SANZ MULAS, N., Justicia y Medios de Comunicación. Un Conflicto Permanente

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Publicado en BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE – SANZ MULAS, (Coord.

), Derecho penal de la
Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

JUSTICIA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN:


UN CONFLICTO PERMANENTE

NIEVES SANZ MULAS


Profesora de Derecho Penal
Universidad de Salamanca

SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN E INFORMACIÓN EN UNA


SOCIEDAD DEMOCRÁTICA. III. LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA SOCIEDAD DE LA
INFORMACIÓN. IV. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA: 1. La
justicia mediática en las sociedades de comunicación. 2. La publicidad como principio constitucional. 3.
La imagen de la Justicia en una sociedad democrática y la transparencia informativa de su actividad. V.
LA “ESPECTACULARIZACIÓN” Y LOS JUICIOS PARALELOS: 1. Nociones preliminares. 2. La
versión “espectáculo” de los procesos. 3. El Tribunal europeo de Derechos Humanos frente al fenómeno
de los juicios paralelos. 4. La posición del Tribunal Constitucional español. 5. Libertad de información,
proceso justo con todas las garantías y juez imparcial predeterminado por la Ley. VI. CONCLUSIONES
VALORATIVAS: 1. La colaboración de los jueces y tribunales. 2. La autorregulación como sistema más
eficaz para asegurar la libertad informativa y las garantías judiciales. BIBLIOGRAFÍA.

“A los que repiten la consabida, vacía y absurda frase


de la presunción de inocencia hasta la sentencia definitiva,
respondo que muchas veces el juicio se anticipa
y la condena se pronuncia por el tribunal de la opinión pública”.

GARÓFALO
En La Scuola Positiva, t. II, p. 199.

I. INTRODUCCIÓN

Rocío Wanninkhof, una joven de 19 años, desapareció misteriosamente el 9 de octubre de 1999


en Mijas (Málaga), y tras una intensa búsqueda fue hallada muerta al 2 de noviembre envuelta en bolsas
de basura y avanzado estado de descomposición. Este hecho produjo una gran conmoción en la sociedad
española, y la urgente necesidad de encontrar a un culpable debido a la presión social y mediática
existente hizo que todas las sospechas recayeran rápidamente sobre Dolores Vázquez; una mujer con
quien la madre de la víctima había mantenido una relación sentimental de diez años. La teoría del crimen
pasional sonaba convincente: una mujer despechada mata a la hija de su antigua compañera sentimental.
Y es que para más motivos: Dolores era lesbiana!! Ingredientes todos ellos sin duda interesantes para los
coloquios del mediodía...

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

El 7 de septiembre de 2000, la Guardia Civil detuvo a Dolores y le imputó el crimen de Rocío. El


Juez la envió a prisión reflejando en el auto varios indicios que determinaban su decisión. Indicios que
eran meras conjeturas, testigos de dudosa procedencia, muchas contradicciones y ninguna prueba
científica1. A pesar de ello, Dolores durante un año vivió con total impotencia desde la cárcel como los
familiares de Rocío se paseaban por los platós de televisión aireando toda su intimidad y hablando de su
carácter frío, exigente, antipático y violento. Con toda la opinión pública en contra, en septiembre de
2001 fue condenada por la AP de Málaga, en un juicio popular, a 15 años de prisión y a pagar una
indemnización de 108.182 euros. El jurado popular la declaró culpable con siete votos a favor y dos en
contra. Culpable... sin confesión, sin testigos, sin arma del crimen, sin huellas dactilares ni fibras
orgánicas ni de tejidos de la acusada en el cuerpo de la víctima, y con la certeza de que las huellas de los
neumáticos encontrados en el lugar donde desapareció Rocío no se correspondían con las del coche de
Dolores.
La madre de Rocío había mencionado como Dolores maltrató físicamente a la joven en
numerosas ocasiones y había recordado —según su versión— que una vez rota la relación entre ellas, y
ante su negativa por retomarla, Dolores le dijo: “Te voy a dar donde más te duela. Vas a llorar lágrimas
de sangre”. En el juicio se insistió en la condición sexual de Dolores. Se dijo que la persona que mató a
Rocío concentró la mayoría de las puñaladas en una zona de la espalda, y que este detalle es propio de los
homosexuales que matan para descargar sus frustraciones emocionales. El informe de la psicóloga de la
Guardia Civil la presentaba como una persona sin apego a las emociones, con explosiones de genio y
descontrol de impulsos. En definitiva, una persona capaz de matar. Y una vidente explicó que Dolores
estuvo en su consulta una semana antes de la muerte de Rocío y que dijo que alguien muy cercano
derramaría lágrimas de sangre.
Dolores Vázquez pasó 17 meses recluida en prisión. El 1 de febrero de 2002 el TSJ de Andalucía
ordenó repetir el juicio al entender que la sentencia no estaba suficientemente motivada por el jurado. Un
mes antes de la celebración del nuevo juicio, Tony Alexander King confiesa ser el asesino de Rocío. El
abogado de Dolores, refiriéndose a la condena de 15 años a la que fue sentenciada su cliente, dijo: “Con
todos los respetos, no había otro veredicto posible con tanta cámara de televisión”.

Y la lista de casos es inmensa, a saber: caso Tani2, caso Arny3, caso de las niñas
de Alcácer 4 . Un problema con alcances internacionales pues, por ejemplo, desde
EE.UU. son de sobra conocidos los casos de Lorena Bobbitt5 y de O. J. Simpson6.

1
En total eran 23 los indicios que apuntaban hacia ella. Entre ellos el testimonio de una mujer ucraniana,
asistenta en casa de Dolores. Según la versión de ésta, Dolores acuchilló una foto de Rocío (la joven
había muerto apuñalada). Dolores argumentó que era la mejor forma que se le ocurrió para explicarle
como habían encontrado muerta a Rocío, dado que su asistenta no hablaba bien el español. Otro indicio:
junto al cadáver de Rocío se encontraron prendas de la víctima en una bolsa de basura de tipo industrial,
Dolores negó tener bolsas de ese tamaño, pero una criada confesó que había bolsas de ese tipo en casa.
Otro más: una vecina explicó que una madrugada vio como salía humo de la chimenea tras quemar algo
en el salón. Y un testigo comentó que Dolores Vázquez decía que solía llevar una navaja cuando salía a
correr por si le sucedía algún percance. La única prueba científica que pudo haber existido fracasó: los
investigadores encontraron unos restos de fibras textiles en el cuerpo de Rocío que se asemejaban a las de
un chándal de Dolores. Un primer análisis dio resultado positivo, pero el segundo determinó que la
textura era la misma aunque el color no coincidía y la prueba se descartó.
2
Condenada por asesinato, a la hora de ejecutar la sentencia se produce una gran campaña mediática a
favor del indulto basada en los malos tratos sufridos por la acusada y la falta de sensibilidad del Tribunal
a la hora de apreciarlos.
3
Se enjuiciaba por prostitución de menores a un numeroso grupo de acusados, con notable repercusión
mediática, provocada, además de por el caso en sí, por la relevancia social de alguno de los acusados. El
juicio se celebró a puerta cerrada, justificada por el Tribunal en la protección de los menores testigos,
pero se produjo en muchos casos un “testimonio” posterior de los testigos protegidos que comparecieron
voluntariamente ante los periodistas en la sala de prensa habilitada al afecto en el Palacio de Justicia.
4
En esta ocasión, pese a la publicidad total del proceso, hubo un juicio paralelo posterior en el que los
testigos acudían a un determinado programa de televisión para “testificar”.
5
El juicio comenzó en enero de 1994. Doscientos periodistas se acreditaron, tres cadenas transmitían en
directo y más de 20 unidades móviles de otros medios grababan escenas de las sesiones. No se discutía si
Lorena Bobbitt había o no cortado el pene a su marido, pues ella lo había confesado en varias
oportunidades (agregando incluso en TV algún detalle nuevo), sino que lo que estaba en cuestión era lo
que le había llevado a tomar esa determinación. Al debate concurrió no sólo el movimiento feminista,

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II. LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN E INFORMACIÓN EN UNA


SOCIEDAD DEMOCRÁTICA

Es ésta una libertad que adquiere una importancia extraordinaria en una sociedad
democrática, pues hace posible la opinión pública libre y plural, sin la cual difícilmente
puede hablarse de tal democracia. Es más, tal libertad tiene como función prioritaria la
de garantizar la existencia del pluralismo político y el ejercicio del control político por
el pueblo 7 . En palabras de MUÑOZ MACHADO, “no sólo no es pensable la
democracia sin que exista la posibilidad de que los ciudadanos estén informados, sino
que es imposible el pluralismo si esta información no es plena y libre”8. Esto es, y de
acuerdo con COHEN, “es la condición sine qua non de una verdadera democracia
pluralista”9.

