JASPERS, KARL - La Práctica Médica en La Era Tecnológica (OCR) (Por Ganz1912)
JASPERS, KARL - La Práctica Médica en La Era Tecnológica (OCR) (Por Ganz1912)
JASPERS, KARL - La Práctica Médica en La Era Tecnológica (OCR) (Por Ganz1912)
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LA PRACTICA
MEDICA
EN LA ERA
TECNOLOGICA
por
Karl Jaspers
Título del original en alemán:
Der Arzt im technischen Zeitalter
© by R. Piper GmbH & co. KG, München/Zürich, 1986
© by Editorial Gedisa
Muntaner, 460, entlo., 1*
tel. 201 6000
08006 - Barcelona, España
ISBN: 84-7432-298-7
Depósito legal: B. 8.236 - 1988
Impreso en España
Prtnted in Spain
https://www.facebook.com/groups/417603588391937/
ganzl912
INDICE
9
debe vencerla y el médico se une al paciente para
enfrentar a este indeseable proceso natural. En
unanimidad con el paciente, el médico lo ayuda en
base a su fundado saber científico. Lo instruye y
entonces éste comprende qué le sucede y coopera
en la aplicación de la terapia razonable. Conscien
te, se deja convencer en caso de duda o rechaza la
intervención médica que le proponen.
Esta acción médica .se sustenta sobre dos co
lumnas: por un lado en el conocimiento científico
y la capacidad técnicas, por otro en la ética de la
humanidad. El médico nunca olvida la dignidad
del enfermo y su derecho a decidir, ni el valor in
sustituible de cada individuo.
La ciencia se trasm ite expresamente
a través de la instrucción en su más vasta exten
sión, en cambio, la humanidad del médico es tras
mitida en todo momento, inadvertidamente por la
personalidad del facultativo a través de su mane
ra de obrar, de hablar, por el espíritu de una clíni
ca, por esa silenciosa y tácita atmósfera presente
de lo pertinente a la práctica médica. A la enseñan
za hay que planificarla. Se hace cada vez más cla
ra y didáctica. La investigación científica aumen
ta el conocimiento y la capacidad se tom a más crí
tica y metódica. Por el contrario, la humanidad no
admite planificación. Se desarrolla renovadamen-
te sin un progreso básico en cada médico, en ca
da clínica a través de la realidad del médico huma
no. Rige para ella la regla enunciada en el siglo xvii
por el gran médico inglés Sydenham: “Nadie ha si
lo
do tratado por mí de manera distinta a la que yo
quisiera ser tratado si me enfermara del mismo
mal".
Este bello y sencillo concepto ha sido puesto
en tela de juicio por los recientes adelantos.
La especialización no puede hacerse retrógra
da. La incrementación de la capacidad tiene la ten
dencia a confinar al especialista a modalidades de
pensamiento circunscritas. Un paciente es some
tido a una larga serie de métodos de estudio y tra
tamientos especializados, pero éstos dañan su
buen sentido si no son supervisados por la mira
da rectora del médico que tiene una visión global
del individuo y de su situación real.
La especialización científica impone la re
forma de la instrucción. Un grupo de materias es
peciales se suman a la formación en el pensa
miento biológico. El tiempo del estudiante está tan
colmado por los planes de estudio que la dis
tracción por la multiplicidad de lo que se debe
aprender impide la reflexión profunda. Los im
pulsos intelectuales de la juventud, que necesitan
de la libertad, son coartados por los planes didác
ticos que a modo de andadores guían el estudio y
por el enorme esfuerzo que se exige a la memoria.
Los exámenes prueban cada vez menos la capa
cidad de discernimiento, que ya durante la ense
ñanza no se ejercita de manera alguna en corre
lación con la cantidad de los conocimientos. Exis
ten hoy en día auténticas y grandiosas concepcio
nes biológicas. Sin embargo, la tendencia general
ll
parece contraria. En todo el mundo se educa gen
te que sabe mucho, que ha adquirido particular
destreza, pero cuyo juicio autónomo, cuya facul
tad para un sondeo exploratorio de sus pacientes
son escasos.
Estas tendencias a la especialización y al
adiestramiento constituyen las tendencias gene
rales de la época. Por todas partes la técnica da ori
gen a grandes empresas, se generaliza el trato con
las masas, que lleva a una nivelación por la cual los
hombres se convierten en piezas de una maquina
ria. La aparatización agosta la facultad del juicio,
la riqueza del poder ver, la espontaneidad perso
nal.
La relación de médico y enfermo también es
absorbida por la gran industria. La necesidad ine
vitable de las obras sociales y el enorme desarrollo
de las clínicas amenazan la antigua relación del
médico particular respecto del paciente particu
lar.
Ser médico hoy en día no sólo es tan difícil por
esta tendencia general de nuestra era, sino tam
bién por las cuestiones insolubles que surgen co
mo tales en la práctica de la medicina, sólo que
ahora bajo una nueva forma. Echémosle una ojea
da.
La relación entre médico y paciente corres
ponde a la idea del trato de dos personas razona
bles, durante el cual el científico entendido asiste
al enfermo.
Esto significa que el individuo razonable quie-
12
re y puede comprender y comportarse en conse
cuencia cuando el experto en la materia lo infor
ma.
Significa además que el paciente razonable
sólo acepta la terapia siempre y cuando sea posi
ble una auténtica terapia de fundamento científi
co. En los otros casos, numerosos por cierto, sólo
quiere un diagnóstico y un control para que llega
do el caso no se omita una eficaz intervención te
rapéutica. Para el enfermo y el médico razonables
tiene vigencia el siguiente principio: intervenir lo
menos posible, lim itarse a medios racionalmente
fundados.
Este ideal presupone que tanto el facultativo
como el enfermo deben vivir en la madurez de la ra
zón y de la humanidad. Hablemos en primer térm i
no del enfermo.
Ciertos enfermos no reúnen el requisito de la
razón. Acuden al médico porque quieren ser tra
tados a toda costa. De acuerdo con sus expec
tativas la consulta concluirá en cualquier caso
con las consabidas indicaciones. El afán de estar
constantemente en manos del médico, la angustia
de aquellos que quieren ser curados de alguna
cosa, el asedio al médico mediante exigencias
imposibles de cumplir, obliga a recurrir a métodos
de tratamiento que no son racionalmente efec
tivos. Hace treinta años atrás, un prestigioso
farmacólogo decía en su conferencia inaugural en
Heidelberg, por cierto con algo de exageración:
“Tenemos una docena de remedios eficaces; todo
13
lo demás es producto del miedo de los enfermos y
de los intereses de la industria farmaceútica”.
Por otra parte, el paciente no quiere saber en
realidad, sino obedecer. La autoridad del médico
es para él un anhelado punto firme que lo exime de
la propia reflexión y de la propia responsabilidad.
“Mi médico lo prescribió” constituye una cómoda
liberación.
Tampoco quiere saber cuando la cosa es gra
ve, cuando está en riesgo la vida o ya parece per
dida según la humana previsión. Si afirma lo con
trario, no ansia sino que lo tranquilicen y que no
le digan la verdad.
Porque a menudo el individuo no es razonable
como paciente, sino irrazonable y opuesto a toda
razón, la relación médica ideal necesariamente de
be alterarse.
Lo que en principio atañe incondicionalmen
te a la veracidad médica es que sólo demanda la
verdad el enfermo capaz de soportarla y desenvol
verse con ella razonablemente. El enfermo razona
ble participa de la incertidumbre. Para ello se re
quiere la fuerza de no desestimar del todo el ámbi
to de lo posible aun frente a un mal pronóstico, de
jando lugar a la incertidumbre a pesar de saber.
Por ejemplo, en 1927, un enfermo de anemia per
niciosa que ya se encontraba en los umbrales de la
muerte, fue salvado a pesar de todas las previsio
nes mediante una terapia hepática aplicada en los
Estados Unidos. Aun frente al diagnóstico más ad
verso, el médico suele aferrarse a este margen de
14
lo posible cuando dice: “siempre que no ocurra un
milagro”. Sólo la razón aliada con la trascendencia
asegura esta fuerza para perseverar en la ignoran
cia a pesar de toda certeza, no sólo en lo teórico si
no en la práctica. Sin embargo, el miedo exige la
certeza a pesar de toda razón. La consecuencia es
que el médico no siempre puede comunicar su co
nocimiento a todos los enfermos.
No obstante, cuando en el paciente actúa al
go así como una radical oposición a la razón, ese
ideal de médico puede tom arse menos real aún.
Este estado de cosas se hace palpable en el domi
nio de los fenómenos que causan las mayores di
ficultades al pensamiento científico: en las conver
siones de la esfera psíquica a la somática. Apare
cen manifestaciones patológicas corporales que
no pueden ser convenientemente interpretadas
con las categorías del pensamiento científico.
Lo que el enfermo piensa, teme, desea y espe
ra de su enfermedad parece ser un factor en la pro
pia evolución del mal. Lo que el médico dice y ha
ce lo interpreta el enfermo a su manera. A l médi
co no sólo le cabe la responsabilidad por la exac
titud de sus declaraciones, sino también por su
efecto sobre el paciente en su estado anímico de
pesadumbre y oposición a la razón. El médico no
puede de ningún modo estar con el enfermo en una
comunión de abierta razón.
En la era de los grandes descubrimientos
científicos, tan benéficos en el aspecto terapéuti
co, esto fue casi olvidado, a veces observado con
15
indignación. Aquello caía fuera de la dignidad de la
terapia médica. Los síntomas se calificaban de
nerviosos o histéricos. No eran verdaderas enfer
medades. De alguna manera se lograba dominar
los, pero sin el fundamento de una investigación.
Frente a esta seguridad médica, con la que el
campo de los trastornos neuróticos se hacía a un
lado como no perteneciente a la medicina, empe
zaron desde principios de siglo otras consideracio
nes: Albert Fraenkel habló entonces del “médico
como causa de enfermedad”. En los casos de neu
rosis por accidentes se encauzó la atención hacia
un factor psíquico de la enfermedad. Dubois y
otros neurólogos fundaron la psicoterapia en los
fenómenos nerviosos. Esta razonable circunstan
cia frente a síntomas ante los cuales uno perma
necía desorientado con los recursos científicos,
fue también el tema de los estudios de Breuer y
Freud en 1896. Los médicos humanitarios logran
cambios felices en casos que parecen desespera
dos a través de una intervención intuitiva o de pa
ciente esfuerzo. Pero siempre fue así. En gran me
dida estos fenómenos no se han podido dominar
terapéuticamente como cincuenta años atrás, só
lo se los ha llegado a conocer de manera mucho
más gráfica en su multiplicidad.
La especialización, el adiestramiento en la
mera instrucción, las tendencias de la época en el
movimiento de las masas, la desorientación cien
tífica frente a lo psíquico, todos estos momentos
han contribuido a condicionar la práctica de la me-
16
dicina actual y tuvieron como resultado una insa
tisfacción que cundió en los médicos y los enfer
mos.
Es curioso que en contraste con la extraordi
naria eficacia de la medicina moderna se manifes
tara no pocas veces un sentimiento de fracaso. Los
descubrimientos de las ciencias naturales y de la
medicina han llevado a un dominio jam ás conoci
do. Pero parece que para la multitud de individuos
enfermos se ha hecho cada vez más difícil hallar el
médico indicado para el paciente individual. Po
dría creerse que los buenos médicos se tom an ca
da vez más raros, en tanto la ciencia crece cons
tantemente como saber.
¿No queda sino contemplar, en ocasiones es
pantados, luego resignados, este curso de las co
sas?
Los movimientos psicoterapéuticos son los
que han demandado en voz más alta una renova
ción radical, más aún, un cambio de la medicina.
A través de Freud se inició un movimiento que ba
jo el nombre de psicoanálisis transformó de raíz el
significado de la psicoterapia.
En primer lugar, el análisis expandió sus de
rechos dentro de la medicina. No se limitó sólo a las
neurosis, sólo a esos fenómenos considerados an
teriormente como algo aparte, sino que todas las
enfermedades pasaron a ser objeto de su compe
tencia bajo el nombre de la psicosomática. Hoy su
meta es poco menos que una revolución de la me
dicina.
17
En segundo lugar, trascendió en gran medida
más allá de los cometidos médicos. No se ofreció
sólo a los enfermos, sino a todos los seres huma
nos. El hombre como tal está enfermo. A todos les
conviene someterse al análisis para su curación.
Hoy se destacan médicos prominentes empe
ñados en guiar a los enfermos para ayudarlos a
descubrir el sentido de sus vidas. Pues en toda en
fermedad, ya se trate de una neurosis, una infec
ción o un carcinoma, ven un simbolismo. Com
prenderlo y liberar al alma enferma de los proble
mas revelados a través de él, sería la misión del
médico. En su conferencia de rectorado en Ham-
burgo, Jores manifestó: “La enfermedad es conse
cuencia del pecado”, aparece para “la salvación del
alma”, su papel es contribuir “a la madurez” y co
mo tal debe ser entendida por el médico.
A pesar de muchas observaciones correctas
de Freud y algunas buenas observaciones de sus
sucesores, aquí aconteció fundamentalmente algo
que no puede ser comprendido ni dictaminado se
gún aquellas aisladas observaciones exactas sino
en el sentido del todo. Permítaseme formular en
forma sumaria lo que expresaron algunos médicos
y también lo que fue fundado por mí en otro lugar.
Aquí se ha transgredido y al mismo tiempo
perdido la idea del médico. Los moviñiientos psico-
terapéuticos, nacidos por cierto en suelo médico,
se separaron de él y se convirtieron en movimien
tos de esta era desorientada.
La curación médica no es traer la cura del al-
18
ma. La mezcla de médico y padre espiritual debe
confundir la misión de ambos. En el mundo mo
derno una humanidad hueca persigue en vano ex
pectativas de curación que despiertan tales psico-
terapeutas. Se hace caso omiso de lo posible den
tro de la medicina y no se alcanza lo anhelado den
tro de lo psíquico.
Las grandes cosas acontecen sin ruido. Tal
vez la posible renovación de la idea de médico ten
ga hoy su lugar de preferencia junto al médico
práctico que sin autoridad de clínica ni cargo tie
ne que ver con los enfermos en su vida real. Para
la mirada del médico que ve a los seres humanos,
todo cuanto pueden lograr los especialistas y que
no puede llevarse a la práctica sin los servicios de
un hospital, puede transformarse en la vida real en
medidas aisladas que el médico aconseja de acuer
do con los medios de que dispone. Esta mirada clí
nica sabe descifrar las situaciones. Le preocupa la
naturalidad del hombre en su medio. No deja que
el examen del paciente se diluya en una suma de
los resultados de estudios de laboratorio, sino que
es capaz de evaluar todo eso, aprovecharlo y su
bordinarlo. Concede vigencia a estos métodos
diagnósticos en sus límites, pero no deja que le ha
gan perder su juicio. Conoce las imponente medi
das terapéuticas modernas, pero sabe diferenciar
las dentro del rango de su eficacia. Vuelve a pose
er algo de la postura hipocrática que no pierde de
vista los antecedentes personales, que es capaz de
dar forma al trato del enfermo con su mal. Cono
19
ce la vigente importancia de las disposiciones hi
giénicas y dietéticas. A través del tiempo gana esa
relación personal con el paciente, en cuya claridad
se hace más fácil morir.
Puede considerarse una utopía pretender
mantener la vieja idea del médico que personifica
ba el médico de la familia. Se pierde porque los in
dividuos cambian, también los enfermos y los mé
dicos. Cada vez son menos capaces de ser enfer
mos y médicos en el sentido antiguo.
¿Pero es esto realmente cierto, definitivo? ¿No
es hoy una realidad de primer orden que en la ac
tualidad los enfermos busquen como siempre en la
estampa del médico práctico a su verdadero médi
co y lo hallen? ¿No se conservará una figura sobria,
cordial, sapiente del ser médico personal y surgi
rá siempre de nuevo en las generaciones venide
ras?
La respuesta a tal cuestión es análoga ya se
trate del médico, del maestro, del sacerdote, de la
política, de las fuentes de trabajo. A quien consi
dere inevitables las tremendas posibilidades de
evolución, debe decírsele: nadie puede conocer
con certeza tal fatalidad, pero de todos modos su
opinión, lo que vaticina, favorece el mal. En las de
mandas humanas propiamente dichas, se hacen
oír las instancias contrarias. Algo poderosamente
real, frente a lo cual una resistencia parece de mo
mento ineficaz, de ninguna manera es por ello per
manentemente real. El entendimiento siempre
predice lo negativo: lo positivo debe ser engendra
20
do y no puede ser predicho. Pero no se origina por
sí mismo, de ahí que para cada uno tenga sentido
preguntarse para qué querer vivir en su profesión,
en la que pretende mantenerse. Nadie sabe lo que
logrará al final.
Frente a toda la insensatez, el egoísmo exigen
te, la comodidad, la mala fe de tantos enfermos, el
médico se enfrenta a una decisión en cuanto a su
fuero íntimo: volverse indignado. Ya no quiere más
pacientes razonables. Está dispuesto a participar
del tremendo vuelco de nuestra época en la evalua
ción del hombre. Quiere curar como se cura a los
animales. Las preguntas de los pacientes ya se han
vuelto molestas. O bien, apelar a pesar de todo a
la razón del enfermo y contentarla.
Y luego la segunda decisión: asumir la confu
sa situación en la que se agrandará a la condición
de ser el portador de la cura del alma, atribuir
inadvertidamente menor valor a las posibilidades
científicas y por último perderlas. O seguir la an
tigua idea del médico que se basa en la ciencia y la
humanidad. Esta constituye con la ciencia una
idea eterna, pero no existe por sí misma, sino que
necesita constante renovación. Necesita hallar su
forma en las nuevas condiciones de la existencia
masiva técnica. Puede ser real en cualquier parte
a través de un médico que es él mismo.
Intentemos, para terminar, una mirada a la
idea de tal personalidad moderna del médico.
¡Quién puede decir cómo debe ser el médico!
En todo caso el ideal no es tan sencillo, como la ra
21
zonable comunión con el enfermo mostrada al
principio, sino que se sustenta sobre la base de las
experiencias de todo fracaso, del enfermo y de sí
mismo.
El médico se convierte en un iniciado, ve los lí
mites del individuo, su impotencia, su sufrimien
to interminable. Ve las enfermedades mentales,
esa terrible realidad de nuestra existencia huma
na. Diariamente se enfrenta a la muerte. Se espe
ra de él no sólo lo que puede, sino también lo que
no puede lograr. El mundo exige de él toda ayuda
y exige m ás aún. El mundo quisiera olvidar, tender
un benéfico velo sobre la desgracia, quisiera el au-
toengaño de la criatura martirizada. El médico le
sale al paso a ese no querer saber. Silencio en su
cordial diálogo, tolerancia de la mentira, en ver
dad, una conducta que puede parecer una nega
ción del peligro, como una escapatoria de la muer
te, y la debe adoptar aunque le repugne.
El no se engaña sobre la realidad de lo terri
ble, pero considera atinado hacer razonablemen
te en su profesión lo que es posible en ayuda de los
sufrientes y moribundos, aun cuando parezca que
desaparecerán en la corriente del infortunio.
Venda las pequeñas heridas, en tanto los hombres
abren constantemente otras más grandes, Vela
por la conservación de la vida de cada uno,
mientras sus congéneres aniquilan vidas por m i
llones.
El médico necesita adoptar una postura de
aparente impavidez que es la más conmovedora.
22
Adquiere frialdad por todo cuanto debe presen
ciar, aun el propio peligro. Más de un gran médi
co probó su entereza al estudiar su propia enfer
medad y reconocerla con calma hasta su deceso.
Esta calma emana del ver que penetra sin que las
lágrimas hagan perder la claridad de la visión, ha
ce posible operar sin que tiemble la mano. Es una
exigencia muy rigurosa que en medio de la frialdad
el corazón permanezca despierto.
El médico ve los lím ites de su poder. No pue
de eliminar la muerte, aun cuando hoy es capaz de
prolongar la vida en una proporción jam ás cono
cida. No puede eliminar las enfermedades menta
les, aun cuando en casos determinados puede
prestar su ayuda. No puede eliminar el sufrimien
to, aun cuando en la actualidad es capaz de m iti
garlo más allá de toda anterior medida. A pesar de
todos los éxitos, el médico palpa más lo que no
puede que lo que le es posible.
Forma parte de su naturaleza obrar con al
truismo aun en los casos donde no hay cura y asis
tir al enfermo desahuciado. El médico profesa al
enfermo mental un sentimiento que le permite
brindar al desdichado al cual no puede curar el
máximo de la posibilidad de vida y honrar aun en
él al ser humano.
La suya es una profesión de constantes reve
laciones. El médico debe ser diferente de lo que son
las demás personas. La tentación frente a tanto
horror es grande.
Convertirse en un escéptico que ve todas las
23
desgracias y todas las flaquezas y al final se hace
cínico de tanta repugnancia.
Convertirse en naturalista que no ve más que
el acontecer causal, la crueldad de la naturaleza y
lo inesperado de los giros casuales, el constante
nacer y morir en el cual cada individuo es por com
pleto indiferente.
Convertirse en un incrédulo: no existe otra co
sa que este interminable círculo de miseria. Si ve
todos los hechos incómodos para una concepción
armónica del mundo, la divinidad puede esfumár
sele.
Escepticismo, naturalismo, descreimiento
son los peligros interiores que tal vez debió enfren
tar todo médico. La manera como logra superarlos
es lo que hace la profundidad de su mirada huma
na, la energía de su esperanza, su pasión a pesar
de todo y de la que se puede decir: que aun junto
a la tumba sigue enarbolando la esperanza.
Entonces se mantiene imperturbable a través
de los horrores, confiando en un terreno incondi
cional, en el cual toda asistencia entre seres hu
manos, todo acto de amor, la mera bondad tiene
un peso insustituible.
Entonces el médico es capaz de soportar el es
cepticismo como elemento permanente de su vida
que no destruye sino preserva de desengaños; el
naturalismo en tanto enseñe a ver las realidades;
el descreimiento en tanto deseche toda creencia
mágica, supersticiosa.
Pero la circunstancia de tener que cargar tan
24
a menudo sólo con su conocimiento acerca de las
revelaciones del hombre, puede inducirlo a des
preciarlo. Sólo si conserva su original bondad y la
conciencia acerca de la fragilidad del ser humano,
por ende de su propia caducidad y sus propias fa
lencias, será capaz de eludir también este peligro
de un pernicioso sentimiento de superioridad.
De ahí que en base a su constante autoescla-
recerse en cuanto a la distancia respecto de sí mis
mo y a la vez respecto del enfermo, el médico alcan
za su madurez.
Es famosa la frase de Hipócrates: M latros phi-
losophos isotheos”. “El médico que llega a ser filó
sofo, se asemeja a un dios.” No se hace referencia
aquí a un mero doctrinarismo filosófico sino al mé
dico que es filósofo en tanto actúa bajo normas
eternas en la corriente de la vida... Esto es difícil.
Inadvertidamente, puede echarse un velo sobre el
alma frente a todo cuanto debe aguantar: la final
impotencia a pesar de su infinita voluntad de ayu
dar, la impotencia ante tanto horror, el silencio,
para no palpar el engaño de su propia ilusión (ya
que no es capaz de dar la gracia salvadora de la fe),
el no saber en total, lo que le impide ser el salva
dor que tantos enfermos anhelan secretamente
que sea.
Lo máximo que consigue aquí y allá es ser
compañero de infortunio del enfermo, razón con
razón, hombre con hombre en los impredecibles
casos límite de una amistad nacida entre médico
y paciente.
25
Entonces cabe preguntar si la misma perso
nalidad del médico no se convierte de manera le
gítima en una fuerza curativa, sin necesidad de lle
gar a ser mago o el Salvador, sin que medie la su
gestión o cualquier otra ilusión. La presencia total
por un instante de una personalidad deseosa de
ayudar al enfermo, no sólo es enormemente bené
fica. La presencia de un individuo razonable con la
fortaleza de espíritu y la convincente influencia de
un incondicional ser bondadoso despierta en el
otro, y también en el enfermo, incalculables pode
res de confianza, de deseos de vivir, de veracidad,
sin que sea necesario pronunciar una palabra. Lo
que el hombre puede ser para su semejante no se
agota en lo conceptual.
Es decisivo el médico que acepta su m iniste
rio como un regalo del cielo: la personalidad médi
ca es lo nunca exigible, lo nunca planificable. Es
eso a través de lo cual prevalecen los medios tera
péuticos que sí se pueden aprender. Creo que to
dos conocemos médicos de esta clase y en todo mé
dico que se sabe nacido para su profesión actúa
tal.
26
Médico y paciente
27
La relación del enfermo con respecto al m édi
co puede ser muy diversa: en su ilim itada confian
za algunos pacientes se entregan al médico ciega
mente. Otros, animados de confianza confidente,
miran al médico como a un amigo del que no espe
ran nada sobrehumano, pero tampoco temen nin
guna falta de formalidad. Uno ama al médico, a ese
hombre infinitamente altruista, el otro lo aborre
ce, porque el ser médico se relaciona con el estar
enfermo, o porque no se sabe esconder de ello, por
que es consciente de su impotencia: este enfermo
persevera en la situación paradójica de recurrir al
médico por no poder prescindir de él y odiarlo por
que quisiera librarse de él. Uno piensa con escep
ticismo, como Montaigne: si te enfermas, no lla
mes al médico, pues de lo contrario tendrás dos
enfermedades. El otro guarda gratitud hacia lo
prácticamente posible para el médico, como lo es
desde los tiempos de Homero. A pesar de las dis
paridades de la relación, la idea de la posibilidad
sigue siendo una terapia médica de fundamento
racional que podría llevarse puramente a la reali
dad si sólo médico y paciente fueran razonables.
Tales form ulaciones se tienen a menudo por
anticuadas, a veces también como típicamente
burguesas, como autosuficientes e irreales. En la
actualidad, vemos contra ellas dos circunstancias
contradictorias: en prim er lugar la transformación
de la vieja idea de humanidad en otra forma distin
ta de la conducta fundamental del hombre hacia
su semejante, y en segundo lugar la entrega de la
28
idea de humanidad en la transformación del hom
bre en un material discrecional de investigación y
conformación.
2. Se ha producido una transformación de la hu
manidad, a partir de la cual se piensa más o me
nos así: las terribles circunstancias hacen apare
cer ilusorio el proyecto de la relación de médico y
paciente como la relación de dos seres razonables
que de común acuerdo tratan un proceso natural
■físico. No existen ni tales médicos, ni tales pacien
tes. Así parece ser hoy la convicción, para ellos cer
tera, de ciertos médicos.
Y por cierto -así se opina- la cosa no es como
si se tratara aquí de un verdadero ideal pero que no
corresponde a la realidad, si bien podría y debería
aproximarse a ella, sino de un ideal absolutamen
te falso. Pues, en verdad no existe -dicen-esa ob
jetiva confrontación del hombre con su cuerpo co
mo un proceso natural, el cual debe concebirse y
tratarse esencialmente en forma científica.
Recuerdo ejemplos de los últimos tiempos,
manifestaciones de renombrados médicos cate
dráticos alemanes: V. von Weizsácker escribe: “A c
tualmente libro a diario en el consultorio una lu
cha contra la medicina orgánica de escuela, a sa
ber que la enfermedad tiene por significado guiar
a quien afecta hacia el sentido de su vida... La me
dicina científica ha impedido en forma radical re
conocer esto”.
