Epistolario II

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Traducción de

JOAQUIN MERINO PEREZ


(Traducción cedida por Biblioteca Nueva)

Portada de

ALVARO

© 1960, Sigmund Freud Copyright Ltd., Londori


© 1970, PLAZA & JANES, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21-33
Esplugas de Llobregat (Barcelona)

Printed in Spain
Impreso en España

Depósito Legal: B. 1 3 .5 8 0 -1 9 7 0 (II)


1891

107. A Minna Bernays


Viena, 13-7-1891.
Querida Minna:
La hora de consulta me ofrece en estos días amplias
oportunidades para escribir. Dentro de poco tendré que
colgar mi fotografía en la salita de espera con la inscrip­
ción enfin soül. Desgraciadamente, no encontraría allí nin­
gún admirador.
Veo con gran satisfacción, por la postal que me envías
desde Süllberg (1) y por otros muchos indicios, que te
encuentras muy bien, lo cual me encanta. Espero, además,
que sabrás aprovechar tu estancia ahí.
Aquí (daremos precedencia al tiempo) no deja de llover
ni un momento; a pesar de lo cual, subí ayer el Rax (2) y
traje a casa otra vez unos cuantos edelweiss. No puedo
enviarte ninguno, pues Martha los ha prensado todos.
Otra vez será. Los niños marchan muy bien. Martin (3)
tiene una temporada deliciosa. Es muy cariñoso, de muy
buen carácter e inteligente. Ya habla valiéndose de un
limitado número de palabras, repite casi todo lo que oye
y comprende prácticamente todo, excepción hecha, natu­
ralmente, de los términos científicos y técnicos. Oliver (4)
sigue chillando como un maniático; pero está muy guapo,
muestra interés hacia todo, gana cuatro onzas y media a
la semana y son muchas las cosas buenas que pueden
adjudicársele. Sólo la mujercita (5) nos da la lata. Su
(1) Pueblo cerca de Blankenese, próximo a Hamburgo.
(2) Montaña no lejos de Reichenau.
(3) Jean Martin, hijo mayor de Freud, nacido en 1889 y al que dio
el nombre del profesor Charcot.
(4) Segundo hijo de Freud, nacido en 1891.
(5) Primera hija de Freud, nacida en 1887 y que fue llamada como
la esposa de Breuer.
8 Sigmund Freud
rostro tiene una expresión hosca; está dispuesta a cometer
toda clase de travesuras; se niega, principio, a cualquier
sugerencia y se considera desligada de toda posible obli­
gación de obedecer. Añade a esto los horrendos métodos
educativos que sigue la niñera (a la que pronto tendré
que jubilar), combinados con la blandura de nuestra Mar-
tha, que no se atreve a reconvenir a la vieja, aunque ésta
se meta en lo que no le importa. Mas espero que la cria­
tura sobrevivirá a esta influencia y que algún día se acos­
tumbrará a comportarse nuevamente como una niña de
su edad.

La afasia (6) acaba de aparecer, como podrás ver por lo


que te adjunto, y ya me ha causado una viva decepción.
Breuer la acogió de un modo muy extraño. Casi no me
dio las gracias, se puso muy violento, apenas hizo sino co­
mentarios superficiales, se sintió incapaz de recordar el más
pequeño de sus puntos buenos y, al final, trató de sua­
vizar el golpe afirmando que estaba muy bien escrita. Es­
toy seguro de que sus pensamientos estaban muy lejos
de allí. En medio de todo esto, preguntó si había llegado
el doctor P***, y cuando éste apareció, por fin, y se hizo
el disimulado al verme no dudé más y me marché en el
acto. Nuestras diferencias aumentan con cada día que
pasa, y mis esfuerzos por arreglar las cosas con la dedica­
toria han producido, indudablemente, el efecto contra­
puesto.
El jueves voy a hacer una escapada a Reichenau. Las
cosas aquí siguen una pauta muy estúpida.
Afectuosos recuerdos. Tuyo,
Sigmund.

1894

108. A Martha Freud


Viena, IX, Berggasse, 19,
jueves, 7-6-1894.
Amada mía:
Ayer, por la tarde, hizo un calor casi insoportable. Por
la mañana, me he despertado a las seis, he visto que ya
entraba luz en la habitación; he pensado para mí que este
raro acontecimiento de despertarse tan temprano debería
aprovecharse para algo útil; he llamado a la puerta de
Marie, pidiéndole que me preparara el baño, y después
me he acostado de nuevo. Media hora más tarde volví a
despertarme; hallé la habitación tan oscura, que ni si­
quiera pude mirar la hora; deseché la idea de que quizá
(6) Zur Auffassung der Aphasien, Viena, 1891 («Sobre la afasia»,
Londres y Nueva York, 1953).
Epistolario 9
me hubiera quedado ciego me precipité a la ventana y vi
un retazo de ennegrecido firmamento. Minutos después se
oía el resonar del trueno. A poco, la calle estaba comple­
tamente blanca; los caballos se desbocaban, y grandes
granizos, de fantástico tamaño, comenzaron a arremeter
contra las ventanas. Fui corriendo a la parte posterior
de la casa y encontré la ventana del despacho ya rota en
tres lugares, con mi mesa de escribir cubierta de agua y,
como es lógico, las contraventanas abiertas de par en
par. La terraza tenía un aspecto que casi pudiéramos de­
nominar grandioso. Las puertas se habían abierto tam­
bién, impulsadas por el vendaval, y había entrado el gra­
nizo, llegando hasta el aparador. La tormenta duró media
hora. Los estragos que ha producido en la ciudad son es­
pantosos. En una de las fachadas de casi todas las calles
(la de enfrente, en Berggasse) la mayoría de los cristales
está rota, especialmente en los pisos superiores. Hay casas
enteras en las que no ha quedado un solo cristal sano,
como si los niños se hubieran dedicado a apedrearlos. En
las esquinas y en los lugares donde las ventanas no ha­
bían sido protegidas con molduras, el espectáculo resulta
formidable. Una mujer que vino a la consulta esta mañana
tenía razón al afirmar que las ventanas parecían arcos
circenses después de haber saltado los perros a través
de ellos. En otras calles se ven menos destrozos. Los que
más han salido perdiendo son los árboles. En nuestro
jardín hay más hojas en el suelo que en las ramas, y el
pobre árbol se ha quedado desnudo y zurrado. Parece
que le han flagelado con látigos y que los gusanos han
devorado luego lo que quedaba. Todo lo que se pareciera
a un jardín debe de estar ahora en un estado lamentable.
Me han dicho que el arreglo de las ventanas —en nuestro
caso, sólo una— corre de cuenta del casero. Estoy desean­
do saber si también hubo tormenta donde tú estás, pues
hubiera sido horroroso. Espero que no y que se haya li­
mitado a descargar sobre esta ciudad.
No tengo más noticias que darte. Ayer te escribí, por
la tarde, y hoy espero hacerlo otra vez. Hablando de ne­
gocios, hoy hubiera sido más provechoso ser cristalero
que médico.
Afectuosos saludos. Tuyo,
Sigmund.

1895
109. A Martha Freud
Venecia, embarcados y camino del Lido.
Martes, 27-8-1895, por la mañana.
Mi preciosa amada:
Hemos decidido que no entraré en demasiados detalles.
El trance que produce Venecia imposibilita tal minucia.
Estamos estupendamente y nos pasamos todo el día yen-
10 Sigmund Freud
do de acá para allá, embarcándonos, mirándolo todo, co­
miendo y bebiendo (1). Por las mañanas vamos al Lido,
durante unos veinte minutos, para bañarnos en el mar.
La arena es allí deliciosa. Ayer hizo fresco, y el mar estuvo
bastante movido. Hoy va a hacer calor. Ayer subimos
también a la torre de San Marcos; dimos un paseo que
desde el «Rialto» no llevó a través de toda la ciudad, en
la que pueden contemplarse las cosas más curiosas, y vi­
sitamos una iglesia, llamada Frari, así como la Scuola
S. Rocco. Nos saciamos de tintorettos, tizianos y cánovas.
Fuimos al «Café Quadri», situado en la Piazza; escribimos
cartas; entramos en negociaciones sobre ciertas compras,
y los dos días nos han dado tanto de sí como si fueran
dos meses. Los Zanzare (2) existen, desde luego. No ne­
cesito decirte que tengo muchas ganas de recibir noticias
tuyas. La única carta que me ha llegado hasta ahora, a
lista de Correos, es de Minna. Espero que tú y todos los
chavales estéis muy bien.
Saludos afectuosos. Tuyo,
Sigmund,

1896
110. A Wilhelm Fliess
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-4-1896.
Mi querido Wilhelm:
...Si nos es dado a ambos disfrutar unos cuantos años
más de sosegado trabajo, dejaremos, ciertamente, tras no­
sotros algo que justifique nuestra existencia. Esta certidum­
bre me da fuerzas para enfrentarme con todas las preocu­
paciones de la vida cotidiana. En mi primera juventud,
mi único anhelo era la erudición filosófica, y ahora, que
estoy pasándome del terreno de la medicina al de la psi­
cología, me encuentro a punto de realizar tal deseo. Me
especialicé en terapia, contradiciendo mi vocación. Estoy
convencido de que si concurren ciertas circunstancias en
la persona y el caso, soy capaz, con toda seguridad, de
curar la histeria y la neurosis obsesiva.
Hasta que nos veamos de nuevo. La verdad es que nos
hemos ganado unos cuantos días juntos.
Cuando te despidas de tu esposa e hijo en Semana
Santa dales recuerdos en mi nombre. Tuyo,
Sigm.

(1) Acompañaba a Freud en este viaje su hermano menor, Ale-


xander.
(2) Mosquitos. ■
— (N . del T.)
Epistolario 11

111. A Wilhelm Fliess


Viena, IX, Berggasse, 19, 2-11-1896.
Mi querido Wilhelm:
Se me hace tan cuesta arriba, escribir en estos días, que
he tardado demasiado en agradecerte las conmovedoras
palabras que me dedicas en tu carta. Por una de esas os­
curas sendas que suele ocultar el telón de la consciencia
oficial, la muerte del viejo (1) me ha afectado profunda­
mente. Le tenía en gran estima, le comprendía muy bien y
con aquella combinación de profunda sabiduría y opti­
mismo romántico que le era peculiar significó mucho para
mí. Su vida había terminado, en realidad, mucho antes
que muriera pero su fallecimiento parece haber desperta­
do en mí recuerdos de toda mi vida anterior.
Me siento ahora completamente desarraigado.
Por lo demás, estoy trabajando en las parálisis cere­
brales (2) (Pegaso bajo el yugo) y me satisfacen los siete
casos que tengo en observación. No obstante, me com­
place aún más la perspectiva de charlar contigo durante
varias horas. Me siento aislado, lo que no deja de pare-
cerme natural. Quizá pueda hablarte de unas cuantas co­
sas curiosas, a cambio de tus grandes ideas y descubri­
mientos. Los negocios, de los que mi humor depende in­
variablemente, no marchan muy bien este año...
Hace poco tuve ocasión de escuchar las primeras reac­
ciones suscitadas por el atrevimiento de aventurarme en
el dominio de la psiquiatría. Una de ellas fue: «La psi­
quiatría es repugnante, espantosa y un cuento de co­
madres.» El autor, Rieger (3), en Würzburg. La observa­
ción me divirtió sobre manera. ¡Y hablando precisamen­
te de la paranoia, que es hoy una cosa tan clara! Tu libro
no ha aparecido todavía. Wemicke (4) me envió reciente­
mente un enfermo, de profesión teniente, que estaba en el
hospital de oficiales.
He de contarte un bello sueño (5) que tuve la noche
siguiente al funeral. Estaba en cierto establecimiento, y
allí, sobre un tablero, leí lo siguiente:

(1) El padre de Freud, Jacob Freud, había muerto a la edad de


ochenta y un años.
(2) «Die infantile Cercbrallähmung», II, Teil II. Abt. von Nothnagel
Spezielle Pathologie und Therapie, 9, Viena («Parálisis cerebrales en los
niños»).
(3) Dr. Konrad Rieger (1855-1939), catedrático de Psiquiatría de la
Universidad de Würzburg.
(4) Dr. Karl Wcrnicke (1848-1905), catedrático de Neurología en las
Universidades de Breslau y Viena.
(5) Este sueño se utilizó como ejemplo en The Interpretation of
Dreams («La interpretación de los sueños»), donde, basándolo al parecer
en notas, es recogido muy detalladamente.
12 Sigmund Freud
Se te pide
que cierres los ojos.
En el acto reconocí el comercio como la peluquería a
la que diariamente acudo. El día del funeral tardaron en
atenderme, haciéndome llegar tarde a la casa del duelo.
Mi familia estaba disgustada conmigo, porque yo había
dispuesto que el funeral fuera sencillo y en la mayor in­
timidad (aunque luego reconocieron que mi idea estaba
muy justificada), y también se enfadó porque llegué tarde.
En consecuencia, lo que leía en el tablero tiene un doble
significado y quiere decir que uno debe cumplir su deber
hacia los difuntos en dos modos: a) disculpa, como si no
se hubiera cumplido un deber y se necesitara que perdo­
naran la propia conducta; b) obligación en sentido literal.
Por tanto, el sueño fue una válvula de escape para esa
tendencia al autorreproche que la muerte deja, invaria­
blemente, entre los supervivientes...
Mis saludos más cariñosos a I. F. y R. W. F. (6). Quizá
mi mujer esté ya con vosotros. Tuyo.
Sigm.