sino además la comunidad hispana y, desde luego, el periodismo, que desde un comienzo reconstruyó el
caso desde la biografía de Lorena, a partir de las entrevistas que se hicieron a sus familiares, amigos o
vecinos. Pero no fue sino tras la sentencia que estalló la polémica entre los sexos y detrás de ella entre los
medios de comunicación. Cada cadena encargaba sus sondeos sobre si la decisión del jurado justificaba o
no la amputación. Por ej., el USA Today si bien el 32% de los encuestados justificaba la amputación, el
78%, tanto de los hombres como de las mujeres, no creía que Lorena Bobbitt merecía tal castigo. Lo
importante, en cualquier caso, es la repercusión que tuvo en la sociedad americana: una mujer filipina
electrocutó a su marido tras conectarle un dispositivo al pene mientras dormía. En Manila, un hombre de
21 años se cortaba los genitales con una cuchilla para realizar su sueño de ser mujer. Una turca de 43 años
corto el pene a su marido porque quería abandonarla para casarse con otra. En Arcadia (Florida) un
hombre se había cortado el pene con una sierra eléctrica bajo el estado de fascinación colectiva que el
juicio estaba provocando en la sociedad americana.... Por otra parte, el caso fue reconstruido a través de
distintos tipos de ficciones que van desde una versión pornográfica, alguna biografía, tours para participar
en todo el mundo en distintos programas del estilo reality show, y donde los protagonistas eran sometidos
una y otra vez, en medio de una tertulia que reunía los personajes más disparatados, a un debate cruzado,
así como también a diferentes técnicas de verdad que perseguían constatar los dichos vertidos en el juicio,
y que iban desde el detector de mentiras, pasando por toda clase de interrogatorios, hasta técnicas
grafológicas. El que más beneficio sacó de esta aventura fue el propio agredido, quien tras la gira
periodística que su productor organizó y la operación de “reconstrucción” de su cuerpo, protagonizó un
filme erótico autobiográfico, realizó espectáculos de stripers, grabó un disco imitando a Chuck Berry,
para terminar siendo pastor de la Iglesia de la Vida Universal en 1996.
6
En 1994 el proceso del futbolista y actor Orental James Simpson, acusado de haber matado a su ex–
esposa y al amante de ésta, se convirtió en uno de los programas de televisión en directo con más
audiencia en la historia de EE.UU. Y, pese a todas las evidencias en su contra, que hacían prever incluso
una condena a cadena perpetua, fue finalmente absuelto en una de las sentencias más polémicas de la
historia judicial de aquel país, y que puso en evidencia, incluso, los avances científicos del ADN.
Tratándose de una figura televisiva, quedó clara la posición de la TV en aquel caso, con sucesivas ruedas
de prensa convocadas a diario por su abogado para dar conocimiento de cualquier novedad por pequeña
que ésta fuera. Estaba claro que el sentido del caso había que disputarlo no sólo frente a los jurados sino
además de cara a la opinión pública. El caso Simpson acaparó 742 crónicas; las televisiones le dedicaron
más tiempo (723 minutos) que a la información sobre Bosnia (661), Haití (644) y la reforma sanitaria
(193); y a los tres meses de la detención ya se habían publicado más de 27.000 artículos sobre el caso.
Tras la absolución, la familia de la asesinada promovió el pleito civil donde el jurado por unanimidad
declaró a Simpson responsable de los asesinatos, no fue a prisión porque ya había sido absuelto en el
juicio penal anterior pero sí fue condenado a pagar una indemnización de 8,5 millones de dólares. El juez
en esta ocasión, lisa y llanamente, prohibió el ingreso de las cámaras de TV a su juzgado...
7
BATISTA GONZÁLEZ, M. P., Medios de comunicación y responsabilidad penal, Dykinson, Madrid,
1998, p. 13.
8
MUÑOZ MACHADO, S., Libertad de prensa y procesos por difamación, Ariel, 1987, p. 153.
9
COHEN-JONATHAN, G., “Article 10”, La Convention européene des Droits de l’Homme. Vid., en
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, en
Revista Jurídica de Cataluña, nº 3, 2002, p. 92.

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

Porque la obtención de información descansa en la necesidad del ser humano de


conocer el entorno que le rodea, convirtiéndose en requisito esencial de la participación
(art. 23 CE) y por tanto de la libertad política. Una libertad que así entendida se
encuentra en íntima relación con el funcionamiento de las instituciones democráticas,
dado que —y transcribiendo las palabras de BATISTA— “los mecanismos
democráticos quedarían vacíos si el poder de decisión atribuido al pueblo no encontrase
los criterios necesarios para su ejercicio en una voluntad informada”10.

Desde el primer momento, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos11 (de


ahora en adelante TEDH) partió de considerar a la libertad de expresión e información
como pieza clave para la pervivencia y desarrollo de todo régimen democrático. Se
habla de esta libertad como un derecho que abarca la expresión de opiniones o
informaciones favorables pero también las desfavorables, las que, chocan, duelen o
inquietan12, amparándose una cierta dosis de exageración, e incluso de provocación13,
aunque de ello no se deriva la existencia de un hipotético derecho al insulto. Pero,
¿significa todo esto que nos situamos ante un derecho ilimitado? Claro que no, si bien
se parte de reforzar tal derecho, lo que se traduce en principio en una aplicación
especialmente restrictiva de los límites que con él entren en conflicto, y que se
acentuará cuando se ejerza con relación a asuntos de indudable interés público, como es
el caso de la actividad judicial. Se exige, en consecuencia —y en palabras del propio
TEDH—, el más escrupuloso examen a la hora de analizar la necesidad de la restricción
al ejercicio del derecho14, pues de lo contrario se corre el peligro de crear una especie de
autocensura y la no participación en los debates sobre cuestiones públicas por miedo a
sufrir una sanción15.

En lo que al TC se refiere, no establece una jerarquización formal entre los


derechos y deberes fundamentales (STC 20/1990, de 15 de febrero), aunque se dibuja
una tendencia a establecer una jerarquía a favor de la libertad de expresión, y más
especialmente de la libertad de información a través de los medios de difusión, al hablar
de su “dimensión preferente” (TC 18 de enero de 1993) o de su “valor preferente” (STS
16 de noviembre de 1993)16.

En definitiva, y así lo afirma la doctrina, puede aseverarse que la libertad de


expresión e información incidente en el ámbito público, aquella que contribuye a la libre
formación de la opinión pública, ha de ocupar una posición prevalente entre los
derechos y libertades de la persona, y por supuesto siempre que sea veraz. Porque la
base fundamental de un Estado democrático, que implica la participación de los
ciudadanos en la vida política y social, es la existencia de una opinión pública
libremente formada. Sin libre formación de la opinión pública no hay democracia. Y

10
BATISTA GONZÁLEZ, M. P., Medios de comunicación y responsabilidad penal, op. cit., p. 19.
11
Para una mayor profundización en el tema, léase TITIUM, P., “Libertad de información y Poder
Judicial en Convenio Europeo de Derechos Humanos”, en Revista del Poder Judicial, nº especial XVII,
noviembre 1999, pp. 361 y ss.
12
STEDH Lingens de 8 de julio de 1986 y STC 76/1995, de 22 de mayo.
13
SSTEDH Prager et Oberschilick de 26 de abril de 1995 y De Haes et Gijsels de 24 de febrero de 1997.
14
STEDH Sunday Times de 26 de noviembre de 1991.
15
SSTEDH Barthold de 25 de marzo de 1985, Lingens de 8 de julio de 1986 y Barfod de 22 de febrero de
1989.
16
DE MIGUEL ZARAGOZA, J., “Libertad de información y “juicios paralelos”: la doctrina del Consejo
de Europa”, en BIMJ, año LIV, nº 1881, noviembre 2000, p. 3792.

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consustancial a esa libre formación es una expresión e información que ocupen un lugar
preeminente entre los derechos fundamentales17.

III. LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN

La opinión pública viene a ser el espacio en el que se reciben y forman,


contrastándose recíprocamente, las ideas, creencias, e incluso los sentimientos, que
guardan relación con los acontecimientos sociales y se proyectan sobre ellos,
condicionándolos o, a veces, determinándolos. Sus propia existencia y funcionalidad
como factor de crítica, apoyo o impulso de la acción de representantes y gobernantes,
depende de la virtualidad de concretos derechos fundamentales como los de comunicar
y recibir información veraz, por cualquier medio de difusión, y los de expresar
libremente los pensamientos, ideas y opiniones18. El problema es que se ha dotado a los
medios de comunicación social de un status especial que les asegura una posición
determinante en la expresión y en la formación de la opinión pública, sobre todo debido
a su capacidad de atraer una mayor atención mediante las técnicas de la comunicación
de masas adquiriendo un enorme valor político y económico. Lógico, pues, que sea por
todos conocido como “cuarto poder”.

En palabras de JEAN DANIEL —Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades


2004—, los periodistas en la actualidad sufren una especie de borrachera megalomaníaca creyendo que
son policías y jueces. Según este reconocido periodista, antes del caso Watergate se justificaba el poder,
tras el escándalo, sin embargo, siempre se sospecha que el poder “esconde algo”19.

