En La Europa Medieval. Mujeres Con Historia, Mujeres de Leyenda
En La Europa Medieval. Mujeres Con Historia, Mujeres de Leyenda
En La Europa Medieval. Mujeres Con Historia, Mujeres de Leyenda
Índice
EN LA EUROPA MEDIEVAL.
MUJERES CON HISTORIA, MUJERES DE LEYENDA.
SIGLOS XIII-XVI
Colección Historia
Director
Prof. Dr. Antonio Caballos Rufino. Universidad de Sevilla.
Consejo de Redacción
Prof. Dr. Antonio Caballos Rufino. Catedrático de Historia Antigua. Universidad de Sevilla.
Profª Drª Mª Antonia Carmona Ruiz. Profª Tit. de Historia Medieval. Universidad de Sevilla.
Prof. Dr. José Luis Escacena Carrasco. Catedrático de Prehistoria. Universidad de Sevilla.
Prof. Dr. César Fornis Vaquero. Catedrático de Historia Antigua. Universidad de Sevilla.
Prof. Dr. Juan José Iglesias Rodríguez. Catedrático de Historia Moderna. Universidad de Sevilla.
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Prof. Dr. Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno. Catedrático de Historia de América. Universidad de Sevilla.
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Casa de Velázquez, Madrid.
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Premio Nacional de Historia 2012.
Prof. Dr. Alfio Cortonesi. Prof. Ordinario, Storia Medievale, Università degli Studi della Tuscia, Viterbo.
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Prof. Dr. Adolfo Jerónimo Domínguez Monedero. Catedrático de Historia Antigua,
Universidad Autónoma de Madrid.
Profª Drª Anne Kolb. Prof. für Alte Geschichte, Historisches Seminar der Universität Zürich, Suiza.
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Profª Drª Dirce Marzoli. Direktorin der Abteilung Madrid des Deutschen Archäologischen Instituts.
Prof. Dr. Alain Musset. Directeur d’Études, EHESS, Paris.
Prof. Dr. José Miguel Noguera Celdrán. Catedrático de Arqueología de la Universidad de Murcia.
Prof. Dr. Xose Manoel Nuñez-Seixas. Prof. für Neueste Geschichte, Ludwig-Maximilians Universität, Múnich.
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Profª Drª Ofelia Rey Castelao. Catedrática de Historia Moderna de la Universidad de Santiago de Compostela.
Prof. Dr. Benoit-Michel Tock. Professeur d’histoire du Moyen Âge à l’Université de Strasbourg.
Manuel García Fernández
(coordinador)
EN LA EUROPA MEDIEVAL.
MUJERES CON HISTORIA, MUJERES
DE LEYENDA. SIGLOS XIII-XVI
Sevilla 2019
Colección Historia
Núm.: 332
Comité editorial:
José Beltrán Fortes
(Director de la Editorial Universidad de Sevilla)
Araceli López Serena
(Subdirectora)
Concepción Barrero Rodríguez
Rafael Fernández Chacón
María Gracia García Martín
Ana Ilundáin Larrañeta
María del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado
Manuel Padilla Cruz
Marta Palenque Sánchez
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda
José-Leonardo Ruiz Sánchez
Antonio Tejedor Cabrera
INTRODUCCIÓN
Manuel García Fernández....................................................................... 9
PRÓLOGO
Mercedes Borrero Fernández................................................................. 11
Isabel de Hungría: princesa santa y modelo femenino de Europa (1207-
1231). Hedvig Bubnó..................................................................................... 13
María de Molina, «noble et muy virtuosa señora».
María Antonia Carmona .......................................................................... 25
Isabel, princesa de Aragâo e rainha de Portugal (1270-1336).
José Augusto de Sottomayor-Pizarro................................................... 49
Modelos femeninos en la corte durante la minoría de Alfonso XI (1312-
1325). La reina Constanza de Portugal y las infantas doña Constanza y
doña María de Aragón
Manuel García Fernández ....................................................................... 65
María de Portugal frente a Leonor de Guzmán. La lucha por el papel de
reina durante el reinado de Alfonso XI de Castilla (1325-1350).
Alejandra Recuero Lista .......................................................................... 77
Pedro I el Cruel y sus mujeres.
Isabel Montes Romero-Camacho ........................................................... 99
Inês, uma Castro em Portugal.
Bernardo Vasconcelos e Sousa ............................................................... 137
El romance de Inés de Castro. Historia, literatura y leyenda.
Pedro M. Piñero Ramírez .......................................................................... 149
La reina Juana Manuel de Villena (1339-1381). La legitimación de la
Casa Trastámara
Diana Pelaz Flores ..................................................................................... 169
«La Señora mejor heredada que se fallaba en España»: patrimonio y
transmisión del señorío de Leonor, condesa de Alburquerque, a fines
del siglo XIV.
Víctor Muñoz Gómez ................................................................................. 187
Leonor López de Córdoba: vida y memoria de una mujer de finales del
Medioevo.
Margarita Cabrera Sánchez ................................................................... 207
En torno a una peculiar duquesa castellana del siglo XV.
Gloria Lora Serrano .................................................................................. 229
D. Joana: uma mulher entre Portugal e Castela (1462-1550).
Isabel Vaz de Freitas ................................................................................... 243
La mujer en las Islas Canarias de señorío (siglo XV): el ejemplo de Bea-
triz de Bobadilla en La Gomera y El Hierro.
Carmen Heredia Heredia .......................................................................... 263
Las mujeres mudéjares de Castilla a fines de la Edad Media: una aproxi-
mación a su realidad jurídica y social.
Pablo Ortego Rico ...................................................................................... 277
Leonor de Guzmán, duquesa de Medina Sidonia (1472-1522).
Luis Parejo Fernández ................................................................................ 305
Emparedadas, beatas y honestas en el reino de Sevilla a fines de la Edad
Media.
Silvia María Pérez González .................................................................. 323
PRÓLOGO
señoríos. Y todo ello en un arco cronológico muy amplio, ya que abarca del si-
glo XIII a las primeras décadas del XVI.
Pero entiendo que uno de los aspectos que singulariza más esta publi-
cación es el hecho de que trata sobre mujeres que desarrollaron su actividad
en un marco geográfico-político especialmente amplio. Si observamos solo el
índice, es cierto que los trabajos más numerosos son los referidos a mujeres
castellanas peninsulares, pero hay claramente una importante presencia de no-
tables mujeres cuya vida y actividad se desarrollaron en las Islas Canarias, Por-
tugal y, de forma excepcional, pero muy enriquecedora, en la lejana Hungría.
Precisamente en este último ámbito, se nos describe la vida de una princesa
europea, santa para más señas, que marca un perfil de mujer muy relacionada
con la religiosidad de la Europa del momento.
El libro tiene, además, una especie de epílogo no menos interesante por su
contenido. En efecto, los dos últimos trabajos cambian mucho el ámbito social
y el ángulo de análisis. Sus protagonistas son las emparedadas y/o beatas y las
mujeres mudéjares. Las primeras, analizadas en el ámbito andaluz, nos mues-
tran a mujeres que encuentran en el emparedamiento o simplemente en la
vivencia de una fuerte religiosidad popular y personal, una fórmula de «inde-
pendencia». Las segundas, las mudéjares, aparecen atrapadas entre el modelo
creado para la «mujer» que pertenece a una religión, a una cultura, bien dife-
renciada de la sociedad cristiana en la que se inserta y la realidad social en la
que se movían no pocas de ellas. En este caso, el autor se pregunta si se puede
hablar de la existencia de un prototipo de «mujer» mudéjar o, por el contra-
rio, tendríamos que emplear el plural −mujeres mudéjares−, dada la diversi-
dad de situaciones diferenciadas del modelo que la documentación nos ofrece
sobre su realidad vital.
Como se podrá apreciar en la lectura de los dieciséis trabajos que cimen-
tan este libro, domina un eje común −la mujer−, pero con una heterogeneidad
absoluta en cuanto a métodos de análisis, ámbitos sociológicos a tratar, tipos
de fuentes manejadas… y un largo etcétera, que sin duda enriquecen el resul-
tado final.
3. Yolanda Guerrero Navarrete, «Las mujeres y la guerra en la edad media: mitos y reali-
dades», en Journal of Feminist, Gender and Women Studies, n.º 3, 2016, pp. 3-10. Interesante re-
flexión sobre el papel de las mujeres en las sociedades de frontera. Carmen Benítez Guerrero,
«Un cronista en la corte de Alfonso XI: Fernán Sánchez de Valladolid o el enigmático autor de
Tres Reyes», en El siglo XIV en primera persona. Alfonso XI, rey de Castilla y León (1312-1350),
Sevilla, 2015, pp. 37-51.
4. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI (1312-1350). Sus rela-
ciones con la sociedad política castellana» en Portugal. Aragón. Castilla. Alianzas dinásticas y re-
laciones diplomáticas (1297-1357). Sevilla, 2008, pp. 207-209.
Modelos femeninos en la Corte durante la minoría de Alfonso XI (1312-1325).La reina… 67
referirla muy de pasada, con prisas, sin duda por su pronto fallecimiento en la
localidad de Sahagun el 18 de noviembre de 13135. Pero Constanza de Portu-
gal, señora de Salamanca y Belorado, con notables ganancias en Roa, gozaría
hasta su muerte de ciertos derechos inherentes y naturales al reivindicar, si no
la tutoría, sí cuando menos la guarda y crianza natural de su hijo, custodiado
en Ávila por el obispo y el concejo de la ciudad6.
En un primer momento la reina doña Constanza depositaría todas sus es-
peranzas maternas para la posible custodia personal del niño rey en la pujante
práctica política de su cuñado, el infante don Pedro7. Juntos parten desde la
ciudad de Ávila, donde estaba el rey, a la de Valladolid en busca de doña Ma-
ría de Molina, pues ambas reinas estaban de acuerdo por ahora en la tutoría
del hermano de Fernando IV8. No obstante, doña Constanza, fiel a su carác-
ter dubitativo, se sabe desconfiada de la reina abuela, su suegra. Por lo que no
duda en acudir también a las influencias en la corte castellana de su tío ma-
terno, Jaime II de Aragón, a quien escribe solicitando su protección para ella
y sus hijos, aun conociendo que las relaciones de Jaime II con doña María de
Molina no son las mejores. Lo que evidentemente disgustaría a la anciana
reina castellana9.
