Ev - Unidad 0 - Ii Medio
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Texto 1
Contigo en la distancia
1. —No lo olvides nunca, yo soy tú —me dijo Jerome, cuando nos despedíamos en el aeropuerto
Charles de Gaulle.
2. Había sido él quien me había instado a viajar. Yo sola jamás hubiera reunido las fuerzas para salir de
mi enclaustramiento. A la vuelta de mi viaje, aunque la idea resultara inimaginable, nos casaríamos.
3. Frente a nosotros, un ventanal dejaba ver las colas de los aviones que parecían colgar del cielo.
4. Yo soy tú.
5. Eran las palabras que nos unían. Que nos habían unido siempre y que nos protegían del infortunio.
Como un conjuro. Yo era él y él era yo. Caminamos en silencio hasta la zona de embarque y nos
despedimos sin tocarnos. Su expresión era tranquila, segura. Yo no podía traicionar esa confianza
que él depositaba en mí. El día anterior me había despedido de mis padres en Grenoble, y el doctor
Noiret, mi psiquiatra, me había medicado para evitar que sufriera una crisis de pánico. Aun así, no
pude evitar decirle por enésima vez:
6. —No sé si pueda hacerlo, Jerome.
7. —Sí puedes, Emilia. Sí puedes —rozó mis labios con su dedo índice para que no volviera a repetirlo.
8. Ya en el avión, hundida en mi asiento, mientras miraba por la ventanilla la cama de nubes, fijé mi
imaginación en el rostro de rasgos pequeños de Jerome. Él había estado siempre allí. Él era la
especie humana, y todo lo que habitaba más allá de él no existía para mí. Pensé en esa vida sin alas,
pero sin descalabros, que habíamos forjado juntos. Es difícil conformarse con una vida así.
Ordinaria. Las cosas extraordinarias son emocionantes y nos llaman con sus trompetas y sus colores
vivaces. Pero son frágiles. Se quiebran.
9. Siempre lo habíamos entendido de esa forma, Jerome y yo. Sin embargo, ahora él me soltaba. Me
soltaba y a la vez me ataba con su proposición de casarnos. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué me había
instado a partir, alentándome con sus buenos augurios? Por bondad.
10. Sí, por bondad. Pero también —y este pensamiento afilado cruzó mi conciencia— porque habíamos
llegado a un punto en que debíamos movernos hacia algún sitio. Ambos teníamos veinticuatro años,
y el presente, cuando eres joven, necesita abrirse a ese mar de posibilidades futuras que aún no
existen.
11. Oportunidades que hay que salir a buscar.
12. Había llegado hasta ahí cogida de su mano. Pero ahora él y nuestro mundo protegido, de bordes
gastados por el uso y el tiempo, desaparecían bajo las nubes. Me costaba respirar. Pedí un vaso de
agua. Antes de marcharse, el sol comenzó a crecer. Su luz dura rebotaba en algún lugar para
estrellarse con tal intensidad en mi ventanilla que tuve que ponerme las gafas de sol. Abajo me
pareció ver el mar. Fragmentos que semejaban espejos de agua. Desde la distancia, si aquel era el
mar, no poseía la violencia que de niña me había atemorizado.
13. Recordé el mar de La Serena, la ciudad donde mi madre había nacido. De niña yo había estado ahí
un par de veces. Vi las olas levantándose con su textura escamosa. Vi a mi madre, que corría a
sumergirse en el corazón de la muralla de agua, para luego hundirse bajo el estampido de mil
partículas brillando a contraluz. Vi a mi padre junto a mí, los dos quietos sobre la arena, sosteniendo
la respiración, imaginando que la ballena gigante se la había tragado para siempre. Al ver por fin su
cabeza oscura emerger al otro lado del estallido, agitando los brazos para nosotros a la distancia,
reconocíamos una vez más su energía indomable. Esa que la había llevado tantas veces lejos de
nosotros. Lejos de la mirada vigilante y a la vez derrotada de mi padre.
14. Estas eran las imágenes que primaban de ese país lejano donde había nacido mi madre y adonde
ahora me dirigía. Ella esfumándose y luego apareciendo. La mano de mi padre junto a la mía sin
tocarme. Nuestras sonrisas unidas en silencio, corroborando el hecho de que, sin importar nuestra
composición genética, él y yo estábamos varados en la misma orilla.