Esta situación, en cualquier caso, no ha hecho otra cosa que acentuarse con el
paso del tiempo y los cambios que el avance tecnológico y científico ha producido sobre
las formas de vida social. Nos encontramos en una “sociedad de la información”, donde
las relaciones sociales se distinguen por el volumen de información que se produce y
que circula constantemente de forma masiva y sistematizada. Una sociedad donde el
acceso a todo tipo de datos es inmediato, gracias sobre todo a la tecnología de las
comunicaciones y a la informática. La difusión de la informática, gracias a los
ordenadores personales y su conexión mediante las telecomunicaciones, han hecho
posible, no sólo que existan entre nosotros las conocidas como autopistas de la
información, sino que haya cauces que —de acuerdo con LUCAS— “se están
convirtiendo en algo parecido a lo que en las primeras ciudades fue la plaza pública: un
lugar de comunicación multidireccional abierto a todos y a todos los contenidos”20;
estamos hablando, como no, de Internet. Un espacio en el que se mueve la opinión
pública con extraordinaria importancia a todos los niveles: económicos, sociales y
políticos —sírvanos como ejemplo los hechos acontecidos en nuestro país la noche del
13 de marzo de 2004 y su repercusión en las elecciones generales del día 14—. Y
naturalmente la justicia tampoco se ve ajena a las exigencias de esta sociedad de la
información.
17
CARBONELL MATEU, J.C., “Las libertades de información y expresión como objeto de tutela y
como límites a la actuación del Derecho penal”, en Estudios penales y criminológicos, nº XVIII, 1994-
1995, pp. 12 y 13. En el mismo sentido, O’CALLAGHAN, X., “Audiencias públicas y cobertura
informativa”, en Revista del Poder Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, p. 276.
18
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, en AA.VV., Poder Judicial y medios de comunicación, Consejo General
del Poder Judicial, Madrid, 2003, pp. 56 y ss.
19
Entrevista concedida al Canal Internacional de TVE el día 22 de octubre de 2004.
20
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., p. 59.

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IV. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA

1. La justicia mediática en las sociedades de comunicación

Desde hace tiempo la relación entre medios y Justicia se viene problematizando.


Se sospecha que algo está fuera de lugar, pero también se sospecha que las cosas no
volverán a ser como antes.

En nuestros días hay una especie de nuevo diseño en el arte del control social, en
el cual desaparece la Administración de la Justicia tal y como la veníamos entendiendo
desde hace ya mucho tiempo21. Asistimos a lo que alguno ha denominado justicia
periodística. Un particular modelo de investigación en que los conflictos son definidos,
enjuiciados y hasta castigados periodísticamente. Y el marco de esta justicia mediática,
que duda cabe, es la sociedad de la comunicación “donde lo fundamental —escribe
RODRÍGUEZ— será permanecer conectado, a pesar de encontrarnos
desencontrados”22.

El Estado ya no visibiliza lo que es el “delito”; ya no es él el que fija los límites


entre lo lícito y lo ilícito, el que establece de una manera generalizada y anticipada
cuáles son los intereses afectados y en qué orden de prelación. El Estado ha perdido
protagonismo en la definición de los conflictos sociales. La categoría conceptual de
delito resulta desplazada por nociones mediáticas. O lo que es lo mismo, son los medios
de comunicación los que traducen las situaciones problemáticas a la sociedad, evitando
también la ininteligibilidad política de los mismos en la reconstrucción de la experiencia
criminal23. Se han trastocado, en definitiva, las relaciones entre la Justicia (Estado), los
Medios de Comunicación (televisión)24 y el Ciudadano (telespectador). Justicia estatal y
justicia mediática son prácticas diferentes que utilizan parecidas estrategias. En algún
punto la noticia se vuelve criminalizante; la prensa criminaliza. La noticia criminaliza,
no sólo informa. La técnica ha traído consigo nuevos espectáculos para pensar lo
jurídico, algo frente a lo que no podemos permanecer por más tiempo ajenos. No
podemos mantenernos impasibles al llamamiento que la técnica hace a lo jurídico. Y
más habida cuenta de el cada vez mayor espacio informativo dedicado por los medios a
la Administración de Justicia, y con consecuencias no siempre buenas para los propios
implicados.

21
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios masivos de
comunicación. Las formas de espectáculo, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2000, pp. 25 a 31.
22
Ibidem, p. 42.
23
Ibídem, p. 46. La estrategia es muy sencilla y así nos la describe ZAFFARONI: “El sistema penal opera
siempre selectivamente y selecciona conforme a estereotipos que fabrican los medios. Estos estereotipos
permiten que se catalogue como criminales a quienes dan en la imagen que corresponde a su descripción
y no a otros. (...) La capacidad reproductora de violencia de los medios masivos es enorme: cuando se
requiere una criminalidad más cruel para poder excitar mejor la indignación moral, basta que la televisión
publicite exageradamente varios casos de violencia o crueldad gratuita para que inmediatamente los
requerimientos de rol vinculados al estereotipo asuman contenidos de mayor crueldad y,
consiguientemente, ajusten a ellos su conducta quienes asumen el rol correspondiente al estereotipo”.
ZAFFARONI, E., “Los aparatos de propaganda de los sistemas penales latinoamericanos (la fábrica de la
realidad”, en En busca de las penas perdidas. Deslegitimación y dogmática jurídico-penal, Ediar, Buenos
Aires, 1989, p. 135.
24
Véase GIL SÁEZ, J.M., “Televisión y juicio penal”, en Revista del Poder Judicial, nº especial, XVII,
noviembre 1999, pp. 241 y ss; GARCÍA PÉREZ, S., “La televisión desde la sala del juicio en los
procesos penales”, Revista del Poder Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, pp. 229 y ss.

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Hasta hace poco, el Poder Judicial era al que menos atención le prestaban los
medios de comunicación; no obstante, esto ha cambiado enormemente, “en parte —
asevera CATALÁ I BAS—, debido a que las contiendas políticas han pasado a librarse
también ante los tribunales, en parte porque los programas que se centran en informar
sobre casos más o menos escabrosos alcanzan altos índices de audiencia”25. Esto es, la
política se judicializa y esta “judicialización” es fuente inagotable de noticias. Y es que
parece que la sociedad se complace morbosamente con las informaciones sobre los
procesos de ministros, altos funcionarios, alcaldes, financieros, e incluso con otro tipo
de juicios “menores” pero que tocan temas sensibles para la opinión pública, como
recientemente, por ejemplo, los maltratos a mujeres26.

Y la situación se complica aún mas desde el momento en el que los


intervinientes en el proceso descubrieron la posibilidad de instrumentalizar los medios
de comunicación a favor de sus particulares intereses. En tal sentido, tanto abogados
como víctimas, acusados, testigos, e incluso fiscales y jueces, realizan declaraciones a
los medios de comunicación en un intento de generar estados de opinión favorables.
Esto es, y ahora de acuerdo con RODRÍGUEZ, “se han confundido los roles,
superpuesto las expectativas, entre la justicia y la prensa. Vemos como los medios se
arrogan ciertas funciones que antes permanecían petrificadas en los tribunales; y como
los magistrados se pasean displicentemente por la televisión para decir aquello que ni se
les ocurriría siquiera balbucear en el expediente judicial” 27 . Se ha producido, en
definitiva, un cambio en las reglas del juego que aún no están del todo definidas, pues ni
el Poder Judicial está acostumbrado a ser objeto permanente de noticias ni los
periodistas están acostumbrados a informar u opinar sobre su actuación28. Pero, ¿pueden
los tribunales arrogarse la misión de decidir qué interesa y qué no a la sociedad y cómo
ha de presentarse dicha noticia? ¿Pueden convertirse en censores de su propia actividad,
en administradores de las noticias que generan?29 ¿Qué necesita la Justicia, y sobre todo
la justicia penal, de los periodistas?30

2. La publicidad como principio constitucional

Decía KELSEN que la publicidad de los actos de gobierno es característica de la


democracia, mientras que la autocracia “mantiene el principio del secreto de
gobierno”31. Y ésta es una afirmación aplicable tanto a los actos del Ejecutivo como del
Legislativo o del Poder Judicial. Porque en un Estado democrático como el nuestro, la
publicidad es sin duda un principio esencial en la actuación de los poderes públicos;
puesto que el Estado no es un fin en sí mismo, sino un instrumento al servicio de los
ciudadanos. Esto es, tanto desde el punto de vista político como desde el jurídico, la

25
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 91.
26
TORRE CERVIGÓN, J. M., “Justicia y medios de comunicación”, en Revista del Poder Judicial, nº
especial XVII, noviembre 1999, p. 307.
27
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios masivos de
comunicación. Las formas de espectáculo, op. cit., p. 32
28
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 91.
29
Ibídem, p. 94.
30
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios de comunicación.
Las fórmulas de espectáculo, op. cit., p. 316.
31
KELSEN, H., Esencia y valor de la democracia, Labor, 1934, p. 120.

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transparencia es una exigencia fundamental en una organización en la que el poder


procede del pueblo y, por tanto, la legitimidad de los gobernantes descansa en el
consentimiento libremente expresado y periódicamente renovado de los gobernantes.
Luego, y adoptando las palabras de LUCAS, “la publicidad es, por tanto, consustancial
al Estado de Derecho: sin ella, simplemente no existe”32. Es más, en el campo del
proceso y en el de las actuaciones judiciales todo esto se manifiesta de una forma
particularmente intensa, pues la publicidad es inseparable del ejercicio de la potestad
jurisdiccional. De este modo, y en palabras de BINDER, “se hace posible que en última
instancia la sociedad pueda controlar cómo se administra justicia, es decir, cómo se
ejerce ese poder tan fuerte de encerrar a la gente en jaulas”33.

En tal sentido, el art. 120 CE impone que las actuaciones judiciales sean
públicas y exige que las sentencias se pronuncien en audiencia pública; de su parte, el
art. 24.2 CE reconoce como derecho fundamental el derecho a un proceso público. Así
pues, la justicia no sólo emana del pueblo, sino que se administra ante él, en su
presencia directa bajo la forma de público, en la vista oral, y en la de quienes, en
ejercicio del derecho a comunicar libremente información veraz por cualquier medio de
difusión (art. 20.1.d CE), transmiten a todos los demás ciudadanos aquello que acontece
en el proceso. Y es que parece ciertamente lógico, estamos de nuevo con LUCAS, “que
quienes integran el sujeto titular del poder político —el soberano— tengan
conocimiento de la forma en que los individuos a quienes han confiado su ejercicio lo
utilizan, ya se trate del legislador, del poder ejecutivo o de los jueces”34. Y eso no es
todo, sino que ese conocimiento de la manera en la que se legisla, gobierna o juzga,
produce un efecto extraordinariamente importante: se proyecta sobre la valoración
social que merecen los órganos que ejercen esas funciones estatales y, a través de ellos,
en la que logra el Estado en su conjunto. Esto es, y en consecuencia, contribuye a su
legitimación o deslegitimación35.

