Karen Keast - Estrella China

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 160

Estrella China

Karen Keast

Argumento:
La muerte sería demasiado dulce para el canalla que había asesinado a la madre
de Trinity Lee. Destruiría primero el ferrocarril de Madison Brecker,
amargandole la vida gota a gota, y luego acabaría con él. Después de tantos
años de amargura, ninguna pasión podía compararse con la de sus ansias de
venganza.
A Brecker la había costado mucho abrirse camino en la vida, y tenía cicatrices
que garantizaban que nadie volvería a humillarlo jamás, y mucho menos
Trinity Lee. Para su horror, sin embargo, codició los encantos de la belleza
euroasiática cuyas venas hervían de sensualidad. Y muy pronto su deseo por
poseerla fue tan poderoso como el ansia de venganza de ella...

-1-
https://www.facebook.com/novelasgratis

Prólogo

Sacramento, California
Verano de 1854

Tía Lilly había traído una muñeca equivocada.


Trinity se quedó mirando fijamente la muñeca de porcelana. La niña de
ocho años lanzó un débil suspiro de irritación; los adultos siempre fastidiando.
¿No sabía tía Lilly que esa muñeca no valía para jugar? Y mamá decía que
tampoco podría dormir con ella, pues podría hacerla añicos. Tía Cherry decía
que era china. Trinity solo sabía que la muñeca, con sus ojos oscuros y rasgados,
era igual que su madre.
Aún a sabiendas de que la regañina de tía Lilly sería inevitable, decidió
cambiar la muñeca de porcelana por la pepona de trapo con la que solía dormir.
También sabía que su madre se pondría como una fiera, pues era regla sagrada
no molestarla cuando estaba acompañada por un caballero… pero, sin duda,
mamá comprendería que no podía dormir con aquella muñeca tan frágil.
Abrió la puerta de la habitación de tía Lilly, y salió corriendo descalza por
el pasillo.
El aroma denso y embriagador de numerosos perfumes se fundía con el
calor sofocante de la noche estival. Varias lámparas de aceite reguladas a baja
intensidad proyectaban sombras sigilosas en el pasillo; Trinity apresuró el paso
y concentró los pensamientos en la música procedente del salón de abajo. Tía
Prissy estaba tocando el piano. Un hombre reía. Luego se oyó la voz ronca de
tía Flo y se produjo otra explosión de carcajadas.
Trinity se encogió. Algunas veces, los ruidos la despertaban y tenía que
taparse los oídos para volver a conciliar el sueño. El momento de la noche que
más le gustaba era cuando la casa quedaba en silencio y su madre iba a
recogerla a la habitación, dondequiera que estuviese durmiendo, para llevarla a
la suya propia. A veces, no muy a menudo, dormía toda la noche con su madre.
Si aún había ruido, ella le cantaba una nana con una voz tan dulce que podía
acallar el mayor alboroto.
Cuando pasaba corriendo junto a las puertas cerradas de sus tías, pues
tenía prohibido llamar a toda puerta cerrada, oyó una risita procedente de la
habitación de tía Belle. La niña se preguntaba qué sucedería exactamente tras
aquellas puertas; había preguntado en una ocasión a su madre, obteniendo un
simple «Nada» por toda respuesta, pero tenía la sensación de que ocurrían
cosas. Una vez le asustaron unos extraños jadeos y gemidos. Otra, oyó palabras
muy feas, que según le explicó su madre, nunca debía repetir porque las
señoritas no decían esas cosas.
Y Trinity deseaba con toda su alma ser una dama. Igual que su mamá.
Abajo, aumentaba el jaleo, y Trinity se detuvo al borde de las escaleras,

-2-
https://www.facebook.com/novelasgratis

observando oculta al hombre que hablaba con tía Ruby.


—Te lo juro, Ruby, tienes las chicas más despampanantes de la ciudad.
Sus botas, manchadas por el barro de las sucias calles de Sacramento,
contrastaban con la lustrosa escupidera de latón que había cerca de ellas.
—Un hombre podría volverse loco intentando elegir —añadió,
observando a las mujeres del salón con los ojos ilusionados de un niño ante un
escaparate repleto de juguetes.
Ruby sonrió. Su vestido de raso púrpura tenía un generoso escote que
dejaba entrever el marfil de sus senos abundantes, y se ceñía a las voluptuosas
curvas, algo ajadas por otra parte. Una pluma negra de avestruz adornaba un
pelo castaño, llevaba colorete en las mejillas y un abanico de encajes negros en
la mano. Cuando habló, lo hizo con voz suave y aterciopelada.
—Entonces, ¿por qué no me dejas elegir por ti?
—He oído que tienes una china de ojos rasgados…
—Lo siento. Su-Ling está ocupada. ¿Por qué no pruebas a Anne Louise? —
dijo Ruby, mirando a una joven rubia de ojos azules—. Anne Louise, encanto,
ven aquí. Quiero que trates muy bien a Lester. Acaba de bajar de Sutter, donde
ha estado buscando oro —añadió, bajando la vista hacia los pantalones del
hombre en cuestión—. Y creo que ha traído una dura y enorme pepita con él.
Lester rió, inflándose como un pavo. Habría pagado cualquier cantidad
que dispusiera Ruby Landry. Todo hombre sabía que Ruby dirigía el mejor
burdel de la ciudad. Sus chicas eran limpias, guapas y… elegantes. ¡Unas
auténticas damas de burdel, vaya!
Anne Louise sonrió tímidamente e hizo un ademán al hombre para que la
acompañara a su dormitorio. Trinity se preguntó si la pareja celebraría una
fiesta de té como la que había tenido con tía Anne Louise aquella misma tarde.
Antes de que se cerrara la puerta, en el último segundo, el hombre deslizó
una mano por el escote del vestido de seda rosa de Anne Louise. Trinity desvió
la mirada, sabiendo intuitivamente que no debía ver algo así.
—¿Hay un trago de whisky y una mujer viciosa para ayudar a un hombre a
pasar una noche del sábado caliente como el infierno?
Ruby se volvió hacia el hombre que acababa de entrar. La sonrisa de la
madama evidenciaba que se trataba de un cliente habitual. Le acompañó al
salón cogiéndole del brazo, momento que aprovechó Trinity para bajar sin ser
vista.
Corrió sobre el frío suelo de madera del recibidor, pasando junto a la
cocina, donde tía Lilly tarareaba una canción, y junto a la puerta lateral que
daba a un callejón sin salida, donde tenía prohibido jugar porque mamá decía
que allí acechaba la chusma fuera de la ley. No sabía muy bien que era esa
chusma, pero imaginaba que debía ser una bestia como las fieras salvajes de los
cuentos que le leía su madre.
En cuestión de segundos, se encontró ante la puerta de la habitación que
compartía con su madre. Por primera vez, albergó ciertos temores respecto a la

-3-
https://www.facebook.com/novelasgratis

reacción de su madre. ¿Y si la miraba con reproche por su mal comportamiento?


Las reservas infantiles se desvanecieron tan velozmente como habían surgido y
Trinity giró el picaporte y entró al cuarto.
Frenó en seco.
¿Por qué estaba su madre tendida en el suelo, con el pelo alborotado a su
alrededor, el rostro pálido como la cera y los ojos cerrados? ¿Con algo rojo
tiñendo su bonito vestido de seda?
¿Y por qué había un hombre arrodillado a su lado? ¿Con un cuchillo en la
mano y la camisa manchada del mismo tinte rojo?
Trinity observó abiertamente al desconocido, que la miraba con la misma
intensidad. Tenía el pelo rubio y rizado y el rostro anguloso y bronceado. Su
frente era ancha y las cejas pobladas; los ojos de un azul frío y muy grandes,
ensombrecidos por el sentimiento de haber visto todo, de no importarle nada.
Su expresión de hombre frío y despiadado asustó a Trinity.
—¿Mamá?
El hombre se levantó lentamente, y la niña bajó la vista hacia el cuchillo. El
cuchillo manchado de rojo. Curiosa, se quedó mirando la cicatriz que había en
la mano del hombre. Era blanca, y su forma recordaba una estrella de cinco
puntas. La imagen quedó grabada en su impresionable mente infantil. Aumentó
su miedo y comenzó a temblar, sintiendo que el corazón le retumbaba en los
oídos.
—Ven aquí, pequeña —murmuró el hombre, y avanzó un paso hacia ella.
Trinity retrocedió, más y más, y con las prisas dejó caer la muñeca, que se
hizo añicos a sus pies, rompiendo tanto el silencio como la inocencia de su
niñez.
Y entonces, gritó…

-4-
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 1

San Francisco, California


Agosto de 1872

Una luna derrotada se deslizaba tras la muralla de nubes. De vez en


cuando, algún rayo iluminaba los barcos dormidos en la bahía, seguido de
truenos distantes.
Al oír el estampido, Trinity Lee aceleró el paso subiéndose las faldas,
adoptando un ritmo absolutamente incongruente con la anciana que aparentaba
ser. El mensaje le había llegado con la caída del telón y no se había parado ni
siquiera a cambiarse o limpiar el denso maquillaje teatral. En aquel momento,
mientras entraba en el barrio chino, agradeció su precipitación. Aquél no era
lugar para una mujer joven y atractiva.
Un periodista había escrito que su rostro constituía «la mejor combinación
posible de dos mundos», para luego halagar con suma elocuencia «el cabello
negro de medianoche, los ojos rasgados como almendras, y dos labios hechos
solo para susurrar las palabras más dulces».
A Trinity le había parecido una aburrida retahíla de frases vacías. Igual
que el periodista en cuestión. Al comienzo de su carrera en los escenarios, el
periodista la había acosado sin piedad intentando descubrir la identidad de sus
padres. Con la sonrisa sensual que la había hecho famosa, ella había insistido en
que era el viejo matrimonio que la había criado y en cuyo honor se había puesto
su nombre artístico. Pero era obvio, hasta para el más ciego, que los Lee no
podían ser sus padres. Otros periodistas habían intentado sin éxito obtener
aquella información, creando una aureola de misterio en torno a Trinity.
Algunos habían llegado a sugerir que su silencio era una estratagema
deliberada para llamar la atención. Y a ella no le importaba lo que pensaran;
nunca había hablado a nadie de sus verdaderos padres ni lo haría. ¿Cómo iba a
explicar a un desconocido que ni siquiera sabía el nombre de su padre y que su
madre había sido una prostituta asesinada a sangre fría?
Dichas preguntas unían de forma implacable el pasado y el presente.
¿Tendría Chen Yung por fin la información que tanto ansiaba? ¿Llegarían esa
noche a su fin dieciocho largos años de búsqueda? Aquellas posibilidades
hicieron palpitar su corazón y aceleró sus pasos a través de las sucias calles.
Un rayo resplandeció, permitiéndole ver a Chen Yung, a la entrada de un
callejón sin salida. Llevaba pantalones negros, camisa holgada y el tradicional
sombrero de paja con alas anchas y forma cónica. Llevaba el pelo negro

-5-
https://www.facebook.com/novelasgratis

recogido en una coleta. A pesar de su baja estatura, mantenía una postura


erguida y desafiante. Parecía exactamente el líder que era, capaz de solventar
las diferencias entre clanes orientales enfrentados, capaz de recurrir a la
violencia en caso de necesidad.
Sin embargo, Trinity no podía dejar de recordarle como el niño con el que
tanto había jugado. Tras la muerte de su madre, a través de un arreglo que
nunca acabó de entender por completo, se vio instalada en el hogar de un
matrimonio chino, generoso y cariñoso. Chen Yung, primo lejano de los Lee,
rápidamente entabló amistad con aquella niña asustada. A pesar de los años
transcurridos desde la muerte natural de los Lee, el recuerdo de los meses de
transición continuaban resultando dolorosos para Trinity.
Cuando se acercó a Chen, éste la observó detenidamente con sus ojos
avellanados, recelosos, y después la ignoró; Trinity se detuvo frente a él y
sonrió.
—¿Tan pronto olvidas, Chen, a la chica que podía saltar más que tú?
Aunque no se veían muy a menudo, el cálido lazo de amistad brotaba
siempre que lo hacían.
—¿Trinity? —preguntó el hombre vacilante.
Ella respondió ensanchado la sonrisa.
—No era ninguna deshonra ser derrotado por ti —afirmó Chen, más
tranquilo—. Podías correr más que el viento y saltar por encima de las estrellas.
La última palabra recordó a Trinity el motivo de la cita y adoptó un aire
grave.
—¿Le has encontrado?
La sonrisa de Chen se desvaneció. Aunque era algo mayor que Trinity —
veintinueve para sus veintiséis—, de súbito pareció mucho más viejo.
—He encontrado a un hombre con una cicatriz.
—¿En la palma de la mano derecha?
Chen asintió.
—¿Una estrella?
Chen cogió una rama y dibujó una forma sobre el polvo. Trinity se quedó
sin aliento al verla, asaltada por un terror muy antiguo. Sin embargo, a la vez,
sintió el dulce sabor de la venganza.
—¿Dónde?
—En Virginia City.
—¿Nevada?
Virginia City era la ciudad minera a la que se había mudado su amiga
Ellie el año anterior para casarse con el fornido minero Neil Oates.
—Sí. Un chino que trabaja allí dice haber visto a un hombre que responde
a tus descripciones. Posee un ferrocarril. El Sierra Virginia.
—¿Sabes su nombre?
—Madison Brecker.
Madison Brecker. Después de tantos años de pesquisas, por fin tenía el

-6-
https://www.facebook.com/novelasgratis

nombre del asesino.


Perdida en sus deseos de venganza, no advirtió que había comenzado a
llover. Un trueno la sacó de su ensueño y llevó la mano a su bolso, consciente
de que ninguna cantidad de dinero podía pagar la información que acababa de
recibir. Chen la detuvo.
—Nos une la sangre.
—Pero, lo que me has dado…
—Nada que tú no hubieras hecho por mí.
—Gracias —susurró conmovida.
—Vete —ordenó Chen, haciendo un gesto con la cabeza—. Corre más que
la lluvia.
Sus miradas se encontraron, hablando el lenguaje de la amistad
inquebrantable. Recogiéndose las faldas bruscamente, Trinity se marchó.
Apenas había dado unos pasos, cuando la voz de Chen la detuvo.
—¿Trinity? —ella se volvió—. Ahora que le has encontrado ¿qué piensas
hacer con ese… Madison Brecker?
Mil recuerdos de su madre la asaltaron: la melodía de su dulce voz, la
belleza majestuosa de su sonrisa, sus manos cálidas y protectoras…
Respondió sin vacilar:
—Le mataré.

La primera semana de septiembre, el Territorial Enterprise, diario local de


Virginia City, informaba en primera página del robo de las nóminas de los
mineros en el tren Sierra Virginia. En la misma edición se comentaba la llegada
de la famosa actriz Trinity Lee en el mismo tren para visitar a una amiga íntima,
la señora Ellie Grayson Oates.
Dos semanas después, el periódico publicaba en titulares que el Sierra
Virginia había sido robado por segunda vez. Madison Brecker, propietario del
ferrocarril, se había comprometido a hacerse cargo de las pérdidas sufridas.
También anunciaba que había contratado a Pinkerton's, la afamada agencia de
detectives, para resolver el caso. Y también en esa edición se comentaba la
vuelta de Trinity Lee a Virginia City para visitar a su amiga una vez más,
haciéndose eco del rumor de que la actriz planeaba llevar a la ciudad la obra
que representaba su compañía.
Y el primero de octubre el rumor se convirtió en realidad.
Oliver Truxtun, detective de la agencia Pinkerton's iba sentado en la
última fila del vagón de pasajeros. Alto y delgado, feo de solemnidad, no poseía
un solo rasgo llamativo, a no ser su nariz aguileña, o el poblado bigote,
prematuramente gris. Aunque él no hubiera elegido aquella cara, tampoco se
quejaba. Su aspecto le permitía pasar desapercibido, y en su trabajo resultaba de
lo más beneficioso. La gente, como tenía una imagen tan poco amenazadora,
tendía a confiar en él, con el resultado de que siempre resolvía los casos que le

-7-
https://www.facebook.com/novelasgratis

encomendaban. Oliver Truxtun siempre, de un modo u otro, atrapaba a su


presa.
Con engañosa pereza, sus ojos castaños escudriñaron el vagón,
observando los movimientos más sutiles, cada matiz de las expresiones de los
pasajeros. Y hubiera apostado cualquier cosa a que el revisor no estaba en
absoluto tan relajado como pretendía. De hecho, se respiraba una tensión que
afectaba a todo el mundo, tanto a la anciana que se sobresaltaba cada vez que
sonaba el estridente silbato de la locomotora, como a los hombres, que
mantenían las manos cerca de sus armas.
Como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, Oliver Truxtun sacó el
reloj del bolsillo de su chaleco. Las cuatro menos diez. Cada cuarto de hora,
daba un paseo por el tren, prestando especial atención al otro vagón.
Lo primero que había hecho al subir en Reno fue determinar la
distribución del tren: locomotora, dos vagones cargados de madera, dos de
pasajeros, y el privado de la señorita Trinity Lee. Inspeccionó los vagones de
carga para asegurarse de que no había nadie oculto en ellos. La intuición le
decía que, si alguien iba a robar, estaría a bordo. ¡Y el maldito hijo de perra iba a
vivir un infierno para desaparecer!
Guardando el reloj, Oliver Truxtun decidió esperar diez minutos antes de
repetir la ronda. Por unos momentos, dejó volar sus pensamientos hacia temas
más agradables, se preguntaba si Trinity Lee sería verdaderamente tan hermosa
como decía todo el mundo.
—¿Crees que lo es, mamá?
—¿Creo que quién es qué? —replicó Harriet Dawson, sin dejar de tejer
una media de lana—. Siéntate bien, Victoria.
La chica de dieciséis años, protestó con un encogimiento de hombros.
—Trinity Lee. ¿Crees que es tan guapa como dicen?
—Quizás sí, quizás no.
—Imagínate, llevando todos esos vestidos tan bonitos… —dijo con los ojos
azules teñidos de melancolía.
—Hay cosas más importantes que llevar vestidos bonitos.
—… Y con esos peinados tan elegantes.
—Hay cosas más importantes que los peinados elegantes.
—…Y con todos los hombres mirándote como si…
—Ya vale, Victoria —dijo la señora Dawson severamente.
La chica suspiró, deseando que su madre no la tratase como si fuera una
cría.
—¿Puedo ir a ver la obra de teatro?
—No. No está bien que una chica tan joven vaya al teatro.
—Pues pienso ser actriz —afirmó Victoria, impávida.
—Ni lo sueñes, cariño.
Ah, pero sería actriz, pensó la adolescente. Sabía que, siendo actriz, Trinity
Lee tenía lo que su madre llamaba una «reputación». Y también sabía que los

-8-
https://www.facebook.com/novelasgratis

hombres la admiraban abiertamente, mientras las mujeres la envidiaban en


secreto.
—¿Por qué es malo tener una reputación?
La señora Dawson cortó de raíz lo que se veía venir.
—Ya basta, Victoria.
Su hija suspiró, se hundió en el asiento y luego se irguió una vez más.
—¿Crees que lo hará?
—¿Que hará quién, qué?
—¿Crees que el ladrón robará el tren?
—Yo me atrevería a decir que sería un estúpido si lo intentara.
—Breck se pondría furioso.
—Para ti, el señor Brecker. Y, bueno, tendría buenas razones para
enfadarse.
—¿Por qué no le gusta a la gente Bre… el señor Brecker?
Harriet Dawson levantó la vista y miró a su hija.
—No es que a la gente no le guste. Es solo que… no le conocen. Y su estilo
de vida es diferente al de la mayoría de los hombres temerosos de Dios.
«Vago», pensó Victoria. Esa era la palabra que había utilizado su padre. Y
como si fuera algo malo, parecido a lo de la «reputación». Lo curioso era que las
mujeres mostraban algo más que interés en Madison Brecker. De hecho, una de
sus amigas había oído decir a una amiga de su madre que no le importaría
darse…
—¿Qué es un revolcón en el pajar, mamá?
—¡Ya es más que suficiente! —exclamó la señora consternada—. ¡Y
siéntate bien!
Victoria obedeció en medio de un suspiro, preguntándose por qué se
había enfadado tanto su madre.

En aquel momento, Trinity estaba disfrazándose de hombre. Con


habilidad de profesional, se colocó unas cejas postizas pobladas, dio un aspecto
más ancho a la barbilla. El toque final fue una cicatriz en la sien. En el primer
robo, se había puesto una peluca tan roja que sin duda debía haber llamado la
atención. En el segundo, había cojeado. Siempre utilizaba gafas, para ocultar sus
llamativos ojos.
Poniéndose unas con la montura metálica, tras recogerse el pelo bajo un
sombrero de fieltro, respiró profundamente, procurando ignorar sus
temblorosas manos.
¿Cuándo se le había ocurrido la idea del robo por primera vez?
Ciertamente después de escribir a su amiga de Virginia City para anunciarle su
llegada. Y después de haber hecho algunas pesquisas con la mayor discreción
posible; quería cerciorarse de que Madison Brecker era el hombre que buscaba.
Madison Brecker era un recién llegado a la ciudad, un hombre solitario

-9-
https://www.facebook.com/novelasgratis

que nunca hablaba de su pasado. Utilizando el dinero que había ganado en las
minas de plata y multiplicado luego en turbias partidas de póker, había
comprado el ferrocarril y había construido el tramo que faltaba. Se rumoreaba
que el buen funcionamiento del tren se había convertido en una obsesión para
él.
Cuando leyó la carta de su amiga, pensó que había encontrado el talón de
Aquiles de Madison Brecker. Después, un nuevo amigo cada vez más preciado
para ella, Jedediah McCook, le había ofrecido su vagón privado para cualquier
viaje que decidiera hacer. Sería sencillo viajar en el Sierra Virginia, robar la
nómina y luego desaparecer en el santuario de su vagón privado.
Poco a poco, había ido tomando solidez la idea de arruinar a Brecker antes
de matarlo. Había heredado la paciencia oriental, y no le importaba un pequeño
retraso.
Acabó de disfrazarse con una camisa de cuadros y, unos pantalones de
hombre, una chaqueta y un pañuelo rojo y blanco con el que se tapó la nariz y la
boca. Instantáneamente, se aceleró su respiración.
«Tranquila, Trinity, no puedes permitirte el lujo de perder la calma», se
dijo. Se ajustó un revólver descargado a la cintura y, poniéndose unos guantes
de cuero, se dirigió hacia la puerta.
Sintió el impulso de permanecer en los confines del lujoso vagón privado,
una vocecita clamaba en su interior que no tenía por qué correr esos riesgos.
Pero siguió adelante. El pasado no le permitía echarse atrás. Madison Brecker
había asesinado a su madre a sangre fría, y ella no sería más compasiva con él.

- 10 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 2

Sintiendo fuego en las venas, abrió la puerta.


Un viento frío de octubre azotó las mejillas de Trinity. Como ya había
hecho las dos veces anteriores, pasó a la pequeña plataforma que separaba el
vagón privado del de equipajes. Desde allí subió al techo del vagón. El viento
soplaba a su alrededor, llevando cenizas y humo de la locomotora.
Trinity comenzó a avanzar a gatas, con el mayor sigilo. Cuando había
recorrido una tercer parte del vagón, una de sus rodillas tropezó con algo, sintió
una punzada de dolor y lanzó un gemido.
Dentro del vagón, sentado en el suelo de madera, Dick Kingsman dejó de
barajar el mazo de cartas.
—¿Has oído algo? —preguntó el vigilante, aguzando el oído.
Estaba hecho un manojo de nervios. Dos veces había sido robado y dos
veces había tenido que enfrentarse a la mirada acerada de Madison Brecker
para explicar los incidentes. Según su parecer, enfrentarse dos veces a Madison
Brecker era peor que hacerlo doscientas con cualquier otro hombre. Cualquier
hombre sensato enseguida comprendía un par de cosas: mejor evitar las
discusiones con Madison Brecker, y mejor evitar las discusiones con Madison
Brecker.
Todo lo que oía Hollis Reed, montacargas de regreso a Virginia City, era el
traqueteo del tren.
—No oigo nada extraño —afirmó Hollis—. ¿Y tú?
Dick guardó silencio antes de responder.
—Nada. Supongo.
—Entonces, baraja esas cartas de una vez. Y, puestos a ello, haz que
cambie mi suerte.
Sin embargo, Dick seguía vacilando. Como se sucedieron los ruidos
normales, se quedó sin excusas y comenzó a barajar.
En cuestión de segundos, los dos hombres estaban concentrados en el
juego. Trinity se frotó la rodilla herida. A la mañana siguiente, sin duda tendría
un buen cardenal. Se fijó en el objeto con el que se había golpeado, una
chimenea de unos quince centímetros de diámetro y tres de altura. Con las
prisas, no se había percatado de su existencia. Entonces procuró ignorar el dolor
para centrarse en faena.
Llegó al extremo del vagón y descendió a la plataforma que unía los
vagones con la misma habilidad que había empleado para subir. Sin perder un
segundo, por miedo a que apareciera algún pasajero necesitado de aire fresco,

- 11 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

sacó el revólver y llamó a la puerta con fuerza.


Dick Kingsman se quedó paralizado. Silenciosos, los hombres se miraron.
Trinity se preguntaba si funcionaría su plan, si el detective de Pinkerton estaría
esperándola… si el ruido ensordecedor se debía al traqueteo del tren o las
palpitaciones de su corazón.
—¡Eh, soy Dancey! ¿Todo bien dentro?
Los dos hombres se relajaron visiblemente.
—Es Dancey —observó Dick sin necesidad.
Dancey Harlan era el revisor del Sierra Virginia, un hombre tosco de
temperamento quijotesco que mezclaba la afición al whisky y los improperios
blasfemos con el fervor religioso.
Trinity oyó deslizarse el cerrojo; su plan había funcionado. En el primer
robo, solo había tenido que abrir la puerta. La segunda vez, había tenido que
llamar al vigilante por su nombre y éste había abierto ingenuamente.
Consciente de que no podía repetir el truco, había agravado su tono de voz
pidiendo al cielo que pudiera imitar al revisor con suficiente precisión como
para confundir a un hombre que probablemente estaría muy nervioso.
La puerta se abrió. Dick Kingsman estaba sonriente cuando dijo:
—Dan ¿qué demonios quie…?
La sonrisa se desvaneció cuando vio el cañón del Colt que le apuntaba y
abrió los ojos como platos. Detrás de Dick, Hollis Reed, más viejo pero con los
ojos tan abiertos como los del primero, se levantó de un salto. Igual que Dick,
levantó las manos tan alto que parecía querer alcanzar las estrellas.
Trinity entró al vagón y cerró la puerta corriendo el cerrojo. Dejando que
hablara el revólver, hizo un ademán hacia la caja fuerte. Dick Kingsman conocía
el ritual. Con dedos temblorosos, marcó la combinación de apertura.
Tras marcar el último número de la combinación, giró la manilla de
apertura. Nada ocurrió.
—Yo… debo haber marcado mal la combinación —tartamudeó.
Trinity le hizo un gesto para que volviera a probar, aunque en realidad
sintió el impulso de gritarle que se diera prisa. No esperaba encontrar dos
hombres, aunque de momento, el otro no había pestañeado siquiera. Pensó que
no le iba a resultar fácil escapar; luego decidió que debería atar al segundo.
Pero… ¿con qué? Se le ocurrió una idea y encañonó al segundo hombre,
señalándole con la cabeza el equipaje de los pasajeros.
—¿Qué? —preguntó Hollis, aterrorizado.
—Abra.
—¿Las bolsas?
Trinity dio una patada a una bolsa, indicando que había acertado y que no
debía perder tiempo. Y el hombre no lo hizo. Con manos temblorosas, se
arrodilló y abrió la bolsa pateada en cuestión.
Trinity le hizo un gesto para que se apartara. Sin dejar de apuntar hacia los
hombres, comenzó a revolver el contenido. Un vestido. Una blusa. Un corsé.

- 12 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Unas bragas. Dejó aparte esta última prenda y se puso a buscar otro par.
El chasquido de la caja al abrirse sonó como un trueno. Trinity alzó la
vista.
—¡Lo conseguí! —anunció Dick Kingsman orgullosamente—. Querrá el
dinero de estos sacos ¿no?
—¡Rápido!
En cuestión de segundos, tendió a Trinity un saco lleno de billetes.
—Átale —ordenó ella, señalando a Hollis y entregándole al sorprendido
Kingsman dos pares de bragas.
—Pero… —dijeron los dos hombres al unísono.
—¡Átale!
Dick Kingsman se aproximó a su amigo temblando como un flan…

En el mismo instante en que un avergonzado Hollis Reed, con las manos y


pies atados por la íntima lencería de encaje, estaba arrastrándose por el vagón
de equipaje, Oliver Truxtun se levantó de su asiento para iniciar una nueva
ronda de vigilancia. Su mirada se encontró con la de Dancey Harlan. Cruzaron
un mensaje silencioso de entendimiento.
Uno menos silencioso cruzó entre Trinity y Dick Kingsman: este último
debía contar hasta cien antes de abrir la puerta del vagón o arriesgarse a no
celebrar su próximo cumpleaños.
Acababa de poner la mano sobre el picaporte de la puerta, cuando sonaron
los golpes de Oliver Truxtun. Éste aporreó otra vez, con mayor fuerza e
insistencia. Instintivamente, Trinity retrocedió. ¡Mierda! pensó sin poderlo
evitar.
—¿Kingsman? —gritó el detective de Pinkerton.
—¡Responde! —musitó Trinity entre dientes.
—Eh… ¿sí? —gritó el joven con los nervios destrozados.
—¿Todo marcha bien?
—Sí… ¡Claro que sí!
—Déjame entrar.
Las palabras de Truxtun produjeron tres pensamientos muy diferentes:
«Ese gusano está perdido», pensó Hollis Reed. «Tal vez no me despida Brecker,
después de todo», pensó Dick Kingsman. ¡Qué desastre, maldita sea! se dijo
Trinity de todo corazón.
La actriz retrocedió hacia la puerta trasera del vagón, que estaba
bloqueada por los equipajes, y las sacas de correo.
—¿Kingsman?
Trinity percibió el recelo del hombre.
—Entretenle —ordenó a Dick—. Y mueve esas sacas.
—Eh… ¡un minuto, ahora mismo abro! —tartamudeó, cuando acabó de
apartarlas y se retiró de la puerta.

- 13 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Trinity giró el picaporte. Cerrada. Tenía el corazón en la garganta.


—¡Kingsman! —atronó Oliver Truxtun, mientras Trinity manipulaba la
cerradura—. ¡Kingsman, abre!
Con movimientos frenéticos, Trinity intentaba abrir la puerta, pero los
guantes de cuero dificultaban las cosas. Se quitó el izquierdo con los dientes y
probó de nuevo, siendo recompensada por el bendito chasquido. Echándose la
bolsa al hombro, abrió la puerta.
—No intenten ninguna locura —ordenó con voz grave.
—No… no… —le aseguró Kingsman.
Trinity salió, cerrando de un portazo y pasó a su vagón privado sin perder
un segundo. Dick Kingsman corrió a abrir la otra puerta, cuya cerradura
amenazaba volar Truxtun de un disparo.
—¡Voy! —gritó el joven.
Hollis Reed, todavía tendido en el suelo, estaba intentando arrastrarse
hacia la misma puerta. Por fin aspiró y lanzó un estornudo tremendo. Dick
Kingsman tropezó con la forma serpenteante de Hollis Reed y cayó de bruces,
cortándose un labio. En aquel momento sonó un disparo y la puerta se abrió
violentamente.
Oliver Truxtun, Dancey Harlan y un grupo de pasajeros curiosos
encontraron al pobre Hollis arrastrándose por el suelo atado con dos bragas de
encaje, al vigilante del vagón de equipaje encima de él en posición muy poco
digna, y el orgullo de ambos hombres malamente maltratado.

Diez minutos después, cuando llamaron a la puerta de madera tallada del


elegante vagón privado, abrió una Trinity Lee de aspecto pero que muy
femenino.
—¿Sí? —dijo, con una brillante sonrisa—. Vaya, usted es el señor Harlan,
¿no?
—Sí, señora. Vengo a comprobar si se encuentra bien.
—¿Bien? Bueno, me ha parecido oír un disparo, pero creo que han sido
imaginaciones mías.
—Pues no se ha equivocado, señora. Era un disparo, y han vuelto a robar
el tren.
Trinity se llevó una mano al pecho en dramático ademán.
—Pero no debe preocuparse —se apresuró a explicar el revisor con tono
tranquilizador, haciendo que Trinity sintiera un asomo de culpa—. Ya ha
pasado todo.
—¿Han… han cogido…?
—No, señora. El maldito bandolero se ha escapado.
—Debe ser un verdadero desastre para la compañía. He oído que el señor
Brecker está pagando de su bolsillo las pérdidas de las empresas mineras…
—Así es, señora.

- 14 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Muy noble por su parte.


—Sólo quería asegurarme de que se encontraba bien. Y también
preguntarle si había visto algo, pero parece que no.
—No. Lo siento, pero no he visto nada.
—Muy pronto llegaremos a Virginia City —observó el revisor, abriendo su
reloj de bolsillo—. Dentro de quince minutos, más o menos.
Trinity apenas oyó las últimas palabras de Dancey Harlan, pues se le había
encogido el corazón al ver el guante que el revisor sostenía entre las manos.
Un guante de cuero. De hombre.
El guante que había perdido al robar la nómina.
—Gra… gracias —consiguió articular.

La noticia del robo llegó a la ciudad antes de que se detuviera el tren.


En el Last Drink Saloon, la noticia fue recibida con sorpresa e irritación. En
la barra, la preciosa Millie Rhea, sintió un profundo dolor por Breck, además de
una franca desolación. Probablemente, esto significaría que no le vería aquella
noche, aunque no dejaba de sorprenderla que siguiera buscándola de vez en
cuando. Muchas mujeres se acostarían con él de muy buena gana, pero él
prefería pagar a cambio del placer.
Y la noticia llegó a la oficina de Madison Brecker, tan austera como su
dueño, de manos del muchacho que limpiaba los suelos y las escupideras de la
estación.
—Señor Brecker —comenzó, jadeante por la carrera—, han vuelto a robar
el tren. Y el ladrón ha vuelto a escapar.
El anuncio fue recibido por un silencio. Un silencio mortal. Los ojos de
Breck, azul pálido de por sí, adquirieron un tono translúcido, gélido.
El chaval retrocedió un paso.
Súbitamente, Breck saltó de la silla, cogió su chaqueta del perchero y salió
de la oficina como un rayo.
La gente de la ciudad se quedaba mirándole a su paso. Su cabello, dorado
como el trigo y de textura tan rica como el más exquisito brocado, fustigaba una
frente curtida por el sol, con profundos surcos cincelados por treinta y seis años
de vida muy dura. Lo llevaba largo, casi a la altura de los hombros. Los
hombres pensaban que necesitaba un buen corte; las mujeres, consideraban que
le daba un aspecto salvaje y atractivo, casi perverso.
Nadie se sorprendía de que no llevara pistola. El cuchillo que siempre
llevaba en una bota, le bastaba para imponer respeto.
—Lo siento, Breck —osó decir alguien.
—¿Han cogido al asaltante? —preguntó otro.
—Sólo tienes que pedirlo y formaremos una patrulla…
Breck siguió su camino hacia la estación. Si el trabajo duro y la plena
dedicación no eran suficientes, ¿qué demonios debía hacer un hombre para

- 15 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

sacar algo de la miseria que era su vida?, se preguntaba amargamente. ¿Y por


qué, tras años de absoluta despreocupación, llegar lejos se había convertido en
algo vital para él? Tan solo reconocía haber invertido algo más que dinero en la
aventura del ferrocarril. Había invertido su corazón y lo que quedaba de su
alma maltrecha.
La multitud se había multiplicado en número, y rumoreaba llena de
agitación.
—No sé dónde vamos a parar —se lamentó Harriet Dawson, abriéndose
paso entre la gente y arrastrando a su hija—. Vamos, Victoria. Y camina con los
hombros erguidos.
—Sí, mamá —respondió la jovencita de mala gana.
—¡Casi me muero al oír el disparo! —exclamó una señora con los ojos
brillantes de excitación, haciendo gestos nerviosos con una mano en la que tenía
un tarro de mermelada.
—Cuidado con la mermelada —observó su marido—, o pringarás a media
ciudad.
Cuando se aproximó Breck, los rumores se acallaron, tornándose susurros;
la multitud se partió en dos a su paso, como si hubiera sido cortada por un
cuchillo afilado.
Lentamente, buscando con la mirada a su amiga, Ellie, Trinity bajó la
escalerilla de su vagón privado.
Su elegancia quedaba fuera de dudas. Su compostura, sin embargo, era
solo una apariencia muy creíble gracias a sus dotes de actriz; la mano, apoyada
entre los pliegues de la falda, le temblaba como una hoja mecida por el viento.
Ver al revisor con el guante la había dejado hecha un manojo de nervios,
aunque nada podía relacionarla con la prenda en cuestión. Había arrojado la
pareja por la ventanilla con el tren en marcha, pero el dinero continuaba en su
posesión, escondido en uno de los muchos baúles que pronto descargarían del
tren.
Prometiéndose ser más prudente en el futuro, vio a Ellie Oates, sonrió,
agitó el brazo y se dirigió hacia ella. No advirtió que la multitud se dividía para
dejar paso a un poder oscuro. Trinity acababa de acelerar el paso cuando la
mujer que sostenía el tarro de mermelada, se cruzó en su camino, dejándole una
única alternativa: darse de bruces con el hombre que avanzaba en dirección
opuesta.
Todo ocurrió en un segundo, pero Trinity sintió la escalofriante
inmovilidad del tiempo. Sintió un pecho duro como la roca y dolor cuando dos
manos de acero la asieron por los hombros. Vio una camisa negra abierta por el
pecho bajo una chaqueta igualmente negra. El cuello con músculos tensos,
bronceado, y una barbilla arrogante. Dos labios, el superior de una delgadez
imposible; el inferior, tierno y sensual. El cabello que acariciaba con garbo el
cuello de la chaqueta. Y dos ojos…
Azules. Fríos. Duros. Peligrosos. Ojos fríos como una noche sin estrellas.

- 16 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Vacíos, faltos de emociones cálidas. Los ojos que durante dieciocho años la
habían obsesionado día y noche.
Aquella visión materializó el espectro de un mundo misterioso, empañado
de niebla. Trinity oyó el estruendo de una muñeca de porcelana haciéndose
añicos, sintió en las venas el pánico de una niña de ocho años, su grito de
angustia. Y sintió la soledad infinita de perder a un ser querido.
Pasó el segundo. Convencido de que la mujer había recobrado el
equilibrio, Breck siguió su camino sin decir palabra.
Trinity giró sobre los talones, observando cómo subía al tren y dirigía
palabras atronadoras a un hombre de nariz aguileña.
—¿Para qué demonios estoy pagándole, mierda?

- 17 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 3

Oliver Truxtun ni siquiera pestañeó al oír los improperios de Breck.


Regresó al vagón de pasajeros, y, con ademanes reposados, se sentó en el
asiento que había ocupado durante el viaje.
—Tengo entendido que los demonios para los que me paga son para
atrapar a los hombres que están robando su tren. Y le aseguro que lo haré.
—¿Y no dijimos nada acerca de atraparles antes de que esos hijos de perra
me arruinen?
—Estas cosas llevan tiempo.
—Y mi dinero —replicó Breck, iracundo.
El detective de Pinkerton hizo una pausa y observó detenidamente a
Breck.
—Yo también quiero atraparles —respondió al fin simplemente, pero de
corazón.
Breck observó al detective. Sí, pensó, Oliver Truxtun era como un halcón
implacable en busca de presa. Y, por su aspecto, se había tomado la derrota de
aquel día como una afrenta personal. Lo cual estaba muy bien desde su punto
de vista.
Tan solo esperaba obtener resultados positivos antes de que fuera
demasiado tarde.
Con parsimonia, Breck comenzó a recorrer el estrecho pasillo, observando
a sus empleados uno por uno. Allí estaba Dancey Harlan, única persona que
podía considerar amigo suyo, aunque Breck, crecido entre los brazos de la
soledad, ni siquiera con aquél se había abierto por completo. Hollis Reed se
agitó, sonrojándose. El joven Dick Kingsman ni siquiera le miró a los ojos.
Charlie Knott, el mejor ingeniero de toda California y, finalmente, Abe Dustin,
el musculoso fogonero, de aspecto siempre sudoroso y esquivo.
Breck apoyó una bota negra sobre el borde de uno de los asientos
delanteros y apoyó los brazos sobre la rodilla levantada.
—Bueno, ¿le importaría explicarme a alguien qué diablos ha pasado? —
dijo con voz lenta y pesada; como nadie respondía, añadió con un deje
sarcástico—: Por favor, no todos a la vez.
Dick Kingsman, el narrador lógico de los acontecimientos, se agitó
nervioso, alzó la vista y la bajó. Luego afrontó por fin la mirada gélida de su
jefe, tragó saliva.
—Yo… eh… creo que todo ha sucedido antes de las cuatro. Hollis y yo
estábamos ju… —Kingsman se calló que estaban jugando a las cartas,

- 18 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

decidiendo que sería ridículo echar leña al fuego en aquellas circunstancias—.


Hollis estaba haciéndome compañía en el vagón de equipajes. Me pareció oír
algo, pregunté a Hollis si él también lo había oído y, como respondió
negativamente, decidí que eran imaginaciones mías. Tres o cuatro minutos
después, llamaron a la puerta. Esperamos y luego la voz dijo algo así como
«Soy yo, Dancey. ¿Todo marcha bien?»
Dancey Harlan le interrumpió.
—El hijo de perra habló con mi voz. El libro sagrado dice que Satán puede
hablar en todos los idiomas. ¡Pero, maldita sea, me asquea que fuera a imitarme
a mí!
—¿Hablaba como Dancey? —le intrigaba las dotes vocales del ladrón.
—Lo juro por lo más sagrado. Por eso ni siquiera me molesté en coger el
revólver.
—Es cierto lo que dice —interrumpió Hollis—. Yo hubiera apostado mi
vida a que se trataba de Dancey.
Breck archivó en su mente como «interesante» la información sobre la voz
del ladrón.
—Sigue —urgió al joven.
Y Kingsman siguió describiendo al criminal más vil y salvaje que se
pudiera imaginar. Prudentemente, omitió el episodio en que se había visto
forzado a atar a Hollis con las bragas. Y tampoco habló de su tropezón con
Hollis, cuando se partió el labio. Inconscientemente, se llevó una mano al labio
magullado.
—¿Le diste un puñetazo? —preguntó Breck, advirtiendo la herida de su
empleado, dispuesto a disfrutar de una pequeña victoria al menos.
Dick apartó la mano de la boca rápidamente, con expresión de
culpabilidad.
—No, señor. Yo… bueno, caí sobre Hollis.
—¿Que caíste sobre Hollis? —preguntó arqueando las cejas.
—Sí. El… eh… el ladrón me obligó a atarle.
Breck se puso alerta al ver el rostro de Hollis tiñéndose de un color
púrpura.
—Con bragas —se vio obligado a añadir Kingsman.
—¿Cómo?
—Con bragas. El ladrón me obligó a atar a Hollis con unas bragas que sacó
de la maleta de un pasajero.
Los ojos de Dancey y Harlan chispearon por un instante. Charlie Knott
frunció los labios. Hasta Abe Dustin pareció sonreír con disimulo.
—Vamos a ver si me aclaro —dijo Breck, más serio que nunca—. Unos
minutos antes de las cuatro el ladrón, imitando la voz de Dancey, entró en el
vagón, donde el vigilante ni siquiera llevaba el revólver al cinto, me robó… —
hizo una pausa—, y supongo que se llevó los veintidós mil dólares…
Dick asintió, sintiéndose el más miserable de los humanos.

- 19 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Me robó sin problemas y luego forzó al vigilante a maniatar a Hollis con
ropa interior de mujer, escapando mientras el detective de Pinkerton, al que
estoy pagando un ojo de la cara, aporreaba la puerta y el vigilante tropezaba
como un estúpido y caía sobre Hollis.
De mala gana, Kingsman asintió de nuevo.
—¡Mierda! —exclamó Breck, irguiéndose.
Durante un minuto, reinó un silencio absoluto. Entonces, como si esta
información pudiera suavizar las cosas, Dick añadió de un tirón:
—Dancey encontró uno de sus guantes.
Breck alzó la vista bruscamente.
Oliver Truxtun pasó el guante a Dancey, el cual lo arrojó a su jefe y amigo.
Sin dificultad, Breck lo atrapó, estudiándolo. Un guante de cuero masculino.
Nuevo. Todavía olía demasiado a cuero. No tenía nada de especial. Probó a
ponérselo y apenas pudo meter los nudillos.
—¿El tipo era bajito, como los otros dos? —preguntó.
—Eh… sí, creo que sí —contestó Dick, con muy pocas ganas de reconocer
que había sido derrotado por un hombre más pequeño que él.
—¿Y llevaba gafas?
—Sí. Como lo otros dos.
Breck asintió, aunque no sabía muy bien adonde se dirigían sus
pensamientos.
—¿Recordáis algo más acerca del ladrón?
Los hombres vieron al joven devanándose los sesos en busca de una
imagen visual del ladrón, pero fue Hollis quien recordó primero.
—¡Una cicatriz! —exclamó—. Tenía una cicatriz aquí —dijo, llevando un
dedo sobre la sien.
—¡Es verdad! —convino Dick lleno de excitación.
Breck guardó silencio, desilusionando a sus dos empleados, que
consideraban la cicatriz una pista esencial en las actuales circunstancias. Breck
estaba dando vueltas al pelo rojo, al cojeo, a la cicatriz. Algo no encajaba. Todo
parecía demasiado evidente. Miró el guante. Tres hombres de baja estatura.
Tres hombres que llevaban gafas. Tres hombres con un rasgo distinto y
diferente que saltaba a la vista. ¿No estarían sacando una conclusión
equivocada? ¿No sería siempre el mismo hombre y no habría implicada una
banda? Alzó la vista y miró a Oliver Truxtun, advirtiendo que la misma
posibilidad acababa de cruzar la mente del detective.
—A menos que alguien tenga algo más qué decir, volvamos a trabajar —
dijo, apartando la vista de Truxtun—. Si alguien quiere verme, estaré
sacudiendo árboles para ver si caen los veintidós de los grandes.
Cuando pasó junto a Dancey, éste le habló al oído.
—Yo tengo unos ahorros…
—Guárdalos. O gástalos en whisky barato y mujeres caras —replicó,
esbozando una leve sonrisa que momentáneamente suavizó la dureza de su

- 20 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

expresión—. ¿O era whisky caro y mujeres baratas?


—En sábado noche, me conformaría con cualquiera de las dos
posibilidades —observó Dancey—, y daría gracias al todopoderoso por la
combinación.
La sonrisa de Breck se prolongó unos segundos más; dio un apretón en el
hombro a su único amigo. Cuando se acercó a Dick Kingsman, éste bajó la
mirada.
—¿Kingsman?
Dick alzó la cabeza.
—Busca a Doc Dawson y que te mire el labio.
—Sí, señor.
—Y la próxima vez, lleva el revólver a mano. Y no abras a nadie, aunque
creas que soy yo.
La próxima vez. Las palabras más bonitas que Dick Kingsman había oído en
la vida.
—Sí, señor. Quiero decir, no, señor —dijo, la voz de súbito tan ligera como
el vuelo de una mariposa.
Breck se acercó a Truxtun y le tendió el guante.
—Creo que esto es asunto suyo.
El detective cogió el guante y Breck bajó a tierra. La multitud ávida de
cotilleos se había dispersado. En el silencio, el sol estaba poniéndose.
¡Maldita sea!, pensó. No se rendiría tan fácilmente. Probaría a esa ciudad
miserable, a todo el mundo apestoso, que Madison Brecker era alguien.
Demostraría, de una vez por todas, que era algo más que «el mocoso de
Brecker».

Mirándola dos veces, Ellie Grayson Oates casi parecía bonita.