1898
112. A Josef Breuer
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-1-1898.
Querido doctor Breuer:
Me tomo la libertad de contestarle en nombre de mi
mujer, que no está familiarizada con los dos temas de
su carta, y de explicarle los motivos de la devolución de
esos trescientos cincuenta florines (a través de la Caja
de Ahorros de Correos).
En lo que respecta a mi deuda con usted, no cabe duda
de que existe. No la he olvidado, y siempre he tenido la
intención de pagarla, sin que ni por un momento se me
haya ocurrido que sus deseos pudieran ser distintos. Una
vez me dijo usted que no estaba seguro de la suma.
Según mi memoria, que, desde luego, no es mucho de
fiar, asciende a unos dos mil trescientos florines. Sobre
el papel, hace varios años que soy solvente; pero los be­
neficios siempre estuvieron constituidos por honorarios
atrasados, cual sucede tan a menudo en nuestra profe­
sión, y la dificultad constante de obtener el dinero nece­
sario para la vida cotidiana, aunque ésta esté asegurada
por algunos valores, me había impedido comenzar a pa­
garle hasta ahora. Sólo durante este último año, el más
lucrativo en mi ejercicio de la profesión, han sido mis
ingresos en efectivo suficientes para permitirme renunciar
a una suma determinada. Originalmente, dicha suma ha­
bía sido bastante mayor que la cantidad recibida por us-
(6) Iniciales de Frau Fücss y su hijo mayor.
Epistolario 13
ted; pero tuve que enviar parte de la misma a Inglaterra
para solucionar determinadas necesidades familiares. Son
circunstancias de este tipo las que, como le decía en mi
carta, obstaculizan mi acceso a la «prosperidad». Puede
usted estar seguro de que si he empezado a pagar mi
deuda precisamente este año y no antes, ello no se debe
a ninguna otra modificación de las circunstancias (1) acae­
cida mientras tanto. Al menos en un aspecto, pensamos
igual: para ninguno de nosotros son los contactos finan­
cieros los más importantes de esta existencia ni nos pa­
recen incompatibles con otro tipo de relaciones. El hecho
de que yo tuviera que testificar esta teoría en una forma
tanto activa como pasiva, en calidad de donante y de reci­
piendario, mientras usted se limitaba al papel activo, es
circunstancia que usted ha solido atribuir siempre a la
suerte y no al mérito.
El segundo asunto, es decir, el relativo a los cuidados
que proporcioné a Fräulein C***, no tiene la menor re­
lación con lo otro. Si alguna vez se le hubiera ocurrido
que me debía algo por este servicio, estoy seguro de que
no habría esperado hasta que yo le enviara dinero para
pagar su deuda con una parte del mismo. Lo desacertado
de sus observaciones sobre mis «reivindicaciones» respec­
to a Fräulein C*** demuestra también que está usted in­
tentando confundir la segunda cuestión con la primera
para evitarme gastos por razones que no puedo adivinar.
Trataré de arrojar algo de luz sobre el asunto. Con su
exuberancia habitual, Fräulein C*** exigió que la tratara
como a una paciente cualquiera. Yo tenía, por mi parte,
especial interés en evitar que pudiera concebir una grati­
tud excesiva, y no me apetecía en absoluto privar a la
pobre muchacha de sus modestos medios de fortuna, por
lo que acordamos que le cobraría cinco florines por se­
sión, «como a todo el mundo», y que ella me pagaría en
el acto la suma de ciento cincuenta, como parte de mis
honorarios totales, que ascendían a setecientos cincuenta
(ciento cincuenta sesiones), y que haría efectivos los otros
seiscientos más adelante, después de haber heredado de
su madre, que todavía vive. Por lo que ve, nadie me pue­
de obligar a aceptar pagos por el tratamiento de Fräu­
lein C*** antes que ésta herede, y tan pronto como tal
cosa ocurra estoy seguro de que ella misma pagará su
deuda, que se tomó muy en serio. Por tanto, no creo que
Fräulein *** tenga nada que ver con la devolución de los
trescientos cincuenta florines.
Agradeciéndoselo sinceramente. Suyo,
Dr. Freud.

(1) Alusión al cambio experimentado en su relación mutua a causa


de sus diferencias científicas.
14 Sigmund Freud

113. A Wilhelm Fliess


Viena, IX, Berggasse, 19, 14-4-1898
Mi querido Wilhelm:
Considero una buena regla para el que escribe cartas
observar silencio sobre lo que el destinatario sabe ya,
limitándose a contar lo que éste desconoce. Por tanto,
dejaré sin comentario el hecho de que pasaras mal las
Pascuas. Prefiero referirme a mis vacaciones, de las que
volví muy recuperado, a pesar de que estuve más bien
mohíno durante el tiempo que duraron.
Salimos (Alexander y yo) el viernes, por la tarde, de la
estación del Sur y a las diez de la mañana del sábado
llegamos a Gorizia, donde nos paseamos sin prisas, bajo
la brillante luz de sol, entre las casitas enjalbegadas, vi­
mos árboles cubiertos de blancas flores y comimos man­
zanas y frutas escarchadas. Nos pasamos todo el tiempo
comparando lo que veíamos con nuestros recuerdos de
excursiones anteriores. La fortaleza nos recordó Florencia,
la Fortezza de San Pietro, en Verona, y el castillo de
Nüremberg. La primera impresión que, invariablemente,
le asalta a uno al pisar suelo italiano, la de que faltan
praderas y bosques, fue naturalmente, como suele suceder
en ocasiones semejantes, muy viva. El Isonzo es un río
magnífico. Cuando íbamos hacia allá atravesamos tres
cordilleras de los Alpes Julianos. El domingo nos levanta­
mos temprano para coger el tren friuliano local, que nos
llevó hasta cerca de Aquileia. La ex capital se ha queda­
do convertida en una pequeña basura; pero el museo con­
tiene tesoros inextinguibles de reliquias romanas: losas se­
pulcrales, ánforas, medallones con dioses, procedentes del
anfiteatro; estatuas, bronces y joyas.
...A las diez de la mañana, con la marea bastante baja,
un vaporcito fue remolcado, por el canal de Aquileia, por
una extraña motora que llevaba una maroma enrollada
y fumaba en pipa. Me hubiera gustado haberme traído
el vaporcito para los niños; mas, como resulta que es el
único medio de comunicación entre el mundo y el bal­
neario de Grado, no pudo ser así. Un viaje de dos horas
y media a través de las lagunas más desoladas nos llevó
hasta Grado, donde, por fin, de nuevo en la costa del
Adriático, pudimos coger otra vez conchas y erizos ma­
rinos.
Aquella misma tarde regresamos a Aquileia, después de
haber comido a bordo lo que llevábamos, regado por un
delicioso vinillo de Istria. Varios centenares de las más
hermosas muchachas friulianas se habían congregado en
la catedral para oír misa el Domingo de Resurrección.
El esplendor de la antigua basílica romana fue un alivio
en medio de la pobreza de nuestros días. Cuando regresá­
bamos vimos un trozo de carretera romana, excavado en
medio de un campo. Sobre las antiguas losas que la
formaban estaba tumbado un borracho contemporáneo.
La misma tarde retornamos a Divaca, en el Carso, donde
Epistolario 15
hicimos noche para visitar las cuevas al día siguiente,
lunes, que también era el último de nuestras vacaciones.
Por la mañana fuimos a la Cueva de Rudolf, a quince
minutos de la estación. La cueva está llena de una amplia
gama de curiosas formaciones estalactíticas que imitan
estropajos de alambre, pasteles piramidales, colmillos de
elefante vistos desde abajo, cortinas, mazorcas de maíz,
pesados pliegues de tiendas de campaña, jamones y pollos
colgados del techo. Lo más murioso de todo, sin embargo,
era nuestro guía, bastante borracho, pero muy seguro so­
bre sus piernas, alegre y lleno de buen humor. Fue él
quien descubrió la cueva y es, evidentemente, un genio
depauperado. Durante todo el rato estuvo divagando so­
bre su propia muerte, su conflicto con el clero y las con­
quistas realizadas en aquel mundo subterráneo. Cuando
dijo que que había entrado ya en treinta y seis «agujeros»
en el Carso, me di cuenta de que era un neurótico y de
que sus presuntas hazañas de conquistador constituían
un sucedáneo sexual. Unos minutos después confirmó mi
teoría respondiendo a las preguntas de Alexander, quien
deseaba saber hasta qué profundidad se podía penetrar
en la cueva, con las palabras siguientes: «Es como una
virgen: cuanto más hondo se llega resulta más agradable.»
El hombrecillo sueña con venir a Viena para sacar de
los museos ideas que le permitan dar nombres exóticos a
sus estalactitas. Yo di al «bribón más grande de Divaca»,
como se designaba a sí mismo, varios Gülden extra de
propina para que pudiera matarse, bebiendo, lo antes
posible.
Las cuevas de San Canzian, que visitamos a primera
hora de la tarde, constituyen un fenómeno de la Natura­
leza que impresiona, con su río subterráneo, que atravie­
sa bóvedas esplendorosas; sus cascadas, sus estalactitas,
su oscuridad total y sus caminillos resbaladizos, protegidos
por barandillas de hierro. Recuerdan el Tártaro. Si Dante
hubiera visto algo semejante, no tendría que haberse roto
la cabeza para describir el infierno. El «mandamás» de
Viena, Herr doctor Cari Lueger (2), visitó con nosotros la
cueva, que, después de tres horas y media, nos vomitó de
nuevo a la luz del día.
El lunes, por la mañana, iniciamos nuestro viaje de
vuelta. Al día siguiente pude darme cuenta, por la abun­
dancia de ideas frescas que tuve mientras trabajaba, que
las vacaciones habían obrado maravillas en mi engranaje
mental.
Tuyo,
Sigm.

(2) El entonces burgomaestre de Viena.


1
16 Sigmund Freud

114. A Wilhelm Fliess


Aussee, 20-8-1898.
Mi querido Wilhelm:
Las líneas que me dedicas han rememorado en mí las
delicias de mis vacaciones. Todo fue maravilloso: el En-
gadine, como surgiendo en irnos cuantos trazos de un
puñado de elementos, igual que un paisaje posrenacentis­
ta, y Maloja, con Italia detrás, y un ambiente italiano
que debe de haber sido meramente fruto de nuestra im­
paciencia. Leprese fue para nosotros (3) un idilio mágico,
realzado por la acogida que allí nos dispensaron y por
el contraste que deparaba el hecho de haber iniciado nues­
tra ascensión en Tirano. Fuimos andando por la carrete­
ra, que no es precisamente llamar, en medio de la más es­
pantosa tormenta de arena, y llegamos medio muertos.
El oxígeno me hizo sentirme tan alegre y belicoso como
no recuerdo haber estado jamás en mi vida, y dormí
como un tronco, a pesar de los cinco mil pies más de
altitud.
El sol no nos molestó en Maloja hasta el último día,
que hizo calor, a pesar de la altura, y no tuvimos ánimos
para bajar hasta Chiavenna, es decir, a la región de los
lagos, lo que fue razonable, en medio de todo, pues varios
días después, en Innsbruck, estuvimos ambos medio bal­
dados de cansancio. Desde entonces el calor ha aumenta­
do aún más, y aquí, en nuestro bello Obertressen (4), nos
pasamos el día levantándonos de una silla para sentarnos
en otra desde las diez de la mañana a las seis de la tar­
de, sin aventurarnos a sacar la nariz de nuestra pequeña
finca.
La pequeña Anna (5) llama con razón a una estatuilla
romana que compré en Innsbruck «un niño viejo».
Estoy tan alejado de toda actividad intelectual, que
casi me siento incapaz de seguir tus fascinantes comen­
tarios sobre la vejez, y mi mente está ocupada principal­
mente por la irritación que me produce el que se haya
pasado ya gran parte de las vacaciones. La pena que sien­
to por vosotros dos, que habéis tenido que quedaros du­
rante toda esta época en la ciudad, se mitiga porque sé
que tú ya disfrutaste de tus vacaciones y que Ida espera
una bella compensación.
Sí, yo también hojeé el libro de Nansen (6), que tiene
aquí como loco a todo el mundo: a Martha porque los
escandinavos (la abuela, que se encuentra ahora entre
(3) Freud hizo este viaje acompañado por Martha.
(4) Zona del lugar de veraneo Alt-Aussee, en el Salzkammcrgut,
donde la familia de Freud pasó muchos estíos.
(5) Anna, la menor de los hijos de Freud, nacida en 1895 y llamada
así en honor de Anna Lichteim (néc Hammcrschlag).
(6) Relato hecho por Fridtjof Nansen (1861-1930) de su expedición
polar, con el título In Nacht und Eis¡ 3 volúmenes. Leipzig, 1897-1898.
Epistolario 17
nosotros, sigue hablando sueco) reviven, evidentemente, en
ella un ideal juvenil que no ha puesto en práctica en su
vida, y Mathilde porque ha transferido la admiración que
le inspiraban los héroes griegos, dueños hasta ahora de
su mente, a los vikingos. Martin, como de costumbre, ha
dedicado un verso —nada malo— a los tres volúmenes de
la aventura.
Creo que podré hacer uso de algunos de los sueños de
Nansen, que son muy transparentes. Sé por propia expe­
riencia que su estado psicológico corresponde al que em­
prende algo nuevo, sintiendo gran confianza en sí mismo,
y, probablemente, descubre algo avanzado por una senda
falsa, aunque dándose cuenta de que su hallazgo no es
tan trascendental como imaginaba. La sosegada armonía
de tu naturaleza te protege, afortunadamente, de estas
cosas...
...Os envío, a ti y a tu mujer, mis saludos más cálidos.
Aún no me he acostumbrado del todo a la distancia que
nos separa en la época de trabajo y que tan raramente
franqueamos durante las vacaciones. Tuyo,
Sigm.