3. La imagen de la Justicia en una sociedad democrática y la transparencia


informativa de su actividad

Lo que acontece en sede judicial, la Administración de Justicia, es un tema que


interesa a los ciudadanos, e informar u opinar sobre esta actividad ha de ser visto desde
la normalidad más absoluta, pues, en definitiva, la sociedad ha de ser informada de todo
lo que ocurre en el sector público36. Y es que mucha razón tenía KANT cuando
aseveraba que “son injustas todas las acciones que se refieran al derecho de otros
hombres cuyos principios no soportan ser publicados”37. Esto es, lo que sucede en los
tribunales debe soportar la publicidad; lo cual, por otro lado, no significa que la libertad
de expresión e información no se sujete a una serie de exigencias con el fin de no alterar
el normal desarrollo de la actividad jurisdiccional. Porque no es sino de ahí que surgen

32
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., p. 54.
33
BINDER, A., “Importancia y límites del periodismo judicial”, en Justicia Penal y Estado de Derecho,
Ad-Hoc, Buenos Aires, 1993, pp. 264.
34
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., p. 55.
35
Ibídem.
36
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 90.
37
KANT, I., Sobre la paz perpetua, Edición Tecnos, 1994, apéndice II, pp. 61 y 62. Vid., en CATALÁ I
BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op. cit., p. 90.

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Publicado en BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE – SANZ MULAS, (Coord.), Derecho penal de la
Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

los conflictos entre la libertad de expresión e información y el respeto debido a los


tribunales, y entre dicha libertad y los derechos de las partes en los procesos,
especialmente el derecho a un juez imparcial y a la presunción de inocencia. Luego se
hace necesario buscar un equilibrio entre todos estos derechos e intereses, “pues si los
medios de comunicación ejercen —en palabras del TEDH— el papel de perro guardián
(chien de garde), no es menos cierto que la actividad de los tribunales ha de ser tratada
con sumo rigor informativo a fin de que no padezcan innecesariamente dichos derechos
o intereses”38. Esto es, la prensa tiene el deber de informar e incluso de opinar sobre
todo lo que ocurra en los juzgados, y ello aunque se trate de ideas que, como dice el
mismo TEDH, “nos contraríen, choquen o inquieten”, pero siempre y cuando, eso sí,
base sus noticias en fuentes fidedignas de información y no en meros rumores, insidias,
en el morbo o en la curiosidad ajena39.

Porque, sin duda, en una sociedad democrática avanzada es cada vez más
necesario reforzar la imagen de la Justicia y su prestigio ante la sociedad. Al Poder
Judicial, en consecuencia, cada día se le dirigen nuevas y más exigentes demandas. De
acuerdo con FOLGUERA, “ya no sólo se les pide a los jueces resolver los conflictos
entre los ciudadanos y garantizar los derechos de éstos ante los poderes públicos, sino
que se les pide también que sean capaces de adaptar la legislación a los cambios
sociales, que cubran los vacíos e insuficiencias de las normas, que acierten en cada una
de las decisiones y actos singulares de aplicación del Derecho al caso concreto, que
actúen en plena independencia pero con sensibilidad hacia los valores socialmente
sentidos con mayor intensidad en un momento dado”40. O lo que es lo mismo, en su
labor de interpretación y aplicación de las normas, los Jueces y Tribunales, además de
estar sometidos a las consabidas responsabilidades disciplinaria, civil y penal, están
sometidos también, y cada vez con mayor intensidad, al ejercicio legítimo de los
derechos de información y opinión a través del lícito ejercicio de la crítica a sus
resoluciones por la opinión pública y los medios de información y opinión. Esto es, y de
acuerdo con LUCAS, “existe una especie de responsabilidad no directa, sino difusa, del
juez, del tribunal, ante la opinión pública y, en la medida en que son su principal cauce
de expresión, ante los medios de comunicación”41.

Y es que la generalización de los medios audiovisuales entre los ciudadanos


determina que la mayor parte de las noticias relativas a las actuaciones judiciales
procede precisamente de estos medios, a través de los cuales forma su opinión la
mayoría de los ciudadanos, tanto sobre un asunto determinado como sobre el
funcionamiento general de la Administración de Justicia. Y si bien es cierto que el
ejercicio de estos derechos de información y opinión no debe condicionar el sentido de
las decisiones jurisdiccionales, si la crítica42 a la actuación de los Tribunales se ejercita

38
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 91.
39
GIMENO SENDRA, V., “La sumisión del juez a la crítica pública”, en Revista del Poder Judicial, nº
especial XVII, noviembre 1999, p. 306.
40
FOLGUERA CRESPO, J.A., “Poder Judicial, medios informativos y opinión pública”, en AA.VV.,
Poder Judicial y medios de comunicación, op. cit., p. 14.
41
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., p. 63.
42
Las críticas personales a Jueces y Magistrados es otro tema. Aquí se comenzaría a hablar de su derecho
al honor, como derecho de la personalidad inherente a la dignidad de la persona. Si bien con un apunte: en
su condición de personajes públicos han de soportar mayores injerencias en ellos, injerencias que no
deberían soportar en tanto que personas privadas. En tal sentido, de la jurisprudencia del TEDH y del TC

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Publicado en BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE – SANZ MULAS, (Coord.), Derecho penal de la
Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

de manera desmesurada o excesiva, si se somete a los jueces y tribunales a campañas


deliberadas de presión para condicionar el sentido de las resoluciones judiciales —
concordando esta vez con FOLGUERA—, “no solamente se puede ver comprometido
el prestigio de los tribunales, esencial en democracia, sino que se dificulta en la misma
medida el cumplimiento eficaz de las nuevas responsabilidades y demandas que se
dirigen al Poder Judicial”43. Porque una cosa es que las actuaciones judiciales estén
sometidas al escrutinio de la opinión pública, y otra bien distinta que los jueces se
hallen sometidos a los dictados de esa opinión, y, más en concreto, de quienes
concurren especialmente a su formación desde los medios de comunicación. “Porque lo
primero —escribe LUCAS— es una consecuencia necesaria de los principios propios
del Estado social y democrático de Derecho y, en particular, del de publicidad del
proceso. Lo segundo es una desviación patológica de las reglas de esa misma forma
política”44. Porque, si bien el Poder Judicial, como institución que es, no tiene derecho
al honor45, hay un factor a tener en cuenta y que pone de relieve el TEDH:”la función de
juzgar exige que el público confíe en el Poder Judicial, por lo que no pueden admitirse
aquellas actuaciones que de forma absolutamente gratuita menoscaben dicha
confianza”46.

V. LA “ESPECTACULARIZACIÓN” Y LOS JUICIOS PARALELOS

1. Nociones preliminares

En los años setenta y ochenta, la trascendencia social de determinados hechos


delictivos obtenían un tratamiento informativo acorde con la estructura técnica y
jurídica de los medios de comunicación. El monopolio de la televisión pública situaba el
tratamiento de las cuestiones criminales en sus justos límites informativos; es más,
incluso puede afirmarse que la información era escasa en relación con el potencial
interés social que podía despertar. No obstante, con la aparición de la televisión privada
en España, y la resonancia que en los últimos años han adquirido algunos casos en otros

cabe deducir que el honor de las personas físicas merece una mayor protección que la reputación de las
personas jurídicas o la dignidad de las instituciones. Entre las personas físicas, los personajes públicos
han de soportar un mayor grado de injerencia en este derecho, y dentro de éstos, entendiendo tal concepto
de forma amplia, los representantes políticos han de soportar un mayor grado de crítica que otros
personajes públicos tales como jueces o funcionarios en general. Vid., en CATALÁ I BAS, A., “Justicia y
medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op. cit., p. 97. Para un mayor
ahondamiento en este tema, léase: PERAL PARRADO, M., “Los jueces como objeto de críticas de los
medios de comunicación”, en Revista del Poder Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, pp. 315 y ss.
43
FOLGUERA CRESPO, J.A., “Poder Judicial, medios informativos y opinión pública”, op. cit., p. 15
44
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., p. 63.
45
Así lo ha advertido la STC 107/1988, de 8 de junio (FJ nº 2): “El honor es un valor referible a personas
individualmente consideradas, lo cual hace inadecuado hablar de honor de las instituciones públicas o de
clases determinadas del Estado, respecto de las cuales es más correcto, desde el punto de vista
constitucional, emplear los términos de dignidad, prestigio y autoridad moral, que son valores que
merecen la protección penal que les dispense el legislador, pero que no son exactamente identificables
con el honor, consagrado en la Constitución como derecho fundamental”. Advierte de igual manera el TC
que ese prestigio merece, a la hora de realizar la ponderación correspondiente, un valor inferior que el
derecho al honor, lo que se traducirá, por lo tanto, en una posición más débil con relación a la libertad de
expresión. Así lo advertirá también el Tribunal de Estrasburgo en su sentencia Castells de 22 de abril de
1992 con relación al Ejecutivo que ha de soportar un mayor grado de críticas que un simple representante
político. Vid., en CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de
conflictos”, op. cit., p. 95.
46
SSTEDH Sunday Times de 26 de abril de 1979, y Worm de 29 de agosto de 1997.