¿Qué quiere decir sentido aquí? “Todo proce
so orgánico, digamos una inflamación, una hiper-
29
tonía, un adelgazamiento, un edema debe conce
birse como símbolo, no como función.” “La inter
pretación del lenguaje orgánico es aquí el negocio,
la misión difícil pero solucionable de traducir en
palabras inteligibles al alma.”
La interpretación de las enfermedades vigen
te hasta ahora ha tomado por un camino del todo
equivocado: “se acostumbra a hablar de enferme
dad en lugar.de maldad humana. Todos los rótu
los... fingen circunstancias objetivas para encu
b rirla delicada lucha en tom o al significado de la
vida”.
Opina Weizsácker: “A gran parte del público le
convence sólo un ineficaz tratamiento químico-fi
siológico o físico. Una gran parte de los médicos se
asocia a este tipo de resistencia negativa y de es
te modo armonizan en primer lugar con los pacien
tes, en segundo lugar con la industria farmacoló
gica y en tercer lugar con el espíritu de la época que
les promete prosperidad económica”.
Jores, internista de Hamburgo que hace años
escribió un acreditado libro sobre las secreciones
intem as, aporta el segundo ejemplo. En su confe
rencia de rectorado dice acerca del significado de
la enfermedad:
“La enfermedad es consecuencia del pecado...
Esto no sólo es válido para las neurosis, sino tam
bién para las enfermedades orgánicas”. Al pregun
társele si también se incluían las enfermedades
tumorales, respondió: “Por ahora, no sabemos na
da al respecto”. Pero tampoco éstas carecen de
30
sentido, requieren ser interpretadas. “Como una
prueba enviada por Dios.” La enfermedad sobre
viene “para la salvación del alma”, desempeña su
papel “en la maduración”. Esto lo explica Jores pa
ra un nuevo e importante conocimiento: la enfer
medad “quiere algo de nosotros. La enfermedad
tiene una misión en la vida del ser humano”.
¿Y cuál es pues la misión del médico? “Cuan
do la enfermedad no quiere evidenciar sino que al
go no anda bien en nosotros, cuando asimismo
quiere ser entendida como un llamado de Dios, la
curación sólo puede ser conveniente por el cami
no de la consumación del sentido.” Esto significa
que el médico no debe “ayudar sólo desde lo pura
mente corporal, sino ayudar al individuo confun
dido en sí mismo a reconocer el significado de su
enfermedad”.
¿Pero qué hacemos hoy en realidad? “Hacer
le muy cómoda la enfermedad al paciente... La
neumonía se erradica con inyecciones de penicili
na, pero el paciente es presa de un trastorno neu
rótico, pues no se sometió al designio de su enfer
mar de neumonía.”
Y frente a los grandiosos éxitos de la terapia e
higiene modernas se dice que “lo único que se ha
logrado es haber elevado considerablemente el
promedio de longevidad... pero la morbilidad, el
número de quienes enferman no ha variado, tal vez
haya aumentado”.
“Este nuevo descubrimiento” dice Jores, “sig
nifica para el médico de vocación una gratificación
31
muy especial... Seguramente, los grandes médicos
de todos los tiempos jam ás pensaron de otro mo
do... pero la diferencia es que nosotros no capta
mos el sentido del estar enfermo tan sólo intuitiva
mente, sino de una manera objetiva y real”. “Gran
des médicos de todos los tiempos intuyeron algo de
la divina misión de su profesión. Hoy podemos
mostrarlo con toda claridad. La misión del médico
no se ha cumplido sino... cuando ha ayudado al
enfermo a la consumación del sentido de su vida.”
Jores expresa “cuán de cerca se tocan la práctica
médica y el sacerdocio” y vislumbra la verdad entre
los primitivos que “aunaban a ambos en una per
sona”.
Uno puede inclinarse a desdeñar con una ri
sita tal bosquejo. Sin embargo, cabe maravillarse
no sólo de la prominencia profesional de esas per
sonas, sino más aun de la seriedad con que son to
madas en vastos círculos médicos. Es un proble
ma que muchos médicos -por objetividad, neutra
lidad y cautela- encuentren la opinión de ellas a
modo de guía o bien se muestren inseguros, casi
como si uno se hubiera acostumbrado a escuchar
en silencio insensateces en los congresos científi
cos sin poder levantar su voz de protesta.
Cuando la cosa se vuelve demasiado desati
nada, se manifiesta una contradicción, hoy en día
unánime. Hace unos años un psicoterapeuta, el
doctor Góring, fue condenado en Heidelberg a va
rios años de prisión. Según su teoría, en ciertas
circunstancias de la vida sería menester ayudar al
32
enfermo provocando una situación extrema de la
emergencia para despertar la voluntad de vivir.
Había tomado a su cuidado a un muchacho para
su tratamiento terapéutico y en efecto, así parece,
lo mató de inanición. Los testigos hicieron acusa
ciones aniquiladoras. Ya antes de producirse el de
ceso del muchacho la policía quiso intervenir en
base a las denuncias recibidas, pero enseguida se
retiró frente a la autoridad del médico. El profesor
von Weizsácker fue invitado a participar en el
proceso como perito y después del informe perio
dístico manifestó que Goring no había actuado a
impulso de motivos malignos. “Con sus recursos
pretendía ayudar al muchacho... Debo reconocer
que corrió un riesgo. ¿Pero quién no lo hace? De
cualquier modo no veo ninguna transgresión del
lím ite trazado por el código penal.” Otros psicote-
rapeutas se apartaron decididamente de Goring.
El dictamen de Weizsácker pareció causar el efec
to de una catástrofe. El Colegio de Médicos de
Heidelberg emitió una aclaración pública: “En
principio, esto nos pareció inconcebible...”, “en es
te momento nuestro deber sería tomar la defensa
de la doctrina del maestro contra él mismo. Pero
las cosas no son así. W eizsácker sigue siendo aun
hoy el gran investigador y el gran médico... Su ac
titud en el proceso... sólo puede entenderse en el
sentido de que obró de tal modo por ponderaciones
filosóficas y ciego respecto de la realidad... El se
ñor profesor von W eizsácker en calidad de perito
frente al tribunal, estaba fuera de lugar pues sus
33
ideas, dirigidas a la última responsabilidad, no po
dían servir a la indagación y evaluación de los he
chos...”
|Qué confusión! Aquí, la filosofía, en forma
apenas encubierta por el “y”, es equiparada con la
ceguera respecto de la realidad. Las refutadas
apreciaciones de W eizsácker son simplemente ex
plícitas para la filosofía, por lo cual se las da por fi
niquitadas como intrascendentes y disculpadas.
Donde se trata de la dictaminación ética de una
manera de obrar, se habla de indagación de los he
chos y de nuevo se encubre a través de un “y ” -don
de se habla de responsabilidad, se dan al punto
dos, a saber, una responsabilidad práctica en pri
mer lugar, y en segundo lugar una responsabili
dad “última” que prácticamente no debe tomarse
en consideración. Aquí, la inclinación hacia las as
piraciones psicoterapéuticas que revolucionaron
la medicina, junto con la ceguera frente a la auto
ridad de una persona, desorientó al principio y lue
go encontró la salida de una demostración de res
peto frente al maestro.
Pero el hecho de que la confusión atraiga tan
vastos círculos, debe tener un motivo no sólo en las
deficiencias humanas, sino también en la misma
naturaleza de la cosa, a partir de la cual se expli
can tales perversiones de los hechos.
3. La idea de humanidad, junto a la ciencia, la
segunda columna de la práctica moderna de la me
dicina, ha sido abandonada en creciente propor
ción en la actualidad.
34
Se hicieron experimentos con seres humanos,
como si se hubiera tratado de experimentos con
animales (en tiempos del nacionalsocialismo). Co
mo se dice, en ocasión de estos horrendos proce
dimientos se hicieron algunas comprobaciones no
del todo carentes de interés para ciertos propósi
tos.
Además se tomaron medidas terapéuticas co
mo la lobotomía, para lograr una destrucción de la
personalidad, la personalidad residual psicótica, a
fin de obtener una criatura en alguna forma capaz
de trabajar y más cómoda para manejar, a la cual
se tenía por “más sana” que el enfermo mental in
quieto que necesita internación hospitalaria.
Asimismo, se realizaron arbitrarios experi
mentos con animales, como si se tratara de mate
ria muerta, en nombre de resultados de poca im
portancia, lesionando la humanidad de aquellos
que hacen lo mismo.
4. Lo común a todos los procedimientos nom
brados parece ser la transformación o bien el
abandono de la idea de humanidad. La terapia y el
trato con el hombre ha perdido el dominio a través
de una imagen humana que reside en la idea del
médico así como en la idea de las exigencias incan-
celables de cada ser humano como tal en la digni
dad de su posible ser razonable. En el psicoanáli
sis, el hombre se convierte en su libertad en obje
to del supuesto saber y del trato indigno; en la acti
vidad de la intervención biológica, se pierde y se
arruina al hombre mismo en su cuerpo desnudo y
35
en la idea de la utilidad como instrumento de tra
bajo.
Estos movimientos del ser médico que se va
perdiendo no se dejan hacer a un lado despreocu
padamente. Las cuestiones que surgen con ellos
requieren respuesta en virtud de su gravedad.
Sólo quisiera señalar en más detalle dos pro
blemas de fondo: El primero para el conocimiento:
¿Qué papel juega la objetivación? ¿Qué formas de
objetivación existen? El segundo para el cometido
terapéutico: ¿tiene el médico que fijarse como me
ta la curación de un enfermo o la salvación del al
ma?, ¿o ambas?
5. El vuelco de la medicina practicada hasta el
presente se funda en la teoría del conocimiento a
través del cuestionamiento de la objetivación de
las enfermedades. La “introducción del sujeto” en
la medicina (von Weizsacker), del sujeto del enfer
mo así como el del médico, en calidad de factores
del conocer como del hacer, trueca el significado
del conocimiento sobre los procesos patológicos en
todos los enunciados. La antigua relación del mé
dico hacia la enfermedad como un objeto ya no de
be tener vigencia, o al menos, sólo un limitado sen
tido de vigencia, que es sobrepasado y puesto en
su lugar por la nueva ciencia médica. Es ésta una
posición que promete algo extraordinario. Es posi
ble o es un absurdo que avanza filosóficamente a
grandes pasos, y a través de la formulación de im
posibilidades encubre la confusión de una nueva
terapia.
36
Para nosotros, seres humanos finales, cuya
conciencia se cumple en la división de sujeto y ob
jeto, de lo pensante y lo pensado, rige la tesis ge
neral: sin objetivación no es posible ningún cono
cer ni ninguna intervención útil. Para la medicina
esto significa que la medicina científica no va más
allá de que se le proporcione algo objetivo, se le
ponga ante los ojos un algo y se le haga asequible
la intervención.
La ciencia médica de ninguna manera hace de
las enfermedades seres sustanciales. Siempre tie
ne en mano algo determinado y sus relaciones y
por ende algo individual, sabe que éste está abar
cado por aquello que llamamos el todo. Sin embar
go, el concepto de este todo es sólo un indicador
que se niega a considerar cualquier objeto por el
todo, es decir: absolutizar. De este modo, ningún
ser humano puede ser objetivado como un todo y
ser penetrado con la mirada. Objetivarlo como un
todo lo hace malograr, precisamente. Todos los
conceptos de totalidad, en tanto permiten que al
go sea comprensible, se evidencian como concep
tos de algo particular. El hombre científico vive en
el dilatado espacio en el que encuentra sus obje
tos, mientras este espacio en sí, para el cual el in
vestigador está ilimitadamente abierto, no se con
vierte en objeto.
Porque el análisis no alcanza al todo, no tiene
a la vista un sistema cerrado, toda terapia no de
ja de ser en el fondo sino un intento fundado en el
conocimiento vigente hasta ese momento. Toda in-
37
tervención parte de la observación practicada en el
nuevo caso individual y de la experiencia científi
ca recogida hasta ese momento. Aun cuando a m e
nudo los resultados pueden esperarse casi con se
guridad, la terapia médica puede predecir con la
máxima probabilidad tantos efectos, precisamen
te en base a las objetivaciones científicas. Toda te
rapia requiere, sin embargo, observar lo que suce
de y dado el caso cambiar el método. Se dice: el en
fermo no es sólo el caso de una generalidad, sino
un individuo.
Por eso a menudo juega un papel la maniobra
feliz. La observación y la expectativa posibilitadas
a través de una larga experiencia cuyos motivos no
los tiene presentes a entera conciencia, posibilita
todo arte médico que en base a la ciencia excede a
toda ciencia. También éste se confirma o refuta en
la experiencia. A veces no sabe plenamente cómo
tuvo éxito en realidad, pero quiere saberlo.
El médico sólo puede obrar con fundamento
en tanto se haya logrado la objetivación. Unica
mente trae el progreso poner la mira constante
mente en tal objetivación.
Pero el problema insoluble propiamente dicho
surge allí donde el enfermo fomenta la enfermedad
por su propio obrar o por así decir es él mismo la en
fermedad. Se origina entonces la situación en que
el médico ya no puede hacer en comunión con el
paciente un objeto del biológico estar enfermo, si
no que el enfermo mismo en su libertad se hace ob
jeto de sus reflexiones y objeto de su intervención.
38
Esta situación, en toda su gravedad, tal vez
sólo sea del todo consciente para el psiquiatra. Es
un asunto singular: hacer del hombre un objeto no
sólo en su existencia psíquica, sino en su libertad.
Cabe responder entonces a la cuestión de si es ex
culpable libremente o debido a la pérdida de la li
bertad.
En esta situación, el médico que revisa sostie
ne una conversación con el paciente durante la
cual tiene constantemente segundos pensamien
tos orientados por finalidades que el paciente des
conoce. Por sus lazos humanos el médico pone en
él su dedicación pero a la vez guarda un total dis-
tanciamiento respecto del paciente. Así sucede en
todo examen psicopatológico.
Es como una sacudida de toda la postura ya
sea que yo converse con amigos en solidaria com
penetración y despreocupada franqueza sobre co
sas (aquí se consideraría indecente una observa
ción e interrogatorio psicológicos), o que yo, como
médico, lleve una conversación cuyo sentido está
cerrado para el otro. Lo que sería vergonzoso en la
charla privada, es pertinente en este caso. De ahí
que sea embarazoso tener con la misma persona
un trato amistoso y una relación psiquiátricopsi-
coterapéutica.
Soy médico por mis conocimientos profesio
nales y éstos establecen como condición la objeti
vación: y la objetivación, el distanciamiento. Si es
ta objetivación se refiere al hombre mismo, cabe la
doble pregunta metódica: ¿de qué objetivación se
39
trata aquí? ¿En qué comunicación o en qué inte
rrupción de la comunicación se cumple?
Aquí habría que explicar las formas de la ob
jetivación, es decir, las formas en que algo no es
objetivo. Esta es una pregunta metodológica bási
ca de la psicopatología. La representación y divor
cio de las formas de la objetivación y luego su vin
culación a la interpretación de la realidad psíqui
ca es el camino inevitable de la investigación con
vincente.
Tal divorcio fundamental es el del entender
psicológico y del explicar causal. Aquél ve el sen
tido desde dentro, éste las causas efectivas desde
fuera. Ambos traen el conocimiento, pero en for
mas radicalmente divergentes de la fundamenta-
ción, del sentido de vigencia, de las posibilidades
de aplicación. Alternar de la una a la otra como si
no hubiera diferencia, es lo que crea la gran con
fusión que tantas veces nos asalta en cuestiones
patológicas.1
Ahora bien, actualmente, en lugar de profun
dizar metódicamente la objetivación, este requisi
to de todas las posibilidades científicas es arroja
do por la borda. Esa “introducción del sujeto” en la
medicina es la consigna de la exigida revolución to
tal de la medicina. No el médico y un objeto con-
40
frontado, sino la relación de yo y tú sería lo perma
nentemente decisivo en la conducta médica. “La
medicina psicosomática bien entendida" dice
Weizsacker, “tiene un carácter revolucionario... La
acción médica toma parte en el proceso de la en
fermedad, lo acompaña, se involucra con él”. El
sujeto del médico solo es capaz de encontrar real
mente al sujeto del enfermo. Pero este sujeto del
enfermo está dentro de la misma enfermedad, en
toda enfermedad.
En éstos y otros exámenes de la literatura psi-
coterapéutica, así opino yo, se extraen casi en un
abrir y cerrar de ojos falsas consecuencias de ob
servaciones ciertas a medias.
Lo cierto es que el hombre entero no se con
vierte en objeto, pero lo erróneo es querer incluir a
pesar de todo a este no objetivable como objeto en
una nueva ciencia.
Lo cierto es que el sujeto, mejor dicho la per
sonalidad del médico como la del paciente es esen
cial en el humano hacer médico, que debe ser
explicitado filosóficamente. Pero es erróneo, por
imposible, hacer a esta realidad objeto de la inves
tigación e incluirlo en el hacer médico de funda
mentos científicos como un factor científico reco
nocido.
Es cierto, y von Weizsacker lo señala como su
puesto paralelo, que la física moderna introdujo al
sujeto en la ciencia, no como antes, como un fac
tor de la subjetividad a ser eliminado, sino como
elemento real de la investigación. Pero lo erróneo
41
es que este sujeto, que por su parte tiene un pre
ciso sentido objetivo en la física, guardaría analo
gía con la personalidad del médico en la terapia o
sería idéntico a él.
Es cierto que el hombre es libre y nosotros co
mo tales nos enfrentamos a él, como el médico al
paciente, en calidad de seres libres. Y es cierto que
imprevisiblemente la libertad en los pacientes
puede ser encontrada a través de una palabra del
médico verdaderamente presente en el momento
adecuado, sugiriendo al paciente que se percate
de la situación. Pero es erróneo creer que esto es
posible mediante pretendidas intelecciones psico
lógicas y cálculo planificado, a través de largas
discusiones o bien a través del moralismo. Es erró
neo, en suma, tratar esta libertad como algo exis-
tencial que podríamos reconocer en investiga
ciones y con lo que podría contarse como con un
factor causal conocido. Pues hasta donde alcanza
la investigación, o sea se consuma la objetivación,
no hay libertad alguna.
Cierto es que médico y paciente están en una
unión humana de recíproco rebasamiento, no fun
dada en la ciencia para hacer a partir de ella lo re
almente sensato. Pero es errónea la afirmación se
gún la cual la personalidad es eliminada por el m é
dico científico, pues el médico aplica su ciencia en
esa comunión humana de recíproco rebasamien
to con el paciente, pero no domina dicha comunión
con la ciencia.
El error fundamental de toda esta así llama-
42
da revolución de la medicina se evidencia en la
oposición reiterada una y otra vez, al principio con
razón, de volverse contra la objetivación de lo no
objetivable, pero luego hacer por su lado precisa
mente a esta objetivación objeto de la nueva cien
cia médica.
Con detrimento de la ciencia esto debe condu
cir a una charla, que, en lugar de fomentar el co
nocimiento mediante la precisión y la posibilidad
de la comprobación, más bien sólo fascina me
diante barruntos, a pesar de una interminable
cháchara; que además, en lugar de ayudar en for
ma real y demostrable, llega a una ayuda dudosa
cuando no a un daño. Este murmurar de cosas
grandiosas, mal iluminadas por un falso reflejo de
verdad, no produce sino espuma insustancial.
Es como si con tales referencias al sujeto en la
medicina, se describiera un estado en el qüe mé
dicos no madurados en la razón, sino nerviosos, se
mezclaran con los nerviosos en un fatal círculo
vicioso ideológico. Si así fuera, entonces tales mé
dicos no requerirían terapia médica, pero sí escla
recimiento filosófico y autoeducación para con
vertirse en médicos cabales a partir de una fe
verdadera, capaces de distinguir nuevamente en
tre sujeto y objeto y las formas de la objetivación,
y que no confundieran individuo, sujeto y ser uno
mismo.
6. Tocaremos brevemente una cuestión particu
lar de la objetivación y con ello una cuestión acer*
ca del punto de aplicación de la terapia: ¿cuál es la
43
postura del médico respecto de los cambios físicos
provocados por motivos psíquicos?2
En tanto estos cambios sean sólo síntomas fí
sicos concomitantes de procesos psíquicos, tienen
aún el carácter objetivo libre de sentido que permi
te que médico y paciente los confronten como pro
cesos naturales y los traten como tales. Forman
parte de ellos no sólo las palpitaciones, el aumen
to y alteración de las secreciones, el rubor, la pre
sión sanguínea y las alteraciones respiratorias
propios de los movimientos anímicos, sino tam
bién una parte de los ataques de asma, los trastor
nos gástricos, las hipertonías, los casos de diabe
tes y enfermedad de Basedow en relación con ex
citaciones psíquicas y estados permanentes en si
tuaciones de tensión. Pero se suma un factor que
reside en la responsabilidad del enfermo, un sen
tido que ejercita más o menos consciente, enton
ces deja de ser válido el punto de vista médico ba
sado en la objetivación científica y psicológica.
¿Pero entonces, qué? .
Donde los síntomas parecen tener que ver con
nexos de sentido comprensibles, es transitado el
camino de la comprensión para ayudar huma
namente a través de una comprensión lo más pro
funda posible. Sin embargo, lo decisivo desde el
2 En un breve ensayo sólo se pueden hacer referencias. Pe
ro en m i “Psychopatologie” ahondo en fundamentos, en par
ticu lar en los capítulos sobre “Som atopsychologie”,
“Verstándliche Zusammenhánge" y “Sinn der Praxis” [Psicolo
gía somática. Nexos de comprensión y Sentido de la práctica].
44
punto de vista médico no es el contenido compren
sible, sino la circunstancia de que tales nexos de
sentido comprensibles se traduzcan en fenómenos
físicos. Condición de esta inversión son los me
canismos extraconscientes, hasta ahora des
conocidos en lo esencial por nosotros, que son
propios de individuos aislados, de ninguna ma
nera todos, a saber los neuróticos y psicóticos. Si
pudiéramos desconectar estos mecanismos, tam
bién cesarían con las inversiones las secuelas de la
enfermedad. A través de la comprensión no en
tramos en contacto con estos mecanismos, un
contacto que posibilita una intervención causal
eficaz.
La verdadera misión del médico sería atacar
terapéuticamente esos mecanismos, reconocer las
causas de su origen como las causas de las psico
sis. Los nexos de sentido, que se apoderan de es
tos mecanismos en las neurosis y las psicosis, son
en extremo divergentes entre sí: heroicas y cobar
des, nobles y ruines, profundas experiencias lím i
te del ser hombre y los intereses comunes de la
ventaja y del goce; no son como tales asunto del
médico.
Su objetivación en la psicología comprensiva
es a pesar de todo una herramienta del psicotera-
peuta, que admite aclaraciones en la comunica
ción con el paciente.
El contenido y la substancia de este saber
comprensivo, un campo inconmensurable, tiene
su fuente en la historia y la experiencia del mun-
45
do, en la literatura y la poesía y en la experiencia
propia del sapiente. Pero lo que aquí llamamos
ciencia tiene un carácter fundamentalmente dis
tinto del de la ciencia natural. Aquí tiene validez la
acertada proposición de Bleuler: “La interpreta
ción es una ciencia sólo en los principios, en su
aplicación es un arte”.
Otra cuestión aislada de la objetivación es: el
dictamen acerca del logro curativo de las medidas
terapéuticas y en la actualidad psicoterapéuticas.
Se sabe cuán difícil es en muchos casos la de
mostración de un logro curativo. A partir de un ca
so aislado sólo es posible recoger una impresión,
ninguna prueba. El sofisma: post hoc ergo propter
hoc engaña con demasiada facilidad.
En cambio, la prueba objetiva puede obtener
se del conocimiento fisiológico causal y mediante
la estadística, pero no de lo general: personalmen
te, hice buenas experiencias al respecto. Todo m é
dico sabe el papel que juegan las sugestiones, las
mejorías de molestias a través de una atmósfera
estimulante, las fluctuaciones en el desarrollo de
la enfermedad, los periódicos cambios del estado
general, las ciclotimias, etcétera.
En la medicina, a menudo caemos en equivo
caciones a raíz de las concepciones científicas que
rigen en general y las opiniones difundidas. Por
momentos, frente al flujo de tales opiniones pare
ce importante el sencillo y convincente contraar
gumento que luego, con el correr del tiempo, ad
quiere validez.
46
Siendo estudiante me compré un grueso volu
men de unas setecientas páginas sobre electrote
rapia cuyo autor era Erb. Se daban en él datos ab
solutamente precisos sobre los síntomas de enfer
medades, acreditados por una así llamada expe
riencia. En la actualidad, la gran mayoría de lo que
allí se tenía por eficaz se ha reconocido como un
engaño. No quedó sino muy poco.
La inmensa cantidad de medicamentos que
llegan al mercado contienen preparados cuya ac
ción no es racional. Los requerimientos del trata
miento y la avidez por nuevos y novísimos reme
dios obliga a esta multiplicación y constante cam
bio.
Tal vez resulten así injustos los juicios acer
bos. Pero lo que sigue siendo cierto es la difícil m i
sión del médico de hallar una clara separación en
tre lo racionalmente eficaz, lo anodino o según las
circunstancias nocivo y emplear los medios “como
si” por ser imprescindibles para las necesidades
humanas, consciente de su ineficacia.
Fundamentalmente diferente es en cambio el
dictamen objetivo de los éxitos de la psicoterapia.
Se dan aquí por cierto efectos palmarios en los
síntomas físicos. Pero la experiencia enseña que
los más diversos medios pueden llevar al mismo
buen resultado, que los efectos curativos no se
producen de manera diferente de como siempre se
dieron, que en realidad no sabemos cómo ocurren.
No es un conocimiento científico lo que decide, si
no ciertas cualidades de la persona. Los llamados
47
curanderos siempre han tenido un éxito masivo,
por momentos fantástico.
Pero una parte de los psicoterapeutas no ve
hoy en la curación de los síntomas una verdadera
curación. Dicen lograr mucho más, a saber el res
tablecimiento total del individuo. No se consideran
médicos para curar enfermedades, sino médicos
de la personalidad. Transforman el alma, provo
can en el paciente una satisfacción parecida a la de
un renacimiento, generan su sentimiento de la
dignidad personal, su deseo de trabajar, su con
formidad con el mundo.
Ahora bien, tales logros ya no se pueden refe
rir a métodos de fundamento científico ni a relacio
nes causales cuando se presentan en relación con
la psicoterapia. No son concluyentes ni para com
prender las circunstancias ni para sustentar la efi
cacia de los métodos. Antes bien, aquí es decisivo
un criterio completamnete diferente: ya no se tra
ta en primer lugar de la curación de enfermedades,
sino de la curación del alma; no de la salud bioló
gica, sino de la existencia del hombre. Si se logra,
entonces puede esperarse como consecuencia la
salud biológica.
7. Si la salud y la curación del alma fueran lo
mismo o inseparables, entonces la terapia médica
se convertiría en doctrina de la gracia para todos
los seres humanos. Cada uno se sentiría estim u
lado a reconocerse en algún sentido como enfer
mo. Entonces los nuevos e inauditos descubri
mientos sobre la psique le podrían traer la salud,
48
que más que la salud biológica del cuerpo, es la
perfección del individuo.
Esta promesa de cura, bajo el nombre de sa
lud pensada en forma indefinida por parte de algu
nos médicos psicoterapéuticos y psicoterapeutas
sin preparación médica, ha encontrado resonan
cia en nuestra era. Una era de descreimiento no ha
perdido por cierto la necesidad de la cura del alma,
pero la quiere bajo formas creíbles para la época.
Esto significa en nuestros días que la cosa debe re
vestirse de un ropaje científico.