1839
115. A Heinrich Gomperz
Viena, IX, Berggasse, 19, 15-11-1899.
Querido señor Gomperz:
Sólo veo una posible objeción a su propuesta y está en
su mano disiparla. Si al interpretar sus sueños encuentra
usted tales dificultades o, en otras palabras, si ha cons­
truido usted en su interior una resistencia tan vigorosa
frente a cierto número de impulsos psíquicos, mi orien­
tación equivaldría a embarcarse en un autoanálisis. Una
vez iniciado éste, no es tan fácil ponerle punto final, y
quizá tenga usted quehaceres de los que no pueden inte­
rrumpirse. Si puede obviar este obstáculo y perdonarme
la indiscreción con que tendría que explorarle y los desa­
gradables afectos que, probablemente, despertaría en us­
ted, en una palabra, si está usted dispuesto a aplicar el
incontrovertible amor filosófico hacia la verdad a su vida
interior, tendré mucho gusto en representar el papel del
«otro» en este caso. Su opinión de que debieran añadirse
varios capítulos a la psicología para que nuestra concep­
ción de los sueños pudiera ser correcta está de acuerdo
plenamente con la mía. No es preciso que le aclare que
he aceptado también la otra cláusula. La perspectiva de
convencerle, en el grado que sea, de que mis descubri­
mientos son exactos me tienta sobre manera, y su anun­
cio de que quizá aborde usted científicamente el tema me
suena casi como una realización de mis más caros anhe­
los. Por esta razón, puedo resistir fácilmente la tentación
completa. No creo que fuera posible impedir la difusión
2— epistolario n
18 Sigmund Freud
de emplear sus sueños como base de una interpretación
del material, los pensamientos y recuerdos contenidos en
sus sueños. Además, le considero persona sujeta a la his­
teria, lo que, naturalmente, no le impide ser, al mismo
tiempo, saludable y fuerte.
Sin duda, surgirán dificultades, aunque no sé de qué
naturaleza, pues hasta ahora no había recurrido a mí na­
die que compartiera su formación intelectual.
No tengo toda la jornada ocupada, ni mucho menos.
Casi siempre estoy libre a las seis de la tarde y me encan­
taría verle mañana jueves, a esa hora, o que me sugiriera
cualquier otro día.
Con amables saludos y sinceras gracias por su carta,
suyo,
Dr. Freud.

1900
116. A Wilhelm Fliess
Viena, IX, Bergasse, 19, 12-6-1900.
Mi querido Wilhelm:
Hemos tenido parientes en casa. La víspera de Pente­
costés llegó mi hermano mayor con Sam, el menor de sus
hijos, que tiene ya más de treinta y cinco años, y se que­
daron con nosotros hasta el miércoles por la mañana. Su
visita fue muy estimulante, pues es un hombre excelente,
vigoroso y mentalmente alerta, a pesar de su edad (68-69),
y siempre ha significado mucho para mí. Después salió
para Berlín, que ahora se ha convertido en cuartel gene­
ral de la familia.
La vida en Bellevuo (1) se desarrolla muy a gusto de to­
dos nosotros. Las tardes y las mañanas son deliciosas.
El aroma de las acacias y las siringas ha sucedido al de
las lilas y los laburnos. Las rosas silvestres están en flor,
y todo esto, como incluso yo puedo atestiguar, parece ha­
ber sucedido de la noche a la mañana.
Quizás algún día —¿no te parece?— habrá en esta casa
una placa de mármol con la siguiente inscripción:
En esta casa, el 24 de julio de 1895, el
Secreto de los Sueños fue revelado al
Dr. Sigmund Freud
Hasta ahora las probabilidades parecen bastante tenues,
y, sin embargo, cuando leo los últimos libros de psicolo­
gía (el Analysis of Emotion —«Análisis de la emoción»-—,
de Mach, segunda edición; la Structure of the Psyche, de
Kroell, etc.), y veo lo que éstos tienen que decir acerca
de los sueños, no puedo evitar sentirme tan complacido
(1) Casa en las lideras del Wienerwald, donde la familia pasaba los
veranos.
Epistolario 19
como el enano del cuento (2) porque «la princesa no lo
sabía».
No he tenido ningún paciente nuevo, aunque, para ser
exactos, ha surgido un caso que ocupa el hueco dejado
por otro, quien, a su vez, apareció por aquí en mayo y
se esfumó poco después, de modo que estoy igual que en­
tonces. El nuevo es interesante. Se trata de una niña de
trece años, que esperan cure a toda velocidad, y que, por
una vez, muestra en la superficie lo que habitualmente
tengo que extraer bajo varias capas superpuestas. No ne­
cesito decirte que se trata de la misma vieja historia. Ha­
blaremos de ella en agosto, si no me la quitan prematura­
mente. Nos veremos con toda seguridad, salvo si me veo
defraudado en las mil quinientas Kronen que espero el
l.° de julio. Aunque pienso, por otra parte, que quizá me
decida a ir a Berlín sea como fuere..., para tratar luego
de respirar algo de aire fresco y extraer nuevas fuerzas,
con vistas a 1901, en las montañas o en Italia. El sentirse
deprimido da tan poco fruto como el hacer economías.
Supe del accidente de Conrad (3) y de su afortunado de­
senlace. Ahora tendré derecho a recibir pronto noticias
tuyas y de tu familia.
Mis saludos más cordiales para ti y para ellos. Tuyo,
Sigm.

1901
117. A Elise Gomperz
Viena, IX, Berggasse, 19, 25-11-1901.
Alteza:
En el colegio no nos pusieron suficientemente en guar­
dia contra el «plano inclinado» (1), y la velocidad que
uno puede adquirir sobre él en poco tiempo es increíble.
Ésta, por ejemplo, es la cuarta carta que escribo en las
últimas veinticuatro horas, desde que me he hecho «al­
pinista».
Pero he de seguir adelante para decirle lo que no tuve
oportunidad de formular en palabras durante la visita
de ayer, debido a la súbita interrupción. En una palabra,
muchas gracias. Un gesto como el suyo y el modo en
que me lo sugirió hace unas semanas no es corriente ni
puede darse, por supuesto. Que nunca me vea en situación
de corresponder, anhelo que constituye la mejor expre­
sión de gratitud que se me ocurre.
Escribí en el acto de Nothnagel y Krafft-Ebing (2) pi-
(2) Alusión al Hombrecillo de los zaticos, cuento de log hermano«
Grimm.
(3) El hijo menor de Fliess.
(1) Schief, que también significa «torcido». — (N . del T.)
(2) Dr. Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), catedrático de P*iquia-
tría en la Universidad de Viena.
20 Sigmund Freud
diéndoles que renovaran mí petición (para el título de
catedrático). También he informado a Exner (3) (por es­
crito para robarle la menor cantidad posible de su pre­
cioso tiempo) del resultado de sus gestiones. Él ya sabía
que pensaba aceptar la ayuda ofrecida por usted y me
había animado a hacerlo así.
En cuanto a la restante «instrucción» que mencionó
cuando me despedía, creo que sería buena cosa refrescar
la memoria del viejo zorro (4), la próxima vez que le vea.
O quizá fuera aún mejor que le diese a entender sutil­
mente que no puedo serle desconocido. Cuando me pre­
senté a él, hace cuatro años y medio, me dijo que había
oído «cosas excelentes» acerca de mí. El día que adquiera
popularidad mi última obra (5), el «olvido» dejará de ser
un subterfugio válido.
Le deseo una rápida convalecencia. Yo tengo tres en­
fermos en casa.
Cordial y agradecidamente, suyo,
Dr. Freud.

118. A Elise Gomperz


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-12-1901.
Querida Mecenas:
Más noticias: mis tres cartas a Exner, Nothnagel y
Krafft-Ebing ya han recibido respuesta. Le adjunto dos de
las contestaciones e in natura copio parcialmente la de
Exner, que es la de tono más oficial, la menos amistosa y
la más oficial, la menos amistosa y la más desagradable
de las tres
Exner escribe: «De acuerdo con mi promesa, hablé de
usted al ministro, quien también me informó de la inter­
cesión de Frau Hofrat Gomperz en favor de usted. Des­
graciadamente, no saqué la impresión de que mis esfuer­
zos vayan a verse coronados por el éxito en el futuro
inmediato; es decir, durante las próximas semanas o me­
ses. Como ya apunté durante su visita, tendrá que estar
preparado para (una espera de) seis meses o un año, y
ni aun para estas fechas puedo ofrecerle garantía alguna.
Limitémonos por ahora a esperar.»
Nothnagel y Krafft-Ebing me escribieron también des­
pués de haber llevado a cabo lo que les pedía, de modo
que la solicitud se ha visto renovada desde todos los án­
gulos, y Su Excelencia ya no puede alegar ignorancia.
Ahora —es decir, durante las semanas siguientes a la
petición— debo rogarle que interceda otra vez por mí en
la mejor ocasión que se presente, y que si le hacen al­
guna promesa, aunque sólo sea a medias, subraye el ele­
mento de tiempo que, según el astrónomo Seni (6) y mi
(3) Véase nota 24 a la carta del 8-6*1885.
(4) El entonces ministro de Educación.
(5) Psicopatología de la vida cotidiana (Ed. Standard, 6).
(6) Giovanni Bapdsta Seni (1600-1656), astrólogo italiano.
Epistolario 21
amigo Fliess, es la más importante y básica de las preo­
cupaciones humanas. Después de haberme hecho esperar
cuatro años y medio, debían evitar que, convencidos ya
suficientemente de la omnipotencia de una Excelencia, tu­
viera que aguardar más. En el caso de que la espera siga
prolongándose, no es imposible, después de todo, que mi
súbita muerte venga a frustrar la intención de honrarme
(frustración que sería definitiva, puesto que no vivimos
en China, donde existe el ascenso a título póstumo). En
realidad, es aún más probable que, aplazando la decisión
hasta el verano o el otoño, sea el mismo ministro quien
llegue a aquella fatal región en que sus mejores intencio­
nes serían tan inútiles para la persona interesada en la
cuestión como para los enemigos más hostiles de ésta.
Y tal posibilidad pudiera ser sugerida a un ministro, aun­
que, naturalmente, sólo de la forma más sutil.
Mas si el ministro, como pudiera deducirse de las di­
plomáticas indirectas de Exner, no quiere realmente com­
placerme por alguna razón definida, ¿no sería lícito pre­
guntar cuál es? Si se tratara del contenido y dirección
de mi trabajo, en el que, según Exner, ciertos círculos
encuentran muchas cosas «risibles», al menos sabría con
certeza a qué atenerme y podría decidir la modificación
de mi ruta o, en caso contrario, la renuncia al título, pues
no debe cerrarse a las almas perdidas, el acceso a una
vida mejor. Quizás, antes que me viera forzado a tomar
tan fatal resolución, pudiera su esposo, Hofrat Gomperz,
que no es ajeno al mundo científico, sugerir a Su Excelen­
cia que existe muy poco poder de argumentación en la
risa de esos círculos, desconocidos para mí, y que desde
tiempo inmemorial la Humanidad ha tenido la mala cos­
tumbre de reírse de las ideas que un día tiene que aceptar
total o parcialmente. Hasta ahora he oído que mis acti­
vidades contribuyen sólo a irritar a mucha gente y lo
encuentro comprensible, como primera reacción. Es lógico
que así sea.
Y con esto quedan formuladas mis peticiones, querida
Providencia. Tan pronto como tenga razones para presu­
mir que acogería con agrado mi visita, me haré el honor
de ir a verla. Confío en que se habrá recuperado hace
tiempo y le ruego que traslade mis recuerdos al Hofrat.
Muy sinceramente suyo,
Dr. Freud.