15. Ahora esos pedazos de mar aparecían tranquilos, en su propio silencio.
16. Pensé que todas las cosas tenían otra realidad, una que yo hasta entonces no había visto.
Carla Guelfenbein, Contigo en la distancia. Barcelona: Alfaguara (2015) (fragmento adaptado).
5. En el octavo párrafo, la expresión “esa vida sin alas, pero sin descalabros” alude a una vida
A) tranquila y estable.
B) monótona y aburrida.
C) emocionante y cambiante.
D) insatisfactoria y frustrante.
8. ¿Cuál es el propósito por el cual el texto, en el cuarto párrafo, afirma “Yo soy tú”?
A) Explicar por qué Jerome conocía tan bien a Emilia.
B) Diferenciar la identidad de Emilia de la de su pareja.
C) Reforzar la idea de que Jerome y Emilia estaban muy unidos.
D) Enfatizar la cualidad que para Emilia era más importante en una relación.
9. Podemos inferir que la razón por la cual la narradora dice estar varada en la misma orilla
que su padre es que ellos
A) se sentían desplazados por diferentes nacionalidades.
B) compartían similitudes provenientes de la genética.
C) eran incapaces de lograr cercanía con la madre.
D) consideraban que tenían mucho en común.
10. ¿Cuál de los personajes mencionados en el texto es de La Serena y tiene una energía
implacable?
A) Emilia.
B) Jerome.
C) El padre de Emilia.
D) La madre de Emilia.
11. El doctor Noiret medicó a la protagonista con el propósito de que
A) no empeoraran sus problemas familiares.
B) pudiera dormir durante el viaje en avión.
C) no sufriera una crisis de pánico.
D) pudiera alejarse de Jerome.
Texto 2
1. La observé mientras subía en la estación de Florencia. Deslizó la puerta de cristal para abrirla y, una
vez dentro del vagón, miró a su alrededor y tiró inmediatamente la mochila en el asiento vacío al lado
del mío. Se quitó la chaqueta de cuero, soltó el libro en inglés que estaba leyendo, colocó una caja
blanca cuadrada en el portaequipajes y se dejó caer en el asiento en diagonal frente a mí con lo que
parecía un nervioso mal genio. Me hizo pensar en alguien que acabara de tener una discusión
acalorada segundos antes de montarse en el tren y siguiera rumiando las palabras hirientes que ella u
otra persona había dicho antes de colgar.
2. Cayó en una especie de estupor molesto y miró Florencia con apatía a través de la ventanilla mientras
el tren salía de la estación Santa María Novella. Durante un instante, pareció tan desamparada que,
con la vista aún clavada en mi libro abierto, me sorprendí haciendo un esfuerzo para que se me
ocurriera algo que decir, aunque solo fuese para ayudar a distender lo que tenía toda la pinta de ser
una tormenta a punto de estallar en nuestro rinconcito al final del vagón. Luego me lo pensé dos
veces. Mejor dejarla tranquila y seguir con mi lectura. Sin embargo, la pesqué mirándome y no pude
contenerme.
3. —¿Por qué tan sombría? —pregunté.
4. Solo entonces caí en la cuenta de lo inapropiado que debió de sonarle mi pregunta a una completa
desconocida en un tren, por no hablar de que parecía a punto de explotar a la más mínima
provocación. Lo único que hizo fue quedarse mirándome, con un destello perplejo y hostil en la
mirada que presagiaba las palabras exactas que me bajarían los humos y me pondrían en mi lugar.
5. —No, sombría no, solo pensativa —dijo.
6. Me dejó tan atónito el tono amable de su respuesta, un tono casi atribulado, que me quedé más
anonadado que si me hubiese insultado.
7. —Puede que pensar me haga parecer sombría.
8. —Entonces, ¿en realidad estás pensando en algo alegre?
9. —No, alegre tampoco —contestó.
10. Sonreí, pero no dije nada, arrepentido ya de mi broma frívola y condescendiente.11. —Quizá
sean pensamientos un poco sombríos, después de todo —añadió, dándome la razón con una risa sutil.
12. Me disculpé por mi falta de tacto.
13. —No pasa nada —dijo, ojeando ya el comienzo del campo por la ventanilla.
14. Le pregunté si era estadounidense. Lo era.
15. —Yo también —dije.
16. —Me he dado cuenta por el acento —añadió sonriente.
17. Le expliqué que llevaba viviendo en Italia casi treinta años, pero que no podía deshacerme del acento
por más que lo intentara. Los dos nos dirigíamos a Roma.
