Sobre Antígona Furiosa
Sobre Antígona Furiosa
Sobre Antígona Furiosa
ARGENTINA
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Introducción
En Antígona furiosa (1986), de Griselda Gambaro (1928), Antígona está muerta, recientemente
muerta, como, también, lo están los desaparecidos durante la dictadura militar argentina
(1976-1983). Son “desaparecidos” porque no se encontraron sus cuerpos, no se enterraron sus
cadáveres. Y esa es una de las razones por la que la dictadurapermanece en la memoria
colectiva de toda una nación. ¿Y Antígona está efectivamente muerta? Un mensajero nos contó
que sí, que la heroína tebana murió, sin embargo, su historia se sigue reescribiendo una y otra
vez, y ella forma parte de la memoria de todos los pueblos.
Atrapados en un tiempo indefinido, que mezcla la tragedia griega clásica con la tragedia
argentina contemporánea, Antígona, Antínoo y Corifeo (únicos personajes de la obra de
Gambaro) discuten, parodian, recrean, reviven, en síntesis, recuerdan la tragedia de Sófocles, y,
de forma menos evidente, pero más relevante, la dictadura militar argentina. La autora utiliza
el recuerdo como un mecanismo que le permite reconstruir la obra en las claves de su tiempo.
Utiliza a la protagonista para dar voz a aquellos que ya no la tienen, llenar el silencio que
dejaron los desaparecidos. Y para esto, toma el texto de Sófocles y lo fusiona con voces ajenas
y propias: Shakespeare, Darío y el dialecto porteño.
En este trabajo, nos proponemos analizar los mecanismos narrativos y discursivos que utiliza
Gambaro en su obra y rastrear las voces que anidan ahí. El objetivo final que perseguimos es
develar la construcción alegórica de la realidad que se presenta en Antígona furiosa sobre la
base del mito clásico.
Desde que Sófocles escribió la tragedia de Antígona, en el siglo v a.C., la obra ha sido
reelaborada, reescrita y releída en innumerables oportunidades. George Steiner (1991)
contabiliza más de doscientas versiones en su libro Antígonas, aunque no considera las
adaptaciones latinoamericanas. Sea como fuera, la joven tebana no pierde su vigencia pese al
paso del tiempo. En su rebelión, diferentes escritores pudieron representar su propia lucha, sus
temores y los del mundo en el que les tocó vivir; por ejemplo, Jean Anouilh (Francia) y Bertold
Brecht (Alemania) escribieron, en 1942 y en 1947, respectivamente, sus reinterpretaciones
para escenificar las injusticias vividas durante la Segunda Guerra Mundial.
En nuestro país, el mito de Antígona ha sido llevado a escena en diversas oportunidades, entre
las que se destacan Antígona Vélez (1951), de Leopoldo Marechal, y Antígona furiosa, de
Griselda Gambaro. Solo existen treinta y cinco años entre la escritura de una y de otra versión;
sin embargo, las diferencias son notables.
Por un lado, en Antígona Vélez, se recrea el mito original, pero cambian el paisaje y los
nombres de los personajes (excepto el de Antígona); son habitantes de la pampa durante el
periodo de la campaña al desierto, realizada en nuestro país entre 1878 y 1885. Al situar la
acción de la obra en este contexto, el autor instala a la heroína dentro de una tradición literaria
que se nuclea en torno al tópico de «civilización y barbarie». Antígona forma parte, entonces,
de un corpus literario nacional, en el cual se encuentran obras como Martín Fierro, de José
Hernández; Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y La cautiva, de Esteban Echeverría.
Observamos, pues, en este texto, una continuación de la tradición gauchesca, una añoranza de
la historia del país que se lleva a cabo por medio de la refundación de un mito universal
transformado en un mito nacional. La intención del autor, al recrear el texto de Sófocles, fue
adaptarlo a la mentalidad nacional para brindarnos una Antígona argentina.
Por otro lado, la intención de Gambaro al crear Antígona furiosa es totalmente diferente de la
de Marechal. Como la autora afirma
…[n]unca hubo esa intención de seguir la obra original y mucho menos adaptarla. Lo que
pretendí en su momento fue crear una obra con características propias. Por supuesto que
escuchaba a Sófocles, pero desde muy lejos, lo suficiente como para tener mi propia libertad.
Pero no solo está Sófocles en la obra, si te fijas está Shakespeare, citas a Rubén Darío y muchos
más (Benítez y Navarro, 2001).