A primera vista, era una pequeña masa de pecas, rizos rubios y ojos
excesivamente grandes y en constante movimiento. Más detenidamente, no
parecía bajita, sino chiquita, las pecas resultaban imperfecciones atractivas
sobre su piel delicada, y los rizos rubios le otorgaban un aspecto gracioso. En
cuanto a los ojos, su color verde lima cobraba más relevancia que su tamaño. En
cuanto a su espíritu inquieto… bueno, se llegaba a tolerar este rasgo de su
personalidad porque Ellie era Ellie, lo cual equivalía a decir que, a pesar de su
actividad frenética, era una mujer bonita y verdaderamente interesante de
conocer.
Y esta eufórica Ellie se arrojó a los brazos de Trinity en el instante en que
se cerró la puerta de la lujosa suite del Chastain Hotel.
—¡Estoy tan contenta de verte! —exclamó con alegría.
—Sólo han pasado dos semanas —observó Trinity, aunque abrazó a su
amiga con el mismo entusiasmo, tanto que sus dos sombreros se ladearon.
—Pero dos largas semanas. Vamos, deja que te mire —dijo Ellie,

- 21 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

apartándose de Trinity sin dejar de apretar sus manos—. Muy bien. Has dejado
de temblar.
—¿Cómo?
—Estabas temblando en la estación, y me atrevería a decir que con buenos
motivos. Estar presente en tres robos en solo dos meses es como para hacer
temblar a cualquiera. Dime ¿viste algo? ¿Oíste algo?
—No, no vi nada —respondió.
Habría preferido que Ellie no hubiera notado su temblor, pero era un
consuelo que lo hubiera atribuido al robo. Seguramente no habría visto su
tropezón con Madison Brecker.
—No, no pude ver ni oír nada —repitió.
—Bueno, a mí todo este asunto me parece muy excitante —afirmó Ellie,
desatando el lazo de su sombrero y arrojándolo sobre una silla.
—¡Cómo no! —dijo Trinity, sonriendo a pesar de todo.
—Y un poco triste.
Trinity levantó la vista, quitándose a su vez el sombrero y dejándolo sobre
la colcha de terciopelo rosado.
—¿Triste? ¿Por qué?
Ellie se encogió de hombros.
—No sé. Supongo que esa gente debe andar muy necesitada de dinero
para hacer daño a otras personas, ¿no te parece?
Aquellas palabras inintencionadas socavaron la conciencia de Trinity. No
porque se arrepintiera de lo que estaba haciendo, sino porque no se arrepentía
en absoluto. Una noche, dieciocho años atrás, Madison Brecker le había privado
de su inocencia, de su ser más querido, llenando su corazón de odio y
amargura.
—Lo que me parece es que no todo el mundo es tan bueno como tú —
replicó, volviéndose para evitar que su amiga viera en su rostro el reflejo de su
alma despiadada; y entonces, oyó el chasquido del cierre de uno de los baúles
amontonados en el suelo y giró en redondo—. ¿Qué haces?
Ellie, toda vitalidad, llevó la mano hacia el otro cierre.
—Ayudarte a deshacer el equipaje, por supuesto. Solo tardaremos un
minuto…
Trinity corrió para poner las manos sobre la tapa del baúl en el que había
ocultado el dinero.
—No —suavizó el tono de su voz—. Ni una palabra más sobre el tema.
Quiero que aprovechemos el tiempo para hablar.
—Pero podemos hablar esta noche durante la cena —replicó Ellie.
—Pero no podremos hacerlo sin interrupciones —insistió Trinity,
sentándose sobre la cama y animando a su amiga a hacer otro tanto—. Háblame
de esos Anthony, que tan amablemente se han ofrecido a darme una cena de
bienvenida.
Ellie olvidó el tema del equipaje y dejó escapar una risita. Trinity frunció

- 22 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

el ceño.
—Oh, no. ¿Qué significan esas risas?
—Eran los dueños de la lavandería.
—¿De la lavandería? —repitió Trinity perpleja; tenía entendido que eran
una de las familias más ricas de Nevada.
—El señor Anthony descubrió una veta de plata en Comstock Lode, una
de las más ricas de la zona —explicó su amiga, lanzando un suspiro
dramático—. Ahora les salen los dólares hasta por las orejas.
Trinity sonrió.
—Han construido una mansión gigantesca y bastante llamativa y visten de
pena. Pero son excelentes personas, y no han reparado en gastos para la cena de
esta noche. Incluso, han traído champán francés y caviar de San Francisco. De
hecho, probablemente hayan venido en el mismo tren que tú.
Trinity recordó las cajas que había visto en el vagón de equipajes y se
preguntó si el champán y el caviar viajarían en algunas de ellas.
Ellie volvió a reír.
—Si el ladrón lo hubiera sabido, probablemente también habría robado el
champán y el caviar.
El corazón de Trinity palpitó un poco más aprisa.
—Oh, sospecho que el ladrón tenía otras prioridades —observó con la
mayor ligereza que pudo.
—¿Cuándo llega la compañía? —preguntó Ellie cambiando de tema.
—Mañana. Y por la noche habrá ensayo. Tengo entendido que el estreno
será pasado mañana.
Ellie asintió.
—Me muero de ganas de volver a un escenario.
Cuando la compañía supo que actuaría en Virginia City, todos sus
componentes insistieron en que tuviera un papel su antigua compañera, y Ellie
había aceptado sin hacerse rogar.
—Toda Virginia City estará en el teatro el miércoles cuando se levante el
telón.
Trinity se preguntó si Madison Brecker estaría incluido en «toda Virginia
City». Y le asaltó una sensación escalofriante. Lentamente, se levantó de la cama
y se acercó al lavamanos. Inclinó el jarrón con grabados florales sobre la
palangana a juego.
—He visto a Madison Brecker en la estación —observó con el corazón
palpitante.
—Realmente, no me habría gustado ser la encargada de comunicarle la
noticia del nuevo robo.
—No parecía… preocupado —dijo Trinity, deslizando los dedos en el
agua fría.
—Créeme, Breck nunca se preocupa. Solo se asegura de que se preocupen
otros.

- 23 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

El comentario aumentó el ritmo del palpitante corazón de Trinity.


—Y no se le puede criticar en este caso —añadió Ellie—. Los mineros están
dispuestos a despellejarle vivo. Y les gustaría arruinar su negocio, pero no
pueden. Dependen del ferrocarril para conseguir provisiones y transportar el
mineral en bruto. En cualquier caso, Neil dice que los robos constituyen un
descrédito terrible para la reputación de Breck como hombre de negocios. Y los
mineros siguen transportando las nóminas por ferrocarril solo porque está
haciéndose cargo de las pérdidas. Aunque no sé cuánto puede durar esta
situación. En fin, Neil dice que es una vergüenza, porque Breck siempre se ha
comportado honestamente con él y los demás mineros.
«Qué interesante; un asesino honrado», pensó Trinity, secándose las
manos con una toalla con bordado de punto.
—Decías que era un aventurero…
—Hum… Es reservado respecto a su pasado, pero se rumorea que procede
de St. Louis. Aquí llegó hace siete meses.
—¿Y qué más se rumorea?
—Que ha matado. Más de una vez. Y que no vacilaría en volver a matar.
—Qué bestia.
—Sólo son rumores pero, de ser ciertos, sobran las razones para tratarle
con cuidado. Ben Buford, propietario de la mina Buford, dice que conoció al
padre de Breck. Cuenta que murió en un tiroteo. Parece que el padre de Breck
retó a un hombre por hacer trampas jugando al póquer y dicho hombre le mató.
Antes de que acabara la semana el hombre fue hallado muerto… degollado.
Todo el mundo dice que era un verdadero tramposo. Ben dice que la creencia
común es que lo mató «el mocoso de Brecker», como solían llamar a Breck,
aunque solo tenía catorce años. Después de ese incidente, Breck desapareció por
completo.
«Por completo, no», pensó Trinity. En algún momento había ido a
Sacramento, donde asesinó a su madre.
—¿Crees que le buscará la justicia? —Trinity se acercó al baúl que contenía
el dinero robado.
—No sé. Hay asesinatos y asesinatos.
—Sí, muy cierto —replicó Trinity pensativa.
—Lo único que sé sobre seguro —añadió Ellie, esbozando una sonrisa
picara—, es que, buscado por la justicia o no, lleva los pantalones más ajustados
que he visto en la vida. Vaya, sus Levi's sin duda pueden parar el corazón de
una mujer.
La conversación había dado un giro inesperado y Trinity respondió como
sabía que su amiga esperaría de ella, sonriendo con algo de malicia a su vez.
—Ellie Oates, eres una desvergonzada. Y casada.
—Neil dice que puedo mirar lo que quiera mientras no toque.
Ambas mujeres sonrieron más abiertamente, Trinity pensando que no
podría haber dicho cómo le quedaban los vaqueros a Madison Brecker. Ni

- 24 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

siquiera podría haber asegurado que llevara pantalones puestos. Se había


quedado paralizada por la frialdad de sus ojos.
—¿Por qué me haces tantas preguntas sobre él? —preguntó Ellie con
curiosidad.
La sonrisa de Trinity se desvaneció.
—Ningún motivo en especial. Ni siquiera me había dado cuenta.
—Pues llevamos varias semanas sin parar.
Trinity encogió los hombros, buscando una explicación que la sacara del
apuro. Y recurrió a la primera ocurrencia que tuvo.
—Un amigo mencionó su nombre, eso es todo —dijo, sin mencionar que se
trataba de Chen Yung—. En fin, no tiene ninguna importancia.
Tras una discusión sobre qué ropa ponerse y aclarar la hora de la cena y
los medios de transporte disponibles, Ellie anunció que debía marcharse.
—¿Podrás guardar un secreto? —preguntó con los ojos brillantes.
—¿Cuál? —preguntó Trinity, intrigada.
—Creo que estoy embarazada, pero no digas nada a Neil. Todavía no se lo
he dicho. Quiero estar segura primero.
—¿Has ido al médico?
—Cielos, no. Doc Dawson haría correr la noticia por toda la ciudad. Pero
sé que lo estoy —añadió sonriente—. Una mujer sabe estas cosas.
Trinity acarició la mejilla de la mujer más preciada para ella que cualquier
hermana que pudiera haber tenido.
—Me alegro muchísimo por ti. Serás una madre maravillosa.
Ellie y Trinity entrelazaron las manos, los ojos de ambas súbitamente
empañados de lágrimas.
—Yo también soy muy feliz —dijo Ellie—. No solo por el bebé. También
por Neil, por mi vida… por todo. Tan solo desearía que encontraras alguien que
amar tanto como yo amo a Neil.
Más tarde, sola en la habitación, Trinity pensó en el buen deseo de su
amiga. ¿Cómo podía explicarle que en su corazón no había lugar para el amor,
tan lleno de odio como estaba?

Ellie tenía razón. La mansión de los Anthony era una monstruosidad de


aire barroco. Y los Anthony no resultaban menos llamativos que su hogar. La
señora, de pechos generosos y caderas más generosas aún, y el señor, bajito y
con las piernas curvadas, ancho pecho y cuello de toro, lucían atuendos
excesivos en colores que contrastaban cómicamente. Pero, eran una pareja
encantadora y unos anfitriones cordiales.
Trinity, sin embargo, deseaba encontrarse en cualquier otro lugar. Toda
conversación, cualquiera que fuese su comienzo, acababa con el tema del robo.
Lo cual consideraba normal, lo mismo que el hormigueo molesto que la
asaltaba cada vez que surgía el asunto. Harta de conversación y hormigueo, se

- 25 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

abrió paso entre los grupos de invitados, sonriendo, saludando y sonriendo otra
vez, escuchando retazos de conversaciones.
—…la tercera vez en dos meses…
—…absolutamente ilegal…
Trinity acercose hacia otro grupo.
—…maniatado con bragas…
—¿Con bragas?
—Te lo juro.
—Doc Dawson. El matasanos dijo que Dick le contó… ¿Cómo está,
señorita Lee? Estábamos deseando verla esta noche.
Trinity sonrió, respondiendo cortésmente al saludo y siguió su camino. Se
dirigió a la parte posterior del salón, donde había una palmera de grandes hojas
en abanico. Allí disfrutó de un poco de tranquilidad. Advirtió que seguían
llegando invitados y, en el último grupo, observó la presencia de Ellie. Ésta
recorrió con la vista el mar de rostros y, cuando divisó a su amiga, se dirigió
directamente hacia ella.
—Creía que nunca llegaría —se lamentó Ellie, tomando la mano de
Trinity.
Tras ella llegó su marido. Neil Oates era un hombre corpulento y fornido,
dos veces más grande que su mujer en altura y anchura. También era un buen
trabajador, de ideas y gustos sencillos, que había tenido la sabiduría de casarse
con una mujer que le adoraba. Y que él adoraba a Ellie a su vez saltaba a la
vista.
—Trinity —dijo, dándole un fuerte abrazo—, qué alegría verte.
—Lo mismo digo, Neil.
—Siento nuestro retraso —se excusó, llevando una mano sobre la espalda
de su mujer.
Trinity, observando el gesto, se preguntó qué sentiría si un hombre la
quisiera con tanta devoción.
—A algunos mineros les ha entrado el pánico al enterarse del último robo
—explicó Neil—, pero Breck ha organizado una reunión para calmar los
ánimos. Y se ha comprometido a pagar las nóminas de su propio bolsillo. En
cualquier caso… Oye, eso es exactamente lo que necesitaba —dijo cuando se
acercó un camarero con una bandeja repleta de bebidas—. ¿Quieres algo,
cariño?
Ellie sacudió la cabeza. Trinity advirtió que estaban repartiendo papeles
entre los invitados y se preguntó qué serían.
—En cualquier caso, eses es el motivo de nuestro retraso —prosiguió Neil,
bebiendo un buen trago de champán francés—. De modo que vais a volver a
actuar juntas, ¿eh?
A partir de ese momento, la conversación versó sobre la obra de teatro. Y
de ese tema estaban hablando cuando se unió al trío una pareja. El hombre era
alto y delgado, de pelo blanco; ella, una mujer morena.

- 26 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Señorita Lee, soy Doc Dawson. Y ésta es mi mujer, Harriet.


Trinity miró a Harriet Dawson a los ojos y de inmediato notó su frialdad
distante. Y no necesitaba devanarse los sesos para saber la razón. Trinity era
actriz. Y por tanto, debía ser una mujer fácil.
La señora Dawson observó con cierto aire envidioso, el vestido de Trinity,
de raso rojo cereza y sin hombreras, con bordado de encaje color castaño. Y
corrió el riesgo de cometer el pecado capital pasando a estudiar su peinado.
Trinity llevaba el cabello recogido en un hermoso moño trenzado al estilo
oriental.
—Señora Dawson —dijo Trinity.
La mujer dejó de mirar el elegante peinado de Trinity.
—Señorita Lee —dijo con cortesía afectada.
Detrás de la mujer, Trinity veía los papeles que circulaban entre los
invitados.
—Tenemos butacas para el miércoles por la noche —dijo Doc Dawson.
—Maravilloso —replicó Trinity con una sonrisa—. Espero que todo salga a
las mil maravillas.
—Incluso llevaremos a nuestra hija, Victoria.
—Ella tiene otros planes —replicó inmediatamente la señora Dawson.
—¿Estás segura? —preguntó su marido—. Pensaba que quería ir…
—Estoy muy segura.
Trinity comprendió la situación perfectamente.
—Quizás pueda enviar a su hija un programa firmado…
—Gracias —contestó de mala gana la señora Dawson.
—Zorra —dijo Ellie cuando se alejó la pareja con una sonrisa tan dulce que
tanto Trinity como Neil estallaron en carcajadas.
Lágrimas de risa seguían brillando en los ojos de Trinity, del color de la
miel, cuando llegaron por fin al trío los papeles que estaban circulando.
—Ah, esto es cosa de Breck —comentó Neil y pasó a Trinity los dos
papeles tras examinarlos.
Trinity se quedó sin aliento. Breck ofrecía mil quinientos dólares de
recompensa y aparecían sendos dibujos dedicados a los dos primeros ladrones.
Trinity solo veía dos versiones diferentes de sí misma. Ignorando los mensajes
de calma que envió su cerebro, su mano enguantada tembló, dejando caer sobre
la moqueta púrpura uno de los papeles.
Antes de que pudiera agacharse, una mano surgió de la nada y se adelantó
a ella. Una mano grande y encallecida por el trabajo. Bronceada por el sol. Una
mano que tenía una cicatriz con forma de estrella…

- 27 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 4

La niña que había en Trinity reaccionó con miedo. Pero la mujer reaccionó
con rabia, sintiendo fuego de odio en las venas. Y fue la consumada actriz sin
embargo la que asumió el control de la situación. Con indiferencia, observó a
Madison Brecker, el cual se incorporó en un movimiento tan lento que resultaba
hechicero. Observó los ojos fríos y distantes fijos en los suyos y cogió el papel
sin poder apartar la mirada de su mano.
—Breck, ¿no habías dicho que no vendrías? —dijo Neil, rompiendo con su
voz tranquila el prolongado silencio.
—Tenía que hablar con el sheriff —explicó, volviendo la atención hacia la
esposa de Neil—. Ellie.
Esta última esbozó una sonrisa.
—Breck, me gustaría presentarte a mi mejor y más querida amiga, Trinity
Lee. Trinity, éste es Madison…
—Ya nos conocemos —la interrumpió Breck.
Trinity por un instante pensó lo peor y dio un pequeño paso atrás. Sin
embargo, parecía casi imposible que Madison Brecker se refiriera a aquella
noche, dieciocho años atrás. No podía saber que ella era esa niña. No podía…
—Esta tarde. En la estación —añadió Breck.
—Oh —exclamó Trinity aliviada, había olvidado por completo el tropezón
en la estación—. Creo que tiene razón. Me temo que soy culpable por no mirar
por dónde voy —concluyó con una sonrisa.
—Y yo reconozco que iba bastante distraído.
—Y tenía buenas razones, según he oído —replicó Trinity, diciéndose que
evitar el tema del robo podría levantar sospechas—. ¿Han encontrado alguna
pista?
—Alguna —respondió Breck en el momento que un camarero le ofrecía
una copa de champán—. ¿Podría tomar un bourbon con agua en lugar de
champán?
—Por supuesto, señor.
—Tengo entendido que esta vez el ladrón perdió un guante —comentó
Neil.
—¿Un guante? —repitió Ellie.
—Sí —afirmó Breck—, un guante de cuero. Por desgracia, muy normal.
El camarero regresó con el vaso de whisky entre las copas de champán y
Breck lo cogió mientras Trinity aprovechó para dejar los carteles sobre la
bandeja y coger a su vez otra copa de champán.

- 28 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Lo único que tiene de particular es que el guante es de una talla


pequeña —explicó Breck, y luego bebió de un trago la mitad del whisky.
«Estúpida, Trinity, estúpida. ¿Por qué has tenido que perder el maldito
guante?» pensó, deslizando su mano libre entre los pliegues de la falda,
temerosa de que Breck percibiera que el guante encajaría a la perfección en su
mano. Por el rabillo del ojo, advirtió que los carteles que había dejado en la
bandeja circulaban de nuevo entre los invitados.
Lanzando un gemido silencioso de protesta, observó a Breck, protegida
por la copa de champán. «¿Qué se sentirá al segar una vida humana?» se
preguntó. En el caso de aquel hombre, absolutamente nada, decidió. Daba la
impresión de carecer de sentimiento. En el azul de sus ojos solo resplandecía el
vacío. Era diferente al resto de los humanos. Y la diferencia se expresaba de mil
modos.
El más evidente era su aspecto. Los otros invitados lucían camisas
almidonadas y fracs impecables. Breck llevaba téjanos. Tan ajustados como
decía Ellie, tan imponentes. Trinity intentó ignorarlo, centrando su atención en
la camisa negra, la misma que llevaba en la estación. Sin embargo, había
cambiado la chaqueta negra por una de ante, cuyo color era un pelín más
oscuro que su largo cabello trigueño.
Tanto sentimental como físicamente, el hombre destacaba entre los demás
invitados.
Lentamente, los ojos de Breck buscaron los de Trinity, paralizándolos con
una mirada penetrante. Ella sintió un escalofrío. «No, me he equivocado. Tiene
sentimientos, pero se trata solo de las emociones más primarias y oscuras»,
decidió. Antes de que pudiera leer sus pensamientos, Trinity desvió la mirada.
Los ojos de aquella mujer. Había algo misterioso en sus ojos, pensó Breck
cuando Trinity esquivó la mirada. Le llamaron la atención en el instante que
entró a la fiesta; le resultaban familiares, y cuando se acercó a ella cayó en la
cuenta de que era la mujer con que había tropezado en la estación. Pero, tenía la
sensación de que la familiaridad iba mucho más allá de aquella tarde. ¿Se
habrían cruzado sus vidas anteriormente? Muy poco probable, decidió.
Pertenecían a dos mundos aparte, el de ella todo lujo y bienestar, el suyo donde
la vida se reducía a una simple consigna: sobrevivir a toda costa. Posiblemente
sus ojos, al igual que su cabello negro como el azabache y peinado al estilo
oriental, le recordaran a otra mujer. Una mujer muy dulce. Sí, sin duda su
ascendencia oriental hacía que evocara a Su-Ling.
Su-Ling. Después de tanto tiempo, el recuerdo traía consigo el aguijonazo
del dolor. Bebió un buen trago de whisky para librarse del recuerdo de aquel
pasado brutal.
¿Nunca acabaría aquella cháchara?, pensó minutos después, mientras
proseguían a todo vapor las discusiones sobre los robos.
¿Nunca acabaría aquella velada?, pensó Trinity, con ganas de gritar ante
las charlas interminables sobre los robos.

- 29 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Trinity alzó la vista bruscamente, consciente de que Madison Brecker


acababa de decirle algo.
—¿Perdone?
—Decía que da la impresión de que me roban cada vez que viene a la
ciudad.
El corazón de Trinity dejó de palpitar por un instante. Observó
rápidamente el rostro de Breck. Su expresión relajada le convenció de que el
comentario había sido casual más que acusador. Su corazón recobró el ritmo
normal y se dibujó en su rostro la sonrisa por la que era famosa. Una sonrisa
entre diabólica y angelical, entre la ingenuidad y el pecado.
—¿Qué puedo decir, señor Brecker? A ninguna mujer le gustaría ser
considerada gafe.
Antes de que Breck pudiera replicar, anunciaron que la cena estaba
servida, y Trinity sintió un alivio inmenso. Alivio que aumentó al ver que su
lugar en la gigantesca mesa se hallaba al extremo opuesto al de Breck. Y su
optimismo crecía cada vez que miraba de soslayo en su dirección y comprobaba
que no estaba observándola. Su única incomodidad se debía a la animada
conversación que Breck estaba manteniendo con el sheriff, sentado frente a él.
Con la desbordante imaginación de Trinity, no resultaba difícil creer que
comenzarían a sumar dos y dos y la arrestarían allí mismo. Sin embargo, nada
más concluir la cena, Neil se acercó a Breck poniendo punto final a la
conversación de éste con el agente de la ley. Y Trinity experimentó una oleada
de alivio una vez más.
Cuando se levantó, buscó a Ellie con la mirada y, en el instante que la
divisó, supo que algo no marchaba bien. Se la notaba pálida incluso en la
distancia y Trinity se excusó de su compañero de mesa, y corrió hacia su amiga,
la cual se había levantado solo para volverse a sentar en un sillón.
—¿Ellie?
La mujer alzó la vista y esbozó una sonrisa tímida.
—Creo que acabo de hacer una tontería. Se me ha revuelto el estómago…
delante de Neil. Y me trata como una gallina a sus polluelos cuando no me
siento bien.
—¿Es el… bebé?—preguntó Trinity bajando la voz.
Ellie asintió y luego lanzó un gemido.
—Más un sorbito de champán y el humo de un asqueroso puro.
Trinity sonrió.
—¿Se lo has contado a Neil? Debes hacerlo ¿sabes?
—Lo sé. Pero no podré ni levantar un dedo cuando lo haga, y…
—He encontrado transporte —dijo Neil, interrumpiendo a su mujer.
—Ya estoy bien, Neil. Puedo andar.
—¡Ni lo sueñes! Hace un momento has estado a punto de vomitar sobre tu
postre.
—Con qué delicadeza te expresas, cariño. Me encuentro…

- 30 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Haz que entre en razón, Trinity.


—Verdaderamente, estás un poco pálida, y es un paseo muy corto en
calesa.
—¿Y quién acompañará a Trinity al hotel? —preguntó Ellie.
—Puedo volver sola —dijo la actriz.
—Ya he arreglado… —comenzó Neil, pero le interrumpieron.
—La calesa está frente a la puerta.
—Al oír la voz profunda y viril, Trinity se volvió bruscamente. Sus ojos
buscaron los de Madison Brecker. Los de éste ya habían encontrado los suyos,
pero se desviaron enseguida hacia Ellie.
—¿Qué tal estás?
—Bien. De verdad. Solo ha sido un mareo pasajero.
—Gracias por la calesa —dijo Neil, ignorando a su mujer—. Y gracias por
acompañar a Trinity al hotel.
Los ojos de Trinity volaron hacia Neil Oates, luego hacia Breck.
—¡No! Quiero decir… no es necesario.
Tres réplicas cayeron con la velocidad de rayos.
—Voy en esa dirección de todos modos.
—No le importa.
—No puedes ir sola.
—Ellie tienes razón —afirmó Breck—. No debería ir sola. Virginia City
puede ser tan peligrosa como una serpiente de cascabel rabiosa.
«¿Y quién me protegerá de usted, señor Brecker? Y, puestos en ello, ¿quién
le protegerá a usted de mí?», pensó Trinity, pero no quería hacer una escena.
—Entonces, le agradezco muchísimo su amabilidad —dijo simplemente.
—¡No te atrevas! —exclamó Ellie en ese momento, atrayendo la atención
tanto de Trinity como de Breck.
A la vez que hablaba, daba golpes en las manos de su marido, el cual
estaba intentando alzarla entre sus enormes brazos.
—El, no seas cabezota —intentaba convencerla Neil.
—No lo soy —replicó ella, emprendiendo la marcha hacia la puerta.
—¡Me gustaría saber cómo demonios lo llamas si no es maldita terquedad!
—Determinación justificada. Así lo llamo.
—¿Determinación? ¡Un bledo!
Ellie volvió la cabeza por un momento hacia Breck y Trinity.
—Oh, buenas noches. Nos veremos mañana en el ensayo —dijo a su
amiga.
—Quizás —gritó Neil a su vez—. Si Doc Dawson…
—¿Doc Dawson? Yo no voy a ver a Doc Dawson.
—Creo que deberías.
—Pues yo creo que no.
Trinity y Breck observaron la marcha de la pareja. Breck sintió una
punzada de algo… ¿Acaso envidia? Últimamente, la soledad de la noche a

- 31 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

veces caía sobre él con dureza, y se preguntaba lo que sería pertenecer a otro ser
humano. A una mujer. Una mujer que riera y luchara junto a él, que le amara.
Como durante toda su vida, se ocultó tras la frialdad de su mirada,
protegiéndose de todas las necesidades humanas salvo una; la necesidad de
sobrevivir.
Por segunda vez en aquel día Trinity pensó que su amiga había sido muy
afortunada encontrando a Neil Oates. ¿Cómo sería el amor? ¿Sentir la pasión de
un hombre? Ninguno lo había hecho arder entre sus brazos, perder el control.
Para ella, el odio había sido la fuerza que impulsaba su vida. El odio le hacía
arder, desear la descarga de sus ansias de venganza.
Y así, en un salón Victoriano de ambiente cargante, ojos distantes se
encontraron con otros maquillados por el odio… y ninguno advirtió la
desolación del otro.

Después de unos minutos de paseo en silencio absoluto, Trinity llegó a la


conclusión de que Madison Brecker no deseaba acompañarla hasta el hotel más
de lo que ella misma lo deseaba. Y no creía que se debiera a nada personal
contra ella. Simplemente, era un hombre de la clase que prefería evitar las
compañías.
—Ha dicho que usted también se dirigía hacia el hotel —dijo por fin,
pensando que sería antinatural no abrir la boca.
Debía actuar como si el hombre no significara para ella más que cualquier
otro obligado a acompañarla. No debía hacer nada, que pudiera perderla.
Breck miró a la mujer que estaba sentada a su lado. Había interrumpido su
ejercicio mental: repasar las columnas de números del libro de cuentas del Sierra
Virginia. Los números rojos pronto serían inevitables si proseguían los robos.
—Tengo una habitación alquilada allí —explicó sin más, y Trinity volvió a
intentarlo.
—¿Cuánto tiempo lleva viviendo en Virginia City?
—Unos meses.
—¿Y antes?
Breck la miró de soslayo, su expresión era inescrutable.
—En cualquier parte, en todas partes. En ninguna.
La respuesta poseía un tono terminante y Trinity se plegó a ella,
fundamentalmente porque no se le ocurría nada más qué preguntar. Al menos,
en aquel momento. Le preguntaría por qué asesinó a su madre cuando llegara
el momento oportuno… antes de matarle.
La idea, el viento, o una combinación de ambos, hizo que se estremeciera.
—¿Tiene frío? —preguntó Breck.
—No —mintió ella, poco dispuesta a mostrar cualquier debilidad ante él,
por pequeña que fuera.
Se preguntó, y no por primera vez, cómo podía soportar el frío otoñal con

- 32 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

solo una chaqueta de ante. La verdad, por supuesto, era que simplemente no
reaccionaba visiblemente al frío. Y su dominio de sí mismo irritaba a Trinity,
pero a la vez le producía cierta admiración.
—Ya casi hemos llegado —replicó Breck, como si hubiera advertido la
falsedad de sus palabras.
En el silencio que siguió, las botas de Breck resonaron en los tablones de la
acera en la calle C, la más comercial de la ciudad, cuyas ocho calles principales
correspondían a las letras del alfabeto. En ésta había una taberna a cada dos
pasos. Al pasar junto al Last Drink Saloon salieron dos hombres borrachos
como cubas. A pesar de su estado, se apartaron del camino de Breck.
—Éste es el camino más corto —observó Breck, quizás sintiendo que debía
a Trinity una explicación por seguir aquella ruta tan… colorida.
—¿Siempre sopla el viento tan fuerte? —preguntó ella, dejando a un lado
el incidente con los borrachos y la visión de los carteles de recompensas en la
entrada de cada bar.
—No. A veces, es peor.
Como si hubiera oído su nombre, el viento silbó, su caricia helada cortaba
el rostro duro y afeitado de Breck y el de porcelana marfileña de Trinity.
—Pronto nevará —comentó aquél.
A Trinity no se le ocurrió réplica alguna, su cabeza estaba llena de
imágenes de copos y muñecos de nieve.
Breck también desvió sus pensamientos hacia la nieve… y hacia una
cabaña escondida entre las colinas cercanas. El invierno era su época favorita
del año. El invierno, con su nieve inmaculada y su pureza, cuando el silencio
descendía sobre la tierra y casi podía creer que no existía nadie más.
Unos minutos después apareció ante sus ojos el Chastain Hotel, y Trinity
sintió ganas de besar el edificio de tres plantas.
—Gracias por acompañarme —dijo cuando Breck abrió la puerta y la dejó
pasar.
—Me dirigía aquí de todos modos.
Trinity no dejó de advertir que Breck no le había dicho una frase amable
como «ha sido un placer» o algo parecido.
Un calor confortante les recibió en el vestíbulo con suelo de mármol
moteado e iluminado por una impresionante lámpara de araña. En las paredes
colgaban óleos con imágenes de la campiña inglesa. Trinity solo tenía ojos para
los carteles que ofrecían una recompensa por la captura de los asaltantes del
tren. El corazón de Trinity latió más aprisa.
—Ya hemos colocado los carteles, señor Brecker —dijo el joven
recepcionista de ojos despiertos.
—Gracias, Gordy —dijo Breck, y se volvió hacia Trinity bajando la voz—.
¿En qué piso está su habitación?
—No tiene que…
—¿En qué piso?

- 33 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—En el tercero.
Breck hizo un ademán hacia la escalera y a Trinity no le quedó otro
remedio que seguirle, sintiendo punzadas de dolor en la rodilla. Y por el dolor
de la rodilla, los carteles, o lo pequeña que parecía la escalera subiendo junto a
ese hombre imponente, sintió la necesidad de hablar.
—¿Usted… eh… cree que los carteles servirán de ayuda?
—Así lo espero.
—He oído decir que los ladrones podrían formar una banda…
—Quizá sí. Quizás no —Breck se encogió de hombros.
—¿Qué quiere decir?
—Tal vez alguien quiere que pensemos eso. Podría tratarse de un solo
hombre.
Trinity aguardó impaciente. Pero era obvio que Breck no iba a decir nada
más. ¡Maldita sea! se dijo, maldiciendo la reticencia de Breck, su propio corazón
palpitante, su rodilla dolorida.
—Bueno, yo… espero que les atrapen… o lo atrapen —dijo después de un
silencio interminable.
—Oh, lo haremos, señorita Lee —dijo con voz inexpresiva—. Aunque
tenga que hacer un trato con el diablo. Y quienquiera que sea, deseará que el
mismo diablo le hubiera encontrado primero.
La amenaza reverberó en el silencio, congelando el corazón a Trinity. Al
mismo tiempo, se le dobló la rodilla herida tras la subida de dos plantas. Buscó
la barandilla de madera tallada; una mano de Breck la sostuvo por el codo.
Sintió sus dedos en la piel como nunca había sentido nada, como si fuera
la primera vez que la tocaban.
Y en aquel momento no tuvo la menor duda de lo que sería capaz de hacer
para proteger su ferrocarril. Cualquier otra mujer, cualquiera en su sano juicio,
hubiera echado a correr abandonando toda intención de venganza. Pero ella no
era cualquier mujer y, como Breck, conocía los mundos vacíos sin emociones.
Además, aunque el contacto le dio miedo, también la fascinó, haciéndola sentir
un poder atrayente que no acababa de comprender y apenas podía resistir. La
oscura atracción la desconcertó.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Breck.
Trinity apartó el codo de sus manos.
—Sí… Sí, perfectamente.
Ascendió el resto de la escalera sin vacilar y, una vez en la tercera planta,
metió la llave en la cerradura de la cuarta planta de la derecha y abrió.
—Gracias —dijo simplemente.
Breck asintió y se despidió con un breve «buenas noches», antes de
volverse con movimientos parsimoniosos hacia la escalera.
En su habitación, Trinity se apoyó en la puerta recién cerrada. Jadeaba y
sabía que estos jadeos nada tenían que ver con el aire oxigenado de la montaña,
sino con la batalla que se cernía ante ella, con el oponente despiadado que no le

- 34 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

daría cuartel… y con el hecho, el cielo la ayudara, de que estaba deseando que
comenzara la acción.

- 35 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 5

Breck encendió un puro y aspiró profundamente. Aunque el aroma del


tabaco era agradable, más de una vez se había preguntado por qué fumaba.
Siempre le dejaba una sensación de frustración, como si le faltara algo del placer
buscado. Y lo mismo podía decirse de su vida, pensó, apagando la cerilla y
dejando la habitación en penumbra. Siempre quedaba la sensación de falta de
plenitud.
Se levantó de la cama arrugada, se puso los vaqueros, sin molestarse en
subir la cremallera y cruzó la habitación. Ignoró el aire helado que fustigó su
pecho y se asomó al cielo plagado de estrellas. De súbito, se vio asaltado por
una vieja sensación. Una sensación que se llamaba Su-Ling. ¿Cuántas veces
habrían mirado el cielo juntos, jugando a lo que ella llamaba su juego de
estrellas?
«El que encuentre primero la estrella más brillante, poseerá toda la
sabiduría de la tierra», podía oír a Su-Ling. Y Trinity, desvelada en su
habitación, curiosamente también recordaba los juegos de su madre con las
estrellas.
«¿Sabiduría? ¿Y quién quiere eso?», se había burlado en aquel entonces
Breck. «Prefiero riqueza».
«La sabiduría es riqueza, joven amigo».
«¿Sí? ¿Cómo lo sabes?»
«Porque acabo de encontrar la estrella más brillante y poseer toda la
sabiduría del mundo», replicó Su-Ling con sonrisa resplandeciente. «¡Mira, ahí
está!»
Breck sonrió al recordar. La sonrisa era como una extraña invitada a sus
labios que no sabía muy bien cómo comportarse. Y, tan lentamente como brotó,
murió, arrastrada por otro recuerdo conmovedor.
«El primer ser humano que cuente todas las estrellas ganará eterna
felicidad».
«¿Dónde has oído eso?»
«Sencillamente, lo sé».
«¿Porque posees toda la sabiduría del mundo?»
«Sí», había contestado Su-Ling con una sonrisa de niña.
«Pero contar todas las estrellas es imposible, Su-Ling», había replicado
Breck con lógica de hombre.
Y la sonrisa desapareció, sustituida por una tristeza que soportaban sus
frágiles hombros con resignación estoica.

- 36 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

«Lo sé. Perseguir la felicidad es todo lo que tenemos. Solo allá arriba hay
felicidad. Solo allá arriba hay paz y júbilo».
Felicidad. Paz. Júbilo. ¿Existirían en las alturas?, se preguntó. Y se
respondió la pregunta con un bufido sardónico. Solo conocía la soledad. Por
otro lado, si viviera Su-Ling, le haría notar que su destino era ser un hombre
solitario. Y Dios sabe que así había sido su vida desde su mismísimo
nacimiento. Abandonado por su madre, ignorado por su padre, se había abierto
camino por sus propios medios desde que tenía uso de razón.
Su padre jamás le habló de su madre. ¿Qué sabía de su madre el pequeño
Breck? Que era sueca y se llamaba Inga. Todo esto lo había oído en los
desvaríos etílicos de su padre. Y poco más había oído del James Brecker sobrio,
fundamentalmente porque rara vez estaba sobrio. Y tanto borracho como
sobrio, James Brecker mostraba constancia en una cosa: no prestaba un
momento de atención a su hijo.
Así, Madison Brecker se las había arreglado solo desde muy temprana
edad en la chabola donde malvivían, en las afueras de San Luis, Missouri,
mientras su padre trabajaba como transportista. Mirando atrás, Breck pensaba
que hubiera muerto de hambre de no ser por un viejo hombre de las montañas
que tuvo la generosidad de dejar en su puerta bizcochos y un ocasional pedazo
de carne asada. A la larga, Breck aprendió a cocinar, a cazar y a robar cuando
daba con algún despistado.
Y dura como era su soledad, la prefería a la presencia de su padre, pues
los sábados por la noche le arrastraba a la ciudad y lo plantaba frente a la
taberna donde se emborrachaba. Después le abandonaba frente al burdel, hasta
la mañana siguiente.
Frente a la taberna, Breck aprendió de un indio el manejo del cuchillo.
Frente al burdel, las damas de la noche le enseñaron a leer y escribir. Frente a
los dos lugares, llegó a ser conocido como el «mocoso de Brecker».
El mocoso de Brecker. Siempre le había irritado el mote. En ese momento, le
dolía más que entonces, cuando solo había herido el tierno corazón de un chico.
A los catorce años, su vida experimentó un cambio dramático. James
Brecker fue asesinado por culpa de una partida de póquer y Breck sintió la
obligación de vengar a su padre, aunque nunca había llegado a comprender la
razón. En cualquier caso, la misma semana de la muerte de James Brecker, con
la falta de discreción propia de la juventud, rebanó la garganta del culpable.
El asesinato le convirtió en un criminal marginado.
Mintiendo sobre su edad, también trabajó como transportista durante
algún tiempo, pero pronto le llevó a California la fiebre del oro. Y allí, en una
pelea por la posesión de una veta con un hombre más fuerte y mayor que él, vio
su mano clavada a la madera de una carreta con su propio cuchillo. Debido al
aislamiento de la zona minera, no había médicos disponibles y la herida
cicatrizó sola, tomando la forma de una estrella.
El incidente le endureció más aún. Nunca más, se prometió, le robarían

- 37 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

algo que fuera suyo. Más tarde, cuando el mismo hombre robó a otro minero,
Breck se encargó de que desapareciera misteriosamente.
Algunas mujeres —pronto se dio cuenta—, sentían una atracción
irresistible hacia él debido a su negra reputación, pero siempre se cuidó de
mantener las distancias en sus relaciones con el sexo opuesto. El abandono de
su madre le había marcado con una desconfianza básica hacia el género
femenino.
Pero entonces conoció a Su-Ling.
Su-Ling Chang.
De voz tan suave como las caricias de la lluvia, tan dulce como el
amanecer, tan frágil como un ruiseñor.
Increíblemente, ejercía la prostitución en un burdel de Sacramento.
Aunque fue a visitarla por el motivo evidente, descubrió que, sobre todo,
deseaba hablar con ella. Él tenía dieciocho años; ella, diez más. Los dos habían
sufrido y encontraron mutuo consuelo en su amistad. Compartió con ella cosas
que jamás había compartido con otro ser humano. A cambio, ella le confesó su
amor por un hombre casado. Aunque nunca le reveló la identidad del hombre
en cuestión, le dijo que el hombre del Cáucaso era el padre de su hija. Se vieron
con regularidad durante un período de cuatro meses, aunque nunca llegó a
entablar relación carnal con ella. Sin embargo, sabía que mantenía relaciones de
ese tipo con hombres de diferentes apetitos lascivos. Algunos de ellos se
preocupaban bien poco por su dolor y, preocupado por su seguridad, le había
dado un cuchillo para que pudiera protegerse en caso de necesidad.
Un sábado por la noche, cuando estaba acercándose al burdel, tropezó con
una mujer que salía disparada del callejón que había detrás de la casa. Vio por
un instante los ojos grises y excitados de la mujer, la mancha de sangre en el
elegante vestido, la cual intentó ocultar con torpeza. Minutos después, encontró
muerta a Su-Ling.
Muerta.
Breck sintió una oleada de emociones más poderosas que el mundo. Un
arco iris de emociones, desde la rabia a la incredulidad. Él mismo había
comprado el cuchillo asesino en una tienda de la ciudad y estaba manchado de
sangre. Con su reputación, no le quedaba otro remedio que huir… pero no
antes de verse sorprendido por una niña que entró en la escena del crimen
inesperadamente. Nunca había podido olvidar aquellos ojos castaños,
asustados. Como tampoco había olvidado los ojos grises y culpables de la mujer
que escapaba por el callejón.
Así, acabó trabajando en el ferrocarril que pretendían construir unos
cuantos locos geniales para unir las costas Este y Oeste, a pesar de las montañas
de cumbres inalcanzables, a pesar de los desiertos interminables y los indios
poco amistosos. A toda costa. Y así conoció al barón del ferrocarril, Jedediah
McCook, y tuvo la suerte de verse favorecido con su amistad.
Cada vez más hastiado de viajar, Breck ansiaba establecerse en alguna

- 38 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

parte, tener algo sólido en la vida. Se decía que estaba envejeciendo; con treinta
y seis años, había visto y hecho demasiado. Pero más cercano a la verdad sería
decir que estaba hartándose de aquella sensación de vacío, de que la gente
todavía le mirase como si estuviera más abajo que el sol del crepúsculo.
Sorprendiendo a Virginia City, ¡qué demonios, sorprendiéndose incluso a
sí mismo! compró el Sierra Virginia cuando Wilson Booth se vio obligado a
venderlo. ¡Y, maldita sea, pensó mordiendo el puro que tan poco placer le había
proporcionado, nadie iba a quitárselo! ¡Y menos un ladrón de tres al cuarto que
ataba a la gente con bragas! Y cayó en la cuenta de que la supervivencia del
ferrocarril había llegado de alguna manera a suponer la suya propia. Y por esta
razón, se prometió, quitándose los vaqueros y volviendo a la cama, haría
cualquier cosa por salvarlo.

—¿Qué te ha pasado en la rodilla? —preguntó Ellie a la mañana siguiente.


Trinity miró el cardenal que asomaba bajo sus enaguas de seda. Minutos
antes, había concluido el ensayo, y Ellie y ella estaban cambiándose en el mejor
camerino del Priper's Opera House.
—Oh… me di un golpe al subir al tren —explicó, cambiando de tema a
toda prisa—. ¿Estás segura de que te encuentras bien? ¿No te ha cansado
excesivamente el ensayo?
—Estoy bien, muy bien —respondió Ellie—. No tengo náuseas, solo un
poco de cansancio. Y prometo —añadió al advertir la mirada reprobadora de su
amiga—, contárselo a Neil en cuanto acabe la representación de mañana por la
noche.
—¿Quién era el hombre que estaba en el ensayo?
Trinity no añadió que el individuo en cuestión parecía mucho más
interesado por el generoso escote de su atuendo en la obra que por el ensayo en
sí.
—Wilson Booth, un amigo del señor Piper.
—Ah —murmuró Trinity.
—Es el antiguo propietario del ferrocarril. Tuvo que venderlo porque se
arruinó.
—¿Y Madison Brecker se lo compró?
—Así es, pero se rumorea que Wilson quiere recuperarlo.
—Pero, si no tiene dinero…
—También se rumorea que cuenta con el apoyo de un banco de San
Francisco. Incluso ha hecho una oferta a Breck.
—¿Sí? —dijo Trinity con aire indiferente, infeliz ante la perspectiva de que
el Sierra Virginia cambiara de dueño.
—Breck le respondió con una rotunda negativa, según cuentan —explicó
Ellie, cogiendo su capa—. ¿Lista? Yo estoy muerta de hambre.
—Sí, estoy lista —respondió Trinity, sonriendo por la negativa de Breck—.

- 39 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Y, de repente, yo también tengo mucha hambre.


Los componentes de la compañía cenaron juntos, hablando del escenario,
el vestuario y la representación del día siguiente. Se habían agotado las
entradas y la preocupación fundamental residía en la mala iluminación que les
obligaría a utilizar kilos de maquillaje para lograr los efectos deseados. Después
de unas cuantas copas de vino, la conversación dio paso a las bromas y las risas.
Aunque era tarde, casi las nueve y media, el local estaba muy concurrido.
Trinity acababa de llevarse su copa a los labios, cuando vio a Breck.
Estaba solo en una mesa cercana. ¿Cómo le había pasado desapercibida su
presencia hasta ese momento? Había acabado su cena en solitario y se puso de
pie, y cogió la chaqueta del respaldo. Entonces, como si hubiera sentido la
mirada de Trinity, alzó la vista. Sus ojos se encontraron.
Trinity volvió a sentir el poder de un rayo, igual que la noche anterior. Y,
así mismo, volvió a sentir miedo ante la frialdad de aquellos ojos azules,
aunque paradójicamente sintió cierta atracción al mismo tiempo. Se sentía…
tocada. Casi tenía la sensación de que Breck había alargado el brazo y
acariciado su piel.
—¿Trinity?
La voz rompió la electricidad del momento y Trinity volvió la vista hacia
Neil, el cual tenía una botella en la mano.
—¿Más vino?
—No, gracias —replicó embriagada por aquellos ojos azules.
Cuando miró de nuevo hacia la mesa de Breck, éste ya se había marchado.
Media hora después, ansiando reposo y soledad, Trinity cruzó las puertas
del Chastain Hotel. En el vestíbulo solo estaban el joven recepcionista y un
hombre sentado en un sillón. Sonrió al recepcionista e ignoró al desconocido,
dirigiéndose hacia las escaleras.
—¿Señorita Lee?
Trinity se volvió bruscamente; el hombre estaba de pie ante ella. Un
hombre de aspecto bastante normal alto y delgado, con narizota aguileña y
poblado bigote gris. La primera idea de Trinity fue que se trataba de un tímido
admirador. Sonrió, aunque se moría de ganas de estar sola.
—Señorita Lee, perdóneme por molestarla a estas horas, pero me
preguntaba si le importaría hablar conmigo un minuto.
No era un admirador. Era demasiado formal, demasiado profesional. Y,
observándole bien, no había nada de torpeza o timidez en su comportamiento.
—Hablar ¿de qué, señor…?
—Truxtun. Oliver Truxtun, detective de la agencia Pinkerton's —dijo,
mostrando a Trinity una placa que sacó del abrigo.
Trinity sintió un nudo en la garganta al ver la placa y el revólver que
llevaba al cinto.
—Qué… —comenzó a decir y tragó saliva—…emocionante, señor
Truxtun.

