Epistolario II
Epistolario II
Epistolario II
Portada de
ALVARO
Printed in Spain
Impreso en España
1894
1895
109. A Martha Freud
Venecia, embarcados y camino del Lido.
Martes, 27-8-1895, por la mañana.
Mi preciosa amada:
Hemos decidido que no entraré en demasiados detalles.
El trance que produce Venecia imposibilita tal minucia.
Estamos estupendamente y nos pasamos todo el día yen-
10 Sigmund Freud
do de acá para allá, embarcándonos, mirándolo todo, co
miendo y bebiendo (1). Por las mañanas vamos al Lido,
durante unos veinte minutos, para bañarnos en el mar.
La arena es allí deliciosa. Ayer hizo fresco, y el mar estuvo
bastante movido. Hoy va a hacer calor. Ayer subimos
también a la torre de San Marcos; dimos un paseo que
desde el «Rialto» no llevó a través de toda la ciudad, en
la que pueden contemplarse las cosas más curiosas, y vi
sitamos una iglesia, llamada Frari, así como la Scuola
S. Rocco. Nos saciamos de tintorettos, tizianos y cánovas.
Fuimos al «Café Quadri», situado en la Piazza; escribimos
cartas; entramos en negociaciones sobre ciertas compras,
y los dos días nos han dado tanto de sí como si fueran
dos meses. Los Zanzare (2) existen, desde luego. No ne
cesito decirte que tengo muchas ganas de recibir noticias
tuyas. La única carta que me ha llegado hasta ahora, a
lista de Correos, es de Minna. Espero que tú y todos los
chavales estéis muy bien.
Saludos afectuosos. Tuyo,
Sigmund,
1896
110. A Wilhelm Fliess
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-4-1896.
Mi querido Wilhelm:
...Si nos es dado a ambos disfrutar unos cuantos años
más de sosegado trabajo, dejaremos, ciertamente, tras no
sotros algo que justifique nuestra existencia. Esta certidum
bre me da fuerzas para enfrentarme con todas las preocu
paciones de la vida cotidiana. En mi primera juventud,
mi único anhelo era la erudición filosófica, y ahora, que
estoy pasándome del terreno de la medicina al de la psi
cología, me encuentro a punto de realizar tal deseo. Me
especialicé en terapia, contradiciendo mi vocación. Estoy
convencido de que si concurren ciertas circunstancias en
la persona y el caso, soy capaz, con toda seguridad, de
curar la histeria y la neurosis obsesiva.
Hasta que nos veamos de nuevo. La verdad es que nos
hemos ganado unos cuantos días juntos.
Cuando te despidas de tu esposa e hijo en Semana
Santa dales recuerdos en mi nombre. Tuyo,
Sigm.
1898
112. A Josef Breuer
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-1-1898.
Querido doctor Breuer:
Me tomo la libertad de contestarle en nombre de mi
mujer, que no está familiarizada con los dos temas de
su carta, y de explicarle los motivos de la devolución de
esos trescientos cincuenta florines (a través de la Caja
de Ahorros de Correos).
En lo que respecta a mi deuda con usted, no cabe duda
de que existe. No la he olvidado, y siempre he tenido la
intención de pagarla, sin que ni por un momento se me
haya ocurrido que sus deseos pudieran ser distintos. Una
vez me dijo usted que no estaba seguro de la suma.
Según mi memoria, que, desde luego, no es mucho de
fiar, asciende a unos dos mil trescientos florines. Sobre
el papel, hace varios años que soy solvente; pero los be
neficios siempre estuvieron constituidos por honorarios
atrasados, cual sucede tan a menudo en nuestra profe
sión, y la dificultad constante de obtener el dinero nece
sario para la vida cotidiana, aunque ésta esté asegurada
por algunos valores, me había impedido comenzar a pa
garle hasta ahora. Sólo durante este último año, el más
lucrativo en mi ejercicio de la profesión, han sido mis
ingresos en efectivo suficientes para permitirme renunciar
a una suma determinada. Originalmente, dicha suma ha
bía sido bastante mayor que la cantidad recibida por us-
(6) Iniciales de Frau Fücss y su hijo mayor.
Epistolario 13
ted; pero tuve que enviar parte de la misma a Inglaterra
para solucionar determinadas necesidades familiares. Son
circunstancias de este tipo las que, como le decía en mi
carta, obstaculizan mi acceso a la «prosperidad». Puede
usted estar seguro de que si he empezado a pagar mi
deuda precisamente este año y no antes, ello no se debe
a ninguna otra modificación de las circunstancias (1) acae
cida mientras tanto. Al menos en un aspecto, pensamos
igual: para ninguno de nosotros son los contactos finan
cieros los más importantes de esta existencia ni nos pa
recen incompatibles con otro tipo de relaciones. El hecho
de que yo tuviera que testificar esta teoría en una forma
tanto activa como pasiva, en calidad de donante y de reci
piendario, mientras usted se limitaba al papel activo, es
circunstancia que usted ha solido atribuir siempre a la
suerte y no al mérito.
El segundo asunto, es decir, el relativo a los cuidados
que proporcioné a Fräulein C***, no tiene la menor re
lación con lo otro. Si alguna vez se le hubiera ocurrido
que me debía algo por este servicio, estoy seguro de que
no habría esperado hasta que yo le enviara dinero para
pagar su deuda con una parte del mismo. Lo desacertado
de sus observaciones sobre mis «reivindicaciones» respec
to a Fräulein C*** demuestra también que está usted in
tentando confundir la segunda cuestión con la primera
para evitarme gastos por razones que no puedo adivinar.
Trataré de arrojar algo de luz sobre el asunto. Con su
exuberancia habitual, Fräulein C*** exigió que la tratara
como a una paciente cualquiera. Yo tenía, por mi parte,
especial interés en evitar que pudiera concebir una grati
tud excesiva, y no me apetecía en absoluto privar a la
pobre muchacha de sus modestos medios de fortuna, por
lo que acordamos que le cobraría cinco florines por se
sión, «como a todo el mundo», y que ella me pagaría en
el acto la suma de ciento cincuenta, como parte de mis
honorarios totales, que ascendían a setecientos cincuenta
(ciento cincuenta sesiones), y que haría efectivos los otros
seiscientos más adelante, después de haber heredado de
su madre, que todavía vive. Por lo que ve, nadie me pue
de obligar a aceptar pagos por el tratamiento de Fräu
lein C*** antes que ésta herede, y tan pronto como tal
cosa ocurra estoy seguro de que ella misma pagará su
deuda, que se tomó muy en serio. Por tanto, no creo que
Fräulein *** tenga nada que ver con la devolución de los
trescientos cincuenta florines.
Agradeciéndoselo sinceramente. Suyo,
Dr. Freud.
1839
115. A Heinrich Gomperz
Viena, IX, Berggasse, 19, 15-11-1899.
Querido señor Gomperz:
Sólo veo una posible objeción a su propuesta y está en
su mano disiparla. Si al interpretar sus sueños encuentra
usted tales dificultades o, en otras palabras, si ha cons
truido usted en su interior una resistencia tan vigorosa
frente a cierto número de impulsos psíquicos, mi orien
tación equivaldría a embarcarse en un autoanálisis. Una
vez iniciado éste, no es tan fácil ponerle punto final, y
quizá tenga usted quehaceres de los que no pueden inte
rrumpirse. Si puede obviar este obstáculo y perdonarme
la indiscreción con que tendría que explorarle y los desa
gradables afectos que, probablemente, despertaría en us
ted, en una palabra, si está usted dispuesto a aplicar el
incontrovertible amor filosófico hacia la verdad a su vida
interior, tendré mucho gusto en representar el papel del
«otro» en este caso. Su opinión de que debieran añadirse
varios capítulos a la psicología para que nuestra concep
ción de los sueños pudiera ser correcta está de acuerdo
plenamente con la mía. No es preciso que le aclare que
he aceptado también la otra cláusula. La perspectiva de
convencerle, en el grado que sea, de que mis descubri
mientos son exactos me tienta sobre manera, y su anun
cio de que quizá aborde usted científicamente el tema me
suena casi como una realización de mis más caros anhe
los. Por esta razón, puedo resistir fácilmente la tentación
completa. No creo que fuera posible impedir la difusión
2— epistolario n
18 Sigmund Freud
de emplear sus sueños como base de una interpretación
del material, los pensamientos y recuerdos contenidos en
sus sueños. Además, le considero persona sujeta a la his
teria, lo que, naturalmente, no le impide ser, al mismo
tiempo, saludable y fuerte.
Sin duda, surgirán dificultades, aunque no sé de qué
naturaleza, pues hasta ahora no había recurrido a mí na
die que compartiera su formación intelectual.
No tengo toda la jornada ocupada, ni mucho menos.
Casi siempre estoy libre a las seis de la tarde y me encan
taría verle mañana jueves, a esa hora, o que me sugiriera
cualquier otro día.
Con amables saludos y sinceras gracias por su carta,
suyo,
Dr. Freud.
1900
116. A Wilhelm Fliess
Viena, IX, Bergasse, 19, 12-6-1900.
Mi querido Wilhelm:
Hemos tenido parientes en casa. La víspera de Pente
costés llegó mi hermano mayor con Sam, el menor de sus
hijos, que tiene ya más de treinta y cinco años, y se que
daron con nosotros hasta el miércoles por la mañana. Su
visita fue muy estimulante, pues es un hombre excelente,
vigoroso y mentalmente alerta, a pesar de su edad (68-69),
y siempre ha significado mucho para mí. Después salió
para Berlín, que ahora se ha convertido en cuartel gene
ral de la familia.
La vida en Bellevuo (1) se desarrolla muy a gusto de to
dos nosotros. Las tardes y las mañanas son deliciosas.
El aroma de las acacias y las siringas ha sucedido al de
las lilas y los laburnos. Las rosas silvestres están en flor,
y todo esto, como incluso yo puedo atestiguar, parece ha
ber sucedido de la noche a la mañana.
Quizás algún día —¿no te parece?— habrá en esta casa
una placa de mármol con la siguiente inscripción:
En esta casa, el 24 de julio de 1895, el
Secreto de los Sueños fue revelado al
Dr. Sigmund Freud
Hasta ahora las probabilidades parecen bastante tenues,
y, sin embargo, cuando leo los últimos libros de psicolo
gía (el Analysis of Emotion —«Análisis de la emoción»-—,
de Mach, segunda edición; la Structure of the Psyche, de
Kroell, etc.), y veo lo que éstos tienen que decir acerca
de los sueños, no puedo evitar sentirme tan complacido
(1) Casa en las lideras del Wienerwald, donde la familia pasaba los
veranos.
Epistolario 19
como el enano del cuento (2) porque «la princesa no lo
sabía».
No he tenido ningún paciente nuevo, aunque, para ser
exactos, ha surgido un caso que ocupa el hueco dejado
por otro, quien, a su vez, apareció por aquí en mayo y
se esfumó poco después, de modo que estoy igual que en
tonces. El nuevo es interesante. Se trata de una niña de
trece años, que esperan cure a toda velocidad, y que, por
una vez, muestra en la superficie lo que habitualmente
tengo que extraer bajo varias capas superpuestas. No ne
cesito decirte que se trata de la misma vieja historia. Ha
blaremos de ella en agosto, si no me la quitan prematura
mente. Nos veremos con toda seguridad, salvo si me veo
defraudado en las mil quinientas Kronen que espero el
l.° de julio. Aunque pienso, por otra parte, que quizá me
decida a ir a Berlín sea como fuere..., para tratar luego
de respirar algo de aire fresco y extraer nuevas fuerzas,
con vistas a 1901, en las montañas o en Italia. El sentirse
deprimido da tan poco fruto como el hacer economías.
Supe del accidente de Conrad (3) y de su afortunado de
senlace. Ahora tendré derecho a recibir pronto noticias
tuyas y de tu familia.
Mis saludos más cordiales para ti y para ellos. Tuyo,
Sigm.
1901
117. A Elise Gomperz
Viena, IX, Berggasse, 19, 25-11-1901.
Alteza:
En el colegio no nos pusieron suficientemente en guar
dia contra el «plano inclinado» (1), y la velocidad que
uno puede adquirir sobre él en poco tiempo es increíble.
Ésta, por ejemplo, es la cuarta carta que escribo en las
últimas veinticuatro horas, desde que me he hecho «al
pinista».
Pero he de seguir adelante para decirle lo que no tuve
oportunidad de formular en palabras durante la visita
de ayer, debido a la súbita interrupción. En una palabra,
muchas gracias. Un gesto como el suyo y el modo en
que me lo sugirió hace unas semanas no es corriente ni
puede darse, por supuesto. Que nunca me vea en situación
de corresponder, anhelo que constituye la mejor expre
sión de gratitud que se me ocurre.
Escribí en el acto de Nothnagel y Krafft-Ebing (2) pi-
(2) Alusión al Hombrecillo de los zaticos, cuento de log hermano«
Grimm.
(3) El hijo menor de Fliess.
(1) Schief, que también significa «torcido». — (N . del T.)
(2) Dr. Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), catedrático de P*iquia-
tría en la Universidad de Viena.
20 Sigmund Freud
diéndoles que renovaran mí petición (para el título de
catedrático). También he informado a Exner (3) (por es
crito para robarle la menor cantidad posible de su pre
cioso tiempo) del resultado de sus gestiones. Él ya sabía
que pensaba aceptar la ayuda ofrecida por usted y me
había animado a hacerlo así.
En cuanto a la restante «instrucción» que mencionó
cuando me despedía, creo que sería buena cosa refrescar
la memoria del viejo zorro (4), la próxima vez que le vea.
O quizá fuera aún mejor que le diese a entender sutil
mente que no puedo serle desconocido. Cuando me pre
senté a él, hace cuatro años y medio, me dijo que había
oído «cosas excelentes» acerca de mí. El día que adquiera
popularidad mi última obra (5), el «olvido» dejará de ser
un subterfugio válido.
Le deseo una rápida convalecencia. Yo tengo tres en
fermos en casa.
Cordial y agradecidamente, suyo,
Dr. Freud.
1902
119. Wilhelm Fliess
Viena, IX, Berggasse, 19, 11-3-1902.
Mi querido Wilhelm:
¡Es increíble lo que puede lograr una «Excelencia»! Has
ta me permite escuchar de nuevo en una carta tu voz fa
miliar. Mas, puesto que asocias la noticia con cosas tan
22 Sigmund Freud
maravillosas como el reconocimiento de mi labor, destaca
das realizaciones, etc., mi tendencia a la honradez, que
no siempre me favorece, me obliga a contarte cómo fue.
Todo me lo debí a mí mismo. A mi regreso de Roma,
mi afán de vivir y trabajar se había incrementado y re
ducido mi propensión al martirologio. Hallé que la clien
tela había disminuido considerablemente. Y retiré mi úl
tima publicación de la imprenta, porque en ti había perdi
do recientemente al último «público» (1). Llegué a la con
clusión de que, muy posiblemente, tendría que esperar
la mayor parte de mi vida para que se reconocieran mis
méritos y que, mientras tanto, ninguno de mis contem
poráneos sería capaz de alzar un dedo siquiera para de
fenderme. Deseaba también vivamente volver de nuevo a
Roma, ayudar a mis pacientes y complacer a mis hijos,
por lo que decidí abandonar mis estrictos principios y
tomar algunas medidas prácticas de las que suelen adop
tar los demás seres humanos. Uno tiene que buscar su
salvación donde la encuentre, y yo elegí el título de cate
drático. Durante cuatro largos años no había dicho ni una
sola palabra que pudiera traerlo a mi puerta. Y en los
días de que te hablo decidí visitar a mi viejo maestro
Exner. Estuvo todo lo desagradable que pudo, lindando
con la grosería; se negó a explicarme por qué me habían
ignorado, y durante todo el tiempo asumió la actitud de
un alto funcionario. Sólo después que le hube pinchado
con unas cuantas observaciones sarcásticas sobre los teje
manejes de muchas personas que ocupan altos cargos se
permitió dejar caer algunas oscuras indirectas, aludiendo
a ciertas inlluencias personales que hacían concebir a Su
Excelencia prejuicios contra mí, y aconsejándome que
buscara alguna «contrainfluencia». Yo le dije que podía
abordar a mi vieja amiga y ex cliente la esposa de Hofrat
Gomperz, lo cual pareció causarle alguna impresión. Frau
Eli se estuvo amabilísima conmigo y tomó en la cuestión
un interés inmediato. Visitó al ministro, y al interesarse
por mi suerte halló frente a sí una expresión de asombro:
«¿Cuatro años? ¿Y quién puede ser ese señor?» El viejo
zorro quiso dar la impresión de que jamás hasta entonces
había oído mi nombre, y resultó que tuvieron que propo
nerme de nuevo como candidato, igual que si no se hubie
ra hecho nada antes. Escribí también a Nothnagel y
Krafft-Ebing (a punto de retirarse) rogándole que reno
varan su propuesta anterior. Ambos se portaron muy bien,
y unos días después me escribía Nothnagel anunciándome
que habían entregado ya la solicitud. No obstante, el mi
nistro se dedicó a evitar sistemáticamente a Gomperz,
y todo parecía indicar que la cosa se negaba a cuajar
una vez más.
(1) Se dice que f hann Nestroy (1801-1862), actor y autor vienés de
farsas y comedias populares, contemplaba cierto día la sala por un
agujero practicado en el telón antes de comenzar una función benéfica
y, viendo sólo a dos personas en el patio de butacas, exclamó: «Conoz
co a un público; tiene entrada de favor. No sé si el otro público habrá
pagado.»
Epistolario 23
Entonces apareció otro poder en escena, una de mis
pacientes..., que había oído hablar del caso y empezó a
intervenir en él, negándose a tomarse un momento de
descanso hasta que logró que le presentaran al ministro
en una fiesta, consiguió caerle en gracia y le hizo prome
ter, por intermedio de una dama que conocía a ambos,
que daría una cátedra al doctor que la había curado. Ade
más, como sabía bien que las promesas del ministro no
suelen cumplirse, le abordó personalmente, y estoy segu
ro de que si cierto cuadro de Bocklin (2) hubiera sido
suyo y no de su tía, me habrían nombrado catedrático
tres meses antes. Tal como están las cosas, Su Excelencia
tendrá que conformarse con una pintura moderna para
la galería que piensa inaugurar y no, naturalmente, para
su propia casa. Así, por fin, mientras cenaba en casa
de mi paciente, el ministro la informó graciosamente de
que habían sido ya enviados los documentos al empe
rador y que sería la primera en recibir la noticia de que
el nombramiento había sido aprobado.
Y un buen día vino a su sesión radiante, blandiendo
una carta neumática (3) del ministro. ¡Al fin! El Wiener
Zeitung aún no ha publicado la designación, pero la no
ticia ha corrido como la pólvora. «El entusiasmo público
es inmenso.» Están llegando sin parar felicitaciones y ra
mos de flores, como si su majestad hubiera descubierto
de pronto la función de la sexualidad, la importancia de
los sueños hubiese sido confirmada por el Consejo de Mi
nistros y la necesidad de tratar la histeria por medio de
la terapia psicoanalítica aprobada por el Parlamento por
una mayoría de dos terceras partes.
Es evidente que he vuelto a ser respetable. Los admi
radores, que últimamente me habían rehuido, cruzan hoy
la calle de acera a acera para saludarme.
Yo cambiaría con gusto cinco de estas felicitaciones
por un solo caso decente que exigiera un tratamiento re
gular. Me he dado cuenta de que si el nuevo mundo es
regido por el dólar, este viejo mundo nuestro está some
tido al influjo predominante de la autoridad. Habiéndome
inclinado por vez primera ante ésta, vivo ahora esperando
que mi sumisión dé fruto. Si el efecto que pueda ejercer
sobre un círculo más amplio es tan grande como el que
ha producido en una esfera más íntima, hay base para
albergar esperanzas.