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países con motivo de su retransmisión televisiva —ej. caso O. J. Simpson—47, ha


cambiado sustancialmente la celebración de los juicios, siendo ahora una materia de
interés preferente para las emisoras de televisión. Un interés que, sin embargo, y
desgraciadamente, no sólo se traduce en una mayor cobertura informativa sino que,
además de la información, esta temática se ha introducido en otros géneros
periodísticos: los programas-espectáculos. Programas que —parafraseando a DE
CARRERAS— “no tienen por objeto la información, sino la explotación de las
emociones humanas ante hechos luctuosos con la única finalidad de aumentar los
índices de audiencia mediante la utilización de la truculencia o la morbosidad”48. Es
más, en la actualidad el caso empieza a interesar a la opinión pública mucho antes de la
celebración del juicio oral. El cadáver recién descubierto o los huesos hallados son
noticia que alcanza en un día a millones de personas, empezando una historia que
judicialmente acabará años después de un largo proceso con una sentencia pero que,
entretanto, y de un modo más o menos discontinuo, llegará y posiblemente apasionará a
multitudes de personas en diversos lugares y dará que hablar y discutir49.

Y es que para algunos autores los media desempeñan en las sociedades modernas la misma
función catártica que en la Grecia antigua ejercía la tragedia. Relatando crímenes, liberan las tendencias
agresivas y antisociales; denunciando escándalos, satisfacen necesidades de protesta y reivindicación. El
juez y las formalidades del proceso reproducen las características de la tragedia griega (unidad de tiempo,
de lugar y de acción), dando a los órganos de comunicación social la posibilidad de, con economía de
medios, tener como fin, al mismo tiempo, el objeto (el hecho y sus agentes), los actores (el tribunal y las
partes procesales) y el público (la audiencia)50.

De igual modo ha contribuido a todo este “circo mediático” el hecho de que,


cada vez más a menudo, los inculpados son personas de relevancia social, políticos,
banqueros, militares. Esto es, junto al tipo de criminal de siempre han ido apareciendo
banqueros famosos, directores de la Guardia Civil, gobernantes, policías, gente de cine,
populares de diversa condición. Verlos acudir al juzgado o ingresar en la cárcel supuso
una novedad indiscutible y las consecuencias enseguida se hicieron notar. Y es que,
¿cómo no iba a “juzgar” el suceso la opinión pública antes incluso que los expertos y
encargados oficialmente de ello dictaran sentencia?51

2. La versión “espectáculo” de los procesos

Ciertamente, la mayoría de los actos procesales no son “noticia”, y por ello no


son objeto de atención ni de los medios de comunicación ni del gran público; otros, sin
embargo, y si bien de momento una minoría, sí revisten el carácter de hechos
noticiables, y en muchas ocasiones el interés suscitado es más o menos morboso. En
estos casos los medios de comunicación les prestan una especial atención,
desembocando en lo que todos conocemos como juicios paralelos y que pueden tener
graves consecuencias.

47
Vid. supra, Apartado nº I, nota 6.
48
DE CARRERAS, L., “La autorregulación como alternativa a las restricciones legales informativas y
como sistema de relación entre las televisiones y los jueces”, en Revista del Poder Judicial, nº especial
XVII, noviembre 1999, pp. 254 y 255.
49
GOMIS SANAHUJA, L., “Publicidad del proceso y derecho a un proceso con todas las garantías”, en
Revista del Poder Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, p. 161.
50
Vid., en CUNHA RODRÍGUES J. N., “Justiça e comunicação social. Mediação e interacção”, en
Revista Portuguesa de Ciencia Criminal, año 7, Fasc. 4º, octubre-diciembre 1997, p. 552.
51
Ibídem, p. 162.

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

Estos enjuiciamientos paralelos se proponen sustituir la justicia genuina, o


cuando menos ejercer fuerte presión sobre ésta, para lograr condenas —en contadísimas
ocasiones absoluciones— que respondan cumplidamente a determinados prejuicios o
sirvan a ciertos intereses 52 . Son procesos que se inscriben culpabilizando lo que
nombran. En ellos no hay inocencia posible. Nadie se presume inocente. La sentencia
mediática funciona invirtiendo el principio de culpabilidad. Porque que se presuma que
alguien es inocente mientras no haya recaído sobre él sentencia firme de culpabilidad
resulta difícil cuando los medios se ocupan continuamente de su caso, se cuenta lo que
se supone que hizo, es detenido y llevado a un lugar de custodia visiblemente esposado
o ingresa en la cárcel a la vista de las cámaras de televisión53. Esto es, y de acuerdo con
RODRÍGUEZ, “cuando se visualiza a alguien, su señalamiento le asigna de antemano
un grado de culpabilidad que irá aumentando a medida que resulte sobreexpuesto”54.

En estos supuestos, los involucrados en el conflicto saben que el sentido del


mismo, el veredicto, es algo que no sólo hay que disputar en los estrados, sino también
frente a las cámaras de TV; es decir, ante la audiencia pública. Estos procesos tienen un
doble ante las cámaras, el problema es que no se trata de meras reproducciones. El
debate judicial se desdobla y ya no se circunscribirá a las audiencias que suelen
celebrarse frente a los magistrados, sino que se extenderá también a la opinión
pública55. “Una situación —nos advierte DE MIGUEL— ciertamente más grave con los
nuevos vehículos técnicos de información masiva y las mayores posibilidades de
manipulación, tanto más peligrosas cuanto más inteligente sea en la disimulación del
mensaje, la aparente asepsia de su presentación”56.

El juicio, en definitiva, ya no se dispone según la destreza de los especialistas, de


los expertos, sino que reclama y postulará interlocutores colectivos inexpertos con
capacidad de producir efectos de realidad en la medida que pueden llegar a
transformarse en opinión pública. “Máxime —escribe RODRÍGUEZ— cuando el
contexto social que atraviesa esa voz colectiva aparece signada por la desconfianza y la
incerteza respecto de la justicia gestionada por los tribunales estatales”57. Y es que nadie
puede decir que es lo mismo un juicio televisado que no televisado58. No es igual ser
juzgado dentro de las fronteras de una pequeña comunidad que serlo con una cobertura
mediática que puede transmitir a una audiencia hasta los confines del universo59. Las
consecuencias, ni mucho menos, serán las mismas. Y posiblemente la atención de los
magistrados también será otra, pues sabe que la decisión que tome está expuesta a una

52
CABALLERO FRÍAS, J., “El caso Coppola. Algunas reflexiones sobre la prolongada exhibición de un
paradigma de escándalo”, en Revista del Colegio de Abogados de la Plata, nº 58, La Plata, diciembre de
1997, p. 50.
53
GOMIS SANAHUJA, L., “Publicidad del proceso y derecho a un proceso con todas las garantías”, op.
cit., p. 166.
54
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios de comunicación.
Las fórmulas de espectáculo, op. cit., p. 344.
55
Ibídem, p. 228.
56
DE MIGUEL ZARAGOZA, J., “Libertad de información y “juicios paralelos”: la doctrina del Consejo
de Europa”, op. cit., p. 3780.
57
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios de comunicación.
Las fórmulas de espectáculo, op. cit., p. 228.
58
Si bien hay quien, como CARBONELL MATEU, considera que no afectan ni a la presunción de
inocencia ni a la independencia del Poder Judicial. A su juicio el único bien jurídico que se ve afectado
por este tipo de juicios es el honor. Vid., en CARBONELL MATEU, J.C., “Las libertades de información
y expresión como objeto de tutela y como límites a la actuación del Derecho penal”, op. cit., p. 39.
59
CUNHA RODRÍGUES J. N., “Justiça e comunicação social. Mediação e interacção”, op. cit., p. 564

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

audiencia que previamente ha dado la opinión que ya tiene formada sobre el tema. El
sentimiento de seguridad jurídica, o simplemente de justicia, estará en juego en la
decisión de los magistrados. “Y un sentimiento no es algo que pueda manipularse con
una sentencia”, tal y como nos recuerda el mismo autor60.

3. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente al fenómeno de los


juicios paralelos

El primer caso que conoció el TEDH sobre esta cuestión fue el caso Sunday
Times, de 26 de abril de 1979, que tuvo su origen en unos artículos de prensa sobre una
cuestión de gran impacto público en aquel momento en el Reino Unido, como fueron
los procesos abiertos contra una empresa farmacéutica a raíz del nacimiento de niños
con malformaciones debidas a un producto llamado Talidomina. La empresa
farmacéutica interpuso una demanda contra el medio de comunicación, aduciendo que
dichos artículos podían entorpecer las negociaciones con la otra parte. A resultas de
dicha demanda se prohibió la publicación de ulteriores artículos, por considerar que
ciertamente entorpecían las negociaciones de la empresa farmacéutica con los afectados
e impedía una administración de justicia imparcial. El TEDH, sin embargo, amparó a la
empresa periodística y, aunque advirtió de los peligros que podían entrañar los juicios
paralelos si la opinión pública prejuzga una cuestión, pudiéndose perder el respeto y la
confianza en los tribunales, también puso de relieve que es completamente legítimo
informar sobre los asuntos de interés público, aunque sobre ellos exista un proceso
abierto, y siempre y cuando, obviamente, se salvaguarden dichos principios61.

