JASPERS, KARL - La Práctica Médica en La Era Tecnológica (OCR) (Por Ganz1912)

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ganzl912
LA PRACTICA
MEDICA
EN LA ERA
TECNOLOGICA

por

Karl Jaspers
Título del original en alemán:
Der Arzt im technischen Zeitalter
© by R. Piper GmbH & co. KG, München/Zürich, 1986

Traducción: María Antonieta Gregor


Diseño de cubierta: Julio Vivas

Primera edición, febrero 1988, Barcelona, España

Derechos para todas las ediciones en castellano

© by Editorial Gedisa
Muntaner, 460, entlo., 1*
tel. 201 6000
08006 - Barcelona, España

ISBN: 84-7432-298-7
Depósito legal: B. 8.236 - 1988

Impreso en España
Prtnted in Spain

Impreso en Romanyá/Valls, S.A.


Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona)

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier


medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modi-
fícada, en castellano o cualquier otro idioma.

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ganzl912
INDICE

La idea del m édico..................................... 9


Médico y paciente...................................... 27
El médico en la era técnica....................... 57
La filosofía.......................................... 79
Conclusión: de lo que el médico sería
ca p a z.............................................. 84
Crítica al psicoanálisis....................... 86
Naturaleza y crítica de la psicoterapia..... 101
Prólogo a la primera edición............... 101
Psicoterapia........................................ 102
Métodos de su gestión ........................ 103
Métodos de catarsis........................... 104
Métodos de ejercitación ..................... 105
Métodos edu cativos........................... 106
Métodos que recurren a la propia
personalidad.................................. 106
El sentido de la práctica médica en la
psicoterapia........................................ 113
Cómo se correlacionan el
conocimiento y la práctica.............. 113
La dependencia de toda práctica....... 115
La práctica externa (medidas y
juicios) y la práctica interna
(psicoterapia).................................. 119
Referencia a los peldaños de la
terapia médica general................... 123
Las clases de resistencia en el
hombre. La decisión del enfermo
respecto del tratamiento
psicoterapéutico........................... 133
Metas y límites de la psicoterapia..... 137
El papel personal del m édico............. 144
Tipos de conducta neurológica.......... 146
Lo pernicioso de la atmósfera
p sicológica...... ............................... 153
La organización pública de la
psicoterapia.................................... 156
Referencia a los textos.............................. 183
La idea del médico

El tipo sacerdotal del médico de los tiempos


primitivos, el médico hipocrático, que con mirada
imparcial trata racionalmente al hombre en su to­
talidad junto con su situación; el médico medieval,
que sostiene autoritarios conceptos especulativos;
todos han sido relevados desde hace siglos por el
moderno médico científico. El sacerdocio ya no es
asunto suyo, pero sí la humanidad. El hipocrático
limitarse al diagnóstico y a la dieta, la autoritaria
postura especulativa de la Edad Media debieron
ceder paso al incesante progreso de la investiga­
ción científica y a sus fabulosos logros. Sin embar­
go, todos los tipos del pasado conservan vigencia
en el presente, vuelven a ser eficaces, lógicos o in­
sensatos.
El concepto fundamental de la medicina de
los últimos siglos era éste: la enfermedad es un
proceso natural que ataca al cuerpo, el enfermo

9
debe vencerla y el médico se une al paciente para
enfrentar a este indeseable proceso natural. En
unanimidad con el paciente, el médico lo ayuda en
base a su fundado saber científico. Lo instruye y
entonces éste comprende qué le sucede y coopera
en la aplicación de la terapia razonable. Conscien­
te, se deja convencer en caso de duda o rechaza la
intervención médica que le proponen.
Esta acción médica .se sustenta sobre dos co­
lumnas: por un lado en el conocimiento científico
y la capacidad técnicas, por otro en la ética de la
humanidad. El médico nunca olvida la dignidad
del enfermo y su derecho a decidir, ni el valor in ­
sustituible de cada individuo.
La ciencia se trasm ite expresamente
a través de la instrucción en su más vasta exten­
sión, en cambio, la humanidad del médico es tras­
mitida en todo momento, inadvertidamente por la
personalidad del facultativo a través de su mane­
ra de obrar, de hablar, por el espíritu de una clíni­
ca, por esa silenciosa y tácita atmósfera presente
de lo pertinente a la práctica médica. A la enseñan­
za hay que planificarla. Se hace cada vez más cla­
ra y didáctica. La investigación científica aumen­
ta el conocimiento y la capacidad se tom a más crí­
tica y metódica. Por el contrario, la humanidad no
admite planificación. Se desarrolla renovadamen-
te sin un progreso básico en cada médico, en ca­
da clínica a través de la realidad del médico huma­
no. Rige para ella la regla enunciada en el siglo xvii
por el gran médico inglés Sydenham: “Nadie ha si­

lo
do tratado por mí de manera distinta a la que yo
quisiera ser tratado si me enfermara del mismo
mal".
Este bello y sencillo concepto ha sido puesto
en tela de juicio por los recientes adelantos.
La especialización no puede hacerse retrógra­
da. La incrementación de la capacidad tiene la ten­
dencia a confinar al especialista a modalidades de
pensamiento circunscritas. Un paciente es some­
tido a una larga serie de métodos de estudio y tra­
tamientos especializados, pero éstos dañan su
buen sentido si no son supervisados por la mira­
da rectora del médico que tiene una visión global
del individuo y de su situación real.
La especialización científica impone la re­
forma de la instrucción. Un grupo de materias es­
peciales se suman a la formación en el pensa­
miento biológico. El tiempo del estudiante está tan
colmado por los planes de estudio que la dis­
tracción por la multiplicidad de lo que se debe
aprender impide la reflexión profunda. Los im­
pulsos intelectuales de la juventud, que necesitan
de la libertad, son coartados por los planes didác­
ticos que a modo de andadores guían el estudio y
por el enorme esfuerzo que se exige a la memoria.
Los exámenes prueban cada vez menos la capa­
cidad de discernimiento, que ya durante la ense­
ñanza no se ejercita de manera alguna en corre­
lación con la cantidad de los conocimientos. Exis­
ten hoy en día auténticas y grandiosas concepcio­
nes biológicas. Sin embargo, la tendencia general

ll
parece contraria. En todo el mundo se educa gen­
te que sabe mucho, que ha adquirido particular
destreza, pero cuyo juicio autónomo, cuya facul­
tad para un sondeo exploratorio de sus pacientes
son escasos.
Estas tendencias a la especialización y al
adiestramiento constituyen las tendencias gene­
rales de la época. Por todas partes la técnica da ori­
gen a grandes empresas, se generaliza el trato con
las masas, que lleva a una nivelación por la cual los
hombres se convierten en piezas de una maquina­
ria. La aparatización agosta la facultad del juicio,
la riqueza del poder ver, la espontaneidad perso­
nal.
La relación de médico y enfermo también es
absorbida por la gran industria. La necesidad ine­
vitable de las obras sociales y el enorme desarrollo
de las clínicas amenazan la antigua relación del
médico particular respecto del paciente particu­
lar.
Ser médico hoy en día no sólo es tan difícil por
esta tendencia general de nuestra era, sino tam­
bién por las cuestiones insolubles que surgen co­
mo tales en la práctica de la medicina, sólo que
ahora bajo una nueva forma. Echémosle una ojea­
da.
La relación entre médico y paciente corres­
ponde a la idea del trato de dos personas razona­
bles, durante el cual el científico entendido asiste
al enfermo.
Esto significa que el individuo razonable quie-

12
re y puede comprender y comportarse en conse­
cuencia cuando el experto en la materia lo infor­
ma.
Significa además que el paciente razonable
sólo acepta la terapia siempre y cuando sea posi­
ble una auténtica terapia de fundamento científi­
co. En los otros casos, numerosos por cierto, sólo
quiere un diagnóstico y un control para que llega­
do el caso no se omita una eficaz intervención te­
rapéutica. Para el enfermo y el médico razonables
tiene vigencia el siguiente principio: intervenir lo
menos posible, lim itarse a medios racionalmente
fundados.
Este ideal presupone que tanto el facultativo
como el enfermo deben vivir en la madurez de la ra­
zón y de la humanidad. Hablemos en primer térm i­
no del enfermo.
Ciertos enfermos no reúnen el requisito de la
razón. Acuden al médico porque quieren ser tra­
tados a toda costa. De acuerdo con sus expec­
tativas la consulta concluirá en cualquier caso
con las consabidas indicaciones. El afán de estar
constantemente en manos del médico, la angustia
de aquellos que quieren ser curados de alguna
cosa, el asedio al médico mediante exigencias
imposibles de cumplir, obliga a recurrir a métodos
de tratamiento que no son racionalmente efec­
tivos. Hace treinta años atrás, un prestigioso
farmacólogo decía en su conferencia inaugural en
Heidelberg, por cierto con algo de exageración:
“Tenemos una docena de remedios eficaces; todo

13
lo demás es producto del miedo de los enfermos y
de los intereses de la industria farmaceútica”.
Por otra parte, el paciente no quiere saber en
realidad, sino obedecer. La autoridad del médico
es para él un anhelado punto firme que lo exime de
la propia reflexión y de la propia responsabilidad.
“Mi médico lo prescribió” constituye una cómoda
liberación.
Tampoco quiere saber cuando la cosa es gra­
ve, cuando está en riesgo la vida o ya parece per­
dida según la humana previsión. Si afirma lo con­
trario, no ansia sino que lo tranquilicen y que no
le digan la verdad.
Porque a menudo el individuo no es razonable
como paciente, sino irrazonable y opuesto a toda
razón, la relación médica ideal necesariamente de­
be alterarse.
Lo que en principio atañe incondicionalmen­
te a la veracidad médica es que sólo demanda la
verdad el enfermo capaz de soportarla y desenvol­
verse con ella razonablemente. El enfermo razona­
ble participa de la incertidumbre. Para ello se re­
quiere la fuerza de no desestimar del todo el ámbi­
to de lo posible aun frente a un mal pronóstico, de­
jando lugar a la incertidumbre a pesar de saber.
Por ejemplo, en 1927, un enfermo de anemia per­
niciosa que ya se encontraba en los umbrales de la
muerte, fue salvado a pesar de todas las previsio­
nes mediante una terapia hepática aplicada en los
Estados Unidos. Aun frente al diagnóstico más ad­
verso, el médico suele aferrarse a este margen de

14
lo posible cuando dice: “siempre que no ocurra un
milagro”. Sólo la razón aliada con la trascendencia
asegura esta fuerza para perseverar en la ignoran­
cia a pesar de toda certeza, no sólo en lo teórico si­
no en la práctica. Sin embargo, el miedo exige la
certeza a pesar de toda razón. La consecuencia es
que el médico no siempre puede comunicar su co­
nocimiento a todos los enfermos.
No obstante, cuando en el paciente actúa al­
go así como una radical oposición a la razón, ese
ideal de médico puede tom arse menos real aún.
Este estado de cosas se hace palpable en el domi­
nio de los fenómenos que causan las mayores di­
ficultades al pensamiento científico: en las conver­
siones de la esfera psíquica a la somática. Apare­
cen manifestaciones patológicas corporales que
no pueden ser convenientemente interpretadas
con las categorías del pensamiento científico.
Lo que el enfermo piensa, teme, desea y espe­
ra de su enfermedad parece ser un factor en la pro­
pia evolución del mal. Lo que el médico dice y ha­
ce lo interpreta el enfermo a su manera. A l médi­
co no sólo le cabe la responsabilidad por la exac­
titud de sus declaraciones, sino también por su
efecto sobre el paciente en su estado anímico de
pesadumbre y oposición a la razón. El médico no
puede de ningún modo estar con el enfermo en una
comunión de abierta razón.
En la era de los grandes descubrimientos
científicos, tan benéficos en el aspecto terapéuti­
co, esto fue casi olvidado, a veces observado con

15
indignación. Aquello caía fuera de la dignidad de la
terapia médica. Los síntomas se calificaban de
nerviosos o histéricos. No eran verdaderas enfer­
medades. De alguna manera se lograba dominar­
los, pero sin el fundamento de una investigación.
Frente a esta seguridad médica, con la que el
campo de los trastornos neuróticos se hacía a un
lado como no perteneciente a la medicina, empe­
zaron desde principios de siglo otras consideracio­
nes: Albert Fraenkel habló entonces del “médico
como causa de enfermedad”. En los casos de neu­
rosis por accidentes se encauzó la atención hacia
un factor psíquico de la enfermedad. Dubois y
otros neurólogos fundaron la psicoterapia en los
fenómenos nerviosos. Esta razonable circunstan­
cia frente a síntomas ante los cuales uno perma­
necía desorientado con los recursos científicos,
fue también el tema de los estudios de Breuer y
Freud en 1896. Los médicos humanitarios logran
cambios felices en casos que parecen desespera­
dos a través de una intervención intuitiva o de pa­
ciente esfuerzo. Pero siempre fue así. En gran me­
dida estos fenómenos no se han podido dominar
terapéuticamente como cincuenta años atrás, só­
lo se los ha llegado a conocer de manera mucho
más gráfica en su multiplicidad.
La especialización, el adiestramiento en la
mera instrucción, las tendencias de la época en el
movimiento de las masas, la desorientación cien­
tífica frente a lo psíquico, todos estos momentos
han contribuido a condicionar la práctica de la me-

16
dicina actual y tuvieron como resultado una insa­
tisfacción que cundió en los médicos y los enfer­
mos.
Es curioso que en contraste con la extraordi­
naria eficacia de la medicina moderna se manifes­
tara no pocas veces un sentimiento de fracaso. Los
descubrimientos de las ciencias naturales y de la
medicina han llevado a un dominio jam ás conoci­
do. Pero parece que para la multitud de individuos
enfermos se ha hecho cada vez más difícil hallar el
médico indicado para el paciente individual. Po­
dría creerse que los buenos médicos se tom an ca­
da vez más raros, en tanto la ciencia crece cons­
tantemente como saber.
¿No queda sino contemplar, en ocasiones es­
pantados, luego resignados, este curso de las co­
sas?
Los movimientos psicoterapéuticos son los
que han demandado en voz más alta una renova­
ción radical, más aún, un cambio de la medicina.
A través de Freud se inició un movimiento que ba­
jo el nombre de psicoanálisis transformó de raíz el
significado de la psicoterapia.
En primer lugar, el análisis expandió sus de­
rechos dentro de la medicina. No se limitó sólo a las
neurosis, sólo a esos fenómenos considerados an­
teriormente como algo aparte, sino que todas las
enfermedades pasaron a ser objeto de su compe­
tencia bajo el nombre de la psicosomática. Hoy su
meta es poco menos que una revolución de la me­
dicina.

17
En segundo lugar, trascendió en gran medida
más allá de los cometidos médicos. No se ofreció
sólo a los enfermos, sino a todos los seres huma­
nos. El hombre como tal está enfermo. A todos les
conviene someterse al análisis para su curación.
Hoy se destacan médicos prominentes empe­
ñados en guiar a los enfermos para ayudarlos a
descubrir el sentido de sus vidas. Pues en toda en­
fermedad, ya se trate de una neurosis, una infec­
ción o un carcinoma, ven un simbolismo. Com­
prenderlo y liberar al alma enferma de los proble­
mas revelados a través de él, sería la misión del
médico. En su conferencia de rectorado en Ham-
burgo, Jores manifestó: “La enfermedad es conse­
cuencia del pecado”, aparece para “la salvación del
alma”, su papel es contribuir “a la madurez” y co­
mo tal debe ser entendida por el médico.
A pesar de muchas observaciones correctas
de Freud y algunas buenas observaciones de sus
sucesores, aquí aconteció fundamentalmente algo
que no puede ser comprendido ni dictaminado se­
gún aquellas aisladas observaciones exactas sino
en el sentido del todo. Permítaseme formular en
forma sumaria lo que expresaron algunos médicos
y también lo que fue fundado por mí en otro lugar.
Aquí se ha transgredido y al mismo tiempo
perdido la idea del médico. Los moviñiientos psico-
terapéuticos, nacidos por cierto en suelo médico,
se separaron de él y se convirtieron en movimien­
tos de esta era desorientada.
La curación médica no es traer la cura del al-

18
ma. La mezcla de médico y padre espiritual debe
confundir la misión de ambos. En el mundo mo­
derno una humanidad hueca persigue en vano ex­
pectativas de curación que despiertan tales psico-
terapeutas. Se hace caso omiso de lo posible den­
tro de la medicina y no se alcanza lo anhelado den­
tro de lo psíquico.
Las grandes cosas acontecen sin ruido. Tal
vez la posible renovación de la idea de médico ten­
ga hoy su lugar de preferencia junto al médico
práctico que sin autoridad de clínica ni cargo tie­
ne que ver con los enfermos en su vida real. Para
la mirada del médico que ve a los seres humanos,
todo cuanto pueden lograr los especialistas y que
no puede llevarse a la práctica sin los servicios de
un hospital, puede transformarse en la vida real en
medidas aisladas que el médico aconseja de acuer­
do con los medios de que dispone. Esta mirada clí­
nica sabe descifrar las situaciones. Le preocupa la
naturalidad del hombre en su medio. No deja que
el examen del paciente se diluya en una suma de
los resultados de estudios de laboratorio, sino que
es capaz de evaluar todo eso, aprovecharlo y su­
bordinarlo. Concede vigencia a estos métodos
diagnósticos en sus límites, pero no deja que le ha­
gan perder su juicio. Conoce las imponente medi­
das terapéuticas modernas, pero sabe diferenciar­
las dentro del rango de su eficacia. Vuelve a pose­
er algo de la postura hipocrática que no pierde de
vista los antecedentes personales, que es capaz de
dar forma al trato del enfermo con su mal. Cono­

19
ce la vigente importancia de las disposiciones hi­
giénicas y dietéticas. A través del tiempo gana esa
relación personal con el paciente, en cuya claridad
se hace más fácil morir.
Puede considerarse una utopía pretender
mantener la vieja idea del médico que personifica­
ba el médico de la familia. Se pierde porque los in­
dividuos cambian, también los enfermos y los mé­
dicos. Cada vez son menos capaces de ser enfer­
mos y médicos en el sentido antiguo.
¿Pero es esto realmente cierto, definitivo? ¿No
es hoy una realidad de primer orden que en la ac­
tualidad los enfermos busquen como siempre en la
estampa del médico práctico a su verdadero médi­
co y lo hallen? ¿No se conservará una figura sobria,
cordial, sapiente del ser médico personal y surgi­
rá siempre de nuevo en las generaciones venide­
ras?
La respuesta a tal cuestión es análoga ya se
trate del médico, del maestro, del sacerdote, de la
política, de las fuentes de trabajo. A quien consi­
dere inevitables las tremendas posibilidades de
evolución, debe decírsele: nadie puede conocer
con certeza tal fatalidad, pero de todos modos su
opinión, lo que vaticina, favorece el mal. En las de­
mandas humanas propiamente dichas, se hacen
oír las instancias contrarias. Algo poderosamente
real, frente a lo cual una resistencia parece de mo­
mento ineficaz, de ninguna manera es por ello per­
manentemente real. El entendimiento siempre
predice lo negativo: lo positivo debe ser engendra­

20
do y no puede ser predicho. Pero no se origina por
sí mismo, de ahí que para cada uno tenga sentido
preguntarse para qué querer vivir en su profesión,
en la que pretende mantenerse. Nadie sabe lo que
logrará al final.
Frente a toda la insensatez, el egoísmo exigen­
te, la comodidad, la mala fe de tantos enfermos, el
médico se enfrenta a una decisión en cuanto a su
fuero íntimo: volverse indignado. Ya no quiere más
pacientes razonables. Está dispuesto a participar
del tremendo vuelco de nuestra época en la evalua­
ción del hombre. Quiere curar como se cura a los
animales. Las preguntas de los pacientes ya se han
vuelto molestas. O bien, apelar a pesar de todo a
la razón del enfermo y contentarla.
Y luego la segunda decisión: asumir la confu­
sa situación en la que se agrandará a la condición
de ser el portador de la cura del alma, atribuir
inadvertidamente menor valor a las posibilidades
científicas y por último perderlas. O seguir la an­
tigua idea del médico que se basa en la ciencia y la
humanidad. Esta constituye con la ciencia una
idea eterna, pero no existe por sí misma, sino que
necesita constante renovación. Necesita hallar su
forma en las nuevas condiciones de la existencia
masiva técnica. Puede ser real en cualquier parte
a través de un médico que es él mismo.
Intentemos, para terminar, una mirada a la
idea de tal personalidad moderna del médico.
¡Quién puede decir cómo debe ser el médico!
En todo caso el ideal no es tan sencillo, como la ra­

21
zonable comunión con el enfermo mostrada al
principio, sino que se sustenta sobre la base de las
experiencias de todo fracaso, del enfermo y de sí
mismo.
El médico se convierte en un iniciado, ve los lí­
mites del individuo, su impotencia, su sufrimien­
to interminable. Ve las enfermedades mentales,
esa terrible realidad de nuestra existencia huma­
na. Diariamente se enfrenta a la muerte. Se espe­
ra de él no sólo lo que puede, sino también lo que
no puede lograr. El mundo exige de él toda ayuda
y exige m ás aún. El mundo quisiera olvidar, tender
un benéfico velo sobre la desgracia, quisiera el au-
toengaño de la criatura martirizada. El médico le
sale al paso a ese no querer saber. Silencio en su
cordial diálogo, tolerancia de la mentira, en ver­
dad, una conducta que puede parecer una nega­
ción del peligro, como una escapatoria de la muer­
te, y la debe adoptar aunque le repugne.
El no se engaña sobre la realidad de lo terri­
ble, pero considera atinado hacer razonablemen­
te en su profesión lo que es posible en ayuda de los
sufrientes y moribundos, aun cuando parezca que
desaparecerán en la corriente del infortunio.
Venda las pequeñas heridas, en tanto los hombres
abren constantemente otras más grandes, Vela
por la conservación de la vida de cada uno,
mientras sus congéneres aniquilan vidas por m i­
llones.
El médico necesita adoptar una postura de
aparente impavidez que es la más conmovedora.

22
Adquiere frialdad por todo cuanto debe presen­
ciar, aun el propio peligro. Más de un gran médi­
co probó su entereza al estudiar su propia enfer­
medad y reconocerla con calma hasta su deceso.
Esta calma emana del ver que penetra sin que las
lágrimas hagan perder la claridad de la visión, ha­
ce posible operar sin que tiemble la mano. Es una
exigencia muy rigurosa que en medio de la frialdad
el corazón permanezca despierto.
El médico ve los lím ites de su poder. No pue­
de eliminar la muerte, aun cuando hoy es capaz de
prolongar la vida en una proporción jam ás cono­
cida. No puede eliminar las enfermedades menta­
les, aun cuando en casos determinados puede
prestar su ayuda. No puede eliminar el sufrimien­
to, aun cuando en la actualidad es capaz de m iti­
garlo más allá de toda anterior medida. A pesar de
todos los éxitos, el médico palpa más lo que no
puede que lo que le es posible.
Forma parte de su naturaleza obrar con al­
truismo aun en los casos donde no hay cura y asis­
tir al enfermo desahuciado. El médico profesa al
enfermo mental un sentimiento que le permite
brindar al desdichado al cual no puede curar el
máximo de la posibilidad de vida y honrar aun en
él al ser humano.
La suya es una profesión de constantes reve­
laciones. El médico debe ser diferente de lo que son
las demás personas. La tentación frente a tanto
horror es grande.
Convertirse en un escéptico que ve todas las

23
desgracias y todas las flaquezas y al final se hace
cínico de tanta repugnancia.
Convertirse en naturalista que no ve más que
el acontecer causal, la crueldad de la naturaleza y
lo inesperado de los giros casuales, el constante
nacer y morir en el cual cada individuo es por com­
pleto indiferente.
Convertirse en un incrédulo: no existe otra co­
sa que este interminable círculo de miseria. Si ve
todos los hechos incómodos para una concepción
armónica del mundo, la divinidad puede esfumár­
sele.
Escepticismo, naturalismo, descreimiento
son los peligros interiores que tal vez debió enfren­
tar todo médico. La manera como logra superarlos
es lo que hace la profundidad de su mirada huma­
na, la energía de su esperanza, su pasión a pesar
de todo y de la que se puede decir: que aun junto
a la tumba sigue enarbolando la esperanza.
Entonces se mantiene imperturbable a través
de los horrores, confiando en un terreno incondi­
cional, en el cual toda asistencia entre seres hu­
manos, todo acto de amor, la mera bondad tiene
un peso insustituible.
Entonces el médico es capaz de soportar el es­
cepticismo como elemento permanente de su vida
que no destruye sino preserva de desengaños; el
naturalismo en tanto enseñe a ver las realidades;
el descreimiento en tanto deseche toda creencia
mágica, supersticiosa.
Pero la circunstancia de tener que cargar tan

24
a menudo sólo con su conocimiento acerca de las
revelaciones del hombre, puede inducirlo a des­
preciarlo. Sólo si conserva su original bondad y la
conciencia acerca de la fragilidad del ser humano,
por ende de su propia caducidad y sus propias fa­
lencias, será capaz de eludir también este peligro
de un pernicioso sentimiento de superioridad.
De ahí que en base a su constante autoescla-
recerse en cuanto a la distancia respecto de sí mis­
mo y a la vez respecto del enfermo, el médico alcan­
za su madurez.
Es famosa la frase de Hipócrates: M latros phi-
losophos isotheos”. “El médico que llega a ser filó­
sofo, se asemeja a un dios.” No se hace referencia
aquí a un mero doctrinarismo filosófico sino al mé­
dico que es filósofo en tanto actúa bajo normas
eternas en la corriente de la vida... Esto es difícil.
Inadvertidamente, puede echarse un velo sobre el
alma frente a todo cuanto debe aguantar: la final
impotencia a pesar de su infinita voluntad de ayu­
dar, la impotencia ante tanto horror, el silencio,
para no palpar el engaño de su propia ilusión (ya
que no es capaz de dar la gracia salvadora de la fe),
el no saber en total, lo que le impide ser el salva­
dor que tantos enfermos anhelan secretamente
que sea.
Lo máximo que consigue aquí y allá es ser
compañero de infortunio del enfermo, razón con
razón, hombre con hombre en los impredecibles
casos límite de una amistad nacida entre médico
y paciente.

25
Entonces cabe preguntar si la misma perso­
nalidad del médico no se convierte de manera le­
gítima en una fuerza curativa, sin necesidad de lle­
gar a ser mago o el Salvador, sin que medie la su­
gestión o cualquier otra ilusión. La presencia total
por un instante de una personalidad deseosa de
ayudar al enfermo, no sólo es enormemente bené­
fica. La presencia de un individuo razonable con la
fortaleza de espíritu y la convincente influencia de
un incondicional ser bondadoso despierta en el
otro, y también en el enfermo, incalculables pode­
res de confianza, de deseos de vivir, de veracidad,
sin que sea necesario pronunciar una palabra. Lo
que el hombre puede ser para su semejante no se
agota en lo conceptual.
Es decisivo el médico que acepta su m iniste­
rio como un regalo del cielo: la personalidad médi­
ca es lo nunca exigible, lo nunca planificable. Es
eso a través de lo cual prevalecen los medios tera­
péuticos que sí se pueden aprender. Creo que to­
dos conocemos médicos de esta clase y en todo mé­
dico que se sabe nacido para su profesión actúa
tal.

26
Médico y paciente

1. La idea moderna de la enfermedad ve a ésta


como un proceso natural. No existen los demonios
de la enfermedad. El tratamiento se desarrolla de
tal manera que médico y paciente suman su es­
fuerzo unánime para dominar a ese indeseable
proceso natural y lograr la curación del cuerpo o
en caso de tratarse de un proceso incurable inten­
tar que el mismo evolucione del modo más favora­
ble. La terapia médica se sustenta sobre dos co­
lumnas: el conocimiento científico y la humani­
dad. El médico es el experto que pone a disposición
del paciente su saber y su pericia, actuando y al
mismo tiempo instruyéndolo. La condición es que
ambos, médico y paciente, sean seres razonables,
dispuestos a afrontar juntos un proceso natural al
cual han reconocido y tratarán, y que en su huma­
nidad coincidan en lo deseable de la meta.