1902
119. Wilhelm Fliess
Viena, IX, Berggasse, 19, 11-3-1902.
Mi querido Wilhelm:
¡Es increíble lo que puede lograr una «Excelencia»! Has­
ta me permite escuchar de nuevo en una carta tu voz fa­
miliar. Mas, puesto que asocias la noticia con cosas tan
22 Sigmund Freud
maravillosas como el reconocimiento de mi labor, destaca­
das realizaciones, etc., mi tendencia a la honradez, que
no siempre me favorece, me obliga a contarte cómo fue.
Todo me lo debí a mí mismo. A mi regreso de Roma,
mi afán de vivir y trabajar se había incrementado y re­
ducido mi propensión al martirologio. Hallé que la clien­
tela había disminuido considerablemente. Y retiré mi úl­
tima publicación de la imprenta, porque en ti había perdi­
do recientemente al último «público» (1). Llegué a la con­
clusión de que, muy posiblemente, tendría que esperar
la mayor parte de mi vida para que se reconocieran mis
méritos y que, mientras tanto, ninguno de mis contem­
poráneos sería capaz de alzar un dedo siquiera para de­
fenderme. Deseaba también vivamente volver de nuevo a
Roma, ayudar a mis pacientes y complacer a mis hijos,
por lo que decidí abandonar mis estrictos principios y
tomar algunas medidas prácticas de las que suelen adop­
tar los demás seres humanos. Uno tiene que buscar su
salvación donde la encuentre, y yo elegí el título de cate­
drático. Durante cuatro largos años no había dicho ni una
sola palabra que pudiera traerlo a mi puerta. Y en los
días de que te hablo decidí visitar a mi viejo maestro
Exner. Estuvo todo lo desagradable que pudo, lindando
con la grosería; se negó a explicarme por qué me habían
ignorado, y durante todo el tiempo asumió la actitud de
un alto funcionario. Sólo después que le hube pinchado
con unas cuantas observaciones sarcásticas sobre los teje­
manejes de muchas personas que ocupan altos cargos se
permitió dejar caer algunas oscuras indirectas, aludiendo
a ciertas inlluencias personales que hacían concebir a Su
Excelencia prejuicios contra mí, y aconsejándome que
buscara alguna «contrainfluencia». Yo le dije que podía
abordar a mi vieja amiga y ex cliente la esposa de Hofrat
Gomperz, lo cual pareció causarle alguna impresión. Frau
Eli se estuvo amabilísima conmigo y tomó en la cuestión
un interés inmediato. Visitó al ministro, y al interesarse
por mi suerte halló frente a sí una expresión de asombro:
«¿Cuatro años? ¿Y quién puede ser ese señor?» El viejo
zorro quiso dar la impresión de que jamás hasta entonces
había oído mi nombre, y resultó que tuvieron que propo­
nerme de nuevo como candidato, igual que si no se hubie­
ra hecho nada antes. Escribí también a Nothnagel y
Krafft-Ebing (a punto de retirarse) rogándole que reno­
varan su propuesta anterior. Ambos se portaron muy bien,
y unos días después me escribía Nothnagel anunciándome
que habían entregado ya la solicitud. No obstante, el mi­
nistro se dedicó a evitar sistemáticamente a Gomperz,
y todo parecía indicar que la cosa se negaba a cuajar
una vez más.
(1) Se dice que f hann Nestroy (1801-1862), actor y autor vienés de
farsas y comedias populares, contemplaba cierto día la sala por un
agujero practicado en el telón antes de comenzar una función benéfica
y, viendo sólo a dos personas en el patio de butacas, exclamó: «Conoz­
co a un público; tiene entrada de favor. No sé si el otro público habrá
pagado.»
Epistolario 23
Entonces apareció otro poder en escena, una de mis
pacientes..., que había oído hablar del caso y empezó a
intervenir en él, negándose a tomarse un momento de
descanso hasta que logró que le presentaran al ministro
en una fiesta, consiguió caerle en gracia y le hizo prome­
ter, por intermedio de una dama que conocía a ambos,
que daría una cátedra al doctor que la había curado. Ade­
más, como sabía bien que las promesas del ministro no
suelen cumplirse, le abordó personalmente, y estoy segu­
ro de que si cierto cuadro de Bocklin (2) hubiera sido
suyo y no de su tía, me habrían nombrado catedrático
tres meses antes. Tal como están las cosas, Su Excelencia
tendrá que conformarse con una pintura moderna para
la galería que piensa inaugurar y no, naturalmente, para
su propia casa. Así, por fin, mientras cenaba en casa
de mi paciente, el ministro la informó graciosamente de
que habían sido ya enviados los documentos al empe­
rador y que sería la primera en recibir la noticia de que
el nombramiento había sido aprobado.
Y un buen día vino a su sesión radiante, blandiendo
una carta neumática (3) del ministro. ¡Al fin! El Wiener
Zeitung aún no ha publicado la designación, pero la no­
ticia ha corrido como la pólvora. «El entusiasmo público
es inmenso.» Están llegando sin parar felicitaciones y ra­
mos de flores, como si su majestad hubiera descubierto
de pronto la función de la sexualidad, la importancia de
los sueños hubiese sido confirmada por el Consejo de Mi­
nistros y la necesidad de tratar la histeria por medio de
la terapia psicoanalítica aprobada por el Parlamento por
una mayoría de dos terceras partes.
Es evidente que he vuelto a ser respetable. Los admi­
radores, que últimamente me habían rehuido, cruzan hoy
la calle de acera a acera para saludarme.
Yo cambiaría con gusto cinco de estas felicitaciones
por un solo caso decente que exigiera un tratamiento re­
gular. Me he dado cuenta de que si el nuevo mundo es
regido por el dólar, este viejo mundo nuestro está some­
tido al influjo predominante de la autoridad. Habiéndome
inclinado por vez primera ante ésta, vivo ahora esperando
que mi sumisión dé fruto. Si el efecto que pueda ejercer
sobre un círculo más amplio es tan grande como el que
ha producido en una esfera más íntima, hay base para
albergar esperanzas.
En todo este asunto una persona —a la que no mues­
tras el suficiente aprecio en tu carta— ha actuado como
un asno: yo. Si me hubiera ocupado hace tres años de la
cuestión, me habrían nombrado catedrático entonces, aho­
rrándome un sinfín de contratiempos. Hay otras personas
que saben actuar en beneficio propio sin necesidad de ir
(2) Arnold Bocklin (1827-1901), artista suizo. Su cuadro Castillo en
ruinas hubiera sido acogido con alborozo por la Galería Moderna de
Viena, que acababa de ser fundada. La composición que de hecho fue
donada se debía al pincel del artista austríaco Emil Orlick (1870-1922).
(3) El correo interior era impulsado por medio de aire compri­
mido a través de los tubos para hacer el reparto con mayor celeridad.
24 Sigmund Freud
antes a Roma. Así fue el glorioso acontecimiento al que
debo, entre otras cosas, tu amable carta. Te ruego que no
digas por ahí lo que en ésta te cuento. Con gracias y
saludos cordiales, tuyo,
Sigm.

1905
120. A la familia
Waidbruck (Tirol Meridional), 204-1905.
Queridos todos:
Las cosas marchan como la seda. Alex ha estado lim­
piando mi pluma, y hasta que estén listos el filete y la
ensalada tengo tiempo de contaros los acontecimientos
del día. El traminer blanco es excelente, como R*** po­
drá comprobar por sí mismo dentro de unos cuantos
años.
Subimos a Dreikirchen con un tiempo maravilloso de
temperatura, aunque el firmamento estaba cubierto por
algunas nubecillas bajas, de tal modo que no se podía
ver dónde terminaban las montañas cubiertas de nieve
y dónde comenzaban exactamente las nubes. Debéis ima­
ginarlo así: desde Waidbruck, justo enfrente del Trost-
burg (otro castillo más que pertenece a un Kannit-
verstan (1) de Wolkenstein), se sube un monte que es
aproximadamente igual de alto que el Leopoldsberg (2),
la carretera tampoco es buena, ascendiendo, con una se­
rie de curvas cerradísimas, hasta una altura de mil tres­
cientos cincuenta pies. Es tan estrecha, que sólo un ve­
hículo pequeño v ligero puede marchar por ello. Según
Herr Vonmetz (3), la excursión es un penoso deber, más
que un viaje placentero. Lo que es más, el carricoche no
puede llevar más de dos personas, una madre y su hijo,
y esta expedición cuesta tres florines y medio, que, en
nuestro caso, supondría cuadruplicar siete Kronen. Esta
vez, por supuesto, no nos costó nada, pues subimos a
pie. Hacía bastante calor, y crecían las viñetas en encan­
tadoras terrazas labradas en las laderas de la montaña,
lo cual demuestra que el clima es templado. Nunca es
fácil la primera ascensión de la temporada; pero las botas
nuevas fueron un éxito Me siento tan a gusto con ellas,
que parece como si hubiera nacido llevándolas. Mientras
la gente del Führichgasse venda botas como éstas, por
mí pueden sacar la lengua a los parroquianos antes y des­
pués de cerrar el trato Continuamos la ascensión y nos
detuvimos a descansar unos tres cuartos de hora después,
a la sombra de unos nomeolvides preciosos. Después de
otros cuarenta y cinco minutos llegamos a un pueblo,
(1) Véase nota 21 a la carta del 28-1-1884.
(2) Monte próximo a Viena.
(3) Mesonero de Waidbruck.
E p i s t o l a r io 25
San Barbián, donde se terminaban las semejanzas con
el Leopoldsberg. Continuamos después por una carretera
empedrada, muy empinada, a través de un bello bosque,
cuyo único fallo era que parecía no acabarse nunca. La
altura superaba los tres mil pies, y, en consecuencia, nos
sentimos transportados nuevamente a la época de princi­
pios de primavera en que nos hallamos. Abajo habíamos
encontrado toda clase de flores, de las que os envío unas
cuantas muestras; pero en las alturas sólo vimos tojo y,
aún más arriba, azafrán silvestre, blanco y púrpura, que
presagia la primavera, como su pariente, el azafrán de
otoño, anuncia el fin del verano. Finalmente, salimos del
bosque, y la vista que se ofreció ante nosotros parecía
completamente un mapa: todo el valle del Eisack, desde
Clausen a Waidbruck. Dominándolo, una serie de monta­
ñas, desconocidas para mí, hasta el Schlem, y enfrente,
el valle del Grodner, que de lejos parecía una mera hen­
didura. Al final, llegamos ante una gran casa de madera,
en la que no había un alma, lo que demuestra que toda
información debe obtenerse en el valle. Las paredes de
esta casa debieron en tiempos de haber sido cajones
de madera, pues ¿cómo, si no, podría explicarse en ellas
la inscripción «Manténgase en posición vertical?» No creo
que fuera una advertencia al viento. La soledad era deli­
ciosa. El monte, la floresta, las flores, el agua, los casti­
llos, el monasterio y..., Jni un ser humano! Cuando re­
gresábamos comenzó a llover, pero con poca intensidad.
Después de esta excursión la cena me supo muy bien.
Mañana iremos a San Ulrich y Wolkenstein.
Saludos muy cariñosos.
Papá.

121. A Alexander Freud


Rapallo, 17-9-1905.
Querido Alex:
No debes ofenderte porque no te haya escrito antes. Ni
siquiera he mandado a los del Aussee otra cosa que pos­
tales con vistas, y esta carta —la primera desde mi mar­
cha— la escribo ya anticipando mi regreso a la vida de
los mortales ordinarios. No tengo ganas de hacer nada.
El sol celestial y el divino mar —Apolo y Poseidón— son
enemigos de toda actividad mental. Me doy cuenta de
que lo único que nos había impulsado en otras ocasiones
a seguir caminando había sido ese vestigio de sentido del
deber, que nos hacía identificar —Baedeker en mano—
nuevas regiones, museos, palacios y ruinas. Dado que tal
obligación no existe aquí, me limito a hundirme en una
vida placentera.
Hablemos del mar. La playa, de lodo, sobre el que pue­
des adentrarte en el agua durante un cuarto de hora sin
que te cubra. Un poco más allá hay rocas maravillosas
(como las que vimos en Capri), con remansos de agua
que le permiten a uno sentarse cómodamente y rocas
26 Sigmund Freud
inclinadas, sobre las que se deja uno rodar, como un
monstruo en uno de los cuadros de Bócklin, completamen­
te solo y perdida toda idea del tiempo. Como no tengo
quien me acompañe, no me apetece ir a pescar en serio.
Sin embargo, el primer día conseguí agarrar un pulpo,
que se negó a abandonar el agua, y después me pinché
con los erizos marinos, me hice escoceduras con una me­
dusa y traté en vano de arrancar algunas anémonas y de
coger esos viles cangrejos, cuyas patas también arrancan
aquí los golfillos italianos que merodean por la playa.
Me paso la mañana bañándome y derivo de esto tan gran
placer que se me ha ocurrido muy en serio ir el año
que viene exclusivamente a Viareggio (que este año me
quedaré sin ver).
Imposible describir estas tierras si no se es poeta o se
Copia a otros* Todo crece aquí como en Sorrento, y la
única diferencia es que hay palmeras por todas partes,
haciéndole a uno preguntarse cuál será la retribución «pia­
dosa» (4). La Isola Madre (5) —que desde luego pertenece
a otro tipo de paisaje— fue la gema de mi excursión la­
custre. Aquí, junto al mar, lo único que lamenta uno es
haberse equivocado al elegir profesión, pues hubiera sido
mejor hacerse tratante en cerdos, como aquel Mr. Brown,
o compartir el mundo de Spinola (6) o de algún otro
noble genovés. La envidia turba a menudo el gozo que
produce la contemplación de jardines y casas de campo.
Ya conoces Génova, por supuesto. Es sólida, masiva,
casi desafiante, limpia y próspera. Lo que más le asom­
bra a uno es el generalizado uso del alemán en los hoteles
y tiendas. Martha habría encontrado aquí la paz mental
que le faltó en Venecia. Hay más letreros de comercio
escritos en alemán en Génova que en Trieste o Praga. Lo
único que ocupa aquí la mente pública es el terramoto de
Calabria. Austria, como sabemos, ya no aparece en los
periódicos.
Regresaré a fines de la semana sin un ochavo. Pronto
veré el último olivo, naranjo, magnolio, etc.
Recibo en tu exilio septentrional mis cordiales saludos.
Tuyo,
Sigm.
(4) Alusión a una cita de las Elective Affinities («Afinidades selecti­
vas»), de Goethe. («Nadie pasea bajo las palmeras sin recibir lo que
merece.»)
(5) Isla del lago Maggiore.
(6) Ambrosio Spinola (1569-1630), general español nacido en Viena.
Epistolario. 27

1906
122, A Karl Kraus
Viena, IX, Berggasse, 19, 12-1-1906
Muy señor mío:
El hecho de que encuentre mi nombre mencionado repe­
tidamente en el Fackel (1) se debe, probablemente, a
que sus convicciones y aspiraciones coinciden parcialmen­
te con las mías. Sobre la base de este contacto imperso­
nal, me tomo la libertad de llamar su atención sobre un
incidente cuyas ulteriores consecuencias crearán proba­
blemente una gran sensación entre los suscriptores de su
periódico.
El doctor Fliess de Berlín ha inducido a R. Pfenning
para que publique un panfleto (2) atacando a O. Weinin-
ger (3) y H. Swoboda (4), en el que se acusa a los dos
jóvenes autores del plagio más flagrante, insultándolos
arteramente. La falsedad de esta imputación cristaliza
claramente en el hecho de que se me acusa a mí, amigo
de Fliess durante muchos años, de ser la persona que
proporcionó a Weininger y Swoboda la información (ad­
quirida en mis contactos con Fliess) tomada como base
para las publicaciones no autorizadas de dichos escritores.
Confío en que no será necesario que me autodefienda
específicamente contra tan absurda calumnia. El doctor
Swoboda, que vive, se ocupará de su propia defensa, lo
cual no ha de resultarle difícil, y en cuanto al difunto
Weininger, presumo que sus amigos intercederán por él
y que usted, como en otras ocasiones, pondrá esas colum­
nas a su disposición para este fin. Me parece un deber
aclarar aquí, sin embargo, que no comparto la alta estima
hacia Weininger que expresa el Fackel, aunque en este
caso me sienta obligado a sumarme a la causa de sus
amigos advirtiéndoles de los peligros que el mismo carác­
ter repulsivo de la acusación sugiere. La aserción, divul­
gada en este panfleto y sustanciada por la publicación no
autorizada de mis cartas privadas (5), de que Weininger
no descubrió la idea de la bisexualidad por sí mismo, sino
por un sendero indirecto, que parte de Fliess a través de
Swoboda y de mí mismo, se basa en la verdad, por lo
que no puede evitarse al sin duda brillante joven el re-
(1) Publicación vienesa de tipo polémico dirigida por Karl Kraus.
(2) A. R. Pfenning: Wilhelm Fliess und sane Nachemdecf^er: Otto
Weininger und H. Swoboda, Berlín, 1906 («Wilhelm Fliess y sus plagia­
rios: Otto Weininger y H. Swoboda.»)
(3) Otto Weininger (1880-1903), autor de Geschlecht und Chara\ter,
Viena, 1902 («Sexo y carácter»).
(4) Hermann Swoboda (1873-?), autor de Perioden des menschíichen
Organismus, Viena, 1904 («Períodos del organismo humano»).
(5) Véase carta del 15-8-1924.
28 Sigmund Freud
proche que sugiere su fea acción de no haber divulgado
la fuente de sus ideas, haciéndolas pasar por fruto de su
propia inspiración. Hasta qué punto mitiga este hecho la
dura opinión que expresaba en la carta privada a Fliess,
publicada ilegalmente, sólo podrá decidirse por medio de
una plena investigación del doctor Swoboda. Yo no cono­
cía a Weininger antes que escribiera su libro.
Escribo esta carta para recabar su ayuda y que impida­
mos de consuno a los amigos del difunto la adopción de
una postura insostenible, pues existen muchos puntos en
los que su nombre puede ser defendido con toda base
contra las calumnias de Fliess-Pfenning.
Espero que interpretará esta carta únicamente como
muestra de mi respeto. Estoy convencido de que esta
cuestión cultural le interesará vivamente. Lo que nos con­
cierne aquí es la defensa contra la vanidad sin límites
de un sórdido personaje. No debemos permitir que las
indignas ambiciones personales penetren en el templo de
la ciencia. Le ruego que considere estas líneas como una
comunicación privada, dándole la seguridad de que esta­
ré a su disposición en cualquier momento si desea comen­
tarios adecuados para su publicación.
Respetuosamente suyo,
Dr. Freud,