- 40 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Sí, señorita Lee. Estoy investigando los robos del Sierra Virginia.
—Me temo que no puedo ayudarle en su investigación. Ni siquiera supe
que habían robado el tren hasta que me lo dijo el revisor.
—¿No vio ni oyó nada?
—Me temo que no. No salí de mi vagón en todo el viaje.
—¿Y en la parada de Reno no vio subir al tren a nadie que responda a la
descripción del ladrón?
—No.
—Entonces, ¿conoce su descripción?
Astuto. El hombre era muy astuto. Trinity esbozó una leve sonrisa.
—Después de pasar diez minutos en Virginia City, sería imposible
ignorarla.
Oliver Truxtun sacó un guante de un bolsillo.
—Ah, el guante que perdió el ladrón —dijo Trinity, explicándose cuando
el detective arqueó las cejas—. Anoche lo comentaron en una fiesta.
Sin decir nada, Truxtun le tendió el guante y Trinity, el corazón palpitante,
no tuvo otra alternativa que cogerlo. Lo observó por un momento.
—Lo siento, pero no significa nada para mí. Es un guante muy ordinario,
¿no?
—Sí —convino el detective, y sacó una tarjeta de un bolsillo—. Si recuerda
algún detalle interesante, ¿se pondría en contacto conmigo?
—Claro que sí.
—Siento haberla molestado.
—No tiene importancia —replicó Trinity, aliviada a la vez que la tarjeta la
quemaba en las manos, encaminándose hacia la escalera.
—¡Oh, señorita Lee! —gritó el detective, y ella se volvió—. Ha estado en el
tren las tres veces que ha sido robado, ¿no?
—Sí —consiguió articular Trinity.
—Qué molestia para usted —observó Oliver Truxtun con el tono de un
auténtico caballero.
—En absoluto. Todas las molestias han sido para ese pobre señor Brecker.
Cuidado, pensó Trinity. Estaba razonablemente convencida de que el
detective no sospechaba nada, de que solo estaba lanzando el cebo a ver qué
pescaba, pero debía asegurarse de no ser ella la que lo mordiera.
Trinity durmió fatal aquella noche, pasando largas horas dando vueltas en
la cama. En la cama grande y solitaria. ¿Qué se sentiría compartiendo la noche
con un hombre? ¿Estaría Ellie entre los brazos de Neil en aquel momento?
¿Estarían haciendo el amor, o simplemente compartiendo un sueño apacible
uno junto al otro? Suspiró. Nunca había deseado tan desesperadamente un par
de brazos fuertes que la consolaran.
Breck, por el contrario, durmió bien para ser un hombre sometido a
fuertes presiones. Hasta tuvo sueños placenteros. De ojos dulces como la miel,
ojos que albergaban la promesa de una sirena, que le miraban con misteriosa

- 41 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

intensidad.
Cuando llegó la mañana, sin embargo, del sueño solo quedaban imágenes
difusas, susurros lejanos que repetían el nombre de Trinity Lee. Aquella tarde
comoquiera que sea, el sueño fue completamente desplazado por la realidad.
Y la realidad consistía en que el tren había llegado con una hora de
retraso.

- 42 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 6

—¡Un maldito árbol cruzado sobre la vía! —exclamó Dancey Harlan, con
el rostro congestionado de rabia.
Breck había saltado a bordo del tren incluso antes de que llegara a
detenerse.
—Yo creo que alguien lo ha puesto en la vía —dijo Abe Dustin con aire
sombrío, rompiendo su silencio habitual.
—¡Por supuesto que sí! —convino Dancey—. Algún canalla sin escrúpulos
lo ha cortado con un hacha y lo ha cruzado en la vía.
—¿Dónde ha sido?
—En la última curva antes de llegar a la ciudad.
Breck conocía bien la curva en cuestión. De hecho, conocía cada
centímetro de la vía, cada curva y cada pendiente, cada puente y cada túnel.
Aquella curva no era muy cerrada y, por este motivo, resultaba un lugar ideal
para bloquear la vía. Aunque el conductor debía aminorar la marcha para
tomarla, mantendría una velocidad considerable, por lo que resultaría difícil
evitar cualquier obstáculo.
—¿Estás seguro de que se trata de un sabotaje deliberado? —preguntó
Breck, deseando desesperadamente creer lo contrario—. ¿No estaría podrido el
árbol? Quizás un rayo…
—Ha sido deliberado.
Al oír la voz fuerte que atronó desde el andén en la estación, Breck se
volvió bruscamente. Era un hombre de unos sesenta años, de estatura media y
porte patricio, ni gordo ni flaco, con una constitución sólida que daba fe de su
buena salud. El rostro del caballero tenía pocas arrugas, que le otorgaban
personalidad. Sus ojos castaños y acuosos estaban llenos de madurez y
sabiduría, y de una vitalidad que muchos jóvenes habrían envidiado. Todo él
irradiaba poder, imponía, desde el corte de su elegante traje inglés hasta las
uñas bien cortadas, pasando por el peinado impecable de su pelo blanco. E
igualmente blancas e impecables eran sus patillas y el bigote. Solo llevaba
afeitada la barbilla, hendida y robusta.
—Demonios, Jedediah, ¿cómo no me has avisado de que venías? —
preguntó Breck, bajando al andén y tendiéndole la mano.
Jedediah McCook estrechó la mano del hombre del que era mentor y
amigo.
—Ni yo mismo lo he sabido hasta hoy por la mañana. Tenía negocios en
Reno y en el último minuto he decidido acercarme a ver la actuación de Trinity

- 43 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Lee. Tienes enemigos, amigo mío.


—Dime algo que yo no sepa —contestó Breck riendo amargamente.
—¿Crees que los robos y este incidente están relacionados?
—¿Qué otra cosa puedo creer? Sería mucha casualidad que fuera de otro
modo.
El caballero de pelo blanco asintió.
—Maldita sea, Jedediah —dijo Breck de súbito, llevándose las manos a sus
esbeltas caderas—, ¿qué puedo hacer?
—Tomar una copa, amigo mío. Cuando el mundo parece desmoronarse a
tu alrededor, es la decisión más sensata.
—Amén —le secundó Dancey.
—Caballeros, ¿quieren unirse a nosotros? —preguntó Jedediah, mirando
hacia el tren.
Abe Dustin y Charlie Knott rechazaron la invitación.
—¿Dancey? —preguntó Breck, mirando al revisor.
—Tengo cosas que hacer aquí. Más tarde os buscaré.
Breck asintió.
Poco después, Breck trasegaba un bourbon en el Crystal Saloon. Aunque el
alcohol no solucionaba sus problemas, le entretenía de forma pasajera, pues con
el whisky descendiendo por la garganta, resultaba imposible pensar en otra cosa
que no fuera su fuego y su fuerza.
En la parte opuesta de la ciudad, en una habitación del Chastain Hotel,
Trinity saboreaba una taza de sidra con canela caliente. Estaba descansando,
sosegándose, como era su costumbre antes de toda actuación.
—¿Necesita algo más, señora? —preguntó la sirvienta cuando acabó de
hacer la cama.
—No, gracias.
—¿Sabe lo del tren, señora?
—¿Qué pasa con el tren? —preguntó Trinity levantando bruscamente la
mirada.
—Ha estado a punto de ocurrir una desgracia. Alguien ha cruzado un
árbol en la vía. Todo el mundo dice que han sido esos ladrones. Y robar es una
cosa, pero poner en peligro la vida de cientos de personas otra…
Las palabras cayeron sobre Trinity como una losa. Y por un momento se
sintió desorientada, como si el árbol hubiese caído sobre su cabeza. Y enseguida
pensó que no le agradaba en absoluto la idea de que le cargaran la
responsabilidad del sabotaje. Robar era una cosa y herir a inocentes otra muy
diferente. Además de ella, ¿quién quería hundir a Madison Brecker?, se
preguntó. ¿Y por qué de súbito sentía cierta culpabilidad por no haber podido
avisar a Madison Brecker de que tenía enemigos?
—… las bolsas se desparramaron por los suelos…
«No seas ridícula», se dijo Trinity. «¿Qué te importa lo que pase a Madison
Brecker? ¿Qué…?

- 44 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿No le parece que es terrible, señora?


Trinity levantó la vista hacia los ojos expectantes de la sirvienta.
—Ah, no… no, gracias. Eso es todo.
—Sí, señora —replicó la sirvienta después de una breve vacilación, y salió
pensando que la señorita Lee era muy hermosa pero un poco atontada.

¿Por qué?
¿Cómo diablos se había dejado convencer por Jedediah para presenciar la
obra? se preguntaba Breck, acomodado en una butaca de terciopelo rojo, en el
palco de herradura de la Piper's Opera House. Le parecía un pecado
encontrarse allí cuando peligraba la supervivencia del Sierra Virginia. Preferiría
sin duda hallarse en su oficina. Preferiría estar examinando los libros de
cuentas. Preferiría…
—El teatro está rebosante —le comentó Jedediah McCook, casi a voz en
grito para dejarse oír.
Las múltiples secciones del teatro, desde el gallinero a los palcos, no
dejaban cabida a un alfiler. Y el ruido procedía tanto de los nuevos ricos como
de los rudos mineros, todos impacientes observando el telón.
—Bueno, ya empieza —observó Jedediah cuando las lámparas de aceite se
apagaron y comenzó a subir el telón.
Estalló un clamor de aplausos y silbidos, de gritos de bienvenida, cuando
salió a escena Trinity Lee, que dio las gracias con una majestuosa reverencia y
una leve sonrisa. Luego se metió por completo en su papel.
Y los hombres del público se ensimismaron en su contemplación.
—No veo —se quejó la señora Dawson, intentando superar con la vista el
obstáculo de un ramillete de flores que adornaban la cabeza de la mujer sentada
delante de ella.
—Hum —murmuró su marido, perdido en la hermosura de la actriz.
—He dicho que no puedo ver.
—Joh…
—¡Chhiss!
—¡Señora, cállese!
Muchas filas más atrás, Oliver Truxtun observaba a la belleza euroasiática
pensando que, ciertamente, daba gusto mirarla. Y era inteligente, como sabía
desde que había hablado con ella la noche anterior.
Y en butacas todavía más baratas se acomodaban Dick Kingsman y Hollis
Reed, boquiabiertos los dos. A poca distancia de ellos, Dancey Harlan, Abe
Dustin y Charlie Knott estaban experimentando diversos grados de admiración
respetuosa. Por otro lado, Wilson Booth, instalado en su palco ostentoso, ni
siquiera intentaba disimular su babeo.
Y Breck también permitía que la actriz absorbiera su atención, pero solo de
una forma abstracta y distante. Así observó su rostro que, a pesar del

- 45 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

maquillaje, debía ser verdaderamente del color de la miel. El mismo color que
se intensificaba en sus ojos orientales y almendrados… frunció el ceño, pues no
dejaba de intrigarle. Y descendió hasta los labios, rojos y redondeados,
sensuales. Tan atrayentes como el generoso escote del vestido que dejaba
vislumbrar las curvas de sus senos voluptuosos. Se agitó en el asiento,
pensando con filosofía masculina que llevaba bastante tiempo sin visitar a
Millie Rhea.
Como las sensaciones que jugueteaban con sus instintos viriles no eran
apropiadas para aquel entorno, apartó la vista de los senos de Trinity, fijándola
en su cabello, cuyo peinado era impecable. Era un cabello… sedoso. ¿Qué
sentiría deshaciendo el peinado perfecto y enredando los dedos en aquel
cabello sedoso de mujer? ¿Qué sentiría…? Verdaderamente sorprendido,
rompió el hilo de sus pensamientos. Se sintió incómodo, consciente de que su
abstracción y distanciamiento habituales se habían ido al garete.
Y estaba devanándose los sesos, preguntándose la razón, cuando se
produjo una explosión de aplausos a su alrededor. Increíblemente, había
finalizado el primer acto.
—No he visto nada —seguía quejándose la señora mientras su marido
aplaudía entusiasmado, y a su lado otro se llevó dos dedos a la boca y lanzó un
silbido estridente.
—Gracias a Dios has prohibido que viniera Victoria —observó Harriet
Dawson ajustándose los guantes con ademanes bruscos.
—Pues yo sigo pensando que se habría divertido —replicó Doc Dawson,
sin molestarse en mencionar que no había sido él quien había prohibido a su
hija asistir a la función.
—Oh, sin duda se habría divertido. Las cosas indecentes siempre son
divertidas.
Aunque se preguntaba qué podía saber su mujer acerca de las cosas
indecentes y, más concretamente, de la diversión de las mismas, Doc Dawson
no abrió la boca. Simplemente, se unió a los aplausos.
—¡Qué alboroto más vulgar! —observó Harriet—. ¿Y su vestido no era
escandaloso?
—Oh, no sé…
La palabra fantástico suplicaba ser pronunciada, pero el buen doctor,
prudentemente, la condenó al silencio.
—Insisto: Gracias a Dios, no ha venido Victoria.
En el entresuelo, mientras hablaba su madre, Victoria Dawson y su amiga
Molly Flannery estaban buscando sus asientos. La joven no tenía intención de
llegar al comienzo de la obra, pues debía esquivar a sus padres, pero tampoco
deseaba llegar tan tarde. Había tenido la sensación de que los Flannery, en cuya
casa dormiría después de pedir el consabido permiso a sus padres, nunca se
irían a la cama.
—Oh, Vicky, vamos a meternos en un buen lío —se lamentó Molly.

- 46 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Ya verás cómo no.


—Ya verás cómo sí. Y ahora ni siquiera podemos encontrar nuestros
asientos.
—¿Nunca dejarás de gimotear, Molly?
—No estoy gimo… ¡Oh, no, están apagando las luces!
—¡Ahí están nuestros asientos! —siseó Victoria.
Las dos chicas se sentaron en el mismo instante que subía el telón. Al ver a
Trinity Lee, Victoria suspiró. Por aquel glorioso instante se pasaría con gusto un
mes castigada si, el cielo no lo quisiera, descubrían su fechoría.
Breck se había pasado el intermedio rechazando los pensamientos
concernientes al cabello de Trinity. No comprendía en absoluto aquella fantasía.
Siguiendo un típico procedimiento masculino, se defendió de su incomodidad
ignorándola, procurando pensar en sus problemas del ferrocarril. Una vez más,
veinte minutos después, se quedó perplejo cuando bajó el telón y sonaron los
aplausos. Éstos se tornaron en ovación atronadora y volvió a subir el telón. Los
actores saludaron al público uno por uno. Una figura masculina al hacerlo se
quitó el sombrero y dejó ver una hermosa cabellera rubia.
¡Ellie Oates!, pensó Breck. ¡Y ni siquiera lo había sospechado! Santo cielo
¿qué le ocurrían a sus dotes de percepción?
Los aplausos ensordecieron el teatro cuando Trinity saludó por última
vez.
—¡Genial! —exclamó Jedediah cuando se encendieron las lámparas—.
Venga, vamos a su camerino.
—Lo siento, pero debo…
—¡Pamplinas! Ya le he mandado una nota. Estará esperándonos.
Breck sabía que ella seguramente esperaría ver a su amigo pero, cuando
éste le empujó hacia delante, suspiró resignado.
En el entresuelo, arrebatada por la emoción, Victoria Dawson también
suspiró.
—¿Te has fijado en su pelo? ¿Y en su vestido? Oh, Molly, ¿no es la mujer
más hermosa que has visto en la vida?
—Vamos —dijo su asustadiza amiga, intentando levantarla de su
asiento—. Si mis padres descubren nuestra ausencia, estamos perdidas.
—No mirarán. Oh, Molly ¿has oído lo que decían los hombres…?
Una voz masculina la interrumpió.
—Perdone, señorita.
Victoria alzó la vista. Dos hombres querían salir al pasillo. El que estaba
más cerca tenía unos veinte años y los ojos grises más bonitos que había visto en
la vida. También tenía una herida en el labio.
Victoria esbozó una sonrisa y se levantó.
—Perdone usted —murmuró con coquetería.
—¿No es usted la hija de Doc Dawson? —preguntó el joven de ojos grises.
—Sí —respondió una Victoria desconcertada, y el hombre sonrió.

- 47 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Su padre me curó el labio. Presencié el robo del tren. Con mi amigo
Hollis —explicó él.
—Claro —dijo Victoria con la más bonita de sus sonrisas, reconociendo
por fin al hombre ataviado con sus mejores ropas—. Usted es Dick Kingsman.
Papá me ha hablado de usted.
—Oh, éste es Hollis Reed.
—Señor Reed —dijo Victoria, procediendo a presentar a su amiga.
—Debemos marcharnos ya —protestó Molly.
—Están solas, ¿verdad, señoritas? —preguntó Dick.
Era la primera vez que trataban a Victoria como a una mujer, y ella sintió
una cálida emoción.
—Mis padres están aquí —respondió, sintiéndose tan escandalosa y
atrevida como Trinity Lee—, pero la verdad es, señor Kingsman, que preferiría
que no me vieran. Mamá tiene la ridícula opinión de que presenciar una obra de
teatro es impropio para una chica.
Victoria esbozó una sonrisa picara. Dick la correspondió con otra y ella
sintió que estaban compartiendo algo muy secreto y lascivo.
—Señorita Dawson, sé que este teatro tiene una puerta trasera —ofreció
Dick.
—Qué buena idea, ¿no te parece, Molly? —respondió Victoria, cogiendo el
paso del mozo de equipajes.
A modo de respuesta, su amiga lanzó un gemido.
Abajo, en la puerta del camerino, Jedediah sacó un billete de su cartera y
se lo dio al joven que sostenía un ramo de rosas entre las manos. El joven, cuya
presencia había sido concertada anteriormente, sonrió al ver el billete. Rosas en
mano, Jedediah llamó a la puerta del camerino con toda la autoridad que podía
esperarse de uno de los socios propietarios del gran ferrocarril del Pacífico
Central.
Breck observaba la escena de las flores, preguntándose qué interés tendría
Jedediah en Trinity Lee. Aunque estaba casado, ¿le apetecería tener una
aventura con la actriz? Se sorprendió ante lo poco que le gustaba la idea.
Trinity abrió la puerta, esbozando una sonrisa de oreja a oreja al ver los
blancos bigotes de Jedediah McCook.
—¡Jedediah! —exclamó, tomando la mano libre del caballero, y entonces
advirtió la presencia de Breck y sintió que se hundía en las profundidades
gélidas de sus ojos.
Contuvo el aliento y, para no ahogarse, volvió la atención hacia Jedediah.
—Jedediah, qué sorpresa más agradable.
—Querida, el placer es sobre todo mío —replicó el magnate, tendiendo a
Trinity el ramo de rosas—. Y esta noche has estado fantástica.
Cariño. Se tenían cariño. Nada más, decidió Breck al ver la escena. Y su
amigo, saltaba a la vista, estaba hinchado de orgullo como un pavo.
—¿No opinas lo mismo que yo, Breck?

- 48 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Ignorando el alivio que había sentido al comprobar que solo eran dos
buenos amigos, Breck respondió con un simple «sí».
¿Cómo era posible que la simple afirmación de Breck hubiera sonado tan
orquestada, conteniendo toda la aspereza y profundidad del tono masculino?,
se preguntó Trinity. ¿Y por qué sentía una oleada de calor, como si le importara
lo que él pensara de su actuación?
—Trinity, te presento a mi amigo… —interrumpió Jedediah.
—El señor Brecker y yo ya nos conocemos.
—Breck. Todo el mundo me llama Breck.
—No sabía que fueran amigos —comentó.
—Jedediah me guió por el buen camino cuando compré el Sierra Virginia.
Trinity percibió el orgullo posesivo con que Breck pronunció el nombre de
su ferrocarril y, por un instante, casi, casi, se arrepintió de haberse propuesto
privarle de su preciada posesión.
—Gracias por las rosas —dijo mirando a Jedediah.
—No son nada en comparación con lo que merecía tu actuación.
—Me mimas demasiado —afirmó Trinity, con una sonrisa que recordó a
Breck, una vez más, el tiempo que llevaba sin tocar a una mujer, con una
sonrisa que le hizo admitir que las sonrisas pagadas nunca parecían del todo
reales.
—No lo creo, pero te traigo una proposición que haría más cierta tu
afirmación. Reúne a la compañía, a sus familiares y amigos, y vamos a tomar
una copa. Champán para todos.
—Qué idea más estupenda.
A la vez que Trinity declaraba su agrado ante la idea, Victoria Dawson,
con los ojos como platos, declaraba que la actriz era encantadora. La búsqueda
de la puerta trasera la había llevado junto a su amiga gimoteante, Dick
Kingsman y Hollis Reed hasta el ala del teatro donde se ubicaban los camerinos.
Ver a Trinity Lee tan cerca la sumió en un mar de emociones.
—Santo cielo, miradla. ¿No es maravillosa?
Dick Kingsman, aunque era de la misma opinión que la joven Victoria,
lamentó dejar atrás un tema que era más de su agrado. Victoria había halagado
su bravura en los robos con tal entusiasmo, que tenía el pecho henchido como el
de un gallo de pelea.
—Eh… sí —dijo de mala gana—, es encantadora.
—¿No es ése Breck? —preguntó Victoria con tono de incredulidad—.
Quiero decir, ¿el señor Brecker?
—Sí —respondieron Dick y Hollis Reed al mismo tiempo.
—¿Creen que podríamos pedirle…? —comenzó Victoria, concluyendo con
un calculado—: No, por supuesto que no.
—Preguntarle, ¿qué? —dijo Dick, ansioso de disfrutar nuevamente de los
halagos de la joven.
—Ustedes trabajan para el… quiero decir, ¿sería posible pedirle… que nos

- 49 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

presentara a Trinity Lee? —dijo, mirando a Dick a la vez que pestañeaba con
coquetería.
—Bueno, qué demonios, por preguntar que no quede —afirmó Kingsman
envalentonado como nunca.
Breck vio acercarse a Kingsman y apenas tuvo tiempo de preguntarse qué
querría.
—¿Puedo hablar con usted un segundo, señor? —le preguntó
tímidamente, nervioso.
Trinity también vio al joven que había tenido con las manos en alto por
tres veces y contuvo el aliento. ¿La habría reconocido? No, era imposible.
Entonces, ¿de qué estaba hablando en voz baja con Breck?
Éste se volvió hacia Trinity, mirándola en silencio por un momento.
—Señorita Lee, parece que hay una jovencita que tiene muchas ganas de
conocerla. La señorita Victoria Dawson.
Trinity sintió una oleada de alivio. Inmediatamente reconoció el nombre
de la chica.
—Será un placer —dijo, sintiéndose de lo más caritativa desde que se sabía
a salvo.
—Señorita Lee, le presento a Dick Kingsman y Hollis Reed. Trabajan para
mí, y éstas son la señorita Dawson y la señorita…
Reinó un silencio atronador antes de que Molly gimoteara:
—Flannery.
—Caballeros… señoritas —dijo Trinity.
—Oh, señorita Lee —comenzó Victoria—. Es… yo… es usted tan hermosa.
—Gracias, pero la verdad es que siempre he deseado tener un pelo rubio
tan hermoso como el tuyo.
—Oh, no, no debe pensar así. Quiero decir, el suyo es tan… tan perfecto —
tartamudeó la adolescente—. Yo… yo voy a ser actriz.
—Muy bien.
—Igual que usted.
—No, mejor —replicó Trinity, volviéndose hacia Jedediah—. ¿Me buscas
un par de programas?
En cuestión de segundos, los firmó y los tendió a sus jóvenes admiradoras.
Victoria le dio las gracias y luego dejó escapar una risita.
—Quién podía soñarlo, yo hablando con Trinity Lee. Caramba, si mi
madre se enterara, me despellejaría —afirmó Victoria, de súbito cayó en la
cuenta de lo que estaba diciendo—. Quiero decir, a mi madre no le gustaría que
hablara con una actriz —explicó, sin mejorar la situación en absoluto—. Mi
madre opina que las actrices no son damas… Quiero decir, que el teatro no es
decente… que las obras de teatro son vulgares…
Victoria, mortificada, enmudeció.
Breck vio el dolor reflejado en los ojos de Trinity. Y también vio
vulnerabilidad. Marginados. Los dos eran marginados; él, porque siempre

- 50 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

había vivido a contracorriente; ella, porque tenía cerradas las puertas de la


«buena» sociedad debido a su profesión. De pronto se sintió acalorado,
indignado con las injusticias de este mundo.
—Estoy segura de que tú nunca harás nada indecente, señorita —afirmó
Trinity.
Poco después, las jovencitas salieron por la puerta trasera. Cuando Trinity
se volvió, su mirada se encontró con la de Breck. Y percibió que él había notado
su dolor. Extraño, pensó, pues nadie lo había notado hasta entonces. Y la
capacidad de percepción de Breck suponía un peligro, si había adivinado su
dolor, ¿qué más podría adivinar?
—Bueno, ¿qué pasa con ese champán? —preguntó con aire
despreocupado.

En el Crystal Saloon el ambiente estaba muy animado. Breck había


intentado escabullirse, pero Jedediah se había mostrado inflexible. Y así,
distante como de costumbre, Breck se hundió en una silla con una copa de
champán ante él. La fiesta había congregado a la mitad de la ciudad, las
conversaciones giraban en torno a diferentes tópicos: la actuación, los robos, el
árbol cruzado en la vía, la próxima actuación de la compañía en San Francisco…
todo puntuado por risas y comentarios jocosos. Breck fue el único que no dijo
nada cuando uno de los viejos magnates de la ciudad invitó a Trinity a volver a
actuar el mes siguiente, cuando se celebraban las espléndidas fiestas locales.
Todos los demás suplicaron a Trinity que aceptara la invitación… ¡por todos los
cielos, hasta el mismísimo gobernador de Nevada estaría presente!
—¿Cuándo? —preguntó la actriz.
La fecha coincidía con un transporte de nóminas para los mineros. Breck
escuchó su respuesta afirmativa y, segundos después, las miradas de ambos se
encontraron. Él no dijo nada; ella desvió la mirada, que fue a caer en los ojos
morbosos de Wilson Booth. Breck también miró al tipo en cuestión, cuya
expresión era la misma que había tenido desde que había aparecido en la fiesta
sin ser invitado, como si ansiara encontrarse en una cama con la actriz debajo.
Estaba preguntándose por qué había de preocuparle que Booth estuviese
babeando como un adolescente con la entrepierna caliente, cuando una voz
interrumpió sus pensamientos. La voz de Ben Buford, propietario de una mina.
—Estás aquí sentado divirtiéndote, cuando deberías estar intentando
detener los malditos robos —dijo el hombre, mesándose el cabello con manos
temblorosas.
—Estás borracho, Buford —dijo Breck, sin pestañear siquiera—. Ya
hablaremos cuando estés sobrio.
—Quiero hablar contigo ahora. Y quiero decirte que no me hace falta el
ferrocarril de un sinvergüenza de tres al cuarto para sacar adelante mis
negocios.

- 51 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

En el salón reinó un repentino silencio.


—Pero supongo que tenemos lo que merecemos —añadió Ben Buford con
voz pastosa—. ¿Qué puede esperarse de un hombre cuyo padre era un borracho
tramposo y cuya madre era una fulana…?
La silla de Breck cayó al suelo rompiendo violentamente el silencio. Las
palabras de Ben Buford enmudecieron, dando paso a un gemido ahogado
cuando los dedos acerados de Breck aferraron su garganta. Breck, sus ojos
gélidos como lagunas de las montañas, observaba todo con su típica
indiferencia.
—Dios mío, lo va a matar —dijo alguien.
Ben Buford agitó los brazos, alcanzando a Breck con algún puñetazo
ocasional que no surtía más efecto que la caricia de un bebé.
Breck apretaba con más fuerza, con más fuerza, mientras fruncía los labios
y más, más y más…
Ben Buford comenzó a desplomarse.
—Breck —murmuró Jedediah inútilmente—. Breck —repitió Jedediah con
tono más apremiante.
De súbito, Breck soltó la garganta de Ben Buford, el cual aspiró aire a
borbotones y se desplomó de rodillas en el suelo.
La multitud se quedó mirando a Breck, que salió del bar sin pronunciar
palabra.
—¡Por todos los diablos! —exclamó alguien, rompiendo el tenso silencio.
Trinity se levantó de su asiento, sintiendo de inmediato la necesidad de
volverse a sentar. Se había llevado los dedos a la garganta para sofocar un grito.
Sin embargo, no había nada que pudiera contener el miedo que inundaba su
corazón.

- 52 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 7

—¿Te encuentras bien?


La pregunta se oyó sobre el traqueteo del tren que serpenteaba hacia San
Francisco. Antes del amanecer, Trinity y Jedediah McCook habían subido al
Sierra Virginia, que les había llevado hasta Reno. Allí habían acoplado el vagón
privado al poderoso Central Pacific, que les llevaría a su destino. Sentados en el
lujoso vagón, Trinity contemplaba el paisaje, y Jedediah observaba a Trinity.
Al oír la voz vibrante del caballero, Trinity le miró esbozando una sonrisa.
—Sí, desde luego.
Aunque esperaba resultar convincente, era consciente de su mentira. No
se encontraba bien. Había sentido la violencia de Breck, su sabor sangriento. Al
principio había atribuido su miedo a la crueldad de Breck, pero luego, poco a
poco, había llegado a darse cuenta de que en realidad sentía pavor por el hecho
de que él no fuera más que un reflejo de sí misma. Sus planes de asesinato la
hacían tan violenta y despiadada como él.
—Estás terriblemente callada, querida. ¿Seguro que no te preocupa nada?
—Estoy bien. De verdad. Solo estoy en Babia —explicó Trinity, esbozando
una sonrisa más auténtica—. ¿Tú nunca estás en Babia, Jedediah? ¿O los
magnates del ferrocarril no ocupan su tiempo en otra cosa que contar su
dinero?
Trinity esperaba alguna réplica jocosa por parte de su acompañante. Sin
embargo, sorprendiéndola, Jedediah respondió con gravedad.
—Pues en realidad, sí que estoy en Babia de vez en cuando, sobre todo
recordando los buenos tiempos cuando solo era rico en sueños —explicó
lanzando un profundo suspiro—. Te daré un consejo más valioso que todas mis
posesiones. Ten cuidado con tus deseos. Podrías hacerlos realidad. Y te daré
otro consejo —añadió con una sonrisa, acaso avergonzado de su repentina
descarga de emociones—. No hagas el menor caso de las ñoñerías de un viejo
achacoso.
—Tú no eres ningún viejo achacoso.
—Ah, pero cada día que pasa estoy más cerca de serlo.
—No sabía que conocieras a Madison Brecker —dijo Trinity cambiando de
tema.
—Yo tampoco sabía que le conocieras tú.
—Oh, y no le conozco —se apresuró a replicar Trinity—. Quiero decir,
acabo de conocerle. Mi amiga Ellie me había hablado de él y de los robos.
Jedediah asintió.

- 53 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Mal asunto, ese de los robos.


—Entonces… ¿tú le conoces de hace tiempo?
—Desde hace bastantes años, cuando trabajaba construyendo las vías del
Central Pacific. De la nada, pasó a ser jefe de equipo. Siempre hacía lo que
prometía y cuando lo prometía. No me falló jamás.
—¿Crees que anoche quería matar a ese hombre?
—No. De haber querido, lo habría hecho.
—Qué mentalidad más animal tiene nuestro señor Brecker.
Trinity sintió a su pesar cierta irritación ante el respeto que tenía su amigo
Jedediah a Brecker. Convenientemente, ignoró el hecho de que sus propios
planes demostraban que podía ser tan animal como él.
—Animal, quizás. Pero honesto. Siempre sabrás cuál es su postura
respecto a ti.
Trinity lanzó una carcajada sarcástica.
—Sin duda. Si estás vivo, sabes que cuentas con su simpatía.
—Anoche te asustó, ¿verdad? —preguntó Jedediah con expresión
comprensiva.
«Sí, y por razones que jamás podrías adivinar», pensó ella.
—No estoy acostumbrada a ver asesinatos —respondió.
—El hombre no fue asesinado, querida. Tenlo en cuenta. Y no juzgues a la
ligera a Breck. No puedes obligar a un hombre a vivir conforme a sus propias
reglas y luego criticarle por no respetar las tuyas —explicó—. Anoche, Ben
Buford tenía razón. El padre de Breck era un borracho sin oficio ni beneficio, y
su madre no era mejor. Y los ciudadanos piadosos que acuden a la iglesia cada
domingo nunca han perdonado a Breck que se abriera camino en la vida.
—A ti te cae bien.
—Sí.
—¿Por qué? —preguntó Trinity, sintiendo que necesitaba conocer la
respuesta.
—Porque sabe lo que quiere… y lo persigue. Y no permite que nada, y
menos lo que piensen los demás, se interponga en su camino.
Trinity observó detenidamente a su amigo, tuvo la sensación de que
ocultaba algo, algo muy triste. Pero, ¿qué tendría que ocultar un hombre que lo
tenía todo?
Por tácito acuerdo, dejaron el tema de Madison Brecker. El tren llegó a
Vallejo, donde los pasajeros cambiaron el olor del mundo de la locomotora por
el del mar, al abordar un barco que, por fin, los llevaría a San Francisco.
—Breck vendrá a San Francisco dentro de unos quince días —dijo
Jedediah, una vez en su destino—. Quiere dar el visto bueno a la nueva
locomotora que ha encargado. Pasará la noche en mi casa. ¿Por qué no vienes a
cenar esa noche? —propuso y, al ver la vacilación de Trinity, sonrió—. Quizás
puedas domar a la bestia salvaje.
—Prefiero que sea otra la que dome a la bestia salvaje —sonrió—. Pero me

- 54 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

encantaría cenar con tu mujer y contigo.

Pasaron los días.


Trinity puso cuerpo y alma a la representación de Macbeth, de
Shakespeare, pero había momentos en que inevitablemente pensaba en la ironía
de representar una obra dedicada al tema del asesinato. Sin embargo, por lo
general, trabajaba hasta que la rendía la fatiga, hasta que ya solo podía pedir al
cielo que las pesadillas no enturbiaran sus sueños.
Breck también elevaba sus súplicas al cielo y el día quince, cuando las
nóminas llegaron a su destino tan seguras como un bebé en los brazos de su
madre, respiró aliviado. Sin embargo, su alivio duró poco. Una semana
después, alguien disparó al conductor del tren.
—Me encuentro perfectamente. Ni siquiera me han rozado —dijo Charlie
Knott, sintiendo la necesidad de decir algo que suavizara la tensión reinante en
la oficina de Breck.
Éste había recibido la noticia como siempre: con el rostro carente de toda
expresión y la mirada impenetrable.
—Esa no es la cuestión —afirmó Breck.
Dancey Harlan, Abe Dustin y Charlie Knott, estuvieron de acuerdo. Oliver
Truxtun, que, una vez más, iba en el tren, no dijo nada, mirando a Breck con sus
ojos oscuros y astutos.
—La cuestión —añadió Breck—, es que podría haber resultado herido.
Asesinado incluso. Y, contigo, la gente que iba en el tren. Y la siguiente cuestión
—dijo, levantándose de su escritorio espartano—, es que tal vez la próxima vez
no fallen el disparo.
En sus ojos brotaron chispas amenazadoras.
—¡Y la última cuestión, amigos míos, es que debemos asegurarnos de que
no haya próxima vez, maldita sea! —tronó.
—¿Crees que el disparo de hoy es obra de los ladrones? —preguntó
Charlie Knott.
—Por supuesto que han sido esos condenados —opinó Dancey.
—¿Qué sugiere? —preguntó impasible Oliver Truxtun.
Breck se puso la chaqueta de ante y miró al detective.
—Con el debido respeto, parece que sus métodos no dan ningún resultado
positivo. Y estoy harto de permanecer aquí sin hacer nada —dijo, abriendo la
puerta bruscamente.
—¿Dónde vas? —gritó Dancey.
—A tomar un whisky —replicó Breck—. Y a correr la voz de que el primero
de mes el Sierra Virginia llevará un valor en nóminas doble del habitual!
—Parece que se trata de una trampa —observó Dancey con aire sombrío.
—Podría funcionar —dijo Oliver Truxtun.
—Más vale —replicó Breck con tono amenazador—. Y cuando acabe con

- 55 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

ese hijo de perra, estará demasiado muerto para ser enterrado.


Minutos después, en el Last Drink Saloon, Breck fue confiando su gran
secreto a toda Virginia City. Persona a persona, eso sí, y bajo la promesa
solemne de que quedaría entre ellos. Por supuesto, el rumor se extendió como
la pólvora. Y aquella noche, por primera vez en mucho tiempo, Breck se sintió,
si no bien, por lo menos algo mejor.
Aquella noche, más tarde, en la habitación del hotel, se concedió cierta
dosis de optimismo mientras repasaba los números que le habían deprimido el
día anterior. Si conseguía poner punto final a los robos, había esperanza. Si tan
solo pudiera devolver los créditos que había necesitado para hacer frente al
pago de las nóminas robadas…
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos.
—Hola —murmuró Millie Rhea cuando Breck abrió y, al verle vacilar,
preguntó—: ¿Puedo pasar?
Breck se apartó para dejarla pasar. Luego volvió a sentarse. Deslizó la
mirada sobre la hermosa cabellera castaño rojiza que enmarcaba el rostro
juvenil. Luego descendió hacia el vestido de raso negro que llevaba, con
adornos por todas partes, y deseó que solo por una vez, se pusiera algo más
sencillo, algo que resaltara su dulzura. Y también deseó ser mejor compañía
para ella esa noche, porque aunque su humor había mejorado, seguía sintiendo
la imperiosa necesidad de estar solo.
—Te he visto en el salón —dijo ella—, y no he dejado de pensar que quizás
tuviéramos oportunidad de hablar.
—Lo siento.
—Yo… eh… he oído que han disparado a Charlie Knott.
—Sí.
—Y que va a haber mucho dinero en la caja fuerte el próximo día uno.
—Sí, pero no se lo cuentes a nadie, ¿eh? —dijo Breck, sabiendo que
probablemente ya lo habría hecho—. ¿Te apetece una copa? —añadió,
procurando ser cortés.
—No —respondió ella, y cruzó la habitación, deslizándose hasta el suelo
entre las rodillas de Breck—. ¿Y a ti te apetece acostarte? —preguntó con su
candor habitual.
—Millie, no estoy de hu…
—Te he echado de menos —insistió a la vez que desabrochaba los
vaqueros de Breck y le acariciaba; luego añadió con aire triunfal—. ¿Lo ves? Me
deseas.
Breck podía haber replicado que nunca había deseado a una mujer, que
solo necesitaba una de vez en cuando. Pero no lo hizo.
—Millie… —comenzó, solo consiguiendo que ella cerrara los dedos sobre
el núcleo de su excitación con dotes de experta.
Breck hizo una mueca y pensó ¡oh, qué diablos! Y la poseyó rápidamente,
con movimientos automáticos, sin el menor sentimiento. En el momento del

- 56 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

clímax pensó dos cosas: primera, que no sentía ningún placer. Segundo, dos
ojos castaños que revolotearon en su mente.
—Toma, cómprate algo bonito —dijo minutos después, evitando la mirada
de Millie.
—Yo, he… esperaba que esta noche fuéramos simplemente amigos.
Sabía que él nunca la amaría; incluso dudaba de que fuera capaz de amar.
Pero estaba empeñada en que fueran amantes. Verdaderos amantes.
—Cómprate un vestido —insistió él, dejando los billetes en la mano de la
joven, mirándola por fin a los ojos y confirmando sus mayores temores.
Los ojos de Millie Rhea eran azules.

Ojos azules.
Había sido incapaz de recordar el color preciso de los ojos de Breck, pensó
Trinity mientras deslizaba la mirada por el elegante salón de la mansión de los
McCook. Habían pasado tres semanas desde que había prometido a Jedediah
asistir a esa cena. Observando sin ser vista a Breck, se reprochó el haber
recordado tan solo que eran de un tono azul pálido. No había recordado su
color fascinante, un tono entre el azul del fuego y el del hielo.
—Oh, Trinity, por fin llegas, querida —dijo Jedediah al verla en el umbral
de la puerta, y se dirigió hacia ella con paso decidido—. ¿Te has mojado? Yo
esperaba que la tormenta pasara de largo, pero parece que le ha gustado San
Francisco.
Ignorando la mariposa revoloteante que sentía en su interior, conjurando a
su eterno compañero, el odio, Trinity pasó al salón de techos altos, decorado
con buen gusto, donde cada detalle evidenciaba bienestar y cultura.
—Tu conductor no ha dejado que me cayera ninguna gota —replicó
Trinity, señalando los volantes del vestido color marfil que lucía—. ¿Lo ves?
Completamente seca.
—Le habría despedido aquí mismo en caso contrario —bromeó Jedediah,
estrechando calurosamente una de sus manos, y luego se volvió—. Trinity,
recordarás…
—Al señor Brecker —le interrumpió, mirando los ojos que no comprendía
cómo podía haber olvidado del hombre que estaba junto a la chimenea con aire
distraído.
Lenguas de fuego naranja y rojas parpadeaban a sus espaldas, iluminando
los anchos hombros ceñidos a una chaqueta de color canela y las piernas largas
y robustas ajustadas a unos pantalones de color café.
—Creía que ya habíamos acordado que me llamaría Breck, señorita Lee.
—Sólo si usted me llama Trinity —contestó ignorando sus nervios.
No solo era una réplica razonable; se preguntaba cómo sonaría su nombre
en los labios de aquel hombre, labios que podían ser tan violentos como una
tormenta invernal y a la vez sonreír como el nacimiento de una cálida

- 57 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

primavera.
—Entonces, decidido, Trinity —dijo Breck con voz lenta y perezosa.
Y la palabra «peligro» pasó por la mente de la actriz. Mientras, Breck
estaba observando el contraste entre el marfil del vestido y el ébano del cabello,
que llevaba recogido en un moño bajo, adornado con alfileres de marfil. El bajo
escote del vestido, los labios rojos, las mejillas redondeadas, el… color de sus
ojos, marrones como la miel.
Breck había sabido la misma noche que había hecho el amor con Millie
que Trinity era la dueña de los ojos imaginados por su mente, pero no había
intentado convencerse de lo contrario. Aquellos ojos, sin embargo, estaban más
vivos que el recuerdo que había asediado sus sentidos. Y se agitó su sangre
masculina, y la intensidad de su desasosiego le desconcertó. Y se dijo que solo
era la reacción de un hombre sano ante una mujer bella.
Se retiró a un lugar profundo de su interior al que solo él mismo tenía
acceso. Al mismo tiempo, Trinity estaba tomando precauciones similares. Se
recordó las imágenes brutales de su madre, de Ben Buford, quién era aquel
hombre, lo que era. Tan absorto estaba que ninguno oyó a Jedediah.
—¿Trinity? ¿Breck?
Ambos levantaron la vista bruscamente hacia su anfitrión.
—¿Qué te apetece beber? —repitió este último.
—Vino blanco, gracias.
—Whisky. Solo.
Cuando Jedediah les dio las bebidas, Trinity se sentó en un sillón. Breck
regresó junto a la chimenea y bebió un buen trago de whisky. No se miraron.
—Entonces, ¿te ha gustado la Baldwin? —preguntó Jedediah a Breck,
retomando su conversación breve.
—Sin duda. Es una obra de arte. Es preciosa.
—¿Has concertado la fecha de entrega?
—Ahí está el problema —respondió Breck, agitando el whisky—. Quieren
el dinero por adelantado.
—Ya te he dicho…
—No aceptaré tu dinero.
—Un crédito…
—No —insistió Breck con énfasis, llevándose el vaso a los labios y
mirando a Trinity sobre el borde del mismo.
Trinity había decidido que guardar silencio constituía la mejor táctica.
Jedediah habría encontrado extraño que se mostrara agradable con un hombre
al que había tachado de salvaje. Y Breck encontraría extraño que fuera
abiertamente hostil con él.
—Deduzco que una Baldwin es una locomotora —comentó.
—Una locomotora muy cara —dijo Breck.
Sus miradas nadaron juntas durante unos segundos; después Breck desvió
la suya hacia Jedediah, que estaba pendiente del reloj y la escalera.

- 58 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Qué diablos estará haciendo Ada? Me había dicho que tardaría un


cuarto de hora como máximo.
—Creo que a las mujeres les gusta retrasarse un poco —observó Breck,
procurando calmar a su amigo.
Aunque él también comenzaba a preguntarse dónde estaría la anfitriona.
No había visto a la mujer de su amigo en toda la tarde y tenía muchas ganas de
saludarla.
—Digas lo que digas, no se debe hacer esperar tanto tiempo a unos
invitados —replicó Jedediah con un tono que Trinity no le había oído jamás.
No era pura irritación, pero distaba mucho de su jovialidad habitual.
—¿Os pongo otra copa? —añadió, acercándose a la barra para servirse él
mismo, y Trinity observó que se ponía una dosis bien generosa.
—No, gracias —respondieron los invitados al mismo tiempo.
—Entonces, Breck, ¿se sabe algo del disparo a Charlie Knott?
Al oír la pregunta de Jedediah, Trinity levantó la cabeza tan bruscamente
que casi derramó la copa de vino.
—¿Disparo? —repitió, mirando a Breck.
—Sí —respondió Breck con amenazadora falta de emoción—. Al
conductor de mi tren…
—Siento haberme retrasado —sonó una voz femenina tan lustrosa como el
salón.
Ada McCook era una mujer de estatura media, pero con una pose, que
hablaba de realeza. Irradiaba elegancia. El vestido, de un inocente tono rosado,
caía hasta el suelo en tres volantes, con una sobrefalda y lazos de encaje.
Adornaban su cuello, perlas y un medallón de coral rosa. Su sonrisa era cálida y
afables sus ojos grises. En conjunto, parecía la viva imagen de la feminidad y la
maternidad.
A Trinity le desagradó desde el primer momento.
Y no podría haber explicado la razón. Sencillamente, era una sensación de
incomodidad. Estaba convencida de que Ada McCook se había retrasado
deliberadamente para hacer una entrada triunfal.
—Ah, por fin —dijo Jedediah—. Comenzábamos a creer que no bajarías
nunca.
A Trinity le pareció oír cierto deje de reproche en la voz de Jedediah.
Luego observó que Breck estaba mirando fijamente a Ada McCook, como un
hombre perdido en el desierto contemplaría el agua de un río torrencial. Y
entonces, cayó en los ojos de Breck la cortina impenetrable de costumbre.
—Lo siento muchísimo —replicó Ada, entrando al salón con paso
majestuoso—. Oh, Henri, retrasaremos la cena media hora, ¿de acuerdo?
—Sí, señora —dijo el mayordomo desde la puerta.
—Ada, me gustaría presentarte…
—La señorita Lee, por supuesto.
Ada McCook consiguió con una breve mirada observar cada faceta de la

- 59 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

actriz y a la vez ignorarla desdeñosamente. Y Trinity se preguntó si se trataría


de otra de las muchas mujeres estiradas de alta sociedad que despreciaban a su
gremio.
—Y, por supuesto, usted es Madison Brecker —dijo Ada—. Jedediah me
ha hablado mucho de usted.
—Señora McCook —saludó Breck con tono neutro.
—Espero que su visita a San Francisco haya sido entretenida y productiva.
Ada cogió la copa de vino que le ofreció su marido y miró a Trinity,
llevándose la copa a sus labios rosados. Trinity se puso rígida, a la defensiva.
También bebió un sorbo de vino.
—Entonces, señorita Lee, usted es la actriz.
El comentario parecía inocente, pero Trinity sintió el aguijón de la
condena como la picadura de una víbora.
—Sí —murmuró con decisión—. Yo soy la actriz.
—Curioso. No me la imaginaba así. Pensé que parecería más… china.
Trinity alzó la barbilla y miró fijamente a la mujer.
—Soy euroasiática.
—Sí, claro. Una mestiza.
—¡Ada! —atronó la voz de un Jedediah absolutamente indignado.
—Mestiza en el mejor de los sentidos, por supuesto. Dígame, señorita Lee
¿era su padre o su madre el que procedía del Cáucaso?
—Mi madre era china —replicó Trinity.
—Ah, y debe haber sido muy hermosa. Es usted verdaderamente guapa,
señorita Lee. Y obviamente, también posee un talento envidiable. Jedediah tiene
muy buen gusto para elegir las amistades —concluyó, dando una palmadita en
el brazo de su marido y esbozando una sonrisa angelical.
Desde ese momento, fue la encarnación de la simpatía, riendo los
comentarios de Trinity, animándola a hablar de su profesión… se mostró
amistosa, tanto que la actriz comenzó a preguntarse si la habría juzgado mal.
—Ah, aquí llega Henri —dijo Ada cuando reapareció el mayordomo—.
Jedediah, acompaña a la señorita Lee y yo llevaré al señor Brecker.
A la vez que hablaba se acercó a Breck y se cogió a su brazo. Él miró los
ojos cálidos y afables de Ada McCook. Podría haber jurado que había visto
dichos ojos antes. Pero… ¿dónde?