27
La relación del enfermo con respecto al m édi­
co puede ser muy diversa: en su ilim itada confian­
za algunos pacientes se entregan al médico ciega­
mente. Otros, animados de confianza confidente,
miran al médico como a un amigo del que no espe­
ran nada sobrehumano, pero tampoco temen nin­
guna falta de formalidad. Uno ama al médico, a ese
hombre infinitamente altruista, el otro lo aborre­
ce, porque el ser médico se relaciona con el estar
enfermo, o porque no se sabe esconder de ello, por­
que es consciente de su impotencia: este enfermo
persevera en la situación paradójica de recurrir al
médico por no poder prescindir de él y odiarlo por­
que quisiera librarse de él. Uno piensa con escep­
ticismo, como Montaigne: si te enfermas, no lla­
mes al médico, pues de lo contrario tendrás dos
enfermedades. El otro guarda gratitud hacia lo
prácticamente posible para el médico, como lo es
desde los tiempos de Homero. A pesar de las dis­
paridades de la relación, la idea de la posibilidad
sigue siendo una terapia médica de fundamento
racional que podría llevarse puramente a la reali­
dad si sólo médico y paciente fueran razonables.
Tales form ulaciones se tienen a menudo por
anticuadas, a veces también como típicamente
burguesas, como autosuficientes e irreales. En la
actualidad, vemos contra ellas dos circunstancias
contradictorias: en prim er lugar la transformación
de la vieja idea de humanidad en otra forma distin­
ta de la conducta fundamental del hombre hacia
su semejante, y en segundo lugar la entrega de la

28
idea de humanidad en la transformación del hom­
bre en un material discrecional de investigación y
conformación.
2. Se ha producido una transformación de la hu­
manidad, a partir de la cual se piensa más o me­
nos así: las terribles circunstancias hacen apare­
cer ilusorio el proyecto de la relación de médico y
paciente como la relación de dos seres razonables
que de común acuerdo tratan un proceso natural
■físico. No existen ni tales médicos, ni tales pacien­
tes. Así parece ser hoy la convicción, para ellos cer­
tera, de ciertos médicos.
Y por cierto -así se opina- la cosa no es como
si se tratara aquí de un verdadero ideal pero que no
corresponde a la realidad, si bien podría y debería
aproximarse a ella, sino de un ideal absolutamen­
te falso. Pues, en verdad no existe -dicen-esa ob­
jetiva confrontación del hombre con su cuerpo co­
mo un proceso natural, el cual debe concebirse y
tratarse esencialmente en forma científica.
Recuerdo ejemplos de los últimos tiempos,
manifestaciones de renombrados médicos cate­
dráticos alemanes: V. von Weizsácker escribe: “A c­
tualmente libro a diario en el consultorio una lu­
cha contra la medicina orgánica de escuela, a sa­
ber que la enfermedad tiene por significado guiar
a quien afecta hacia el sentido de su vida... La me­
dicina científica ha impedido en forma radical re­
conocer esto”.
¿Qué quiere decir sentido aquí? “Todo proce­
so orgánico, digamos una inflamación, una hiper-

29
tonía, un adelgazamiento, un edema debe conce­
birse como símbolo, no como función.” “La inter­
pretación del lenguaje orgánico es aquí el negocio,
la misión difícil pero solucionable de traducir en
palabras inteligibles al alma.”
La interpretación de las enfermedades vigen­
te hasta ahora ha tomado por un camino del todo
equivocado: “se acostumbra a hablar de enferme­
dad en lugar.de maldad humana. Todos los rótu­
los... fingen circunstancias objetivas para encu­
b rirla delicada lucha en tom o al significado de la
vida”.
Opina Weizsácker: “A gran parte del público le
convence sólo un ineficaz tratamiento químico-fi­
siológico o físico. Una gran parte de los médicos se
asocia a este tipo de resistencia negativa y de es­
te modo armonizan en primer lugar con los pacien­
tes, en segundo lugar con la industria farmacoló­
gica y en tercer lugar con el espíritu de la época que
les promete prosperidad económica”.
Jores, internista de Hamburgo que hace años
escribió un acreditado libro sobre las secreciones
intem as, aporta el segundo ejemplo. En su confe­
rencia de rectorado dice acerca del significado de
la enfermedad:
“La enfermedad es consecuencia del pecado...
Esto no sólo es válido para las neurosis, sino tam­
bién para las enfermedades orgánicas”. Al pregun­
társele si también se incluían las enfermedades
tumorales, respondió: “Por ahora, no sabemos na­
da al respecto”. Pero tampoco éstas carecen de

30
sentido, requieren ser interpretadas. “Como una
prueba enviada por Dios.” La enfermedad sobre­
viene “para la salvación del alma”, desempeña su
papel “en la maduración”. Esto lo explica Jores pa­
ra un nuevo e importante conocimiento: la enfer­
medad “quiere algo de nosotros. La enfermedad
tiene una misión en la vida del ser humano”.
¿Y cuál es pues la misión del médico? “Cuan­
do la enfermedad no quiere evidenciar sino que al­
go no anda bien en nosotros, cuando asimismo
quiere ser entendida como un llamado de Dios, la
curación sólo puede ser conveniente por el cami­
no de la consumación del sentido.” Esto significa
que el médico no debe “ayudar sólo desde lo pura­
mente corporal, sino ayudar al individuo confun­
dido en sí mismo a reconocer el significado de su
enfermedad”.
¿Pero qué hacemos hoy en realidad? “Hacer­
le muy cómoda la enfermedad al paciente... La
neumonía se erradica con inyecciones de penicili­
na, pero el paciente es presa de un trastorno neu­
rótico, pues no se sometió al designio de su enfer­
mar de neumonía.”
Y frente a los grandiosos éxitos de la terapia e
higiene modernas se dice que “lo único que se ha
logrado es haber elevado considerablemente el
promedio de longevidad... pero la morbilidad, el
número de quienes enferman no ha variado, tal vez
haya aumentado”.
“Este nuevo descubrimiento” dice Jores, “sig­
nifica para el médico de vocación una gratificación

31
muy especial... Seguramente, los grandes médicos
de todos los tiempos jam ás pensaron de otro mo­
do... pero la diferencia es que nosotros no capta­
mos el sentido del estar enfermo tan sólo intuitiva­
mente, sino de una manera objetiva y real”. “Gran­
des médicos de todos los tiempos intuyeron algo de
la divina misión de su profesión. Hoy podemos
mostrarlo con toda claridad. La misión del médico
no se ha cumplido sino... cuando ha ayudado al
enfermo a la consumación del sentido de su vida.”
Jores expresa “cuán de cerca se tocan la práctica
médica y el sacerdocio” y vislumbra la verdad entre
los primitivos que “aunaban a ambos en una per­
sona”.
Uno puede inclinarse a desdeñar con una ri­
sita tal bosquejo. Sin embargo, cabe maravillarse
no sólo de la prominencia profesional de esas per­
sonas, sino más aun de la seriedad con que son to­
madas en vastos círculos médicos. Es un proble­
ma que muchos médicos -por objetividad, neutra­
lidad y cautela- encuentren la opinión de ellas a
modo de guía o bien se muestren inseguros, casi
como si uno se hubiera acostumbrado a escuchar
en silencio insensateces en los congresos científi­
cos sin poder levantar su voz de protesta.
Cuando la cosa se vuelve demasiado desati­
nada, se manifiesta una contradicción, hoy en día
unánime. Hace unos años un psicoterapeuta, el
doctor Góring, fue condenado en Heidelberg a va­
rios años de prisión. Según su teoría, en ciertas
circunstancias de la vida sería menester ayudar al

32
enfermo provocando una situación extrema de la
emergencia para despertar la voluntad de vivir.
Había tomado a su cuidado a un muchacho para
su tratamiento terapéutico y en efecto, así parece,
lo mató de inanición. Los testigos hicieron acusa­
ciones aniquiladoras. Ya antes de producirse el de­
ceso del muchacho la policía quiso intervenir en
base a las denuncias recibidas, pero enseguida se
retiró frente a la autoridad del médico. El profesor
von Weizsácker fue invitado a participar en el
proceso como perito y después del informe perio­
dístico manifestó que Goring no había actuado a
impulso de motivos malignos. “Con sus recursos
pretendía ayudar al muchacho... Debo reconocer
que corrió un riesgo. ¿Pero quién no lo hace? De
cualquier modo no veo ninguna transgresión del
lím ite trazado por el código penal.” Otros psicote-
rapeutas se apartaron decididamente de Goring.
El dictamen de Weizsácker pareció causar el efec­
to de una catástrofe. El Colegio de Médicos de
Heidelberg emitió una aclaración pública: “En
principio, esto nos pareció inconcebible...”, “en es­
te momento nuestro deber sería tomar la defensa
de la doctrina del maestro contra él mismo. Pero
las cosas no son así. W eizsácker sigue siendo aun
hoy el gran investigador y el gran médico... Su ac­
titud en el proceso... sólo puede entenderse en el
sentido de que obró de tal modo por ponderaciones
filosóficas y ciego respecto de la realidad... El se­
ñor profesor von W eizsácker en calidad de perito
frente al tribunal, estaba fuera de lugar pues sus

33
ideas, dirigidas a la última responsabilidad, no po­
dían servir a la indagación y evaluación de los he­
chos...”
|Qué confusión! Aquí, la filosofía, en forma
apenas encubierta por el “y”, es equiparada con la
ceguera respecto de la realidad. Las refutadas
apreciaciones de W eizsácker son simplemente ex­
plícitas para la filosofía, por lo cual se las da por fi­
niquitadas como intrascendentes y disculpadas.
Donde se trata de la dictaminación ética de una
manera de obrar, se habla de indagación de los he­
chos y de nuevo se encubre a través de un “y ” -don­
de se habla de responsabilidad, se dan al punto
dos, a saber, una responsabilidad práctica en pri­
mer lugar, y en segundo lugar una responsabili­
dad “última” que prácticamente no debe tomarse
en consideración. Aquí, la inclinación hacia las as­
piraciones psicoterapéuticas que revolucionaron
la medicina, junto con la ceguera frente a la auto­
ridad de una persona, desorientó al principio y lue­
go encontró la salida de una demostración de res­
peto frente al maestro.
Pero el hecho de que la confusión atraiga tan
vastos círculos, debe tener un motivo no sólo en las
deficiencias humanas, sino también en la misma
naturaleza de la cosa, a partir de la cual se expli­
can tales perversiones de los hechos.
3. La idea de humanidad, junto a la ciencia, la
segunda columna de la práctica moderna de la me­
dicina, ha sido abandonada en creciente propor­
ción en la actualidad.

34
Se hicieron experimentos con seres humanos,
como si se hubiera tratado de experimentos con
animales (en tiempos del nacionalsocialismo). Co­
mo se dice, en ocasión de estos horrendos proce­
dimientos se hicieron algunas comprobaciones no
del todo carentes de interés para ciertos propósi­
tos.
Además se tomaron medidas terapéuticas co­
mo la lobotomía, para lograr una destrucción de la
personalidad, la personalidad residual psicótica, a
fin de obtener una criatura en alguna forma capaz
de trabajar y más cómoda para manejar, a la cual
se tenía por “más sana” que el enfermo mental in­
quieto que necesita internación hospitalaria.
Asimismo, se realizaron arbitrarios experi­
mentos con animales, como si se tratara de mate­
ria muerta, en nombre de resultados de poca im ­
portancia, lesionando la humanidad de aquellos
que hacen lo mismo.
4. Lo común a todos los procedimientos nom­
brados parece ser la transformación o bien el
abandono de la idea de humanidad. La terapia y el
trato con el hombre ha perdido el dominio a través
de una imagen humana que reside en la idea del
médico así como en la idea de las exigencias incan-
celables de cada ser humano como tal en la digni­
dad de su posible ser razonable. En el psicoanáli­
sis, el hombre se convierte en su libertad en obje­
to del supuesto saber y del trato indigno; en la acti­
vidad de la intervención biológica, se pierde y se
arruina al hombre mismo en su cuerpo desnudo y

35
en la idea de la utilidad como instrumento de tra­
bajo.
Estos movimientos del ser médico que se va
perdiendo no se dejan hacer a un lado despreocu­
padamente. Las cuestiones que surgen con ellos
requieren respuesta en virtud de su gravedad.
Sólo quisiera señalar en más detalle dos pro­
blemas de fondo: El primero para el conocimiento:
¿Qué papel juega la objetivación? ¿Qué formas de
objetivación existen? El segundo para el cometido
terapéutico: ¿tiene el médico que fijarse como me­
ta la curación de un enfermo o la salvación del al­
ma?, ¿o ambas?
5. El vuelco de la medicina practicada hasta el
presente se funda en la teoría del conocimiento a
través del cuestionamiento de la objetivación de
las enfermedades. La “introducción del sujeto” en
la medicina (von Weizsacker), del sujeto del enfer­
mo así como el del médico, en calidad de factores
del conocer como del hacer, trueca el significado
del conocimiento sobre los procesos patológicos en
todos los enunciados. La antigua relación del mé­
dico hacia la enfermedad como un objeto ya no de­
be tener vigencia, o al menos, sólo un limitado sen­
tido de vigencia, que es sobrepasado y puesto en
su lugar por la nueva ciencia médica. Es ésta una
posición que promete algo extraordinario. Es posi­
ble o es un absurdo que avanza filosóficamente a
grandes pasos, y a través de la formulación de im­
posibilidades encubre la confusión de una nueva
terapia.

36
Para nosotros, seres humanos finales, cuya
conciencia se cumple en la división de sujeto y ob­
jeto, de lo pensante y lo pensado, rige la tesis ge­
neral: sin objetivación no es posible ningún cono­
cer ni ninguna intervención útil. Para la medicina
esto significa que la medicina científica no va más
allá de que se le proporcione algo objetivo, se le
ponga ante los ojos un algo y se le haga asequible
la intervención.
La ciencia médica de ninguna manera hace de
las enfermedades seres sustanciales. Siempre tie­
ne en mano algo determinado y sus relaciones y
por ende algo individual, sabe que éste está abar­
cado por aquello que llamamos el todo. Sin embar­
go, el concepto de este todo es sólo un indicador
que se niega a considerar cualquier objeto por el
todo, es decir: absolutizar. De este modo, ningún
ser humano puede ser objetivado como un todo y
ser penetrado con la mirada. Objetivarlo como un
todo lo hace malograr, precisamente. Todos los
conceptos de totalidad, en tanto permiten que al­
go sea comprensible, se evidencian como concep­
tos de algo particular. El hombre científico vive en
el dilatado espacio en el que encuentra sus obje­
tos, mientras este espacio en sí, para el cual el in­
vestigador está ilimitadamente abierto, no se con­
vierte en objeto.
Porque el análisis no alcanza al todo, no tiene
a la vista un sistema cerrado, toda terapia no de­
ja de ser en el fondo sino un intento fundado en el
conocimiento vigente hasta ese momento. Toda in-

37
tervención parte de la observación practicada en el
nuevo caso individual y de la experiencia científi­
ca recogida hasta ese momento. Aun cuando a m e­
nudo los resultados pueden esperarse casi con se­
guridad, la terapia médica puede predecir con la
máxima probabilidad tantos efectos, precisamen­
te en base a las objetivaciones científicas. Toda te­
rapia requiere, sin embargo, observar lo que suce­
de y dado el caso cambiar el método. Se dice: el en­
fermo no es sólo el caso de una generalidad, sino
un individuo.
Por eso a menudo juega un papel la maniobra
feliz. La observación y la expectativa posibilitadas
a través de una larga experiencia cuyos motivos no
los tiene presentes a entera conciencia, posibilita
todo arte médico que en base a la ciencia excede a
toda ciencia. También éste se confirma o refuta en
la experiencia. A veces no sabe plenamente cómo
tuvo éxito en realidad, pero quiere saberlo.
El médico sólo puede obrar con fundamento
en tanto se haya logrado la objetivación. Unica­
mente trae el progreso poner la mira constante­
mente en tal objetivación.
Pero el problema insoluble propiamente dicho
surge allí donde el enfermo fomenta la enfermedad
por su propio obrar o por así decir es él mismo la en­
fermedad. Se origina entonces la situación en que
el médico ya no puede hacer en comunión con el
paciente un objeto del biológico estar enfermo, si­
no que el enfermo mismo en su libertad se hace ob­
jeto de sus reflexiones y objeto de su intervención.

38
Esta situación, en toda su gravedad, tal vez
sólo sea del todo consciente para el psiquiatra. Es
un asunto singular: hacer del hombre un objeto no
sólo en su existencia psíquica, sino en su libertad.
Cabe responder entonces a la cuestión de si es ex­
culpable libremente o debido a la pérdida de la li­
bertad.
En esta situación, el médico que revisa sostie­
ne una conversación con el paciente durante la
cual tiene constantemente segundos pensamien­
tos orientados por finalidades que el paciente des­
conoce. Por sus lazos humanos el médico pone en
él su dedicación pero a la vez guarda un total dis-
tanciamiento respecto del paciente. Así sucede en
todo examen psicopatológico.
Es como una sacudida de toda la postura ya
sea que yo converse con amigos en solidaria com­
penetración y despreocupada franqueza sobre co­
sas (aquí se consideraría indecente una observa­
ción e interrogatorio psicológicos), o que yo, como
médico, lleve una conversación cuyo sentido está
cerrado para el otro. Lo que sería vergonzoso en la
charla privada, es pertinente en este caso. De ahí
que sea embarazoso tener con la misma persona
un trato amistoso y una relación psiquiátricopsi-
coterapéutica.
Soy médico por mis conocimientos profesio­
nales y éstos establecen como condición la objeti­
vación: y la objetivación, el distanciamiento. Si es­
ta objetivación se refiere al hombre mismo, cabe la
doble pregunta metódica: ¿de qué objetivación se

39
trata aquí? ¿En qué comunicación o en qué inte­
rrupción de la comunicación se cumple?
Aquí habría que explicar las formas de la ob­
jetivación, es decir, las formas en que algo no es
objetivo. Esta es una pregunta metodológica bási­
ca de la psicopatología. La representación y divor­
cio de las formas de la objetivación y luego su vin­
culación a la interpretación de la realidad psíqui­
ca es el camino inevitable de la investigación con­
vincente.
Tal divorcio fundamental es el del entender
psicológico y del explicar causal. Aquél ve el sen­
tido desde dentro, éste las causas efectivas desde
fuera. Ambos traen el conocimiento, pero en for­
mas radicalmente divergentes de la fundamenta-
ción, del sentido de vigencia, de las posibilidades
de aplicación. Alternar de la una a la otra como si
no hubiera diferencia, es lo que crea la gran con­
fusión que tantas veces nos asalta en cuestiones
patológicas.1
Ahora bien, actualmente, en lugar de profun­
dizar metódicamente la objetivación, este requisi­
to de todas las posibilidades científicas es arroja­
do por la borda. Esa “introducción del sujeto” en la
medicina es la consigna de la exigida revolución to­
tal de la medicina. No el médico y un objeto con-

1 En m i “Allgcm eine Psychotherapie" (6* ed., 1953) he usa­


do la explicación m etódica de las form as del objetivar para or­
denar a la vez los resultados de la investigación con el senti­
do de su vigencia.

40
frontado, sino la relación de yo y tú sería lo perma­
nentemente decisivo en la conducta médica. “La
medicina psicosomática bien entendida" dice
Weizsacker, “tiene un carácter revolucionario... La
acción médica toma parte en el proceso de la en­
fermedad, lo acompaña, se involucra con él”. El
sujeto del médico solo es capaz de encontrar real­
mente al sujeto del enfermo. Pero este sujeto del
enfermo está dentro de la misma enfermedad, en
toda enfermedad.
En éstos y otros exámenes de la literatura psi-
coterapéutica, así opino yo, se extraen casi en un
abrir y cerrar de ojos falsas consecuencias de ob­
servaciones ciertas a medias.
Lo cierto es que el hombre entero no se con­
vierte en objeto, pero lo erróneo es querer incluir a
pesar de todo a este no objetivable como objeto en
una nueva ciencia.
Lo cierto es que el sujeto, mejor dicho la per­
sonalidad del médico como la del paciente es esen­
cial en el humano hacer médico, que debe ser
explicitado filosóficamente. Pero es erróneo, por
imposible, hacer a esta realidad objeto de la inves­
tigación e incluirlo en el hacer médico de funda­
mentos científicos como un factor científico reco­
nocido.
Es cierto, y von Weizsacker lo señala como su­
puesto paralelo, que la física moderna introdujo al
sujeto en la ciencia, no como antes, como un fac­
tor de la subjetividad a ser eliminado, sino como
elemento real de la investigación. Pero lo erróneo

41
es que este sujeto, que por su parte tiene un pre­
ciso sentido objetivo en la física, guardaría analo­
gía con la personalidad del médico en la terapia o
sería idéntico a él.
Es cierto que el hombre es libre y nosotros co­
mo tales nos enfrentamos a él, como el médico al
paciente, en calidad de seres libres. Y es cierto que
imprevisiblemente la libertad en los pacientes
puede ser encontrada a través de una palabra del
médico verdaderamente presente en el momento
adecuado, sugiriendo al paciente que se percate
de la situación. Pero es erróneo creer que esto es
posible mediante pretendidas intelecciones psico­
lógicas y cálculo planificado, a través de largas
discusiones o bien a través del moralismo. Es erró­
neo, en suma, tratar esta libertad como algo exis-
tencial que podríamos reconocer en investiga­
ciones y con lo que podría contarse como con un
factor causal conocido. Pues hasta donde alcanza
la investigación, o sea se consuma la objetivación,
no hay libertad alguna.
Cierto es que médico y paciente están en una
unión humana de recíproco rebasamiento, no fun­
dada en la ciencia para hacer a partir de ella lo re­
almente sensato. Pero es errónea la afirmación se­
gún la cual la personalidad es eliminada por el m é­
dico científico, pues el médico aplica su ciencia en
esa comunión humana de recíproco rebasamien­
to con el paciente, pero no domina dicha comunión
con la ciencia.
El error fundamental de toda esta así llama-

42
da revolución de la medicina se evidencia en la
oposición reiterada una y otra vez, al principio con
razón, de volverse contra la objetivación de lo no
objetivable, pero luego hacer por su lado precisa­
mente a esta objetivación objeto de la nueva cien­
cia médica.
Con detrimento de la ciencia esto debe condu­
cir a una charla, que, en lugar de fomentar el co­
nocimiento mediante la precisión y la posibilidad
de la comprobación, más bien sólo fascina me­
diante barruntos, a pesar de una interminable
cháchara; que además, en lugar de ayudar en for­
ma real y demostrable, llega a una ayuda dudosa
cuando no a un daño. Este murmurar de cosas
grandiosas, mal iluminadas por un falso reflejo de
verdad, no produce sino espuma insustancial.
Es como si con tales referencias al sujeto en la
medicina, se describiera un estado en el qüe mé­
dicos no madurados en la razón, sino nerviosos, se
mezclaran con los nerviosos en un fatal círculo
vicioso ideológico. Si así fuera, entonces tales mé­
dicos no requerirían terapia médica, pero sí escla­
recimiento filosófico y autoeducación para con­
vertirse en médicos cabales a partir de una fe
verdadera, capaces de distinguir nuevamente en­
tre sujeto y objeto y las formas de la objetivación,
y que no confundieran individuo, sujeto y ser uno
mismo.
6. Tocaremos brevemente una cuestión particu­
lar de la objetivación y con ello una cuestión acer*
ca del punto de aplicación de la terapia: ¿cuál es la

43
postura del médico respecto de los cambios físicos
provocados por motivos psíquicos?2
En tanto estos cambios sean sólo síntomas fí­
sicos concomitantes de procesos psíquicos, tienen
aún el carácter objetivo libre de sentido que permi­
te que médico y paciente los confronten como pro­
cesos naturales y los traten como tales. Forman
parte de ellos no sólo las palpitaciones, el aumen­
to y alteración de las secreciones, el rubor, la pre­
sión sanguínea y las alteraciones respiratorias
propios de los movimientos anímicos, sino tam ­
bién una parte de los ataques de asma, los trastor­
nos gástricos, las hipertonías, los casos de diabe­
tes y enfermedad de Basedow en relación con ex­
citaciones psíquicas y estados permanentes en si­
tuaciones de tensión. Pero se suma un factor que
reside en la responsabilidad del enfermo, un sen­
tido que ejercita más o menos consciente, enton­
ces deja de ser válido el punto de vista médico ba­
sado en la objetivación científica y psicológica.
¿Pero entonces, qué? .
Donde los síntomas parecen tener que ver con
nexos de sentido comprensibles, es transitado el
camino de la comprensión para ayudar huma­
namente a través de una comprensión lo más pro­
funda posible. Sin embargo, lo decisivo desde el
2 En un breve ensayo sólo se pueden hacer referencias. Pe­
ro en m i “Psychopatologie” ahondo en fundamentos, en par­
ticu lar en los capítulos sobre “Som atopsychologie”,
“Verstándliche Zusammenhánge" y “Sinn der Praxis” [Psicolo­
gía somática. Nexos de comprensión y Sentido de la práctica].

44
punto de vista médico no es el contenido compren­
sible, sino la circunstancia de que tales nexos de
sentido comprensibles se traduzcan en fenómenos
físicos. Condición de esta inversión son los me­
canismos extraconscientes, hasta ahora des­
conocidos en lo esencial por nosotros, que son
propios de individuos aislados, de ninguna ma­
nera todos, a saber los neuróticos y psicóticos. Si
pudiéramos desconectar estos mecanismos, tam­
bién cesarían con las inversiones las secuelas de la
enfermedad. A través de la comprensión no en­
tramos en contacto con estos mecanismos, un
contacto que posibilita una intervención causal
eficaz.
La verdadera misión del médico sería atacar
terapéuticamente esos mecanismos, reconocer las
causas de su origen como las causas de las psico­
sis. Los nexos de sentido, que se apoderan de es­
tos mecanismos en las neurosis y las psicosis, son
en extremo divergentes entre sí: heroicas y cobar­
des, nobles y ruines, profundas experiencias lím i­
te del ser hombre y los intereses comunes de la
ventaja y del goce; no son como tales asunto del
médico.
Su objetivación en la psicología comprensiva
es a pesar de todo una herramienta del psicotera-
peuta, que admite aclaraciones en la comunica­
ción con el paciente.
El contenido y la substancia de este saber
comprensivo, un campo inconmensurable, tiene
su fuente en la historia y la experiencia del mun-

45
do, en la literatura y la poesía y en la experiencia
propia del sapiente. Pero lo que aquí llamamos
ciencia tiene un carácter fundamentalmente dis­
tinto del de la ciencia natural. Aquí tiene validez la
acertada proposición de Bleuler: “La interpreta­
ción es una ciencia sólo en los principios, en su
aplicación es un arte”.
Otra cuestión aislada de la objetivación es: el
dictamen acerca del logro curativo de las medidas
terapéuticas y en la actualidad psicoterapéuticas.
Se sabe cuán difícil es en muchos casos la de­
mostración de un logro curativo. A partir de un ca­
so aislado sólo es posible recoger una impresión,
ninguna prueba. El sofisma: post hoc ergo propter
hoc engaña con demasiada facilidad.
En cambio, la prueba objetiva puede obtener­
se del conocimiento fisiológico causal y mediante
la estadística, pero no de lo general: personalmen­
te, hice buenas experiencias al respecto. Todo m é­
dico sabe el papel que juegan las sugestiones, las
mejorías de molestias a través de una atmósfera
estimulante, las fluctuaciones en el desarrollo de
la enfermedad, los periódicos cambios del estado
general, las ciclotimias, etcétera.
En la medicina, a menudo caemos en equivo­
caciones a raíz de las concepciones científicas que
rigen en general y las opiniones difundidas. Por
momentos, frente al flujo de tales opiniones pare­
ce importante el sencillo y convincente contraar­
gumento que luego, con el correr del tiempo, ad­
quiere validez.

46
Siendo estudiante me compré un grueso volu­
men de unas setecientas páginas sobre electrote­
rapia cuyo autor era Erb. Se daban en él datos ab­
solutamente precisos sobre los síntomas de enfer­
medades, acreditados por una así llamada expe­
riencia. En la actualidad, la gran mayoría de lo que
allí se tenía por eficaz se ha reconocido como un
engaño. No quedó sino muy poco.
La inmensa cantidad de medicamentos que
llegan al mercado contienen preparados cuya ac­
ción no es racional. Los requerimientos del trata­
miento y la avidez por nuevos y novísimos reme­
dios obliga a esta multiplicación y constante cam­
bio.
Tal vez resulten así injustos los juicios acer­
bos. Pero lo que sigue siendo cierto es la difícil m i­
sión del médico de hallar una clara separación en­
tre lo racionalmente eficaz, lo anodino o según las
circunstancias nocivo y emplear los medios “como
si” por ser imprescindibles para las necesidades
humanas, consciente de su ineficacia.
Fundamentalmente diferente es en cambio el
dictamen objetivo de los éxitos de la psicoterapia.
Se dan aquí por cierto efectos palmarios en los
síntomas físicos. Pero la experiencia enseña que
los más diversos medios pueden llevar al mismo
buen resultado, que los efectos curativos no se
producen de manera diferente de como siempre se
dieron, que en realidad no sabemos cómo ocurren.
No es un conocimiento científico lo que decide, si­
no ciertas cualidades de la persona. Los llamados

47
curanderos siempre han tenido un éxito masivo,
por momentos fantástico.
Pero una parte de los psicoterapeutas no ve
hoy en la curación de los síntomas una verdadera
curación. Dicen lograr mucho más, a saber el res­
tablecimiento total del individuo. No se consideran
médicos para curar enfermedades, sino médicos
de la personalidad. Transforman el alma, provo­
can en el paciente una satisfacción parecida a la de
un renacimiento, generan su sentimiento de la
dignidad personal, su deseo de trabajar, su con­
formidad con el mundo.
Ahora bien, tales logros ya no se pueden refe­
rir a métodos de fundamento científico ni a relacio­
nes causales cuando se presentan en relación con
la psicoterapia. No son concluyentes ni para com ­
prender las circunstancias ni para sustentar la efi­
cacia de los métodos. Antes bien, aquí es decisivo
un criterio completamnete diferente: ya no se tra­
ta en primer lugar de la curación de enfermedades,
sino de la curación del alma; no de la salud bioló­
gica, sino de la existencia del hombre. Si se logra,
entonces puede esperarse como consecuencia la
salud biológica.
7. Si la salud y la curación del alma fueran lo
mismo o inseparables, entonces la terapia médica
se convertiría en doctrina de la gracia para todos
los seres humanos. Cada uno se sentiría estim u­
lado a reconocerse en algún sentido como enfer­
mo. Entonces los nuevos e inauditos descubri­
mientos sobre la psique le podrían traer la salud,

48
que más que la salud biológica del cuerpo, es la
perfección del individuo.
Esta promesa de cura, bajo el nombre de sa­
lud pensada en forma indefinida por parte de algu­
nos médicos psicoterapéuticos y psicoterapeutas
sin preparación médica, ha encontrado resonan­
cia en nuestra era. Una era de descreimiento no ha
perdido por cierto la necesidad de la cura del alma,
pero la quiere bajo formas creíbles para la época.
Esto significa en nuestros días que la cosa debe re­
vestirse de un ropaje científico.
El médico y el psicólogo deben reemplazar al
sacerdote. ¿Pero quién les confiere la plenipoten­
cia a estas instancias mundanas? De hecho, no la
ciencia y menos aún las ciencias naturales, ni una
psicología científica ni la ética del médico, sino só­
lo la pretensión, la mayoría de las veces secreta, de
ser el portador de una nueva confesión de fe.
Una forma de cristianismo que ya no se toma
en serio, sino más bien privado del pneuma que in­
flama y purifica, degenera en usos y costumbres y
tolera esta deslealtad sin advertirla.
La superstición científica acepta todo lo de­
seado y absurdo, cuando es ofrecido bajo un ropa­
je pseudocientífico. Aun la creencia en demonios
vuelve a ser real. Lo que fue menospreciado en vir­
tud del iluminismo o aquello de lo cual uno se aver­
gonzó vuelve a ser aceptado en una psicología sus-
titutiva de la filosofía.
Esto es: superada la terapia científica por la
salvadora psicoterapia, con este intento de mez-

49
ciar el procedimiento terapéutico médico dentro
del proceso de cura, se precipita el cambio d éla fi­
losofía y la teología en la psicología y esta psicolo-
gía pretende ser al mismo tiempo la vasta ciencia
universal y la figura de la nueva fe.
Psiquiza al ser, al mundo, a todos los conteni­
dos de fe tradicionales. La concepción psicológica
es la absoluta. Comprende los mitos, las represen­
taciones de demonios, dioses y las de Dios, pero se
apropia de todos ellos como elementos indispensa­
bles en el proceso psíquico.
El proceso del mundo -como proceso de la hu­
m anidad- es la asimilación más adelantada de
contenidos inconscientes. “Este proceso que fue
preparado por la filosofía, ha alcanzado hoy en la
psicología su último estadio temporal, aunque to­
davía muy juvenil”, dice E. Neumann en su libro
que, como acertada exposición de la psicología de
Jung, brinda en el prefacio un entusiasta aplauso
al maestro.
La filosofía ha sido superada, pues, y la psi­
cología ocupa su lugar. Ésto recuerda la tesis de
Marx: la filosofía será relevada por el materialismo
dialéctico de la acción, o a los nacionalsocialistas
que anunciaban que la era de la filosofía había
concluido y empezaba de allí en más la antropolo­
gía fundada en el conocimiento de las razas.
La psiquización del mundo ostenta los signos
distintivos de toda metafísica racional: ideas que
quisieran abarcar al ser en su totalidad se mueven
necesariamente en círculo. Esto lo dice casual-

50
m ente Jung después de una radiografía
psicológica de todos los mitos: también toda su
psicología sería un mito. Tales frases nacen en los
instantes claros de este importante taumaturgo
moderno. Pero tal verdad no parece originarse en
una conciencia metódica, ni su sentido es reteni­
do. Pues entonces se disiparía toda nebulosa, con­
cluiría la magia y se recuperaría la filosofía pura y
el verdadero conocimiento científico. Entonces, ta­
les giros formarían parte tal vez de esas desconcer­
tantes sorpresas que avivan la fe en el círculo de
los adeptos.
He aquí la pregunta teórica decisiva: ¿Es es­
ta psicología un claro sujeto de la investigación?
¿Es una ciencia desarrollada en la comunidad
comprensiva de los investigadores, relacionada
objetivamente con todo cuanto es investigado?
¿Sus representantes pueden ser consultados co­
mo se consulta a los especialistas, a los oftalmólo­
gos, o los psiquiatras? A mi juicio, no. Lo que se
ofrece bajo el nombre de psicología es tan diverso
como la filosofía, en buena parte es filosofía en su
forma más deteriorada. En este campo de la psico­
logía hay por cierto verdaderos especialistas y ex­
pertos que a la vez tienen noción de los límites de
su hacer, cuyos conocimientos pueden ser rele­
vantes para fines de exámenes y selecciones par­
ticulares, psiquiátricas y pedagógicas (en analogía
con los exámenes de daltonismo instituidos para
los conductores de locomotoras). Vastos dominios
de la llamada psicología aportan, sin embargo.