La progresiva división de los bandos castellanos por la tutoría del rey
niño en torno a los infantes don Pedro y don Juan, hermano y tío de su es-
poso Fernando IV respectivamente, obliga a la doña Constanza a renunciar
por ahora a sus aspiraciones en espera de las cortes de Palencia en abril de
131310. No obstante, ante la sorpresa de todos, y haciendo valer una vez más
su evidente tergiversación política, especialmente ante doña María de Molina
y el infante don Pedro, la reina viuda acude ahora presta a Portugal para in-
formar a su padre don Dionís de la complicada situación de Castilla, y buscar
apoyos a sus reivindicaciones maternas. Lo que ocasionaría, desde luego, una
nueva desazón con su suegra. Pues el rey de Portugal, como antes su cuñado
en la Corona de Aragón, no era precisamente un fiel aliado en la salvaguarda
de la monarquía del joven Alfonso XI y en el orden social y político en el reino
5. César González Mínguez, «La reina Constanza de Portugal y la minoría de Alfonso XI»,
en Os Reinos Ibéricos na Idade Media. Livro de homenagem ao professor douctor Humberto Carlos
Baquero Moreno. Vol. I, Lisboa, 2002, pp. 345-349. Una excelente síntesis de la reina del mismo
investigador en «Constanza de Portugal. Reina de Castilla (1290-1313)», en Castilla y el mundo
feudal. Homenaje al profesor Julio Valdeón. Vol. II, Valladolid, 2009, pp. 479-502.
6. César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 496.
7. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 202-205.
8. M. Antonia Carmona Ruiz, María de Molina. Barcelona, 2005; Manuel García Fernán-
dez, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 209-215.
9. Archivo de la Corona de Aragón (ACA). Cancillería (C), cartas reales (cr), número
(n.º) 4536 y n.º 4538; Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit.,
pp. 207 y 232-233.
10. José Sánchez-Arcilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350, Palencia, 1995, pp. 47-94.
68 Manuel García Fernández
de Castilla, por mucho que estos así lo defendieran ante la anciana reina cas-
tellana11. En cualquier caso, la situación política de la reina doña Constanza,
su desesperación como madre y sus recelos en la corte castellana hacia su sue-
gra, habían quedado ya perfectamente definidos en la embajada que Miguel
Pérez de Arbe, en nombre de Jaime II, presentó al rey de Portugal el 13 de
enero de 131312.
Desconocemos los consejos que el rey Dionís de Portugal pudo ofrecer a
su hija; si bien era manifiesto en Castilla que sus preferencias se inclinaban por
el partido de don Juan, gracias a las buenas gestiones que en el reino luso había
realizado don Juan Núñez de Lara, aliado del infante13. En las cortes de Palen-
cia los nobles, los concejos y los prelados partidarios del infante don Juan, que
se habían reunido en el convento dominico de San Pablo y lo habían procla-
mado como único tutor del rey Alfonso XI, entregaron también la custodia y la
crianza del niño a su madre doña Constanza, en cuyo nombre siempre actua-
ron. Además, se acordó la asistencia a la reina madre de dos caballeros vasa-
llos del monarca del reino de Castilla y otros dos del reino de León, designados
por don Juan14. Estos, una vez elegidos, deberían decidir junto con la reina y
el infante el lugar de la crianza del monarca, cuyo concejo debería obligatoria-
mente hacer homenaje a doña Constanza y al infante don Juan, como único tu-
tor del rey. Además, la reina dispondría libremente a su arbitrio de buena parte
de las rentas de la hacienda regia. En principio era todo cuanto la reina doña
Constanza quería, la crianza de su hijo15. Pero había muchos inconvenientes
en la Castilla de su tiempo que limitarían las aspiraciones de la reina madre y
viuda. Y ella lo sabía.
En efecto, en la peligrosa denuncia del bando del infante don Pedro, cu-
yos partidarios se habían reunido en las cortes de Palencia en la iglesia de
San Francisco, para zanjar, entre otros asuntos, que el rey niño permane-
ciera de momento lejos de su madre −que era lo mismo que decir del infante
11. César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 497; Manuel García
Fernández, «Don Dinis de Portugal y la minoría de Alfonso XI de Castilla, 1312-1325», en Por-
tugal. Aragón. Castilla. Alianzas dinásticas y relaciones diplomáticas (1297-1357), Sevilla, 2008,
pp. 141-174; José Augusto Sotto Mayor Pizarro: D. Dinis. Porto, 2005, p. 169.
12. ACA, C, registro (gr.) n.º 337, folios (ff.) 192 recto (r.)-193 vuelto (v.) Edt. M. García
Fernández, «Don Dinis de Portugal...», ob. cit., pp. 163-166.
13. Manuel González Jiménez, «Don Juan, el infante que pudo ser rey (1262-1319)», en Cas-
tilla y el mundo feudal. Homenaje al profesor Julio Valdeón, vol. II, Valladolid, 2009, pp. 547‑557;
José Sánchez-Arcilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., pp. 56-57; José Augusto Sotto Ma-
yor Pizarro, D. Dinis. Porto, 2005, p. 170; Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Al-
fonso XI...», ob. cit., pp. 205-207.
14. Gran Crónica de Alfonso XI, edición de Diego Catalán, Madrid, 1976, t. I, pp. 282-283;
Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 208; José Sán-
chez-Arcilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., p. 57.
15. José Sánchez-Arcilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., p. 59.
Modelos femeninos en la Corte durante la minoría de Alfonso XI (1312-1325).La reina… 69
don Juan− en la ciudad de Ávila, como hasta ahora; doña Constanza conta-
ría también con el apoyo decidido de don Juan Manuel, el turbulento yerno de
Jaime II de Aragón por el matrimonio con su hija Constanza en 1311, quien
se había pasado al partido de don Juan abandonado al infante don Pedro. Un
aliado inesperado y excepcional, desde luego, pero peligroso, que defendía en
la península, para muchos abiertamente, las implicaciones políticas de su sue-
gro, frente a las del rey Dionís de Portugal. ¿Fue entonces don Juan Manuel
quien propició el cambio de bando en la débil personalidad de la reina viuda?
¿Tuvieron algo que ver en todo ello las indicaciones de su tío el rey Jaime II?
No lo sabemos con exactitud, aunque las fuentes conservadas en el Archivo de
la Corona de Aragón parecen colegir las complejas y nada claras intenciones
del monarca aragonés con respecto al futuro de su sobrina, la reina doña Cons-
tanza16. No obstante, esas mismas fuentes señalan curiosamente también al in-
fante don Pedro, yerno del rey de Aragón por el matrimonio con su hija María
en 1312, como uno de los principales valedores del astuto monarca de Aragón,
especialmente después de las cortes de Palencia de 1313 y hasta su muerte en
la Vega de Granada en 131917. Pues Jaime II debió encontrar en el infante don
Pedro al hombre que reunía las mejores condiciones para el gobierno de Cas-
tilla; tal vez porque era menos arriesgado e impetuoso que don Juan Manuel
y contaba, además, con un amplio respaldo entre los nobles y concejos caste-
llanos y andaluces, y sobre todo con el respaldo de su madre, la anciana reina
doña María de Molina, por todos respetada18.
En cualquier caso, después de las cortes de Palencia, ni el acreditado au-
xilio del monarca de Portugal ni tampoco el del rey de la Corona de Aragón
llegarían nunca a favor de los derechos de doña Constanza; y la reina segui-
ría sin alcanzar la prometida crianza de su hijo y privada de su contacto físico.
Mientras, los dos yernos de Jaime II y sus respectivas banderías se lanzaban
a la «captura» del niño en Ávila. Es cierto que don Pedro, que llegó antes que
su rival a la ciudad, propone entonces un acercamiento a su tío el infante don
Juan con la única intención de entregar al niño definitivamente a su madre en
Ávila, una vez que la ciudad le ha jurado como tutor, y le participa tal vez una
posible tutoría compartida19.
16. Así lo escribe César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 499, si-
guiendo los estudios ya clásicos de Andrés Giménez Soler, Don Juan Manuel. Biografía y estu-
dio crítico, Zaragoza, 1932.
17. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 202-
205; José Sánchez-Arcilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., pp. 74-94.
18. ACA, C. reg, 251, ff. 54r y reg. 241, f. 144r; Manuel García Fernández, «Jaime II y la
minoría de Alfonso XI...», ob. cit., p. 203.
19. César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 501; José Sánchez-Ar-
cilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., pp. 74-75.
70 Manuel García Fernández
Las infantas de la Corona de Aragón, doña Constanza y doña María, hijas del rey
Jaime II, representaron en la sociedad política castellana dos modelos femeninos
bien diferentes durante básicamente la segunda minoría de Alfonso XI (1319-
1325), estando vinculadas siempre a la actividad gubernamental como tutores
de sus respectivos maridos, don Juan Manuel y don Pedro, respectivamente22.
Doña Constanza llegó a Castilla en 1312, si bien estaba ya prometida a
don Juan Manuel desde 130623. Tal vez por su carácter débil y enfermizo no
pudo ejercer sobre su marido toda la influencia que Jaime II hubiese deseado,
20. César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 500; José Sánchez-Ar-
cilla Bernal, Alfonso XI, 1312-1350... ob. cit., p. 75. Manuel García Fernández, «Jaime II y la mi-
noría de Alfonso XI...», ob. cit., p. 209.
21. César González Mínguez, «Constanza de Portugal...», ob. cit., p. 501.
22. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 220-222.
23. Sobre esta infanta de Aragón ver la clásica obra de Jesús Ernest Martínez Ferrando,
Els fills de Jaume II, Barcelona, 1950 y del mismo autor Jaime II de Aragón. Su vida familiar,
Modelos femeninos en la Corte durante la minoría de Alfonso XI (1312-1325).La reina… 71
especialmente a raíz del acceso a la tutoría de don Juan Manuel en 1319, tras la
muerte de los infantes don Pedro y don Juan en la Vega de Granada24. Recluida
en los castillos de Peñafiel y Garcimuñoz hasta su muerte en 1327, como mujer
de su tiempo tuvo escasa participación en la corte castellana. Sin embargo, en-
tre 1321 y 1325 aparece, por orden de su padre, como fiel mediadora entre su
esposo y su hermano, el infante don Juan, arzobispo de Toledo, a causa del de-
safío entre ambos por el oficio de Canciller Mayor de Castilla25.
El caso de la infanta doña María es muy diferente. La hija mayor de Jaime II
y de Blanca de Anjou actuó durante la minoría de Alfonso XI, y hasta 1320 que
regresará a Aragón, siguiendo siempre las directrices políticas que le marcaba
su padre, especialmente a partir de la muerte de su marido en 1319, actuando,
no obstante, con notable albedrío y personalidad26. Pero hasta entonces, la in-
fanta aragonesa, que había llegado a Castilla en enero de 1312, jugaría un pa-
pel, como mujer y esposa, muy subsidiario en la sociedad castellana, sometida
siempre a la autoridad de su esposo y también de doña María de Molina. Hasta
el punto de que entre ambas mujeres la desconfianza fue siempre mutua y las
relaciones familiares inextricables. En Castilla doña María entró de lleno en la
bandería de su esposo. A través de ella, don Pedro siempre pudo contar con el
consejo, apoyo y la protección política de su suegro. Pues en el concierto de los
bandos nobiliarios castellanos, en las tensas negociaciones entre los aspiran-
tes a tutores don Juan y don Pedro, en las diferentes cortes −Palencia en 1313,
Burgos en 1315 y Carrión en 1317− doña María suele estar presente, aunque
aparentemente ubicada en un papel femenino muy secundario junto al infante
don Pedro. Sometida a la autoridad del infante castellano y bajo el férreo polí-
tico control de doña María de Molina, a la que acompaña durante algunos ava-
tares políticos y fronterizos de su marido ya en Ávila ya en Valladolid, doña
María lleva una vida muy discreta, familiar y cortesana, con frecuentes misivas
a su padre comunicándole los más diversos asuntos de su nueva situación so-
cial y política en el reino castellano27.