El médico y el psicólogo deben reemplazar al
sacerdote. ¿Pero quién les confiere la plenipoten
cia a estas instancias mundanas? De hecho, no la
ciencia y menos aún las ciencias naturales, ni una
psicología científica ni la ética del médico, sino só
lo la pretensión, la mayoría de las veces secreta, de
ser el portador de una nueva confesión de fe.
Una forma de cristianismo que ya no se toma
en serio, sino más bien privado del pneuma que in
flama y purifica, degenera en usos y costumbres y
tolera esta deslealtad sin advertirla.
La superstición científica acepta todo lo de
seado y absurdo, cuando es ofrecido bajo un ropa
je pseudocientífico. Aun la creencia en demonios
vuelve a ser real. Lo que fue menospreciado en vir
tud del iluminismo o aquello de lo cual uno se aver
gonzó vuelve a ser aceptado en una psicología sus-
titutiva de la filosofía.
Esto es: superada la terapia científica por la
salvadora psicoterapia, con este intento de mez-
49
ciar el procedimiento terapéutico médico dentro
del proceso de cura, se precipita el cambio d éla fi
losofía y la teología en la psicología y esta psicolo-
gía pretende ser al mismo tiempo la vasta ciencia
universal y la figura de la nueva fe.
Psiquiza al ser, al mundo, a todos los conteni
dos de fe tradicionales. La concepción psicológica
es la absoluta. Comprende los mitos, las represen
taciones de demonios, dioses y las de Dios, pero se
apropia de todos ellos como elementos indispensa
bles en el proceso psíquico.
El proceso del mundo -como proceso de la hu
m anidad- es la asimilación más adelantada de
contenidos inconscientes. “Este proceso que fue
preparado por la filosofía, ha alcanzado hoy en la
psicología su último estadio temporal, aunque to
davía muy juvenil”, dice E. Neumann en su libro
que, como acertada exposición de la psicología de
Jung, brinda en el prefacio un entusiasta aplauso
al maestro.
La filosofía ha sido superada, pues, y la psi
cología ocupa su lugar. Ésto recuerda la tesis de
Marx: la filosofía será relevada por el materialismo
dialéctico de la acción, o a los nacionalsocialistas
que anunciaban que la era de la filosofía había
concluido y empezaba de allí en más la antropolo
gía fundada en el conocimiento de las razas.
La psiquización del mundo ostenta los signos
distintivos de toda metafísica racional: ideas que
quisieran abarcar al ser en su totalidad se mueven
necesariamente en círculo. Esto lo dice casual-
50
m ente Jung después de una radiografía
psicológica de todos los mitos: también toda su
psicología sería un mito. Tales frases nacen en los
instantes claros de este importante taumaturgo
moderno. Pero tal verdad no parece originarse en
una conciencia metódica, ni su sentido es reteni
do. Pues entonces se disiparía toda nebulosa, con
cluiría la magia y se recuperaría la filosofía pura y
el verdadero conocimiento científico. Entonces, ta
les giros formarían parte tal vez de esas desconcer
tantes sorpresas que avivan la fe en el círculo de
los adeptos.
He aquí la pregunta teórica decisiva: ¿Es es
ta psicología un claro sujeto de la investigación?
¿Es una ciencia desarrollada en la comunidad
comprensiva de los investigadores, relacionada
objetivamente con todo cuanto es investigado?
¿Sus representantes pueden ser consultados co
mo se consulta a los especialistas, a los oftalmólo
gos, o los psiquiatras? A mi juicio, no. Lo que se
ofrece bajo el nombre de psicología es tan diverso
como la filosofía, en buena parte es filosofía en su
forma más deteriorada. En este campo de la psico
logía hay por cierto verdaderos especialistas y ex
pertos que a la vez tienen noción de los límites de
su hacer, cuyos conocimientos pueden ser rele
vantes para fines de exámenes y selecciones par
ticulares, psiquiátricas y pedagógicas (en analogía
con los exámenes de daltonismo instituidos para
los conductores de locomotoras). Vastos dominios
de la llamada psicología aportan, sin embargo.
51
aquello que todos sabemos, o lo que todos y
también los psicólogos ignoramos. En consecuen
cia: esta psicología no es una ciencia clara, concre
ta, que avance metódicamente en su inventario de
conocimientos, un mundo propio de experiencia
en su unidad, sino por un lado un dominio colec
tor de las investigaciones particulares razonables,
y por otro lado una filosofía corrupta en un todo y
sus pretensiones.
Cuando pienso en las promesas de curación y
en los proyectos revolucionarios de una nueva me
dicina en base a la psicología, se me ocurre que de
cididamente no es la psicología, sino su envane
cerse de ser otra cosa que no es ciencia, sino pseu-
dofé, lo que guarda una curiosa analogía respecto
de formas de fe aparentemente heterogéneas de
nuestra era. En 1931 comparé en un pequeño li-
brito sobre la situación intelectual de la época, el
marxismo, el psicoanálisis y la teoría racista como
de la misma ideología, aunque de contenidos ab
solutamente diferentes, como encubrimientos de
igual naturaleza del verdadero ser humano. La di
versidad de los contenidos conduce prácticamen
te a consecuencias diferentes. Sin embargo la ana
logía de los conceptos señala hacia algo común.
Primero: el marxismo se ha convertido hoy en la re
ligión social más efectiva, la teoría racista fue por
un momento la religión de furiosos nihilistas ex-
terminadores; el psicoanálisis es la religión del
caos privado.
Segundo: los tres ganaron para su conciencia un
52
nuevo punto de vista imponente, decisivo para la
historia universal, un conocimiento relevante de la
filosofía, que fundamenta todo lo nuevo con el im
pulso de transformar radicalmente toda nuestra
existencia. Desde allí se produjo la irrupción tam
bién en la medicina, tanto más cuanto que el mo
vim iento psicoanalítico tuvo en ella su punto de
partida a través de Freud. Hoy se produce desde
este lado un ataque general contra la “medicina es
colástica”. Se exige una reforma, no, una revolu
ción del pensar y hacer médico en su totalidad.
Tercero: se promete un súper humano con la con
secuencia de provocar considerable daño. Pues se
omite lo que es posible para un saber y poder final,
metódico y para la ética sencilla del individuo final
en su razón que madurará mediante disciplina
constante. Con la ofuscación del pensamiento, va
la de las valoraciones, el vértigo entre la verdad
aparentemente más profunda y la confusión más
común.
Cuarto: el ataque en la medicina se produce, como
en la política del totalitario, ora disimulado, ora
abierto hasta el absurdo. Se ofrece colaboración
pacíficamente; no se quiere atacar, sino comple
mentar, se quiere ser consejero en calidad de es
pecialista y experto, pero luego se acusa el extra
vío de toda la otra medicina de la era científica. Por
un lado se da modestamente también como cien
cia, pero luego promete la salvación de toda mise
ria, el restablecimiento del ser humano, un mun
do de verdad y de felicidad. Da la impresión de pro-
53
ceder metódicamente como los investigadores,
realizar estudios empíricos, pero de pronto da sal
tos, no sigue un verdadero método, especula con
todos los medios, vive en el espacio intelectual de
la sofística, siempre de actualidad.
Tal vez, los profesionales de los que más espe
ran los desorientados entre sus contemporáneos
son el médico y el estadista. De ambos se exige hoy
en día lo imposible. Pero en la medida en que am
bos transigen con esta falsa demanda, multiplican
el daño. Si pretenden ayudar y construir, ambos
deben contar con las fuerzas razonables que los
apoyen, pues al auténtico médico como al autén
tico hombre de Estado los hace la fe en estas fuer
zas y al mismo tiempo el conocimiento de los for
midables poderes oscuros y malignos que casi los
ahogan. En consecuencia, el signo distintivo del
médico y del estadista es el de pedir con infinita pa
ciencia las fuerzas de la razón, el hecho de que su
paciencia les impide decirlo todo inoportunamen
te y exigirlo todo desde un primer momento. A qué
fuerzas, impulsos y expectativas se volverán, lo de
cide su propio ser. La magia y la mistificación tie
nen rápidos y masivos éxitos aparentes, pero en la
práctica constituyen procesos de destrucción. So
lamente la verdad obra de manera constructiva y
crea cierta duración. La fe en las fuerzas razona
bles es en sí misma un momento de toda fe verda
dera. No se funda en la ciencia, sino que funda
menta por su lado el sentido de la ciencia.
Estos juicios tajantes fueron hechos con pro-
54
pósito deliberado. De ninguna manera rigen para
psicoterapeutas y psicólogos individuales. No ne
cesito repetir que hay psicólogos muy buenos, te
rapeutas altruistas bien intencionados, personas
acuciadas por el afán de ayudar, a quienes afecta
la desgracia de la existencia. Asimismo, lo que se
logró en medio siglo en cuanto a ideas, propuestas
y ensayos psicoterapéuticos contiene algo de bue
no. A menudo fue una necesaria recordación y co
rrección.
Por lo tanto, importa no sólo trazar una clara
línea divisoria entre el saber médico y la charlata
nería. Hoy vuelve a ser imprescindible el divorcio
consciente de la curación médica y la salvación del
alma, de médico y padre espiritual. Con el ofusca
miento de la medicina se pierde la seriedad de la
religión y al mismo tiempo la pureza del poder mé
dico fundado en la ciencia. El médico no debe con
vertirse en sustituto. No es capaz de brindar lo que
se espera de él en secreto.
A través del padre espiritual habla el rigor de
las exigencias, impuesto por el sentido de la salva
ción eterna del alma. El médico se apiada de la
criatura. No reprueba ese rigor, pero como médi
co no es su mediador.
Querer confiarse al médico para tener una
guía en su vida es la evasión de algunos individuos
modernos de la gravedad a la comodidad. Confun
dir al médico y al padre espiritual es el resultado
de la falta de fe.
La ayuda humana en cosas subordinadas a la
55
intervención fundada en la ciencia por la claridad
del hacer jam ás está en camino de someter a dis
cusión el eterno significado de la autoridad del di
vino designio.
El médico debe dejar espacio para esto otro.
No debe perm itir que lo conviertan en instrumen
to de la evasión.
Pero al final surge la cuestión: ¿Qué es el m é
dico, cuál es la idea de la personalidad del médico?
Cuanto más parece form ar la época una relación
en sí confusa del médico hacia el paciente, tanto
más decididamente debiéramos nosotros recordar
a la verdadera personalidad médica.
56
El médico en la era técnica
57
sarrolló un conocimiento clínico jam ás habido
hasta ese momento de las formas, los síntomas, la
evolución de las enfermedades y la interpretación
anatómica y fisiológica comprobable del aconteci
miento patológico. Se pusieron a disposición de la
medicina interna algunos remedios de acción fa
bulosa. La cirugía hizo realidad operaciones que
parecían imposibles hasta en pulmones, corazón
y cerebro. Y por añadidura nos rodea actualmen
te en los ámbitos de las clínicas, los laboratorios y
quirófanos, el instrumental y la aparatología y en
las maniobras de los médicos un nuevo mundo de
belleza.
Por cierto, a través de los milenios hicimos
una historia cautivante de la medicina. Siempre
hubo hierbas curativas, diestras operaciones faci
litadas por instrumentos como las sondas, los bis
turíes, las tijeras y las erinas, pero una medicina
en constante progreso no la hubo sino en las cen
turias más recientes. Lo que hubo antes fue m ez
quino y lleno de errores, a pesar de aisladas anti
cipaciones que podrían interpretarse como acier
tos casuales.
El juram ento hipocrático implicaba la con
ciencia de la seriedad de la profesión médica, y ya
estaba presente en él de manera grandiosa la idea
del médico. Pero, dado que la medicina podía lo
grar relativamente poco, el médico se presentó a lo
largo de los milenios bajo el falso ropaje del chama
nismo, el sacerdocio, la magia, la charlatanería. La
frase de Montaigne fue a menudo acertada: si en-
58
ferinas, no busques un médico, de lo contrario ten
drás dos enfermedades. En la actualidad, esta fra
se se ha convertido en un desatino, porque en mu
chos casos la ciencia médica es capaz de prestar
tan extraordinaria ayuda que, por primera vez en
la historia, no se la puede eludir razonablemente
como enfermo.
La diferencia es fundamental. El saber cientí
fico y la capacidad científica se abrieron camino en
su forma pura: si antes la interpretación médica de
la naturaleza y del hombre dependía de concepcio
nes religiosas, de imágenes del mundo y del hom
bre, así como de estructuras del pensamiento, cu
ya validez se admitía sin reflexión como algo evi
dente, ahora se tenía libertad de tomar noticia de
todas, sin depender de ninguna para hacer lo real
mente eficaz.
Además de las ciencias, el médico fundaba su
profesión sólo en su humanidad, siempre dispues
ta a ayudar a toda criatura en sus padecimientos
corporales, independientemente de su fe, su con
cepción del mundo, filiación política, origen y raza.
En los puntos más decisivos el médico moder
no de las últimas centurias no tiene modelo entre
los médicos de épocas pretéritas. No es sino en el
presente cuando los médicos han alcanzado a ser
lo que pueden ser, y lo hicieron en gran estilo.
Todo parece estar en el mejor de los órdenes.
Día tras día se logran grandes resultados terapéu
ticos en numerosos pacientes. Pero lo asombroso
es que en los enfermos y en los médicos aumenta
59
la insatisfacción. Desde hace decenios, junto con
el progreso se habla de la crisis de la medicina, de
reformas, de superar la medicina oficial y de inno
vaciones del concepto global de la enfermedad y
del ser médico.
¿A qué se debe?
Primero: las consecuencias sociológicas de la
era técnica influyen sobre la profesión médica a
través de los colegios organizados hasta amenazar
la idea misma del médico.
Segundo: la medicina científica tiene una tenden
cia a someterse a lo exacto en lugar de utilizarlo,
dejar que el médico sea dominado por el investiga
dor.
Tercero: dado que el hacer médico no concluye en
el lím ite de las posibilidades científica *, el médico,
involucrado a la fuerza en la falta de fe y de meta
de muchos individuos modernos y el estado públi
co en general, se confunde.
Por lo tanto, nuestro primer tema es:
60
de estos esclavos el motivo de cualquier enferme
dad, ni permiten ser informados al respecto por el
paciente. Tal médico prescribe enseguida a cada
cual lo que le parece bien según su experiencia, lo
hace en forma arbitraria, como un tirano, para
luego correr presuroso a atender a otro esclavo
enfermo. Por el contrario, el médico libre se dedi
ca al tratamiento de las enfermedades de la gente
libre que se empeña en explorar desde el fondo de
su naturaleza para lo cual interroga al respecto al
paciente como también a sus amigos. En la me
dida que le es posible, instruye al enfermo mismo
y no toma sus disposiciones hasta no hacerle
aceptar hasta cierto grado su punto de vista. Só
lo entonces trata de devolver con infatigable
esfuerzo la salud al enfermo apaciguado a través
de la fuerza de su persuasión. Este es el papel que
juega la retórica en la medicina hipocrática, la
retórica en el sentido griego, el arte del cultivado
hablar y convencer. El enfermo quiere saber y de
be decidir por sí mismo. Sin embargo, no es ciego
en su confianza hacia la autoridad del entendido.
La libertad exige razonables preguntas y razo
nables respuestas. Una vieja anécdota cuenta que
en ocasión de sufrir una enfermedad, Aristóteles
pidió al médico que le prescribió una terapia:
“dime las razones de tu hacer, y si me convenzo las
seguiré”.
¿Cuál es la situación actual? Se escucha de
cir: cuanto mayor el conocimiento y la pericia cien
tíficos, cuanto más eficiente la aparatología para el
61
diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encon
trar un buen médico, tan sólo un médico. Un mé
dico debiera atender a cada uno de estos enfermos
individuales en la continuidad de su vida. En cam
bio, otras veces (aisladas todavía) consideran el
superar directamente esta exigencia personal, el
progreso oportuno para dejar atrás una época liga
da a un individualismo burgués. El enfermo mo
derno, dicen, no desea en absoluto ser tratado en
forma personal. Va a la clínica como a una tienda,
para ser atendido de la m ejor manera por un apa
rato impersonal. Y el médico moderno actúa como
colectivo a través del cual se asiste al enfermo sin
que el facultativo se destaque en persona.
La diferenciación platónica parece caduca. El
problema del médico está dentro del proceso uni
versal de la tecnificación del mundo. En el apara
to moderno el problema ya no es “médicos libres o
médicos esclavos”. Dentro del gran poder hacer
técnico el problema es: médicos individuales per
sonales o médicos colectivos impersonales. En la
era técnica, para nosotros poco clara en total, se
trata en resumidas cuentas del ser humano, y por
cierto desaparece la diferencia entre esclavos y li
bres, pero la existencia global de todos puede apa
recer como la caída en la existencia de esclavos o
la ascensión a la existencia libre.
En esta situación parece ser una pregunta ob
jetiva si hemos venido a dar en una existencia in
digna del hombre y enfilamos por ella hacia el final
de la humanidad. Sin embargo, para nuestro sa
62
ber, la pregunta nunca puede ser contestada en
forma objetiva. Antes bien, para el médico así co
mo para todo individuo, cualquiera sea la resolu
ción que tome, la pregunta es: para qué quiere vi
vir y ejercer. Detrás de lo sombrío de su aspecto, el
camino puede esconder nuevas posibilidades de
nuestro ser. El mismo proceso que parece llevar al
médico a su pináculo, puede devorarlo, pero si él
quiere también puede permitirle alcanzar real
mente su cima en el tremendo esfuerzo de su au-
tognosis práctica.
Echemos una breve mirada a un ejemplo de la
organización: A través del independizarse los me
dios médicos de la propiedad y de la libre disposi
ción del individuo, el ejercicio de la medicina se or
ganiza como empresa. Entre el médico y los pa
cientes se interponen clínicas, mutuales y labora
torios de exámenes clínicos. Surge un mundo que
posibilita la labor del médico, intensificada en su
efectividad en grado superlativo, pero luego con
trarresta el mismo ser médico. Los médicos se
truecan en funciones: en calidad de clínico gene
ral, de especialista, de médico de hospital, de téc
nico especializado, laboratorista, radiólogo. Ade
más, no llegan a médicos una vez concluida su ca
rrera y abierto su consultorio, sino por aproba
ción, nombramiento, contratación en los diversos
lugares de la actividad médica. Entre médico y pa
ciente se interponen poderes según los cuales de
ben regirse. Se pierde la confianza de hombre a
hombre. Una tendencia se origina en las mutua
63
les: Como el tratamiento es gratuito o cuesta poco
en virtud del seguro, son cada vez más las perso
nas que acuden al médico. Si se permitiera la libre
competencia de los médicos de las mutuales, así
como la de los consultorios privados y de este m o
do se diera a los pacientes una ilim itada libre elec
ción de los médicos, el número de enfermos trata
dos crecería a lo inconmensurable. De hecho,
cuantos más médicos de mutual son admitidos
mayor se hace el número total de pacientes afilia
dos a las obras sociales. Sólo la limitación del nú
mero de médicos mantiene el de los pacientes a un
nivel tolerable. Estos médicos disponen entonces
de poco tiempo para cada paciente en particular.
Se matan trabajando, en tanto el enfermo es diag
nosticado y tratado de una manera superficial. De
bido a la afluencia de pacientes, las mutuales es
tán obligadas a adoptar tal temperamento lim itan
do la admisión de médicos. La humanidad, según
la idea de brindar a toda la población una asisten
cia médica general, se vuelve inhumana por el ca
rácter de esta asistencia. Porque el número es de
cisivo no se hace plena justicia a la minoría de en
fermos y médicos razonables. Se trata aquí de ten
dencias, no de realidades consumadas, cuyo ori
gen está en el proceso circular, en el que los enfer
mos, los médicos, la burocracia de cada uno es for
zada por la conducta de los otros a fomentar por su
lado la fatalidad a través de su conducta.
Debo renunciar a la descripción de otras ma
las tendencias. Son posibles las reformas para co-
64
rregirlas: nuevas ordenanzas, pero ante todo el
consciente restringir la organización, allí donde
los trastornos a subsanar son bagatelas en com
paración con los nuevos daños provocados. La
idea rectora debiera ser que sólo el médico, en su
trato con los distintos pacientes, cumpla su verda
dera profesión. Los otros practican un honrado ofi
cio, pero no son médicos. Y luego: las organizacio
nes deben examinarse en cuanto a cuáles de sus
reorganizaciones fomentan las oportunidades pa
ra la eficiencia de los razonables.
Las reformas sólo pueden tener éxito cuando
hay detrás de ellas una ética eficaz. Por ejemplo: a
través de las posibilidades técnicas de su trabajo,
las clínicas se han convertido en el centro de la me
dicina en práctica e instrucción. El espíritu del es
tablecimiento en ellas es decisivo para el proceso
curativo. Es general y similar en el mundo entero
en su estructura objetiva, en cuanto a potencial
técnico, formas arquitectónicas, orden y discipli
na. Pero este espíritu mismo tiene vida a través de
algo repetible no en forma idéntica, que sólo se
conserva en la sucesión histórica: como la vida
médica ejemplar que se vuelve personal en el jefe
y se realiza en la Ubre comunidad de todos, en la
que los discípulos, más allá de toda la instrucción,
se adaptan por la forma del trato cotidiano entre sí,
con los enfermos y el personal de enfermeros. Es
te espíritu médico del establecimiento anima al
mecanismo técnico como la ética, sobre la que no
se habla, sino se obra.
65
El segundo tema:
66
posición de médico sus oportunidades y sus lím i
tes. Pero en la medida en que es dominado por la
investigación como tal, deja de ser médico. Es fu
nesto cuando la clínica es subordinada a la inves
tigación, cuando el médico en jefe se interesa prin
cipalmente por un dominio especial y pasa más
tiempo en el laboratorio que junto a los enfermos.
Sin embargo, en el consultorio mismo el mé
dico es también investigador, si bien en un senti
do más amplio. Dado que el conocimiento médico
tiene su fundamento y su confirmación en la expe
riencia clínica, el conocimiento científico sólo al
canza su importancia médica relacionado con ella.
Al reconocer la realidad del acontecer de la enfer
medad de cada paciente individual, el médico rea
liza una actividad de investigación. Necesita del
discernimiento científico no sólo para subordinar
su caso correctamente bajo lo general, sino
también para reconocer en la interpretación de la
interminable concatenación de fenómenos, cir
cunstancias, factores y posibilidades lo esencial
para un tratamiento. Este discernimiento presu
pone que el médico tenga ojo clínico, franqueza ha
cia el enfermo individual en base a las experiencias
concretas obtenidas por sí mismo y disposición
para comprender lo que es nuevo para él. Es nece
saria la observación del cuerpo, de los movimien
tos, de la conducta y tener en mente el medio que
rodea al enfermo.
Tal actitud investigadora del médico excluye
las acciones diagnósticas y terapéuticas insensa-
67
tas desde el punto de vista médico, aunque tal vez
sean de interés científico.
Esa tendencia hacia la mera técnica se acen
túa con la limitación de la investigación científica
a lo exacto en desmedro del sentido por lo biológi
co, del ver morfológico, del experimentar en vivo.
La experiencia científica de manera alguna se ago
ta con la física y la química, y el conocimiento al
canzado con la ayuda de sus métodos y las catego
rías de los instrumentos y engendramientos de lo
vivo, que se conocen como máquinas y procesos
inanimados. El conocimiento biológico va mucho
más lejos.
Esta biología corresponde en medicina a la ex
periencia médica, a la observación de las configu
raciones sintomatológicas, a la revisión de las his
torias clínicas y los curricula vitae. La ciencia mo
derna no sólo tiene ío exacto, sino también este sa
ber clínico incrementado y enormemente diversi
ficado en el curso de los siglos. Pero ante los gran
des descubrimientos con sus logros sensaciona
les, el desarrollo clínico, no menos digno de admi
ración, ha quedado relegado al fondo. Parece exis
tir una tendencia a olvidar lo ya conquistado.
El trato con lo vivo en base al saber acontece
dé dos maneras en la medicina científica: de
acuerdo con la ciencia natural exacta como un ha
cer técnico y de acuerdo con la biología como asis
tencia, en el prestar oído atento a la vida misma,
creándo las condiciones, promoviendo el desarro
llo, aplicando la higiene y la dieta en el más vasto
68
sentido hipocrático. Pero el ejercicio de la medici
na tampoco se agota con esto.
Nuestro tercero, último y principal terna:
¿Qué hace el médico allí donde concluye la
ciencia?
El límite del conocimiento de la naturaleza fí
sica está allí donde se manifiesta la realidad de lo
interior y donde esto interior se pone en comuni
cación como ser razonable con un ser razonable.
Aquí, en lo entendible, se da algo completamente
diferente respecto de la terapia técnica y la asis
tencia biológica: el autoeducar y el educar.
El médico debe saber dónde sabe y obra cien
tíficamente o dónde incursiona en este otro ámbi
to: el espacio del sentido comprensible, intercam
biable entre personas que le prestan creencia in
mediata.
1. La medicina científica advierte la circunstancia
de que el hombre no sólo es animal sino un ser ra
cional y que este ser racional puede enfermar, que
el hombre está enfermando mentalmente. A fines
del siglo XVIII la psiquiatría fue admitida en el
círculo de las especialidades médicas científicas.
Sin embargo, se mantuvo como una rara es
pecialidad. Pertenece tan bien a las ciencias filosó
ficas como a las naturales. La psiquiatría, como la
psicología, sólo es ciencia en cuanto algo relacio
nado con el alma se le hace objetivamente categó
rico, diferenciable, objetivamente identificable y
por ende explorable.
69
Además, sólo es ciencia a través de la expe
riencia, que lleva forzosamente a la intuición, ya
sea experimental o estadística o biográfica, ya sea
observando movimientos, formas, figuras o en el
trato con los seres humanos.
A l principio, la psiquiatría científiconatural
consideró el estudio del encéfalo y del cuerpo en
tero decisivo y suficiente para el conocimiento y el
tratamiento de las enfermedades mentales. La ex
ploración del cerebro tuvo resultados asombrosos,
descubrió determinadas enfermedades cerebra
les. La circunscripción diagnóstica y etiológica de
la parálisis progresiva y el descubrimiento de la te
rapia capaz de detener este proceso fueron un
triunfo de tal investigación.
Pero la mayoría de los procesos demenciales
no habían sido abordables aún por esos caminos.
Sin embargo, la calificación de psicopatías para
síntomas no demenciales no significaba nada pa
ra la ciencia.
Lo que la psiquiatría sabe y puede realmente,
debe evidenciarlo la práctica. Se la ve en los hos
pitales, clínicas y consultorios. ¿En qué extensión
el saber comunicado en tratados y textos tiene al
go que ver con la práctica? ¿En qué extensión no
es sino una jerga caprichosa, expresada en una
mitología de las células cerebrales o en una psico-
mitología, una jerga en que se vierte el lenguaje
empleado durante la práctica, pero no la práctica
misma en su realidad efectiva?
Cuando a comienzos de este siglo se tuvo con-
70
ciencia de las discrepancias entre el saber aparen
te y la realidad, entre los reales conocimientos que
se tenían acerca del cerebro y su poca importancia
para la práctica, cuando los fútiles palabreríos y
manejos hicieron montar en cólera a mi venerado
y querido jefe, el psiquiatra y explorador del cere
bro Franz Vissl, se dio la primera condición para
que la claridad metodológica iluminara todo cami
no hacia un posible conocimiento psiquiátrico. Pe
ro lo decisivo fue que se comprendiera que además
de un conocimiento científico, hay en psiquiatría
una intelección comprensiva indispensable para
la práctica del psiquiatra. Si bien no es ciencia en
el sentido de las ciencias naturales, debe estructu
rarse con sus métodos como una ciencia. Así ob
tuvo reconocimiento la psicología comprensiva.