51
aquello que todos sabemos, o lo que todos y
también los psicólogos ignoramos. En consecuen­
cia: esta psicología no es una ciencia clara, concre­
ta, que avance metódicamente en su inventario de
conocimientos, un mundo propio de experiencia
en su unidad, sino por un lado un dominio colec­
tor de las investigaciones particulares razonables,
y por otro lado una filosofía corrupta en un todo y
sus pretensiones.
Cuando pienso en las promesas de curación y
en los proyectos revolucionarios de una nueva me­
dicina en base a la psicología, se me ocurre que de­
cididamente no es la psicología, sino su envane­
cerse de ser otra cosa que no es ciencia, sino pseu-
dofé, lo que guarda una curiosa analogía respecto
de formas de fe aparentemente heterogéneas de
nuestra era. En 1931 comparé en un pequeño li-
brito sobre la situación intelectual de la época, el
marxismo, el psicoanálisis y la teoría racista como
de la misma ideología, aunque de contenidos ab­
solutamente diferentes, como encubrimientos de
igual naturaleza del verdadero ser humano. La di­
versidad de los contenidos conduce prácticamen­
te a consecuencias diferentes. Sin embargo la ana­
logía de los conceptos señala hacia algo común.
Primero: el marxismo se ha convertido hoy en la re­
ligión social más efectiva, la teoría racista fue por
un momento la religión de furiosos nihilistas ex-
terminadores; el psicoanálisis es la religión del
caos privado.
Segundo: los tres ganaron para su conciencia un

52
nuevo punto de vista imponente, decisivo para la
historia universal, un conocimiento relevante de la
filosofía, que fundamenta todo lo nuevo con el im ­
pulso de transformar radicalmente toda nuestra
existencia. Desde allí se produjo la irrupción tam­
bién en la medicina, tanto más cuanto que el mo­
vim iento psicoanalítico tuvo en ella su punto de
partida a través de Freud. Hoy se produce desde
este lado un ataque general contra la “medicina es­
colástica”. Se exige una reforma, no, una revolu­
ción del pensar y hacer médico en su totalidad.
Tercero: se promete un súper humano con la con­
secuencia de provocar considerable daño. Pues se
omite lo que es posible para un saber y poder final,
metódico y para la ética sencilla del individuo final
en su razón que madurará mediante disciplina
constante. Con la ofuscación del pensamiento, va
la de las valoraciones, el vértigo entre la verdad
aparentemente más profunda y la confusión más
común.
Cuarto: el ataque en la medicina se produce, como
en la política del totalitario, ora disimulado, ora
abierto hasta el absurdo. Se ofrece colaboración
pacíficamente; no se quiere atacar, sino comple­
mentar, se quiere ser consejero en calidad de es­
pecialista y experto, pero luego se acusa el extra­
vío de toda la otra medicina de la era científica. Por
un lado se da modestamente también como cien­
cia, pero luego promete la salvación de toda mise­
ria, el restablecimiento del ser humano, un mun­
do de verdad y de felicidad. Da la impresión de pro-

53
ceder metódicamente como los investigadores,
realizar estudios empíricos, pero de pronto da sal­
tos, no sigue un verdadero método, especula con
todos los medios, vive en el espacio intelectual de
la sofística, siempre de actualidad.
Tal vez, los profesionales de los que más espe­
ran los desorientados entre sus contemporáneos
son el médico y el estadista. De ambos se exige hoy
en día lo imposible. Pero en la medida en que am­
bos transigen con esta falsa demanda, multiplican
el daño. Si pretenden ayudar y construir, ambos
deben contar con las fuerzas razonables que los
apoyen, pues al auténtico médico como al autén­
tico hombre de Estado los hace la fe en estas fuer­
zas y al mismo tiempo el conocimiento de los for­
midables poderes oscuros y malignos que casi los
ahogan. En consecuencia, el signo distintivo del
médico y del estadista es el de pedir con infinita pa­
ciencia las fuerzas de la razón, el hecho de que su
paciencia les impide decirlo todo inoportunamen­
te y exigirlo todo desde un primer momento. A qué
fuerzas, impulsos y expectativas se volverán, lo de­
cide su propio ser. La magia y la mistificación tie­
nen rápidos y masivos éxitos aparentes, pero en la
práctica constituyen procesos de destrucción. So­
lamente la verdad obra de manera constructiva y
crea cierta duración. La fe en las fuerzas razona­
bles es en sí misma un momento de toda fe verda­
dera. No se funda en la ciencia, sino que funda­
menta por su lado el sentido de la ciencia.
Estos juicios tajantes fueron hechos con pro-

54
pósito deliberado. De ninguna manera rigen para
psicoterapeutas y psicólogos individuales. No ne­
cesito repetir que hay psicólogos muy buenos, te­
rapeutas altruistas bien intencionados, personas
acuciadas por el afán de ayudar, a quienes afecta
la desgracia de la existencia. Asimismo, lo que se
logró en medio siglo en cuanto a ideas, propuestas
y ensayos psicoterapéuticos contiene algo de bue­
no. A menudo fue una necesaria recordación y co­
rrección.
Por lo tanto, importa no sólo trazar una clara
línea divisoria entre el saber médico y la charlata­
nería. Hoy vuelve a ser imprescindible el divorcio
consciente de la curación médica y la salvación del
alma, de médico y padre espiritual. Con el ofusca­
miento de la medicina se pierde la seriedad de la
religión y al mismo tiempo la pureza del poder mé­
dico fundado en la ciencia. El médico no debe con­
vertirse en sustituto. No es capaz de brindar lo que
se espera de él en secreto.
A través del padre espiritual habla el rigor de
las exigencias, impuesto por el sentido de la salva­
ción eterna del alma. El médico se apiada de la
criatura. No reprueba ese rigor, pero como médi­
co no es su mediador.
Querer confiarse al médico para tener una
guía en su vida es la evasión de algunos individuos
modernos de la gravedad a la comodidad. Confun­
dir al médico y al padre espiritual es el resultado
de la falta de fe.
La ayuda humana en cosas subordinadas a la

55
intervención fundada en la ciencia por la claridad
del hacer jam ás está en camino de someter a dis­
cusión el eterno significado de la autoridad del di­
vino designio.
El médico debe dejar espacio para esto otro.
No debe perm itir que lo conviertan en instrumen­
to de la evasión.
Pero al final surge la cuestión: ¿Qué es el m é­
dico, cuál es la idea de la personalidad del médico?
Cuanto más parece form ar la época una relación
en sí confusa del médico hacia el paciente, tanto
más decididamente debiéramos nosotros recordar
a la verdadera personalidad médica.

56
El médico en la era técnica

Huelga toda palabra acerca de la maravilla de


la medicina moderna. Quien estuvo en ello desde
fin de siglo, se sabe contemporáneo de un proce­
so que no tiene parangón en la historia de la
medicina. Este proceso evolutivo de la pericia mé­
dica, iniciado lentamente desde el siglo x v ii , más
rápido a partir de la mitad del siglo xix, emprendió
en los últimos cincuenta años una marcha verti­
ginosa.
La razón de este progreso es la investigación
científica y sólo ella, desde las ciencias exactas a la
biología. Los pasos más espectaculares y ricos en
consecuencia se dieron fuera del ejercicio de la me­
dicina. Pero éste siguió siendo el único lugar en el
que el criterio científico del médico, su arte de la
observación, su traducción creadora del conoci­
miento químico, físico y biológico se materializó en
el diagnóstico y la terapia. Más allá de esto se de­

57
sarrolló un conocimiento clínico jam ás habido
hasta ese momento de las formas, los síntomas, la
evolución de las enfermedades y la interpretación
anatómica y fisiológica comprobable del aconteci­
miento patológico. Se pusieron a disposición de la
medicina interna algunos remedios de acción fa­
bulosa. La cirugía hizo realidad operaciones que
parecían imposibles hasta en pulmones, corazón
y cerebro. Y por añadidura nos rodea actualmen­
te en los ámbitos de las clínicas, los laboratorios y
quirófanos, el instrumental y la aparatología y en
las maniobras de los médicos un nuevo mundo de
belleza.
Por cierto, a través de los milenios hicimos
una historia cautivante de la medicina. Siempre
hubo hierbas curativas, diestras operaciones faci­
litadas por instrumentos como las sondas, los bis­
turíes, las tijeras y las erinas, pero una medicina
en constante progreso no la hubo sino en las cen­
turias más recientes. Lo que hubo antes fue m ez­
quino y lleno de errores, a pesar de aisladas anti­
cipaciones que podrían interpretarse como acier­
tos casuales.
El juram ento hipocrático implicaba la con­
ciencia de la seriedad de la profesión médica, y ya
estaba presente en él de manera grandiosa la idea
del médico. Pero, dado que la medicina podía lo­
grar relativamente poco, el médico se presentó a lo
largo de los milenios bajo el falso ropaje del chama­
nismo, el sacerdocio, la magia, la charlatanería. La
frase de Montaigne fue a menudo acertada: si en-

58
ferinas, no busques un médico, de lo contrario ten­
drás dos enfermedades. En la actualidad, esta fra­
se se ha convertido en un desatino, porque en mu­
chos casos la ciencia médica es capaz de prestar
tan extraordinaria ayuda que, por primera vez en
la historia, no se la puede eludir razonablemente
como enfermo.
La diferencia es fundamental. El saber cientí­
fico y la capacidad científica se abrieron camino en
su forma pura: si antes la interpretación médica de
la naturaleza y del hombre dependía de concepcio­
nes religiosas, de imágenes del mundo y del hom­
bre, así como de estructuras del pensamiento, cu­
ya validez se admitía sin reflexión como algo evi­
dente, ahora se tenía libertad de tomar noticia de
todas, sin depender de ninguna para hacer lo real­
mente eficaz.
Además de las ciencias, el médico fundaba su
profesión sólo en su humanidad, siempre dispues­
ta a ayudar a toda criatura en sus padecimientos
corporales, independientemente de su fe, su con­
cepción del mundo, filiación política, origen y raza.
En los puntos más decisivos el médico moder­
no de las últimas centurias no tiene modelo entre
los médicos de épocas pretéritas. No es sino en el
presente cuando los médicos han alcanzado a ser
lo que pueden ser, y lo hicieron en gran estilo.
Todo parece estar en el mejor de los órdenes.
Día tras día se logran grandes resultados terapéu­
ticos en numerosos pacientes. Pero lo asombroso
es que en los enfermos y en los médicos aumenta

59
la insatisfacción. Desde hace decenios, junto con
el progreso se habla de la crisis de la medicina, de
reformas, de superar la medicina oficial y de inno­
vaciones del concepto global de la enfermedad y
del ser médico.
¿A qué se debe?
Primero: las consecuencias sociológicas de la
era técnica influyen sobre la profesión médica a
través de los colegios organizados hasta amenazar
la idea misma del médico.
Segundo: la medicina científica tiene una tenden­
cia a someterse a lo exacto en lugar de utilizarlo,
dejar que el médico sea dominado por el investiga­
dor.
Tercero: dado que el hacer médico no concluye en
el lím ite de las posibilidades científica *, el médico,
involucrado a la fuerza en la falta de fe y de meta
de muchos individuos modernos y el estado públi­
co en general, se confunde.
Por lo tanto, nuestro primer tema es:

La influencia de la era técnica sobre la orga­


nización y el ejercicio de la profesión médica.

¿No ha sido en todo tiempo de naturaleza


dual, el tratamiento que Platón describió por pri­
mera vez y para siempre? (Las Leyes, 720). Dice:
Hay médicos esclavos para los esclavos y médicos
libres para los hombres libres. Los médicos de es­
clavos deambulan por la ciudad y esperan a los en­
fermos en las casas de salud. Jamás revelan a uno

60
de estos esclavos el motivo de cualquier enferme­
dad, ni permiten ser informados al respecto por el
paciente. Tal médico prescribe enseguida a cada
cual lo que le parece bien según su experiencia, lo
hace en forma arbitraria, como un tirano, para
luego correr presuroso a atender a otro esclavo
enfermo. Por el contrario, el médico libre se dedi­
ca al tratamiento de las enfermedades de la gente
libre que se empeña en explorar desde el fondo de
su naturaleza para lo cual interroga al respecto al
paciente como también a sus amigos. En la me­
dida que le es posible, instruye al enfermo mismo
y no toma sus disposiciones hasta no hacerle
aceptar hasta cierto grado su punto de vista. Só­
lo entonces trata de devolver con infatigable
esfuerzo la salud al enfermo apaciguado a través
de la fuerza de su persuasión. Este es el papel que
juega la retórica en la medicina hipocrática, la
retórica en el sentido griego, el arte del cultivado
hablar y convencer. El enfermo quiere saber y de­
be decidir por sí mismo. Sin embargo, no es ciego
en su confianza hacia la autoridad del entendido.
La libertad exige razonables preguntas y razo­
nables respuestas. Una vieja anécdota cuenta que
en ocasión de sufrir una enfermedad, Aristóteles
pidió al médico que le prescribió una terapia:
“dime las razones de tu hacer, y si me convenzo las
seguiré”.
¿Cuál es la situación actual? Se escucha de­
cir: cuanto mayor el conocimiento y la pericia cien­
tíficos, cuanto más eficiente la aparatología para el

61
diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encon­
trar un buen médico, tan sólo un médico. Un mé­
dico debiera atender a cada uno de estos enfermos
individuales en la continuidad de su vida. En cam­
bio, otras veces (aisladas todavía) consideran el
superar directamente esta exigencia personal, el
progreso oportuno para dejar atrás una época liga­
da a un individualismo burgués. El enfermo mo­
derno, dicen, no desea en absoluto ser tratado en
forma personal. Va a la clínica como a una tienda,
para ser atendido de la m ejor manera por un apa­
rato impersonal. Y el médico moderno actúa como
colectivo a través del cual se asiste al enfermo sin
que el facultativo se destaque en persona.
La diferenciación platónica parece caduca. El
problema del médico está dentro del proceso uni­
versal de la tecnificación del mundo. En el apara­
to moderno el problema ya no es “médicos libres o
médicos esclavos”. Dentro del gran poder hacer
técnico el problema es: médicos individuales per­
sonales o médicos colectivos impersonales. En la
era técnica, para nosotros poco clara en total, se
trata en resumidas cuentas del ser humano, y por
cierto desaparece la diferencia entre esclavos y li­
bres, pero la existencia global de todos puede apa­
recer como la caída en la existencia de esclavos o
la ascensión a la existencia libre.
En esta situación parece ser una pregunta ob­
jetiva si hemos venido a dar en una existencia in­
digna del hombre y enfilamos por ella hacia el final
de la humanidad. Sin embargo, para nuestro sa­

62
ber, la pregunta nunca puede ser contestada en
forma objetiva. Antes bien, para el médico así co­
mo para todo individuo, cualquiera sea la resolu­
ción que tome, la pregunta es: para qué quiere vi­
vir y ejercer. Detrás de lo sombrío de su aspecto, el
camino puede esconder nuevas posibilidades de
nuestro ser. El mismo proceso que parece llevar al
médico a su pináculo, puede devorarlo, pero si él
quiere también puede permitirle alcanzar real­
mente su cima en el tremendo esfuerzo de su au-
tognosis práctica.
Echemos una breve mirada a un ejemplo de la
organización: A través del independizarse los me­
dios médicos de la propiedad y de la libre disposi­
ción del individuo, el ejercicio de la medicina se or­
ganiza como empresa. Entre el médico y los pa­
cientes se interponen clínicas, mutuales y labora­
torios de exámenes clínicos. Surge un mundo que
posibilita la labor del médico, intensificada en su
efectividad en grado superlativo, pero luego con­
trarresta el mismo ser médico. Los médicos se
truecan en funciones: en calidad de clínico gene­
ral, de especialista, de médico de hospital, de téc­
nico especializado, laboratorista, radiólogo. Ade­
más, no llegan a médicos una vez concluida su ca­
rrera y abierto su consultorio, sino por aproba­
ción, nombramiento, contratación en los diversos
lugares de la actividad médica. Entre médico y pa­
ciente se interponen poderes según los cuales de­
ben regirse. Se pierde la confianza de hombre a
hombre. Una tendencia se origina en las mutua­

63
les: Como el tratamiento es gratuito o cuesta poco
en virtud del seguro, son cada vez más las perso­
nas que acuden al médico. Si se permitiera la libre
competencia de los médicos de las mutuales, así
como la de los consultorios privados y de este m o­
do se diera a los pacientes una ilim itada libre elec­
ción de los médicos, el número de enfermos trata­
dos crecería a lo inconmensurable. De hecho,
cuantos más médicos de mutual son admitidos
mayor se hace el número total de pacientes afilia­
dos a las obras sociales. Sólo la limitación del nú­
mero de médicos mantiene el de los pacientes a un
nivel tolerable. Estos médicos disponen entonces
de poco tiempo para cada paciente en particular.
Se matan trabajando, en tanto el enfermo es diag­
nosticado y tratado de una manera superficial. De­
bido a la afluencia de pacientes, las mutuales es­
tán obligadas a adoptar tal temperamento lim itan­
do la admisión de médicos. La humanidad, según
la idea de brindar a toda la población una asisten­
cia médica general, se vuelve inhumana por el ca­
rácter de esta asistencia. Porque el número es de­
cisivo no se hace plena justicia a la minoría de en­
fermos y médicos razonables. Se trata aquí de ten­
dencias, no de realidades consumadas, cuyo ori­
gen está en el proceso circular, en el que los enfer­
mos, los médicos, la burocracia de cada uno es for­
zada por la conducta de los otros a fomentar por su
lado la fatalidad a través de su conducta.
Debo renunciar a la descripción de otras ma­
las tendencias. Son posibles las reformas para co-

64
rregirlas: nuevas ordenanzas, pero ante todo el
consciente restringir la organización, allí donde
los trastornos a subsanar son bagatelas en com­
paración con los nuevos daños provocados. La
idea rectora debiera ser que sólo el médico, en su
trato con los distintos pacientes, cumpla su verda­
dera profesión. Los otros practican un honrado ofi­
cio, pero no son médicos. Y luego: las organizacio­
nes deben examinarse en cuanto a cuáles de sus
reorganizaciones fomentan las oportunidades pa­
ra la eficiencia de los razonables.
Las reformas sólo pueden tener éxito cuando
hay detrás de ellas una ética eficaz. Por ejemplo: a
través de las posibilidades técnicas de su trabajo,
las clínicas se han convertido en el centro de la me­
dicina en práctica e instrucción. El espíritu del es­
tablecimiento en ellas es decisivo para el proceso
curativo. Es general y similar en el mundo entero
en su estructura objetiva, en cuanto a potencial
técnico, formas arquitectónicas, orden y discipli­
na. Pero este espíritu mismo tiene vida a través de
algo repetible no en forma idéntica, que sólo se
conserva en la sucesión histórica: como la vida
médica ejemplar que se vuelve personal en el jefe
y se realiza en la Ubre comunidad de todos, en la
que los discípulos, más allá de toda la instrucción,
se adaptan por la forma del trato cotidiano entre sí,
con los enfermos y el personal de enfermeros. Es­
te espíritu médico del establecimiento anima al
mecanismo técnico como la ética, sobre la que no
se habla, sino se obra.

65
El segundo tema:

Peligros de la medicina científica

Cuando el enfermo es minuciosamente revi­


sado y tratado en la clínica por el especialista, pue­
de evidenciarse el siguiente aspecto: el diagnósti­
co se cumple con la ayuda de aparatos y exámenes
de laboratorio cada vez más numerosos. La terapia
se convierte en aplicación calculable, cada vez más
complicada de los medios para el caso agotado por
estos datos diagnósticos. El enfermo se ve en un
mundo de aparatos en el cual es procesado, sin
comprender el sentido de los procedimientos a los
cuales es sometido. Se ve enfrentado a facultativos
de los cuales ninguno es su médico. Entonces, el
médico mismo se transforma en técnico.
¿Cómo es posible que una cosa que ayuda al
médico a realizar una labor eficiente se vuelva con­
tra la entidad médica?
La separación de investigador y médico es ne­
cesaria y oportuna, en tanto la exigencia ocurra en
los laboratorios y la investigación imponga come­
tidos que prosperen sin la actividad médica. Tal
vez los nombres más famosos en la evolución de la
medicina no sean nombres de médicos (Claude
Bemard, Pasteur, Fleming, etc.)
Muy distinto es el caso en que el mismo mé­
dico es investigador. Su meta no es la ciencia, si­
no la ayuda para los enfermos. Dispone de los re­
sultados de la investigación y vislumbra desde su

66
posición de médico sus oportunidades y sus lím i­
tes. Pero en la medida en que es dominado por la
investigación como tal, deja de ser médico. Es fu­
nesto cuando la clínica es subordinada a la inves­
tigación, cuando el médico en jefe se interesa prin­
cipalmente por un dominio especial y pasa más
tiempo en el laboratorio que junto a los enfermos.
Sin embargo, en el consultorio mismo el mé­
dico es también investigador, si bien en un senti­
do más amplio. Dado que el conocimiento médico
tiene su fundamento y su confirmación en la expe­
riencia clínica, el conocimiento científico sólo al­
canza su importancia médica relacionado con ella.
Al reconocer la realidad del acontecer de la enfer­
medad de cada paciente individual, el médico rea­
liza una actividad de investigación. Necesita del
discernimiento científico no sólo para subordinar
su caso correctamente bajo lo general, sino
también para reconocer en la interpretación de la
interminable concatenación de fenómenos, cir­
cunstancias, factores y posibilidades lo esencial
para un tratamiento. Este discernimiento presu­
pone que el médico tenga ojo clínico, franqueza ha­
cia el enfermo individual en base a las experiencias
concretas obtenidas por sí mismo y disposición
para comprender lo que es nuevo para él. Es nece­
saria la observación del cuerpo, de los movimien­
tos, de la conducta y tener en mente el medio que
rodea al enfermo.
Tal actitud investigadora del médico excluye
las acciones diagnósticas y terapéuticas insensa-

67
tas desde el punto de vista médico, aunque tal vez
sean de interés científico.
Esa tendencia hacia la mera técnica se acen­
túa con la limitación de la investigación científica
a lo exacto en desmedro del sentido por lo biológi­
co, del ver morfológico, del experimentar en vivo.
La experiencia científica de manera alguna se ago­
ta con la física y la química, y el conocimiento al­
canzado con la ayuda de sus métodos y las catego­
rías de los instrumentos y engendramientos de lo
vivo, que se conocen como máquinas y procesos
inanimados. El conocimiento biológico va mucho
más lejos.
Esta biología corresponde en medicina a la ex­
periencia médica, a la observación de las configu­
raciones sintomatológicas, a la revisión de las his­
torias clínicas y los curricula vitae. La ciencia mo­
derna no sólo tiene ío exacto, sino también este sa­
ber clínico incrementado y enormemente diversi­
ficado en el curso de los siglos. Pero ante los gran­
des descubrimientos con sus logros sensaciona­
les, el desarrollo clínico, no menos digno de admi­
ración, ha quedado relegado al fondo. Parece exis­
tir una tendencia a olvidar lo ya conquistado.
El trato con lo vivo en base al saber acontece
dé dos maneras en la medicina científica: de
acuerdo con la ciencia natural exacta como un ha­
cer técnico y de acuerdo con la biología como asis­
tencia, en el prestar oído atento a la vida misma,
creándo las condiciones, promoviendo el desarro­
llo, aplicando la higiene y la dieta en el más vasto

68
sentido hipocrático. Pero el ejercicio de la medici­
na tampoco se agota con esto.
Nuestro tercero, último y principal terna:
¿Qué hace el médico allí donde concluye la
ciencia?
El límite del conocimiento de la naturaleza fí­
sica está allí donde se manifiesta la realidad de lo
interior y donde esto interior se pone en comuni­
cación como ser razonable con un ser razonable.
Aquí, en lo entendible, se da algo completamente
diferente respecto de la terapia técnica y la asis­
tencia biológica: el autoeducar y el educar.
El médico debe saber dónde sabe y obra cien­
tíficamente o dónde incursiona en este otro ámbi­
to: el espacio del sentido comprensible, intercam­
biable entre personas que le prestan creencia in­
mediata.
1. La medicina científica advierte la circunstancia
de que el hombre no sólo es animal sino un ser ra­
cional y que este ser racional puede enfermar, que
el hombre está enfermando mentalmente. A fines
del siglo XVIII la psiquiatría fue admitida en el
círculo de las especialidades médicas científicas.
Sin embargo, se mantuvo como una rara es­
pecialidad. Pertenece tan bien a las ciencias filosó­
ficas como a las naturales. La psiquiatría, como la
psicología, sólo es ciencia en cuanto algo relacio­
nado con el alma se le hace objetivamente categó­
rico, diferenciable, objetivamente identificable y
por ende explorable.

69
Además, sólo es ciencia a través de la expe­
riencia, que lleva forzosamente a la intuición, ya
sea experimental o estadística o biográfica, ya sea
observando movimientos, formas, figuras o en el
trato con los seres humanos.
A l principio, la psiquiatría científiconatural
consideró el estudio del encéfalo y del cuerpo en­
tero decisivo y suficiente para el conocimiento y el
tratamiento de las enfermedades mentales. La ex­
ploración del cerebro tuvo resultados asombrosos,
descubrió determinadas enfermedades cerebra­
les. La circunscripción diagnóstica y etiológica de
la parálisis progresiva y el descubrimiento de la te­
rapia capaz de detener este proceso fueron un
triunfo de tal investigación.
Pero la mayoría de los procesos demenciales
no habían sido abordables aún por esos caminos.
Sin embargo, la calificación de psicopatías para
síntomas no demenciales no significaba nada pa­
ra la ciencia.
Lo que la psiquiatría sabe y puede realmente,
debe evidenciarlo la práctica. Se la ve en los hos­
pitales, clínicas y consultorios. ¿En qué extensión
el saber comunicado en tratados y textos tiene al­
go que ver con la práctica? ¿En qué extensión no
es sino una jerga caprichosa, expresada en una
mitología de las células cerebrales o en una psico-
mitología, una jerga en que se vierte el lenguaje
empleado durante la práctica, pero no la práctica
misma en su realidad efectiva?
Cuando a comienzos de este siglo se tuvo con-

70
ciencia de las discrepancias entre el saber aparen­
te y la realidad, entre los reales conocimientos que
se tenían acerca del cerebro y su poca importancia
para la práctica, cuando los fútiles palabreríos y
manejos hicieron montar en cólera a mi venerado
y querido jefe, el psiquiatra y explorador del cere­
bro Franz Vissl, se dio la primera condición para
que la claridad metodológica iluminara todo cami­
no hacia un posible conocimiento psiquiátrico. Pe­
ro lo decisivo fue que se comprendiera que además
de un conocimiento científico, hay en psiquiatría
una intelección comprensiva indispensable para
la práctica del psiquiatra. Si bien no es ciencia en
el sentido de las ciencias naturales, debe estructu­
rarse con sus métodos como una ciencia. Así ob­
tuvo reconocimiento la psicología comprensiva.
La diferencia es radical. Con la investigación
científica se logran progresos, pero con los medios
del entender se abre un mundo de contenidos de
sentido, sin progreso como ciencia, antes bien a
variable nivel de la respectiva instrucción perso­
nal. La psicología comprensiva se renueva cons­
tantemente como ampliación del sentido sustan­
cial en el trato con las personas, mediante la apro­
piación de la tradición.
En los límites del entender lo incomprensible
se convierte en un problema causal: comprender­
lo como un síntoma de un proceso esquizofrénico
por caso; por el camino de un progresivo entender
esto incomprensible como tal queda absolutamen­
te oscuro. O lo incomprensible es la incondiciona-

71
lidad de la libre existencia, pero como tal accesible
hasta el infinito a la ulterior penetración compren­
siva.
Ahora bien, el punto decisivo desde el ángulo
de mira médico es que la enfermedad no reside en
lo susceptible de comprensión, sino en lo incom ­
prensible, en particular en las conversiones de lo
que tiene sentido comprensible en trastornos físi­
cos o psíquicos. ¿Por qué la comprensibilidad pro­
voca en uno un proceso físico o un estado psíqui­
co anormal y en otro no? ¿Por qué aparece en las
formas de mecanismos de histeria, causantes de
una escisión entre consciente e inconsciente, por
qué en formas imprescindibles, por qué en sínto­
mas físicos concomitantes de vivencias, en sí inde­
pendientes?
¿De dónde proviene que tales nexos compren­
sibles sólo degeneran en enfermedad en una pe­
queña proporción de personas? ¿De dónde provie­
ne que en la mayoría de las personas, cuando és­
tas quieren olvidar y logran reprim ir y olvidar, es­
to no provoque ninguna enfermedad?
Lo esencial desde el punto de vista médico no
es el significado comprensible, sino el mecanismo
de las conversiones. Aquí el entender en sus lím i­
tes retrotrae a la interpretación científica. Aquí se­
ría posible un fundado progreso científico, pero
hasta ahora no se ha dado un comienzo. Se pien­
sa a estos mecanismos como extraconscientes en
la continuación del conocimiento neurológico. Sin
embargo, sólo se conocen los síntomas. Se pueden

72
distinguir y caracterizar en múltiples imágenes,
que no son teorías verificables.
La terapia científica acertaría las causas de
tales conversiones en los procesos orgánicos como
la esquizofrenia o los mecanismos de conversión
desconocidos en los no enfermos mentales. Las te­
rapias, como el electrochoque o la lobotomía en
enfermos mentales constituyen un violento proce­
dimiento total sin relación en realidad con el sen­
tido del análisis metódico de la moderna investiga­
ción científica.
2. El suelo científico ya no ofrece apoyo, mien­
tras la práctica exige una acción. Dado que el mé­
dico quiere ayudar, busca influir directamente a
través del alma sobre el cuerpo y el alma. Los pro­
cedimientos que así resultan reciben el nombre de
psicoterapia. ¿Hay pues dos terapias distintas en
su naturaleza?
Lo que los médicos hicieron siempre, a saber,
ser altruistas entre sus congéneres e impredeci­
bles en situaciones o provocar un cambio en la
complexión interior del paciente mediante pala­
bras y giros en el momento favorable, se ha hecho
consciente en tiempos recientes en los límites de la
medicina científica en los métodos independientes
como la psicoterapia.
El diálogo entre médico y paciente sigue sien­
do lo esencial. Pero respecto del método que no es
diálogo, la psicoterapia se practicó primeramente
mediante los procedimientos de la hipnosis y la
sugestión, haciendo narrar al paciente sus

73
sueños, exteriorizar cualquier ocurrencia o re­
cuerdo que aflorara a la conciencia, en la llamada
abreacción.
Con los métodos psieoterapéuticos no se ob­
tiene ningún progreso del poder hacer a través del
científico conocer. El efecto psicoterapéutico no
constituye ninguna prueba. Se consigue imprevi­
siblemente en todas las épocas mediante todos los
métodos. Los métodos pueden experimentar múl­
tiples variaciones. Se reconocen en milenarios
procedimientos orientales y occidentales. El im­
parcial neurólogo moderno los tiene a su disposi­
ción para su empleo discrecional, separados de
sus fundamentos religiosos.
Uno se encuentra con los modales amables,
terapéuticamente inofensivos de personas com­
placientes, se encuentra con los médicos que qui­
sieran mantenerse libres de todas las teorías y
dogmatizaciones, y uno se encuentra también con
los pequeños redentores que a su manera satisfa­
cen un anhelo de muchos individuos.
3. Sin embargo, dentro de lo que pasa bajo el
nombre de psicoanálisis, psicología profunda, psi-
cosomática, ha surgido algo diferente. Apenas se
deja definir, o de la manera más sencilla: eso que
proviene de Freud, venerado como el abuelo de to­
das. Uno sólo puede caracterizar lo que se mani­
fiesta en los distintos terapeutas con mayor o me­
nor rigor.
Desde el primer anatema de Freud contra los
desertores a través del cual reveló sin querer una

