Nunca Callar Los Pecados
Nunca Callar Los Pecados
Nunca Callar Los Pecados
En la provincia de Güeldres hubo una mujer que por espacio de once años calló en la
confesión un pecado de deshonestidad que había cometido.
Pasando por el pueblo en que vivía esta mujer, dos religiosos de la Orden de Santo
Domingo, uno Sacerdote y otro lego, se acercó ella al primero, creyendo ocasión oportuna
de confesar a aquel sacerdote desconocido el pecado que tantas veces había callado, y le
pidió que la oyese en confesión.
😱
y que cuando se hubo recogido del todo al terminar la confesión, todas las demás que
habían salido volvieron a entrar en aquella mujer.
Acabada la confesión, los dos religiosos siguieron su camino, y andadas algunas millas, el
religioso lego refirió al otro la visión que había tenido en la iglesia. Este sospechó al
momento lo que aquella visión significaba, y determinó volver atrás con el objeto de decir a
aquella mujer que volviese al confesonario, más al llegar al pueblo les dieron la infausta
noticia de que aquella mujer había muerto repentinamente al entrar en su habitación.
Consternados los religiosos al oírlo, determinaron pasar tres días en ayuno y oración,
pidiendo a Dios que se dignase manifestarles el estado de aquella alma en el otro mundo.
En la noche del tercer día se les apareció aquella infeliz mujer rodeada de fuego y
arrastrada por un demonio en figura de dragón; al rededor del cuello tenía enroscadas dos
serpientes que la oprimían la garganta y le mordían cruelmente los pechos; en la cabeza
una víbora horrible que la punzaba sin cesar; en los ojos dos sabandijas asquerosísimas
que la roían sin descanso; en los oídos saetas encendidas que la penetraban hasta el
cerebro; de su boca salían llamas de fuego, y dos monstruosos perros la atenazaban y
mordían continuamente las manos y los pies, atados con cadenas de fierro candente; y
dando un espantoso grito, dijo:
«¡Ay de mí! Yo soy la misma desventurada mujer que habéis confesado hace tres días!
Aquellas asquerosas culebras que salían de mí, eran los pecados que iba confesando, y
aquella otra más disforme era figura de un pecado deshonesto que siempre he callado por
vergüenza en las confesiones.
Al ver en vos un confesor desconocido, intenté confesarlo, pero el demonio me sugirió tal
vergüenza que volví a callarlo como siempre. Por eso ha visto vuestro compañero que al
terminar la confesión, se recogió definitivamente, y con él volvieron a mi todos los demás
que había confesado. ¡Ay¡ y ¡Cuánto me atormentan ahora y cuan fácilmente pude
confesarlos todos y salvarme! Pero cansado Dios de sufrirme tantos pecados y sacrilegios,
me mandó una muerte repentina, y terminé en los infiernos, en donde soy atormentada
horrorosamente por los demonios en figura de horribles animales… Esta víbora que traigo
en la cabeza, es un demonio que me atormenta espantosamente por mi orgullo y soberbia,
y por la vanidad y esmerado cuidado en adornarme para servir de lazo a las almas de los
jóvenes incautos y lujuriosos; las sabandijas que me roen los ojos, son otros dos demonios
que me atormentan sin cesar por mis miradas impuras y libidinosas; estas saetas
encendidas me traspasan los oídos, por haber puesto atención y escuchado con gusto
murmuraciones, palabras torpes y canciones deshonestas; estas serpientes que traigo
enroscadas al cuello son también otros dos demonios que me ahogan la garganta y me
muerden los pechos, por haberlos llevado siempre con poco recato, y a veces de un modo
provocativo, por los abrazos deshonestos que he admitido, y por las alhajas y preseas con
que excesivamente me he adornado; estos perros rabiosos me atenazan las manos y los
pies por mis malas acciones y tocamientos impuros, por mis bailes y paseos a los sitios en
que se ofendía a Dios; pero lo que más me atormenta sobre todo esto, es este formidable
dragón que me arrastra: este me roe y despedaza las entrañas, me punza el corazón, me
aprieta y atormenta en todos los miembros que han servido a la iniquidad, me recuerda
todos mis pecados, y por cada especie de ellos me da un tormento particular insufrible…
¡Desgraciada de mí! ¡Ya no tengo remedio! ¡Para mí se acabó ya el tiempo de la
misericordia! ¡Ay! ¡Y cuan fácilmente pude salvarme! ¡Oh maldita vergüenza que me has
abandonado para pecar, pero me has atado para confesarme!»
Dicho esto, dio un grito espantoso, se abrió la tierra y el horrible dragón la arrastró consigo a
los infiernos, en donde ningún tormento jamás tendrá fin.
Hay que orar por los que se confiesan, para que sean capaces de vencer la vergüenza y no
callen los pecados. Dios Padre,Hijo y Espíritu Santo perdónanos, ten compasión de
nosotros y del mundo entero , no tomes en cuenta nuestro pecado sino la Fe de tu Iglesia y
admítenos a contemplar la Luz de Tu Rostro. Ave María sin pecado concebida, ruega por
nosotros.
«En estos últimos 20 años jamás he dado a mis sentidos todo lo que querían. Siempre los
he privado de algo de lo que más deseaban». ¿Te parecen demasiadas mortificaciones? «Si
supieras las recompensas que se consiguen mortificando las pasiones del cuerpo, nunca te
parecerían demasiadas las mortificaciones que se hacen para conservar la virtud». «Ataco
al que ataca mi alma». (~San Macario el Grande).