De todas maneras, ambas obras son hipertextos del mismo hipotexto, Antígona; por lo tanto,
sus mitemas se repiten: los hermanos que se matan entre sí, el tirano que se niega a enterrar a
uno de ellos, la joven que busca justicia, el amante que se sacrifica y la protagonista que da su
vida por una causa elevada. A la vez, las dos obras son producciones «nacionales» porque
existe en ellas una noción de lo que significa «ser argentino» en el campo (Antígona Vélez) y en
la ciudad (Antígona furiosa).
Por último, como indica Maurice Halbwachs en su icónico texto La memoria colectiva (1950),
«[h]ay acontecimientos nacionales que modifican todas las existencias a la vez. Son pocos. Sin
embargo, pueden ofrecer a todos los hombres de un país varios puntos de referencia
temporal» (p. 78). La dictadura es uno de esos acontecimientos: no solo modificó la vida de las
personas, sino las preocupaciones estilísticas de los escritores de su época. Lejos del pasado
fundacional al que refiere Marechal, durante y después de los militares, la dictadura se
transforma para la Argentina en un presente constante que se refleja tanto en obras de aquel
entonces como en producciones actuales. Finalmente, en este hecho, ajeno al plano literario,
radica la principal diferencia entre las Antígonas locales. En la producción de 1951, la joven
tebana representa la esperanza en el futuro de la nación; en 1986, es utilizada para representar
el pasado reciente que se niega a morir para que el recuerdo de las víctimas de la dictadura no
muera con él.
Como ya mencionamos, Antígona furiosa no pretende ser una alegoría de la tragedia clásica,
por lo tanto, Gambaro realiza varios cambios con respecto a Antígona. Reduce la cantidad de
personajes: de nueve, más el coro, pasan a ser solo tres (Antígona, Antínoo y Corifeo). También
cambia el lugar de los hechos: de la Grecia clásica a un café en Buenos Aires durante la década
de los setenta. La puesta escenográfica se compone con los elementos típicos de un café:
mesa, sillas y, naturalmente, café, y una carcasa, construcción en el escenario que representa el
poder (cuando Corifeo se introduce en ella, asume la personalidad de Creonte).
Sin embargo, Antígona no aparece en la caverna en Tebas, ni siquiera en el infierno (al menos
no en el infierno que el imaginario colectivo nos haría prever). La heroína aparece en un café
de Buenos Aires. Al comienzo de Antígona furiosa, se nos indica que Corifeo y Antínoo,
«vestidos de calle», se encuentran tomando un café: «Mozo, otro café», señala Corifeo para
brindarnos una pauta del espacio de enunciación, «…este espacio, semipúblico y propio de la
cotidianeidad de la clase media bonaerense, donde emerge Antígona» (König, 2002, p. 11).
…[e]l recuerdo es, en gran medida, una reconstrucción del pasado con la ayuda de datos
tomados del presente, y preparada de hecho con otras reconstrucciones realizadas en épocas
anteriores por las que la imagen del pasado se ha visto ya muy alterada (1950, p. 71).
Recordar, para este autor, implica reconstruir y, por lo tanto, modificar el recuerdo que no
permanece intacto en nuestra memoria, sino que se altera por el paso del tiempo. En la obra
de Gambaro, el recuerdo de los diálogos de la tragedia original es sometido a la memoria de
los personajes y, por lo tanto, se encuentra deformado y alterado. La dramaturga utiliza el
proceso de rememoración como un mecanismo para modificar el texto original, cambia frases,
recorta el texto, agrega palabras, lo que le permite construir un subtexto que habla de la
realidad de la Argentina durante la década de los setenta y los ochenta. Por nuestra parte, a lo
largo del trabajo, enfrentaremos el texto original con el texto de Gambaro para analizar cómo,
desde el recuerdo de la tragedia, se construye la alegoría sobre la dictadura.
Coro: —Los siete jefes que en las siete puertas se habían colocado contra los otros siete
ofrendaron a Zeus sus broncíneas armas, excepto los dos desdichados nacidos de un mismo
padre y de una misma madre, que clavándose uno a otro sus lanzas de igual poder, lograron los
dos la misma suerte en una muerte común.
Corifeo: —Olvidémonos de la reciente guerra y vayamos a los templos de los dioses con
nocturnos coros guiados por Baco, el que sacude la tierra tebana (2012, p. 34).
En Antígona furiosa, una vez que la heroína irrumpe en escena comienza a recordar la pelea
entre sus hermanos. Esto lleva a que Corifeo y Antínoo, también, recuerden:
Corifeo: —Siempre las riñas, los combates y la sangre. Y la loca esa que debería estar ahorcada.