74
característica de su movimiento, se formaron sec­
tas. Estas lucharon contra otras sectas y volvieron
a unirse bajo compromisos como potencias polí­
ticas. En la terapia se impone a las almas dóciles
un artículo de fe. No importa que el analizando
ofrezca resistencia. Si es curable, es decir suscep­
tible de una variedad cualquiera de las creencias
de la psicología profunda, se le abre la verdad evi­
dente que también le hace comprensible la resis­
tencia inicial. Pero la formación psicoterapéutica
adopta la siguiente forma: En el análisis didáctico
acontece la inconsciente acuñación refinada de
una creencia a través de los ejercicios que con­
solidan en forma inconmovible lo que se operó a
través de ellos en una reversión. Como se dice
expresamente en ocasiones, este adoctrinamiento
se logra sólo mediante la aptitud y la disposición
subjetivas. Si la resistencia contra el adoctrina­
miento prueba ser insalvable, se debe interrumpir
el análisis didáctico y el adepto ser excluido de la
carrera.
En su multiplicidad, el fenómeno cambiante
en forma proteica puede seguir siendo descrito
hasta el infinito. Sólo un ejemplo más. Existe den­
tro del psicoanálisis una antítesis: por un lado el
propósito del impersonal observar e intervenir en
base a la verdad general frente al enfermo arbitra­
rio, por otro el propósito de una proximidad comu­
nicativa frente al individuo único.
Por aquel primer método el paciente es reinte­
grado en el mundo de símbolos de una realidad

75
humana general. Los símbolos históricos, libera­
dos de su fundamento de fe bajo interminables in­
terpretaciones y nuevas interpretaciones son to­
mados en el ámbito psicológico. El paciente exige
quedar fuera del juego personalmente, como en los
ritos culturales, y que eso que acontece en él sea
concebido como una generalidad. El psicotera-
peuta puede decir entonces que lo personal es pa­
ra él algo tan casual, que nada puede hacer con
ello. Se constituye la dogmática de un ser psiqui-
zado en analogía con su dogmática de fe. El pacien­
te se siente protegido dentro de ella.
Otros pacientes sienten que se hunden en la
nada porque se tom an indiferentes como ellos
mismos. A estos pacientes se les ofrecen otros psi-
coterapeutas para la aplicación del segundo m éto­
do opuesto. Estos quieren ser para el paciente un
individuo personal que existe con él. Entre el m é­
dico y el paciente debe producirse una comunica­
ción existencial. El médico se deja cuestionar por
el paciente como éste por aquél. La farsa de una lu ­
cha amorosa debe conducir al despertar de la exis­
tencia en el paciente —a cambio de honorarios—.
Pero la proyectada comunicación debe convertirse
en una estructura de oropel.
Es común a todas las orientaciones el apoyar­
se en una ciencia supuestamente existente, pre­
tendiendo que ésta es verdadera y correcta, obje­
tivamente aprendible y en constante progreso.
También les es común que no aparecieron en
un nexo de sentido con la psiquiatría científica, si­

76
no que irrumpieron como concepción total de pro­
cedencia extraña.
Dado que este tipo de psicoanálisis no es una
ciencia, ni como ciencia natural ni como psicolo­
gía comprensiva, tampoco se la puede abarcar me­
diante la crítica científica. La crítica contra la pre­
tensión de los psicoanalistas de erigir en ciencia su
movimiento aconteció hace mucho, pero resultó
ineficaz, pues enfrenta en los psicoanalistas otro
poder que el de la ciencia. De ahí que los dogmas
psicoanalíticos no hayan desaparecido como tesis
científicas rebatidas, sino que se transformaron
para los adeptos en una forma de pensar, de fe y
de vida.
¿Cómo debe entenderse este suceso? Lógica­
mente en base al requerimiento de pacientes y mé­
dicos que quieren tal tratamiento. Sin embargo,
un motivo de este requerimiento reside en la era
técnica: la evidencia de la realidad lo es todo. Lo
que se desea puede fabricarse técnicamente. Se
rehúye la experiencia de las situaciones límite,
porque no se soporta la conmoción. La pérdida de
la realidad trascendente ha incrementado a lo ab­
soluto la voluntad terrenal de dicha. Se pretende
subsanar todas las dificultades mediante factura
técnica, basada en la ciencia. Pero esta realidad
creída se resolvió en actividad, prisa, goce y cam­
bio, y en consecuencia conduce a infinidad de de­
cepciones. La conciencia del abandono, de la su­
perfluidad, ha provocado tal radical falta de felici­
dad que cada vez son más los individuos que bus­

77
can al Salvador. Porque reclama felicidad, este
hombre moderno acude al médico del alma. Es pa­
ra él el hombre de la ciencia moderna y el gran téc­
nico del alma, capaz de devolverle la felicidad. El
médico se convierte en sacerdote de los descreí­
dos. Los desesperados fieles ofrecen sus fortunas
por el tratamiento. Creen en cosas que, salidas de
los sueños, de la acuñación de un destino lenta­
mente inculcado, oculto y de pronto recordado,
obran como una revelación con validez de conoci­
miento científico.
Este hombre moderno en sí se cree enfermo
porque se siente desdichado. Todos necesitan la
recuperación del “coraje para volver a sí mismos”
(título de un libro psicoterapéutico de principios
de siglo), el “coraje de ser”, el “camino a la felici­
dad”.
Pero esto presupone la vaguedad del concep­
to de enfermedad. De un modo característico del
mundo moderno, la Organización Mundial de la
Salud define a la salud como un “estado de com­
pleto bienestar físico, mental y social”. No existe tal
salud. De acuerdo con este concepto, de hecho to­
dos los seres humanos están de alguna manera
enfermos en todo momento. Pero cuando el con­
cepto de enfermedad ya no tiene límites, cuando
cada uno puede sentirse enfermo como existencia
y acudir al médico, cuando el médico debe estar
presente para todos los padecimientos, aparece la
confusión existencial.

78
La filosofía
Tal vez el psicoanálisis sólo sea un espectácu­
lo invertido que a través de su falsa solución seña­
la indirectamente lo que el médico debiera y sería
capaz de hacer.
El psicoanálisis no se puede suprimir me­
diante la mera negación. Antes bien, por la reali­
dad de su difusión es un amenazador llamado de
atención sobre las omisiones médicas. Debe com­
prenderse lo que se presenta en él en precisiones
y ajustarse lo que él tergiversa. La verdad que lo
elude reside en el ámbito de la filosofía, que perte­
nece al hombre pensante como tal.
El camino de la ciencia, aun cuando avanza
hacia el infinito, tiene sus límites en total. Lo fac­
tible de saberse con el entendimiento que debe
proyectarse como propósito, es menester rebasar­
lo siempre en la práctica. Donde termina el cono­
cer científico, de manera alguna concluye el pen­
sar. Desde que los hombres filosofan ha existido
otro pensar, un pensar que llevaba a los objetos
más allá de lo objetual inmediato. Este otro pensar
se llama razón. Si no me confío a ella, me pierdo en
los sentimientos poco amables o avasalladores de
lo irracional.
Aferrado a la acostumbrada ideología del co­
nocimiento natural o a la ideología de la psicología
comprensiva intento en vano, sin embargo, tratar
con mi entendimiento a esto irracional, a esto en
el límite amenazador, agitador, socavador, alado,

79
rector, realizador, como a un objeto de examen.
Abandono entonces el método científico y no al­
canzo la filosofía. No comprendo la filosofía sino a
través del pensar de la razón que a cada paso em­
plea el entendimiento, pero rebasa el entendimien­
to, sin perderlo.
Aferrado al entendimiento, sólo experimento
lo fluctuante de la filosofía como infructuosidad, lo
dialéctico sólo como contradicción, la falta de in­
dicaciones sólo como nulidad, el todo de la filoso­
fía sólo como palabrerío de ebrios.
Si en lugar de examinarlo metódicamente, me
embrollo a través del investigar, como si todo fue­
ra pensar, entonces me habré cerrado a mí mismo
a la realidad y cerrado la realidad para mí. Me ha­
bré encerrado en las formas del pensar de la rea­
lidad empírica y en las categorías de la objetuali-
dad inmediata. Sólo una doctrina universal de las
categorías, cuya detallada elaboración es de com­
petencia de la filosofía profesional, pero que por su
misma naturaleza es inacabable, me convierte en
amo de las formas del pensar y me libera de la pri­
sión.
Sin embargo, encerrado en mi ideología cien­
tífica, la manifestación a través de ella en la prác­
tica me convierte en una criatura desorientada.
Los irracionalismos seductores están al acecho.
Entonces no encuentro el “retom o” a la verdad fi­
losófica de lo que brota y todo lo penetra, sino só­
lo el “trastorno” en la no filosofía del hechizo pseu-
docientífico.

80
En este linde se evidencia la libertad. Para la
ciencia natural no hay libertad. La libertad no es
un objeto de la investigación, sino el ámbito infini­
to del esclarecimiento de aquello que el hombre
puede ser como él mismo. Aquí reside el punto que
todo lo decide, en el cual acontece el retom o.
Volvemos a reconocer la ideología filosófica en
la gran filosofía de los milenios que no conoce pro­
greso, sino sólo pérdida y recuperación y la trans­
formación de su apariencia según las condiciones
de la existencia y el saber vigente.
Esta filosofía no habla hoy sin más. Esto res­
ponde a un fatal error de las últimas centurias.
Pues la grandiosa ciencia moderna, en calidad de
saber obligado, asegurado metódicamente en el
proceso ilimitado de evolución, rechazó la filosofía
como el saber invariable, para ella falso. Para sa­
tisfacer a esta nueva ciencia, la filosofía quiso con­
vertirse ella misma en esa ciencia. No hubo clari­
dad sobre la esencia del saber investigador objeti­
vo, ni sobre el pensar filosófico.
Dado que la filosofía, ya no segura de sí mis­
ma, pugnaba por equipararse a la nueva ciencia,
pretendía constituirse con ella como la más exac­
ta de las ciencias. A l hacerlo se le fue la filosofía,
perdida ella misma en la ficción de una “filosofía
científica” que perdura hasta nuestros días. Por el
otro lado, muchos portadores de la investigación
científica dejaron de manera no científica que su
conocimiento se convirtiera en visión del mundo,
el saber de sus métodos en teoría del conocimien­

81
to, su intuición total en monstruo de la llamada
concepción científica del mundo.
Así crecieron al mismo tiempo con la moder­
na ciencia natural y la técnica sus trastornos men­
tales. Sólo una breve referencia histórica: Des­
cartes ignoró a la ciencia moderna, no entendió
siquiera a Galileo, sino que continuó las viejas es­
peculaciones de pobre contenido. A pesar de ser
un matemático creativo, no tuvo participación en
la moderna ciencia natural. Sus ideas modelo y
una grotesca visión mecanicista del mundo indu­
jeron a algunos naturalistas a entender mal su
propio hacer. Bacon ideó la moderna orientación
tecnicista que Descartes compartió, pero tampoco
comprendió la moderna ciencia natural ni halló un
conocimiento científico. Auténticos naturalistas la
examinaron (Harvey, el descubridor del sistema
circulatorio, un temprano maestro de la investiga­
ción) y a través de la limitación y los métodos de la
observación alcanzaron uno tras otro resultados
que tuvieron vigencia para siempre. Harvey pudo
decir con ironía: “Bacon filosofa como un Lord can­
ciller”. Para horror de los filósofos profesionales de
entonces (1863), Liebig mostró en su escrito sobre
Bacon que no había en él vestigio alguno de cien­
cia moderna. Sin embargo, a través de su enorme
prestigio Descartes y Bacon acompañaron con sus
ideas los siglos ulteriores. Consumaron y dieron
expresión eficaz a los trastornos que transigían
con las inclinaciones del pensamiento semicientí-
fico.

82
Esta desgracia del trastorno constituye al
mismo tiempo una referencia a la nueva oportuni­
dad moderna de la conciencia de verdad filosófica
y científica. En efecto, las ciencias traen esta doble
posibilidad positiva: su propio desenvolvimiento
puro, y, a través de su existencia, la claridad deci­
siva del sentido de la más primordial filosofía que
siempre debe reconquistarse de nuevo.
La filosofía sin el espíritu de lo científico como
su momento, se hace incierta hoy en general. A pe­
sar de conocimientos particulares acertados, la
ciencia sin filosofía se tom a en total en no crítica
y en oscura reserva en la disposición interior de
sus portadores.
Suele escucharse a menudo: “la filosofía es
demasiado elevada para mí”, “yo no entiendo la fi­
losofía”, “no tengo cabeza para la filosofía”, “la fi­
losofía no es mi especialidad”. Filosofía significa
abstracto. Se dice que es espacio vacío de aire en
el que la voz no tiene eco. La respuesta sería: el es­
pacio no está vacío de aire, pero de hecho, como el
mero aire, aparentemente no es nada. Sin embar­
go es, es el aire que necesitamos respirar para exis­
tir, el aire de la razón, sin la cual nos asfixiamos en
el mero entender. Ella se trueca en el aliento vital
de la existencia. No es sino a través de ella por
donde habla la realidad desde un profundo origen.
Nuestra mirada puesta en un problema bási­
co de la ciencia y la filosofía modernas debiera fun­
damentar esta proposición para el ser médico: en
la unión de los cometidos de la ciencia y de la filo­

83
sofía reside la condición esencial que hoy no posi­
bilita la investigación, pero sí la conservación de la
idea del médico. La práctica del médico es filosofía
concreta.

Conclusión: de lo que el médico sería capaz


Nosotros tenemos presentes en los médicos
modernos tres tendencias contraproducentes que
siempre son la sombra de una dimensión. En pri­
mer lugar el aumento de los requisitos técnicos de
la capacidad médica a través de la organización
tienen como secuela la influencia ruinosa sobre la
realidad de la idea del médico. En segundo lugar,
el progreso del conocimiento científico tiene como
secuela una medicina que si no observa sus lím i­
tes viola a través de las teorías la terapia y a los en­
fermos, limita el intelecto y el alma. En tercer lu­
gar, la sustancia de la idea filosófica del médico tie­
ne como secuela en esos límites el abuso de la no
filosofía.
¿Son inevitables las tres tendencias?
La primera: frente a la opresión de la organi­
zación técnica se ven hoy en día médicos que indi­
vidualmente buscan salvar en su ámbito lo que to­
davía puede prosperar en circunstancias felices,
en una disposición de encontrarse entre los últi­
mos en un mundo en vías de desaparecer. Pero
quien está resuelto a satisfacer su idea como m é­
dico y ser razonable como paciente, jam ás se deja

84
desalentar. Se produce la constante lucha por las
reformas y se da la solidaridad de los sensatos.
La segunda: la limitación a la medicina cien­
tífica no es peligrosa para el investigador. Todavía
no es médico. Pero a diferencia del investigador li­
mitado, el médico necesita la universalidad. A de­
cir verdad, no hay una medicina total. El todo no
es un objeto, sino una idea, pero el médico sobe­
rano quiere disponer en forma universal de todos
los puntos de vista posibles y como hombre sentir­
se como en su casa en el mundo humano, en el
mundo del espíritu.
La tercera: vemos médicos que con derecho
reprueban la filosofía cuando se refieren a la filo­
sofía profesional y a la no filosofía. Sin embargo,
sin filosofía no se puede dominar el abuso en el lí­
mite de la medicina científica.
Permítasenos recordar el aforismo hipocráti-
co: icexpóq (piAóaotpoq ioófieoq.
El médico que en base al progreso técnico
científico puede conseguir logros tan inauditos, no
llega a ser médico integral sino cuando acoge es­
ta práctica en su filosofar. Se encuentra entonces
en el campo de las realidades a las que da forma co­
mo entendido sin dejarse engañar por estas reali­
dades. Como el más fuerte realista sabe en el no
saber.
A través de la intimidad con sus enfermos, es­
te refugio de ayuda personal que se puede afianzar
contra los poderes extraños y el Estado y la socie­
dad, el médico llega en su sobriedad a la experien­

85
cia humana. Frente a la necesidad llega en la prác­
tica a la intelección filosófica, a lo eterno, esa idea
que puede volver hacia el bien al progreso mismo.
Pero éste es el problema fatal de la era técni­
ca. En esta era de la ilustración, en la increm enta­
ción del saber y el poder, en la fe en el progreso en
sí, a menudo no se comprende en qué afecta en
realidad a los individuos. Mientras que las cosas
reales en el mundo se volvieron más claras que
nunca, la realidad se opacó.
En todas partes y en general, la era se enfren­
ta a la cuestión de la vuelta. Nadie sabe dónde sur­
girá primeramente la llama de la renovación.
El médico que obliga al investigador que hay
en él a tener conciencia de sus límites, no deja na­
da incuestionado como evidente por sí, y por me­
dio de la meditación da la guía al filósofo en él.
Frente a los peligros mortales que provienen de la
técnica y de los fuegos fatuos, podría hallar en re­
presentación de todos el camino que lo saque de la
prisión del limitado pensar del mero entendimien­
to.
Tal vez los médicos sean los llamados a dar la
señal.

Crítica al psicoanálisis
Casi no es posible hablar del psicoanálisis co­
mo de una unidad, salvo que todos los psicotera-
peutas que se sirven de ella se orientaran por

86
Freud en adhesión ortodoxa o crítico rechazo. No
hay duda que Freud es una eminencia gris. El pe­
so de su saber, la radicalidad con la que va hasta
el absurdo, su referencia a la crisis de una era
mendaz, su estilo y su porfía influyeron con más
intensidad de lo que fueron capaces cualquiera de
sus seguidores. Todos los conocimientos fun­
damentales provienen de él. El hecho de estar
prisionero de los conceptos de las ciencias natura­
les sin haber hecho genuina investigación en ellas,
y su dependencia del pensamiento psicológico del
tipo de Herbart, son propios del hombre del siglo
xix. Su peculiar frialdad, más aún, su odio, ani­
man los métodos de su investigación. A través de
las críticas se ha evidenciado hace mucho lo que
en sus descripciones, interpretaciones y tesis
tiene valor de conocimiento, lo que es procedi­
miento pseudocientífico, lo que en la marcha de la
argumentación no es progreso de una teoría con­
sistente, sino variaciones de las ocurrencias del
autor. Freud participa del espíritu de la ciencia
moderna. Con sus descubrimientos, él mismo
provoca nuevos encubrimientos. En la historia del
espíritu, su papel ha consistido en llamar la aten­
ción sobre posibilidades ignoradas, pero siempre
es rápido en llegar a ideas gratuitas, por no decir
atrevidas (como en el libro sobre Moisés, entre
otros).
En la actualidad, hay psicoterapeutas inte­
riormente independientes que aman a su prójimo
y quisieran ayudarlo. Hacen razonablemente lo

87
posible en cada persona en particular. También
utilizan métodos psicoanalíticos sin dejarse atra­
par por ellos. No organizan ni tecnifican, lo cual se­
rá siempre asunto de la comunicación histórica de
individuos aislados. Están acostumbrados a un
claro conocer científico y siempre lo tienen presen­
te como la base de toda terapia. No es a éstos a
quienes nos referiremos la continuación.
Antes bien, quisiera volver a señalar una co­
rriente dentro del movimiento psicoanalítico que,
al parecer, se hace cada vez más fuerte. Quisiera
señalar lo que constituye el carácter de fe en este
pensamiento. Esta fe es posible y fomentada a tra­
vés de algunos errores objetivos, de los cuales for­
mularemos los siguientes:
1. Se confunde la comprensión del sentido con la
explicación causal.
La comprensión del sentido se cumple en la
mutualidad de la comunicación. La causalidad es
ajena al sentido, reconocible en distancia como
otra cosa.
A través de la comprensión yo no determino,
sino que apelo a la libertad. A través de la explica­
ción causal, me hago capaz en cierta extensión de
intervenir en forma racionalmente calculable en el
acontecer, en el sentido de los fines deseados.
Si confundo, en cambio, la comprensibilidad
del sentido en el ámbito de la libertad y la explica-
bilidad causal, palpo la libertad. La manipulo en­
tonces como un objeto, como .si estuviera presen­
te en forma reconocible, a través de lo cual yo la de­

88
nigro y por añadidura pierdo posibilidades causa­
les que existen de verdad.
2. La modalidad del influjo terapéutico es cues­
tionable. Se sabe que todos los procedimientos
psicoterapéuticos tuvieron éxito en manos de per­
sonalidades eficientes a través de los milenios. Se
ve que los procedimientos psicoanalíticos han te­
nido tantos éxitos y fracasos como otros métodos.
No está bien calificar de curación la conformidad
de algunos pacientes con su activa aplicación y su
biografía total. Mientras que en la medicina pro­
piamente dicha han sido posibles curas formida­
bles, casi portentosas gracias a los conocimientos
de los últimos ciento cincuenta años, de modo tal
que la vida del hombre occidental se ha prolonga­
do término medio en veinte años, los resultados
psicoterapéuticos no han ido en aumento. A l pare­
cer, de acuerdo con la naturaleza de la cosa, no lo
harán. Lo que aquí se llama terapia en la vaguedad
y arbitrariedad del significado de curación, se re­
conoce en la palabra de un famoso psicoanalista
en 1933: la mayor acción psicoterapéutica habría
sido la influencia de A dolf Hitler.
3. Lo que llamamos neurosis no se caracteriza
por los contenidos comprensibles de los síntomas,
sino por los mecanismos de traducción de lo psí­
quico en lo físico, del sentido en el acontecimien­
to corporal ajeno al sentido o en los mecanismos
psíquicos de neurosis compulsivas, esquizofre­
nias y otras. Sólo un reducido porcentaje de per­
sonas padece a causa de esos mecanismos, de es­

89
te talento o de esta fatalidad que las hace enfren­
tarse como si se tratara de algo extraño con sus
propios procesos intelectuales, actos de su liber­
tad en la forma de alteraciones físicas y psíquicas
que no pueden dominar. En cambio, la mayoría de
los individuos reprimen, olvidan, dejan en suspen­
so, sufren y toleran hasta el extremo sin llegar a ge­
nerar por ello alteraciones físicas o psíquicas.
Estos y otros errores son científicamente ex­
plicables como tales. Ofrecen la posibilidad de re­
visar, diferenciar, examinar. La situación es otra
en lo que se refiere a las concepciones básicas del
psicoanálisis, a las que se puede calificar de fe. Es­
ta fe se caracteriza por los siguientes rasgos:
1. Todo cuanto le sucede al hombre y sucede en
él tiene sentido. La absolutización del significado
y la nivelación de este significar en un único pla­
no de comprensión del sentido significa una “con­
cepción del mundo” que se hace toda símbolo, pe­
ro de la especie de símbolo descifrable. De los sín­
tomas histéricos reales y otras manifestaciones
patológicas concretas, la interpretación se extien­
de a todas las enfermedades, a la biografía total del
individuo. Resultan pues, infinitas posibilidades
de interpretar, encontrar nuevas interpretacio­
nes, interpretaciones opuestas, seguir interpre­
tando y excederse en la interpretación que no tie­
ne fin y pierde criterios sobre lo correcto y lo falso.
Una condición de ser discem ible deja de ser tal si
se la sumerge en el discurrir de una interpretación
sin término.

90
2. Surge la exigencia de un saber total del hom­
bre, de su verdadera sustancia que todavía es an­
terior a la separación en cuerpo y alma. Esta tota­
lización de la concepción del hombre es científica­
mente imposible. Como estructura ideológica es
análoga al totalitarismo en la interpretación de la
sociología histórica, se funda en la confusión de lo
discem ible y la libertad. La libertad convertida en
objeto, ya no es libertad.
3. La enfermedad se considera una culpa. Lo
que en dominios limitados constituye un posible
punto de vista frente a los síntomas patológicos
—en ningún caso un criterio médico—, se hace ex­
tensivo con mayor o menor claridad a todas las en­
fermedades. Una filosofía equivocada e inhumana
en sus consecuencias echa a perder e. sentido y la
ética de la asistencia médica.
4. Surge más o menos consciente una idea de la
perfección humana a la que se designa salud. La
unidad del hombre, la unidad de la ciencia, la uni­
dad de la medicina son destacadas en forma paté­
tica, pero pensadas como sometimiento a los cues­
tionables contenidos de fe de la mala filosofía fluc-
tuante que se mueve con imprecisión en confusos
círculos dialécticos.
5. Obra aquí una tendencia oculta, fanática y
destructiva. Rara vez se alude a ella, pero Viktor
von Weizsácker lo hizo una vez con suma claridad.
Le “preocupaba... que si alguna vez la psicoterapia
lograba resolver por vía del análisis y curar una
grave enfermedad orgánica, podía presentarse co­

91
mo secuela un estado lindante en una psicosis. Si
la enfermedad es pues, por así decir, una materia­
lización del conflicto, con su espiritualización
vuelve a presentarse entonces el conflicto... La exi­
tosa psicoterapia será entonces la producción de
un nuevo conflicto. Sin embargo, si el conflicto
conduce a pensamientos nunca escuchados, a he­
chos magnos, entonces habrá un medio al que es­
to no le agradará en absoluto. Ya se trate de sepa­
ración matrimonial, vuelco político o revolución
religiosa, en todos los casos el así curado se con­
vertirá en enemigo del orden establecido y su mé­
dico... será condenado. Lo que aquí expreso es mi­
tad profecía y mitad descripción de lo que ya está
sucediendo”. “La medicina psicosomática bien en­
tendida tiene un carácter revolucionario... Pero,
sin duda, donde la vida es una contradicción razo­
nable, también lo debe ser la terapia... Terapia
quiere decir que la acción médica participa en el
proceso de la enfermedad, lo acompaña, se inmis­
cuye en él, coopera en la evolución.”

Lo que aquí tenemos es evidente. Quien no lo


capte necesita de las interpretaciones que nos de­
mandarían demasiado tiempo y espacio.
En estos motivos de fe reside una verdad, pe­
ro una verdad errónea en tales formas. Es la ver­
dad según la cual al médico (como a cualquier otro
profesional que trate con seres humanos) no le
basta haber aprendido y aplicado lo cognoscible a
través de la ciencia. La personalidad moral del mé­

92
dico siempre significó más. Lo que es la idea de su
profesión en la que la ciencia aplicada es sólo una
herramienta, no es en sí objeto de la ciencia, sino
cuestión de la autoeducación en el obrar interior
dentro del ámbito de la filosofía y la religión. Cuan­
do Th. Bovet habla de la “psicohigiene” y dice:
“quien la enseñe debe personificarla en sí mismo”,
quiere decir esto y dice algo bueno. Habla del con­
sejo y de la ayuda en la aflicción anímica y opina
que “no se puede llevar a nadie más allá de la po­
sición en que está uno mismo”, o: “quien conside­
ra el matrimonio como una forma especial junto a
otras formas posibles, ha comprendido poco o na­
da del matrimonio y no sirve para higienista psí­
quico”, o: “quien desecha la fe religiosa como su­
gestión o ilusión no debe ocuparse de la psicohigie­
ne”.
Nos preguntamos si el psicoanálisis sería el
camino para alcanzar la madurez, la riqueza de la
vida, la verdadera fe, o si aquí, a través de una fe
equivocada, sin fundamento pero que no obstan­
te se sostiene con fanatismo, no se obstruye más
bien el camino hacia el genuino ser hombre que se
alcanza por referencia a la transferencia.
La fe de los psicoanalistas puede aparecer con
giros de escepticismo, cuando por ejemplo Jung
contempla todos sus puntos de vista sólo como
“propuestas e intentos para la formulación de una
novedosa psicología científica”, pues en su opinión
“falta mucho, mucho, para que llegue el momen­
to de una teoría total”... Sostiene pues a ésta fun­

93
damentalmente como posible meta y de hecho
bosqueja sin cesar esquemas de una teoría total
concebible para él.
El ropaje médico para las concepciones no
médicas, el ropaje medicoterapéutico para los m é­
todos de tratamiento no médicos en relación con
los padecimientos y necesidades crea una confu­
sión de la postura básica que prepara el terreno
para una ortodoxia. Lo que empezó con el anate­
ma de Freud contra sus discípulos desertores sig­
nifica una tendencia situada en la cosa. Esta ten­
dencia se ha robustecido. Señalaré lo que proba­
blemente habrá de suceder: desde hace decenios,
los psicoanalistas fundan sociedades que se arro­
gan el derecho de distribuir diplomas en base a la
organización de una institución didáctica. A l igual
que las sectas, apelan a la solidáridad. Lo que une
a los miembros no es la discusión científicamente
determinada sobre el terreno de una razón que los
una a todos, sino una concepción total fluida en
sus formulaciones, pero reconocible en la postura.
Ya está a la vista el paso hacia la formación de
los psicoterapeutas psicoanalíticos ortodoxos a
través de una diferencia radical en los requisitos
para la graduación médica y la graduación de psi­
coanalista proyectada. La graduación médica se
otorga en base a los conocimientos y pericias que
he adquirido umversalmente en conciencia cientí­
fica a través del conocimiento en virtud de obser­
vaciones y experimentos en todo momento repeti-
bles. Por el contrario, la graduación de psicoana­

94
lista debe establecer además como requisito el lla­
mado análisis didáctico, un procedimiento en to­
do análogo a los ejercicios, durante los cuales la
verdad era adquirida no por el conocer universal,
sino por la ejercitación en el tratamiento de la pro­
pia conciencia. El análisis didáctico imprime tan
hondo las profesiones de fe en relación con la pro­
pia existencia que, en caso de resultar, éstas que­
dan positivamente fijas y convierten al así adoctri­
nado en un correligionario apto del proyectado
gremio. Un proyecto argentino de reglamento de
perfeccionamiento, impreso en una revista alema­
na de psicoanálisis (con evidente conformidad)
arroja luz al respecto: propone la admisión en ba­
se al curriculum y una entrevista con dos analis­
tas instructores, o sea un examen de competencia;
asistencia a un mínimo de 350 sesiones de análi­
sis didáctico; colaborar en un grupo de estudio di­
rigido por un mentor. De aprobar, autorización pa­
ra practicar dos análisis de control por año, es de­
cir, el analista principiante analizará a dos pacien­
tes bajo el control de un experto. Por último, el
analista practicante, el analista supervisor y el
mentor pasarán sus respectivos informes. Ahora
viene lo más significativo: si a juicio del analista
instructor el análisis didáctico no avanza en forma
satisfactoria, el analista practicante puede ser re­
emplazado una vez y si fracasa de nuevo se le acon­
seja abandonar la carrera, es decir, habrá queda­
do demostrado que el interesado no está dotado
para admitir la fe necesaria. A través de la repeti­

95
ción en los largos análisis, la fe se consolida. El in­
dividuo así ejercitable es útil. Si bien nunca se ha­
bla de obediencia, es una exigencia tácita que ya
explicaba el anatema de Freud. Tener serias dudas
y hacer cuestionamientos a través de la libertad de
la razón, lleva a perder la habilitación de psicoana­
lista.
Aquí se ha dado un paso extraordinario, natu­
ralmente sin tener conciencia de su importancia.
Desde el punto de vista científico, el análisis
didáctico no puede ser considerado como fuente
de conocimiento inmejorable en sus métodos, aun
cuando con él se recogen experiencias que pueden
tener interés para la ciencia. Pero el análisis didác­
tico debe antojársele indigno a la razón. El proce­
so existencial de obtención de una transparencia
de sí mismo y del desarrollo del propio ser en el ha­
cer interior, la propia libertad, no son posibles en
serio frente a otro individuo, a no ser en la comu­
nidad de la comunicación existencial, en la cual
cada uno se vuelve él mismo, al hacerse el otro él
mismo. Lo que se puede adquirir con la guía de la
elevada tradición filosófica de los estoicos, San
Agustín hasta Kierkegaard y Nietzsche, de la ma­
no de poetas y sabios, sólo a través de la propia
consumación, debe perderse en un proceso tecni-
ficado del análisis realizado por un llamado exper­
to. No hay aquí términos medios para el juicio. Ya
no se trata sólo de la ciencia, sino de la razón y la
libertad mismas (con absoluta ignorancia de la
plétora de banalidades que abundan en la litera­

96
tura psicoanalítica, las cuales nadie que acceda a
participar realmente como objeto en un análisis
didáctico puede estar seguro de no quedar expues­
to).
Esta exigencia del análisis didáctico y sólo
ella, hace inevitable la siguiente pregunta: ¿puede
una universidad que cultiva la investigación libre
abrir su ámbito a todas las posibilidades del co­
nocimiento, por lo tanto también al psicoanálisis,
para que en libre discusión y un trabajo objetiva­
mente examinable se evalúe lo que saldrá de allí?
¿Puede una universidad,* con la sola condición de
la liberalidad y la conciencia científica y la impar­
cialidad de sus miembros, crear institutos que fi­
jen para sus discípulos el requisito de un análisis
didáctico en 300 ó 150 sesiones o las que fueren?
A mi juicio, no. Puede permitir que se realicen aná­
lisis didácticos, pero no que éstos sean una condi­
ción para la obtención de diplomas. Aquí se ha lle­
gado a un límite. A la universidad tampoco le sería
útil un instituto que, mediante técnicas budistas
de la meditación en grados de la transformación de
la conciencia, quisiera crear conocimientos supe­
riores, suprasensibles. En esta cuestión, la clari­
dad me parece indispensable. Cualquiera que lo
desee, estará autorizado a ensayar un análisis di­
dáctico y permitir que se practique en él, pero no
puede establecerse como condición sin tergiversar
el sentido de los contenidos científicos de la inves­
tigación. Donde el análisis didáctico se hace con­
dición de un método de investigación, se niega la

97
ciencia libre. Por lo demás, Freud no se sometió a
ningún análisis.
El análisis didáctico, como todos los experi­
mentos practicados en seres humanos, no se pue­
de mirar con indiferencia. Si bien no constituye un
peligro para el cuerpo y la vida, entraña riesgo pa­
ra la pureza, la libertad y la salud del alma. Don­
de el experimento con seres humanos en sí mismo
se tom a en condición para aprobar, allí se lesiona
a la humanidad. Sin embargo, todavía hay liber­
tad, por cuanto nadie necesita aspirar a graduar­
se y aun hoy se puede practicar la psicoterapia sin
la graduación. Pero la intención es evidente. Y sin
duda, en virtud de esta intención la psicoterapia
médica sin esa graduación autoritaria sería prohi­
bida, si contaran para ello con el poder estatal.
Si echamos una mirada a todas estas mani­
festaciones de las que sólo he recordado unas po­
cas y viéramos entonces la seriedad con que se to­
maron tales cosas, por ejemplo en el Congreso de
Internistas celebrado en Wiesbaden en 1949, cier­
tamente nos asombraríamos. La medida de reco­
nocimiento en la discusión por parte de los no ana­
listas, la cautela, como si pudiera haber algo en
ello, la preocupación de que un rechazo radical pu­
diera valerle a uno el título de ignorante en mate­
ria científica, muestra cuán profunda es la acción
de estos modos de creer. Aquí, donde con la cien­
cia se amenaza simultáneamente la libertad y la
humanidad y lo serio de lo incondicional, una re­
acción podría Conducir a la necesaria autognosis.