123. A Arthur Schnitzler


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-5-1906.
Querido doctor Schnitzler:
Durante muchos años me he venido dando cuenta de la
gran compenetración entre sus ideas y las mías en mu­
chos problemas psicológicos y eróticos, y recientemente
hasta hallé el valor necesario para subrayar esta coinci­
dencia de miras (Frag nent of an Analysis of a Case of
Hysteria— «Fragmento de un análisis de un caso de his­
teria»—, 1905.) A menudo rae he preguntado con asombro
cómo había llegado usted a tal o cual conocimiento ín­
timo y secreto que yo había adquirido sólo después de
una prolongada investigación sobre el tema, y, finalmente,
llegué a envidiar al autor a quien antes admiraba.
En vista de todo esto, ya puede usted imaginarse lo
complacido y eufórico que me sentí después de leer que
usted también ha derivado inspiración de mis escritos.
Casi me entristece pensar que he tenido que esperar has­
ta la edad de cincuenta años para oír algo lisonjero.
Con toda mi admiración.
Dr. Freud.
Epistolario 29

1907
124. A G, Jung
Viena, IX, Berggasse, 19, mayo, 26, 1907.
Querido colega:
Muchas gracias por las alabanzas que dedica a la Gra-
diva (1). Si le dijera cuán poca gente comparte su opi­
nión, quizá ni me creería. Es la primera vez que me di­
cen algo positivo acerca de ella (no, no debe ser injusto
con su primo Riklin) (2), aunque en esta ocasión sabía
que mi pequeño trabajo merecía encomio. Lo escribí du­
rante días soleados y muy a gusto. No contiene, natural­
mente, nada nuevo para nosotros, pero nos permite dis­
frutar de nuestra riqueza (perceptiva). No espero abrir
con ella los ojos a la oposición. Hace mucho que dejé
de apuntar en esta dirección, y mis esperanzas de con­
vertir a los expertos es también escasa. Por ello he mos­
trado poco interés —como tan correctamente ha detec­
tado usted— en sus experimentos galvanométricos, y es
justo que ahora me castigue. También he de decirle que
una confesión como la suya es más valiosa para mí que la
aprobación de todo un Congreso médico, y no en peque­
ña medida, porque promete la aprobación de futuros con­
gresos.
Si le interesa el destino de la Gradiva, le mantendré in­
formado. Hasta ahora sólo ha aparecido una crítica en un
diario de Viena, que es laudatoria, aunque con tan poca
comprensión y tan escaso sentimiento como uno pudiera
esperar de sus pacientes alienados. Este tipo de periodis­
ta, incapaz de captar la pasión que sugieren los valores
abstractos, no suelta la pluma tan fácilmente. Dicen los
matemáticos que dos por dos frecuentemente son cuatro,
o más bien nos aseguran que no son generalmente cinco.
¿Que qué opinión ha merecido al propio Jensen? (3). Me
dedicó palabras muy cálidas. En su primera carta expre­
saba su satisfacción, etc., y declaraba que el análisis es­
taba completamente de acuerdo en todos los puntos im­
portantes con la idea de su relato. No aludía, por supues­
to, a nuestra teoría, pues dada su avanzada edad parece
ser incapaz de penetrar en otros dominios que su propia
vena poética. Sugirió que la concordancia quizá pudiera
achacarse a la intuición poética, y quizás en parte a sus
estudios médicos. Luego, en una segunda carta, yo le
pedía indiscretamente que me informara acerca de los
matices subjetivos de su trabajo, es decir, de dónde había
extraído el argumento, dónde ocultaba su propia perso
(1) Der Wahn und die Träume in W. Jensen’s Gradiva, Viena
(«Alucinaciones y ensueños en la Gradiva de Jensen»). Ed. Standard, 9.
(2) Franz Riklin, psicoanalista suizo.
(3) Wilhelm Jensen (1837-1911), autor alemán.
30 Sigmund Freud
na en la narración, etc. Supe por él que el antiguo re­
lieve existe realmente, y que posee una reproducción, aun­
que nunca ha visto el original. Fue él mismo quien in­
ventó lo de que el relieve representa a una mujer de
Pompeya, y él también quien soñaba despierto en el ca­
lor del mediodía pompeyano, donde en una ocasión ex­
perimentó un estado de ánimo casi visionario. Por lo
demás, no sabía nada del origen de la trama. El comienzo
se le ocurrió súbitamente mientras trabajaba en otra
cosa, y en seguida dejó lo que tenía entre manos y empe­
zó a escribir sin la menor vacilación. Halló todo el mate­
rial que precisaba como si éste le hubiera estado espe­
rando, y terminó la obra de un tirón. Todo esto sugiere
que un análisis continuado conduciría, remontando el cur­
so de su infancia, a sus propias experiencias eróticas más
íntimas. Así, y una vez más, toda esta cuestión no es sino
una fantasía egocéntrica.
Para concluir, permítame expresar la esperanza de que
también usted se tropiece algún día en su camino con
algo que considere publicable para uso del profano, y de
que, en tal caso, se lo enviará a mis «Series» (4) y no al
Zukunft... (5).
Muchas gracias por los dos proyectiles del campo ene­
migo que me manda. No me tienta la idea de guardarlos
unos cuantos días hasta que me sienta capaz de leerlos
sin emoción. Después de todo, es pura paja, escrita con
arrebato, y parece querer sugerir al principio que jamás
hemos publicado un análisis onírico, el historial de un
caso clínico o la interpretación de parapraxes. Después,
cuando tienen que admitir a la fuerza la evidencia, afir­
man: «Sí, pero no hay prueba; es una arbitrariedad.» Es
inútil intentar probar algo a quien está firmemente deci­
dido a no aceptarlo. La lógica no sirve para nada en estos
casos y podría aplicarse a esta certidumbre lo que Gott-
fricd von Strassburg (61 afirmó, con bastante irreverencia
en mi opinión, acerca de la tragedia divina:
That (even the good Christian)
Is as wavering as the sleeve of a coaat in the wind *.
Mas dejemos que transcurran de cinco a diez años y el
«aliquis» (7) del análisis, que es inconclusivo de momen­
to, será convincente sin que nada en él se haya modifica­
do. Lo único que podemos y debemos hacer es trabajar
y seguir adelante, no malgastar demasiada energía en re­
futar a nuestros contradictores y procurar que lo feraz
(4) «Schriftcn zur angcwandten Scclcnlcunde», Deuticke, Viena («En­
sayo« sobre Psicología aplicada»). Bol. Asoc. Psicoan. Americana, 8, 214.
Editorial Standard, 9.
(5) Publicación berlinesa fundada poi Maximilian Harden.
(6) Poeta medieval alemán, año 1200, aproximadamente, de la Era
Cristiana.
• Que (incluso el buen cristiano)
fluctúa tanto como la manga de una chaqueta sometida al viento.
(7) Referencia a la Psicopetoiogía de la vida cotidiana, capítulo II.
Epistolario 31
de nuestras ideas produzca su efecto sobre la esterili­
dad de quienes nos combaten. Incidentalmente le diré
que el trabajo de Isserlin (8) denota envidia en todas y
cada una de sus líneas, y que algunas de sus afirmaciones
son, además, increíblemente estúpidas. Todo demuestra
ignorancia.
Y no se preocupe, pues las cosas saldrán como es de­
bido. Usted vivirá para verlo, aunque yo no conozca ese
día. No somos los primeros que hemos tenido que esperar
que el mundo comprenda una lengua nueva. Siempre pien­
so que tenemos más seguidores secretos de lo que supone­
mos, y estoy seguro de que no estará usted solo en el
Congreso (9) de Amsterdam. Cada vez que provocamos
una nueva risotada me convenzo más de que nuestro
empeño es algo verdaderamente grande. En el encomio
necrológico que habrá de escribirme usted algún día no
olvide mencionar que, a pesar de toda la oposición que
he hallado, ésta no ha logrado ni una sola vez apartarme
de mi propósito.
Espero que su jefe (10) se recuperará pronto y que podrá
usted sentirse liberado de una parte de su trabajo. Echo
de menos sus cartas cuando deja usted pasar mucho tiem­
po sin escribirme.
Suyo cordialmente,
Freud.

125. A C. G. Jung
«Hotel Wolkenstein», en St. Christina (1).
Gróden, 18-8-1907.
Querido colega:
Afortunadamente, ha terminado el empobrecimiento de
mi personalidad producido por la interrupción de nuestra
correspondencia. Lleno de pereza y corriendo mundo con
mi familia, me doy cuenta de que se halla usted nueva­
mente en pleno trabajo, y sus cartas vienen a recordarme
aquello que se ha convertido en el tema central para
ambos. No se desespere. Probablemente lo que usted es­
cribió era sólo una figura retórica. El hecho de que los
representantes del mundo oficial le comprenden o no a
uno de momento es indiferente. Entre las masas que se
ocultan anónimamente tras ellos hay bastantes personas
que quieren comprender y que, como he visto suceder en
varias ocasiones, de repente darán un paso adelante y
revelarán sus rostros. Después de todo, trabaja uno pri-
(8) Dr. Mav Isserlin, nacido en 1879, catedrático de Psiquiatría de
la Universidad de Munich.
(9) Congreso Internacional de Psiquiatría y Neurología, Amsterdam,
1907.
(10) Dr. Eugen Bleuler (1857-1939), psicoanalista. Catedrático de Psi­
quiatría de la Universidad de Zurich y director del Sanatorio Cantonal
Burghólzi.
(1) Lugar de veraneo en los Dolomitas.
32 Sigmund Frtud
mariamente para los anales de la Historia, y en éstos su
conferencia de Amsterdam será recogida como un hito.
Lo que usted llama el lado histérico de su carácter, es
decir, el deseo de causar impresión y de influir sobre las
personas —cualidades que le convierten en maestro y pio­
nero—, le abrirán camino, aunque no haga concesiones a
la opinión predominante. Si, además, logra usted poner su
levadura personal aún con mayor claridad en la cerveza
de mis ideas en fermentación, dejará de haber diferen­
cias, grandes o chicas, entre su causa y la mía.
No me encuentro lo bastante bien para lanzarme al via­
je que había de llevarme a Sicilia en setiembre, pues al
parecer el siroco impera allí en esta época, por lo que no
sé dónde pasaré esas semanas. Permaneceré aquí hasta
finales de agosto, dando paseos por la montaña y cogien­
do edelweiss. No regresaré a Viena hasta fines de setiem­
bre. En cualquier caso, es aconsejable que me escriba a
mi dirección vienesa, pues el correo estival en las mon­
tañas es muy poco de fiar. Mi pequeña agenda no tiene
escrita una sola palabra durante las cuatro últimas sema­
nas, lo que indica claramente que todos mis canales inte­
lectuales se han vaciado por completo. De todas mane­
ras, le agradeceré que los estimule de cuando en cuando.
Alemania no querrá reconocer probablemente que el psi­
coanálisis existe, hasta que algún alto personaje se digne
reconocerlo oficialmente. Quizá el modo más rápido de
sacarlo adelante fuera atraer el interés del kaiser Vvilhelm,
que, según se dice, posee una mente universal. ¿Tiene
usted amistades que lleguen tan alto? Yo, no. ¿Sera posi­
ble que Harden, director del Zukunft («Futuro»), haya
sido capaz de adivinar los venideros matices psiquiátricos
de su trabajo? Ya se hará usted cargo de que bromeo.
Confío en que su involuntario alejamiento del trabajo le
haya aportado todo el descanso que yo espero hallar aquí.
Siempre suyo,
Dr. FreucL

