ANTROPOLOGÍA
ANTROPOLOGÍA
ANTROPOLOGÍA
Web
https://adultos2000.buenosaires.gob.ar/materia/43922/
Introducción
La antropología estudia a la humanidad, sus sociedades del presente y del pasado, así
como las diversas culturas y formas de organización e interacción social que ha creado.
Esta asignatura propone una aproximación a la comprensión del ser humano y de sus
dinámicas socioculturales, tratando de favorecer el conocimiento de las prácticas sociales
ligadas con la alteridad, la diversidad humana, y la visualización de la heterogeneidad
social. Si bien la disciplina tiene como base metodológica el trabajo etnográfico, anclado en la
realidad empírica, generador tanto de perspectivas prácticas, como de soluciones aplicadas a
problemas inmediatos, atenderemos prioritariamente al desarrollo teórico de la misma.
Acercaremos a los alumnos de manera alternativa a algunas experiencias contextualizadas en las
circunstancias de su vida cotidiana.
Resumen
Se intenta poner en tensión las prácticas observadas en la sociedad atendiendo a los
procesos particulares, problematizar las formas básicas de agrupamiento y desigualdad social, y
criticar la construcción de las identidades sociales que fortalecen marcos discriminatorios, con el
objetivo de desnaturalizar lo cotidiano y lo que se considera como obvio, reconociendo la
importancia de la diversidad humana como fuente de la propia particularidad. Esta indagación
crítica en el campo de las ciencias humanas y sociales esperamos que conduzca a una toma de
conciencia respecto de las actitudes de apertura, compromiso y solidaridad que son fundantes de
la convivencia humana.
Recuadros
● Verdes: Definiciones, conceptos y ejemplos. Preguntas de evaluación sobre los mismos.
● Naranjas: Links con información sobre la temática desarrollada.
● Violetas: Acompañamiento de lectura y complementación de los temas.
Es el estudio del ser humano de forma global, buscando un conocimiento que sea
aplicable en toda geografía y época.
Se comienza con la premisa de que las características físicas no son suficientes para
explicar la diversidad de lo humano. Se construye sobre la base de los estudios en los que se
comparan los modos de vida de distintos grupos humanos, concentrándose así en las
diferencias existentes entre éstos, desde la perspectiva de la cultura material, el comportamiento
social, las lenguas y las cosmovisiones.
Son cuatro las áreas de estudio en que la antropología se despliega en el presente, cada
una se caracteriza por abordar e investigar de modos diferentes los problemas antropológicos:
Antropología física
Variabilidad en términos biológicos y su relación con el contexto socio-histórico.
Costumbres según capacidades y limitaciones físicas de las personas. Para esto se analizan
muestras de origen biológico (sangre, cabellos y otros tejidos, restos fósiles, etc).
Los estudios sobre nutrición son muy importantes a la hora de analizar procesos
sociohistóricos asociados al desarrollo económico desigual. Estos estudios, de larga trayectoria
en nuestro país, han podido dar cuenta del avance del sobrepeso asociado a la malnutrición
debido al consumo de hidratos y grasas en detrimento de la ingesta de frutas, verduras y carnes.
El acceso desigual a determinados tipos de alimentos en los distintos sectores sociales de
acuerdo al nivel de ingreso familiar, implica que la malnutrición es un acontecimiento que excede
lo estrictamente biológico.
Equipo Argentino de Antropología Forense
En 1984, con el fin de investigar los casos de personas desaparecidas en Argentina
durante la última dictadura militar (1976-1983), se forma el Equipo Argentino de Antropología
Forense (EAAF). Se trata de una organización científica, no gubernamental y sin fines de lucro
que aplica las ciencias forenses –principalmente la antropología y arqueología forenses– a la
investigación de violaciones a los derechos humanos en nuestro país y el mundo. El EAAF
procura recuperar e identificar los restos de víctimas de violaciones a los derechos humanos,
restituirlos a sus familiares y brindar a la justicia y comisiones investigadoras los resultados del
trabajo forense. Actualmente, el equipo trabaja en Latinoamérica, África, Asia y Europa.
Podés visitar su página en: https://eaaf.org/
Trabajos de exhumación del EAAF en el cementerio de San Vicente, Ciudad de Córdoba (2003).
Fuente:
https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/la-educacion-publica-argentina-te-capacita-para-ser-competente-enc
ualquier-lugar-del-mundo/ – 01/09/2016
Arqueología
Estudio sistemático de pueblos y grupos sociales a partir de su cultura material.Indaga en
la organización, modo de vida, relación con el espacio y transformación de las sociedades a partir
del “registro arqueológico”, formado por artefactos, restos vegetales y animales, asentamientos,
etc. Pone especial énfasis en los contextos en que se sitúan estos registros, puesto que son
los que nos pueden brindar información acerca de su uso, su sentido y la relación con otros
objetos y/o materiales. Así, la arqueología se propone transcribir información estática
contenida en los restos materiales observables para reconstruir la dinámica de la vida de
los grupos sociales y estudiar las condiciones que hicieron posibles que estos materiales hayan
sobrevivido y perdurado.
Los restos arqueológicos son considerados parte del patrimonio cultural de las
sociedades y territorios donde fueron encontrados. Por eso, se los protege de la destrucción,
el saqueo, el robo y el tráfico ilegal mediante leyes que regulan su circulación y conservación. “El
patrimonio cultural es la base de la memoria colectiva y el elemento que reúne la identidad y el
sentido de pertenencia a una comunidad. Es el puente que vincula el pasado con el presente y el
futuro, y su difusión y conocimiento promueve la comprensión entre los pueblos. El patrimonio
cultural es la herencia que recibimos y es nuestra responsabilidad transmitirla a las futuras
generaciones. Proteger el patrimonio cultural es ser capaz de pensar en un futuro con solidez,
justicia y equidad”.
Pinturas rupestres de la Cueva de las Manos, Santa Cruz, Argentina. Estas pinturas
rupestres, fechadas en el 9300 AP (antes del presente)*, se encuentran entre las expresiones
artísticas más antiguas de América.
Fuente: http://www.cuevadelasmanos.org/foto-arte-rupestre.html
*escala de tiempo utilizada en arqueología, se estableció 1950 como estándar de origen
de la escala temporal.
Lingüística antropológica
La lingüística antropológica indaga la manera en que el lenguaje configura la
comunicación, la identidad y la pertenencia social, organiza las creencias e ideologías
culturales a gran escala, y contribuye en la conformación de una representación cultural
común del mundo. Al estudiar el lenguaje como parte de la vida social la antropología lingüística
se fundamenta en las teorías de los signos y los sistemas de comunicación como productos
específicamente humanos. Desde los orígenes de la antropología la preocupación por la
diversidad lingüística fue pasando por las perspectivas evolucionistas, funcionalistas,
estructuralistas y postestructuralistas, definiendo dentro de estos marcos de referencia objetos de
análisis diferentes en relación al mismo problema social central como es la diversidad lingüística
de la humanidad.
Diversidad lingüística
La diversidad lingüística, en tanto reflejo de la
sociedad, tiene en Argentina y en las historias de los países
el reflejo de sus propios sistemas de comunicación. Por
ejemplo, la diversidad de idiomas que una población acepta
como corrientes es muchas veces distinto del idioma que se
reconoce oficialmente en las comunicaciones legislativas y el
sistema de comunicación y transmisión de la educación
básica. Es así que los idiomas de un mismo país se
presentan jerarquizados según el reconocimiento de sus
comunidades de hablantes y la relación que éstos logran en
la sociedad. En la historia de nuestro país, por ejemplo, la
declaración de la independencia en 1816 se realizó en
idioma español, quechua y aymara al considerar estos tres
idiomas como mayoritarios en la población del territorio en
ese entonces.
Antropología social y cultural
La antropología social y cultural es la rama de la disciplina en la que pondremos el foco
en este curso.
Al hacerlo, se enfoca, por una parte, en las maneras en que estos grupos le dan sentido
al mundo que los rodea, y por la otra, en los modos en que se establecen relaciones de
distinto tipo entre las personas y/o las comunidades. Algunos de los temas comúnmente
investigados tienen que ver con las distintas manifestaciones artísticas, la tecnología, los
conocimientos, las adaptaciones ecológicas, los cambios socioculturales, las formas de
organización social, las relaciones políticas, las normas y los valores, las creencias religiosas, la
cosmovisión, la mitología, la magia, la política, la economía, etc.
Toda esta pluralidad de problemas que puede abarcar la antropología social tiene por
objeto último poner de manifiesto la diversidad humana, las semejanzas y diferencias, los
cambios y continuidades en los distintos sistemas socioculturales.
Si bien entonces las problemáticas son muchas y variadas, la antropología social y cultural
se caracteriza por abordarlas a partir del análisis de situaciones acotadas, en pequeños
grupos con los cuales el/la investigador/a entra en contacto directo para recopilar la información
necesaria para el análisis.
Desde sus inicios (incluso antes de que la antropología se consolidara como ciencia
autónoma), las indagaciones antropológicas fueron llevadas adelante por investigadores
provenientes de las grandes ciudades europeas. Cuando los europeos emprendieron la conquista
del resto del mundo – con la conquista de América como hito fundante – se encontraron con
sociedades muy diferentes que se propusieron estudiar y comprender, como parte de sus
estrategias de dominación. Es por esto que, si bien se acuerda en situar el surgimiento de la
antropología en el siglo XIX, ya a partir del XVI, provocados por la nueva situación colonial,
encontramos antecedentes de la disciplina.
Colonialismo
“Es la dominación impuesta por una minoría extranjera racial y culturalmente diferente,
que actúa en nombre de una superioridad racial o étnica y cultural, afirmada dogmáticamente”.
(Georges Balandier. Teoría de la descolonización. 1973: 11)
Este tipo de mirada privilegió el uso del método comparativo, según el cual se analiza la
naturaleza humana a partir de las diferencias que surgen de la comparación entre dos
culturas (generalmente, entre la cultura occidental y otra cultura no occidental). Dicha
comparación, debido a su fundamento evolucionista, explicaba las diferencias culturales mediante
las categorías de “atraso”, “falta de desarrollo”, “primitivismo”, etc. La tarea antropológica de este
período apuntó a reconstruir una historia de la humanidad que indefectiblemente seguía siempre
un único camino. De allí que existiera un gran interés por describir a las sociedades “atrasadas”:
éstas eran valiosas en la medida en que podían decir algo de las versiones anteriores de la
civilización occidental, y debían ser estudiadas antes de que fueran transformadas por la
expansión civilizadora de occidente.
Para Morgan, todas las sociedades debían atravesar tres estadíos: primero, el salvajismo;
luego, la barbarie; por último, la civilización. Por su parte, Tylor adhería al mismo esquema
evolutivo en estadíos, y formaba parte de aquellos cientistas sociales que creían que Europa tenía
el derecho y el deber de civilizar a los pueblos no occidentales.