Recodar muertes es como batir agua en el mortero. No aprovecha. Mozo, ¡otro café!
Cuando Corifeo señala que Antígona «debería estar ahorcada», no remite al texto clásico, sino
que señala que el precio por recordar es la muerte, como las Madres de Plaza de Mayo
perseguidas, e incluso desaparecidas, por recordar a sus hijos. Corifeo representa a esa parte
de la sociedad que niega la gravedad de los hechos del pasado. Antínoo, en un acto reflejo, le
hace ver que «no pasó mucho tiempo» (p. 317), pero él reafirma esto: «pasó, ¡y a otra cosa!»
(p. 317). De esta manera, se hace eco de un pensamiento generalizado en la sociedad: «Ya
pasó, mejor no recordar». Finalmente, Antínoo propone celebrar porque «volvió la paz».
Ambos legitiman la dictadura en pos de la restitución de la «paz social» quebrada por la
izquierda subversiva.
En el momento en que Antígona aparece en escena, se la confunde con otro gran personaje
trágico; el Corifeo dice esto: «¿Quién es esa? ¿Ofelia?» (p. 315). Gambaro une a la heroína
tebana con la imagen de Ofelia para ligarla a la locura: la hija de Polonio enloquece cuando
Hamlet mata, por una confusión, a su padre. La joven tebana es considerada loca por desafiar
la autoridad de Creonte. Antígona toma la voz de Ofelia y canta su propia versión del texto de
Shakespeare: «Se murió, se murió y se fue, señora; / se murió y se fue; / El césped cubre su
cuerpo, / Hay una piedra a sus pies» (p. 315). Ella canta como Ofelia, pero le canta a sus
muertos, las víctimas del gobierno militar. Gambaro usa a Shakespeare para que su Antígona
deje de ser el personaje clásico y se convierta en alguien más: las Madres de Plaza de Mayo.
Más adelante, mientras Antígona recuerda a sus hermanos, Corifeo le pregunta a Antínoo lo
siguiente: «¿Qué pretende esta loca? ¿Criar pena sobre pena?» (p. 316). El personaje busca
deslegitimizar el reclamo de Antígona al tratarla de loca. Un proceso similar al que se observa
en la obra se realizó con las Madres de Plaza de Mayo durante la dictadura, a las que se las
llamaba «las locas de Plaza de Mayo». Corifeo la acusa de querer «criar pena sobre pena»: no
niega que lo que sucedió fue una pena, pero afirma que reclamar justicia es generar más dolor.
Antínoo responde a la pregunta retórica de su compañero: «Enterrar a sus hermanos,
pretende, en una mañana tan hermosa» (p. 315). Conoce el deseo de la protagonista, pero no
lo comprende.
Sin embargo, Sófocles no utiliza la palabra «desaparecer» para referirse a Antígona, pero, más
de dieciséis siglos después, Griselda Gambaro reutiliza la frase y la amplifica:
Nadie escuchará mi llanto, nadie percibirá mi sufrimiento. Vivirán a la luz como si no pasara
nada. ¿Con quién compartiré mi casa? No estaré con los humanos, ni con los que murieron, no
se me contará entre los muertos ni entre los vivos. Desapareceré del mundo en vida (Gambaro,
2011, p. 324).
Por último, encontramos otra voz en el diálogo, diferente de la del texto original y
contradictoria a las de Madres de Plaza de Mayo, la del presidente de facto, Jorge Luis Videla,
que, en una conferencia de prensa de 1979, declaró lo siguiente: «Pero mientras sea
desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un
desaparecido, no tiene entidad. No está. Ni muerto ni vivo… está desaparecido» (Kriegsmarine
[archivo de video]). Gambaro se aleja del texto clásico para que surja la retórica de la
ambigüedad, en la que se resguardaba el discurso de Videla: «No se me contará entre los
muertos, ni entre los vivos, desapareceré en vida» (Gambaro, p. 324). En 1986, tres años
después de terminada la dictadura, la autora busca enfrentar la voz de la víctima y la del
victimario en Antígona furiosa para que la palabra silenciada del desaparecido se exprese y
encuentre entidad, para que el desaparecido no sea más una «incógnita», sino una realidad.
Corifeo [en la carcasa de Creonte]: —¡Enciérrenla! Que sea abandonada en esa tumba. Si ella
desea morir allí, que muera. Si desea vivir sepultada bajo techo que viva. Quedaremos puros
de su muerte y ella no tendrá contacto con los vivos.