En todo este asunto una persona —a la que no mues
tras el suficiente aprecio en tu carta— ha actuado como
un asno: yo. Si me hubiera ocupado hace tres años de la
cuestión, me habrían nombrado catedrático entonces, aho
rrándome un sinfín de contratiempos. Hay otras personas
que saben actuar en beneficio propio sin necesidad de ir
(2) Arnold Bocklin (1827-1901), artista suizo. Su cuadro Castillo en
ruinas hubiera sido acogido con alborozo por la Galería Moderna de
Viena, que acababa de ser fundada. La composición que de hecho fue
donada se debía al pincel del artista austríaco Emil Orlick (1870-1922).
(3) El correo interior era impulsado por medio de aire compri
mido a través de los tubos para hacer el reparto con mayor celeridad.
24 Sigmund Freud
antes a Roma. Así fue el glorioso acontecimiento al que
debo, entre otras cosas, tu amable carta. Te ruego que no
digas por ahí lo que en ésta te cuento. Con gracias y
saludos cordiales, tuyo,
Sigm.
1905
120. A la familia
Waidbruck (Tirol Meridional), 204-1905.
Queridos todos:
Las cosas marchan como la seda. Alex ha estado lim
piando mi pluma, y hasta que estén listos el filete y la
ensalada tengo tiempo de contaros los acontecimientos
del día. El traminer blanco es excelente, como R*** po
drá comprobar por sí mismo dentro de unos cuantos
años.
Subimos a Dreikirchen con un tiempo maravilloso de
temperatura, aunque el firmamento estaba cubierto por
algunas nubecillas bajas, de tal modo que no se podía
ver dónde terminaban las montañas cubiertas de nieve
y dónde comenzaban exactamente las nubes. Debéis ima
ginarlo así: desde Waidbruck, justo enfrente del Trost-
burg (otro castillo más que pertenece a un Kannit-
verstan (1) de Wolkenstein), se sube un monte que es
aproximadamente igual de alto que el Leopoldsberg (2),
la carretera tampoco es buena, ascendiendo, con una se
rie de curvas cerradísimas, hasta una altura de mil tres
cientos cincuenta pies. Es tan estrecha, que sólo un ve
hículo pequeño v ligero puede marchar por ello. Según
Herr Vonmetz (3), la excursión es un penoso deber, más
que un viaje placentero. Lo que es más, el carricoche no
puede llevar más de dos personas, una madre y su hijo,
y esta expedición cuesta tres florines y medio, que, en
nuestro caso, supondría cuadruplicar siete Kronen. Esta
vez, por supuesto, no nos costó nada, pues subimos a
pie. Hacía bastante calor, y crecían las viñetas en encan
tadoras terrazas labradas en las laderas de la montaña,
lo cual demuestra que el clima es templado. Nunca es
fácil la primera ascensión de la temporada; pero las botas
nuevas fueron un éxito Me siento tan a gusto con ellas,
que parece como si hubiera nacido llevándolas. Mientras
la gente del Führichgasse venda botas como éstas, por
mí pueden sacar la lengua a los parroquianos antes y des
pués de cerrar el trato Continuamos la ascensión y nos
detuvimos a descansar unos tres cuartos de hora después,
a la sombra de unos nomeolvides preciosos. Después de
otros cuarenta y cinco minutos llegamos a un pueblo,
(1) Véase nota 21 a la carta del 28-1-1884.
(2) Monte próximo a Viena.
(3) Mesonero de Waidbruck.
E p i s t o l a r io 25
San Barbián, donde se terminaban las semejanzas con
el Leopoldsberg. Continuamos después por una carretera
empedrada, muy empinada, a través de un bello bosque,
cuyo único fallo era que parecía no acabarse nunca. La
altura superaba los tres mil pies, y, en consecuencia, nos
sentimos transportados nuevamente a la época de princi
pios de primavera en que nos hallamos. Abajo habíamos
encontrado toda clase de flores, de las que os envío unas
cuantas muestras; pero en las alturas sólo vimos tojo y,
aún más arriba, azafrán silvestre, blanco y púrpura, que
presagia la primavera, como su pariente, el azafrán de
otoño, anuncia el fin del verano. Finalmente, salimos del
bosque, y la vista que se ofreció ante nosotros parecía
completamente un mapa: todo el valle del Eisack, desde
Clausen a Waidbruck. Dominándolo, una serie de monta
ñas, desconocidas para mí, hasta el Schlem, y enfrente,
el valle del Grodner, que de lejos parecía una mera hen
didura. Al final, llegamos ante una gran casa de madera,
en la que no había un alma, lo que demuestra que toda
información debe obtenerse en el valle. Las paredes de
esta casa debieron en tiempos de haber sido cajones
de madera, pues ¿cómo, si no, podría explicarse en ellas
la inscripción «Manténgase en posición vertical?» No creo
que fuera una advertencia al viento. La soledad era deli
ciosa. El monte, la floresta, las flores, el agua, los casti
llos, el monasterio y..., Jni un ser humano! Cuando re
gresábamos comenzó a llover, pero con poca intensidad.
Después de esta excursión la cena me supo muy bien.
Mañana iremos a San Ulrich y Wolkenstein.
Saludos muy cariñosos.
Papá.
1906
122, A Karl Kraus
Viena, IX, Berggasse, 19, 12-1-1906
Muy señor mío:
El hecho de que encuentre mi nombre mencionado repe
tidamente en el Fackel (1) se debe, probablemente, a
que sus convicciones y aspiraciones coinciden parcialmen
te con las mías. Sobre la base de este contacto imperso
nal, me tomo la libertad de llamar su atención sobre un
incidente cuyas ulteriores consecuencias crearán proba
blemente una gran sensación entre los suscriptores de su
periódico.
El doctor Fliess de Berlín ha inducido a R. Pfenning
para que publique un panfleto (2) atacando a O. Weinin-
ger (3) y H. Swoboda (4), en el que se acusa a los dos
jóvenes autores del plagio más flagrante, insultándolos
arteramente. La falsedad de esta imputación cristaliza
claramente en el hecho de que se me acusa a mí, amigo
de Fliess durante muchos años, de ser la persona que
proporcionó a Weininger y Swoboda la información (ad
quirida en mis contactos con Fliess) tomada como base
para las publicaciones no autorizadas de dichos escritores.
Confío en que no será necesario que me autodefienda
específicamente contra tan absurda calumnia. El doctor
Swoboda, que vive, se ocupará de su propia defensa, lo
cual no ha de resultarle difícil, y en cuanto al difunto
Weininger, presumo que sus amigos intercederán por él
y que usted, como en otras ocasiones, pondrá esas colum
nas a su disposición para este fin. Me parece un deber
aclarar aquí, sin embargo, que no comparto la alta estima
hacia Weininger que expresa el Fackel, aunque en este
caso me sienta obligado a sumarme a la causa de sus
amigos advirtiéndoles de los peligros que el mismo carác
ter repulsivo de la acusación sugiere. La aserción, divul
gada en este panfleto y sustanciada por la publicación no
autorizada de mis cartas privadas (5), de que Weininger
no descubrió la idea de la bisexualidad por sí mismo, sino
por un sendero indirecto, que parte de Fliess a través de
Swoboda y de mí mismo, se basa en la verdad, por lo
que no puede evitarse al sin duda brillante joven el re-
(1) Publicación vienesa de tipo polémico dirigida por Karl Kraus.
(2) A. R. Pfenning: Wilhelm Fliess und sane Nachemdecf^er: Otto
Weininger und H. Swoboda, Berlín, 1906 («Wilhelm Fliess y sus plagia
rios: Otto Weininger y H. Swoboda.»)
(3) Otto Weininger (1880-1903), autor de Geschlecht und Chara\ter,
Viena, 1902 («Sexo y carácter»).
(4) Hermann Swoboda (1873-?), autor de Perioden des menschíichen
Organismus, Viena, 1904 («Períodos del organismo humano»).
(5) Véase carta del 15-8-1924.
28 Sigmund Freud
proche que sugiere su fea acción de no haber divulgado
la fuente de sus ideas, haciéndolas pasar por fruto de su
propia inspiración. Hasta qué punto mitiga este hecho la
dura opinión que expresaba en la carta privada a Fliess,
publicada ilegalmente, sólo podrá decidirse por medio de
una plena investigación del doctor Swoboda. Yo no cono
cía a Weininger antes que escribiera su libro.
Escribo esta carta para recabar su ayuda y que impida
mos de consuno a los amigos del difunto la adopción de
una postura insostenible, pues existen muchos puntos en
los que su nombre puede ser defendido con toda base
contra las calumnias de Fliess-Pfenning.
Espero que interpretará esta carta únicamente como
muestra de mi respeto. Estoy convencido de que esta
cuestión cultural le interesará vivamente. Lo que nos con
cierne aquí es la defensa contra la vanidad sin límites
de un sórdido personaje. No debemos permitir que las
indignas ambiciones personales penetren en el templo de
la ciencia. Le ruego que considere estas líneas como una
comunicación privada, dándole la seguridad de que esta
ré a su disposición en cualquier momento si desea comen
tarios adecuados para su publicación.
Respetuosamente suyo,
Dr. Freud,
1907
124. A G, Jung
Viena, IX, Berggasse, 19, mayo, 26, 1907.
Querido colega:
Muchas gracias por las alabanzas que dedica a la Gra-
diva (1). Si le dijera cuán poca gente comparte su opi
nión, quizá ni me creería. Es la primera vez que me di
cen algo positivo acerca de ella (no, no debe ser injusto
con su primo Riklin) (2), aunque en esta ocasión sabía
que mi pequeño trabajo merecía encomio. Lo escribí du
rante días soleados y muy a gusto. No contiene, natural
mente, nada nuevo para nosotros, pero nos permite dis
frutar de nuestra riqueza (perceptiva). No espero abrir
con ella los ojos a la oposición. Hace mucho que dejé
de apuntar en esta dirección, y mis esperanzas de con
vertir a los expertos es también escasa. Por ello he mos
trado poco interés —como tan correctamente ha detec
tado usted— en sus experimentos galvanométricos, y es
justo que ahora me castigue. También he de decirle que
una confesión como la suya es más valiosa para mí que la
aprobación de todo un Congreso médico, y no en peque
ña medida, porque promete la aprobación de futuros con
gresos.
Si le interesa el destino de la Gradiva, le mantendré in
formado. Hasta ahora sólo ha aparecido una crítica en un
diario de Viena, que es laudatoria, aunque con tan poca
comprensión y tan escaso sentimiento como uno pudiera
esperar de sus pacientes alienados. Este tipo de periodis
ta, incapaz de captar la pasión que sugieren los valores
abstractos, no suelta la pluma tan fácilmente. Dicen los
matemáticos que dos por dos frecuentemente son cuatro,
o más bien nos aseguran que no son generalmente cinco.
¿Que qué opinión ha merecido al propio Jensen? (3). Me
dedicó palabras muy cálidas. En su primera carta expre
saba su satisfacción, etc., y declaraba que el análisis es
taba completamente de acuerdo en todos los puntos im
portantes con la idea de su relato. No aludía, por supues
to, a nuestra teoría, pues dada su avanzada edad parece
ser incapaz de penetrar en otros dominios que su propia
vena poética. Sugirió que la concordancia quizá pudiera
achacarse a la intuición poética, y quizás en parte a sus
estudios médicos. Luego, en una segunda carta, yo le
pedía indiscretamente que me informara acerca de los
matices subjetivos de su trabajo, es decir, de dónde había
extraído el argumento, dónde ocultaba su propia perso
(1) Der Wahn und die Träume in W. Jensen’s Gradiva, Viena
(«Alucinaciones y ensueños en la Gradiva de Jensen»). Ed. Standard, 9.
(2) Franz Riklin, psicoanalista suizo.
(3) Wilhelm Jensen (1837-1911), autor alemán.
30 Sigmund Freud
na en la narración, etc. Supe por él que el antiguo re
lieve existe realmente, y que posee una reproducción, aun
que nunca ha visto el original. Fue él mismo quien in
ventó lo de que el relieve representa a una mujer de
Pompeya, y él también quien soñaba despierto en el ca
lor del mediodía pompeyano, donde en una ocasión ex
perimentó un estado de ánimo casi visionario. Por lo
demás, no sabía nada del origen de la trama. El comienzo
se le ocurrió súbitamente mientras trabajaba en otra
cosa, y en seguida dejó lo que tenía entre manos y empe
zó a escribir sin la menor vacilación. Halló todo el mate
rial que precisaba como si éste le hubiera estado espe
rando, y terminó la obra de un tirón. Todo esto sugiere
que un análisis continuado conduciría, remontando el cur
so de su infancia, a sus propias experiencias eróticas más
íntimas. Así, y una vez más, toda esta cuestión no es sino
una fantasía egocéntrica.
Para concluir, permítame expresar la esperanza de que
también usted se tropiece algún día en su camino con
algo que considere publicable para uso del profano, y de
que, en tal caso, se lo enviará a mis «Series» (4) y no al
Zukunft... (5).
Muchas gracias por los dos proyectiles del campo ene
migo que me manda. No me tienta la idea de guardarlos
unos cuantos días hasta que me sienta capaz de leerlos
sin emoción. Después de todo, es pura paja, escrita con
arrebato, y parece querer sugerir al principio que jamás
hemos publicado un análisis onírico, el historial de un
caso clínico o la interpretación de parapraxes. Después,
cuando tienen que admitir a la fuerza la evidencia, afir
man: «Sí, pero no hay prueba; es una arbitrariedad.» Es
inútil intentar probar algo a quien está firmemente deci
dido a no aceptarlo. La lógica no sirve para nada en estos
casos y podría aplicarse a esta certidumbre lo que Gott-
fricd von Strassburg (61 afirmó, con bastante irreverencia
en mi opinión, acerca de la tragedia divina:
That (even the good Christian)
Is as wavering as the sleeve of a coaat in the wind *.
Mas dejemos que transcurran de cinco a diez años y el
«aliquis» (7) del análisis, que es inconclusivo de momen
to, será convincente sin que nada en él se haya modifica
do. Lo único que podemos y debemos hacer es trabajar
y seguir adelante, no malgastar demasiada energía en re
futar a nuestros contradictores y procurar que lo feraz
(4) «Schriftcn zur angcwandten Scclcnlcunde», Deuticke, Viena («En
sayo« sobre Psicología aplicada»). Bol. Asoc. Psicoan. Americana, 8, 214.
Editorial Standard, 9.
(5) Publicación berlinesa fundada poi Maximilian Harden.
(6) Poeta medieval alemán, año 1200, aproximadamente, de la Era
Cristiana.
• Que (incluso el buen cristiano)
fluctúa tanto como la manga de una chaqueta sometida al viento.
(7) Referencia a la Psicopetoiogía de la vida cotidiana, capítulo II.
Epistolario 31
de nuestras ideas produzca su efecto sobre la esterili
dad de quienes nos combaten. Incidentalmente le diré
que el trabajo de Isserlin (8) denota envidia en todas y
cada una de sus líneas, y que algunas de sus afirmaciones
son, además, increíblemente estúpidas. Todo demuestra
ignorancia.
Y no se preocupe, pues las cosas saldrán como es de
bido. Usted vivirá para verlo, aunque yo no conozca ese
día. No somos los primeros que hemos tenido que esperar
que el mundo comprenda una lengua nueva. Siempre pien
so que tenemos más seguidores secretos de lo que supone
mos, y estoy seguro de que no estará usted solo en el
Congreso (9) de Amsterdam. Cada vez que provocamos
una nueva risotada me convenzo más de que nuestro
empeño es algo verdaderamente grande. En el encomio
necrológico que habrá de escribirme usted algún día no
olvide mencionar que, a pesar de toda la oposición que
he hallado, ésta no ha logrado ni una sola vez apartarme
de mi propósito.
Espero que su jefe (10) se recuperará pronto y que podrá
usted sentirse liberado de una parte de su trabajo. Echo
de menos sus cartas cuando deja usted pasar mucho tiem
po sin escribirme.
Suyo cordialmente,
Freud.
125. A C. G. Jung
«Hotel Wolkenstein», en St. Christina (1).
Gróden, 18-8-1907.
Querido colega:
Afortunadamente, ha terminado el empobrecimiento de
mi personalidad producido por la interrupción de nuestra
correspondencia. Lleno de pereza y corriendo mundo con
mi familia, me doy cuenta de que se halla usted nueva
mente en pleno trabajo, y sus cartas vienen a recordarme
aquello que se ha convertido en el tema central para
ambos. No se desespere. Probablemente lo que usted es
cribió era sólo una figura retórica. El hecho de que los
representantes del mundo oficial le comprenden o no a
uno de momento es indiferente. Entre las masas que se
ocultan anónimamente tras ellos hay bastantes personas
que quieren comprender y que, como he visto suceder en
varias ocasiones, de repente darán un paso adelante y
revelarán sus rostros. Después de todo, trabaja uno pri-
(8) Dr. Mav Isserlin, nacido en 1879, catedrático de Psiquiatría de
la Universidad de Munich.
(9) Congreso Internacional de Psiquiatría y Neurología, Amsterdam,
1907.
(10) Dr. Eugen Bleuler (1857-1939), psicoanalista. Catedrático de Psi
quiatría de la Universidad de Zurich y director del Sanatorio Cantonal
Burghólzi.
(1) Lugar de veraneo en los Dolomitas.
32 Sigmund Frtud
mariamente para los anales de la Historia, y en éstos su
conferencia de Amsterdam será recogida como un hito.
Lo que usted llama el lado histérico de su carácter, es
decir, el deseo de causar impresión y de influir sobre las
personas —cualidades que le convierten en maestro y pio
nero—, le abrirán camino, aunque no haga concesiones a
la opinión predominante. Si, además, logra usted poner su
levadura personal aún con mayor claridad en la cerveza
de mis ideas en fermentación, dejará de haber diferen
cias, grandes o chicas, entre su causa y la mía.
No me encuentro lo bastante bien para lanzarme al via
je que había de llevarme a Sicilia en setiembre, pues al
parecer el siroco impera allí en esta época, por lo que no
sé dónde pasaré esas semanas. Permaneceré aquí hasta
finales de agosto, dando paseos por la montaña y cogien
do edelweiss. No regresaré a Viena hasta fines de setiem
bre. En cualquier caso, es aconsejable que me escriba a
mi dirección vienesa, pues el correo estival en las mon
tañas es muy poco de fiar. Mi pequeña agenda no tiene
escrita una sola palabra durante las cuatro últimas sema
nas, lo que indica claramente que todos mis canales inte
lectuales se han vaciado por completo. De todas mane
ras, le agradeceré que los estimule de cuando en cuando.
Alemania no querrá reconocer probablemente que el psi
coanálisis existe, hasta que algún alto personaje se digne
reconocerlo oficialmente. Quizá el modo más rápido de
sacarlo adelante fuera atraer el interés del kaiser Vvilhelm,
que, según se dice, posee una mente universal. ¿Tiene
usted amistades que lleguen tan alto? Yo, no. ¿Sera posi
ble que Harden, director del Zukunft («Futuro»), haya
sido capaz de adivinar los venideros matices psiquiátricos
de su trabajo? Ya se hará usted cargo de que bromeo.
Confío en que su involuntario alejamiento del trabajo le
haya aportado todo el descanso que yo espero hallar aquí.
Siempre suyo,
Dr. FreucL
126. A C. G. Jung
«Hotel Annenheim und Seehof», a las
orillas del lago Ossiacher (Carinthia).
Annenheim, 2-9-1907.