1920-1930
En los inicios del siglo XX, las potencias imperialistas consolidaron las políticas
coloniales. Después de décadas de administración de las colonias, tanto en el terreno económico
como en el político, se multiplicaron las protestas y resistencias a la intervención extranjera por
parte de los pobladores de los territorios coloniales. Por ello se comenzó a implementar la
administración indirecta, que suponía la alianza política entre los gobiernos europeos y los líderes
locales de las colonias con el fin de que el sistema colonial adquiriera cierta legitimidad.
En esta línea, surgió la necesidad concreta por parte de los gobiernos imperialistas de
obtener información acerca de los sistemas de organización de las sociedades nativas,
puesto que a partir de un conocimiento de los modos nativos de funcionamiento político y social
podrían definir estrategias para consolidar el dominio económico y político. Esto fue condición
para que en Gran Bretaña, por ejemplo, surgiera la teoría funcionalista antropológica, cuyas
investigaciones fueron impulsadas por el propio gobierno. De hecho, muchos funcionarios
británicos coloniales debían tomar cursos de antropología académica.
Si observamos el desarrollo interno de la disciplina, veremos que durante el breve período
entre las dos guerras mundiales, la antropología ya estaba lo suficientemente consolidada como
para iniciar una revisión de sus propias bases y métodos. La investigación antropológica se
desarrollaba no sólo en Europa, sino también en Estados Unidos, y durante este período
aparecieron diferencias entre los modos de concebir la práctica de la disciplina, lo cual derivó en
la existencia de corrientes antropológicas particulares de cada región. Sin embargo, todas ellas
coincidían en dos puntos: 1) desde el punto de vista teórico, la crítica al evolucionismo fue el
factor común de los antropólogos de la primera mitad del siglo XX; 2) desde el punto de vista
metodológico, se promovió la necesidad de que fuera el propio investigador quien recogiera los
datos a estudiar sobre el terreno.
Debido a esta concepción de cada sistema cultural como una totalidad funcional,
integrada y coherente, se hizo cada vez más difícil comparar elementos aislados de culturas
diferentes. Ello condujo al abandono progresivo del método comparativo – característico del
período anterior – y a una reivindicación de lo que se conoció como relativismo cultural, por el que
se consideraba que cada cultura era distinta y debía ser entendida en sus propios términos.
En relación a los aspectos metodológicos, estas corrientes fueron muy críticas de los
“antropólogos de gabinete” que trabajaban sobre la base de relatos y crónicas realizadas por
viajeros, misioneros etc. En su lugar, se consideró necesaria para una cabal comprensión de la
sociedad estudiada que el antropólogo conviva un tiempo prolongado con los nativos, y
produzca directamente sobre el terreno los datos para su investigación. De esta nueva
perspectiva sobre la práctica antropológica surgirán el enfoque etnográfico y el trabajo de campo
basado en la observación participante. La producción antropológica correspondiente a este
período fue luego conocida como “antropología clásica”.
Funcionalismo
El funcionalismo fue la corriente antropológica desarrollada por B. Malinowski (1884-1942).
Esta corriente consideraba a la cultura como un instrumento para satisfacer las necesidades
de los individuos que conforman una sociedad, inspirándose en las ideas de E. Durkheim
(sociólogo francés, 1858-1917), para quien la explicación de un fenómeno social debía incluir no
sólo la causa que lo produce, sino también la función que cumple.
Así, para Malinowski la cultura era análoga a una totalidad orgánica que, para mantenerse
con vida, dependía del buen funcionamiento de las instituciones que la componen. Toma como
punto de partida la teoría de las necesidades, según la cual los individuos tienen necesidades
básicas que se relacionan con su supervivencia (nutrición, reproducción, defensa, etc.), pero a
diferencia de otros animales el ser humano satisface indirectamente sus necesidades a
través de la cultura. De esta manera, a partir de la vida en sociedad y del desarrollo de la cultura
surgen nuevas necesidades, relacionadas con la conservación y gestión de esa misma cultura:
estas son las necesidades derivadas. La necesidad de nutrición, por ejemplo, se satisface
mediante el empleo de técnicas para conseguir alimentos, en consecuencia surge una necesidad
derivada que consiste en instruir a los miembros del grupo en el uso y aplicación de esas
técnicas.
“Tal como usamos aquí la palabra función, la vida del organismo se concibe como el
funcionamiento de su estructura y la continuidad de ésta se mantiene por la continuidad del
funcionamiento. Si examinamos cualquier elemento recurrente del proceso vital, como la
digestión, como la respiración, etc., vemos que su función es la parte que le cabe en la
contribución que hace a la vida del organismo como un todo […]. Si del terreno de la vida orgánica
se pasa al de la vida social vemos que al examinar una comunidad cualquiera, tal como una tribu
africana o australiana, podemos reconocer la existencia de una estructura social […].La función
de cualquier actividad recurrente, repetida, por ejemplo el castigo de un crimen o una ceremonia
funeraria, es la parte que le cabe en la vida social como un todo y, por ende, la contribución que
hace a la continuidad estructural”. (1986: 204-205)
Al hacer énfasis en los grupos humanos estudiados como totalidades aisladas, integradas y
coherentes, la perspectiva de la antropología social británica de estos años (tanto en la corriente
funcionalista como la estructural funcionalista) se destacó por realizar análisis sincrónicos (en un
momento determinado) de las sociedades bajo estudio. Radcliffe-Brown consideraba que la
historia que pretendieron reconstruir los evolucionistas era una historia conjetural y especulativa, y
en tanto se carecían de datos históricos de las sociedades investigadas, resultaba necesario
registrar las regularidades observadas en el trabajo de campo para extraer de su análisis leyes
generales.
Particularismo histórico
La escuela del particularismo histórico surgió en los años ’20 en Estados Unidos, de la
mano de Franz Boas. Para este investigador, la antropología debía evitar las generalizaciones y
privilegiar el estudio sobre el terreno, en un intento por comprender las características
particulares que hacen a cada sociedad única.
Boas impulsó las investigaciones de sus discípulos en torno a las relaciones entre el
individuo y el grupo, haciendo especial énfasis en las pautas culturales que dan lugar a los
comportamientos, deseos y posibilidades de las personas. Debido a este enfoque (que
destaca la perspectiva de lo que siente y piensa el individuo que pertenece a una cultura dada), el
particularismo histórico tuvo una estrecha relación con la psicología.
Además de Boas, las antropólogas más reconocidas de esta escuela son Margaret Mead
(1901-1978) y Ruth Benedict (1887-1948), entre otros.
1950 en adelante
Finalizada la segunda guerra mundial tuvo lugar el proceso de descolonización y la
antropología se vio forzada a reflexionar acerca de sus teorías y prácticas, haciendo
especial hincapié en la pertenencia de los antropólogos a las sociedades colonizadoras y
dominantes, y poniendo de relieve las desigualdades sociales de las cuales los pueblos y
sociedades periféricos eran víctimas.
Desde los años 1950 en adelante, se hizo cada vez más evidente que las sociedades
consideradas “primitivas” estaban disminuyendo, producto de la colonización, las guerras, las
enfermedades y el genocidio. Pero además, la expansión de los valores y modos occidentales de
vida hizo que las sociedades no occidentales y sus sistemas socioculturales fueran transformados
radicalmente. Es decir, tanto desde el punto de vista del número concreto de personas que
integraban estas poblaciones, como desde el punto de vista de la particularidad de dichas
comunidades, el objeto privilegiado de estudio de la antropología estaba cercano a la extinción.
Ante este escenario, las diferentes escuelas antropológicas reaccionaron de diverso modo.
Nos referiremos a dos de las posiciones adoptadas:
Estructuralismo
El estructuralismo fue la corriente predominante en Francia en los años ’60 tanto en la
Antropología como en otras ciencias sociales (el psicoanálisis, la lingüística, la filosofía, etc.). A
diferencia de las corrientes del período anterior, que centraron sus estudios en realizar una
descripción detallada de una cultura en particular, el estructuralismo buscó encontrar principios
generales dentro de la diversidad de las culturas. A modo de ejemplo, mientras Malinowski
daba primacía al trabajo de campo, para luego analizar los datos recogidos con el fin de mostrar
cómo "funciona" determinado sistema social, Lévi-Strauss buscó encontrar principios
universales a partir del estudio comparado de diferentes sociedades y explicar la
diversidad observable como variantes de las mismas estructuras inconscientes y
generales que constituyen lo humano.
Lévi-Strauss retoma algunos de los postulados del análisis estructural que se derivan del
trabajo de Saussure y de los lingüistas de la Escuela de Praga (Jakobson y Trubetzkoy) para
aplicarlo en temáticas como el parentesco, la prohibición del incesto, el totemismo, el
pensamiento salvaje, el mito y el arte. De esta manera, los hechos sociales observados deben
ser analizados como sistemas de signos y, en consecuencia, la sociedad se identifica
estructuralmente con un lenguaje. En ambos se dan un conjunto de procesos (por ejemplo, el
sistema de matrimonio o parentesco, las reglas gramaticales de una lengua) que permiten que los
individuos y los grupos se comuniquen de una determinada manera. Así, la significación y valor de
cada elemento dependerá del tipo de relación que lo vincule con otros elementos de la misma
sociedad.
Sus teorías confrontaron con las teorías antropológicas precedentes, a la vez que
entablaban abiertamente disputas con otras corrientes antropológicas que les eran
contemporáneas.
Antropología simbólica
Esta corriente surge en la década del ’60 y experimenta una gran expansión a mediados de
la década de 1970. Posteriormente también será reconocida como Antropología interpretativa.
Clifford Geertz fue su representante más reconocido en Estados Unidos, y su enfoque hereda el
interés por los fenómenos culturales típicos de la antropología norteamericana que lo precede.
Una de sus obras más conocidas es La interpretación de las culturas (1973), donde la cultura no
es algo que pertenezca a la mente de los hombres sino que es algo observable en tanto sistema
de símbolos públicos mediante los cuales los actores sociales comunican su visión del mundo. En
base a esta idea, la antropología simbólica interroga el significado de los símbolos para
aquellos que los usan, intercambian o comparten. Al enfoque de Geertz se atribuye el
paralelismo entre cultura y texto: cada acción realizada por una sociedad puede ser “leída” por el
observador, que debe saber interpretarla correctamente, algo para lo cual será imprescindible que
cuente con el significado que los propios actores de esa sociedad otorgan a dicha acción.
Ecología cultural
Conjugando los legados del evolucionismo del siglo XIX y el materialismo histórico de Marx
y Engels, la característica principal de este enfoque es una comprensión de la cultura como una
“adaptación” al ecosistema, una comunidad en la cual los hombres conviven con otros seres
vivos en un medioambiente físico.
Para Julian Steward (1906-1972), cada grupo desarrolla un patrón cultural que denota
una adaptación a un nicho ecológico particular. Las similitudes entre distintas culturas no
responderán ya, entonces, a estadios evolutivos semejantes sino que se inferirá que esas culturas
se dieron en condiciones ecológicas similares y por tanto desarrollaron adaptaciones parecidas.
Los aspectos tecnológicos económicos de las culturas serán considerados más relevantes
que los factores jurídicos y políticos entre las variables que explican una sociedad
particular.