98
Pues desde hace cien años, al olvidar el gremio
médico su idea de la profesión por el enorme incre­
mento de la capacidad técnica, ha quedado cada
vez más a merced de ésta. Ahora bien, para el mé­
dico son indispensables estas dos cosas: primera­
mente la ciencia y la capacidad fundamentada por
ella y de este modo la clara conciencia metódica de
los efectos causales y sus límites, el pensar y obrar
limpios dentro del marco de lo posible a través de
la ciencia. Segundo: esta capacidad debe seguir
siendo la herramienta subordinada al ejercicio de
la ética del médico. No en los medios de fundamen­
to científico, pero sí en la manera de su aplicación,
de común acuerdo con el paciente y con su coope­
ración, reside lo otro básico de la misión de tratar
animales o personas. Eso otro no es objeto de la in­
vestigación científica sino cuestión de la persona­
lidad humana que está madurando éticamente.
Pero el auténtico procedimiento científico y esta
personalidad son inseparables. El procedimiento
científico deja de ser fiable cuando la personalidad
falla. La personalidad no basta, cuando no domi­
na a la herramienta: buena gente, pero no se ne­
cesitan malos músicos.
El psicoanálisis, en aquellas de sus manifes­
taciones sobre las que acabamos de reflexionar, es
ruinoso para la medicina, pero es como un fanal
para conjurar la autognosis médica. No se debe fa­
cilitar demasiado esta autognosis. La falsedafLd^l
enemigo destructor de toda auténtica medyjKg l i f l ^ V
se combate mediante el procedim ien tq^^íu ficíh ^J
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V 99/ J
satisfecho de sí mismo, sino sólo a través de la to
talidad de la ética, en la cual también aquél con
serva la fiabilidad.

100
Naturaleza y crítica de la
psicoterapia

Prólogo a la primera edición


En estos días la psicoterapia se ha convertido
en un asunto que atañe a casi todas las personas.
Si bien creció en suelo médico, se liberó de sus orí­
genes. Hoy hay psicoterapeutas sin preparación
médica, también hay por cierto psicoterapeutas
médicos, en quienes su formación médica prácti­
camente no juega ya papel alguno. Quien aspire a
dedicarse al tratamiento psicoterapéutico debiera
saber qué hace y qué le cabe esperar.
En este librito han sido incluidos dos capítu­
los de mi obra “Allgemeine Psychopathologie” [Psi-
copatología general] 6a edición 1953, Springer
Verlag, que tratan expresamente de la psicotera­
pia. Me parecen adecuados para ilustrar a toda
persona que se interese en estos problemas. Están

101
al alcance de todos, aunque dentro de una obra
más voluminosa son casi inaccesibles a un públi­
co más vasto.
Con ellos pretendo ser útil a todos aquellos
que están dispuestos a una interpretación razona­
ble, a una manera de pensar científica y a una pos­
tura filosófica crítica.
Basilea, diciembre de 1954
Karl Jaspprs

Psicoterapia
Reciben el nombre de psicoterapia todos los
métodos de tratamiento que actúan sobre el alma
o el cuerpo con recursos que guían a través del al­
ma. Requieren por completo la cooperación de la
voluntad dispuesta para ello del enfermo. El cam­
po de acción de la psicoterapia lo constituye la
gran cantidad de psicópatas y enfermos mentales
benignos, y todos aquellos individuos que se sien­
ten enfermos y sufren en su estado psíquico, casi
siempre también los casos de padecimientos físi­
cos a los que tan a menudo se superponen sín­
tomas nerviosos, respecto de los cuales la perso­
nalidad debe intervenir interiormente. Para todos
estos casos poseemos los siguientes métodos de
influencia ejercida sobre la psique.

102
Métodos de sugestión

Sin apelar a la personalidad del enfermo, uti­


lizamos los mecanismos de sugestión para lograr
determinados efectos palpables: liberación de sín­
tomas aislados, síntomas físicos concomitantes,
mejoramiento del sueño, etc. Ya sea en estado hip­
nótico o durante la sugestión en estado de vigilia
hacemos al paciente accesible a las sugestiones y
luego lo inducimos a aquello que queremos lograr.
Todo depende de la evidencia y la fuerza de las ide­
as sugeridas al paciente, de la dominante presen­
cia vital del sugestionados La fe del paciente ayu­
da y pronto se logra un verdadero resultado.
De la influencia sugestiva, por cierto ignorada
a menudo por el médico y el paciente, forman par­
te también un gran número de recursos medica­
mentosos, electroterapéuticos y otros con los cua­
les se alcanzan desde hace mucho brillantes resul­
tados en los enfermos psíquicos y nerviosos. Es in­
diferente que se prescriba en tales casos agua azu­
carada o teñida de azul o una píldora tónica, que
se haga pasar realmente por el cuerpo una descar­
ga eléctrica o que sólo se provoque la ilusión me­
diante un gran despliegue de aparatos. El pacien­
te debe estar convencido de la importancia de la
medida, eso solo es lo importante. Debe creer en el
poder de la ciencia o en la capacidad y el saber de
la personalidad médica autoritaria y de firmeza vo­
litiva.1

1 En la Prim era Guerra Mundial se hizo famoso en la clí-

103
Métodos de catarsis

En tanto los enfermos padecen por la repercu­


sión de sus vivencias y en tanto sus síntomas ais­
lados sean manifestaciones de este efecto tardío,
es necesario provocar de alguna manera la abreac­
ción de los afectos, que son las fuentes de los pa­
decimientos. Breuer y Freud desarrollaron este
tratamiento psicoanalítico en un método, cuyo ul­
terior perfeccionamineto por Freud no se necesita
adoptar en detalle, cuando se conoce el principio
en que se funda. Dejamos que los enfermos hablen
libremente, los encauzamos por el camino correc­
to Cuando parecen inclinarse a callar algo esen­
cial, les demostramos comprensión y les damos la
seguridad de que no los condenaremos por su m o­
ral. A menudo, tales “confesiones” suelen procurar
consuelo. Hay casos aislados en los que pueden
hacerse conscientes vivencias por completo olvi­
dadas (desdobladas) con lo cual cesa inm ediata­
mente un síntoma físico o psíquico anormal.
Frank desarrolló el método de despertar vivencias
olvidadas en el enfermo durante el semisueño hip­
nótico y provocar su abreacción.

nica Erb (Heidelberg) el antiguo y rudo método de som eter a


intensas descargas eléctricas a los pacientes para elim inar en­
seguida los fenóm enos de histeria. (Kaufm ann: Die
planmássige Heilung komplizierter Bewegungsstórungen bei
ScAdaten tn einer Sitzung. Münch, med. Wschr. 1916 I).

104
Métodos de ejercitación

Reciben esta denominación los actos a través


de cuya repetición regular el enfermo trabaja en sí
mismo de acuerdo con determinadas prescripcio­
nes, con el fin de alcanzar cambios indirectamen­
te deseados de la postura psíquica y adquirir ap­
titudes.
a) Gimnasia: actualmente tienen bastante di­
fusión los ejercicios gimnásticos en sus múltiples
formas. Sobre la vida psíquica inconsciente, los
procederes involuntarios y los estados interiores
actúan ya sea la voluntad y la conciencia (la ma­
yoría de las veces con escaso poder) o la ejecución
de una acción (ritos mágicos, actos culturales, ce­
remonias etc.). En medio del moderno descrei­
miento se busca provocar estos cambios de la v i­
da psíquica inconsciente de una manera práctica
mediante ejercicios físicos. A través del afloja­
miento y la relajación o la tensión y el fortaleci­
miento de la materia animada, el alma misma co­
opera en su transformación. Para los occidentales
siempre activos, acostumbrados a una vida que
exige demasiado a la voluntad, los ejercicios más
importantes son los de relajación. Ciertos terapeu­
tas dan valor a los ejercicios respiratorios: la res­
piración en sus fases de inspirar y espirar es como
un símbolo del recibir en nuestro interior el mun­
do exterior y derramam os en él. En la ejercitación
consciente de la respiración la vida psíquica in­
consciente se liberaría y se confiaría al mundo.

105
b) J. H. Schultz hizo del autogene training
[ejercitación autógena] un método que consiste en
la acción de la voluntad sobre la propia vida somá­
tica y psíquica, al principio mediante la desco­
nexión del estado de conciencia, luego por autosu­
gestiones en la “autorrelájación concentrada”.

Métodos educativos
Cuanto más acude el paciente al médico por
propia necesidad para subordinarse y recibir una
guía, tanto más puede adquirir esta relación el ca­
rácter de una educación. Se quita al enfermo de su
medio habitual y se lo interna en un hospital, en
un sanatorio o en un balneario. A través de dispo­
siciones ejecutadas bajo la dirección de una ins­
tancia autoritaria se logra imponer directamente
una disciplina. Se le da al paciente una completa
reglamentación de vida. Hora por hora debe saber
lo que tiene que hacer y observar estrictamente el
programa.

Métodos que recurren a la propia personalidad


Cuando la responsabilidad por la acción se
pone en la personalidad del enfermo, es él quien to­
ma las últimas decisiones, su juicio es determ i­
nante y su acción directa, el método es completa­
m ente diferente del de los casos precedentes. Es
más sencillo en la forma, pero más importante en

106
el aspecto humano que todos los anteriores, el me­
nos sujeto a reglas, pero sí al tacto y los matices.
a) El médico comunica su saber psicopatoló-
gico, instruye al paciente sobre aquello que le es­
tá sucediendo realmente. Cuando el enfermo, tal
vez como ciclotímico, adquiere clara idea de que su
padecer reconoce fases, esto le es útil para liberar­
se de falsos temores y le es útil para comprender
las causas extraconscientes de fenómenos, que tal
vez lo torturan exclusivamente en lo moral.
b) El médico quierefundamentar y convencer,
influye sobre las valoraciones y la concepción del
mundo del enfermo. Se habla de métodos de per­
suasión.
c) El médico se dirige a la voluntad. En un ca­
so estimula la fuerza de voluntad; en otro, a aban­
donar un dominio sobre sí mismo en la situación
equivocada. Sería decisivo el conocimiento de los
fenómenos que en cierta extensión son asequibles
al autodominio, y aquellos que no lo son (por
ejemplo los síntomas de compulsión).
No pocas veces un observador consciente tie­
ne dudas acerca de dónde puede y debe intervenir
la voluntad y así, por otro lado, tal intervención no
hace sino empeorar en todos los casos y antes bien
es necesario un dejar pasar.
Sabemos que nuestra vida consciente poco
más o menos es sólo la capa superior de un domi­
nio vasto y profundo del acontecer sub y extracon-
ciente. La autoeducación consiste en influenciar
esta vida psíquica subconsciente, guiar sus accio-

107
nes, dejarles libre curso o inhibirlas. Son para ello
necesarios métodos opuestos, según sea la clase
de vida psíquica. Por un lado, frente a inhibiciones
e influencias surgidas de principios convenciona­
les, debe cultivarse la entrega al subconsciente, el
saber esperar, el prestar atención á los instintos y
sentimientos; deben desarrollarse los gérmenes
que dormitan en el inconsciente. O por el contra­
rio, la voluntad debe ser educada para realizar in­
hibiciones y represiones cuando regiones del in­
consciente se han ensanchado a costas de otra y
han arrojado fuera del camino al individuo. De es­
te modo, nuestras influencias se encaminan por
un lado a estimular la actividad, el esfuerzo y por
otro a la entrega, al relajamiento, a la confianza y
al propio inconsciente.
Casi siempre el hombre se enfrenta a sí m is­
mo, a su propio inconsciente. Rara vez se da en un
paciente que por así decir, se identifique plena­
mente con su inconciente, con sus instintos y sen­
timientos. La mayoría de las veces la personalidad
está en guerra con sus propios principios y com­
prender esta oposición de la personalidad respec­
to de su propio inconsciente en el caso individual
es la condición para ejercer una neta influencia.
Quienes acuden al psiquiatra no son aquellas per­
sonas cuyo inconsciente se distingue por la nor­
malidad, la formalidad y la fuerza de los sentimien­
tos e instintos que afloran de él y que se saben uno
con su inconsciente, sino aquellas cuyo incons­
ciente es confuso, inseguro e inconstante, aque-

108
lias que están enemistadas con su inconsciente y
consigo mismas, que por así decir están sentadas
sobre un volcán.
d) La condición indispensable para una con­
ducta razonable y eficaz para con uno mismo es el
autoesclarecimiento. El médico quiere ayudar al
enfermo a hacerse transparente. Se habla enton­
ces de métodos analíticos. Lo menos que éstos
suelen ser es inofensivos. A menudo son excitan­
tes y por momentos perturbadores. A veces cabría
preguntarse quién puede atreverse a radiografiar
el alma individual hasta sus abismos, si no está es­
tablecido de antemano que el hombre puede de­
pender de sí mismo, que puede vivir a partir de su
verdadero origen si sólo se lo descubre, o que pa­
ra el caso de la impotencia humana los sacramen­
tos de una instancia objetiva están disponibles pa­
ra ayudarlo y son bienvenidos.
Aquí, donde la razón filosófica preside, todo
depende de la personalidad del psiquiatra y su
concepción del mundo. Surgen así tales dificulta­
des y conflictos, que el psiquiatra individuad no
puede tomar decisiones en base a un fundamen­
to científico, sino sólo por convicciones instintivas.
Después de habernos formado una idea acer­
ca de los métodos psicoterapéuticos intentaremos
una observación comparativa, en primer lugar en
relación con las formas, de cómo a través de la mo­
dificación de la situación de vida se trata de fomen­
tar la curación:
El procedimiento más grosero y extremo es el

109
cambio de medio. El enfermo es sacado de su en­
torno habitual, dispensado de las cotidianas fric­
ciones y dificultades que se acumularon sobre él
en su mundo y expuesto a nuevos estímulos e im ­
presiones. Se observa si eso ayuda, si a través de
la tranquilidad y la reflexión, a través del cambio
y una momentánea liberación de ése su mundo
que lo torturaba, el enfermo gana fuerzas para
avanzar con mejores perspectivas. De esta mane­
ra, el médico no interviene en nada de lo que se
opera interiormente.
La terapia de trabajo coloca al alma y al cuer­
po bajo condiciones de vida naturales -a diferen­
cia del vacío ir viviendo, el estar abandonado a sí
m ism o- destinadas a mantener a los enfermos
unidos al mundo y obligarlos por medio de la ac­
tividad a poner en orden sus funciones perturba­
das con las energías que aún les quedan.
La asistencia social, en tanto es realmente po­
sible, cambia la situación de vida mediante la ami­
noración de los daños. Cuando ésta no es posible,
sólo ayuda el asesoramiento respecto de la situa­
ción de vida y el comportarse de todas las partes.
En relación con la forma comparamos en se­
gundo lugar cómo experimentan los contenidos
los pacientes en su trato con los psicoterapeutas.
Un mero tomar conocimiento, pensar y opinar so­
bre lo dicho es inoperante. Los contenidos, las in­
terpretaciones, las finalidades deben ser experi­
mentados para surtir efecto. Esto sucede de mu­
chas maneras:

110
Las ideas en calidad de imágenes se convier­
ten en concepciones convincentes. Sólo éstas ac­
túan en la sugestión en estado de vigilia y en la hip­
nosis. El sugestionador debe lograr que lo dicho
por él se tom e gráfico y atrape la imaginación.
Los fines deben ser queridos. Debe venir algo
constrictivo, indesviable en la tendencia de una
orientación de conducta. Esto sucede a través de
la exigencia autoritativa, a través de la orden coer­
citiva, dado el caso en forma grosera mediante la
más lacónica indicación, mediante un regaño vio­
lento.
Los símbolos, en calidad de prototipos de con­
tenidos de una cosmovisión, deben tornarse ac­
tuales y aceptados confe en toda su gravitación. La
satisfacción específica en el manifestarse de lo ver­
daderamente existente afirma un fundamento en
la conciencia del ser que forma la postura interior
y la disposición de vivir. El terapeuta se hace pre­
gonero de una fe, cuando recorre tales caminos.
Cuando se aconseja e instruye sobre la inter­
pretación de lo realmente existente, del mundo del
enfermo y él mismo, importa que ejecute su sí y su
no con decisión. De nada sirve saber, sino que
viendo las cosas debe lograrse reconocerlas y
aceptarlas, si es que habrán de ser dominadas. La
responsabilidad decide en el hombre lo que habrá
de apropiarse y desechar. Su determinación exis-
tencial es el último origen de un verdadero cami­
no de la vida. Ningún psicoterapeuta puede hacer
que se lo alcance. Lo extremo es desarrollar en la

lll
comunicación por medio del diálogo las posibilida­
des que pueden dar la im previsible ocasión de des­
pertar al enfermo.
En Macbeth, el médico expresa una dura ver­
dad.
Macbeth lo interroga respecto de la dama:
—¿Cómo está la enferma, doctor?
Médico: no tan enferma, señor, como atormenta­
da por violentas fantasías que le roban el reposo.
Macbeth: Ahuyéntalas.
¿No puedes curar a un alma doliente, arran­
car al sentido la profunda aflicción, borrar la cui­
ta, en el cerebro registrada, y mediante una póci­
ma, brindar el dulce olvido? ¿librar al pesado pe­
cho de pesada carga que le oprime el corazón?
Médico: La enferma misma habrá de curarse.

112
El sentido de la práctica
médica en la psicoterapia

Cómo se correlacionan el conocimiento


y la práctica
Una demanda que se le hace a la psicopatolo-
gía, y no pocas veces un reproche, es que debiera
servir a la práctica. El individuo enfermo necesita
ser ayudado y la misión del médico es curar. Esta
su misión es dañada con demasiada ligereza por la
idea de la ciencia pura, pues el saber en sí de na­
da vale. El nihilismo terapéutico es la consecuen­
cia de un mero conocer. Uno se sentiría acabado ya
si supiera qué pasa, si reconociera el problema y
en el lapso que dura este proceso pudiera diagnos­
ticar con cierta aproximación para luego confiar a
los enfermos a una asistencia, sin esperanzas de
poder brindarles una ayuda eficaz. Precisamente,
frente a las psicosis graves y a las condiciones con-
génitas esto constituiría un peligro.

113
Por el contrario, existe una voluntad optimis­
ta de ayudar. En cualquier circunstancia es preci­
so hacer e intentar algo. Creemos en la salvación.
El saber no interesa si no sirve a fines curativos.
A llí donde la ciencia fracasa, confiamos en nues­
tro propio arte, en la buena suerte y por lo menos
creemos en un espíritu del curar, aun cuando sea
tal vez en un mecanismo terapéutico que marcha
al vacío.
El nihilismo y los sueños terapéuticos han
perdido la responsabilidad. La crítica fracasa en
ambos casos, tanto cuando la pasividad se ju stifi­
ca erróneamente (nada se puede hacer) como
cuando una ciega actividad supone que la volun­
tad y el entusiasmo en sí son capaces de lograr al­
go bueno: Para el ejercicio de la medicina no se re­
quiere saber sino poder hacer. Pero una práctica
efectiva no se puede basar a la larga sino en el más
claro conocimiento. A la inversa, la práctica tam­
bién constituye un recurso del conocimiento. Pro­
voca no sólo lo premeditado, sino también lo ines­
perado. Así, hay escuelas terapéuticas que provo­
can involuntariamente fenómenos que curan lue­
go. En tiempos de Charcot existían una cantidad
de fenómenos de histeria que casi han desapare­
cido del mundo al perderse el interés en ellos. En
la época en que imperaba la terapia hipnótica que
tuvo su cuna en Nancy, las situaciones de hipno­
tismo se produjeron en Europa en una cantidad no
vista ya desde entonces. A cada escuela psicotera-
péutica con determinados puntos de vista ideoló­

114
gicos, técnicos y psicológicos le corresponden los
pacientes típicos para ellas. En los sanatorios sur­
gen productos de sanatorio. Todo esto era inde­
seable y tan pronto se reconocieron las circuns­
tancias se las quiso corregir.
Subsiste el estado de cosas fundamental de
que a través de la intervención psicoterapéutica y
su experiencia acerca de la acción y la reacción en
el trato con los pacientes es posible obtener cono­
cimientos que jam ás se logran en la mera observa­
ción frente al peligro del intento terapéutico. “De­
bemos actuar para llegar a un conocimiento más
profundo” dice v. Weizsácker.
De las intenciones de curar y de las experien­
cias que sólo se consiguen por la actividad tera­
péutica, se obtiene un bosquejo de la psicopatolo-
gía que de antemano orienta los conocimientos ha­
cia el fin práctico y en base a él evalúa y ordena. De
ahí que los tratados de psicoterapia sean en par­
te los de la psicopatología. Por cierto, están lim ita­
dos por el horizonte práctico, pero en tanto comu­
nican experiencias, constituyen un importante
complemento de la psicopatología teórica.

La dependencia de toda práctica


La terapia, la psicoterapia y todo el comporta­
miento práctico respecto de los enfermos mentales
y seres anormales, dependen de las condiciones
del poder estatal, la religión, las situaciones socio­

115
lógicas, las tendencias intelectuales imperantes
'de una época y luego de las condiciones del cono­
cimiento científico reconocido, pero de ninguna
manera solamente de ellas.
El poder estatal fundamenta o forma a través
de su política las relaciones humanas básicas, la
organización de la asistencia, del seguro, del apro­
vechamiento, da derechos y los niega. Sin el poder
estatal no hay inhabilitación ni adjudicación de
cargos en establecimientos cerrados. En toda
práctica hay una voluntad que al fin y al cabo de­
riva de las confirmaciones y exigencias estatales.
En cada consulta del médico se da una situación
de eficaz autoridad, incrementada por la clínica,
por un cargo. Y donde la confirmación no la da el
poder estatal, perdura la necesidad de un poder
que da la autoridad y debe ser adquirido entonces
personalmente.
La religión o su falta es una condición para fi­
ja r el fin en el trato terapéutico. En los casos en que
una fe común liga a médico y paciente, ambos co­
nocen una instancia de la que emanarán las últi­
mas decisiones, apreciaciones y orientaciones, en
cuyas condiciones son posibles las medidas tera­
péuticas especiales. Si falta este nexo, toma el lu ­
gar de la religión una cosmovisión secularizada, el
médico asume funciones de sacerdote, nace una
idea de confesión secular, una consulta pública en
cuestiones del alma. Donde ha cesado la instancia
objetiva, la psicoterapia corre el peligro de no ser
ya medio, sino repercusión de una cosmovisión

116
más o menos confusa, incondicional o variable a la
manera del camaleón, seria o una farsa, pero siem­
pre sólo personal y privada.
La comunidad en una objetividad (en los sím­
bolos, en la fe, en las evidencias filosóficas de un
grupo) es una condición para la profunda cohesión
entre los seres humanos. Es muy raro que, perso­
nalmente, por motivos inquebrantables, los indivi­
duos se tengan confianza entre sí, experimenten
su felicidad como la trascendencia que se muestra
en la comunidad de destino. Una ilusión en ciertos
dominios de la moderna psicoterapia es que, pre­
cisamente respecto de las neurosis y las psicopa­
tías, es posible la mayor exigencia: la realización
del verdadero ser uno mismo, el desenvolvimiento
de la razón múltiple, la armónica humanidad ple­
na en forma personal. La psicoterapia está ligada
a la realidad de la fe común. Donde ésta falta y por
ello se impone al individuo la más extraordinaria
exigencia con respecto a la autoasistencia, la psi­
coterapia se vuelve superflua para todos aquellos
capaces de satisfacer tal exigencia aunque sólo en
principio, pero al fallar el individuo en la atmósfe­
ra sin fe, la psicoterapia puede ser fácilmente un
medio de encubrimiento.
Las condiciones sociológicas implican las
más variadas situaciones del individuo. El bienes­
tar de una capa social, por ejemplo, condiciona las
medidas psicoterapéuticas que cuestan tiempo y
por ende dinero, porque exigen concentrarse du­
rante largo rato en cada paciente particular.

117
La ciencia crea las condiciones en cuanto a
conocimiento sólo en base a las cuales son posi­
bles determinadas finalidades de la voluntad. Pe­
ro la ciencia misma no las fundamenta cuando
provee los medios para su realización. La ciencia,
donde es auténtica, es universal en sus declara­
ciones y al mismo tiempo crítica porque sabe lo que
sabe y lo que no sabe. La práctica depende de es­
ta ciencia en su ejecución, no en su finalidad.
En la práctica hay tentaciones de sustraerse
a esta situación: la dependencia de la ciencia y la
insuficiencia de la ciencia como única base del ha­
cer. Se espera de la ciencia lo que no puede lograr.
En una era de ciencia y superstición, la ciencia es
utilizada para ocultar estados de cosas insolubles.
Donde debe decidirse con responsabilidad, la
ciencia debe calcular lo correcto en base al saber
universal, aun en los casos en que de hecho no sa­
be: a través de ella, permite fundamentar lo que
debe acontecer por otros imperativos. Esta es la si­
tuación en ciertos casos de neurosis por acciden­
tes, en ciertos dictámenes sobre la libre determi­
nación, en muchas conducciones psicoterapéuti-
cas en que el médico no hace una neta separación
y no se expresa con claridad.
Puede suceder que se exprese en forma de
ciencia ficticia lo que no se sabe sino sólo se quie­
re, lo que sólo se opina, sólo se desea y cree. La
ciencia se tom a dúctil para los fines de la prácti­
ca. De este modo surgen dentro del marco de la
práctica que tranquiliza, encubre y da seguridad,

118
esquemas de interpretación para los fines de la
práctica que juzga, decide, da la razón y la quita.
En su estructuración la ciencia se hace convencio­
nal, en el procedimiento psicoterapéutico adopta
el temple de lo científico, como en otros tiempos tu­
vo temple teológico.
Por lo tanto, el límite dentro de toda práctica
reside en aquello que está sobradamente funda­
mentado y se puede hacer por medio de las condi­
ciones universales del conocimiento (que además
debe ser realmente conocido y tener vigencia) y lo
que tiene como condición una religión o su falta.
De aquí proviene la conducción o no conducción
del hacer, su estilo o su vaguedad, su temple espe­
cífico y su color.

La práctica externa (medidas y juicios) y la


práctica interna (psicoterapia)
Los enfermos mentales pueden quebrar todos
los órdenes, convertirse en un horror o resultar in­
quietantes para su entorno y entonces se debe ha­
cer algo con ellos. Los motivos de esta práctica son
de doble naturaleza. En interés de la sociedad es
preciso tom ar inofensivos a los enfermos y en in­
terés de los enfermos es menester internarlos pa­
ra su curación.
La seguridad pública exige en muchos casos
la internación de los enfermos para impedir sus
actos de violencia. Por otra parte, se los quiere

119
apartar de la vista. Se varían las formas del aisla­
miento, se trata de darle forma altruista para sa­
tisfacer a los parientes y tranquilizar la conciencia
pública. La comprensión intelectiva y la interpre­
tación de la demencia, de un estado de cosas bá­
sico entre las realidades humanas, busca encu­
brirla involuntariamente. Las disposiciones y las
apreciaciones tienden a sim plificarla y suprimirla,
liberar la propia concepción de esta realidad y su­
plir la realidad con una interpretación trivializan-
te y armonizar todo según las posibilidades.
El interés del paciente requiere terapia. Por su
propio bien es necesaria su internación, por ejem ­
plo, para impedir el suicidio, para administrarle
alimentos y además, para poner en práctica las po­
sibles medidas terapéuticas.
La condición tácita e im plícita en la práctica
es que se sepa qué es enfermo y qué sano. Donde
prima de hecho esta idea en forma universal e
idéntica, cuando se trata en su mayoría de enfer­
medades somáticas, psicosis orgánicas, como la
parálisis y las formas demenciales más groseras y
graves, no hay problema alguno, pero sí en el vas­
to dominio de los casos más leves y sobre todo de
las psicopatías y neurosis.
Es determinante, en particular, para las deci­
siones prácticas en el caso aislado que un indivi­
duo sea diagnosticado como naturalmente sano o
enfermo. Cómo sucedió esto en las diversas épocas
y situaciones es, junto a la dimensión de la com­
prensión sapiente, una cuestión de poder.

