Asunción Al Cielo de La Santísima Virgen María

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Agosto 15: Asunción al Cielo de la Santísima Virgen María

Agosto 15: Asunción al Cielo de la Santísima Virgen María

agosto 15, 2018 (forocatolico.wordpress.com)

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Agosto 15: Asunción al Cielo de la Santísima Virgen María

San Bernardo no halla reparo en decir que la Asunción de María es tan inefable como la generación
de Cristo.

(Transcrito de AÑo Cristiano/ Juan de Coisset)

Ya en fin llegó, carísimos hermanos míos, dice san Agustín, este día tan venerable para nosotros; este día que
excede todas cuantas festividades solemnizamos en honor de los santos; este día tan célebre; este clarísimo día
en que creemos que la Virgen María pasó desde este mundo a la gloria celestial: Adest nobis, dilectissimi
fratres, dies valde venerabilis, dies omnium sanctorum solemnitates praecellens, dies inclyta, dies
praenclara, dies in qua é mundo migrasse treditur virgo Maria. Resuenen en toda la tierra las alabanzas, los
festivos clamores de alegría en el día glorioso de su triunfante Asunción: Laudes insonet universa térra cum
summa exultatione, santae virginis illustrata excessu. Porque sería cosa muy indigna que no celebrásemos
con extraordinaria devoción, culto y aparato, la solemne fiesta de aquella por quien merecimos recibir al Autor
de la vida: Qua indignum valdé est, id illius recordationis solemnitas si apud nos sine máximo honor e,
perquam merunmus Auctorem vitae suscipere. Este es uno de los más célebres días del año, dice san Pedro
Damiano, por ser el dia en que la santísima Virgen, digna por su nacimiento del trono real, fue elevada por la
santísima Trinidad hasta el trono del mismo Dios, y colocada tan alto junto a la admirable Trinidad, que se
arrebata hacia sí los ojos y la admiración de los ángeles: Sublimis illa dies est, in qua Virgo regalis, ad
thronum Dei Patris evehitur, et in ipsius Trinitatis sede reposita, naturam angelicam sollicitat ad videndum.
A la verdad, el misterio de este día es superior a todas nuestras expresiones; y san Bernardo no halla reparo en
decir que la Asunción de María es tan inefable como la generación de Cristo : Christi generationem, et Maríae
Assumptionem quis enarrabit? Pasmados de admiración a vista de una gloria que tiene suspensos y como
embargados de asombro a los mismos ángeles, nos contentaremos con referir la historia de este admirable
misterio.

La opinión más recibida en la Iglesia, fundada en la tradición, es que, después de la Ascensión del Salvador a
los cielos y de la venida del Espíritu Santo, vivió la Virgen veintitres años y algunos meses más en este mundo.
Aunque era tan abrasado y vivo el deseo que tenia la Señora de seguir al cielo a su querido Hijo, consintió
quedarse en la tierra para el consuelo de los fieles, y para atender a las necesidades de la Iglesia recién nacida,
conviniendo que su presencia supliese de alguna manera la ausencia corporal de Jesucristo. Lo mucho que
podía en el cielo era de gran socorro a los fieles que vivían en la tierra, alcanzando aquellos primeros tiempos
de persecución, sosteniéndose su fe con la noticia y con el consuelo de que aun vivía entre ellos la Madre de su
Dios. Era la Virgen su oráculo, su apoyo y todo su refugio. Fortalecía su virtud, animaba su celo, enseñaba a los
doctores, dice el sabio Idiota, y era como el oráculo de los mismos apóstoles.Doctricem doctorum, magistram
apostolorum. Y el abad Ruperto asegura que en cierto modo suplía con sus instrucciones lo que el Espíritu
Santo no tuvo por conveniente descubrirles, habiéndoseles comunicado, por decirlo así, con limite y con
medida; y los santos padres convienen en que el evangelista san Lucas supo singularmente de boca de la
santísima Virgen las particulares circunstancias de la infancia del niño Jesús, que deió especificadas en su
evangelio, y que aun por eso se dice en él que María no dejaba perder cosa alguna de las que entonces pasaban,
conservándolas en su memoria y meditándolas en su corazón: Maria, conservabat omnia verba haec,
conferens in corde suo.