Marvin Harris (1927-2001) desarrolla otra vertiente de esta escuela, conocida como
materialismo cultural. De acuerdo a él, no sólo había que analizar cómo el medio ambiente
estimula (o previene) el desarrollo de formas sociales y culturales, sino que también se debía
atender al modo en que dichas formas funcionan para conservar la relación existente con el medio
ambiente.
Corrientes marxistas en antropología
En la década del ’70 el contexto de producción antropológica estuvo signado por el
surgimiento y multiplicación de movimientos sociales críticos (antibélicos, contraculturales,
feministas, etc.) que cuestionaban las estructuras de poder y el orden establecido. En la
antropología cobró fuerza la denuncia a los vínculos existentes entre la propia práctica
antropológica y el colonialismo de las potencias imperiales. La profundización de esta actitud
crítica conllevó al replanteo de los paradigmas antropológicos existentes en tanto estos
reproducían los supuestos de la cultura burguesa occidental. Las alternativas teóricas para
reemplazarlos, tomaron los postulados de K. Marx, figura que hasta ese momento no había sido
tenida en cuenta por la disciplina.
Una de las escuelas marxistas dentro de la teoría antropológica que podemos identificar en
esta década, se desarrolló principalmente en Francia e Inglaterra y recibió la denominación de
marxismo estructural.
Desde esta escuela se consideró a la cultura como ideología, por lo que los fenómenos
culturales (creencias, valores, normas, costumbres, etc.) eran analizados teniendo en cuenta el
rol que jugaban en la reproducción social y en la legitimación del orden social vigente. Así,
el marxismo estructural señaló como determinantes de los comportamientos sociales no al
ambiente natural y/o la tecnología, sino a las estructuras de relaciones sociales. Algunos de los
más importantes representantes en esta vertiente (M. Godelier, E. Terray, entre otros), realizaron
el clásico trabajo de campo antropológico entre sociedades concretas y analizaron cómo en estas
sociedades consideradas precapitalistas el sistema de parentesco, por ejemplo, funciona como
relaciones de producción en tanto regula la distribución de bienes. En este sentido impugnaron la
división entre infraestructura y superestructura del marxismo clásico.
En términos de Wolf:
“…los antropólogos buscan réplicas prístinas del pasado precapitalista y preindustrial en los
sumideros y márgenes del mundo industrial y capitalista. Lo cierto es que ni europeos ni
norteamericanos habrían encontrado jamás a estos supuestos portadores de un pasado prístino,
si no se hubieran encontrado unos a otros, de un modo sangriento, cuando Europa extendió el
brazo para apoderarse de los recursos y poblaciones de otros continentes. De ahí que se haya
dicho, y con razón, que la antropología es hija del imperialismo”. (1987:33)
Así, sin dejar de lado el trabajo de campo tradicional en antropología, la economía política
(tal como se conoció a esta corriente de la disciplina) puso énfasis en la red de relaciones
económicas y poder entrelazadas, y en los procesos históricos y mundiales en los que se
insertaban las sociedades bajo estudio.
1.3. Actualidad de la antropología social y cultural. Objeto y métodos.
De las grandes corrientes teóricas de la disciplina las investigaciones actuales recuperan
diferentes propuestas de acuerdo a la problemática de análisis. Sin embargo, el recorrido anterior
no agota los debates, discusiones y posicionamientos encontrados que surgieron a partir de la
segunda mitad del siglo pasado, luego de que el objeto de estudio tradicional de la antropología
se modificara radicalmente. Las temáticas que hoy convocan el interés disciplinar, así como los
horizontes teóricos desde los cuales se realizan los debates se han ampliado considerablemente.
“Esta sensación puede referirse a paisajes y clima, plantas y animales, formas y colores,
olores y sonidos. Pero sólo la confrontación con las hasta entonces desconocidas singularidades
de otro grupo humano –lengua, costumbres cotidianas, fiestas, ceremonias religiosas o lo que
sea– proporciona la experiencia de lo ajeno, de lo extraño propiamente dicho”. (p. 19)
Los debates actuales en la disciplina pueden rastrearse por medio de estos materiales,
libros y actas de congresos especializados.
1.4. El trabajo antropológico
En esta sección caracterizamos el quehacer antropológico y las técnicas más
habituales de la investigación en antropología social y cultural. A su vez, es importante que
tengamos en cuenta que estas técnicas no son neutras ni unívocas, sino que están directamente
relacionadas con el problema de investigación y el enfoque conceptual propuestos por los
investigadores. Con esto queremos decir que aquello que queremos estudiar y el enfoque
desde el que lo queremos abordar modelan las técnicas que emplearemos para producir
datos relevantes a nuestra investigación.
La interpretación
Las ciencias sociales (y la antropología dentro de ellas) han construido formas propias de
entender el mundo, distintas a las formas que adoptan las ciencias naturales: buscan comprender
los fenómenos sociales, entender los procesos y relaciones que se han dado en el pasado o se
construyen en el día a día.
La etnografía
En antropología, la etnografía es concebida como un modo de conocimiento basado en
la experiencia social compartida entre distintos sujetos sociales (incluido el investigador) en
el campo. Concebirla como un modo de conocimiento implica no pensarla como una técnica, sino
como un enfoque teórico metodológico para la producción de conocimiento. De esta forma,
constituye una herramienta privilegiada para la reconstrucción de procesos y prácticas sociales,
relaciones e interacciones entre grupos y sujetos, y para el análisis de experiencias, sentidos y
perspectivas en disputas y la reconstrucción de trayectorias de vida (Achilli, 2005). Es en función
de esto que los antropólogos construyen “descripciones densas” (Geertz, 1973) de los procesos
que estudian, realizando un trabajo teórico-analítico a partir de los registros de campo: implica una
actitud mental que tiende a desnaturalizar y revisar las propias categorías del investigador,
despegarse de los que “supone” está ocurriendo, y convertir aquello que observa en
objeto constante de pregunta.
Etnografía
Bronislaw Malinowski (1884 - 1942) fue uno de los más reconocido antropólogos.
Hemos hablado sobre él al referirnos al funcionalismo. Uno de los aportes más reconocidos a la
disciplina es la incorporación sistemática de la observación participante y la etnografía
como enfoque específico de la antropología. Mientras en el siglo XIX los antropólogos
evolucionistas se dedicaban a la “antropología de sillón”, que teorizaba a partir de fuentes
secundarias (relatos de viajeros, funcionarios de los gobiernos coloniales, naturalistas, etc.)
Malinowski propuso la necesidad de trasladarse y convivir por un período prolongado de
tiempo con el grupo que se estuviera investigando.
Así, realizó su trabajo de campo entre 1915 y 1918 en las islas Trobriand de Nueva
Guinea en el suroeste del Pacífico, y sus investigaciones fueron publicadas en el libro Los
argonautas del Pacífico Occidental en 1922.
Diario de campo
En sus investigaciones los antropólogos llevan un registro o diario de campo. Allí apuntan
y toman nota de la información que recopilan cotidianamente sobre el terreno: datos aportados
por sus “informantes”, descripciones de situaciones y hechos, croquis y dibujos sobre los
espacios en que desarrolla su investigación, como así también las reflexiones e impresiones que
derivan de su observación e interacción directa. De esta manera, el diario de campo constituye
una herramienta que permite sistematizar la experiencia registrada para su posterior
interpretación y análisis.
Fuente:
http://eco-antropologia.blogspot.com.ar/2008/02/el-diario-de-campo-o-bitcora-el.html
Unidad 2. La cultura
Objetivo
Relaciones entre los conceptos de cultura e identidad
● Noción de cultura
○ El concepto de cultura en la historia de la teoría antropológica
● Dimensiones abordadas desde la categoría de cultura
○ Relaciones de parentesco
○ Economía, arte y lenguaje
● Multiculturalismo
○ Sociedad contemporánea y multiculturalismo
○ Grupos migrantes, interculturalidad e inclusión social
● Contracultura, consumos culturales y medios de comunicación
○ Los jóvenes en la sociedad contemporánea. Las nuevas "tribus urbanas"
○ Consumos culturales y medios de comunicación
Como sucede con muchos de los términos utilizados por las ciencias sociales y humanas,
el término “cultura” aparece con frecuencia en el lenguaje cotidiano, en las ficciones literarias y
cinematográficas y en los medios de comunicación. También es utilizado en contextos laborales,
escolares, políticos y jurídicos. Nuestra tarea será clarificar cuál es el concepto de cultura que
construye y estudia la antropología. A esto nos referiremos en el primer apartado de la unidad
(punto 2.1), mientras que en los siguientes (puntos 2.2, 2.3 y 2.4) nos abocaremos a desarrollar
algunas problemáticas que aparecen en la sociedad en general y son asociadas a “lo cultural”.
Una de las claves para comprender la manera en que la noción de cultura ha sido
elaborada en la teoría antropológica reside en su carácter analítico. Esto quiere decir que en la
antropología se utiliza el concepto como herramienta de análisis de su objeto de estudio, y en
este sentido se diferencia por ser primordialmente de carácter analítico-descriptivo y no de
carácter normativo o valorativo. Esto significa que las investigaciones apuntan a la descripción
de lo que la cultura es y no de lo que debería ser.
Es así que la cultura constituye una dimensión específica de la vida social que no
puede ser entendida de modo aislado. En otras palabras, no todo en una práctica social es
cultura, pero todas las prácticas sociales contienen una dimensión cultural. A modo de
ejemplo pensemos en una actividad relativamente cotidiana como puede ser realizar compras en
un supermercado. Esta acción material y económica se encuentra cargada de significaciones. Los
productos que seleccionemos para comprar, nuestro comportamiento gestual, la vestimenta que
utilicemos, etc., todo adquiere un sentido que lo constituye. Todo está significando ‘algo’ para
nosotros mismos y para los demás.
En relación a esto también es importante señalar que todos los sujetos adquirimos la
cultura en los diversos procesos de socialización que atravesamos, pero asimismo somos
productores activos y reflexivos sobre nuestra propia cultura y no meros receptores
pasivos de pautas culturales predeterminadas. Así, todos los sujetos somos igualmente
capaces de producir cultura, poseerla, transmitirla, y también renovarla y transformarla. Es por
esto que los sentidos y significados que constituyen la cultura no son estáticos. Por el contrario,
cambian, se disputan y recrean en función de distintos contextos históricos.
Una primera contribución de la antropología al análisis sobre la cultura fue extender esta
noción hacia todos los grupos humanos, oponiéndose a la idea de que hay personas con y sin
cultura, individuos cultos e incultos, etc. No obstante esto, el origen del concepto antropológico de
cultura guarda relación con la expansión colonial occidental. Así, la corriente evolucionista en
antropología consideró la existencia de una única cultura universal que evoluciona de modo
unilineal en estadíos sucesivos de progreso. Las diferencias observadas entre los diversos grupos
humanos correspondían a distintas etapas en esa línea evolutiva cuya culminación era la
civilización europea.