Desde su llegada a Castilla, y a través del mayordomo mayor del infante
don Pedro, García Lasso de la Vega, la infanta aragonesa recibe poco a poco
Barcelona, 1948. Asimismo resulta de gran interés el libro Andrés Giménez Soler, Don Juan Ma-
nuel. Biografía y estudio crítico, Zaragoza, 1932.
24. Manuel García Fernández, Andalucía, guerra y frontera (1312-1350), Sevilla, 1990.
25. ACA, C. reg. 339, f. 257 r. Sobre las relaciones políticas y familiares de don Juan Ma-
nuel con su cuñado el infante don Juan de Aragón, arzobispo de Toledo, ver Manuel García Fer-
nández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 217-220.
26. Josep Baucells Reig, «L’expansió peninsular en la política de Jaume II. El matrimoni
de la seva filla la gran Maria amb l’infant Pere de Castella», en Anuario de Estudios Medievales,
1982, 12, pp. 491-535.
27. ACA, C. reg. 241, ff. 144r -145 v; Ángeles Masiá de Ros, Relación castellano-aragonesa
desde Jaime II a Pedro el Ceremonioso, Barcelona, 1994, vol. I, pp. 196-197.
72 Manuel García Fernández
28. Manuel García Fernández, «La infanta doña María, monja de Sijena, y su política cas-
tellana durante la minoría de Alfonso XI (1312-1350)», en Portugal, Aragón. Castilla. Alianzas
dinásticas y relaciones diplomáticas (1297-1357), Sevilla, 2008, pp. 257-275.
29. ACA. C, cartas reales (cr), n.º 5373 y 5377; Manuel García Fernández, «La infanta
doña María, monja de Sijena, y su política castellana durante la minoría de Alfonso XI...», ob.
cit., p. 262.
30. Máximo Diago Hernando, «Vicisitudes de un gran estado señorial en la frontera de
Castilla con Aragón durante la primera mitad del siglo XIV: los señoríos sorianos del infante
don Pedro», en Anuario de Estudios Medievales, 35/1, 2005, pp. 47-90.
31. ACA. C, reg. 245, ff. 161 rv. Edt. Jesús Ernest Martínez Ferrando, Jaime II de Aragón.
ob. cit. documento n.º 287.
32. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 220-221.
Modelos femeninos en la Corte durante la minoría de Alfonso XI (1312-1325).La reina… 73
33. Manuel García Fernández, «Jaime II y la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 216-217.
34. Manuel García Fernández, «La infanta doña María, monja de Sijena, y su política cas-
tellana durante la minoría de Alfonso XI...», ob. cit., pp. 264-265.
35. Regina Sainz de la Maza Lasoli, El Monasterio de Sijena. Catálogo de documentos del
Archivo de la Corona de Aragón, I (1208-1348), Barcelona, 1994. Ver los registros documenta-
les números 473, 475 y 480.
74 Manuel García Fernández
Lasso de la Vega, cuyas buenas palabras al rey de Aragón estaban vacías de in-
tenciones, unido a su enfermedad, aconsejaron definitivamente a Jaime II orde-
nar su traslado a Almazán y después a Calatayud, ya en la primavera de 132036.
Nadie en la sociedad política castellana próxima a los círculos del poder
monárquico, ni siquiera el infante don Felipe, censuró el precipitado exilio de
doña María, si no fuera porque la infanta se llevaba consigo a Calatayud a doña
Blanca, hija del infante don Pedro y dueña de un estratégico patrimonio en las
fronteras de Castilla con Aragón37.
Solo don Juan Manuel, temporalmente avenido con doña María de Mo-
lina y convertido en flamante pretendiente a la tutoría del rey, a la espera de las
próximas Cortes de Valladolid de 1321, y su esposa doña Constanza, insistie-
ron ante Jaime II para que la infanta y su hija permanecieran todavía en Castilla,
ahora bajo su protección familiar. Así pues, la futura residencia de doña Blanca
sería objeto de frecuentes fricciones fronterizas entre Aragón y Castilla, entre
doña María de Molina, Alfonso XI y Jaime II. Si definitivamente la infanta doña
María y su hija doña Blanca marcharon a Aragón por iniciativa propia, o bien
por obediencia debida a los muchos ruegos y consejos de Jaime II, o simple-
mente obligadas por las circunstancias castellanas adversas, nunca lo sabremos
del todo. Pero en Castilla el exilio de doña María con doña Blanca, sin previa
autorización de la reina doña María de Molina, fue motivo más que suficiente
de una nueva tirantez, ya endémica, entre la infanta aragonesa y la anciana reina
de Castilla, y posteriormente entre el joven Alfonso XI y los nobles castellanos
que administraban sus patrimonios y el propio rey de Aragón hasta su muerte
en 1327. Pues, en efecto, la anciana reina de Castilla, que reclamó siempre la
custodia de su nieta en Castilla hasta su muerte en 1321, no fue atendida nunca.
Por el contrario, ávida de poder la infanta doña María y su hija marcharon a Ca-
latayud y después al Monasterio de Santa María de Sijena, junto a su hermana
doña Blanca, del que era priora. Pues la residencia aragonesa de doña Blanca de
Castilla en Sijena junto a su madre se prolongaría hasta 132938.
BIBLIOGRAFÍA
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PEDRO I EL CRUEL Y SUS MUJERES
1. INTRODUCCIÓN
mito del rey don Pedro siguió perdurando después, como ha demostrado Re-
beca Sanmartín Bastida. Entre los historiadores románticos más conocidos,
podemos enumerar a Antonio Ferrer del Río, Juan Catalina García y López. Y
entre los hispanistas extranjeros, a Prosper Mérimée o Georges Daumet.
Entre todos estos historiadores decimonónicos, debemos hacer una men-
ción aparte y muy especial a Juan Bautista Sitges y Grifoll, autor del primer li-
bro sobre la historia del rey don Pedro que toma como hilo conductor el tema
objeto de estudio: las mujeres del rey don Pedro I de Castilla, y que ha servido
de base fundamental a las páginas que siguen. Como ha defendido Covadonga
Valdaliso Casanova (2010) −opinión que compartimos plenamente− la obra
de Sitges, encuadrada de lleno dentro la corriente positivista, sigue estando
plenamente vigente, dado el número y la importancia de las fuentes utilizadas,
su exhaustivo y sistemático análisis, la correcta estructura, la claridad en la ex-
posición y, sobre todo, la honestidad e imparcialidad de sus juicios y conclu-
siones, que parecen ser los principios básicos por los que se rige el autor.
Ya en el último tercio del siglo XX, Pedro I de Castilla tuvo su historiador
en Luis Vicente Díaz Martín, cuya amplia y extraordinaria obra –tanto en lo re-
lativo a la exhumación y publicación de fuentes, como al análisis y la síntesis− si-
gue siendo nuestro principal referente. En su interés por el Rey Cruel, el profesor
Díaz Martín seguía la estela de maestros como los profesores Luis Suárez Fer-
nández o Julio Valdeón Baruque, inquietud compartida por otros historiadores
de su generación, como María Isabel del Val Valdivieso, a su vez maestra de Co-
vadonga Valdaliso Casanova, quien ha logrado renovar la historiografía sobre
Pedro I de Castilla, ya en nuestros días. Entremezclados con estas tres genera-
ciones de historiadores del siglo XX y primeras décadas del siglo XXI, aparecen
algunos otros, tanto españoles, caso de Gonzalo Moya, Juan Cervera o Paulino
García Toraño, como extranjeros, por ejemplo, Clara Estow.
Por otra parte, de todos es conocida la vinculación directa de Pedro I con
Sevilla y su reino, por lo que, desde épocas muy tempranas, fueron muchos
los historiadores sevillanos que se interesaron por el reinado de tan discutido
monarca. Siguiendo un orden cronológico y a partir del siglo XVI, citaremos
a algunos de los más conocidos, tales como Luis de Peraza, que vivió en el si-
glo XVI y es reconocido como el primer historiador sevillano; Pablo Espinosa
de los Monteros y el gran analista sevillano Diego Ortiz de Zúñiga, para el
siglo XVII, los decimonónicos Joaquín Guichot y Parody, Francisco Mateos-
Gago y Fernández, el gaditano Adolfo de Castro, Manuel Fernández López,
historiador de Carmona, y Joaquín Hazañas y La Rúa, muerto en 1934, o ya
a caballo entre los siglos XX y XXI, Manuel González Jiménez, Manuel Gar-
cía Fernández o Carlos Ros. En otro sentido, el relativo al rey don Pedro y a al-
gunos personajes de su tiempo, entre los que podemos señalar a su hermano
bastardo, el infante don Fadrique, maestre de Santiago, como figuras litera-
rias, inspiradoras, entre otras cosas, de numerosos romances –magníficamente
Pedro I el Cruel y sus mujeres 101
editados por Antonio Pérez Gómez−, debemos destacar la obra de Pedro Ma-
nuel Piñero Ramírez.
A partir de este breve estado de la cuestión, que necesariamente deberá
ser completado con la selección bibliográfica que se recoge al final del texto,
debemos aclarar que el objetivo de este trabajo no es otro que intentar ofrecer
a los posibles estudiosos e investigadores, interesados por el tema que vamos a
tratar, un panorama general del papel que las mujeres desempeñaron durante
el reinado de Pedro I, tanto en la vida pública, como en el ámbito privado del
monarca, con el deseo de que este breve planteamiento pueda despertar inte-
rés y servir de base a futuros análisis particulares, sobre cada uno de los per-
sonajes femeninos que aquí se recogen, mucho más completos y exhaustivos.
La relación de Pedro I el Cruel de Castilla con las mujeres estuvo marcada,
durante toda su vida y al igual que la mayor parte de los monarcas europeos
de su época, por tres presupuestos principales: la razón de estado, el amor y la
pasión amorosa.
Por lo que hace al primero de ellos, la razón de estado, debemos tener en
cuenta que, ya por esta época, la corona de Castilla ocupaba un puesto privile-
giado en el concierto de las monarquías occidentales, por lo que, desde su más
tierna infancia, el único hijo legítimo de Alfonso XI de Castilla fue solicitado
en matrimonio, para sus hijas o sobrinas, por los reyes de Francia e Inglaterra,
enfrentados, por entonces, como sabemos, en la Guerra de los Cien Años, por
lo que tanto unos como otros ansiaban la alianza castellana. Esta misma tónica
se mantuvo durante el reinado de Pedro I, ampliándose a otros acuerdos ma-
trimoniales con la otra gran corona peninsular: Aragón, mientras que la op-
ción portuguesa quedó relegada, dado el parentesco directo de don Pedro, hijo
de María de Portugal, con los monarcas lusos.