La diferencia es radical. Con la investigación
científica se logran progresos, pero con los medios
del entender se abre un mundo de contenidos de
sentido, sin progreso como ciencia, antes bien a
variable nivel de la respectiva instrucción perso
nal. La psicología comprensiva se renueva cons
tantemente como ampliación del sentido sustan
cial en el trato con las personas, mediante la apro
piación de la tradición.
En los límites del entender lo incomprensible
se convierte en un problema causal: comprender
lo como un síntoma de un proceso esquizofrénico
por caso; por el camino de un progresivo entender
esto incomprensible como tal queda absolutamen
te oscuro. O lo incomprensible es la incondiciona-
71
lidad de la libre existencia, pero como tal accesible
hasta el infinito a la ulterior penetración compren
siva.
Ahora bien, el punto decisivo desde el ángulo
de mira médico es que la enfermedad no reside en
lo susceptible de comprensión, sino en lo incom
prensible, en particular en las conversiones de lo
que tiene sentido comprensible en trastornos físi
cos o psíquicos. ¿Por qué la comprensibilidad pro
voca en uno un proceso físico o un estado psíqui
co anormal y en otro no? ¿Por qué aparece en las
formas de mecanismos de histeria, causantes de
una escisión entre consciente e inconsciente, por
qué en formas imprescindibles, por qué en sínto
mas físicos concomitantes de vivencias, en sí inde
pendientes?
¿De dónde proviene que tales nexos compren
sibles sólo degeneran en enfermedad en una pe
queña proporción de personas? ¿De dónde provie
ne que en la mayoría de las personas, cuando és
tas quieren olvidar y logran reprim ir y olvidar, es
to no provoque ninguna enfermedad?
Lo esencial desde el punto de vista médico no
es el significado comprensible, sino el mecanismo
de las conversiones. Aquí el entender en sus lím i
tes retrotrae a la interpretación científica. Aquí se
ría posible un fundado progreso científico, pero
hasta ahora no se ha dado un comienzo. Se pien
sa a estos mecanismos como extraconscientes en
la continuación del conocimiento neurológico. Sin
embargo, sólo se conocen los síntomas. Se pueden
72
distinguir y caracterizar en múltiples imágenes,
que no son teorías verificables.
La terapia científica acertaría las causas de
tales conversiones en los procesos orgánicos como
la esquizofrenia o los mecanismos de conversión
desconocidos en los no enfermos mentales. Las te
rapias, como el electrochoque o la lobotomía en
enfermos mentales constituyen un violento proce
dimiento total sin relación en realidad con el sen
tido del análisis metódico de la moderna investiga
ción científica.
2. El suelo científico ya no ofrece apoyo, mien
tras la práctica exige una acción. Dado que el mé
dico quiere ayudar, busca influir directamente a
través del alma sobre el cuerpo y el alma. Los pro
cedimientos que así resultan reciben el nombre de
psicoterapia. ¿Hay pues dos terapias distintas en
su naturaleza?
Lo que los médicos hicieron siempre, a saber,
ser altruistas entre sus congéneres e impredeci
bles en situaciones o provocar un cambio en la
complexión interior del paciente mediante pala
bras y giros en el momento favorable, se ha hecho
consciente en tiempos recientes en los límites de la
medicina científica en los métodos independientes
como la psicoterapia.
El diálogo entre médico y paciente sigue sien
do lo esencial. Pero respecto del método que no es
diálogo, la psicoterapia se practicó primeramente
mediante los procedimientos de la hipnosis y la
sugestión, haciendo narrar al paciente sus
73
sueños, exteriorizar cualquier ocurrencia o re
cuerdo que aflorara a la conciencia, en la llamada
abreacción.
Con los métodos psieoterapéuticos no se ob
tiene ningún progreso del poder hacer a través del
científico conocer. El efecto psicoterapéutico no
constituye ninguna prueba. Se consigue imprevi
siblemente en todas las épocas mediante todos los
métodos. Los métodos pueden experimentar múl
tiples variaciones. Se reconocen en milenarios
procedimientos orientales y occidentales. El im
parcial neurólogo moderno los tiene a su disposi
ción para su empleo discrecional, separados de
sus fundamentos religiosos.
Uno se encuentra con los modales amables,
terapéuticamente inofensivos de personas com
placientes, se encuentra con los médicos que qui
sieran mantenerse libres de todas las teorías y
dogmatizaciones, y uno se encuentra también con
los pequeños redentores que a su manera satisfa
cen un anhelo de muchos individuos.
3. Sin embargo, dentro de lo que pasa bajo el
nombre de psicoanálisis, psicología profunda, psi-
cosomática, ha surgido algo diferente. Apenas se
deja definir, o de la manera más sencilla: eso que
proviene de Freud, venerado como el abuelo de to
das. Uno sólo puede caracterizar lo que se mani
fiesta en los distintos terapeutas con mayor o me
nor rigor.
Desde el primer anatema de Freud contra los
desertores a través del cual reveló sin querer una
74
característica de su movimiento, se formaron sec
tas. Estas lucharon contra otras sectas y volvieron
a unirse bajo compromisos como potencias polí
ticas. En la terapia se impone a las almas dóciles
un artículo de fe. No importa que el analizando
ofrezca resistencia. Si es curable, es decir suscep
tible de una variedad cualquiera de las creencias
de la psicología profunda, se le abre la verdad evi
dente que también le hace comprensible la resis
tencia inicial. Pero la formación psicoterapéutica
adopta la siguiente forma: En el análisis didáctico
acontece la inconsciente acuñación refinada de
una creencia a través de los ejercicios que con
solidan en forma inconmovible lo que se operó a
través de ellos en una reversión. Como se dice
expresamente en ocasiones, este adoctrinamiento
se logra sólo mediante la aptitud y la disposición
subjetivas. Si la resistencia contra el adoctrina
miento prueba ser insalvable, se debe interrumpir
el análisis didáctico y el adepto ser excluido de la
carrera.
En su multiplicidad, el fenómeno cambiante
en forma proteica puede seguir siendo descrito
hasta el infinito. Sólo un ejemplo más. Existe den
tro del psicoanálisis una antítesis: por un lado el
propósito del impersonal observar e intervenir en
base a la verdad general frente al enfermo arbitra
rio, por otro el propósito de una proximidad comu
nicativa frente al individuo único.
Por aquel primer método el paciente es reinte
grado en el mundo de símbolos de una realidad
75
humana general. Los símbolos históricos, libera
dos de su fundamento de fe bajo interminables in
terpretaciones y nuevas interpretaciones son to
mados en el ámbito psicológico. El paciente exige
quedar fuera del juego personalmente, como en los
ritos culturales, y que eso que acontece en él sea
concebido como una generalidad. El psicotera-
peuta puede decir entonces que lo personal es pa
ra él algo tan casual, que nada puede hacer con
ello. Se constituye la dogmática de un ser psiqui-
zado en analogía con su dogmática de fe. El pacien
te se siente protegido dentro de ella.
Otros pacientes sienten que se hunden en la
nada porque se tom an indiferentes como ellos
mismos. A estos pacientes se les ofrecen otros psi-
coterapeutas para la aplicación del segundo m éto
do opuesto. Estos quieren ser para el paciente un
individuo personal que existe con él. Entre el m é
dico y el paciente debe producirse una comunica
ción existencial. El médico se deja cuestionar por
el paciente como éste por aquél. La farsa de una lu
cha amorosa debe conducir al despertar de la exis
tencia en el paciente —a cambio de honorarios—.
Pero la proyectada comunicación debe convertirse
en una estructura de oropel.
Es común a todas las orientaciones el apoyar
se en una ciencia supuestamente existente, pre
tendiendo que ésta es verdadera y correcta, obje
tivamente aprendible y en constante progreso.
También les es común que no aparecieron en
un nexo de sentido con la psiquiatría científica, si
76
no que irrumpieron como concepción total de pro
cedencia extraña.
Dado que este tipo de psicoanálisis no es una
ciencia, ni como ciencia natural ni como psicolo
gía comprensiva, tampoco se la puede abarcar me
diante la crítica científica. La crítica contra la pre
tensión de los psicoanalistas de erigir en ciencia su
movimiento aconteció hace mucho, pero resultó
ineficaz, pues enfrenta en los psicoanalistas otro
poder que el de la ciencia. De ahí que los dogmas
psicoanalíticos no hayan desaparecido como tesis
científicas rebatidas, sino que se transformaron
para los adeptos en una forma de pensar, de fe y
de vida.
¿Cómo debe entenderse este suceso? Lógica
mente en base al requerimiento de pacientes y mé
dicos que quieren tal tratamiento. Sin embargo,
un motivo de este requerimiento reside en la era
técnica: la evidencia de la realidad lo es todo. Lo
que se desea puede fabricarse técnicamente. Se
rehúye la experiencia de las situaciones límite,
porque no se soporta la conmoción. La pérdida de
la realidad trascendente ha incrementado a lo ab
soluto la voluntad terrenal de dicha. Se pretende
subsanar todas las dificultades mediante factura
técnica, basada en la ciencia. Pero esta realidad
creída se resolvió en actividad, prisa, goce y cam
bio, y en consecuencia conduce a infinidad de de
cepciones. La conciencia del abandono, de la su
perfluidad, ha provocado tal radical falta de felici
dad que cada vez son más los individuos que bus
77
can al Salvador. Porque reclama felicidad, este
hombre moderno acude al médico del alma. Es pa
ra él el hombre de la ciencia moderna y el gran téc
nico del alma, capaz de devolverle la felicidad. El
médico se convierte en sacerdote de los descreí
dos. Los desesperados fieles ofrecen sus fortunas
por el tratamiento. Creen en cosas que, salidas de
los sueños, de la acuñación de un destino lenta
mente inculcado, oculto y de pronto recordado,
obran como una revelación con validez de conoci
miento científico.
Este hombre moderno en sí se cree enfermo
porque se siente desdichado. Todos necesitan la
recuperación del “coraje para volver a sí mismos”
(título de un libro psicoterapéutico de principios
de siglo), el “coraje de ser”, el “camino a la felici
dad”.
Pero esto presupone la vaguedad del concep
to de enfermedad. De un modo característico del
mundo moderno, la Organización Mundial de la
Salud define a la salud como un “estado de com
pleto bienestar físico, mental y social”. No existe tal
salud. De acuerdo con este concepto, de hecho to
dos los seres humanos están de alguna manera
enfermos en todo momento. Pero cuando el con
cepto de enfermedad ya no tiene límites, cuando
cada uno puede sentirse enfermo como existencia
y acudir al médico, cuando el médico debe estar
presente para todos los padecimientos, aparece la
confusión existencial.
78
La filosofía
Tal vez el psicoanálisis sólo sea un espectácu
lo invertido que a través de su falsa solución seña
la indirectamente lo que el médico debiera y sería
capaz de hacer.
El psicoanálisis no se puede suprimir me
diante la mera negación. Antes bien, por la reali
dad de su difusión es un amenazador llamado de
atención sobre las omisiones médicas. Debe com
prenderse lo que se presenta en él en precisiones
y ajustarse lo que él tergiversa. La verdad que lo
elude reside en el ámbito de la filosofía, que perte
nece al hombre pensante como tal.
El camino de la ciencia, aun cuando avanza
hacia el infinito, tiene sus límites en total. Lo fac
tible de saberse con el entendimiento que debe
proyectarse como propósito, es menester rebasar
lo siempre en la práctica. Donde termina el cono
cer científico, de manera alguna concluye el pen
sar. Desde que los hombres filosofan ha existido
otro pensar, un pensar que llevaba a los objetos
más allá de lo objetual inmediato. Este otro pensar
se llama razón. Si no me confío a ella, me pierdo en
los sentimientos poco amables o avasalladores de
lo irracional.
Aferrado a la acostumbrada ideología del co
nocimiento natural o a la ideología de la psicología
comprensiva intento en vano, sin embargo, tratar
con mi entendimiento a esto irracional, a esto en
el límite amenazador, agitador, socavador, alado,
79
rector, realizador, como a un objeto de examen.
Abandono entonces el método científico y no al
canzo la filosofía. No comprendo la filosofía sino a
través del pensar de la razón que a cada paso em
plea el entendimiento, pero rebasa el entendimien
to, sin perderlo.
Aferrado al entendimiento, sólo experimento
lo fluctuante de la filosofía como infructuosidad, lo
dialéctico sólo como contradicción, la falta de in
dicaciones sólo como nulidad, el todo de la filoso
fía sólo como palabrerío de ebrios.
Si en lugar de examinarlo metódicamente, me
embrollo a través del investigar, como si todo fue
ra pensar, entonces me habré cerrado a mí mismo
a la realidad y cerrado la realidad para mí. Me ha
bré encerrado en las formas del pensar de la rea
lidad empírica y en las categorías de la objetuali-
dad inmediata. Sólo una doctrina universal de las
categorías, cuya detallada elaboración es de com
petencia de la filosofía profesional, pero que por su
misma naturaleza es inacabable, me convierte en
amo de las formas del pensar y me libera de la pri
sión.
Sin embargo, encerrado en mi ideología cien
tífica, la manifestación a través de ella en la prác
tica me convierte en una criatura desorientada.
Los irracionalismos seductores están al acecho.
Entonces no encuentro el “retom o” a la verdad fi
losófica de lo que brota y todo lo penetra, sino só
lo el “trastorno” en la no filosofía del hechizo pseu-
docientífico.
80
En este linde se evidencia la libertad. Para la
ciencia natural no hay libertad. La libertad no es
un objeto de la investigación, sino el ámbito infini
to del esclarecimiento de aquello que el hombre
puede ser como él mismo. Aquí reside el punto que
todo lo decide, en el cual acontece el retom o.
Volvemos a reconocer la ideología filosófica en
la gran filosofía de los milenios que no conoce pro
greso, sino sólo pérdida y recuperación y la trans
formación de su apariencia según las condiciones
de la existencia y el saber vigente.
Esta filosofía no habla hoy sin más. Esto res
ponde a un fatal error de las últimas centurias.
Pues la grandiosa ciencia moderna, en calidad de
saber obligado, asegurado metódicamente en el
proceso ilimitado de evolución, rechazó la filosofía
como el saber invariable, para ella falso. Para sa
tisfacer a esta nueva ciencia, la filosofía quiso con
vertirse ella misma en esa ciencia. No hubo clari
dad sobre la esencia del saber investigador objeti
vo, ni sobre el pensar filosófico.
Dado que la filosofía, ya no segura de sí mis
ma, pugnaba por equipararse a la nueva ciencia,
pretendía constituirse con ella como la más exac
ta de las ciencias. A l hacerlo se le fue la filosofía,
perdida ella misma en la ficción de una “filosofía
científica” que perdura hasta nuestros días. Por el
otro lado, muchos portadores de la investigación
científica dejaron de manera no científica que su
conocimiento se convirtiera en visión del mundo,
el saber de sus métodos en teoría del conocimien
81
to, su intuición total en monstruo de la llamada
concepción científica del mundo.
Así crecieron al mismo tiempo con la moder
na ciencia natural y la técnica sus trastornos men
tales. Sólo una breve referencia histórica: Des
cartes ignoró a la ciencia moderna, no entendió
siquiera a Galileo, sino que continuó las viejas es
peculaciones de pobre contenido. A pesar de ser
un matemático creativo, no tuvo participación en
la moderna ciencia natural. Sus ideas modelo y
una grotesca visión mecanicista del mundo indu
jeron a algunos naturalistas a entender mal su
propio hacer. Bacon ideó la moderna orientación
tecnicista que Descartes compartió, pero tampoco
comprendió la moderna ciencia natural ni halló un
conocimiento científico. Auténticos naturalistas la
examinaron (Harvey, el descubridor del sistema
circulatorio, un temprano maestro de la investiga
ción) y a través de la limitación y los métodos de la
observación alcanzaron uno tras otro resultados
que tuvieron vigencia para siempre. Harvey pudo
decir con ironía: “Bacon filosofa como un Lord can
ciller”. Para horror de los filósofos profesionales de
entonces (1863), Liebig mostró en su escrito sobre
Bacon que no había en él vestigio alguno de cien
cia moderna. Sin embargo, a través de su enorme
prestigio Descartes y Bacon acompañaron con sus
ideas los siglos ulteriores. Consumaron y dieron
expresión eficaz a los trastornos que transigían
con las inclinaciones del pensamiento semicientí-
fico.
82
Esta desgracia del trastorno constituye al
mismo tiempo una referencia a la nueva oportuni
dad moderna de la conciencia de verdad filosófica
y científica. En efecto, las ciencias traen esta doble
posibilidad positiva: su propio desenvolvimiento
puro, y, a través de su existencia, la claridad deci
siva del sentido de la más primordial filosofía que
siempre debe reconquistarse de nuevo.
La filosofía sin el espíritu de lo científico como
su momento, se hace incierta hoy en general. A pe
sar de conocimientos particulares acertados, la
ciencia sin filosofía se tom a en total en no crítica
y en oscura reserva en la disposición interior de
sus portadores.
Suele escucharse a menudo: “la filosofía es
demasiado elevada para mí”, “yo no entiendo la fi
losofía”, “no tengo cabeza para la filosofía”, “la fi
losofía no es mi especialidad”. Filosofía significa
abstracto. Se dice que es espacio vacío de aire en
el que la voz no tiene eco. La respuesta sería: el es
pacio no está vacío de aire, pero de hecho, como el
mero aire, aparentemente no es nada. Sin embar
go es, es el aire que necesitamos respirar para exis
tir, el aire de la razón, sin la cual nos asfixiamos en
el mero entender. Ella se trueca en el aliento vital
de la existencia. No es sino a través de ella por
donde habla la realidad desde un profundo origen.
Nuestra mirada puesta en un problema bási
co de la ciencia y la filosofía modernas debiera fun
damentar esta proposición para el ser médico: en
la unión de los cometidos de la ciencia y de la filo
83
sofía reside la condición esencial que hoy no posi
bilita la investigación, pero sí la conservación de la
idea del médico. La práctica del médico es filosofía
concreta.
84
desalentar. Se produce la constante lucha por las
reformas y se da la solidaridad de los sensatos.
La segunda: la limitación a la medicina cien
tífica no es peligrosa para el investigador. Todavía
no es médico. Pero a diferencia del investigador li
mitado, el médico necesita la universalidad. A de
cir verdad, no hay una medicina total. El todo no
es un objeto, sino una idea, pero el médico sobe
rano quiere disponer en forma universal de todos
los puntos de vista posibles y como hombre sentir
se como en su casa en el mundo humano, en el
mundo del espíritu.
La tercera: vemos médicos que con derecho
reprueban la filosofía cuando se refieren a la filo
sofía profesional y a la no filosofía. Sin embargo,
sin filosofía no se puede dominar el abuso en el lí
mite de la medicina científica.
Permítasenos recordar el aforismo hipocráti-
co: icexpóq (piAóaotpoq ioófieoq.
El médico que en base al progreso técnico
científico puede conseguir logros tan inauditos, no
llega a ser médico integral sino cuando acoge es
ta práctica en su filosofar. Se encuentra entonces
en el campo de las realidades a las que da forma co
mo entendido sin dejarse engañar por estas reali
dades. Como el más fuerte realista sabe en el no
saber.
A través de la intimidad con sus enfermos, es
te refugio de ayuda personal que se puede afianzar
contra los poderes extraños y el Estado y la socie
dad, el médico llega en su sobriedad a la experien
85
cia humana. Frente a la necesidad llega en la prác
tica a la intelección filosófica, a lo eterno, esa idea
que puede volver hacia el bien al progreso mismo.
Pero éste es el problema fatal de la era técni
ca. En esta era de la ilustración, en la increm enta
ción del saber y el poder, en la fe en el progreso en
sí, a menudo no se comprende en qué afecta en
realidad a los individuos. Mientras que las cosas
reales en el mundo se volvieron más claras que
nunca, la realidad se opacó.
En todas partes y en general, la era se enfren
ta a la cuestión de la vuelta. Nadie sabe dónde sur
girá primeramente la llama de la renovación.
El médico que obliga al investigador que hay
en él a tener conciencia de sus límites, no deja na
da incuestionado como evidente por sí, y por me
dio de la meditación da la guía al filósofo en él.
Frente a los peligros mortales que provienen de la
técnica y de los fuegos fatuos, podría hallar en re
presentación de todos el camino que lo saque de la
prisión del limitado pensar del mero entendimien
to.
Tal vez los médicos sean los llamados a dar la
señal.
Crítica al psicoanálisis
Casi no es posible hablar del psicoanálisis co
mo de una unidad, salvo que todos los psicotera-
peutas que se sirven de ella se orientaran por
86
Freud en adhesión ortodoxa o crítico rechazo. No
hay duda que Freud es una eminencia gris. El pe
so de su saber, la radicalidad con la que va hasta
el absurdo, su referencia a la crisis de una era
mendaz, su estilo y su porfía influyeron con más
intensidad de lo que fueron capaces cualquiera de
sus seguidores. Todos los conocimientos fun
damentales provienen de él. El hecho de estar
prisionero de los conceptos de las ciencias natura
les sin haber hecho genuina investigación en ellas,
y su dependencia del pensamiento psicológico del
tipo de Herbart, son propios del hombre del siglo
xix. Su peculiar frialdad, más aún, su odio, ani
man los métodos de su investigación. A través de
las críticas se ha evidenciado hace mucho lo que
en sus descripciones, interpretaciones y tesis
tiene valor de conocimiento, lo que es procedi
miento pseudocientífico, lo que en la marcha de la
argumentación no es progreso de una teoría con
sistente, sino variaciones de las ocurrencias del
autor. Freud participa del espíritu de la ciencia
moderna. Con sus descubrimientos, él mismo
provoca nuevos encubrimientos. En la historia del
espíritu, su papel ha consistido en llamar la aten
ción sobre posibilidades ignoradas, pero siempre
es rápido en llegar a ideas gratuitas, por no decir
atrevidas (como en el libro sobre Moisés, entre
otros).
En la actualidad, hay psicoterapeutas inte
riormente independientes que aman a su prójimo
y quisieran ayudarlo. Hacen razonablemente lo
87
posible en cada persona en particular. También
utilizan métodos psicoanalíticos sin dejarse atra
par por ellos. No organizan ni tecnifican, lo cual se
rá siempre asunto de la comunicación histórica de
individuos aislados. Están acostumbrados a un
claro conocer científico y siempre lo tienen presen
te como la base de toda terapia. No es a éstos a
quienes nos referiremos la continuación.
Antes bien, quisiera volver a señalar una co
rriente dentro del movimiento psicoanalítico que,
al parecer, se hace cada vez más fuerte. Quisiera
señalar lo que constituye el carácter de fe en este
pensamiento. Esta fe es posible y fomentada a tra
vés de algunos errores objetivos, de los cuales for
mularemos los siguientes:
1. Se confunde la comprensión del sentido con la
explicación causal.
La comprensión del sentido se cumple en la
mutualidad de la comunicación. La causalidad es
ajena al sentido, reconocible en distancia como
otra cosa.
A través de la comprensión yo no determino,
sino que apelo a la libertad. A través de la explica
ción causal, me hago capaz en cierta extensión de
intervenir en forma racionalmente calculable en el
acontecer, en el sentido de los fines deseados.
Si confundo, en cambio, la comprensibilidad
del sentido en el ámbito de la libertad y la explica-
bilidad causal, palpo la libertad. La manipulo en
tonces como un objeto, como .si estuviera presen
te en forma reconocible, a través de lo cual yo la de
88
nigro y por añadidura pierdo posibilidades causa
les que existen de verdad.
2. La modalidad del influjo terapéutico es cues
tionable. Se sabe que todos los procedimientos
psicoterapéuticos tuvieron éxito en manos de per
sonalidades eficientes a través de los milenios. Se
ve que los procedimientos psicoanalíticos han te
nido tantos éxitos y fracasos como otros métodos.
No está bien calificar de curación la conformidad
de algunos pacientes con su activa aplicación y su
biografía total. Mientras que en la medicina pro
piamente dicha han sido posibles curas formida
bles, casi portentosas gracias a los conocimientos
de los últimos ciento cincuenta años, de modo tal
que la vida del hombre occidental se ha prolonga
do término medio en veinte años, los resultados
psicoterapéuticos no han ido en aumento. A l pare
cer, de acuerdo con la naturaleza de la cosa, no lo
harán. Lo que aquí se llama terapia en la vaguedad
y arbitrariedad del significado de curación, se re
conoce en la palabra de un famoso psicoanalista
en 1933: la mayor acción psicoterapéutica habría
sido la influencia de A dolf Hitler.
3. Lo que llamamos neurosis no se caracteriza
por los contenidos comprensibles de los síntomas,
sino por los mecanismos de traducción de lo psí
quico en lo físico, del sentido en el acontecimien
to corporal ajeno al sentido o en los mecanismos
psíquicos de neurosis compulsivas, esquizofre
nias y otras. Sólo un reducido porcentaje de per
sonas padece a causa de esos mecanismos, de es
89
te talento o de esta fatalidad que las hace enfren
tarse como si se tratara de algo extraño con sus
propios procesos intelectuales, actos de su liber
tad en la forma de alteraciones físicas y psíquicas
que no pueden dominar. En cambio, la mayoría de
los individuos reprimen, olvidan, dejan en suspen
so, sufren y toleran hasta el extremo sin llegar a ge
nerar por ello alteraciones físicas o psíquicas.
Estos y otros errores son científicamente ex
plicables como tales. Ofrecen la posibilidad de re
visar, diferenciar, examinar. La situación es otra
en lo que se refiere a las concepciones básicas del
psicoanálisis, a las que se puede calificar de fe. Es
ta fe se caracteriza por los siguientes rasgos:
1. Todo cuanto le sucede al hombre y sucede en
él tiene sentido. La absolutización del significado
y la nivelación de este significar en un único pla
no de comprensión del sentido significa una “con
cepción del mundo” que se hace toda símbolo, pe
ro de la especie de símbolo descifrable. De los sín
tomas histéricos reales y otras manifestaciones
patológicas concretas, la interpretación se extien
de a todas las enfermedades, a la biografía total del
individuo. Resultan pues, infinitas posibilidades
de interpretar, encontrar nuevas interpretacio
nes, interpretaciones opuestas, seguir interpre
tando y excederse en la interpretación que no tie
ne fin y pierde criterios sobre lo correcto y lo falso.
Una condición de ser discem ible deja de ser tal si
se la sumerge en el discurrir de una interpretación
sin término.
90
2. Surge la exigencia de un saber total del hom
bre, de su verdadera sustancia que todavía es an
terior a la separación en cuerpo y alma. Esta tota
lización de la concepción del hombre es científica
mente imposible. Como estructura ideológica es
análoga al totalitarismo en la interpretación de la
sociología histórica, se funda en la confusión de lo
discem ible y la libertad. La libertad convertida en
objeto, ya no es libertad.
3. La enfermedad se considera una culpa. Lo
que en dominios limitados constituye un posible
punto de vista frente a los síntomas patológicos
—en ningún caso un criterio médico—, se hace ex
tensivo con mayor o menor claridad a todas las en
fermedades. Una filosofía equivocada e inhumana
en sus consecuencias echa a perder e. sentido y la
ética de la asistencia médica.