126. A C. G. Jung
«Hotel Annenheim und Seehof», a las
orillas del lago Ossiacher (Carinthia).
Annenheim, 2-9-1907.
Querido colega:
Aquí estoy sentado, tratando de imaginarle en Amster­
dam, poco antes o quizá momentos después de su inflama­
ble conferencia, ocupado activamente en defender el psi­
coanálisis, y casi me parece un acto de cobardía estar
mientras tanto buscando setas en los bosques o bañán­
dome en un pacífico lago de Carinthia en lugar de repre­
sentar personalmente mi causa o, al menos, de respaldarle
con mi presencia. Para mi paz mental, me digo que mi
ausencia es mejor para el psicoanálisis, que usted podrá
librarse de parte de la oposición que hubiera suscitado yo,
que mi repetición de los argumentos de siempre sería
Epistotario 33
inútil y que usted está mejor dotado para el papel de
propagandista, pues yo he podido observar invariablemen­
te que existe algo en mi personalidad, en mis palabras e
ideas que parece extraño a la gente, mientras que todos
los corazones se abren ante usted. Si usted, que es una
de las personas más cuerdas que conozco, se considera
englobado en el grupo histérico, debo recabar para mí la
categoría de «obseso», cada uno de cuyos miembros vive
en un mundo que le es propio y peculiar, desgajado del
resto de la existencia.
No sé si le habrá sonreído la suerte hasta ahora ni si
llegará a sonreírle, pero me gustaría acompañarle en es­
tos momentos para paladear la sensación de haber salido
bien de mi aislamiento y decirle, en caso de que necesita­
ra palabras de ánimo, que yo he pasado muchos años de
soledad honrosa, pero triste, desde que tuve mi prime­
ra visión de nuestro mundo nuevo. Me gustaría también
hablarle de la falta de interés y comprensión demostrada
por mis amisos más íntimos, de mis períodos de ansiedad,
durante los cuales yo mismo llegué a creer que me había
equivocado, preguntándome cómo podría enderezar aún,
pensando en mi familia, una vida frustrada: de la certi­
dumbre cada vez mayor que se aferraba a la interpreta­
ción de los sueños, como si ésta fuese una roca en medio
de un mar tormentoso, y de la sosegada seguridad en mí
mismo que al final de tan largo camino se instauró en mi
ánimo, instándome a que aguardase hasta que una
voz, surgida del piélago de lo desconocido, contestase mi
llamada. Esta voz fue la suva, y ahora me doy cuenta
también de aue lo de Bleuer puede igualmente atribuírse­
le a usted. Permítame que le dé a usted las gracias. Con­
fío en que vivirá lo suficiente para ver la victoria y rego­
cijarse con ella. Afortunadamente, no tengo aún aue re­
cabar su compasión para los males que me aauejan. Es­
toy celebrando mi entrada en la edad climatérica con una
dispepsia (después de haber tenido la gripe) bastante to­
zuda, pero que, durante estas hermosas semanas de tran­
quilidad, ha desaparecido casi, dejando sólo unos cuan­
tos vestigios.
Hace tiempo que había decidido ir a Zurich, pero me
gustaría hacerlo en las vacaciones de Navidad o de Sema­
na Santa, para llegar ahí apenas abandonado el trabajo,
con la mente llena de estímulos y de problemas recién
planteados, y no en las circunstancias actuales, pues me
siento ahora totalmente vacío por dentro y en estado casi
letárgico. Necesito pasar varias horas charlando con usted.
Con cordiales saludos (y mis mejores deseos), suvo,
Dr. Freud.

3 — EPISTOLARIO tí
34 Sigmund Freud

127,
Roma, 19-9-1907.
Querido colega:
Al llegar aquí me encontré su carta describiéndome los
últimos acontecimientos del Congreso, que no consiguie­
ron deprimirme, y me doy cuenta con alegría de que a
usted tampoco. Estoy seguro de que esta experiencia le
reportará buenos frutos o, al menos, aquellos que yo más
anhelo. En lo que a mí respecta, ha aumentado mi res­
peto por el psicoanálisis, pues estaba a punto de decir­
me: «¿Cómo? ¿Ya nos hemos ganado al mundo tan sólo
con diez años de lucha? Entonces, estábamos equivoca­
dos.» Los últimos sucesos me han hecho recuperar la fe,
mas, como usted verá, no existe base para la táctica
que usted ha empleado hasta ahora. La gente no quiere
aprender, y por ello está incapacitada por ahora para la
comprensión de las cosas más sencillas. Cuando llegue el
momento, ya verá cómo son capaces de entender las ideas
más complejas. Hasta entonces no podemos hacer otra
cosa que seguir trabajando y caer lo menos posible en
vanas discusiones. Después de todo, lo único que podría
uno contestar sería: «Es usted un idiota», o «Es usted
un embustero.» Y resulta natural que no podamos permi­
tirnos la expresión de esas opiniones. Además, sabemos
que son tan sólo unos pobres diablos que tienen, por una
parte, miedo de ofendernos, por si ello hace peligrar su
carrera, y están, en parte, encadenados por el temor a
sus propias represiones. Tendremos que esperar hasta
que se vayan extinguiendo o queden gradualmente reduci­
dos a una minoría. Cualquier mente joven y alerta que
surja estará sin duda a nuestro lado.
Desgraciadamente, me siento incapaz de repetir de me­
moria los magníficos versos de C. F. Meyer (2) en sus
Huttens Letzte Tage, que terminan así:
The small bell here chimes out with so much mirth:
A little Protestant has come to earth *.
Como subraya usted tan acertadamente, nuestros ene­
migos, que hacen gala de una esterilidad absoluta, se fati­
garán inútilmente con sus arrebatos y encolerizados insul­
tos, repitiéndose hasta el infinito, mientras nosotros y
todos aquellos que elijan nuestro bando continuamos la­
borando y progresando. El anciano que suscitó su asom­
bro no será, sin duda, el único ejemplo. En el año veni­
dero sabremos que podemos contar con discípulos donde
ahora nos parece imposible que surjan, y otros irán a en­
grosar su ya floreciente escuela.
(2) Conrad Ferdinand Meyer (1825-1895), autor suizo.
* La campanita tañe alegremente:
un pequeño protestante ha venido a la tierra.
Epistolario 35
En cuanto a mi ceterum censeo, fundemos nuestra re­
vista (3). La gente la desaprobará, la comprará y la leerá,
y un buen día, echando la vista atrás, se dará usted cuen­
ta de que estos años de lucha han sido los más hermosos
de su vida. Mas le ruego que no me erija usted un pedes­
tal, pues soy demasiado humano para representar tan egre­
gio papel. Su deseo de poseer mi fotografía me hace
expresar una petición semejante, que será sin duda más
fácil de complacer. Hace quince años que no me dejo
retratar a sabiendas, porque soy tan presuntuoso que me
horroriza contemplar sobre el papel mi deteriorización fí­
sica.
Hace dos años me tuvieron que retratar para la Expo­
sición de Higiene (por orden superior), pero detesto tanto
esa fotografía que no me inclino a ponerla a su dispo­
sición. Por la misma época, mis hijos me hicieron otra
en la que estoy muy natural y que me gusta mucho más,
y, si le parece bien, intentaré encontrar el cliché en Vie-
na. La reproducción mía mejor y que más me complace
es el medallón que hizo C. F. Schwerdtner (4) cuando
cumplí los cincuenta años. Si a usted no le disgusta, haré
que se lo envíen.
Estoy completamente solo en Roma, dejándome llevar
por toda clase de ensueños, y no pienso regresar a casa
hasta fines de mes. Me alojo en el «Hotel Milán». Enterré
la ciencia en una fosa muy honda al comenzar las vaca­
ciones, y ahora intento recuperar el sentido y producir
algo. Esta ciudad incomparable es la medicina más ade­
cuada para lograrlo. Aunque mi tarea principal ya ha
quedado quizá consumada, me gustaría mantener el con­
tacto con usted y los demás colegas más jóvenes que yo
durante el mayor tiempo posible.
Con los mejores saludos y esperando su respuesta con
avidez, suyo sinceramente,
Dr. Freud.

128. A la familia
Roma, 21-9-1907.
Queridos todos:
No os extrañe que escriba tan poco. Ya os he dicho que
en Roma se siente uno constantemente arrastrado por las
pequeñas tareas que se ha autoimpuesto, y que no se lo­
gra hacer nada en serio. He pasado otro día maravilloso.
La «Villa Borghese» es un gran parque, dentro del cual
hay un castillo y un museo, que hasta hace poco pertene­
ció a un príncipe romano, pero que ahora es propiedad
del Ayuntamiento y está abierto al público, pues el buen
príncipe se metió en algunas especulaciones desafortu-
(3) Se refería al ]ahrbuch für Psychoanalysttche und Vsychopatologis-
che Forschungen («Anuario de investigación psicoanalítica y psicopa-
tológica»), que apareció unos dieciocho meses después.
(4) Cari Mari* Schwerdthner (1874-1916), escultor austríaco.
36 Sigmund Freud
nadas, viéndose obligado a venderlo todo por tres millo­
nes de liras, que es una ganga. En el museo se encuentra
el más bello Tiziano, titulado Amor sagrado y profano,
y sólo por este cuadro hubieran pagado los americanos
la totalidad de la suma mencionada. Sin duda habréis vis­
to reproducciones de la pintura, cuyo título no viene a
cuento. Se desconoce qué es lo que pretende representar
exactamente, pero basta con saber que es maravilloso.
Sería difícil imaginarse un parque tan encantador como
éste, si se exceptúa el hecho de que, en lugar de césped,
el suelo está pelado, al menos por ahora. Posee los árboles
más nobles, como pinos-sombrilla, cipreses, etc., y toda
clase de plantas desconocidas. Intercalados, hay espaciosos
campos de recreo en los que juegan innumerables niños,
bancos y mesas de piedra donde la pequeña burguesía de­
vora sus alimentos, un lago con una isla en la que se
alza un templo a Esculapio, y toda clase de ruinas ar­
tificiales y reproducciones de templos. Es, en otras pala­
bras, como un Schónbrunn (5) que pretendiera popula­
rizarse imitando al Prater, y también recuerda al pri­
mero porque hay muchos animales exóticos, como gacelas
y faisanes, que habitan aquí. También vi un mono al que
martirizaban algunos golfillos. Los pavos reales pasean
como si tal cosa de acá para allá, seguidos por sus crías
(de aspecto insignificante). En este parque, como es nor­
mal, hay una serie de cosas que están prohibidas, pero
no demasiadas, y tengo la impresión de que todo el mun­
do hace lo que quiere sin excesivo respeto por los regla­
mentos. De cuando en cuando, en lo que solía ser el jardín
privado del príncipe, se ven algunas cosas bellas de autén­
tica antigüedad, como un bello sarcófago, una columna
o una estatua mutilada, por lo que es imposible olvidar
que se está en Roma. En una de las avenidas se alza la
estatua de Víctor Hugo, regalada por los franceses para
fomentar la fraternidad de las naciones. Se asemeja a
Verdi, a Joachim (6) y a otros personajes. Fue esta estatua
la que irritó tanto al kaiser Wilhelm, que, lleno de envi­
dia, pidió a Eberlein que le hiciera la de Goethe, que
hizo colocar en el mismo jardín. Es un trabajo inteligen­
te, pero no tiene nada de maravilloso. Goethe presenta un
aspecto juvenil y, después de todo, tenía más de cuaren­
ta años cuando por primera vez vino a Roma. Se yergue
sobre una columna, o quizá más bien un capitel, y el
pedestal está rodeado por tres grupos escultóricos. Mignon
con el arpista, que es sin duda la figura mejor, pues ella
tiene una expresión vacía; Fausto leyendo un libro mien­
tras Mefistófeles mira por encima de su hombro; el pri­
mero está bien realizado, pero el segundo resulta bastante
grotesco, pues tiene cara de judío con cresta de gallo y
cuernos. No pude identificar a los personajes del tercer
grupo. Quizá se trate de Ifigenia y Orestes; mas si es así,
(5) Parque muy cuidado, anejo al palacio de Schónbrunn, en los
arrabales de Viena.
(6) Joseph Joachim (1831-1907), violinista húngaro que, como Víctor
Hugo, llevaba barba.
Epistolario 37
es difícil reconocerlos. En el museo hay obras escultóricas
no solamente clásicas, sino modernas. Destacan entre estas
últimas la estatua de la princesa Paulina Borghese, her­
mana de Napoleón, representada por Cánova como Venus,
y varios grupos famosos debidos al cincel de Bernini y
otros. Todas las esculturas clásicas han sido restauradas,
por lo que es difícil formar opinión. Los descubrimientos
más recientes son tratados hoy en día con mayor reve­
rencia, por lo que tengo muchas ganas de visitar el mu­
seo de las Termas de Diocleciano, al que iré mañana.
Lo más difícil de Roma, donde nada resulta fácil, es ir
de compras. Hasta ahora he sido muy prudente, pero hoy
hice un comienzo de derroche adquiriendo varios bocks
de mármol, que serán muy celebrados, sin duda, por los
caballeros de los miércoles (7). Vuestra tía y mamá sin
duda se darían más maña que yo para comprar cosas.
Por una vez, el mármol es auténtico y no pintado, y, como
es lógico, ha resultado bastante más caro. Aún no me
habéis dicho lo que queréis.
Espero que la vacuna no os haya sido tan desagradable
como lo fue para vuestro tío. Os envío saludos cariño­
sos, que daréis también a mamá y a todos los demás.
Vuestro,
Papá.
Hace un tiempo divino, con una máxima de 26,5° a la
hora de la siesta. Lima llena, cielo despejado.

129. A Martha Freud


Roma, 21-9-1907.
E quindi uscimmo a riveder le stelle (8).
¿Quién sabe? Estuve hasta que anocheció con los muer­
tos en un columbario romano y en las catacumbas cris­
tianas y judías. Allá abajo hace frío, está oscuro y todo
es bastante desagradable. En las catacumbas judías, las
inscripciones están en griego y pueden verse candelabros
—creo que los llaman Menorah— en muchas repisas. La
guía —yo era el único visitante— se olvidó de bajar la
llave de la salida, por lo que había que elegir entre re­
gresar de nuevo hasta la entrada o quedarnos allí abajo.
Yo preferí lo primero.
Afectuosamente,
Papá.