Querido colega:
Aquí estoy sentado, tratando de imaginarle en Amster
dam, poco antes o quizá momentos después de su inflama
ble conferencia, ocupado activamente en defender el psi
coanálisis, y casi me parece un acto de cobardía estar
mientras tanto buscando setas en los bosques o bañán
dome en un pacífico lago de Carinthia en lugar de repre
sentar personalmente mi causa o, al menos, de respaldarle
con mi presencia. Para mi paz mental, me digo que mi
ausencia es mejor para el psicoanálisis, que usted podrá
librarse de parte de la oposición que hubiera suscitado yo,
que mi repetición de los argumentos de siempre sería
Epistotario 33
inútil y que usted está mejor dotado para el papel de
propagandista, pues yo he podido observar invariablemen
te que existe algo en mi personalidad, en mis palabras e
ideas que parece extraño a la gente, mientras que todos
los corazones se abren ante usted. Si usted, que es una
de las personas más cuerdas que conozco, se considera
englobado en el grupo histérico, debo recabar para mí la
categoría de «obseso», cada uno de cuyos miembros vive
en un mundo que le es propio y peculiar, desgajado del
resto de la existencia.
No sé si le habrá sonreído la suerte hasta ahora ni si
llegará a sonreírle, pero me gustaría acompañarle en es
tos momentos para paladear la sensación de haber salido
bien de mi aislamiento y decirle, en caso de que necesita
ra palabras de ánimo, que yo he pasado muchos años de
soledad honrosa, pero triste, desde que tuve mi prime
ra visión de nuestro mundo nuevo. Me gustaría también
hablarle de la falta de interés y comprensión demostrada
por mis amisos más íntimos, de mis períodos de ansiedad,
durante los cuales yo mismo llegué a creer que me había
equivocado, preguntándome cómo podría enderezar aún,
pensando en mi familia, una vida frustrada: de la certi
dumbre cada vez mayor que se aferraba a la interpreta
ción de los sueños, como si ésta fuese una roca en medio
de un mar tormentoso, y de la sosegada seguridad en mí
mismo que al final de tan largo camino se instauró en mi
ánimo, instándome a que aguardase hasta que una
voz, surgida del piélago de lo desconocido, contestase mi
llamada. Esta voz fue la suva, y ahora me doy cuenta
también de aue lo de Bleuer puede igualmente atribuírse
le a usted. Permítame que le dé a usted las gracias. Con
fío en que vivirá lo suficiente para ver la victoria y rego
cijarse con ella. Afortunadamente, no tengo aún aue re
cabar su compasión para los males que me aauejan. Es
toy celebrando mi entrada en la edad climatérica con una
dispepsia (después de haber tenido la gripe) bastante to
zuda, pero que, durante estas hermosas semanas de tran
quilidad, ha desaparecido casi, dejando sólo unos cuan
tos vestigios.
Hace tiempo que había decidido ir a Zurich, pero me
gustaría hacerlo en las vacaciones de Navidad o de Sema
na Santa, para llegar ahí apenas abandonado el trabajo,
con la mente llena de estímulos y de problemas recién
planteados, y no en las circunstancias actuales, pues me
siento ahora totalmente vacío por dentro y en estado casi
letárgico. Necesito pasar varias horas charlando con usted.
Con cordiales saludos (y mis mejores deseos), suvo,
Dr. Freud.
3 — EPISTOLARIO tí
34 Sigmund Freud
127,
Roma, 19-9-1907.
Querido colega:
Al llegar aquí me encontré su carta describiéndome los
últimos acontecimientos del Congreso, que no consiguie
ron deprimirme, y me doy cuenta con alegría de que a
usted tampoco. Estoy seguro de que esta experiencia le
reportará buenos frutos o, al menos, aquellos que yo más
anhelo. En lo que a mí respecta, ha aumentado mi res
peto por el psicoanálisis, pues estaba a punto de decir
me: «¿Cómo? ¿Ya nos hemos ganado al mundo tan sólo
con diez años de lucha? Entonces, estábamos equivoca
dos.» Los últimos sucesos me han hecho recuperar la fe,
mas, como usted verá, no existe base para la táctica
que usted ha empleado hasta ahora. La gente no quiere
aprender, y por ello está incapacitada por ahora para la
comprensión de las cosas más sencillas. Cuando llegue el
momento, ya verá cómo son capaces de entender las ideas
más complejas. Hasta entonces no podemos hacer otra
cosa que seguir trabajando y caer lo menos posible en
vanas discusiones. Después de todo, lo único que podría
uno contestar sería: «Es usted un idiota», o «Es usted
un embustero.» Y resulta natural que no podamos permi
tirnos la expresión de esas opiniones. Además, sabemos
que son tan sólo unos pobres diablos que tienen, por una
parte, miedo de ofendernos, por si ello hace peligrar su
carrera, y están, en parte, encadenados por el temor a
sus propias represiones. Tendremos que esperar hasta
que se vayan extinguiendo o queden gradualmente reduci
dos a una minoría. Cualquier mente joven y alerta que
surja estará sin duda a nuestro lado.
Desgraciadamente, me siento incapaz de repetir de me
moria los magníficos versos de C. F. Meyer (2) en sus
Huttens Letzte Tage, que terminan así:
The small bell here chimes out with so much mirth:
A little Protestant has come to earth *.
Como subraya usted tan acertadamente, nuestros ene
migos, que hacen gala de una esterilidad absoluta, se fati
garán inútilmente con sus arrebatos y encolerizados insul
tos, repitiéndose hasta el infinito, mientras nosotros y
todos aquellos que elijan nuestro bando continuamos la
borando y progresando. El anciano que suscitó su asom
bro no será, sin duda, el único ejemplo. En el año veni
dero sabremos que podemos contar con discípulos donde
ahora nos parece imposible que surjan, y otros irán a en
grosar su ya floreciente escuela.
(2) Conrad Ferdinand Meyer (1825-1895), autor suizo.
* La campanita tañe alegremente:
un pequeño protestante ha venido a la tierra.
Epistolario 35
En cuanto a mi ceterum censeo, fundemos nuestra re
vista (3). La gente la desaprobará, la comprará y la leerá,
y un buen día, echando la vista atrás, se dará usted cuen
ta de que estos años de lucha han sido los más hermosos
de su vida. Mas le ruego que no me erija usted un pedes
tal, pues soy demasiado humano para representar tan egre
gio papel. Su deseo de poseer mi fotografía me hace
expresar una petición semejante, que será sin duda más
fácil de complacer. Hace quince años que no me dejo
retratar a sabiendas, porque soy tan presuntuoso que me
horroriza contemplar sobre el papel mi deteriorización fí
sica.
Hace dos años me tuvieron que retratar para la Expo
sición de Higiene (por orden superior), pero detesto tanto
esa fotografía que no me inclino a ponerla a su dispo
sición. Por la misma época, mis hijos me hicieron otra
en la que estoy muy natural y que me gusta mucho más,
y, si le parece bien, intentaré encontrar el cliché en Vie-
na. La reproducción mía mejor y que más me complace
es el medallón que hizo C. F. Schwerdtner (4) cuando
cumplí los cincuenta años. Si a usted no le disgusta, haré
que se lo envíen.
Estoy completamente solo en Roma, dejándome llevar
por toda clase de ensueños, y no pienso regresar a casa
hasta fines de mes. Me alojo en el «Hotel Milán». Enterré
la ciencia en una fosa muy honda al comenzar las vaca
ciones, y ahora intento recuperar el sentido y producir
algo. Esta ciudad incomparable es la medicina más ade
cuada para lograrlo. Aunque mi tarea principal ya ha
quedado quizá consumada, me gustaría mantener el con
tacto con usted y los demás colegas más jóvenes que yo
durante el mayor tiempo posible.
Con los mejores saludos y esperando su respuesta con
avidez, suyo sinceramente,
Dr. Freud.
128. A la familia
Roma, 21-9-1907.
Queridos todos:
No os extrañe que escriba tan poco. Ya os he dicho que
en Roma se siente uno constantemente arrastrado por las
pequeñas tareas que se ha autoimpuesto, y que no se lo
gra hacer nada en serio. He pasado otro día maravilloso.
La «Villa Borghese» es un gran parque, dentro del cual
hay un castillo y un museo, que hasta hace poco pertene
ció a un príncipe romano, pero que ahora es propiedad
del Ayuntamiento y está abierto al público, pues el buen
príncipe se metió en algunas especulaciones desafortu-
(3) Se refería al ]ahrbuch für Psychoanalysttche und Vsychopatologis-
che Forschungen («Anuario de investigación psicoanalítica y psicopa-
tológica»), que apareció unos dieciocho meses después.
(4) Cari Mari* Schwerdthner (1874-1916), escultor austríaco.
36 Sigmund Freud
nadas, viéndose obligado a venderlo todo por tres millo
nes de liras, que es una ganga. En el museo se encuentra
el más bello Tiziano, titulado Amor sagrado y profano,
y sólo por este cuadro hubieran pagado los americanos
la totalidad de la suma mencionada. Sin duda habréis vis
to reproducciones de la pintura, cuyo título no viene a
cuento. Se desconoce qué es lo que pretende representar
exactamente, pero basta con saber que es maravilloso.
Sería difícil imaginarse un parque tan encantador como
éste, si se exceptúa el hecho de que, en lugar de césped,
el suelo está pelado, al menos por ahora. Posee los árboles
más nobles, como pinos-sombrilla, cipreses, etc., y toda
clase de plantas desconocidas. Intercalados, hay espaciosos
campos de recreo en los que juegan innumerables niños,
bancos y mesas de piedra donde la pequeña burguesía de
vora sus alimentos, un lago con una isla en la que se
alza un templo a Esculapio, y toda clase de ruinas ar
tificiales y reproducciones de templos. Es, en otras pala
bras, como un Schónbrunn (5) que pretendiera popula
rizarse imitando al Prater, y también recuerda al pri
mero porque hay muchos animales exóticos, como gacelas
y faisanes, que habitan aquí. También vi un mono al que
martirizaban algunos golfillos. Los pavos reales pasean
como si tal cosa de acá para allá, seguidos por sus crías
(de aspecto insignificante). En este parque, como es nor
mal, hay una serie de cosas que están prohibidas, pero
no demasiadas, y tengo la impresión de que todo el mun
do hace lo que quiere sin excesivo respeto por los regla
mentos. De cuando en cuando, en lo que solía ser el jardín
privado del príncipe, se ven algunas cosas bellas de autén
tica antigüedad, como un bello sarcófago, una columna
o una estatua mutilada, por lo que es imposible olvidar
que se está en Roma. En una de las avenidas se alza la
estatua de Víctor Hugo, regalada por los franceses para
fomentar la fraternidad de las naciones. Se asemeja a
Verdi, a Joachim (6) y a otros personajes. Fue esta estatua
la que irritó tanto al kaiser Wilhelm, que, lleno de envi
dia, pidió a Eberlein que le hiciera la de Goethe, que
hizo colocar en el mismo jardín. Es un trabajo inteligen
te, pero no tiene nada de maravilloso. Goethe presenta un
aspecto juvenil y, después de todo, tenía más de cuaren
ta años cuando por primera vez vino a Roma. Se yergue
sobre una columna, o quizá más bien un capitel, y el
pedestal está rodeado por tres grupos escultóricos. Mignon
con el arpista, que es sin duda la figura mejor, pues ella
tiene una expresión vacía; Fausto leyendo un libro mien
tras Mefistófeles mira por encima de su hombro; el pri
mero está bien realizado, pero el segundo resulta bastante
grotesco, pues tiene cara de judío con cresta de gallo y
cuernos. No pude identificar a los personajes del tercer
grupo. Quizá se trate de Ifigenia y Orestes; mas si es así,
(5) Parque muy cuidado, anejo al palacio de Schónbrunn, en los
arrabales de Viena.
(6) Joseph Joachim (1831-1907), violinista húngaro que, como Víctor
Hugo, llevaba barba.
Epistolario 37
es difícil reconocerlos. En el museo hay obras escultóricas
no solamente clásicas, sino modernas. Destacan entre estas
últimas la estatua de la princesa Paulina Borghese, her
mana de Napoleón, representada por Cánova como Venus,
y varios grupos famosos debidos al cincel de Bernini y
otros. Todas las esculturas clásicas han sido restauradas,
por lo que es difícil formar opinión. Los descubrimientos
más recientes son tratados hoy en día con mayor reve
rencia, por lo que tengo muchas ganas de visitar el mu
seo de las Termas de Diocleciano, al que iré mañana.
Lo más difícil de Roma, donde nada resulta fácil, es ir
de compras. Hasta ahora he sido muy prudente, pero hoy
hice un comienzo de derroche adquiriendo varios bocks
de mármol, que serán muy celebrados, sin duda, por los
caballeros de los miércoles (7). Vuestra tía y mamá sin
duda se darían más maña que yo para comprar cosas.
Por una vez, el mármol es auténtico y no pintado, y, como
es lógico, ha resultado bastante más caro. Aún no me
habéis dicho lo que queréis.
Espero que la vacuna no os haya sido tan desagradable
como lo fue para vuestro tío. Os envío saludos cariño
sos, que daréis también a mamá y a todos los demás.
Vuestro,
Papá.
Hace un tiempo divino, con una máxima de 26,5° a la
hora de la siesta. Lima llena, cielo despejado.
130. A la familia
Roma, 22-9-1907.
Queridos todos:
En la Piazza Colorína, detrás de la cual me alojo, como
sabéis, se congregan todas las noches varios miles de
personas. El aire nocturno es realmente delicioso. Casi
nunca hace viento en Roma. Tras la columna hay un
quiosco en el que una banda militar toca todas las no
ches, y sobre el tejado de una casa enclavada en el otro
extremo de la Piazza existe una pantalla en la que cierta
Societá italiana proyecta fotografías (fotoreclami) con la
linterna mágica. En realidad, casi todo son anuncios, mas
para mantener despierto el interés del público, los ponen
intercalados con paisajes, negros del Congo, ascensiones
de ventisqueros, etc. Mas como a pesar de todo no sería
esto suficiente, el aburrimiento es interrumpido de cuando
en cuando por breves funciones cinematográficas, las cua
les llaman tanto la atención a los niños grandes (entre los
cuales se cuenta vuestro padre), que dan por bien em
pleado el sufrimiento producido por los anuncios y las
monótonas fotografías. Son bastante tacaños con estas
peliculitas, por lo que es preciso ver la misma una y otra
vez. Siempre que me levanto para marcharme, observo
cierta conmoción entre los espectadores, lo que me hace
mirar de nuevo a la pantalla. Y resulta que ha empezado
una nueva película, por lo que suelo decidir quedarme.
Hasta las nueve o cosa así estoy boquiabierto y absorto.
A esa hora comienzo a sentirme muy solo entre tanta
gente y regreso a mi habitación para escribiros, después
de haber encargado que me suban una botella de agua
fresca. Los otros, que se pasean en parejas o en grupos
de undici, dodici (9), se quedan mirando las proyecciones
mientras dura la música y funciona la linterna mágica.
En una de las esquinas de la Piazza se enciende y se
apaga sin cesar otro de esos horribles luminosos, anun
ciando algo que me parece denominan Fermentine. Cuan
do estuve en Génova hace dos años con vuestra tía, lo
llamaban Tot; es una especie de medicina para el estó
mago, completamente insoportable. Mas el anuncio no pa
rece molestar a la gente, la cual, en la medida que sus
compañeros hacen posible tal actividad, se coloca en pos
turas que les permita escuchar lo que se habla tras ellos
mientras contemplan lo que se proyecta enfrente. Es de
cir, que no se pierde ni un ápice de lo que ocurre. Hay
montones de niños entre ellos, de esos niños acerca de
los cuales opinarían sin duda muchas mujeres que esta
ban mejor en la cama. Los extranjeros y los nativos con
fraternizan del modo más natural. Los clientes del restau
rante que está situado detrás de la columna y de la con
fitería que existe en uno de los extremos de la Piazza
tampoco lo pasan mal. Hay sillas de mimbre cerca del
(9) Canción de una opereta (Once, doce..,) popular en aquella
época.
Epistolario 39
quiosco de la música, y los indígenas disfrutañ sentándose
en la balaustrada de piedra que circunda el monumento.
No estoy seguro en este instante de si me he comido en
mi descripción una fuente de la Piazza, pues es ésta tan
grande que resulta difícil recordar todos sus detalles. La
atraviesa el Corso Umberto (del cual es en realidad una
prolongación), con sus carruajes y un tranvía eléctrico
que jamás atropella a nadie, pues los romanos nunca se
apartan de delante de los vehículos y los conductores
parecen desentenderse de su derecho a aplastar gente.
Cuando termina una pieza, todo el mundo aplaude con
entusiasmo, incluso quienes no han escuchado. De cuando
en cuando, de la multitud sosegada y bastante distinguida
surgen aullidos infrahumanos, proferidos por los mucha
chos que venden periódicos, quienes, tan jadeantes como
el Heraldo de Maratón, recorren la Piazza con las edicio
nes vespertinas convencidos, erróneamente, de que con las
noticias que propalan van a aliviar una febril impaciencia.
Cuando pueden ofrecer algún accidente con muertos y he
ridos, se sienten dueños de la situación. Conozco ese tipo
de Prensa y compro todos los días un par de periódicos
por cinco centesimi cada uno. No cabe duda de que son
baratos, mas debo afirmar que jamás se encuentra nada
en ellos que pudiera interesar a un extranjero inteligente.
De cuando en cuando se producen curiosas conmociones
entre los vendedores y, todos juntos, se precipitan hacia
este o aquel extremo de la plaza, pero nunca hay que te
mer que esto se deba a alguna catástrofe, y pronto regre
san de nuevo al punto de partida. Las mujeres que uno
ve entre la gente son muy guapas (con excepción de las
extranjeras). Las romanas, y no deja esto de ser cosa
rara, resultan atractivas, aunque sean feas, y no hay mu
chas feas.
Desde mi habitación puedo oír con toda claridad la
música, aunque no, naturalmente, presenciar la proyec
ción. En este momento se oyen aplausos.
Saludos cariñosos. Vuestro,
Papá.
131. A la familia
Roma, 23-9-1907.
Queridos hijos:
Desde que os describí la Piazza Colonna he tenido tiem
po de mirarla más despacio —en realidad debiera haberlo
hecho antes— y he de corregir unas cuantas afirmaciones.
Existe, sí, una fuente, y la gente se sienta en el borde,
pero no pasan tranvías; sólo ómnibus de caballos. Lo
cual demuestra la dificultad de hacer descripciones correc
tas. Hoy fue el primer día que no actuó la banda.
Saludos cariñosos,
Papá.
40 Sigmund Freud
132. A la familia
Roma, 24-9-1907.
Queridos todos:
Si me hubiera quedado hasta el final me habría dado
allí la una dé la mañana. Mas debo explicaros todo con
detalle, pues si no, no me entenderéis.
Como mis tardes son tan aburridas, decidí hace tiempo
ir un día al teatro, pero quise esperar hasta que pusieran
algo conocido. Esta noche iban a reponer Carmen en el
«Teatro Quirino». Empezaba a las nueve, hora en que
generalmente me retiro a mi habitación. Ahora ya com
prenderéis el comienzo de mi carta. Aunque llegué sólo
diez minutos antes de alzar el telón, la contraseña que
me dieron en el guardarropa tenía el número uno. Por
dos liras con sesenta saqué una localidad en segunda fila
de butacas, pasillo centro, es decir, en un sitio magnífico.
El teatro fue llenándose gradualmente, pero sin llegar a
estar repleto. En este teatro el pasillo de butacas desem
boca en la platea y sobre ésta hay tres filas de palcos.
El centro de la tercera queda abierto y hay en él una
galería. Ni el teatro ni los espectadores me parecieron
elegantes. O bien los romanos distinguidos están aún fuera
de la ciudad, o no frecuentan este local, aunque supongo
que los demás tampoco son demasiado elegantes. El telón
tenía pintados toda clase de anuncios: máquinas de coser,
ropa interior, muebles a plazos y un recuadro en que un
tal doctor Stern, de Roma, ofrecía sus servicios a los
tartamudos, garantizándoles brillantes resultados. El foso
de la orquesta, situado al mismo nivel de las butacas y
sin partición, estaba casi desierto cuando llegué. Sólo un
anciano caballero meticuloso probaba su violín, que, evi
dentemente, no había tenido tiempo de afinar y limpiar
en casa. Poco a poco fueron llegando los demás músicos.