4. Surge más o menos consciente una idea de la
perfección humana a la que se designa salud. La
unidad del hombre, la unidad de la ciencia, la uni
dad de la medicina son destacadas en forma paté
tica, pero pensadas como sometimiento a los cues
tionables contenidos de fe de la mala filosofía fluc-
tuante que se mueve con imprecisión en confusos
círculos dialécticos.
5. Obra aquí una tendencia oculta, fanática y
destructiva. Rara vez se alude a ella, pero Viktor
von Weizsácker lo hizo una vez con suma claridad.
Le “preocupaba... que si alguna vez la psicoterapia
lograba resolver por vía del análisis y curar una
grave enfermedad orgánica, podía presentarse co
91
mo secuela un estado lindante en una psicosis. Si
la enfermedad es pues, por así decir, una materia
lización del conflicto, con su espiritualización
vuelve a presentarse entonces el conflicto... La exi
tosa psicoterapia será entonces la producción de
un nuevo conflicto. Sin embargo, si el conflicto
conduce a pensamientos nunca escuchados, a he
chos magnos, entonces habrá un medio al que es
to no le agradará en absoluto. Ya se trate de sepa
ración matrimonial, vuelco político o revolución
religiosa, en todos los casos el así curado se con
vertirá en enemigo del orden establecido y su mé
dico... será condenado. Lo que aquí expreso es mi
tad profecía y mitad descripción de lo que ya está
sucediendo”. “La medicina psicosomática bien en
tendida tiene un carácter revolucionario... Pero,
sin duda, donde la vida es una contradicción razo
nable, también lo debe ser la terapia... Terapia
quiere decir que la acción médica participa en el
proceso de la enfermedad, lo acompaña, se inmis
cuye en él, coopera en la evolución.”
92
dico siempre significó más. Lo que es la idea de su
profesión en la que la ciencia aplicada es sólo una
herramienta, no es en sí objeto de la ciencia, sino
cuestión de la autoeducación en el obrar interior
dentro del ámbito de la filosofía y la religión. Cuan
do Th. Bovet habla de la “psicohigiene” y dice:
“quien la enseñe debe personificarla en sí mismo”,
quiere decir esto y dice algo bueno. Habla del con
sejo y de la ayuda en la aflicción anímica y opina
que “no se puede llevar a nadie más allá de la po
sición en que está uno mismo”, o: “quien conside
ra el matrimonio como una forma especial junto a
otras formas posibles, ha comprendido poco o na
da del matrimonio y no sirve para higienista psí
quico”, o: “quien desecha la fe religiosa como su
gestión o ilusión no debe ocuparse de la psicohigie
ne”.
Nos preguntamos si el psicoanálisis sería el
camino para alcanzar la madurez, la riqueza de la
vida, la verdadera fe, o si aquí, a través de una fe
equivocada, sin fundamento pero que no obstan
te se sostiene con fanatismo, no se obstruye más
bien el camino hacia el genuino ser hombre que se
alcanza por referencia a la transferencia.
La fe de los psicoanalistas puede aparecer con
giros de escepticismo, cuando por ejemplo Jung
contempla todos sus puntos de vista sólo como
“propuestas e intentos para la formulación de una
novedosa psicología científica”, pues en su opinión
“falta mucho, mucho, para que llegue el momen
to de una teoría total”... Sostiene pues a ésta fun
93
damentalmente como posible meta y de hecho
bosqueja sin cesar esquemas de una teoría total
concebible para él.
El ropaje médico para las concepciones no
médicas, el ropaje medicoterapéutico para los m é
todos de tratamiento no médicos en relación con
los padecimientos y necesidades crea una confu
sión de la postura básica que prepara el terreno
para una ortodoxia. Lo que empezó con el anate
ma de Freud contra sus discípulos desertores sig
nifica una tendencia situada en la cosa. Esta ten
dencia se ha robustecido. Señalaré lo que proba
blemente habrá de suceder: desde hace decenios,
los psicoanalistas fundan sociedades que se arro
gan el derecho de distribuir diplomas en base a la
organización de una institución didáctica. A l igual
que las sectas, apelan a la solidáridad. Lo que une
a los miembros no es la discusión científicamente
determinada sobre el terreno de una razón que los
una a todos, sino una concepción total fluida en
sus formulaciones, pero reconocible en la postura.
Ya está a la vista el paso hacia la formación de
los psicoterapeutas psicoanalíticos ortodoxos a
través de una diferencia radical en los requisitos
para la graduación médica y la graduación de psi
coanalista proyectada. La graduación médica se
otorga en base a los conocimientos y pericias que
he adquirido umversalmente en conciencia cientí
fica a través del conocimiento en virtud de obser
vaciones y experimentos en todo momento repeti-
bles. Por el contrario, la graduación de psicoana
94
lista debe establecer además como requisito el lla
mado análisis didáctico, un procedimiento en to
do análogo a los ejercicios, durante los cuales la
verdad era adquirida no por el conocer universal,
sino por la ejercitación en el tratamiento de la pro
pia conciencia. El análisis didáctico imprime tan
hondo las profesiones de fe en relación con la pro
pia existencia que, en caso de resultar, éstas que
dan positivamente fijas y convierten al así adoctri
nado en un correligionario apto del proyectado
gremio. Un proyecto argentino de reglamento de
perfeccionamiento, impreso en una revista alema
na de psicoanálisis (con evidente conformidad)
arroja luz al respecto: propone la admisión en ba
se al curriculum y una entrevista con dos analis
tas instructores, o sea un examen de competencia;
asistencia a un mínimo de 350 sesiones de análi
sis didáctico; colaborar en un grupo de estudio di
rigido por un mentor. De aprobar, autorización pa
ra practicar dos análisis de control por año, es de
cir, el analista principiante analizará a dos pacien
tes bajo el control de un experto. Por último, el
analista practicante, el analista supervisor y el
mentor pasarán sus respectivos informes. Ahora
viene lo más significativo: si a juicio del analista
instructor el análisis didáctico no avanza en forma
satisfactoria, el analista practicante puede ser re
emplazado una vez y si fracasa de nuevo se le acon
seja abandonar la carrera, es decir, habrá queda
do demostrado que el interesado no está dotado
para admitir la fe necesaria. A través de la repeti
95
ción en los largos análisis, la fe se consolida. El in
dividuo así ejercitable es útil. Si bien nunca se ha
bla de obediencia, es una exigencia tácita que ya
explicaba el anatema de Freud. Tener serias dudas
y hacer cuestionamientos a través de la libertad de
la razón, lleva a perder la habilitación de psicoana
lista.
Aquí se ha dado un paso extraordinario, natu
ralmente sin tener conciencia de su importancia.
Desde el punto de vista científico, el análisis
didáctico no puede ser considerado como fuente
de conocimiento inmejorable en sus métodos, aun
cuando con él se recogen experiencias que pueden
tener interés para la ciencia. Pero el análisis didác
tico debe antojársele indigno a la razón. El proce
so existencial de obtención de una transparencia
de sí mismo y del desarrollo del propio ser en el ha
cer interior, la propia libertad, no son posibles en
serio frente a otro individuo, a no ser en la comu
nidad de la comunicación existencial, en la cual
cada uno se vuelve él mismo, al hacerse el otro él
mismo. Lo que se puede adquirir con la guía de la
elevada tradición filosófica de los estoicos, San
Agustín hasta Kierkegaard y Nietzsche, de la ma
no de poetas y sabios, sólo a través de la propia
consumación, debe perderse en un proceso tecni-
ficado del análisis realizado por un llamado exper
to. No hay aquí términos medios para el juicio. Ya
no se trata sólo de la ciencia, sino de la razón y la
libertad mismas (con absoluta ignorancia de la
plétora de banalidades que abundan en la litera
96
tura psicoanalítica, las cuales nadie que acceda a
participar realmente como objeto en un análisis
didáctico puede estar seguro de no quedar expues
to).
Esta exigencia del análisis didáctico y sólo
ella, hace inevitable la siguiente pregunta: ¿puede
una universidad que cultiva la investigación libre
abrir su ámbito a todas las posibilidades del co
nocimiento, por lo tanto también al psicoanálisis,
para que en libre discusión y un trabajo objetiva
mente examinable se evalúe lo que saldrá de allí?
¿Puede una universidad,* con la sola condición de
la liberalidad y la conciencia científica y la impar
cialidad de sus miembros, crear institutos que fi
jen para sus discípulos el requisito de un análisis
didáctico en 300 ó 150 sesiones o las que fueren?
A mi juicio, no. Puede permitir que se realicen aná
lisis didácticos, pero no que éstos sean una condi
ción para la obtención de diplomas. Aquí se ha lle
gado a un límite. A la universidad tampoco le sería
útil un instituto que, mediante técnicas budistas
de la meditación en grados de la transformación de
la conciencia, quisiera crear conocimientos supe
riores, suprasensibles. En esta cuestión, la clari
dad me parece indispensable. Cualquiera que lo
desee, estará autorizado a ensayar un análisis di
dáctico y permitir que se practique en él, pero no
puede establecerse como condición sin tergiversar
el sentido de los contenidos científicos de la inves
tigación. Donde el análisis didáctico se hace con
dición de un método de investigación, se niega la
97
ciencia libre. Por lo demás, Freud no se sometió a
ningún análisis.
El análisis didáctico, como todos los experi
mentos practicados en seres humanos, no se pue
de mirar con indiferencia. Si bien no constituye un
peligro para el cuerpo y la vida, entraña riesgo pa
ra la pureza, la libertad y la salud del alma. Don
de el experimento con seres humanos en sí mismo
se tom a en condición para aprobar, allí se lesiona
a la humanidad. Sin embargo, todavía hay liber
tad, por cuanto nadie necesita aspirar a graduar
se y aun hoy se puede practicar la psicoterapia sin
la graduación. Pero la intención es evidente. Y sin
duda, en virtud de esta intención la psicoterapia
médica sin esa graduación autoritaria sería prohi
bida, si contaran para ello con el poder estatal.
Si echamos una mirada a todas estas mani
festaciones de las que sólo he recordado unas po
cas y viéramos entonces la seriedad con que se to
maron tales cosas, por ejemplo en el Congreso de
Internistas celebrado en Wiesbaden en 1949, cier
tamente nos asombraríamos. La medida de reco
nocimiento en la discusión por parte de los no ana
listas, la cautela, como si pudiera haber algo en
ello, la preocupación de que un rechazo radical pu
diera valerle a uno el título de ignorante en mate
ria científica, muestra cuán profunda es la acción
de estos modos de creer. Aquí, donde con la cien
cia se amenaza simultáneamente la libertad y la
humanidad y lo serio de lo incondicional, una re
acción podría Conducir a la necesaria autognosis.
98
Pues desde hace cien años, al olvidar el gremio
médico su idea de la profesión por el enorme incre
mento de la capacidad técnica, ha quedado cada
vez más a merced de ésta. Ahora bien, para el mé
dico son indispensables estas dos cosas: primera
mente la ciencia y la capacidad fundamentada por
ella y de este modo la clara conciencia metódica de
los efectos causales y sus límites, el pensar y obrar
limpios dentro del marco de lo posible a través de
la ciencia. Segundo: esta capacidad debe seguir
siendo la herramienta subordinada al ejercicio de
la ética del médico. No en los medios de fundamen
to científico, pero sí en la manera de su aplicación,
de común acuerdo con el paciente y con su coope
ración, reside lo otro básico de la misión de tratar
animales o personas. Eso otro no es objeto de la in
vestigación científica sino cuestión de la persona
lidad humana que está madurando éticamente.
Pero el auténtico procedimiento científico y esta
personalidad son inseparables. El procedimiento
científico deja de ser fiable cuando la personalidad
falla. La personalidad no basta, cuando no domi
na a la herramienta: buena gente, pero no se ne
cesitan malos músicos.
El psicoanálisis, en aquellas de sus manifes
taciones sobre las que acabamos de reflexionar, es
ruinoso para la medicina, pero es como un fanal
para conjurar la autognosis médica. No se debe fa
cilitar demasiado esta autognosis. La falsedafLd^l
enemigo destructor de toda auténtica medyjKg l i f l ^ V
se combate mediante el procedim ien tq^^íu ficíh ^J
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satisfecho de sí mismo, sino sólo a través de la to
talidad de la ética, en la cual también aquél con
serva la fiabilidad.
100
Naturaleza y crítica de la
psicoterapia
101
al alcance de todos, aunque dentro de una obra
más voluminosa son casi inaccesibles a un públi
co más vasto.
Con ellos pretendo ser útil a todos aquellos
que están dispuestos a una interpretación razona
ble, a una manera de pensar científica y a una pos
tura filosófica crítica.
Basilea, diciembre de 1954
Karl Jaspprs
Psicoterapia
Reciben el nombre de psicoterapia todos los
métodos de tratamiento que actúan sobre el alma
o el cuerpo con recursos que guían a través del al
ma. Requieren por completo la cooperación de la
voluntad dispuesta para ello del enfermo. El cam
po de acción de la psicoterapia lo constituye la
gran cantidad de psicópatas y enfermos mentales
benignos, y todos aquellos individuos que se sien
ten enfermos y sufren en su estado psíquico, casi
siempre también los casos de padecimientos físi
cos a los que tan a menudo se superponen sín
tomas nerviosos, respecto de los cuales la perso
nalidad debe intervenir interiormente. Para todos
estos casos poseemos los siguientes métodos de
influencia ejercida sobre la psique.
102
Métodos de sugestión
103
Métodos de catarsis
104
Métodos de ejercitación
105
b) J. H. Schultz hizo del autogene training
[ejercitación autógena] un método que consiste en
la acción de la voluntad sobre la propia vida somá
tica y psíquica, al principio mediante la desco
nexión del estado de conciencia, luego por autosu
gestiones en la “autorrelájación concentrada”.
Métodos educativos
Cuanto más acude el paciente al médico por
propia necesidad para subordinarse y recibir una
guía, tanto más puede adquirir esta relación el ca
rácter de una educación. Se quita al enfermo de su
medio habitual y se lo interna en un hospital, en
un sanatorio o en un balneario. A través de dispo
siciones ejecutadas bajo la dirección de una ins
tancia autoritaria se logra imponer directamente
una disciplina. Se le da al paciente una completa
reglamentación de vida. Hora por hora debe saber
lo que tiene que hacer y observar estrictamente el
programa.
106
el aspecto humano que todos los anteriores, el me
nos sujeto a reglas, pero sí al tacto y los matices.
a) El médico comunica su saber psicopatoló-
gico, instruye al paciente sobre aquello que le es
tá sucediendo realmente. Cuando el enfermo, tal
vez como ciclotímico, adquiere clara idea de que su
padecer reconoce fases, esto le es útil para liberar
se de falsos temores y le es útil para comprender
las causas extraconscientes de fenómenos, que tal
vez lo torturan exclusivamente en lo moral.
b) El médico quierefundamentar y convencer,
influye sobre las valoraciones y la concepción del
mundo del enfermo. Se habla de métodos de per
suasión.
c) El médico se dirige a la voluntad. En un ca
so estimula la fuerza de voluntad; en otro, a aban
donar un dominio sobre sí mismo en la situación
equivocada. Sería decisivo el conocimiento de los
fenómenos que en cierta extensión son asequibles
al autodominio, y aquellos que no lo son (por
ejemplo los síntomas de compulsión).
No pocas veces un observador consciente tie
ne dudas acerca de dónde puede y debe intervenir
la voluntad y así, por otro lado, tal intervención no
hace sino empeorar en todos los casos y antes bien
es necesario un dejar pasar.
Sabemos que nuestra vida consciente poco
más o menos es sólo la capa superior de un domi
nio vasto y profundo del acontecer sub y extracon-
ciente. La autoeducación consiste en influenciar
esta vida psíquica subconsciente, guiar sus accio-
107
nes, dejarles libre curso o inhibirlas. Son para ello
necesarios métodos opuestos, según sea la clase
de vida psíquica. Por un lado, frente a inhibiciones
e influencias surgidas de principios convenciona
les, debe cultivarse la entrega al subconsciente, el
saber esperar, el prestar atención á los instintos y
sentimientos; deben desarrollarse los gérmenes
que dormitan en el inconsciente. O por el contra
rio, la voluntad debe ser educada para realizar in
hibiciones y represiones cuando regiones del in
consciente se han ensanchado a costas de otra y
han arrojado fuera del camino al individuo. De es
te modo, nuestras influencias se encaminan por
un lado a estimular la actividad, el esfuerzo y por
otro a la entrega, al relajamiento, a la confianza y
al propio inconsciente.
Casi siempre el hombre se enfrenta a sí m is
mo, a su propio inconsciente. Rara vez se da en un
paciente que por así decir, se identifique plena
mente con su inconciente, con sus instintos y sen
timientos. La mayoría de las veces la personalidad
está en guerra con sus propios principios y com
prender esta oposición de la personalidad respec
to de su propio inconsciente en el caso individual
es la condición para ejercer una neta influencia.
Quienes acuden al psiquiatra no son aquellas per
sonas cuyo inconsciente se distingue por la nor
malidad, la formalidad y la fuerza de los sentimien
tos e instintos que afloran de él y que se saben uno
con su inconsciente, sino aquellas cuyo incons
ciente es confuso, inseguro e inconstante, aque-
108
lias que están enemistadas con su inconsciente y
consigo mismas, que por así decir están sentadas
sobre un volcán.
d) La condición indispensable para una con
ducta razonable y eficaz para con uno mismo es el
autoesclarecimiento. El médico quiere ayudar al
enfermo a hacerse transparente. Se habla enton
ces de métodos analíticos. Lo menos que éstos
suelen ser es inofensivos. A menudo son excitan
tes y por momentos perturbadores. A veces cabría
preguntarse quién puede atreverse a radiografiar
el alma individual hasta sus abismos, si no está es
tablecido de antemano que el hombre puede de
pender de sí mismo, que puede vivir a partir de su
verdadero origen si sólo se lo descubre, o que pa
ra el caso de la impotencia humana los sacramen
tos de una instancia objetiva están disponibles pa
ra ayudarlo y son bienvenidos.
Aquí, donde la razón filosófica preside, todo
depende de la personalidad del psiquiatra y su
concepción del mundo. Surgen así tales dificulta
des y conflictos, que el psiquiatra individuad no
puede tomar decisiones en base a un fundamen
to científico, sino sólo por convicciones instintivas.
Después de habernos formado una idea acer
ca de los métodos psicoterapéuticos intentaremos
una observación comparativa, en primer lugar en
relación con las formas, de cómo a través de la mo
dificación de la situación de vida se trata de fomen
tar la curación:
El procedimiento más grosero y extremo es el
109
cambio de medio. El enfermo es sacado de su en
torno habitual, dispensado de las cotidianas fric
ciones y dificultades que se acumularon sobre él
en su mundo y expuesto a nuevos estímulos e im
presiones. Se observa si eso ayuda, si a través de
la tranquilidad y la reflexión, a través del cambio
y una momentánea liberación de ése su mundo
que lo torturaba, el enfermo gana fuerzas para
avanzar con mejores perspectivas. De esta mane
ra, el médico no interviene en nada de lo que se
opera interiormente.
La terapia de trabajo coloca al alma y al cuer
po bajo condiciones de vida naturales -a diferen
cia del vacío ir viviendo, el estar abandonado a sí
m ism o- destinadas a mantener a los enfermos
unidos al mundo y obligarlos por medio de la ac
tividad a poner en orden sus funciones perturba
das con las energías que aún les quedan.
La asistencia social, en tanto es realmente po
sible, cambia la situación de vida mediante la ami
noración de los daños. Cuando ésta no es posible,
sólo ayuda el asesoramiento respecto de la situa
ción de vida y el comportarse de todas las partes.
En relación con la forma comparamos en se
gundo lugar cómo experimentan los contenidos
los pacientes en su trato con los psicoterapeutas.
Un mero tomar conocimiento, pensar y opinar so
bre lo dicho es inoperante. Los contenidos, las in
terpretaciones, las finalidades deben ser experi
mentados para surtir efecto. Esto sucede de mu
chas maneras:
110
Las ideas en calidad de imágenes se convier
ten en concepciones convincentes. Sólo éstas ac
túan en la sugestión en estado de vigilia y en la hip
nosis. El sugestionador debe lograr que lo dicho
por él se tom e gráfico y atrape la imaginación.
Los fines deben ser queridos. Debe venir algo
constrictivo, indesviable en la tendencia de una
orientación de conducta. Esto sucede a través de
la exigencia autoritativa, a través de la orden coer
citiva, dado el caso en forma grosera mediante la
más lacónica indicación, mediante un regaño vio
lento.
Los símbolos, en calidad de prototipos de con
tenidos de una cosmovisión, deben tornarse ac
tuales y aceptados confe en toda su gravitación. La
satisfacción específica en el manifestarse de lo ver
daderamente existente afirma un fundamento en
la conciencia del ser que forma la postura interior
y la disposición de vivir. El terapeuta se hace pre
gonero de una fe, cuando recorre tales caminos.
Cuando se aconseja e instruye sobre la inter
pretación de lo realmente existente, del mundo del
enfermo y él mismo, importa que ejecute su sí y su
no con decisión. De nada sirve saber, sino que
viendo las cosas debe lograrse reconocerlas y
aceptarlas, si es que habrán de ser dominadas. La
responsabilidad decide en el hombre lo que habrá
de apropiarse y desechar. Su determinación exis-
tencial es el último origen de un verdadero cami
no de la vida. Ningún psicoterapeuta puede hacer
que se lo alcance. Lo extremo es desarrollar en la
lll
comunicación por medio del diálogo las posibilida
des que pueden dar la im previsible ocasión de des
pertar al enfermo.
En Macbeth, el médico expresa una dura ver
dad.
Macbeth lo interroga respecto de la dama:
—¿Cómo está la enferma, doctor?
Médico: no tan enferma, señor, como atormenta
da por violentas fantasías que le roban el reposo.
Macbeth: Ahuyéntalas.
¿No puedes curar a un alma doliente, arran
car al sentido la profunda aflicción, borrar la cui
ta, en el cerebro registrada, y mediante una póci
ma, brindar el dulce olvido? ¿librar al pesado pe
cho de pesada carga que le oprime el corazón?
Médico: La enferma misma habrá de curarse.
112
El sentido de la práctica
médica en la psicoterapia
113
Por el contrario, existe una voluntad optimis
ta de ayudar. En cualquier circunstancia es preci
so hacer e intentar algo. Creemos en la salvación.
El saber no interesa si no sirve a fines curativos.
A llí donde la ciencia fracasa, confiamos en nues
tro propio arte, en la buena suerte y por lo menos
creemos en un espíritu del curar, aun cuando sea
tal vez en un mecanismo terapéutico que marcha
al vacío.
El nihilismo y los sueños terapéuticos han
perdido la responsabilidad. La crítica fracasa en
ambos casos, tanto cuando la pasividad se ju stifi
ca erróneamente (nada se puede hacer) como
cuando una ciega actividad supone que la volun
tad y el entusiasmo en sí son capaces de lograr al
go bueno: Para el ejercicio de la medicina no se re
quiere saber sino poder hacer. Pero una práctica
efectiva no se puede basar a la larga sino en el más
claro conocimiento. A la inversa, la práctica tam
bién constituye un recurso del conocimiento. Pro
voca no sólo lo premeditado, sino también lo ines
perado. Así, hay escuelas terapéuticas que provo
can involuntariamente fenómenos que curan lue
go. En tiempos de Charcot existían una cantidad
de fenómenos de histeria que casi han desapare
cido del mundo al perderse el interés en ellos. En
la época en que imperaba la terapia hipnótica que
tuvo su cuna en Nancy, las situaciones de hipno
tismo se produjeron en Europa en una cantidad no
vista ya desde entonces. A cada escuela psicotera-
péutica con determinados puntos de vista ideoló
114
gicos, técnicos y psicológicos le corresponden los
pacientes típicos para ellas. En los sanatorios sur
gen productos de sanatorio. Todo esto era inde
seable y tan pronto se reconocieron las circuns
tancias se las quiso corregir.
Subsiste el estado de cosas fundamental de
que a través de la intervención psicoterapéutica y
su experiencia acerca de la acción y la reacción en
el trato con los pacientes es posible obtener cono
cimientos que jam ás se logran en la mera observa
ción frente al peligro del intento terapéutico. “De
bemos actuar para llegar a un conocimiento más
profundo” dice v. Weizsácker.
De las intenciones de curar y de las experien
cias que sólo se consiguen por la actividad tera
péutica, se obtiene un bosquejo de la psicopatolo-
gía que de antemano orienta los conocimientos ha
cia el fin práctico y en base a él evalúa y ordena. De
ahí que los tratados de psicoterapia sean en par
te los de la psicopatología. Por cierto, están lim ita
dos por el horizonte práctico, pero en tanto comu
nican experiencias, constituyen un importante
complemento de la psicopatología teórica.
115
lógicas, las tendencias intelectuales imperantes
'de una época y luego de las condiciones del cono
cimiento científico reconocido, pero de ninguna
manera solamente de ellas.
El poder estatal fundamenta o forma a través
de su política las relaciones humanas básicas, la
organización de la asistencia, del seguro, del apro
vechamiento, da derechos y los niega. Sin el poder
estatal no hay inhabilitación ni adjudicación de
cargos en establecimientos cerrados. En toda
práctica hay una voluntad que al fin y al cabo de
riva de las confirmaciones y exigencias estatales.
En cada consulta del médico se da una situación
de eficaz autoridad, incrementada por la clínica,
por un cargo. Y donde la confirmación no la da el
poder estatal, perdura la necesidad de un poder
que da la autoridad y debe ser adquirido entonces
personalmente.
La religión o su falta es una condición para fi
ja r el fin en el trato terapéutico. En los casos en que
una fe común liga a médico y paciente, ambos co
nocen una instancia de la que emanarán las últi
mas decisiones, apreciaciones y orientaciones, en
cuyas condiciones son posibles las medidas tera
péuticas especiales. Si falta este nexo, toma el lu
gar de la religión una cosmovisión secularizada, el
médico asume funciones de sacerdote, nace una
idea de confesión secular, una consulta pública en
cuestiones del alma. Donde ha cesado la instancia
objetiva, la psicoterapia corre el peligro de no ser
ya medio, sino repercusión de una cosmovisión
116
más o menos confusa, incondicional o variable a la
manera del camaleón, seria o una farsa, pero siem
pre sólo personal y privada.
La comunidad en una objetividad (en los sím
bolos, en la fe, en las evidencias filosóficas de un
grupo) es una condición para la profunda cohesión
entre los seres humanos. Es muy raro que, perso
nalmente, por motivos inquebrantables, los indivi
duos se tengan confianza entre sí, experimenten
su felicidad como la trascendencia que se muestra
en la comunidad de destino. Una ilusión en ciertos
dominios de la moderna psicoterapia es que, pre
cisamente respecto de las neurosis y las psicopa
tías, es posible la mayor exigencia: la realización
del verdadero ser uno mismo, el desenvolvimiento
de la razón múltiple, la armónica humanidad ple
na en forma personal. La psicoterapia está ligada
a la realidad de la fe común. Donde ésta falta y por
ello se impone al individuo la más extraordinaria
exigencia con respecto a la autoasistencia, la psi
coterapia se vuelve superflua para todos aquellos
capaces de satisfacer tal exigencia aunque sólo en
principio, pero al fallar el individuo en la atmósfe
ra sin fe, la psicoterapia puede ser fácilmente un
medio de encubrimiento.
Las condiciones sociológicas implican las
más variadas situaciones del individuo. El bienes
tar de una capa social, por ejemplo, condiciona las
medidas psicoterapéuticas que cuestan tiempo y
por ende dinero, porque exigen concentrarse du
rante largo rato en cada paciente particular.