(7) Miembros de la Sociedad de los Miércoles, compuesta por psi­


coanalistas que se reunían ese día en el piso de Frcud.
(8) Ültima línea del Inferno, de Dante: «Y entonces avanzamos
para contemplar de nuevo las estrellas.]»
38 Sigmund Freud

130. A la familia
Roma, 22-9-1907.
Queridos todos:
En la Piazza Colorína, detrás de la cual me alojo, como
sabéis, se congregan todas las noches varios miles de
personas. El aire nocturno es realmente delicioso. Casi
nunca hace viento en Roma. Tras la columna hay un
quiosco en el que una banda militar toca todas las no­
ches, y sobre el tejado de una casa enclavada en el otro
extremo de la Piazza existe una pantalla en la que cierta
Societá italiana proyecta fotografías (fotoreclami) con la
linterna mágica. En realidad, casi todo son anuncios, mas
para mantener despierto el interés del público, los ponen
intercalados con paisajes, negros del Congo, ascensiones
de ventisqueros, etc. Mas como a pesar de todo no sería
esto suficiente, el aburrimiento es interrumpido de cuando
en cuando por breves funciones cinematográficas, las cua­
les llaman tanto la atención a los niños grandes (entre los
cuales se cuenta vuestro padre), que dan por bien em­
pleado el sufrimiento producido por los anuncios y las
monótonas fotografías. Son bastante tacaños con estas
peliculitas, por lo que es preciso ver la misma una y otra
vez. Siempre que me levanto para marcharme, observo
cierta conmoción entre los espectadores, lo que me hace
mirar de nuevo a la pantalla. Y resulta que ha empezado
una nueva película, por lo que suelo decidir quedarme.
Hasta las nueve o cosa así estoy boquiabierto y absorto.
A esa hora comienzo a sentirme muy solo entre tanta
gente y regreso a mi habitación para escribiros, después
de haber encargado que me suban una botella de agua
fresca. Los otros, que se pasean en parejas o en grupos
de undici, dodici (9), se quedan mirando las proyecciones
mientras dura la música y funciona la linterna mágica.
En una de las esquinas de la Piazza se enciende y se
apaga sin cesar otro de esos horribles luminosos, anun­
ciando algo que me parece denominan Fermentine. Cuan­
do estuve en Génova hace dos años con vuestra tía, lo
llamaban Tot; es una especie de medicina para el estó­
mago, completamente insoportable. Mas el anuncio no pa­
rece molestar a la gente, la cual, en la medida que sus
compañeros hacen posible tal actividad, se coloca en pos­
turas que les permita escuchar lo que se habla tras ellos
mientras contemplan lo que se proyecta enfrente. Es de­
cir, que no se pierde ni un ápice de lo que ocurre. Hay
montones de niños entre ellos, de esos niños acerca de
los cuales opinarían sin duda muchas mujeres que esta­
ban mejor en la cama. Los extranjeros y los nativos con­
fraternizan del modo más natural. Los clientes del restau­
rante que está situado detrás de la columna y de la con­
fitería que existe en uno de los extremos de la Piazza
tampoco lo pasan mal. Hay sillas de mimbre cerca del
(9) Canción de una opereta (Once, doce..,) popular en aquella
época.
Epistolario 39
quiosco de la música, y los indígenas disfrutañ sentándose
en la balaustrada de piedra que circunda el monumento.
No estoy seguro en este instante de si me he comido en
mi descripción una fuente de la Piazza, pues es ésta tan
grande que resulta difícil recordar todos sus detalles. La
atraviesa el Corso Umberto (del cual es en realidad una
prolongación), con sus carruajes y un tranvía eléctrico
que jamás atropella a nadie, pues los romanos nunca se
apartan de delante de los vehículos y los conductores
parecen desentenderse de su derecho a aplastar gente.
Cuando termina una pieza, todo el mundo aplaude con
entusiasmo, incluso quienes no han escuchado. De cuando
en cuando, de la multitud sosegada y bastante distinguida
surgen aullidos infrahumanos, proferidos por los mucha­
chos que venden periódicos, quienes, tan jadeantes como
el Heraldo de Maratón, recorren la Piazza con las edicio­
nes vespertinas convencidos, erróneamente, de que con las
noticias que propalan van a aliviar una febril impaciencia.
Cuando pueden ofrecer algún accidente con muertos y he­
ridos, se sienten dueños de la situación. Conozco ese tipo
de Prensa y compro todos los días un par de periódicos
por cinco centesimi cada uno. No cabe duda de que son
baratos, mas debo afirmar que jamás se encuentra nada
en ellos que pudiera interesar a un extranjero inteligente.
De cuando en cuando se producen curiosas conmociones
entre los vendedores y, todos juntos, se precipitan hacia
este o aquel extremo de la plaza, pero nunca hay que te­
mer que esto se deba a alguna catástrofe, y pronto regre­
san de nuevo al punto de partida. Las mujeres que uno
ve entre la gente son muy guapas (con excepción de las
extranjeras). Las romanas, y no deja esto de ser cosa
rara, resultan atractivas, aunque sean feas, y no hay mu­
chas feas.
Desde mi habitación puedo oír con toda claridad la
música, aunque no, naturalmente, presenciar la proyec­
ción. En este momento se oyen aplausos.
Saludos cariñosos. Vuestro,
Papá.

131. A la familia
Roma, 23-9-1907.
Queridos hijos:
Desde que os describí la Piazza Colonna he tenido tiem­
po de mirarla más despacio —en realidad debiera haberlo
hecho antes— y he de corregir unas cuantas afirmaciones.
Existe, sí, una fuente, y la gente se sienta en el borde,
pero no pasan tranvías; sólo ómnibus de caballos. Lo
cual demuestra la dificultad de hacer descripciones correc­
tas. Hoy fue el primer día que no actuó la banda.
Saludos cariñosos,
Papá.
40 Sigmund Freud

132. A la familia
Roma, 24-9-1907.
Queridos todos:
Si me hubiera quedado hasta el final me habría dado
allí la una dé la mañana. Mas debo explicaros todo con
detalle, pues si no, no me entenderéis.
Como mis tardes son tan aburridas, decidí hace tiempo
ir un día al teatro, pero quise esperar hasta que pusieran
algo conocido. Esta noche iban a reponer Carmen en el
«Teatro Quirino». Empezaba a las nueve, hora en que
generalmente me retiro a mi habitación. Ahora ya com­
prenderéis el comienzo de mi carta. Aunque llegué sólo
diez minutos antes de alzar el telón, la contraseña que
me dieron en el guardarropa tenía el número uno. Por
dos liras con sesenta saqué una localidad en segunda fila
de butacas, pasillo centro, es decir, en un sitio magnífico.
El teatro fue llenándose gradualmente, pero sin llegar a
estar repleto. En este teatro el pasillo de butacas desem­
boca en la platea y sobre ésta hay tres filas de palcos.
El centro de la tercera queda abierto y hay en él una
galería. Ni el teatro ni los espectadores me parecieron
elegantes. O bien los romanos distinguidos están aún fuera
de la ciudad, o no frecuentan este local, aunque supongo
que los demás tampoco son demasiado elegantes. El telón
tenía pintados toda clase de anuncios: máquinas de coser,
ropa interior, muebles a plazos y un recuadro en que un
tal doctor Stern, de Roma, ofrecía sus servicios a los
tartamudos, garantizándoles brillantes resultados. El foso
de la orquesta, situado al mismo nivel de las butacas y
sin partición, estaba casi desierto cuando llegué. Sólo un
anciano caballero meticuloso probaba su violín, que, evi­
dentemente, no había tenido tiempo de afinar y limpiar
en casa. Poco a poco fueron llegando los demás músicos.
Los más jóvenes se remangaban los pantalones antes de
sentarse para que no les salieran rodilleras y luego saca­
ban de sus estuches los instrumentos, extrayéndoles, tras
una limpieza somera, los más horripilantes sonidos. Por
un momento me asaltó la sospecha de que habían com­
prado pitos en la calle y los tocaban con el pretexto de
dar ambiente a la cosa. Al final, el número de los músi­
cos, con cantidades de pelo fluctúan te, ascendía a unos
treinta. Había una muchacha, muy joven y morena, aun­
que no bonita, que se sentaba junto a una enorme arpa
dorada, la cual parecía recién sacada de un libro de ilus­
traciones. Su hermana (a juzgar por el parecido) era la
única ocupante de la fila de butacas que yo tenía delante,
y me hizo la impresión de que la artista estaba en térmi­
nos muy amistosos con todos los miembros más jóvenes
de la orquesta. Sólo uno de los músicos parecía un báva-
ro, bastante borracho y extraviado en Italia, pues todos
los demás poseían típicas cabezas romanas. Los músicos
tenían sobre el atril una especie de vaso de aluminio cu-
Epistolario 41
bierto con un trozo de fieltro verde, y cuando yo esperaba
que se encendiera alguna luz eléctrica detrás de este chis­
me tan extraño, apareció un hombre cargado de partitu­
ras en las que estaba escrito Carmen, y las distribuyó en­
tre los músicos, sin favoritismos ni complejos. Por último
apareció el director, alto y elegante, aunque no lo bastan­
te esbelto, y con cara de maître experto. Se subió al estra­
do, con la espalda vuelta al auditorio, y estuvo así duran­
te un rato, sin mover un solo músculo, haciéndose eviden­
te que necesitaba esos momentos de descanso. Aquello
fue la calma que precede a la tempestad, la cual se
desencadenó de improviso. Todas las luces se encendieron
por fin y todos los aparentes haraganes de la orquesta
comenzaron a tocar como locos. Incluso la muchacha se
concentró en su arpa y sólo reía en los intervalos que le
dejaba su actuación. Los actores que tenían que ver con
las manufacturas di tabagos estaban muy en su papel. No
necesito deciros que los soldados y los golfillos callejeros
(algunos de los cuales me parecía haber visto por Roma)
tenían menos dificultades para hacer el papel de españoles
que los nuestros. Mi primera sorpresa se produjo cuando
apareció en el escenario una dama, a la que tomé por
Carmen, hasta que recordé que debía tratarse de la buena
Micaela. Era alta y delgada y tenía unos dientes equinos
que exhibía a cada momento, así como una peluca de
color zanahoria. Su aspecto recordaba, en una palabra, al
de esas señoras que los ingleses mandan al extranjero
para asustar a la gente, y me pareció una cara tan cono­
cida que me estuve rompiendo la cabeza hasta que me
percaté de su extraordinario parecido con la pobre Tina
Urbitsek. Poco después tuve mi segunda sorpresa, más
duradera, pues cuando la campana hubo dejado de sonar
aparecieron las ardientemente esperadas muchachas de la
fábrica de tabacos, cada una de ellas con un cigarrillo
en la boca, pero tan asombrosamente feas como si las
hubieran sacado de un asilo, un manicomio o una agencia
del servicio doméstico. Lo único que tenían de humano es
el hecho de fumar, actividad que compartían con los es­
pectadores. Cuando llegué, el violinista meticuloso estaba
fumando un «Virginia» y el público echaba humo sin
tasa. En los intervalos, hasta yo —que siempre he visto
obstaculizadas tales actividades por unas normas de ur­
banidad de las que es difícil hacer caso omiso— les imité.
Al fin apareció Carmen, también vieja conocida para mí
y para vosotros si hubierais estado allí. Era Kati Reich,
con su cara redonda, su pequeña nariz chata y sus pro­
porciones colosales. O quizá, lo cual iba mejor a la edad
de la artista, se tratara de su madre, la vieja Frau Gross,
a la que mamá recordará bien. El parecido era tan grande
que me puse a buscar con la mirada a Heinz, mas éste
no apareció. En realidad, la madre de Frau Reich fue
cantante de ópera. Es extraño que la gente muy gorda
sea chata por lo general, de lo que se deduce que un apén­
dice nasal largo puede ahorrarle a uno molestias conside­
rables. Carmen poseía una voz muy potente y actuaba con
vivacidad que en ciertos momentos resultaba excesiva. La
42 Sigmund Freud
colosal dama no parecía ser el sujeto más adecuado para
inspirar ternura, y luego, cuando empezó a bailar para re­
tener a José, tampoco puede decirse que resultara exacta­
mente grácil. «Si los elefantes pudieran volar, ¡qué regalo
para la vista!» (10). Resultaba imposible creer en su perfi­
dia, y su expresión no pasaba, si acaso, de maliciosa. En
Viena suelen emplear los atuendos para recalcar el con­
traste que existe entre la malvada Carmen y la virtuosa
Micaela, y visten a la primera de rojo y a la segunda
de azul. Aquí echan mano del tamaño y no del color para
expresar dicho contraste. No cabe duda de que la malva­
da era mucho más voluminosa que la angelical. Don José,
demasiado viejo y muy gordo también. No he tenido ja­
más oportunidad de ver a un José esbelto, aunque el papel
parece exigirlo. Tenía un aire bastante deprimido y se lo
tomaba todo muy en serio, pero cantaba bien, aunque era
también excesivo en el gesto. Al principio hizo tan poco
caso de Carmen como si ésta fuera una mosca zumbando
alrededor de su periódico, aunque ella casi le tiró de los
pelos. En el tercer acto se puso furioso. Escamillo tenía
buen aspecto, aunque, desgraciadamente, dio en farfullar,
por lo que sólo se reconocía lo que cantaba cuando lo re­
petía el coro. Ya podéis imaginaros que la orquesta se
puso fuera de sí al llegar a la Marcha del Toreador. El
director lanzaba la batuta en todas direcciones y yo esta­
ba medio aturdido. Las melodías más importantes les sa­
lieron muy bien, pero todo resultaba un poco excesivo y
demasiado ruidoso, y me hizo la impresión de que habían
añadido algunas ocurrencias chistosas. El oficial y el con­
trabandista principal estuvieron acertados en sus papeles,
y la alegría que les proporcionaban sus atavíos resultaba
contagiosa. Se les veía con gusto.
En los prolongados descansos, el público abandona la
sala, pasea por los pasillos y fuma. Si uno se ha olvida­
do los cigarros en casa puede adquirirlos en el teatro. Me
gusta tanto la música que acompaña a la partida de nai­
pes que me quedé al tercer acto, dándome cuenta de que
Carmen cogía la banda de Micaela desde detrás y se reía
de ella, juntamente con los demás, haciendo befa de su
vestido. Estas cosas no hubieran sido toleradas en Viena.
Cuando acabó este acto me marché. Era ya medianoche,
pues cada acto con su intermedio duraba una hora. Des­
pués de todo, me imaginaba el final: don José se había
puesto ya muy furioso antes de marcharme yo y arroja­
do a Carmen al suelo por dos veces. ¡Qué delicia respirar
el aire nocturno después de todo esto! Con la seguridad
de un nativo, volví a casa por el camino más corto.
|Qu¿ pena no poder residir aquí siempre! Estas breves
Visitas fe dejan a uno un anhelo insatisfecho y una sen­
sación de insuficiencia.
Mis saludos más afectuosos. Os veré poco después que
haya llegado esta larga carta.
Papá.