120
Regularmente, la cuestión adquiere especial
importancia cuando se juzga el libre albedrío del
delincuente. La neta delimitación del libre albedrío
es siempre una delimitación práctica. La ciencia
no puede hacer ninguna declaración sobre la liber­
tad en base a un conocimiento profesional, sino
sólo sobre estados de cosas empíricos -como por
caso si un enfermo sabe lo que hizo y tiene cono­
cimiento de que eso está prohibido, o sea si hay en
él una arbitrariedad del proceder y una conciencia
de la penalidad. Respecto del libre albedrío la cien­
cia sólo puede dictaminar según las reglas conven­
cionales existentes, que niegan o reconocen en la
libertad a determinados estados del alma empíri­
camente comprobables. Pensando en la libertad,
Damerow (1853) escribió: “Pocos de los dementes
que se encontraban hasta el presente en el hospi­
cio local (1.100) eran y son en todo momento ne­
cesariamente responsables de todos sus actos”.
De acuerdo con esta declaración, un diagnóstico
clínico como tal jam ás excluiría el libre albedrío,
sino sólo el análisis individual en la situación del
hecho. Así, por ejemplo, el hombre presa de una
gran borrachera normal se considera en posesión
del libre albedrío, pero no en caso de un delirio
anormal. El diagnóstico de parálisis excluye como
tal el libre albedrío. Ilustraré las dificultades prác­
ticas mediente dos breves ejemplos de mi propia
actividad como perito antes de la Primera Guerra
Mundial:
Un cartero rural que realizaba su servicio en

121
forma intachable, perpetró un hurto insignifican­
te. Como se sabía que había estado internado una
vez en un manicomio, lo sometieron a un examen
pericial. A la vista de la vieja historia clínica que se
mandó pedir, se comprobó una clara recaída en la
esquizofrenia. En base a esa vieja historia clínica,
el examen médico de ese momento pudo reconocer
con seguridad ciertos síntomas como propios de la
esquizofrenia. El diagnóstico era claro. En ese en­
tonces la esquizofrenia (demencia precoz), así co­
mo la parálisis, se consideraban convencional­
mente motivo suficiente para desconocer el libre
albedrío (todavía no existían las ulteriores confu­
siones en tom o al concepto de esquizofrenia y la
tendencia a dejarla derivar a lo normal). El carte­
ro, considerado sin más ni más como un enfermo,
fue declarado por el perito en base al diagnóstico
como un caso patológico contemplado en el párra­
fo 51 del Código Penal. El fiscal se indignó. Todos,
incluso el perito, se sorprendieron. Pero el auto­
matismo de las reglas reconocidas llevó a un vere­
dicto de inculpabilidad.
Un típico estafador con periódicas manifesta­
ciones de sus fantásticas aptitudes había realiza­
do de nuevo una serie de defraudaciones. En tres
cuartos de hora hice ante el tribunal (actuaba co­
mo vocal el conocido criminalista von Lilienthal)
una relación de su vida novelesca y de su carrera
delictiva, también llamé la atención sobre la irre­
gularidad de su conducta, limitada a ciertos perío­
dos y sobre los síntomas de esos deslices acompa-

122
nados de dolores de cabeza, etcétera, y deduje que
se trataba de un histérico que representaba una
variante de la aberración humana y que no sufría
de un proceso patológico. No se le podía negar el li­
bre albedrío, al menos al comienzo de sus engaños,
pero la impresión de haber obrado por una nece­
sidad interior que en la descripción sensacionalis-
ta tal vez pudo parecer como una compulsión es­
tética, inclinó al jurado a declararlo inocente en
contra del dictamen del perito.
La psicoterapia se distingue de todas estas
medidas y dictaminacionés en su intento de ayu­
dar al enfermo mediante la comunicación psíqui­
ca, de explorar su interior hasta sus últimos abis­
mos para hallar los principios de una guía que lle­
ve al camino de la salvación. La psicoterapia, an­
tes un procedimiento ocasional, se ha convertido
desde hace algunos decenios en un problema ge­
neral de la práctica. Es necesario estar fundamen­
talmente en claro antes de emitir juicios, sean de
naturaleza negativa, sean de naturaleza en extre­
mo entusiasta.

Referencia a los peldaños de la terapia


médica general
Lo que el médico hace en favor de la curación
se sitúa en diversos planos de sentido. Imagine­
mos peldaños de la labor terapéutica. Cada pelda­
ño choca en el límite en el que la acción fracasa, y
se hace necesario saltar a un nuevo peldaño.

123
a) El médico extirpa un tumor quirúrgicamen­
te, abre un forúnculo, administra quinina contra
la malaria o salvarsán contra la sífilis. En estos ca­
sos actúa en forma técnicoeausal. Valiéndose de
recursos mecánicos y químicos vuelve a restable­
cer nexos alterados del aparato vital. Es el dominio
de la terapia más eficaz y comprensible en su ac­
ción. El lím ite es la vida en su totalidad.
b) El médico vela por la vida imponiendo con­
diciones de dieta, de ambiente, cuidados, esfuer­
zos, ejercitación, etcétera. En estos casos, toma
disposiciones para el buen resultado de la autoa-
yuda para la vida en total. Procede como un jard i­
nero al cuidar, estim ular y de acuerdo con los re­
sultados intenta cambiar sus métodos constante­
mente. Es el dominio de la terapia en calidad de ar­
te racionalmente reglamentado, fundado en una
instintiva realización de la vida. El lím ite consiste
en que en el hombre no sólo acontece una vida, si­
no que el hombre es alma pensante.
c) En lugar de restablecer el orden en el cuer­
po mediante recursos técnicos en lo particular y
mediante el arte de curar en general, el médico se
dirige al enfermo como a un ser inteligente. En lu ­
gar de tratarlo como objeto, se pone en comunica­
ción con él. El enfermo debe saber qué pasa con­
sigo mismo para que junto con el médico ayude a
curar la enfermedad como un extraño. La enferme­
dad se convierte en objeto común para el médico y
el paciente, el tratado queda fuera del juego como
él mismo cuando fomenta con el médico el logro de

124
la terapia causal y de la terapia organizada, pero el
enfermo también quiere saber lo que le está suce­
diendo, considera que hace a su dignidad saber
con certeza. El médico reconoce su derecho a la li­
bertad y le comunica sin reservas lo que sabe y
piensa, dejando librado cómo utilizará y elabora­
rá este saber. El límite consiste en que el hombre
no es un ser razonable fiable, sino un alma pen­
sante cuyo pensamiento influye profundamente
sobre la existencia vital del cuerpo.
Los temores y la esperanza, la opinión y la ob­
servación tienen una inmensa influencia sobre la
vida del cuerpo. El hombre no confronta libremen­
te su propio cuerpo sin más ni más. En consecuen­
cia, el médico actúa indirectamente sobre el cuer­
po mismo a través de sus comunicaciones. Cons­
tituye un caso límite ideal que un hombre, a pesar
de todas las comunicaciones y las posibilidades in­
telectivas que recibe, sólo influya sobre su cuerpo
en forma favorable a la vida. Como consecuencia,
el médico no puede decir de ningún modo al pa­
ciente lo que sabe y piensa sin más ni más, sino tie­
ne que condicionar su información a que el enfer­
mo inerme no sea dañado por ella ni haga de la in­
formación un uso perjudicial para la vida.
El caso ideal de un individuo en condiciones
de saberlo todo debiera llenar los siguientes re­
quisitos: tener la fuerza para mantener en suspen­
so críticamente el saber objetivo y no dejar que se
vuelva absoluto, es decir, frente a lo supuestamen­
te inevitable debe vislumbrar un resto de duda y

125
posibilidad propio de todo lo empírico, y ante una
evolución tenida por ciertamente favorable no des­
cartar un resto de peligro. En conocimiento de la
constante amenaza debe poder planificar su ac­
ción para el futuro, hacer lo que tiene un funda­
mento de sensatez y frente a un desenlace inevita­
ble vivir el presente. Si el enfermo habrá de saber
lo que se sabe, no tendrá que predominar la angus­
tia del miedo. Como esto, cuando se presenta,
constituye la excepción, el médico tendrá que su­
mar nuevos cometidos a su acción: en lugar de te­
ner con el paciente una comunicación total funda­
da en la información de lo que sabe, necesitará ob­
servarlo como una totalidad de su unidad cuerpo-
alma.
d) El tratamiento del individuo enfermo como
unidad cuerpo-alma lleva a constantes aponas. El
enfermo es un ser humano y como tal tiene dere­
cho a saber lo que le sucede a través de una comu­
nicación franca. Pero como ser humano desmaya
en su miedo que trastoca todo saber en su senti­
do y lo hace perjudicial en su efecto. De este m o­
do, el enfermo pierde el derecho a saber. Sin em­
bargo, esta situación equívoca no es definitiva en
la idea. El hombre puede madurar quizá en la di­
rección de esa excepción de un auténtico poder sa­
ber. En este ser intermedio del enfermo entre la su­
jeción y el ser propiamente hombre debiera ayudar
la psicoterapia.
La psicoterapia puede constituirse incons­
cientemente para médico y enfermo. El médico li­

126
mita sus informaciones y les da forma autoritaria.
El enfermo las toma obediente, no reflexiona, tie­
ne ciega confianza en la certeza de lo dicho. La au­
toridad y la obediencia ahuyentan el miedo tanto
en el médico como en el paciente. Ambos viven
apaciguados en una seguridad aparente. Dada la
relatividad de sus conocimientos profesionales, el
médico puede tom arse inseguro, en tanto tenga
conciencia de ella. Entonces se resentirá inmedia­
tamente su autoridad, máscara que protege su
propio sentimiento de seguridad. Pero si el médi­
co en su superioridad expone su autoridad a tra­
vés de la comunicación crítica de su saber y su ca­
pacidad, a pesar de todo tan limitadas, aumenta el
miedo del enfermo y la situación se hace imposible
para este médico como resultado de su entera
franqueza. Por esta razón médico y enfermo se afe-
rran instintivamente a la autoridad como lo que
tranquiliza a éste. La susceptibilidad del médico
cuando no se le cree y obedece enteramente, y la
del enfermo cuando el médico no se presenta con
absoluta seguridad, se condicionan mutuamente.
El estado inconsciente, en el cual se realiza
esta psicoterapia a través de la autoridad, se tom a
consciente cuando el médico toma sus disposicio­
nes con respecto a la unidad total cuerpo-alma y
sólo entonces desarrolla la psicoterapia simultá­
neamente. En comparación con la información sin
reservas de razón a razón, en este caso el médico
interrumpe la comunicación con el enfermo al im ­
ponerle una limitación, sin que éste se percate y

127
para su propio bien. El médico se distancia inte­
riormente (pero no debe evidenciarlo), vuelve a ha­
cer del hombre enteramente su objeto con referen­
cia al cual se atreve a iniciar el eficaz tratamiento
de conjunto, dentro del cual se controla cada pa­
labra. Ya no se le dice al enfermo libremente lo que
el médico sabe y piensa, sino que toda frase, toda
disposición, toda acción del médico habrá de ser
calculada en principio para lograr su efecto psíqui­
co. Médico y paciente se enfrentan como extraños,
por parte del médico, en tanto el paciente cree sen­
tir la proximidad hombre a hombre. El médico se
convierte en función en el proceso del tratamiento.
Los métodos de tal procedimiento tienen un
extraordinario campo de juego que va de los me­
dios rudos a las sublimes disposiciones filosóficas.
La llamada “terapia de sobresalto”, el truco eléctri­
co, la imposición del cambio de ambiente, la
hipnosis y por último el desafiar y mandar autori­
tarios son recetas de intervenciones drásticas y
frecuentes logros en relación con síntomas cuales­
quiera. Pero tales procedimientos sólo tienen una
limitada utilidad práctica y no son factibles de un
ulterior desarrollo y profundización. En los méto­
dos psicoterapéuticos de la psicología profunda,
del “psicoanálisis y la psicosíntesis” y sus varian­
tes, se usan métodos sublimados, en cuya acción
siempre hay algo que descansa en la fe, en la ver­
dad de una doctrina.
El lim ite de todas estas psicoterapias lo cons­
tituye primeramente la imposibilidad material del

128
médico de poder distanciarse en forma neta (siem­
pre se interpone la subjetividad con la simpatía o
la antipatía), luego el hecho de que para los fines
de una influencia psíquica debe estar él mismo
presente, vital y con su energía psíquica natural,
o sea que de alguna manera tiene que creer con el
enfermo lo que éste debe creer; en segundo lugar,
la imposibilidad fundamental de objetivar es al in­
dividuo como una totalidad y de este modo hacer­
lo objeto del tratamiento. Como lo que es objetiva­
do es el individuo, jam ás es él mismo, pero lo que
es y será él mismo, es en último lugar esencial pa­
ra la evolución o la curación de sus síntomas neu­
róticos. En relación con el hombre mismo, con su
posible existencia, el médico sólo puede obrar en
la concreta realidad histórica en la que el enfermo
ya no es más un caso, sino en la que se cumple un
destino con su esclarecimiento y por medio de él.
Convertido en objeto, el hombre puede ser tratado
a través de la técnica, el cuidado y el arte, el hom­
bre como él mismo sólo puede ir a él en unidad de
destinos.
e) Por tal motivo, para la relación de médico y
paciente hay como último horizonte la comunica­
ción existencial que trasciende más allá de toda
terapia, es decir, más allá de todo lo que se puede
planificar y poner en escena en cuanto a método.
Todo tratamiento es asumido y limitado entonces
por una comunidad de sí mismo a sí mismo como
seres de razón que viven desde una existencia po­
sible. Por ejemplo, el callar y el decir no se someten

129
a reglas, en general, consecuencia de un supues­
to descuido del ser humano, ni son permitidos a
discreción, como si el hombre pudiera escucharlo
todo sin más ni más y luego quedar librado a sí
mismo. De libertad a libertad se interroga y explo­
ra en lo concreto histórico de la situación, sin ejer­
cer ni estar sometido a tutela ni elevar abstractas
reclamaciones. En este momento, callar es tan
culposo como hablar, si ocurre según la mera ra­
zón sin unidad de destinos. Médico y paciente son
los dos seres humanos y como tales compañeros
de infortunio. El médico no es sólo técnico, ni tam­
poco sólo autoridad, sino existencia por existen­
cia, ser humano perecedero como el otro. Ya no
hay soluciones definitivas.
El límite consiste en que los hombres como
compañeros de infortunio son sólo eso en el con­
tenido de un ser que se llama trascendencia. No
une la sola existencia subjetiva, ni la existencia co­
mo tal, pues existencia es en el hombre aquello que
en el mundo es necesariamente a partir de sí, pe­
ro en sí está puesto por la trascendencia desde la
cual se sabe donado.
Si tenemos presente el sentido de la terapia
médica a través de la sucesión de los peldaños dis­
cutidos, hasta donde la terapia termina en favor de
una conducta humana conjunta, a partir de la que
puede conducirse la terapia, pero no realizarse por
sí misma, el saber y el comportamiento del
psiquiatra (el terapeuta) adquiere una propia sig­
nificación en la totalidad del arte médico. Él solo,

130
en virtud de su especialidad, contempla conscien­
te y metódico al individuo como un todo, no a uno
de sus órganos corporales, ni tampoco al cuerpo
en su conjunto, sin tener en cuenta todo lo demás.
Él solo está acostumbrado a considerar la situa­
ción social, el medio, el destino y las vivencias del
enfermo y tenerlos en cuenta conscientemente en
su plan terapéutico. En la medida en que son
psiquiatras, los médicos están a la altura de su co­
metido total.
Lo que sucede en el enfermo en último térm i­
no y decisivamente, puede llamarse el “manifes­
t a r s e El enfermo puede lograr mayor claridad
respecto de su situación, primero al transmitírse­
le su saber y tener la certeza sobre determinados
detalles; segundo al mirarse al espejo, por así de­
cir, al aprender a saber acerca de sí mismo; terce­
ro, al hacerse transparente en el obrar interior en
que se trae a luz a sí mismo; cuarto, al evaluar y
realizar su manifestarse en comunicación existen-
cial. El proceso de clarificación es un esencial ras­
go básico de la psicoterapia, pero no se lo debe sim­
plificar, pues es un todo articulado que malogra­
mos cuando se toma un peldaño por otro. Y el pro­
ceso de clarificación, como el manifestarse del
hombre, va mucho más allá de lo que es accesible
en la psicoterapia sistemática, lleva a devenir él
mismo al hombre filosofante.
Formulado en los extremos, en la terapia tie­
ne un sentido radicalmente diferente que el médi­
co se dirija al ser uno mismo, busque fomentar el

131
proceso de clarificación en todos los peldaños y ac­
túe en la comunicación como parte de un manifes­
tarse, o que oriente sus esfuerzos por curar con
medios de la ciencia hacia mecanismos enfermos
del cuerpo o del alma. Puede ocurrir que, alcanza­
da la transparencia, se reordenen los mecanismos
enfermos, porque tal vez éstos entran en acción
cuando se vuelve falso el itinerario interior del
hombre por sus posibilidades existenciales. Sin
embargo, los mecanismos enfermos también pue­
den ser eficaces sin estos nexos, más aún, en re­
lación con verdaderos vuelos de la existencia. Ne­
cesitan entonces fundamentalmente un punto de
ataque distinto del que dan la psicología profunda
y la psicoterapia.
La polaridad más profunda dentro de la tera­
pia consiste pues en que el médico se dirija al acon­
tecimiento biológico científicamente investigable o
a la libertad del individuo. Es un error en relación
con la totalidad del ser hombre que el médico de­
je hundir al individuo en el acontecimiento bioló­
gico para su inspección, y asimismo que invierta la
libertad del individuo en un ser así, existente em­
píricamente como la naturaleza y factible de ser
utilizado técnicamente como medio de tratamien­
to. Puedo manipular la vida, pero sólo puedo ape­
lar a la libertad.

132
Las clases de resistencia en el hombre. La
decisión del enfermo respecto del tratamiento
psicoterapéutico
Hay en el hombre una triple resistencia. Esta
es en primer lugar la resistencia absoluta de un no
alterable en la esencia, sólo formable exterior-
mente; es en segundo lugar la resistencia de un es-
tructurable interiormente y en tercer lugar la re­
sistencia del ser uno mismo original. Respecto de
la primera puede hacerse algo análogo al amaes­
tramiento de los animales, con respecto a la se­
gunda echamos mano de la educación y la discipli­
na y con respecto a la tercera, de la comunicación
existencial. Cada indiviuo cae en sí mismo en es­
tas resistencias, se amaestra, se educa, se pone en
comunicación esclarecedora consigo mismo.
Cuando el individuo trata con el otro, éste se con­
vierte en objeto puro en el primer caso (el amaes­
tramiento); en el segundo (la educación) el indi­
viduo está en comunicación relativamente abierta,
pero a distancia, una distancia desde la cual acon­
tece una conducta planificadora, educativa; en el
tercero está presente como él mismo con el otro en
plena franqueza por solidaridad en el infortunio,
mutuamente en el mismo nivel.1El amaestramien­
to es una disposición ajena al alma. La educación
se sirve de los contenidos intelectuales, de los mo­

1 Sobre las formas de comunicación: cf. mi “Filosofía", to­


mo II, capitulo sobre comunicación.

133
tivos en una discusión que permanece bajo condi­
ciones autoritarias. La comunicación existencial
es una clarificación en mutualidad que se conser­
va histórica en su meollo, no significa ninguna in­
telección general aplicable en el caso aislado. Si al­
guna vez es real, no se convertirá en un instrumen­
to útil para su empleo terapéutico del que pudie­
ra disponerse, como cuando se proyectaba su apli­
cación.
A pesar de su necesidad de ayuda hay en el
hombre una aversión no sólo contra la psicotera­
pia, sino contra todo tratamiento médico. Hay en
él algo que quisiera ayudarse a sí mismo. Las re­
sistencias en él son resistencias que él quisiera do­
minar por sí solo. De ahí que Nietzsche pudiera de­
cir: “Quien da su consejo a un enfermo, desarro­
lla un sentimiento de superioridad con respecto a
él, ya sea que el consejo sea aceptado o rechazado.
Por esta razón, los enfermos orgullosos e irritables
aborrecen más a los consejeros que a su enferme­
dad”.
La cosa se sim plifica sólo cuando el enfermo
trabaja conjuntamente con el médico en la enfer­
medad, como en un extraño para ambos, pues en­
tonces su conciencia individual está a un mismo
nivel con la del médico frente al trastorno. Sin em­
bargo, si la psique se declara necesitada de ayuda,
el rechazo es sistemático. En el alma, el individuo
se siente completamente distinto como él mismo
de cómo se siente en el cuerpo. La resistencia de su
ser él mismo quiere por cierto entrar en belicosa

134
comunicación amorosa con otro ser él mismo, pe­
ro no ponerse en dependencia y conducción, que,
sin que él mismo pueda darse cuenta, debe condi­
cionar su vida interior (a diferencia de la conduc­
ción afirmada en el mundo para la acción y el lo­
gro). Premisa para admitir un tratamiento así es la
conciencia humana de debilidad que cree en gene­
ral necesitar tal conducción interior y entonces no
teme confiarse a un conductor espiritual personal
para su persona privada: el individuo no resigna
nada cuando deja acontecer algo que todos los
hombres necesitan. O la premisa es una concien­
cia específica de la enfermedad: el dictamen según
el cual yo estoy enfermo, se convierte en la condi­
ción de la decisión de dejarme tratar psíquicamen­
te, pues sólo quien está enfermo necesita terapia.
Pero nosotros sabemos de la multitud de sig­
nificados del concepto de enfermedad. Ser dicta­
minado como enfermo puede significar, por
ejemplo: “no poder dominar su proceso psíquico,
rendimiento deficiente, padecimiento, irresponsa­
bilidad por un fracaso, por instintos y sentimien­
tos, por actos”.
La decisión de reconocerse como psíquica­
mente enfermo significa algo así como una capitis
diminutio. Aquellas manifestaciones psíquicas
dudosas en este sentido, no son como un resfrío o
una neumonía, tampoco como la parálisis o un tu­
mor cerebral, tampoco como la demencia precoz o
la epilepsia, sino que se encuentra aún en el ele­
mento de la libertad. Necesidad de tratamiento sig-

135
niñea aquí reconocimiento de la pérdida de liber­
tad, donde en efecto la libertad está presente y al
mismo tiempo mantiene contradictoria su exigen­
cia. Pero cuando al final de una serie de m anifes­
taciones psíquicas está la irresponsabilidad por
falta de libertad volitiva, desde un principio es ne­
cesariamente limitada la posibilidad de confiarle
algo a tal individuo, traspasarle un cometido res­
ponsable, cooperar con él razonablemente. De ahí
la natural resistencia de todo individuo indepen­
diente, objetivo y creyente contra los procedimien­
tos psicoterapéuticos que penetran hasta las pro­
fundidades del alma y afectan al individuo en su
totalidad. Sin embargo, cuando son posibles las
técnicas psicoterapéuticas particulares, el hom­
bre no parece resultar afectado en total, como en
la hipnosis, la ejercitación autógena, la gim nasia
y algunos otros procedimientos, entonces no se
trata del alma del individuo sino, realmente, de un
medio psicotécnico sin proponerse otra meta que
la física (como la liberación de determinados tras­
tornos físicos). Pero aún entonces subsiste el inte­
rrogante de si el pudor y la propia estimación de es­
te individuo autorizan tales medios debido al lado
psíquico de estas técnicas.
Sea como fuese, no se puede negar que la de­
terminación de aceptar el tratamiento psicotera-
péutico significa realmente una determinación y
algo así como una decisión en el desarrollo de una
vida, ya sea para bien o para mal.

136
Metas y límites de la psicoterapia
¿Qué pretende alcanzar el enfermo cuando
acude al psiquiatra? ¿Cuál es para el médico la
meta del tratamiento? “La salud” en un sentido in­
definido. Unos consideran que “salud” es esa dis­
posición de vida despreocupada, optimista, trivial;
para otros es una conciencia de la constante pre­
sencia de Dios con una sensación de sosiego y con­
fianza, confianza con respecto al mundo y el futu­
ro. Un tercero se siente sano cuando toda la mise­
ria de su vida, sus actos condenados por él mismo,
todo lo malo de su situación queda cubierto por
ideales engañosos e interpretaciones embellece­
doras. Y tal vez no sea exiguo el número de aque­
llos cuya salud y dicha son fomentadas de la me­
jo r manera mediante el tratamiento del doctor Rel-
ling (Cf. El pato salvaje de Ibsen) quien dice de su
paciente: “Yo me preocupo de mantener en él la
mentira de la vida” y que bajo la caricatura de la
“fiebre del examen de conciencia” opina: “Quítele
a un hombre mediocre la mentira de la vida y al
mismo tiempo le quitará la dicha”. Si la veracidad
es un camino deseable de la terapia —afirmado por
nosotros sin reservas— entonces es un prejuicio
sostener que la falta de veracidad hace enfermar.
Hay individuos que prosperan en su vitalidad en
forma excelente con una taimada falta de veraci­
dad respecto de sí mismos y del mundo. Tanto más
es necesaria una reflexión acerca de qué es la cu-
racióny además, sobre los límites de todos los es­

137
fuerzos psicoterapéuticos, aun cuando es imposi­
ble dar una respuesta definitiva a estas preguntas.

1. La pregunta, qué es la curación: En toda te­


rapia, la condición tácita es que no se sabe lo que
es la curación. En la mayoría de los casos no hay
problema alguno cuando se trata de enfermedades
somáticas. Pero es diferente en el caso de las neu­
rosis y psicopatías. La curación está en relación in­
disoluble (una relación que encierra en sí la verdad
y la falsedad), aun cuando de ninguna manera
unívoca con aquello que se llama fe, concepción
del mundo, ética. Es una ficción que el médico se
limite aquí a aquello que rige para todas las ideo­
logías y religiones en común como lo objetivamen­
te deseable, como la salud.
Un ejemplo: H. J. Schultz discute la finalidad
de la terapia en relación con los “estados de ensi­
mismamiento autógenos” investigados por él. Es­
tos no estarían ligados a la postura filosófica, ya
que para la psicoterapia “el hombre es la medida
de todas las cosas”; servirían a “la autorrealización
singular en armonía con la vida”, la “autorrealiza­
ción del paciente”; el “desarrollo y la estructura­
ción de la humanidad plena armónicamente libe­
rada” es la misión suprema de la psicoterapia. El
ensimismamiento autógeno fomentaría mediante
“la introspección autodeterminada el trabajo que
corresponde a la personalidad realizado en la pro­
pia personalidad”. ¡Qué formulaciones dudosas y
ambiguas! Estos estados de ensimismamiento se

138
han utilizado desde hace milenios en la técnica yo­
ga, en todos los métodos de meditación mística, en
los ejercicios de los jesuitas. Pero ésta es la diferen­
cia: La meta era el sentido del ser de una experien­
cia, algo incondicional y absoluto, no una técnica
psicológica, ni el hombre en su condición em píri­
ca supuesta como inmanente y perfeccionable. A l
dejar caer Schultz cada una de tales realizaciones
de fe, conserva sólo la técnica (que, en consecuen­
cia, ha revisado empíricamente por primera vez en
la historia en forma pura y metódica). Deben per­
dérsele los efectos profundos sobre la conciencia
del ser del hombre, el origen de las experiencias
metafísicas y de este modo el entusiasmo existen-
cial y la amarga gravedad; pero al limitarse a la ac­
ción médica empírica, necesita pues involuntaria­
mente esas fórmulas de la meta del tratamiento,
que —como fórmulas que sustituyen de anteriores
impulsos de fe— establecen una concepción espe­
cífica del mundo (más o menos el individualismo
burgués en su forma derivada de los estamentos
de la era de la humanidad goetheana, de la que
ciertamente J. H. Schultz está bastante lejos).
Pues en ellas se hace referencia al último destino
del hombre, si bien no se profundiza en ese
aspecto.
Opongamos a ésta el enunciado de v.
Weizsácker: “Precisamente el último destino del
hombre jam ás puede ser objeto de la terapia, sería
una blasfemia”, de este modo está aquí expresa­
mente presente la indefinición del fin. “Si lo logra­

139
mos, podemos mantener dentro de ciertos límites,
dentro de determinadas pautas muchos sucesos
patológicos’’ y v. W eizsácker sabe que el fin no es­
tá determinado sólo por la ciencia ni por la huma­
nidad, sino de manera muy palpable por otra co­
sa en el mundo:
“si quisiéramos tomar la postura puramente
humana, ésta incidiría en sus lím ites en un orden
estatal”.
La finalidad de los esfuerzos psicoterapéuti-
cos es denominada otras veces como salud, como
capacidad de trabajo, como capacidad de rendi­
miento y capacidad de goce (Freud), como incorpo­
ración en la comunidad (Adler), como gozo crea­
dor, como capacidad de dicha. Precisamente, la in­
definición y la ambigüedad de las formulaciones
evidencia su cuestionabilidad.
Es imposible librarse en los procedimientos
psicoterapéuticos de los motivos filosóficos de la
determinación del fin. Se los puede encubrir, se
puede permitir que se transformen caóticamente,
pero no se puede desarrollar ninguna terapia pu­
ramente médica por derecho propio y motivación
propia. Esto se remonta hasta la interpretación de
los síntomas aislados. Por ejemplo, se considera
por lo común como un fin curativo lógico ahuyen­
tar laangusUa. A l respecto, sigue siendo cierto lo
que dice v. Gebsattel: “Por seguro que sea aspirar
a una vida sin miedo, tan dudoso parece que sea
realmente digna de aspirar una vida sin angus­
tia... Quisiéramos creer que una gran cantidad,

140
precisamente de individuos modernos, vive libre
de angustia por una falta de imaginación y por así
decir pobreza de corazón, una libertad que repre­
senta el reverso de una profunda pérdida de liber­
tad, de modo que la provocación de la angustia y
con ello el despertar de una humanidad viva po­
dría ser precisamente la estricta misión de una
persona, a quien domina el eros poidagogos.
Encontram os en Prinzhorn finalidades
opuestas cuando por un lado afirm a el carácter de
sectas de las escuelas psicoterapéuticas como
inevitable y por otro ve el futuro de la psicoterapia
en su asimilarse a la práctica de la medicina inter­
na. Prinzhorn expresó la imposibilidad de una psi­
coterapia filosófica autónoma. También él impone
al psicoterapeuta supremos cometidos, lo ve “co­
mo mediador para llevar del aislamiento angustio­
so a la plenitud de vida, a una nueva comunidad,
al mundo, tal vez a Dios”, pero puede ser este me­
diador ya sea por particularidad personal dudoso,
no objetivo, sin una instancia en cuyo nombre ac­
túa y habla, o bien, pertenecer a “comunidades
culturales cerradas de carácter religioso, estatal o
político” que son las únicas capaces de dar una
respuesta a la cuestión de una instancia. “La des­
personalización sólo puede resultar convocando
un poder superior, en cuyo nombre actúa el tera­
peuta. Por lo tanto, el carácter de secta de las es­
cuelas psicoterapéuticas no es un haberse aparta­
do del camino, sino la consumación de un proce­
so inevitable”.