117
La ciencia crea las condiciones en cuanto a
conocimiento sólo en base a las cuales son posi
bles determinadas finalidades de la voluntad. Pe
ro la ciencia misma no las fundamenta cuando
provee los medios para su realización. La ciencia,
donde es auténtica, es universal en sus declara
ciones y al mismo tiempo crítica porque sabe lo que
sabe y lo que no sabe. La práctica depende de es
ta ciencia en su ejecución, no en su finalidad.
En la práctica hay tentaciones de sustraerse
a esta situación: la dependencia de la ciencia y la
insuficiencia de la ciencia como única base del ha
cer. Se espera de la ciencia lo que no puede lograr.
En una era de ciencia y superstición, la ciencia es
utilizada para ocultar estados de cosas insolubles.
Donde debe decidirse con responsabilidad, la
ciencia debe calcular lo correcto en base al saber
universal, aun en los casos en que de hecho no sa
be: a través de ella, permite fundamentar lo que
debe acontecer por otros imperativos. Esta es la si
tuación en ciertos casos de neurosis por acciden
tes, en ciertos dictámenes sobre la libre determi
nación, en muchas conducciones psicoterapéuti-
cas en que el médico no hace una neta separación
y no se expresa con claridad.
Puede suceder que se exprese en forma de
ciencia ficticia lo que no se sabe sino sólo se quie
re, lo que sólo se opina, sólo se desea y cree. La
ciencia se tom a dúctil para los fines de la prácti
ca. De este modo surgen dentro del marco de la
práctica que tranquiliza, encubre y da seguridad,
118
esquemas de interpretación para los fines de la
práctica que juzga, decide, da la razón y la quita.
En su estructuración la ciencia se hace convencio
nal, en el procedimiento psicoterapéutico adopta
el temple de lo científico, como en otros tiempos tu
vo temple teológico.
Por lo tanto, el límite dentro de toda práctica
reside en aquello que está sobradamente funda
mentado y se puede hacer por medio de las condi
ciones universales del conocimiento (que además
debe ser realmente conocido y tener vigencia) y lo
que tiene como condición una religión o su falta.
De aquí proviene la conducción o no conducción
del hacer, su estilo o su vaguedad, su temple espe
cífico y su color.
119
apartar de la vista. Se varían las formas del aisla
miento, se trata de darle forma altruista para sa
tisfacer a los parientes y tranquilizar la conciencia
pública. La comprensión intelectiva y la interpre
tación de la demencia, de un estado de cosas bá
sico entre las realidades humanas, busca encu
brirla involuntariamente. Las disposiciones y las
apreciaciones tienden a sim plificarla y suprimirla,
liberar la propia concepción de esta realidad y su
plir la realidad con una interpretación trivializan-
te y armonizar todo según las posibilidades.
El interés del paciente requiere terapia. Por su
propio bien es necesaria su internación, por ejem
plo, para impedir el suicidio, para administrarle
alimentos y además, para poner en práctica las po
sibles medidas terapéuticas.
La condición tácita e im plícita en la práctica
es que se sepa qué es enfermo y qué sano. Donde
prima de hecho esta idea en forma universal e
idéntica, cuando se trata en su mayoría de enfer
medades somáticas, psicosis orgánicas, como la
parálisis y las formas demenciales más groseras y
graves, no hay problema alguno, pero sí en el vas
to dominio de los casos más leves y sobre todo de
las psicopatías y neurosis.
Es determinante, en particular, para las deci
siones prácticas en el caso aislado que un indivi
duo sea diagnosticado como naturalmente sano o
enfermo. Cómo sucedió esto en las diversas épocas
y situaciones es, junto a la dimensión de la com
prensión sapiente, una cuestión de poder.
120
Regularmente, la cuestión adquiere especial
importancia cuando se juzga el libre albedrío del
delincuente. La neta delimitación del libre albedrío
es siempre una delimitación práctica. La ciencia
no puede hacer ninguna declaración sobre la liber
tad en base a un conocimiento profesional, sino
sólo sobre estados de cosas empíricos -como por
caso si un enfermo sabe lo que hizo y tiene cono
cimiento de que eso está prohibido, o sea si hay en
él una arbitrariedad del proceder y una conciencia
de la penalidad. Respecto del libre albedrío la cien
cia sólo puede dictaminar según las reglas conven
cionales existentes, que niegan o reconocen en la
libertad a determinados estados del alma empíri
camente comprobables. Pensando en la libertad,
Damerow (1853) escribió: “Pocos de los dementes
que se encontraban hasta el presente en el hospi
cio local (1.100) eran y son en todo momento ne
cesariamente responsables de todos sus actos”.
De acuerdo con esta declaración, un diagnóstico
clínico como tal jam ás excluiría el libre albedrío,
sino sólo el análisis individual en la situación del
hecho. Así, por ejemplo, el hombre presa de una
gran borrachera normal se considera en posesión
del libre albedrío, pero no en caso de un delirio
anormal. El diagnóstico de parálisis excluye como
tal el libre albedrío. Ilustraré las dificultades prác
ticas mediente dos breves ejemplos de mi propia
actividad como perito antes de la Primera Guerra
Mundial:
Un cartero rural que realizaba su servicio en
121
forma intachable, perpetró un hurto insignifican
te. Como se sabía que había estado internado una
vez en un manicomio, lo sometieron a un examen
pericial. A la vista de la vieja historia clínica que se
mandó pedir, se comprobó una clara recaída en la
esquizofrenia. En base a esa vieja historia clínica,
el examen médico de ese momento pudo reconocer
con seguridad ciertos síntomas como propios de la
esquizofrenia. El diagnóstico era claro. En ese en
tonces la esquizofrenia (demencia precoz), así co
mo la parálisis, se consideraban convencional
mente motivo suficiente para desconocer el libre
albedrío (todavía no existían las ulteriores confu
siones en tom o al concepto de esquizofrenia y la
tendencia a dejarla derivar a lo normal). El carte
ro, considerado sin más ni más como un enfermo,
fue declarado por el perito en base al diagnóstico
como un caso patológico contemplado en el párra
fo 51 del Código Penal. El fiscal se indignó. Todos,
incluso el perito, se sorprendieron. Pero el auto
matismo de las reglas reconocidas llevó a un vere
dicto de inculpabilidad.
Un típico estafador con periódicas manifesta
ciones de sus fantásticas aptitudes había realiza
do de nuevo una serie de defraudaciones. En tres
cuartos de hora hice ante el tribunal (actuaba co
mo vocal el conocido criminalista von Lilienthal)
una relación de su vida novelesca y de su carrera
delictiva, también llamé la atención sobre la irre
gularidad de su conducta, limitada a ciertos perío
dos y sobre los síntomas de esos deslices acompa-
122
nados de dolores de cabeza, etcétera, y deduje que
se trataba de un histérico que representaba una
variante de la aberración humana y que no sufría
de un proceso patológico. No se le podía negar el li
bre albedrío, al menos al comienzo de sus engaños,
pero la impresión de haber obrado por una nece
sidad interior que en la descripción sensacionalis-
ta tal vez pudo parecer como una compulsión es
tética, inclinó al jurado a declararlo inocente en
contra del dictamen del perito.
La psicoterapia se distingue de todas estas
medidas y dictaminacionés en su intento de ayu
dar al enfermo mediante la comunicación psíqui
ca, de explorar su interior hasta sus últimos abis
mos para hallar los principios de una guía que lle
ve al camino de la salvación. La psicoterapia, an
tes un procedimiento ocasional, se ha convertido
desde hace algunos decenios en un problema ge
neral de la práctica. Es necesario estar fundamen
talmente en claro antes de emitir juicios, sean de
naturaleza negativa, sean de naturaleza en extre
mo entusiasta.
123
a) El médico extirpa un tumor quirúrgicamen
te, abre un forúnculo, administra quinina contra
la malaria o salvarsán contra la sífilis. En estos ca
sos actúa en forma técnicoeausal. Valiéndose de
recursos mecánicos y químicos vuelve a restable
cer nexos alterados del aparato vital. Es el dominio
de la terapia más eficaz y comprensible en su ac
ción. El lím ite es la vida en su totalidad.
b) El médico vela por la vida imponiendo con
diciones de dieta, de ambiente, cuidados, esfuer
zos, ejercitación, etcétera. En estos casos, toma
disposiciones para el buen resultado de la autoa-
yuda para la vida en total. Procede como un jard i
nero al cuidar, estim ular y de acuerdo con los re
sultados intenta cambiar sus métodos constante
mente. Es el dominio de la terapia en calidad de ar
te racionalmente reglamentado, fundado en una
instintiva realización de la vida. El lím ite consiste
en que en el hombre no sólo acontece una vida, si
no que el hombre es alma pensante.
c) En lugar de restablecer el orden en el cuer
po mediante recursos técnicos en lo particular y
mediante el arte de curar en general, el médico se
dirige al enfermo como a un ser inteligente. En lu
gar de tratarlo como objeto, se pone en comunica
ción con él. El enfermo debe saber qué pasa con
sigo mismo para que junto con el médico ayude a
curar la enfermedad como un extraño. La enferme
dad se convierte en objeto común para el médico y
el paciente, el tratado queda fuera del juego como
él mismo cuando fomenta con el médico el logro de
124
la terapia causal y de la terapia organizada, pero el
enfermo también quiere saber lo que le está suce
diendo, considera que hace a su dignidad saber
con certeza. El médico reconoce su derecho a la li
bertad y le comunica sin reservas lo que sabe y
piensa, dejando librado cómo utilizará y elabora
rá este saber. El límite consiste en que el hombre
no es un ser razonable fiable, sino un alma pen
sante cuyo pensamiento influye profundamente
sobre la existencia vital del cuerpo.
Los temores y la esperanza, la opinión y la ob
servación tienen una inmensa influencia sobre la
vida del cuerpo. El hombre no confronta libremen
te su propio cuerpo sin más ni más. En consecuen
cia, el médico actúa indirectamente sobre el cuer
po mismo a través de sus comunicaciones. Cons
tituye un caso límite ideal que un hombre, a pesar
de todas las comunicaciones y las posibilidades in
telectivas que recibe, sólo influya sobre su cuerpo
en forma favorable a la vida. Como consecuencia,
el médico no puede decir de ningún modo al pa
ciente lo que sabe y piensa sin más ni más, sino tie
ne que condicionar su información a que el enfer
mo inerme no sea dañado por ella ni haga de la in
formación un uso perjudicial para la vida.
El caso ideal de un individuo en condiciones
de saberlo todo debiera llenar los siguientes re
quisitos: tener la fuerza para mantener en suspen
so críticamente el saber objetivo y no dejar que se
vuelva absoluto, es decir, frente a lo supuestamen
te inevitable debe vislumbrar un resto de duda y
125
posibilidad propio de todo lo empírico, y ante una
evolución tenida por ciertamente favorable no des
cartar un resto de peligro. En conocimiento de la
constante amenaza debe poder planificar su ac
ción para el futuro, hacer lo que tiene un funda
mento de sensatez y frente a un desenlace inevita
ble vivir el presente. Si el enfermo habrá de saber
lo que se sabe, no tendrá que predominar la angus
tia del miedo. Como esto, cuando se presenta,
constituye la excepción, el médico tendrá que su
mar nuevos cometidos a su acción: en lugar de te
ner con el paciente una comunicación total funda
da en la información de lo que sabe, necesitará ob
servarlo como una totalidad de su unidad cuerpo-
alma.
d) El tratamiento del individuo enfermo como
unidad cuerpo-alma lleva a constantes aponas. El
enfermo es un ser humano y como tal tiene dere
cho a saber lo que le sucede a través de una comu
nicación franca. Pero como ser humano desmaya
en su miedo que trastoca todo saber en su senti
do y lo hace perjudicial en su efecto. De este m o
do, el enfermo pierde el derecho a saber. Sin em
bargo, esta situación equívoca no es definitiva en
la idea. El hombre puede madurar quizá en la di
rección de esa excepción de un auténtico poder sa
ber. En este ser intermedio del enfermo entre la su
jeción y el ser propiamente hombre debiera ayudar
la psicoterapia.
La psicoterapia puede constituirse incons
cientemente para médico y enfermo. El médico li
126
mita sus informaciones y les da forma autoritaria.
El enfermo las toma obediente, no reflexiona, tie
ne ciega confianza en la certeza de lo dicho. La au
toridad y la obediencia ahuyentan el miedo tanto
en el médico como en el paciente. Ambos viven
apaciguados en una seguridad aparente. Dada la
relatividad de sus conocimientos profesionales, el
médico puede tom arse inseguro, en tanto tenga
conciencia de ella. Entonces se resentirá inmedia
tamente su autoridad, máscara que protege su
propio sentimiento de seguridad. Pero si el médi
co en su superioridad expone su autoridad a tra
vés de la comunicación crítica de su saber y su ca
pacidad, a pesar de todo tan limitadas, aumenta el
miedo del enfermo y la situación se hace imposible
para este médico como resultado de su entera
franqueza. Por esta razón médico y enfermo se afe-
rran instintivamente a la autoridad como lo que
tranquiliza a éste. La susceptibilidad del médico
cuando no se le cree y obedece enteramente, y la
del enfermo cuando el médico no se presenta con
absoluta seguridad, se condicionan mutuamente.
El estado inconsciente, en el cual se realiza
esta psicoterapia a través de la autoridad, se tom a
consciente cuando el médico toma sus disposicio
nes con respecto a la unidad total cuerpo-alma y
sólo entonces desarrolla la psicoterapia simultá
neamente. En comparación con la información sin
reservas de razón a razón, en este caso el médico
interrumpe la comunicación con el enfermo al im
ponerle una limitación, sin que éste se percate y
127
para su propio bien. El médico se distancia inte
riormente (pero no debe evidenciarlo), vuelve a ha
cer del hombre enteramente su objeto con referen
cia al cual se atreve a iniciar el eficaz tratamiento
de conjunto, dentro del cual se controla cada pa
labra. Ya no se le dice al enfermo libremente lo que
el médico sabe y piensa, sino que toda frase, toda
disposición, toda acción del médico habrá de ser
calculada en principio para lograr su efecto psíqui
co. Médico y paciente se enfrentan como extraños,
por parte del médico, en tanto el paciente cree sen
tir la proximidad hombre a hombre. El médico se
convierte en función en el proceso del tratamiento.
Los métodos de tal procedimiento tienen un
extraordinario campo de juego que va de los me
dios rudos a las sublimes disposiciones filosóficas.
La llamada “terapia de sobresalto”, el truco eléctri
co, la imposición del cambio de ambiente, la
hipnosis y por último el desafiar y mandar autori
tarios son recetas de intervenciones drásticas y
frecuentes logros en relación con síntomas cuales
quiera. Pero tales procedimientos sólo tienen una
limitada utilidad práctica y no son factibles de un
ulterior desarrollo y profundización. En los méto
dos psicoterapéuticos de la psicología profunda,
del “psicoanálisis y la psicosíntesis” y sus varian
tes, se usan métodos sublimados, en cuya acción
siempre hay algo que descansa en la fe, en la ver
dad de una doctrina.
El lim ite de todas estas psicoterapias lo cons
tituye primeramente la imposibilidad material del
128
médico de poder distanciarse en forma neta (siem
pre se interpone la subjetividad con la simpatía o
la antipatía), luego el hecho de que para los fines
de una influencia psíquica debe estar él mismo
presente, vital y con su energía psíquica natural,
o sea que de alguna manera tiene que creer con el
enfermo lo que éste debe creer; en segundo lugar,
la imposibilidad fundamental de objetivar es al in
dividuo como una totalidad y de este modo hacer
lo objeto del tratamiento. Como lo que es objetiva
do es el individuo, jam ás es él mismo, pero lo que
es y será él mismo, es en último lugar esencial pa
ra la evolución o la curación de sus síntomas neu
róticos. En relación con el hombre mismo, con su
posible existencia, el médico sólo puede obrar en
la concreta realidad histórica en la que el enfermo
ya no es más un caso, sino en la que se cumple un
destino con su esclarecimiento y por medio de él.
Convertido en objeto, el hombre puede ser tratado
a través de la técnica, el cuidado y el arte, el hom
bre como él mismo sólo puede ir a él en unidad de
destinos.
e) Por tal motivo, para la relación de médico y
paciente hay como último horizonte la comunica
ción existencial que trasciende más allá de toda
terapia, es decir, más allá de todo lo que se puede
planificar y poner en escena en cuanto a método.
Todo tratamiento es asumido y limitado entonces
por una comunidad de sí mismo a sí mismo como
seres de razón que viven desde una existencia po
sible. Por ejemplo, el callar y el decir no se someten
129
a reglas, en general, consecuencia de un supues
to descuido del ser humano, ni son permitidos a
discreción, como si el hombre pudiera escucharlo
todo sin más ni más y luego quedar librado a sí
mismo. De libertad a libertad se interroga y explo
ra en lo concreto histórico de la situación, sin ejer
cer ni estar sometido a tutela ni elevar abstractas
reclamaciones. En este momento, callar es tan
culposo como hablar, si ocurre según la mera ra
zón sin unidad de destinos. Médico y paciente son
los dos seres humanos y como tales compañeros
de infortunio. El médico no es sólo técnico, ni tam
poco sólo autoridad, sino existencia por existen
cia, ser humano perecedero como el otro. Ya no
hay soluciones definitivas.
El límite consiste en que los hombres como
compañeros de infortunio son sólo eso en el con
tenido de un ser que se llama trascendencia. No
une la sola existencia subjetiva, ni la existencia co
mo tal, pues existencia es en el hombre aquello que
en el mundo es necesariamente a partir de sí, pe
ro en sí está puesto por la trascendencia desde la
cual se sabe donado.
Si tenemos presente el sentido de la terapia
médica a través de la sucesión de los peldaños dis
cutidos, hasta donde la terapia termina en favor de
una conducta humana conjunta, a partir de la que
puede conducirse la terapia, pero no realizarse por
sí misma, el saber y el comportamiento del
psiquiatra (el terapeuta) adquiere una propia sig
nificación en la totalidad del arte médico. Él solo,
130
en virtud de su especialidad, contempla conscien
te y metódico al individuo como un todo, no a uno
de sus órganos corporales, ni tampoco al cuerpo
en su conjunto, sin tener en cuenta todo lo demás.
Él solo está acostumbrado a considerar la situa
ción social, el medio, el destino y las vivencias del
enfermo y tenerlos en cuenta conscientemente en
su plan terapéutico. En la medida en que son
psiquiatras, los médicos están a la altura de su co
metido total.
Lo que sucede en el enfermo en último térm i
no y decisivamente, puede llamarse el “manifes
t a r s e El enfermo puede lograr mayor claridad
respecto de su situación, primero al transmitírse
le su saber y tener la certeza sobre determinados
detalles; segundo al mirarse al espejo, por así de
cir, al aprender a saber acerca de sí mismo; terce
ro, al hacerse transparente en el obrar interior en
que se trae a luz a sí mismo; cuarto, al evaluar y
realizar su manifestarse en comunicación existen-
cial. El proceso de clarificación es un esencial ras
go básico de la psicoterapia, pero no se lo debe sim
plificar, pues es un todo articulado que malogra
mos cuando se toma un peldaño por otro. Y el pro
ceso de clarificación, como el manifestarse del
hombre, va mucho más allá de lo que es accesible
en la psicoterapia sistemática, lleva a devenir él
mismo al hombre filosofante.
Formulado en los extremos, en la terapia tie
ne un sentido radicalmente diferente que el médi
co se dirija al ser uno mismo, busque fomentar el
131
proceso de clarificación en todos los peldaños y ac
túe en la comunicación como parte de un manifes
tarse, o que oriente sus esfuerzos por curar con
medios de la ciencia hacia mecanismos enfermos
del cuerpo o del alma. Puede ocurrir que, alcanza
da la transparencia, se reordenen los mecanismos
enfermos, porque tal vez éstos entran en acción
cuando se vuelve falso el itinerario interior del
hombre por sus posibilidades existenciales. Sin
embargo, los mecanismos enfermos también pue
den ser eficaces sin estos nexos, más aún, en re
lación con verdaderos vuelos de la existencia. Ne
cesitan entonces fundamentalmente un punto de
ataque distinto del que dan la psicología profunda
y la psicoterapia.
La polaridad más profunda dentro de la tera
pia consiste pues en que el médico se dirija al acon
tecimiento biológico científicamente investigable o
a la libertad del individuo. Es un error en relación
con la totalidad del ser hombre que el médico de
je hundir al individuo en el acontecimiento bioló
gico para su inspección, y asimismo que invierta la
libertad del individuo en un ser así, existente em
píricamente como la naturaleza y factible de ser
utilizado técnicamente como medio de tratamien
to. Puedo manipular la vida, pero sólo puedo ape
lar a la libertad.
132
Las clases de resistencia en el hombre. La
decisión del enfermo respecto del tratamiento
psicoterapéutico
Hay en el hombre una triple resistencia. Esta
es en primer lugar la resistencia absoluta de un no
alterable en la esencia, sólo formable exterior-
mente; es en segundo lugar la resistencia de un es-
tructurable interiormente y en tercer lugar la re
sistencia del ser uno mismo original. Respecto de
la primera puede hacerse algo análogo al amaes
tramiento de los animales, con respecto a la se
gunda echamos mano de la educación y la discipli
na y con respecto a la tercera, de la comunicación
existencial. Cada indiviuo cae en sí mismo en es
tas resistencias, se amaestra, se educa, se pone en
comunicación esclarecedora consigo mismo.
Cuando el individuo trata con el otro, éste se con
vierte en objeto puro en el primer caso (el amaes
tramiento); en el segundo (la educación) el indi
viduo está en comunicación relativamente abierta,
pero a distancia, una distancia desde la cual acon
tece una conducta planificadora, educativa; en el
tercero está presente como él mismo con el otro en
plena franqueza por solidaridad en el infortunio,
mutuamente en el mismo nivel.1El amaestramien
to es una disposición ajena al alma. La educación
se sirve de los contenidos intelectuales, de los mo
133
tivos en una discusión que permanece bajo condi
ciones autoritarias. La comunicación existencial
es una clarificación en mutualidad que se conser
va histórica en su meollo, no significa ninguna in
telección general aplicable en el caso aislado. Si al
guna vez es real, no se convertirá en un instrumen
to útil para su empleo terapéutico del que pudie
ra disponerse, como cuando se proyectaba su apli
cación.
A pesar de su necesidad de ayuda hay en el
hombre una aversión no sólo contra la psicotera
pia, sino contra todo tratamiento médico. Hay en
él algo que quisiera ayudarse a sí mismo. Las re
sistencias en él son resistencias que él quisiera do
minar por sí solo. De ahí que Nietzsche pudiera de
cir: “Quien da su consejo a un enfermo, desarro
lla un sentimiento de superioridad con respecto a
él, ya sea que el consejo sea aceptado o rechazado.
Por esta razón, los enfermos orgullosos e irritables
aborrecen más a los consejeros que a su enferme
dad”.
La cosa se sim plifica sólo cuando el enfermo
trabaja conjuntamente con el médico en la enfer
medad, como en un extraño para ambos, pues en
tonces su conciencia individual está a un mismo
nivel con la del médico frente al trastorno. Sin em
bargo, si la psique se declara necesitada de ayuda,
el rechazo es sistemático. En el alma, el individuo
se siente completamente distinto como él mismo
de cómo se siente en el cuerpo. La resistencia de su
ser él mismo quiere por cierto entrar en belicosa
134
comunicación amorosa con otro ser él mismo, pe
ro no ponerse en dependencia y conducción, que,
sin que él mismo pueda darse cuenta, debe condi
cionar su vida interior (a diferencia de la conduc
ción afirmada en el mundo para la acción y el lo
gro). Premisa para admitir un tratamiento así es la
conciencia humana de debilidad que cree en gene
ral necesitar tal conducción interior y entonces no
teme confiarse a un conductor espiritual personal
para su persona privada: el individuo no resigna
nada cuando deja acontecer algo que todos los
hombres necesitan. O la premisa es una concien
cia específica de la enfermedad: el dictamen según
el cual yo estoy enfermo, se convierte en la condi
ción de la decisión de dejarme tratar psíquicamen
te, pues sólo quien está enfermo necesita terapia.
Pero nosotros sabemos de la multitud de sig
nificados del concepto de enfermedad. Ser dicta
minado como enfermo puede significar, por
ejemplo: “no poder dominar su proceso psíquico,
rendimiento deficiente, padecimiento, irresponsa
bilidad por un fracaso, por instintos y sentimien
tos, por actos”.
La decisión de reconocerse como psíquica
mente enfermo significa algo así como una capitis
diminutio. Aquellas manifestaciones psíquicas
dudosas en este sentido, no son como un resfrío o
una neumonía, tampoco como la parálisis o un tu
mor cerebral, tampoco como la demencia precoz o
la epilepsia, sino que se encuentra aún en el ele
mento de la libertad. Necesidad de tratamiento sig-
135
niñea aquí reconocimiento de la pérdida de liber
tad, donde en efecto la libertad está presente y al
mismo tiempo mantiene contradictoria su exigen
cia. Pero cuando al final de una serie de m anifes
taciones psíquicas está la irresponsabilidad por
falta de libertad volitiva, desde un principio es ne
cesariamente limitada la posibilidad de confiarle
algo a tal individuo, traspasarle un cometido res
ponsable, cooperar con él razonablemente. De ahí
la natural resistencia de todo individuo indepen
diente, objetivo y creyente contra los procedimien
tos psicoterapéuticos que penetran hasta las pro
fundidades del alma y afectan al individuo en su
totalidad. Sin embargo, cuando son posibles las
técnicas psicoterapéuticas particulares, el hom
bre no parece resultar afectado en total, como en
la hipnosis, la ejercitación autógena, la gim nasia
y algunos otros procedimientos, entonces no se
trata del alma del individuo sino, realmente, de un
medio psicotécnico sin proponerse otra meta que
la física (como la liberación de determinados tras
tornos físicos). Pero aún entonces subsiste el inte
rrogante de si el pudor y la propia estimación de es
te individuo autorizan tales medios debido al lado
psíquico de estas técnicas.
Sea como fuese, no se puede negar que la de
terminación de aceptar el tratamiento psicotera-
péutico significa realmente una determinación y
algo así como una decisión en el desarrollo de una
vida, ya sea para bien o para mal.
136
Metas y límites de la psicoterapia
¿Qué pretende alcanzar el enfermo cuando
acude al psiquiatra? ¿Cuál es para el médico la
meta del tratamiento? “La salud” en un sentido in
definido. Unos consideran que “salud” es esa dis
posición de vida despreocupada, optimista, trivial;
para otros es una conciencia de la constante pre
sencia de Dios con una sensación de sosiego y con
fianza, confianza con respecto al mundo y el futu
ro. Un tercero se siente sano cuando toda la mise
ria de su vida, sus actos condenados por él mismo,
todo lo malo de su situación queda cubierto por
ideales engañosos e interpretaciones embellece
doras. Y tal vez no sea exiguo el número de aque
llos cuya salud y dicha son fomentadas de la me
jo r manera mediante el tratamiento del doctor Rel-
ling (Cf. El pato salvaje de Ibsen) quien dice de su
paciente: “Yo me preocupo de mantener en él la
mentira de la vida” y que bajo la caricatura de la
“fiebre del examen de conciencia” opina: “Quítele
a un hombre mediocre la mentira de la vida y al
mismo tiempo le quitará la dicha”. Si la veracidad
es un camino deseable de la terapia —afirmado por
nosotros sin reservas— entonces es un prejuicio
sostener que la falta de veracidad hace enfermar.