Hegemonía
Fuente: Gramsci para principiantes. Nestor Kohan. Ilustrado por Rep. Buenos Aires: Era
Naciente, 2006. P.78
La noción de hegemonía refiere a un tipo de poder cuyo ejercicio por parte de las clases
dominantes implica, no solo la coerción y la fuerza, sino también la elaboración de
consensos. Esta categoría es la que permite indagar en la construcción cotidiana del
consentimiento otorgado al orden social imperante.
Anteriormente mencionamos que los sentidos o significados no son algo dado sino
construcciones permanentes y, es por esto, que la cultura no debe entenderse nunca como un
repertorio homogéneo, estático e inmodificable de significados. Sin embargo, también
debemos atender al hecho de que en todas las sociedades se establecen modelos o parámetros
para la atribución de esos significados. Los monumentos nos indican a quiénes debemos recordar
y venerar, los rituales y ceremonias nos marcan modos de actuar y comportarnos, etc.
En última instancia, lo que es importante enfatizar una vez más es que los símbolos,
valores, prácticas y los sentidos que estos conllevan son recreados y reinventados en función de
contextos históricos específicos en los que las disputas de poder también se traducen en luchas
por los sentidos culturales. Dicho de otro modo, son luchas por dar, compartir o imponer
significados.
Así, los sentidos son disputados en tanto se comparten categorías, códigos y parámetros,
en otras palabras, existe un escenario de posibilidades en común a partir del cual desarrollar esa
disputa. Pensemos en los ejemplos mencionados como el tango o el gaucho, más allá de la
valoración y/o aceptación que cada uno tenga respecto de uno u otro, los reconocemos como
parte nuestra experiencia.
Si anteriormente mencionamos que las fronteras de una cultura no son rígidas ni estáticas,
esto es más visible aún en las complejas sociedades contemporáneas donde los contactos y
migraciones, las comunicaciones internacionales, etc. nos hablan de configuraciones culturales
aún más plurales con repertorios de categorías, objetos y relaciones a significar aún más
múltiples.
Relaciones de parentesco
Las relaciones de parentesco son reglas construidas culturalmente que definen el modo en
que debe darse el matrimonio (cuáles son los individuos que pueden ser pareja legítimamente),
la filiación (cómo se establece la relación padre/madre con los hijos, y cuáles son los derechos
que ello supone) y la residencia de los individuos (dónde y con quién deben vivir las personas
pertenecientes a una familia en cada etapa de su vida). Las investigaciones antropológicas han
mostrado que todas las sociedades conocidas establecen reglas para dichas relaciones, y que
además tienen un papel decisivo en la estructura social. El parentesco no sólo rige las
relaciones domésticas o del ámbito privado sino que además alcanza dimensiones de impacto
variable en lo político, lo económico y lo ritual. En las relaciones de parentesco se puede
encontrar un sistema social que posibilita la circulación de bienes (derecho de herencia, etc.), las
formas de socialización (transmisión de hábitos alimenticios, de salud, de vestimenta, etc.) e,
incluso, cuestiones que parecen tan personales e íntimas como el amor y el deseo (es a través de
prohibiciones y prescripciones culturales como los individuos eligen a sus parejas).
En la antropología clásica el rol fundamental que se le asignaba al parentesco se
debía a que estaba considerado como el idioma social que permitía representar la totalidad.
Esta perspectiva permitía clasificar a las distintas sociedades en términos de oposiciones
dicotómicas tales como: “simples/complejas”, “primitivas/civilizadas”, “tradicionales/modernas”,
etc. Dichas tipologías según el modelo clásico se elaboraban en función del uso que cada una de
estas sociedades hacía del parentesco. En unas, el parentesco dominaba la sociedad en su
conjunto, en otras era sólo parte del ámbito doméstico-privado. De esta manera el parentesco se
constituía en la vía principal para acceder al conocimiento de las sociedades denominadas
“simples”, “primitivas” o “tradicionales”.
Hacia mediados del siglo XX, se desarrollaron dos de las más importantes teorías
antropológicas del parentesco: la Teoría de la Filiación, del estructural-funcionalista
Radcliffe-Brown, y la Teoría de la Alianza, del estructuralista Lévi-Strauss.
Relaciones de parentesco
•Filiación: Es la relación de descendencia ejemplificada en la relación entre padres e hijos.
•Alianza: Es la relación entre pares ejemplificada en la relación matrimonial.
Por otra parte, las principales críticas vinieron de las antropologías de género y
feminista que señalaron el carácter androcéntrico de la antropología clásica. A partir de la
crítica a dicotomías como público/privado y producción/reproducción, en las que las mujeres
aparecían como ligadas a lo natural y procreativo, señalaron que considerar ciertos efectos del
parentesco como hechos inmutables de la naturaleza constituía una forma de justificar las
relaciones de poder entre hombres y mujeres. En este sentido, los análisis clásicos de la
antropología se muestran insuficientes como herramientas descriptivas y explicativas de
relaciones de parentesco y de familia, a la luz de los aportes del feminismo. En nuestras
sociedades, las configuraciones familiares LGTBQ (lesbianas, gays, trans, bisexuales, queer) –
que no se rigen por la normativa de la heterosexualidad –, las tecnologías de reproducción
asistida, los regímenes legales y las prácticas de adopción, presentan nuevos interrogantes a la
antropología del parentesco.
Diversidad familiar
Uno de los procesos socioculturales que ha impactado en las nociones y en la
organización de las familias en las sociedades contemporáneas es la mayor visibilidad y
reconocimiento de derechos de aquellas conformaciones familiares que no se
corresponden con el paradigma de la heterosexualidad, es decir las familias compuestas por
parejas de mujeres lesbianas, de varones gays o integradas por personas trans,
independientemente de su orientación sexual. En este sentido, cabe insistir en que la noción de
familia no siempre ha significado lo mismo ni ha sido representada de la misma manera, sino
que, por el contrario, en cada período se disputa lo que se entiende por familia y cómo
debe ser organizada. Con esto, se intenta enfatizar en el carácter social, histórico, variable y
mutable de la institución familiar. El concepto de familia, tal como lo entendemos, es una
construcción cultural y los lazos e interacciones familiares han adoptado diferentes
formas a lo largo de la historia.
En Argentina, el matrimonio incluye a las parejas del mismo o distinto sexo, a partir de la
Ley 26618 conocida como “Matrimonio Igualitario”, sancionada en julio del año 2010. Por
otra parte, de acuerdo al Código Civil y Comercial, vigente desde agosto de 2015, los principios
de filiación son: por naturaleza, por adopción o por uso de técnicas de reproducción humana
asistida.
Arte: La forma de entender las expresiones artísticas de las diversas sociedades también
se ha ido modificando en la historia de la teoría antropológica. En consonancia con las miradas
“clásicas” de la antropología, en un principio se menospreciaron los aspectos simbólicos
de las sociedades no occidentales, entendiéndolos como producciones funcionales a las
supuestamente apremiantes necesidades económicas y de supervivencia de aquellas sociedades.
Las expresiones artísticas de aquellos grupos eran entendidas como rústicas, miradas que
incluso perviven al día de hoy, al referirse por ejemplo a la cerámica, tallados y tejidos de pueblos
originarios como “artesanías”, o al restringir sus vastos relatos orales al mundo de los mitos y
leyendas.
Hacia el interior de las sociedades occidentales también se menospreciaron expresiones
artísticas de los sectores populares (especialmente los provenientes del campo), entendiéndolos
como “folklore”, en tanto reminiscencias de un pasado en extinción ante los ineludibles avances
de la sociedad moderna.
Como vemos, de fondo encontramos una mirada eurocéntrica que ubica la producción
cultural de occidente en el lugar predominante; se trata de una mirada centrada en las “bellas
artes” o lo que suele referirse como “alta cultura”. Esto se relaciona a un proceso que se inició
con el Renacimiento europeo, en el cual algunas áreas de la producción cultural, como el
arte pictórico y la literatura, se independizan del control religioso, lo cual a su vez implicó
transformaciones en su circulación y consumo. A la par de la expansión de la burguesía, se
configuran públicos específicos para estas producciones y mercados diferenciales. Desde esa
perspectiva, estos productos culturales (cuadros, composiciones, obras literarias, etc.) eran
confeccionados por expertos y consumidos pasivamente por grupos de conocedores. Si bien
podían tener un alto valor de mercado, estos productos no se caracterizarían por su
funcionalidad o valor de uso, sino que por el contrario, estarían separados del mundo de
las necesidades materiales.
Esta forma de entender los fenómenos artísticos y simbólicos nos pone a todos como
productores y protagonistas de las expresiones culturales de nuestra sociedad. Los
carnavales de verano, recetas familiares, cuentos populares, juegos infantiles, conocimientos,
formas y gustos estéticos son parte de la cultura popular que se reactualiza constantemente en el
cotidiano.
Estos debates reflejaban discusiones más amplias en las ciencias sociales y humanas
(como la psicología y la lingüística), pero los aportes de la antropología fueron fundamentales
para incorporar la dimensión socio-cultural en el análisis. En la medida en que la antropología se
fue volcando hacia las propias sociedades, y con el aporte de las teorías marxistas que hacían
hincapié en la historia y el conflicto, privilegió el estudio de las transformaciones lingüísticas y el
uso de la lengua, por sobre los estudios formales (léxico y gramática). La centralidad en la
práctica y el contexto cuestionó las tradicionales divisiones lingüísticas, las supuestas
jerarquías entre lenguas y dialectos, y las formas “correctas” de hablar y escribir en tanto
formas normativas históricas y hegemónicas.
La lengua entonces, es parte del complejo mundo social y en ella se reflejan los
procesos históricos y relaciones hegemónicas más amplias. En este sentido, están en
constante proceso de transformación, y el foco está puesto en su función comunicacional y
social, y en las prácticas y usos de los sujetos.
2.3. Multiculturalismo
Las concepciones actuales de cultura, que focalizan en el carácter relacional y
disputado propio de lo cultural como objeto de análisis, permiten abordar procesos sociales
complejos como los efectos del incremento de los movimientos migratorios dentro y entre
los Estados nacionales. De estos procesos surgieron nuevas problemáticas como los conflictos
y tensiones sociales que conlleva el reconocimiento de la diversidad cultural (derecho a la
diferencia, ciudadanía, racismo, xenofobia, estigmatización). Este tipo de fenómenos y procesos
fueron abordados y descriptos inicialmente dentro del multiculturalismo.
Las dos primeras acepciones son las de mayor tradición en los debates de la antropología.
Ambas tratan sobre situaciones de coexistencia de grupos culturales diferentes entendidos en
relación a la cultura hegemónica oficial sostenida por un Estado-nación. De este modo el
multiculturalismo se basa en el reconocimiento de la diferencia y la diversidad cultural y se
concibe como opuesto al modelo asimilacionista, (que propugna el abandono de prácticas,
tradiciones, valores, etc. por parte de las minorías y la adopción de la cultura dominante
para asimilarse a ella).