141
2. Límites de la psicoterapia. El fin del trata­
miento debe ser determinado por aquello que es
posible lograr. La psicoterapia tiene lím ites insal­
vables. Sobre todo dos:

a) La terapia no puede reemplazar lo que la vi­


da misma aporta Por ejemplo, sólo en la comuni­
cación del amor en un destino compartido a través
de las fases de la vida puede lograrse esa transpa­
rencia en la realización del ser, mientras qué la cla­
rificación en el procedimiento psicoterapéutico no
deja de ser un objetivo limitado, teórico y ligado a
una autoridad. Solamente la intervención recípro­
ca consigue lo que jam ás se puede lograr como es­
fuerzo profesional repetido para muchos. Además,
la vida misma debe traer al mundo los cometidos
responsables, la seriedad del trabajo, que ningu­
na terapia puede arreglar artificialmente.
b) La terapia se ve frente al original ser así de
un individuo, que ella no puede cambiar. Mientras
que yo, en mi libertad, enfrento a mi ser así como
algo que puedo cambiar o transformar al asumir­
lo, la terapia del otro debe contar con algo inmu­
table. Hay un carácter de la esencia perdurable, lo
innato. Pero no es posible decir categóricamente
en el caso aislado qué es eso, si bien todo médico
ha hecho la experiencia fundamental que sé trata
de una resistencia invencible, contra la cual es
inútil todo intento de curación en tanto ese ser así
sea un padecimiento. Frente al ser así, la terapia
es ineficaz. La postura básica psicoterapéutica só­

142
lo podrá seguir siendo honesta si lo reconoce. Ex­
plicar qué es lo inmutable, volver a reconocerlo y
elevarlo al plano de la diagnosticidad es el cons­
tante acicate del psicopatólogo pensante cuando
se encuentra en la tensión del interrogante entre
lo que puede tomar como se da y lo que puede ha­
cer aflorar mediante su influencia. Pero queda de
este modo un amplio distrito para la conducta con
respecto al ser así. Se lo encubre (la terapia tiene
la finalidad de tranquilizar y engañar); se toman
medidas ut áliquid fíat, no se cura una enferme­
dad; se crea la atmósfera de una asistencia altruis­
ta, se secunda la mentira de la vida, se evita “en­
trar en contacto demasiado cercano” con el indivi­
duo, o bien se procede abiertamente, se busca lle­
var al hombre en su ser así a la comprensión de sí
mismo apropiada para él, no se empeña en redi­
mirlo, sino en clarificarlo. Aun para los psicópatas
y toda clase de caracteres, el sentido es hallar una
forma de vida. Donde existe realmente un propio
ser en lo anormal, rige tal vez la tesis de Nietzsche
de que a cada ser, a cada infeliz, malo, a cada ser
excepción le corresponde una filosofía propia. Te­
rapéuticamente, la última resignación, la pacien­
cia aun frente a los individuos más extravagantes
y desagradables, es la “indulgencia psiquiátrica”.
Frente a la realidad del medio ambiente y la
existencia del propio ser así como límites de los es­
fuerzos terapéuticos, la terapia vuelve a transfor­
marse, al final, en un cometido filosófico. Cuando
elige el volverse transparente en lugar del encubri­

143
miento, debe enseñar tanto modestia y resigna­
ción, como también el echar mano de las posibili­
dades positivas —un cometido que evidentemen­
te ño es realizable en una postura básica psicoló­
gica ni médica, sino sólo en una postura filosófica
creyente, en la cual médicos y pacientes están li­
gados.

El papel personal del médico


En el trato del médico con el paciente —así lo
hemos visto— está dada la situación de la autori­
dad que puede ser beneficiosamente eficaz. Si en
raros casos se alcanza la verdarera comunicación
ésta vuelve a perderse enseguida si no se renuncia
por completo a la autoridad. Pero donde la autori­
dad es pertinente, como en la mayoría de los casos,
el médico no debe derivar jam ás de su situación fí­
sica, sociológica y psicológica de superioridad,
una superioridad absoluta, como si el otro ya no
fuera un ser humano como él. La postura de la au­
toridad es como la del naturalista un miembro, pe­
ro nunca el todo en la posición del médico respec­
to del paciente.
Cuando se trata de psicoterapia, la exigencia
en cuanto a la intervención personal del médico es
tan extraordinaria que su cumplimientación, si se
hace, sólo puede ocurrir en forma aislada. V.
Weiscsácker formula esta demanda: “Sólo cuando
la naturaleza en el médico es tocada, contagiada,

144
excitada, asustada, conmovida por la enfermedad,
sólo cuando la enfermedad se transmite a él, se
continúa en él, es atribuida a él mismo a través de
su conciencia, sólo entonces y en la extensión en
que esto ocurra, es posible su superación a través
de él”.
Pero la mayoría de las veces la comunicación
se desvirtúa por las típicas necesidades del enfer­
mo. Una de las relaciones de hombre a hombre,
que es importante para el psiquiatra es la "trans­
ferencia!' descrita por Freud, de sentimientos de
veneración, amor, pero también hostilidad hacia el
médico. En el tratamiento psicoterapéutico esta
transferencia es algo inevitable y constituye un es­
collo peligroso si no se lo reconoce y salva. Ciertos
médicos gozan en esa posición de superioridad
que les es impuesta por el paciente. El esfuerzo de
algunos otros médicos por eliminar estas transfe­
rencias, este someterse y hacerse dependiente,
esa unilateralidad de una relación de tinte erótico
para establecer solamente la deseada relación de
la comunicación comprensiva en un mismo nivel,
naufraga en las necesidades elementales de los
pacientes que anhelan a un amado Salvador.
El neurólogo responsable hará de su propia
psicología, la psicología del médico, objeto de una
reflexión consciente. Entre médico y paciente no
existe claramente una relación unívoca: la infor­
mación profesional, la asistencia cordial a un mis­
mo nivel, la autoridad de sus prescripciones, todo
esto tiene un sentido diferente en esencia. Am enu­

145
do, entre el médico y el paciente hay una lucha, a
veces una lucha por la supremacía, a veces una lu­
cha por la claridad. Toda iluminación profunda só­
lo es posible a partir de una autoridad absoluta en
la que se cree o en reciprocidad, de manera tal que
el médico debiera iluminarse a sí mismo tan bien
como al paciente.
Lo que puede ser un psiquiatra terapeuta en
nuestros tiempos, no lo representa objetivamente
la instrucción. Es inevitablemente filósofo , ya sea
esto consciente o inconsciente, disciplinado o caó­
tico, metódico o casual, serio o frívolo, por incon-
dicionalidad o adaptación a las coyunturas socio­
lógicas; Es como es, no por la instrucción, sino por
el ejemplo que transmite. El arte de la acción tera­
péutica, del trato, de la forma, del gesto y de la pos­
tura no se somete a reglas. No se puede anticipar
cómo habrán de mostrarse y actuar históricamen­
te la razón y la humanidad, la sensatez y la since­
ridad. La máxima posibilidad se expresa en el
enunciado hipocrático: iccxpóq <pi^óao<poq íoó^eoq.

Tipos» de conducta neurológica


La entidad del psiquiatra exitoso satisface las
necesidades y el anhelo de los individuos “nervio­
sos”, pues, quien es “exitoso” determina la masa de
pacientes, no el valor o la “exactitud” de las opinio­
nes y de la conducta de un facultativo. Esto expli­
ca que el mayor éxito no lo hayan tenido los psi­

146
quiatras, sino (en épocas pasadas) los chamanes,
los sacerdotes y fundadores de sectas, los tauma­
turgos, confesores y padres espirituales. Citare­
mos algunos ejemplos: Los “excercitia spirituaUa!”
de San Ignacio de Loyola de tan poderosa eficacia,
constituían una acertada cura psíquica con el fin
de dominar a voluntad y provocar o reprim ir a vo­
luntad las emociones, sentimientos o pensamien­
tos; las técnicas yoga y los ejercicios de meditación
de los budistas tuvieron un efecto extraordinario;
en nuestros días el “movimiento de la cura
afectiva” en América o las curas milagrosas de
Lourdes pueden evidenciar por cierto “éxitos” ma­
yores que los psiquiatras (en cuanto a la cantidad).
A algunas personalidades, las menos, la filosofía
estoica les ayuda a mantener su propia “salud”, a
otras, en menos número aún, la brutal sinceridad
nietzscheaniana contra sí mimos.
Todos estos movimientos también registran
fracasos junto a los éxitos. Se informa de la “locu­
ra religiosa” causada por los excercitia spirituaUa;
se sabe cómo confunde Nietzsche a los individuos
que carecen de una buena predisposición. Si me­
diante el psicoanálisis típico de Freud también se
obtienen sonados fracasos, empeoramiento de los
síntomas y sufrimientos torturantes, esto se da en
todos los métodos de acción sobre la psique cuan­
do se los hace extensivos a todos los individuos,
pues a un determinado tipo le “sienta” tal método
y a otro uno distinto. Lo que tiene éxito en una épo­
ca es característico de las personas de esa época.

147
Nuestra era se caracteriza por la circunstan­
cia de que los psiquiatras hacen en la actualidad
en forma secularizada lo que antes se realizaba
según un fundamento de fe. La base médica con su
inventario de conocimientos científicos imparte
por cierto el color constante, pero, quiéralo o no, el
médico siempre sigue ejerciendo una influencia
psíquica y moral. Dado que nuestra era ha im ­
puesto un papel que le obliga a cumplir cometidos
de proporciones cada vez mayores y que antes in­
cumbían al sacerdote y al filósofo, ha surgido una
variedad de tipos médicos. Como falta la unidad de
una fe, las necesidades permiten muchas posibi­
lidades en los pacientes y en los médicos. La con­
ducta del psiquiatra no sólo depende de su con­
cepción del mundo y de aquello que él quisiera al­
canzar instintivamente, sino también de la presión
que la naturaleza de sus pacientes ejerce sobre él,
siempre inadvertidamente. Desde luego que exis­
ten muy diversos tipos de psiquiatras terapeutas.
Podemos distinguir entre ellos un grupo que es el
de los desviados. Estaba el fanático que mediante
sus métodos de tratamiento sin ninguna base
científica, ya fuera la electricidad, la hipnosis, eli­
xires, polvos o píldoras, juraba tener el remedio
para todos los males y por la influencia de su per­
sonalidad dominante lograba por doquier éxitos
que, posiblemente, se debieran a pura sugestión.
También estaba el farsante que obrando desho­
nestamente para consigo mismo y los pacientes en
un intercambio psicoterapéutico, satisfacía todas

148
las necesidades posibles de su propia persona y de
los pacientes (ansias de poder, impulsos eróticos,
afán de sensacionalismo). Hay un tono y un esti­
lo característicos en los escritos de tales círculos:
teorías fantásticas que desdeñan todas las otras
opiniones, un sentimiento de superioridad nacido
de la ingenua o atrevida aseveración de los dueños
de la verdad auténtica, una tendencia a lo patéti­
co y lo grandioso, una interminable repetición de
las posiciones simples, la forma de “dicta” defini­
tivas que consideran toda contradicción como fini­
quitada. También está el médico honrado que se li­
mita conscientemente a lo somático y no obstan­
te conforme a su razón ejerce involuntariamente
una influencia educadora tanto mejor cuanto no lo
mueve tal propósito. Está además el escéptico que,
dotado de una formación científica universal, ve la
realidad desnuda, pero aún alimenta dudas en to­
das partes respecto de los conocimientos. Es por
cierto un médico que sabe aconsejar, procurar ali­
vio y enseñar, pero no es un médico patético y re­
volucionario en profundidad.
Cuando intento caracterizar un tipo que, en la
era científica, fluctúa entre las paradojas de los co­
metidos, pero toca las dimensiones psíquicas y tie­
ne el más decisivo de los éxitos, veo el siguiente
cuadro: La medicina somática, la fisiología y las
ciencias naturales constituyen para él un sólido
respaldo, de ahí que predomine frente al enfermo
una postura de observación empírica y de dictami-
nación objetiva, en suma una concepción razona­

149
ble de la realidad. Difícilmente este médico caiga
en un fraude, se entregue a un dogma, a un fana­
tismo, a una decisión terminante. Pero tampoco
tendrá convicciones básicas ni un saber del saber,
por esta razón tratará todas las tesis y hechos rea­
les, procedimientos y términos como ubicados en
un plano homólogo de la ciencia. Carecerá de una
estructura organizada de su pensamiento, lo cual
considerará una ventaja y justificará con su orien­
tación empírica o con el supuesto valor heurístico
de las ideas más arbitrarias. La autoridad de la
ciencia reemplaza la pérdida de todas las otras au­
toridades. Vive en la atmósfera de una transigen­
cia y conciliación universales que sólo es quebran­
tada en casos raros en los que se vuelve con sen­
timiento ético contra las fuerzas que amenazan su
profesión. No hay seriedad absoluta del afirmar.
En la indiferencia de la tendencia escéptica bási­
ca lo esencial es el gesto eficaz y también el méto­
do científico se vuelve gesto, las ideas científicas
son examinadas en cuanto a su éxito en el medio
ambiente y en el paciente y de acuerdo con ello es­
cogidas. Es por así decir un auténtico desempeño
teatral inconsciente, ajustado a la situación. Fren­
te a la realidad de las posiciones filosóficas, la una
es cierta para él en su especie y la otra también es
útil y no menos cierta. El profundo escepticismo
permite dejar al pobre individuo enfermo y necesi­
tado de apoyo —según el caso y la situación— un
espacio para los sueños y los artículos de fe grati­
ficantes. El engaño mismo como lo inevitable es lo

150
que cabe dominar y utilizar inteligentemente. De
ahí la postura solemne con el agregado de la son­
risa escéptica, esa dignidad acompañada de iro­
nía, esa amabilidad dominante, esa aptitud para
escuchar todo lo extraño. Tales médicos son un fe­
nómeno en la transición del pasado mundo de la
fe y de la formación a la vida positivista, materia­
lista. En el primero todavía eran versados en cuan­
to a la tradición y vivían de ella como de un capi­
tal cada vez más dilapidado, pero en la nueva vida
saben orientarse. Por esta razón no se los puede
llevar en ninguna parte a un principio. Si parecie­
ra que se los podría llevar a los principios de la era
(el éxito, la utilidad, el método científico, la bús­
queda de técnicas y de gestos de lo eficaz en cada
caso) y si se creyera no verlos ya como ellos mismos
en ninguna parte, sino sólo en actividad, entrega­
dos con todo entusiasmo a su trabajo, sin axiomas
absolutos, vacilaríamos. Es como si una chispa de
infinito saber tomara forma en ellos “en medio del
tiempo”, en el paso de una era a la otra.
Si buscamos el ideal del psiquiatra, según el ti­
po que aúna la base científica del escéptico con la
fuerza de una personalidad influyente y la serie­
dad de una creencia existencial, podríamos pen­
sar en las palabras de Nietzsche y advertiríamos en
ellas una sinuosidad: “No existe en el presente pro­
fesión alguna que permita ascender tan alto como
la del médico sobre todo después que a los médi­
cos espirituales, los llamados curadores de almas,
ya no se les permitió practicar sus exorcismos con

151
la aprobación pública y uno más instruido les ce­
de el paso. Ahora no se busca alcanzar la máxima
formación intelectual del médico si éste conoce los
mejores y más nuevos métodos para curar, está fa­
miliarizado con su empleo y sabe hacer esos razo­
namientos que se remontan de los efectos a las
causas, que hacen famosos a los diagnosticado-
res. Además, debe poseer una elocuencia que se
adapte a cada individuo y lo conmueva, una viri­
lidad capaz de ahuyentar por su sola presencia la
pusilanimidad (el gusano que carcome al enfer­
mo), una ductilidad diplomática en la mediación
entre aquellos que necesitan alegría para su cura­
ción y aquellos que por consideraciones hacia la
salud deben (y pueden) causar alegría, la sagaci­
dad de un policía y un abogado capaces de enten­
der los secretos de un alma sin delatarlos. En re­
sumen, un buen médico necesita actualmente de
las artimañas y los privilegios de todas las demás
clases profesionales. Así pertrechado, está enton­
ces en condiciones de convertirse en un benefac­
tor de toda la sociedad”.
La clase de psiquiatra en que nos convertimos y
el tipo que consideramos “ideal” no dependen de la
fundamentación científica. A l psiquiatra deben
exigírsele necesariamente conocimientos de m edi­
cina somática y form ación psicopatológica, ambos
de orientación científica. Sin esta base sólo puede
ser un charlatán, pero con esta base, dista de ser
aún un psiquiatra. La ciencia es sólo uno de los au­
xiliares. Falta mucho más aún. Entre las condicio­

152
nes personales previas juega un papel la amplitud
de horizonte, la capacidad de em itir provisoria­
mente un juicio apreciativo, de ser abnegado, real­
mente desprejuiciado (una capacidad que sólo se
presenta en personas que poseen originalmente
acentuadas valoraciones y un carácter bien perfi­
lado), por último, un calor y una bondad de cora­
zón originales. Es evidente que un buen psiquiatra
sólo puede construir un raro fenómeno. También
entonces el neurólogo suele ser bueno sólo para un
determinado círculo de personas con las que tiene
afinidad. Un psiquiatra para la generalidad es un
imposible; las circunstancias obligan sin embargo
al psiquiatra y le imponen cómo deber tratar a to­
do individuo que se confía a él. Ese hecho debe ha­
cerlo perseverar en la modestia.

Lo pernicioso de la atmósfera psicológica


Los creyentes y las personas dadas a filosofar
realizan su transparencia impremeditadamente
en relación con su labor objetiva, en la conducción
a través de contenidos e ideas, a través de la ver­
dad y de Dios. La reflexión sobre si mismo puede
constituir un medio por este camino, pero jam ás
tiene poder por su propio peso sino que sólo es re­
almente eficaz en virtud de ese ser que adopta es­
te medio. Si, por el contrario, la autorreflexión en
calidad de contemplación psicológica se convierte
en atmósfera vital, el individuo se precipita en un

153
abismo. Pues la realidad de su vida psíquica no es
aún en sí el ser, sino la morada de su experiencia.
En la psicoterapia reside una peligrosa tendencia
a hacer del individuo un objeto final en su realidad
psíquica. El hombre que hace un dios de su alma
por haber perdido al mundo y a Dios, se encuen­
tra al final en la nada.
Falta la arrebatadora impetuosidad de las co­
sas, de los contenidos de fe, de las imágenes y los
símbolos, de las misiones, de lo necesario en el
mundo. Por el camino de la autorreflexión psicoló­
gica es imposible alcanzar lo que sólo es posible
por la entrega del ser. De ahí, la radical diferencia
en la eficacia de los ejercicios psíquicos de los
psiquiatras prácticos desde el punto de vista psi­
cológico, y los ejercicios de los sacerdotes, místicos
y filósofos de todos los tiempos, históricamente di­
rigidos a Dios o al ser, entre la expresión y el au-
todesnudarse ante el médico y la confesión. Aquí
la realidad trascendente es decisiva. Un saber psi­
cológico acerca de cómo algo es posible en el alma
y una orientación del esfuerzo hacia la provoca­
ción psicológica de esto deseado, nunca consigue
que en mí se haga realidad. El hombre debe preo­
cuparse por las cosas, no por sí mismo (o por sí
mismo sólo como un camino); debe preocuparse
por Dios, no por la fe; por el ser, no por el pensar;
por lo amado, no por el amar; por la obra, no por
el experimentar; por la realización, no por las po­
sibilidades -o más bien por cada uno de por la fe,
por el pensar, el amar, el experimentar, las

154
posibilidades sólo como puente, y no por sí mismo.
En la atmósfera psicológica se desarrolla una
pastura de vida egocéntrica -precisamente al pen­
sar y querer también lo opuesto a ella-, el hombre
como este sujeto se convierte en medida de todas
las cosas. La consecuencia de la absolutización del
saber psicológico como el supuesto saber del ver­
dadero acontecer es una relativización existen-
cial.
Nace de una específica impudicia, de una ten­
dencia a desplegar las entrañas psíquicas, de un
poder decir aquello que precisamente se destruye
al decirlo, de una curiosidad respecto délas viven­
cias, de una impertinencia hacia el otro como
realidad psicológica.
La suciedad presente en la atmósfera psicológi­
ca se hace perceptible en contraposición a la lim­
pieza del médico científico, que ignora lo psíquico
y seguramente pierde mucho en ello, pero practi­
ca en su campo una terapia clara y eficaz. O tam­
bién, en contraposición a la limpieza de la vigoro­
sa fe que, dentro de lo factible del saber, hace lo po­
sible y lo otro lo soporta, y confía a Dios, sin saber­
lo, violentarlo ni denigrarlo supuestamente en lo
psicológico.
Pero es necesario conocer el peligro de la psico­
logía para evitarlo. La psicología y la psicoterapia,
jam ás finalidad propia en su objeto y propósito,
son un camino inevitable cuando se ha alcanzado
un alto grado de conciencia.

155
La organización pública de la psicoterapia
El cuidado de los enfermos mentales en los hos­
pitales hizo surgir hace un siglo y medio pequeños
mundos. Los psiquiatras materializaron una idea
para llevar el mal a una medida mínima de perjui­
cio para los enfermos y la sociedad. Las enferme­
dades del sistema nervioso pasaron a ser compe­
tencia de clínicas independientes y de los
psiquiatras. No existe una relación cercana de las
neurosis y psicosis endógenas respecto de las en­
fermedades psiquiátricas conocidas y la relación
respecto de todos los demás males somáticos es
prácticamente menos cercana. Provisoriamente,
la psicoterapia fue practicada por los psiquiatras,
neurólogos e internistas. No hubo para ello orden
ni principio. No fue sino hace algunos decenios
cuando la psicoterapia se convirtió prácticamente
en una carrera. Surgió la clase de los psicotera-
peutas en su mayoría médicos, complementados
por psicólogos terapeutas de formación no médica.
La psicoterapia fue objeto de difusión en sus pro­
pias revistas. Los congresos de psicoterapeutas
llegaron a contar más de 500 participantes. En
1936, sucedió algo fundamentalmente novedoso,
cuando fue fundado en Berlín el “Instituto alemán
de investigación psicológica y psicoterapia” y
puesto bajo la dirección de M. H. Góring. De este
modo se dio el paso para convertir la psicoterapia
en institución.
La psicoterapia debía probarse en la realización

156
pública como un miembro autónomo de las apti­
tudes terapéuticas médicas. Esto exigía que el
ejercicio de la profesión fuera regido por condicio­
nes que aseguraran su óptima realización; que se
hicieran posibles la instrucción y la enseñanza,
que los conocimientos psicológicos necesarios se
fomentaran en cuanto a métodos en relación con
la práctica. De esto derivó que los esfuerzos has­
ta entonces dispersos debieran aunarse. Las pri­
meras experiencias realizadas cuando cada cual
hacía ensayos por su cuenta, y lo que se desarro­
lló en los pequeños círculos o escuelas, debió con­
formarse como un todo. El instituto buscó el inter­
cambio y la acción recíproca de todas las potencias
del saber y la capacidad psicoterapéuticos. Se
buscó zanjar antinomias, realzar lo común de to­
da psicoterapia, la unidad de la idea. Un policlínico
prestó asistencia en creciente extensión. La redac­
ción regular de las historias clínicas había de pro­
veer una amplia base de investigación. Tal vez por
este camino podrían surgir por primera vez un
gran número de verdaderas biografías psicotera-
péuticas.
El principal defecto de esta primera institución
fue su separación de la clínica psiquiátrica. Los
psicoterapeutas, que por propia experiencia no
tienen un conocimiento sistemático de la psicosis
y de la práctica del trato con ellas en el hospital y
en la sociedad, cometen fatales equivocaciones en
sus diagnósticos y también quedan con demasia­
da facilidad a merced de las fantasías y absurdida­

157
des que abarcan tanto espacio en la literatura psi-
coterapéutica. Sin el conocimiento ampliamente
fundado de las realidades de la psicosis y sin el co­
nocimiento de ellas buscado con pasión, toda ima­
gen del hom bre y por ende toda antropología no
puede m enos que contagiarse de cierta fragilidad
de lo realista. Pues para la intuición del hombre
son tan necesarios el chocar con lo real impenetra­
ble de lo incom prensible como la apertura para la
posibilidad de la libertad.
Esa intuición del choque no es segura sino a tra­
vés de la psiquiatría, y esa apertura es lograda a
través de la filosofía. La psicoterapia no puede
subsistir a partir de su propio origen.
Hemos visto que la psicoterapia tiene una raíz
médica, pero como un hecho de ¡a era ha rebasa­
do el ámbito médico. Es un fenómeno de una épo­
ca de pobreza religiosa en el sentido de la tradición
eclesiástica. En la actualidad, la psicoterapia no
sólo pretende intervenir en los casos de neurosis,
sino también ayudar al hombre en su aflicción aní­
mica y en su carácter. No guarda con la confesión,
la catarsis psíquica, la guía del alma de la edad de
la fe, una relación de tradición, sino un nexo de
sentido. Eleva sus demandas y hace promesas que
a los hombres no les importan. Todavía es incier­
to lo que será de ella.
Como todas las empresas humanas, la psicote­
rapia entraña también sus peligros específicos. En
vez de indicar vías curativas frente al apremio,
puede convertirse en una suerte de religión pare­

158
cida a la de las sectas gnósticas de hace un mile­
nio y medio, puede convertirse también en susti­
tuto de la metafísica y el erotismo, de la fe y del an­
helo de poder, en terreno donde repercutan impul­
sos inescrupulosos. A pesar de sus pretensiones
aparentemente elevadas podría, de hecho, nivelar
y trivializar el alma.
Sin embargo, frente a todos los peligros la psico­
terapia tiene a mano los recursos defensivos que le
da el sentido de su saber, pues el psicoterapeuta
conocedor sabe elucidar con mayor claridad los
extravíos y, en consecuencia, es tanto más culpa­
ble cuando es víctima de ellos. Pero no es sino la
institución la que es capaz de desarrollar formas
de existencia, dar preceptos y disposiciones, me­
diante los cuales no sólo se realiza la transmisión
de la ciencia y el arte en toda su extensión, sino
también pueden contrarrestarse los peligros.
Cabe esperar que con el tiempo surja de la prác­
tica y del saber una idea estructurada de la reali­
dad psicoterapéutica, bajo la forma de una institu­
ción. Esto es competencia de las partes activas.
Aquí sólo son pertinentes algunas observaciones
fragméntenlas para invitar a la reflexión. Cons­
cientes de las extraordinarias posibilidades de la
psicoterapia buscamos claras diferenciaciones.
No se trata de esbozar la imagen de una realidad,
tal como se presenta en alguna parte o se presen­
tó, sino sólo de señalar algunos principios para la
construcción de la idea. Se tocan así posibilidades
extremas. Sólo el pensamiento haciendo punta en

159
simplificada trayectoria lineal puede ser un ins­
trumento para cuestionar la realidad vigente.
La dificultad fundamental consiste en que en es­
ta práctica que se Orienta hacia el ser hombre en
su totalidad se impone al médico la exigencia de
ser más que mero médico. De este modo, el saber
cae en una situación radicalmente distinta de la
que es puramente psieopatológica.
1. La exigencia de autoesclarecimiento delpsicote-
rapeüta. Que el médico debiera permitir hacerse a
sí mismo lo que le hace al enfermo, que tendría que
probar su arte en su propia persona, sería una exi­
gencia errónea en el caso de las enfermedades por
causas somáticas. Un médico es capaz de tratar en
su paciente una nefritis en forma admirable aun
cuando descuidara y no diera el tratamiento ade­
cuado a la que le afecta personalmente, pero en las
cuestiones del alma la cosa es diferente. El psico-
teiapeuta que no se ilumina a sí mismo, tampoco
puede hacerlo correctamente con el paciente, por­
que la forma como lo hace permite que constante­
mente actúen en él impulsos no comprendidos,
ajenos a la cosa. Un psicoterapeuta que no puede
ayudarse a sí mismo, tampoco puede prestar ver­
dadera ayuda al paciente. Por tal motivo, la exigen­
cia de que el médico debe hacerse a sí mismo ob­
jeto de su psicología, es vieja. Recientemente, vol­
vió a ponerse a la altura de una exigencia básica.
Jung la formuló así (abreviada): “La relación entre
médico y paciente es una relación personal dentro
del marco impersonal del tratamiento médico... El

160
tratamiento es el producto de una influencia recí­
proca. En el tratamiento se produce el encuentro
de dos personas que junto a su conciencia tal vez
definida, aportan una vasta esfera indefinible de
inconciencia... Si llega a producirse una comuni­
cación, ambos son transformados... Inconsciente­
mente, influye en él el paciente y provoca cambios
en el inconsciente del m édico... Efectos que no po­
demos formular por cierto sino como a través de la
vieja idea de la transmisión de una enfermedad a
un individuo sano, que luego debe vencer con su
salud al demonio de la enfermedad... Reconocien­
do estas circunstancias, el propio Freud aceptó mi
demanda de que el médico mismo debía ser ana­
lizado. Esta demanda implica que en el análisis el
médico es tanto como el paciente...
“En consecuencia, la psicología analítica exige
una reaplicación del sistema objeto de creencias,
al médico mismo y ello en la misma forma despia­
dada y con las consecuencias y la duración que el
médico aplica al paciente... La exigencia de que el
médico cambie, para que sea capaz de cambiar
también al paciente es una exigencia impopular,
en primer lugar porque no parece ser práctica, en
segundo lugar porque el ocuparse de uno mismo
está sujeto a un prejuicio y en tercer lugar porque,
por momentos, es muy doloroso llenar uno mismo
todas esas expectativas que dado el caso se orien­
tan hacia su paciente...
"La más reciente evolución de la psicología ana­
lítica coloca en primer plano la personalidad del

161
médico mismo como factor de cura o su antítesis:
El médico ya no puede eludir su propia dificultad,
tratando las dificultades de otros.”
De aquí nació la demanda de las “prácticas di­
dácticas”. Quien no se haya sometido con tenaci­
dad a sí mismo (unas cien o ciento cincuenta ho­
ras en el curso de un año o más) a un análisis psi­
cológico profundo, no es apto para intervenir en
psicología con conocimiento de causa ni ejercer la
psicoterapia. “No queremos aprender en nuestros
pacientes, sino en nosotros mismos. No queremos
descubrir y guiar lo que el individuo posee de más
importante antes de habernos conocido y com­
prendido a nosotros mismos en cierta medida. Les
debemos esto a nuestros pacientes.” Por lo tanto,
la práctica didáctica debe ser una parte esencial en
la formación del futuro terapeuta. Esta demanda
es avalada con fuerza poco común, aun cuando
hay psiquiatras eminentes que, hasta donde sabe­
mos, no accedieron a someterse a un análisis psi­
cológico profundo. Al respecto cabe hacer la si­
guiente diferenciación:

a) El autoesclarecimiento es una exigencia verda­


dera e ineludible. La cuestión es sólo cómo se rea­
liza y si se requiere de la ayuda inmediata de otro
profesional que provoque a cambio de honorarios
el descubrimiento de las profundidades del alma.
No debemos confundir el proceso de revelación de
sí con el método del analizar entre personas. No
podemos asegurar qué habrá de estar a la altura

162
de la existencia. No se puede poner bajo control y
atestiguar lo que ocurre en el obrar interior, siem­
pre en forma única y por una sola vez. Por ello pa­
rece digno de considerar si el requisito del autoes-
clarecimiento no debiera procurar para su realiza­
ción el más vasto campo de acción de las posibili­
dades a ser escogidas en cada caso por uno mismo.
El individuo debe poder elegir si para el análisis
psicológico profundo se confiará a otra persona o
si indirectamente experimentará estímulos en el
contacto personal, o si en relación con las grandes
construcciones esclarecedoras (p. ej.: La enferme­
dad mortal de Kierkegaard) experimentará en su
vida histórica su revelación de sí, o si lo hará todo
simultáneamente. Si hacemos de lo más íntimo al­
go controlable desde fuera y nos aferramos al su­
puesto de que siempre habrá entre los psicotera-
peutas recibidos aquellos a quienes todo individuo
joven quisiera revelarse y confiarse sin reservas, se
corre el riesgo de hacer desistir de la elección de es­
ta profesión a personas eminentes, quizá las más
libres, humanas y sanas, precisamente aquellas
que estarían en condiciones de llevar a la psicote­
rapia a un nivel más elevado en la investigación y
en la práctica. Los fundadores de la formación psi-
coterapéutica institucional deben preguntarse (y
al hacerlo deben dejar que actúe su voluntad de es­
clarecimiento psicológico, libre de las propias tra­
diciones de la cátedra) si en el requisito del análi­
sis didáctico no reside por momentos algo así co­
mo la demanda oculta de una confesión y la fuen-

163
te de algo que pertenece a la formación de sectas,
pero no a la idea de una virtud curativa pública ge­
neral; o si aquí la verdadera idea del necesario au-
toesclarecimiento constante del psicoterapeuta se
mal entiende ella misma en la fijación a una forma
determinada que por un lado oscila entre el aná­
lisis con la presencia impersonal del terapeuta a
su espalda y la comunicación personal cara a ca­
ra. Mis suposiciones se confirmarían si algún día
se impusiera como condición una determinada
práctica didáctica sistematizada y una separación
de estas diversas prácticas didácticas entre las
cuales tendría que escoger el estudiante. Haría­
mos las paces en analogía a los pactos de toleran­
cia entre las confesiones, de las cuales cada una
espera secretamente ser ella sola la que finalmen­
te imperará como la única. De este modo, el carác­
ter filosófico del determinado tratamiento didácti­
co y todo el procedimiento quedaría expuesto co­
mo una formación sustitutiva de movimientos re­
ligiosos.
Para evitar descaminarse en la estrechez de lo
que en definitiva no son más que los aspectos de
una cosmovisión privada, no debiera caducar la
práctica didáctica, pero sí la exigencia de ésta co­
mo condición ineludible de la formación psicotera-
péutica. Quedaría entonces como indispensable
sólo la exigencia del autoesclarecimiento del psi­
coterapeuta que, no obstante, rehúye el control
objetivo, el examen y la comprobación. El conteni­
do de la enseñanza institucional tradicional no

164
puede ser sino lo asequible en general y objetiva­
mente válido, aun cuando en la práctica todo lo de­
cisivo llega a través de las personalidades que la
abrazan.
Toda profesión necesita la protección de una de­
terminada tradición. Una profesión naciente está
abierta en sus posibilidades o restringida por la
elección de su primera organización. A mí me pa­
rece que la elección de las prácticas didácticas en
calidad del criterio de diferenciación pondría pri­
meramente en un aprieto a varías escuelas que se
excluyen y se toleran en un comportamiento opor­
tunista, pero que en definitiva podrían llevar a es­
ta profesión a encallar. Es una cuestión decisiva si
consigue ganar la profundidad de la tradición en el
conocimiento práctico en tom o del hombre desde
Platón a Nietzsche como fundamento, elevar esta
profesión de lo médico en su sentido más estrecho.
Dicho de otro modo: todo movimiento intelectual
está presidido en su sustancia por los hombres a
quienes invoca como fundadores. Winckelmann
creó para la arqueología un nivel que se mantiene
hasta el presente, si bien la mayoría de sus tesis
perdieron validez. La nobleza de su carácter, la
profundidad de su pensamiento fueron decisivas.
Pero no debemos engañamos: sobre Freud, Adler
y Jung no se puede fundar ningún movimiento con
el elevado rango que cabe exigir de la psicoterapia.
El camino no se encuentra siquiera en su evitación
(pues uno se hace dependiente de aquello que
combate), sino sólo en el positivo adoptar la verdad

165
de la gran tradición. Esta podría ser reconocida y
apropiada en la experiencia presente a través de la
práctica de los psicoterapeutas que hoy realizan la
fundación en la situación de la decisiva transición.
Ellos deben crear la obra que no existe aún como
totalidad de una enseñanza que puede arrogarse
validez. Por último, no habría entonces ninguna
invocación al experimentar a un número de tipos
humanos apreciables, a lo s cuales deben pertene­
cer diversos métodos. Pues en tales simplicidades
indefinidas se desmorona el crear comprensivo
que distingue y muestra lo verdadero. Esto verda­
dero cuando ha sido tomado una vez de la profun­
didad de la tradición y se ha hecho real en una for­
ma actual, permitiría penetrar como de por sí lo va­
lioso, lo insuficiente, lo casual, lo destructivo en
los autores de la generación mayor, que aún hoy
siguen influyendo en forma anónima o expresa en
la psicoterapia que ellos pusieron en marcha.

b) Debemos distinguir entre psicologíaprofunda


esclarecedora y técnicas psicológicas. La consu­
mación de la psicología profunda significa a la vez
un ser adentrado en unos contenidos sustanciales
y unas intuiciones cuya vivencia se impone como
la obra de una cosmovisión y actúa por sugestión
inconsciente aún en estado de plena conciencia.
La consumación como tal significa ya una afirm a­
ción. En cambio, las técnicas psicológicas emplea­
das con fines curativos (la hipnosis, la ejercita-
ción autógena, los ejercicios, etc.) aportan expe-

166
riendas específicas que, por así decir, son obteni­
das a través de un nuevo instrumento. Se puede
exigir que las técnicas psicológicas que yo preten­
do aplicar en otros, debo haberlas ensayado y
practicado en mí mismo, y ello con la cooperación
y la supervisión dé expertos. Pero donde tales téc­
nicas son rebasadas en favor de lo histórico perso­
nal que, según su sentido, no puede hacerse ni
manifestarse como algo instrumental o acorde a fi­
nes, a pesar de todas las reflexiones acerca del mé­
todo, nunca puede haber técnica propiamente di­
cha. Entonces, a la inversa, es preciso hacerlo to­
do aquí, para no confundir nada. Es menester cul­
tivar el recelo que debe existir frente a la profun­
didad del inconsciente si habrá de desarrollarse y
compartirse; es menester evitar la tecnificación
para quedar abiertos con el propio ser. No se deben
esperar las condiciones personales de la profesión
psicoterapéutica como brotadas del aprender in­
tencional; exigen mucho más y entre esto lo que es
decididamente extrínseco a todo aprender.