Hay individuos que prosperan en su vitalidad en
forma excelente con una taimada falta de veraci
dad respecto de sí mismos y del mundo. Tanto más
es necesaria una reflexión acerca de qué es la cu-
racióny además, sobre los límites de todos los es
137
fuerzos psicoterapéuticos, aun cuando es imposi
ble dar una respuesta definitiva a estas preguntas.
138
han utilizado desde hace milenios en la técnica yo
ga, en todos los métodos de meditación mística, en
los ejercicios de los jesuitas. Pero ésta es la diferen
cia: La meta era el sentido del ser de una experien
cia, algo incondicional y absoluto, no una técnica
psicológica, ni el hombre en su condición em píri
ca supuesta como inmanente y perfeccionable. A l
dejar caer Schultz cada una de tales realizaciones
de fe, conserva sólo la técnica (que, en consecuen
cia, ha revisado empíricamente por primera vez en
la historia en forma pura y metódica). Deben per
dérsele los efectos profundos sobre la conciencia
del ser del hombre, el origen de las experiencias
metafísicas y de este modo el entusiasmo existen-
cial y la amarga gravedad; pero al limitarse a la ac
ción médica empírica, necesita pues involuntaria
mente esas fórmulas de la meta del tratamiento,
que —como fórmulas que sustituyen de anteriores
impulsos de fe— establecen una concepción espe
cífica del mundo (más o menos el individualismo
burgués en su forma derivada de los estamentos
de la era de la humanidad goetheana, de la que
ciertamente J. H. Schultz está bastante lejos).
Pues en ellas se hace referencia al último destino
del hombre, si bien no se profundiza en ese
aspecto.
Opongamos a ésta el enunciado de v.
Weizsácker: “Precisamente el último destino del
hombre jam ás puede ser objeto de la terapia, sería
una blasfemia”, de este modo está aquí expresa
mente presente la indefinición del fin. “Si lo logra
139
mos, podemos mantener dentro de ciertos límites,
dentro de determinadas pautas muchos sucesos
patológicos’’ y v. W eizsácker sabe que el fin no es
tá determinado sólo por la ciencia ni por la huma
nidad, sino de manera muy palpable por otra co
sa en el mundo:
“si quisiéramos tomar la postura puramente
humana, ésta incidiría en sus lím ites en un orden
estatal”.
La finalidad de los esfuerzos psicoterapéuti-
cos es denominada otras veces como salud, como
capacidad de trabajo, como capacidad de rendi
miento y capacidad de goce (Freud), como incorpo
ración en la comunidad (Adler), como gozo crea
dor, como capacidad de dicha. Precisamente, la in
definición y la ambigüedad de las formulaciones
evidencia su cuestionabilidad.
Es imposible librarse en los procedimientos
psicoterapéuticos de los motivos filosóficos de la
determinación del fin. Se los puede encubrir, se
puede permitir que se transformen caóticamente,
pero no se puede desarrollar ninguna terapia pu
ramente médica por derecho propio y motivación
propia. Esto se remonta hasta la interpretación de
los síntomas aislados. Por ejemplo, se considera
por lo común como un fin curativo lógico ahuyen
tar laangusUa. A l respecto, sigue siendo cierto lo
que dice v. Gebsattel: “Por seguro que sea aspirar
a una vida sin miedo, tan dudoso parece que sea
realmente digna de aspirar una vida sin angus
tia... Quisiéramos creer que una gran cantidad,
140
precisamente de individuos modernos, vive libre
de angustia por una falta de imaginación y por así
decir pobreza de corazón, una libertad que repre
senta el reverso de una profunda pérdida de liber
tad, de modo que la provocación de la angustia y
con ello el despertar de una humanidad viva po
dría ser precisamente la estricta misión de una
persona, a quien domina el eros poidagogos.
Encontram os en Prinzhorn finalidades
opuestas cuando por un lado afirm a el carácter de
sectas de las escuelas psicoterapéuticas como
inevitable y por otro ve el futuro de la psicoterapia
en su asimilarse a la práctica de la medicina inter
na. Prinzhorn expresó la imposibilidad de una psi
coterapia filosófica autónoma. También él impone
al psicoterapeuta supremos cometidos, lo ve “co
mo mediador para llevar del aislamiento angustio
so a la plenitud de vida, a una nueva comunidad,
al mundo, tal vez a Dios”, pero puede ser este me
diador ya sea por particularidad personal dudoso,
no objetivo, sin una instancia en cuyo nombre ac
túa y habla, o bien, pertenecer a “comunidades
culturales cerradas de carácter religioso, estatal o
político” que son las únicas capaces de dar una
respuesta a la cuestión de una instancia. “La des
personalización sólo puede resultar convocando
un poder superior, en cuyo nombre actúa el tera
peuta. Por lo tanto, el carácter de secta de las es
cuelas psicoterapéuticas no es un haberse aparta
do del camino, sino la consumación de un proce
so inevitable”.
141
2. Límites de la psicoterapia. El fin del trata
miento debe ser determinado por aquello que es
posible lograr. La psicoterapia tiene lím ites insal
vables. Sobre todo dos:
142
lo podrá seguir siendo honesta si lo reconoce. Ex
plicar qué es lo inmutable, volver a reconocerlo y
elevarlo al plano de la diagnosticidad es el cons
tante acicate del psicopatólogo pensante cuando
se encuentra en la tensión del interrogante entre
lo que puede tomar como se da y lo que puede ha
cer aflorar mediante su influencia. Pero queda de
este modo un amplio distrito para la conducta con
respecto al ser así. Se lo encubre (la terapia tiene
la finalidad de tranquilizar y engañar); se toman
medidas ut áliquid fíat, no se cura una enferme
dad; se crea la atmósfera de una asistencia altruis
ta, se secunda la mentira de la vida, se evita “en
trar en contacto demasiado cercano” con el indivi
duo, o bien se procede abiertamente, se busca lle
var al hombre en su ser así a la comprensión de sí
mismo apropiada para él, no se empeña en redi
mirlo, sino en clarificarlo. Aun para los psicópatas
y toda clase de caracteres, el sentido es hallar una
forma de vida. Donde existe realmente un propio
ser en lo anormal, rige tal vez la tesis de Nietzsche
de que a cada ser, a cada infeliz, malo, a cada ser
excepción le corresponde una filosofía propia. Te
rapéuticamente, la última resignación, la pacien
cia aun frente a los individuos más extravagantes
y desagradables, es la “indulgencia psiquiátrica”.
Frente a la realidad del medio ambiente y la
existencia del propio ser así como límites de los es
fuerzos terapéuticos, la terapia vuelve a transfor
marse, al final, en un cometido filosófico. Cuando
elige el volverse transparente en lugar del encubri
143
miento, debe enseñar tanto modestia y resigna
ción, como también el echar mano de las posibili
dades positivas —un cometido que evidentemen
te ño es realizable en una postura básica psicoló
gica ni médica, sino sólo en una postura filosófica
creyente, en la cual médicos y pacientes están li
gados.
144
excitada, asustada, conmovida por la enfermedad,
sólo cuando la enfermedad se transmite a él, se
continúa en él, es atribuida a él mismo a través de
su conciencia, sólo entonces y en la extensión en
que esto ocurra, es posible su superación a través
de él”.
Pero la mayoría de las veces la comunicación
se desvirtúa por las típicas necesidades del enfer
mo. Una de las relaciones de hombre a hombre,
que es importante para el psiquiatra es la "trans
ferencia!' descrita por Freud, de sentimientos de
veneración, amor, pero también hostilidad hacia el
médico. En el tratamiento psicoterapéutico esta
transferencia es algo inevitable y constituye un es
collo peligroso si no se lo reconoce y salva. Ciertos
médicos gozan en esa posición de superioridad
que les es impuesta por el paciente. El esfuerzo de
algunos otros médicos por eliminar estas transfe
rencias, este someterse y hacerse dependiente,
esa unilateralidad de una relación de tinte erótico
para establecer solamente la deseada relación de
la comunicación comprensiva en un mismo nivel,
naufraga en las necesidades elementales de los
pacientes que anhelan a un amado Salvador.
El neurólogo responsable hará de su propia
psicología, la psicología del médico, objeto de una
reflexión consciente. Entre médico y paciente no
existe claramente una relación unívoca: la infor
mación profesional, la asistencia cordial a un mis
mo nivel, la autoridad de sus prescripciones, todo
esto tiene un sentido diferente en esencia. Am enu
145
do, entre el médico y el paciente hay una lucha, a
veces una lucha por la supremacía, a veces una lu
cha por la claridad. Toda iluminación profunda só
lo es posible a partir de una autoridad absoluta en
la que se cree o en reciprocidad, de manera tal que
el médico debiera iluminarse a sí mismo tan bien
como al paciente.
Lo que puede ser un psiquiatra terapeuta en
nuestros tiempos, no lo representa objetivamente
la instrucción. Es inevitablemente filósofo , ya sea
esto consciente o inconsciente, disciplinado o caó
tico, metódico o casual, serio o frívolo, por incon-
dicionalidad o adaptación a las coyunturas socio
lógicas; Es como es, no por la instrucción, sino por
el ejemplo que transmite. El arte de la acción tera
péutica, del trato, de la forma, del gesto y de la pos
tura no se somete a reglas. No se puede anticipar
cómo habrán de mostrarse y actuar históricamen
te la razón y la humanidad, la sensatez y la since
ridad. La máxima posibilidad se expresa en el
enunciado hipocrático: iccxpóq <pi^óao<poq íoó^eoq.
146
quiatras, sino (en épocas pasadas) los chamanes,
los sacerdotes y fundadores de sectas, los tauma
turgos, confesores y padres espirituales. Citare
mos algunos ejemplos: Los “excercitia spirituaUa!”
de San Ignacio de Loyola de tan poderosa eficacia,
constituían una acertada cura psíquica con el fin
de dominar a voluntad y provocar o reprim ir a vo
luntad las emociones, sentimientos o pensamien
tos; las técnicas yoga y los ejercicios de meditación
de los budistas tuvieron un efecto extraordinario;
en nuestros días el “movimiento de la cura
afectiva” en América o las curas milagrosas de
Lourdes pueden evidenciar por cierto “éxitos” ma
yores que los psiquiatras (en cuanto a la cantidad).
A algunas personalidades, las menos, la filosofía
estoica les ayuda a mantener su propia “salud”, a
otras, en menos número aún, la brutal sinceridad
nietzscheaniana contra sí mimos.
Todos estos movimientos también registran
fracasos junto a los éxitos. Se informa de la “locu
ra religiosa” causada por los excercitia spirituaUa;
se sabe cómo confunde Nietzsche a los individuos
que carecen de una buena predisposición. Si me
diante el psicoanálisis típico de Freud también se
obtienen sonados fracasos, empeoramiento de los
síntomas y sufrimientos torturantes, esto se da en
todos los métodos de acción sobre la psique cuan
do se los hace extensivos a todos los individuos,
pues a un determinado tipo le “sienta” tal método
y a otro uno distinto. Lo que tiene éxito en una épo
ca es característico de las personas de esa época.
147
Nuestra era se caracteriza por la circunstan
cia de que los psiquiatras hacen en la actualidad
en forma secularizada lo que antes se realizaba
según un fundamento de fe. La base médica con su
inventario de conocimientos científicos imparte
por cierto el color constante, pero, quiéralo o no, el
médico siempre sigue ejerciendo una influencia
psíquica y moral. Dado que nuestra era ha im
puesto un papel que le obliga a cumplir cometidos
de proporciones cada vez mayores y que antes in
cumbían al sacerdote y al filósofo, ha surgido una
variedad de tipos médicos. Como falta la unidad de
una fe, las necesidades permiten muchas posibi
lidades en los pacientes y en los médicos. La con
ducta del psiquiatra no sólo depende de su con
cepción del mundo y de aquello que él quisiera al
canzar instintivamente, sino también de la presión
que la naturaleza de sus pacientes ejerce sobre él,
siempre inadvertidamente. Desde luego que exis
ten muy diversos tipos de psiquiatras terapeutas.
Podemos distinguir entre ellos un grupo que es el
de los desviados. Estaba el fanático que mediante
sus métodos de tratamiento sin ninguna base
científica, ya fuera la electricidad, la hipnosis, eli
xires, polvos o píldoras, juraba tener el remedio
para todos los males y por la influencia de su per
sonalidad dominante lograba por doquier éxitos
que, posiblemente, se debieran a pura sugestión.
También estaba el farsante que obrando desho
nestamente para consigo mismo y los pacientes en
un intercambio psicoterapéutico, satisfacía todas
148
las necesidades posibles de su propia persona y de
los pacientes (ansias de poder, impulsos eróticos,
afán de sensacionalismo). Hay un tono y un esti
lo característicos en los escritos de tales círculos:
teorías fantásticas que desdeñan todas las otras
opiniones, un sentimiento de superioridad nacido
de la ingenua o atrevida aseveración de los dueños
de la verdad auténtica, una tendencia a lo patéti
co y lo grandioso, una interminable repetición de
las posiciones simples, la forma de “dicta” defini
tivas que consideran toda contradicción como fini
quitada. También está el médico honrado que se li
mita conscientemente a lo somático y no obstan
te conforme a su razón ejerce involuntariamente
una influencia educadora tanto mejor cuanto no lo
mueve tal propósito. Está además el escéptico que,
dotado de una formación científica universal, ve la
realidad desnuda, pero aún alimenta dudas en to
das partes respecto de los conocimientos. Es por
cierto un médico que sabe aconsejar, procurar ali
vio y enseñar, pero no es un médico patético y re
volucionario en profundidad.
Cuando intento caracterizar un tipo que, en la
era científica, fluctúa entre las paradojas de los co
metidos, pero toca las dimensiones psíquicas y tie
ne el más decisivo de los éxitos, veo el siguiente
cuadro: La medicina somática, la fisiología y las
ciencias naturales constituyen para él un sólido
respaldo, de ahí que predomine frente al enfermo
una postura de observación empírica y de dictami-
nación objetiva, en suma una concepción razona
149
ble de la realidad. Difícilmente este médico caiga
en un fraude, se entregue a un dogma, a un fana
tismo, a una decisión terminante. Pero tampoco
tendrá convicciones básicas ni un saber del saber,
por esta razón tratará todas las tesis y hechos rea
les, procedimientos y términos como ubicados en
un plano homólogo de la ciencia. Carecerá de una
estructura organizada de su pensamiento, lo cual
considerará una ventaja y justificará con su orien
tación empírica o con el supuesto valor heurístico
de las ideas más arbitrarias. La autoridad de la
ciencia reemplaza la pérdida de todas las otras au
toridades. Vive en la atmósfera de una transigen
cia y conciliación universales que sólo es quebran
tada en casos raros en los que se vuelve con sen
timiento ético contra las fuerzas que amenazan su
profesión. No hay seriedad absoluta del afirmar.
En la indiferencia de la tendencia escéptica bási
ca lo esencial es el gesto eficaz y también el méto
do científico se vuelve gesto, las ideas científicas
son examinadas en cuanto a su éxito en el medio
ambiente y en el paciente y de acuerdo con ello es
cogidas. Es por así decir un auténtico desempeño
teatral inconsciente, ajustado a la situación. Fren
te a la realidad de las posiciones filosóficas, la una
es cierta para él en su especie y la otra también es
útil y no menos cierta. El profundo escepticismo
permite dejar al pobre individuo enfermo y necesi
tado de apoyo —según el caso y la situación— un
espacio para los sueños y los artículos de fe grati
ficantes. El engaño mismo como lo inevitable es lo
150
que cabe dominar y utilizar inteligentemente. De
ahí la postura solemne con el agregado de la son
risa escéptica, esa dignidad acompañada de iro
nía, esa amabilidad dominante, esa aptitud para
escuchar todo lo extraño. Tales médicos son un fe
nómeno en la transición del pasado mundo de la
fe y de la formación a la vida positivista, materia
lista. En el primero todavía eran versados en cuan
to a la tradición y vivían de ella como de un capi
tal cada vez más dilapidado, pero en la nueva vida
saben orientarse. Por esta razón no se los puede
llevar en ninguna parte a un principio. Si parecie
ra que se los podría llevar a los principios de la era
(el éxito, la utilidad, el método científico, la bús
queda de técnicas y de gestos de lo eficaz en cada
caso) y si se creyera no verlos ya como ellos mismos
en ninguna parte, sino sólo en actividad, entrega
dos con todo entusiasmo a su trabajo, sin axiomas
absolutos, vacilaríamos. Es como si una chispa de
infinito saber tomara forma en ellos “en medio del
tiempo”, en el paso de una era a la otra.
Si buscamos el ideal del psiquiatra, según el ti
po que aúna la base científica del escéptico con la
fuerza de una personalidad influyente y la serie
dad de una creencia existencial, podríamos pen
sar en las palabras de Nietzsche y advertiríamos en
ellas una sinuosidad: “No existe en el presente pro
fesión alguna que permita ascender tan alto como
la del médico sobre todo después que a los médi
cos espirituales, los llamados curadores de almas,
ya no se les permitió practicar sus exorcismos con
151
la aprobación pública y uno más instruido les ce
de el paso. Ahora no se busca alcanzar la máxima
formación intelectual del médico si éste conoce los
mejores y más nuevos métodos para curar, está fa
miliarizado con su empleo y sabe hacer esos razo
namientos que se remontan de los efectos a las
causas, que hacen famosos a los diagnosticado-
res. Además, debe poseer una elocuencia que se
adapte a cada individuo y lo conmueva, una viri
lidad capaz de ahuyentar por su sola presencia la
pusilanimidad (el gusano que carcome al enfer
mo), una ductilidad diplomática en la mediación
entre aquellos que necesitan alegría para su cura
ción y aquellos que por consideraciones hacia la
salud deben (y pueden) causar alegría, la sagaci
dad de un policía y un abogado capaces de enten
der los secretos de un alma sin delatarlos. En re
sumen, un buen médico necesita actualmente de
las artimañas y los privilegios de todas las demás
clases profesionales. Así pertrechado, está enton
ces en condiciones de convertirse en un benefac
tor de toda la sociedad”.
La clase de psiquiatra en que nos convertimos y
el tipo que consideramos “ideal” no dependen de la
fundamentación científica. A l psiquiatra deben
exigírsele necesariamente conocimientos de m edi
cina somática y form ación psicopatológica, ambos
de orientación científica. Sin esta base sólo puede
ser un charlatán, pero con esta base, dista de ser
aún un psiquiatra. La ciencia es sólo uno de los au
xiliares. Falta mucho más aún. Entre las condicio
152
nes personales previas juega un papel la amplitud
de horizonte, la capacidad de em itir provisoria
mente un juicio apreciativo, de ser abnegado, real
mente desprejuiciado (una capacidad que sólo se
presenta en personas que poseen originalmente
acentuadas valoraciones y un carácter bien perfi
lado), por último, un calor y una bondad de cora
zón originales. Es evidente que un buen psiquiatra
sólo puede construir un raro fenómeno. También
entonces el neurólogo suele ser bueno sólo para un
determinado círculo de personas con las que tiene
afinidad. Un psiquiatra para la generalidad es un
imposible; las circunstancias obligan sin embargo
al psiquiatra y le imponen cómo deber tratar a to
do individuo que se confía a él. Ese hecho debe ha
cerlo perseverar en la modestia.
153
abismo. Pues la realidad de su vida psíquica no es
aún en sí el ser, sino la morada de su experiencia.
En la psicoterapia reside una peligrosa tendencia
a hacer del individuo un objeto final en su realidad
psíquica. El hombre que hace un dios de su alma
por haber perdido al mundo y a Dios, se encuen
tra al final en la nada.
Falta la arrebatadora impetuosidad de las co
sas, de los contenidos de fe, de las imágenes y los
símbolos, de las misiones, de lo necesario en el
mundo. Por el camino de la autorreflexión psicoló
gica es imposible alcanzar lo que sólo es posible
por la entrega del ser. De ahí, la radical diferencia
en la eficacia de los ejercicios psíquicos de los
psiquiatras prácticos desde el punto de vista psi
cológico, y los ejercicios de los sacerdotes, místicos
y filósofos de todos los tiempos, históricamente di
rigidos a Dios o al ser, entre la expresión y el au-
todesnudarse ante el médico y la confesión. Aquí
la realidad trascendente es decisiva. Un saber psi
cológico acerca de cómo algo es posible en el alma
y una orientación del esfuerzo hacia la provoca
ción psicológica de esto deseado, nunca consigue
que en mí se haga realidad. El hombre debe preo
cuparse por las cosas, no por sí mismo (o por sí
mismo sólo como un camino); debe preocuparse
por Dios, no por la fe; por el ser, no por el pensar;
por lo amado, no por el amar; por la obra, no por
el experimentar; por la realización, no por las po
sibilidades -o más bien por cada uno de por la fe,
por el pensar, el amar, el experimentar, las
154
posibilidades sólo como puente, y no por sí mismo.
En la atmósfera psicológica se desarrolla una
pastura de vida egocéntrica -precisamente al pen
sar y querer también lo opuesto a ella-, el hombre
como este sujeto se convierte en medida de todas
las cosas. La consecuencia de la absolutización del
saber psicológico como el supuesto saber del ver
dadero acontecer es una relativización existen-
cial.
Nace de una específica impudicia, de una ten
dencia a desplegar las entrañas psíquicas, de un
poder decir aquello que precisamente se destruye
al decirlo, de una curiosidad respecto délas viven
cias, de una impertinencia hacia el otro como
realidad psicológica.
La suciedad presente en la atmósfera psicológi
ca se hace perceptible en contraposición a la lim
pieza del médico científico, que ignora lo psíquico
y seguramente pierde mucho en ello, pero practi
ca en su campo una terapia clara y eficaz. O tam
bién, en contraposición a la limpieza de la vigoro
sa fe que, dentro de lo factible del saber, hace lo po
sible y lo otro lo soporta, y confía a Dios, sin saber
lo, violentarlo ni denigrarlo supuestamente en lo
psicológico.
Pero es necesario conocer el peligro de la psico
logía para evitarlo. La psicología y la psicoterapia,
jam ás finalidad propia en su objeto y propósito,
son un camino inevitable cuando se ha alcanzado
un alto grado de conciencia.
155
La organización pública de la psicoterapia
El cuidado de los enfermos mentales en los hos
pitales hizo surgir hace un siglo y medio pequeños
mundos. Los psiquiatras materializaron una idea
para llevar el mal a una medida mínima de perjui
cio para los enfermos y la sociedad. Las enferme
dades del sistema nervioso pasaron a ser compe
tencia de clínicas independientes y de los
psiquiatras. No existe una relación cercana de las
neurosis y psicosis endógenas respecto de las en
fermedades psiquiátricas conocidas y la relación
respecto de todos los demás males somáticos es
prácticamente menos cercana. Provisoriamente,
la psicoterapia fue practicada por los psiquiatras,
neurólogos e internistas. No hubo para ello orden
ni principio. No fue sino hace algunos decenios
cuando la psicoterapia se convirtió prácticamente
en una carrera. Surgió la clase de los psicotera-
peutas en su mayoría médicos, complementados
por psicólogos terapeutas de formación no médica.
La psicoterapia fue objeto de difusión en sus pro
pias revistas. Los congresos de psicoterapeutas
llegaron a contar más de 500 participantes. En
1936, sucedió algo fundamentalmente novedoso,
cuando fue fundado en Berlín el “Instituto alemán
de investigación psicológica y psicoterapia” y
puesto bajo la dirección de M. H. Góring. De este
modo se dio el paso para convertir la psicoterapia
en institución.
La psicoterapia debía probarse en la realización
156
pública como un miembro autónomo de las apti
tudes terapéuticas médicas. Esto exigía que el
ejercicio de la profesión fuera regido por condicio
nes que aseguraran su óptima realización; que se
hicieran posibles la instrucción y la enseñanza,
que los conocimientos psicológicos necesarios se
fomentaran en cuanto a métodos en relación con
la práctica. De esto derivó que los esfuerzos has
ta entonces dispersos debieran aunarse. Las pri
meras experiencias realizadas cuando cada cual
hacía ensayos por su cuenta, y lo que se desarro
lló en los pequeños círculos o escuelas, debió con
formarse como un todo. El instituto buscó el inter
cambio y la acción recíproca de todas las potencias
del saber y la capacidad psicoterapéuticos. Se
buscó zanjar antinomias, realzar lo común de to
da psicoterapia, la unidad de la idea. Un policlínico
prestó asistencia en creciente extensión. La redac
ción regular de las historias clínicas había de pro
veer una amplia base de investigación. Tal vez por
este camino podrían surgir por primera vez un
gran número de verdaderas biografías psicotera-
péuticas.
El principal defecto de esta primera institución
fue su separación de la clínica psiquiátrica. Los
psicoterapeutas, que por propia experiencia no
tienen un conocimiento sistemático de la psicosis
y de la práctica del trato con ellas en el hospital y
en la sociedad, cometen fatales equivocaciones en
sus diagnósticos y también quedan con demasia
da facilidad a merced de las fantasías y absurdida
157
des que abarcan tanto espacio en la literatura psi-
coterapéutica. Sin el conocimiento ampliamente
fundado de las realidades de la psicosis y sin el co
nocimiento de ellas buscado con pasión, toda ima
gen del hom bre y por ende toda antropología no
puede m enos que contagiarse de cierta fragilidad
de lo realista. Pues para la intuición del hombre
son tan necesarios el chocar con lo real impenetra
ble de lo incom prensible como la apertura para la
posibilidad de la libertad.
Esa intuición del choque no es segura sino a tra
vés de la psiquiatría, y esa apertura es lograda a
través de la filosofía. La psicoterapia no puede
subsistir a partir de su propio origen.
Hemos visto que la psicoterapia tiene una raíz
médica, pero como un hecho de ¡a era ha rebasa
do el ámbito médico. Es un fenómeno de una épo
ca de pobreza religiosa en el sentido de la tradición
eclesiástica. En la actualidad, la psicoterapia no
sólo pretende intervenir en los casos de neurosis,
sino también ayudar al hombre en su aflicción aní
mica y en su carácter. No guarda con la confesión,
la catarsis psíquica, la guía del alma de la edad de
la fe, una relación de tradición, sino un nexo de
sentido. Eleva sus demandas y hace promesas que
a los hombres no les importan. Todavía es incier
to lo que será de ella.
Como todas las empresas humanas, la psicote
rapia entraña también sus peligros específicos. En
vez de indicar vías curativas frente al apremio,
puede convertirse en una suerte de religión pare
158
cida a la de las sectas gnósticas de hace un mile
nio y medio, puede convertirse también en susti
tuto de la metafísica y el erotismo, de la fe y del an
helo de poder, en terreno donde repercutan impul
sos inescrupulosos. A pesar de sus pretensiones
aparentemente elevadas podría, de hecho, nivelar
y trivializar el alma.
Sin embargo, frente a todos los peligros la psico
terapia tiene a mano los recursos defensivos que le
da el sentido de su saber, pues el psicoterapeuta
conocedor sabe elucidar con mayor claridad los
extravíos y, en consecuencia, es tanto más culpa
ble cuando es víctima de ellos. Pero no es sino la
institución la que es capaz de desarrollar formas
de existencia, dar preceptos y disposiciones, me
diante los cuales no sólo se realiza la transmisión
de la ciencia y el arte en toda su extensión, sino
también pueden contrarrestarse los peligros.
Cabe esperar que con el tiempo surja de la prác
tica y del saber una idea estructurada de la reali
dad psicoterapéutica, bajo la forma de una institu
ción. Esto es competencia de las partes activas.