- 60 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 8

En el transcurso de la cena, a base de platos exquisitos y vinos nobles, la


pregunta no dejó de mortificar a Breck, convencido de haber visto a esa mujer
con anterioridad. Los rasgos patricios, los ojos grises…
—¡Por todos los cielos, Henri! —gritó Ada McCook de súbito, y todos
volvieron la mirada hacia ella.
El mayordomo había derramado unas gotas de Borgoña en su elegante
vestido.
—Oh, madame, je regrette… —dijo Henri, procediendo a limpiar con una
servilleta la mancha, pero Ada apartó sus manos.
—Yo misma lo haré —dijo con notable sequedad, y el mayordomo la miró
con evidente desazón.
—No te preocupes, Henri —interrumpió Jedediah—. Ha sido un
accidente.
—Mais oui, monsieur —dijo el hombre, retirándose a toda prisa.
Todos, incluso Ada, que recobró los buenos modales con cierto retraso,
volvieron a comportarse con normalidad. Todos, excepto Breck. Tenía blancos
los nudillos de la mano que sostenía la copa, tan blancos como la cicatriz con
forma de estrella. Estaba mirando la mancha roja en el vestido rosa. Una
mancha que parecía… sangre. Levantó bruscamente la vista hacia los ojos grises
de Ada. Ojos que una vez había visto brillando de nervios… culpables. ¡La
mujer que había visto en el callejón dieciocho años atrás!
Sin duda estaba confundido, pensó. ¡Debía estarlo! ¡Por el bien de
Jedediah! Pero, a la vez que elevaba al cielo su súplica desesperada, sabía que
estaba en lo cierto. Aquélla era la mujer que creía culpable del asesinato de Su-
Ling.
Pero… ¿Ada McCook?
¿Qué relación podía tener con Su-Ling Chang? ¿Una mujer de alta
sociedad como ella, qué podía saber de mujeres como Su-Ling?
Quizás, solo quizás, se había equivocado y Ada no era la asesina. Tal vez
solo había descubierto el cadáver de Su-Ling… igual que él. Después de todo,
no había presenciado el asesinato. Sin embargo, no podía dejar de creer que
aquella mujer sentada a su izquierda, rodeada de los mejores damascos,
porcelanas y objetos de plata que podían comprarse con dinero, había asesinado
a su dulce amiga.
¿Por qué? No tenía la menor idea.
Sin beber, Breck dejó la copa sobre la mesa. Observó que Trinity sonreía

- 61 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

ante un comentario de Jedediah, que estaba bebiendo mucho aquella noche.


Euroasiática. Ada había sido grosera y muy curiosa respecto a los padres
de Trinity. ¿Por qué? Volvió la vista hacia Jedediah. ¿Sabía Jedediah que su
mujer era una asesina? ¿Y había conocido a Su-Ling? En ese preciso instante,
Jedediah y Trinity rieron al unísono, ambos con labios de curvas sensuales, casi
perfectos. Con labios llamativamente similares.
Y a Breck se le ocurrió una idea increíble, de consecuencias tan funestas
que su mente rechazaba su consideración. Ni seriamente, ni de ninguna otra
manera. Esta vez había llegado demasiado lejos; sin duda estaba equivocado.
¿O no?
Como un cuerno en la lejanía, oyó que alguien pronunciaba su nombre. La
voz pertenecía a su anfitriona.
—… más pastel?
—No. No, gracias. Eh… estaba muy bueno.
—Yo sé lo que quiero Breck —declaró Jedediah, apartando su silla de la
mesa—. Una buena copa de coñac y un puro. Y en el salón nos esperan ambas
cosas.
Los otros siguieron su ejemplo y se levantaron. Un trueno retumbó como
un oráculo iracundo.
—Dígame, señorita Lee —dijo Ada en el cavernoso vestíbulo donde
resonaba la lluvia—, ¿nos aburrimos en el salón con la charla de los hombres o
nos retiramos a mi cuarto de estar para cotillear a gusto?
—Por supuesto, nos acompañaréis al salón —afirmó Jedediah antes de que
Trinity pudiera articular palabra—. Prometemos mantener una conversación
amena para todos, ¿verdad, Breck?
Éste no respondió a la pregunta retórica. En cambio, pensó que Jedediah
parecía empeñado en no separarse de Trinity ni un solo instante.
—Probablemente, debería regresar al hotel —observó Trinity—. Parece
que el tiempo no mejora.
—No, no, es muy pronto —protestó Ada—. No permitiré que se vaya tan
temprano. En realidad, no sé por qué no puede pasar aquí la noche.
Ciertamente, no hay problema de espacio…
—Oh, no es posible —la interrumpió Trinity.
Breck observó en el rostro de Jedediah una emoción que no alcanzaba a
comprender del todo. ¿Desagrado? ¿Incomodidad?
—Estoy seguro de que Trinity debe regresar al hotel esta noche —dijo el
hombre más maduro.
—Pero la tormenta está en su apogeo —insistió Ada—, y también estaba
pensando en William y los caballos. Bueno, ya lo discutiremos después —
añadió apresuradamente al observar la expresión de su marido—. Ahora, la
señorita Lee y yo vamos a tomar una copita de jerez. ¡Los caballeros pueden
quedarse con su viejo coñac!
El tema no volvió a mencionarse hasta casi las diez, cuando apareció en la

- 62 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

entrada del salón el chófer de la calesa, profusamente uniformado. Breck, estaba


pensando que el puro costoso que fumaba no le producía más satisfacción que
los que solía fumar. Jedediah estaba tomando una segunda copa y considerando
la posibilidad de tomar la tercera, mientras Ada McCook parloteaba sin pausa.
Trinity solo se preguntaba cuánto tiempo podría soportar la sensación de
agobio. Procurando convencerse de que se debía simplemente al humo de los
puros y no a la tensión emocional, pero no acababa de creerlo. Jedediah estaba
bebiendo demasiado, su mujer hablando demasiado, y Breck… observándoles
con demasiado detenimiento como para sentirse cómoda.
—Dispense, señor… —comenzó el empleado con nerviosismo.
Todo el mundo miró hacia la puerta.
—Dispense, señor —repitió el hombre, aferrando con fuerza su gorra—,
pero el tiempo está empeorando, señor. Y… bueno, si su invitada desea regresar
al hotel esta noche, sería prudente que nos pusiéramos en marcha. Si no amaina
la tormenta, muy pronto estarán intransitables algunas calles. Incluso hay
peligro de inundación.
—Entonces, está decidido —declaró Ada con entusiasmo fingido—.
William, busca a Pearline y dile que prepare la habitación de invitados contigua
a la del señor Brecker. Y dile…
—¿Trinity? —interpuso Jedediah con voz suave, con mirada protectora—.
Si prefieres volver al hotel, William te llevará.
—Por supuesto, señorita.
Ada enmudeció; Breck observó la tensión de su mandíbula.
Trinity consideró la situación por un momento y luego sonrió.
—¿Cómo puedo rechazar una invitación tan afable en una noche tan poco
afable?
—¡Estupendo! —dijo Ada—. William, busca a Pearline.
—Sí, señora —respondió el conductor de la calesa, obviamente aliviado.
Breck vio satisfacción empañada por cierta incomodidad —¿quizás
miedo?— en el rostro de su amigo.
—¿Otra copa, Breck? —Jedediah sirvió otra copa de coñac.
—No, gracias —replicó él, y desvió la mirada hacia Trinity.
Los ojos de ambos se encontraron. En ese momento nació una tensión de
tipo diferente entre ellos. Esta tenía que ver con el hecho de que pasarían la
noche en dormitorios contiguos.
Trinity desvió la mirada, asaltada de nuevo por el extraño hormigueo.
Para ignorarlo, se concentró en otros pensamientos. ¿Por qué insistía tanto Ada
McCook en que pasara la noche en la mansión? Sin duda era una decisión
prudente. Sin embargo, se había sentido… manipulada. Y no le gustaba la
sensación de estar prisionera. Y tampoco la jaqueca que comenzaba a sentir.
Cuando Pearline anunció que la habitación de invitados estaba preparada,
Trinity aprovechó para poner fin a la velada.
—¿Me disculparían si me retirara a mi habitación? Me duele un poco la

- 63 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

cabeza…
—Por supuesto, querida —contestó Jedediah, levantándose.
Breck le imitó y, como de costumbre, ni sus labios ni sus ojos expresaron
emoción alguna.
—Entonces, buenas noches —dijo Trinity con una sonrisa.
—Le enseñaré su habitación, señorita —comenzó la sirvienta, pero Ada la
interrumpió.
—No es necesario, Pearline. Yo la acompañaré.
—Sí, señora.
—Ada… —dijo Jedediah haciendo una mueca de disgusto, y la señora se
volvió hacia él.
—Ustedes, caballeros, disfruten de la velada. Yo voy a retirarme con la
señorita Lee. Me gustaría quitarme este vestido —explicó, mirando a su marido
con aire levemente desafiante—. Jedediah, señor Brecker.
Breck asintió, mientras Jedediah bebió de un trago su coñac.
—¿Quiere que le traiga algo para el dolor de cabeza? —preguntó Ada
cuando las dos mujeres comenzaron a subir la majestuosa escalera de madera
tallada.
—No, gracias. Descansar será suficiente.
—Probablemente será por culpa de este tiempo húmedo y frío. San
Francisco es un lugar maravilloso, pero muy húmedo. Usted no es de San
Francisco, ¿verdad?
—No —respondió a secas la actriz.
—Creo que Jedediah ha comentado que ya han acabado las
representaciones… —dijo Ada, sin inmutarse por la poca disposición de Trinity
a las confidencias.
—Sí.
—¿Y se tomará unas vacaciones antes de comenzar otra obra?
—Unas cortas.
—Dígame señorita Lee, ¿su madre también era actriz?
Trinity miró fijamente a su anfitriona con ojos claros, ambarinos.
—¿Por qué lo pregunta? —replicó, habiendo aprendido mucho tiempo
atrás que la mejor manera de evitar una pregunta era hacer otra.
—Sencillamente, me preguntaba de dónde le venía su talento…
—Sospecho que se debe a mi gran imaginación —dijo Trinity.
Lo que no acababa de comprender la actriz era la razón por la que Ada
McCook se mostraba tan interesada en sus padres. Probablemente, simple
curiosidad. Sin embargo, la irritaba tanto como de costumbre aquel afán de
conocer su vida y milagros.
—Considero como mis auténticos padres a la maravillosa pareja que me
crió.
—Qué sentimiento más dulce —observó Ada, abriendo la puerta de noble
madera y dejando entrar a Trinity.

- 64 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Ardía fuego en la chimenea del cuarto pequeño y acogedor, presidido por


una cama regia. A la derecha de la cama había un tocador de mármol, y sobre el
mismo una palangana, una jarra, una toalla de mano y un cepillo de plata.
—Si necesita algo…
—Nada, muchas gracias —respondió Trinity.
—Yo, eh… le dije a Pearline que trajera una de mis batas —dijo Ada,
señalando la prenda de seda doblada sobre el respaldo de una silla,
aparentemente remisa a marcharse.
—Es muy amable. Bueno, gracias de nuevo y buenas noches.
—Buenas noches —replicó la señora, sin otra alternativa que retirarse.
Trinity se desnudó, apagó la lámpara y se acostó. El fuego proyectaba
sombras danzantes en el techo y las paredes. La lluvia martilleaba los cristales.
Ada McCook la había puesto nerviosa, y un asesino dormía en la habitación
contigua. Solo Jedediah le proporcionaba cierta confianza, con su cálida y
cariñosa sonrisa.
Curiosamente, la sonrisa cambió de dueño en la imaginación de Trinity;
pertenecía al Breck que había visto cuando entró en el salón. Procuró dejar la
mente en blanco. Su último pensamiento, sin embargo, fue que Breck estaba en
la habitación contigua, y lo más inquietante es que le recordaba como un
hombre, no como un asesino. Un hombre peligrosamente atractivo.

Jedediah estaba borracho y su humor se transformó con la marcha de las


mujeres.
—Mi consejo, Breck, joven amigo, es que tengas cuidado con lo que
deseas, pues podrías conseguirlo. Y hablando de deseos, me apetece otra copa.
¿Me acompañas? —dijo, levantándose del sillón a trompicones.
Para no herir la sensibilidad de su amigo, Breck no le ofreció ayuda.
—No, gracias.
—Tonterías —replicó Jedediah, llenando dos copas de coñac—.
Necesitamos algo con qué poner la guinda a la velada.
Breck pensó que la velada ya iba bien cargada de alcohol, pero guardó
silencio y cogió la copa que le ofrecía Jedediah.
—¿Por qué brindamos? —preguntó el hombre más maduro.
—¿Por qué te gustaría brindar?
—Por los buenos amigos, el buen coñac y los deseos sensatos. Por… —
comenzó, pero le falló la voz—. Por los niños. ¿Cómo es que tú no tienes hijos?
—No tengo mujer, Jedediah —replicó Breck, esbozando una sonrisa.
—Bueno, pues brindemos por los hijos que nunca tuve. Por la hija… que
nunca tuve —añadió, sus ojos vidriosos por algo más que la bebida desviándose
hacia la escalera—. Por mi… hija.
Breck observó los ojos de su amigo. Encajaban las piezas del
rompecabezas. Desde que había reconocido a Ada, se había negado a admitir lo

- 65 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

que parecía ser cierto, pero constituía la única explicación lógica.


—Por tu hija —murmuró, bebiendo un trago de coñac.
La voz de Breck sacó a Jedediah de su ensueño. Volvió a desplomarse en
el sillón.
—Estoy borracho.
—Tonterías. Digamos que no estás completamente sobrio —afirmó Breck,
esbozando una sonrisa.
—¿He dicho algo… algo que no debiera?
—No. Nada —respondió Breck, dejando su copa sobre la mesa y
levantándose súbitamente—. Voy a retirarme, amigo mío. ¿Quieres que te
acompañe arriba?
—No, prefiero quedarme aquí un rato más, haciendo compañía al fuego.
—Entonces, buenas noches.
Breck había cruzado la mitad de la espaciosa habitación cuando oyó la
llamada de Jedediah.
—¡Breck! ¿Estás seguro de que no he dicho…?
—Seguro. Nada. Buenas noches.
Jedediah bebió un trago y suspiró. Dijera lo que dijera Breck, tenía una
borrachera de campeonato. Sin embargo, no podía olvidar que su hija estaba
durmiendo arriba, en su casa. Trinity. Dónde debería haber vivido desde el
mismísimo día de su nacimiento. Dónde habría vivido si…
¡Qué estúpido había sido! La gente creía que era un hombre afortunado,
que tenía todo lo que se podía desear en este mundo. Pero a todo renunciaría de
buena gana si pudiera retroceder en el tiempo y retomar una decisión… Su-
Ling.
Ni un solo día, y ciertamente ni una sola noche, había pasado sin que
recordara a la belleza oriental que tan inesperadamente entró en su vida. Él
tenía treinta y dos años en 1844 y por aquel tiempo era el propietario de una
modesta mercería de San Francisco. Encargó a un capitán amigo suyo que
navegaba con regularidad a Oriente sedas para su tienda. El capitán había
decidido que aquél sería su último viaje y, al regresar, embarcó a un joven
matrimonio para que sirvieran en la residencia que pensaba levantar en la
hermosa bahía de San Francisco. En alta mar se propagó la fiebre amarilla,
segando la vida del capitán y el joven chino. Así, fue una joven viuda de
dieciocho años la que desembarcó en Estados Unidos. Una joven atemorizada y
sin hogar. Jedediah, que había ido a recoger sus sedas, todavía la recordaba de
pie en el muelle. A pesar de su lamentable situación, Su-Ling Chang no
derramó una sola lágrima, no pidió ayuda a nadie. Y quizás por esta razón
Jedediah no dudó en ofrecerle empleo en su tienda.
Y la convivencia trajo consecuencias imprevisibles. Se enamoraron. Y el
amor que nació era de los puros, de los que brilla en la noche más radiante que
el sol de la mañana. Y habrían sido eternamente felices de no ser por una
complicación: Jedediah estaba casado.

- 66 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Vivieron ocho meses de paraísos e infiernos antes de que decidiera poner


fin a la relación. Jedediah se dijo entonces que lo hacía por Su-Ling, pero en el
fondo de su corazón sabía que en realidad no estaba dispuesto a enfrentarse a la
censura pública que engendraría sin duda un divorcio o una separación.
Aunque él no se lo había pedido, Su-Ling se despidió. Hizo arreglos para que
trabajara en la ferretería de un conocido suyo, pero ella desapareció en silencio.
Y Jedediah enloqueció en silencio, pues en el instante de su marcha fue
consciente de la trágica equivocación de su decisión. Y la buscó pero en vano.
Ocho años después, estaba en Sacramento por motivos políticos, cuando
paseando por las calles con Ada la vio con una niña, que presentó como su hija.
Y, observando sus hermosas facciones, no le cupo la menor duda de que
también era suya. Como tampoco le cupo la menor duda de que sería la única
hija que tendría en la vida, pues el paso de los años había demostrado la
esterilidad de su mujer.
Y aquella tarde precisó de toda su voluntad para alejarse de ellas.
Y dos días después descubrió que ejercía la prostitución, sorpresa que no
fue nada comparada con la noticia de su asesinato, aquella misma noche que la
había visto. Nunca había sentido tanta consternación… y un temor repentino.
Aunque las sospechas recaían en un hombre rubio ¿sería posible que su
mujer tuviera algo que ver con el asesinato? La noche del crimen Ada alegó que
tenía una terrible jaqueca e insistió en que acudiera solo a un compromiso
social. Sin embargo, cuando regresó al hotel, ella no respondió a su llamada en
la puerta de la habitación individual donde se alojaba. Al día siguiente, se
excusó diciendo que había tomado un sedante, pero su aspecto ojeroso no
correspondía al de una persona que había pasado una buena noche. Aun así,
Jedediah se había negado a pensar lo peor de Ada… ¡Santo Dios, era su esposa!
Sin embargo, tomó una decisión basada en un temor instintivo. Ada nunca
debía saber que era el padre de la niña que había visto en la calle. Hizo los
arreglos necesarios para que un matrimonio chino se encargara de su crianza, y
les proporcionó dinero durante toda su infancia. Cuando comenzó a triunfar en
los escenarios, Jedediah se sintió encantado, encontró una excusa perfecta para
ver a su hija.
Frunció el ceño; quizás le había dedicado excesiva atención y Ada
sospechaba algo. Volvió a suspirar, cansado, muy cansado. Cansado de
preocuparse por Ada, cansado de preguntarse si habría revelado a Breck alguna
imprudencia, cansado de disimular sus sentimientos hacia Trinity. Trinity.
Esbozó una débil sonrisa; aquella noche su hija dormía en su casa. Se aferró a
ese cálido pensamiento cuando el alcohol le arrastró a un ensueño, y oyó la
dulce voz de Su-Ling sobre el crepitar del fuego, sobre los tambores de la lluvia.
«Jedediah… Jedediah… mi amado Jedediah…»
Una sola lágrima resbaló por el rostro del magnate, que tuvo la sensación
de que iba a explotarle el corazón, tan lleno de amor y sufrimiento como estaba.
—Su-Ling —susurró, y en aquel nombre expresaba toda la tristeza de su

- 67 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

alma atormentada.

Arriba, en una habitación que hacía mucho tiempo dejó de compartir con
su marido, Ada también estaba sentada evocando el pasado. Todavía podía oír
los gritos y risas de los clientes del burdel. Era la primera vez que entraba a uno
y le sorprendió el ambiente casi hogareño. Como también se sorprendió de
poder entrar sin ser vista por la puerta trasera. Incluso resultaba más
sorprendente la facilidad con que había localizado a Su-Ling. Con dinero puede
comprarse todo, incluyendo rápidas respuestas a preguntas acerca de una
mujer china llamada Su-Ling. Un comerciante cuya tienda se encontraba en la
misma calle donde se encontraron con ella le había dado toda la información
que necesitaba.
Su-Ling.
Nunca pretendió verdaderamente asesinarla, pero nunca se había
arrepentido de haberlo hecho. Por supuesto, conocía la relación de su marido
con Su-Ling desde la mismísima noche que se acostó con ella por primera vez;
una mujer se da cuenta de estas cosas. Como también sabía que la niña era hija
de Jedediah desde el momento que la vio. Y ofreció dinero a la prostituta china,
mucho dinero, para que desapareciera de la ciudad con su hija, pero la muy
estúpida se negó a aceptar la proposición. Y ella se enfadó más y más, y Su-Ling
se asustó más y más y, cuando sacó un cuchillo, se produjo la pelea y la muerte
de la última.
Y Ada McCook todavía podía oír el nombre de Jedediah en sus labios. El
nombre de su marido en los labios de una mujer agonizante, de una ramera. Y
después de oír el nombre de Jedediah en los labios de aquella mujer, murió
todo sentimiento hacia él. Y se alegró de haber destruido lo que más quería, y
habría destruido también a su hija, pero desapareció como por encanto de la faz
de la tierra.
Año y medio atrás, cuando su marido comenzó a interesarse por el teatro,
no le dio importancia a este hecho. Sin embargo, cuando comenzó a destacar su
interés por Trinity Lee, se inquietó. ¿Tendría Jedediah una predilección especial
por las mujeres orientales? ¿Mantendrían una relación amorosa? ¿O
simplemente le recordaba a la mujer que había amado una vez? ¿O… sería
Trinity Lee su hija? El pensamiento, como siempre, encendió la sangre de sus
venas. El futuro político de su marido podía capear una aventura pasajera, pero
jamás la existencia de una hija bastarda. Y ella tampoco podía tolerarla…

Breck separó de su camisa almidonada los puños y el cuello, dejándolos


sobre el tocador. Luego se quitó la camisa y la puso junto a la levita en el
respaldo de una silla.
Todo encajaba, pensó, acercándose al fuego que calentaba el dormitorio.

- 68 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

¡Maldita sea, todo encajaba! Sabía que Su-Ling tenía un amante maduro y
casado, un norteamericano que era el padre de su hija, aunque nunca llegó a
enterarse del nombre de ésta. Su-Ling nunca lo mencionaba. Jedediah debía ser
ese hombre, y su mujer debía haber descubierto la relación que mantuvo con
Su-Ling y la mató. ¿Y Jedediah sabía que Ada había asesinado a Su-Ling? No,
Breck no podía creerlo. Jedediah sin duda la habría abandonado si hubiera
descubierto su crimen.
¿Y sabría Ada que Trinity era la hija de Jedediah? Y, lo peor de todo: de
ser así, ¿pensaría asesinarla, como había hecho con la madre? De súbito, pensó
que no le gustaba la forma en que Ada había presionado a Trinity para que
pasara la noche en la mansión. No le gustaba un pelo.
No…
Un ruido detuvo el hilo de sus pensamientos. Aguzó el oído. Solo escuchó
el crepitar del fuego. Acababa de convencerse de que habían sido imaginaciones
suyas, cuando oyó de nuevo un sonido.
Un sollozo.
Un gemido suave, atormentado.
Procedente de la habitación contigua…

- 69 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 9

El cuarto estaba oscuro y Breck, receloso, permaneció en la entrada un


momento, adaptándose rápidamente a la penumbra. El fuego, ya débil,
proyectaba sombras siniestras en las paredes. Aparte de la gigantesca cama y
los muebles no se veía nada. Absolutamente nada. Ninguna escena siniestra.
Ninguna asesina amenazadora con un cuchillo destellando en la mano…
Breck estaba reprochándose su excesiva imaginación cuando oyó un
gemido que parecía más animal que humano. Esforzó la vista y distinguió la
silueta humana tendida sobre la cama, una silueta que se revolvía bruscamente.
Trinity estaba soñando. Se dirigió hacia ella sin preguntarse la razón por la
que estaba complicándose en aquel asunto. Sin embargo, corrió la cortina del
dosel de la cama, sentándose en el borde. La negra cabellera de Trinity se
derramaba sobre la almohada como tinta sobre raso.
Un suave gemido dirigió la atención de Breck hacia sus labios entornados.
Labios que esbozaron una mueca por culpa de los fantasmas de su pesadilla.
—Trinity —murmuró.
La pesadilla era siempre la misma. Su madre tendida en el suelo, en un
charco de sangre. El extraño de pelo rubio y ojos fríos y azules, observando a la
niña petrificada por el terror.
«Ven aquí, pequeña», susurraba el desconocido. «Ven aquí… ven aquí…»
Trinity sollozó cuando el hombre del sueño avanzó hacia ella, extendiendo
una mano cubierta de sangre, una mano con una cicatriz en forma de estrella…
—Trinity —volvió a murmurar Breck.
En algún nivel de su conciencia, ella pensó que la voz sonaba demasiado
real. ¿Estaba llamándola por su nombre? En el sueño nunca había ocurrido así!
—Trinity…
El hombre se acercaba a ella, la aferraba por los hombros. Santo Dios,
parecía tan real…
—¡No! Por favor, no…
Las manos comenzaron a sacudirla.
—Trinity…
—¡No! —gritó ella, intentando librarse de aquellas manos asesinas.
—Estás soñando…
—¡No! Por favor…
Las manos de acero la incorporaron sobre la cama. Trinity se despertó por
completo, lanzando un gemido angustiado. Breck observó el temblor de sus
labios. Parecía muy vulnerable.

- 70 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Chisss —murmuró, envolviéndola entre sus brazos, otra vez guiado por
el instinto.
Protegida en su pecho, Trinity pensó en lo extraño que resultaba que el
hombre amenazador de la pesadilla fuera el mismo que la confortaba ahora. Y
más extraño resultaba todavía que, en las profundidades de su interior, una
vocecita le susurrara que estaba a salvo con él. Y no menos extraño era que se
abrazara a él con fuerza.
Breck sentía en las manos la suavidad de sus hombros, en el pecho la
tersura de sus senos. Olía a flores y lluvia, a calor de mujer.
—Chisss —volvió a susurrar al oír de nuevo sus débiles sollozos.
Y deslizó las manos sobre su espalda con un ritmo tranquilizador que era
completamente desconocido para él. A Breck nadie le había ofrecido nunca
consuelo. Y él tampoco lo había ofrecido a nadie. Hasta ese momento.
Y la respuesta instintiva de Trinity fue tan antigua como el tiempo. Alzó la
cabeza, buscando instintivamente…
—Chisss —murmuró Breck, esta vez sobre los labios de Trinity.
Y los sonidos que brotaron de los labios de Trinity no se debían al miedo.
De haber tenido más experiencia en el trato con los hombres, se le habría
ocurrido quizás la palabra placer, habría reconocido los dulces síntomas.
Por su parte, Breck estaba besándola arrastrado por una avidez que
acababa de descubrir en ese momento. Cuando deslizó la lengua entre sus
labios, Trinity gimió, embargada por mil extrañas sensaciones, pasando
suavemente del mundo del sueño al de la sensualidad. Y ofreció sus labios a
aquel hombre, su enemigo, como si fuera un amante adorado, acariciándole la
espalda musculosa y caliente. Quería, necesitaba algo que no alcanzaba a
precisar.
Breck, sin embargo, sabía exactamente lo que necesitaba, y la fuerza de su
necesidad le asustó tanto que se estremeció. Separó los labios de Trinity y se
quedó mirándola fijamente. Y ella también lo miró con los ojos muy abiertos,
ojos familiares porque ya los había contemplado dieciocho años atrás.
¿Recordaría Trinity aquella noche terrible? Y, de ser así, ¿qué recordaría
exactamente?
—¿Te encuentras… bien? —preguntó.
Uno de los tirantes del camisón había resbalado del hombro, y la prenda
se ceñía a sus senos redondeados de una forma que resultaba, dependiendo del
punto de vista, una amenaza o una promesa. Para Breck, era una amenaza sin
lugar a dudas.
Trinity asintió, aunque no estaba segura en absoluto de encontrarse bien.
—Tú… estabas soñando —dijo Breck, explicándolo todo, nada.
Trinity seguía sin decir palabra. En el silencio solo se oían dos
respiraciones jadeantes. Breck, poco acostumbrado a la intensidad de sus
emociones, lanzó una maldición y, sin más se dirigió hacia la puerta y salió de
la habitación.

- 71 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Y Trinity permaneció inmóvil, el corazón palpitante, los labios irritados,


abandonados.
¿Qué había pasado?, se preguntó.
¿Y por qué había permitido que pasara?

Dos preguntas que se repitió a menudo durante los días siguientes. Y su


respuesta, no del todo convencida, era que estaba medio dormida. Por lo que no
resultaba difícil llegar a la conclusión de que Breck se había aprovechado de
ella, idea que le venía de perla para minimizar su complicidad y quedarse con
la conciencia tranquila. Sin embargo, en algunos momentos se veía traicionada
por cierta sensación de culpabilidad.
En resumen, Trinity pasó los días mirando hacia adelante, pues detrás solo
quedaba confusión. No solo por el beso de Breck; también por la extraña
conducta de Ada McCook, que continuó la mañana siguiente a esa noche.
Durante el desayuno, Trinity se sintió interrogada de nuevo acerca de sus
padres, sutil y no tan sutilmente. Cuando Jedediah dispuso que la calesa la
llevara de regreso al hotel, Trinity se preparó para dejar la mansión y entonces
vio a un hombre bajando por las escaleras. Su corazón pareció olvidarse por
unos instantes de latir. Ni ella ni Breck hablaron; solo se miraron… y
recordaron.
Faltaban dos días para que regresara a Virginia City para actuar en las
fiestas de la ciudad. Por tanto, faltaban dos días para que se cometiera un nuevo
robo en el Sierra Virginia. Esta vez, según le había explicado su amiga Ellie en
una carta, transportarían el doble del dinero habitual. Así, su venganza sería
doblemente satisfactoria. Trinity se prometió de nuevo destruir a Madison
Brecker, financiera y físicamente. Y no se preguntó por qué era tan importante
renovar su promesa. Tenía miedo de hacerlo, porque la respuesta sería la
habitual: «porque te sientes culpable, culpable porque te gustan los labios de tu
enemigo».
—Mejor será que suba, señorita Lee —dijo Dancey Harlan en la estación
de Reno—. Saldremos dentro de pocos minutos.
—Gracias, señor Harlan —respondió Trinity.
Oliver Truxtun, se había estacionado ante la entrada del vagón de
equipajes; daba la impresión de que se mantendría allí, vigilante y armado,
durante el último trayecto del viaje. Trinity bajó a respirar un poco de aire
fresco mientras acoplaban el vagón privado del Central Pacific al Sierra Virginia.
Aunque paseó por el andén varias veces de un lado a otro, poco logró
averiguar, lo cual la intrigó. Si llevaban el doble de dinero ¿no precisaban el
doble de protección?
—Dígame, señor Harlan, ¿es cierto el rumor que corre? Esto es, ¿que el
Sierra Virginia lleva mucho más dinero del habitual?
Dancey adoptó un tono conspiratorio, repitiendo la mentira que había

- 72 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

repetido tantas veces que estaba comenzando a creerla.


—Que quede entre nosotros, señora, pero es cierto —dijo, y al ver el
asombro de preocupación de Trinity, añadió—: Pero usted no debe preocuparse
por nada. Está tan segura como en los brazos de un ángel.
Trinity también bajó la voz, como si estuvieran compartiendo los más
supremos secretos.
—Y el hombre que hay junto a la puerta es el detective de Pinkerton,
¿verdad?
—Sí, señora, y allí permanecerá durante el viaje. Armado hasta los dientes.
—Parece un hombre muy valiente. Y probablemente le acompañarán otra
docena de hombres…
—Truxtun no permitirá que pase al vagón ni una mosca —respondió
Dancey, sin replicar a la posibilidad de que hubiera más detectives.
—Bueno, gracias, señor Harlan —dijo, subiendo a su vagón.
—Haremos una parada de quince minutos en Carson City. Y llegaremos a
Virginia City a media tarde.
«Con suerte, sin las nóminas», pensó Trinity.
—Hace un frío terrible, ¿no le parece, señor Harlan? ¿Cree que nevará?
—No sería de extrañar —respondió el revisor antes de alejarse por el
andén.
Trinity le observó un momento, advirtiendo la presencia de un hombre
que estaba subiendo un perro grande, blanco y negro, en el vagón de pasajeros.
No le pareció extraño, acaso porque estaba demasiado distraída dando vueltas
a su plan.
Cuando el tren se puso en marcha, comenzó a desabrochar los botones de
su vestido. Ante ella, sobre la cama, estaban cuidadosamente ordenadas varias
prendas masculinas, un revólver, una bolsa que contenía toda clase de
maquillaje teatral y una peluca.
Breck había subido al tren cuando ya estaba en marcha, con la esperanza
de evitar de esta forma llamar la atención. No deseaba que nadie, exceptuando
aquéllos al corriente del plan, advirtieran su presencia.
—Lo ha cogido por los pelos —observó Oliver Truxtun al verle.
—Esa era mi intención —respondió Breck, abriendo la puerta del vagón de
equipajes.
Dick Kingsman alzó la vista bruscamente. Cuando vio a Breck, se
tranquilizó, aunque tenía los nervios a flor de piel.
—Kingsman, tú ocuparás el puesto de Truxtun.
—Pero yo suponía… —comenzó Truxtun, pero Breck le interrumpió con
sequedad.
—Su presencia será más valiosa aquí dentro. Kingsmari, tú montarás
guardia afuera. Ofrece algo de resistencia para engañar a ese hijo de perra si
aparece, pero déjale entrar. ¿Crees que podrás hacerlo?
—Sí, señor —respondió el joven, esbozando una sonrisa temblorosa.

- 73 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Por qué no suprimir por completo la guardia de la puerta? —sugirió


Truxtun.
—Porque parecería demasiado sospechoso. Después de tres robos
consecutivos y llevando una cantidad importante de dinero esta cuarta vez, lo
lógico es proteger la entrada.
—No solo está tendiéndole una trampa; está invitándole a entrar —dijo
Truxtun—. ¿Ha considerado alguna vez la posibilidad de trabajar para
Pinkerton?
—Quizás tendré que considerarla si ese tipo vuelve a salirse con la suya —
replicó Breck sin el menor asomo de humor.
Cuando dejaron atrás Carson City, todo el mundo comenzó a inquietarse.
Dancey Harlan cumplía con su oficio de revisar los billetes sin dejar de buscar el
menor detalle sospechoso.
Charle Knott, y Abe Dustin, el primero conduciendo la locomotora, el
segundo alimentando su voraz apetito, mantenían el oído atento, el ojo avizor.
Igual que el sheriff Lou Luckett que, de acuerdo con el plan de Breck, también
buscaba el menor indicio sospechoso. Su perro, resultado de un cruce
afortunado, era gruñón y poseía un olfato extraordinario. Se llamaba Feo y
también estaba alerta. Lou Luckett se había ganado una reputación
impresionante. Ningún sheriff había mantenido los calabozos tan rebosantes de
delincuentes como él. Debido a sus rasgos, poco atractivos, se decía que la única
manera de diferenciarle de su perro era la estrella que llevaba en el pecho.
Dick Kingsman, por su parte, estaba absorto en un ensueño, ansioso por
relatar la aventura a Victoria Dawson.
Dentro del vagón de equipaje, calentado por la estufa, Oliver Truxtun ni
soñaba ni hablaba. Apenas había intercambiado unas cuantas frases con Breck;
los dos se mantenían a la espera. Por lo general, las esperas no le molestaban;
constituían el noventa por ciento del trabajo de un detective. Pero aquel día
estaba desquiciándole los nervios. Deseaba atrapar a ese ladrón, quizás
ladrones, porque habían demostrado ser oponentes dignos de respeto. No había
sido capaz de encontrar ni una sola pista, y este hecho hería su orgullo
profesional.
Breck estaba apoyado contra un cajón de verdura. Sentía en la columna
vertebral las afiladas garras de la tensión. ¡Maldita sea, estaba harto de esperar
que sucediera algo! Pasó una mano sobre sus ojos cansados, suspirando. Por
todos los diablos, estaba agotado. Cansado de todo. De preocuparse. De trabajar
hasta bien entrada la noche para no permitir que le asaltaran los recuerdos.
Como los debidos a una mujer cuyos labios sensuales le habían confundido. Y
la estrategia había funcionado… hasta que la vio paseando por el andén de
Reno. Entonces, había vuelto a sentir… ¡Dios, no comprendía lo que sentía! Solo
sabía que no quería pensar en ello.
En el vagón contiguo, Trinity estaba poniéndose un bigote postizo y una
máscara negra alrededor de los ojos. Por las pequeñas ranuras asomaba el tono

- 74 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

de sus ojos, pero no se veía su peculiar perfil. Revisó con la calma que pudo sus
planes. El detective de Pinkerton montaba guardia en la entrada del vagón, lo
cual significaba que probablemente Dick Kingsman estaría en el interior. Pobre
Dick Kingsman. Encontraría alguna forma discreta de compensarle por todos
los malos ratos que le había hecho pasar. Cogiendo el revólver descargado y un
rollo de algodón, se dirigió hacia la puerta.
Como de costumbre, se encaramó sobre el vagón de equipaje, el viento
gélido azotaba sus mejillas, y luego se tendió aferrándose a las asas de hierro,
sintiendo el traqueteo del tren hasta los tuétanos. Avanzó hacia la chimenea del
vagón en silencio y allí procedió a atascar la salida de humo con el algodón.
Entonces se acercó al lateral del vagón y esperó. Y rezó.
Adentro, Breck aplastó el puro que apenas había probado. Sin embargo, el
olor a humo no desaparecía. Apenas se fijó en ese detalle, pues le embargaba la
impaciencia. ¿Cuándo? Maldita sea ¿cuándo haría un movimiento el hijo de
perra? ¿Y si no aparecía? ¿Y si después de todos los planes…? ¡Demonios, debía
respirar un poco de aire fresco o explotaría en mil pedazos!
—Voy a comprobar si Kingsman está bien —dijo, cruzando el vagón.
Truxtun asintió, sofocando la tos, y segundos después se rindió a la
misma. Apoyó un hombro contra la pared y esperó. Volvió a toser y miró la
estufa, de donde comenzaba a salir súbitamente una espiral de humo blanco.
Sofocó una maldición y un tosido tapándose la boca con una mano. En busca de
ventilación, se acercó a la puerta lateral y la subió medio metro, recibiendo a
cambio una patada en la cara que le hizo caer de espaldas en el suelo. Hizo
ademán de empuñar el revólver, pero el cañón de otro ya le apuntaba
directamente entre los ojos.
—Yo no lo haría —dijo la actriz adoptando un tono grave, masculino.
Los nervios de Trinity aumentaron cuando vio que era Truxtun. ¿Por qué
no estaba afuera?
¿Qué hacía dentro del vagón? ¿Y dónde estaba Dick Kingsman?
—El dinero —dijo, desviando la mirada hacia la caja fuerte.
Incorporándose, Truxtun miró fijamente a Trinity, con una confianza
desconcertante para ella.
—¡Vamos, rápido! El revólver.
El detective desenfundó lentamente el arma, vaciló como si le molestara
separarse de un amigo, y luego la arrojó por el hueco de la puerta lateral.
—Ahora, el dinero.
En lugar de dirigirse hacia la caja fuerte, como esperaba Trinity, Truxtun
señaló un rincón en el que había una simple caja de madera. Los nervios de
Trinity aumentaban a cada instante. El humo, además, comenzaba a irritar sus
propios ojos.
—¡Ábrala! —ordenó, acercándose instintivamente a la puerta trasera, por
donde ya había escapado una vez.
—Con mucho gusto —dijo Truxtun.

- 75 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

El detective abrió la tapadera. Trinity contuvo la tos, observando al


hombre que, sin que se lo pidiera, sacó uno de los tres sacos que contenía la caja
y lo abrió. Luego mostró a Trinity un puñado de tintineantes monedas de oro y
las dejó resbalar entre los dedos con expresión burlona.
—Si puede con ello —observó con infinito placer—, es todo suyo.
Una trampa. Trinity se vio asaltada por una oleada de pánico.
«Tranquila», se dijo, retrocediendo hacia la puerta trasera.
—Está cerrada por fuera —dijo el detective con sonrisa suficiente.
Trinity ignoró el comentario e intentó abrir la puerta. Cerrada. Y bien
cerrada. Alternativas. ¿Cuáles eran sus alternativas? Carecía de la agilidad
necesaria para encaramarse por la puerta lateral. Solo le quedaba la puerta
delantera, donde quizás montaría guardia Dick Kingsman, pero era su única
posibilidad. Cruzó el vagón y abrió la puerta. La canción monótona de las
ruedas de acero le dio la bienvenida. No vio a nadie.
¡Gracias al cielo!
Sin dejar de apuntar al detective, salió del vagón. Un paso. Otro y otro
más. Casi respiraba la libertad cuando sintió en los riñones la presión de un
cañón.
—Bienvenido a bordo del Sierra Virginia.
La voz sonaba a peligro, ronca y profunda, demasiado familiar para ella…

- 76 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 10

A Trinity se le cayó el alma a los pies, el miedo a la cabeza.


«Por favor, Dios mío, si me sacas de ésta, prometo no volver a robar un
tren jamás».
—Muévete —gruñó Breck, hundiendo el cañón del revólver en la espalda
de Trinity.
Trinity a trompicones se movió. Se preguntó qué se sentiría al recibir un
balazo. Curioso, ¿por qué nunca hasta entonces se había hecho esa pregunta?
¿Sentiría un dolor insoportable? ¿O… simplemente la mataría? Por cierto,
estaba sorprendida de que Breck no la hubiera matado ya. La clemencia no era
uno de los fuertes de Madison Brecker.
«Por todos los cielos, ¿qué hacía en el tren? Tenderte una trampa,
estúpida.»
—Enfunda el revólver y vuélvete. ¡Vamos! —añadió con tono amenazante.
Trinity iba a obedecer —no le quedaba otro remedio—, cuando rechinaron
los frenos del tren. Los vagones temblaron; en los de pasajeros las bolsas
volaron, al igual que sus dueños.
—¡Hay una roca en la vía! —gritó alguien desde la parte delantera del
tren.
—¡Han robado el tren! —exclamó Dick Kingsman desde la parte trasera.
Ambas noticias provocaron una oleada de excitación. El sheriff Luckett,
uno de los pocos que no había rodado por los suelos, corrió como un sabueso
de recias patas hacia el vagón de equipajes. Con las prisas, cayó sobre el regazo
de una rolliza señora que yacía en el suelo.
—Lo siento, señora —se disculpó el feo sheriff, intentando levantarse, pero
consiguiendo tan solo tocar a la señora lugares que solo la habían rozado en
sueños.
La mujer palideció. El sheriff Luckett se sonrojó. Y el marido de la primera
intentó bajar las faldas de su señora para salvaguardar su pudor.
—Lo siento, lo siento —repitió el sheriff—. Vamos, Feo.
El feo sheriff intentó arrastrar consigo al feo sabueso, pero éste estaba muy
distraído probando la mermelada que se había derramado por el suelo.
—¡Maldita sea, vamos! —gruñó Lou Luckett, pero el perro se hacía el
sordo.
En el vagón de equipajes, también reinaba el caos. Oliver Truxtun, Breck y
Trinity cayeron por los suelos, rodeados de una densa humareda. Trinity perdió
el revólver. Oyó las toses de Truxtun en el mismo momento en que pensó que

- 77 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

aquella era la oportunidad que había suplicado al cielo… y que lo mejor sería
aprovecharla porque no contaría con otra.
Medio arrastrándose, medio gateando, avanzó hacia la puerta, pero una
mano de Breck surgió de la nada y la agarró un tobillo. Haciendo un
movimiento brusco, liberó la pierna y avanzó unos cuantos centímetros más,
pero enseguida un brazo de hierro rodeó su cintura, arrojándola de espaldas
sobre el suelo.
—No —murmuró, intentando librarse de Breck.
Sintió el pecho ancho y duro de Breck sobre ella, el vientre pegado al suyo,
el símbolo de su virilidad, grande y ardiente, aplastado contra el tierno nido de
su cuerpo femenino. Breck alzó la mano para quitarle la máscara. Ella sacudió la
cabeza pero milagrosamente, no perdió la peluca. Hizo acopio de las fuerzas
que le quedaban y dio a Breck un rodillazo entre las piernas.
Apretando los dientes, Breck se apartó de ella bruscamente y quedó
doblado en el suelo. Aprovechándose de la situación, se levantó y corrió hacia
la puerta. Los dedos de Breck rozaron el frío acero de un revólver. Ignorando el
dolor en el bajo vientre, cogió el arma y apuntó a la espalda del hombre que se
daba a la fuga. Ni por un momento pensó en herirle; pretendía matar, y sabía
que no podía fallar desde tan cerca. Apretó el gatillo.
Click.
Nada. Solo el chasquido de un revólver descargado.
—¡Mierda! —exclamó, buscando su propio revólver por el suelo del vagón
rebosante de humo.
Encontró su Remington 44 junto a un cajón, giró como un rayo y disparó
en el mismo instante que Trinity llegaba a la puerta.
De pronto, sintió como si acabaran de poner un atizador al rojo sobre su
piel. Llevándose una mano al costado izquierdo, lanzó un alarido y tropezó
contra la puerta. Durante unos segundos interminables, el asombro y el dolor se
batieron con la necesidad de moverse. A su derecha, podía oír el alboroto del
vagón de pasajeros.
—¡Le ha dado! —oyó gritar a Truxtun entre tosido y tosido.
Sin saber cómo lo consiguió, salió disparada hacia el vagón privado.
Una vez dentro, se apoyó contra la puerta, jadeante, sintiendo fuego en la
piel.
—No puede haber ido muy lejos —oyó decir al detective de Pinkerton
muy cerca—. Está herido.
—Sí, bueno, probablemente ya estará llegando al infierno —dijo Breck con
tono entrecortado—. Pero, por si las moscas, mirad bien debajo del tren. Y
dentro de todos los vagones.
—Sí, señor —dijo un Dick Kingsman muy excitado.
—¡Buscad rastros de sangre! —gritó Breck.
—¿Habrá sido accidental la caída de la roca? —preguntó alguien—. Podría
haber rodado sola…

- 78 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¡Tan accidental como el pecado! —replicó Dancey Harlan.


—Colocaron la roca en la vía para facilitar la huida —afirmó Breck,
añadiendo con tono sarcástico—: Y su maldito plan ha funcionado a la
perfección.
Trinity dejó escapar un suspiro de alivio cuando advirtió que las voces se
alejaban de su vagón, pero el dolor cortó su aliento. Se desprendió del disfraz a
toda prisa, ocultando el bigote, la peluca y la máscara, entonces vio la mancha
roja en la camisa.
Se quitó la camisa, provocando una hemorragia. Se volvió hacia el espejo.
Se mareó. La bala había entrado por la espalda y había salido por debajo de las
costillas.
Trinity contuvo las náuseas; por todos los cielos, ¿qué podía hacer?

Y lo que hizo fue abrir la puerta cuando llamaron, minutos después. Los
ojos de Breck casi se transparentaban.
Había dejado hasta el último momento la inspección al vagón privado,
sencillamente porque era el primer lugar que deseaba visitar. Y se había
excusado diciéndose que cabía la posibilidad de que ella hubiera visto algo,
oído algo, que pudiera suponer alguna pista.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, deseando en el mismo momento no
haberlo hecho.
Trinity asintió.
—Sí, me encuentro perfectamente.
La sensación de fuego en la piel era como un susurro apagado que
prometía convertirse en un aullido de angustia en cualquier momento. Había
contenido la hemorragia con algodón.
—Sí, me encuentro bien —repitió, intentando convencerse a sí misma—.
Solo quiero disfrutar un poco de tranquilidad.
—El ladrón ha escapado —dijo Breck, dando por hecho que ella sabía que
había habido un intento de robo—. Eh… ¿no ha visto nada? ¿Oído algo?
—He oído un disparo.
—Sí. Le he dado. Ojalá le hubiera matado.
Y lo habría conseguido sin duda de no haber estado descargado el
revólver de aquel hijo de perra, pensó Breck. ¿A quién se le ocurría robar un
tren con un arma descargada? Esbozó una sonrisa patética.
—Quizás haya suerte y ese condenado se desangre.
—Sí. Bueno, supongo que todos necesitamos de un poco de suerte.
—¿Seguro que te encuentras bien? —insistió Breck, advirtiendo la palidez
de Trinity.
—Sí. Sencillamente, no estoy acostumbrada a estos sobresaltos —replicó
ella, preguntándose si parecería tan débil como se sentía.
—Nosotros, bueno… Si necesitas cualquier cosa, házselo saber al revisor.

- 79 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Gracias. Lo haré.
Breck no se marchó. Y Trinity necesitaba desesperadamente que la
reconfortara. Aunque fuera el hombre que le había disparado. Porque el dolor
crecía y crecía. Y porque tenía miedo. Miedo de morir desangrada.
—¿Señor Brecker? Lo siento, señor, pero Charlie quiere saber si podemos
reanudar la marcha.
Breck respondió con un «sí» muy seco, como si estuviera irritado consigo
mismo por estar allí cuando tendría que haber estado ocupándose de otros
asuntos más importantes. Bajó a tierra, hizo un gesto con la cabeza a modo de
despedida y se alejó sin mirar atrás.
Trinity le observó, sintiéndose curiosamente sola cuando desapareció. Al
cerrar la puerta de su vagón, quedó acompañada por el dolor y el miedo. Y
entonces se dio cuenta de que una enorme mancha de sangre había teñido todo
un costado de su vestido.