Sociedad contemporánea y multiculturalismo
Como ideología de convivencia entre distintas culturas, el multiculturalismo aboga por una
defensa de la diversidad cultural, basada en la tolerancia y el respeto a la diferencia. Esta
visión positiva de la diversidad y exaltación de la tolerancia posteriormente se tradujo también en
políticas de Estado para contener los reclamos – desde diversos colectivos culturales – de
respeto a la diferencia.
En este sentido se entiende por multiculturalismo la política adoptada por los Estados
particularmente en relación a la inmigración, aunque puede comprender también las
políticas dirigidas hacia los pueblos originarios. Como expresión de una política de Estado
refiere a los modos en los que se reconocen los derechos a la diversidad cultural y la formación
de nuevas comunidades, y se propicia que los Estados-nación modifiquen patrones
homogéneos y monoculturales para promover derechos acordes con la igualdad social y la
no discriminación.
Sin embargo, en los últimos años el multiculturalismo ha recibido numerosas críticas que
hacen eje en el hecho de que, bajo el disfraz de respeto a la diferencia cultural, se encubren
desigualdades y se promueve el segregacionismo y la marginación. En otras palabras, mientras
se exalta la diferencia cultural y el respeto por ella, se oculta la desigualdad económica y
sociopolítica.
Por otra parte, lo que muchos críticos destacan es que la tolerancia hacia la
diversidad cultural se da hacia determinados rasgos o características (costumbres
culinarias, por ejemplo), mientras que otras son motivo de rechazo y discriminación
(credos religiosos, lenguas o vestimentas). Así, es desde un lugar dominante desde el cual se
establece qué es lo aceptable de la diferencia cultural y qué no. En última instancia lo que se
permite es la diversidad cultural dentro de determinados límites, y de este modo se
promueve el respeto entre distintos colectivos culturales que se mantienen separados.
Frente a esta postura que se asienta en una visión estática de la diversidad cultural, la
antropología propone la utilización de un enfoque intercultural. Este enfoque reconoce la
coexistencia de diversas culturas pero además propone el diálogo y la comunicación entre estas
como modo de enriquecimiento mutuo.
Una de las situaciones en las que parece deseable aplicar un enfoque intercultural es
la generada a partir de las migraciones. Tal como lo establece el artículo 13 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (adoptada por la Asamblea General de la Organización de
Naciones Unidas en 1948), la migración es un derecho humano universal según el cual:
● Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el
territorio de un Estado.
● Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar
a su país.
Desde la conformación del estado nacional nuestro territorio ha sido el destino de una
enorme cantidad de migrantes provenientes tanto de Europa como de países africanos y países
limítrofes. Particularmente, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, Argentina
estuvo entre los principales destinos de los emigrantes europeos. Con respecto a principios
del siglo XXI, según datos de 2009, en Argentina viven más de 1,5 millones de extranjeros, en su
mayoría en la Ciudad de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, y el
resto dispersos en otras provincias.
Sin embargo, a lo largo de nuestra historia, no todas las olas migratorias fueron
percibidas de la misma manera. Aun en la actualidad, nuestra Constitución Nacional (reformada
en 1994) todavía mantiene vigentes determinadas retóricas restrictivas: a modo de ejemplo, el
artículo 25 señala una clara preferencia con respecto a determinados migrantes cuando
sostiene que el gobierno federal “fomentará la migración europea”.
De acuerdo a estudios realizados tanto por antropólogos como por sociólogos, las
migraciones por razones económicas (es decir, aquellas personas que cambian su lugar de
residencia con la esperanza de tener un mejor nivel de vida que el que tienen) suelen ser
recibidas con reticencia y ser objeto de prejuicios y discriminación. Esta actitud
discriminatoria recibe el nombre de xenofobia.
Xenofobia
El término "xenofobia" proviene del concepto griego compuesto por xénos
(extranjero) y phóbos (miedo) y hace referencia al odio, recelo, hostilidad y rechazo hacia
los extranjeros.
[Fuente: http://definicion.de/xenofobia/#ixzz3rHk5KOim]
Así, la xenofobia es lo que pueden padecer, por ejemplo, los argentinos cuando
migran hacia los países de Europa o hacia los Estados Unidos (la tasa de migración hacia
estos lugares tuvo un pico a principios de los años 2000), o también los paraguayos, bolivianos o
peruanos cuando migran hacia Argentina. Como consecuencia, suelen ser recibidos con recelo
y su inclusión en el país receptor se produce de manera subordinada. Actualmente en
nuestro país, con respecto a migrantes latinoamericanos, pueden registrarse situaciones de
precariedad laboral, sobreexplotación, semi-esclavitud (sobre todo en la industria textil y la
producción hortícola), trata de personas, abusos de autoridad y segregación territorial. A su vez,
tampoco se han modificado las representaciones sociales que continúan poniendo énfasis en el
carácter de ilegalidad y en su estigmatización.
En relación a esto último, en nuestro país se registra una fuerte tendencia de muchos
colectivos migrantes a agruparse en determinados territorios y a fortalecer los procesos
asociativos en organizaciones (cooperativas, centros recreativos, asociaciones de mujeres y
jóvenes migrantes). Investigaciones en el campo de la antropología dan cuenta de que esta
tendencia responde a diferentes razones. Por un lado, por parte de la población migrante existe la
intención de fortalecer vínculos internos y mantener la continuidad de ciertas referencias
identitarias nacionales, étnicas y regionales. Pero también esto se vincula con la segregación
espacial y la situación de discriminación en la nueva sociedad.
2.4. Contra-cultura, consumos culturales y medios de comunicación
Los discursos de la antropología hacen referencia a la diversidad de las expresiones
que desde la cultura organizan la experiencia y el sentido entre los sujetos. En ese marco se
despliegan los procesos de identificación de los sujetos y grupos, que de manera creativa y móvil,
manifiestan su diversidad en un complejo entramado del que participan otras dimensiones
estructurales de la vida social (económicas, políticas, etc).
Tal como vimos en apartados previos, a partir de los trabajos de Antonio Gramsci,
entendemos por hegemonía al proceso de dominación que se despliega no solo como una
imposición desde el exterior por la fuerza o la coerción, sino como dinámica de consenso
en la que las clases subalternas interiorizan y reconocen como propios los intereses de las
clases dominantes. Esta construcción de consensos se realiza a través de ciertas instituciones,
como la escuela o los medios de comunicación, con el objetivo de imponer una determinada
visión del mundo por sobre otras posibles. Sin embargo, como no existen sujetos pasivos en
términos culturales, este dominio nunca se presenta como un proceso acabado. Por el
contrario tiene un carácter abierto y dinámico, en el que convergen modalidades de interacción
que involucran desde conflictos u oposiciones latentes, hasta resistencias explícitas y activas.
Estas acciones suponen disputas en torno al sentido frente a la imposición de determinada
manera de entender el mundo.
Los estudios sobre el tiempo social han establecido que ciertas instituciones (como la
escuela o el mundo del trabajo) en alguna medida fuerzan a los sujetos a inscribir sus
acciones dentro de los marcos temporales hegemónicos. Los cambios sociales, culturales y
económicos de las últimas décadas provocaron que la inserción social y laboral de los jóvenes se
fuera transformando, afectada entre otras tendencias por los cambios en la extensión de la
escolaridad, las dificultades para afrontar económicamente la salida o emancipación del hogar de
origen, la articulación de estudio y trabajo y los nuevos estándares de organización de los ciclos
de la vida.
La antropología se propone estudiar los modos en que los sujetos encuadran sus
experiencias en una pluralidad de concepciones de tiempo y en diversos ámbitos institucionales,
formales e informales, de modo tal de abordar su heterogeneidad.
De esta manera se señala que la condición juvenil cobra sentido en una trama de
relaciones, tanto al interior de su generación como en diálogo con otras generaciones. Esto
implica definir a la juventud como una categoría heterogénea, ya sea si miramos en distintas
etapas históricas o en una época y sociedad particular. Así, toda vez que hagamos una
caracterización general de “los jóvenes” vamos a estar homogeneizando y estereotipando una
diversidad de formas de ser joven.
Las nuevas “tribus urbanas”: La noción de “tribu urbana” comenzó a utilizarse hacia
fines de la década del ’80 y principios de los ’90, tanto en medios de comunicación como en
ciertos ámbitos académicos, para dar cuenta de los fenómenos de agrupamiento e
identificación juveniles. Sin embargo, como vimos en el apartado anterior, los jóvenes
constituyen una categoría heterogénea.
En relación a esto es que términos como “tribu urbana”, al igual que otros asociados o
similares como “bandas”, o “culturas juveniles” son discutidos en tanto engloban, muchas
veces de modo estigmatizante, realidades diversas. No obstante, lo que se busca destacar
al hablar de “tribus urbanas” es la conformación de formas de sociabilidad por parte de los
jóvenes que desafían al paradigma individualista propio de la modernidad. Frente a
sociedades en las que el modelo hegemónico acentúa la individualidad, las “tribus urbanas”
constituyen espacios de encuentro y reconocimiento entre los y las jóvenes.
Desde la teoría económica clásica, el consumo forma parte del ciclo de producción y
circulación de bienes y mercancías, y respecto al valor que se le asigna a los objetos se puede
distinguir entre:
- valor de uso: el objeto adquiere valor en la medida en que puede ser usado para
satisfacer una necesidad. Con el valor de uso medimos la utilidad de un objeto.
- valor de cambio: el objeto adquiere valor en la medida en que me permite adquirir otros
objetos. Con el valor de cambio nos referimos al aspecto mercantil del objeto, es decir, aquello
que lo hace valioso para intercambiarlo por otras cosas o por dinero.
Sin embargo, como ya dijimos, un enfoque antropológico del consumo implica atender no
solo al uso práctico de los bienes, sino también a los significados sociales de esas
posesiones materiales. En esta línea la antropóloga Mary Douglas (1978) señalaba que las
mercancías y objetos además de satisfacer necesidades, servían para establecer y mantener
relaciones sociales, como así también para comunicar y dar sentido al mundo que nos rodea.
Sin embargo, desde distintas disciplinas sociales que analizan el rol de los medios de
comunicación en las sociedades contemporáneas, se coincide en señalar que los medios
interactúan con otras redes de sociabilidad (el barrio, la familia, la escuela, el trabajo, etc.), por
lo que si bien tienen un peso preponderante para configurar el valor simbólico que se le atribuye a
los distintos bienes y objetos, su influencia debe ser entendida en el marco de procesos
socioculturales más amplios.
En relación a esto, desde las ciencias sociales se señala el impacto que, en las últimas
décadas, tienen las nuevas tecnologías tanto para la comunicación, como para la circulación y
consumo de bienes culturales. Abordaremos el fenómeno de la globalización contemporánea en
la última unidad (Unidad 4) pero ahora podemos señalar que el creciente desarrollo de los
medios electrónicos de comunicación, como así también la expansión de las redes
sociales, configuran una de las dimensiones más destacables de la globalización. Efecto de
esto es que en materia de consumo – particularmente de productos culturales – se borran y
desdibujan las fronteras nacionales y así una película, serie televisiva o concierto musical,
puede ser consumido en puntos muy distantes del planeta, a veces de manera simultánea.
