Lectura Bloque Temático 1
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En los distintos manuales de la asignatura, son muchas y muy matizadas las posiciones
de los diversos autores respecto a la definición misma de Derecho Administrativo. Un
importante sector doctrinal mantuvo a lo largo de décadas una concepción subjetiva, en
la que el Derecho Administrativo se define como el Derecho de la Administración
Pública, es decir, la disciplina del Derecho que regula la organización y funcionamiento
de la Administración Pública, su actividad y sus relaciones con los particulares.
Sin embargo, cada vez con más fuerza se impone una revisión de ese concepto
tradicional, ante la constatación de que hay Derecho Administrativo más allá de las
Administraciones Públicas. Cobra fuerza un concepto funcional del Derecho
Administrativo, en el que el elemento clave para la definición no es la presencia de la
Administración Pública, sino la existencia de un interés general: el Derecho
Administrativo es el conjunto de normas reguladoras de la actividad administrativa,
es decir, de la actividad de servicio objetivo y eficaz a los intereses generales de
la comunidad, con sometimiento pleno a la Ley y al Derecho.
§ Este concepto funcional permite salir al paso de algunas de las principales quiebras
de la concepción subjetiva. Entre ellas, la existencia de actividad administrativa en
órganos del Estado distintos de la Administración Pública y, al contrario, la existencia de
actividad privada de la Administración. Así:
1º) Existe, desde luego, actividad administrativa fuera de la Administración Pública. Por
ejemplo, los denominados “actos de administración material” dictados por los órganos
de gobierno de las Cámaras legislativas, del Poder Judicial, del TC, del Tribunal de
Cuentas y del Defensor del Pueblo "en materia de personal y de actos de
administración", de los que conoce la jurisdicción contencioso-administrativa (art. 58.1
LOPJ); o los dictados por la Casa del Rey, órgano constitucional no integrado en la
Administración del Estado. El propio artículo 106.1 CE utiliza la expresión “actuación
administrativa" y no "actividad de la Administración" cuando se refiere al control ejercido
por los tribunales sobre la misma.
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§ El concepto funcional del Derecho Administrativo ha sido asumido por las leyes más
recientes del panorama jurídico-público.
Fiel reflejo de lo afirmado es, por ejemplo, la normativa de contratación pública (Ley
de Contratos del Sector Público, Ley 9/2017), en la que lo relevante es la presencia, no
ya de una Administración Pública, sino de un “poder adjudicador”.
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Para MEILÁN GIL, si una visión superficial de nuestra historia constitucional confirmaría
la célebre frase de Otto MAYER escrita en el primer párrafo del Prólogo a la tercera
edición de su “Derecho Administrativo Alemán” de 1923, “el Derecho Constitucional
pasa, el Derecho Administrativo permanece”, no obstante, y dejando al margen las
circunstancias históricas en que fue escrita la frase, es preciso afirmar la necesidad de
acomodar la Administración Pública y su Derecho al cambio constitucional.
Bajo estas premisas, resulta imprescindible iniciar el estudio del Derecho Administrativo
con las siguientes consideraciones: (A) la impronta de la cláusula de Estado social y
democrático de Derecho (art. 1 CE); (B) la posición preeminente de los derechos
fundamentales y las libertades públicas, entre ellos el derecho a la tutela judicial efectiva
consagrado en el artículo 24.1 CE, auténtico revulsivo de la reforma de la justicia
administrativa; (C) la misión constitucional de la Administración Pública declarada en el
art. 103 CE; y (D) el sometimiento pleno de toda su actuación al control de los tribunales
de justicia (art. 106.1 CE).