La Banda de Mineros dio una alegre bienvenida al tren, pero sus acordes
desafinados se apagaron cuando corrieron las noticias sobre el intento de robo.
En el tren llegaba también el gobernador de Nevada, que pronto se vio rodeado
por una multitud ansiosa por conocer su opinión sobre lo que acababa de pasar.
—¡Villanos! —atronó el gobernador.
Trinity se abrió paso entre la multitud, sonriendo y firmando algún que
otro autógrafo con mano temblorosa.
—¡Trinity! —gritó Ellie, agitando una mano. Trinity intentó sonreír.
—Hola —dijo, protegiéndose como pudo del abrazo efusivo de su amiga y
apretando los dientes para sofocar un grito de dolor.
—¿Puedes creerlo? ¡Han intentado robar el tren otra vez! ¡Qué valor! ¡Y
con el gobernador a bordo! Por no mencionar al detective de Pinkerton y al
sheriff. Y Breck. ¡Cáspita, ese ladrón debe estar loco!
—Quizás no supiera que viajaba en el tren toda esa gente —observó
Trinity.
Después de una caminata agonizante, el hotel apareció ante sus ojos.
—Te he reservado la habitación de costumbre —dijo Ellie en el vestíbulo y
abrazó de nuevo a su amiga—. ¡Estoy tan contenta de tenerte aquí!
Cuando Trinity lanzó un gemido de dolor, Ellie dejó de abrazarla.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Yo… eh… creo que me dado un golpe cuando el tren ha frenado
inesperadamente.
—Llamaré a Doc Daw… ¡Estás pálida!
—Me encuentro bien. Solo un poco cansada del viaje.
—¿Qué me dices de esta noche?
—Estaré bien cuando descanse un poco. No te importa que dedique la
tarde a reponerme del viaje, ¿verdad?

- 80 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Por supuesto que no. Mira, si no te encuentras mejor esta noche, llamaré
a Doc Dawson. Y no aceptaré una negativa por respuesta.
—Me encontraré de maravilla. De verdad.
Cinco minutos después, sola en la habitación con la sirvienta, Trinity
preguntó:
—¿Le importaría hacerme un favor?
—Por supuesto que no, señorita Lee, si está en mi mano.
—Necesitaré vendas y algodón. Montones —dijo, ofreciendo un billete a la
sirvienta.
Sin mostrar el menor asomo de sorpresa ante la petición, ésta salió de la
habitación. Trinity se sentó en el borde de la cama, recostándose con sumo
cuidado. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

Aquella noche, Trinity lució un vestido rojo de precio escandaloso. Trinity,


acompañada por Neil Oates, parecía una reina cuando hizo su entrada en el
salón de la mansión donde se celebraba la fiesta. Exclamaciones de admiración
surgieron por todas partes, y ni siquiera a un solo hombre le pasó desapercibida
su llegada.
Ni siquiera a Breck. Que se maldijo a sí mismo por ello. Como se había
maldecido cientos de veces por asistir a una fiesta cuando no tenía la menor
gana de hacerlo. Pero, siendo hombre de negocios, no le quedaba otra
alternativa. Además, aunque le importara un rábano lo que pensara de él
Virginia City, paradójicamente estaba resuelto a hacerse respetar por todos los
ciudadanos. Convenientemente, ignoró la posibilidad de que hubiera asistido
simplemente porque Trinity estaba allí.
A modo de venganza contra este último pensamiento, se volvió hacia la
barra y pidió un bourbon con agua. Miró a su alrededor. Había gente por todas
partes. Oliver Truxtun estaba conversando con Dancey y Charlie Knott. Dick
Kingsman hablaba al oído a Victoria Dawson, su madre no les quitaba ojo. Y el
gobernador estaba estrechando la mano a un sonriente Wilson Booth. Más allá,
Doc Dawson apuraba su copa para ir a atender a una mujer que había elegido
aquel momento tan «oportuno» para dar a luz. Junto a él se encontraban Neil y
Ellie Oates, y…
Estaba hermosa. Aunque le hubiera gustado, Breck no podía ignorarlo. Su
vestido, rojo y brillante como un rubí, se ceñía a las curvas de su cuerpo.
Aquella vez no llevaba el pelo recogido en un moño apretado, sino holgado que
dejaba caer mechones alrededor de su rostro en una disposición armoniosa. El
corte del vestido permitía admirar sus hombros redondeados, cremosos. Y el
escote generoso, sin llegar a ser escandaloso, hacía otro tanto con las curvas
superiores de sus senos. Breck recordó la sensación de aquellos senos contra su
pecho, los gemidos que brotaron de aquellos labios tiernos y…
«¡Maldita sea, Brecker, olvídalo!», se dijo, apartando la vista de Trinity y

- 81 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

bebiendo un buen trago de bourbon. Fijó sus pensamientos en el hombre que


había intentado robar en su tren. Se preguntó cómo se le habría ocurrido al tipo
asaltar el tren con un revólver descargado. Breck frunció el ceño; no acababa de
entender por qué asaltaba continuamente su mente la imagen de dos ojos del
color del jerez asomando de una máscara negra.
Breck se llevó el vaso a los labios pero se detuvo a medio camino. Sobre el
borde de cristal, vio dos ojos castaños que le miraron. Como siempre, le
causaron una fascinante sensación de familiaridad, pero conocía la razón. Eran
los ojos de la hija de Su-Ling. Trinity desvió la mirada para recibir las
atenciones del Gobernador Bradley. Breck observó la escena acabando el
bourbon de su vaso.
En el fondo del salón, comenzó a tocar la orquesta.
Trinity sonrió al gobernador… al menos lo intentó, batiéndose contra
aquel dolor terrible que comenzaba a empañar sus pensamientos. ¿Cuánto
tiempo podría continuar representando aquella farsa?
Si pudiera sentarse…
—…bailar?
La palabra atrajo la atención de Trinity, que consideró todas sus
implicaciones dolorosas.
—Gracias, pero…
Los aplausos brotaron tímidamente; luego aumentaron de tono mientras
se formaba un corro para presenciar el primer baile de la noche y todas las
miradas se volvían hacia el gobernador y la afamada actriz.
El gobernador ofreció una mano a Trinity, que vaciló antes de aceptarla.
Luego procuró seguir el paso al gobernador, que comenzó a moverse al compás
de la música.
Fue la experiencia más agonizante de su vida.
La presión de la mano en su espalda resultaba un infierno, pues rozaba la
herida con cada paso. Trinity pensó que no podría soportar el dolor; le dolía la
mandíbula de apretar los dientes, y tenía pequeñas gotas de sudor en la frente,
náuseas en el estómago.
—…fiesta.
Trinity procuró centrar sus pensamientos, sus ojos.
—¿Disculpe? —dijo sin aliento.
—Bonita fiesta —repitió el sonriente gobernador y se inclinó hacia Trinity
con aire conspirador, el movimiento produjo una punzada de dolor que la
atravesó de lado a lado—. Aunque le confesaré un secreto. Les desprecio, pero
todo forma parte de este juego llamado política.
—Sí… estoy segura —Trinity respiró profundamente.
—¿Se quedará mucho tiempo en Virginia City?
—¿Cómo? No. Mañana. Me marcho mañana.
—Yo también. Yo…
El baile duró una eternidad. Volvieron a sonar los aplausos. Mareada,

- 82 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Trinity murmuró su agradecimiento al gobernador y fue en busca de un


asiento. Solo había dado un par de pasos cuando se interpuso en su camino
Wilson Booth.
—Señorita Lee, ¿me concede este baile?
—Yo… Por favor…
—Me temo que no puedo aceptar esa negativa por respuesta.
—Yo…
—Sólo este baile —dijo él, tomándola entre sus brazos con el vigor de un
hombre de ideas fijas.
Trinity comenzó a ver extrañas luces por todas partes. Curiosamente,
aunque las manos de Booth acariciaban y presionaban su costado, el dolor no
aumentó. Ya había alcanzado el máximo nivel. Booth la estrechó más
íntimamente de lo permitido por las normas; Trinity percibía vagamente su
aliento cálido en el cuello. Y a la vez sentía frío… frío…
—Baila como los ángeles, señorita Lee —murmuró Booth—. Es usted una
tentación…
Trinity se tambaleó. Gimió. Wilson Booth llevó una mano sobre la piel
desnuda de sus hombros para mantenerla en pie.
—Lo siento —murmuraron ambos a la vez.
—Lo siento —repitió Breck con tono sosegado y seco a la vez.
Wilson Booth, perplejo, se volvió hacia él. Breck ni sonreía ni fruncía el
ceño, pero de este modo dominaba la situación.
—La señorita Lee me había prometido el primer baile —mintió—. Como
comprenderá, he cedido el honor al gobernador, pero me temo que ahora debo
insistir.
Entre los dos hombres surgió una tensión tan antigua como la raza
humana. Después de unos segundos de vacilación Wilson Booth, se apartó de
Trinity.
—Cómo no —dijo al hombre que poseía su ferrocarril, el ferrocarril que
tanto ansiaba recuperar—. Un compromiso previo es un compromiso previo.
Señorita Lee —añadió, volviéndose hacia Trinity con una sonrisa cargada de
intención.
Las luces comenzaron a desvanecerse ante los ojos de Trinity. Aumentaba
el zumbido en sus oídos. El dolor la asediaba.
—¿Trinity? —preguntó Breck, advirtiendo que tenía los ojos vidriosos y la
palidez mortal de su rostro.
—Yo… me encuentro bien —afirmó ella.
No podía rendirse. No… Llevó una mano sobre el hombro de Breck,
disponiéndose a bailar un vals.
—Ya estoy…
Y el mundo se desvaneció para Trinity. Con la velocidad de un rayo, Breck
la sostuvo contra su pecho, deslizando un brazo alrededor de la breve cintura.
Entonces vio la sangre.

- 83 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

La sangre que manchaba el puño de su chaqueta…

- 84 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 11

Y en un instante encajaron todas las piezas del rompecabezas: el ladrón


imitando la voz de Dancey; el color de los ojos ocultos tras la máscara; la
pequeña estatura, el pequeño guante…
Pero… ¿por qué?
La pregunta le hizo un nudo en el estómago cuando alzó el cuerpo inerte
de Trinity, intentando ocultar la mancha de sangre. Y se abrió paso hacia las
escaleras entre un mar de exclamaciones de asombro y miradas curiosas.
Apareció la anfitriona de la fiesta. Ellie, casi tan pálida como Trinity, con Neil a
su lado, también se unió a la extraña comitiva.
Cuando pasó junto a Dancey Harlan, Breck le susurró que le siguiera.
—Por aquí —dijo la anfitriona, abriendo la puerta de la primera habitación
que les salió al paso.
Breck se dirigió hacia la cama y dejó a Trinity sobre ella con infinito
cuidado.
—Aquí hay agua y… —comenzó la anfitriona, pero Breck la interrumpió
bruscamente.
—Sólo necesitamos un poco de intimidad.
—Por supuesto —contestó la anfitriona—. Si necesitan algo, solo tienen
que decirlo.
—He sabido que no estaba bien cuando la he visto esta tarde —observó
Ellie, rompiendo el silencio—. He querido llamar a Doc Dawson, pero se ha
negado en rotundo. Decía que solo se había dado un golpe cuando frenó el tren.
¿Se tratará de algo más serio de lo que ella suponía?
—Está sangrando —explicó Breck sin más, sacando el cuchillo que
siempre llevaba en la bota.
—¿Sangrando? —repitió Ellie, como si fuera la primera vez que oía la
palabra.
—Sí, sangrando —afirmó Breck, a la vez que colocaba a Trinity en una
posición que revelaba la mancha de sangre en su vestido.
Ellie lanzó un gemido al ver la mancha.
Con una destreza a la vez cautivadora e inquietante, Breck rasgó el
vestido. Ante sus ojos apareció una prenda interior de encaje. Lanzó una
maldición y la desgarró con sus propias manos. Entonces vio un vendaje
empapado de sangre; lo separó con delicadeza de la piel violácea de Trinity,
descubriendo la herida abierta. Al verla, Ellie se llevó una mano a los labios;
Neil la abrazó.

- 85 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Es una herida de bala —observó Dancey sorprendido.


—Sí. De revólver —dijo Breck, fríamente.
Por unos momentos, reinó un profundo silencio.
—Yo… yo no entiendo nada —dijo Ellie, miró a Breck y comprendió por
fin—. Oh, Dios mío, ella es la que… Pero… ¿por qué?
—No lo sé. En cualquier caso, si no detenemos esta hemorragia, nunca lo
descubriremos —repuso Breck.
—Voy a buscar a Doc Dawson —dijo Ellie.
—¡No! —exclamaron a la vez Breck y Neil. Confundida, Ellie miró a los
dos hombres.
—A menos que quieras que se enteren hasta las ratas —explicó Breck.
—De todos modos, Doc Dawson ha ido a atender un parto —observó
Dancey.
—Entonces, ¿qué haremos? —preguntó Ellie, separándose de su marido,
súbitamente capaz de hacer todo lo que fuera necesario.
—Primero, hay que detener la hemorragia —afirmó Breck mirando a
Trinity.
Y no pudo dejar de observar la curva en la que la espalda daba paso a
unas caderas muy femeninas. Como tampoco pudo dejar de observar que tanto
la herida de entrada de la bala como la de salida estaban sangrando.
—Ya ha sangrado demasiado —dijo Dancey.
—Sí —murmuró Breck, sin saber a quién dirigir su cólera.
¿A sí mismo? Él había apretado el gatillo. ¿A ella? Le había obligado a ello.
¿Al destino maldito que juega con los hombres a su capricho?
—Necesitamos algo con qué parar la hemorragia —dijo, mirando a su
alrededor.
—¿Servirán sus enaguas? —preguntó Ellie.
—Creo que sí —respondió Breck, procediendo a cortar una tira de la
prenda interior con el cuchillo.
Trinity gimió débilmente. Breck sintió el dolor como si fuera suyo.
—Quieta. Tranquila —murmuró su amiga, acariciándole el hombro.
A pesar de los consuelos de Ellie, hizo una mueca de dolor cuando la tira
de enagua rozó la herida. Breck aparentemente ignoró su reacción, pero tenía la
voz ronca de emoción cuando se dirigió a Neil.
—Vamos, ayúdame a sostener la venda sin que se mueva mientras hago el
nudo.
Luego volvieron a vestirla y, durante el proceso, gimió de vez en cuanto,
pero no recobró el sentido, lo cual alivió e inquietó a Breck.
—Sube su capa —dijo a Ellie cuando acabaron—. Y discúlpate por ella.
Explícales que se ha desmayado de cansancio y que vuelve al hotel para
descansar. Busca una salida trasera para evitar a los invitados —añadió,
dirigiéndose a Neil—. Dancey, lleva mi caballo a la parte trasera de la casa.
—¿No pensarás llevarla al hotel, verdad? —preguntó Ellie.

- 86 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—No. La llevaré a mi cabaña en las montañas. Allí estará segura.


Breck y Ellie se quedaron mirándose durante segundos interminables.
Breck sabía lo que se estaba preguntando la amiga de Trinity, lo mismo que no
acababa de comprender él: ¿Por qué protegía a la mujer que había estado a
punto de arruinarle? Se decía que se debía a que era la hija de Su-Ling. Parecía
una buena explicación. Pero había algo más, un sentimiento al que no podía
poner nombre. O, más exactamente, prefería no ponerlo.

Había comenzado a nevar. Breck ladeó su sombrero de ala ancha para


protegerse de la caricia helada del viento y ciñó la piel de zorro alrededor de
Trinity, cuyos gemidos ocasionales se fundían en el silencio con el rítmico
sonido de los cascos de los caballos.
—¿Cuánto falta? —preguntó Dancey a sus espaldas.
—No mucho.
—¿Por qué no, simplemente, despedir al detective de Pinkerton?
Aparte del estado de Trinity, era la cuestión que más preocupaba a los dos
hombres.
—Porque no se iría.
El tono rotundo de Breck, además de la verdad de sus palabras, desalentó
otras sugerencias.
La cabaña estaba entre las montañas, a menos de una hora a caballo de la
ciudad, pero a Breck nunca le había parecido tan distante. Él mismo comenzaba
a preguntarse si alguna vez aparecería ante sus ojos. Nunca había llevado a
nadie allí, ni siquiera a Dancey. Sin embargo, aquella vez necesitaba llegar con
la mujer que sostenía entre sus brazos viva.
Su caballo, un hermoso macho negro como el azabache, relinchó
tristemente. El sonido llevó a Trinity a un estado de consciencia aturdida.
Gimió.
—Tranquila —susurró Breck.
Incluso en la negra noche sin estrellas, podía ver su extremada palidez.
—Yo… me duele —sollozó con voz ronca.
Breck sintió una desolación tan intensa que no se atrevía a intentar
describirla con palabras. La estrechó con delicadeza entre sus brazos y maldijo
para sus adentros.
Y cuando comenzaba a temer que nunca ocurriría, la cabaña apareció en la
oscuridad.
Breck acercó su caballo tanto como pudo al porche y esperó a que
desmontara su amigo.
—Cuidado —advirtió cuando Dancey cogió a Trinity.
Ella sintió una punzada de dolor y gimió por enésima vez.
—Vamos, vamos, señorita. Ya hemos llegado.
—Llévala dentro —ordenó Breck, cogió las riendas de los caballos y los

- 87 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

llevó al corral.
—¡Ya hay leña preparada en la chimenea! —gritó.
Siempre tenía provisiones en la cabaña, tanto para los caballos como para
sí mismo. Cuando terminó con los animales, corrió dentro.
—¿Cómo está? —preguntó, observando la figura tendida sobre la cama.
—Sangrando mucho —respondió Dancey, que estaba encendiendo ya la
segunda lámpara de aceite.
Breck apartó la piel de zorro y se quedó mirando por un momento la tira
de enaguas que había usado como vendaje, tan roja que daba la impresión de
no haber sido nunca blanca.
—Mierda —murmuró, cortando con el cuchillo el nudo del vendaje.
A la luz de la lámpara examinó las dos heridas.
—Está desangrándose —afirmó con voz hueca.
—Sí —convino Dancey con solemnidad—. No queda otro remedio que
cauterizar si queremos salvarla.
Breck sabía lo que había que hacer desde que había visto las heridas en la
fiesta. Y desde entonces había rechazado la idea. Pensar en aplicar una hoja al
rojo vivo sobre su piel le revolvía las entrañas, pero había llegado el inevitable
momento.
—Vamos, ayúdame con la ropa —dijo, comenzando a desnudarla.
Breck la desnudó por completo, sin pudor, concentrado en una cuestión
de vida o muerte. Apenas advirtió la dureza de sus senos redondeados, de
pezones oscuros, y tampoco el manto negro de terciopelo que nacía entre los
muslos firmes y delicadamente esculpidos.
Cuando los dos hombres la desvistieron, Trinity sollozó.
—Vamos, vamos —murmuró Dancey, echando la piel de zorro sobre su
cuerpo desnudo.
Breck, fue a buscar un cuchillo adecuado para la operación. Eligió el que
tenía la hoja más ancha de todos. Luego, lo acercó a las llamas del fuego.
Cuando la hoja se puso al rojo, Breck se irguió. Su mirada se encontró con la de
Dancey.
—¿Quieres que lo haga yo? —preguntó este último.
—No. Tú sostenla. Primero me ocuparé de la herida peor; luego
cauterizaré la más pequeña con la otra cara de la hoja.
Dancey asintió, apartó la piel de zorro y llevó sus grandes manos sobre los
hombros de Trinity, que volvió a gemir. Breck pidió al cielo que siguiera
inconsciente un poco más.
—¿Listo? —preguntó a Dancey.
—Sí.
Breck no vaciló. Puso el acero al rojo sobre la herida sangrante, justo
debajo del estómago. El repugnante olor a carne quemada, olor que recordaba
desgraciadamente bien, penetró en sus sentidos. Nunca olvidaría el dolor que
sintió al cauterizarse la mano derecha con un atizador. Y combatió el recuerdo

- 88 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

del dolor, pues sabía que, de no hacerlo, apartaría la hoja abrasadora de la piel
de Trinity.
El fuego sacó a Trinity de la inconsciencia, llevándola a un mundo
nebuloso donde reinaba solo el dolor. Se agitó bruscamente, a la vez que
brotaba de sus labios un gemido gutural.
—¡Que no se mueva! —musitó Breck, manteniendo inmóviles las caderas
de Trinity con la mano libre, a la vez que Dancey deslizaba la rodilla sobre sus
muslos.
Los gemidos de Trinity se convirtieron en sollozos continuados, que
acabaron con un grito desgarrado que encogió el corazón de Breck.
—Dale la vuelta —ordenó éste.
Breck posó la otra hoja del cuchillo sobre la herida más pequeña. Y otra
vez gritó Trinity, aquella vez el lamento fue acallado por la almohada. Y,
después de contraerse violentamente, se quedó completamente inmóvil, sumida
de nuevo en la bendita inconsciencia.
Breck apartó el cuchillo y lo dejó sobre una mesa de cedro. Se acercó a un
armario y sacó una botella de whisky. Bebió dos buenos tragos. Cuando se
volvió, Dancey estaba vendándola de nuevo. A continuación la metió con
delicadeza entre las sábanas.
—Creo que la bala no ha afectado ningún órgano vital —afirmó—. Pero ha
perdido mucha sangre.
Como Breck guardaba silencio, le preguntó:
—¿Te encuentras bien?
—Sí —respondió Breck, aunque las manos le temblaban.
—Supongo que ya solo queda esperar —afirmó el hombre más maduro
con voz fatigada.
—Sí, esperar —convino Breck, bebiendo un trago más.

Había muchas maneras de esperar, descubrió Breck, y todas ellas ponían a


prueba la cordura de los hombres. Él pasó las eternas horas de la noche sentado
en el suelo; Dancey, en una incómoda silla de madera. Ninguno hablaba;
esperaban que Trinity emitiera algún sonido.
Pero no oyeron nada. Ni el menor susurro de las sábanas. Ni el menor
gemido de dolor.
Cuando amaneció, Dancey partió hacia la ciudad para encargarse del
ferrocarril. Volvería a la cabaña al día siguiente, por lo que Breck tenía por
delante un día solitario de vigilancia. Permaneció junto a la cama todo el día,
hasta que anocheció, cada vez más desolado por el silencio reinante en la
cabaña, silencio que, paradójicamente, siempre había agradecido.
Se acercó a la cama por enésima vez para tomar el pulso a Trinity. Tenía la
yema de dos dedos sobre su garganta cuando ella suspiró. Por un instante,
Breck temió que solo fueran imaginaciones suyas. Y entonces Trinity abrió los

- 89 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

ojos, mirando a su alrededor aparentemente sin ver. Los posó un momento


sobre Breck.
—¿Voy… voy a morir?
—¡No! —respondió Breck sin vacilar—. Por supuesto que no vas a morir.
Lo juro. ¿Me oyes? No… vas a morir.
Breck dejó de hablar porque Trinity había caído en la inconsciencia una
vez más. Él no sabía el tiempo que permaneció sentado al borde de la cama
sosteniendo la mano de Trinity entre las suyas. En algún momento entre la
medianoche y el amanecer, se tumbó junto a ella, sencillamente porque no
podía resistir más tiempo en vela, porque le dolía cada hueso de su cuerpo,
cada rincón de su alma.
A media mañana, Dancey llegó con un frasco de morfina.
—Muy bien —afirmó Breck.
—Le he dicho al boticario que la necesitábamos. Y también algunas
vendas, explicando que en el tren siempre se producían pequeños accidentes.
Breck asintió.
—¿Qué pasa en la ciudad?
—La gente habla —dijo Dancey, riendo cuando Breck apartó la mano
bruscamente de la taza de café humeante que acababa de servirse—. Aunque no
de lo que tú estás pensando. Según parece, la señora Oates ha difundido el
cuento de la fatiga de la señorita Lee. Yo he contado que sí, que está en tu
cabaña, pero que no podía explicar nada más, pues lo que sucede entre un
hombre y una mujer solo es asunto de ellos mismos.
—Bien pensado. Así Trinity dispondrá de algún tiempo para recobrarse y
Truxtun no sospechará nada.
—¿Cómo está?
Breck relató a su amigo la breve incursión de Trinity en el mundo de la
consciencia, añadiendo que estaba caliente, demasiado caliente.
Poco después de que Dancey partiera de nuevo hacia la ciudad, Trinity
recobró el conocimiento, momento que aprovechó Breck para darle una
cucharada de morfina diluida en agua.
—Vamos, así —la urgió, recostándola de nuevo sobre la cama.
A pesar del sedante, aumentó la agitación de Trinity, cuyos gemidos
lastimeros partieron el corazón de Breck. Hacia las ocho de la noche, comenzó a
revolverse sobre la cama y delirar.
—No… hace daño… mamá…
—¿Trinity? —murmuró él, acariciando su frente.
¡Ardiendo! ¡Estaba ardiendo! Debía encontrar un modo de bajar la fiebre.
Cogió un cubo de madera y se dirigió a la puerta. Afuera, echó unos puñados
de nieve recién caída en el cubo y regresó a la cabaña. Destapando a Trinity,
comenzó a deslizar la nieve sobre su piel.
—¡No! —protestó ella al sentir la gélida humedad en los hombros, en el
cuello y en los senos.

- 90 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¡Quieta! —ordenó Breck.


Trinity se estremeció de frío, a pesar del fuego que sentía en su interior.
Breck también se vio asaltado por la fiebre, pero la suya había nacido del
miedo. Una y otra vez aplicaba nieve al cuerpo de Trinity, pero ésta deliraba
cada vez más. Y cada vez más estaba más caliente.
«¡Iba a morir!»
Aquel pensamiento asaltó a Breck con la fuerza de una pesadilla. Después
de largas horas frotando su piel con nieve, de ver aumentar su fiebre, había
perdido por completo la noción del tiempo. Solo sabía que había llegado la luz
del día, una luz burlona. La cólera le invadió.
«¡No, maldita sea, no! ¡No morirás! ¡No te lo permitiré!»
—¡Vamos, Trinity, lucha! —murmuró con voz ronca de emoción—. No vas
a morir. ¿Me oyes? No vas a morir… vas a pelear. ¡Maldita sea, Trinity, no voy a
dejar que mueras!
Durante todo el día la estuvo atendiendo con miedo y pasión, con fervor.
Cuando estaba poniéndose el sol, dejó caer la cabeza sobre el borde de la cama.
Solo un minuto. Reposaría solo un minuto. Luego se encargaría de… No
concluyó aquel pensamiento.
Breck despertó bruscamente. Su primer pensamiento fue que el cubo de
hielo se había derramado sobre la cama, pues la colcha estaba empapada. A
continuación, llamó su atención el dulce sonido de la respiración sosegada de
Trinity. La tocó. El sudor bañaba su piel… ¡había cedido la fiebre!
Breck procuró no sentir nada. No estaba acostumbrado a sentir emociones
tan intensas. Por tanto, se entretuvo refrescando a Trinity una vez más antes de
cambiar las sábanas. Sin molestarse en coger la chaqueta, salió al porche.
La noche era fría y clara, millones de estrellas relucían en el cielo infinito
de Nevada. Miró hacia arriba, donde Su-Ling creía que estaban escritos
irremisiblemente los destinos de los hombres. ¿Estaría allí escrito que Trinity
debía sobrevivir? ¿O él había alterado el destino a base de voluntad y empeño
sin límites?
Breck no conocía la respuesta; solo sentía un calor en las venas que, podía
temer o negar, llamar como quisiera, pero que debía parecerse mucho a la
alegría…

- 91 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 12

Una semana después de su llegada a la cabaña, Trinity abrió los ojos.


La cabaña era pequeña, silenciosa, y olía a cedro y… a algo que no acababa
de identificar. Volviendo la cabeza lentamente, vio una cazuela negra sobre el
fuego. Comida. Probablemente sopa, o guisado. Se le hizo la boca agua y
sonaron sus tripas. Deslizó una mano hacia abajo, haciendo una mueca de dolor
cuando tropezó con el vendaje. ¿Vendaje? ¿Por qué llevaba un vendaje? ¿Qué
había sucedido? ¿Cómo…?
De súbito, recordó. El balazo. Su desmayo en los brazos de Breck. El viaje
interminable a caballo… Pero, ¿dónde la había llevado Breck? Vio sus brazos y
hombros cubiertos por una camisa de hombre, una gruesa manta que cubría su
cuerpo y… y un hombre tendido al pie de la cama. Un hombre que la miraba
intensamente.
Trinity le miró con igual intensidad, observando su pelo rubio y
despeinado, la cara sin afeitar, los vaqueros arrugados y manchados de algo
que parecía sangre. ¿Su propia sangre?
—¿Por qué? —preguntó Breck.
—Porque asesinaste a mi madre.
Hacía mucho tiempo que Breck había dejado de sorprenderse por nada.
Pero la acusación de Trinity le asombró. Sin embargo, ni siquiera pestañeó, su
silencio desquició los nervios de Trinity, cuyo rostro reflejó su indignación.
—¿No vas a negarlo? —insistió, preguntándose si deseaba
verdaderamente que se defendiera, creer en su inocencia.
Breck seguía sin decir nada. Se levantó, se acercó al fuego, levantó la tapa
de la cazuela y removió el contenido.
—¿Y bien? —dijo Trinity con tono impaciente.
—No.
—¿Que no la mataste?
—No. Que no voy a negarlo.
Breck había considerado la situación desde todos los ángulos. Recordó a
Su-Ling. Pensó en Jedediah, un hombre que por fin había encontrado a su hija
perdida. Sabía que Su-Ling apreciaba a Jedediah. Su silencio era un tributo a
ambos. Además, era obvio que Trinity tenía ideas preconcebidas sobre él. Y ésta
era en el fondo la razón por la que guardaba silencio. Estaba hasta la coronilla
de que la gente le dijera quién era, lo que era, sin molestarse en mirarle a fondo.
—Entonces, ¿reconoces que la asesinaste?
La cólera había dado fuerzas a Trinity, y se incorporó un poco apoyándose

- 92 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

en la pared.
Breck cogió un tazón y lo llenó con la sopa de verduras que había
preparado.
—Puedes creer lo que prefieras.
—A mí me gustaría saber la verdad.
—¿La verdad? La verdad, ¿según quién?
Se sostuvieron la mirada durante una eternidad.
—Voy a matarte —afirmó Trinity con serenidad mortal—. En la primera
oportunidad que se presente.
Breck se sentó en el borde de la cama sin dejar de mirarla. Hundió una
cuchara en el tazón y luego la llevó a los labios de Trinity.
—Entonces, necesitarás recobrar las fuerzas.

—¿Estás despierta? —preguntó Breck dos horas después, acercándose a la


cama.
—Hum…
—¿Eso es un sí o un no?
—Hum… —volvió a murmurar Trinity.
Tras tomar hasta la última cucharada de sopa, se había quedado
profundamente dormida. Hasta entonces, cuando dos manos poco
consideradas estaban subiendo la camisa que llevaba puesta.
¿Subiendo la camisa? Abrió sobresaltada sus ojos soñolientos.
—¿Qué… qué estás haciendo?
—Cambiar el vendaje.
—Puedo hacerlo sola —afirmó Trinity apartando las manos de Breck.
Breck clavó su mirada gélida en los ojos de la actriz.
—Mira, Trinity, aclaremos un par de cosas. He visto cada centímetro de tu
cuerpo más de una docena de veces, y ahora no voy a comenzar a doblegarme
ante tu pudor puritano. Vamos, mueve las manos y deja que te cambie el
vendaje.
En realidad, había puesto la camisa a Trinity por su propio bien más que
por ella. Ver a todas horas un cuerpo obviamente cincelado por los dioses podía
enloquecer a cualquiera.
—Eres muy considerado —murmuró Trinity, experimentando una
sensación bastante desagradable cuando Breck le quitó el vendaje.
Breck examinó la herida de unos diez centímetros de diámetro. Hacía ya
varios días que no sangraba, pero sin duda faltaban unos cuantos para que
cicatrizara por completo.
—¿Es muy grave? —preguntó Trinity.
—Sobrevivirás —replicó Breck secamente.
—Tus modales dejan bastante que de… —Trinity enmudeció en mitad de
la frase. Lanzó un gemido.

- 93 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Breck, pensando que le había hecho daño, alzó la vista bruscamente. Ella
estaba mirando la herida, pálida como la nieve que se amontonaba en la
ventana. Anhelaba confortarla, pero resistió la tentación.
—Tienes suerte de estar viva. Y, si lo que te preocupa es la cicatriz, puedo
asegurarte que se puede vivir con una.
La mano que estaba vendando su herida resultaba un testimonio
elocuente. Trinity volvió a observar la herida. Daba la impresión de que habían
unido su piel unas manos guiadas por el whisky. Alrededor de una costra
sanguinolenta, tenía la piel enrojecida y morada.
—La herida… eh… mejorará de aspecto con el tiempo —afirmó Breck,
maldiciéndose por ofrecer consuelo cuando acababa de resolver lo contrario.
—Lo sé. De verdad, no soy una estúpida. Gracias por salvarme la vida.
La palabra surgida de los labios que tanto le habían fascinado de noche y
de día, abrió una puerta interior cuya existencia ignoraba. Y por ella salió la
consciencia de que había estado a punto de matarla. De que no la había matado
por casualidad, porque su revólver estaba descargado, porque no le había dado
en el corazón. Sabía todas esas cosas, pero hasta entonces no las había sentido
con tanta intensidad. Quizás porque había estado demasiado ocupado
impidiendo que muriera.
Que muriera. Muerta. Sin sus esfuerzos estaría muerta, no medio desnuda
en su cama y absolutamente deseable.
—Date la vuelta —gruñó, ocultando su emoción tras una brusquedad
defensiva.
—¿Qué?
—¡Qué te des la vuelta!
Trinity se puso de costado, ayudada por una mano firme y delicada que
empujaba su cintura. Ningún hombre le había tocado tan íntimamente. Pensar
que, como había reconocido él mismo, había visto cada centímetro de su piel,
hizo que sintiera fuego en la misma.
—Maldita sea, ¿quieres apartar de una vez esas cosas? —ladró Breck,
apartando la camisa y bajando la manta hasta que quedó al aire una buena
porción de sus nalgas.
Trinity sintió que el aire frío de la cabaña acariciara su piel. Se estremeció,
pero solo en parte debido al frío. ¿Estaba mirándola Breck? Por supuesto; no iba
a cerrar los ojos. Al imaginar la mirada de Breck, aumentó el calor de su piel e
intentó esconderse entre los pliegues de la almohada. Se quería morir de
vergüenza. También sabía que, antes de morir de vergüenza, deseaba algo
más… un algo masculino que prometía aliviar el dolor que le inspiraba.
La fantasía traicionó a Trinity. ¿Qué sentiría si Breck agachaba la cabeza y
la besaba en la espalda?
Breck observó las curvas de sus hombros, de la cintura, y se maldijo a sí
mismo. Tragó saliva y se concentró en el vendaje de la herida.
—Ya está —anunció con voz ronca, colocando a Trinity nuevamente

- 94 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

tendida sobre la espalda.


Sus miradas se encontraron. Breck observó los ojos del color de la miel, los
labios entornados, aparentemente dispuestos a decir una dulzura delicada… o a
recibir un beso poco delicado. Tenía desabrochado el botón superior de la
camisa, lo que permitía vislumbrar sus senos de forma enloquecedora.
De súbito, sintió que estaba ahogándose y se levantó de un salto.
—Voy a ocuparme del caballo —murmuró dirigiéndose hacia la puerta—.
¡Y, por todos los cielos, abróchate la camisa! —añadió antes de salir dando un
portazo.

La ausencia de Breck fue aprovechada por Trinity para ocuparse de sus


propias necesidades. Respirando con dificultad, volvió a la cama, la habitación
girando a su alrededor. Una vez superado el mareo pasajero, fatigada por el
esfuerzo, volvió a dormirse. Cuando despertó, Breck estaba preparando la cena.
Su postura, agachado frente a la chimenea, daba fe de la afirmación de Ellie
respecto a lo ceñido de sus pantalones. Trinity, desvió la mirada, pero ésta
parecía poseer voluntad propia y no cesaba de juguetear con la de él.
Ninguno habló hasta que llegó la hora de cenar, momento en que Trinity
se sentó en el borde de la cama.
—Puedo comer sola —afirmó.
Breck la observó con aspecto reflexivo por unos momentos; luego le tendió
el tazón sin decir palabra.
Comer por sus propios medios resultó más complicado de lo que
esperaba, pero estaba resuelta a no pedir ayuda.
—Está buena —comentó.
Después de cenar, completamente agotada, se tendió en la cama y observó
a Breck, que estaba mirando el fuego. Sin saber muy bien por qué, se preguntó
si pensaría afeitarse antes de que acabara el día.
—¿Necesitas un poco de intimidad? —preguntó Breck un rato después,
sobresaltando a la ensimismada Trinity.
—¿Cómo?
—Es hora de acostarse. ¿Quieres estar sola unos minutos?
—Sí. Sí, gracias —respondió, preguntándose dónde dormiría Breck.
Estando consciente, quedaba fuera de todo lugar que durmiera con ella.
Ajeno a los pensamientos de Trinity, Breck descolgó de un clavo la cazadora
ribeteada de piel y desapareció. Cuando abrió la puerta, unos cuantos copos de
nieve danzaron en el umbral.
Tan rápidamente como pudo, Trinity hizo sus necesidades, sintiéndose
menos mareada que la vez anterior, y regresó a la cama. Breck regresó
segundos después, como si hubiera notado que ya había acabado, colgó la
cazadora y apagó una de las dos lámparas. Miró por un momento a Trinity y
luego se quitó la camisa, dejando el pecho al aire.

- 95 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Al ver los músculos de su pecho, su vello dorado y rizado, Trinity se


quedó sin aliento. Breck apoyó una bota sobre una silla, sacó su cuchillo y lo
dejó sobre la mesilla de noche, junto a la lámpara.
Sus miradas se encontraron por un momento. Luego Breck se volvió con
aparente indiferencia.
—¿Has oído alguna vez que, si estás considerando la venganza, debes
cavar dos tumbas? —preguntó con idéntica indiferencia.
—Una bastará.
—Entonces, asegúrate de que no es la tuya.
—Gracias por preocuparte de mí.
Breck volvió a mirarla y comenzó a desabrocharse los vaqueros. Trinity se
sonrojó y le dio la espalda. Oyó cómo se quitaba los pantalones, vio que se
apagaba la lámpara y sintió que la manta se apartaba de sus hombros.
—¿Te importaría hacerme sitio? —preguntó Breck con tono impaciente.
Trinity se volvió hacia él con toda la velocidad que le permitía su cuerpo
herido.
—¿Cómo? No pensarás…
—No hay problema si prefieres dormir en el suelo, Trinity. Francamente,
está demasiado duro y frío para mi gusto.
—Pero…
—¡Venga, se me está congelando el culo!
—Ciertamente, no eres un caballero, Madison Breck —murmuró,
replegándose a un lado de la cama.
—No. Es una de las pocas ventajas de ser un asesino. Nadie espera que te
comportes como un caballero.
—¡Muérete!
—Yo también te deseo dulces sueños, Trinity —replicó con una calma que
enfureció a Trinity.
De espaldas a ella, Breck se quedó dormido como un tronco en cuestión de
segundos. Por el contrario, ella nunca se había sentido tan despierta. Ni tan
consciente… de todo. En el mismo borde de la cama, procuró dominar sus
pensamientos.
«Pero hay un hombre junto a mí. A pesar de la distancia que nos separa,
puedo sentir su calor. Y el sonido de su respiración. No se ha apartado. ¿Qué
sentiría si acariciara su barba?»
Acariciar. Breck la había tocado. Por todas partes. El pensamiento le
produjo una sensación… extraña, como si su propio cuerpo de súbito
perteneciera a una desconocida.
«Es solo un desconocido. No. Algo más que un desconocido; un enemigo
cuyo pecho es fuerte y poderoso».
Fuerte. Ella había de recobrar sus fuerzas. No podía sentir debilidad ni
miedo cuando se enfrentara con él.
«¿Pensará que son horribles mis cicatrices?

- 96 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

¿Sentirá repugnancia cuando las ve?»


Horribles. Debía tener un aspecto horrible. Se palpó el rostro, carente de
maquillaje, los labios resecos y partidos por la fiebre, el cabello despeinado.
Buscando las pocas horquillas que quedaban en el mismo, se las quitó,
dejándolo caer sobre sus hombros, peinándolo con los dedos lo mejor que pudo.
—¡Estate quieta! —atronó Breck.
—¡Lo estoy! —atronó a su vez, enfadada con Breck.
—¡Tan quieta como un torbellino, maldita sea! ¡Duérmete de una vez!
—¡Vete a hacer gárgaras!
Mucho después, cuando del fuego solo quedaban brasas calientes, Trinity
notó que Breck también seguía despierto. Pasado el enfado y protegida por la
oscuridad, hizo la pregunta cuya respuesta deseaba conocer desde que había
recobrado el conocimiento.
—¿Por qué no me has dejado morir?
—Enterrarte hubiera supuesto una excesiva molestia.
—¿Por qué?
Reinó el silencio durante unos segundos interminables.
—No lo sé, Trinity. No lo sé —respondió por fin.

Y así, la tónica de su vida en la cabaña quedó establecida. Durante el día,


Breck y Trinity cohabitaban en una atmósfera silenciosa, tensa la mayor parte
del tiempo. Por las noches, compartir la misma cama se convirtió en algo
natural, y Trinity cada vez tardaba más tiempo en separarse del cuerpo de
Breck al despertar, cuerpo que invariablemente buscaba durante el sueño.
También con más frecuencia, por razones que Trinity no alcanzaba a
comprender plenamente, Breck salía como un rayo de la cabaña para derribar
otro árbol, o para convertir en astillas la madera que ya había cortado. Había tal
cantidad de leña que bastaría para pasar media década de inviernos brutales,
pero Breck continuaba cortando. Cuando en una ocasión le preguntó por qué lo
hacía, respondió con un gruñido.
Y Trinity tampoco alcanzaba a comprender lo que estaba sucediendo en su
interior. El contacto forzoso con Breck había comenzado a erosionar su
voluntad de vengarse. Pasaban días enteros sin que ni siquiera recordara por un
instante que se había prometido matarle. Entonces, de súbito recordaba y
reafirmaba su juramento.
En uno de esos momentos, mientras veía a Breck pelar patatas con el
cuchillo, pensó que el hombre que estaba preparando la cena tan distraído
había asesinado a su madre. Sintió el amargo sabor del odio, que se diluyó en el
instante que recordó que le había salvado la vida. Así, experimentando
emociones contradictorias como la noche y el día, se recuperaba Trinity poco a
poco.
A mediados de noviembre, estaban en la cama cuando alguien aporreó la

- 97 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

puerta, rompiendo el silencio de la mañana.


—¿Qué…? —comenzó Trinity, apartándose de los brazos de Breck.
—¡Maldita sea! Nos hemos dormido. ¡Sí, un momento!
Se puso los vaqueros y, apartando el pelo de sus ojos soñolientos, abrió la
puerta a Dancey Harlan, que iba a la cabaña de cuando en cuando para llevarles
provisiones, pero nunca había aparecido tan temprano.
—¿Hemos llegado demasiado pronto? —preguntó Dancey.
—No se nos han pegado las sábanas —replicó Breck, apartándose para
dejarle paso.
Trinity estaba considerando el plural que había usado Dancey cuando vio
los rizos rubios de Ellie en el umbral de la puerta.
—¡Ellie! —exclamó encantada—. Yo… no sabía.
—¡Oh, Trinity! Deja que te mire.
Súbitamente, la actriz se sintió incómoda. Tenía el pelo alborotado; llevaba
puesta la camisa de Breck… Era evidente que Breck había dormido con ella.
—Tienes un aspecto magnífico —declaró Ellie finalmente.
—Me siento mejor. Mucho mejor —dijo Trinity, ciñéndose la camisa,
buscando involuntariamente a Breck con la mirada.
Estaba en cuclillas ante la chimenea. Cuando se levantó sus miradas se
encontraron. Sin embargo, él se dirigió a Ellie.
—Gracias por venir —dijo, demostrando que su visita estaba planeada.
—Es un placer.
—Debo ir a la ciudad por asuntos de negocios. Ellie se quedará contigo.
Trinity asintió, pensando que Breck hablaba como un marido explicando
sus planes a la esposa.
—Hay comida de sobra, y he sacado también agua más que suficiente para
vosotras —explicó Breck—. Regresaremos pronto.
—Realmente, leña no nos va a faltar —observó Trinity ingenuamente.
—No —murmuró Breck, vistiéndose y, sin mirar a Trinity, salió de la
cabaña seguido por Dancey.
El día transcurrió de forma agradable. Las dos mujeres deshicieron una
maleta en la que Ellie había llevado algunas de las cosas que Trinity había
dejado en el hotel. Luego disfrutaron de una conversación típica de dos buenas
amigas que se encuentran. Por tácito acuerdo, evitaron el tema de los robos. A
última hora de la tarde, Trinity comenzó a mirar el reloj. ¿Por qué no llegaba
Breck? Sin duda…
—¿Cómo?
—Decía que he explicado a todo el mundo que Breck y tú estáis viviendo
una aventura.
—¿Cómo?
—No te pongas así —dijo su amiga—. Tenía que explicar de alguna
manera vuestra desaparición.
Aunque Trinity comprendía el buen juicio de su amiga, la idea de tener

- 98 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

una aventura con Breck… le cortaba el aliento más de lo que debería.


—Supongo que no hay posibilidades de aventura a la vista… —dijo Ellie
mirándola maliciosamente.
—¡Por supuesto que no! Breck es el último hombre… ¿Ellie?
—Me diste un susto de muerte —parecía a punto de llorar—. Creía que
ibas a morir.
—Tengo mis razones para hacer lo que hice —explicó Trinity cuando se
secaron las lágrimas de su amiga—. Para robar el tren, quiero decir. Todavía no
puedo decírtelas, pero prometo hacerlo algún día.
—Con buenas razones o sin ellas, solo sé que Breck ha hecho lo imposible
para evitar tu muerte.
Dancey asomó la cabeza por la puerta de la cabaña.
—¿Está lista, señora Oates? Si no nos damos prisa, nos cogerá la noche a
medio camino y su marido me despellejará vivo.
—Estoy lista —respondió Ellie, recogiendo sus cosas y despidiéndose de
Trinity con un abrazo y la promesa de volver pronto.
Pero Trinity apenas escuchó a su amiga, pues acababa de ver a Breck por
la ventana y su corazón latía demasiado fuerte.
Dancey llevó a la cabaña una última bolsa de provisiones y se despidió.
—Me alegra mucho verla tan bien, señorita.
—Gracias —respondió, y Dancey se dirigió hacia la puerta—. ¿Señor
Harlan?
El fornido revisor se volvió.
—Yo… eh… no sé si le he dado las gracias como es debido por lo que hizo.
—No tiene que dármelas.
—Por supuesto que sí.
—Bueno, reconozco que es un auténtico placer oírlo —afirmó el hombre,
vaciló por un momento, y luego decidió añadir algo—. Acerca de Breck,
señorita… Tengan las diferencias que tengan, no es un mal hombre. No le
queda otro remedio que ser duro, pero en el fondo no es malo. Y ahora nosotros
dos tenemos algo en común. Él nos ha salvado la vida a los dos. A mí, de un
indio que deseaba decorar su cinturón con mi cabellera. Breck me llevó en sus
brazos cinco millas en busca de ayuda. Cinco millas en un tiempo de perros. Y
yo no soy ligero, precisamente. Entonces se dará cuenta, puede ser rudo, pero
tiene corazón, señorita.
Corazón. Aquella palabra quemaba el pecho de Trinity minutos después,
cuando Breck entró a la cabaña tras la marcha de los visitantes. Ninguno de los
dos habló; ninguno podía. Se miraron fijamente. Trinity preguntándose cómo se
podía echar tanto de menos a un amigo, Breck pensando que, por primera vez
en la vida, sentía placer. Auténtico placer. Y simplemente por ver a una mujer
después de una separación que se le había hecho insoportablemente larga.
—¡Qué es esto? —preguntó Trinity al ver un pequeño paquete envuelto en
papel de seda al lado de la cama.

- 99 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Sólo algo que pensé que te gustaría —murmuró Breck incómodo,


deseando no haber retrasado a Dancey parando en la tienda.
Trinity abrió el paquete. Era una barra de jabón de lavanda. Alzó la vista,
embargada de emoción.
—No es nada —afirmó Breck con sequedad al ver el brillo de las lágrimas
en sus ojos.
Breck tuvo que escapar de las emociones sofocantes que poblaban la
cabaña y salió dando un portazo. Cuando regresó, Trinity ya se había lavado y
estaba acostada. Breck apagó rápidamente la lámpara que quedaba encendida y
se desnudó.
Aquella noche, Breck hizo un descubrimiento interesante: Tanto el cielo
como el infierno olían a lavanda.

- 100 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 13

—¿Qué quieres decir con eso de que no tienes nada que ver con el árbol
cruzado en la vía?
Breck estaba haciendo esa pregunta a media mañana del día siguiente,
sentado frente al fuego y sosteniendo una humeante taza de café. Con las
primeras luces del día, el aroma a lavanda había impregnado sus sentidos tan
intensamente que había creído morir, se había levantado como alma que lleva el
diablo y, sin desayunar, había salido a cortar leña. Agotado, había vuelto a la
cabaña y había frito huevos y bacón. Y se había sentado a tomar una segunda
taza de café, cuando Trinity hizo la inesperada declaración.
—Exactamente, eso. No tengo nada que ver con el árbol. Y no disparé al
maquinista ni puse la roca en la vía —afirmó y, al ver la cara incrédula de
Breck, añadió—: ¿Por qué iba a mentir? He dicho la verdad en todo lo demás.
De mala gana, Breck reconoció que era cierto. Había sido brutalmente
sincera desde el principio respecto a su intención de matarle. No, Trinity no
mentía. Pero, si ella no había sido, entonces…
—¿Quién? —murmuró.
—¿No sabes quién puede querer arruinarte?
—Aparte de ti, quieres decir —observó Breck sarcásticamente.
—Aparte de mí.
—Bueno, Trinity, supongo que toda Nevada y tres cuartas partes del resto
del planeta.
—Pero tendrás alguna sospecha. Recordarás la amenaza de al…
—No te preocupes por ello. No es tu problema —la interrumpió Breck.
Súbitamente, Trinity se vio asaltada por un impulso inexplicable de
romper sus defensas, de ver amabilidad en sus ojos por una vez en la vida.
—¿Por qué te cierras a la gente?
—Si no eres estúpido, llegas a darte cuenta de que es una buena manera
de evitar los problemas, los desengaños y el sufrimiento —contestó Breck tras
un prolongado silencio.
Breck acabó su café, dejó la taza sobre la mesa y, descolgando su cazadora,
salió de la cabaña.
Literal y simbólicamente, cerró la puerta tras él.
Regresó a última hora de la tarde, siendo recibido por un suculento aroma.
Su mirada voló hacia Trinity, que estaba probando unos pasteles de maíz para
comprobar si estaban hechos. Llevaba puesta una bata de seda amarilla que le
había llevado Ellie. La prenda se ceñía a su cuerpo como si estuviera encantada

- 101 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

de volverse a reunir con su dueña.


Durante el paseo, Breck no dejó de pensar en que alguien, aparte de
Trinity, intentaba destruirle. Aunque era algo inquietante, al menos le había
brindado la oportunidad de olvidar el calor hechicero del cuerpo de una mujer,
cuyo aroma a lavanda podía enloquecer al más cuerdo de los hombres.
—¿Qué haces levantada?
—Estaba aburrida.
—Es lógico. Estás convaleciente.
—No me gusta estar acostada sin hacer nada.
—Entonces, no robes trenes. Vuelve a la cama y…
—Les falta algo. ¿Qué será? —le interrumpió Trinity, apartando de su
rostro una fina mecha que se había escapado del moño.
«No hace falta nada», pensó Breck, contemplando el cuello alargado, el
arco de la garganta, el cabello recogido hacia arriba, antes de darse cuenta de
que se refería a los pasteles.
—Les falta bicarbonato.
—¡Vaya! Sabía que se me olvidaba algo.
—Vuelve a la cama —insistió Breck y, como ella vacilaba, la empujó
suavemente—. ¡Venga!
Los dedos de Breck parecían abrasar su espalda. Trinity ignoró la
sensación y se dirigió a la cama.
—He calentado la sopa de ayer —explicó—. He hecho un poco de café y
los pasteles. Oye, siento lo del bicarbonato.
—Están buenos —afirmó Breck, engullendo uno de los pasteles—, pero no
deberías haberte levantado.
—Como no volvías, yo… eh… he pensado que podrías tener hambre… y
estaba aburrida…
Trinity enmudeció, preguntándose si habría hablado más de la cuenta. Sus
palabras, ¿habrían revelado a Breck el desasosiego que había sentido? ¿Un
desasosiego que ni siquiera comprendía ella misma.
Breck la miró… ¿con expresión culpable?
—Yo… eh… tenía que hacer unas chapuzas en el cobertizo.
Llevó a Trinity un tazón de sopa y un pastel. Luego se sirvió y se sentó a la
mesa y comenzó a comer. La sopa estaba caliente y sabrosa. El pastel, tan duro
y seco como una piedra. Breck buscó un lugar propicio para hincarle el diente.
Tras unos momentos de batalla, consiguió arrancar un pedazo. Lo masticó con
cautela, y la masa comenzó a crecer más y más… más… más… Después de un
buen rato, tragó con fuerza, y se vio recompensado sintiendo que la bola
pastosa descendía por su garganta. Luego, cortó en dos el resto de pastel y
metió los pedazos en el tazón de sopa.
—Estás haciendo trampas —dijo Trinity, con la sonrisa más fascinante en
los labios.
Breck, sobresaltado, alzó la cabeza, como un niño pillado en una travesura

- 102 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

por su madre. En cuestión de segundos, la sonrisa de Trinity amenazó contagiar


a Breck.
—Muy lista. Cuando dijiste que me matarías, nunca imaginé que lo harías
a base de pasteles de maíz.
Y las sonrisas se ensancharon en los rostros de ambos. La belleza de la
sonrisa de Breck sorprendió por completo a Trinity, dejándola sin aliento.
De repente, dándose cuenta de la causa de sus sonrisas, ambos se pusieron
serios, miraron hacia sus respectivos tazones y acabaron de cenar en el
acostumbrado silencio. Después de fregar, Breck se afeitó mirándose en un
espejo colocado sobre la mesa. Trinity se prometió no mirarlo pero, una vez lo
hizo y vio que tenía la lengua fuera, pegada a la barbilla, y recordó que aquella
lengua había estado entre sus labios. Apartó la mirada, pero no antes de que sus
miradas se encontraran a través del espejo.
Más tarde, cuando se acostó Breck, simuló estar dormida. Él se estiró en
un intento de desentumecer los músculos agarrotados del cuello y los hombros.
¡Santo cielo, cómo necesitaba dormir! Estaba cansado de pensar. Cansado de
preocuparse. Cansado de oler a lavanda.
Jesús, ¿por qué le habría comprado aquella condenada barra de jabón?
Dejó escapar un suspiro de frustración. Procuró pensar en otra cosa. En
cualquiera. En el cobertizo. En el caballo. En Dancey. En Ellie. En el inesperado
placer de ver a Trinity después de un día de ausencia.
Breck apretó los dientes, intentando destruir las imágenes sensuales. Por
desgracia, solo consiguió evocar otra vez, la de una mujer de pelo negro
envuelta en seda amarilla.
Se levantó y se puso la camiseta, los vaqueros y las botas. Cruzando la
habitación tan silenciosamente como pudo, descolgó la cazadora y abrió la
puerta.
Salió al porche y contempló el cielo estrellado y la alfombra de nieve que
reflejaba la pálida luz de la luna. Negándose a pensar en lo que le había sacado
de la cama, exactamente la mujer que dormía a su lado, se centró en el asunto
que había ocupado gran parte de sus pensamientos durante aquel día. ¿Quién
estaba atentando contra su ferrocarril? ¿Y por qué? Sin duda tenía enemigos.
Sin ir más lejos, uno estaba durmiendo en la cabaña aunque, ironía de la vida,
no era culpable del crimen del que le acusaban. Demonios, a lo mejor era la
forma de pagarle del astuto destino por todo lo que verdaderamente había
hecho.
¿Y quién iba a hacer pagar a Ada McCook?
¿Y qué iba a hacer con Trinity? No tenía respuesta para ninguna de estas
preguntas. Solo sabía una cosa: debía conservar el ferrocarril porque constituía
su vida misma. Sin él, no tenía nada, no era nada, porque un solitario, un
inadaptado, el hombre que se había visto forzado a ser durante toda su vida, no
proyectaba ninguna sombra.
Sombra.

- 103 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Breck se volvió bruscamente hacia la sombra que surgió de la puerta de la


cabaña. Era Trinity, con la cabeza alta y el cabello alborotado, envuelta en una
manta, estaba… preciosa.
—Yo… no podía dormir.
Receloso, Breck guardó silencio, observándola con los músculos tensos.
—¿Te importa que me quede contigo un rato?
—Hace frío aquí fuera.
Trinity interpretó la ausencia de negativa como un asentimiento y se
acercó a él.
—Deberías estar durmiendo —afirmó Breck.
—Tú también —dijo Trinity poniendo fin a la discusión—. ¿Está muy lejos
la ciudad?
Breck la miró, los dos sabían lo que estaba pensando el otro. Era una
pregunta lógica.
—Alrededor de una hora a caballo en esa dirección —respondió Breck,
señalando hacia el este—. ¿Has venido a matarme?
Trinity le miró y observó que tenía la vista fija en la manta. Sin duda
estaría considerando la posibilidad de que llevara un cuchillo oculto entre sus
pliegues.
—Quizás sí, quizás no. ¿Es una buena hora?
—Tan buena como cualquier otra.
—¿Dónde quieres ser enterrado? —se burló Trinity.
—Mira, chica, primero tienes que matarme. Lo que significa que
necesitarás un poco de suerte y que yo me vuelva mucho más descuidado.
—Suponiendo que se den ambas cosas, ¿dónde te gustaría ser enterrado?
—Supongo que serviría cualquier lugar bajo las estrellas. Allá arriba,
donde brillan los sueños y no existe el dolor ni el sufrimiento. Solo júbilo.
Trinity volvió la cabeza bruscamente al oír las palabras que había oído
cientos de veces en los labios de su madre.
—Éramos amigos —afirmó Breck sinceramente al advertir que Trinity
estaba desconcertada debido a que su madre hubiera compartido con él
sentimientos tan personales.
Y su explicación solo sirvió para confundirla aún más.
—¿Cómo era? —preguntó en un repentino impulso—. Yo… eh… no la
recuerdo muy bien. Lo intento. A veces recuerdo algunos detalles, una sonrisa,
una expresión, una caricia, pero poco más.
Breck guardó silencio unos momentos, buscando las palabras adecuadas.
—Ella era… la persona más dulce que he conocido jamás. Tenía una voz
suave, como el viento susurrando entre las hojas. Una sonrisa hermosa, triste
también. Y unos ojos oscuros, oscuros y tristes. Creo que había sufrido mucho.
Mucho.
—¿Por culpa de mi padre?
—Quizás. Probablemente.

- 104 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Te habló de él alguna vez? ¿Te dijo su nombre? —preguntó Trinity con
tono impaciente.
—No —respondió Breck sin vacilar, seguro de no tener ningún derecho a
divulgar lo que sabía.
Trinity se sintió decepcionada, pero lo disimuló con una suave pregunta.
—¿Era guapa?
«No tanto como tú», pensó Breck.
—Sí —respondió sin embargo.
—De pequeña, siempre quise ser como ella —dijo, esbozando una débil
sonrisa—. Ponerme horquillas bonitas en el pelo, oler a flores… Quería… ser
una dama como ella.
La triste sonrisa se desvaneció. La sociedad habría etiquetado a su madre
de cualquier cosa excepto de dama. Ella misma, siendo actriz, era considerada
una mujer de mala reputación. Sin embargo, las apariencias engañan.
—Tu madre era una dama —afirmó Breck, como si hubiera leído sus
pensamientos, y Trinity alzó la vista hacia él—. Una verdadera dama.
En la noche flotaron mil preguntas vitales sin respuesta posible. Y solo
podían sentirlas… y sentirse extrañamente consolados por la presencia del otro.
Una brisa repentina despeinó a Breck. Con la mirada y los labios carentes
de expresión, Trinity pensó que tenía un aspecto salvaje, indomable. El
demonio que llevaba dentro le daba miedo, pero la fascinaba tanto o más.
Quizás porque sentía un demonio hermano en su propio interior.
La brisa también dio vida al pelo de Trinity, atrayendo la atención de
Breck. Descendió la mirada hasta el lugar donde sus manos aferraban la manta
contra el pecho… el único lugar donde podía esconder un cuchillo.
El viento sopló con más fuerza y Breck se acercó a Trinity, protegiéndola
con su cuerpo de la furia de aquél. Y se aproximó a ella un paso más, quedando
en una posición completamente vulnerable a un ataque.
El tiempo se detuvo.
A Trinity le palpitó el corazón cuando Breck extendió las manos hacia ella
y, suavemente, ciñó la manta sobre sus hombros. Cuando terminó, Breck vaciló.
—Mejor será que entres —murmuró por fin, sin detenerse a explicar para
quién sería mejor.
Simplemente, se separó de Trinity. Después de despedirse con una lenta y
parsimoniosa mirada.
Trinity entró en la cabaña. Adentro, con el corazón todavía palpitante,
extendió la manta sobre la cama y se acostó entre las sábanas, dejando de nuevo
el cuchillo sobre la mesilla.

Había sido una equivocación.


Breck lo sabía desde el momento en que la luz de la lámpara había
dibujado la silueta desnuda de Trinity sobre la sábana que había colgado en la

- 105 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

habitación. Su petición le había parecido razonable. Un baño. Quería darse un


baño como Dios manda y lavarse la cabeza. Para bañarse, Breck había utilizado
el frío cobertizo, muy adecuado, considerando el calor siempre creciente de su
cuerpo.
Por tanto, había accedido a la petición. Incluso le había proporcionado
intimidad, y éste había sido su verdadero error. Que se bañara desnuda ante él,
nunca habría resultado tan provocativo como contemplar las sombras de
increíbles curvas que bailaban en las sábanas.
¡Que el infierno se llevara sus movimientos inocentes, cargados de
sensualidad!
Comenzó a imaginarse a la exuberante Millie Rhea, pero no necesitaba a
Millie Rhea. Necesitaba a esa mujer. Y lo que le producía un miedo mortal era
que ya no podía distinguir entre necesidad y deseo.
Cogió un tronco del gigantesco montón y lo arrojó al fuego. Cogiendo el
atizador, procuró concentrarse en otra cosa, pero el chapoteo del agua y un
pequeño suspiro de satisfacción que le afectó grandemente, hicieron inútiles sus
esfuerzos.
Apretó los dientes y atizó el fuego.
—Hum —murmuró Trinity, apoyando la cabeza en el borde de la cuba de
madera, empapada de agua caliente—. Qué maravilla.
Breck gruñó, pensando que el dolor que sentía era bueno y malo y
absolutamente insoportable. Estaba a punto de subirse por las paredes.
—Gracias por el baño.
—Sí.
Trinity ni siquiera advirtió la tensión de su voz, estaba disfrutando de lo
lindo de aquel paraíso acuático. Pero el agua estaba enfriándose y pasó a
lavarse la cabeza.
Por su silueta, Breck podía distinguir que sus brazos, desacostumbrados al
ejercicio, estaban cansándose. Probablemente también las heridas dificultaban
sus movimientos. Apenas podía levantar el jarrón para aclararse el pelo de la
cabeza. Cuando lo hizo, estuvo a punto de tirarlo.
—¿Te encuentras bien? —gritó Breck y, como no recibió ninguna
respuesta, insistió—. ¿Trinity?
—Estoy bien —dijo ella con voz débil—. Casi se me cae el jarrón.
Breck ansiaba ayudarla. ¡Dios, cómo ansiaba ayudarla!
—¿Cuánto tiempo más…?
—Ya he acabado —le interrumpió ella.
Breck vio que cogía una toalla y envolvía su pelo con ella a modo de
turbante. Se levantó, el agua resbalaba sobre su cuerpo esbelto. A él se le secó la
boca, y se dijo que no debía mirar, pero no podía. ¡Demonios, no podía! Por
tanto, observó cómo salía de la bañera y se inclinaba para secarse las piernas.
Lanzando un gemido, Breck apartó la mirada y arrojó dos leños más al
fuego.

- 106 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Tras vendarse las heridas, Trinity abandonó el mundo de las sombras y


salió con la bata de seda amarilla susurrando a cada paso de sus pies descalzos.
Con una gracia que robó el aliento a Breck, se arrodilló frente al fuego y
desanudó el turbante, haciendo que el pelo negro y largo, cayera en una
cascada húmeda y fascinante. Cogió un cepillo y, haciendo una mueca de dolor
al levantar el brazo, comenzó a peinarlo.
—Vamos, dame ese cepillo —ordenó Breck poniéndose en cuclillas a su
lado y quitándoselo de las manos.
Perpleja, Trinity le miró.
—Puedo…
—¡Estate quieta! —dijo Breck, comenzando a cepillar el pelo de Trinity con
torpeza masculina, con torpeza encantadora.
Trinity se dejó seducir por la caricia adormecedora del cepillo a través de
la humedad de su pelo. Se dejó seducir por el calor del fuego, por la cercanía de
aquel hombre. Desde que habían estado juntos en el porche, era consciente de
un sentimiento nuevo hacia él, sentimiento que intentaba negar, que intentaba
ignorar, pero que vivía y respiraba en su interior. En aquel momento, cansada
de luchar contra dicho sentimiento, contra sí misma, cerró los ojos y disfrutó. Le
mataría, como había prometido, pero, antes se dejaría mimar.
Con la cabeza ladeada, parecía una pantera arqueada sobre una rama,
empapándose de los rayos del sol, pensó Breck, sintiendo las mechas
aterciopeladas que se rizaban entre sus dedos, pidiendo ser acariciadas.
¿Cuándo enredó los dedos en su pelo? ¿Cuál de ellos lanzó un grito
ahogado, entre salvaje y desesperado? Se miraron como si no se hubieran visto
jamás. Guiados por un hambre primitiva, se miraron los labios.
—No —murmuró Trinity, pero no se apartó.
Y Breck la besó.
Sus labios duros hicieron del beso previo un inocente juego de
adolescentes. Separando los labios de Trinity, la lengua de Breck buscó la miel
de su boca y no encontró resistencia. Él intentó saciar su avidez y solo consiguió
aumentar la fuerza de sus deseos.
Trinity se vio asaltada por emociones completamente nuevas para ella.
Aquel hombre, aquel extraño, aquel enemigo, hacía que se sintiera… diferente.
Breck comenzó a trazar una senda de besos abrasadores a lo largo de su
cuello.
—Breck… —murmuró con una voz desconocida hasta para sí misma.
—¡Dilo otra vez! ¡Di mi nombre! —exclamó él con voz ronca.
—Breck… Breck.
Él la besó en el valle de la garganta y sintió su nombre vibrando en los
labios.
—Breck… Bre…
Los labios de Breck se posaron otra vez en los de Trinity. Ella acarició,
perdida en un mar de emociones, las manos que envolvían su rostro. Y entonces

- 107 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

palpó la cicatriz de Breck, doloroso recuerdo de su traición. Aquél era el


hombre que había asesinado a su madre, el hombre al que había buscado
durante dieciocho largos años.
—No —murmuró, apartando a su amante—. ¡No!
Desconcertado, Breck miró los ojos desafiantes de Trinity. La pasión
bañaba sus cuerpos, su propio nombre flotaba en el aire.
Y, sin embargo…
El odio se deslizó dentro de la habitación. En toda su vida, Breck jamás
había oído sonar tan fuerte el silencio. Ni el odio le había parecido tan doloroso.
—Maldita seas —murmuró, odiando a Trinity tanto como ella le odiaba.
Sencillamente porque, por primera vez, había hecho que sufriera el ser
odiado.
Y sin decir una palabra más, Breck se levantó y cruzó la habitación. Cogió
la cazadora y salió dando un portazo.

- 108 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 14

A la mañana siguiente, cuando oyó pasos en el porche, Trinity, muy a su


pesar, sintió un inmenso alivio.
Corrió a ocuparse del fuego, cambiando de posición sin que fuera
necesario la cafetera que allí había. ¿Qué se dirían? ¿Pretenderían que no había
pasado nada la noche anterior?
Un firme aporreo de la puerta cortó el hilo de sus pensamientos. Se
sobresaltó; Breck no llamaría.
Dancey.
Debía ser Dancey Harlan y sintió una fuerte decepción. Sin embargo, la
ocultó tras una sonrisa artificial antes de abrir la puerta.
—Viene terriblemente tempra…
Trinity enmudeció al ver a un hombre alto y delgado, de ojos astutos,
nariz aguileña y espeso bigote gris.
—Señor Truxtun —dijo sorprendida mientras se ajustaba la bata de seda.
—Señorita Lee.
—¿En qué… en qué puedo ayudarle?
—He venido a ver al señor Brecker.
—Quizás… esté en el cobertizo.
Oliver Truxtun se volvió hacia el pequeño cobertizo y, cuando Trinity
estaba suspirando aliviada, giró súbitamente.
—Oh, señorita Lee, espero que se encuentre mejor.
El condenado detective había elegido el momento preciso para sacar jugo
a la pregunta.
—Mucho mejor, gracias —respondió con dulce sonrisa—. Sobreviviré.
—Eso espero. Una herida de bala mal curada puede jugar malas pasadas.
—Yo… me temo que no le entiendo —replicó Trinity.
—Dígame, señorita Lee, ¿conoce a Beatriz Kroates?
—No.
—Es una sirvienta del Chastain Hotel. Y una mujer con buena memoria.
Por supuesto, con la suficiente para recordar un encargo personal de la famosa
Trinity Lee. ¿La recuerda ya? Creo que le pidió vendas y algodones. Montones
de vendas y algodón —dijo.
—Por supuesto que la recuerdo —afirmó Trinity, sintiendo hielo en las
venas—. Yo… no sabía cómo se llamaba.
—Entonces, ¿le pidió vendas y algodón?
—Sí, pero…

- 109 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Por qué?
—¿Por qué?
—Es mi pregunta, señorita Lee.
Trinity alzó la barbilla en ademán desafiante.
—Y yo no tengo por qué responderle. Sin embargo, lo haré —añadió tras
unos segundos de reflexión—. Las vendas y el algodón se utilizan normalmente
en el mundo teatral para disfrazarse. Estaba preparándome para la función.
El cazador sonrió como si sus garras hubieran contactado con carne tierna.
—Ah, pero, señorita Lee, usted no iba a actuar, solo a una fiesta.
Maldita sea, ¿por qué se había dejado acorralar?
Rompiendo el estruendo que atronaba en su cabeza, sonó la voz serena
inconfundiblemente firme, de Breck.
—Entra a la cabaña, Trinity.
Tanto ella como Truxtun miraron hacia Breck, pero éste solo miró a
Trinity. Ella se sintió instantáneamente protegida, aliviada.
—Ahora —añadió Breck al ver que parecía estar petrificada—. Antes de
que cojas una pulmonía.
Subió los escalones, pasó junto al detective y empujó a Trinity hacia la
puerta. Luego se volvió hacia Truxtun.
—Hablaremos dentro.
—Yo preferiría hablar con usted aquí. Solos.
—Hablaremos dentro. Los tres.
—Como quiera —se vio forzado a decir Truxtun.
—¿Eso es café? —preguntó Breck, cerrando la puerta.
—Sí —replicó Trinity con un nudo en la garganta.
—¿Te importa servirme una taza? ¿Usted quiere?
—No —respondió el detective, que también había rechazado una silla.
—Gracias —dijo Breck cuando Trinity le ofreció la taza utilizando ambas
manos para disimular el temblor.
Breck cogió la taza y las manos de Trinity y, cuando ésta le miró, le dedicó
una tranquila mirada. De mala gana, ella se apartó de Breck y se acercó al fuego
buscando calor, preguntándose lo que sabría en realidad Truxtun y lo que solo
debían ser suposiciones.
—Ahora, vaya al grano —dijo Breck.
—Muy bien. Creo que la señorita Lee es la autora de los robos.
Siguió un silencio ensordecedor. Trinity estaba segura de que los dos
hombres podían oír los latidos de su corazón y miró a Breck, que esbozó una
sonrisa lentamente.
—Trinity, ¿tú has robado mi tren?
Haciendo uso de todas sus dotes de actriz, ella adoptó una expresión
despreocupada y sonrió.
—No. Aunque suena… muy excitante.
Breck sonrió abiertamente, como si admirara a la mujer que tenía ante él.

- 110 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Como si la admirara a todos los niveles que se puede admirar a una mujer.
—Ya ha oído a la señorita Lee.
—Sin duda, no esperara…
—¡Lo que espero es algo mejor a cambio de todo el dinero que estoy
pagando a Pinkerton! —atronó Breck inesperadamente.
Se levantó de la silla y dejó la taza sobre la mesa violentamente. Cuando se
volvió hacia Truxtun, tenía una cara que hubiera asustado al diablo.
—¿Quién diablos es usted, para venir aquí con una acusación tan grave
solo porque la señorita Lee pidió a una sirvienta unas vendas?
—Por supuesto, no me baso solo en eso…
—Entonces, oigamos en qué se basa su acusación.
—La señorita Lee viajaba en el tren cada vez que fue robado…
—Una coincidencia. Podría encontrar media docena de personas que
también lo hicieron.
—…el señor Harlan ha estado comprando vendas y algodón con
regularidad. Y un frasco de morfina.
—Todo ello para el botiquín del ferrocarril.
—Se utilizó algodón para taponar la salida de humo de la estufa.
—Se vende algodón a cualquiera que lo pague.
—…además, las vendas y el algodón probablemente sirvieron para otros
propósitos de camuflaje —añadió Truxtun, dirigiendo la mirada hacia los senos
de Trinity.
Breck se puso tenso, como si estuviera resentido por el pequeño
atrevimiento del detective con Trinity. Truxtun advirtió su ventaja.
—Desde el principio buscábamos a alguien pequeño, alguien que pudiera
ponerse esto —prosiguió, sacando un guante del bolsillo de su gabardina—.
También sospechábamos que una sola persona intentaba hacernos creer que se
trataba de una banda organizada. La señorita Lee sin lugar a dudas cuenta con
experiencia para disfrazarse —añadió, sacando esta vez del bolsillo dos
carteles—. Con un poco de imaginación, estos dibujos recuerdan
significativamente sus facciones.
Dejó los carteles sobre el guante. El miedo, frío como una tormenta
invernal, hizo estremecerse a Trinity.
—Ese guante serviría a la mitad de las mujeres de Virginia City —afirmó
Breck sin perder la calma—. Incluso a parte de los hombres. Y sin duda no
estará insinuando que la señorita Lee es la única persona con dotes para
disfrazarse. En cuanto a los carteles, esas caras podrían parecerse a cualquiera,
dependiendo puramente de la opinión del observador.
—¿Cómo explica que el revólver estuviera descargado?
—No puedo explicarlo. Y usted, tampoco.
Una vez más los dos hombres entablaron una batalla de miradas.
—Créame, Truxtun, si la señorita Lee hubiera recibido un disparo, yo lo
sabría —dijo Breck poniendo fin al combate.

- 111 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Trinity comprendió perfectamente las implicaciones de las palabras de


Breck. También sabía que su propio aspecto y el de la habitación aprobaban la
insinuación de que eran amantes.
Diciéndose que era un papel, un papel que debía interpretar, pegó la
cadera a la de Breck y deslizó el brazo alrededor de su cintura. Y, aunque no
estaba en el guión, disfrutó al sentir la leve contracción de sus músculos
provocada por el contacto.
—Por tanto, así están las cosas —afirmó Truxtun con expresión
conocedora—. Por supuesto, sabrá que no es necesario que usted presente
cargos. Con tantas pruebas, yo mismo puedo hacer que arresten a la señorita
Lee.
—Adelante —desafió Breck—. Todas esas pruebas no parecerán más
convincentes cuando se sepa que ni siquiera ha podido convencer al hombre
que desea más que nadie atrapar al autor de los robos.
Mirando a Truxtun, Trinity no se sintió segura de que Breck deseara más
que él detener al ladrón. No, aquel hombre quería sangre… su sangre.
Truxtun, negándose a rendirse tan fácilmente, lanzó un último ataque.
—Es comprensible que… una aventura de tan brillantes proporciones —
dijo, mirando de soslayo a Trinity—, pueda cegar a cualquiera. Sin embargo,
siempre quedarán otras personas con la vista menos nublada.
—Lo que verán otras personas, Truxtun, es que una aventura es una cosa
y un matrimonio otra. ¿No le he dicho que la señorita Lee y yo vamos a
casarnos? —afirmó Breck, mirando a la mujer que tenía entre sus brazos—.
¿Crees que deberíamos invitarle a la boda?
Los labios de Breck, labios que tan apasionadamente la habían besado, que
tan apasionadamente la habían maldecido, se curvaron en una sonrisa burlona.
Al oír la palabra «matrimonio», Trinity se puso tensa y se apresuró a recordarse
que solo se trataba de un juego. Y respondió con la sonrisa que había
enloquecido a más de un hombre, angelical y perversa a la vez.
—Decídelo tú, cariño.
Un rayo de emoción centelleó en los ojos azules de Breck por un instante.
—¿Qué creíble sería que me casara con la mujer que ha estado a punto de
arruinarme?
Si podía decirse que Truxtun poseía una personalidad depredadora,
también podía decirse que era suficientemente inteligente como para saber
cuando había escapado su presa. Así las cosas, dejó escapar un suspiro de
resignación.
—Entonces, supongo que solo me queda felicitarles —dijo, mirando con
expresión resentida a Breck—. Señorita Lee.
Asaltada por una oleada de alivio, a Trinity apenas la sostenían las piernas
cuando Breck se apartó de ella para observar la marcha de Truxtun por la
ventana. Se apoyó en la repisa de la chimenea, cerró los ojos y respiró
profundamente, pero era incapaz de olvidar un hecho. Un hecho que le daba

- 112 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

terror.
—Sabe que he sido yo —dijo a Breck—. Oh, Dios, sabe que he sido yo.
¿Qué voy a hacer?
Sabía que era absurdo, pero cogió los carteles y los arrojó al fuego. Luego
cogió el guante.
—No hará nada. No puede —afirmó Breck y le quitó el guante de las
manos—. Si piensas que quemando esto cambiarás las cosas…
—¡Lo sé! ¡Lo sé! Sencillamente, así me siento mejor, ¿vale?
—No, no vale. Es una estupidez.
Los dos intercambiaron miradas fulminantes. Sin embargo, Trinity
anhelaba desesperadamente al hombre fuerte y tierno que tan fielmente la había
defendido. Y Breck anhelaba apartar de su mente el recuerdo de los besos más
dulces que la miel de aquella mujer. Ambos desviaron la mirada, Trinity hacia
el fuego, Breck hacía la cazadora que había arrojado al borde de la cama.
Cogiéndola, se guardó el guante en un bolsillo y se dirigió hacia la puerta.
—Voy a encargar a Dancey que traiga un sacerdote.
—¿Cómo? —preguntó Trinity volviéndose bruscamente hacia él.
—Voy a encargar a Dancey que traiga un sacerdote. A menos que
conozcas otra manera de casarnos.
—¿Casarnos?
—Sí. Ya sabes, sí, quiero, hasta que la muerte nos separe y todo eso.
—Tú… no estarás hablando en serio —tartamudeó ella; pero vio los ojos
de Breck—. Dios mío, estás hablando en serio.
—Dejemos clara una cosa, Trinity. Casarte conmigo es lo único que puede
librarte de la cárcel, quizás de la horca.
—No es verdad. Truxtun se olvidará de este asunto cuando pase algún
tiempo —afirmó, aunque no estaba segura de que el testarudo detective fuera
hombre que olvidara fácilmente—. Solo tenemos que simular… simular ser
amantes una temporada.
—Te equivocas. Aunque Truxtun olvidase, cosa que dudo, yo no olvido.
—¿Qué quieres decir?
—Quiere decir, mi querida estrella oriental, que te casas conmigo, o yo
mismo te entregaré a Truxtun.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Trinity desesperada, sin comprender
las intenciones de Breck.
—Para que puedas interpretar el papel de viuda afligida cuando me mates
—replicó él con sonrisa sardónica.
—¿Por qué?
—Digamos que así podré vigilarte mejor —replicó Breck, girando sobre
sus talones y abriendo la puerta.
—No me casaré contigo —afirmó Trinity—. Sea cual sea el precio, no me
casaré contigo.
—Este fin de semana. Y no te confundas. Será un matrimonio en todos los

- 113 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

sentidos de la palabra.
—¡No habrá matrimonio en ningún sentido de la palabra! Antes me
pudriré en la cárcel. Antes me abrasaré en el infierno. ¿Me oyes, Madison
Brecker? ¡No habrá matrimonio!

—Nos hemos reunido aquí hoy, ante Dios y ante los hombres, para unir a
este hombre y esta mujer…
El recitado nasal desquició los nervios de Trinity. Segundos antes, el
religioso se había aclarado la garganta para atraer la atención de Breck, Dancey
y ella misma, los únicos asistentes a la boda.
Había sabido desde el principio que se casaría con Breck y sus motivos
eran obvios: no quería ir a la cárcel. Y, de haber albergado alguna duda, el
recuerdo del guante que había salvado Breck de las llamas la habría eliminado.
Era el as que Breck guardaba en la manga, la evidencia de que había robado el
tren. ¿Cómo había permitido que se quedara con el guante? ¿Cómo había sido
tan estúpida?
—Madison Brecker, ¿acepta a esta mujer por esposa…?
Trinity fue incapaz de resistir el impulso de mirar a Breck que la miraba a
su vez con expresión inescrutable. Era la primera vez que se miraban de verdad
desde su enfrentamiento del lunes. Se habían evitado a lo largo de toda la
semana. Breck prácticamente había hecho del cobertizo un hogar, y solo
visitaba la cabaña a la hora de las comidas, que cada vez eran más cortas, tensas
y silenciosas.
Aquella tarde de un viernes frío y gris, Breck había entrado a coger una
muda para volver a salir disparado. A las tres, cuando había llegado el
sacerdote, Breck había aparecido luciendo una camisa blanca y unos pantalones
marrones sensualmente ajustados. No le había dicho nada a Trinity. Ni siquiera
la había mirado hasta aquel momento. ¿Era posible que, incluso en aquellas
circunstancias, le hubiera echado de menos?
—Sí —afirmó Breck.
Trinity desvió la mirada, alarmada por la intensidad de sus emociones.
—Trinity Lee, ¿acepta a este hombre…
Ella concentró la atención en la falda de su vestido. Le había pedido a
Dancey que le llevara el más discreto de los vestidos que tenía en el hotel. Era
una prenda de corte sencillo, con el cuello alto y volantes en los bordes, de color
champán. No era exactamente lo que había imaginado como traje de novia.
Trinity siempre había pensado en un traje de raso y encaje, más hermoso que
cualquier otro creado hasta entonces.
—¿Señorita Lee?
Sobresaltada, alzó la cabeza. El sacerdote estaba mirándola como si
esperase algo.
—¿Acepta al señor Brecker como esposo?

- 114 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

A Trinity le latía con fuerza el corazón. Era la ocasión de echarse atrás, se


dijo desviando la vista involuntariamente hacia Breck.
—Eh… sí —consiguió articular con labios temblorosos.
Tras la prolongada vacilación de Trinity, el rostro del sacerdote se
iluminó.
—Bien. Ahora, el anillo —dijo, esbozando una sonrisa.
¿Anillo?
No habría ninguno, pensó Trinity. Un anillo significa amor, promesa
eterna. Un anillo…
Breck sacó un fino anillo de oro del bolsillo de los pantalones y tomó la
mano de una Trinity perpleja. Deslizó el anillo en el dedo… y se ajustó a la
perfección.
—Por el poder que se me ha conferido, yo os declaro marido y mujer. Lo
que Dios ha unido, que no lo separe ningún hombre. Puede besar a su esposa —
dijo el reverendo, orgulloso de haber unido a una pareja más.
Trinity, con el corazón palpitante, se puso rígida para recibir el beso.
¿Sería dulce, posesivo? ¿O un castigo por los pecados que solo ellos conocían?
Pasaron los segundos y Breck no se movió; la tensión invadió la cabaña.
Trinity oyó que el religioso se aclaraba la garganta. Bruscamente, Breck soltó su
mano y dio un paso atrás sin besarla.
—Bueno, yo diría que tienen todo el tiempo del mundo para eso —afirmó
el religioso con excesiva alegría—. Todo el tiempo del mundo, sin duda.
Breck se distrajo pagando al religioso, generosamente, como Trinity no
dejó de advertir. Ella se sentía humillada e inquieta. Y ninguna de estas
sensaciones tenía sentido.
—Señor Brecker —se despidió el religioso, dirigiéndose hacia la puerta.
—Enhorabuena —dijo Dancey, besando a la novia en la mejilla.
—Gracias —murmuró Trinity.
—Tiene corazón, señora —dijo el revisor en la puerta, tras unos segundos
de vacilación—. Aunque enterrado profundamente.
Y se marchó antes de que Trinity pudiera replicar. Desde la ventana, vio a
Dancey seguido por el sacerdote. Breck observó la partida de los dos hombres y
luego se dirigió hacia el corral sin mirar hacia la cabaña… ni hacia la mujer
asomada a la ventana.
Trinity le vio desaparecer. Breck. Su marido. De repente cayó sobre ella el
peso del reciente acontecimiento.
¿Qué había hecho?
Lo que debía, se respondió sin vacilar. Sin embargo, no podía apartar de sí
sombrías sensaciones que amenazaban ahogarla.
Era la mujer de Madison Brecker. La mujer del asesino de su madre. La
mujer de un hombre que temía. Y, lo peor, la mujer de un hombre que la hacía
temerse a sí misma.
En cuclillas, Breck contempló el fuego que había encendido junto al

- 115 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

cobertizo, sostenía en la mano el guante. Sabía lo que pensaba Trinity: que se


había quedado con el guante para obligarla a satisfacer sus deseos. Lo que ella
no sabía es que se había valido del guante para comprar el anillo del tamaño
adecuado.
A Trinity le había sorprendido. ¿Pero le había complacido el detalle?
Irritado consigo mismo por estar preocupado por eso, tiró el guante al fuego.
¿Por qué?
¿Por qué se había casado con ella? Para protegerla. Por su amistad con Su-
Ling, con Jedediah. Sí, sí… pero había algo más. Algo que por alguna razón se
negaba a aceptar.
Había dicho a Trinity que era una estupidez quemar el guante. Y era una
estupidez. Sin embargo, sentía esa irresistible urgencia de destruir la prueba, de
protegerla.
Breck contempló las colinas con sombreros de nieve, silenciosas. ¿Cuántas
veces había ido allí en busca de soledad? Y respondió a la pregunta con otra.
¿Por qué se había casado con ella?
Y oyó la respuesta en el silencio de las montañas. Porque, por una vez en
su vida, el silencio no le resultaba deseable. Por una vez en su vida, deseaba
desesperadamente no estar solo.

- 116 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 15

—¿Quieres otro pastel de maíz? —preguntó Trinity durante la cena.


Era la primera vez que comían en la mesa, y Trinity quería convencerse de
que el gesto no era una concesión a la domesticidad; preparar la cena y poner la
mesa le había servido para descargar la tensión de las horas posteriores a la
boda. Y su ansiedad hacía que hablara por los codos, algo extraño en ella.
—Hay un montón de pasteles. Me he puesto a hacerlos y, bueno, cuando
me he querido dar cuenta, tenía suficientes para invitar a toda Virginia City —
dijo, esbozando una sonrisa—. Al menos me he acordado de poner bicarbonato.
¿Te parece que he puesto demasiado?
—Están buenos —afirmó Breck con voz tranquila y, para demostrar su
afirmación, extendió la mano hacia la fuente de pasteles.
Cuando lo hizo, Trinity, y la fuente acabaron por los suelos.
—¡Demonios! ¿Quieres dejar de comportarte como si fuera a tirarte al
suelo y hacerte mía aquí mismo?
—¡Ojalá lo hicieras! ¡Ojalá acabaras de una vez con ese asunto!
—¿Te refieres al ejercicio de mis derechos conyugales? —preguntó Breck,
arrodillándose junto a Trinity para ayudarla a recoger los pasteles.
—Creo que ésa era la amenaza —replicó ella.
—Ah, estrella —dijo él con tono súbitamente amable—, eso no era una
amenaza, sino una promesa. Y te prometo otra cosa. Cuando hagamos el amor,
vas a desearlo tanto como yo.
—Nun… nunca —afirmó Trinity, aferrándose a la fuente como si fuera un
salvavidas.
—Nunca, mi estrella oriental —replicó Breck, haciendo que levantara la
barbilla y le mirara a los ojos—, es mucho, mucho tiempo.
Las últimas palabras de Breck fueron un mero susurro, un susurro
prometedor.

Trinity hizo todo lo que estuvo en su mano para retrasar la hora de


acostarse. Perdió el tiempo en la cuba de agua caliente que Breck había
preparado para ella. Aquella vez, Breck no se molestó en colgar la sábana.
Luego, junto al fuego, se cepilló el pelo con extremada lentitud y, cuando cogió
una cinta amarilla para coger los mechones rebeldes, Breck rompió el largo
silencio.
—No, déjatelo suelto —dijo con indiferencia, secándose el pecho con la

- 117 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

misma toalla que había usado Trinity.


Ella vaciló, mirando de soslayo los pantalones ceñidos y las gotas
cristalinas que brillaban sobre la alfombra de vello dorado que cubría su pecho.
Comenzó a respirar con dificultad, como le había sucedido al verle bañándose
despreocupadamente en el agua fría que ella había dejado.
Desafiándole, Trinity deslizó la cinta bajo el pelo y la anudó.
—Te la quitaré —afirmó Breck con tono reposado.
—Tendrás que tomarte la molestia.
Con la dignidad de una aristócrata yendo a la guillotina, Trinity se ciñó la
bata amarilla y se encaminó hacia la cama.
Irritado por sus pretensiones de mártir, Breck sintió ganas de protestar
pero se contuvo. Suavizó la luz de la lámpara y abrió la cama.
Trinity pestañeó al oír el pantalón que caía al suelo. Cuando Breck se
tumbó en la cama, su corazón dejó de latir por un momento. Curiosamente,
comenzó a sentir un calor que brotaba en lugares profundos y secretos de su
interior.
¿Le haría daño? ¿Advertiría que era virgen? ¿Crecería un hijo de la semilla
que plantara en ella? Un hijo. Sería hermoso, pero nacido del odio, de lascivia,
de votos sacrílegos.
Breck estaba inmóvil, pensado en el aroma de lavanda que despertaba sus
sentidos, en la espalda desnuda de Trinity cuando se estaba bañando, en su
pelo que caía como una lluvia negra cuando lo cepillaba ante el fuego. Dios,
hubiera deseado acariciarla. Que ella le acariciara los labios, el pecho, el vientre,
la dureza de su…
—Ven aquí, estrella —dijo con tono autoritario y, para oídos más atentos
que los de Trinity, algo nervioso.
Ella volvió la cabeza y, en el silencio, sus miradas se encontraron.
—No. No me tendrás por las buenas.
—Quieres que te fuerce, ¿verdad?
—Eso es absurdo. ¿Por qué iba a que…?
—Porque así te quedarías con la conciencia tranquila.
—¡Mentira!
Trinity hizo ademán de levantarse de la cama porque, cuando Breck
estaba tan cerca, no estaba segura de que no tuviera razón.
Como un tigre, él se abalanzó sobre Trinity y la clavó al colchón con el
peso de su cuerpo. Le agarró las muñecas con la mano izquierda,
inmovilizándolas por encima de su cabeza. Con cuidado de no rozar sus
heridas, todavía cubiertas por pequeños vendajes, deslizó una pierna sobre su
cuerpo.
—¿Quieres que te fuerce, estrella? Pues eso tendrás.
—¡Eres un desgraciado! —siseó Trinity, revolviéndose inútilmente—. ¡No
te deseo! ¡Nunca te he…!
Los labios impacientes de Breck acallaron sus protestas. Y el beso

- 118 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

constituyó la expresión carnal de su ira. Sin embargo, Breck no estaba seguro de


si dirigía su cólera hacia Trinity o hacia sí mismo. Las suaves curvas que se
revolvían bajo su cuerpo, los labios que se resistían a sus besos, estaban
llevando fuego a sus venas, inflamando su deseo de poseerla a toda costa.
Trinity intentó apartar la cabeza, pero Breck asió sus mejillas con la mano
libre, manteniendo sus labios inmóviles bajo los suyos.
—¡No! —escupió Trinity, momento que aprovechó Breck para deslizar la
lengua entre sus labios.
A su pesar, sintió un calor sofocante en su interior, gimió y, sin poder
evitarlo, abrió los labios a los besos de Breck como una flor se abre a la más
dulce de las lluvias primaverales.
Él sentía el puñal ardiente del deseo que penetraba en sus sentidos, que
excitaba su sexo hasta dejarlo duro y grueso y palpitando con un dolor
exquisito. Guiado por fuerzas incontenibles, suavizó el beso y, donde había
asaltado brutalmente, rozó como el vuelo de una mariposa. Apartó la mano de
las mejillas de Trinity para desatar la cinta; luego hundió los dedos entre la
masa sedosa de su pelo suelto.
El beso de Breck provocó un fuego en los labios de Trinity que se extendió
por todo su cuerpo, concentrándose en el valle oculto entre sus muslos. Se
sentía caliente y pesada, deseosa de algo que no podía definir.
¡No!, pensó llena de desesperación. Por todos los cielos, ¿por qué la besaba
con tanta ternura? Un asesino no debería besar de esa manera. Un asesino no…
Trinity gimió cuando Breck dejó de besarla en la boca y comenzó a
deslizar los labios por su cuello. Luego abrió la bata y, a la vez que palpaba uno
de sus senos, mordisqueó el pezón con suavidad, lamiéndolo, provocando una
explosión de sensaciones completamente desconocidas para Trinity hasta ese
momento.
Trinity jadeó. Las sensaciones eran tan dolorosamente dulces, tan
dulcemente dolorosas, que se sintió obligada a ofrecer resistencia. Por tanto,
intentó liberar las manos de su cálida prisión. Breck se limitó a aferrarlas con
más fuerza… y continuó chupando el pezón.
—No… no… —protestó, sin saber muy bien si suplicaba que Breck se
detuviera o lo contrario.
Él deslizó una pierna entre las suyas, separándolas.
—¡No! —gritó Trinity, consciente de lo que se avecinaba cuando Breck
comenzó a acariciarla entre los muslos.
—¡Sí! Sabes que tú también me deseas, estrella —murmuró él con voz
jadeante.
—Eres una bestia.
—En el fondo, me deseas.
—Eres vulgar —sollozó, arqueándose involuntariamente hacia la mano de
Breck.
—¡Y tú estás tan húmeda que podría ahogarme en ti! —murmuró él,

- 119 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

deslizando los dedos entre los pliegues de sus pétalos ardientes.


Mientras hablaba, con la yema del índice llevó la humedad sobre el punto
diminuto, casi oculto, donde se concentraban sus deseos.
Nada en su vida había preparado a Trinity para ese momento, para la
increíble sensación que la invadió. Lanzó un ronco gemido de placer.
Breck continuó acariciándola hasta que dejó de revolverse, y quedó
sollozante bajo su cuerpo, mirándole. Y entonces supo que podía poseerla… sin
recurrir a la fuerza. Solo tenía que deslizarse sobre ella y penetrarla. La
naturaleza se encargaría del resto.
Por desgracia, también se dio cuenta de otra cosa.
Ya no le bastaba poseerla. Deseaba que ella se entregara libremente. En
toda su vida, nadie había sido suyo. Nadie le había pertenecido y él no había
pertenecido a nadie. Había sido rechazado por su madre, ignorado por su padre
y marginado por la sociedad. Quería ser deseado. Por aquélla mujer. Nadie más
le importaba. Solo aquella mujer.
Lentamente, soltó las manos de Trinity, se apartó de ella. Desconcertada,
ella buscó una respuesta en sus ojos.
—Ven aquí, Trinity —dijo, como había hecho anteriormente, pero esta vez
en sus ojos brillaba una necesidad que no acababa de entender, una necesidad
que asolaba todo su cuerpo.
Ella también se sentía perdida en un mar de sensaciones. Desconcertada
por los temblores de insatisfacción que la asaltaban en oleadas implacables. Y
también sentía vergüenza. Vergüenza por haberse dejado seducir tan
fácilmente. Vergüenza por haber olvidado por completo que estaba con el
asesino de su madre.
¿No era eso lo que había planeado Breck desde el principio, llevarla tan
lejos para hacer que traicionara sus principios? Su crueldad le desgarró el
corazón.
—Te odio —susurró, con los ojos empañados de lágrimas.
Breck sabía lo que pensaba, lo que cualquiera hubiera pensado en aquellas
circunstancias. Sin embargo, no podía explicarle que estaba equivocada, porque
sería una forma de revelar su vulnerabilidad. Y no debía mostrarse vulnerable.
—Lo sé, estrella. Lo sé —respondió con voz cansada, y se tendió boca
arriba, con el corazón dolorido.
Trinity se puso de costado y se hizo un ovillo, pensando que quizás de
este modo conseguiría aliviar el dolor que sentía en el vientre. Nada, lo sabía,
podría aliviar su vergüenza.

Resultó evidente a los cinco minutos de despertarse a la mañana siguiente,


que la pasión insatisfecha había tomado el cauce de la rabia. Y así continuó la
situación durante una semana infernal. En las horas del día, se gritaban e
insultaban. En la noche, permanecían tendidos en silencio uno junto a otro,

- 120 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

incapaces de conciliar el sueño.


—¿Por qué estás cortando toda esa madera? Ya hay suficiente para tres o
cuatro inviernos —observó secamente Trinity una mañana.
—Me gusta cortar madera —replicó Breck.
Luego descargó el montón de leña que llevaba en la cabaña. El ejercicio
continuaba siendo su método para aliviar la tensión agonizante que le asolaba
día y noche. Pues no podía dejar de desear a aquella condenada mujer.
—Muy bien —replicó Trinity a su vez, pensando que el viento había
alborotado el pelo de Breck de un modo muy provocativo.
—Me alegra que apruebes mi conducta —afirmó Breck, preguntándose
por qué demonios no se recogía el pelo.
—Por mí, como si dejas pelada la colina. Lo cual, podría añadir, casi has
conseguido ya —dijo Trinity exagerando sin el menor pudor.
Dos días después, seguían empeñados en su guerra sentimental.
—Creía que teníamos huevos —dijo Breck, con la esperanza de aliviar la
pasión con comida.
—Eh… sí que teníamos —respondió Trinity con aire inocente.
—¿Y bien?
—Bueno… se han roto.
—¿Se han roto? ¿Qué quieres decir con eso?
—¡De acuerdo, los he roto!
—¿Y cómo has roto una docena de huevos?
—Sólo había diez.
—Ah, vaya, perdona. Eso es diferente.
Breck se llevó las manos a las caderas. Esbeltas caderas, reflexionó Trinity.
Duras…
Alzó la mirada con expresión de culpabilidad.
—¿Qué?
—¿Cómo has roto diez huevos?
«Mirando cómo se curvaban los músculos de tu espalda cuando estabas
cortando madera».
—La cesta… se me ha caído de las manos.
—¡Vaya, fantástico! —gruñó Breck, deseando que no llevara aquel
recatado vestido de cuello alto que se había puesto el día de la boda.
—¿Por qué no me llevas afuera y me fusilas? —preguntó Trinity con
sonrisa sarcástica, en su mente revoloteaban eróticas imágenes de aquellos
labios sobre sus senos.
—¡En realidad, me conformaría con retorcerte el pescuezo! —exclamó
Breck, y salió de la cabaña dando un portazo.
Al día siguiente, un trece de noviembre, recibieron la visita inesperada de
Neil y Ellie Oates. Aunque Breck siempre insistía en que descansara, ella se
había levantado de la cama para lavar alguna ropa, unos minutos antes de la
llegada de sus amigos. Como no sabía cuál habría sido la reacción de Ellie

- 121 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

después de no haber sido invitada a la boda, esperó a que su amiga hiciera el


comentario inicial.
Después de un efusivo abrazo, Ellie comenzó a parlotear como de
costumbre.
—No me ha sorprendido lo más mínimo. Lo veía venir. ¿No te había dicho
que lo veía venir? —preguntó a su marido, sin darle tiempo a replicar—. Y
casada de esta forma, por las buenas, sin invitados ni fiestas… es muy
romántico.
Trinity podría haber señalado que, más que romántico, era un chantaje,
pero se contuvo. Ellie besó a Breck y Neil a la novia y se produjeron las
inevitables sonrisas. Incluso Breck sonrió. El buen humor, sin embargo, duró
poco. Trinity no tenía la menor idea de a qué se debió el brusco cambio de
Breck. Solo sabía que algo sucedió cuando sirvió el café.
En el instante que se marcharon sus invitados, Trinity le atacó.
—¿Se puede saber qué te pasa? Has sido muy poco amable con nuestros
invitados —le recriminó.
—Considerando mi estado de ánimo, señora Brecker, has tenido suerte de
que no perdiera los estribos.
—¿Y a qué debo el honor de tu hosquedad?
A modo de explicación, Breck cogió la mano izquierda de Trinity con
rudeza y se la plantó ante los ojos.
—¿Dónde está tú anillo, querida esposa?
¿Anillo? Por un momento, Trinity no pudo recordar dónde estaba, pero
enseguida le vino a la memoria lo sucedido. Se lo había quitado para lavar la
ropa, por miedo a los efectos de la lejía.
—¿Acaso te avergüenzas de ser mi esposa? —preguntó con tono herido,
dejando sin hablar a Trinity—. Bueno, pues te guste o no, lo eres.
—Breck…
—Póntelo. Y no vuelvas a quitártelo.
Las palabras de Breck seguían resonando en los oídos de Trinity aquella
noche cuando, cansada de la bata amarilla, se puso un vestido blanco de linón.
Tenía mangas holgadas con profusión de volantes y un ejército de diminutos
botones de perla en el corpiño adornado con bordados. El tejido era
deliciosamente suave, un notable contraste con los ásperos sentimientos que
asolaban su interior.
Breck suponía que estaba avergonzada de ser su mujer. ¿Y lo estaba?
Quizá debería sentirse avergonzada de ser la mujer de un asesino, pero no
sentía ninguna vergüenza de ser la esposa de Madison Brecker. De alguna
manera, el asesino y el hombre se habían convertido en dos entidades diferentes
para ella. ¿Cómo podía haber respondido sin el menor pudor a las caricias de
Breck? ¿Cómo se había dejado seducir hasta olvidar por completo sus
propósitos de venganza? ¿Cómo había podido olvidar a su dulce madre?
El nuevo asalto de los remordimientos sonrojó a Trinity. No podía olvidar.

- 122 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Debía poner fin a la farsa, por su madre y por ella misma. Aquella misma noche
podía coger el cuchillo y clavárselo en su negro corazón.
Corazón. A Breck se le detuvo un momento cuando vio a Trinity, luciendo
un vestido discreto pero que insinuaba las curvas de su cuerpo de forma
tentadora. Le asustaba el poder que poseía aquella mujer sobre él. Necesitaba
ser necesitado por ella, deseado, porque, por todos los cielos, él la necesitaba y
la deseaba.
Sus miradas se encontraron, ambas inescrutables, ambas escrutadoras.
Lentamente, Breck cruzó la habitación, apoyó la bota en el borde de la silla
y cogió el cuchillo, dejándolo sobre la mesilla de noche, junto a la lámpara.
Trinity miró el arma y volvió a mirar a Breck, cuyos ojos se
ensombrecieron durante una fracción de segundo.
Breck se quitó la camisa y la camiseta bajo la atenta mirada de Trinity.
Tenía el pecho cubierto por una densa alfombra de vello dorado, vello que
había deseado acariciar tantas noches, vello en el que deseaba enredar los dedos
en aquel mismo momento. La ansiedad le produjo un hormigueo en el cuerpo.
—¿Qué será, estrella, pasión o venganza? —murmuró Breck.
Que percibiera con tanta claridad su dilema la irritaba. Que existiera el
dilema la avergonzaba. Y ambas emociones la empujaron a la acción. Cogió el
cuchillo pero Breck más rápido que un rayo, la agarró la muñeca, haciendo que
se revolviera de dolor.
—Nos veremos en el infierno antes de que sea pasión —afirmó Trinity,
con el rostro descompuesto.
—Ya estamos en el infierno, estrella —replicó Breck, apretando la muñeca
de Trinity hasta que el cuchillo cayó al suelo.
Con la fuerza que le quedaba, ella se libró de la mano de Breck, giró sobre
los talones y corrió hacia la puerta. Solo tenía una meta: escapar.
Breck, con una calma escalofriante, se agachó y cogió el cuchillo. Lo lanzó
con puntería de experto…

- 123 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 16

El cuchillo clavó la manga izquierda del vestido a la puerta, atrapando a


Trinity como a una mariposa. Ella gritó, cuando giró la cabeza; Breck, desnudo
de cintura para arriba, avanzaba con los ojos encendidos de rabia. Trinity
intentó en vano hacerse con el cuchillo.
Breck arrancó el cuchillo de la madera y acorraló a Trinity contra la
puerta. Sosteniéndolo con la mano izquierda cerca de la sien de Trinity, curvó
los dedos de la derecha sobre la garganta, presionando hasta que ambos
pudieron sentir su pulso palpitante.
—Vamos, mátame —susurró Trinity, mirándole con expresión desafiante.
Y percibió que el sexo de Breck se endurecía contra el suyo, tierno de
mujer. Y de repente su vestido y el pantalón de Breck parecieron finos como el
papel. De repente el pecho de Breck pareció más desnudo. De repente…
De la garganta de Breck brotó un gemido desgarrado cuando besó los
labios de Trinity. Sus lenguas se enredaron y ambos se estremecieron de deseo.
Trinity sintió que había esperado toda su vida, rezado toda su vida, solo por un
aquel beso.
—Breck… —susurró.
Y él respondió besándola más apasionadamente, sintiendo fuego en las
venas al percibir la excitación de Trinity. Dejó caer una lluvia de besos
encendidos a lo largo de su cuello.
Con dedos temblorosos intentó desabrochar los pequeños botones, pero
fracasó y, lanzando un rugido de impaciencia, cogió el cuchillo y abrió el
vestido con un movimiento rápido. El suave tejido cayó, dejando al descubierto
los senos prietos, de pezones oscuros, y Breck capturó con los labios el que tenía
más cerca de éstos.
Trinity gimió, arqueándose hacia él, extendiendo las manos sobre su
pecho, enredando los dedos con el vello sedoso y rizado.
—¡Te deseo! —jadeó Breck, buscando sus labios de nuevo.
Y Trinity suspiró y él, clavando el cuchillo en la puerta una vez más, la
cogió en brazos y cruzó la habitación. La dejó con infinita delicadeza sobre la
cama y luego se inclinó sobre ella para besarla por un momento antes de
volverse a incorporar.
—¡No! —protestó Trinity, extendiendo la mano para cogerle del brazo,
como si aquella separación fuera la gran tragedia de su vida.
Breck, al que Trinity le suplicaba que se quedara, sintió una emoción
embriagadora que le consumía.

- 124 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Primero tengo que quitarme los pantalones —dijo con una tierna sonrisa
en los labios—. A menos que conozcas otra manera.
Trinity se sonrojó y le soltó el brazo. Pronto se daría cuenta de que no
sabía nada de nada acerca de ninguna manera. Quizás se hubiera amparado en
su inocencia de no quitarse Breck los pantalones en ese momento. Su virilidad,
firme y erguida orgullosamente sobre una mata de vello dorado, hizo que
perdiera la cabeza, y entonces procuró aferrarse al fundamento sobre el que
había basado toda su vida: sus sueños de venganza.
Cuando Breck se tendió sobre la cama, le miró con ojos empañados de
pasión.
—Esto no cambia nada. Todavía te odio.
—Lo sé, estrella.
—Te mataré.
—Ya estás matándome —susurró él—. De deseo.
El cielo no podía ser más dulce que los labios que cayeron sobre los suyos.
Ni podía el infierno contener más llamas que su beso, pensó Trinity.
Breck gimió, guiando la mano de Trinity hacia su vientre, hacia el centro
de sus deseos.
Trinity nunca había tocado a un hombre de esa manera, aunque a menudo
se había hecho preguntas sobre tal intimidad en la profundidad de la noche.
Incluso se había imaginado en aquella situación. Sin embargo, jamás se habría
imaginado aquella exquisita suavidad, aquella excitación plena… ni aquella
magnitud tan grande. Acarició la columna rígida, fascinada, anhelando la
plenitud que intuitivamente sabía ofrecida por ella.
Con la paciencia al límite, Breck rugió y, desnudándola por completo, se
deslizó sobre ella. No podía esperar un segundo más y penetró en su cuerpo
cálido y húmedo… pero tuvo que frenar en seco ante un inesperado muro de
resistencia.
—No —murmuró Trinity, embriagada de pasión—. No te pares.
Suavemente, pero con firmeza, Breck entró en ella y luego permaneció
inmóvil para que el tenso cuerpo de virgen se habituara a su presencia. Trinity
dejaba escapar débiles sollozos que a Breck le enloquecían de placer.
Se movía rítmicamente, y ella se arqueaba al mismo compás para recibirle.
Nunca habría podido imaginar Trinity nada tan espléndido, tan maravilloso,
tan… perfecto. Nunca había sentido Breck tanta pasión, tantas ansias de poseer,
tanto… placer sin límites. Y así estaban sintiendo cuando llegó el final, primero
para Trinity, que ahogada en un mar de sensaciones y luces cegadoras lanzó un
grito desgarrado en la cabaña silenciosa. Y segundos después para Breck que
vació en ella toda su pasión. Aunque sabía que acababan de unir algo más que
sus cuerpos.

Trinity estaba llorando.

- 125 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Breck, poco familiarizado con el llanto, la estrechó entre sus brazos


procurando entender la causa de las lágrimas. Probablemente, era doble. Por un
lado, era una experiencia absolutamente nueva para ella… ¡Cielos, se había
derretido entre sus brazos!
La confusión producida por estos pensamientos le recordó la segunda
razón por la que estaba llorando: ella también estaba confundida. Él estaba
asombrado por lo que acababan de compartir, mucho más que la simple unión
de dos cuerpos. ¿Cómo estaría ella, teniendo en cuenta el odio que
evidentemente sentía hacia él?
Aquella idea fue como una dolorosa puñalada en el corazón y, por un
momento, solo por un momento, consideró la posibilidad de contarle la verdad.
Y no supo muy bien lo que le frenó. ¿Pensar en Su-Ling, en Jedediah? ¿O
sencillamente el temer que no le creyese, y a que esta falta de confianza le
hundiera más que su odio ciego?
Breck la besó en los labios con dulzura, lentamente, saboreando la
humedad salada de sus lágrimas, su sabor de mujer, y pensó que podría vivir
solo de besos como ése eternamente.
Trinity, recibió de buena gana el beso, deseando dejar de llorar, deseando
comprender por qué estaba llorando, pero solo sabía que se sentía bien, muy
bien. Y que lo que acababan de compartir también había hecho que se sintiera
bien… bien y confundida como nunca en su vida.
—¿Te he hecho daño? —preguntó Breck.
—No —respondió Trinity, mirándole con ojos brillantes de lágrimas.
—¿Aquí? —insistió él, llevando la mano sobre la mata densa de vello
negro, y frunció el ceño cuando Trinity se apartó instintivamente—. Te he
hecho daño, ¿verdad?
—No —se apresuró a negar ella.
—Entonces…
—Ha sido una sensación extraña.
—Pronto dejará de serlo —afirmó Breck, incapaz de apartar los labios de
los de Trinity, pensando que estaba volviéndose adicto a besar.
—Así no vas a conseguir que deje de serlo —murmuró, sintió la sonrisa de
Breck sobre los labios.
Y sentir su poco frecuente sonrisa resultó muchísimo más conmovedor
que verla, y respondió sonriendo a su vez.
Breck se apartó y se encontraron sus miradas. Las sonrisas se
desvanecieron, sustituidas por una gravedad que ninguno de los dos habría
podido explicar.
Breck posó una mano sobre la de Trinity. Y rozó el anillo.
—No tienes que llevarlo —afirmó con voz ronca.
Trinity viendo la vulnerabilidad, la calidez y la emoción en sus ojos, no
pudo sino responder sinceramente.
—Me lo había quitado para lavar la ropa. Solo por eso.

- 126 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Entonces, lanzando un gemido, Breck la beso como si no la hubiera besado


en toda una vida. Y una y otra vez, hasta que la negra nube de la noche dio
paso al amanecer, hicieron el amor. Con la mañana, sin embargo, llegó la
realidad, realidad consistente en un montón de ropas desperdigadas por el
suelo y un cuchillo. Un cuchillo duro y frío como una promesa de venganza
clavado a la puerta.

Y con la mañana también llegó un Dancey Harlan muy excitado.


—¿Qué pasa? —preguntó Breck, oliéndose que algo malo había sucedido.
Jadeante, Dancey se quitó el sombrero y subió a zancadas hasta el porche.
—¡Ese hijo de perra ha vuelto a las andadas! —exclamó, y luego hizo un
ademán hacia Trinity—. Buenos días, señora.
—Buenos días, Dancey.
—¿Qué ha ocurrido esta vez? —preguntó Breck con calma.
—Antes del último puente, han levantado un tramo de vía. ¡Demonios,
Charlie apenas tuvo tiempo para frenar! La parte delantera de la locomotora se
ha salido de la vía, y Charlie dice que dimite.
Instintivamente, Trinity se había colocado junto a su marido. Observó los
ojos de Breck más fríos y distantes con cada palabra de Dancey, y se sintió
indignada. ¿Cómo se atrevían a sabotear el Sierra Virginia?
—¿Alguien ha resultado herido?
—No.
—¿Crees que puedes viajar? —preguntó Breck a su mujer.
—Sí —respondió ella sin vacilar.
—Muy bien —dijo Breck, y se volvió hacia Dancey con una cara que
habría estremecido al mismísimo diablo—. Es hora de que vuelva a la ciudad y
descubra qué demonios está ocurriendo. Llegaremos a media tarde.
—De acuerdo —respondió Dancey, bajando de nuevo la escalera y
montando su caballo—. Por cierto, hemos recibido la noticia de que la
locomotora nueva ya ha sido enviada. Llegará dentro de dos o tres días.
Breck frunció el ceño, completamente asombrado.
—Creía que exigían el pago por adelantado.
Dancey se encogió de hombros.
—Por lo que parece, han cambiado de opinión, puedes comprarla a plazos.
Breck instantáneamente pensó en Jedediah. Sin duda, estaba detrás de
aquel «cambio de opinión». Su amigo sabía que nunca habría aceptado su
caridad. Que le diera o prestara el dinero quedaba fuera de toda discusión. Sin
embargo, un aval era otra cosa.
—Supongo que no nos viene mal un poco de suerte.
—Amén —afirmó Dancey, girando su caballo hacia la estrecha senda.
Breck, insensible al frío, miró a Trinity, que estaba apretando sus brazos
desnudos contra su pecho.

- 127 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Seguro que puedes viajar?


Ella asintió.
Como había previsto Breck, llegaron a Virginia City a media tarde. La
ciudad estaba preparándose para una noche de fiesta. Los mineros ya estaban
pellizcando traseros y trasegando cerveza. Mientras, en su habitación sobre el
salón, Millie Rhea reposaba para afrontar mejor la noche. La noticia de la boda
de Breck había corrido como la pólvora, y la exuberante mujer tenía el corazón
encogido de tristeza.
Con masculina autoridad, Breck pasó junto a la suite de Trinity en el
Chastain Hotel y se dirigió hacia su habitación, mucho más modesta. Trinity,
más cansada de lo que esperaba, dejó sus pocas pertenencias sobre el escritorio
y se sentó al borde de la cama.
—¿Cansada? —preguntó Breck, abriendo un telegrama que le habían
entregado en recepción.
—Un poco.
—¿Por qué no descansas mientras yo voy a la oficina y la estación?
—¿Cuándo volverás?
Típica pregunta de esposa, pensó Trinity, arrepintiéndose
instantáneamente de haberla hecho.
—Dentro de un par de horas —respondió Breck, leyendo el telegrama—.
Jedediah nos manda su enhorabuena.
La pareja se miró; obviamente, ambos estaban considerando las
implicaciones de aceptar una felicitación sincera teniendo en cuenta las turbias
circunstancias de su boda.
—Hablando de nuestro extraño matrimonio —dijo Breck con aire
divertido—, ¿puedo confiar en que no salgas a comprar una pistola en mi
ausencia?
—No.
Breck se aproximó a ella y le levantó la barbilla con un dedo. Luego
agachó la cabeza y la besó sin el menor recato, como el esposo y amante en que
se había convertido.
—Eso, querida esposa, es lo que más me gusta de ti. Nunca sé qué esperar
—cogió el sombrero, cruzó la habitación y se marchó.

A cientos de millas, una mano enguantada en terciopelo negro golpeaba


una puerta con la pintura levantada.
Ada McCook esperaba con la impaciencia de una reina obligada a esperar
a un vulgar súbdito. Sin embargo, se dijo que podía esperar unos segundos
más, cuando llevaba dieciocho años esperando. Cuando apareció en los
periódicos la noticia de la boda de Trinity Lee, leyó los artículos detenidamente.
Cinco artículos en cinco días demostraban el interés del periodista por el
misterioso pasado de Trinity Lee. Ada sacó la conclusión de que podía

- 128 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

utilizarlo. Su dinero unido al espíritu fisgón del reportero dieron como


resultado el nombre de una mujer de Sacramento.
La puerta se abrió inesperadamente.
—Sí, encanto, ¿qué puedo hacer por ti?
La voz aterciopelada pertenecía a una mujer ajada de cincuenta y tantos
años. Llevaba una bata de raso que parecía tan vieja como ella. Sin embargo, a
pesar de su lamentable condición, poseía unos ojos brillantes.
—Estoy buscando a la señorita Ruby Landry.
—Pues creo que la ha encontrado —respondió la mujer y esbozó una
sonrisa que aumentó las arrugas de su rostro—. En realidad, mi nombre es
Ruby Landry Wharton Davis Pip.
Ada McCook esbozó una sonrisa forzada.
—Sí, bueno, me preguntaba si por casualidad vivía en Sacramento hace
dieciocho años. Ruby Landry volvió a reír.
—¿Por casualidad? Sin duda, diría yo. Jesús, sí. Estaba en Sacramento. He
nacido y he crecido aquí, y he tenido el burdel más elegante de toda la ciudad.
Y no crea que estoy alardeando. Venían clientes de San Francisco, y todo el
mundo decía que mis chicas eran damas. Yo debería añadir que sabían cuándo
comportarse como damas y cuándo no —explico, riendo de nuevo.
Ada McCook se sentía asqueada, pero lo disimuló con una pregunta.
—¿Trabajaba para usted una mujer llamada Su-Ling?
Los recuerdos suavizaron la mirada de Ruby Landry.
—Su-Ling Chang. Hacía años que no pensaba en ella.
—Entonces, ¿trabajaba para usted?
—Sí, por todos los cielos. Era una de mis chicas más populares. Era tan
bonita, tan diferente, con esa piel de alabastro y el pelo negro como el azabache.
—Ella, eh… ¿tenía una hija?
—Sí. Cuando la conocí, estaba buscando comida entre la basura, en un
callejón que había detrás de un restaurante chino. Estaba preñada de siete
meses y me dijo que no podía encontrar trabajo porque nadie quería a una
mujer embarazada, sobre todo a una que no tuviera marido. La llevé al burdel,
la alimenté como a una reina, la aseé, y le dije que le daría trabajo. Por supuesto,
dejé claro que no empezaría a trabajar hasta que tuviera el bebé.
—Por supuesto —repitió Ada—. Sobre su hija…
—Nació en el burdel y, desde ese momento, fue la reina del lugar. Santo
cielo, creo que nadie habrá tenido nunca tantas tías como ella.
—Sí. Bueno.
—Pero en parte ese cariño se debía a su madre —la interrumpió Ruby
Landry, perdida en recuerdos—. Su-Ling era la persona más encantadora que
he conocido en la vida. A veces, sentía remordimientos por haberla metido en el
gremio. Verdaderamente era demasiado… demasiado dulce para ese oficio. Por
supuesto, eso era lo que más atraía a los hombres… su fragilidad.
—Respecto a la hija…

- 129 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Su-Ling solía decir que no le importaba lo que hubiera de hacer para


ganarse la vida. Solía decir que no vivía en la tierra, sino en las estrellas —dijo
Ruby Landry, suspirando—. Su muerte casi nos mató a todas, a mis chicas y a
mí. Todo el mundo creyó que el asesino era un hombre rubio, pero yo nunca he
creído…
—¿Qué ocurrió con su hija? —se apresuró a interrumpirla Ada McCook.
—Bueno, esa historia es bastante extraña. Pocos días después de la muerte
de Su-Ling, apareció en el burdel un matrimonio chino para reclamarla. Se
llevaron a la niña… que se marchó muerta de miedo, la pobrecita.
—¿Recuerda el nombre de la niña?
—Por supuesto. Cuando nació, mis chicas y yo estábamos leyendo la
Biblia, la parte que habla del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y entonces se me
ocurrió bautizar a esa preciosidad con el nombre de Trinity. Trinity… ¿no es el
nombre más bonito que ha oído nunca?
Ada McCook solo podía oír los latidos de su corazón.
—Creo que hay una actriz con el mismo nombre pero, aparte de ella,
nunca he vuelto a oír el nombre desde entonces. Yo… ¡oiga, señora! ¿Eso es
todo?
Ada McCook no dijo nada; simplemente se giró hacia las escaleras. Ruby
Landry se encogió de hombros y cerró la puerta.
No tenía otra alternativa, pensó Ada bajando las escaleras y, entre el
segundo piso y el primero, vio sangre en sus guantes, rojo brillante sobre gris.
Últimamente, le sucedía muy a menudo, rápidamente, ocultó las manos en las
mangas de su abrigo de piel, frotándoselas como una desesperada hasta que le
dolieron. Era curioso, pero hasta que le dolían, la sangre no desaparecía.
Jadeante, se miró las manos en la calle y suspiró al ver los guantes limpios.
Su secreto le daría fuerzas. Fuerzas que sin duda iba a necesitar. Debía hacer
dos cosas para estar tranquila. Dos cosas. No tenía otra alternativa.

- 130 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 17

Tres o cuatro días después, Breck sorprendió a Trinity al preguntarle con


ojos brillantes de entusiasmo juvenil si quería ver la nueva locomotora.
La reacción jubilosa de Trinity hizo que Breck esbozara una sonrisa de
oreja a oreja. Después, en un edificio de madera anejo a la estación, también
sonreía orgulloso.
—Bueno, ¿qué te parece?
Trinity contempló el caballo de hierro.
—Yo… es enorme.
Breck no dejó de sonreír.
—Sin duda. Nuestra amiga pesa treinta y cuatro toneladas y
prácticamente podría arrastrar una montaña.
—¿Cómo sabes que es «amiga» y no «amigo»?
—Algo tan bonito, tiene que ser una mujer —afirmó, acariciando el morro
de la locomotora—. Es una dama de hierro.
—Sí que es bonita —convino Trinity, acariciando a su vez la bestia negra.
—Sin duda. Solo espero poder pagarla —añadió él suspirando.
La culpabilidad, esa amiga tan íntima, visitó una vez más a Trinity.
—Yo… eh… todavía conservo el dinero robado. En un banco de San
Francisco.
Breck la miró detenidamente antes de responder.
—Al menos, eso servirá para saldar los créditos que se han prestado para
pagar la nómina. Por desgracia, no bastará para pagar la locomotora.
—No comprendo. Tú pensabas adquirir la locomotora nueva a pesar… a
pesar de los robos. Obviamente, calcular habrías calculado que podrías
permitirte el gasto.
—Comprar una locomotora nueva suponía un riesgo, tal como estaban las
cosas. Pero suponía un riesgo razonable.
—¿Por qué hablas en pasado?
Breck miró a Trinity detenidamente, como considerando la posibilidad de
hablar sinceramente.
—He perdido algunos clientes —explicó por fin—. Algunos de los mineros
han vuelto a contratar a la Wells Fargo para el transporte de sus nóminas,
aunque no tienen otro remedio que transportar el mineral por el ferrocarril.
—¿Quieres decir que… que se han echado atrás por los robos?
—Sí —respondió Breck después de un momento de duda.
—Pero, ya no hay robos…

- 131 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Cómo lo saben los mineros?


—Pero, cuando vean que no hay más robos, volverán a contratarte…
—Probablemente. Pero puede que sea demasiado tarde —afirmó Breck—.
¡Y los sabotajes no están ayudando, maldita sea! Pero encontraré un modo de
salir adelante. ¡Antes acabaré en el infierno que perder todo lo que he
conseguido a base de trabajar!
Repentinamente, Trinity cayó en la cuenta de que había conseguido parte
de lo que se había propuesto: arruinar a Madison Brecker. Curiosamente, no
resultaba tan gratificante como había imaginado.
—Tengo algunos ahorros. Podría ayudarte —dijo sin pensar.
Breck la miró incrédulo, pero estaba conmovido por la oferta. Quizás más
conmovido que nunca en su vida.
—¿Y por qué ibas a hacer una cosa así, estrella? —preguntó con voz más
cálida que la luz del sol—. Somos enemigos, ¿recuerdas?
Trinity estaba intentando aclarar su confusión, cuando sintió que Breck se
ponía tenso de repente.
—¡Chisss! —susurró.
Trinity aguzó el oído. Nada. Solo el lamento del viento y algún crujido
ocasional de la madera. Iba a preguntar a Breck qué había oído, cuando oyó un
ruido muy débil en la parte frontal del edificio, luego la puerta que chirriaba al
abrirse. En ese instante, Breck apagó su lámpara, sumiendo el lugar en una
absoluta oscuridad. Trinity, llena de aprensión, retrocedió un paso. Breck
encontró su mano en la oscuridad y la llevó a su lado.
La puerta se cerró. Pasos. Un silencio repentino y una cerilla encendida. La
luz de una lámpara volvió a iluminar el lugar. Breck llevó a Trinity tras unos
cajones.
Trinity asomó la cabeza. Por sus movimientos, supo que se trataba de un
hombre ágil y fuerte, detalle que aumentó su inquietud.
Dejando la lámpara sobre un cajón cerca de la locomotora, el intruso sacó
algo de un bolsillo. ¿Una lima? Parecía una lima, pero ¿qué podía traerse entre
manos una persona en aquel lugar con una linterna y una lima?
El hombre se acercó a la locomotora.
—Toca esa máquina, y eres hombre muerto —dijo Breck con voz
tranquila, mortalmente tranquila.
La amenaza sobresaltó a Trinity, pero su reacción no fue nada comparada
con la del hombre.
—Solo los cobardes atacan por la noche, ¿verdad, Booth?
Wilson Booth, el hombre que se había quedado mirando descaradamente
sus senos durante el ensayo, recordó Trinity. El antiguo dueño del Sierra
Virginia.
—Vaya, vaya, pero si es el dueño del Sierra Virginia —dijo con arrogancia,
actitud que Trinity consideró peligrosa, muy peligrosa, e inconscientemente se
acercó junto a Breck—. Ah, y su encantadora mujercita.

- 132 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—No metas a mi mujer en esto.


—Como quieras —replicó Booth con una sonrisa sarcástica.
—Eres más estúpido de lo que pensaba, Booth. ¿Cuánto tiempo creías que
podrías seguir saboteando el tren sin ser descubierto?
—En realidad, esperaba que entraras en razón y vendieras.
—Eso no lo verán tus ojos.
—Un hombre ahogado por las deudas como tú no parece la persona más
indicada para decir eso. Por cierto, yo no tengo nada que ver con los robos.
—Sólo porque no se te ha ocurrido y, si se te hubiera ocurrido, no habrías
tenido agallas para hacerlo.
—Vamos, Breck, la dama se formará una opinión muy mala de mí si
sigues diciendo esas cosas tan feas —replicó Booth, saboreando de nuevo su
repulsiva sonrisa, y miró a Trinity—. Nunca acabamos ese baile, ¿verdad,
señorita Lee?
—Señora Brecker —rugió Breck, dando un paso adelante en ademán
protector.
Con la velocidad de un rayo, Wilson Booth sacó un revólver del abrigo.
Breck frenó en seco; Trinity contuvo el aliento.
—Yo no lo haría —dijo a Breck.
—¿Qué piensas hacer? ¿Matarnos a los dos?
—No tenía esa intención. De verdad. Pero no me has dejado otra
alternativa, ¿no crees?
—Deja que ella se vaya.
—Me temo que no es posible. Una lástima. La gente se preguntará si los
robos y los pequeños sabotajes tienen algo que ver con vuestra muerte. Pero
nadie sospechará nada cuando compre el ferrocarril.
—El infierno es el único premio que obtendrás —afirmó Breck.
Trinity sintió las cajas de madera a su espalda, y algo duro que se hundió
en sus costillas. Booth lanzó una carcajada.
—Quizás tengas razón, Brecker. Quizás…
En un instante la palanca estaba sobre la caja; en el siguiente, surcaba el
aire. Golpeó en el pecho al confiado Wilson Booth, haciendo que se tambaleara.
El revólver cayó al suelo y Breck avanzó hacia Booth con agilidad felina,
dándole un puñetazo en el estómago antes de que pudiera recobrar el
equilibrio.
—¡Hijo de perra! —rugió Breck, levantando a Booth, que había caído de
rodillas para darle otro puñetazo en el estómago… seguido por otro… y otro…
«Va a matarle», pensó Trinity. Breck tenía un hilo de sangre en la comisura
de los labios. Con la frente sudorosa y el pelo alborotado, Breck parecía un
salvaje resuelto a vengarse. De pronto dejó de golpear a Booth, que había caído
de bruces al suelo.
—De pie. Vamos a hacer una visita al sheriff —dijo y, como el hombre no
se movía, le cogió de la solapa del abrigo—. ¡De pie!

- 133 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Booth gimió de dolor, y Breck volvió la vista hacia Trinity por un


momento.
—Mandaré a Dancey para que te acompañe al hotel —dijo antes de llevar
a empujones a Booth hacia la salida.
Trinity asintió, observando su marcha, repitiéndose una pregunta una y
otra vez. ¿Por qué no había matado Breck a Booth? Y solo se le ocurría una
respuesta que no quería considerar realmente: Quizás le había juzgado mal.
Quizás Breck no fuera el despiadado asesino que había pensado.
No, se dijo sin vacilar. Breck había matado a su madre. Había visto sus
manos manchadas de sangre con sus propios ojos. Iba a salir de allí cuando vio
el revólver en el suelo y se agachó para cogerlo. Estaba frío, frío como un
juramento de venganza, como el rostro de una muñeca de porcelana. Lo agarró
con fuerza. Sabía que, si no completaba pronto la venganza, no lo haría nunca.

Cuando entró al vestíbulo del hotel, Breck se sentía como un anciano.


Estaba aliviado por haber puesto fin a los atentados contra su ferrocarril, pero
también estaba cansado, cansado del esfuerzo interminable que aparentemente
constituía su vida. Señor, cómo deseaba un baño, una cama y… a su mujer. El
pensamiento brotó con tal naturalidad que ni siquiera se molestó en reprimirlo.
Subiendo las escaleras, imaginó a Trinity entre sus brazos, besar aquellos
labios sensuales, acariciar las exquisitas curvas de su cuerpo…
Abrió la puerta de la habitación y entró. Luego frenó en seco. Trinity
estaba de pie en medio de la habitación. Sus manos de porcelana parecían
incongruentemente femeninas, contrastando con el acero gris del revólver que
empuñaba y que apuntaba directamente a su corazón.
Breck se sintió sorprendido y enseguida decepcionado. Luego se adueñó
de su rostro la tristeza, una tristeza absoluta y abrumadora.
Lentamente, cerró la puerta y lanzó su sombrero sobre una silla, como si
no sucediera nada especial. La chaqueta siguió al sombrero. Luego miró a
Trinity y a su escritorio, en el que había una botella de whisky y un vaso.
—¿Puedo? —preguntó, sin molestarse en esperar la respuesta de Trinity.
Ella guardó silencio, limitándose a seguir sus movimientos sin dejar de
encañonarle un solo momento.
Breck se bebió el whisky preguntándose si sería su último trago.
—Entonces, ha llegado el momento de la verdad —dijo, mirando fijamente
a Trinity a la vez que dejaba el vaso sobre el escritorio.
Trinity siguió en silencio, sosteniendo el revólver con ambas manos.
—Es el momento de la verdad, estrella. Ahora, pondremos fin al juego, de
una manera o de otra.
Y ella no abría la boca y, extrañamente en su papel de dueña de la
situación, retrocedió un paso cuando Breck avanzó uno.
—Si disparas a la cabeza o el corazón será más rápido. Al estómago, lento

- 134 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

y doloroso. Una vez vi a un hombre que tardó trece horas en morir de un balazo
en el estómago. Primero lloró y luego rezó. Y luego no pudo hacer ninguna de
las dos cosas porque el dolor se lo impedía.
—No —murmuró Trinity cuando Breck avanzó otro paso hacia ella,
retrocediendo a su vez.
—Por cierto, ¿te quedarás a contemplar mi muerte o huirás sin perder un
segundo? Oh, y sin duda habrás pensado en amortiguar el ruido del disparo
con algo. En caso contrario, atraerás la atención de la gente y no podrás
contemplar a gusto mi muerte, si éste es tu deseo.
Breck seguía avanzando; Trinity, retrocediendo hasta que chocó con el pie
de la cama. Breck continuó avanzando hasta que el cañón del revólver se
hundió en su estómago, desafiando a Trinity a llevar a cabo la venganza.
Sus miradas se clavaron una en la otra, ambas rezumando crudo dolor.
—Yo… tengo que hacerlo —afirmó Trinity, intentando justificarse,
curiosamente tanto ante Breck como a sí misma.
—Entonces, hazlo. Si eres capaz de apretar el gatillo, no me importa morir.
Y no le importaba. Le asustaba, pero también se vería libre de su prisión
de soledad. De alguna manera, aquella mujer había transformado su vida. Para
mejor. Ella se había convertido en ojos para su ceguera, en sonido para su
silencio. Le embargó un sentimiento estremecedor al que ni podía ni quería
poner nombre. Sin embargo, susurraba su nombre por los pasillos de su
corazón. Amor.
La mente de Trinity también estaba sumida en el caos. Se había jurado
matar a ese hombre pero, llegado el momento… Amor. Odio. En su corazón, no
podía separar ambas emociones. En sus ojos, brillaban las lágrimas. Comenzó a
temblar.
Lentamente, Breck cogió el revólver de sus manos, dejándolo sobre una
silla. Luego estrechó a Trinity entre sus brazos, consolándola, embargado por
intensas emociones que amenazaban con hacer explotar su corazón.
—Yo no maté a tu madre —le susurró al oído—. Te lo juro. Por lo más
sagrado.
Trinity hundió la cara contra el pecho de Breck, le abrazó con todas sus
fuerzas. Le creía. Santo Dios, le creía…

- 135 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 18

Después de abrazarse durante una eternidad, Breck la llevó a la cama.


Hicieron el amor aprisa, cegados por la pasión y el sentimiento. Después, los
deseos continuaban vivos, intactos, y Breck besó sus labios una vez más, con
enloquecedora sensualidad. Trinity, tumbada sobre él, acarició su pecho con
senos turgentes, impulsada por un delicioso dolor.
Breck también sentía dolor… en un lugar que no podía soportar mucho
más. Deslizó las manos sobre su cabello, por la espalda, por las caderas
redondeadas, y Trinity respondió guiada por el instinto, subiendo una rodilla
entre sus piernas, sobre su sexo palpitante de excitación.
Él se sintió abrasado de placer, y en ese momento, tuvo la impresión de
que nunca había hecho el amor.
—¡Por todos los cielos, estrella! —susurró jadeante, tomando el control de
la situación al volver a Trinity sobre la cama, bajando luego la cabeza para
mordisquear sus senos.
Ella se estremeció, gimiendo de placer ante los deliciosos ataques de
Breck.
—Breck… —protestó.
—Estás tan dura —murmuró él, acariciando con el pulgar los pezones
húmedos por sus besos.
—Breck…
—Quiero estar dentro de ti otra vez.
Sus labios volvieron a fundirse en un beso apasionado, dulce y tierno,
rebosante de amor. Luego Breck la besó en los hombros, en la garganta, en los
senos. La beso en el vientre, entreteniéndose sobre el ombligo, lamiendo su
interior aterciopelado. Finalmente, Trinity sintió que su aliento le acariciaba el
vello del pubis, sintió una oleada de sensaciones que estremecían su cuerpo,
que hacían palpitar desbocado su corazón.
—Breck —murmuró, observando la cabeza rubia descender más y más.
Y gimió cuando los labios de Breck le dieron la más íntima de las caricias,
cuando la lengua penetró en la humedad dulce que él mismo había provocado.
Y Trinity gritó de placer asiendo el pelo de Breck.
—¡Breck! —dijo finalmente entre sollozos, desesperada.
—Dime que me crees cuando digo que no maté a tu madre —murmuró,
enmarcando la cara de Trinity entre sus manos grandes y ásperas.
—Te creo.
Tras observarla detenidamente por un momento, se convenció de que

- 136 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

había dicho la verdad y dio rienda suelta a la pasión, alcanzando las


profundidades de su interior.
Trinity entrelazó las piernas a su alrededor, hundió los dedos en los
músculos de su espalda sudorosa. Breck embestía impulsado por una necesidad
delirante, y ella le recibía con idéntico ardor.
Breck necesitaba poseerla por completo, poner fin a la soledad de su vida;
Trinity necesitaba expresar físicamente un sentimiento irresistible, el
sentimiento que había sustituido suave, sutilmente el odio de tantos años. Un
sentimiento que explotó en su alma a la vez que Breck explotó en su cuerpo,
llevándola con él en un vuelo sensual hacia el edén.
—¡Estrella! —susurró jadeante sobre el hombro de Trinity.
Ella le abrazó, envolviéndole en su reino femenino y acogedor. Y todas sus
acciones eran impulsadas por el mismo sentimiento que había explotado en su
alma. Todo lo hacía en el nombre del amor.

Breck dormía apoyando una mano sobre sus senos, y ella tenía una de las
suyas sobre dicha mano. La cicatriz. Sentía la cicatriz entre sus dedos. Qué
extraño, pensó, que el hombre de la cicatriz buscado durante tantos años fuera
el hombre que amaba.
¿Cuándo había sucedido? ¿Cómo?
Breck no había hablado de amor, solo de deseo y necesidades. Por otra
parte, obviamente era vital para él que creyera en su inocencia. Y ella le creía
con todo su corazón.
Pero, si no había asesinado a su madre, ¿por qué había insistido en
contraer matrimonio? Se le ocurrió una posibilidad que encogió su corazón.
Quizás había estado enamorado de su madre. La idea resultaba tan dolorosa
que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Y, en medio del dolor, decidió que debía marcharse. Lejos, donde pudiera
pensar con claridad, donde pudiera comprender cómo había pasado tan
súbitamente de odiar a amar…

Breck despertó con las primeras luces rosadas del amanecer. Extendió una
mano y, medio dormido, pensó que estaba solo en la cama. Apoyándose en un
codo, abrió los ojos y miró a su alrededor. Al comprobar que Trinity no estaba
en la habitación, que sus ropas no estaban en el suelo, sintió el nacimiento del
pánico en su interior, pero procuró dominarlo. Había cientos de razones que
podían justificar su ausencia, y estaba comenzando a enumerar las más
probables, cuando vio la nota sobre la almohada.

Querido Breck, regreso a San Francisco. Necesito algún tiempo para pensar.
Por favor, compréndelo.

- 137 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Experimentó una punzada de dolor insufrible que disimuló tras una


cortina de rabia, rabia que distribuyó a partes iguales entre sí mismo y Trinity.
Aplastando la hoja en el puño, se levantó y, desnudo, cruzó la habitación.
Cogió la botella de whisky del escritorio y llenó el vaso. Bebió el líquido de
fuego de un solo trago y volvió a llenar el vaso, repitiendo la acción.
Por favor, compréndelo.
Oh, claro que lo comprendía. Trinity nunca había creído que no hubiera
asesinado a su madre. ¿Cómo había sido tan estúpido para pensar lo contrario?
¿Tan estúpido como para pensar que sentía lo mismo que él? ¿Tan estúpido
como para creer que podía conservarla a su lado por la fuerza? ¡Qué maldito
estúpido había sido!
Arrojó el vaso contra la pared, disfrutando morbosamente el verlo saltar
en mil pedazos. Luego cayó en la habitación el silencio más sofocante que había
experimentado jamás. Y, en el silencio, su alma susurró que una vez más estaba
solo… como siempre estuvo… como estaría siempre.

En las semanas que siguieron a la marcha de Trinity, solo trataron con


Breck aquéllos que no tenían otro remedio. Los demás se apartaban de su
camino en cuanto le veían. Y nadie quería soportar el peso de su mirada gélida.
Se rumoreaba que Trinity había abandonado a su marido. Sin embargo,
nadie era tan suicida como para preguntar a Breck y confirmar los rumores.
En la tercera semana de diciembre, la ciudad estaba preparándose para las
fiestas navideñas. Un almacén de grano en la calle C, albergaba un belén vivo,
donde una cabra hacía las veces de camello, y el animalito parecía dispuesto a
comerse todo lo que se pusiera a su vista. Había roto prácticamente todos los
sacos de grano, acabando su festín con la sandalia de un rey mago y los pañales
del niño Jesús. La gente paraba por allí simplemente para comprobar que era lo
próximo a lo que hincaba el diente.
Las chicas del Last Drink Saloon eran el tópico de conversación en la
reunión semanal que Breck celebraba con sus empleados en su despacho.
—¡Guau! —exclamó Hollis Reed—. ¿Habéis visto las piernas de la chica
nueva?
—¿Cindy Sue de St. Lou? —preguntó Dick Kingsman como si la conociera
íntimamente.
En realidad, ni había estado cerca de ella ni tenía intención de estarlo, pues
Vicky Dawson le despellejaría si descubría que había hecho una cosa así.
—La misma —confirmó Hollis—. Puede felicitarme el año nuevo todas las
veces que quiera.
—Y también puede llenar mis medias de sorpresas —interrumpió
alguien—. ¡Pero, demonios, yo preferiría llenar las suyas con una muy grande y
solo mía!
Todos rieron la broma, excepto Breck.

- 138 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—En eso vosotros los jovenzuelos estáis muy equivocados —afirmó


Charlie Knott—. Lo que necesitáis es una mujer más veterana, como Millie Rh…
Charlie Knott enmudeció. Todo el mundo sabía que Breck y Millie Rhea
mantuvieron cierta relación antes del matrimonio de aquél, y esta referencia a la
vida privada de Breck inducía una pregunta que se hacía toda la ciudad: ¿Qué
había pasado con el efímero matrimonio de Madison Brecker? Charlie Knott
observó de reojo la fría mirada de Breck y rehízo el comentario.
—Lo que, eh… lo que necesitáis es una mujer más veterana, maldita sea.
Acallaron las risas y los hombres miraban de soslayo a Breck.
—Si no les resulta inconveniente, señores, podríamos hablar un rato de
negocios —dijo con tono sarcástico.
Dick Kingsman cambió el peso de pie con aire nervioso. Hollis Reed se
aclaró la garganta. Abe Dustin se frotó las manos encallecidas. Dancey Harlan
no dijo nada; solo miró a su amigo con cara de preocupación.
—Ha sido una buena semana —comenzó Breck—. El viaje añadido a la
línea con la locomotora nueva ha sido bien recibido.
—¿Vas a contratar a otro maquinista? —preguntó Charlie.
—Todavía no. Ahora no dispongo de dinero para ello. De momento,
seguiremos compartiendo esa tarea tú y yo.
Como prácticamente no existía ningún aspecto del ferrocarril que
desconociera, Breck había asumido la responsabilidad de conducir la
locomotora nueva en su viaje semanal a Reno.
Charlie asintió, expresando que podía contar con él.
—He oído que Wilson Booth ha huido a California —comentó Hollis Reed.
—Sí, yo también.
—Y suerte ha tenido de salir vivo de aquí —afirmó Breck, con una
expresión dura como el granito.
—Yo sigo pensando que ese hijo de perra está detrás de los robos —dijo
alguien.
—No, el ladrón era más bajito —afirmó Dick Kingsman con autoridad.
—Mucho más bajito —intervino Hollis Reed.
Dancey y Breck intercambiaron miradas, la del último tan fría como el
acero, tan vacía como los viejos sueños.
—Caballeros, ¿seguimos con los asuntos del ferrocarril? —preguntó
Dancey y, diez minutos después, los hombres fueron saliendo de la oficina a
paso ligero.
La mayoría se dirigía al Last Drink Saloon o a cualquier otro lugar donde
el ambiente fuera menos opresivo. Dancey fue el último en salir.
Vacilando junto a la puerta, hizo acopio de valor para preguntar lo que
deseaba saber desde hacía varias semanas.
—¿Sabes algo de ella?
—No —contestó Breck sin mirarle.
—¿Crees que con el tiempo…?

- 139 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—No.
—¿Por qué no te pones en contacto con ella…?
—Deja las cosas como están —dijo Breck dedicando a su amigo una
mirada gélida como el hielo.
—Estaré en el Last Drink si te apetece tomar una copa —dijo Dancey,
respetando la intimidad de Breck.
—¿A ver qué tal está Cindy Sue de St. Lou? —preguntó Breck ofreciendo
una sonrisa forzada en son de paz.
—A mi edad, una mirada es más o menos todo el daño que puedo hacer
—afirmó Dancey sonriendo a su vez, y seguidamente salió a la calle.
Breck observó su marcha antes de volver la atención hacia la carpeta. Pero
tenía bastante desquiciada su capacidad de concentración. Irritado, cruzó la
habitación y se asomó al cristal de la puerta. La noche era oscura y fría;
comenzaban a caer copos de nieve.
Señor, estaba tan cansado, cansado de pies a cabeza, de alma y de corazón,
y otra noche de insomnio se cernía ante él. Procuraba no recordar a Trinity,
pero siempre fracasaba en sus intentos. Y se odiaba y maldecía a sí mismo por
no poder apartarla de sus pensamientos. Todos sus pensamientos pertenecían a
Trinity.
¿Dónde estaba? ¿Con quién? ¿Pensaba en él alguna vez?

A cientos de millas, Trinity cruzaba las puertas del elegante Cosmopolitan


Hotel de San Francisco. Miró a su alrededor sin encontrar a la persona con la
que estaba citada. Recogiendo con una mano enguantada las faldas de seda
violeta, cruzó el espacioso vestíbulo y se sentó en el primer sillón que encontró.
Ya sabía que era Navidad pero no había pensado en ello hasta aquel
momento, cuando vio los abetos adornados con bolas brillantes de mil colores.
Navidad, tiempo de paz y alegría. Paz y alegría, palabras cuyo significado había
estado a punto de comprender. ¿Por qué no se había dado cuenta de que casi
era Navidad? Probablemente, porque estaba demasiado ocupada sobreviviendo
a días interminables, a noches de desvelo, a la odiosa sucesión en que se había
convertido su vida.
Nada más regresar a San Francisco, afortunadamente había surgido la
oportunidad de hacer una gira de dos semanas y media por la Costa Oeste.
Aunque, incluso cuando estaba interpretando su papel, siempre recordaba a…
Breck.
¿Qué estaría haciendo? ¿Qué pensaba? ¿Pensaba en ella alguna vez?
No comprendía sus sentimientos. La transformación de su odio en amor la
había arrastrado al corazón de un torbellino de emociones. Solo era demasiado
real su amor por Breck, que seguía siendo un extraño para ella en muchos
aspectos. No conocía su corazón. ¿Era importante para él, o solo el recuerdo de
otra mujer?

- 140 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Pensar que podría amar a su madre la dejó fría, dolorida, y procuró


concentrar la mente en otra cosa. Y la concentró en un tema poco agradable,
pero por lo menos se distrajo. Después de la gira, cuando regresó a San
Francisco, los ciudadanos seguían comentando un incidente acaecido diez días
atrás. Un periodista que trabajaba para un diario local había sido
misteriosamente asesinado. El mismo periodista que la había asediado respecto
a la identidad de sus padres. Su asesinato, extrañamente, había levantado la
aprensión de Trinity.
—¿Trinity?
Ella se sobresaltó, levantando la vista hacia la persona que esperaba para
cenar.
—Lo siento, cariño. No tenía intención de asustarte —dijo Jedediah
McCook.
Trinity dejó escapar una risa nerviosa.
—No me has asustado. Solo estaba… —dijo, levantándose y tomando las
dos manos tendidas por Jedediah—. ¿Qué tal estás?
Trinity estaba sinceramente complacida de ver a su amigo y, por algún
motivo, no se sorprendió de que no hubiera llevado a su mujer.
—No puedo quejarme. ¿Y tú?
—Estoy bien —mintió.
Jedediah la observó por un momento antes de hablar.
—Vamos a sentarnos en el restaurante, que nos sirvan una copa, y luego
hablaremos de esos círculos que rodean tus ojos.
—¿Qué círculos?
—Las ojeras que intentas disimular —explicó el hombre, empujándola
hacia el comedor del hotel con delicadeza—. Ahora, cuéntame por qué no eres
tan feliz como debería esperarse de una recién casada.
—Jedediah McCook, eres incorregible —replicó Trinity—. Además, te
equivocas. Soy fe…
—¿Dónde está tu marido?
—Él, eh… está en Virginia City. No podía venir… Ya sabes, con el
ferrocarril…
—Comprendo. Y entonces, en plena luna de miel, decides
inesperadamente hacer una gira…
—Está bien —dijo ella, consciente de que no podía engañar a ese
hombre—. Necesitaba tiempo para pensar. Sola.
—Oh, tiempo para pensar. ¿Y has pensado ya?
Trinity encogió los hombros.
—Sí… No… No sé.
—Cuando me llegó la noticia de vuestra boda, me sorprendió —dijo
Jedediah por fin, y entonces lanzó una carcajada—. Bueno, más que
sorprendido, me quedé boquiabierto, pero también muy complacido. De hecho,
creo que nada me ha alegrado tanto en mucho tiempo.

- 141 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Trinity continuó en silencio.


—Sé que es un hombre difícil. Demonios, difícil ni siquiera vale para
comenzar a definirle, pero…
—No es eso. Vaya, tienes razón, es un hombre difícil, pero…
—¿Pero…?
A su pesar, los ojos de Trinity se empañaron de lágrimas.
—Yo… estoy enamorada.
—Quizás te parezca el razonamiento estúpido de un viejo, pero a mí me
parece que estar enamorada no es un problema. Más bien, me parece que así
debe ser…
—No lo comprendes. Nuestro matrimonio… no es convencional; esto es lo
mejor que puede decirse de él —explicó Trinity, deseosa de compartir sus
sentimientos con aquel hombre, pero consciente de que no podía—. Breck no
me ha hablado de amor…
—Ah, ¿y tú lo has hecho? —replicó Jedediah, siempre perspicaz.
—No, pero…
—¿Por qué no?
—Es complicado —respondió ella suspirando.
—El amor siempre lo es.
—Él… —comenzó Trinity, dudando si debía dar voz o no a sus dolorosos
sentimientos—. Quizás está enamorado de otra mujer. Una mujer de otro
tiempo muy lejano. Yo… tal vez solo le recuerde a ella.
—Tú no puedes recordar a ningún hombre a nadie que no seas tú.
—Eres un adulador, Jedediah —afirmó Trinity esbozando una débil
sonrisa.
—No me has pedido consejo, hija —comenzó, el apelativo surgió y fue
recibido con idéntica naturalidad—. Pero voy a dártelo de todas maneras. Dile
que le amas y pregúntale si te ama. Nunca, nunca, renuncies a alguien que ames
sin luchar. Yo lo hice una vez y fue el mayor error de mi vida —concluyó con
voz tensa de emoción.
Trinity sintió un impulso poderoso de consolarle y llevó la mano libre
sobre las suyas. Guardaron silencio, mirándose sin más, los ojos de ambos
brillaban de emoción.
—Bueno, ¿cenamos o vamos a aguar la sopa con nuestras lágrimas? —
preguntó él por fin, dando a Trinity una cariñosa palmadita en la mano.
Aquella noche, más tarde, sufriendo el insomnio acostumbrado, Trinity se
levantó de la cama y, tomó una decisión. Mandó una nota a Jedediah,
preguntándole si podía prestarle el vagón privado otra vez. Luego envió un
telegrama a su marido. Decía:

Llego a virginia city en el próximo tren stop te amo stop ¿me amas tú?
Firmado señora de Brecker

- 142 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 19

Jedediah todavía estaba en la cama cuando llegó el mensajero de Trinity.


Cuando leyó la nota que le entregó la criada esbozó una sonrisa y miró su reloj.
Las cinco y media. Como el tren salía hacia Reno a las nueve menos cinco, se
vistió a toda prisa y bajó a su estudio para escribir unas letras a Trinity. Estaba
firmando la carta, cuando una voz rompió el silencio.
—¿Todo marcha bien? —preguntó Ada McCook desde la puerta.
Jedediah se sobresaltó, con tan mala suerte que derramó el frasco de tinta
sobre la mitad inferior de la carta.
—¡Maldita sea! —murmuró, enderezando el frasco y procurando arreglar
el estropicio con el pañuelo.
Ada entró al estudio ciñéndose la bata. Llevaba un gorro de noche y el
pelo lleno de rulos.
—No pasa nada, Ada. Solo negocios. Vuelve a la cama.
—Pero he oído…
—Sólo negocios —la interrumpió él bruscamente—. Vuelve a tu
habitación. Siento haberte despertado.
La mujer observó la hoja manchada de tinta, dio la vuelta y salió del
estudio. Suspirando aliviado, Jedediah volvió a escribir la carta, esta vez sin
percances, y luego se la entregó junto con las instrucciones para disponer el
vagón a William, el conductor. Con la carta de Trinity a buen recaudo en su
bolsillo, subió las escaleras con la intención de afeitarse y afrontar el nuevo día.
Cuando le oyó entrar a sus aposentos, Ada salió de las sombras de la
habitación contigua y corrió al estudio recién desocupado. Cerró la puerta
después de entrar y encendió de nuevo la lámpara. Luego buscó en el escritorio
sin perder un instante. Nada. Cogió la papelera y revolvió sus contenidos.
Finalmente, encontró lo que buscaba y unió los fragmentos de la hoja.

Mi querida Trinity, tu decisión me complace más de lo que puedo expresar.


Por supuesto que puedes disponer del vagón privado. Y, sí, tienes muchísima
razón. Te habría despellejado de haber sabido que regresabas a Virginia City sin
utilizarlo. Cuando llegues a la estación, ya estará enganchado al tren. Buen viaje,
hija mía.

Las dos últimas palabras resonaban sin cesar en los oídos de Ada. En el
silencio del estudio, también oía los latidos de su corazón. Sabía lo que debía
hacer. Y debía hacerlo pronto, mientras todavía pudiera salvar a Jedediah de su

- 143 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

propia estupidez.

—Lo siento, señora, pero ha perdido el tren.


—¡No es posible! —exclamó Ada, jadeante—. Todavía no son…
Levantó la vista hacia la pared que había tras la ventanilla. El reloj colgado
en la misma marcaba las nueve y cinco.
—¿Hay otro tren…?
—No, señora, es el único con destino a Virginia City.
Irritada por la interrupción, Ada alzó la barbilla imperiosamente.
—Eso ya lo sé, joven, pero ¿sale algún tren que conecte con el de Virginia
City?
—¿En algún punto de la ruta, quiere decir?
—Naturalmente —respondió Ada, sin molestarse en disimular el
sarcasmo.
El joven consultó una lista de horarios y luego algunos mapas colgados en
la pared.
—No, señora, no hay nada hasta la tarde —dijo el hombre por fin.
—¿Adónde se dirige ese tren? —preguntó Ada, haciendo un ademán hacia
el que se disponía a salir.
—A Denver.
—¿Y no hace ninguna parada?
—No, señora, es un viaje directo. O casi. Solo hace una parada en… —
volvió a consultar su lista—. Déjeme ver, para en… en Reno, señora —concluyó.
—¿En Reno? —dijo Ada, sobresaltándose al oír el nombre de dicha ciudad.
—Eso es. Vaya, parece que los dos trenes conectan —observó el empleado
algo confundido.
—¿Cuándo llega el tren a Reno?
El silbato de la locomotora volvió a sonar.
—¡Por todos los cielos, dese prisa! —atronó Ada.
—Uh, sí, señora —dijo el joven, consultando los horarios tan aprisa como
pudo—. Eh… ¡aquí está! El primer tren llega a las ocho y un minuto. Y el que va
a Denver… eh… llega a Reno a… a las siete y cincuenta y tres.
¡Ocho minutos! pensó Ada. Ocho minutos entre ser o no ser la primera
dama de California.
—Déme un billete.
—¿Ida, o ida y vuelta?
—Es igual. ¡Vamos, dese prisa! —respondió Ada, revolviendo en su bolso.
—Pero…
—¡Vamos! —exclamó Ada, observando que el maquinista estaba subiendo
a la locomotora.
Aturullado, el joven arrancó el billete del rollo apropiado.
—Son…

- 144 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Ada dejó un billete sobre el mostrador y corrió hacia el tren, al que se


subió cuando ya estaba en marcha.
—¿Sabes quién era? —preguntó un viejo empleado que atendía la
ventanilla contigua, y se lo dijo al joven sin esperar respuesta—. La mujer de
Jedediah McCook.
—¿La mujer del jefe? —preguntó el otro empleado, reconociendo al
instante el nombre.
—La misma. Sueña con ser la primera dama de California.
—¡Que me aspen! Me pregunto por qué tendría tanta prisa.
—Y yo por qué compra un billete para un tren que es de su marido.
El joven no dijo nada. Miró el billete que había dejado Ada McCook,
dando vueltas a una idea. Quizás, solo quizás… el destino le compensaba de
esta forma todos los errores de novato que había cometido. Quizás, solo quizás,
la honradez pudiera vencer a la incompetencia.
Sacó de la caja el cambio correspondiente al billete de los grandes y lo
puso en un sobre que guardó aparte.
—Si no te importa, me gustaría comer en el primer turno —dijo a su
compañero más veterano.
—Por supuesto, hijo. Puedes ir a las once.

A las once en punto, Breck alzó la mirada cuando se abrió la puerta de su


oficina. El visitante farfulló una disculpa.
—Lo siento, señor Brecker, pero… eh… le traigo un telegrama, señor. Aquí
tiene —dijo, avanzando solo lo necesario para llegar a dejar el sobre en el
escritorio.
Una vez cumplida la tarea, apartó la mano a toda prisa, giró sobre sus
talones y salió disparado hacia la puerta.
—¡Espera! —gritó Breck al reconocer al chico.
Se trataba de un huérfano cuyo padre había muerto en las minas dos años
atrás. La madre había fallecido el verano anterior.
El jovenzuelo, pálido como un muerto, se volvió hacia Breck que se
levantó y sacó unas monedas del bolsillo. El chaval avanzó un paso y sonrió
tímidamente.
—Gracias —dijo, y al ver la generosa propina, exclamó—: ¡Guau, muchas
gracias!
Breck asintió y cogió el telegrama. Probablemente sería de algún acreedor
que le recordaba sus deudas, pensó mientras lo abría.

Llego a virginia city en el próximo tren stop te amo stop ¿me amas tú?
Firmado señora de Brecker

Temiendo haber leído mal, Breck releyó el telegrama. Entonces se sintió

- 145 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

bañado por una oleada de júbilo, una sensación idéntica a la que experimentó
semanas atrás, cuando se dio cuenta de que Trinity sobreviviría.
Te amo.
Siendo un hombre al que jamás le habían dirigido esas palabras, ni sus
padres ni sus amantes, sintió arder su corazón frío y solitario. Sus ojos, siempre
tan vacíos, adquirieron nueva vida, un brillo que reflejaba toda su emoción.
¿Por qué le había abandonado si le amaba?, se preguntó. Pero, ¿importaba
verdaderamente?
No, decidió, acariciando el telegrama. Nada importaba, excepto…
Sus botas resonaron como truenos en los tablones de madera de la acera y
la gente se apartó de su camino, cuando se dirigió con paso decidido hacia la
oficina de telégrafos.
¿Me amas tú?
Oía la pregunta en su mente con cada paso. Una cosa era ser amado; amar,
otra muy distinta. Ser amado era un camino de rosas. Amar, un camino lleno de
riesgos. ¿Tendría el suficiente valor para reconocer lo que sentía por Trinity?
¿Tendría el suficiente valor para poner nombre a dicho sentimiento?
El empleado de telégrafos alzó la mirada cuando abrió la puerta Breck. Y
lo mismo hicieron los dos hombres que jugaban al dominó junto al fuego y otro
que tallaba un palo de madera con un cuchillo sentado en un banco. En la sala
reinó un profundo silencio, como si el tiempo se hubiera detenido.
—Quiero enviar un telegrama —dijo Breck, acercándose a la ventanilla.
—Sí, señor Brecker —respondió el empleado, cogiendo pluma y papel.
—Para la señora Brecker, y quiero que se lo entreguen cuando suba al
Sierra Virginia en Reno.
—Sí, señor. ¿Y qué quiere que ponga?
—Te amo —dijo con voz nítida.
El empleado levantó la cabeza bruscamente, con la pluma en el aire.
Detrás, una ficha de dominó cayó al suelo.
—Eh… sí, señor —dijo el empleado, recobrándose rápidamente—. ¿Algo
más?
—No.
—¿Una firma?
—No —respondió Breck, dejando un billete sobre el mostrador—. Solo
ocúpese de que lo reciba en Reno.
—Sí, señor.
Breck salió de la oficina, llevándose una mano al borde del sombrero a
modo de seca despedida.
—¡Demonios! ¿Es cierto lo que acaban de ver mis ojos? —dijo uno de los
hombres.
—¿Quién habría imaginado que el tipo es humano? —preguntó otro.

- 146 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

A las once y cuarto, el joven empleado del Central Pacific, sudando de


nervios, fue guiado al imponente despacho de su jefe. Observando los ojos del
poder, fijos y dominantes, decididamente inquisitivos, se vio sobrecogido por
un caso grave de duda.
—¿Sí? —pregunto Jedediah cuando resultó obvio que el visitante no iba a
tomar la iniciativa.
—Yo… eh… soy Garret Lathrop, señor. Trabajo para usted en el despacho
de billetes.
—Dígame señor Lathrop, ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó
Jedediah con tanta amabilidad que Garret pensó que el magnate le había
reconocido.
—Bueno, señor, eh… creo que soy yo el que puede hacer algo por usted.
Animado por el amable recibimiento de Jedediah, avanzó otro paso,
sacando a la vez un sobre del bolsillo interior de la chaqueta, y dejándolo sobre
el gigantesco escritorio. Jedediah le observó con mirada interrogante.
—Su esposa, señor. Olvidó el cambio en mi ventanilla esta mañana.
—No comprendo —dijo Jedediah, ahora con expresión de absoluta
perplejidad.
—Su esposa. Pagó con uno de los grandes y olvidó el cambio. Intenté
detenerla, pero iba con el tiempo justo para coger el tren.
—¿El tren? ¿Mi mujer ha cogido un tren esta mañana?
—Sí, señor.
—Sin duda, está equivocado. Ella no tenía ningún viaje previsto.
—Oh, sí, señor —le interrumpió Garret Lathrop lleno de certidumbre—. Sí
ha cogido el tren, quiero decir. Sheldon Vance, mi jefe, la ha reconocido.
La explicación del empleado había empalidecido el rostro de Jedediah,
que ahora era del color de la ceniza.
—¿Qué… qué tren?
—El de Denver.
—¿El de Denver? —repitió Jedediah, algo aliviado.
—Sí, señor. Quería coger el de Virginia City, pero ya había salido, así que
ha cogido el de Denver para hacer transbordo en Re…
—¡Santo Dios! —exclamó Jedediah, saltando de su sillón y corriendo hacia
la puerta—. Quiero enviar un telegrama, señorita Evans. A Madison Brecker, de
Virginia City.
—Sí señor —replicó su secretaria.
—Yo, eh… me voy ya —dijo Garrett Lathrop, dirigiéndose lentamente
hacia la puerta.
Jedediah cogió una hoja y garabateó un mensaje a toda prisa.
—Le he dejado el dinero en la mesa…
—Envíe este telegrama inmediatamente, señorita Evans. Es muy urgente.
—No ha sido ningún problema. Me refiero a traer el cambio. Ha sido un
placer. Yo… eh… me alegra haberle conocido.

- 147 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

El joven, como nadie le hacía caso, salió del despacho con la decepción
reflejada en el rostro. ¡Maldita sea! Podía olvidarse de que su jefe le felicitara
por su gesto de honradez. Quizás, incluso debiera olvidarse de su empleo.

Cuando el empleado de telégrafos en Virginia City vio la palabra


«Urgente», despachó el mensaje de inmediato.
—Toma, Billy, lleva este telegrama a la oficina de Madison Brecker. Es
importante.
Había dicho a la oficina de Madison Brecker y no a Madison Brecker a
secas porque era de dominio público que Breck pasaba allí la mayor parte del
tiempo.
—Sí, señor —dijo el mensajero, imaginándose otra opulenta propina.
Por tanto, el muchacho se llevó un buen disgusto cuando encontró la
oficina de Breck vacía y cerrada. ¡Vaya faena! se dijo, mientras deslizaba el
telegrama por debajo de la puerta. A ese paso, nunca podría comprar las botas
que tanto ansiaba.

A ese paso, pensó Breck, ya se habría vuelto loco cuando llegara el


condenado tren. Volvió la vista hacia el reloj de la estación. Solo era mediodía, y
el tren no llegaría hasta las once y media de la noche…
Debería regresar a la oficina para intentar estirar el dinero a la longitud de
las deudas. Sí, eso haría, decidió, dirigiéndose hacia la salida de la estación.
Frenó en seco sus pasos; no, no podía hacer eso. Estaba demasiado nervioso
para enfrentarse al maldito libro de contabilidad. «Entonces ¿qué harás,
Brecker?» Muy sencillo, fue su respuesta. Pasear de un lado a otro en la estación
y enloquecer.
Las horas pasaron con lentitud despiadada. Hacia las ocho menos cuarto,
decidió matar el tiempo restante con un par de tragos de whisky en algún bar.
De camino al Last Drink, Breck pasó frente a la oficina de telégrafos. Iba
pensando en Trinity. ¿Estaría tan impaciente como él? ¿Seguiría sintiéndose
cálida y sensual entre sus brazos? ¿Sobreviviría al tiempo de espera que le
restaba? Por el rabillo del ojo, vio que alguien le hacía señas tras la ventana de
la oficina.
Era Billy. Cuyo hogar invernal era el banco de la mencionada oficina.
—Buenas noches, señor Brecker —dijo, abriendo la puerta.
—Buenas noches, Billy.
—Lo he metido debajo de la puerta de su oficina.
Breck frunció el ceño.
—El telegrama. Lo he metido por debajo de la puerta. El señor Balcom ha
dicho que es importante, así que se lo he llevado nada más recibirlo.
—¿Otro telegrama?

- 148 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

El chico asintió.
—¿A qué hora llegó? —preguntó Breck.
—Al mediodía.
—Gracias —respondió Breck, dirigiéndose hacia la oficina.
—Gracias, señor Brecker —dijo Billy.
Breck no oyó el agradecimiento de Billy, no vio sus ojos juveniles llenos de
contento. Tenía todos sus pensamientos puestos en el telegrama que le esperaba
en la oficina. Inexplicablemente, presentía algo terrible, y se dio cuenta que no
le había fallado el instinto en el instante que leyó el crítico mensaje de Jedediah:

Ada subirá al Sierra Virginia en reno stop que no se acerque a Trinity stop
no hay tiempo para explicaciones stop ya hablaremos
Firmado Jedediah McCook

¡Mierda!
¿Un telegrama? ¿Había tiempo para enviar un telegrama y prevenir a
Trinity? Sí. No. ¡Piensa! Saliendo como alma que lleva el diablo de la oficina,
decidió que solo podía confiar en sí mismo. Y del mismo modo corrió hacia la
estación sin ver a nadie, sin oír la música de los bares, sin sentir el gélido viento
invernal.
Una vez llegado a su destino, subió de un salto a la locomotora nueva,
repartiendo órdenes sin perder un segundo.
—¡Dame vía libre!
—¿Señor Brecker? —gritó el jefe de estación.
—¡Déme vía libre!
El hombre corrió a cumplir la orden, mirando a Breck con cara de
incredulidad.
—¿Va a salir con ella?
—Sí. Eche madera a la caldera… ¡Rápido!
—Pero, señor, necesita agua. El depósito está medio vacío.
—No hay tiempo para agua. ¡Maldita sea, vámonos ya!
Puso en marcha el motor y, lentamente, la locomotora comenzó a moverse.
—¡Más madera! —gritó Breck, manipulando todos los instrumentos
necesarios.
El humo se elevó en el aire y, una vez situada en la vía apropiada, la
máquina comenzó a ganar velocidad. Entonces, solo entonces, elevó una
oración al cielo: «Por favor, Dios mío, haz que el telegrama le llegue a tiempo,
haz que yo llegue a tiempo. ¡Por favor, por favor, no permitas que me quede
solo otra vez!»
—¡Vamos a quemar la máquina! —gritó el jefe de estación.
La única respuesta de Breck fue acelerar al máximo.

- 149 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Capítulo 20

Cuando el tren llegó, en Reno estaba nevando. Ajustándose la capucha


bordeada de piel de la capa alrededor del rostro, Trinity bajó del vagón sobre el
concurrido andén. El tren había llegado puntual a Reno, minuto más, minuto
menos, y el Sierra Virginia saldría un cuarto de hora después. Otros trenes no
habían sido tan afortunados. En la estación se rumoreaba que el tren procedente
de Denver, el cual debía haber llegado ya, estaba sorteando una de las peores
tormentas de nieve que se habían visto en la ruta norteña en toda la temporada.
Esbozó una débil sonrisa. Nunca se le había hecho tan largo un viaje.
Nunca se había sentido tan impaciente por llegar a su destino. Se desvaneció su
sonrisa. ¿Y si Breck no la amaba? ¿Y si solo la deseaba porque era la hija de Su-
Ling? ¿Y si…?
«¡Basta! Deja de lamentarte. Pronto sabrás la verdad».
Paseaba de un lado a otro del andén, haciendo de cuando en cuando un
ademán amistoso con la cabeza a los extraños que la saludaban y procurando
dejar de pensar en Breck por unos momentos siquiera. Su mente, como quiera
que sea, se mostraba poco dispuesta a ser controlada. Había esperado que
Dancey Harlan le llevara un mensaje de respuesta. Pero Dancey se había
limitado a saludarla cariñosamente. Ningún mensaje de Breck, ningún
comentario, excepto que estaba esperándola. Al final, Dancey le había dedicado
una mirada de disculpa por la reticencia de su amigo, por la conducta de
hombre solitario que mostraba.
Solitario. Breck siempre había sido un hombre solitario. Y probablemente
siempre lo sería. Quizás hubiera elegido ese camino porque no podía elegir
otro. Aunque lo hubiera elegido por propia voluntad, ¿no podía hacerle un
hueco en su vida? Pero, ¿y si ni siquiera la amaba? ¿Y si la deseaba solo porque
era la hija de Su-Ling? ¿Y si…?
«¡Basta!»
El intenso frío guió sus pasos de vuelta al vagón privado, que ya había
sido enganchado al Sierra Virginia. Acababa de dejar la capa sobre la cama,
cuando llamaron a la puerta.
—Pronto nos pondremos en marcha, señora. ¿Puedo hacer algo por usted?
—le dijo Dancey Harlan.
—No, gracias, Dancey —respondió con una sonrisa.
—¿Seguro que no le apetece una taza de café o de té? Hace un frío de mil
demonios. Podría sentarle muy bien…
—Ahora que lo dices, Dancey, una taza de té bien caliente es una

- 150 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

tentación.
—Entonces, será una taza de té —dijo Dancey, apresurándose para
cumplir lo prometido.
Trinity permaneció en la puerta por un momento. De repente, el andén se
llenó de gente, y se preguntó si habría llegado el tren de Denver. Una ráfaga de
viento helado la movió a cerrar la puerta.
Acababa de sentarse, al menos por unos momentos, cuando volvieron a
llamar a la puerta.
—Qué… señora McCook.
La voz de Trinity, además de su sorpresa, reveló el desagrado que le
producía la mujer de Jedediah.
—Señorita Lee —respondió Ada, sus ojos brillaban con una energía que no
parecía natural.
—Señora Brecker —corrigió Trinity.
El rostro de la mujer se endureció; el brillo de sus ojos se tornó todavía
menos natural. Pero entonces sonrió. Y fue una sonrisa agradable, tan natural
que Trinity se preguntó si no habría imaginado la expresión dura y la mirada
extraña.
—Señora Brecker, claro —concedió Ada, de inmediato cambiando de tema
con una teatralidad que habría envidiado más de una actriz—. He vivido una
aventura agotadora. El tren se ha retrasado y temía que no íbamos a llegar a
tiempo para hacer el transbordo —dijo—. Voy a Carson City, pero he perdido el
tren esta mañana. Me han dicho que podía coger el tren de Denver y hacer
transbordo aquí. Lo que no me dijeron es que el tren se iba a retrasar tanto.
¡Caramba, no puede imaginarse la nevada que ha caído en el norte!
—He oído que ha sido tremenda.
—Bueno, en cualquier caso, lo he conseguido. Jedediah me ha dicho que
usted también viajaba en este tren y me ha sugerido que podríamos hacernos
compañía.
Trinity dudaba que Jedediah hubiera propuesto tal cosa, pero no podía
negarle una invitación.
—Qué idea más estupenda —mintió.
—Gracias —respondió Ada, entrando como una reina dirigiéndose a su
trono, y enseguida suspiró—. Ah, esto es mucho más agradable que los vagones
normales, siempre atestados. Aunque el verde y el rojo no pegan, ¿no le parece?
Intenté convencer a Jedediah que decorase el vagón en azul o malva, pero…
Ada dejó inacabada la frase, dejando su costoso abrigo de piel doblado
sobre la cama con familiaridad.
—Jedediah ha sido muy amable, prestándome el vagón —observó Trinity.
—Sí. Bueno, siempre puede contarse con él para hacer un favor a… a sus
amigos —dijo, ensombreciéndose su mirada.
Trinity experimentó una extraña sensación. No era miedo, sino más bien
recelo, y se sintió aliviada cuando llamaron a la puerta.

- 151 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—Disculpe —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.


—Aquí traigo el té, tan caliente como los pensamientos de un pecador.
¿Puedo…? —dijo Dancey, enmudeciendo al ver a la otra mujer.
—Dancey, ésta es Ada McCook —explicó Trinity—. Va a viajar conmigo
hasta Carson City.
—Entonces, ¿traigo otra taza?
—¿Le apetece una taza de té?
—Sí, por favor —respondió Ada con sonrisa de oreja a oreja.
Trinity pensó que Ada McCook parecía excesivamente complacida por la
perspectiva del té. Y también pensó que a ella le complacería llegar a Carson
City cuanto antes.
Cuando Dancey regresó minutos después, además de una taza y un plato
para Ada McCook, traía algo más. Algo que hizo brincar el corazón de Trinity.
—Acaba de llegar un telegrama para usted.
—Gracias —respondió Trinity, cogiendo el telegrama con una mano
súbitamente temblorosa.
—Saldremos dentro de poco —murmuró Dancey, cerrando la puerta al
salir.
Trinity, absorta en sus pensamientos, dejó su taza sobre la bandeja.
—¿Le sirvo? —preguntó Ada muy complacida, demasiado complaciente.
—¿Perdone?
—¿Le sirvo?
—Oh, sí. Sí, por favor. ¿Me disculpa un momento?
—Por supuesto —respondió Ada, pero su respuesta cayó en oídos sordos,
pues Trinity, buscando intimidad, se había retirado a una ventanilla en el
extremo opuesto del vagón, dando la espalda a su acompañante.
Con el corazón palpitante, sacó el telegrama del sobre y lo desdobló,
haciendo lo que había procurado no hacer: albergar esperanzas. Después leyó:

Te amo

Y releyó una y otra vez, como si no fuera a cansarse nunca de leer las dos
sencillas palabras. Sus ojos se llenaron de lágrimas. La amaba. ¡Breck la amaba!
Apretó el telegrama contra su pecho, cerró los ojos y se dejó consumir de
emoción.
En el extremo opuesto del vagón privado, el corazón palpitante de
nervios, lleno de odio, Ada se apresuró a sacar un frasco del bolso y echó varias
gotas de láudano en la taza de Trinity. La droga se disolvió rápidamente en el
té.
Estaba respirando profundamente, cuando vio la sangre en sus manos.
¡No, no! suplicó al cielo. La sangre aparecía cada vez más a menudo, y siempre
en momentos inesperados. Aquella tarde, en el tren de Denver, había surgido
de la nada y no había desaparecido hasta que puso la mano sobre una lámpara

- 152 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

y se abrasó. La sangre se extendía sobre sus manos y amenazaba con


derramarse sobre el té. ¡No! ¡No! ¡No debía caer en la taza! ¡Trinity no debía
verla! La hija de Jedediah no debía… no debía… no debía…
Ada apoyó las manos sobre la tetera. Estaba caliente, insoportablemente
caliente, pero no levantó las manos. Un segundo. Dos. Tres. La hemorragia
comenzaba a ceder. Su corazón recobró el ritmo normal. Momentos después,
más tranquila, ofreció la taza de té a Trinity.

A la vez que Trinity cogía la taza, un empleado de telégrafos recibía un


curioso mensaje. Un tal Madison Brecker decía a una tal Trinity Lee que se
mantuviera lejos de Ada McCook. Las instrucciones indicaban que debía ser
entregado inmediatamente. El telegrafista miró el reloj. Cuando lo hizo oyó el
silbato del Sierra Virginia que anunciaba su partida. Demasiado tarde pensó.
A la vez que Trinity cogía la taza, Breck aceleró al máximo la locomotora.
Había estado a punto de descarrilar en una curva unos minutos atrás.
El mensaje de Jedediah quemaba su mente. Como el amor quemaba su
corazón. Como el miedo sus tripas. ¿Y si Trinity no había recibido el telegrama?
¿Y si no llegaba a tiempo?
—¡No queda una gota de agua! —gritó el jefe de estación—. ¡Tendremos
que parar en Carson City para repostar.
—¡No!
—¡Sin agua no llegaremos muy lejos!
—¡Sí que llegaremos! ¡Debemos conseguirlo!
Pero no fue así. Un par de millas más allá de Carson City, la locomotora se
detuvo. Las válvulas sisearon, el metal humeó, los instrumentos saltaron.
—¡Le avisé que se quemaría! —se lamentó el jefe de estación, pero Breck
no estaba escuchándole, sino considerando sus posibilidades, mirando hacia
una granja cercana.
Sin decir palabra, saltó de la locomotora y echó a correr.
—¡Oiga! —gritó el jefe de estación.
Breck siguió corriendo, sin responder, y en menos de diez minutos llegó a
la granja y ofreció todo el dinero que llevaba en los bolsillos, cincuenta y cuatro
dólares y noventa y cinco peniques, por el alquiler del caballo más veloz que
tuvieran. El perplejo granjero aceptó su proposición, sencillamente porque
temía que Breck se llevara el caballo sin más si rechazaba la oferta.
Espoleando el caballo, cabalgó contra el viento.

—Por supuesto, Jedediah sería un gobernador magnífico…


Trinity oía las palabras, pero no las entendía.
Hacía tanto calor en el vagón, un calor tan sofocante. Se llevó una mano al
cuello de su vestido.

- 153 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

—¿Se encuentra bien, querida? —oyó preguntar a Ada en la distancia, una


distancia irreal.
—Sí… solo tengo calor… y estoy un poco mareada —respondió Trinity,
intentando enfocar a la mujer con la vista nublada.
—¿Le gustaría salir a respirar aire fresco?
—No… me encuentro bien —respondió Trinity.
Y aquella mujer volvió a sentarse después de lo que a Trinity le pareció
una eternidad. También tuvo la impresión de que parecía irritada, y cada vez
más borrosa.
—Como quiera. Hay tiempo.
Hay tiempo. ¿Qué quería decir?, pensó Trinity fugazmente, pues el mareo
no le permitía concentrarse en ninguna idea. Bebió un sorbo de té. Amargo.
Sabía amargo. Obviamente, lo había hecho demasiado fuerte, pero se había
tomado casi la taza entera porque lo exigía su estómago vacío.
—…Jedediah a veces es demasiado ingenuo. Vaya, arruinaría su carrera
hacia el puesto de gobernador si yo le dejara. Pero no le dejaré. Comprenderá
que no puedo permitir que desperdicie esta oportunidad…
Trinity ya no podía comprender nada; solo sentía el traqueteo del tren,
unas náuseas terribles. Quizá con otro sorbo de té… la taza que se llevó a los
labios resbaló entre sus manos, derramando el líquido restante sobre su regazo.
—Necesita respirar un poco de aire fresco —insistió Ada, deslizando un
brazo alrededor de la cintura de Trinity para sostenerla en pie.
—Yo… yo… ¿qué me ocurre? —preguntó, el mundo desaparecía ante sus
ojos.
Ada no respondió; solo llevó, o más bien arrastró, a Trinity hacia la puerta.
La actriz, carente de fuerza por completo, no tuvo otro remedio que aferrarse a
Ada… y dejarse llevar. Podía sentir el bolso de Ada que se clavaba en uno de
sus costados.
Cuando se abrió la puerta, el súbito frío aclaró levemente los
pensamientos de Trinity y, en ese instante fugaz, fue consciente de que estaba
ocurriendo algo muy grave.
—Aquí —dijo Ada, sosteniéndola en pie—. Agárrese a la barandilla.
Trinity obedeció, sintiendo en las manos el frío metálico de la barandilla.
Frío. Hacía tanto frío… y había nieve en el aire, nieve que blanqueaba la tierra.
La tierra. Santo cielo, pasaba tan rápidamente ante sus ojos… ¿Tan
rápidamente? Y Ada estaba llevándola hacia el borde de las escaleras, donde
acababa la barandilla y podía ver el suelo pasando veloz a sus pies.
Cuidado. Debía tener cuidado. Podía, caer y… Trinity sintió que algo,
¿una maño quizás?, presionaba sus riñones…

Breck clavó los talones en los costados del caballo, angustiado. Había visto
el humo de la locomotora elevándose en el cielo, oído el silbato, y la proximidad

- 154 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

de su amada estaba enloqueciéndole. Una curva más y vería el tren. El tiempo


parecía interminable, la curva parecía interminable, la pesadilla parecía
interminable. De súbito, el Sierra Virginia apareció en la distancia como un
espejismo reluciente.
Trinity.
Por fin había llegado hasta ella.
«¡Dios, que no sea demasiado tarde!», pidió al cielo.
—¡Qué demonios…! —exclamó Charlie Knott que estaba al timón de la
dama de hierro.
—¿Quién es, maldita sea? —preguntó Abe Dustin, con el rostro sudoroso
de alimentar la caldera a pesar del frío.
—¡Que me aspen! ¡Es Breck! —gritó Charlie, al ver pasar a su jefe
cabalgando como un rayo junto a la locomotora.
Cuando estaba por la mitad del tren, oyó un sonido que era mitad alarido,
mitad sollozo.
Trinity asiéndose con todas sus fuerzas a la barandilla, cayó al suelo de la
plataforma. Sobre ella, se cernía Ada McCook con los labios fruncidos y los ojos
encendidos de cólera.
—¡Suelta la barandilla! —siseó, tratando de separar las manos de Trinity
de la barandilla.
—¡No! —sollozó Trinity, e intentó en vano, golpear a su agresora.
Con una brutalidad que hizo gritar a Trinity, Ada separó sus dedos de la
barandilla. La actriz intentó aferrarse al vestido de Ada, a cualquier cosa, y sus
manos palparon un terrible vacío. Iba a caer sin remedio. Iba a…
De súbito, chirriaron los frenos y saltaron chispas y humo de las ruedas.
Luego, lentamente se detuvo. El frenazo zarandeó a las dos mujeres.
Trinity se agarró al borde de la falda de Ada e intentó recobrar el
equilibrio.
A Ada le asaltó el pánico. ¡Su oportunidad estaba disipándose como humo
en el aire! ¡Su última oportunidad!
Matarla… matarla… matarla… insistía una voz tan negra como la noche.
Revolviendo en su bolso, Ada sacó un pequeño objeto… con una mano
que estaba comenzando a sangrar otra vez. La mancha roja se extendió sobre
sus manos lentamente.
«Matarla… matarla… matarla…»
En el repentino silencio, se oyeron los cascos de un caballo, voces por
todas partes.
—¿Qué ha pasado?
—El tren se ha detenido.
—¿Quién es ese hombre a caballo?
Trinity vio algo que relucía en la mano de Ada. Metal. ¿Una pistola? Sí,
una pistola.
—Breck —murmuró, pensando que iba a morir.

- 155 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

Ada apuntó, curvó el dedo sobre el gatillo y, de repente, los ojos se le


pusieron como platos. Lanzó un gemido y, como un bailarín que ha perdido el
equilibrio, cayó al suelo con un cuchillo clavado en la espalda.
Por el otro lado de la plataforma, un hombre que montaba un caballo
exhausto saltó al tren.
—¿Breck? —murmuró Trinity débilmente, pensando que él también debía
formar parte de aquel sueño borroso.
—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca el personaje del sueño,
arrodillándose, cerciorándose del estado de Trinity.
Ella intentó responder que sí, pero no pudo. Cegada por la droga y las
lágrimas, extendió las manos hacia el hombre que había ante ella y aferró la
solapa de su abrigo.
—Ella… ella ha intentado… matarme.
—Ya pasó todo —afirmó Breck, envolviéndola entre sus brazos.
—¿Por qué iba a querer…?
—Chisss…
—Ella… ella…
El láudano, finalmente la arrastró al mundo de la inconsciencia y se
derrumbó entre los brazos de Breck. Éste la alzó con delicadeza y la arropó con
su abrigo, con el calor de su propio cuerpo. Alrededor de ellos, la noche
suspiró.
—¿Qué demonios…? —exclamó Dancey, enmudeciendo al ver a la luz de
la linterna un cuerpo en la nieve que marcaba sus pasos, luego empalideció al
ver el cuchillo clavado en la espalda. ¡Dios mío!
Lentamente, el revisor alzó la lámpara para iluminar a la pareja sentada en
la parte trasera del vagón. Todas las miradas de la pequeña multitud que le
seguía se dirigieron hacia la pareja en cuestión.
Y lo que vieron dichas miradas dio mucho que hablar durante mucho
tiempo en Virginia City. Todos estaban de acuerdo en una cosa: era Madison
Brecker que estaba abrazando a su esposa. Algunos juraron que le oyeron
susurrar «Te amo».

Un mes después, cuando enero tocaba a su fin, Trinity y Breck viajaban de


nuevo en el vagón privado de Jedediah. El cielo estaba pintado de estrellas, y la
luz de la luna resplandecía en los raíles de la vía.
—Ya casi hemos llegado a casa —dijo Breck, cuyo pecho acariciaba la
espalda de su mujer, al igual que su aliento.
Y la casa en cuestión estaba en Virginia City, donde Ellie y Neil les
esperaban en la estación. Ellie había encontrado la casa; se trataba de un edificio
con porche blanco. Era su hogar, el lugar al que Trinity regresaría después de
unas pocas giras muy seleccionadas. El lugar al que invitarían a cenar a Oliver
Truxtun para darle una explicación que aliviara su orgullo herido. Breck

- 156 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

respetaba el talento del detective y, gracias a su recomendación, Jedediah le


había contratado para resolver un caso de robos en el Central Pacific. Breck
había preguntado a Trinity en son de broma si le gastaría otra mala pasada.
—Qué bien —respondió Trinity, disfrutando de la calidez de los brazos de
su marido.
Habían pasado unas semanas en San Francisco con Jedediah. La muerte de
Ada le había afectado mucho, más de lo que el pobre hombre podía expresar.
Trinity sabía que hacía mucho tiempo que Ada y Jedediah no dormían juntos.
Sin embargo, aquella distancia emocional no implicaba que Jedediah deseara
ningún mal a su esposa. Mucho menos que deseara su muerte. Incluso cuando
Breck le dijo que sospechaba que Ada había matado a Su-Ling, Jedediah fue
incapaz de albergar ningún rencor en su corazón. Más bien, sintió una inmensa
tristeza y unos remordimientos más inmensos todavía. Tenía la sensación de
haber provocado la tragedia, de haber empujado a su mujer a perder la cabeza.
En cualquier caso, Trinity sospechaba que el pelo de Jedediah había encanecido
al ver a su hija tan cerca de la muerte.
Su hija.
Su padre.
Trinity no dejaba de sorprenderse por la revelación. Ni dejaba de sentir
una cálida emoción por ella. Si hubiera podido elegir padre, habría elegido a
Jedediah. Que el Destino lo hubiera elegido, casi le hacía creer en el mismo.
El Destino.
Había estado a punto de traicionarla en aquel mismo lugar unas semanas
atrás. Había creído que moriría a manos de Ada, pero el Destino no lo había
dispuesto. A veces, envuelta por los brazos de Breck, con el cuerpo encendido
de deseo y el corazón de amor, casi le creía cuando afirmaba que habría
desafiado al Destino para conservarla a su lado. A veces, envuelta por los
brazos de Breck después de hacer el amor apasionadamente, pensaba que
realmente él había re-escrito el Destino, porque había estado muy cerca, muy
cerca de morir.
—Déjalo —susurró Breck, estrechándola entre sus brazos—. Deja de
pensar en eso. Ya pasó.
—¿Sí?
—Sí. Si tú quieres. Olvídalo, estrella —dijo Breck y, apartando de su
camino la capucha de la capa de Trinity, la besó en el cuello.
Sus miradas se encontraron en la noche.
—Y tú, ¿puedes olvidar? ¿Puedes olvidar lo que te hice? ¿Que creí que
eras el asesino de mi madre, que te odié, que casi te arruiné, que casi te asesi…?
Trinity no se sintió capaz de terminar la frase, embargada de emoción. Y la
oscuridad le impidió ver que los ojos de su amado habían dejado de ser fríos.
—Creíste lo que era lógico creer. Sobre todo, teniendo en cuenta que lo
viste a través de los ojos de una niña. Y no me arruinaste en absoluto —añadió,
esbozando una sonrisa—. Concedido, estuviste a punto. Si mi suegro no fuera

- 157 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

tan rico, sin duda ahora estaría pidiendo limosna. Pero…


Trinity sonrió, con los labios y el corazón. Que Breck hubiera aceptado el
préstamo de Jedediah, necesario para que conservara a Sierra Virginia, la había
complacido más de lo expresado con palabras. En otro tiempo había existido un
Madison Brecker, perdido en su soledad, que jamás hubiera aceptado la ayuda
de nadie. Trinity sabía que el cambio seguía sin resultar sencillo para él, lo que
hacía más encantador y digno de admiración su esfuerzo.
—Le pagarás con creces el préstamo. Creo que espera que le llenes de
nietos el regazo.
Una sonrisa tan perezosa como una noche de verano se dibujó en los
labios de Breck.
—Y yo espero no decepcionarle —dijo y, de súbito, se desvaneció su
sonrisa—. No sé absolutamente nada acerca de ser padre. En realidad, nunca
tuve uno.
Y la sonrisa de Trinity también desapareció. Breck no le había hablado
mucho de su pasado, pues los hombres solitarios siempre guardaban un pedazo
de su vida para sí mismos, pero le había contado lo suficiente como para saber
que su infancia había sido dura, falta de cariño y amor.
—Y, por eso precisamente, serás el mejor de los padres —afirmó Trinity
acariciándole la mejilla con dedos enguantados, sintiéndose de nuevo drogada,
pero esta vez de amor—. ¿Cómo he podido querer matarte?
—Llegada la ocasión, no habrías sido capaz.
—No.
—Porque me amabas.
Cada vez que Breck hablaba del amor de Trinity, lo hacía con una pizca de
duda, como si no pudiera llegar a creer en su buena suerte.
—Sí, porque te amaba —afirmó ella—. Porque te amo y siempre te amaré.
Y deslizó un dedo sobre los labios de Breck, que lo apartó para ahogarse
en su boca. Y el beso fue ardiente, dulce y apasionado. La capucha resbaló de la
cabeza de Trinity, permitiendo que su cabello brillara como ébano lustroso a la
luz de la luna.
—Te amo —murmuró Breck—. ¡Dios, cómo te amo!
Y volvió a besarla, esta vez interrumpiendo el beso para deslizar los labios
sobre su cuello, sobre su garganta.
—¿Breck?
—¿Hum?
—¿Amaste… amaste a mi madre?
Era la única cosa que no se había atrevido a preguntar hasta entonces.
Breck se quedó inmóvil y la miró a los ojos, y vio su propia vulnerabilidad
reflejada en ellos.
—No —respondió—. Éramos amigos, pero yo no amaba a tu madre. No
podía. No sabía. Tú me has enseñado a amar, estrella. Solo tú.
Trinity se dejó llevar de buena gana entre los fuertes brazos de su amado

- 158 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

marido, fascinada por haber encontrado su media naranja. Sobre ellos, en la


lejanía, una estrella fugaz surcó el cielo. Trinity la vio. Sonriendo, cerró los ojos
y sintió una paz muy dulce, la prometida por su madre, descendiendo hacia
ella…

***

- 159 -
https://www.facebook.com/novelasgratis

GÉNERO: Romance histórico


Título original: China star
Editor original: HQN, 01/1989

Editorial: Harlequín Ibérica, 08/1991


Colección: Internacional 59

- 160 -

También podría gustarte