Objetivo
Relaciones entre los conceptos de cultura e identidad
● Identidad individual e identificación colectiva
● Estratificación y clase social
○ Nuevos movimientos sociales
● El sujeto como portador de múltiples identidades
En el siguiente video se relatan los principios del Psicoanálisis y una breve biografía de su
fundador: Sigmund Freud (1856-1939).
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=127463
¿Cómo adquiere un individuo los “rasgos identitarios” que lo hacen pertenecer a una
cultura y tener una personalidad acorde a las expectativas de los que lo rodean? Estas eran
algunas de las preguntas que intentaba contestar Margaret Mead, una de las principales
referentes de esta escuela, en sus investigaciones con pequeñas comunidades de Oceanía. Mead
señalaba que no se debía explicar la personalidad individual por características biológicas
(como puede ser el sexo, el color de la piel, etc.) sino que, por el contrario, debía optarse por
comprenderla como el resultado de los condicionamientos culturales que cada sociedad
impone, fundamentalmente, durante la infancia, a sus integrantes.
En su libro Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas del año 1935, producto de
su trabajo de campo en Nueva Guinea, Mead señala que entre los arapesh, tanto hombres como
mujeres destinan gran parte de su tiempo a la crianza de las nuevas generaciones, una práctica
que en la cultura occidental, en particular de aquellos años, se encuentra más asociada a las
mujeres; entre los tchambulí, las mujeres son las responsables de proveer los alimentos,
mientras que los hombres pasan mucho tiempo peinándose e interesándose por el arte y, entre
los mundugumor, se espera que, "tanto hombres como mujeres, sean violentos, batalladores,
sexualmente agresivos, celosos y prestos a vengar el insulto rápidamente captado, gozando en el
exhibicionismo, la acción y la lucha” (Mead, 1935:251). Este conjunto de constataciones le permite
reflexionar sobre el carácter de construcción cultural y social del género de los individuos
de un mismo grupo, identificando el ideal de persona que cada sociedad forja para sus
integrantes y poniendo en cuestión los posicionamientos biologicistas y esencialistas que
consideran la determinación del comportamiento de hombres y mujeres de acuerdo a sus
características biológicas.
Más allá de los innegables aportes de Margaret Mead a la hora de demostrar que no
existe una correspondencia natural entre sexo y género, justamente en un momento en el que
la antropología daba esta correspondencia por supuesta, el abordaje de la escuela culturalista
presenta algunos problemas. No sólo porque psicologiza el ámbito de lo social (Ortiz, 1996) a
través de una operación donde lo que es individual se torna identidad colectiva sino porque, tal
como mencionamos anteriormente, desde esta perspectiva la identidad deriva simplemente de
la cultura, entendida a su vez como un todo integrado, que forma a los individuos según
las exigencias de la sociedad y que se limita a un territorio con fronteras bien definidas.
Hoy en día, los numerosos desplazamientos, contactos e interacciones de las sociedades nos
impiden pensar en culturas aisladas o con fronteras claramente delimitadas, a la vez que ya
no es posible seguir insistiendo en la homogeneidad cultural de un grupo social.
Dejando atrás enfoques que postulaban que la identidad podía entenderse a partir de una
determinada esencia o por rasgos y atributos supuestamente objetivos, desde la antropología
contemporánea se considera que la identidad no puede comprenderse si no es en términos
de una relación. Nos identificamos como pertenecientes a un determinado grupo social, porque
al mismo tiempo nos diferenciamos de quienes no lo integran. En otras palabras, construimos un
“nosotros” en la medida en que construimos un “otro”, y es por esto que identidad y
alteridad se presentan como las dos caras de un mismo proceso.
Así, las distintas categorías identitarias que se ponen en juego en el ámbito social nos
permiten comprender, captar y, en última instancia, “ordenar” la realidad; nombrarnos a nosotros
mismos y nombrar a otros y, a la vez, distinguir el lugar que cada grupo ocupa en la sociedad.
Por otra parte, como sujetos nos desenvolvemos en diversos ámbitos, nos relacionamos y
formamos parte de diversos grupos dentro de nuestro mundo social, y a su vez ocupamos en él
posiciones distintas y variables. En consecuencia, podemos decir que nuestra identidad no es
unívoca ni estanca, sino que el contexto social es fundamental para resaltar determinados
aspectos identitarios por sobre otros.
Ahora bien, si la identidad supone una diferencia, una clasificación entre un nosotros/otros,
ésta no se realiza en el vacío; por el contrario cuando elegimos, clasificamos y otorgamos sentido
a determinadas categorías identitarias lo hacemos a partir de significados y representaciones que
se encuentran inscriptos en nuestra cultura. Así es como las nociones de identidad y cultura
guardan una estrecha relación. En última instancia podemos considerar que la cultura nutre a la
identidad en la medida en que es a través de ella que se opera la diferenciación, los límites
se construyen y definen a través de aspectos seleccionados y significados culturalmente.
¿En qué consistirían estos marcos? ¿Qué los determina? Aquí es necesario señalar que
existen otras diferencias en las que no median elecciones y resultan más gravitantes puesto que
responden a posiciones estructuralmente distintas en el conjunto social. Es por esto que resulta
imprescindible pensar la construcción de las identidades en relación con la desigualdad.
Las desigualdades en el acceso a los recursos económicos y simbólicos promueven y consolidan
el establecimiento de ciertas diferencias, al tiempo que borran otras posibles.
Así es que no todos los grupos tienen el mismo poder de identificación o, dicho de otro
modo, no todos los grupos tienen la misma autoridad para nombrar y nombrarse. Siguiendo
esta línea podemos considerar que la identidad se pone en juego en las disputas y luchas
sociales y así puede ser pensada como una estrategia, sea “para generar o mantener límites,
para mantener privilegios en determinados casos, para cohesionarse y defenderse de agresiones
externas, o para excluir competidores de la estructura de poder. En resumidas cuentas es una
estrategia social y no es en sí mismo un conjunto de ‘cosas’, es una estrategia relacional”
(Juliano, 1992:33).
Teniendo en cuenta que las identidades comportan diferencias, veremos en los siguientes
apartados cómo se ha interpretado desde la antropología la construcción de las fronteras
simbólicas que delimitan una identidad, tomando en primer término la definición de la identidad
étnica, para luego referirnos a la construcción de las identidades nacionales.
Identidades étnicas
Un aporte central a esta perspectiva analítica sobre la identidad en antropología ha sido la
de Fredrik Barth, (1928-2016) en particular en su relación con la etnicidad. En su libro Los
grupos étnicos y sus fronteras (1969), el autor propuso considerar los grupos étnicos como
categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los actores mismos y
tienen, por tanto, la característica de organizar la interacción entre los individuos. Barth
planteó que se debe prestar atención a los mecanismos por los que persisten los límites étnicos
entre grupos cercanos. El autor afirmaba que los grupos étnicos no se distinguen uno de otro a
partir de un cuerpo cerrado y particular de aspectos culturales, sino que, por el contrario, estos
aspectos se movilizan, se desplazan, se marcan o se retraen en situaciones de relaciones de
interacción.
Esta visión resultó fundamental para cuestionar las perspectivas más esencialistas que
asociaban la identidad de un grupo a una cultura cerrada y homogénea. En cambio, en la
perspectiva de Barth los rasgos a tomarse en cuenta para definir a los grupos étnicos, no
son la suma de diferencias objetivas, sino aquellas que los mismos actores consideran
significativas. Es en situaciones de contacto y de confrontación, cuando cobran vida. Por otra
parte, el autor insistió en el carácter generativo y adaptativo por medio del cual los grupos étnicos
regulan su comportamiento en forma de una dialéctica entre sus características socioculturales y
las circunstancias de su interacción con otros grupos.
La identidad étnica es una de las tantas formas en las que se realiza la clasificación social,
y la misma tiene su origen en fuerzas históricas específicas las cuales son simultáneamente
estructurales y culturales. Esto es así porque, como toda construcción identitaria, la identidad
étnica tampoco puede ser pensada por fuera de las relaciones de poder, es decir,
relaciones de dominación/subordinación presentes en la sociedad.
Si el análisis de Barth respecto a las fronteras y límites que se establecían entre grupos
étnicos presuponía una interacción entre unidades (grupos) equivalentes y simétricas, los
enfoques antropológicos actuales ponen el acento en el hecho de que los grupos étnicos
son englobados en unidades mayores ocupando un lugar subordinado dentro de las
mismas, por lo que las relaciones e interacciones constituyentes de su identidad son
principalmente asimétricas y desiguales.
Así, en el marco de los Estados modernos, los grupos étnicos (sean estos pueblos
indígenas o poblaciones migrantes) se constituyen como minorías en tanto no se
corresponden con el patrón sociocultural hegemónico. Por esto podemos afirmar que, en el
caso de las minorías étnicas, el proceso de construcción de la identidad se genera también
mediante mecanismos de prejuicio y discriminación elaborados desde el poder político. Vale
señalar que en nuestro país los grupos indígenas se incluyen dentro de los segmentos sociales
más castigados e históricamente estigmatizados y esto – como veremos en el próximo apartado–
guarda relación con la conformación misma de nuestro Estado-nación.
Procesos de etnogénesis
Actualmente, estamos asistiendo a procesos de actualización identitaria de grupos
étnicos que se consideraban cultural y lingüísticamente extinguidos.
“Nos encontramos ante procesos sociales de identificación que ahora expresan la
emergencia de nuevas identidades, asumidas como fundamentales por sus actores, dentro de
contextos históricos y contemporáneos en los cuales se mantienen fronteras entre grupos
percibidos como diferentes. La etnogénesis propone entonces un nuevo contenido y una
designación étnica posible a la diferenciación históricamente constituida. En estos casos
las identificaciones no se “inventan” sino que se actualizan, se trata de recuperar un
pasado propio, o asumido como propio, para reconstruir una membresía comunitaria que
permita un más digno acceso al presente” (Bartolomé, 2003: 176-177).
Tal es el caso de los selk’nam, cuya presencia y actuales demandas étnicas contradicen
una supuesta extinción (tal como se había documentado en el año ’73). En la actualidad, según
la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas de 2004, hay alrededor de 590 selk’nam que
reivindican una filiación étnica que, si bien carece de un sustento lingüístico, se basa en la
memoria histórica y en antiguos derechos territoriales.
Identidad y Estado-nación
En los Estados-nación modernos, determinar la "pertenencia” de los individuos es
fundamental y está vinculada al aparato jurídico. En este sentido, la noción jurídico-legal de
identidad personal, es la figura bajo la cual los Estados reconocen la existencia de cada individuo
y, en consecuencia, sus derechos y obligaciones. En el caso argentino, la identidad civil
supone actualmente una serie de clasificaciones y marcas de identificación, que son las
que se asientan en la partida de nacimiento y/o el Documento Nacional de Identidad (DNI):
● un nombre propio que se acompaña de un apellido, marcando así las relaciones de
filiación y parentesco. En la partida de nacimiento se incluye el nombre completo de
los progenitores o adoptantes.
● el sexo (masculino o femenino)
● el lugar de nacimiento y/o de residencia
● la huella digital
● la imagen visual (fotografía)
Sin embargo, esta forma de acreditar la identidad a través de un documento que reúne
determinados ‘datos’ personales, no es universal sino propia de ciertos países y de una época
determinada, puesto que también se ha se ha visto modificada a lo largo del tiempo producto de
cambios en la concepción de los derechos y obligaciones civiles.
Pero hasta aquí nos referimos en este apartado a algunos aspectos jurídicos y normativos
que conciernen al establecimiento de la identidad civil en nuestro país y vimos también cómo se
destaca el carácter histórico y construido de estos aspectos. Estos ejemplos que señalamos
han sido producto de procesos y disputas históricas, de demandas de reconocimiento
sostenidas por diversos colectivos sociales que lograron en distintos momentos verse
reflejadas en la normativa estatal. Sin embargo, el rol central que ocupa el estado en la
construcción de identidad no se agota en una instrumentación jurídico legal, por el contrario,
implica también la constitución de imaginarios y representaciones comunes acerca de lo que
significa la pertenencia a un país. Es aquí donde debemos atender al concepto de Nación.
Como todo relato esta narración nacional fue selectiva y así ha destacado nombres,
hechos, sitios, etc. al tiempo que ha opacado e invisibilizado otros. La elección acerca de
qué destacar y qué suprimir no fue arbitraria ni caprichosa sino que respondió a intereses de las
elites gobernantes que proyectaron un modelo de país – que incluía un proyecto económico,
social y político del mismo – al que correspondía un determinado ‘tipo nacional’. Así ‘lo nacional’
implica un sentimiento de pertenencia a una comunidad cuyas características y sentidos son
definidos en relaciones de poder, en otras palabras, existe una construcción hegemónica
acerca de la nación.
Se dice que hay estratificación social en las sociedades donde existe desigualdad
política, económica y/o social de manera duradera y estable. La estratificación se refiere a
una clasificación jerárquica de diferentes grupos sociales o estratos. Dentro de cada estrato se
encuentran grupos que ocupan el mismo lugar en la jerarquía de una sociedad determinada.
La lucha de clases
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de
las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos,
maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre,
mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó
siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases
beligerantes”. (Marx y Engels. El manifiesto comunista. 1848)
La perspectiva teórica de Marx se vinculaba a un proyecto político. Si su objeto de estudio
era la organización de la sociedad capitalista lo era para alcanzar su transformación. Marx
reconocía en la estructura, en la base material, contradicciones que constituyen el germen de su
transformación, de su revolución. En el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía
política (1859) señala que en determinados momentos de la historia a nivel de la estructura
entran en contradicción las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción y de ese
conflicto emerge una instancia superadora. Respecto de la sociedad capitalista, para Marx, la
instancia superadora es el comunismo.
Para el autor, las clases no existen por sí mismas sino que se definen por las
relaciones que se establecen entre ellas, lo que significa que es la lucha de clases la que
determina la existencia de las clases. La lucha de clases es el motor de la historia, del cambio y
de la transformación, y ve en el proletariado la tarea de abolir la propiedad privada, base del
sistema capitalista e instaurar el comunismo a través de la lucha política.
A su vez, ya desde las décadas del 60’ y 70’, se desarrollaron visiones críticas que
problematizaron el abordaje clásico de las sociedades sin clase, tradicionalmente abordadas por
la antropología, tal como trabajamos en la Unidad 1 cuando estudiamos la división entre la
sociología y la antropología. Se cuestionó la caracterización de “igualitaria” para referirse a estas
sociedades por homogeneizar la multiplicidad de sociedades no occidentales y no dar cuenta de
las heterogeneidades al interior de cada grupo social. Esta caracterización además resultaba
inadecuada puesto que no permitía captar las luchas por el poder en la vida cotidiana, las
transformaciones y tensiones históricas, y las relaciones de esas sociedades con el orden social
mundial. A su vez, se señalaron otros criterios de estratificación, productores de desigualdad.
Bajo el término de nuevos movimientos sociales se englobaron estos procesos que, si bien
mantuvieron y mantienen hasta el presente reclamos diversos y heterogéneos, poseen algunas
características comunes. Un rasgo distintivo de estos movimientos fue la combinación de
componentes políticos con elementos simbólicos y culturales, relacionados con
cuestiones identitarias. Por otra parte, se los definió como ‘nuevos’ en tanto estos movimientos
sociales se caracterizaron por no responder a las estructuras tradicionales de participación y
disputa política (partidos políticos, sindicatos, etc.), sino más bien por la utilización de canales
no institucionalizados, y formas inéditas de movilización y organización.
Si bien este tipo de reivindicaciones exceden la clase social, las primeras en levantar las
banderas feministas fueron las mujeres socialistas y anarquistas de todo el mundo, entendiendo
que la opresión de género estaba íntimamente relacionada con el mantenimiento de las
relaciones de explotación propias del capitalismo.
Ni una menos
El 3 de junio de 2015 se realizó por primera vez la marcha “Ni una menos” en contra de la
violencia machista. Se trata de una movilización que surgió en el marco de una década que
puede ser caracterizada, entre otras cuestiones, por la lucha protagonizada por diferentes
organizaciones y movimientos sociales en pos de la igualdad entre mujeres y varones y por la
conquista de numerosos derechos relacionados con cuestiones de género:
● Creación del Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI). Año 2006. Ley
26150
● Ley de Protección Integral de Mujeres. Año 2009. Ley 26485
● Ley de Matrimonio Igualitario. Año 2010. Ley 26618
● Ley de Identidad de Género. Año 2012. Ley 26743
● Inclusión en el Código Penal de la figura de femicidio. Año 2012
En Argentina estas luchas han cobrado mayor visibilización en los últimos 10 años, a partir
de la profundización de la incorporación masiva del monocultivo de soja, la ampliación de la
frontera agropecuaria y el desarrollo de la megaminería a cielo abierto por parte de capital
extranjero.
El movimiento de derechos humanos se forjó en el marco de las dictaduras militares
que se instauraron en Argentina y otros países del Cono Sur y Latinoamérica entre las
décadas del ’70 y ‘80 ante el cierre de los canales institucionales de participación política
que permitían expresar las demandas de la población. Las distintas agrupaciones que integran
este movimiento se congregaron en torno a la denuncia de las violaciones sistemáticas a los
derechos humanos y la búsqueda de justicia ante los crímenes perpetrados por los regímenes
dictatoriales.
Si bien históricamente las reivindicaciones de los sectores populares habían logrado ser
encauzadas por la organización sindical, los altos niveles de desocupación, producto de la
desindustrialización, privatización y fuga de capitales que implicó el modelo neoliberal,
redundaron en nuevas formas organizativas. Así surgieron los masivos movimientos de
trabajadores desocupados (MTD). Formas y prácticas organizativas novedosas se alimentaron
de historias y conocimientos de luchas previas para dar forma a estos movimientos que, ante la
pérdida de los espacios de trabajo, encontraron anclaje en el ámbito barrial para la construcción
de lazos sociales y organizativos que permitieran canalizar sus demandas.
Desde este marco, podemos tomar lo expresado por el antropólogo argentino Alejandro
Grimson, quien propone que la identidad se refiere a las clasificaciones de los grupos
sociales y a los sentimientos de pertenencia de un determinado colectivo. Grimson sostiene:
“Porteño, tucumano, correntino, federal, peronista, gorila, comunista, hippie, rockero, punk,
mapuche, boliviano, son hoy categorías que en la Argentina tienen sentido. Así, en un contexto
histórico específico una sociedad tiene una caja de herramientas identitarias, un conjunto de
clasificaciones disponibles con las cuales sus miembros pueden identificarse a sí mismos
e identificar a los otros. Las características de esa caja de herramientas identitaria ofrecen un
panorama acerca de cómo una sociedad se piensa a sí misma y cómo sus miembros actúan en
relación a otros” (2010:11). Sin embargo, el autor advierte que si bien se trata de una serie de
categorías compartidas, los sentidos que se les atribuyen están en conflicto y negociación, y varía
entre distintos miembros o grupos de la sociedad: “Así, ‘porteño’ o ‘boliviano’ puede adquirir
sentidos negativos o positivos para distintos miembros de la sociedad y, como ha
establecido la investigación antropológica, los sentidos negativos pueden desglosarse en
diferentes tipos que van desde el racismo, el clasismo, el fundamentalismo cultural, u
otros. Por ello, una parte decisiva de los conflictos sociales es una disputa acerca del sentido de
las categorías clasificatorias” (2010:12). En relación a esto podemos retomar la noción de
identidad como estrategia social en tanto se pone en juego en luchas sociales, por
ejemplo, en pos de generar, mantener o redefinir límites.
Objetivo
El problema que significa adoptar una mirada sesgada y limitante sobre los grupos sociales que
desemboca finalmente en prejuicios, estereotipos y discriminación
● Globalización y reconfiguración de la diversidad sociocultural en las sociedades
contemporáneas
○ La naturalización de la desigualdad
○ Marginalidad, pobreza y exclusión
● Discriminación, prejuicios y estereotipos
○ La teoría de las "razas" y el racismo
○ Otras formas de discriminación
● Procesos locales en un mundo global
Tal como vimos a lo largo de esta guía de estudio, la tensión entre lo universal y lo
particular ha atravesado la historia de la disciplina: ¿las particularidades culturales son la
expresión de una estructura y forma de funcionamiento general de las sociedades o, por el
contrario, son expresiones únicas e inconmensurables entre sí? ¿Las lenguas, religiones o
herramientas tecnológicas implican momentos o “grados” en una única dirección, o son formas
particulares y desarrollos únicos? ¿Son las prácticas cotidianas reproducciones de marcos
culturales mayores, o es en la cotidianeidad donde se construyen esos marcos?
Así, si bien durante muchos siglos hubo interacciones a gran escala, la revolución
tecnológica de fines del siglo XX (principalmente en materia de comunicación y transporte)
ha permitido que en la actualidad la distancia geográfica y el tiempo no constituyan
obstáculos, lo que supone interacciones de nuevo orden e intensidad. En el plano económico la
globalización implica la integración del mundo en el predominio del capital financiero – a través de
instituciones financieras multilaterales – que tiende a imponer su propia lógica a la economía
mundial, y a gravitar fuertemente en las economías nacionales. Por otra parte, se destacan los
cambios producidos en los patrones de producción y consumo. Si en materia de producción las
relaciones se encuentran trasnacionalizadas, el consumo tampoco se ve limitado por las
fronteras geográficas.
Estos procesos se manifiestan en formas y espacios locales de muy diversas formas, que
van desde la apropiación hasta la resistencia y el rechazo. Desde la antropología entonces se
puede observar cómo lo local y lo global se constituyen mutuamente y cómo, a su vez, esta
interacción local/global da lugar a nuevas configuraciones culturales.
La interacción local/global
Los procesos globales se manifiestan en formas y espacios locales, y es por esto que lo
local y lo global no deben entenderse como opuestos sino en articulación e interacción.