Durante el espacio de estos veintitrés años, la vida de la santísima Virgen fue un continuo ejercicio del más
puro amor y un perfecto modelo de todas las virtudes; una oración no interrumpida, y esta misma oración un
éxtasis perpetuo. Visitaba con frecuencia los sagrados lugares que el Salvador había santificado con su
presencia, cumpliendo los misterios de nuestra redención. Aunque esta divina Madre vivía en la tierra, su
corazón nunca se separaba de su amado Hijo, que habitaba en el cielo. Pasábanse pocos dias sin que Jesucristo
se le apareciese, y ninguno en que no conversase familiarmente con los ángeles, singularmente destinados a su
servicio; y aunque distante de la celestial Jerusalén, mientras duró su habitación en la tierra, gustaba
abundantemente de todas sus delicias.

Hacía casi doce años que residía en Jerusalén la santísima Virgen, cuando los apóstoles y los discípulos se
vieron precisados a retirarse de aquella ciudad por ia persecución que los judíos suscitaron contra los fieles. Y
si el maravilloso progreso que hacía el Evangelio la colmaba de gozo y de consuelo, se templaba mucho este
por el furor con que era perseguida la Iglesia. Cuando la Virgen dejó Jerusalén, se encaminó a Éfeso en
compañía de san Juan hacia el año 45 del Señor; pero sosegada.un poco la persecución, se restituyó a aquella
ciudad, en la cual permaneció el resto de su vida.

Mientras tanto, habiendo ya llevado los apóstoles la luz de la fe a casi todo el universo, y estando ya la Iglesia
sólidamente establecida en todas partes, parecía tiempo que la Virgen dejase ya la estancia de la tierra, que
consideraba como lugar de destierro. Suspiraba continuamente por aquel feliz momento, que la había de
volver a juntar para siempre con su querido Hijo; cuando un ángel, que se cree fue san Gabriel, le vino a
anunciar el día y la hora de su triunfo. Es cierto que, habiendo sido preservada del pecado original por especial
privilegio, como lambién de toda otra culpa durante su santísima vida, no estaba sujeta a la muerte, que es
pena del primero; mas habiéndose sujetado a ella Jesucristo, no quiso María eximirse de padecerla.

Seis circunstancias, a cual más prodigiosas, observan los santos padres en la Asunción de la santísima Virgen.

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Primera, su muerte, que muchos de ellos y algunos martirologios llaman sueño: Dormitio. Segunda , la
glorificación de su alma en el mismo momento de su separación. Tercera, la sepultura de su santo cuerpo en el
lugar de Getsemaní. Cuarta, su gloriosa resurrección tres días después. Quinta, su triunfante Asunción en
cuerpo y alma a los cielos. Sexta, su coronación en la gloria por la santísima Trinidad.

Algunos padres antiguos, y entre ellos san Epifanio, parece ponen en duda si murió la Madre de Dios, o si
permaneció inmortal. Autorizaban una duda tan bien fundada, así su inmaculada Concepción, como su divina
maternidad; pero la Iglesia en la oración de este día expresa con claridad que verdaderamente murió según la
condición de la carne: Quam pro conditione carnis migrasse cognoscimus. San Juan Damasceno dice que no
se atreve a llamar muerte a esta separación, sino sueño, a una unión más íntima con su Dios; un tránsito de la
vida mortal a la dichosa inmortalidad: Sacram tuam migrationem haud quaquam appellabimus morterri, sed
somnum, aut peregrinationem, vel, ut aptiori verbo utar, cum Deo prcesentiam. No separó, dicen los padres,
aquella purísima alma de su santo cuerpo, ni la violencia de la enfermedad, ni el desorden de los humores, ni el
desfallecimiento de la naturaleza; rompió aquella unión el puro amor divino, y obra suya fue la muerte de la
Virgen. Había encendido el Espíritu Santo en su corazón un amor tan abrasado, que fue un continuo milagro,
dice san Bernardo, la vida de María; no siendo posible que sin él sufriese el violento ardor de aquel divino
fuego. Cesó este milagro con su muerte. No quiso Dios suspender por más tiempo el efecto de aquel sagrado
incendio; dejóle obrar con toda su fuerza en aquel corazón sin mancha, santuario del divino amor. No pudo
naturalmente resistir por más tiempo a sus esfuerzos, y consumido a violencia de aquellos divinos ardores,
terminó sin dolor tan santa vida. O no había de morir la santísima Virgen, dice san Ildefonso, o había de morir
de amor.

Hallábase a la sazón en Jerusalén en la casa del cenáculo. Esparcida la voz entre los fieles de que la Madre de
Dios estaba para dejarlos, y para ir a ponerse en posesión del glorioso trono que su querido Hijo le tenía
preparado en la celestial Jerusalén, no es fácil expresar los contrarios afectos de gozo y de dolor que se
apoderaron a un mismo tiempo de todos sus corazones. Por una parte, se consideraban en vísperas de verse
separados de su querida Madre, que era todo su apoyo y todo su consuelo; por otra, reconocían que iba a
volverse a unir con su amado Hijo en el cielo, donde sería su abogada con Dios y toda su confianza. De todas
partes concurrieron a ella para recibir su última bendición. San Juan, como sagrado depositario de aquel
tesoro, no se apartaba un punto de su lado, solícito más que nunca de rendir todas las obligaciones de hijo a la
mejor de todas las madres. Estaba incorporada la Virgen en un humilde lecho, y desde allí consolaba a todos
los fieles que se hallaban presentes, dando nuevo aliento a su fe y exhortándolos a la perseverancia; cuando,
por un raro prodigio que ella sola tenía sabido que había de suceder, todos los apóstoles y algunos de los
discípulos que estaban esparcidos por el mundo, se hallaron milagrosamente trasladados al cuarto del
cenáculo para tributar sus últimos respetos a la Madre del Salvador. San Dionisio Areopagita, que se halló
presente, nombra a san Pedro, suprema cabeza de los teólogos; a Santiago, hermano del Señor; a los otros
príncipes de la jerarquía eclesiástica, y además de eso a san Heroteo, a san Timoteo y a otros muchos
discípulos de los apóstoles, de cuyo número era el mismo san Dionisio.

Juvenal, patriarca de Jerusalén, san Andrés, obispo de Creta, y san Juan Damasceno, con otros padres,
aseguran que los apóstoles fueron trasportados en una nube por ministerio de ángeles. En el tratado de la
muerte de la santísima Virgen, atribuido a san Meliton, obispo de Sárdica, se dice que la Señora tenía en la
mano una palma que el ángel le había traído cuando bajó a anunciarle el día y la hora de su muerte. Mientras
tanto, encendieron muchas velas todos los circunstantes; lodos se deshacían en lágrimas, consolándolos a
todos la santísima Virgen; y habiendo exhortado, así a los apóstoles como a los discípulos, a predicar el
Evangelio con el mayor celo y valor, asegurando a toda la Iglesia de su poderosa protección, vio aparecer al
Salvador, acompañado de todos los coros de los ángeles, que. venía a recibir su dichosísimo espíritu, y a
conducirle como en triunfo al lugar de la bienaventurada inmortalidad. Abrasada entonces el alma con lodo el
fuego del divino ardor, se desprendió por sí misma del cuerpo, y fue conducida en triunfo hasta el trono del
mismo Dios.

En el mismo punto en que expiró la santísima Virgen, se llenó todo el cuarto de una resplandeciente luz más
brillante que la del sol. Toda la milicia de la corte celestial, dice san Jerónimo, salió al encuentro de la Madre
de Dios, cantando himnos y cánticos en honor suyo, que fueron oídos de todos los que se hallaban en el
cenáculo; Militiam caelorum cum suis agminibus festive obviam venisse Genitrici Dei cum laudibus el
canticis. Y aquella alma tan pura, más santa que todos los ángeles y todos los santos juntos, fue elevada, dice
san Agustín, hasta el trono del soberano Señor del universo, muy superior a todas las celestiales
inteligencias:Angelicam transiens dignitatem, usque ad summi Regis thronum sublimata est. Ni era justo,
añade el mismo padre, estuviese colocada en otro lugar que en el inmediato al que ocupaba aquel Señor que
ella misma había dado a luz en este mundo: Non enim fas est alibi te esse quám ubi est quod a te genitum est.

Luego que rindió su espíritu la santísima Virgen, todos los circunstantes se postraron a sus pies regándolos con
sus lágrimas. Los fieles que se hallaban en Jerusalén y en su contorno concurrieron todos apresurados a
venerar aquel santo cuerpo, santuario del Verbo encarnado y arca del nuevo Testamento. Sanaron todos los
enfermos que se presentaron delante de él; y san Juan Damasceno, que trasladó a nuestra noticia todo lo que
llegó a entender de la tradición, dice que hasta los mismos judíos sintieron los efectos de su poder, y
participaron de sus milagros.

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Después que todos hubieron satisfecho su devoción, fue llevado el santo cuerpo al sitio donde se le había de
dar sepultura, que era el pequeño lugar de Getsemaní, distante trescientos pasos de Jerusalén. Llevaban el
féretro los santos apóstoles, y los seguía el resto de los fieles con velas encendidas, porque los judíos estuvieron
tan lejos de oponerse a esta pompa fúnebre, que antes bien ellos mismos se agregaron a ella para hacerla más
numerosa y más célebre, llenos todos de veneración a María. Fue depositado el santo cuerpo con gran respeto
en el sepulcro que estaba preparado, y este se cerró con una gruesa piedra. En una carta que Juvenal, patriarca
de Jerusalén, escribió al emperador Marciano y a la emperatriz Pulquería, dice que así los apóstoles como los
otros fieles, pasaban los días y las noches junto al sepulcro, sucediéndose unos a otros, y mezclando sus voces y
sus cánticos con los ángeles, cuyas suavísimas canciones no se dejaron de oír en todos aquellos tres días. Mas
no era conveniente, dice san Agustín, que el Salvador dejase en la sepultura un cuerpo, del cual el suyo había
sido formado, ni una carne, que en cierta manera era la suya: Caro enim Jesu, caro Maria. ¿Quién tendría
atrevimiento para imaginar que aquel Hijo de Dios que vino al mundo, no para quebrantar la ley, sino para
cumplirla, se dispensase en la más mínima obligación de las que deben los hijos a los padres? Nunquid non
pertinet ad benignitatem Domini Matris servare honorem, qui legem venerat non solvere, sed adimplere?

Pues ahora; aquella misma ley que manda honrar a la Madre, manda al mismo tiempo preservarla de todo lo
que puede ceder en su deshonor: Lex enim sicut honorem Matris praecipit, sic inhonorationem damnat. Pudo
Jesucristo, concluye el mismo santo, eximir de la corrupción al cuerpo de su santísima Madre; pues ¿quién se
atreverá a decir que no lo quiso hacer? Potuit eam a putredine et pulvere alienum facere, qui ex ea nascens
potuit Virginem relinquere. Es la corrupción del cuerpo oprobio de la naturaleza humana; miróla Jesucristo
con horror; y por consiguiente, lo mismo parece que debió hacer con su Madre: Putredo humanae est
opprobrium conditionis, a quo opprobrio cum Jesus sit alienus, natura Mariae excipitur, quam Jesus de ea
suscepisse probatur.

Con efecto, al tercer día, dice san Juan Damasceno con la mayor parte de los santos padres griegos y latinos;
como santo Tomás, el único de los apóstoles que no se había hallado presente a la muerte de la santísima
Virgen, desease ansiosamente ver el sagrado cuerpo, disponiendo Dios que no se hallase a la muerte de su
Madre, para proporcionar un medio natural de manifestar su gloriosa resurrección; y pareciéndoles muy justo
a los demás apóstoles darle este consuelo, se abrió el sepulcro; pero quedaron todos gustosamente
sorprendidos cuando no encontraron dentro de él sino los lienzos y los vestidos con que el santo cuerpo había
sido amortajado, exhalando de sí una fragancia exquisita: Post tres dies, dice san Juan Damasceno, angelico
cantu cessante, habiendo cesado al cabo de los tres días la celestial música de los ángeles: Qui aderant apostoli
(cum unus Thomas, qui abfuerat, venisset, et quod Deus susceperat corpuss adorare voluisset) tumulum
aperuerunt, sed omni ex parte sacrum ejus corpus nequáquam invenire potuerunt; cum ea tantum
invenissenl in quibus fuerat compositum; et ineffabili, qui ex his próficiscebatur, essent odore repleti
Asombrados a la vista de tan grande maravilla, cerraron el sepulcro, persuadidos que el Verbo divino, que se
había dignado hacerse hombre y tomar carne en el vientre de la santísima Virgen, no había permitido que su
cuerpo estuviese sujeto a la corrupción, antes quiso resucitarle tres días después de su muerte; y anticipándole
la resurrección general, le hizo entrar triunfante en la gloria: Loculum clauserunt, ejus myslerii obstupefacti
miraculo: hoc solum cogitare potuerunt quod cuit placuit ex María Virgine carnem sumere, et hominem fieri
et nasci, cum esset Deus Verbum et Dominus gloriae; quique post partum incorruptam servavit ejus
virginitatem, eidem etiam placuit et ipsius, postquam migravit, immaculatum corpus, incorruptum
servatum, translatione honorare, ante communem et universalem resurrectionem. Este es el común sentir de
la Iglesia, como lo publica todos los años en el oficio de la octava de esta fiesta. Por eso, dijo san Agustín,
exponiendo aquello del salmo 25: Non dabis sanctum tuum videre corruptionem, que aquel santo cuerpo en
que tomó carne el divino Verbo, no se podía creer fuese entregado en presa a los gusanos y a la podredumbre,
causándole horror sólo el pensarlo: Sentire non valeo, dicere perhorresco; y explicando san Juan Damasceno
aquello del Profeta: Surge, Domine, in requiem tuam, tu et arca sanctificationis tuae; ¿quién no ve, dice, que
la resurrección de que habla el Profeta, es la del Salvador y la de la santísima Virgen, aquella arca misteriosa
que encerró en su seno la fuente de la santidad?