Se insiste en la idea de que todos los poderes públicos están sujetos al ordenamiento
del que forma parte la Constitución, que es, por tanto, norma de directa aplicación e
invocación ante los Tribunales. Además, la supremacía de la Constitución sobre todas
las normas y su carácter central en la construcción y validez del ordenamiento en su
conjunto, obligan a interpretar éste en cualquier momento de su aplicación –por
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operadores, tanto públicos como privados, por Tribunales o por órganos legislativos o
administrativos- en el sentido que resulta de los principios y reglas constitucionales. Tal
y como dispone el artículo 5.1 LOPJ, “La Constitución es la norma suprema del
ordenamiento jurídico y vincula a todos los jueces y tribunales, quienes interpretarán y
aplicarán las leyes y los reglamentos según los preceptos y principios constitucionales,
conforma a la interpretación de los mismos que resulte de las resoluciones dictadas por
el TC en todo tipo de procesos”.
§ El carácter de “Estado Social”, como pieza esencial para la salvaguarda del valor
constitucional de la “igualdad”, se refleja principalmente en los artículos 9.2 y 53.3 CE.
El primero establece la obligación de los poderes públicos para que “la libertad y la
igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas”. En
cuanto a los “principios rectores de la política social y económica”, el art. 53,3 determina
su alcance y virtualidad de manera que su reconocimiento, respeto y protección
“informará la legislación positiva, la práctica judicial y la actuación de los poderes
públicos”. Como señalaba MEILÁN GIL, pese a la dificultad y discusión abierta sobre su
significado sustantivo, puede sentarse como seguro que esos principios suponen para
todos los poderes públicos una vinculación negativa: no se puede actuar por vía
normativa, judicial o práctica administrativa contra ellos o apartarse en contra de ellos
‘notoria e injustificadamente’. La cláusula del Estado Social implica, por tanto, una
exigencia de producción de normas jurídicas conforme a esos principios rectores
de la política social y económica, y en todo caso una interpretación y aplicación
de éstos conforme a aquélla. Ya en sus primeros pronunciamientos el Tribunal
Constitucional sostuvo que el art. 53,3 “impide considerar tales principios como normas
sin contenido y que obliga a tenerlos presentes en la interpretación, tanto de las
restantes normas constitucionales como de las leyes” (STC 19/1982, de 5 de mayo).
Ahora bien, en los últimos años, y como consecuencia de la crisis económica mundial,
la doctrina se ha volcado en indagar si es suficiente o satisfactoria esta lectura de los
principios rectores cuando enuncian derechos básicos para la ciudadanía, enraizados
directamente con la dignidad a que se refiere el artículo 10 del texto constitucional
(RODRÍGUEZ-ARANA):
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Sin duda se ha avanzado mucho en ello, como revela un simple recuerdo de la situación
preconstitucional. En efecto, en el sistema preconstitucional de las “Leyes
Fundamentales”, las libertades y derechos, pese a su reconocimiento formal, no
consiguieron un mínimo de eficacia y garantía real. La generalidad de la doctrina se
esforzó, con más voluntarismo que acierto, en tratar de “justificar” el sistema,
autoconvenciéndose de la posibilidad de cohonestar sus principios con los postulados
de un verdadero Estado de Derecho. Ello implicaba desconocer la íntima conexión de
las instituciones y técnicas jurídicas con el entorno ideológico político en el que se
encuadran y explican. Esta conexión es tan fuerte y condicionante que, de no ser tenida
en cuenta, puede conducir a crasos errores, como el muy frecuente de dar por eficaces
lo que no son sino formulaciones retóricas o meros nominalismos constitucionales.
Este fue, y así debe constatarse, un planteamiento común respecto de las libertades y
derechos en el período comentado.