En cuanto al amor, de todos es conocido el que sintió por doña María de
Padilla, a pesar de que su relación apenas duró nueve años, aunque perduró
más allá de la temprana muerte de su amante, traspasando la historia y con-
virtiéndose en leyenda, sobre todo para la tradición sevillana, acrecentada por
los autores románticos.
De todas maneras, el indiscutible amor de don Pedro hacia doña María de
Padilla no fue obstáculo, como solía ser habitual entre los reyes de su tiempo,
para que antes de entablar relación con ella, durante esta y, por supuesto, a la
muerte de doña María, el rey mantuviera numerosos y sucesivos amoríos con
otras mujeres, generalmente importantes señoras castellanas, que, muchas ve-
ces, se opusieron a los ímpetus amatorios del rey, pero que, otras tantas, no tu-
vieron otra opción que doblegarse a ellos.
Estas tres causas fundamentales aparecen entretejidas a lo largo de toda la
existencia del rey, según corresponde a la naturaleza humana. Sin embargo, a
continuación, nosotros vamos a tratar de sistematizarlas, para lo que intenta-
remos seguir un orden cronológico.
102 Isabel Montes Romero-Camacho
Juana Plantagenet, que, al parecer, había simultaneado con los tratados con el
rey de Francia. Blanca de Navarra solo fue reina de Francia durante siete me-
ses, por la muerte de Felipe de Valois. Una vez viuda, siendo ya don Pedro rey
de Castilla, nuevamente volvió a plantearse su matrimonio, en el segundo se-
mestre de 1351. Doña Blanca puso excusas al matrimonio pretextando que las
reinas viudas de Francia, aunque fuesen mozas, no volvían a casarse, como, al
parecer, también lo justificó así su hermano, Carlos el Malo de Navarra, ante
el rey de Castilla. Blanca de Navarra continuó su vida en París, representando
un importante papel hasta su muerte muchos años después, el 5 de octubre de
1398. Por lo que parece era muy culta y amante de los libros, que, según su tes-
tamento, poseía en alto número.
Una vez proclamado rey don Pedro, serían el papa Clemente VI y el rey de
Francia quienes tomaron empeño en concertar su matrimonio con una prin-
cesa francesa, contando con el beneplácito de la reina doña María y de don
Vasco, por entonces obispo de Palencia y, más tarde, arzobispo de Toledo.
Según recoge Ayala en su crónica, en un principio, no se dijo expresa-
mente el nombre de la princesa destinada a ser reina de Castilla, aunque Sit-
ges opina lo contrario, ya que, para él, el poder dado a los plenipotenciarios
franceses habla expresamente de la hija del duque de Borbón, la mayor de las
princesas francesas no casadas. Como era habitual, los embajadores franceses,
además de la propuesta de matrimonio, tenían como misión principal ratifi-
car la alianza franco-castellana, no solo entre los actuales monarcas y sus su-
cesores, sino en los mismos términos del acuerdo firmado por sus respectivos
progenitores, el 1 de julio de 1345, a excepción de las cláusulas que se referían
a doña Leonor de Guzmán y sus hijos.
En principio, los embajadores españoles, según lo tratado en 1345, re-
clamaron para el rey de Castilla la mano de Blanca de Navarra, por enton-
ces, como sabemos, viuda de Felipe de Valois, que se negó rotundamente a
volverse a casar.
Ante dicho rechazo, lo que retrasó la negociación, volvió a pensarse en la
hija mayor soltera del duque de Borbón, cuya mano fue pedida el 8 de junio
de 1352, dando comienzo el proceso del acuerdo, al procederse a fijar la dote y
forma de pago, así como de la renovación de la alianza establecida, en su día,
por Alfonso XI y Felipe de Valois.
La dote fue fijada en 300.000 florines de oro, a pagar en sus correspon-
dientes plazos, que se devolverían al rey de Francia en caso de muerte de doña
Blanca. Los plazos serían: 25.000 florines a la salida de Francia de doña Blanca;
25.000 florines la Navidad siguiente y 50.000 florines, hasta completar los
300.000, en las sucesivas Navidades. Se detallan, igualmente, los bienes que el
rey de Castilla debería entregar como dote a su futura esposa, que deberían ser
equivalentes a los recibidos por su madre y su abuela: las villas de Arévalo, en
la diócesis de Ávila, Sepúlveda y Coca, en la de Segovia, y Mayorga, en la de
León, que revertirían a la corona si doña Blanca falleciese.
Además de la dote, doña Blanca trajo consigo a Castilla un magnífico
ajuar, que nos es conocido gracias a la documentación de la época, todo ello
guardado en doce cofres, seis cestos forrados de cuero y algún otro bulto, como
un atado de colchones.
Conocemos algunos detalles, publicados por J. B. Sitges, sobre el extraor-
dinario ajuar de doña Blanca, en el que destacan las joyas, vestidos, sombreros,
guantes, zapatos, tapices, ornamentos litúrgicos, servicio de mesa y cama. En
total, el ajuar estaba valorado en 6.914 libras más 6.495 escudos.
106 Isabel Montes Romero-Camacho
de caracteres, ya que solo permanecieron juntos unas pocas horas. Ni por inte-
reses políticos distintos, ya que, por lo que sabemos, doña Blanca no había te-
nido tiempo de actuar en contra de los intereses de don Pedro. Sea como fuere,
la realidad era que ambos cónyuges eran absolutamente incompatibles, por
más que tenían edades similares: don Pedro aún no había cumplido los veinte
años y doña Blanca tenía diecisiete.
Sitges tampoco es partidario de la tesis que concita más seguidores: que
don Pedro se percató de que doña Blanca había sido desflorada por don Fadri-
que, porque si así hubiera sido, como la boda se celebró el 3 de junio de 1353,
estaría embarazada, al menos, de cuatro meses, circunstancia que no habría pa-
sado desapercibida en la corte, por lo que ni la reina madre, ni Alburquerque ni
otras personas principales habrían consentido que se celebrara el matrimonio.
Como es sabido, don Fadrique, en su condición de maestre de Santiago,
tenía prohibido el matrimonio, aunque nos consta que tuvo varios hijos, a los
que reconoció, haciendo públicos los nombres de sus madres, a excepción de
uno, su primogénito, llamado Alfonso Enríquez, que llegó a ser almirante de
Castilla, al que identifican muchos historiadores y genealogistas (Zurita, Ma-
riana, Luis de Salazar, Ortiz de Zúñiga…), nacido, según se dice, de estos su-
puestos amores entre doña Blanca y don Fadrique.
Así nos lo ha transmitido un viejo romance popular, recogido por Gui-
chot, titulado: Romance de como la reina doña Blanca, mujer del rey de Casti-
lla don Pedro, tuvo un hijo de su cuñado Don Fadrique, del que reproducimos
los primeros versos:
El romance continúa diciendo que doña Blanca, estando en Sevilla, hizo lla-
mar de noche al secretario del maestre, Alonso Pérez o Alonso Ortiz, y le confió al
niño que este entregó a una judía de Llerena, llamada Paloma, casada y criada del
maestre, para que lo criara. El romance da muchos datos falsos, entre otros el he-
cho de que doña Blanca nunca estuvo en Sevilla, o el que don Fadrique estuviera
sitiando Coimbra, o la misma datación del nacimiento de don Alonso Enríquez.
Aunque historiadores como Ortiz de Zúñiga creen verosímil la versión de
los amores de doña Blanca y don Fadrique, Sitges no piensa que este fuera el
motivo del distanciamiento de don Pedro, que atribuye a causas distintas a la
persona de doña Blanca.
108 Isabel Montes Romero-Camacho
Como sabemos, el matrimonio entre don Pedro y doña Blanca era la rati-
ficación del tratado de alianza entre Francia y Castilla, por lo que fue el mismo
rey francés y no el padre de doña Blanca el que asumió todos los compromi-
sos, incluida la dote y el ajuar. Es cierto que el monarca francés incumplió o re-
trasó parte de sus obligaciones, el mismo viaje de doña Blanca a Castilla y la
satisfacción de la dote, actitud que enfureció al rey de Castilla y a sus conseje-
ros, a la llegada de doña Blanca a Valladolid. Esta es la razón del retraso de la
boda, de la no concesión a doña Blanca de las arras prometidas, y si la boda se
realizó finalmente, fue previa protesta real y efectiva de don Pedro, aunque el
papa, como dijimos, lo considerara cosa sin importancia, por lo que esto ex-
plicaría el comportamiento de tan respetados prelados castellanos, como el
obispo de Ávila. En este sentido, es explicable que el pontífice pensara que el
no cumplimiento de sus compromisos, por parte del rey de Francia, al tratarse
de problemas económicos fundamentalmente, no fuera suficiente para la no
consumación del matrimonio, ya que si se hubiera tratado de un atentado a la
honra del rey, la opinión del papa hubiera sido distinta. Pero, en este tiempo,
si la dote no se hacía efectiva y el matrimonio no se había consumado, el con-
trato matrimonial quedaba anulado.
Es posible que las confesiones que don Pedro arrancara a doña Blanca la
noche de bodas no fueran otras que la princesa le confesara que Juan II no po-
día pagar la dote sencillamente porque no tenía liquidez económica para ha-
cerlo, ya que, como es sabido, el rey francés, y más en este tiempo, padecía
graves problemas económicos. Ante esta confesión, don Pedro, al sentirse en-
gañado, debió romper su compromiso de arras con doña Blanca y negarse a
consumar el matrimonio. El monarca decidió hacer pública su decisión, co-
municándosela a su madre y a su tía, y para hacerla evidente tanto en la corte,
como en todos sus reinos, abandonó drásticamente a doña Blanca, dejando en
evidencia al rey de Francia, que nunca criticó la conducta del rey don Pedro, ni
reclamó la dote, que no había pagado, a la muerte de doña Blanca.
Doña Blanca permaneció junto a la reina madre, con la que marchó a
Tordesillas y a Medina del Campo, aunque el rey, desde Segovia, ordenó que
doña Blanca dejara a la reina doña María y que fuera a Arévalo, acompañada
por don Pedro Gómez Gudiel, obispo de Segovia, y de Tel González Palome-
que, los dos toledanos, además de otros caballeros. También la acompañó doña
Leonor de Saldaña, a quien la reina doña María había nombrado su aya y que
siempre le fue fiel. Según Ayala, doña Blanca fue llevada a Arévalo como pri-
sionera, pero Sitges piensa que no es cierto, sino que lo que don Pedro quería
demostrar es que no pertenecía a la casa real. Sea como fuere, estuvo en Aré-
valo hasta mayo de 1354.