¡Quién podrá comprender, exclama san Bernardo, la gloria con que subió al cielo la santísima Virgen! ¡con qué
raptos de amor le salieron al encuentro tantas legiones de ángeles! ¡con qué afectos de respeto y veneración!
¡con qué cánticos de alegría la acompañaron! Quis cogitare sujficiat quám gloriosa hodie mundi Regina
processerit; et quanto devotionis affectu tota in ejus occursum calestium regionum prodierit multiludo! Ni
hubo jamás en el mundo triunfo más glorioso, ni se conoció en él día más célebre, dice san Jerónimo, que este
día en que la Virgen fue elevada a los ciclos: Et haec est praesentis diei festivitas. Atrévome a decir, exclama el
bienaventurado Pedro Damiano, que, prescindiendo de la divinidad, la pompa y el aparato de la Asunción de
María fue mayor que el de la Ascensión del mismo Jesucristo: Audacter dicam, salva Filii majestate, Virginis
Assumptionem longe digniorem fuisse Christi Ascensione; pues en la Ascensión del Salvador solamente le
salieron a recibir los ángeles; pero en la Asunción de María, además de todos los espíritus angélicos, el mismo
Hijo de Dios salió al encuentro de su Madre, y la condujo hasta lo más elevado de los cielos. Pues qué nos
admiramos ya, dice san Bernardo, de que las celestiales inteligencias se quedasen como extáticas de pasmo,
preguntándose unas a otras: Quae est ista quae ascendít de deserto, deliciis affluens, innixa super dilectum
suum? ¿Qué mujer es esta? como si dijeran, ¿qué pura criatura igualará jamás la gloria y la santidad de esta
mujer que sube del desierto, colmada de dulcísimas delicias y apoyada sobre su mismo amado Hijo? El
recibimiento que Salomón hizo a su madre, no fue más que un imperfecto bosquejo, una oscura sombra del

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que el Salvador hizo hoy a la Virgen: Surrexil Rex in occursum ejus (dice la Escritura) adoravitque eam, et
sedit super thronum suum; posilusque est thronus Matris ejus quaes sedit ad dexteram ejus: Levantóse el Rey
de su trono, salióla a recibir, saludóla profundamente; y volviendo a ocupar su solio, puso el de su Madre a la
derecha del suyo. En el misterio de este día se verifica aquel prodigio que tanta maravilla causó en el cielo al
evangelista san Juan: una mujer vestida del sol, con la luna a sus pies, coronada su cabeza con doce estrellas
resplandecientes. Si el ojo del hombre no vio, dice san Bernardo. ni el oido oyó, ni cupo jamás en su
imaginación lo que tiene Dios preparado para los que le aman; ¿quién podrá nunca explicar ni aun
comprender la que preparó para su Madre, que ella sola le amó más que todos los hombres juntos, y a quien Él
ama más que a todas las criaturas? Quid paeparavit gignenli se? No es posible, dicen los padres, que persona
humana pueda explicar ni el exceso de la gloria, ni la elevación del trono de la Virgen. Ni esto debe causar
admiración, dice Arnaldo de Chartres: la gloria de María en cuerpo y alma en el cielo no es como la de los
demás; hace clase aparte; ocupa un lugar incomparablemente más elevado que el de los ángeles, pues la gloria
que posee María no solo es semejante a la del Verbo encarnado, sino en cierta manera la misma: Gloriam cum
Matre, non tam communem judico, quam eamdem.