2. Neuróticos y sanos. En el pasaje citado acer­


ca de la necesaria reaplicación del análisis sobre el
médico, Jung prosigue: “La autocrítica y la auto-
exploración indisolublemente ligadas con esta
cuestión harán necesaria una interpretación del
alma completamente diferente de la meramente
biológica vigente hasta ahora, pues el alma del in­
dividuó... no sólo es el enfermo, sino también el
médico; no sólo el objeto, sino también el sujeto...

167
Lo que antes era método de tratamiento médico, se
hace aquí método de la autoeducación..» de este
modo la psicología analítica rompe los grilletes que
la tenían hasta ahora presa al consultorio del mé­
dico. Pone el pie en ese gran vacío que fue hasta
ahora la desventaja psíquica en las culturas occi­
dentales respecto de las orientales. Nosotros sólo
conocíamos el sometimiento y la sujeción psíqui­
cas... Donde una psicología originalmente médica
toma como objeto al mismo médico, deja de ser
mero método de tratamiento para el enfermo y pa­
sa a tratar a los sanos cuya enfermedad puede ser
a lo sumo el mal que atormenta a todos”.
Jung expresó con claridad lo que había ocu­
rrido hacía mucho. Pero lo que podía regir como
debilidad o error él lo convierte en fortaleza y de­
ber. Es por eso tanto más urgente no olvidar aho­
ra algunas diferencias radicales del sentido.

a) Diferencia entre neurosis y salud. Sólo una


minoría de individuos son neuróticos, la mayoría
son sanos. Hay una diferencia esencial entre los
fenómenos neuróticosy la vida psíquica sana, ac­
cesible a todos. La mayoría no conoce los síntomas
neuróticos por propia experiencia y por ello no los
entiende.
Hay transiciones entre las neurosis y la salud,
en tanto las neurosis como fenómenos aislados
también aparecen en una minoría de sanos y ello
en forma esporádica la mayoría de las veces. Esta
transición no significa pues que todos los indivi-

168
dúos seajn también un poco neuróticos, sino sólo
que se dan fenómenos aislados y pasajeros en in­
dividuos no enfermos por lo demás, pero aquí
también rige que sólo una pequeña minoría de per­
sonas son atacadas por fenómenos neuróticos es­
porádicos. La mayoría no los conocen en absolu­
to y aquéllos pocos por añadidura pueden conside­
rarse sanos en general la mayoría de las veces.
Mientras que respecto de esta tesis casi no es
posible una duda esencial, no está exenta de ella
en igual sentido la tercera apreciación según la
cual los fenómenos neuróticos serían la conse­
cuencia de dificultades psíquicas que todo indivi­
duo sano conoce y elude. Los males psicológico-
existenciales son absolutamente humanos, no
neuróticos. No se puede negar que en la pluralidad
de las neurosis juegan un papel importante las di­
ficultades generales de la vida, pero por el desma­
yar en las tribulaciones de la vida, por la falta de
autoesclarecimiento interior, por deslealtad y trai­
cionarse a sí mismo, por las acciones reprochables
de ninguna manera se originan las neurosis, sino
los individuos de carácter inmaduro. Existe una
diferencia entre los innumerables individuos exis-
tencialmente perniciosos que no obstante son sa­
nos, y lqs neuróticos, o entre la infamia y la enfer­
medad. Para que se originen las neurosis debe
concurrir algo decisivo, específico de la neurosis:
la determinada disposición de los mecanismos
psíquicos. No son sino éstos los que permiten que
se originen las neurosis por el desmayar en la

169
emergencia de la vida y hasta posibilitan las neu­
rosis en el autoesclarecerse y cuando hay lealtad.
A veces se puede decir de un neurótico: “es nervio­
so, pero decentemente nervioso”. No sólo la infa­
mia en toda caída, sino también la genuina serie­
dad en el ascenso pueden producir fenómenos
neuróticos dados ciertos mecanismos.

b) Diferencia entre terapia y ayuda al acongoja­


do. Todos los individuos necesitan el autoesclare-
cimiento y de este modo el autososiego en el obrar
interior, el verdadero dominio de las dificultades
de la vida, el libre renunciamiento y la resignación,
el aceptar la realidad de la vida que les es dada. Pe­
ro sólo esa minoría neurótica necesita la terapia.
Hay una diferencia de sentido entre el acabar con
los problemas de la vida, el madurar, el hacerse
existencial por un lado y la curación de una neu­
rosis por otro lado; respectivamente entre ayudar
en la aflicción psíquica y la terapia médica.
Encontrar recursos en la emergencia, com­
portarse consigo mismo, es el deber de todo indi­
viduo sanó, y frente a las dificultades en aumen­
to el otro individuo también personificado en la fi­
gura del psicoterapeuta puede iluminar los cami­
nos a seguir. Pero para curar los fenómenos neu­
róticos hacen falta medidas específicamente médi­
cas, dentro de las cuales esa forma de la ayuda di­
rigida a todos los humanos en general puede ser
importante de una manera imprevisible: en ciertos
fenómenos neuróticos el proceso del llegar a ser

170
uno mismo puede conducir al mismo tiempo a la
curación de la neurosis. La psicología profunda
coincide en sus limites con la iluminación de la
existencia, necesita de la proximidad personal y la
amistad en la singularidad histórica en cada caso.
Por el contrario, la psicoterapia de delimitación
médica consiste en una aplicación de técnicas de
tipo especificable, se mantiene impersonal en gran
medida, es repetible y factible de ser enseñada.
Mientras que por todas partes se realiza o se
puede realizar entre las personas esta comunica­
ción que no se basa en ninguna factibilidad ni dis­
ponibilidad científica y médica y se realiza en el lle­
gar a ser el mismo el individuo a través del mani­
festarse, es poco y más lo que hay que hacer psi-
coterapéuticamente referente a las neurosis: me­
nos como comunicación existencial (por beneficio­
sa que pueda ser para el neurótico y tan indispen­
sable para él en lo humano, si es que habrá de cu­
rar), puqs ésta no se realiza según un plan y una
intención ni en forma profesional, y más como co­
municación existencial, en tanto una técnica com­
petente y las medidas probadas por la experiencia
tengan un efecto específico.
De esto depende la respuesta a una cuestión
práctica^ Sería grotesco hacerse pagar honorarios
por el logro de la comunicación existencial. El ho­
norario tiene sentido en caso de prestaciones téc­
nicas basadas en un determinado saber y una ca­
pacidad ¡factible de ser enseñada, aplicable en ge­
neral e Idénticamente repetible. Sin embargo, así

171
como en toda terapia médica puede iniciarse en el
lim ite en casos aislados una comunicación exis­
tencia! entre médico y paciente, sin intención ni
propósito volitivo, en la psicoterapia no es diferen­
te en principio. Esta comunicación es un acercar­
se que no es buscado por dinero ni se puede ren­
dir por dinero. Por lo tanto, todo cuanto sucede ca­
ra a cara entre dos personas, investigable por la
psicología profunda y esclarecedora de la existen­
cia, no puede convertirse en principio y objetivo de
una terapia. Hay aquí algo, que es posible en todas
las relaciones humanas, las sustenta donde ellas
se hacen esencialmente fatales, pero que está fue­
ra del do ut des.

c) Universalización de la psicoterapia. Las dife­


rencias expuestas no impiden tener a disposición
el servicio psicoterapéutico para todas las perso­
nas, que por ejemplo, enfrenten dificultades en su
profesión o desavenencias familiares domésticas
para ellas insolubles, o se encuentren desorienta­
dos frente a funciones educativas respecto de sus
hijos. En los sanos también se dan conflictos ac­
cesibles a una solución. El saber metódico y la ca­
pacidad técnica en manos de personas dotadas
pueden ayudar, aun en los casos donde no se tie­
ne que hablar de fenómenos psicopatológicos, a
veces con resultados mejores y más duraderos que
en las neurosis. Así como ocasionalmente una pa­
labra razonable dicha en el momento oportuno
puede obrar milagros, ocasionalmente una inteli­

172
gencia 10 abre por así decir los ojos a las personas,
tal vez así también los guías de la psique pueden
alcanzar logros considerables en una relación ins­
titucional. No se puede anticipar lo que es posible
a este respecto.
Dado que aquí se transitó por un camino de la
psicoterapia médica para intervenir en dificulta­
des de los sanos en tanto se los pueda abordar psí­
quicamente, a la larga será indispensable echar
luz sobre el sentido de tal hacer. Que el individuo
sano en sí no tiene momentáneamente ninguna in­
clinación a dejarse tratar en tales circunstancias,
lo evidencia la frase que solemos emplear cuando
queremos prestar ayuda a alguien que la rechaza:
“¡Si hubiera tenido un síntoma (es decir un sínto­
ma neurótico) para tener acceso a tratarlo en ge­
neral!”
Constituiría un peligro para la claridad de la
psicoterapia, si se llegara a la postura básica de
que la psicoterapia sería necesaria para toda
persona y no sólo un recurso en la emergencia (la
emergencia de la que se trata aquí, sería común a
todos los hombres). Con esta concepción olvida­
ríamos la medida. Pues el hombre se ayuda a sí
mismo en la comunicación con el prójimo y el más
amado, y en relación con los artículos de fe que
van a su encuentro desde el mundo. Sólo en la
emergencia —como por caso cuando falta toda
auténtica comunicación, al estar enemistado con
el entorno, en la falta de fe de un medio ambiente
vacío... el hombre da el paso para dirigirse al ex­

173
traño, pagar los honorarios, manifestarse de una
forma que va contra el pudor, el que sólo es
suspendido por la emergencia. Es un problema sin
resolver cómo se conformará la realización ins­
titucional de la ayuda en la diferenciación de
la psicoterapia y el asesoramiento psíquico común
a todos los hombres y la guía del alma, es decir, si
el camino para la universalización de la psico­
terapia como tratamiento psíquico para todos
debe ¡seguir siendo transitado, o si al final se pro­
ducirá una nueva limitación a la psicoterapia de
las neurosis bajo el requisito del dictamen “en­
fermo”.

3. La personalidad del psicoterapeuta. Se exige


mucho de los psicoterapeutas: deben aunar una
sabiduría excelsa, una bondad imperturbable y
úna esperanza indestructible. Sólo el autoesclare-
cimiento interior de por vida en caracteres origina­
riamente fuertes puede conducir al camino hacia
este ideal, en el cual el conocimiento está confor­
mado respecto de los límites del ser hombre y los
propios límites. Tan pronto la psicoterapia se ins­
titucionaliza, se crea un propio estamento a través
de la instrucción y el perfeccionamiento, se pre­
gunta qué hay que hacer para crear las oportuni­
dades de que actúen las personalidades de catego­
ría. La formación, la selección, el control crearán
límites para rechazar al menos a los ineptos. Esto
es aquí tanto más necesario por cuanto en esta
profesión aún naciente, ño consolidada todavía

174
por ninguna tradición venerable, podrían abrirse
paso a la fuerza descarriados, neuróticos y curio­
sos.

a) Institución de una escala. Si la psicoterapia


tiene un futuro, alguna vez observaremos cómo se
cumple esto de la manera más consumada en per­
sonas representativas, A diferencia de lo que ocu­
rre con otros servicios prácticos, en la psicoterapia
lo personal juega un papel central. Ciertamente,
todavía no existe el modelo personal, si bien el mo­
delo más grande también tendría sus defectos pe­
culiares y sus limitaciones, y jam ás tendría que ser
imitado. Sería más bien una orientación y una
fuente de estímulo para los psicoterapeutas futu­
ros. En tanto falte el modelo personal como figura
pública apreciable en una vida entera, debemos
exhortar en forma abstracta lo que cabe exigir. En
todos los párrafos precedentes se ha hablado de
ello. A modo de ejemplo, entresacaremos pues al­
gunas exigencias intelectuales y morales:

Contra la proclividad a laformación de sectas:


La psicoterapia necesita fundamentos de fe, pero
no los puede orear por sí misma. En consecuencia,
para la autenticidad del terapeuta es imprescin­
dible que primeramente pueda enfrentarse en
forma abierta y positiva a una fe verdadera; en
segundo lugar, que él, como lo enseña la experien­
cia, resista la tendencia casi inevitable de permi­
tir que de la psicoterapia surja una doctrina filo­

175
sófica, y del círculo del psicoterapeuta, sus dis­
cípulos y pacientes, una sociedad con carácter de
secta.
A mi pregunta acerca de si una paciente his­
térica no debía ser tratada tal vez por un psicote­
rapeuta, un médico me contestó: “No, es una cris­
tiana creyente"'. Seguramente, esta alternativa no
rige en este caso exclusivo, pero sí tiene validez re­
ferida a todo cuanto tiene carácter ideológico en
las manifestaciones psicoterapéuticas. La psicote­
rapia que se convierte en secta no es apta para ser
una representación del tratamiento instituciona­
lizado como público. Por un tiempo se conforma­
rá en círculos privados y luego volverá a disolver­
se, salvo que un psicoterapeuta llegara a ser el exi­
toso fundador de una religión. Contra los princi­
pios en pro de la formación de sectas, de las agru­
paciones en tom o a venerados maestros excluyen-
tes, de las tendencias psicoterapéuticas de fe, só­
lo puede erigirse una escala que exija: claridad so­
bre la secularización de la fe como estado general
de la época; reconocimiento de las grandes
tradiciones religiosas en tanto estén vivas aún; el
cultivo en sí mismo de una postura filosófica bási­
ca cómo elemento general del saber, el contemplar
y el poder hacer; claridad respecto de que esta pos­
tura quede supeditada a la elaboración de sí m is­
mo en cada psicoterapeuta en particular. Un psi­
coterapeuta debe ser un hombre que esté parado
sobre sí mismo.

176
Contra el menosprecio hacia el ser humano.
La clase de experiencias que recoge el psicotera-
peuta y la necesidad de ciertas medidas psicotera-
péuticas puede llevarlo sin duda a menospreciar a
sus congéneres. Se siente entonces como un do­
mador de bestias, los hace cambiar de disposición
en la hipnosis y ejerce violencia sobre los rebeldes.
Existen estas dos realidades: las neurosis, cuya
configuración constituye una nobleza del hombre
y cuya voluntad para someterse a tratamiento es
pura y decente porque no entraña propósitos ocul­
tos (hacen posible el amor para los neuróticos, en
quienes aflora una profundidad del ser humano) y
existen los individuos neuróticos que no llegan a
ser ellos mismos, que fundan su vida en una men­
tira, que no permiten que las realidades y valores
rijan como tales sino que los emplean como signi­
ficado de otras cosas y los prostituyen (en los ca­
sos límite, estos individuos hacen posible el asco
a ser humanos). Del menosprecio hacia el hombre
sólo salva al psicoterapeuta su postura básica de
querer ayudar frente al hombre como tal; lo ayu­
da la conciencia de la propia debilidad y de los pro­
pios extravíos y del propio desmayar presentes en
su memoria durante toda la vida, pero también el
conocimiento de las posibilidades de tener éxito,
de un fondo de potencialidades originarias que li­
bera y salva. Quien escoge la profesión de psicote­
rapeuta debe saber lo pesado de las experiemcias
que le esperan y estar seguro de su amor por el
hombre.

177
Contra la alienante unilateralidad d el trata­
miento. Existe el peligro de ver en el paciente algo
distinto de lo que se ve en uno mismo, de trabajar
en él como en un objeto natural que en realidad a
uno no le importa nada. Pero anímicamente el
hombre se encuentra a sí mismo en el otro. Sólo
entonces puede ayudar desde el interior. Por esta
razón, él psicoterapeuta debe hacerse a sí mismo
objetó de su psicología, por lo menos en la misma
medida y en la misma profundidad en que se atre­
ve a hacerlo con el paciente.

b) Admisión a laformación. Dada la dificultad de


la profesión y los elevados requisitos personales,
es conveniente que el acceso a la psicoterapia de­
penda por lo menos de condiciones de estudio, ex­
periencia y acreditación práctica tan estrictas co­
mo para el ejercicio de la profesión médica, de la
que esta psicoterapia no debiera separarse de nin­
gún modo. Pero para la misión de ayudar en la
aflicción del alma no puede perseverarse en la exi­
gencia de la formación médica como única base
posible. Todas las profesiones que han aportado
un trabajo intelectual intensivo y autodisciplina,
experiencia del mundo y proximidad al ser
humano, son posibles como base. Sólo individuos
maduros pueden dedicarse a tal psicoterapia. Que
el tratamiento somático de las neurosis sigue sien­
do asunto de los médicos es tan natural como que
éstos puedan recurrir a no médicos como auxilia­
res y que con la propagación de la psicoterapia a

178
los sanos, los no médicos también puedan alcan­
zar una importancia creciente.

c) La formación. Parece ser una cuestión esen­


cial en qué tradición intelectual junto a la expe­
riencia práctica a adquirir en el presente debe fun­
darse un estudio psicoterapéutico. Es probable
que la psicoterapia sólo alcance su rango posible
si, además de tomar conocimiento de los psicote-
rapeutas de los últimos cincuenta años (que en
conjunto se limitan a las neurosis y eran de un es­
caso rango filosófico) retom ara a las profundas
fuentes del saber del hombre: una imagen del
hombre podría obtenerse en una antropología que
se nutre de la filosofía griega, de San Agustín, Kier-
kegaard, Kant, Hegel y Nietzsche. La escala inte­
lectual y psicológica todavía no está establecida
hoy en día. El nivel es aún en extremo fluctuante.
Sólo los más grandes maestros podrían determi­
nar la imagen del hombre y acuñar la manera en
la que se habla del alma. Ellos debe enseñar a
practicar los conceptos con los cuales el hombre es
capaz de esclarecerse a sí mismo.

d) El control. Una institución sólo puede ejercer


un control exteriormente, para evitar a los psico-
terapeutas caminos errados y excluir también más
tarde lo inapropiado.
1. Es oportuno luchar contra la nivelación en
convenciones recíprocas y contra el declinar en es­

179
fuerzos individuales dispersos, mientras que la
institución da oportunidades. La gravedad de la
soledad como origen de todo rango debe seguir
siendo posible mediante el más libre campo de ac­
ción del individuo a partir de su iniciativa; la con­
firmación debe ocurrir en ingeniosa competencia
entre psicoterapeutas que deben verse en lo que
rinden (en la medida en que pueda ser visible), de­
ben hablarse, trabarse en discusión, exponerse a
la crítica en trabajos y proyectos científicos y ejer­
cer la crítica siri restricciones.
2. A través de la intimidad la psicoterapia trae
aparejados peligros científicos que a nadie le son
más evidentes que al mismo psicoterapeuta. Oca­
sionales maledicencias, si es que son acertadas,
podrían referirse a aislados deslices. Pero bastan
para examinar la demanda: Quien en relación con
su práctica psicoterapéutica se involucra con su
paciente aunque sea una sola vez en una relación
erótica de carácter sexual, no debe ejercer más la
psicoterapia.
Otra exigencia que guardaría relación: quien
trate psicoterapéuticamente a personas de otro se­
xo (sea varón o mujer) debiera estar casado. Lo que
puede ser posible en un sacerdote católico por la
autoridad de una creída trascendencia, no siem­
pre se puede esperar del término medio de psico­
terapeutas secularizados. Esta exigencia parece
querer resolver el problema con demasiada senci­
llez. El matrimonio no aporta ninguna garantía y
el célibe puede ser intachable. El nivel exigido en

180
el psicoterapeuta no es decisivo en cuanto al hecho
de su vínculo matrimonial, aun cuando determi­
nado favorablemente.
El problema presente es apenas discutido, só­
lo tocado en las teorías psicoterapéuticas de la
“transferencia”. El hecho de que el psicoterapeuta
como persona ejerce una función decisiva en el pa­
ciente durante el proceso psíquico, es inevitable.
El cometido consiste en la unión de esta función
personal con una distancia infranqueable, en sal­
vaguarda de la objetividad y la desconexión de la
persona privada del psicoterapeuta en la impres­
cindible, única indiscreción del esclarecimiento
psicológico profundo. En lo personal, lo eficaz de­
be ser un impersonal. Una relación social entre el
psicoterapeuta y sus pacientes ya estaría fuera de
lugar, puesto que si habrá de realizarse con pure­
za su relación, habrá de lim itarse al trato psicote-
rapéutico. De no lograrse el distanciamiento, los
peligros son notorios. Donde en la veneración del
portador de la conducción curadora del alma se
mezcla un momento de deseo, mutuos contactos
privados, todo está perdido en principio. Si alguna
vez surgiera una teoría según la cual la unión eró­
tica de la mujer con el psicoterapeuta y su satisfac­
ción erótica a través de él fuera la palanca para el
restablecimiento de la salud (en palabras actua­
les: fuera la transferencia más eficaz y su solución)
la psicoterapia se convertiría en el medio más re­
finado de la seducción. Las infinitas variantes en
el papel del terapeuta como médico, salvador,

181
amante, pueden estudiarse históricamente en las
sectas gnósticas.

182
Referencia a los textos
La idea del médico: Conferencia pronunciada en
ocasión de la celebración del Día Suizo del Médico,
el 6 de junio de 1953, en Basilea. Impreso en el
“Schweizerische Aerztezeitung”, 1953, Na 27, lue­
go en “Philosophie und W elt”, Munich, 1958, pág.
169-183 y por últim o en “W arheit und
Bewahrung”, Munich, 1983, págs. 47-58.

Médico y paciente: “Studium Generale”, 1953, año


6to., número 8; luego en “Philosophie und W elt”,
Munich, 1958, pág. 184-207; por último en
“Wahrheit und Bewahrung”, Munich, 1983, págs.
59-78.

El médico en la era técnica: Conferencia pronun­


ciada en la 100a Sesión de la Sociedad Alemana de
Naturalistas y Médicos en 1958 en Wiesbaden. Im ­
preso en “Klinische Woschenschrift” , Noviembre
de 1958, luego en “Philosophische Aufsátze”
Frankfurt/Hamburgo, 1967, págs. 121-3 y por úl­

183
timo en “W ahrheit und Bewáhrung”, Munich,
1983, págs. 79-98.

Crítica del psicoanálisis: Im preso en “Der Nerve-


narzt”, 1950. En la celebración del 70a cumplea­
ños de Hans W. Gruhles en “Rechenschaft und
Ausblick”, Munich, 1958, págs. 260-271 y por úl­
timo en “Wahrheit und Bewáhrung”, Munich,
1983, págs. 99-107.

Naturaleza y crítica de lapsicoterapia: Extracto de


“Allgem eine Psychopathologie” Springer Verlag,
Berlín, Heidelberg, Nueva York, 9a. edición, 1973
(Ira . ed. 1913), págs. 661-668 y 695-699, como
publicación única bajo este titulo como Tomo 82
de la “Biblioteca Piper”, Munich, editada en 1955.

184
Karl Jaspers fue primeramente médico, luego psi­
quiatra, profesor de psicología y por último profesor de
filosofía. Ningún filósofo destacado de nuestro siglo co­
noció los problemas de ser médico en la era tecnológica
como él, por propia experiencia, y reflexionar durante
toda una vida sobre esta experiencia. Fue médico entre
los pensadores y filósofo entre los médicos. Sus escritos
sobre ser médico, compilados por primera vez en un to­
mo, se consideran por ello algo precioso. Están empapa­
dos del anhelo humano de purificar un dominio cien­
tífico central de todos los artilugios de la moda y de este
modo dar vigencia a la dignidad del paciente en relación
con el médico. Contra las secuelas de tales artilugios
luchó sobre todo en su crítica de los procedimientos psi-
coterapéuticos. Por ello se convirtió tal vez en el único
crítico de relevancia filosófica de Freud y sus sucesores.
Jaspers es el precursor del actual movimiento de desmi-
tologización del psicoanálisis.
Karl Jaspers nació en Oldenburg en 1883, estudió
derecho y luego medicina. Se graduó en Heidelberg en
1909. Durante su período de residente en la clínica psi­
quiátrica se recibió en psicología. A partir de 1916 fue
profesor de psicología, desde 1921 profesor de filosofía
en la Universidad de Heidelberg. En 1937 (hasta su rein­
corporación en 1945) fue destituido de su cargo. De
1943 a 1961 fue profesor de filosofía enBasilea, donde
dejó de existir en 1969. Jaspers se considera uno de los
principales representantes de la filosofía existencialis-
ta. Sus obras (más de 30 volúmenes) han sido traduci­
das en m ás de 600 ediciones.

Sigue la bibliografía en castellano en la página 185.


Bibliografía en castellano*
Conferencias y ensayos sobre historia de la filosofía,
Madrid, Gredos, 1972.
¿Dónde va Alemania?, Madrid, Cid, 1967.
Entre el destino y la voluntad, Madrid, Guadarrama,
1969.
Escritos psicopatológicos, Madrid, Gredos, 1977.
Filosofía de la existencia, Barcelona, Planeta-Agostini,
1985.
Iniciación al método filosófico, Madrid, Espasa-Calpe,
1983, 2a ed.
Lafefilosófica ante la revelación, Madrid, Gredos, 1968.
La filosofía desde el punto de vista de la existencia, Mé­
xico, Fondo de Cultura Económica, 1981.
La práctica médica en la era tecnológica, Barcelona,
Gedisa, 1988.
Origen y meta de la historia, Madrid, Alianza, 1985, 2a
ed.
Psicología de las concepciones del mundo, Madrid, Gre­
dos, 1967.
Strindberg y Van Gogh, Barcelona, Thor, Ediciones de
Nuevo Arte, 1986.

* Se reproducen aquí todas las versiones castellanas,


según aparecen en la fuente oficial Libros españoles en venta.
ISBN 1983-1984 y Apéndice 1984-1986, Instituto Nacional
del Libro Español, Madrid, 1984 y 1987. [E.]
Filosofía
Serie CLA DE MA

Karl Jaspe rs
La práctica médica en la era tecnológica
Desde su condición de filósofo y m edico psiquiatra, Jaspers refle­
xiona en esta obra sobre la extraña grandeza humana a la que educa la
profesión medica: «lil medico ve los límites de su poder. N o puede
eliminar la muerte, aun cuando hoy es capaz de prolongar la vida en
una proporción jamás conocida. (...) N o puede eliminar el sufrimien­
to, aun cuando en la actualidad es capaz de mitigarlo más allá de toda
anterior medida. (...) 1.a tentación frente a tanto horror es grande [...].
IEscepticismo, naturalismo, descreimiento son los peligros interiores
que tal vez debió enfrentar todo médico. 1.a manera com o logra supe­
rarlos es lo que da la profundidad a su mirada humana, la energía a su
esperanza (...]; y la conciencia de la fragilidad del ser humano, por ende
de su propia caducidad, eludirá también el peligro de un pernicioso
sentimiento de superioridad».
Pero Jaspers también ve las tentaciones a las que está expuesto el mé­
dico, especialmente en el campo de la psicoterapia y en el de las nuevas
tecnologías, donde las falsas promesas y el abuso de la confianza pue­
den llevar a manipulaciones irresponsables de alma y cuerpo.

Karl Jaspers (1883-1969) es, junto a Martin Heidegger, el represen­


tante más célebre de la filosofía de la existencia en Alemania. Fue
catedrático de filosofía de 1921 a 1937 en H eidclbergydc 1943 a 1969
en Basilea. C on su reflexión critica fue uno de los pensadores más
presentes en los medios de comunicación ale­
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manes.

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