Entre tanto, se produjo un acontecimiento de máxima gravedad: el matri-
monio de don Pedro con doña Juana de Castro, celebrado en Cuéllar en abril.
Sabemos que el papa tuvo que intervenir en las pretensiones de doña María de
Pedro I el Cruel y sus mujeres 109
En este tiempo yendo el Rey á Gijón tomó a doña María de Padilla, que
era una doncella muy fermosa, é andaba en casa de doña Isabel de Meneses,
mujer de don Juan Alfonso de Alburquerque, que la criaba é traxógela á Sant
Facund –Sahagún−, Juan Fernández de Henestrosa, su tío, hermano de doña
María González su madre. É todo esto fue por consejo de Don Juan Alfonso de
Alburquerque.
El Rey Don Pedro fue á la Cibdad de León, é á la entrada que entraba vido
en los palaçios de un caballero que se decía Diego Fernández de Quiñones, un
grand caballero de la cibdat, una doncella su parienta de este caballero, que se de-
cía Doña María de Padilla, la cual era la más apuesta doncella que por entonces
se hallaba en el mundo: é el Rey, cuando la vido, como era mancebo de edad fasta
diez y siete años, enamórose mucho della, é non pudo estar en si hasta que la uvo
é durmió con ella.
Que la común tradición de Sevilla es que la dicha Doña María vivía en ella
con su tío Don Juan Fernández de Henestrosa, en la casa que hoy se ve en la co-
llación de San Gil, en la calle Real, yendo de Santa Marina á la Puerta Macarena
á la mano derecha –que entonces era mucho mayor que hoy−, y que viniendo el
rey de caza la vió y se enamoró de ella, y diciéndole á su tío su pensamiento, ella
no consintió con el gusto del rey sino fuese con título de matrimonio y ansí di-
cen que se casó con ella, y que la llevó al alcázar como su mujer; que la quiso de
suerte que, cuando Doña Blanca vino de Francia, aunque hizo la ceremonia de
bodas en Valladolid, etc.
Bien fuera que, como defiende Ayala, don Juan Alfonso de Alburquer-
que se la ofreciera como manceba, bien que la conociera a su paso por León,
cuando se dirigía a sojuzgar la rebelión de su hermano don Enrique en Astu-
rias, bien que la viera casualmente en Sevilla, al regresar de cazar, es innegable
que en junio de 1352 ya estaba viviendo con ella, que le concedió el señorío de
Huelva, y que en marzo de 1353 le daba su primera hija, nacida en Córdoba,
que recibió el nombre de doña Beatriz y cuyo nacimiento fue muy celebrado.
A partir de entonces y hasta su muerte, en 1361, doña María de Padilla siem-
pre estuvo al lado del rey, compartiendo su vida nómada.
Según Ayala, que la conoció personalmente, doña María de Padilla era de
«buen linaje é muy fermosa é pequeña de cuerpo é de buen entendimiento».
Otros muchos cronistas se deshacen en alabanzas con respecto a ella, desta-
cando, además de su hermosura, que era muy discreta, afable y compasiva, y
que siempre que le fue posible intentó suavizar los arrebatos del rey y les salvó
la vida a muchos. Nadie la retrata como vengativa, por más que tuvo nume-
rosos enemigos, ni ambiciosa de riquezas. Se la conoce, en palabras de J. B.
Sitges, como «el ángel bueno de Don Pedro, y con su dulzura, sus gracias y pa-
ciencia pudo sujetar á aquel carácter fiero é indómito».
Uno de los asuntos que más ha llamado la atención de los historiadores y
que ha quedado inconcluso, es precisar si doña María de Padilla fue la man-
ceba o la esposa legítima de don Pedro, para lo que existen tanto opiniones a
favor, como en contra.
114 Isabel Montes Romero-Camacho
relegada, por lo que quiso romper su relación con don Pedro y refugiarse en
un convento.
Es digno de hacerse notar que no fue hasta entonces cuando el Papa em-
pezó a recriminar a don Pedro su comportamiento y su separación de doña
Blanca, como ocurriría después, por lo que en la carta que el pontífice envía a
don Pedro, el 6 de abril de 1354, atendiendo sus recomendaciones, autoriza a
doña María de Padilla a construir un monasterio de Santa Clara, donde, con el
fin de penar sus culpas, se proponía pasar el resto de su vida.
De todas maneras, Inocencio VI, buen conocedor de la naturaleza hu-
mana, no dio crédito a la repentina vocación contemplativa de doña María,
por lo que, en bulas emitidas el 5 de abril de 1354, enviadas a doña María, le
daba permiso para fundar el monasterio de clarisas, aunque solo la autoriza a
visitar una sola vez al año los monasterios de clarisas de Castilla y León, siem-
pre que fuera acompañada de tres o cuatro matronas honestas y sin que pu-
diera comer o dormir en ellos.
Cuando poco después el papa se enteró del supuesto matrimonio del
rey con doña Juana de Castro, no pudo por menos que indignarse, por lo
que el 19 de abril de 1354, mandaba a su legado Beltrán, obispo de Se-
nez, que pronunciara contra el rey la excomunión, por causa de su reproba-
ble comportamiento, primero con doña María de Padilla y ahora con doña
Juana de Castro.
Por lo que se refiere a doña Juana de Castro, la actitud severa del Papa ya
no tenía sentido, puesto que don Pedro la había abandonado antes de que el
pontífice le escribiera, de manera conminatoria, el 19 de abril. Ante esta evi-
dencia, ya no era necesario que doña María de Padilla entrara en ningún mo-
nasterio, pues había regresado al lado del rey y junto a él permaneció hasta su
muerte. En julio, dio al rey una nueva hija, doña Constanza, en Castrojeriz, por
lo que no es extraño que cuando su tía doña Leonor, reina de Aragón, le pidió
en Tordesillas que procurase que doña María entrase en órdenes, bien en Fran-
cia, bien en Aragón, como era de suponer, don Pedro ignoró por completo sus
recomendaciones.
Doña María, por lo que sabemos, abandonó totalmente sus pretensiones
de entrar en un convento, tanto es así que, cuando el 10 de junio de 1355 llevó
a cabo algunas donaciones al monasterio de Astudillo, rogaba a sus hijas doña
Beatriz y doña Constanza, «é los otros fijos é fijas si Dios se los diere», que
mantuviesen siempre firme dicha donación. Y lo mismo el 4 de febrero de
1356, cuando otorgó la escritura de fundación de dicho monasterio. Y así fue,
ya que en el verano de 1355 dio a luz en Tordesillas a su tercera hija, doña Isa-
bel, y, finalmente, a mitad de 1359, también en Tordesillas, llegó el ansiado hijo
varón, don Alfonso.
Es cierto que el Papa volvió a insistir en varias ocasiones para que don Pe-
dro y doña María se separaran, especialmente en una carta dirigida al rey el
Pedro I el Cruel y sus mujeres 117
Según parece, al contrario que doña María de Padilla, que actuó guiada por el
amor, o de doña Blanca de Borbón, cuya vida estuvo inspirada por la razón de
estado, la nota característica de doña Juana de Castro no pudo ser otra que la
ambición.
Doña Juana era hija de don Pedro de Castro, llamado el de la guerra, primo
de Alfonso XI, y, por tanto, hermana de don Fernando de Castro, que protago-
nizó un importante papel en el reinado de don Pedro, al tiempo que hermana
natural de don Alvar Pérez de Castro, que igualmente tuvo gran relieve en Cas-
tilla y en Portugal, y de doña Inés de Castro, la amante de don Pedro I de Por-
tugal, quien la reconoció como esposa y reina, una vez muerta.
Cuando empezó su relación con don Pedro, doña Juana era ya viuda de un
don Diego López de Haro, nieto del don Diego López de Haro, señor de Viz-
caya. Por tanto, doña Juana era prima segunda del rey y dama de gran linaje,
118 Isabel Montes Romero-Camacho
El noble castellano don Alfonso Fernández Coronel había sido muy benefi-
ciado por Alfonso XI y, especialmente, por su pariente doña Leonor de Guz-
mán, quien le había cedido Medina Sidonia, pero tras la muerte del rey requirió
a doña Leonor que le levantase el pleito homenaje.
120 Isabel Montes Romero-Camacho
Estando el rey Don Pedro en Sevilla en este año −1358− tomó del Monas-
terio de Santa Clara, que es en la dicha cibdad, á Doña Aldonza Coronel, mujer
de Don Alvar Pérez de Guzmán, fija de Don Alfonso Fernández Coronel: la cual
Doña Aldonza era venida al rey durante la tregua de un año que fué puesta entre
Castilla é Aragón. E levó el rey del Monasterio de Sancta Clara, de Sevilla, á la di-
cha Doña Aldonza Coronel: é magüera que al comienzo á ella non placía quando
este se trataba; pero después ella de su voluntad, salió del Monesterio, é púsola el
rey en la Torre del Oro.
Tal vez el hecho de llevarla a la Torre del Oro y ponerla bajo la guarda de
algunos caballeros, que recibirían la protección del alguacil mayor de Sevi-
lla, fue para tranquilizar a doña Aldonza, que temía la venganza de doña Ma-
ría de Padilla.
Estando el rey en Carmona, mandó llamar a doña Aldonza, dejándola allí y,
según Ayala, regresando a Sevilla, junto a doña María de Padilla, arrepentido de
su relación con ella y renegando de todos los que lo impulsaron a tomarla.
Por lo que sabemos, doña Aldonza ya había muerto en 1376, cuando su
hermana doña María realizó una donación a las monjas de Santa Inés, para que
rezaran por la vida y salud del rey, por el alma del rey don Alfonso XI y de don
Juan, su marido, así como «por las ánimas de los dichos Don Alfonso Fernán-
dez Coronel, mi padre, y de Doña Elvira, mi madre, y de Doña Aldonza y de
Doña Mayor mis hermanas, que me dexaron cargo é deuda de parte de ellas
para lo fazer».
Por lo que hace a doña María, no existe ningún testimonio fidedigno que
demuestre que tuvo relaciones con el rey don Pedro, a pesar de que así lo haya
difundido la leyenda, especialmente en la creencia popular sevillana.
Como es sabido, según la leyenda, calificada de pueril por Sitges, lo que
hizo doña María Fernández Coronel fue quemarse la cara, para de esta manera
calmar la exacerbada pasión de don Pedro.
Para el polemista Francisco Mateos-Gago, primero, la leyenda de doña
María Coronel solo tiene como fundamento la tradición, segundo, vio las ci-
catrices en la cara de la momia y tercero, tras buscar información sobre esta
tradición en el monasterio de Santa Inés, no encontró nada al respecto, pues
según le dijeron, muchos documentos originales se perdieron al enviarlos a
Roma, a finales del siglo XVII o principios del siglo XVIII, cuando se inició el
proceso de beatificación de la fundadora del convento.
