EL PACTO DE GRACIA Como Nunca Lo Habías Considerado

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El pacto de gracia como nunca lo habías considerado

Por: Alejandro González Viveros.

Introducción
En este artículo quiero hablar de un tema importantísimo pero muy poco
mencionado: El Pacto de Gracia. Particularmente, quiero hablar de
algunos de los aspectos menos mencionados del Pacto de Gracia. Pero
antes, explicaré brevemente qué es el Pacto de Gracia.
En primer lugar, un pacto es un acuerdo, un convenio o un tratado
entre dos o más partes. En nuestra vida cotidiana tenemos ciertos
paralelos, como el contrato laboral que firmamos cada vez que entramos
a un nuevo empleo, o como los votos matrimoniales que decimos en
nuestras bodas. Aquellos son acuerdos.
DIOS, HA DECIDIDO RELACIONARSE CON NOSOTROS
precisamente de ese modo; POR MEDIO DE ACUERDOS a los que,
en teología, llamamos «PACTOS».
El primero de estos pactos en la historia humana fue aquel al que los
teólogos llaman Pacto de Obras.
El segundo es conocido como Pacto de Gracia.

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¿En qué consisten estos pactos?
El Pacto de Obras fue el acuerdo que Dios hizo con Adán y, en él,
con todos nosotros. En este pacto se le prometió a Adán la vida si él
obedecía a Dios y la muerte si desobedecía. Desobedeció y por su
fracaso en dicho pacto la humanidad entera yace, desde entonces, en
un estado de pecado y de miseria. Gracias a ello todos somos
pecadores, corrompidos, culpables y condenables; somos contados
como criminales y fugitivos ante Dios. No es exagerado decir que, en
Adán, todos traicionamos a aquel a quien todo debíamos.
Cualquier rey terrenal, ante una ofensa de tal magnitud, no habría
dudado en mandar a ejecutar inmediatamente a los traidores.
Pero Dios, siendo sumamente misericordioso, decidió hacer un segundo
pacto con nosotros, el Pacto de Gracia. Por medio de este, el Señor
nos dio la posibilidad del perdón de nuestros pecados y la
reconciliación con Él. Nos extendió su clemencia ofreciéndonos no
pagar personalmente por nuestras transgresiones ya que Él daría un
sustituto quien pagaría en lugar nuestro, nuestro Señor Cristo Jesús.
Para que todas estas bendiciones del pacto llegasen a ser nuestras, se
dio una única condición: fe y arrepentimiento; o, lo que es lo mismo: la
conversión.
Todos los pactos después de Adán son manifestaciones de este
fundamental Pacto de Gracia. El Pacto Noético, el Pacto Abrahámico,
el Pacto Mosaico, el Pacto Davídico, etc… todos son, en esencia, un
mismo pacto: el Pacto de Gracia.
Claro, de uno a otro hubo modificaciones, adiciones y mayores
especificaciones.
Por ejemplo, a Noé no se le dio la promesa de una descendencia tan
numerosa como las estrellas, como sí sucedió con Abraham, y a
Abraham no se le ató a un sistema sacrificial como sí sucedió con Israel
en el Pacto Mosaico. Sin embargo, a pesar de estas variaciones, la
esencia siempre permaneció intacta ¡Un mismo Pacto de Gracia!
[El Pacto ES EL MISMO, a pesar de las “variaciones” según la
época en que se aplica]

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De hecho, eso sucede a veces con nuestras apps en nuestros teléfonos
móviles. Yo uso Facebook, y a veces mi celular indica que hay
actualizaciones pendientes para dicha app. Todos sabemos que esas
actualizaciones no harán que mi aplicación de Facebook sea
remplazada por otra aplicación. No voy a encontrar que donde yo
solía tener mi Facebook ahora hay una cuenta de Instagram. En
realidad, encontraré el mismo Facebook, pero con algunas
mejorías.

De algo semejante estamos hablando aquí. Aquel mismo Pacto de


Gracia ha tenido, si así queremos verlo, diferentes «actualizaciones». La
última actualización que recibió fue la que realizó Jesús mismo, en su
última cena con sus discípulos, con las palabras: «esto es mi sangre del
nuevo pacto» (Mateo 26:28) En teología, por supuesto, no les llamamos
actualizaciones, sino dispensaciones. [Es decir “Administraciones”]

Entonces, cuando Jesús habló de este pacto como «nuevo» se refería a


una nueva actualización, o una nueva dispensación, [“Administración”]
del mismo viejo Pacto de Gracia.

Esto lo confirma el hecho de que las promesas y condiciones de


este pacto no han variado desde Adán y hasta Cristo. Se sigue
prometiendo lo mismo y se sigue requiriendo lo mismo. Desde
entonces, y hasta ahora, Dios requirió fe y arrepentimiento y prometió, a
cambio, perdón y reconciliación. La frase que, como un motivo
unificador hallamos por toda la Escritura y a lo largo de todas las
dispensaciones del Pacto de Gracia, es: «Yo seré tu Dios y tú serás
mi pueblo». Esta promesa abarca a todas las demás y las unifica. A
grandes rasgos, este es el Pacto de Gracia.

Ahora sí, hablemos de algunos de esos aspectos poco mencionados del


Pacto de Gracia.

Los siguientes aspectos irán enfocados a la administración externa del


Pacto de Gracia. Esto significa que nuestra mirada, en este texto,

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permanecerá más en cosas terrenales que en celestiales. ¿Por qué
tomar este enfoque?

No porque sea más importante hablar de lo externo y terrenal, sino solo


debido a que ha sido el modo menos usual de hablar del Pacto y la
ignorancia que existe acerca de este enfoque ha llevado, muchas veces,
a muchos, a diversos errores. Además, creo firmemente que nos hemos
perdido de una dimensión riquísima del pacto por ignorancia de este
tema.
Los siguientes cuatro aspectos de los que hablaremos son:
1. El aspecto temporal/eterno
2. El aspecto individual/corporativo
3. El aspecto interno/externo
4. El aspecto progresivo
1. EL ASPECTO TEMPORAL/ETERNO DEL PACTO DE GRACIA
En el Pacto de Gracia hay tanto una dimensión espiritual, celestial y
eterna, así como una terrenal, física y temporal. La mejor forma de
comprender el aspecto temporal/eterno del Pacto de Gracia, es por
medio de las bendiciones y maldiciones del Pacto. Las bendiciones y
maldiciones del Pacto de Gracia pueden dividirse en temporales y
eternas.
Bendiciones y maldiciones eternas
Las bendiciones eternas yacen en el ámbito de lo espiritual, tienen
que ver con el perdón de los pecados, la justificación, adopción,
santificación, etc… Las maldiciones eternas, que también son
espirituales, tienen que ver con la condenación por nuestros pecados, el
infierno, la ira de Dios, la separación total y eterna de Dios, junto con
todo lo que eso implica.

Así que, en el Pacto de Gracia, se prometen cosas más allá de esta vida
y más allá del plano terrenal. El Pacto nos dice que todo aquel que crea
en el Hijo tendrá garantizadas las bendiciones eternas y quién rehúse
creer, las maldiciones eternas. Estas bendiciones y maldiciones, por

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consiguiente, dependen de una fe y un arrepentimiento que, por
naturaleza, son individuales, personales, sobrenaturales y espirituales
(que provienen del Espíritu Santo).

Pero, del tema soteriológico ya han sido escritos muchos libros, no


hablaremos de esto a detalle aquí ni ahora. Como ya hemos dicho, nos
enfocaremos mucho más en el otro aspecto del Pacto, en el temporal,
externo y terrenal.
Bendiciones y maldiciones temporales
Las bendiciones y maldiciones temporales, prometidas en el Pacto de
Gracia, tienen que ver, en el caso de las bendiciones, con bienestar
social terrenal, económico, político y cultural; con prosperidad, paz,
abundancia, poder y victorias militares, y todo lo que puede estar ligado
a estas cosas. Y, en el caso de las maldiciones, es exactamente lo
contrario: malestar social, inseguridad, escasez, pobreza, guerras,
esclavitud, opresión, persecución, humillación, derrota, etc.
Estas bendiciones y maldiciones están atadas y dependen, no tanto
de la fe personal de cada individuo (en contraste con las bendiciones y
maldiciones anteriores que si dependen de la fe), sino del cumplimiento
corporativo del pueblo de Dios a la ley de Dios. Además, como
habremos notado, estas bendiciones y maldiciones no nos hablan del
sitio en el que los miembros del pacto terminarán pasando la eternidad,
sino con la forma en la que Dios ha decidido tratar con su pueblo
por su paso por este mundo.
¿Dónde encontramos fundamento para esto en la Biblia?
En Deuteronomio encontramos estas bendiciones y maldiciones
temporales:
«Acontecerá que, si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para
guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo
hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la
tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si
oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito
tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto

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de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas
serán tu canasta y tu artesa de amasar. Bendito serás en tu entrar, y
bendito en tu salir. Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren
contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de
delante de ti.
Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello
en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios
te da». (Deuteronomio 28:1-8)
La lista de bendiciones se extiende hasta el versículo 14 de ese mismo
capítulo y, a partir del versículo 15, encontramos las maldiciones
temporales del pacto:
«Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar
cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy,
que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito
serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu canasta, y tu
artesa de amasar. Maldito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, la
cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Maldito serás en tu
entrar, y maldito en tu salir. Y Jehová enviará contra ti la maldición,
quebranto y asombro en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta
que seas destruido, y perezcas pronto a causa de la maldad de tus
obras por las cuales me habrás dejado. Jehová traerá sobre ti
mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para
tomar posesión de ella. Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de
inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con
añublo; y te perseguirán hasta que perezcas» (Deuteronomio 28:15-22)
La lista de maldiciones se extiende hasta el versículo 68.
En total tenemos 14 versículos de bendiciones y 54 terribles
versículos de maldiciones. Pero, de aquí, dos cosas podemos notar:
1. De las palabras: «si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios,
para guardar y poner por obra todos sus mandamientos» y «si no oyeres
la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus
mandamientos» confirmamos que estas bendiciones y maldiciones
están atadas al cumplimiento de la ley de Dios. Dios mandaría sus
bendiciones si el pueblo vivía en conformidad con su ley, o sus
maldiciones si vivía en disconformidad.

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2. Estas bendiciones y maldiciones son meramente temporales y
terrenales. No se dice nada acerca de perdón de pecados o vida
eterna, ni tampoco del infierno o condenación tras la muerte.

Claro, esto no significa que estas bendiciones y maldiciones no puedan


ser figura de las eternas. Sin embargo, en sí, estas bendiciones y
maldiciones giran en torno a lo social, económico, político y militar.
Alguien podría pensar que el texto de Deuteronomio 28 no está
hablando del pacto sino de la mera ley y sus consecuencias; ese
alguien podría disociar mentalmente estas cosas como si la ley y el
pacto fuesen cada uno, temas separados. En dado caso necesitamos
entender que la ley fue entregada en el contexto del pacto y como parte
del este. Observemos como lo expresa Moisés en Deuteronomio 5:
«Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con
nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los
que estamos aquí hoy vivos. Cara a cara habló Jehová con vosotros en
el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre Jehová y
vosotros, para declararos la palabra de Jehová; porque vosotros
tuvisteis temor del fuego, y no subisteis al monte» (Deuteronomio 5:2-5)
Es evidente que Moisés está hablando del momento en el que Dios (en
Éxodo 20) dio su ley a su pueblo. Esto queda claro por la mención del
monte, el fuego y la mediación de Moisés entre Jehová y el pueblo.
Moisés se refiere a aquello diciendo «Dios hizo pacto con nosotros». La
ley, entonces, está sumamente relacionada al Pacto. La ley es,
particularmente, las condiciones del Pacto, y lo que hemos leído en
Deuteronomio 28 son las consecuencias por cumplir o incumplir
dichas condiciones.
De hecho, el pueblo fue muy consciente de ello y manifestó estar de
acuerdo con el pacto: «Y tomó [Moisés] el libro del pacto y lo leyó a
oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha
dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre
el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con
vosotros sobre todas estas cosas» (Éxodo 24:7-8). De modo que la ley
fue entregada en el contexto del pacto y como parte de este.

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Específicamente fue la condición de las bendiciones y maldiciones
temporales del pacto.

Relación entre lo temporal y lo eterno en el Pacto


Los aspectos temporales y eternos no están ligados ni dependen el
uno del otro tanto como para que quien goce de las bendiciones
temporales vaya a gozar, necesariamente, de las eternas, o quien goce
de las eternas, vaya gozar de las temporales. Lo mismo aplica para las
maldiciones.
Por ejemplo, una persona podría tener vida eterna, pero sufrir bajo las
maldiciones temporales. Como fue el caso de Daniel, quien fue salvo,
pero vivió en el tiempo del exilio Babilónico; un tiempo en el que el
pueblo, en términos generales, yacía bajo las maldiciones temporales
del pacto. Daniel sufrió este exilio junto con el resto del pueblo aun a
pesar de que era salvo.
Asimismo, uno podría no ser ni salvo ni regenerado y, aun así, gozar de
las bendiciones temporales. Como Absalón en tiempos de David. En
aquella época el pueblo gozaba de un tiempo de bendiciones
temporales (prosperidad, bienestar, victoria y paz reinaban en Israel),
dado que, por la regencia de David, el pueblo estuvo, en general, cerca
de Dios y de su ley. Absalón disfrutó por un largo tiempo de dichas
bendiciones aun a pesar de que, al final, no disfrutó de las eternas.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nosotros? ¿no pertenece todo
esto al Antiguo Testamento solamente? ¿Acaso no fue solo cosa de
judíos? ¿No ha cambiado todo esto para nosotros, ahora, en el Nuevo
Testamento? Bueno, ciertamente hay cosas que han cambiado de una a
otra dispensación del pacto, pero en realidad, no existe ningún motivo
por el que podamos pensar que Dios ya no procede con su pueblo
(con nosotros) bajo las estipulaciones de Deuteronomio 28.
Por el contrario, tenemos bastantes evidencias de que Dios todavía
envía sus bendiciones y maldiciones temporales a los suyos de acuerdo
con la fidelidad de los suyos a su ley. Espero que algunas de estas
evidencias puedan mostrarse, aunque sea indirectamente al tratar con el
resto de los puntos de este artículo.

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2. EL ASPECTO INDIVIDUAL/CORPORATIVO
Lamentablemente, a los cristianos nos encanta pensar en la salvación y
en el cristianismo como algo individual. Y es cierto que hay elementos
en donde lo individual es predominante.

Por ejemplo, la fe y el arrepentimiento que se nos demandan cuando


Jesucristo y su evangelio nos son presentados por primera vez y la
oferta de salvación nos es puesta delante, son absolutamente
personales e individuales; nadie puede creer por nosotros. Sin
embargo, habiendo creído, no pasamos a formar parte de una relación
privada en donde estamos solo «Dios y yo».

Sé que la cultura cristiana popular le fascina enfatiza la idea de que el


cristianismo es como una especie de noviazgo íntimo entre Jesús y yo,
es por ello que escuchamos a tanta gente decir cosas como «no voy a
la iglesia, pero yo y Dios estamos bien». Sin embargo, esa no es la
idea Bíblica.

En realidad, al llegar a la fe venimos a ser miembros de un gran


cuerpo de creyentes, y a sumarnos a las filas de los ejércitos del
Todopoderoso. La Biblia nos describe como miembros de un cuerpo,
ovejas de un rebaño, ladrillos de un edificio y ramas de un árbol.
Aunque la entrada al cristianismo sea individual, la vida cristiana
es irremediablemente corporativa.

Por esta razón, en la Biblia es mucho más frecuente hallar la expresión


«nuestro Dios» que «mi Dios»; por eso erramos cuando leemos la
Biblia como si hubiese sido escrita «para mí», de forma personal, pues
la mayoría de las veces, ella habla al pueblo de Dios como un todo.

Cuando esta distinción entre los individual y lo corporativo la aplicamos


al pacto, nos lleva a mayores alturas en su comprensión. Vamos a
retomar lo que habíamos mencionado de las bendiciones y maldiciones
temporales y eternas, pero a ello vamos a sumar este aspecto
individual/corporativo. Y lo que quiero decir es lo siguiente: Mientras

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que las bendiciones y maldiciones eternas son individuales, las
bendiciones y maldiciones temporales son corporativas.

Lo eterno es individual, lo temporal es corporativo


Si no hacemos bien esta distinción podríamos terminar cayendo en
una especie de teología de la prosperidad, y podríamos acabar
pensando que Dios, por medio de un pacto, se ha comprometida a
prosperarme a mí y hacerme rico a mí en la medida en la que yo,
personalmente, lo obedezca.
En realidad, Dios no tiene ningún convenio conmigo, para que si
yo, individualmente, vivo muy apegado a su ley, Él me bendiga y
prospere. Si yo vivo en medio de una comunidad corrompida, pero yo
me «porto bien» Dios no tiene un acuerdo conmigo para darme
bienestar terrenal personalmente a mí.
El pacto de Deuteronomio 28 no lo hizo Dios llevando a cada
israelita a parte y prometiéndolo a cada uno al oído. El pacto fue
hecho a todo el pueblo, dicho en presencia de todo el pueblo, estando
el pueblo constituido como pueblo, en su calidad de pueblo.
Los aspectos temporales y terrenales del pacto son, por lo tanto,
totalmente corporativos y sociales. No se trata de que, si un individuo
cristiano vive en una gran conformidad con la ley de Dios, Dios vaya a
bendecirlo a él en su paso por este mundo (El libro de Job debe
enseñarnos con claridad esta lección); sino de que, si el pueblo de Dios,
como pueblo, se vuelve a su Señor con un corazón sincero y vuelve a
tomar su santa ley con la seriedad que esta amerita y a vivir conforme a
ella, ahí Dios sí se ha comprometido a enviar sus bendiciones
temporales y terrenales. Esto no significa que cada individuo vaya a ser
próspero y rico, sino que Dios enviará un estado general y social de
bienestar y prosperidad en el pueblo.
Lo mismo con las maldiciones temporales. Podríamos pensar
incorrectamente que lo que estamos diciendo aquí es que Dios se ha

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comprometido por pacto a enviar maldición a cualquier individuo que
viva en gran disconformidad con su ley. Pero, eso no es lo que estamos
tratando de decir.
En realidad, puede haber tremendos pecadores, muy bendecidos,
viviendo en opulencia y comodidad, rodeados de lujos y paz (tal como
cuenta el Salmo 73).

Dios no se ha comprometido a tratar mal en esta tierra a todo aquel que


desobedezca su ley, sin embargo, sí se ha comprometido a tratar mal y
a enviar sus maldiciones temporales a su pueblo cuando este, como
pueblo, vive en rebelión, lejos de su Señor y lejos de su santa ley. ¿Por
qué? Porque, aunque entre el individuo y Dios no hay un pacto en
este sentido, entre el pueblo de Dios y Dios, sí lo hay.

¿Dónde encontramos fundamento para esto en la Biblia?


Siempre que el pueblo de Israel se apegó a la voluntad de su Señor,
tuvo victorias sobre sus enemigos, Dios envió lluvias y buenas
temporadas, hubo opulencia, gozo, paz y triunfo. Prácticamente todo el
libro de Josué es un gran testimonio de ello.
Pero, ¿qué sucedió cuando el pueblo se olvidaba de su Señor, de su
Pacto, de su ley, e iba tras otros dioses? El libro entero de Jueces nos
narra este triste testimonio. Dios los entregaba en manos de sus
enemigos, los hacía el hazmerreír entre los pueblos, no los acompañaba
más en sus batallas ni daba prosperidad a sus tierras. Y ¿por qué Dios
procedía de esta manera?
Porque Él lo había prometido así en su Pacto, este fue el convenio
concertado entre el Señor y su pueblo. No debía ser ninguna
sorpresa, Dios solo estaba haciendo lo que dijo que haría si el pueblo
procedía de una u otra manera en cuanto a su ley.
Lo relevante de todo esto es que sostenemos que Dios sigue en este
acuerdo con su pueblo. Nosotros la iglesia, somos el pueblo de Dios.
Pero ¿estamos conscientes del acuerdo que Dios tiene con nosotros?

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Volteemos a ver cómo está el pueblo ¿vivimos en conformidad con la
ley? ¿No se trata más bien de que hemos tomado a Jesucristo y su
evangelio como una excusa para ignorar lo voluntad de Dios y vivir
como nos ha placido? Y tal como en el Antiguo Testamento, muchos de
los que debían habernos advertido contra la ira de Dios para
conducirnos a escapar del juicio, nos alimentan con vanas esperanzas.

Así lo dijo Dios por su profeta Jeremías:


«Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los
profetas [pastores] que os profetizan [predican]; os alimentan con vanas
esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de
Jehová. Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz
tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón,
dicen: No vendrá mal sobre vosotros». (Jeremías 23:16-17)
¡Oh pueblo, no escuches estas vanas esperanzas! ¡No tendrás paz, y sí
vendrá mal sobre ti! Ciertamente por la sola fe en Cristo tendrás vida
eterna al morir, pero por tu infidelidad a Él y a su ley tendrás las
maldiciones del Pacto sobre ti por tu paso en este mundo. ¿Es eso
lo que quieres?

3. EL ASPECTO INTERNO/EXTERNO
Dentro del Pacto de Gracia, hay una administración externa y
una administración interna.
Hay gente que yace solo en la administración externa compartiendo,
junto con el resto del pueblo, las bendiciones temporales del Pacto
o, en caso de que el pueblo esté lejos del Señor y Su ley, las
maldiciones temporales de este, pero sin tener la posesión efectiva de
las bendiciones eternas.
Por otro lado, hay gente que ha sido llevada por Dios a lo más hondo
del Pacto, hasta la administración interna, quienes, además de
experimentar los tratos comunes terrenales junto con el resto del pueblo,

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experimenta un trato salvífico, o, lo que es lo mismo, el adelanto de
las bendiciones eternas del Pacto.
La realidad de estos dos ámbitos, ha sido mayormente conocida entre
los teólogos con los términos iglesia visible e iglesia invisible.

La iglesia visible e invisible y las administraciones del Pacto


La iglesia visible está conformada por todas las personas que profesan
la religión verdadera juntamente con sus hijos.

Profesar la religión verdadera simplemente significa identificarse como


cristiano y vivir externamente como tal, no implica necesariamente
regeneración, justificación, santificación ni vida eterna (pues como todos
sabemos, muchos de los que se dicen cristianos y viven como
cristianos, terminarán llegando con el Señor y diciendo «Señor,
Señor…», pero el Señor les dirá: «Nunca os conocí; apartaos de mí»). A
esta iglesia se le llama «visible» porque consiste de un grupo de
personas que cualquiera puede identificar con sus ojos, señalar con su
dedo, y decir «Ellos son, ahí están».
La iglesia invisible, por otro lado, está conformada por todos aquellos
que han sido elegidos, desde antes de la fundación del mundo, por
Dios, para salvación. En ella todos son o serán necesariamente salvos
por la eternidad; todos tienen o tendrán las bendiciones eternas del
Pacto. Se le llama «invisible» debido a que la elección de Dios en ella
es algo que escapa por completo a la percepción humana.
Quiero evitar que pensemos que la iglesia visible y la invisible son dos
pueblos, dos reinos o dos grupos finalmente divorciados el uno del otro.
En realidad, en vez de concebirlo como dos pueblos o dos iglesias,
debemos pensarlo en ellas como un solo pueblo con dos aspectos: uno
externo y otro interno. Es aquí donde puede servir que adoptemos la
idea de que hablamos de solo Pacto con dos administraciones, una
interna y otra externa (cuidado aquí, no son lo mismo las
dispensaciones que las administraciones del Pacto).
Todos los que están en la administración interna (la iglesia invisible)
son también parte de la externa (la iglesia visible), aunque no todos los

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que están en la administración externa son necesariamente parte de la
interna.
En otras palabras, todos los que son elegidos y regenerados son parte
de aquella comunidad de creyentes que es perceptible al ojo humano,
identificable y encontrable; aquella a la que podemos llamar «pueblo de
Dios». Sin embargo, no todos los que forman parte de aquella
comunidad visible están asimismo en el grupo de aquellos que Dios
tiene intención de redimir eternamente.

No obstante, tanto los de la administración interna como los de la


externa, son realmente Iglesia, todos son pueblo de Dios y todos
están en el Pacto, aunque unos tengan vida eterna y otros no.
¿Dónde encontramos fundamento para esto en la Biblia?
1. Jacob y Esaú, ambos fueron marcados con el sello del Pacto (la
circuncisión), por lo que se puede decir que ambos estuvieron realmente
en el pacto. Pero ¿ambos fueron poseedores da las bendiciones eternas
del Pacto accediendo a la administración interna de este? No. La
escritura dice «a Jacob amé, más a Esaú aborrecí». Aunque ambos
estuvieron en el Pacto, uno tuvo vida eterna y el otro no; uno
estuvo en la iglesia invisible y el otro solo en la visible.
2. La parábola del trigo y la cizaña presenta un contraste no entre
impíos y creyentes, sino entre miembros del pueblo con vida eterna y
miembros del pueblo sin vida eterna.
Por esa razón el énfasis de aquella parábola es que el trigo y la cizaña
se parecen tanto que es prácticamente imposible entresacar a la cizaña
del trigo sin arrancar valioso trigo junto con la cizaña. Hay un parecido
tremendo entre estos dos. No obstante, los impíos, quienes viven fuera
del pacto y fuera de la comunidad de los fieles, realmente no se parecen
a los que sí viven dentro de esa comunidad. No es difícil distinguir a un
cristiano de un mundano. Pero sí es difícil distinguir a un cristiano
elegido para vida eterna, de un cristiano que al final apostatará
demostrando siempre haber sido un réprobo. El contraste en la
parábola del trigo y la cizaña, por lo tanto, debe ser entre miembros de

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la administración interna y de la administración externa del Pacto,
en donde la idea de la tremenda similitud sería natural y justificable.
3. Lo mismo sucede en la parábola de las diez vírgenes. El texto no
enseña que unas odiaban al novio y luchaban contra él mientras que
otras lo amaban y esperaban. En realidad, todas estaban esperando al
novio, todas decían amarlo, todas ansiaban recibirlo, pero solo unas
lograron esperarlo hasta el final y recibirlo verdaderamente en su
llegada. El contraste, por lo tanto, no es entre dos grupos uno contrario
al otro, sino entre aquellos que pertenecen solo la administración
externa del Pacto y los que además forman parte de la administración
interna del mismo.

4. Pero, el texto en donde todo esto se ve con mayor claridad es en


Juan 15, donde Jesús habla de él mismo como la vid verdadera y
menciona dos grupos de pámpanos. Está el grupo de los pámpanos que
permanecen en la vid, dan fruto y son cuidados por el labrador para
llevar todavía más fruto, pero también está el grupo de los pámpanos
que no permanecen en la vid y que terminan siendo cortados y echados
al fuego. Es evidente que los pámpanos son personas, unas con vida
eterna y otra sin vida eterna. Sin embargo, todos los pámpanos
mencionados, ¡todos ellos! están en la vid, están en Cristo. Todos,
externamente, son parte del mismo cuerpo, de la misma
comunidad.
Si todos estos pámpanos están en Cristo ¿cómo puede ser que unos
sean cortados y echados al fuego? ¿Acaso la salvación se pierde? ¿Los
arminianos al final tenían razón? ¡No, de ninguna manera! Simplemente
se trata de que en este texto «ESTAR EN CRISTO», no es sinónimo
de ser salvo. Este «estar en Cristo», es estar en el Pacto y, por lo
tanto, ser parte de la iglesia visible y del pueblo de Dios.
Esto lo corroboramos cuando acudimos a Romanos 11. Ahí,
nuevamente hallamos la imagen de una planta y sus ramas, aunque en
este caso, en vez de encontrarnos con una vid nos encontramos con un
olivo. Leemos que las ramas naturales de dicho olivo son los judíos, la
nación de Israel. El apóstol Pablo dice que ellos fueron cortados y
nosotros injertados en su lugar debido a la fe en Cristo. ¿Qué significa
ser cortado del olivo? ¿Es, acaso, perder la salvación? ¿El texto está
diciendo que los judíos tenían vida eterna y luego la perdieron? Por

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supuesto que no, la salvación no se pierde. Todo esto, más bien,
debemos interpretarlo en términos del pacto y del pueblo. Los judíos,
biológicamente y como nación, perdieron el derecho a llamarse «pueblo
de Dios» por no adherirse a Cristo por la fe, y ahora quienes creemos en
Cristo llevamos ese nombre; nosotros, los de la fe, somos ahora el
pueblo de Dios. Aunque los judíos todavía pueden volver a ser pueblo si
creen en Cristo, «si no permanecieren en incredulidad, serán injertados,
pues poderoso es Dios para volverlos a injertar» (Romanos 9:23).

Pero nuestro punto se solidifica con estos testimonios bíblicos. Se


puede estar en el Pacto y, por consiguiente, en el pueblo, sin tener
vida eterna y la explicación a esto es que existe una administración
externa y una interna en el mismo Pacto de Gracia.

Uniendo las piezas


Cuando estos conceptos los reunimos junto con los puntos anteriores
que hemos mencionado, podemos llegar a entender muchas cosas.
Por un lado, las bendiciones eternas del Pacto, las cuales son
individuales, se dirigen exclusivamente a aquellos que están en la
administración interna del Pacto.
Mientras que las maldiciones eternas del Pacto, se dirigen a dos
grupos de personas: (1) Quienes están totalmente fuera del pacto
(quienes no profesan la religión verdadera, ni confiesan a Cristo como
Señor ni intentan vivir en obediencia y sumisión él), como también a (2)
quienes están tan solo en la administración externa del Pacto en tanto y
permanezcan ahí sin llegar hasta su administración interna.
Por otro lado, las bendiciones y maldiciones temporales, se dirigen
indistintamente a todos los que están en el Pacto, tanto a la
administración interna como a la externa. Las bendiciones y
maldiciones temporales del Pacto, cuando caen sobre el pueblo de
Dios, caen igualmente sobre salvos y no-salvos.

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¿Dónde encontramos fundamento para esto en la Biblia?
1. Pensemos en Egipto y las plagas. El lugar en donde el pueblo de
Israel vivía en Egipto era Gosén. La Biblia nos cuenta que varias de las
plagas jamás llegaron a Gosén. ¿Cuál habrá sido la razón? Que ahí
vivía la comunidad del pacto, el pueblo de Dios. Todos en el pueblo
gozaron de un trato benevolente común, y de una bendición
indiscriminada aun cuando no todos eran salvos para vida eterna. A
pesar de ello, Dios no hizo distinción, no envío plagas a las casas de los
israelitas réprobos librando solo a las casas de los israelitas elegidos
para salvación. Hubo un trato común para todos solo por ser
pueblo.
2. Pablo, enfatiza este punto en 1ª Corintios 10:2-5, cuando dice: «y
todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos
comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida
espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca
era Cristo. Pero de los más de ellos no se agradó Dios»
Todos gozaron de bendiciones compartidas, todos fueron tratados como
pueblo de Dios, todos fueron rescatados de Egipto, pero… no todos
eran de Dios para salvación, «de los más de ellos no se agradó
Dios».
3. Recordemos cuando el pueblo estuvo a punto de entrar a la tierra
prometida y fueron enviados espías a registrar el lugar. En aquel
viaje, además de ver la opulencia de dicha tierra, fue muy notoria la
superioridad militar y el tamaño de los gigantes que residían ahí.
Cuando los espías fueron a contar al pueblo lo que habían visto, y llenos
de miedo comenzaron a infundir temor a todo el pueblo hablando del
tamaño de los habitantes de aquel lugar, una actitud de incredulidad
dominó a Israel: «Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el
pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón
todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en
la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos
trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y
nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a
Egipto?» (Números 14:1-3)
Después de todo lo que había hecho Jehová delante de ellos, todos los
milagros y su gran liberación de Egipto, todavía dudaban de su poder.
Pero no todos, Josué y Caleb sí creyeron que podrían tomar la tierra,

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ellos dos creyeron a Jehová. Sin embargo, sin distinción entre
creyentes e incrédulos, Dios mandó a todo el pueblo, por igual, a
vagar cuarenta años por el desierto ¡Castigo indiscriminado para
todos! Porque, aunque hubo algunas excepciones, la actitud general
que dominó al pueblo fue la de incredulidad.
Con estos incidentes bíblicos corroboramos:
1. Que las bendiciones y maldiciones temporales son corporativas.
2. Que las bendiciones y maldiciones temporales, que son
corporativas, caen indistintamente sobre la administración interna
y externa del Pacto.
4. EL ASPECTO PROGRESIVO DEL PACTO
Cuando Dios dio su Pacto en Deuteronomio, cuando habló de sus
bendiciones y maldiciones en el capítulo 28, Él no ignoraba lo que
sucedería con su pueblo.
No desconocía que ellos se rebelarían y apartarían del Pacto. De hecho,
por eso, cuando Dios acabó de dar su ley exponiéndola delante de todo
su pueblo en voz tronante, en el monte, con truenos, humo, fuego y
fuerte sonido de trompeta, leemos lo siguiente:
«Y aconteció que cuando vosotros oísteis la voz de en medio de las
tinieblas, y visteis al monte que ardía en fuego, vinisteis a mí, todos los
príncipes de vuestras tribus, y vuestros ancianos, y dijisteis: […] Ahora,
pues, ¿por qué vamos a morir? Porque este gran fuego nos consumirá;
si oyéremos otra vez la voz de Jehová nuestro Dios, moriremos. Porque
¿qué es el hombre, para que oiga la voz del Dios viviente que habla de
en medio del fuego, como nosotros la oímos, y aún viva? […] Y oyó
Jehová la voz de vuestras palabras cuando me hablabais, y me dijo
Jehová: He oído la voz de las palabras de este pueblo, que ellos te han
hablado; bien está todo lo que han dicho. ¡Quién diera que tuviesen tal
corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis
mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para
siempre!» (Deuteronomio 5:24-29)
Este clamor del corazón de Dios debe conmovernos en lo más
hondo. Dios notó cuán afectado quedó Su pueblo tras escuchar Su
voz en medio del fuego; Él escuchó las palabras que el pueblo dijo
a Moisés; conoció el corazón de ellos y dijo: «¡Quién diera que

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tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos
mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para
siempre!»
Dios anhelaba que el pueblo viviese de forma consistente con el pacto
concertado ¿por qué? Porque Dios se había comprometido a
maldecirlos si ellos se alejaban del pacto, y Dios no quería hacer
eso. «Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío,
sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos
de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?»
(Ezequiel 33:11).

Al mismo tiempo, de este clamor de Dios se hace evidente que Dios


habló sabiendo que el pueblo, eventualmente, traicionaría su juramento
e ignoraría su pacto. «¡Quién diera que tuviesen tal corazón!».
Pronto el pueblo se apartó. Pero Dios es paciente.
En vez de mandar inmediatamente sus juicios y maldiciones —lo cual
habría podido hacer muy justamente pues eso fue lo que habían
acordado Él y su pueblo—, envió a sus profetas, los heraldos del rey y
guardianes del pacto, a clamar a oídos del pueblo «¡Regresen al pacto,
regresen al Señor, regresen a su voluntad, a su ley!». Fueron enviados,
uno tras otro, pero el pueblo fue cada vez peor y peor, ignorando y
matando a estos emisarios. «¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos,
como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!»
(Mateo 23:37). Así, los castigos de Dios fueron subiendo de grado
conforme Su paciencia se iba agotando hasta que, finalmente, Dios
decidió derramar la copa completa de sus maldiciones terrenales sobre
su propia y amada heredad. El pueblo fue masacrado y los que
quedaron fueron llevados al exilio en Babilonia.
Pero, incluso esto Dios lo había contemplado en su viejo Pacto en
Deuteronomio y se había adelantado a ello con una preciosa promesa
de esperanza pactual:
«Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la
bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres
en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu

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Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz
conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu
corazón y con toda tu alma, entonces Jehová hará volver a tus cautivos,
y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los
pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios» (Deuteronomio
30:1-5)
Ahí donde el pueblo se encontrase, ahí a donde hubiera sido arrojado
con violencia por su propio Dios, si desde ahí el pueblo quebrantaba su
corazón en arrepentimiento por su impiedad y se convertía a Dios
corporativamente, entonces Dios les recogería con amor y les traería de
vuelta a casa. Dios iría tras su pueblo y lo rescataría de aquello que el
mismo pueblo se causó por su necedad y pecado.

De modo que, el Pacto tiene cierto movimiento, tiene progreso. A


veces trae épocas de bendiciones, a veces épocas de maldiciones,
lo cual depende de la adhesión corporativa del pueblo de Dios a la ley
de Dios.
Esta dinámica de bendiciones y maldiciones no sucedió solo en la
Biblia. Cualquier estudiante de historia puede corroborar que toda
nación que honró a Dios fue honrada por Dios.
Toda nación que, corporativamente, declaró a Dios como su Señor y
determinó caminar en su voluntad, vio gran bienestar general y
avivamiento. Esto sucedió en Ginebra, Escocia, Holanda, etc… y no
tenemos ningún motivo para suponer que Dios ya no trata con su pueblo
de esa misma manera.
Volteemos al cristianismo actual. ¿Somos, los cristianos, fieles al
Pacto?, ¿De verdad nos ha importado vivir en los caminos de su ley,
cerca de su Palabra y de su Cristo? NO… La iglesia está hundida en
una triste apostasía. Jugamos a ser cristianos, pero mayormente no
nos interesa la verdadera santidad, la adhesión a su ley ni fidelidad
al Señor.
Y el Señor, tal como antaño, ha sido paciente y en vez de derramar sus
maldiciones sobre nosotros ha mandado a sus actuales profetas, los
ministros de la Palabra, a clamar a oídos del pueblo «¡Regresen,

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regresen al Señor y a su Pacto!». Pero hemos cerrados nuestros oídos.
Es evidente que la paciencia de Dios está llegando a su límite.
La iglesia de nuestro tiempo no verá buenos días pronto si sigue
así. Realmente presiento que todavía nos falta recorrer un buen tramo
en nuestro camino de decadencia y apostasía.
Y Dios seguirá llamando nuestra atención con castigos cada vez
mayores, así como también por medio de sus heraldos, hasta que
lleguemos a lo más hondo, y Dios diga «¡Suficiente!». Entonces dejará
caer la copa completa de sus maldiciones temporales sobre
nosotros, su propio pueblo, y posiblemente empleará a los impíos
para humillarnos y aplastarnos.

Sin embargo, el mismo viejo pacto de Deuteronomio debe llenar


nuestros corazones de esperanza. Si desde ahí donde hayamos sido
arrojados por Dios, si desde la miseria a la que nos hayamos precipitado
por nuestra propia estupidez, nosotros nos volvemos a Dios en
realidad, clamando a Él de todo corazón y determinando servirlo
incondicionalmente y con la vida entera, ...
…Él dejará de escondernos su rostro, volverá a vernos con ternura, hará
brillar una vez más su luz sobre nosotros, nos protegerá con sus alas,
extenderá su brazo, aplastará a nuestros enemigos, nos recogerá con
amor y clemencia, nos tomará de la mano y nos llevará a la más
excelente época de bendiciones que la Iglesia jamás haya visto.
El cristianismo, entonces, será la fuerza dominante en el mundo entero.
Nuevamente los cristianos estaremos al frente de naciones y reinos, e
infundiremos el temor del Señor por toda la tierra. Después de ello
Cristo volverá.
¿Qué es lo que nos toca a nosotros? Creer en Cristo, servirlo como
Rey, volver al Pacto y andar en conformidad con la ley de Dios, no
porque la vida eterna dependa de nuestro cumplimiento de la ley
sino porque estamos en Pacto con Dios, se supone que debemos
obedecerlo, y se supone que si no lo hacemos Él va a maldecirnos
en este mundo.

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Espero que estas palabras de la maldición del Pacto nos hagan
reaccionar: «Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en
multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en destruiros»
(Deuteronomio 28:63)
Ni tú ni yo queremos eso hermano mío, por lo tanto ¡Volvamos al Pacto!

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