Pues bien, este nuevo contexto ha ido alterando radicalmente la que vino siendo
tradicional posición del individuo ante el Ordenamiento jurídico-administrativo en nuestro
país. Todo nuestro Derecho administrativo de la postguerra está plagado de técnicas
que instrumentalizan o coartan esta libertad. Es un auténtico punto de partida que
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§ En las últimas décadas, los avances en esta línea (el paso de la “libertad autorizada”
a la libertad como premisa del Ordenamiento jurídico) resultaron espectaculares. Como
ha escrito GARCÍA DE ENTERRÍA, el Constituyente intentó reaccionar frente a una
concepción puramente retórica de los derechos fundamentales y diseñó un cuadro de
derechos absolutamente eficaces por sí mismos, sin perjuicio de que muchos de
ellos, no de todos, deba ser desarrollados. Libertades y derechos son así, un prius
vinculante para la Administración, que el Tribunal Constitucional tutela. Los derechos
fundamentales se configuran hoy en día como verdaderos derechos subjetivos y
como fundamento del orden político y jurídico de la comunidad.
El Derecho administrativo que se gesta desde estas premisas encuentra aquí su tarea
primordial. En su centro se sitúa ante todo la protección real de libertades y derechos.
Pero no sólo eso: a tal virtualidad tuitiva se suma la obligación positiva de los poderes
públicos de contribuir a la efectividad de tales derechos. El Tribunal Constitucional ha
sido realmente explícito en tal constatación:
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Nuestro Derecho Administrativo debe, así, revisar desde este prius sus objetivos y
funcionalidad. Frente a la construcción tradicionalmente individualista, los intereses
generales, ligados inseparablemente a la realización de los derechos fundamentales,
han de convertirse en el centro del sistema y permitir la entrada y colaboración de
grupos sociales en su real satisfacción. Todas las técnicas propias del Derecho
administrativo habrán de acomodarse paulatinamente a esta orientación principal.
En esta línea nuestro Alto Tribunal ha declarado que “son elementos esenciales del
ordenamiento objetivo de la comunidad nacional, en cuanto ésta se configura como
marco de una convivencia humana justa y pacífica, plasmado históricamente en el
Estado de Derecho y, más tarde, en el Estado Social de Derecho o Estado Social y
Democrático de Derecho, según la fórmula de nuestra Constitución” (STC de 14 de julio
de 1981). Y asimismo ha llegado a afirmar que los derechos fundamentales” constituyen
la esencia misma del régimen constitucional” (STC 34/1986, de 21 de febrero).
§ Una reflexión final nos obliga a hacer una lectura reposada del artículo 10 CE,
antesala de la detallada relación de derechos fundamentales y libertades públicas y
cabecera de actuación de los poderes públicos:
“La dignidad de la persona, los derechos inviolables que le son inherentes, el libre
desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son
fundamento del orden político y de la paz social”.
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“La Administración Pública sirve con objetividad los intereses generales y actúa
de acuerdo con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización,
desconcentración y coordinación, con sometimiento pleno a la ley y al Derecho”.
Existe toda una gradación que recoge el Tribunal Constitucional, en una aproximación
realista: "formaciones sociales con relevancia constitucional" (partidos políticos,
sindicatos, organizaciones empresariales); entes de base asociativa representativos de
intereses profesionales y económicos; "entes asociativos o fundacionales, de carácter
social y con relevancia pública ... entes de carácter social, no público, que cumplen fines
de relevancia constitucional o de interés general".
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"La configuración del Estado como social de Derecho viene así a culminar una
evolución en la que la consecución de los fines de interés general no es
absorbida por el Estado, sino que se armoniza en una acción mutua Estado-
Sociedad".
Sin embargo, a pesar de que el artículo 9.2 CE impone a los Poderes públicos facilitar
la participación de los ciudadanos en la vida política, social, económica y cultural, se
advierte la ausencia de la ciudadanía en los asuntos más relevantes.
Como señala MEILÁN GIL, estamos ante determinados entes que, aun siendo de
naturaleza administrativa, se entiende que deben estar especialmente protegidos o
resguardados no sólo de los cambios que supone la alternancia democrática en el
poder, sino, incluso, de la legítima discrecionalidad que conlleva el ejercicio del poder
democrático. En su origen late una cierta “desconfianza” respecto del Gobierno en
materias y actividades que, por diferentes motivos, se estima que rebasan lo que es
legítimo ejercicio ordinario del poder. Se trata, en definitiva, de conseguir una
“neutralización” del Gobierno, independientemente de su coloración política, en
determinados sectores de actividad cuya naturaleza rebasa el horizonte temporal del
mandato electoral. Las Administraciones independientes permiten, además, la
participación de ciudadanos o de intereses organizados de determinados sectores
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§ Para concluir, es necesario hacer una breve referencia a la objetividad, que supone
neutralidad, eficacia y sometimiento pleno a la ley y al Derecho.