A juicio de este Tribunal, la libertad de información no puede quedar reducida al


relato aséptico de los hechos, pues eso iría en contra de la importancia que esta libertad
merece en una democracia. No son susceptibles, sin embargo, de amparo —y aquí da un
enorme giro el TEDH— “aquellos juicios paralelos que pretendan influir en la voluntad
del tribunal sin que sea necesario para considerarlos ilícitos que efectivamente dicha
influencia se haya producido”62.

4. La posición del Tribunal Constitucional español

En España el Auto del TC 193/91 y la sentencia dictada en el caso Herri


Batasuna constituyen una importante reflexión del TC sobre este asunto. En dicha
sentencia se planteaba la incidencia en el derecho a un juicio con todas las garantías de
los comentarios del Presidente del Gobierno y de otras autoridades políticas mientras se
desarrollaba el juicio. El TC, tras afirmar que la Constitución brinda protección frente a
los juicios paralelos en lo que puedan afectar a la imagen pública de la imparcialidad
objetiva, estimó en este caso que no se había producido un auténtico juicio paralelo, ya
que las autoridades que habían opinado se habían limitado a expresar su deseo de cuál
debería ser el sentido de la sentencia, pero no habían hecho una predicción del

60
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios de comunicación.
Las fórmulas de espectáculo, op. cit., p. 231.
61
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., pp. 98 y 99.
62
STEDH Worm de 29 de agosto de 1997, donde este tribunal hace hincapié en que los juicios paralelos
pueden colisionar con los derechos de las partes tales como el derecho a un proceso justo.

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pronunciamiento del tribunal 63 . En STC 171/1990, de 12 de noviembre (caso de


accidente de aviación – El País), defiende la legalidad de los juicios paralelos,
señalando que si bien la autoridad e imparcialidad del Poder Judicial se erigen en límite
a la libertad de expresión, en todo caso, y como cualquier otro límite, ha de ser
interpretado de manera restrictiva, advirtiendo que el hecho de que parte de la opinión
pública se haya formado una opinión sobre la cuestión no repercute en la imparcialidad

63
STC 136/99, de 20 de julio. Las razones del TC para estimar que no se vulneró el derecho a un juez
imparcial están expuestas en los Fundamentos jurídicos 8º y 9º: “Bastará con señalar que en relación con
supuestos como el presente hemos afirmado que “la Constitución brinda un cierto grado de protección
frente a los juicios paralelos en los medios de comunicación”. Ello es así, en primer lugar, “por el riesgo
de que la regular Administración de Justicia pueda sufrir una pérdida de respeto y de que la función de los
Tribunales pueda verse usurpada, si se incita al público a formarse una opinión sobre el objeto de una
causa pendiente de Sentencia, o si las partes sufrieran un pseudojuicio en los medios de comunicación”
(ATC 195/1991); en este sentido, Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 26 de abril
de 1979 (asunto Sunday Times, 63) y de 29 de agosto de 1997 (asunto Worm, 54). Pero sobre todo, la
protección frente a declaraciones en los medios de comunicación acerca de procesos en curso y frente a
juicios paralelos se debe a que éstos no sólo pueden influir en el prestigio de los Tribunales, sino muy
especialmente, y esto es aquí lo relevante, a que puedan llegar a menoscabar, según sea su tenor, finalidad
y contexto, la imparcialidad o la apariencia de imparcialidad de los Jueces y Tribunales, ya que la
publicación de supuestos o reales estados de opinión pública sobre el proceso y el fallo pueden influir en
la decisión que deben adoptar los jueces, al tiempo que puede hacer llegar al proceso informaciones sobre
los hechos que no están depuradas por las garantías que ofrecen los cauces procesales. Es más, a nadie
puede ocultársele que la capacidad de presión e influencia es mucho mayor cuando las declaraciones
vertidas en los medios de comunicación sobre procesos en curso corresponden a miembros destacados de
los otros poderes públicos del Estado. Por ello, cuando efectivamente se den esas circunstancias, se
conculca el derecho a un proceso con todas las garantías, incluso, sin necesidad de probar que la
influencia ejercida ha tenido un efecto concreto en la decisión de la causa, pues, por la naturaleza de los
valores implicados, basta la probabilidad fundada de que tal influencia ha tenido lugar (Sentencia del
TEDH caso Worm, 54).
Con todo, a pesar de que debe aceptarse, con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que cuando las
declaraciones sobre procesos en curso intenten llevar al público a la conclusión de que los acusados son
culpables, prediciendo la condena, se justifican restricciones en la libertad de expresión de quien así
actúe, y ello, en particular, cuando la declaración cuestionada se emita en términos tan absolutos que sus
destinatarios tengan la impresión de que la jurisdicción penal no puede sino dictar una sentencia
condenatoria (caso Worm, 51 y 52), en numerosas Sentencias hemos destacado que el postulado que
subraya la extraordinaria importancia de la opinión pública libre, dado el carácter esencial de la libertad
de expresión en una sociedad democrática, se aplica también en el ámbito de la Administración de
Justicia, que sirve a los intereses de toda la colectividad y exige la cooperación de un público instruido.
Es un parecer generalizado que los tribunales no actúan en el vacío. Son competentes para resolver los
conflictos entre partes, para pronunciarse sobre la culpabilidad o la inocencia respecto de una acusación
penal, pero esto no significa que, con anterioridad o al mismo tiempo, los asuntos de que conoce la
jurisdicción penal no pueden dar lugar a debates, bien sea en revistas especializadas, en la prensa o entre
el público en general. A condición de no franquear los límites que marca la recta administración y dación
de justicia, las informaciones sobre procesos judiciales, incluidos los comentarios al respecto, contribuyen
a darles conocimiento y son perfectamente compatibles con las exigencias de publicidad procesal (art.
24.2 CE y art. 6.1 CEDH). A esta función de los medios se añade el derecho, para el público, de
recibirlas, y muy especialmente cuando el proceso concierne a personas públicas (por todas, STC 46/1998
y Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 26 de abril de 1979 (caso Sunday Times,
65), 24 de febrero de 1997 (caso de Haes y Gijels, 37) y de 29 de agosto de 1997 (caso Worm, 50)).
Congruente con este planteamiento es nuestro criterio, ya sentado en el ATC 195/1991, que la protección
que la Constitución dispensa frente a los juicios paralelos “se encuentra contrapesada (...) externamente,
por las libertades de expresión e información que reconoce el art. 20 CE. Internamente (...), encuentra
límites dentro del propio art. 24 CE, porque la publicidad no sólo es un principio fundamental de
ordenación del proceso, sino igualmente un derecho fundamental (inciso 5º del art. 24.2 CE). De ahí que,
si bien la salvaguarda de la autoridad e imparcialidad del poder judicial puede exigir la imposición de
restricciones en la libertad de expresión (art. 10.2 CEDH), ello no significa, ni mucho menos, que permita
limitar todas las formas de debate público sobre asuntos pendientes ante los Tribunales (Sentencia del
TEDH caso Worm, 50) ...”

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Publicado en BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE – SANZ MULAS, (Coord.), Derecho penal de la
Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

del Poder Judicial. Y es que, como reseña al corregir al TS en su interpretación de los


derechos recogidos en el art. 20 CE, “el derecho fundamental reconocido en el art. 20
CE, no puede restringirse a la comunicación objetiva y aséptica de hechos, sino que
incluye también la investigación de la causación de hechos, la formulación de hipótesis
posibles en relación con esa causación, la valoración probabilística de esas hipótesis y la
formulación de conjeturas sobre esa posible causación”.

En definitiva, todo nos lleva a concluir que se haría un uso ilegítimo de la


libertad de expresión e información en el caso de que los medios de comunicación
desataran una campaña de desprestigio e informaran de tal manera que creara la
convicción entre el público de que la sentencia no podía tener otro sentido que el por
ellos defendido, o creara un estado de opinión que buscara influir en los juzgados. Una
influencia que de producirse —y con razón nos lo advierte JUANES PECES—64
desembocaría en una verdadera prevaricación judicial. Porque “los juicios paralelos
pueden parecernos desagradables, de mal gusto, desinformadores, manipuladores de
opinión, o, por el contrario, buenos, interesantes y veraces; pero sería absurdo sostener
que turba la independencia judicial, puesto que ésta no tiene sentirse turbada por lo que
se diga extramuros del proceso, salvo que, la jurisdicción esté a cargo de personas
inadecuadas para ejercerla” —y así nos lo recuerda con la elocuencia de siempre
QUINTERO OLIVARES—65.

5. Libertad de información, proceso justo con todas las garantías y Juez


imparcial predeterminado por la Ley

Esto es, la satisfacción de las legítimas demandas informativas de los medios y


de la opinión pública no puede menoscabar los derechos fundamentales a la presunción
de inocencia, a un proceso con todas las garantías y a un juez independiente
predeterminado por la ley. Porque solamente a través de un juicio celebrado con las
formalidades previstas, así como con las posibilidades adecuadas de defensa, y ante un
juez o tribunal preestablecido por las leyes, puede establecerse la culpabilidad de una
persona o los derechos y obligaciones que le asisten, con independencia de la notoriedad
o repercusión pública que el asunto pueda tener. Por otro lado, quienes comparecen a
juicio, sea como inculpados o en otra condición, lo hacen en cumplimiento de una
obligación legal y no deben soportar por ello un sacrificio injustificado de sus derechos
e intereses legítimos.