Los más jóvenes se remangaban los pantalones antes de
sentarse para que no les salieran rodilleras y luego saca
ban de sus estuches los instrumentos, extrayéndoles, tras
una limpieza somera, los más horripilantes sonidos. Por
un momento me asaltó la sospecha de que habían com
prado pitos en la calle y los tocaban con el pretexto de
dar ambiente a la cosa. Al final, el número de los músi
cos, con cantidades de pelo fluctúan te, ascendía a unos
treinta. Había una muchacha, muy joven y morena, aun
que no bonita, que se sentaba junto a una enorme arpa
dorada, la cual parecía recién sacada de un libro de ilus
traciones. Su hermana (a juzgar por el parecido) era la
única ocupante de la fila de butacas que yo tenía delante,
y me hizo la impresión de que la artista estaba en térmi
nos muy amistosos con todos los miembros más jóvenes
de la orquesta. Sólo uno de los músicos parecía un báva-
ro, bastante borracho y extraviado en Italia, pues todos
los demás poseían típicas cabezas romanas. Los músicos
tenían sobre el atril una especie de vaso de aluminio cu-
Epistolario 41
bierto con un trozo de fieltro verde, y cuando yo esperaba
que se encendiera alguna luz eléctrica detrás de este chis
me tan extraño, apareció un hombre cargado de partitu
ras en las que estaba escrito Carmen, y las distribuyó en
tre los músicos, sin favoritismos ni complejos. Por último
apareció el director, alto y elegante, aunque no lo bastan
te esbelto, y con cara de maître experto. Se subió al estra
do, con la espalda vuelta al auditorio, y estuvo así duran
te un rato, sin mover un solo músculo, haciéndose eviden
te que necesitaba esos momentos de descanso. Aquello
fue la calma que precede a la tempestad, la cual se
desencadenó de improviso. Todas las luces se encendieron
por fin y todos los aparentes haraganes de la orquesta
comenzaron a tocar como locos. Incluso la muchacha se
concentró en su arpa y sólo reía en los intervalos que le
dejaba su actuación. Los actores que tenían que ver con
las manufacturas di tabagos estaban muy en su papel. No
necesito deciros que los soldados y los golfillos callejeros
(algunos de los cuales me parecía haber visto por Roma)
tenían menos dificultades para hacer el papel de españoles
que los nuestros. Mi primera sorpresa se produjo cuando
apareció en el escenario una dama, a la que tomé por
Carmen, hasta que recordé que debía tratarse de la buena
Micaela. Era alta y delgada y tenía unos dientes equinos
que exhibía a cada momento, así como una peluca de
color zanahoria. Su aspecto recordaba, en una palabra, al
de esas señoras que los ingleses mandan al extranjero
para asustar a la gente, y me pareció una cara tan cono
cida que me estuve rompiendo la cabeza hasta que me
percaté de su extraordinario parecido con la pobre Tina
Urbitsek. Poco después tuve mi segunda sorpresa, más
duradera, pues cuando la campana hubo dejado de sonar
aparecieron las ardientemente esperadas muchachas de la
fábrica de tabacos, cada una de ellas con un cigarrillo
en la boca, pero tan asombrosamente feas como si las
hubieran sacado de un asilo, un manicomio o una agencia
del servicio doméstico. Lo único que tenían de humano es
el hecho de fumar, actividad que compartían con los es
pectadores. Cuando llegué, el violinista meticuloso estaba
fumando un «Virginia» y el público echaba humo sin
tasa. En los intervalos, hasta yo —que siempre he visto
obstaculizadas tales actividades por unas normas de ur
banidad de las que es difícil hacer caso omiso— les imité.
Al fin apareció Carmen, también vieja conocida para mí
y para vosotros si hubierais estado allí. Era Kati Reich,
con su cara redonda, su pequeña nariz chata y sus pro
porciones colosales. O quizá, lo cual iba mejor a la edad
de la artista, se tratara de su madre, la vieja Frau Gross,
a la que mamá recordará bien. El parecido era tan grande
que me puse a buscar con la mirada a Heinz, mas éste
no apareció. En realidad, la madre de Frau Reich fue
cantante de ópera. Es extraño que la gente muy gorda
sea chata por lo general, de lo que se deduce que un apén
dice nasal largo puede ahorrarle a uno molestias conside
rables. Carmen poseía una voz muy potente y actuaba con
vivacidad que en ciertos momentos resultaba excesiva. La
42 Sigmund Freud
colosal dama no parecía ser el sujeto más adecuado para
inspirar ternura, y luego, cuando empezó a bailar para re
tener a José, tampoco puede decirse que resultara exacta
mente grácil. «Si los elefantes pudieran volar, ¡qué regalo
para la vista!» (10). Resultaba imposible creer en su perfi
dia, y su expresión no pasaba, si acaso, de maliciosa. En
Viena suelen emplear los atuendos para recalcar el con
traste que existe entre la malvada Carmen y la virtuosa
Micaela, y visten a la primera de rojo y a la segunda
de azul. Aquí echan mano del tamaño y no del color para
expresar dicho contraste. No cabe duda de que la malva
da era mucho más voluminosa que la angelical. Don José,
demasiado viejo y muy gordo también. No he tenido ja
más oportunidad de ver a un José esbelto, aunque el papel
parece exigirlo. Tenía un aire bastante deprimido y se lo
tomaba todo muy en serio, pero cantaba bien, aunque era
también excesivo en el gesto. Al principio hizo tan poco
caso de Carmen como si ésta fuera una mosca zumbando
alrededor de su periódico, aunque ella casi le tiró de los
pelos. En el tercer acto se puso furioso. Escamillo tenía
buen aspecto, aunque, desgraciadamente, dio en farfullar,
por lo que sólo se reconocía lo que cantaba cuando lo re
petía el coro. Ya podéis imaginaros que la orquesta se
puso fuera de sí al llegar a la Marcha del Toreador. El
director lanzaba la batuta en todas direcciones y yo esta
ba medio aturdido. Las melodías más importantes les sa
lieron muy bien, pero todo resultaba un poco excesivo y
demasiado ruidoso, y me hizo la impresión de que habían
añadido algunas ocurrencias chistosas. El oficial y el con
trabandista principal estuvieron acertados en sus papeles,
y la alegría que les proporcionaban sus atavíos resultaba
contagiosa. Se les veía con gusto.
En los prolongados descansos, el público abandona la
sala, pasea por los pasillos y fuma. Si uno se ha olvida
do los cigarros en casa puede adquirirlos en el teatro. Me
gusta tanto la música que acompaña a la partida de nai
pes que me quedé al tercer acto, dándome cuenta de que
Carmen cogía la banda de Micaela desde detrás y se reía
de ella, juntamente con los demás, haciendo befa de su
vestido. Estas cosas no hubieran sido toleradas en Viena.
Cuando acabó este acto me marché. Era ya medianoche,
pues cada acto con su intermedio duraba una hora. Des
pués de todo, me imaginaba el final: don José se había
puesto ya muy furioso antes de marcharme yo y arroja
do a Carmen al suelo por dos veces. ¡Qué delicia respirar
el aire nocturno después de todo esto! Con la seguridad
de un nativo, volví a casa por el camino más corto.
|Qu¿ pena no poder residir aquí siempre! Estas breves
Visitas fe dejan a uno un anhelo insatisfecho y una sen
sación de insuficiencia.
Mis saludos más afectuosos. Os veré poco después que
haya llegado esta larga carta.
Papá.
135. A Hugo
Sin fecha (1907).
Me pide usted que le cite «diez buenos libros» (14), ne
gándose a añadir una sola palabra de explicación, por lo
que me deja no sólo la elección de las obras, sino tam
bién la interpretación de su deseo. Como estoy acostum
brado a prestar atención a los detalles pequeños, habré
de buscar la pista en las palabras que envuelven su miste
riosa demanda. No dice usted «las diez mejores obras»
(de la literatura mundial), pues si así fuera me sentiría
obligado, como la mayoría de la gente, a mencionar a
Homero, las tragedias de Sófocles, el Fausto, de Goethe;
Hamlet y Macbeth, de Shakespeare, etc. Tampoco escribe
«los diez libros más importantes», en cuyo caso tendría
que citar algunas realizaciones científicas tan destacadas
como las de Copémico, la del viejo médico Johann Weier
sobre la hechicería, el Origen del hombre, de Darwin, etc.
Ni siquiera me pide usted mis «obras favoritas», entre
las cuales no habría olvidado el Paraíso perdido, de Mil-
ton, y el Lázaro, de Heine. Por todo ello presumo que en
la palabra «buenos» recae un énfasis especial, y que se
refiere usted a la clase de libros con la que uno se en
cuentra en términos similares a los que se establecen con
los «buenos amigos», libros a los que debe uno en parte
su conocimiento de la vida y la filosofía, libros con los
que se ha disfrutado y que gustaría recomendar a otros,
pero en relación a los cuales el elemento de tímida reve
rencia, la convicción de la propia pequeñez frente a su
(13) Director del Neue Blätter für Litteratur und Kunst, Viena.
(14) Se había formulado esta petición a determinado número de
personas.
Epistolario 45
grandeza, no representa una faceta predominante. Por tan
to, le citaré diez libros «buenos» de este tipo que se me
han venido a la cabeza sin rompérmela demasiado:
M u l t a t u l i : Cartas y obras.
K i p l i n g : El libro de la selva.
A n a t o l e F r a n c e : Sobre la piedra blanca.
Z o l a : Fecundidad.
M e r e s c h k o w s k y : Leonardo de Vincu
G . K e l l e r : La gente de Seldwyla.
C. F. M e y e r : L os últimos días de Hutteru
M a c a u l a y : Ensayos.
G o m p e r z : Grandes pensadores.
M a r k T w a i n : Bosquejos.
1908
136. A C. G. Jung
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-2-1908.
Querido amigo:
No se alarme. Después de ésta, le prometo un largo
silencio. Considere estas líneas únicamente como una pos
data a mi sugerencia de ayer de que ofreciera a Bleuler
46 Sigmund Freud
la presidencia (1) en Salzburgo. Me hará usted un gran
favor si le transmite este deseo mío como cosa suya. Me
parece muy apropiado para el papel, y es más digno que
sea él y no yo quien ocupe la presidencia. Resultaría
extraño que el caballero declarado fuera de la ley, es
decir, yo, presidiera un parlamento privado convocado en
defensa de mis derechos contra el rey y la patria. Por
otra parte, me honraría mucho e impresionaría en el ex
tranjero que él (Bleuler), como el más anciano e impor
tante de mis seguidores, asumiera en mi nombre la direc
ción del movimiento. Mis colegas vieneses también se
comportarían mejor bajo su presidencia y, en una pala
bra, las cosas marcharían como una seda si aceptara. Es
pero que estará usted de acuerdo conmigo y que em
pleará usted al máximo su ascendiente sobre él.
He decidido no abordar hoy ningún otro tema, por lo
que le envío mis saludos más afectuosos y le agradezco
todo cuanto hace. Suyo,
Freud.
(3) Había muerto poco antes el doctor Heinrich Graf, casado con
Rosa, hermana de Freud.
48 Sigmund Freud
bien entrado mayo. Saludos muy afectuosos, y espero te
ner noticias tuyas pronto.
Tu amante padre.
4 — EPISTOLARIO O
50 Sigmund Freud
sotros, leeremos, escribiremos y erraremos por los bos
ques. Si al Todopoderoso no le da por estropear el verano
haciendo que llueva todo el tiempo, las cosas marcharán
como una seda.
Mis saludos a todos tus hermanos y hermanas. Antes
que hayáis tenido tiempo de releer esta carta varias veces,
estaré entre vosotros. Llegaré el 16 de julio por la mañana.
Con el cariño de tu
Papá.
142. A la familia
Saló (16), 25-9-1908.
Queridos todos:
Las cosas buenas se acaban pronto. Debéis esta carta a
mi temeraria compra, hace unos días, de un sello azul
y a la lluvia de hoy. Yo seguiré pronto a la carta, pero
me satisface el aplazamiento porque, después de la su
perabundancia de experiencias estivales, necesito unos
cuantos días de descanso sin la más leve actividad. Para
este fin, Saló y el hotel resultan lo más adecuado. El
último es muy cómodo, sin que le haga a uno sentirse
oprimido con un lujo excesivo. Ya conocéis el paisaje
(16) Lugar de veraneo a las orillas del lago Garda,
Epistolario 51
en la medida que puede conocerse algo por el mero he
cho de pasar. Cuando lleva uno algún tiempo, todo se
hace infinitamente más bello. Anteayer fuimos a San Vi-
gilio de excursión en una motora (particular). Este lugar
es uno de los más maravillosos del lago Garda, lo que
equivale a afirmar que su belleza puede equipararse con
la de los más hermosos paisajes del mundo. Para pala
dearlo, se precisa la soledad, y, desde luego, no resulta
apropiado para visitarlo en familia. Al pasar tuvimos
oportunidad de echar una buena ojeada a la isla, con la
habitual sensación de desvergonzada envidia hacia el prín
cipe Borghese. Hoy, en cambio, nos limitamos a dar uno
de esos paseos que le hacen a uno sentirse luego lleno de
euforia sin ninguna razón especial. Llueve suavemente,
pero con regularidad. Minna descansa en su habitación
y yo tengo ganas de comerme una granada (10 centesim
de fumar y de hacer el nuevo solitario. En mi vejez pare
ce habérseme desarrollado el talento para darme buena
vida, aunque sólo se trate de la calma que precede a la
tempestad.
Mañana domingo tenemos intención de iniciar el com
plicado viaje de regreso a casa, saliendo en barca a las
once y veinte de la mañana y llegando a Bolzano a las
seis cuarenta y cinco de la tarde. Como el tiempo está
dudoso y no lo está el hecho de ser mañana domingo,
parece éste el modo más lógico de pasar el rato. Aún
me quedará medio día libre en Bolzano para hacer algunas
compras. El martes por la mañaña estaré en Viena, como
anunciaba en el telegrama, y comenzaremos a compartir,
nuevamente juntos, las preocupaciones y actividades de
este año. El ordenar un poco mis cosas y dar los últimos
toques a mis correcciones me ayudará a matar eficazmen
te los postreros y miserables días de setiembre.
Con ganas de veros pronto, afectuosamente,
Papá.
1909
143. A Sandor Ferenczi
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-M909.
Querido colega:
Prepárese para reírse de mí. Hoy hojeé las primeras
catorce páginas de nuestro Jahrbuch (1) y me quedé en
cantado. Jung ha realizado un trabajo espléndido, en justa
venganza por lo de Amsterdam (2). Es algo que me enor
gullece.
Y entonces se me ocurrió una cosa horrible: que no
estaba usted representado en un volumen que quizá tarde
(1) Jahrbuch für Psychoanalytische und Psychopathologischa Por-
schungen («Anuario de investigación psicoanalítica y psicopatológica»).
(2) Véase carta del 26-5-1907.
52 Sigmund Freud
en aparecer nuevamente de esta forma tan óptima y dig
na. Me di cuenta en seguida de que la culpa era mía,
pues por alguna errónea discreción, o Dios sabe por qué,
impedí que se publicara su excelente artículo sobre la
transferencia en el primer medio volumen. Me dije que
no le sería difícil escribir otro ensayo para el segundo,
entonces se me ocurrió que escribir algo de importancia
similar en el plazo del próximo año no constituía una
empresa plausible. Por todo esto, me siento obligado a
pedirle que considere como no formulada mi objeción
de entonces, y que estudie si le interesaría retirar el ar
tículo de la revista de Brodman y ofrecérselo a Jahrbuch,
Me parece en estos momentos lo mejor que puede hacer.
En lo que respecta a Jung, debe usted dejarle libre de
toda culpa y atribuirme a mí la inconsistencia que hemos
mostrado. Con relación a Boi dman, no tiene por qué preo
cuparse; póngale cualquier disculpa. Ríase de mí y acep
te el consejo que le doy ahora.
Muy sinceramente suyo,
Freud.
A Oscaf Pfister)
i/iena, IX, Berggasse, 19, 18-M909.
Muy señor mío:
No puedo contentarme con darle las gracias por el en
vío de su ensayo Alucinación y suicidio de un estudian
te (3), sino que debo decirle también lo complacido que
me siento porque nuestras investigaciones psiquiátricas
han suscitado el interés de un clérigo, que por su minis
terio, tiene libre acceso a las almas de tantos individuos
jóvenes y cuerdos (4). A menudo reprochamos a nuestro
psicoanálisis medio en broma, pero en realidad con bas
tante seriedad, el requerir un estado de normalidad para
su aplicación y encontrar una barrera en las anormalida
des organizadas (/orgánicas?) de la vida mental, con el
resultado de que llega a la cúspide de las condiciones fa
vorables para su desarrollo precisamente donde no hace
falta; es decir, entre las personas cuerdas. Y allí a mí me
parece que esta cúspide se da precisamente en su trabajo.
Nuestro mutuo amigo C. G. Jung me ha hablado a me
nudo de usted. Me alegro de poder asociar su nombre,
en lo sucesivo, a una idea más definida, y espero que me
haga el honor de mostrarme sus futuros ensayos.
Agradecidamente suyo,
Freud.
1910
147. A Martha Freud
Palermo, 15-9-1910
Mi amada vieja:
Vengo de recoger mi correspondencia y he recibido no
sólo tu carta, sino la digna comunicación de Martin, y
me he enterado por lo que me dices de que te preparas
para dejar Berlín y estarás en casa mañana por la maña
na, mientras nosotros (1) vamos de paso para Girgenti,
la última parada antes de Siracusa.
Palermo fue un regalo increíble, algo que, desde lue
go, no podría disfrutarse del todo si no se compartiera
con alguien. Prometo solemnemente que por muy fatigo
so que sea el año venidero, no olvidaré que ya he dis
frutado mis vacaciones ni lo bien que lo pasé. Nunca
había visto tan policromos matices, ni contemplado ta
les vistas, ni olido aromas tan fragantes ni experimenta
do tal sensación, todo al mismo tiempo. Ahora este capí
tulo se ha cerrado y tendrán que ser otros quienes dis
fruten de él, mas quizá me esperen coséis aún mejores
en Siracusa.
Lamento mucho que no podáis estar todos conmigo,
mas para gozar de todo esto en un grupo de siete o
nueve personas, e incluso sólo de tres —en una palabra,
de undici-dodici-tredici—, no debería haber elegido la ca
rrera de psiquíatra ni haberme convertido en presunto
fundador de una nueva escuela psicológica, sino haber
me lanzado a fabricar cosas útiles, tales como papel hi
giénico, cerillas o botones para botas. Ya es demasiado
tarde para cambiar de profesión, y tendré que continuar
—egocéntricamente, pero apenado en principio— disfru
tando de todo esto yo solo.
Únicamente las compras me producen perplejidad. No
hay aquí absolutamente nada que no pueda encontrarse
en cualquier otra ciudad y que no le tiente a uno a lle
várselo consigo a casa —pues los carros y las muías es
tán naturalmente al margen de lo comprable y las flores
(7) Alusión a una cita de los Zeitgedichte («Poemas tópicos»), de
Heine. Número 24.
(I) Acompañaba a Freud, en este viaje, Ferenczi. (Véase caita
del 2-10-1907).
56 Sigmund Freud
se marchitarían—, por lo que debo pedirte que conside
res canceladas todas las promesas que te hice en este
aspecto, y que aceptes dinero en metálico como sustituto
cuando regrese a Viena. Sólo Robert (2) recibirá el sul
furo que deseaba, lo que viene a demostrar que su peti
ción es práctica y geográficamente acertada.
Como es mucho más inteligente interesarse por las co
sas familiares que por aquéllas que no lo son, debo in
formarte que me podré poner en lo sucesivo el traje de
seda, pues he comprado una nueva carpeta. El cálido y
puro sol del que se disfruta aquí, al que suele acompa
ñar una brisa muy agradable, no me ha importunado has
ta ahora, por lo que no he tenido la menor necesidad
de ponérmelo. En esta ciudad se comprenden aquellos
versos que dicen:
How delightfuVtis to wander
By the breath of evening fann'd... (3),
o comoquiera que sigan.
Para no pintarte un panorama excesivamente rosado ni
despertar la envidia de los dioses, debo añadir que hoy
leimos por vez primera los rumores relativos al cólera
en Nápoles. Tenemos intención de comprobar si la noti
cia es cierta, para variar consecuentemente nuestros pla
nes. En Sicilia no se ha dado por ahora ni un solo caso,
por lo que estamos más tranquilos aún que si nos ha
lláramos en Viena o Budapest, aunque en la primera, con
su mal tiempo acostumbrado, existen pocas razones para
temer nada grave. Sin embargo, un poco de precaución
cuando comáis fruta no vendría de más.
Para terminar, y como adiós a Palermo, os envío a to
dos los reunidos en casa mis más cariñosos saludos.
Papá.
1911
1912
150. A Karl Abraham
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-1-1912.
Querido amigo:
Tras haber pasado las vacaciones escribiendo dos ar
tículos y medio (que no me gustan) y soportando toda
clase de descontentos personales, me pongo, por fin, a
pergeñar estas líneas para desearle a usted, a su esposa
y a sus hijos toda la prosperidad en el nuevo año que
ustedes merecen y que yo les deseo. Los intereses comu
nes y la simpatía personal nos ha ligado tan íntimamente,
que no tenemos por qué dudar de la sinceridad de nues
tros buenos deseos mutuos.
Me doy cuenta claramente de que su postura en Berlín
dista de ser cómoda y admiro su espíritu sereno y su
optimismo tenaz. La crónica de nuestra empresa podrá
no reflejar siempre circunstancias felices; pero tal suce
de, probablemente, en la mayoría de las crónicas, y estoy
seguro de que, a pesar de todo, constituirá un capítulo
importante de la Historia.
En lo que a mí personalmente respecta, no me hago
demasiadas ilusiones. Estamos atravesando una época más
bien sombría, y sólo la generación siguiente se beneficia
rá con el reconocimiento de nuestros esfuerzos. Sin em
bargo, nos cabe el placer incomparable de haber sido
los precursores. Mi trabajo sobre la psicología de la re
ligión (1) avanza muy lentamente, y casi preferiría dejar
lo. Me han pedido que escriba una especie de introduc
ción, para la nueva revista 1mago (2), sobre la psicología
(2) Drei Abhandlungen zur Sexualtheoric, Viena, 1905 («Tres en
sayos sobre la teoría de la sexualidad»); Londres, 1949, Ed. Stan
dard, 7, 125.
(3) Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinct, Viena, 1910
(«Leonardo de Vinci y un recuerdo de su niñez»). Ed. Standard, 11.
(1) Tótem und Tabú, Viena, 1913 («Tótem y tabú»). Londres, 1950;
Nueva York 1952. Ed. Standard 13 1
(2) Zeitschrift für die Anwendung der Psychoanalyse auf die Geis-
teswissensekaftén («Revista para la Aplicación del Psicoanálisis», fundada
en 1912).
60 Sigmund Freud
de las tribus salvajes. El ensayo de Reik (3) es excesiva
mente largo para que pueda ser admitido en la colección.
Hoy mismo he sabido por el autor (miembro de nuestra
sociedad) que va a aparecer en forma de libro.
Adiós, y no deje de escribir con frecuencia a su fiel
amigo
Freud.
151. A Ludwig B
Viena, IX, Berggasse, 19, 144-1912.
Querido doctor Binswanger:
Un viejo como yo, que no debiera protestar (y que ha
decidido no hacerlo) si su vida se extingue dentro de
unos años, se siente especialmente ofendido cuando uno
de sus amigos más jóvenes y brillantes (de los que me
recen seguir viviendo durante mucho tiempo) le informa
de que su vida está en peligro. Al enfocar los hechos con
más sosiego, sin embargo, me fui tranquilizando gradual
mente y recordé que, no obstante sus sospechas, todas
las posibilidades se inclinan a su favor y que lo sucedi
do no pasa de ser un mero recordatorio, a través de las
i circunstancias, de que nuestras existencias son precarias,
hecho que olvidamos con frecuencia.
Pero usted no lo olvidará después de esto, y la vida,
como dice en su carta, tendrá para usted un encanto
especial e incrementado. Esperemos, por otra parte, que
las cosas marchen lo mejor posible y que exista algo en
nuestra ciencia actual que nos permita cortar el mal efi
cazmente, sin engaños ni hipocresías- Naturalmente, guar
daré el secreto, como me pide, orgulloso del privilegio
que me concede, y no hace falta que le diga que me
gustaría verle lo antes posible y siempre que no le venga
demasiado mal. ¿Quizá para las fiestas de Pentecostés?
Confío en que me comunicará usted si estas fechas le
parecen apropiadas.
Me complace saber que el plan que había trazado para
su trabajo le preocupa más que nunca, y a continuación
trataré de responder a sus preguntas.
Me han preocupado muy poco los grandes individuos
que usted menciona, y tampoco me he interesado en gran
medida por la especie a que pertenecen. Siempre me ha
parecido que la ausencia de toda compasión y la arro
gante confianza en sí mismo constituyen las condiciones
indispensables sobre las que, cuando el personaje triun
fa, basamos nuestra idea de la grandeza. También creo
que debiera trazarse la distinción entre la grandeza de las
cosas logradas y la de la personalidad.
El doctor P***t de Bolzano, es hombre excelente y muy
amigo mío. La mujer que usted menciona es su hijastra,
(S) Theodor Reik, doctor en Filosofía, psicoanalista en Nueva York.
(Véase carta del 8-3-1925.)
Epistolario 61
y no puedo decir lo mismo de ella. Las conozco, tanto
a ella como a su madre, y en todo momento me ha pa
recido que ambas, a pesar de su corrección y su encan
to, carecen de sentido moral, encontrándose en un estado
permanente de intoxicación erótica. No obstante, es posi
ble que la triste experiencia de su matrimonio haya au
mentado la seriedad de la joven, y me complacería sobre
manera enterarme de que, bajo su orientación, se ha con
vertido en personal útü a la sociedad.
Ya ha aparecido lmago. Espero que mi segundo en
sayo (sobre los «tabúes») (4), en el tercer número, será
más interesante que el primero.
Le envío a usted a su enfermera mis más cálidos
deseos para una pronta convalecencia, esperando que man
tenga su excelente, viril y valeroso espíritu. Su fiel
Freud,
160. A C .
Viena, IX, Berggasse, 19, 22-12-1912 (21).
Querido doctor Jung:
Si la sección vienesa rechazó el cambio de título, fue
principalmente porque los anuncios, pruebas, etc., estaban
ya impresos —y enviados—, y por consideración al edi
tor no pareció aconsejable la modificación. Era ya muy
tarde para introducir cambio alguno. Espero que una
cuestión tan insignificante no tendrá repercusiones ulte
riores. Tampoco estaba muy bien el título Terapéutica
para sustituirlo, y los pedagogos ya descubrirán por sí
solos que la nueva publicación (22) no va a excluir su
colaboración.
Lamento que mi referencia al lapsus de su pluma le
haya irritado tanto, y su reacción me parece despropor
cionada a la ofensa. No quiero enjuiciar su reproche de
que abuso del psicoanálisis para mantener a mis alum
nos en una dependencia infantil respecto a mí y de que,
por tanto soy responsable de su conducta pueril para
conmigo, ni me referiré a las deducciones que extrae de
esta presunción, pues todo juicio negativo de uno mismo
es difícil y no posee convicción. Me limitaré a darle algu
nos hechos para que pueda basar su teoría con funda
mento y le dejaré el cuidado de revisarla. Estoy acostum
brado en Viena a escuchar el reproche opuesto; es decir,
que me ocupo demasiado poco del análisis de mis «dis
cípulos».
Stekel (23), por ejemplo, no me ha vuelto a oír una
’ bra sobre su análisis en los diez años transcurridos
Esta carta, que al parecer no fue enviada, se encontró entre
los papeles de Freud.
(22) Internationale Zeitschrift für Aerztltche Psychoanalyse («Rcvista
Internacional del Psicoanálisis Médico»).
(23) Véase carta del 13-1-1924.
Epistolario 69
desde que dejé de tratarle, y en el caso de Adler (24) he
mantenido un silencio aún más cuidadoso. Si he hecho
algún comentario analítico respecto a estas dos personas,
no ha sido con ellos mismos como interlocutores ni du
rante el tiempo que se mantuvieron en contacto conmigo.
En consecuencia, no me explico por qué asume usted
con tal seguridad lo contrario.
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.
1 9 13
161. A James J
Viena, IX, Berggasse, 19, 1-1-1913.
Querido colega:
Me complace iniciar las actividades del nuevo año con
una carta para usted. Le doy mis más expresivas gracias
por el anuncio de que piensa colaborar en nuestra publi
cación. Me complacen sus palabras, pues me dan base
para creer que no ha perdido usted la fe en mí, a pesar
de los muchos ataques personales que se me dirigen en
estos momentos y que probablemente continuarán Huran^ _
te algún tiempo. Igualmente me creerá si le digo que ta
les ataques no me preocupan demasiado, porque compren
do muy bien la necesidad psicológica que los induce. No
me refiero tanto a Stekel, con cuya enemistad he salido
ganando, como a Jung, al que admiraba quizá con exceso
y por quien sentía un afecto personal considerable.
Las diferencias científicas son inevitables, después de
todo, en el desarrollo de una nueva ciencia, y aun los
errores, como he podido comprobar personalmente, tie
nen muchos aspectos beneficiosos. Sin embargo, estas
desviaciones y reformas de carácter teórico van de la
mano con los sentimientos personales heridos, lo que no
dice mucho en favor de la humana naturaleza.
No preciso aclarar que considero las nuevas ideas de
Jung como errores «regresivos»; mas mi opinión no tiene
por qué convencer a los demás. En casos de esta índole,
todo el mundo debe consultar su propia experiencia y la
impresión que le han causado los argumentos empleados.
Todo esto ejerce sobre mí la impresión de un déjà-vu.
Ya conocía yo la resistencia del noanalista, que se está
reproduciendo ahora en la reacción del analista a medias.
Esperamos sus próximos artículos con gran interés. Le
ruego no permita que nuestra ignorancia filosófica sea un
obstáculo para su producción o la publicación de sus
trabajos. Aunque somos incompetentes en ese terreno,
porque trabajamos en otros, no por ello dejamos de leer
le píamente, y nuestro ejemplo será seguido por otros
(24) Alfred Adler (187C-1937), seguidor de Freud, que posteriormente
fundó su propia escuela.
70 Sigmund Freud
analistas más libres, para quienes sus ideas serán muy
fructíferas.
Con saludos cordiales y votos por su bienestar y el de
su familia durante el nuevo año, su fiel
Freud.
162. A Max
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-1-1913.
Querido doctor Eitingon:
Si no es ya demasiado tarde, deseo agradecerle a usted
y a su novia, a la que apruebo simplemente porque usted
la ha elegido, sus buenos deseos para el nuevo año, que
me harán falta, sin duda, en esta ocasión, pues todos los
espíritus malignos se han lanzado contra mí. Pero ya
estoy acostumbrado a estas cosas desde hace años y no
me asustan demasiado. No preciso decirle que es la in
tención y no la expresión de sus buenos deseos lo que
me importa y sé que en este aspecto puedo confiar en
usted, el primero que vino a mí cuando estaba condena
do al ostracismo. Sé que si algún día vuelve a abando
narme todo el mundo estará usted entre mis últimos
fieles...
Continúo trabajando, sin variar mi trayectoria, para lo
grar el aplauso de los pocos que desean comprenderme.
Si le dicen que estoy viejo, débil v neurótico, no lo crea
y convénzase en persona (acompañado por su novia, o qui
zá ya esposa) de lo contrario.
Con mis mejores deseos para 1913, su fiel
Freud.
168.
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-11-1914.
Muy señor mío:
Me he dado cuenta con admiración de lo seriamente
que se toma su trabajo en mi retrato. Probablemente
acostumbra usted a actuar siempre con idéntica seriedad.
Tengo muchas ganas de recibir los comentarios que me
prometió sobre el Moisés, de Miguel Ángel. Como no han
llegado aún, no quiero seguir aplazando la devolución de
las pruebas ni la redacción de esta carta. Me apresuro a
decirle, aun antes de oír sus comentarios, que me doy
perfecta cuenta de la debilidad radical que preside este
trabajo mío. Procede la misma del intento de evaluar al
artista en forma racional, como si fuera un erudito o un
técnico, cuando, en realidad, se trata de un ser de catego-
(1) Esta carta no lleva fecha ni firma y fue enviada durante las
primeras semanas de la Guerra Europea a través de un país neutral.
(2) La iniciación del conflicto sorprendió a Anna en Inglaterra,
donde se encontraba visitando a unos amigos. Regresó a su patria con
el embajador austríaco en Inglaterra.
Epistolario 75
ría especial, exaltado, autocrático, villano y a veces bas
tante incomprensible.
No creo que le guste un librito que he escrito sobre
Leonardo de Vinci (3), pues da por supuesto que el lector
no va a sentirse escandalizado por los temas homose
xuales y que está familiarizado con los torcidos caminos
del psicoanálisis. En realidad, se trata también de un
trabajo de tipo literario. No me gustaría que tomara
usted este ejemplo como medida de lo que valen nuestros
demás hallazgos. Le envío al mismo tiempo, por correo
separado, esa nimiedad (4) que, por lo menos, se apro
xima más a otro arte.
Y ahora debo ya lanzarme al comentario crítico (in
corporando los de mi mujer y otras personas) que usted
me pedía. Estas críticas han sido posibles únicamente
gracias a su observación de que no importaba nuestra
incompetencia, pues, en caso contrario, no me hubiera
atrevido a hacer censura alguna. Soy, sin duda, el más
profano de todos para estos menesteres; mas si insiste
en oír mi opinión, espero que aceptará las siguientes ob
servaciones sin ofenderse. El aguafuerte me parece una
idealización muy amable. Me gustaría parecerme, y qui
zá llegue incluso a asemejarme algún día; mas me hace
la impresión de que, por ahora, me he quedado varado
a mitad del camino. Todo lo que es en mí áspero y an
gular lo ha hecho usted suave y romo. En mi opinión,
ha introducido también un elemento de desemejanza con
una cosa que es en sí a primera vista insignificante: lo
que ha hecho usted con mi pelo. Me ha puesto raya a
un lado, mientras que, según la litografía, la llevo al otro.
Además, el nacimiento de mi cabello cruza las sienes si
guiendo una trayectoria cóncava. Al redondearla ha me
jorado usted grandemente la realidad, y sospecho que este
retoque fue intencionado. Estoy convencido, en una pa
labra, de que el aguafuerte me honra excesivamente, y
cada vez que lo miro me gusta más.
Mis relaciones con el litógrafo son menos amistosas.
Todas las características hebreas que ha resaltado en la
cabeza merecen mi plena aprobación; pero hav otras co
sas que me parecen un tanto ajenas a mí, habiendo lle
gado a la conclusión de que son la abertura exagerada
de la boca, la rigidez de la barba, proyectada artificial
mente hacia delante, y la prominencia de su contorno ex
terno. Al tratar de descubrir de dónde procedían estos
rasgos recordé la bella y maliciosa orquídea Orchivestia
Karlshadiensis que compartimos. Tenía esto que dar a la
fuerza una figura combinada (como la denomina The In
terpretation of Dreams («La interpretación de los sueños»)
de judío y orquídea.
Con esto pongo punto final a mis observaciones y de
seo encomendarme una vez más a su clemencia. Le agra
deceré mucho que me envíe las pruebas completas, aun-
(3) Véase nota 3 3 la carta del 1-10-1911.
(4) Probablemente el ensayo de Freud sobre la Gradiva, de Jensen.
(Véase nota 1 a la carta de 26-5-1907.)
76 Sigmund Freud
que tal gratitud tenga que ser por el momento ineficaz.
Quizás habríamos sacado más fruto a los días que com
partimos en Karlsbad si hubiéramos sabido que iban a
tener un fin tan rápido y tan difícil repetición.
Mi mujer me pide que le envíe sus mejores saludos, a
los que añado los míos. Muy sinceramente suyo,
Freud.
1915
169. A James J
i, IX, Berggasse, 19, 8-7-1915.
Querido amigo:
Su libro Human Motives («Motivos humanos») ha llega
do, por fin, mucho después de habérmelo anunciado. Aún
no he acabado de leerlo; pero sí he estudiado lo que más
me interesaba, es decir, las importantes secciones dedi
cadas a la religión y el psicoanálisis, y cedo al impulso de
escribirle para darle mi opinión. Seguramente no preten
dería usted obtener mis alabanzas. Me complace pensar,
sin embargo, que producirá cierta impresión entre sus
compatriotas y quebrará la resistencia profunda arraiga
da en muchos de ellos.
En la página 20 hallé el pasaje que me parece más
aplicable a mí mismo: «Acostumbrarnos al estudio de la
inmadurez y la infancia antes de caer (prescindir de tal
requisito, acometiendo sin más la investigación de la ma
durez y la virilidad, produce a menudo tal efecto) en una
execrable limitación de nuestra visión (con la consiguien
te incapacidad para rebasar las fronteras del tema pro
puesto).» Ahí me reconozco y soy, desde luego, totalmente
incapaz de juzgar los demás aspectos. Sin embargo, qui
zá me era precisa esta unilateralidad para describir aque
llo que estaba oculto a los demás. Ahí estriba la justifi
cación de mi reacción defensiva, pues, después de todo,
esta senda rectilínea de mi pensamiento dio su frutos
específicos.
Me dejaron frío, sin embargo —lo cual no tiene impor
tancia alguna, frente al hallazgo positivo a que acabo de
aludir—, los argumentos que dedica a la realidad de nues
tros ideales. No acierto a ver la conexión entre la realidad
psíquica de nuestras ideas de perfección y la fe en su
existencia material, lo que probablemente ya anticipaba
usted. Sabe muy bien cuán poco puede esperarse, después
de todo, de los argumentos. Debo añadir que no me ins
pira temor alguno el Todopoderoso. Si algún día llegára
mos a encontrarnos, yo tendría más cargos que hacerle
que Él a mí. Le preguntaría que por qué no me había
concedido mayores dotes intelectuales, y Él, por su parte,
no podría quejarse del empleo que he dado a mi presunta
libertad. (Sé que cada individuo representa un núcleo de
energía vital; pero no creo que pueda llamarse a esto
Epistolario 77
1916
171. A Eduard Hitschmann
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-5-1916.
Querido doctor:
Sólo los elogios funerarios que normalmente se formu
lan en el Cementerio Central son tan hermosos y afecti
vos como el discurso que no llegó usted a pronunciar. Ya
me había dado cuenta de que sabía usted expresarse muy
bien —como ha demostrado a menudo en sus publicacio
nes—, pero en esta ocasión estoy conmovido, probable
mente por ser yo mismo el tema. Sin duda he intentado
ser todo lo que usted dice y hacer todo cuanto me atri
buye, mas ¿será posible en horas más sobrias mantener
que lo logré? No lo sé, pero sí estoy persuadido de que
para continuar viviendo es necesario que unas cuantas per
sonas crean en uno.
Sírvase aceptar, por tanto, mis más expresivas gracias
por sus palabras de aprecio y devoción, que suponen mu
cho m ás que una mera compensación por el desencanto
habitual que me producen los seres humanos No sie nto
amargura y sé que no hay razón para experimentarla.
Agradezco todas las cosas buenas que me han salido al
paso y espero que permanecerá usted a mi lado en sus
esfuerzos por seguir fomentando nuestra ciencia Manten
gamos también nuestro mutuo v solícito interés respec
to a los destinos personales que nos aguardan.
Con saludos muy afectuosos para usted y su mujer.
Su fiel,
Freud.
1917
176. A Georg Groddeck
Viena, IX, Berggasse, 19, 5-6-1917.
Querido colega:
Hacía mucho tiempo que no recibía una carta que me
complaciera e interesara tanto, tentándome además a
remplazar las habituales cortesías debidas a un desco
nocido por la franqueza analítica.
Haré lo que pueda. Observo que lo que usted pretende
es que le confirme oficialmente que no es usted un psi
coanalista, que no pertenece a la comunidad de mis dis
cípulos y que hay que considerarle como a algo aparte
e independiente. Es evidente que le haría un gran favor
rechazándole y relegándole al lugar que ocupan Adler,
Jung y otros. Mas no puedo obrar así. He de reivindicar
le para nosotros, y debo insistir en que es usted un ana
lista de primera fila que ha sabido captar de una vez
para siempre la esencia de la cuestión. El hombre que ha
reconocido que la transferencia y la resistencia constitu
yen los puntos clave del tratamiento pertenece irrevoca
blemente a la «Jauría», y este hecho sigue en pie, aunque
se complazca en dar al «Sube» (1) además el nombre de
«Id». Permítame decirle que el concepto de Sube no pre
cisa ser ampliado para abarcar sus experiencias con las
enfermedades orgánicas. En mi ensayo sobre el tema que
cita, encontrará la siguiente nota inconspicua: «También
merece mención aparte una importante prerrogativa adi
cional del Sube.» Y creo que ha llegado el momento de
aclararle que esta nota se refiere a la aserción de que el
Sube ejerce sobre los procesos somáticos una influencia
mucho más flexible que la del acto consciente. Mi amigo
Ferenczi, que está familiarizado con esta idea, ha escrito
(11) Hijo mayor de Max y Sophie Halberstadt.
(1) Das Unbewusste («El subconsciente»), Viena, 1915. Ed. Stan
dard, 14.
Epistolario 85
1918
179. A Alexander Freud
Viena, IX, Bergasse, 19, 5-4-1918.
Querido Alex:
Cierta conversación que sostuve hoy con Dolfi (1) me
obliga a hacerte una sugerencia para solucionar las di
ficultades de nuestra madre. Como sabes, es incapaz de
acostumbrarse al nuevo valor del dinero. Por otra parte,
se niega a dejar la administración financiera a Dolfi y la
martiriza de un modo indecible cada vez que hay que
gastar algo. Y, por si fuera poco, a Dolfi no le quedan
ya muchos ánimos.
Por todo ello, te sugiero que le demos, sin que lo sepa
(5) Por desgracia, se leyó erróneamente la fecha de esta carta; el
año consignado debió ser 1927
(6) Psicoanalista, actualmente Mrs. Willy Hoffer, de Londres.
(1) Dolfi, hermana de Freud, que permaneció soltera y vivía con
su madre.
88 Sigmund Freud
nuestra madre, una suma que le permita atender a los
gastos de la casa, sin que la anciana señora se dé cuen
ta. Las quinientas Kronen que le envié en marzo además
de la suma habitual se han acabado ya. Ahora, si te pa
rece, le mandaremos mil cada uno.
Sea como fuere, tendremos también que buscarles alo
jamiento estival no lejos de la ciudad, donde podamos
pagar todos sus gastos para que no tengan que estar con
tando el céntimo. Te darás cuenta tan bien como yo de
que llegará verano en que no tendremos oportunidad de
repetir esta avuda.
Hoy di al Banco las órdenes oportunas para que te
envíen tu asignación trimestral.
Te saludo afectuosamente y espero tu respuesta. Tuyo,
Sigm.
1919
184. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-12-1919.
Querido doctor Eitingon:
Su amabilidad y afecto me han dado un día tormentoso.
Por la mañana recibí su carta anunciando que había
puesto a mi disposición tres mil Kroner suecas, y que
me remitía la mitad de dicha suma, convertida en Kro-
nen austríacas, a través del Banco. Como pasé la mañana
ocupado haciendo cuatro análisis, no tuve tiempo de pen
sar despacio en el asunto y sólo tuve un rato para leerla
en voz alta a la hora de la comida, durante la cual, apar
te de mi esposa, tres de nuestros hijos, así como nuestra
hija menor (a la que usted conoce), estaban presentes.
Produjo un efecto extraño. Los tres chicos parecieron sa
tisfechos, pero las dos mujeres se echaron las manos a la
cabeza, y mi hija declaró —evidentemente, no puede so
portar la demolición de su complejo paternal— que como
castigo (!) no iría a Berlín a pasar la Navidad. En reali
dad, mañana por la mañana le enviaré un telegrama pi
diéndole que cancele la transferencia a Viena, si es aún
posible. Pues ¿para qué ha de servirme? No nos faltan,
precisamente, Kronen inútiles. Yo poseo más de cien mil,
y cada día gano de novecientos a mil más. Si, por otra
parte, necesitara moneda extranjera, quq tan difícil es
obtener aquí, ya se lo habría hecho saber, como hice
cuando precisé marcos. Me produce una sensación de
seguridad saber que tiene usted guardadas Kronen suecas
con objeto de ayudarme si tuviera que recurrir a usted,
(8) Doctor Otto Rank. Véase carta del 25-8-1924.
(9) Editor berlinés.
(10) Hanns Sachs, doctor en Derecho (1881-1947), psicoanalista. Autor
de Freud: Master and jriend («Freud: Maestro y amigo»), Cambridge,
Mass., 1944.
92 Sigmund Freud
mas, una vez se hayan convertido en Kronen austríacas,
no sabría qué hacer con ellas y resultaría difícil volver a
cambiarlas. Desde luego, es usted el miembro más teme
rario de mi familia. Ya me ha prestado dos mil marcos,
otros mil a mi cuñada —que tampoco puede pagarle sino
en Kronen—, se ha lanzado usted a la empresa de finan
ciar a Ernst hasta que éste obtenga su salario en libras
esterlinas, nos envía grandes cantidades de cosas necesa
rias para seguir viviendo (alimentos) y trabajando (ciga
rros), que no nos gustaría tener que cambiar por dinero
contante y sonante, y ni aun con todo esto se siente satis
fecho. Su último y valiosísimo regalo sufrió un acciden
te..., del que Mathilde no quería que le informáramos. Su
baúl llegó un día después que ella, desprovisto de todo
cuanto de comestible o fumable traía. Todo lo demás per
maneció intacto, selección que sugiere las actividades de
una banda de ferroviarios bien organizada. En la maleta
encontramos dos magníficas salchichas, por las que que
do agradecido a Liebermann (1) y Harnik (2).
Actualmente estamos atareadísimos con la próxima
boda (3), y usted lo estará probablemente con la que se
le avecina, aunque no sea tan inmediata. Ernst sigue
guardando libros para desgajarse definitivamente de nues
tra casa, que anima tanto con cada nueva visita. Oli está
deprimido porque ha sabido, después del viaje que hizo
para entrevistarse con el representante del Gobierno ho
landés en Graz, que la decisión relativa a su solicitud no
se publicará hasta dentro de dos meses, y que sus posibi
lidades son más bien vagas. Mientras tanto, irá probable
mente a Berlín y a Hamburgo. Freund se encuentra en un
crítico estado de salud, tiene fiebre, le mantienen a base
de morfina y se ha fijado a sí mismo el día 12 de diciem
bre como límite. La situación no es clara, y probable
mente se le están extendiendo las metástasis del sarcoma.
Trabajo muy lentamente en el ensayo sobre la psicología
del instinto y la masa y echo mucho de menos a Rank.
La Sociedad Psicoanalítica ha admitido al doctor Schil-
der (4), ayudante en la clínica psiquiátrica Hattingberg (5)
y Schmideberg (6) están en la lista de candidatos.
La fundación de su policlínica (7) desplazará nueva
mente el centro de nuestro movimiento a Berlín. Abraham
está luchando para conseguir la celebración en dicha ciu
dad del próximo Congreso. Les saludo a usted y a su
esposa con toda mi vieja amistad, pero también con nue
vos motivos. Suyo,
Freud.
(1) Doctor Hans Liebermann (1883-1931), psicoanalista alemán.
(2) J. Harnik, psicoanalista húngaro.
(3) De Martin Freud con Esti Drucker.
(4) Doctor Paul Schilder (1886-1940), psicoanalista, catedrático de
Psiquiatría de la Universidad de Viena.
(5) Hans von Hattingberg, doctor en Derecho, psicoanalista alemán.
(6) Walter Schmideberg, psicoanalista.
(7) La primera clínica para el tratamiento psicoanalítico fue fun
dada por el doctor Eitingon.
Epistolario 93
1920
185. A Amalie Freud
Viena, IX, Berggasse, 19, 22-1-1920.
Querida madre:
Hoy tengo que darte malas noticias. Ayer por la maña
na falleció nuestra querida y bella Sophie a consecuencia
de una gripe galopante y pulmonía. Lo supimos a medio
día por una conferencia que nos puso Minna desde
Reichenhall. Oli y Ernst han salido de Berlín para acudir
junto a Max. Robert y Mathilde salen el 29 para acom
pañar al pobre hombre. Martha está demasiado postrada
para que le podamos dejar emprender el viaje, y en cual
quier caso no hubiera encontrado a Sophie viva. Es la
primera entre nuestros hijos a la que sobrevivimos. No
sabemos todavía, naturalmente, lo que hará Max ni qué
piensa hacer con los niños.
Espero que te tomarás la noticia con calma, pues es
absurdo no aceptar la tragedia. Sin embargo, está justifi
cado llorar a una muchacha tan espléndida y vital, y tan
feliz con su esposo y sus hijos.
Te saludo afectuosamente, tuyo,
SigmuncL
(6) Katá Levy, hermana de Anton von Freund. Véase carta del
11-6-1923.
(7) Der psychologische und biologische Untergrund expressionistischer
Bilder, Berna, 1920 {Expressionism in Art. Its BsichoUigical and Biolo
gical Basis); Londres, 1922; Nueva York, 1923 («El expresionismo cn
arte: su base psicológica y biológica»).
Epistolario 91
1921
792. A Hereward Carrington
Bad Gastein, 24-7-1921.
Estimado Mr. Carrington:
No soy de aquellos que menosprecian a priori el estudio
de los llamados fenómenos psíquicos esotéricos, conside
rándolos anticientíficos, poco serios o incluso peligrosos,
y si estuviera comenzando y no acabando mi carrera cien
tífica, quizás hasta hubiera llegado a elegir ese terreno de
investigación, desdeñando todas las dificultades.
Debo pedirle, sin embargo, que no mencione mi nombre
en relación con la rama que usted ha adoptado, y ello por
varias razones.
En primer lugar, porque en la esfera de lo oculto soy un
completo profano y absolutamente «novato», por lo que
no tendría derecho a recabar ni siquiera una pizca de
autoridad en el tema. En segundo, porque tengo buenas
razones para anhelar una nítida línea de demarcación
entre el psicoanálisis (que no tiene nada de ocultismo)
y esta aún inexplorada esfera de conocimiento, sin que
desee en absoluto ofrecer la menor ocasión para que se
creen equívocos.
Finalmente, porque no puedo librarme de ciertos pre
juicios escéptico-materialistas que llevaría conmigo al es
tudio de lo oculto. Me siento totalmente incapaz de admi
tir la «supervivencia de la personalidad» después de la
muerte ni aun como posibilidad científica, y mi opinión
respecto al «hidroplasma» no difiere de la que sustento
sobre el primer punto.
En consecuencia, creo que será mejor que continúe limi
tándome al psicoanálisis. Sinceramente suyo,
Freud.
100 Sigmund Freud
1922
195. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 24-1-1922.
Querido Max:
Abraham se ha ido a pasar la tarde con Rank, por lo
que aprovecho esta oportunidad para contestar a tu ama
ble referencia al XV aniversario de nuestra amistad. Sin
duda, te darás cuenta del papel predominante que has
adquirido en mi vida y en la de mi familia. Ya sé que
no me apresuré a asignártelo. Durante muchos años, aun
que consciente de tus esfuerzos por aproximarte a mí,
te mantuve apartado. Sólo después que expresaste en tér
minos tan afectuosos tu deseo de pertenecer a mi familia
(en el sentido más íntimo de la palabra) me rendí a la
naturaleza confiada de mis años primeros y te acepté, y
desde entonces te he permitido hacerme toda clase de
servicios y te he impuesto todas las tareas imaginables.
Hoy he de confesarte que al principio no apreciaba tus
sacrificios tanto como después de darme cuenta de que
—con la carga de una esposa amante y amada a quien no
gusta demasiado la idea de compartirte con los demás
y atado a una familia que fundamentalmente siente esca
sa simpatía hacia tus aficiones— abusas de tus fuerzas
al hacer tal oferta. Mas no deduzcas de esta observación
que estoy dispuesto a soltarte. Tus sacrificios han sido
cada vez más valiosos para mí, y si hoy te resultan exce
sivos, eres tú quien habrá de indicármelo.
En consecuencia, te sugiero que mantengamos los nexos
que nos unen —que de mera amistad han pasado a cons
tituir una dependencia paternofilial— hasta el fin de mis
días. Dado que fuiste el primero en acudir junto al solita
rio, es justo que permanezcas a su lado hasta el fin. Las
cosas no cambiarán mucho, y siempre necesitaré algo, y
tú estarás presto a conseguirlo para mí. Es el destino
que tú mismo has elegido y por el cual también te com
padecí en Berlín. Sin embargo, partiendo del análisis pe
ripatético (1), me he familiarizado con la pauta de tu
vida amorosa, de la que no fue posible liberarte.
Mi situación ha cambiado fundamentalmente en los úl
timos quince años. He dejado de tener preocupaciones
materiales, estoy rodeado de una popularida.1 que me in
satisface y me he lanzado a empresas que me roban todo
(1) Alusión a los paseos que daban Freud y Eitingon, charlando.
Epistolario 103
el tiempo y posible ocio que necesitaría para llevar a cabo
un sosegado trabajo científico. Lo que necesito ahora
es apoyo para cultivar el movimiento psicoanalítico y,
sobre todo, para sacar adelante a la Verlag. El servicio
más inmediato que tú puedes rendir a ésta es escribir
un informe anual elocuente y detallado sobre la policlíni
ca —la misma que tú fundaste—, en tal manera que pue
da yo valerme de este documento y esgrimirlo por do
quier, recabando apoyo para el Instituto y haciendo posi
ble la fundación de otros similares. Las perspectivas en
América no me parecen desfavorables. Y ahora, salvando
la distancia Viena-Passau-Berlín, estrecha calurosamente
la mano a tu fiel
Freud.
1923
191. A Edouard Monod-Herzen
Viena, IX, Berggasse, 19, 9-2-1923.
Muy señor mío:
Su reciente carta me proporcionó gran placer. Nuestra
época nos ha hecho por desgracia tan tímidos y recelosos,
que ya no nos atrevemos a esperar ninguna simpatía hu
mana de los demás. Por eso la apreciamos más cuando
existe.
Dado que es usted amigo de Romain Rolland, le ruego
le traslade el respeto de un admirador para él descono
cido.
Para usted, un cordial apretón de manos. Suyo,
Freud.
205. A F ritz
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-12-1923.
Querido doctor Wittels:
No acusar recibo, ni darle las gracias por un regalo de
Navidad que se ocupa tan copiosamente del destinatario,
sería una grosería, para justificar la cual habría que ale
gar motivos especiales. Declaro con satisfacción que en
nuestro caso no existen tales motivos. Su libro (5) no es
(5) Sigmund Freud: der Mann, die Lehre, die Schule, Leipzig, 1924.
{Sigmund Freud: His Personality, His Teachings and His Schol, Londres
y Nueva York, 1924.) («Sigmund Freud: Su personalidad, sus enseñanzas
y su escuela».)
Epistolario 109
demasiado áspero conmigo ni demasiado indiscreto, tes
timoniando un serio interés y, como podía esperarse, ates
tiguando también su arte para escribir y para describir
las cosas.
No preciso decirle que jamás he deseado ni fomentado
tal libro. Opino que el mundo no tiene derecho alguno
sobre mi persona y que no sabrá prácticamente nada de
mí mientras mi caso (por múltiples razones) no pueda
ser presentado con la claridad del cristal Usted tiene un
punto de vista distinto sobre el asunto, y por eso pudo es
cribir tal libro. La distancia personal que le separa de mí,
considerada por usted exclusivamente como una .ventaja,
implica también grandes inconvenientes. Sabe usted de
masiado poco acerca de la persona que ha tomado como
tema, y no puede por tanto evitar el peligro de que sus
esfuerzos analíticos produzcan una distorsión de la ima
gen. También es dudoso que haya encontrado el enfoque
justo adoptando el punto de vista de Stekel y juzgándome
desde dicho ángulo.
Estimo también que una idea preconcebida suya es res
ponsable de las distorsiones que he captado, y hasta pue
do adivinar cuál es esa idea. En su opinión, un gran
hombre debe mostrar tales ventajas, tales faltas y tales
extremos. Puesto que me considera un gran hombre, se
siente usted con derecho a adjudicarme todas estas cua
lidades a menudo contradictorias. Podrían decirse sobre
esto muchas cosas interesantes v de importancia general,
mas desgraciadamente sus contactos con Stekel imposibi
litan cualquier ulterior intento mío por llegar a una mu
tua comprensión.
No obstante, he de concederle sin ambages que con su
observación penetrante ha adivinado en mí facetas que
evidentemente existen, como, por ejemplo, la de seguir
mi propio camino, a veces no rectilíneo, y la de ser inca
paz de utilizar sugerencias de los demás cuando no me
encuentro interiormente dispuesto a aceptarlas. En mi
relación con Adler me ha hecho justicia, con gran satis
facción por mi parte. Sin embargo, no se da cuenta de
que me comporté con idéntica tolerancia y paciencia hacia
Stekel. A pesar de los modales insoportables de éste v de
su enfoque anticientífico, que no permitían concebir es
peranzas, le defendí durante mucho tiempo de los ata
ques que se le dirigían desde todos los ángulos, obligán
dome a mí mismo a ignorar su vasta carencia de sentido
de autocrítica y veracidad —tanto externa como interna—,
hasta que, finalmente, en cierta ocasión que puso al des
nudo su carácter traicionero y su absoluta falta de hon
radez, «todos los botones de fincluso mis! pantalones de
paciencia, saltaron» (6). (Además, no me defiende usted
de la presunción de que niego las cosas meramente por
que no soy capaz de juzgarlas o de entenderlas.)
Quizá sepa que he estado gravemente enfermo y que,
aunque me restablezca, tengo razones para considerar esta
experiencia como aviso de un fin no demasiado distante.
(6) Cita del Romancero, de Heine.
110 Sigmund Freud
Partiendo de este eclipse parcial, debo pedirle que me
absuelva de cualquier posible deseo de interferencia en
su amistad con Stekel, pues sólo lamento que pudiera
ejercer influencia tan decisiva en su biografía. No me
parecería desacertado que revisara este libro para la se
gunda edición, y con vistas a esta posibilidad pongo a su
disposición la adjunta lista de correcciones. Contiene da
tos de toda confianza, enteramente independientes de mis
opiniones subjetivas, algunas de las cuales no son impor
tantes, aunque otras quizá puedan destruir o modificar
ciertas presunciones suyas. Le ruego interprete esta carta
como indicio de que, aunque no puedo aprobar los es
fuerzos que ha derrochado en el libro, tampoco quiero
quitarles importancia.
Le saluda atentamente,
Freud.
1924
207. A
Viena, IX, Berggasse, 19,13-1-1924.
Querido doctor Stekel:
Acuso recibo a su carta del 31-12-1923, y le agradezco los
buenos deseos que en ella formula respecto a mi restable
cimiento. Sin embargo, he de contradecirle en varios pun
tos importantes:
Se equivoca usted si cree que le odio o que le he odiado
jamás. El hecho es que tras una simpatía inicial —quizá
recuerde aún cómo nos conocimos— tuve razones durante
muchos años para estar enfadado con usted, sin dejar por
eso de defenderle contra la animadversión de todos los
que me rodeaban, y que tuve que romper con usted tras
haber sido víctima en cierta ocasión (1) de un repugnante
engaño suyo. Jamás mencionó esta ocasión —Zentralbíatt—
en sus cartas. Desde aquel momento perdí la confianza en
usted, sin que después me haya dado base alguna para
recuperarla.
También me opongo a su frecuente afirmación de que
le rechacé en virtud de ciertas diferencias científicas. Esto
suena muy bien en público, pero no corresponde a la
verdad. Fueron exclusivamente sus cualidades personales
—definidas habitualmente como carácter y conducta— las
que imposibilitaron para mis amigos y para mí toda futu
ra colaboración. Como no cambiará usted —ni siquiera
lo necesita, pues la Naturaleza le ha dotado de un grado
insólito de autocomplacencia—, es improbable que nues
tra mutua relación pueda ser alguna vez distinta de lo
que fue durante los últimos doce años. Ni aún me irri-
(1) Después de abandonar la Asociación Psicoanalítica, Stekel se
había negado a dimitir su cargo de director de la Zentralbíatt für Psycho-
analyse•
Epistolario 111
209. A Frit
íemmering, «Villa Schüler», 15-8-1924.
Querido doctor Wittels
Hoy recibí la traducción inglesa de su libro sobre mí,
que he hojeado por encima. Por ello le escribo.
Ya sabe usted mi actitud hacia esta obra, que no se ha
dulcificado (4). Sigo manteniendo que alguien que sabe
tan poco acerca de una persona como usted sabe respecto
a mí no tiene derecho a escribir la biografía de dicha
persona. Se espera por lo menos hasta que muera, para
que no pueda protestar y para conseguir que, afortuna
damente para él, ni siquiera le importe.
No me es posible comprar la edición inglesa con la ale-
(3) Última línea del poema II Trionfo di Bacco e di Arianna, por
Lorenzo de Médicis (1449-1492): «Del mañana, no hay certidumbre.»
(4) Véase carta del 18-12-1923.
Epistolario 113
mana, pues no traje ésta conmigo (y lo mismo debe
aplicarse al Nietzsche). Al parecer, ha hecho usted uso
de mis correcciones. Algunos pasajes me parecen añadi
dos, aunque esto quizá sea consecuencia de una memoria
defectuosa. Otros pasajes me dieron nuevamente la opor
tunidad de admirar, si no exactamente envidiar, su faci
lidad de expresión.
El biógrafo debe intentar ser al menos tan escrupuloso
como el traductor. ¡Y el proverbio dice: Traduttore: Tra-
ditore! (5). Me doy cuenta de que las circunstancias dificul
tan para usted esta cualidad, y de ello se desprenden cier
tas omisiones que dan una imagen desenfocada de algunos
hechos, conducen a errores sin paliativos, etcétera.
Tal sucede, por ejemplo, en lo que sefiere a la cocaína,
episodio al que, por razones que desconozco, atribuye us
ted gran importancia. Toda analogía con el descubrimien
to ocular de Brücke se desmorona si se tiene en cuenta
un elemento que usted desconocía (aunque sin duda hu
biera debido saber), a saber: que yo supuse su utilidad
para el órgano visual, ñero que, por razones privadas (un
viaje) tuve que abandonar el experimento y encargué per
sonalmente a mi amigo Konigstein (6) que experimentara
la droga en aplicaciones oculares. A mi vuelta supe que
había realizado el experimento mal y renunciado al proyec
to, y que otro hombre, Koller, se había convertido en el
descubridor.
El lector también hubiera sacado una impresión distin
ta de mi actitud hacia los hallazgos de este último si se
le hubiera dicho, dato que. naturalmente, desconocía us
ted, que Kóningstein (fue él y no yo quien tan amarga
mente lamentó no haber sido coronado con estos laureles)
quiso entonces ser considerado como codescubridor. v que
él y Koller nos eligieron a Julius Wagner (7) y a mí como
árbitros de su disputa. Creo que ambos nos portamos
muy honorablemente, pues cada cual tomó la defensa del
bando opuesto. Wagner, nombrado por Koller votó en
favor del reconocimiento de los méritos de Konigstein,
mientras yo defendí ardientemente la teoría d~ que todo
el mérito era de Koller y que para él habían de ser los
laureles. Ya no recuerdo cuál fue nuestra decisión final.
Aparte del problema oue supone el saber demasiado
poco, existe también el de pretender saber demasiado.
Todo aquél que pretenda pasar sentencia en público so
bre los sentimientos íntimos de una persona que aún
vive, tiene la obligación de ser muv escrupuloso v procu
rar hacerse digno de la mayor confianza. Al tratar del
212. A Georg
Viena, IX, Berggasse, 19, 21-12-1924.
Querido doctor Groddeck:
Hay una faceta de su carácter que me irrita y que me
gustaría modificar, aunque me doy cuenta de que no lle-
(10) Publicado por la Enciclopedia Británica, Londres y Nueva York,
1924.
(11) James Louis Garvin (1868-1947), periodista inglés de The Oh-
server.
(12) «El psicoanálisis: una exploración de los recovecos mentales»,
capítulo LXXIII volumen II, de These Eventjul Years («Estos añu* tras
cendentales»), Londres y Nueva York, 1924 Ed. Standard, 19.
Epistolario 117
1925
213. A Julius Tandler
Viena, IX, Berggasse, 19, 8-3-1925.
Querido profesor:
He sido informado por el señor Theodor Reik (1), uno
de mis mejores discípulos no pertenecientes a la profe
sión médica, que el Consejo municipal de Viena le ha
prohibido la práctica del psicoanálisis a partir del 24 de
enero de 1925.
Recuerdo cierta conversación que mantuve con usted
sobre el tema y de la cual resultó una conformidad de
opiniones que me agradó sobre manera. Parecía usted
aprobar mi afirmación de que «en el psicoanálisis ha
de considerarse profano a todo aquel que no pueda demos
trar un adiestramiento satisfactorio en su teoría y prác
tica», prescindiendo de que tal persona posea o no un
título que le acredite como médico.
Las razones que aporta el documento del Ayuntamien
to de Viena da base, en mi opinión, a serias objeciones,
pues se ignoran, sobre todo, dos hechos innegables. Pri
mero, que el psicoanálisis no es materia puramente mé
dica, ni como ciencia ni como sistema; segundo, que no se
les enseña en la Universidad a los estudiantes de Me
dicina.
La requisitoria municipal me parece una injerencia in
justificada en favor de la profesión médica y en detrimen
to de los pacientes y la ciencia.
El interés terapéutico queda protegido en tanto que la
(13) Bad Kósen.
(1) Véase nota 3 t la carta del 2-1-1912.
118 Sigmund Freud
decisión sobre si un caso determinado ha de adoptar el
tratamiento psicoanalítico continúe en manos de un mé
dico. En todos los casos del señor Reik, yo mismo he
tomado estas decisiones. Después de todo, también me
creo en el derecho de enviar a un paciente que se queje
de dolores en los pies y dificultades para andar a un
zapatero ortopédico (si puedo diagnosticar que tiene pies
planos) en lugar de prescribirle un tratamiento antineu
rálgico y eléctrico.
Si las autoridades oficiales, que hasta ahora han dado
al psicoanálisis tan pocos motivos de agradecimiento, de
sean hoy reconocerlo como tratamiento eficaz y aun peli
groso en determinadas circunstancias, deben crear garan
tías para que tal tratamiento no sea llevado a cabo te
merariamente por los profanos, médicos o no. La Socie
dad Psicoanalítica de Viena estaría dispuesta a actuar
como comité supervisorio para evitar que esto sucediera.
Le ruego que conceda al señor Reik una entrevista y
la oportunidad de exponerle su caso. Será también por
tador de una Ergography («Ergografía») (2) que acabo de
escribir.
Sinceramente suyo,
Freud.
1926
217. A Romain Rolland (1)
Viena, IX, Berggasse, 19, 29-1-1926.
¡Hombre inolvidable, haber llegado a tal cúspide de hu
manitarismo a través de tantas penalidades y sufrimien
tos!
Le veneré como artista y apóstol del amor por la Hu
manidad muchos años antes de conocerle. Yo también he
propugnado siempre el amor a la Humanidad, aunque no
por sentimentalismo o idealismo, sino por razones sobrias
la actual actitud hacia los sexos no supondrá gran dife-
tivos y al mundo tal cual es me sentía impulsado a con
siderar este amor tan indispensable para la preservación
de la especie humana, como, por ejemplo, la técnica.
Cuando por fin pude conocerle personalmente me sor
prendió saber que aprecia usted tanto la fuerza y la ener
gía y descubrir que usted mismo posee tal fuerza de vo
luntad.
Que la próxima década no le aporte sino éxito. Muy cor
dialmente suyo,
Sigm. Freud, aetat 70.
1927
228. A Werner Achelis
Viena, IX, Berggasse, 19, 30-1-1927.
Querido señor Achelis:
Con cortesía que es casi exótica en un erudito alemán,
(17) Los tres hijos de Ernst y la hija de Oliver.
(18) La madre de Frau Von Freund había fallecido.
(19) La muerte de Antón von Freund. (Véase carta del 14-5-1920.)
Epistolario 131
me ha enviado usted un ensayo (1) en el que se enfoca
mi trabajo, suponiendo con razón que lograría captar
mi interés. Se lo agradezco, así como la carta con que
lo acompaña, y le devolveré el manuscrito en un futuro
inmediato.
No creo que le sorprenda lo que he de decirle acerca
de sus argumentos, pues parece estar familiarizado con
mi actividad hacia la filosofía (metafísica). Otros fallos
de mi naturaleza me han avergonzado y hecho concebir
sentimientos de inferioridad, mas no así la metafísica.
No tengo talento para comprenderla, pero tampoco me
inspira respeto. Creo para mis adentros —gestas cosas no
se pueden decir en voz alta— que algún día la metafísica
será desechada como una cosa inútil, como un abuso del
pensamiento y un vestigio del período perteneciente a la
Weltanschauung religiosa. Sé muy bien hasta qué punto
me disocia esta manera de pensar de la vida cultural ale
mana. Por ello comprenderá fácilmente que no me haya
interesado apenas la mayoría de las cosas que leo en su
ensayo, aunque en ocasiones me percate de que contenía
pensamientos muy «brillantes». Otras, como cuando invita
usted al lector a admirar el genio de Bluher (2), tuve la
impresión de enfrentarme con dos mundos separados por
un abismo infranqueable.
Sea cual fuere, es, desde luego, más sencillo orientarse
en «este mundo» de hechos que en el «otro mundo» de
filosofía. Permítame una corrección que puede ser fácil
mente confirmada por cualquiera de mis diversos escri
tos. Jamás he mantenido que todos los sueños posean
un contenido sexual, ni que los impulsos sexuales sean
la fuente de donde mana la totalidad de las imágenes
oníricas, sino que, por el contrario, he contradicho vigo
rosamente esta opinión cada vez que alguien me la ha
adjudicado Por ello tengo base para enfadarme con usted
viendo que se dedi a a propagar este error.
También quiero explicarle, por último, algo acerca de
la traducción de la divisa que encabeza The Interpreta-
tion of Dreams («La interpretación de los sueños»), así
como sobre la interpretación de la misma. Usted traduce
la expresión acheronta movebo por «hacer temblar las
ciudadelas de la tierra», cuando, en realidad, significa
«agitar el mundo subterráneo». Había tomado la cita de
Lassalle (3), quien la empleó probablemente en sentido
personal, refiriéndola a clasificaciones sociales y no psi
cológicas. Yo la adopté meramente para recalcar la parte
más importante de la dinámica del sueño. El deseo re
chazado por los departamentos mentales superiores (el
anhelo soñador reprimido) agita el mundo subterráneo
(1) Das Problem des Traumes, eine Philosophische Abhandlung, Stut-
tgart, 1929 («El problema de los sueños: un ensayo filosófico»).
(2) Hans Blüher (1888-1955), escritor alemán, autor de The Role
of Eroticism in a Male Society («El papel del eroticismo en una socie
dad masculina»).
(3) Ferdinand Lassalle (1825-1864), uno d« los fundadores del mo
vimiento socialista.
132 Sigmund Freud
mental (es decir, el subconsciente) para hacerse notar.
¿Qué puede ser en todo esto lo que le sugiere a Prome
teo?
Sinceramente suyo,
FreucL
1928
233. A Havelock Ellis
Viena, IX, Berggasse, 19, 12-5-1928.
Querido amigo:
Mis cordiales gracias por el envío de su obra más re
ciente (1). Poseo ya toda la sene de sus valiosos estudios,
dedicados de puño y letra, si se exceptúa el volumen IV
(siete selecciones). ¿Tiene sentido que un hombre de mi
edad intente completar su biblioteca? Consuela pensar
que, al menos, la disfrutarán sus herederos.
La existencia pesa ya sobre mis hombros, y no me pa
rece un privilegio haber alcanzado esta edad, a la que
sólo unos cuantos llegan. Continúo mi trabajo profesional
principalmente porque siento una compulsión irresistible;
pero los materiales que voy recogiendo ya no adoptan tra
mas definidas, constituyendo sistemas coherentes, ni se
someten a ideas que parecían surgir de lo desconocido.
Esto se llama en nuestras regiones alpinas Im Austrags-
tüberl (2 ).
Cuando uno sabe poco acerca de su interlocutor que
da en libertad para imaginarle lleno de fuerza y salud.
Sé que no podré felicitarle por haber alcanzado el lí
mite de edad tradicional hasta 1929. Si para entonces
vivo, no dejaré de hacerlo.
Muy sinceramente suyo,
Freud.
1929
238. A Ernest Jones
Viena, IX, Berggasse, 19, 1-1-1929.
Querido Jones:
Dado que soy enemigo de todas las celebraciones y for
malidades, le escribo a usted en y no por su cincuenta
cumpleaños.
Como no puedo posponer la carta, tengo que pedirle
disculpas por el modo en que va escrita, pues estoy con
gripe (sin fiebre), sintiéndome bastante débil y sin ganas
de nada, y ya habrá captado usted el incrementado nar
cisismo que me produce este estado viendo cómo he re
caído en los caracteres góticos al comienzo de esta carta.
Así, muchas cosas que pudiera haberle dicho para con
testar a la suya deben quedar sin formulación, aunque
no la seguridad de que constantemente ha sido usted para
mí como un miembro de mi círculo familiar más íntimo
y de que siempre seguirá siéndolo, lo cual apunta (supe
rando todas las diferencias que raramente faltan en las
familias y que tampoco han faltado entre nosotros) hacia
un manantial de afección del que en todo momento pue
de uno beber. Creo que comenzó todo el día que le acom
pañé a la estación (¿en Worcester?) No soy dado a ex
teriorizar mis sentimientos de afecto, por lo que a me
nudo puedo parecer indiferente; pero mi familia sabe
que no es así.
No, no voy a divagar acerca de la juventud y la ve
jez, y quizá no le escriba nada después de todo, pues la
facilidad para concebir ideas que en tiempos poseía me
ha abandonado en la ancianidad y soy lo suficientemente
sensato para no intentar extraer a la fuerza nada de mi
cerebro. Admito sin embages que mi existencia resulta
mucho más aceptable (1) desde que estuve en Berlín; pero
hay algo en mí que anhela una mejoría aún más acentua
da, y espero que ésta se produzca pronto.
Con mis mejores deseos par su próxima década, su fiel
Freud.
2 4 5 \A Max Eitingon
~ ------ Viena, IX, Berggasse, 19, 1-12-1929.
Querido Max:
Ayer recibimos tus tristes nuevas con esa pena profun
da que luego se convierte en alivio al percatarse de que
una muerte repentina sólo puede considerarse como una
bendición si se considera lo incurable del caso. Me han
encargado que os exprese a ti y a tu familia el profundo
afecto que todos sentimos hacia vosotros en esta ocasión,
y no voy a tratar de consolarte. La pérdida de una madre
debe de ser algo muy extraño, distinto a todo otro sen
timiento, y, sin duda, despierta emociones que son difí
ciles de comprender. La mía aún vive, y es un obstáculo
en mi camino hacia el apetecido descanso hacia la nada
eterna. No podría perdonarme el morir antes que ella.
Pero tú eres joven, y la mejor y más importante década
de la vida de un hombre, de los cincuenta a los sesenta
años, está aún ante ti inexplorada, y tus amigos tienen
base para esperar que pronto te reconcilies a una desdi
cha que no sobrepasa los límites de los infortunios ordi
narios dispuestos por el destino humano. Confío en que
tu Mirra, con la que, como sabes, a veces me enfado
10— epistolario n
146 Sigmund Freud
mentalmente, aprovechará esta oportunidad para brindar
te sus consuelos, ya que siempre está dispuesta a ayudar
en estas ocasiones.
Con saludos cordiales y la esperanza de verte pronto,
tuyo,
Freud,
1930
248. A A. A. Roback
Viena, IX, Berggasse, 19, 20-2-1930.
Querido doctor Roback:
Me apresuro a acusar recibo de su libro Jewis Influen-
ce (2) («La influencia judía») y a darle las gracias. He leí
do en seguida la reimpresión adjunta y, al menos, he ho
jeado la obra.
No puedo dejar de confesarle cierta decepción. Me hace
usted gran honor mencionando mi nombre entre los más
grandes personajes que ha dado nuestro pueblo (lo cual
(2) «Jewish Influence in Modera Thought» («La influencia judía en
el pensamiento moderno»), Publicación de Artes y Ciencias, Cambridge
Mass., 1929.
148 Sigmund Freud
rebasa los límites de mi ambición), etc.; pero en el ensayo
Doctrina de los lapsos expresa usted su falta de fe preci
samente en aquella rama del psicoanálisis que ha sido
aceptada más generalmente. ^Como juzgará usted, enton
ces, nuestros otros descubrimientos menos atractivos? Ló
gico es pensar que si sus objeciones a mi interpretación de
los lapsos son justificadas, tengo muy poco derecho a ser
citado, junto a Bergson y Einstein, entre los colosos inte
lectuales. Creo que sabra apreciar con exactitud a lo que
me refiero. No deseo ser coronado con el Premio Nobel,
ni aspiro a que todos los periódicos hablen de mí, y sólo
espero haber adquirido una porción útil de nuevos cono
cimientos.
No he leído aún el párrafo que dedica al psicoanálisis
en su libro, pues temo encontrar afirmaciones incorrectas
que me apenarían. En algunas de sus aserciones me reco
nozco en tan escasa medida (por ejemplo, nadie hasta
ahora me había echado en cara mis «tendencias místi
cas»), y en lo que se refiere a la cuestión de la hipnosis,
tomé el bando de los detractores de Charcot, pero no
adopté del todo las teorías de Bernheim (3), como en la
horrorosa imagen de mi apariencia física que incluye en
el libro.
Quizá le interese saber que, efectivamente, mi padre
era de extracción chasídica. Tenía cuarenta y un años
cuando yo nací y había estado desgajado de su medio
ambiente natal durante casi veinte. Mi educación fue tan
poco judía, que hoy me siento incapaz incluso de leer
su dedicatoria, que evidentemente está escrita en hebreo.
En mi vida ulterior he tenido ocasión de lamentar mu
chas veces estos fallos de mi educación.
Expresándole toda la simpatía que su valerosa defensa
de nuestro pueblo exige, sinceramente suyo,
Freud.
\
249. y A Richard Flatter
^ ----- - ---'•^Viena, IX, Berggasse, 19, 30-3-1930.