Nuevamente, Gambaro emplea Antígona para dialogar con la realidad del país durante los años
de represión. Tanto en el Creonte de Sófocles como en el de Gambaro, existe la noción de no
cargar con la culpa de la muerte de la joven. Como afirma Videla en su discurso, un
desaparecido no es un muerto, ni un vivo, es solo un desaparecido. Las tres voces se conectan
por la evasión de la culpa: el dictador ficticio (Creonte), del texto clásico como de la versión
local, y el dictador real (Videla).
Otra coincidencia entre el relato de la tragedia y el relato de la realidad sobre el que Gambaro
alegoriza es la necesidad de emplear mecanismos que permitan librarse «del crimen, del
homicidio». La escritora Pilar Calveiro describe, en Poder y desaparición. Los campos de
concentración en la Argentina (1998), la maquinaria que el Estado militar ponía en
funcionamiento para lograr la desaparición sistemática de las personas: las patotas realizaban
el secuestro del individuo; luego, los grupos de inteligencia se encargaban del «interrogatorio»
y de la tortura; por su parte, los guardias se encargaban de la vigilancia y del mantenimiento
del campo; finalmente, los «desaparecedores» eran los encargados de «trasladar» el cuerpo
(vivo o muerto) a su destino final (1998, pp. 29-53).
Calveiro subraya lo siguiente sobre el modo de operar de los militares: «…creo más bien que
fueron una maquinaria, construida por ellos mismos, cuyo mecanismo los llevó a una dinámica
de burocratización, rutinización y naturalización de la muerte, que aparecía como un dato
dentro de una planilla de oficina» (p. 34). Al despersonalizar el crimen, los militares fortalecían
«la sensación de falta de responsabilidad» (p. 39). Esta lógica es idéntica a la que evidencia
Antínoo con respecto a la muerte de Antígona: «la matamos y no la matamos» (2011, p. 325).
Otro momento en el que la lógica militar se alegoriza en el texto es la escena en que los pájaros
invaden trayendo la peste del cadáver de Polinices. No solo Antígona siente terror, sino que
también Antínoo se ve perturbado, al punto tal de manifestar lo siguiente: «¡Quiero irme a
casa!» (2011, p. 326). Ante esta expresión, Corifeo amenaza a Antínoo así: «¡Y en tu casa te
seguirá la peste!»; a lo que él responde «me encerraré» (2011, p. 327).
Asimismo, Calveiro explica que, durante la dictadura, «[s]e buscó intencionalmente una
extensa participación de los cuadros en los trabajos represivos para ensuciar las manos de
todos» (1998, p. 39). Al estar repartidas las tareas de la maquinaria de represión, se lograba
eliminar la responsabilidad individual, no se percibía un culpable definido; sin embargo, a su
vez, se generaba una culpa colectiva. De la misma manera, Corifeo, que representa a Creonte,
busca un cómplice en Antínoo, busca que él también se «ensucie las manos» con la peste del
cadáver de Polinices.
Antínoo cumple la función del coro de la ciudad. El personaje representa al común del pueblo
en la época de la dictadura, que legitima el poder desde el miedo y el sometimiento. No se
atreve a cuestionar la autoridad de Corifeo, menos la de Creonte; por lo general, se hace eco
de Corifeo: antes de realizar una afirmación, espera para contar con la aprobación de su
compañero. Cuando Corifeo dice «Despreciable es quien tiene en mayor estima a un ser
querido que a su propia patria», Antínoo secunda así: «¡Exacto!» (2011, p. 318).
Y cuando Corifeo le explica a Antínoo que el destino de Antígona ya está «sellado», este le
responde «Yo no quiero verlo. ¡Ya vi con exceso!» (p. 321). A su vez, cuando Corifeo recuerda a
Ismena, manifiesta que la joven «…andaba por el palacio, inocente con aires de culpable,
sabiendo lo que más deseaba ignorar» (p. 320). También el personaje advierte que es «[m]ejor
no ver actos que no deben hacerse» (p. 318). En cada uno de estos diálogos, Gambaro
evidencia otra práctica común durante la dictadura, la «diseminación del terror» dentro de la
sociedad, que llevaba a no querer ver la realidad. En esta dirección, explica Calveiro que existía
un porcentaje de desaparecidos «casuales», es decir, gente cuyo secuestro no estaba previsto,
pero que por encontrarse presente en el momento de la detención, por ejemplo, fue
secuestrada por ver más de lo que debía. La autora indica que estos desaparecidos casuales
fueron importantes para diseminar el terror:
Justamente las victimas «casuales» eran las que constituían la prueba irrefutable de la
arbitrariedad del sistema y de su pretendida omnipotencia; ellos eran la demostración más
cabal de un poder que se erigía como absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la muerte de
cualquiera (2003, p. 114).