“La distinción entre ley y derecho, que luce con toda nitidez en el artículo 103.1
de la Constitución, no es un simple juego semántico ni constituye tampoco una
novedad. Porque desde 1956, por lo menos, es decir, hace más de treinta años,
es pacífico en la legislación, en la doctrina y en la jurisprudencia contencioso-
administrativa que el Ordenamiento no se agota en el derecho "puesto" -por eso
es llamado positivo-, sino que se integra y se alimenta de lo que propiamente se
llama derecho, el cual precede, informa y vivifica la letra de la ley. El hecho de
que ese derecho no se encuentre en la pura superficie de las normas o de las
relaciones jurídicas no es obstáculo a la realidad de su existencia. Y es este
derecho previo que se esconde en el seno de aquéllas el que el operador jurídico
ha de descubrir. Que sólo así aquellas normas y relaciones jurídicas pueden ser
traducidas en términos de justicia. En el caso concreto que aquí nos ocupa, ese
derecho que precede a la ley puede descubrirse precisamente a través de la
cláusula del Estado social de derecho consagrada en la embocadura de nuestro
texto constitucional (…) La Administración ha de actuar con eficacia y no puede
negarse que ésta ha existido; pero la Administración ha de actuar también con
sujeción plena a la ley y al derecho y si esto ha sido así en este caso es algo que
precisa averiguar. En la búsqueda de ese derecho que es previo a la ley y que
se informa y vivifica el operador jurídico puede servirse muy útilmente de los
instrumentos que le proporcionan los principios -implícita o explícitamente-
proclamados en la Constitución” (STS de 20 de mayo de 1987, RJ 5827/1987).
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Este mandato debe ser comprendido en toda su extensión. En primer lugar, el artículo
106.1 contiene una regla de control de toda la actuación administrativa, sin excepción,
superando con creces el estrecho marco del acto administrativo formalizado. De ahí que
la Ley Jurisdiccional haya ampliado el cuadro de pretensiones de la anterior LJCA de
1956, contemplando no solo el control de actos y reglamentos, sino de la propia
inactividad y de la vía de hecho.
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los mismos, así como que las razones que explican el fundamento razonable de dichas
actuaciones y excluyen la arbitrariedad deben quedar reflejadas de forma que los
ciudadanos y, en su caso, los Tribunales, pueda conocerlas ... dicho lo anterior, es
preciso tener presente que tales exigencias de justificación se plasman de manera muy
diversa y con distinta intensidad según el tipo de actuación pública de que se trate, y
que su eventual ausencia o insuficiencia tiene consecuencias muy distintas. Así, tal
justificación puede ir desde la explicación pública por parte de los cargos públicos de
naturaleza política a los ciudadanos, que podrán tenerlo en cuenta en futuras
elecciones, hasta la necesidad de una motivación formal y expresa de determinadas
actuaciones administrativas cuya falta o carácter insatisfactorio puede determinar, en su
caso, la anulación judicial de la decisión pública de que se trate” (STS de 24 de febrero
de 2010, RJ 2010/1562).
Por ello –continúa–, para que la rendición de cuentas pueda efectivamente constituir
una forma de control sobre el ejercicio del poder, es indispensable que quienes lo
ejerzan den visibilidad, difundan y transparenten cómo se toman las decisiones, con qué
motivaciones y qué objetivos se pretenden lograr. Y así, al obligar a la Administración a
divulgar los factores que le sirvieron para adoptar alguna política o decisión pública, sólo
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