Repasemos ahora los hechos históricos.
Es posible que doña María y su hermana doña Aldonza pidieran refugio
en el convento de Santa Clara de Sevilla, cuando sus maridos se sublevaron
contra Pedro I, con la intención de ceder Andalucía al rey de Aragón.
Como sabemos, el 4 de julio de 1366, doña María y sus hermanas con-
siguieron de don Enrique de Trastámara que les devolviera las propiedades
122 Isabel Montes Romero-Camacho
de sus padres, una vez el bastardo regresó a Sevilla en los primeros días de
mayo.
Cuando don Enrique tuvo que exiliarse después de la batalla de Nájera,
el rey don Pedro, tras asegurarse en el trono, no parece que volviera a acor-
darse de las Coronel ni de sus bienes, que siguieron disfrutando después de la
muerte del rey.
De esta manera, doña María pudo conseguir del papa Gregorio XI per-
miso para fundar el convento de Santa Inés, por bula del 8 de octubre de 1374,
en la que se dice que doña María era monja en el convento de Santa Clara.
El 2 de diciembre de 1374, el arzobispo y el cabildo hispalenses dieron per-
miso a doña María para levantar el convento de Santa Inés. En escrituras fechadas
el 6, 10 y 16 de septiembre de 1376, doña María donó sus bienes al convento de
Santa Inés, aunque en estos documentos no aparece expresamente como religiosa.
Todavía no lo era en 1370, pues el 2 de mayo otorgaba escritura en Illes-
cas, dotando a una sobrina con 400.000 maravedíes por su boda. Debemos
aclarar que en Illescas vivía su hermana doña Mayor, mujer de don Juan Ra-
mírez de Guzmán.
La donación al convento de Santa Inés se hace a su abadesa, doña María
López, siendo confirmada por otra escritura de 28 de septiembre de 1394, fe-
cha en que la abadesa y las demás monjas del monasterio de Santa Clara au-
torizaron las donaciones que hiciera doña María al convento de Santa Inés,
puntualizando que dichos bienes, herencia de sus padres y hermanas, llegaron
al monasterio de Santa Clara «por vos ser en él rescebida é profesa».
Doña María Coronel, fundadora del convento de Santa Inés, fue enterrada
en un sepulcro de mármol, situado en medio del coro. Parece ser que murió el
2 de diciembre de 1411, como abadesa del convento.
En 1546, las monjas decidieron trasladar los restos de su fundadora y, al
abrir el sepulcro, encontraron el cuerpo incorrupto de doña María, que fue
trasladado a un enterramiento situado al lado de la epístola del mismo coro,
debajo del órgano. Más adelante, custodiaron la momia en una urna de ma-
dera dorada y cristales, enfrente de su anterior ubicación.
Según la leyenda, dicha momia desprende una especia de buen olor y pre-
senta en su cara las señales de las quemaduras que, según se dice, se hizo al ver-
terse aceite hirviendo, con el fin de desfigurarse, mantener la castidad y frenar
las pasiones del rey don Pedro.
Doña Juana de Aragón había nacido del matrimonio entre Pedro IV el Cere-
monioso de Aragón y doña María de Navarra, hermana de Carlos el Malo, y
cuando se firmó la paz de Terrer, entre Aragón y Castilla, debía tener alrededor
Pedro I el Cruel y sus mujeres 123
Como hemos dicho, fue otra de las señoras que mantuvo relaciones con el
rey don Pedro, sobre las que existen dos versiones. La del Padre Enrique Fló-
rez, que defiende que doña Teresa, que era dama de la reina doña María, fue
Pedro I el Cruel y sus mujeres 125
la primera mujer que despertó la pasión amorosa de don Pedro, siendo toda-
vía infante, aunque, en principio, no atendió a sus requerimientos, exigiéndole
promesa de matrimonio, pero dada la juventud del novio, apenas quince años,
dichas promesas pronto quedaron sin efecto, por más que de sus veleidosos
amores nació una niña.
Debido al escándalo que esta relación provocó en la corte, doña Teresa
hubo de exiliarse a Portugal, donde casó con don Juan Núñez de Aguilar, aun-
que no tuvieron descendencia. Al quedarse viuda regresó a Toledo, donde vi-
vió de forma honesta y apartada del mundo, terminando por meterse monja
en el convento de Santo Domingo el Real, donde ya había ingresado anterior-
mente su hija.
Esta versión es rechazable de pleno, ya que no concuerda con la edad de
doña Teresa, pues sería su madre, doña Inés, la coetánea del rey don Pedro, en
su época de infante.
La segunda teoría, defendida por Salazar, es mucho más verosímil, ya que
defiende que esta doña Teresa se había criado con doña Isabel y doña Cons-
tanza, las hijas de don Pedro y María de Padilla, a las que el rey llamaba infan-
tas, y que, siendo de muy corta edad, don Pedro la forzó y tuvieron una hija,
llamada doña María, monja profesa en el monasterio de Santo Domingo de
Toledo, y que doña Teresa siempre se comportó como una señora muy noble
y muy devota. Por lo que parece, el rey se encaprichó de doña Teresa después
de 1362, año en que dio el nombre de infantas a sus hijas con María de Padilla.
Según parece, profesó, como hemos dicho, en el monasterio de Santo Do-
mingo el Real, donde llegó a ser priora, gozando de gran prestigio no solo en
la ciudad de Toledo, donde prestó grandes servicios a su tío, don Pero López
de Ayala, cuando fue alcalde mayor, sino en la corte, como demuestra el he-
cho de que, cuando la reina doña María dio a luz en Illescas, el 5 de octubre de
1422, a la infanta doña Catalina, entre las personas de su confianza que el rey
don Juan II mandó para acompañarla, según nos cuenta Alvar García de Santa
María, se encontraban doña Teresa de Ayala, priora del monasterio de Santa
María la Real de Toledo, y doña María, monja en dicho monasterio, «fija del
rey don Pedro».
Doña Teresa y su hija, doña María, murieron en dicho convento, donde
yacen enterradas, en un breve lapso de tiempo, pues la primera lo hizo el 31 de
agosto de 1424 y la segunda el 17 de septiembre siguiente.
Una vez muerta doña María de Padilla, el rey entabló relaciones con una tal
doña Isabel, de la que no conocemos su apellido, que, según don Pero López de
Ayala, fue el ama del infante don Alfonso, el hijo de María de Padilla.
126 Isabel Montes Romero-Camacho
Por las pocas noticias que tenemos de ella, sabemos que don Pedro la te-
nía en alta estima y la protegió siempre, así como a los hijos que tuvo con ella,
don Sancho y don Diego.
Según Ayala, el rey pensó incluso en casarse con ella y reconocer como su
heredero al primero de los dos hijos nacidos de su relación, don Sancho. No
llegó a cristalizar dicho propósito, pero tenemos noticias de que estos dos hi-
jos, como tendremos ocasión de ver, padecieron grandes desgracias. Por lo que
cuenta Mosén Diego de Valera, doña Isabel, junto con sus hijos, se encontraba
en Carmona, donde fueron hechos prisioneros cuando don Enrique la tomó.
Para terminar la larga lista de mujeres que tuvieron relaciones amorosas con
don Pedro, solo nos queda mencionar a cuatro señoras que nombra en su tes-
tamento: Mari Ortiz, Mari Alfonso de Fermosiella, Juana García de Sotomayor
y Urraca Alfonso Carrillo. A la primera de ellas le manda dos mil maravedíes,
y mil maravedíes a las otras tres, con la condición expresa de que todas ellas
profesasen como religiosas.
También han hablado algunos de doña María Alonso Tamayo, que, se-
gún noticia de Lope García de Salazar, que lo contaba en 1471, era «mucho lo-
zana e fermosa». Era la heredera del solar de Tamayo y contrajo matrimonio
con don Pedro García de Salazar, con amplias descendencias entre las más no-
bles familias castellanas.
3. CONCLUSIÓN
Es innegable que, tras este repaso a la vida amorosa del rey don Pedro, la incon-
tinencia fue uno de sus pecados, pero, en opinión de Juan Bautista Sitges, en este
aspecto, no se diferencia mucho de su hermano bastardo y sucesor, don Enrique,
ni de los reyes y magnates de su tiempo, por lo que puede afirmarse que sus con-
temporáneos no se escandalizaban en modo alguno de este comportamiento.
Como sabemos, fue fruto de los amores forzados del rey don Pedro con doña Te-
resa de Ayala, sobrina carnal del Canciller. Desde muy niña, fue monja en el con-
vento de Santo Domingo el Real de Toledo, del que llegó a ser priora, y donde
Pedro I el Cruel y sus mujeres 127
murió y está enterrada junto a su madre y, como ella, gozó siempre de la conside-
ración y el respeto de los reyes, de la nobleza y de la sociedad toledana en general.
Por lo que sabemos, don Pedro tuvo cuatro hijos de doña María de Padilla:
doña Beatriz, que nació en Córdoba el 23 de marzo de 1353 y, según parece,
expiró en Bayona, a mitad de 1367; doña Constanza, nacida en Castrojeriz en
julio de 1354 y que murió en 1394; doña Isabel, que vino al mundo en Tordesi-
llas en el verano de 1355 y que también falleció en 1394; y don Alfonso, que
igualmente nació en Tordesillas, a mitad de 1359 y dejó de existir en Sevilla,
el 11 de octubre de 1362, un mes antes de que don Pedro dictara testamento y
nombrase herederas a sus tres hijas.
Como sabemos, don Pedro declaró ante las Cortes de Sevilla que había
contraído matrimonio en secreto con doña María de Padilla, por lo que sus
cuatro hijos eran legítimos. Tras la muerte de don Alfonso, quedaba como he-
redera la infanta doña Beatriz, a la que su padre concertó en matrimonio con
don Fernando, heredero de Portugal, según aparece en su testamento, buscando
la alianza con el reino vecino. Pero dicho enlace quedó en suspenso cuando, en
1366, don Enrique entró en Castilla y don Pedro hubo de refugiarse en Aqui-
tania, acompañándolo, según Ayala y Fernando Lopes, sus tres hijas, las infan-
tas doña Beatriz, doña Constanza y doña Isabel, además de otros de sus hijos.
Sea como fuere, en sus acuerdos con el Príncipe de Gales para que le ayu-
dara a recuperar el trono de Castilla, tuvo que transigir con algunas cláusulas
verdaderamente draconianas para don Pedro, dejando como rehenes en Ba-
yona a sus tres hijas que, según Fernando Lopes, a la muerte del rey, quedaron
huérfanas del todo, sin tierras, ni rentas, ni ninguna otra cosa, y que, una vez
muerta doña Beatriz en Bayona, como también recoge Ayala, sus dos herma-
nas estuvieron completamente desamparadas.
Por lo que parece, doña Beatriz murió hacia mitad de 1367, a la corta edad
de trece años, después de una infancia desgraciada, aun habiendo sido recono-
cida como heredera de Castilla.
Mejor fortuna tuvieron sus hermanas doña Constanza y doña Isabel que,
al parecer, regresaron a Castilla tras la restauración de don Pedro, en 1367. A la
muerte del rey permanecerían en Carmona, desde donde regresaron a tierras
inglesas, según testimonio de doña Leonor López de Córdoba, hija del maes-
tre don Martín López de Córdoba, defensor de Carmona, y nuera de don Juan
Fernández de Henestrosa, al haber contraído matrimonio con don Rui Gutié-
rrez de Henestrosa.
128 Isabel Montes Romero-Camacho
Según cuenta doña Leonor, una de las condiciones principales que don
Martín López de Córdoba puso para entregar el alcázar de Carmona al rey
don Enrique era la garantía de que liberaría a las infantas y las pondría a salvo,
tanto a ellas como a sus tesoros, en Inglaterra.
Por lo que sabemos, doña Constanza y doña Isabel estaban en Aquitania en
1371 y allí contrajeron ambas matrimonio, en 1372, doña Constanza con el du-
que de Lancaster, y doña Isabel con Edmundo, por entonces conde de Cambridge
y, más tarde, duque de York, cuarto hijo de Enrique III de Inglaterra, quien, ade-
más de amparar a las dos huérfanas, vio pronto las ventajas de estos enlaces.
Juan de Gante, duque de Lancaster, llamado de este modo por el lugar de
su nacimiento, en 1339, había casado en 1359 con Blanca, duquesa de Lancas-
ter, de la que tuvo varios hijos e hijas, y quedó viudo en 1369, por lo que pudo
casarse en 1372 con doña Constanza. Como consecuencia de este matrimonio,
el duque de Lancaster ya usaba el título de rey de León y de Castilla el 25 de ju-
nio de 1372, según documento publicado por Rymer. Muy pronto, hacia 1375,
empezó a reivindicar sus derechos al trono de Castilla, haciéndose más fuerte
su pretensión años más tarde, cuando, según Fernão Lopes, Juan I de Portugal
–el maestre de Avís−, desde que subió al trono de Portugal, alentó al duque de
Lancaster a reclamar la corona de Castilla. Es cierto que Juan de Gante titubeó
al principio, pero los ruegos de su mujer y de su hija, doña Catalina, termina-
ron por decidirlo, por lo que se apresuró a pedir la ayuda del rey de Inglaterra,
dando lugar a un largo enfrentamiento con el rey Juan I de Castilla.
De todas maneras, la sucesión al trono castellano se la disputaban tanto el
duque de Lancaster, que solo tenía una hija, doña Catalina, de su mujer, doña
Constanza, la heredera de Castilla, y su hermano el duque de York, que sí había
tenido un hijo varón, Eduardo, de su mujer, la infanta doña Isabel, tercera hija
del rey don Pedro, como sabemos. Según el testamento de este, la infanta doña
Isabel solo podría ser heredera de Castilla si su hermana, doña Constanza, no
dejase hijo o hija legítimos.
Finalmente, se llegó a un acuerdo entre Juan I de Castilla y el duque de
Lancaster, a cambio de su renuncia a la corona de Castilla, sellado con el ma-
trimonio de doña Catalina, hija del duque de Lancaster y de doña Constanza,
nieta, por tanto de Pedro I, con don Enrique, hijo primogénito y heredero de
Juan I, que recibirían, por primera vez, el título de Príncipes de Asturias, como
herederos al trono castellano.
Doña Constanza terminó su vida en Inglaterra, en 1394, donde no ha-
bía tenido una existencia muy feliz. Según sus contemporáneos era una mujer
de constitución débil y muy dulce de carácter. Tuvo que soportar en su pro-
pia casa la presencia de la querida del duque, Catalina de Swinford, con quien
Juan de Gante tuvo cuatro hijos, que legitimó después de su matrimonio con
su amante, en 1395.
Pedro I el Cruel y sus mujeres 129
Como sabemos, fue hijo del rey don Pedro y de doña María González de He-
nestrosa. Quedan pocas noticias suyas, entre otras que el 9 de enero de 1361
fue reconocido en Carmona como señor de Niebla. Pero, en un principio, se le
130 Isabel Montes Romero-Camacho
Fueron los dos últimos hijos de don Pedro de los que tenemos noticias, naci-
dos de doña Isabel, ama del infante don Alfonso, como sabemos.
Don Sancho, el primogénito, nació al parecer en Almazán, en septiembre
de 1363, mientras que del segundo, don Diego, no conocemos su fecha de na-
cimiento. Por lo que parece, don Pedro sintió mucha predilección por ellos y
por su madre, por lo que Ayala cuenta que «queríalos muy grand bien á la ma-
dre y á ellos».
Cuando don Pedro abandonó Sevilla para marchar hacia Toledo con el
fin de enfrentarse con don Enrique, dejó a don Sancho y don Diego bajo la
custodia de don Martín López de Córdoba, que los llevó con él a Carmona.
Tras la rendición de Carmona, y sin respetar lo pactado con don Martín, don
Enrique los hizo prisioneros, a don Sancho en Toro y a don Diego en Cu-
riel, donde permanecerían encerrados durante los reinados de Juan I y En-
rique III. Don Sancho murió sin herederos y don Diego tuvo un hijo y una
hija, siendo liberado por Juan II, el 2 de enero de 1434, por mediación de don
Álvaro de Luna.
El hijo de don Diego recibió por nombre don Pedro de Castilla, el Viejo, y
su hijo, don Pedro de Castilla, el Joven, fue maestresala de la reina doña Juana,
mujer de Enrique IV, quien, mientras que estuvo presa bajo la custodia del ar-
zobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca, tuvo de este dos hijos, uno llamado
don Andrés, que recibió por mote el Apostól, y el segundo, don Pedro.
Don Sancho y don Diego yacen en una misma sepultura en el convento de
Santo Domingo el Real de Toledo, donde fueron trasladados el 28 de diciem-
bre de 1448.
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EMPAREDADAS, BEATAS Y HONESTAS EN EL
REINO DE SEVILLA A FINES DE LA EDAD MEDIA
bajomedieval una posición por detrás de los hombres y sometidas a ellos, con
unas tareas propias, las domésticas y las reproductoras, que debían cumplir
de acuerdo con el grupo social al que pertenecían, edad y estado5, siendo in-
cluso premiadas por su buen desempeño6. Pero se trata de una consideración
general de la que escapan numerosas situaciones particulares de mujeres que
tomaron decisiones de relevancia para su trayectoria vital. Sus opciones y sus
posibilidades de elección van a estar condicionadas por la capacidad femenina
para sortear la autoridad masculina en una sociedad y en la legislación que la
regía donde se consideraba al hombre poseedor de una mejor y más alta con-
dición que la mujer7.
Por otro lado, la historia de la Iglesia ha sido planteada desde una pers-
pectiva historiográfica tradicional como la historia de la jerarquía ecle-
siástica. Sin embargo, el Prof. Sánchez Herrero ha puesto de manifiesto la
necesidad de elaborar una historia de la Iglesia que ampliara estos esquemas
tradicionales que la encorsetaban y restringían de forma evidente. Sugería la
obligación de acometer una historia del laicado, ejecutada por laicos y pen-
sada para el laicado.
Es por ello que el estudio del laicado sea imprescindible para el conoci-
miento del pensamiento religioso y la religiosidad. Dos vías han sido abiertas
para esta aproximación de forma clara: por un lado, el estudio de las herman-
dades y cofradías y, por otro, las formas de religiosidad femenina de las que
podemos dudar que sean laicas, pero que, sin lugar a dudas, no forman parte
de la jerarquía eclesiástica, y, dentro de ella, las formas de religiosidad feme-
nina no reglada.
Se trata de un tema enormemente interesante, a la vez que muy amplio
y confuso. Amplio porque el fenómeno se dio por toda la cristiandad y, den-
tro de ella, en la totalidad de la Península Ibérica. Confuso porque se trata
de la manifestación de un tipo de religiosidad muy peculiar, protagonizada
por mujeres que viven en una especie de órdenes religiosas, pero sin pertene-
cer a ninguna orden señalada, por lo que la terminología es bastante amplia
a la hora de referirse a ellas, sin que sepamos lo que esos conceptos indican
Auemos sabido que assí en las Yglesias desta çibdad como en toda nuestra
diócesi ay muchos emparedamientos, en los cuales fasta agora no se ha guardado
el encerramiento debido, lo cual trae mal exemplo y podría ser causa de daño
para las conciencias de algunas emparedadas e de otras personas, por ende que-
riendo proueer de remedio, mandamos que de aquí en adelante estén encerra-
das, por manera que ni ellos salgan fuera, ni otra persona, varón ni hembra, de
cualquier estado o condición que sea entre dentro sin nuestra especial licencia e
mandado, en el qual caso queremos que ninguno de nuestros oficiales pueda dis-
pensar sin especial mandado nuestro que para ello no mostrare. E si alguna per-
sona entrare dentro o alguna emparedada saliere fuera de agora para entonces
y de entonces para agora pronunciamos sobre ella sentencia sobre excomunión
mayor. E más desto queremos que la tal emparedada pierda perpetuamente el tal
emparedamiento.
10. M. Andrés, Historia de la Iglesia en España. vol. III-2.º. Madrid, 1980, pp. 325-345.
11. J. M. Miura Andrades, Frailes, monjas y conventos… o. cit., p. 234.
12. J. Sánchez Herrero y S. M. Pérez González, «El sínodo de Sevilla de 1490», en Archivo
Hispalense, t. LXXIX, n.º 241, 1996, p. 88.
Emparedadas, beatas y honestas en el reino de Sevilla a fines de la edad media 327
13. AHPS, Sección Protocolos, leg. 17428. Año 1480. Sin foliar.
14. Á. Muñoz Fernández, Beatas y santas neocastellanas… o. cit., pp. 27-50.
15. W. A. Olyslager, The Groot Begijnhof of Leuven… o. cit., p. 11.
328 Silvia María Pérez González
Estudiamos en este trabajo tres de los grandes grupos que los datos apor-
tados por la documentación acotada nos permiten diferenciar: emparedadas,
beatas y honestas. Todas ellas, como define José María Miura Andrades:
1. LAS EMPAREDADAS
Las emparedadas son mujeres que, por amor de Dios, para vivir un más alto grado
de contemplación o por razones de penitencia, se encierran toda la vida en una
celda, tapian la puerta y tan solo dejan un ventanuco por el que se les introduce
16. J. M. Miura Andrades, «Algunas notas sobre las beatas andaluzas…», o. cit., p. 302.
17. J. M. Miura Andrades, «Los mendicantes y las transformaciones de la vida y la religio-
sidad beata en las ciudades andaluzas a fines de la Edad Media», en Melanges de la Casa de Ve-
lázquez (en prensa).
18. J. Jiménez López de Eguileta, «Expresiones de la religiosidad medieval en la región gadi-
tana (siglos XIII-XIV)», en Alcanate. Revista de Estudios Alfonsíes, n.º 10, 2016-2017, (en prensa).
19. 1377, julio, 18. Jerez. Archivo Histórico Diócesis Jerez de la Frontera, Fondo Colegial,
sec. II, caja 20, doc. n. 3/1. Citado por J. Jiménez López de Eguileta, «Expresiones de la religio-
sidad…», o. cit.
Emparedadas, beatas y honestas en el reino de Sevilla a fines de la edad media 329
ello se le pagó a cada una de las instituciones doce reales de plata y una li-
bra de cera36.
Isabel de la Becerra, emparedada en el emparedamiento de la iglesia de
Santa María Magdalena, dictó un codicilo a su testamento en el año 149837. En
él revoca la manda por la que había donado al emparedamiento unas casas,
dejándoselas a su sobrina para que la propiedad permaneciese en la familia.
Igualmente mandó que se pagasen a Antona de Santa María 2.000 maravedís
de ciertas reparaciones que efectuó en el emparedamiento.
Doña Catalina de León, emparedada en San Martín, debía ser propieta-
ria de ciertos bienes generadores de rentas. Por ello su administrador particu-
lar, Guillén de las Casas, otorgó un poder a Juan Sánchez para cobrar todo el
dinero, trigo, cebada y otras cosas que ciertos particulares debían a la citada
Catalina38. Leonor Núñez de Belmaña, emparedada en San Vicente, donó al
convento de Santa María de la Merced unas casas en la collación de San Juan
en la calle Piernas, a cambio de que el convento le celebrase anualmente una
fiesta de la Encarnación39.
Juana de Miraval, perteneciente al Emparedamiento de Santa María de la
Hiniesta situado en la parroquia de San Julián, nombró el 14 de agosto de 1499
como procurador para los asuntos que requiriesen su presencia a Alfonso Oso-
rio40, alguacil de los veinticuatro. En pago a los servicios prestados Juana le
donó unas casas en Santa Lucía con un censo de 400 maravedís y dos pares de
gallinas41. Otro de sus procuradores fue Francisco Imperial42, profesional espe-
cializado en esta función.
Por tanto, aunque no podamos determinar su edad, no se trata de muje-
res viudas, pobres, desamparadas, cuya escasez de medios económicos y cuali-
dades les impidió ingresar en un convento y no tuvieron que conformarse con
esta forma de vida religiosa, sino que la eligieron.
2. LAS BEATAS
Las beatas son mujeres que, sin abandonar el contacto con el mundo, se de-
dican a hacer una vida de perfección religiosa distribuidas por todo el tejido
urbano, en el interior de sus propias casas, sin necesidad de vincularse con
ninguna institución. Valoran especialmente la participación en la vida activa,
la niña solicitaron los servicios del escribano público, a fin de evitar problemas
en el futuro en relación con una posible pérdida de la virginidad.
Dentro del grupo de beatas encontramos niveles de renta muy dispares.
Entre ellas documentamos mujeres pobres, como Isabel Sánchez, que fue aco-
gida en su casa por una tercera dominica, Catalina Sánchez, quien en su tes-
tamento le donó en limosna 100 maravedís51. En el extremo contrario están
aquellas beatas que eran propietarias, al menos, de la casa en que residían,
como Catalina Díaz52, o de una segunda vivienda que es objeto de un arren-
damiento de tres vidas, como la perteneciente a Catalina Sánchez53, o de tres
años, periodo suscrito por Juana Ferrández54. El nivel económico disfrutado
por las beatas prestamistas, como Ana Ferrández55, a quien en tres años le se-
rían devueltos los 1.000 maravedís que dio en préstamo a María García, debió
ser importante.
Disponemos de un testamento perteneciente a una beata. Se trata del re-
dactado por Aldonza de Cuadros el 22 de julio de 146256. Como lugar para
el eterno descanso de su cuerpo eligió el monasterio de San Isidoro, a cuyos
frailes donó 200 maravedís para que le celebrasen los oficios que considerasen
oportunos. Las mandas pías son las siguientes: un maravedí para la Cruzada,
100 maravedís para las órdenes de la Trinidad y la Merced, otros 100 mara-
vedís para el Hospital de San Lázaro, y 100 maravedís para la obra de la Cate-
dral. El capítulo de limosnas se completa con 200 maravedís para el Hospital
de los Ángeles y otros 200 maravedís para las emparedadas de las iglesias de
Sevilla y de Triana.
3. LAS HONESTAS
51. Ibídem.
52. AHPS, Sección Protocolos, leg. 2164. Año 1503. F. 274r.
53. AHPS, Sección Protocolos, leg. 3214. Año 1493. F. 35v.
54. AHPS, Sección Protocolos, leg. 3216. Año 1497. F. 67r.
55. AHPS, Sección Protocolos, leg. 17416. Año 1489. F. 154r.
56. AHPS, Sección Protocolos, leg. 2154. Año 1494. F. 15v.
334 Silvia María Pérez González
los 21.000 maravedís y los 360 maravedís, estarían en función de una serie de
factores inherentes a las propias casas de los que carecemos de toda informa-
ción. El pago de los alquileres se efectúa, de forma absolutamente predomi-
nante, por trimestres, pues solo en un caso se optó por el pago mensual.
Por lo que se refiere a las rentas que suponen el pago de una cantidad de
dinero y de un número determinado de gallinas, presentan una homogenei-
dad absoluta: en todos los casos se estableció la entrega de dos pares de aves,
que serían recibidos por la honesta ocho días antes de Pascua de Navidad. Las
honestas debieron ejercer un control muy férreo en el pago de estos alquile-
res, pues solo documentamos un protocolo que hace referencia a una deuda de
renta, para cuyo pago se otorgó un poder.
La vocación de propietarios rurales es muy escasa en el conjunto de las
honestas. Solo tres de ellas, Catalina Ortiz73, Juana de Leiva74 y Mencía Ruiz75,
contaban en su patrimonio con la presencia de alguna de estas propiedades.
Dos de ellas estaban situadas en Sevilla o en su alfoz inmediato: el pago del Al-
butecar y la Torre de los Navarros, mientras que las tierras de Juana de Leiva
se localizaban en Montijo.
Siguiendo con la tónica ya señalada en otros capítulos, la documentación
estudiada es muy parca en información referente a las dimensiones de las pro-
piedades. Emplea las vagas expresiones de «una huerta» y «un haza», y solo
tenemos conocimiento de la extensión de una de estas propiedades: tres aran-
zadas de viña, estacada de olivar e higueral, que es la propiedad situada en el
pago del Albutecar.
Por lo que se refiere al tipo de explotación, los tres ejemplos documentados
hacen imposible determinar si existía entre las propiedades rurales de las ho-
nestas un tipo de explotación predominante. El procedimiento por el que estas
propiedades pasaron a formar parte del patrimonio de las honestas nos es prác-
ticamente desconocido. Tan solo documentamos un caso, el de Mencía Ruiz, que
compró la huerta situada en la Torre de los Navarros por 4.000 maravedís.
Los contratos suscritos por Juana de Leiva son sumamente ilustrativos
como ejemplo de revisión de un contrato de arrendamiento e incremento de
la renta exigida. Era propietaria de dos hazas de tierra en Montijo, llamadas
el Haza de la Perrera y el Haza del Pozuelo, que en el año 1500 arrendó a su
criado Juan de Villarreal por cinco años y una renta anual de 50 fanegas de
trigo y 50 bacinas de paja. Cinco años después, tras el vencimiento del con-
trato, volvió a suscribir uno nuevo por un periodo idéntico al anterior. Pero
esta vez el alquiler se fijó en 65 fanegas de trigo y 80 bacinas de paja. El espíritu
mercantilista de la honesta queda fuera de toda duda.
pretendieron hacer ver ante la inseguridad que les generaban estos colectivos
femeninos que no se sometían a las directrices de la alta jerarquía de la Igle-
sia. Pero todas ellas son merecedoras de visibilidad histórica por su singulari-
dad y excepcionalidad. Las emparedadas, beatas y honestas que protagonizan
este trabajo tuvieron el arrojo suficiente como para romper con el destino que
la sociedad de su época reservaba a las mujeres: el matrimonio y la materni-
dad. En contra de los patrones femeninos al uso, renunciaron a toda tutela
masculina con la responsabilidad vital que ello conllevaba y buscaron los me-
dios necesarios para sustentar materialmente esa independencia. Aprendieron
los mecanismos de funcionamiento del mercado inmobiliario, las pautas pre-
dominantes en el sector financiero, los siempre difíciles modos de explotación
de las propiedades rurales y la rentabilidad de cada producto dentro de los cir-
cuitos comerciales. Todo ello con una mentalidad mercantilista que buscaba
el máximo rendimiento posible en los distintos engranajes de la economía del
reino de Sevilla de finales de la Edad Media.
En definitiva, estamos ante un conjunto de mujeres que ya en el siglo XV
y a comienzos del XVI desarrollaban unas pautas de vida personal, basadas
en la independencia económica y personal, que son propias de las mujeres de
nuestro tiempo. Pero ellas hubieron de implementarlas en una sociedad que les
requería otras funciones, muy posiblemente en contra de las autoridades mas-
culinas de su familia, y teniendo como opositor a una Iglesia que veía a estas
mujeres religiosas, que se negaban a vivir en la claustra, como un peligro para
su programa en el que los laicos debían cumplir sin excepción las normas por
la jerarquía eclesiástica definidas.
Este libro se terminó de imprimir
el día 8 de marzo de 2019
En este libro misceláneo un conjunto de magníficos trabajos de investigación uni-
versitaria y de divulgación científica participan al lector sobre el discernimiento
histórico de algunas mujeres europeas de los siglos XIII al XVI. Mujeres con historia,
mujeres de leyenda. Reinas, infantas, princesas y nobles aristócratas de los círculos
políticos, económicos y sociales del poder son las protagonistas fundamentales de
estos estudios. También lo son, desde luego, otras mujeres de ámbitos más discre-
tos, inclusive marginales, de las sociedades bajo medievales como las mudéjares,
las beatas y las emparedadas. Pero todas fueron en su tiempo modelos femeninos,
incluso de populares fábulas, en un mundo dominado por hombres; padres, es-
posos, hermanos, hijos y parientes varones. Con una estrategia metodológica mo-
derna e innovadora, estos estudios permitirán al lector reinterpretar los variados
semblantes de la nueva y prolija historia de género integrada, como trama histórica
preferente, en la que las verdaderas protagonistas –las mujeres– no lo serán nunca
aisladas de sus contextos espaciales y temporales, sino más bien explicadas en los
perfiles que imponen complejos y heterogéneos patrones femeninos de la Europa
Medieval.
ISBN:978-84-472-2870-6
9 788447 228706