Aquí sólo son pertinentes algunas observaciones
fragméntenlas para invitar a la reflexión. Cons
cientes de las extraordinarias posibilidades de la
psicoterapia buscamos claras diferenciaciones.
No se trata de esbozar la imagen de una realidad,
tal como se presenta en alguna parte o se presen
tó, sino sólo de señalar algunos principios para la
construcción de la idea. Se tocan así posibilidades
extremas. Sólo el pensamiento haciendo punta en
159
simplificada trayectoria lineal puede ser un ins
trumento para cuestionar la realidad vigente.
La dificultad fundamental consiste en que en es
ta práctica que se Orienta hacia el ser hombre en
su totalidad se impone al médico la exigencia de
ser más que mero médico. De este modo, el saber
cae en una situación radicalmente distinta de la
que es puramente psieopatológica.
1. La exigencia de autoesclarecimiento delpsicote-
rapeüta. Que el médico debiera permitir hacerse a
sí mismo lo que le hace al enfermo, que tendría que
probar su arte en su propia persona, sería una exi
gencia errónea en el caso de las enfermedades por
causas somáticas. Un médico es capaz de tratar en
su paciente una nefritis en forma admirable aun
cuando descuidara y no diera el tratamiento ade
cuado a la que le afecta personalmente, pero en las
cuestiones del alma la cosa es diferente. El psico-
teiapeuta que no se ilumina a sí mismo, tampoco
puede hacerlo correctamente con el paciente, por
que la forma como lo hace permite que constante
mente actúen en él impulsos no comprendidos,
ajenos a la cosa. Un psicoterapeuta que no puede
ayudarse a sí mismo, tampoco puede prestar ver
dadera ayuda al paciente. Por tal motivo, la exigen
cia de que el médico debe hacerse a sí mismo ob
jeto de su psicología, es vieja. Recientemente, vol
vió a ponerse a la altura de una exigencia básica.
Jung la formuló así (abreviada): “La relación entre
médico y paciente es una relación personal dentro
del marco impersonal del tratamiento médico... El
160
tratamiento es el producto de una influencia recí
proca. En el tratamiento se produce el encuentro
de dos personas que junto a su conciencia tal vez
definida, aportan una vasta esfera indefinible de
inconciencia... Si llega a producirse una comuni
cación, ambos son transformados... Inconsciente
mente, influye en él el paciente y provoca cambios
en el inconsciente del m édico... Efectos que no po
demos formular por cierto sino como a través de la
vieja idea de la transmisión de una enfermedad a
un individuo sano, que luego debe vencer con su
salud al demonio de la enfermedad... Reconocien
do estas circunstancias, el propio Freud aceptó mi
demanda de que el médico mismo debía ser ana
lizado. Esta demanda implica que en el análisis el
médico es tanto como el paciente...
“En consecuencia, la psicología analítica exige
una reaplicación del sistema objeto de creencias,
al médico mismo y ello en la misma forma despia
dada y con las consecuencias y la duración que el
médico aplica al paciente... La exigencia de que el
médico cambie, para que sea capaz de cambiar
también al paciente es una exigencia impopular,
en primer lugar porque no parece ser práctica, en
segundo lugar porque el ocuparse de uno mismo
está sujeto a un prejuicio y en tercer lugar porque,
por momentos, es muy doloroso llenar uno mismo
todas esas expectativas que dado el caso se orien
tan hacia su paciente...
"La más reciente evolución de la psicología ana
lítica coloca en primer plano la personalidad del
161
médico mismo como factor de cura o su antítesis:
El médico ya no puede eludir su propia dificultad,
tratando las dificultades de otros.”
De aquí nació la demanda de las “prácticas di
dácticas”. Quien no se haya sometido con tenaci
dad a sí mismo (unas cien o ciento cincuenta ho
ras en el curso de un año o más) a un análisis psi
cológico profundo, no es apto para intervenir en
psicología con conocimiento de causa ni ejercer la
psicoterapia. “No queremos aprender en nuestros
pacientes, sino en nosotros mismos. No queremos
descubrir y guiar lo que el individuo posee de más
importante antes de habernos conocido y com
prendido a nosotros mismos en cierta medida. Les
debemos esto a nuestros pacientes.” Por lo tanto,
la práctica didáctica debe ser una parte esencial en
la formación del futuro terapeuta. Esta demanda
es avalada con fuerza poco común, aun cuando
hay psiquiatras eminentes que, hasta donde sabe
mos, no accedieron a someterse a un análisis psi
cológico profundo. Al respecto cabe hacer la si
guiente diferenciación:
162
de la existencia. No se puede poner bajo control y
atestiguar lo que ocurre en el obrar interior, siem
pre en forma única y por una sola vez. Por ello pa
rece digno de considerar si el requisito del autoes-
clarecimiento no debiera procurar para su realiza
ción el más vasto campo de acción de las posibili
dades a ser escogidas en cada caso por uno mismo.
El individuo debe poder elegir si para el análisis
psicológico profundo se confiará a otra persona o
si indirectamente experimentará estímulos en el
contacto personal, o si en relación con las grandes
construcciones esclarecedoras (p. ej.: La enferme
dad mortal de Kierkegaard) experimentará en su
vida histórica su revelación de sí, o si lo hará todo
simultáneamente. Si hacemos de lo más íntimo al
go controlable desde fuera y nos aferramos al su
puesto de que siempre habrá entre los psicotera-
peutas recibidos aquellos a quienes todo individuo
joven quisiera revelarse y confiarse sin reservas, se
corre el riesgo de hacer desistir de la elección de es
ta profesión a personas eminentes, quizá las más
libres, humanas y sanas, precisamente aquellas
que estarían en condiciones de llevar a la psicote
rapia a un nivel más elevado en la investigación y
en la práctica. Los fundadores de la formación psi-
coterapéutica institucional deben preguntarse (y
al hacerlo deben dejar que actúe su voluntad de es
clarecimiento psicológico, libre de las propias tra
diciones de la cátedra) si en el requisito del análi
sis didáctico no reside por momentos algo así co
mo la demanda oculta de una confesión y la fuen-
163
te de algo que pertenece a la formación de sectas,
pero no a la idea de una virtud curativa pública ge
neral; o si aquí la verdadera idea del necesario au-
toesclarecimiento constante del psicoterapeuta se
mal entiende ella misma en la fijación a una forma
determinada que por un lado oscila entre el aná
lisis con la presencia impersonal del terapeuta a
su espalda y la comunicación personal cara a ca
ra. Mis suposiciones se confirmarían si algún día
se impusiera como condición una determinada
práctica didáctica sistematizada y una separación
de estas diversas prácticas didácticas entre las
cuales tendría que escoger el estudiante. Haría
mos las paces en analogía a los pactos de toleran
cia entre las confesiones, de las cuales cada una
espera secretamente ser ella sola la que finalmen
te imperará como la única. De este modo, el carác
ter filosófico del determinado tratamiento didácti
co y todo el procedimiento quedaría expuesto co
mo una formación sustitutiva de movimientos re
ligiosos.
Para evitar descaminarse en la estrechez de lo
que en definitiva no son más que los aspectos de
una cosmovisión privada, no debiera caducar la
práctica didáctica, pero sí la exigencia de ésta co
mo condición ineludible de la formación psicotera-
péutica. Quedaría entonces como indispensable
sólo la exigencia del autoesclarecimiento del psi
coterapeuta que, no obstante, rehúye el control
objetivo, el examen y la comprobación. El conteni
do de la enseñanza institucional tradicional no
164
puede ser sino lo asequible en general y objetiva
mente válido, aun cuando en la práctica todo lo de
cisivo llega a través de las personalidades que la
abrazan.
Toda profesión necesita la protección de una de
terminada tradición. Una profesión naciente está
abierta en sus posibilidades o restringida por la
elección de su primera organización. A mí me pa
rece que la elección de las prácticas didácticas en
calidad del criterio de diferenciación pondría pri
meramente en un aprieto a varías escuelas que se
excluyen y se toleran en un comportamiento opor
tunista, pero que en definitiva podrían llevar a es
ta profesión a encallar. Es una cuestión decisiva si
consigue ganar la profundidad de la tradición en el
conocimiento práctico en tom o del hombre desde
Platón a Nietzsche como fundamento, elevar esta
profesión de lo médico en su sentido más estrecho.
Dicho de otro modo: todo movimiento intelectual
está presidido en su sustancia por los hombres a
quienes invoca como fundadores. Winckelmann
creó para la arqueología un nivel que se mantiene
hasta el presente, si bien la mayoría de sus tesis
perdieron validez. La nobleza de su carácter, la
profundidad de su pensamiento fueron decisivas.
Pero no debemos engañamos: sobre Freud, Adler
y Jung no se puede fundar ningún movimiento con
el elevado rango que cabe exigir de la psicoterapia.
El camino no se encuentra siquiera en su evitación
(pues uno se hace dependiente de aquello que
combate), sino sólo en el positivo adoptar la verdad
165
de la gran tradición. Esta podría ser reconocida y
apropiada en la experiencia presente a través de la
práctica de los psicoterapeutas que hoy realizan la
fundación en la situación de la decisiva transición.
Ellos deben crear la obra que no existe aún como
totalidad de una enseñanza que puede arrogarse
validez. Por último, no habría entonces ninguna
invocación al experimentar a un número de tipos
humanos apreciables, a lo s cuales deben pertene
cer diversos métodos. Pues en tales simplicidades
indefinidas se desmorona el crear comprensivo
que distingue y muestra lo verdadero. Esto verda
dero cuando ha sido tomado una vez de la profun
didad de la tradición y se ha hecho real en una for
ma actual, permitiría penetrar como de por sí lo va
lioso, lo insuficiente, lo casual, lo destructivo en
los autores de la generación mayor, que aún hoy
siguen influyendo en forma anónima o expresa en
la psicoterapia que ellos pusieron en marcha.
166
riendas específicas que, por así decir, son obteni
das a través de un nuevo instrumento. Se puede
exigir que las técnicas psicológicas que yo preten
do aplicar en otros, debo haberlas ensayado y
practicado en mí mismo, y ello con la cooperación
y la supervisión dé expertos. Pero donde tales téc
nicas son rebasadas en favor de lo histórico perso
nal que, según su sentido, no puede hacerse ni
manifestarse como algo instrumental o acorde a fi
nes, a pesar de todas las reflexiones acerca del mé
todo, nunca puede haber técnica propiamente di
cha. Entonces, a la inversa, es preciso hacerlo to
do aquí, para no confundir nada. Es menester cul
tivar el recelo que debe existir frente a la profun
didad del inconsciente si habrá de desarrollarse y
compartirse; es menester evitar la tecnificación
para quedar abiertos con el propio ser. No se deben
esperar las condiciones personales de la profesión
psicoterapéutica como brotadas del aprender in
tencional; exigen mucho más y entre esto lo que es
decididamente extrínseco a todo aprender.
167
Lo que antes era método de tratamiento médico, se
hace aquí método de la autoeducación..» de este
modo la psicología analítica rompe los grilletes que
la tenían hasta ahora presa al consultorio del mé
dico. Pone el pie en ese gran vacío que fue hasta
ahora la desventaja psíquica en las culturas occi
dentales respecto de las orientales. Nosotros sólo
conocíamos el sometimiento y la sujeción psíqui
cas... Donde una psicología originalmente médica
toma como objeto al mismo médico, deja de ser
mero método de tratamiento para el enfermo y pa
sa a tratar a los sanos cuya enfermedad puede ser
a lo sumo el mal que atormenta a todos”.
Jung expresó con claridad lo que había ocu
rrido hacía mucho. Pero lo que podía regir como
debilidad o error él lo convierte en fortaleza y de
ber. Es por eso tanto más urgente no olvidar aho
ra algunas diferencias radicales del sentido.
168
dúos seajn también un poco neuróticos, sino sólo
que se dan fenómenos aislados y pasajeros en in
dividuos no enfermos por lo demás, pero aquí
también rige que sólo una pequeña minoría de per
sonas son atacadas por fenómenos neuróticos es
porádicos. La mayoría no los conocen en absolu
to y aquéllos pocos por añadidura pueden conside
rarse sanos en general la mayoría de las veces.
Mientras que respecto de esta tesis casi no es
posible una duda esencial, no está exenta de ella
en igual sentido la tercera apreciación según la
cual los fenómenos neuróticos serían la conse
cuencia de dificultades psíquicas que todo indivi
duo sano conoce y elude. Los males psicológico-
existenciales son absolutamente humanos, no
neuróticos. No se puede negar que en la pluralidad
de las neurosis juegan un papel importante las di
ficultades generales de la vida, pero por el desma
yar en las tribulaciones de la vida, por la falta de
autoesclarecimiento interior, por deslealtad y trai
cionarse a sí mismo, por las acciones reprochables
de ninguna manera se originan las neurosis, sino
los individuos de carácter inmaduro. Existe una
diferencia entre los innumerables individuos exis-
tencialmente perniciosos que no obstante son sa
nos, y lqs neuróticos, o entre la infamia y la enfer
medad. Para que se originen las neurosis debe
concurrir algo decisivo, específico de la neurosis:
la determinada disposición de los mecanismos
psíquicos. No son sino éstos los que permiten que
se originen las neurosis por el desmayar en la
169
emergencia de la vida y hasta posibilitan las neu
rosis en el autoesclarecerse y cuando hay lealtad.
A veces se puede decir de un neurótico: “es nervio
so, pero decentemente nervioso”. No sólo la infa
mia en toda caída, sino también la genuina serie
dad en el ascenso pueden producir fenómenos
neuróticos dados ciertos mecanismos.
170
uno mismo puede conducir al mismo tiempo a la
curación de la neurosis. La psicología profunda
coincide en sus limites con la iluminación de la
existencia, necesita de la proximidad personal y la
amistad en la singularidad histórica en cada caso.
Por el contrario, la psicoterapia de delimitación
médica consiste en una aplicación de técnicas de
tipo especificable, se mantiene impersonal en gran
medida, es repetible y factible de ser enseñada.
Mientras que por todas partes se realiza o se
puede realizar entre las personas esta comunica
ción que no se basa en ninguna factibilidad ni dis
ponibilidad científica y médica y se realiza en el lle
gar a ser el mismo el individuo a través del mani
festarse, es poco y más lo que hay que hacer psi-
coterapéuticamente referente a las neurosis: me
nos como comunicación existencial (por beneficio
sa que pueda ser para el neurótico y tan indispen
sable para él en lo humano, si es que habrá de cu
rar), puqs ésta no se realiza según un plan y una
intención ni en forma profesional, y más como co
municación existencial, en tanto una técnica com
petente y las medidas probadas por la experiencia
tengan un efecto específico.
De esto depende la respuesta a una cuestión
práctica^ Sería grotesco hacerse pagar honorarios
por el logro de la comunicación existencial. El ho
norario tiene sentido en caso de prestaciones téc
nicas basadas en un determinado saber y una ca
pacidad ¡factible de ser enseñada, aplicable en ge
neral e Idénticamente repetible. Sin embargo, así
171
como en toda terapia médica puede iniciarse en el
lim ite en casos aislados una comunicación exis
tencia! entre médico y paciente, sin intención ni
propósito volitivo, en la psicoterapia no es diferen
te en principio. Esta comunicación es un acercar
se que no es buscado por dinero ni se puede ren
dir por dinero. Por lo tanto, todo cuanto sucede ca
ra a cara entre dos personas, investigable por la
psicología profunda y esclarecedora de la existen
cia, no puede convertirse en principio y objetivo de
una terapia. Hay aquí algo, que es posible en todas
las relaciones humanas, las sustenta donde ellas
se hacen esencialmente fatales, pero que está fue
ra del do ut des.
172
gencia 10 abre por así decir los ojos a las personas,
tal vez así también los guías de la psique pueden
alcanzar logros considerables en una relación ins
titucional. No se puede anticipar lo que es posible
a este respecto.
Dado que aquí se transitó por un camino de la
psicoterapia médica para intervenir en dificulta
des de los sanos en tanto se los pueda abordar psí
quicamente, a la larga será indispensable echar
luz sobre el sentido de tal hacer. Que el individuo
sano en sí no tiene momentáneamente ninguna in
clinación a dejarse tratar en tales circunstancias,
lo evidencia la frase que solemos emplear cuando
queremos prestar ayuda a alguien que la rechaza:
“¡Si hubiera tenido un síntoma (es decir un sínto
ma neurótico) para tener acceso a tratarlo en ge
neral!”
Constituiría un peligro para la claridad de la
psicoterapia, si se llegara a la postura básica de
que la psicoterapia sería necesaria para toda
persona y no sólo un recurso en la emergencia (la
emergencia de la que se trata aquí, sería común a
todos los hombres). Con esta concepción olvida
ríamos la medida. Pues el hombre se ayuda a sí
mismo en la comunicación con el prójimo y el más
amado, y en relación con los artículos de fe que
van a su encuentro desde el mundo. Sólo en la
emergencia —como por caso cuando falta toda
auténtica comunicación, al estar enemistado con
el entorno, en la falta de fe de un medio ambiente
vacío... el hombre da el paso para dirigirse al ex
173
traño, pagar los honorarios, manifestarse de una
forma que va contra el pudor, el que sólo es
suspendido por la emergencia. Es un problema sin
resolver cómo se conformará la realización ins
titucional de la ayuda en la diferenciación de
la psicoterapia y el asesoramiento psíquico común
a todos los hombres y la guía del alma, es decir, si
el camino para la universalización de la psico
terapia como tratamiento psíquico para todos
debe ¡seguir siendo transitado, o si al final se pro
ducirá una nueva limitación a la psicoterapia de
las neurosis bajo el requisito del dictamen “en
fermo”.
174
por ninguna tradición venerable, podrían abrirse
paso a la fuerza descarriados, neuróticos y curio
sos.
175
sófica, y del círculo del psicoterapeuta, sus dis
cípulos y pacientes, una sociedad con carácter de
secta.
A mi pregunta acerca de si una paciente his
térica no debía ser tratada tal vez por un psicote
rapeuta, un médico me contestó: “No, es una cris
tiana creyente"'. Seguramente, esta alternativa no
rige en este caso exclusivo, pero sí tiene validez re
ferida a todo cuanto tiene carácter ideológico en
las manifestaciones psicoterapéuticas. La psicote
rapia que se convierte en secta no es apta para ser
una representación del tratamiento instituciona
lizado como público. Por un tiempo se conforma
rá en círculos privados y luego volverá a disolver
se, salvo que un psicoterapeuta llegara a ser el exi
toso fundador de una religión. Contra los princi
pios en pro de la formación de sectas, de las agru
paciones en tom o a venerados maestros excluyen-
tes, de las tendencias psicoterapéuticas de fe, só
lo puede erigirse una escala que exija: claridad so
bre la secularización de la fe como estado general
de la época; reconocimiento de las grandes
tradiciones religiosas en tanto estén vivas aún; el
cultivo en sí mismo de una postura filosófica bási
ca cómo elemento general del saber, el contemplar
y el poder hacer; claridad respecto de que esta pos
tura quede supeditada a la elaboración de sí m is
mo en cada psicoterapeuta en particular. Un psi
coterapeuta debe ser un hombre que esté parado
sobre sí mismo.
176
Contra el menosprecio hacia el ser humano.
La clase de experiencias que recoge el psicotera-
peuta y la necesidad de ciertas medidas psicotera-
péuticas puede llevarlo sin duda a menospreciar a
sus congéneres. Se siente entonces como un do
mador de bestias, los hace cambiar de disposición
en la hipnosis y ejerce violencia sobre los rebeldes.
Existen estas dos realidades: las neurosis, cuya
configuración constituye una nobleza del hombre
y cuya voluntad para someterse a tratamiento es
pura y decente porque no entraña propósitos ocul
tos (hacen posible el amor para los neuróticos, en
quienes aflora una profundidad del ser humano) y
existen los individuos neuróticos que no llegan a
ser ellos mismos, que fundan su vida en una men
tira, que no permiten que las realidades y valores
rijan como tales sino que los emplean como signi
ficado de otras cosas y los prostituyen (en los ca
sos límite, estos individuos hacen posible el asco
a ser humanos). Del menosprecio hacia el hombre
sólo salva al psicoterapeuta su postura básica de
querer ayudar frente al hombre como tal; lo ayu
da la conciencia de la propia debilidad y de los pro
pios extravíos y del propio desmayar presentes en
su memoria durante toda la vida, pero también el
conocimiento de las posibilidades de tener éxito,
de un fondo de potencialidades originarias que li
bera y salva. Quien escoge la profesión de psicote
rapeuta debe saber lo pesado de las experiemcias
que le esperan y estar seguro de su amor por el
hombre.
177
Contra la alienante unilateralidad d el trata
miento. Existe el peligro de ver en el paciente algo
distinto de lo que se ve en uno mismo, de trabajar
en él como en un objeto natural que en realidad a
uno no le importa nada. Pero anímicamente el
hombre se encuentra a sí mismo en el otro. Sólo
entonces puede ayudar desde el interior. Por esta
razón, él psicoterapeuta debe hacerse a sí mismo
objetó de su psicología, por lo menos en la misma
medida y en la misma profundidad en que se atre
ve a hacerlo con el paciente.
178
los sanos, los no médicos también puedan alcan
zar una importancia creciente.
179
fuerzos individuales dispersos, mientras que la
institución da oportunidades. La gravedad de la
soledad como origen de todo rango debe seguir
siendo posible mediante el más libre campo de ac
ción del individuo a partir de su iniciativa; la con
firmación debe ocurrir en ingeniosa competencia
entre psicoterapeutas que deben verse en lo que
rinden (en la medida en que pueda ser visible), de
ben hablarse, trabarse en discusión, exponerse a
la crítica en trabajos y proyectos científicos y ejer
cer la crítica siri restricciones.
2. A través de la intimidad la psicoterapia trae
aparejados peligros científicos que a nadie le son
más evidentes que al mismo psicoterapeuta. Oca
sionales maledicencias, si es que son acertadas,
podrían referirse a aislados deslices. Pero bastan
para examinar la demanda: Quien en relación con
su práctica psicoterapéutica se involucra con su
paciente aunque sea una sola vez en una relación
erótica de carácter sexual, no debe ejercer más la
psicoterapia.
Otra exigencia que guardaría relación: quien
trate psicoterapéuticamente a personas de otro se
xo (sea varón o mujer) debiera estar casado. Lo que
puede ser posible en un sacerdote católico por la
autoridad de una creída trascendencia, no siem
pre se puede esperar del término medio de psico
terapeutas secularizados. Esta exigencia parece
querer resolver el problema con demasiada senci
llez. El matrimonio no aporta ninguna garantía y
el célibe puede ser intachable. El nivel exigido en
180
el psicoterapeuta no es decisivo en cuanto al hecho
de su vínculo matrimonial, aun cuando determi
nado favorablemente.
El problema presente es apenas discutido, só
lo tocado en las teorías psicoterapéuticas de la
“transferencia”. El hecho de que el psicoterapeuta
como persona ejerce una función decisiva en el pa
ciente durante el proceso psíquico, es inevitable.
El cometido consiste en la unión de esta función
personal con una distancia infranqueable, en sal
vaguarda de la objetividad y la desconexión de la
persona privada del psicoterapeuta en la impres
cindible, única indiscreción del esclarecimiento
psicológico profundo. En lo personal, lo eficaz de
be ser un impersonal. Una relación social entre el
psicoterapeuta y sus pacientes ya estaría fuera de
lugar, puesto que si habrá de realizarse con pure
za su relación, habrá de lim itarse al trato psicote-
rapéutico. De no lograrse el distanciamiento, los
peligros son notorios. Donde en la veneración del
portador de la conducción curadora del alma se
mezcla un momento de deseo, mutuos contactos
privados, todo está perdido en principio. Si alguna
vez surgiera una teoría según la cual la unión eró
tica de la mujer con el psicoterapeuta y su satisfac
ción erótica a través de él fuera la palanca para el
restablecimiento de la salud (en palabras actua
les: fuera la transferencia más eficaz y su solución)
la psicoterapia se convertiría en el medio más re
finado de la seducción. Las infinitas variantes en
el papel del terapeuta como médico, salvador,
181
amante, pueden estudiarse históricamente en las
sectas gnósticas.
182
Referencia a los textos
La idea del médico: Conferencia pronunciada en
ocasión de la celebración del Día Suizo del Médico,
el 6 de junio de 1953, en Basilea. Impreso en el
“Schweizerische Aerztezeitung”, 1953, Na 27, lue
go en “Philosophie und W elt”, Munich, 1958, pág.
169-183 y por últim o en “W arheit und
Bewahrung”, Munich, 1983, págs. 47-58.
183
timo en “W ahrheit und Bewáhrung”, Munich,
1983, págs. 79-98.
184
Karl Jaspers fue primeramente médico, luego psi
quiatra, profesor de psicología y por último profesor de
filosofía. Ningún filósofo destacado de nuestro siglo co
noció los problemas de ser médico en la era tecnológica
como él, por propia experiencia, y reflexionar durante
toda una vida sobre esta experiencia. Fue médico entre
los pensadores y filósofo entre los médicos. Sus escritos
sobre ser médico, compilados por primera vez en un to
mo, se consideran por ello algo precioso. Están empapa
dos del anhelo humano de purificar un dominio cien
tífico central de todos los artilugios de la moda y de este
modo dar vigencia a la dignidad del paciente en relación
con el médico. Contra las secuelas de tales artilugios
luchó sobre todo en su crítica de los procedimientos psi-
coterapéuticos. Por ello se convirtió tal vez en el único
crítico de relevancia filosófica de Freud y sus sucesores.
Jaspers es el precursor del actual movimiento de desmi-
tologización del psicoanálisis.
Karl Jaspers nació en Oldenburg en 1883, estudió
derecho y luego medicina. Se graduó en Heidelberg en
1909. Durante su período de residente en la clínica psi
quiátrica se recibió en psicología. A partir de 1916 fue
profesor de psicología, desde 1921 profesor de filosofía
en la Universidad de Heidelberg. En 1937 (hasta su rein
corporación en 1945) fue destituido de su cargo. De
1943 a 1961 fue profesor de filosofía enBasilea, donde
dejó de existir en 1969. Jaspers se considera uno de los
principales representantes de la filosofía existencialis-
ta. Sus obras (más de 30 volúmenes) han sido traduci
das en m ás de 600 ediciones.
Karl Jaspe rs
La práctica médica en la era tecnológica
Desde su condición de filósofo y m edico psiquiatra, Jaspers refle
xiona en esta obra sobre la extraña grandeza humana a la que educa la
profesión medica: «lil medico ve los límites de su poder. N o puede
eliminar la muerte, aun cuando hoy es capaz de prolongar la vida en
una proporción jamás conocida. (...) N o puede eliminar el sufrimien
to, aun cuando en la actualidad es capaz de mitigarlo más allá de toda
anterior medida. (...) 1.a tentación frente a tanto horror es grande [...].
IEscepticismo, naturalismo, descreimiento son los peligros interiores
que tal vez debió enfrentar todo médico. 1.a manera com o logra supe
rarlos es lo que da la profundidad a su mirada humana, la energía a su
esperanza (...]; y la conciencia de la fragilidad del ser humano, por ende
de su propia caducidad, eludirá también el peligro de un pernicioso
sentimiento de superioridad».
Pero Jaspers también ve las tentaciones a las que está expuesto el mé
dico, especialmente en el campo de la psicoterapia y en el de las nuevas
tecnologías, donde las falsas promesas y el abuso de la confianza pue
den llevar a manipulaciones irresponsables de alma y cuerpo.
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