La solemnidad de este día debe despertar nuestra devoción, dar nuevo aliento a nuestra fe y excitar nuestra
confianza. Nos trae a la memoria, dice san Bernardo, que tenemos en el cielo una reina, que al mismo tiempo
es nuestra madre; una medianera todopoderosa con el soberano medianero; y una abogada con el Redentor,
que ninguna gracia le puede negar (Serm. 2 de Adv.): Domina nostra, mediatrit, nostra, advócala nostra. Esta
es la escala de los pecadores, esta mi grande esperanza, esta el fundamento de toda mi confianza (Serm. de
Aqueductu.): Hac peccatorum haec mea magna fiducia, haec tota rato spei mea. Tu, oh Virgen santa, dice san
Agustín, eres, por decirlo así, la única esperanza de los pecadores; por ti esperamos el perdón de nuestros
pecados; en tu intercesión colocamos la esperanza de nuestro premio (Serm. 18 de Sanct.): Tu es spes única
peccatorum; per te speramus veniam delictorum, et in te, beatissima, nostrorum est exspectatio
proemiorum. Concediósele todo el poder en el cielo y en la tierra, dice san Anselmo; no hay cosa imposible
para aquella que puede resucitar la esperanza de la salvación en los mismos desesperados (De Laudib. Virg.):
Data est illi omnis potestas in caelo et in térra; nihil illi impossibile, qui possibile est relevare in salutis spem,
desperantes. Toda la esperanza, gracia y salud que tenemos, estemos persuadidos de que todo nos viene por la
intercesión y por el valimiento, de María (Ibid.): Si quid spei in nobis est, si quid gratiae, si quid salutis, a
María noverimus redundare. Si quieres asegurar siempre buen despacho, y que sean aceptadas tus oraciones,
acuérdate de ofrecer por manos de María todo lo que ofrecieres a Dios: Si non vis pati repulsam, per Mariae
manus offerre memento quidquid offerre vis Deo. Ella es la esperanza de los desesperados, dice san Efren,
puerto de los que naufragan, y único recurso de todos los que no tienen otro (De Laúd. Virg.): Spes
desperantium, portus naufragantium, et auxilio destitutorum única adjutrix. Todos los tesoros de las
misericordias del Señor están en sus manos, dice san Pedro Damiano: In manibus ejus sunt thesauri
miserationum Domini. En fin, ser devoto tuyo, oh bienaventurada Virgen María (dice san Juan Damasceno),
es tener armas defensivas, puestas por Dios en las manos de los que quiere salvar (Orat. de Assumpt.):
Devotum tibi esse, oh beata Virgo, est arma quaedam habere, quae Deus iis dat quos vult salvos fieri.

Estaba el sepulcro de la santísima Virgen en el lugar de Getsemaní y en el valle de Josafat, siendo el más
respetable y más digno de honor que había en el mundo, después del sepulcro de Cristo. Pero en tiempo de los
emperadores Tito y Vespasiano arruinaron de tal modo aquel santo lugar las tropas que se apoderaron de
Jerusalén, que después no les fue posible a los fieles reconocer el sitio donde había estado. Esta es la razón por
que san Jerónimo no hace mención alguna del sepulcro de la santísima Virgen, haciéndola de los sepulcros de
varios patriarcas y profetas que fueron visitados por santa Paula y santa Eustoquia. Descubrióse después,
andando el tiempo, no queriendo el Señor que aquel venerable sitio, santificado con tan sagrado depósito,
estuviese por más años oculto a la veneración de los fieles. Asegura Burchard, que él mismo le vio, pero tan
enterrado en las ruinas de otros edificios, que se bajaban sesenta escalones para llegar a él. Beda escribe que en
su tiempo ya se mostraba enteramente descubierto, y al presente se muestra a los peregrinos entallado en una
peña.

Siempre fue la fiesta de la Asunción una de las más solemnes de la Iglesia; y por lo que toca a la solemnidad va
a la par, por decirlo así, con las fiestas de la Epifanía y de Pascua. Pero en Francia se puede decir que se hizo
más célebre que en otras partes desde que Luis XIII, de gloriosa memoria (Bourd.) en el año de 1638, escogió
este día para consagrar su persona, su real familia y todo su reino a la santísima Virgen, no ya por un voto
secreto formado dentro de su corazón, sino por el más público y el más auténtico que hizo jamás algún
monarca cristiano; pues no de otra manera que David le hizo en presencia de su pueblo: In conspectu omnis
populi ejus; mandando que se publicase en todos los lugares de sus dominios, interesando en él a todos sus
vasallos, y queriendo que fuese de eterna memoria. Este es el origen y el fin de las santas procesiones que este
día se hacen en toda la Francia, y son otros tantos públicos testimonios de la protesta que hacen los reyes
cristianísimos de que quieren depender de María, reconociéndola por soberana suya mediante este culto
público y solemne.

Transcrito de forocatolico.wordpress.com. Todo mi agradecimiento.

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maria/

Un salduo. Cuídense mucho.

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