesta alternativa. La principal razón por la que el Estado no se comprometió a una
mayor intervención fue la persistencia de un discurso sanitario que culpó al individuo de la enfermedad y
priorizó las soluciones técnicas y curativas.

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