Querido señor Flatter:
Le agradezco que me enviara su traducción de The
King Lear («El rey Lear»), que me dio la oportunidad de
releer esta vigorosa obra
En cuanto a su pregunta de si estaría justificado consi
derar a Lear como un caso de histeria, me gustaría pre
cisar que nadie tiene derecho a esperar de un poeta una
descripción clínicamente correcta de una enfermedad men
tal. Debe bastarnos con el hecho de que nuestros senti
mientos no sean ofendidos en ningún punto y que nuestra
llamada psiquiatría popular nos permita seguir la pista
a la persona descrita como anormal en todas sus desvia
ciones. Así sucede con Lear. No nos escandalizamos cuan-
(3) H. Bernheim (1837-1919), catedrático de la Universidad de Es
trasburgo; practicó la psiquiatría en Nancy.
Epistolario 149
1931
¿58. A Stefan Zweig
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-2-1931.
Querido Stefan Zweig:
He recibido su última obra (1) y la he leído de nuevo,
tomando en esta ocasión un interés más personal, por
supuesto, que el que me suscitaron sus anteriores libros,
aunque no dejara de encontrarlos cautivadores. Si me
permite expresarle mis impresiones en forma crítica, le
diré que su ensayo sobre Mesmer (2) es el que me parece
más armonioso, justo y elegante. Creo, como usted, que
la naturaleza real de su descubrimiento, la sugestión, no
ha sido reconocida hasta ahora y que aún queda lugar
en ese terreno para nuevos hallazgos.
Lo que me desconcierta en el ensayo sobre Mary Ba
ker Eddy (3) es que ponga usted tanto énfasis en su in
tensidad. Las personas como nosotros, que no pueden li
berarse del todo del punto de vista patológico, no se de
jan impresionar demasiado por esta cualidad. Sabemos
que en un ataque de frenesí, el lunático exaltado libera
energías de las que normalmente no puede disponer. Es
timo además que no ha recalcado suficientemente el as
pecto demencial y pérfido del fenómeno Mary Baker Eddy,
ni tampoco la indescriptible sordidez de su ambiente ame
ricano.
Es un hecho general y bien conocido que a nadie suele
gustarle su propio retrato, e incluso que se niega a re
conocerse en él. Por tanto, me apresuro a expresar la
satisfacción que me produce el que haya reconocido us
ted correctamente la característica más importante de mi
caso; es decir, que mis logros fueron consecuencia más
bien de mi carácter que de mi intelecto. Esto, que parece
(1) Die Heilung durch den Geist: Franz Antón Mesmer, Mary Ba\er
Eddy, Sigmund Freud, Inselverlag, Leipzig, 1931; Mental Healers, Nue
va York, Viking Press, Londres, Cassell, 1933 («Los médicos de la
mente»).
(2) Franz Antón Mesmer (1734-1815), fundador de la doctrina del
magnetismo animal.
(3) Mary Baker Eddy (1821-1910), fundador de la Cristian Science.
Epistolario 155
1932
264. A Arnold Zweig
Hochroterd, 8-5-1932.
Querido Arnold Zweig:
¿Que desde dónde le escribo? Pues desde una casa de
campo con granja situada en la ladera de un monte, a
cuarenta y cinco minutos en coche de la Berggasse, que
1933
Z/3.
Berggasse, 19, 20-2-1934.
Querido Ernst:
Gracias al principio rector de todo reportaje periodísti
co —hacer el mayor ruido posible— no es fácil averiguar
por los periódicos lo que sucede de verdad en una pobla
ción donde continúan oyéndose disparos. Lo que nos afec
tó más fue que durante veinticuatro horas estuvimos sin
luz eléctrica (consolándonos el hecho de que por lo me
nos las cerillas seguían funcionando). Pero, en conjunto,
fue guerra civil y muy desagradable. Los detalles no están
claros. Según los rumores, cierto hombre poderoso [Mus-
solinil insistió en poner punto final ai conflicto que du
rante tanto tiempo se había estado fraguando. Esto te
nía que suceder un día u otro. Ahora, naturalmente, los
vencedores se han convertido en héroes y restauradores
del sacrosanto orden, y los vencidos, en audaces rebeldes.
Si estos últimos hubieran ganado, tampoco hubieran mar
chado las cosas mucho mejor, pues su victoria habría
provocado la invasión militar del país. No debemos juz
gar al Gobierno con demasiada dureza. Después de todo,
la vida bajo la dictadura del proletariado, que era el ob
jetivo de los cabecillas, tampoco habría sido posible. No
preciso aclararte que los vencedores cometerán todos
aquellos errores que son habituales en circunstancias
como las que estamos viviendo. Y no podemos echarle la
culpa a Dollfuss (1), quien probablemente no será capaz
de reprimir a los tontos peligrosos que alberga la Heim•
wehr (2).
El futuro es incierto: o el fascismo austríaco o la cruz
gamada. En este último caso, tendríamos que abandonar
el país. En cuanto al fascismo nativo, habremos de acep
tarlo hasta cierto punto, ya que no creo que pueda tratar
nos tal mal como su primo alemán. Naturalmente, no
será agradable, pero la vida en un país extranjero tam
poco lo es, y tú, aunque hayas tenido suerte, lo sabes
mejor que nadie. Nuestra actitud hacia las posibilidades
políticas que encierra el futuro de Austria puede resu
mirse únicamente con aquella estrofa de Mercutio en
Romeo and Juliet («Romeo y Julieta»).
A plague on both your houses.
«Una plaga en tus dos casas.»
En estos momentos —miércoles 21-2, por la mañana—
(1) Doctor Engclbcrt Dollfuss (1892-1934), canciller austríaco.
(2) La Guardia Nacional Austríaca.
168 Sigmund Freud
ha sido rechazada la ley marcial. Nuestro Gobierno y nues
tro cardenal (3) esperan mucho de la ayuda divina.
Cariñosos saludos para ti y para Lux.
Papá.
1935
1936
281. A Victor Wittkowski
Viena, IX, Berggasse, 19, 6-1-1936.
Muy señor mío:
Unos pocos meses después que nuestro venerado amigo
Romain Rolland llegue a sus setenta años, yo cumpliré
los ochenta. Me temo que habrá de considerar esto como
respuesta a su sugerencia. Anhelo dar algo a los demás,
pero no tengo nada que dar, y la producción de algo nue
vo respondiendo a la necesidad y la ocasión ya no es po
sible en esta etapa de la existencia, al menos para mí. Muy
recientemente, hace alrededor de un año, logré escribir
algo (1) que hubiera sido de especial interés para R. R.,
pero padecía de un defecto que impidió su publicación, y
desde entonces mi capacidad creadora se ha secado. Pro-
(1) Véase nota 5 a la carta del 30-9-1934.
174 Sigmund Freud
bablemente es ya demasiado tarde para intentar reani
marla.
Si existe algo que haga más fácil para mí esta negati
va, es el hecho de que hubiera tenido que excluir «toda
referencia a la política». Con esta paralizadora restric
ción —sin poder dar rienda suelta al impulso de alabar
el valor de sus convicciones, su amor a la verdad y su
tolerancia— sería incapaz de hacer nada, aunque estuvie
ra en mis mejores tiempos.
El 29 de enero le diré en pocas líneas que pienso en
él con afecto. Gracias a su carta me he enterado de la
fecha.
Con mis mejores deseos, sinceramente suvo,
Freud.
282. A Barbara Low
(Escrita en inglés.)
Viena, XIX, Strassergasse, 47, 19-4-1936.
Querida Barbara Low:
Ya sé que no se le habrá ocurrido pensar que la muer
te de su cuñado David (2) me ha dejado indiferente por
el hecho de que no les haya escrito en el acto y direc
tamente a usted y a su hermana. Por el contrario, me
afectó de un modo muy peculiar, que no sabría explicar
a quien no tenga, como yo, ochenta años. Mi edad me
da el derecho a tener relaciones especiales (Verhältnis)
con la muerte. Eder pertenecía a la categoría de gente
que inspira cariño sin necesidad de cultivarlo. Cuando
se pisa en él, el corazón se siente reconfortado y, como
suele suceder, no pensé en él con la debida frecuencia,
lo cual me apena hoy. Este riesgo se corre siempre con
aquellas personas de las que uno sabe que son totalmen
te fieles, sinceras y de la mayor confianza. Le parece a
uno como si pudiera tomarse todo el tiempo que quisiera,
diciéndose que al reunirse otra vez con la persona en
cuestión volverá a recibir todos los beneficios de su amis
tad. Y de hecho, así sucedió varias veces, aunque no deje
de preguntarme hoy por qué fue tan raramente. El mundo
se está convirtiendo en algo muy triste que marcha de
cabeza hacia su rápida destrucción, y éste es el único
paliativo para mí. Puedo imaginar fácilmente cómo su
friría también él con la amargura de estos tiempos. Am
bos éramos judíos y sabíamos que llevábamos en nuestro
ser en común esa cosa milagrosa que —inaccesible hasta
ahora a cualquier análisis— hace al judío. Pero hago mal
en proyectar el reflejo de mi humor sombrío sobre las
personas más jóvenes y más fuertes que yo. Para usted
y tantos otros el mundo continúa su marcha y aún podrá
aportarles cosas mejores.
Con saludos de todo corazón para su apenada herma
na, su fiel
FreudL
(2) El psicoanalista doctor David Eder (lööö-litfbj.
Epistolario 175
12 — EPISTOLARIO TT
178 Sigmund Freud
vería a ofrecer, incluso a estos personajes de alta cuna,
un hogar en mi sórdida cabaña. Ya encontré sitio para
la religión cuando di con la categoría que llamo «neuro
sis de la Humanidad» pero sin duda estamos hablando
de cosas que se cruzan sin encontrarse, y habrán de pa
sar siglos antes que nuestra disputa quede solventada.
Con mi amistad cordial y mis recuerdos para su es
posa, suyo,
Freud.
1937
289. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 5-2-1937.
Treinta años, querido amigo, es mucho tiempo, aun para
un anciano como yo. Te doy las gracias por recordarme
este aniversario nuestro. Tendrás que conformarte con
el reconocimiento del laudable papel que durante toda
esta época has representado en nuestro movimiento, y
con la certeza de que, en muy diversas ocasiones y cir
cunstancias has estado tan cerca de mí como sólo un
puñado de personas pudo estarlo jamás. No tuve oportu
nidad de expresarte mi gratitud en forma tangible, si se
exceptúa el envío del anillo que había llevado durante
muchos años en mi dedo. Pero hay una multitud de cosas
que pueden ser comprendidas sin necesidad de palabras,
implícitamente, por así decirlo.
Habiéndome recuperado de la dolencia más reciente, y
con la renovada posibilidad de fumar, aunque en forma
limitada, me he lanzado incluso a escribir otra vez. Sólo
cosas pequeñas: un fragmento que podía ser desvincula
do de la obra sobre Moisés (que tú y Arnold Zweig co
nocéis) ha quedado terminado, aunque las cosas más im
portantes que con él se relacionan habrán de quedar na
turalmente sin ser formuladas; un breve ensayo técnico (1)
que poco a poco va tomando forma ejerce la función de
ayudarme a llenar las muchas horas de ocio que acarrea
la disminución del número de clientes para mis análisis.
Es comprensible que los pacientes no acudan en masa
a un analista cuya edad ha de inspirar escasa confianza.
Abandonaría totalmente mi labor profesional, pero, acos
tumbrado como estoy a mantener a tanta gente, no me
siento capaz de afrontar la incertidumbre de no saber
cuánto durarán mis ahorros. Esperemos que el destino
sea un buen administrador.
Lo más agradable de todo cuanto me rodea es la ca
pacidad de Arma para el trabajo y su labor, siempre
fructífera.
Con la esperanza de que tu soledad doméstica termine
pronto, cordialmente tuyo,
Freud.
1938
294, A Ernst Freud
Viena, X, Berggasse, 19, 17-1-1938.
Querido Ernst:
Tu carta no me complació menos que la maravillosa
fuente de cristal persa que me envías. Para corresponder
te te he mandado el ensayo sobre Moisés, que constituye
uno de mis trabajos más recientes, ya raros, y que quizá
pueda despertar el interés general. Me temo que éste
llegue a rebasar toda proporción justificable y que se tra
te de hacer de la publicación algo sensacional. Sin embar
go, tal juicio puede ser erróneo. Es mi primera actuación
como historiador y no cabe duda de que es tardía. No
espero una acogida amable por parte de los críticos cien
tíficos, y el mundo hebreo se sentirá muy ofendido.
No sé qué pudiste leer acerca de mí en el Evening Stan
dard. Probablemente, nada más que mentiras. Yo puedo
decirte, y esto sí es auténtico, que no me encuentro bien
y que estoy empezando a hallar esta existencia bastante
molesta. No es sorprendente. ¿Qué otra cosa podría es
perar
¡Felicidades por la inauguración de la «Casa Oculta»! (1).
Es típicamente judío no renunciar nunca a nada y rem
plazar aquello que se ha perdido. Moisés, que, en mi opi
nión, dejó huella indeleble en el carácter hebreo, fue el
primero en dar ejemplo. En la actual época de dificulta
des que atravesamos, tu existencia en Inglaterra contrasta
vivamente con todo cuanto de sórdido nos rodea. Siem
pre que pienso en tus éxitos me siento reconfortado y
lleno de esperanzas en cuanto a las posibilidades de la
próxima generación.
Ya sabes cómo están los demás. Mamá lo aguanta todo
maravillosamente, y tu tía va a ser operada de cataratas.
Espero que salga bien. Anna se muestra espléndida de
humor, activísima y hábil en el cultivo de todas las rela
ciones humanas. Es pasmoso lo nítido e independiente que
(9) «Moses ein Agypter» und «Wenn Moscs ein Agyptcr war...»,
«Imago», 1937 («Moisés, un egipcio» y «Si Moisés hubiera sido egip
cio...», partes I y II de Moses and Monolheism («Moisés y el monoteís
mo»), Ed. Standard, 23.
(1) Casa enclavada en la costa oriental de Inglaterra, que venía
a remplazar la que había poseído la familia de Ernst Freud en la isla
alemana de Hiddensec.
186 Sigmund Freud
se ha vuelto su trabajo científico. Si tuviera más ambi
ción...; mas quizás el hecho de que no la posea sea bene
ficioso para su vida ulterior.
Mis saludos más cordiales para tu buena Lux y los tres
grandes muchachos, de los que su abuelo sabe tan poco.
¡Cuánto me gustaría poder decir: hasta que nos veamos
en Grinzing!
Papá.
(2) Profesor doctor Hans Pichler, cirujano bucal, que tuvo a Freud
en tratamiento durante muchos años.
(3) Cita del drama Marie Magdalene, por el autor teatral alemán
Friedrich Hebbel (1813-1863).
E p i s t o l a r i o. 187
296. A
Cix, Berggasse, 19, 19-4-1938.
Querido hermano:
Tu LXXII cumpleaños viene cuando estamos a punto
de separarnos (4), después de largos años de vida con
junta. Espero que esta separación no será definitiva;
pero el futuro —siempre incierto— no puede preverse en
estos momentos.
Me gustaría que te quedaras con los buenos habanos
que se me han ido acumulando desde hace años, pues
tú aún puedes permitirte el placer de fumar, y yo no.
Lo demás —ya sabes a lo que me refiero— es sólo si
lencio.
Tan afectuosamente como siempre, tuyo,
Sigm.
13 — E P I STOLARIO TT
194 Sigmund Freud
país, tras haber cumplido el requisito de pagar deteraii-
nada suma. Hasta ahora nada de eso ha llegado. Si se
retuvieran estos objetos transferibles de mi propiedad, no
me quedaría otro remedio que invertir los Gülden holan
deses en la compra de nuevos muebles, ropas de casa, en
seres de todas clases y libros, a pesar de las consecuen
cias que apunta en su carta, pues no podremos mante
nernos durante mucho tiempo en una casa amueblada
cuya renta rebasa nuestras posibilidades.
Tan pronto como estemos en posesión de nuestros efec
tos vieneses le autorizo para que ofrezca los Gülden ho
landeses a la Oficina de Moneda Extranjera, aunque admi
to que esto supondría un gran sacrificio para mí. Era
lógico pensar que una promesa oficial como la que nos
hicieron sería cumplida. Supe hoy, por el comisario doc
tor Sauerwal, que tratará de sustituir la cuestión de los
Gülden holandeses por otra oferta, sugerencia que mere
ce mi más plena aprobación.
Si los Gülden holandeses tienen que ser vendidos, la
suma que produzcan será depositada probablemente a
nuestro crédito en una cuenta congelada. ¿No podría us
ted hacer que este dinero fuera transferido a la cuenta
de la princesa Marie de Grecia, que ha pagado el Im
puesto de Emigración por nosotros? En tal caso, rembol
saríamos una de nuestras deudas.
En lo que respecta al punto que aborda en su carta
—es decir, al dinero que puedan deberme los editores ex
tranjeros por mis publicaciones—. he de aclararle que
esta partida ha sido siempre la más fluctuante e insegura
de mis fuentes de ingresos. En la actualidad no tengo nin
gún derecho de autor pendiente, ni me debe nada editor
extranjero alguno, ni espero pagos de esta naturaleza an
tes de fin de año. Tampoco sé de memoria los nombres
de estos editores. No se nos permitió ni a mí ni a mi
hijo (19), director de la Verlag, que trajéramos documen
to alguno relativo a los editores, y tampoco tengo conmi
go ninguna de las obras traducidas en las que pudiera
hallar sus nombres. En cualquier caso, dada la disminu
ción de las ventas en todos los países, no espero cantida
des importantes hasta fin de año. Agradeciéndole todo lo
que hace por nosotros, sinceramente suyo,
Freud.
A fu ss b e c o m e s th e f o p ,
C o m p la in in g fits th e f o o li
A n h o n e st m an d e c e iv e d
W ill tr n h is b a c \ in sile n c é .
1939
(Escrita en inglés.)
20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
16-7-1939.
Estimado señor Wells:
Su carta empieza interesándose por mi salud. Mi res
puesta es que no estoy demasiado bien, pero que me ale
graré de tener oportunidad de verles a usted y a la baro
nesa (1) de nuevo, y que me complace saber que piensa
darme una gran satisfacción (2). Realmente, no podía
usted saber que desde que vine por vez primera a Inglate
rra, a los dieciocho años, se convirtió en un ensueño fre
cuente en mí la posibilidad de establecerme en este país
y tomar la nacionalidad inglesa. Dos de mis medio-herma
nos lo habían hecho así ya quince años antes.
Sin embargo, las fantasías infantiles precisan ser exa
minadas cuidadosamente antes de admitirlas en el domi
nio de la realidad. Mi condición es la siguiente: hay dos
criterios acerca de mi caso. Uno de ellos, representado
por mis médicos, mantiene la esperanza de que el trata
miento combinado de radio y rayos X, que sigo en la
actualidad, curará el último arrechucho de mi tumor ma
ligno y me dejará libre para enfrentarme con nuevas ven
turas en mi existencia. Quizás afirman esto sólo oficial
mente. Hay otro grupo mucho menos optimista, al que yo
mismo me adhiero, habida cuenta de mis dolores y moles
tias. Supongamos ahora por un momento que el asunto de
la Ley Parlamentaria no pudiera ser arreglado antes que
transcurra un plazo de seis meses o más, y que usted lo
sabe. En tal caso, espero que preferiría usted dejarlo. Por
eso, no sólo tengo interés en verle, sino en que usted me
vea a mí.
En lo que respecta a la hora más apropiada para su
visita, me sugiere usted cualquier tarde a primera hora,
excepto el 18 A mí el día que me viene mejor es el do
mingo, después de las cuatro. Si mi estado no me permi
tiera recibirle, se lo haría saber telefónicamente ese mis
mo día por la mañana.
Con mis gracias más expresivas y mis respetos a la
baronesa, sinceramente suyo,
Sigmund Freud,
(1) Baronesa Moura von Budbcrg.
(2) Wells tenía intención de pedir al teniente de navio Locker-Lamp-
son, diputado, que presentara al Parlamento un proyecto de ley reco
nociendo la inmediata ciudadanía británica para Freud.
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