18. —¿Por trabajo? —pregunté.
19. —No, por trabajo no. Es por mi padre. No está bien —luego, levantando la mirada hacia mí, dijo—:
Supongo que por eso se me ve sombría.
20. —¿Es grave?
21. —Creo que sí.
22. —Lo siento —dije.
23. Se encogió de hombros.
24. —¡Así es la vida!
25. Luego, cambiando de tono, dijo:
26. —¿Y tú? ¿Placer o negocios?
27. El tema me hizo sonreír, y le expliqué que me habían invitado a dar una conferencia en la
universidad, pero que también iba a encontrarme con mi hijo, que vivía en Roma y me iba a recoger
en la estación.
28. —Seguro que es un chico encantador.
29. Comprendí que intentaba ser ingeniosa, pero me gustaba aquella actitud relajada y despreocupada que
transitaba entre lo hosco y lo vivaz y asumía que la mía lo hacía también. Su tono cuadraba con su
ropa informal: botas de montaña gastadas, pantalones vaqueros, una camisa rojiza desteñida a medio
desabotonar sobre una camiseta negra y nada de maquillaje.
30. No me sorprendió que la conversación decayera. Hora de volver a nuestros respectivos libros. Pero,
entonces, se volvió hacia mí y me preguntó:
31. —¿Estás emocionado por ver a tu hijo?
32. Quizá simplemente no le apetecía leer. Estaba esperando que le respondiera.
33. —Entonces, ¿estás contento...tal vez? ¿Nervioso...tal vez?
34. —Nervioso no, o a lo mejor un poco —dije—. A un padre siempre le asusta ser una imposición, por
no decir una molestia.
35. —¿Crees ser una molestia?
36. Me encantó que mi respuesta la hubiese pillado por sorpresa.
37. —Puede que lo sea. Por otra parte, reconozcámoslo, quién no lo es.
38. —No me parece que mi padre sea una molestia.
39. ¿La habría ofendido, quizá?
40. —Entonces lo retiro —dije.
41. Me miró y sonrió.
42. —No tan rápido.
43. Estaba a punto de halagar su capacidad de comprender tan bien a la gente cuando le sonó el teléfono.
Me había acostumbrado ya a las interrupciones constantes de los móviles, a que fuese imposible
tomar un café con los estudiantes o charlar con mis compañeros o con mi hijo sin que se colara una
sola llamada; salvado por el teléfono, acallado por el teléfono, desplazado por el teléfono.
44. —Hola, papá —dijo en cuanto descolgó.
45. Creí que había contestado enseguida para evitar que el volumen del sonido molestase a los demás
pasajeros, pero me sorprendió lo mucho que gritaba.
46. —Es el tren. Se ha parado, no tengo ni idea de cuánto tiempo, pero no deberían ser más de dos horas.
Nos vemos pronto. —El padre le preguntó algo—. Por supuesto que sí, cómo me iba a olvidar. —
Silencio—. Yo también. Mucho mucho.
47. Colgó y tiró el móvil dentro de la mochila, como diciendo: Ya no nos van a interrumpir más. Me
sonrió incómoda.
48. —Padres —dijo después, como queriendo decir: Son todos iguales, ¿no es verdad?, pero luego se
explicó—: Lo veo todos los fines de semana, soy la encargada del fin de semana. Mis hermanos y su
cuidador se encargan de él entre semana. —Antes de dejarme decir algo, me preguntó—: Entonces,
¿te has engalanado para el acontecimiento de esta noche? 49. —¿Parezco engalanado? —respondí.
50. —Bueno, ¿el pañuelo en el bolsillo, la camisa bien planchada, sin corbata, pero con gemelos? Yo
diría que te lo has pensado un poco.
André Aciman, Encuéntrame. Trad. Inmaculada C. Pérez Parra. Madrid: Alfaguara (2020) (fragmento
adaptado).
14. A partir de lo expresado en el relato, ¿cómo considera el protagonista a la mujer del tren?
Como
A) responsable y cariñosa.
B) relajada y perceptiva.
C) hosca y melancólica.
D) sombría y agresiva.
II. Selección Múltiple: Lea comprensivamente los textos líricos y las preguntas
correspondientes, luego selecciona la alternativa correcta.
21. La expresión… “Eres un arco iris de múltiples colores, tu Valparaíso puerto Principal”,
se refiere simbólicamente a que Valparaíso es: