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Antonio Ariño
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RESUMEN
El artículo pretender efectuar una revisión crítica de la prolífica literatura acerca de las ideo-
logías. Se adentra en un campo de las ciencias sociales, especialmente de la sociología de la cultu-
ra, en el que abunda el ensayismo y la polisemia léxica, con la intención de imponer rigor analíti-
co. Para ello se construye una tipología de las principales concepciones de la ideología, diferen-
ciando cuatro grandes modelos conceptuales: cognitivo-crítico, político-crítico, político-neutro y
cognitivo-neutro o semiótico. Se describe y examina cada una de estas concepciones. Y, final-
mente, se opta por una concepción político-crítica, que restringe el campo de acción del análisis
de la ideología a los procesos de utilización de las formas simbólicas en contextos de dominación
y con propósitos de legitimación. Esta concepción implica a su vez una redefinición de concep-
tos como discurso, cosmovisión y narrativa.
«La ideología ha llegado a ser hoy, y por buenas razones, un término irre-
mediablemente caído.» Según la categórica sentencia de Bell, «la ideología es
una palabra en desuso» (1992: 453). En una época de rampante pragmatismo,
se ha convertido en un término caduco. Por su parte, Baudrillard, y con él el
postestructuralismo, sostienen que donde imperan los simulacros, no hay lugar
para la ideología (ver Larrain, 1994: 110).
Pero, curiosamente, un simple repaso a los numerosos títulos de publicacio-
nes que han aparecido en los últimos veinticinco años y que incluyen el tér-
mino ideología o el derivado ideológico en el enunciado del titular obliga a poner
en entredicho dicha conclusión: al menos en ese sentido, no ha habido un fin
de las ideologías. Algunos de estos titulares son sorprendentes, como, por ejem-
plo, Relaciones laborales en empresas ideológicas, La afasia y la polarización ideoló-
gica en torno al sistema nervioso central en la primera mitad del siglo XIX o El mar-
xismo, ideología fría. Unos pocos están dedicados a la pura teoría y al debate
escolástico. La gran mayoría se centran en el estudio de las ideologías en cam-
pos tan dispares como la política, el derecho, la lengua o los medios de comuni-
cación, y por el tenor del enunciado intuimos que asumen un concepto crítico.
Sucede de forma similar con un cuarto grupo que se centra en los «aspectos ide-
ológicos» de ciertas prácticas sociales (desde el fútbol a la domesticidad, pasan-
do por la medicina, el urbanismo, la biología o incluso la física) y donde ideolo-
gía aparece como sinónimo de discurso en su acepción postestructuralista. En
cambio, muchos otros manejan un significado más neutro y analizan el sistema
de creencias de algún movimiento social específico (anarquismo, blasquismo,
islamismo). En unos pocos casos, finalmente, una somera comprobación del
contenido nos induce a pensar que la inclusión del término en el título obedece
a razones estéticas, cuando no pura y falazmente comerciales.
Tras esta mirada panorámica, no es posible evitar una impresión de caos
lingüístico, de confusión babélica. Por si fuera poco, en la vida cotidiana y la
lucha política, ideología funciona como arma arrojadiza para sellar las opinio-
nes del adversario con el estigma de la irracionalidad. Esta situación ha llevado
a algunos autores a reconocer que nos hallamos ante el vocablo que «ha susci-
tado más dificultades» en las ciencias sociales (Abercrombie et al., 1987: 213;
Lewins, 1989: 679; Boudon, 1989: 17; McLellan, 1995: 1). Tomarlo como
objeto de análisis puede ser tan temerario y peligroso como adentrarse por un
campo minado, pero en la medida en que el estudio de la vida social pretenda
ser científico habrá de asumir un uso más estricto, riguroso y preciso de su
léxico. Por este motivo, nos sentimos obligados a reflexionar sobre su validez
como herramienta teórica.
Comenzaremos nuestra argumentación abordando la complejidad del pro-
blema con un ejemplo tomado de las representaciones sociales sobre el trabajo.
En la sociedad feudal fue usual legitimar el significado y relevancia de éste
recurriendo a referencias bíblicas como el exemplum de Marta y María y la
expulsión del Paraíso. Según la enseñanza que se extraía de ellas, el trabajo era
un castigo acarreado por el pecado original y la devoción debía anteponerse a
la obligación. ¿En qué sentido podríamos afirmar que esta imagen es ideológi-
ca?, ¿en tanto que constituye una visión del mundo operante en una sociedad
determinada?, ¿en tanto que consiste en una representación falsa del trabajo
manual como castigo, al atribuir el sudor y el esfuerzo a una sanción divina?, o
¿en tanto que legitima la posición social preeminente del clero y la nobleza en
la sociedad estamental?
En el seno del feudalismo surge la burguesía. Esta clase tiene una experien-
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natural de las ideas», una disciplina positiva, útil y susceptible de rigurosa exacti-
tud; después, pasó a nombrar el proceso de legitimación simbólica de la domina-
ción; seguidamente, los sistemas de creencias mediante los cuales se representan
intereses sociales y se motiva a los sujetos humanos para la acción colectiva (deter-
minación social) y, finalmente, cualquier visión del mundo. Para Destutt de
Tracy, encarnaba el proyecto de la razón ilustrada, pero Napoleón primero, el
movimiento reaccionario de De Bonald y Chateaubriand después, y luego el mar-
xismo, identificarían la ideología con una doctrina abstracta y especulativa, divor-
ciada de la realidad. Este concepto de un conocimiento distorsionado, errado,
persiste en Mannheim, pese a su intento de fundar una concepción no valorativa.
Y se reproduce también en los teóricos del fin de las ideologías, que la definen
como una forma de simplificación, de engaño, una redecilla que envuelve a las
personas y hace opaco el resto del mundo. Justamente, por las mismas fechas,
pero completamente al margen de ese debate, autores como Lenski y C. Geerzt
acuñan un concepto estrictamente neutro y general.
Geertz publica en 1964 su conocido e influyente artículo «La ideología como
sistema cultural», y Lenski, Poder y privilegio en 1966. Curiosamente, en sus obras
no hay referencias cruzadas, pero su visión es muy similar. Lenski, influido por
Mosca, quien sostenía que la clase dominante siempre tiende a justificar su poder
apoyándose en mitos y creencias y que no se puede regir una sociedad ni cimentar
poderosamente su unidad sin alguna «gran superstición» o «ilusión general» (véase
Mosca, 1984), considera necesarias las ideologías para la justificación moral del
ejercicio del poder, una estrategia eficaz para transformar la simple fuerza en dere-
cho, para proporcionar un aura de legitimidad al privilegio (Lenski, 1969). En
Human Societies, publicado en 1970, no sólo acuña un concepto neutro, sino
también general: la ideología no es más que la información utilizada para inter-
pretar la experiencia y ordenar la vida social.
Idéntico es el planteamiento de Cliford Geertz, aunque con mayor funda-
mento teórico. Para Geertz, las concepciones que identifican la ideología con
«patologías» comparten una teoría del lenguaje muy deficitaria, al reducirlo a
una función meramente pictórica y reproductora de la realidad. La metáfora se
caracteriza, nos dice Geertz, porque transgrede las significaciones corrientes y
literales y, por tanto, extiende el lenguaje al ampliar su alcance semántico y
«suele ser más efectiva cuanto más falsa es». Del mismo modo, el símbolo o las
figuras ideológicas derivan su fuerza de «la capacidad de aprehender, formular
y comunicar realidades que se sustraen al templado lenguaje de la ciencia»
(1987: 184). De aquí su definición de ideologías: éstas son «mapas de una rea-
lidad social problemática y matrices para crear una conciencia colectiva». Las
ideologías desempeñan la función de «definir (u oscurecer) las categorías socia-
les, estabilizar (o perturbar) las expectativas sociales, mantener (o minar) nor-
mas sociales, fortalecer (o debilitar) el consenso social, y aliviar (o exacerbar)
tensiones sociales» (1987: 178). La ideología no es, pues, la contrafigura de la
ciencia. Más bien, una y otra son dos estrategias simbólicas diferentes que pue-
den adoptarse legítimamente ante una misma situación: la ciencia tiende a ser
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FIGURA 1
dimensión
fundamental
cognitiva práctica
DISTORSION LEGITIMACION
de DOMINACION
crítica
son
contingentes
normativa
pretensión
IDEOLOGIA
son
constitutivas
neutra
LEGITIMACION
VISION del MUNDO del PODER
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CUADRO 1
A) Cognitiva crítica
B) Política crítica
D) Semiótica neutra
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De acuerdo con ella, no existen sistemas de creencias que sean per se,
intrínsecamente, ideológicos. La ideología es aquel aspecto o característica de
los sistemas de significado que sirve para legitimar la dominación, para soste-
ner el privilegio. Coinciden en este concepto determinadas corrientes del mar-
xismo, igualmente sociólogos críticos como Bourdieu, Giddens, J. B. Thomp-
son, K. Thompson, Fairclough o McLellan, y autores más difíciles de clasificar
como Lenski. Por ello mismo, sería un error imputar esta conceptualización en
exclusiva al marxismo. Al respecto resulta muy ilustrativo el siguiente texto de
Gaetano Mosca:
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res de la clase dominante: «Hay buenas razones —nos dice— para creer que, a
lo largo de la historia, en muchas sociedades los intereses de sólo una pequeña
minoría de sus integrantes estuvieron identificados de modo significativo con
los de la sociedad total.» Y en otro pasaje afirma que los miembros de las clases
políticamente dominantes tienen más facilidad que los de otras clases para
«reconocer» la convergencia de los intereses del individuo y los de la sociedad
(«Lo que es bueno para la General Motors es bueno para el país, y viceversa»).
«Las leyes —nos dice— pueden redactarse siempre de manera que favorezcan a
cierto segmento particular de la sociedad. Anatole France vio esto con claridad
cuando escribió: “En su majestuosa igualdad, la ley prohíbe tanto al rico como
al pobre dormir bajo los puentes, pedir limosna en la calle y robar pan”... Las
leyes pueden redactarse de tal modo que protejan los intereses de la élite, aun-
que estén plasmadas en términos muy generales, universalistas» (Lenski, 1969:
49, 55 y 65).
Dos críticas fundamentales se han dirigido a los autores representativos de
esta corriente: por un lado, se les acusa de postular un concepto consensual de
la dominación; de otro, identifican ideología con intereses de clase, pero sólo
atribuyen formaciones ideológicas a la clase dominante.
En relación con la primera crítica, conviene señalar que los autores más
recientes que postulan esta definición (Lenski, Thompson, Fairclough, Gid-
dens) no comparten algunos aspectos decisivos de la tesis de la ideología domi-
nante: la concepción de la ideología como dominación no implica a priori la
existencia de la ideología dominante ni, menos aún, que ésta sea la única
forma de conciencia posible en una sociedad dada.
Se critica la identificación y confusión entre integración social e integra-
ción del sistema o, dicho en otros términos, entre orden normativo y orden
fáctico. Los teóricos de la ideología dominante tienden a ofrecer «una visión
sobreintegrada de la sociedad en la que la ideología forja un total sin fisuras»
(Abercrombie et al., 1987: 181), lo que plantea una grave dificultad para expli-
car el conflicto y las resistencias (Turner, 1980: 78; K. Thompson, 1986;
Archer, 1988). Pero, además, la existencia de determinado grado de estabilidad
no depende necesariamente de la ideología. De hecho, las clases sociales tienen
cosmovisiones que son diferentes y contrapuestas, pero están unidas por una
red de relaciones sociales objetivas: la coerción sorda de las relaciones econó-
micas (Marx), la división del trabajo (Durkheim), la naturaleza coercitiva de la
ley y la política (Mosca), el hábito y la costumbre (Lenski). Por otra parte,
dichas teorías suelen caer en la falacia internalista que implica ignorar que los
procesos de recepción y apropiación son inevitablemente una tarea hermenéu-
tica y contextual (K. Thompson, 1992: 352; Fairclough, 1992: 28; Wilson,
1993; J. B. Thompson, 1990 y 1995).
Admitiendo esto, es decir, que todas las clases y grupos sociales tienen una
forma de conciencia práctica que no es reductible a una ideología dominante,
sin embargo, muchos autores restringen el término ideología para designar
solamente el sistema de ideas que conserva y legitima el statu quo y que oculta
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1974; Wilson, 1992). Así, por ejemplo, Ball y Dagger la defienen como «un
conjunto de creencias bastante coherente y comprensivo que explica y evalúa
las condiciones sociales, ayuda a la gente a comprender su lugar en la sociedad
y proporciona un programa para la acción social y política» (1995: 9). Este es
el uso que se ha impuesto entre los politólogos y los teóricos de los movimien-
tos sociales (Laraña y Gusfield, 1994; Scott, 1990; Newman, 1995; Vincent,
1992). Para estos últimos, la ideología constituiría, junto con la estructura
organizativa y la estrategia, uno de los elementos característicos de todo movi-
miento social (por ejemplo, la no violencia gandhiana sería un elemento de la
ideología del movimiento de Martin Luther King, pero otro lo constituiría su
mesianismo basado en el sueño americano fundacional).
Desde el punto de vista de la extensión, nos hallamos ante una concepción
restrictiva —«sólo un tipo particular de creencias o aspecto de los sistemas de
creencias son ideológicos»—, aunque tendencialmente universal —«todas las
formas de legitimación de poder son ideología»—. Pero una vez dado ese salto
hacia la neutralidad, algunos autores se preguntan: ¿por qué deberíamos res-
tringir el campo del análisis ideológico en vez de ampliarlo a todas las formas
de conocimiento y a todas las prácticas de significación? Así emerge la cuarta
perspectiva.
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FIGURA 2
UIDO
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EPISTEMOLOGI
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FIGURA 3
PODER
dominación
ideo l o g í a s
CULTURA
sociohistórica
existencial
i d ntidad DISCURSOS
se n t i o
subordinación
La cultura (eje horizontal) produce tanto sentido (es decir, significado o siste-
mas de creencias y orientación o sistemas de valores) como identidad (constitu-
ción de sujetos personales o colectivos). Y proporciona significado tanto para las
dimensiones meramente existenciales (como ser sexuado, ser mortal, tener una
edad) como para las dimensiones sociohistóricas (pertenecer a una tribu o una
nación, tener una u otra profesión, ser miembro de una iglesia, club, partido o
movimiento). Para ello cuenta con visiones del mundo o cosmovisiones, que son
sistemas de creencias articulados, y con narrativas, que son estructuras lingüísti-
cas que exponen en forma de relato la trama de un conjunto de acontecimientos.
Estos pueden ser fundantes o etiológicos (mito), ficticios (narración literaria) o
referirse al pasado humano (narración histórica). Unas y otras, cosmovisiones y
narrativas, proporcionan información de muy diversos tipos, unas y otras tienen
componentes cognitivos y prácticos, unas y otras son formas de discurso.
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FIGURA 4
PODER
dominación
i deologías
RACISMO GLOBALISMO
CULTURA
sociohistórica
existencial
id ntidad
se n t i o
NATURISMO NACIONALISMO
subordinación
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Aquí se nos describen dos clases de ideas: a) los supuestos acerca de la con-
figuración de la sociedad actual (defensa de una sociedad más o menos iguali-
taria); b) las aserciones que legitiman las tesis neoconservadoras (interpretación
de la política monetaria como una cuestión estrictamente técnica). Si aplica-
mos el término de ideología a las primeras, manejamos un concepto político-
neutro; si a las segundas, un concepto político-crítico, ya que analizamos uno
de los modus operandi de la legitimación del privilegio.
Estoy persuadido de que, por un principio de economía léxica, se asentará
y persistirá el uso neutro de ideología para designar sistemas de pensamiento
sociopolítico y sistemas de creencias y valores de los movimientos sociales.
Pero creo que el análisis ideológico, como desvelamiento de la utilización de
las formas simbólicas al servicio de los privilegios y la dominación, puede y
debe ocupar un lugar legítimo dentro de las ciencias sociales, mientras que
para analizar sistemas de valores, sistemas de creencias y relatos de identidad
son más adecuados conceptos como cosmovisión, narrativa y discurso.
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ABSTRACT
This paper aims to effect a critical revision of the prolific literature that exists on the subject
of ideologies. The author explores a field of the social sciences, more particularly that of the
sociology of culture, in which essay-writing and lexical polysemy abound, with a view to impo-
sing analytical rigour. To this end, a typology of the main conceptions of ideology is built, diffe-
rentiating between four large conceptual models: cognitive-critical, political-critical, political-
neutral and semiotic. After describing and examining each of these conceptions at length, the
author opts for a political-critical conception which restricts the field of ideology analysis to the
use of symbolic forms in contexts of power and for the purpose of legitimation. Meanwhile, this
approach involves redefining concepts such as discourse, cosmovision and narrative.
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