Mi Viejo Yo

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MI VIEJO YO

En nuestra vida, enfrentamos constantemente momentos de


dificultad y adversidad que nos hacen cuestionar nuestro camino y
nuestra fe. Pero es en esos momentos precisos en los que
debemos recordar la cita de Isaías 40:3, que nos recuerda que en
medio de la desolación y el desierto, Dios siempre está presente
para allanar nuestros caminos y guiarnos hacia la paz y la
esperanza.
Cuando miro hacia atrás en mi vida, puedo ver claramente los
momentos en los que me sentí perdido y desorientado, enfrentando
situaciones que parecían insuperables. En esos momentos, me
sentí como en medio de un desierto, sin rumbo ni esperanza de
encontrar una salida. Sin embargo, al recordar la promesa de
Isaías, pude encontrar consuelo y fortaleza para seguir adelante.
En medio de las dificultades, aprendí que la fe y la confianza en
Dios son la clave para superar cualquier obstáculo. Aprendí a no
depender de mis propias fuerzas, sino a poner mi vida en las manos
de Aquel que puede allanar los caminos más difíciles y abrir puertas
que parecen cerradas.
Al tomar esa decisión de confiar en Dios, vi cómo mi vida comenzó
a transformarse y a encontrar un nuevo sentido. Cada desierto se
convirtió en un lugar de crecimiento y aprendizaje, donde descubrí
mi fuerza interior y mi capacidad para superar cualquier desafío.
Hoy, al reflexionar sobre mi pasado y mirar hacia el futuro, puedo
ver con claridad la mano de Dios obrando en mi vida, abriendo
caminos donde parecía no haber salida y guiándome hacia un lugar
de paz y esperanza. Aprendí a no temer al desierto, sino a confiar
en que en medio de la sequedad y la desolación, Dios está presente
para allanar mis caminos y conducirme hacia un nuevo amanecer.
Por eso, no importa cuán difícil sea la situación en la que te
encuentres en este momento, recuerda siempre la promesa de
Isaías 40:3 y confía en que Dios está contigo, allanando tu camino y
guiándote hacia la luz. No temas al desierto, porque en medio de la
oscuridad encontrarás la fuerza y la esperanza para seguir
adelante. ¡Confía en Él y verás cómo tus caminos son allanados y
tus sueños se hacen realidad!

En la vida de todo creyente, llega un momento en el que se enfrenta


a su "viejo yo". Ese yo que estaba lleno de pecado, de egoísmo, de
malas decisiones. Ese yo que causaba dolor a los demás y que
vivía lejos de Dios. Pero cuando aceptamos a Jesús en nuestro
corazón, comenzamos un proceso de transformación que nos lleva
a dejar atrás nuestro viejo yo y a convertirnos en una nueva criatura
en Cristo.
Para los jóvenes misioneros, este proceso de transformación es aún
más importante. Al estar constantemente en contacto con el mundo
y con realidades adversas, es fácil caer en la tentación de regresar
a nuestro viejo yo. De dejar de lado nuestra fe y nuestros valores
para adaptarnos al entorno que nos rodea. Pero es precisamente en
esos momentos de debilidad, en esos momentos en los que
sentimos la presión del mundo, que debemos recordar quiénes
éramos antes y quiénes somos ahora en Cristo.
Recordar nuestro viejo yo no significa regodearnos en el pasado ni
sentir vergüenza por lo que fuimos. Al contrario, recordar nuestro
viejo yo nos ayuda a valorar el trabajo que Dios ha hecho en
nuestras vidas. Nos recuerda que sin Cristo, estamos perdidos,
pero que en Él encontramos perdón, amor y salvación. Nos ayuda a
ser humildes y a reconocer que somos obra de Dios en constante
transformación.
Es importante también que los jóvenes misioneros entiendan que el
proceso de transformación no es algo que ocurre de la noche a la
mañana. Es un camino largo y lleno de obstáculos, en el que a
veces caeremos y nos levantaremos, en el que a veces dudaremos
de nuestra fe y de nuestras decisiones. Pero debemos recordar que
Dios está siempre a nuestro lado, dispuesto a ayudarnos a seguir
adelante y a fortalecernos en nuestra fe.
Nuestro viejo yo seguirá estando presente en nuestra vida, pero no
como algo que nos define, sino como un recordatorio de la gracia y
el amor de Dios. Debemos aprender a convivir con nuestro viejo yo,
a reconocer nuestras debilidades y a seguir confiando en la
transformación que Dios está haciendo en nosotros. Solo así
podremos ser verdaderos testigos de Su amor en el mundo y llevar
la luz de Cristo a aquellos que más lo necesitan.
En resumen, el proceso de dejar atrás nuestro viejo yo es un
desafío constante para los jóvenes misioneros, pero también una
oportunidad para crecer en nuestra fe y en nuestra relación con
Dios. Recordemos siempre que somos nuevas criaturas en Cristo,
llenas de amor, de esperanza y de gracia, dispuestas a llevar el
mensaje de salvación a todos los rincones del mundo. Que nuestro
viejo yo siga siendo un recordatorio de la transformación que Dios
ha hecho en nuestras vidas y que, a través de nosotros, otros
puedan conocer y experimentar Su amor.

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