Es por todo ello necesario evitar, en la medida de lo posible, el enjuiciamiento


paralelo de las causas, en especial las de carácter penal, porque una cosa es el derecho
de la sociedad a ser informada a través de “reportajes neutrales” (STC 52/1996) de
cuantas noticias relevantes sucedan en los juzgados, y otra muy distinta es que, a través
de la tergiversación de las mismas, mediante los denominados juicios paralelos o
“programas-espectáculo”, se pretenda influir en el procedimiento de adopción de las
resoluciones jurisdiccionales, con el riesgo de infringir otros derechos fundamentales,

64
JUANES PECES, A., “Los juicios paralelos. Doctrina del Tribunal Constitucional y del Tribunal de
Derechos Humanos. El derecho a un proceso justo”, Revista del Poder Judicial, número especial XVII,
noviembre 1999, p. 156. En idéntico sentido, CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación.
Una fuente permanente de conflictos”, op. cit., p. 100.
65
QUINTERO OLIVARES, G., “Libertad de prensa y protección de la independencia e imparcialidad
judicial”, en Revista del Poder Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, pp. 335 y ss.

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

tales como el de defensa y la presunción de inocencia66. Para ello habrá de procurarse


evitar, sin perjuicio de los derechos del acusado y de su defensa, la anticipación de
conclusiones sobre la culpabilidad o inocencia, o sobre el sentido que deba tener la
resolución final, así como la celebración de simulacros de enjuiciamiento o de
comparecencias de los distintos sujetos procesales de análogo significado ante los
medios informativos, todo ello de modo simultáneo a la celebración de la vista o acto de
juicio y hasta que se conozca la sentencia67.

Porque, en completo acuerdo con AFONSO VIAGAS, “de la interacción entre lo


mediático y la institución judicial, se deben eliminar las posibilidades de triunfo de las
pretendidas confusiones. La investigación periodística no se debe confundir con la
prueba judicial. La información de los medios no debe conducir a sentencias previas y
la crítica no puede pretender sustituir una sentencia. Sin duda, la justicia debe ser
transparente. Puede, como cualquier otro poder del Estado, ser comentada y criticada,
pero no puede ser sustituida por la comunicación social, so pena de subversión del
Estado de Derecho. El juez no puede ser sustituido por 9 canales de televisión, 8
periódicos, 6 revistas o 7 emisoras de radio. Ser juzgado por treinta jueces mediáticos y
tres de la Administración de Justicia es intolerable”68. Porque eso no es una nueva
forma de justicia del pueblo, sino más bien una caricatura, ridícula y peligrosa, de
justicia69.

VI. CONCLUSIONES VALORATIVAS

Tal y como hemos visto, en un sistema democrático rige como principio la


publicidad de la actuación de los poderes públicos, siendo el secreto una excepción; y la
actuación del Poder Judicial no escapa a este principio. No obstante, éste es —o así
debiera ser— de los tres poderes del Estado, el más alejado de la arena política, que es
el lugar en el que la libertad de expresión e información se ejerce con márgenes más
amplios. La actuación del Poder Judicial, aunque pública, ha de huir de la
espectacularidad. La tranquilidad y serenidad de ánimo que exige la función de
administrar justicia, y los derechos de las partes, tales como el derecho al juez imparcial
o el derecho a la presunción de inocencia, casan mal con el espectáculo, y sin embargo,
muchos casos judiciales por su trascendencia social o política son objeto de noticia.

Ciertamente, el Poder Judicial ha de asumir que su actuación puede y debe ser


controlada por los medios de comunicación. Pero, de igual modo, los medios de
comunicación han de saber opinar e informar de lo que acontece en sede judicial. Las
reglas de juego que rigen el ejercicio de este derecho con relación a la actuación del
ejecutivo o del Parlamento, o, en general, de los representantes políticos, no pueden ser
reproducidas miméticamente aquí70. Porque en un Estado de Derecho es bueno que se
sepa aquello que acontece en los tribunales, pero no lo es superar el límite que separa la

66
GIMENO SENDRA, V., “La sumisión del juez a la crítica pública”, op. cit., p. 296.
67
FOLGUERA CRESPO, J.A., “Poder Judicial, medios informativos y opinión pública”, op. cit., pp. 19 y
ss.
68
AFONSO VIAGAS, O., “Tribunales y comunicación social”, en AA. VV., Poder judicial y medios de
comunicación, op. cit., p. 124.
69
CHIAVARIO, M., “O impacto das novas tecnologías: os direitos do indivíduo e o interesse social no
processo penal”, en Revista Portuguesa de Ciencia Criminal, año 7, Fasc. 3º, julio-septiembre 1997, p.
401.
70
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 110.

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noticia del espectáculo, la crítica del descrédito infundado, las expresiones duras de la
descalificación gratuita71. Esto es, se impone la necesidad de examinar con calma lo que
realmente viene ocurriendo, y se hace urgente el estudiar medidas o criterios que
faciliten la asunción de responsabilidades, de modo que se proteja el sereno y
profesional juicio de los jueces, se atiendan y garanticen los derechos humanos de los
inculpados y se ponga en claro la función de los medios que configuran la opinión
pública, el ámbito en que les corresponde moverse, las reglas deontológicas a las que
una profesión, la de periodista, decida atenerse, y las consecuencias y efectos sociales
en fin de unos cambios que en todo el mundo pueden advertirse y que en todas partes
preocupan72.

Asistimos a la paradoja de que entre los medios de comunicación y el Poder


Judicial se establece un control mutuo, de modo que los tribunales han de controlar que
los medios de comunicación no hagan un uso ilegítimo de la libertad de expresión y los
medios de comunicación han de observar si los tribunales cumplen fielmente con la
misión que les tiene encomendada la sociedad”73. Existe, por lo tanto, cierta dificultad
en encontrar un equilibrio entre derecho y límite: si por una parte la actuación del Poder
Judicial es de interés público y puede ser objeto de críticas, por otra hay que rechazar
las que de forma injustificada o gratuita impidan a los tribunales desempeñar con
normalidad su función o minen la confianza depositada en ellos por los ciudadanos.
Este límite supone la exigencia de una serie de deberes y responsabilidades, exigibles al
conjunto de los ciudadanos pero muy especialmente a determinados sectores como
periodistas, abogados o, incluso, los propios miembros del Poder Judicial74.

Porque, como nos recuerda MADOUX75, justicia y prensa están condenadas a


vivir en conjunto y la existencia de esta cohabitación es absolutamente indispensable en
una sociedad democrática. La presencia vigilante de la prensa durante una instrucción,
durante un proceso penal, impone al juez un mayor rigor, una mayor imparcialidad; en
resumen, una mayor calidad en su comportamiento y en su decisión. Esto es, su papel
“de perro guardián” es primordial. Lo que hace falta es buscar un equilibrio entre ellas.
Porque, nos guste más o menos, concordamos con BINDER en que “los medios de
comunicación forman parte de los mecanismos de política criminal de una sociedad.
Forman parte del esquema de control social de una determinada sociedad”76. Y es que,
en la medida en que los medios de comunicación tornan efectiva muchas de las
aspiraciones contenidas en las legislaciones, los periodistas no serían ese estorbo
molesto, sino el complemento necesario para la Administración de Justicia por parte del
Estado en una sociedad democrática. Es por todo ello que se recomienda organizar
conjuntamente políticas criminales, ante la posibilidad de que los medios se corten por
separado y preparen sus particulares impresiones visuales, maximizando las sensaciones
de inseguridad 77. Porque, en definitiva, una justicia independiente y eficaz es tan

71
Ibídem.
72
GOMIS SANAHUJA, L., “Publicidad del proceso y derecho a un proceso con todas las garantías”, op.
cit., pp. 164 y 165.
73
CATALÁ I BAS, A., “Justicia y medios de comunicación. Una fuente permanente de conflictos”, op.
cit., p. 95.
74
Ibídem, p. 96.
75
MADOUX, M.R., “Criminalidade, processo penal e meios de comunicação”, en Revista Portuguesa de
Ciencia Criminal, año 9, Fasc. 2º, abril-junio 1999, p. 227.
76
BINDER, A., “Importancia y límites del periodismo judicial”, op. cit., pp. 269 y 270.
77
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios masivos de
comunicación. Las formas de espectáculo, op. cit., p. 320.

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esencial a la democracia como una comunicación libre y pluralista. En cualquiera de las


funciones el gran objetivo continua siendo la defensa de la libertad. Objetivo que solo
podrá ser alcanzado por personas libres y atentas a los desafíos de este admirable nuevo
mundo78.

1. La colaboración de los jueces y tribunales

Como hemos visto, los ciudadanos quieren, y deben, conocer más directamente
el funcionamiento de sus Tribunales y éstos, sin desatender sus responsabilidades, han
de reforzar, en un marco más abierto y transparente de actuación, el prestigio de las
instituciones judiciales y la confianza de la generalidad de los ciudadanos, a pesar de las
delicadas decisiones que muchas veces deben adoptar. “Para ello —concordamos
nuevamente con FOLGUERA—, además de disponer de los correspondientes medios
auxiliares, los Jueces y Tribunales han de desarrollar un especial esfuerzo en su
formación y perfeccionamiento personal y en la mejora de la motivación y
fundamentación de sus resoluciones, a fin de que éstas no solamente sean acertadas
técnicamente, sino que puedan también ser mejor comprendidas por sus destinatarios
directos y por el conjunto de la ciudadanía”79. Porque, de acuerdo ahora con BINDER,
“la justicia no es mejor por el hecho de emplear palabras raras. Se trata simplemente de
un vicio que tiene la Administración de Justicia y tienen los abogados de
autolegitimarse generando una especie de «aureola mágica» por medio de un lenguaje
oculto. Hecho que tiene efectos negativos sobre los ciudadanos que se van alejando cada
vez más de la Administración de Justicia”80.

Esto es, el juez debe demostrar un particular celo en el cumplimiento de los


deberes que guardan en relación con los ciudadanos, o, mejor dicho, con la percepción
que éstos tienen de la Administración de Justicia. Es importante, en tal sentido, que el
juez se esfuerce en explicar sus decisiones, que se preocupe de ser didáctico,
“especialmente —nos advierte LUCAS— en los casos en los que la respuesta jurídica
que tiene que dar a un problema puede ser difícil de comprender para los profanos al
Derecho o para quienes viven tan intensamente el conflicto que se juzga que carecen de
la perspectiva o de la distancia necesarias para apreciar desapasionadamente esa
resolución”81. Para todo ello es necesario facilitar a los medios de comunicación su
trabajo mediador de la información con los ciudadanos. Un periodismo sin duda
especializado, pues de lo contrario no sería capaz de decodificar el complicado,
intrincado y rebuscado lenguaje judicial, de modo que la gente sepa qué se está
debatiendo, que se está diciendo82.

2. La autorregulación como sistema más eficaz para asegurar la libertad


informativa y las garantías judiciales

78
CUNHA RODRÍGUES J. N., “Justiça e comunicação social. Mediação e interacção”, op. cit., p. 575.
79
FOLGUERA CRESPO, J.A., “Poder Judicial, medios informativos y opinión pública”, op. cit., p. 16.
80
BINDER, A., “Importancia y límites del periodismo judicial”, op. cit., p. 267.
81
LUCAS MURILLO DE LA CUEVA, P., “La responsabilidad de los tribunales ante la opinión pública
y ante los medios informativos”, op. cit., pp. 66 y 67.
82
BINDER, A., “Importancia y límites del periodismo judicial”, op. cit., p. 267. Una descodificación que
no solamente tienen que ver con el lenguaje judicial. También tendrán que decodificar las propias
demandas sociales ... en términos tales que lleguen a los sectores del poder. Porque si los medios se
interponen, canalizando la decibilidad que se disputa desde ambos extremos, los medios no son
meramente adminículo molesto de los tribunales. Vid., en RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La
administración de justicia en los medios de comunicación. Las fórmulas de espectáculo, op. cit., p. 318.

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De su parte, la cobertura informativa de las causas judiciales ha de atender


también a la protección de los derechos e intereses de las víctimas, a fin de no
incrementar necesariamente los efectos del delito sobre las mismas, y a la presunción de
inocencia de los acusados, así como a los derechos fundamentales al honor, intimidad y
propia imagen de los demás sujetos procesales, muy en particular de los menores y otros
sujetos necesitados de igual protección83.

Pero las restricciones legales, que duda cabe, tienen una eficacia limitada si falla
la disciplina de las personas afectadas por ellas, y si las empresas de comunicación y los
profesionales de los medios no se atienen a códigos de conducta y se remiten a
organismos de autorregulación. Por ello, en el ámbito periodístico en concreto, y
coincidiendo con DE LA CUADRA84, se hace preciso promover mecanismos u órganos
de autocontrol que garanticen su cumplimiento y que, en su caso, impongan las
sanciones adecuadas. Se hace necesario un órgano estatal, integrado por periodistas,
editores y consumidores de medios de comunicación social, cuya función sea la de, en
aplicación de los códigos deontológicos, hacer la llamada de atención necesaria a quien
se equivoque o se exceda, sin perjuicio de la reclamación judicial que siempre quedaría
abierta. Esto es, hay que estimular la autorregulación, con organismos de arbitraje que
reciban las quejas del público, difundan informes y apliquen códigos deontológicos
aceptados por la misma profesión y las empresas85. Organismos mixtos capaces de
expresar competencias y sensibilidades complementarias —esto es, ni únicamente
judiciales ni únicamente “técnicas” (de los profesionales de la comunicación)—, para
trazar las correspondientes reglas deontológicas y velar por su cumplimiento86.

Y esto es especialmente importante en el caso de los programas-espectáculo,


generalmente no sujetos a los códigos éticos de la profesión periodística, tales como: el
contraste de las fuentes, la pluralidad de las versiones sobre la causación de los hechos,
la separación entre información y opinión, la colocación de las noticias según su
importancia, consolidación de usos y costumbres respetuosos con la seriedad de los
procesos judiciales y especialmente con los derechos de los inculpados y su presunción
de inocencia, etc. Porque dichos programas-espectáculo tienen otras normas, admiten la
frivolidad o la carga provocativa que se traduce en una forma determinada de tratar los
temas; esto es, pueden referirse a materias diversas, a menudo escandalosas y,
normalmente, poco habituales en los noticiarios. O lo que es lo mismo, son programas
lícitos a los que no se les puede exigir que cumplan las reglas de los programas
informativos, pero sí se les puede —y debe— exigir que no traten, con apariencia

83
FOLGUERA CRESPO, J.A., “Poder Judicial, medios informativos y opinión pública”, op. cit., p. 17.
84
DE LA CUADRA FERNÁNDEZ, B., “Los jueces, ¿insumisos a las críticas?”, en Revista del Poder
Judicial, nº especial XVII, noviembre 1999, pp. 328 y 329. Para ver una propuesta concreta de
autorregulación en este sentido, véase DE CARRERAS, L., “La autorregulación como alternativa a las
restricciones legales informativas y como sistema de relación entre las televisiones y los jueces”, op. cit.,
pp. 268 y ss.
85
GOMIS SANAHUJA, L., “Publicidad del proceso y derecho a un proceso con todas las garantías”, op.
cit., p. 170.
86
CHIAVARIO, M., “O impacto das novas tecnologías: os direitos do indivíduo e o interesse social no
processo penal”, en Revista Portuguesa de Ciencia Criminal, año 7, Fasc. 3º, Julio-septiembre 1997, p.
394.

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Democracia vs Seguridad Pública, Comares, Granada, 2005, pp. 1 a 33.

informativa y seria, temas graves sin sujetarse a las reglas deontológicas del tratamiento
informativo87.

Y de todos los mass media que duda cabe en que es con la televisión por la que
hay que empezar y con la que más hay que trabajar, por ser la que más condiciona, la
que en más medida llega a toda la colectividad. “El poder de las imágenes es superior al
de la razón”, asevera PASCAL88, recordándonos ese viejo proverbio chino que dice:
“una imagen vale más que mil palabras”. Ya desde entonces se sospechaba la fuerza que
alojaba la imagen89. En el tema que nos ocupa, han sido y siguen siendo numerosos los
programas como Culpable o Inocente (1991), Doce hombres sin piedad (1993), Ley del
Jurado (1994), Veredicto (1994), En la tela de juicio (1996), Caso abierto (2004),
Código Rojo (2004), etc... Programas televisivos dedicados a la “investigación” de
casos famosos, con la pretensión de ofrecer una “verdad” que el sistema judicial ha sido
incapaz de descubrir, lo que a QUINTERO OLIVARES le sugiere “preocupantes
reflexiones, especialmente por el favor con que, se aseguran sus directores, han
conseguido tales programas. Sospechar que se puedan tomar esas diversiones y
prácticas como positivas, respetuosas y democráticas, produce estremecimiento (...)
cualquier justicia paralela —realizada en los medios de comunicación o de cualquier
otra índole— arrancando del legitimo derecho a opinar libremente y a informar, que,
por supuesto, muchos profesionales ejercen de modo inobjetable, propende con
frecuencia a dar la impresión de que la maquinaria procesal oficial es una traba para el
descubrimiento de los culpables, y que las garantías procesales que son patrimonio de
todos son por culpa de los juristas, una especie de refugio atómico para los delincuentes.
Y es entonces cuando la preocupación por el tono de esos programas televisivos se
transforman en náusea (...) que sea más fiable y creíble el método probatorio de un
programa televisivo que el seguido por los jueces o que el público crea que ese modo de
investigar y juzgar es compatible con el respeto de los derechos de los presentes en el
programa, o de los citados involucrados ausentes, constituye la primera etapa de un
peligroso camino que al final llega a la justificación de las policías populares o del
linchamiento, siempre explicando como método para evitar triquiñuelas legales salven
al malvado, con la ventaja añadida de que las equivocaciones no las paga nadie (...).
Seleccionan acusados, pruebas, testigos y lo que haga falta. No hay errores judiciales.
No responderá nadie del daño a los derechos de otros. Se supone que expresan sanos
sentimientos de la opinión pública. Se olvida al final que la llamada justicia popular,
seguramente no es popular y, en todo caso, no es justicia”90.

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87
DE CARRERAS, L., “La autorregulación como alternativa a las restricciones legales informativas y
como sistema de relación entre las televisiones y los jueces”, op. cit., p. 255.
88
PASCAL, B., Pensamiento. Elogio de la contradicción, Isabel Prieto, Madrid, 1995, p. 17.
89
RODRÍGUEZ, E., Justicia mediática. La administración de justicia en los medios masivos de
comunicación. Las formas de espectáculo, op. cit., p. 52
90
QUINTERO OLIVARES, G., “Justicia televisiva”, en La Vanguardia, Barcelona 24 de marzo de 1993.

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