Se explica, a través de la cita, la causa del terror de los personajes por saber más de lo que se
debe, por «ver lo que no se debe», el reflejo de una sociedad atemorizada que sucumbe ante
una maquinaria estatal que busca generar en ellos víctimas y cómplices, sometidos y artífices.
En resumen, encontramos en la obra que la sociedad que calla por miedo es, a la vez, cómplice
de la maquinaria de terror del Estado.
Una de las frases más celebres y recordadas de la obra de Sófocles es la que enuncia la
protagonista al enfrentarse a Creonte
Creonte: —Pues baja al infierno, y si aún tienes ganas de amar, ama los muertos; que mientras
que yo viva no mandará una mujer (Sófocles, 2012, p. 72).
La famosa frase le valió a la joven tebana el título de «mensajera del amor», la joven que da su
vida para enterrar a su hermano pasa a representar, en el imaginario colectivo, a las masas
oprimidas por la tiranía de sus gobernantes. Por el contrario, lejos de la imagen del amor, se
sitúa la Antígona furiosa, de Gambaro. Como sucede con otras partes del texto, el conocido
diálogo se resignifica en esta versión, en la cual aparece citado tres veces:
Corifeo: —¡Lo escuchamos! ¡Y qué bien sonaba! Nací para compartir el amor ¡y no el odio!
Antígona: —Se lo dije a Creonte, que lleva siempre su odio acompañado, porque nunca viene
solo. El odio.
Gambaro agrega a la frase de Sófocles la premisa “porque soy mujer”, como una imposición o
un mandato, venido desde la cultura patriarcal (König, 2002, p.16).La protagonista asume que
por su condición de mujer debe amar. En la antigua Grecia, ellas eran las encargadas de llevar a
cabo los lamentos fúnebres; en la Argentina, durante la dictadura, las Madres de Plaza de Mayo
se encargaron de recordar y buscar a sus hijos. Pese al paso del tiempo y a las diferencias
culturales, en las dos culturas el rol femenino se asocia a la protección, al cuidado y al recuerdo
de los seres queridos.
Antínoo acusa a la joven de que a veces se olvida de su deber de compartir el amor; ella
retruca que el odio nunca viene solo. Creonte y los militares traen no solo el terror, sino
también el odio que se propaga. Recordar el amor en los tiempos de odio es una tarea que
Antígona “furiosa” no puede cumplir. Finalmente, en el momento de rememorar y revivir la
muerte, ella dice:
En su final, la heroína asume que no supo que el odio manda, hasta que fue muy tarde. En la
recreación de Gambaro, Antígona baja al infierno, tal como le indicó Creonte, y se da cuenta de
que el amor no puede convivir con el dolor, con la injusticia, con la hipocresía, con la muerte y
con la negación. El infierno es un café en Buenos Aires en la década del setenta, es la dictadura.
Ahora deseamos remitirnos a uno de los momentos críticos de la obra, donde Antígona
proclama esto: «No. Aún quiero enterrar a Polinices. Siempre querré enterrar a Polinices.
Aunque nazca mil veces, y él muera mil veces» (p. 325). Esta tendencia a la repetición es propia
del trauma, como afirma Dominick La Capra en Escribir la historia, escribir el trauma:
[p]redominan en el trauma y el acting out postraumático, situaciones en las que el pasado nos
acosa y nos posee, de modo que nos vemos entrampados en la repetición compulsiva de
escenas traumáticas, escenas en las que el pasado retorna y el futuro queda bloqueado o
atrapado en un círculo melancólico y fatal que se retroalimenta (La Capra, 2005, p. 46).
Conclusión
En nuestro análisis, Antígona furiosa alegoriza la dictadura militar argentina del setenta, usa el
texto de Sófocles como una excusa para reconstruir, a través del recuerdo de la tragedia, el
recuerdo de los desaparecidos, los supervivientes y sus voces. Mientras la memoria siga
fragmentada, mientras las Madres de Plaza de Mayo sigan buscando a sus hijos o a sus nietos,
y la sociedad continúe negando la realidad, Antígona se verá obligada a morir, mil veces más,
con furia.