Es así que diversas formas culturales globalizadas son reinterpretadas y resignificadas a nivel
local.
A modo de ejemplo en la foto vemos un famoso juego
de mesa que en su “versión” en Bolivia refiere al presidente
de ese país (Evo Morales) y los destinos turísticos del
mismo. Ejemplos similares podemos encontrarlos en
cadenas de comida rápida expandidas a nivel global que se
adaptan a modos y costumbres locales. La globalización
concebida como imposición de modelos de consumo a
escala planetaria supone sujetos pasivos y, por el contrario,
las diversas realidades locales son más complejas.
La naturalización de la desigualdad
Una nueva etapa del análisis de la diversidad cultural se inició en la disciplina a partir de la
consideración del efecto de la dominación colonial, los procesos posteriores de
descolonización y la realidad post-colonial en las sociedades que habían sido objeto de interés
para la antropología. En este sentido, desde los años ’60 se reformularon los debates acerca
de la diversidad cultural, la valoración de las diferencias, la convivencia o la segregación entre
culturas, repensando el propio concepto de cultura. Con este trasfondo se inició la discusión
en torno a los procesos que construyen las diferencias en términos de desigualdad.
Desde este enfoque, entendemos por naturalización al proceso por el cual se trata de
imponer una razón o causa biológica/natural a fenómenos que son de carácter
exclusivamente social. De esta manera, una costumbre o una creencia es tomada como
posición única e inalterable inherente a la naturaleza de quien la sostiene. Naturalizar significa
recurrir a argumentos de tipo biológico, geográfico o ambiental, como si fueran determinantes de
las conductas humanas.
Esta perspectiva también genera una noción de “identidad cultural” entendida como
comportamientos y representaciones comunes a un determinado grupo, en la que se
enfatizan ciertos rasgos “auténticos” que no pueden ser modificados ni reinterpretados.
Así, en la interacción con los sectores dominantes adquiere una valoración negativa lo que ubica
al grupo en una posición de inferioridad, afectando en diverso grado y modalidades la
participación e integración política, la interacción comunitaria, las oportunidades educativas e
inserción laboral, la producción y difusión simbólico-cultural propia.
Afirmar el carácter social de la desigualdad implica romper con los planteos sustancialistas.
La resistencia y la crítica a la desigualdad se basan en señalar que ésta no es natural sino
social, es decir que a partir de la diversidad propia de lo humano se montan determinados
procesos de desigualdad. Para que esta crítica tenga efectos concretos en la sociedad, es preciso
cuestionar aquellos postulados reduccionistas que responsabilizan al individuo/grupo por el lugar
que ocupa en la sociedad y desconocen los procesos sociales, políticos y económicos que
conducen a la exclusión de las personas, anulando las potencialidades transformadoras y
dinámicas de los sujetos.
Marginalidad, pobreza y exclusión
El concepto de marginalidad surge para dar cuenta de un fenómeno relacionado con la
desigualdad social, económica y cultural. En un principio, la denominación de marginal se
reservó a poblaciones que, provenientes de las zonas rurales, migraban a las grandes ciudades
en busca de trabajo. Allí formaban los “cinturones de miseria”, conocidos como villas de
emergencia, favelas, tugurios, etc, variando de acuerdo a la región. Esto era percibido como un
fenómeno pasajero que debía resolverse una vez alcanzados los trabajos y las viviendas
esperables en el ideal industrial-liberal. Sin embargo, ya a finales del siglo XX, la marginalidad
se había extendido tanto hacia zonas rurales como hacia ciudades más pequeñas,
modificando su relación transitoria en tanto se observaba en ámbitos urbanos y rurales.
Otro aspecto que se observa es que la vida de los habitantes de “los márgenes” se
caracteriza por una gran inestabilidad material. Por ejemplo, cuando las lluvias vuelven
intransitables las calles, el colectivo inesperadamente deja de pasar, o lo hace demasiado lleno
para poder subir y volver a casa, de estos modos los trámites en el municipio, la ANSES o el
hospital demoran largos períodos. Las investigaciones apuntan que estos rasgos no tienen
que ver específicamente con la pobreza, sino con la vulnerabilidad. Quienes se encuentran
en situación de vulnerabilidad sufren una inestabilidad permanente y una necesidad continua de
adaptación a situaciones en constante renovación.
Estas imágenes son impuestas por el medio social y cultural – los medios de
comunicación fundamentalmente suelen utilizar y difundir estereotipos sociales, sea en las
publicidades, ficciones, o programas periodísticos – y se aplican de forma generalizada a todas
las personas pertenecientes a una categoría, sea esta su nacionalidad, etnia, edad, sexo,
orientación sexual, procedencia geográfica, etc. Haciendo uso de estereotipos, es posible decir
que todos los miembros de una nacionalidad, religión, etnia o sexo específico son “débiles”,
“vagos”, “criminales” o “poco inteligentes”. Incluso cuando el estereotipo es positivo (como
cuando se piensa que las personas afro son atléticamente superiores), las consecuencias de
estereotipar son negativas: el estereotipo hace que recaiga sobre un determinado grupo un
conjunto de directivas que no sólo implican que los demás los vean así, sino que hace que los
propios miembros de ese grupo se perciban a sí mismos de esa manera (o se sientan
desvalorizados por no ser conforme a esos parámetros).
Si bien todas las sociedades están atravesadas por prejuicios y estereotipos, es posible
visualizar cómo en cada comunidad en particular la consolidación y difusión de este tipo de
actitudes y representaciones responde a conflictos e intereses de grupos. En virtud de
determinados procesos de dominación y relaciones asimétricas de poder, en cada
sociedad en un momento histórico dado hay ciertos atributos, características e incluso
categorías identitarias que se presentan como los más valorados, deseables e incluso
“normales”. Decimos “normales” en el doble sentido, por un lado de lo normativo, de lo que
“debe ser”, y por el otro lado, como parámetro de medición y valoración. Estas construcciones
hegemónicas de “normalidad” se instituyen como el lugar desde el que se marcan las “diferencias”
(aquellas estigmatizadas y menos valoradas).
2) Las diferencias genéticas entre las "razas" son mínimas, pues entre todos los
individuos humanos se hallan pequeñas variaciones, haciendo arbitraria cualquier clasificación.
Esto quiere decir que no es posible trazar fronteras genéticas netas entre unas poblaciones
humanas y otras.
Cabe notar que los estudios de población muestran que los “individuos típicos” son muy
escasos. Según un estudio de los reclutas del ejército sueco, el pretendido “tipo nórdico” (estatura
alta, cabellos rubios, ojos azules, cráneo alargado, etc.) sólo estaba presente en el 10% de la
población estudiada.
Dado que la evidencia aportada por la biología y la genética indica que la noción de
"raza" no tiene carácter ni veracidad científica, debemos explicar la "raza" como categoría
social y el racismo como una problemática socio-cultural. Los principales científicos dedicados
al estudio del genoma humano coinciden en que el concepto de "raza" es social, pero no
científico. De hecho, la mayoría de los caracteres exteriores del cuerpo que se han usado para
clasificar las “razas”, como el color de la piel y la forma de la cabeza, proceden de adaptaciones al
medio y no tienen un fundamento genético. La clasificación de los humanos en un pequeño
número de grupos fundamentales, es en gran medida el producto de la historia europea. Se trata
de reducciones no dictadas por la naturaleza.
En la actualidad siguen existiendo grupos que justifican sus acciones mediante esta
concepción, llevando adelante políticas de exterminio masivo, como la limpieza étnica de los
Balcanes durante los noventa o los grupos neonazis que llevan a cabo acciones en contra de
personas negras, judías u homosexuales. Pero estos casos extremos no son las únicas
evidencias de que el racismo sigue vigente en nuestras sociedades. Cotidianamente, al contar
chistes de contenido racista o cuando se insulta a otra persona por su color de piel u
origen étnico, también se practica el racismo, aunque su forma más sutil lo haga pasar
desapercibido. La misma concepción de la belleza humana durante siglos ha estado permeada
por una idea racista que poco a poco se ha ido desmoronando, pero que sin embargo aún
prevalece. Las clases dominantes de la gran mayoría de los países latinoamericanos siguen
reproduciendo y legitimando rasgos europeos, considerándolos como los más deseables y
valorados, aunque las poblaciones se compongan mayoritariamente por mestizos, indígenas,
negros o mulatos.
Si bien la libertad de culto es reconocida como un derecho humano universal, han existido
y existen muchos lugares del mundo contemporáneo en los cuales ciertas creencias
religiosas (y los hábitos y costumbres que dichas creencias conllevan) son consideradas
desfavorablemente y, en ciertos casos, abiertamente perseguidas. Persecución, en este
contexto, se refiere a prisiones ilegales, agresiones, apedreamientos, torturas, ejecución,
negación de derechos y libertades civiles. Puede también implicar confiscación de bienes,
destrucción de propiedades e incitación al odio, entre otras cosas.
El viejo dicho de que “la Argentina desciende de los barcos” o que “Argentina es un país sin
indios ni negros” promovió la idea de que la identidad argentina proviene fundamentalmente
de Europa. Esto constituye una visión sesgada e históricamente errónea de la conformación de la
población nacional.
Día Nacional de los Afroargentinos y de la Cultura Afro
Día Nacional de las/os Afroargentinas/os y de la Cultura Afro
En el año 2013 se aprobó el proyecto de ley que instituye al 8 de noviembre como el "Día
Nacional de las/los Afroargentinas/os y de la Cultura Afro"(Ley Nº 26852).
La fecha elegida corresponde al fallecimiento de María Remedios del Valle afroargentina
llamada por las huestes como "Madre de la Patria" a quien el General Manuel Belgrano le
confirió el grado de Capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla.
Esto significó un avance en el reconocimiento de los aportes a la construcción de la patria
y de la identidad nacional de la comunidad afro.
Los procesos globales no tienen un sentido único, sino que cobran trascendencia y
significación en el marco de la trama de relaciones locales en la cual se desarrollan.
Organismos como la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, la UNESCO, etc., generan estadísticas, disposiciones, protocolos y tratados que
regulan las relaciones internacionales, y también la política interna de los países. Esto podría
entenderse como una simple imposición de lo global sobre lo local, y muchas veces estas
intervenciones han sido enfáticamente rechazadas por organizaciones políticas y sociales en
tanto profundizan la desigualdad y la exclusión. Pero al mismo tiempo, regulaciones y
articulaciones supranacionales pueden ser vehículos de transformación en lo local, en tanto y en
cuanto permiten enmarcar las problemáticas contextuales en procesos más amplios.
“Estamos lejos de la visión idílica de una aldea global en la cual cada quien está conectado
con todos los demás. Más bien, nuestro tiempo está marcado por una creciente conciencia de
flujos y procesos globales entre poblaciones fragmentadas. Historias mundiales e historias locales
se van entretejiendo cada vez más, al tiempo que se vuelven crecientemente contradictorias. La
homogeneización es, en el mejor de los casos, superficial.” (Trouillot, M.R., “La antropología del
Estado en la era de la globalización”. 2001:7)