(10) Frase debida probablemente a Wilhelm Busch.


Epistolario 43

133. A Martha Freud


Roma, 24-9-1907.
Muy complacido con tu postal. Ya me imagino que la
comodita te cogió de sorpresa. Es mi regalo de este via­
je. Debía haber llegado también un pequeño espejo con
marco. Estoy cansado de viajar y pienso salir de aquí el
jueves por la tarde y llegar el sábado por la mañana, de­
pendiendo de unas cuantas pequeñas compras que aún
no he decidido del todo. Imagínate mi alegría cuando,
después de haber estado tanto tiempo sólo, pude contem­
plar hoy en el Vaticano un rostro querido y familiar. La
alegría fue unilateral, sin embargo, pues a quien vi fue a la
Gradiva (11) allá arriba en un muro. El tiempo está cada
vez más maravilloso, y también la ciudad. Ayer mandé
la ropa a lavar. Saludos muy afectuosos. Tuyo,
Sigmund.
Empezaré a trabajar de nuevo el lunes día 30.

134. A Karl Abraham j


^ ^ V ie ß a , IX, Berggasse, 19, 8-10-1907.
Querido colega:
Mi primera reacción ante su carta fue de tristeza, que
pronto superé. Para un hombre joven como usted nunca
es malo el verse lanzado al mundo, au grand air, aunque
sea coercitivamente. Y la dificultad adicional que supone
el hecho de ser judío, que tantos quebraderos de cabeza
nos da a todos, estimulará su productividad. No necesito
decirle que toda mi simpatía y mis mejores deseos le
acompañan en la nueva senda (12) elegida, y si es posible
intentaré que mi ayuda no se limite a esto. Si estuviera
aún en buenos términos con el doctor W. Fliess, de Berlín,
se abriría ante usted un camino de rosas, mas desgracia­
damente esta senda está completamente cortada. Cuando,
durante todo el año pasado, me consultaban pacientes de
Alemania, tenía que expresar constantemente la pena que
me producía no tener allí un representante a quien pu­
diera recomendarlos. Si tales casos vuelven a mí este año,
ya sabré a quien enviarlos. Si aumentara mi reputación en
Alemania, no cabe duda de que usted podría beneficiarse
con ello, y si le describo como discípulo mío —no me pa­
rece que sea usted de quienes se avergonzarían de una
cosa así— estaré en disposición de actuar positivamente
en su favor. Por otra parte, usted mismo sabe cuánto añ­
il 1) Relieve antiguo en el Museo del Vaticano. (Véase carta del
26-5-1907.)
(12) El doctor Abraham tenía la intención de comenzar a trabajar
como psicoanalista en Berlín.
44 Sigmund Freud
tagonismo encuentro aún en Alemania. Confío en que no
intentará granjearse la amistad de sus nuevos colegas,
que son como los de todas partes, aunque algo más bru­
tos, y en que, por el contrario, tratará usted de atraerse
directamente al público. Cuando la batalla contra la hipno­
sis estaba en su apogeo en Berlín, un odioso hipnotizador
llamado Grossmann consiguió hacerse en poco tiempo
con una gran clientela. Es lícito imaginar, por tanto, que
con la ayuda del psiconanálisis podrá usted obtener éxitos
aún mayores.
En su carta me da usted a entender que desea enseñar­
me algo. Ya sabe que me tiene a su disposición para cuan­
to se le ocurra. ¿No es factible ir de Zurich a Berlín pa­
sando por Viena?
Trataré de contestar a su última carta tan pronto como
esté usted lo suficientemente sosegado para hablar otra
vez de cuestiones científicas.
Con mis buenos deseos más cordiales, sinceramente
suyo,
Dr. Freud.

135. A Hugo
Sin fecha (1907).
Me pide usted que le cite «diez buenos libros» (14), ne­
gándose a añadir una sola palabra de explicación, por lo
que me deja no sólo la elección de las obras, sino tam­
bién la interpretación de su deseo. Como estoy acostum­
brado a prestar atención a los detalles pequeños, habré
de buscar la pista en las palabras que envuelven su miste­
riosa demanda. No dice usted «las diez mejores obras»
(de la literatura mundial), pues si así fuera me sentiría
obligado, como la mayoría de la gente, a mencionar a
Homero, las tragedias de Sófocles, el Fausto, de Goethe;
Hamlet y Macbeth, de Shakespeare, etc. Tampoco escribe
«los diez libros más importantes», en cuyo caso tendría
que citar algunas realizaciones científicas tan destacadas
como las de Copémico, la del viejo médico Johann Weier
sobre la hechicería, el Origen del hombre, de Darwin, etc.
Ni siquiera me pide usted mis «obras favoritas», entre
las cuales no habría olvidado el Paraíso perdido, de Mil-
ton, y el Lázaro, de Heine. Por todo ello presumo que en
la palabra «buenos» recae un énfasis especial, y que se
refiere usted a la clase de libros con la que uno se en­
cuentra en términos similares a los que se establecen con
los «buenos amigos», libros a los que debe uno en parte
su conocimiento de la vida y la filosofía, libros con los
que se ha disfrutado y que gustaría recomendar a otros,
pero en relación a los cuales el elemento de tímida reve­
rencia, la convicción de la propia pequeñez frente a su
(13) Director del Neue Blätter für Litteratur und Kunst, Viena.
(14) Se había formulado esta petición a determinado número de
personas.
Epistolario 45
grandeza, no representa una faceta predominante. Por tan­
to, le citaré diez libros «buenos» de este tipo que se me
han venido a la cabeza sin rompérmela demasiado:
M u l t a t u l i : Cartas y obras.
K i p l i n g : El libro de la selva.
A n a t o l e F r a n c e : Sobre la piedra blanca.
Z o l a : Fecundidad.
M e r e s c h k o w s k y : Leonardo de Vincu
G . K e l l e r : La gente de Seldwyla.
C. F. M e y e r : L os últimos días de Hutteru
M a c a u l a y : Ensayos.
G o m p e r z : Grandes pensadores.
M a r k T w a i n : Bosquejos.

No sé qué destino piensa dar a esta lista. A mí mismo


se me antoja extraña después de haberla escrito, y no
debo permitir que salga de mis manos sin dedicarle algún
comentario. Ni siquiera trataré de explicar por qué he
elegido precisamente estos y no otros libros igualmente
«buenos», limitándome a arrojar alguna luz sobre la re­
lación entre el autor y su trabajo, que no siempre es tan
íntima como la de Kipling con su Libro de la selva.
Frecuentemente, podría haberle sugerido también alguna
otra obra de los autores citados, como, por ejemplo, el
Doctor Pascal, de Zola. Quien nos ha legado un buen
libro, con frecuencia dejó también otros igualmente bue­
nos. En el caso de Multatuli fui incapaz de dar preferen­
cia a las Cartas de amor sobre las Cartas privadas, o vice­
versa, y por esta razón he escrito Cartas y obras. He ex­
cluido de esta enumeración los libros de poesía que po­
seen un valor puramente estético, porque probablemente
la petición de una lista de libros «buenos» no apuntaba a
esta categoría. En el caso del Hutten, de C. F. Meyer, por
ejemplo, sitúo su «bondad» mucho más alto que su belle­
za, y sus cualidades «edificantes», por encima de sus ma­
tices estéticos. Con su petición de que cite «diez libros
buenos» ha tocado usted un punto sobre el que podrían
decirse inevitablemente muchas cosas. De modo que, para
no dejarme arrastrar por una elocuencia excesiva, pongo
punto final a esta carta.
Suyo sinceramente,
Dr. Freud.

1908
136. A C. G. Jung
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-2-1908.
Querido amigo:
No se alarme. Después de ésta, le prometo un largo
silencio. Considere estas líneas únicamente como una pos­
data a mi sugerencia de ayer de que ofreciera a Bleuler
46 Sigmund Freud
la presidencia (1) en Salzburgo. Me hará usted un gran
favor si le transmite este deseo mío como cosa suya. Me
parece muy apropiado para el papel, y es más digno que
sea él y no yo quien ocupe la presidencia. Resultaría
extraño que el caballero declarado fuera de la ley, es
decir, yo, presidiera un parlamento privado convocado en
defensa de mis derechos contra el rey y la patria. Por
otra parte, me honraría mucho e impresionaría en el ex­
tranjero que él (Bleuler), como el más anciano e impor­
tante de mis seguidores, asumiera en mi nombre la direc­
ción del movimiento. Mis colegas vieneses también se
comportarían mejor bajo su presidencia y, en una pala­
bra, las cosas marcharían como una seda si aceptara. Es­
pero que estará usted de acuerdo conmigo y que em­
pleará usted al máximo su ascendiente sobre él.
He decidido no abordar hoy ningún otro tema, por lo
que le envío mis saludos más afectuosos y le agradezco
todo cuanto hace. Suyo,
Freud.

137. A Mathilde Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 19-3-1908.
Mi querida Mathilde:
Es la primera vez que has solictado mi ayuda y no creo
que sea difícil en esta ocasión complacerte, pues salta a
la vista que estás sacando de quicio tu problema y extra­
yendo conclusiones que, de acuerdo con mi información,
son desorbitadas. No me gustaría darte base, ni ahora tíi
nunca, para que te hicieras ilusiones, pues esta actitud
me parece dañina y sé que el recelo de que puedan ser
realmente sólo ilusiones es suficiente para desbaratar el
contento que deparan. Mas las ilusiones no son necesarias
en este caso. Meran (2) te devolverá tus energías físicas,
pues es el lugar más adecuado para ello. Naturalmente, no
puede curar el mal localizado, que tendrá que arreglarse
por sí mismo en estos días. Probablemente seguirá produ­
ciéndote dolores durante varios meses (tu último ataque
parece haber sido causado por un riñón flotante), pero es
inofensivo en sí mismo. Considero probable que se vaya
reduciendo con el tiempo y que al final te deje en paz.
Las mujeres contraen a menudo estas cosas a poco de na­
cer, y posteriormente se les van sin causarles molestias
ulteriores. Cuando llegue el momento de pensar en tu
matrimonio, te verás totalmente liberada de esto. Ya sabes
que he tenido siempre intención de conservarte junto a
nosotros hasta que tengas por lo menos veinticuatro años
y te encuentres lo suficientemente fuerte para resistir los
deberes del matrimonio y posiblemente para tener niños,
y hasta que la debilidad que te han dejado las tres graves
(1) Del Primer Congreso Psicoanalítico, celebrado en Salzburgo.
(2) Mathilde se había ido a Meran, en el Tirol Meridional, para
reponerse. Allí vivía con la familia del doctor Raab.
Epistolario 47
enfermedades de tu niñez sea sólo un recuerdo. En cir­
cunstancias sociales y materiales como las nuestras, las
muchachas, con toda la razón del mundo, no se casan en
su primera juventud, pues si así fuera, su vida de casadas
se acabaría prematuramente. Ya sabes que tu madre tenía
veinticinco años cuando nos casamos.
Me parece que quizás asocies tu enfermedad actual con
una antigua preocupación a la que, por una vez, quisiera
referirme. He adivinado desde hace mucho tiempo que,
no obstante tu sólido sentido común, te enfurruñas por­
que crees que no eres lo suficientemente bonita y que,
en consecuencia, quizá no logres atraer a un hombre. Yo
puedo contemplar todas estas lucubracions con una sonri­
sa, en primer lugar porque me pareces lo bastante atrac­
tiva, y en segundo porque sé que ya no es la belleza física
lo que decide la suerte de una muchacha, sino la impre­
sión que dejan las diversas facetas de su personalidad.
Tu espejo te informará de que no hay nada vulgar ni re­
pelente en tus facciones y tu memoria puede confirmarte
que has logrado siempre inspirar respeto y simpatía en
cualquier círculo de seres humanos. Con esta certidum­
bre, yo me he sentido perfectamente tranquilo acerca de
tu futuro en cuanto que éste depende de ti, y tú debieras
compartir mis pensamientos en este punto. El hecho de
que seas mi hija también contribuirá a ayudarte. Yo
sé que cuando tuve que elegir esposa fue decisivo para mí
encontrar un nombre respetado y un ambiente cálido en
su hogar, y puedes estar segura de que muchos compar­
tirán esta manera mía de pensar cuando era joven.
Los jóvenes más inteligentes saben sin duda lo que han
de buscar en una esposa: dulzura, alegría y el talento de
hacer su vida más fácil y bella. Lamentaría mucho que tu
melancolía te hiciera modificar el rumbo elegido, pero
esperemos que sea sólo una fase pasajera en una situación
que es resultado de muchas cosas juntas. Has heredado
tus características físicas de dos de tus tías, a las que te
pareces más que a tu madre. Y preferiría que salieras más
a tu tía Minna que a tu tía Rosa.
Has visto por vez primera, mi pobre niña, cómo la muer­
te (3) irrumpía en la familia, o te ha llegado la noticia, y
quizás has temblado al pensar que la vida es una realidad
muy frágil para todos nosotros. Esto lo sabemos bien los
viejos, y por ello encontramos en la existencia un valor
especial, negándonos a permitir que el inevitable fin obs­
taculice las actividades que nos procuran contento. Por
eso, tú, que eres aún tan joven, debes reconocer que no
tienes en realidad razones para sentirte abatida. Me com­
place mucho saber que el sol de Meran te está haciendo
tanto bien. Si hubieras regresado en el mismo estado que
te marchaste, se nos habría puesto la cara muy larga.
Es mejor que te quedes mientras los Raabs lo hagan y
no se cansen de tu presencia, y esperemos que sea hasta

(3) Había muerto poco antes el doctor Heinrich Graf, casado con
Rosa, hermana de Freud.
48 Sigmund Freud
bien entrado mayo. Saludos muy afectuosos, y espero te­
ner noticias tuyas pronto.
Tu amante padre.

138. A Martha Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 29-4-1908.
Mi amada vieja:
Me alegra mucho que hayas encontrado a mamá mejor
de lo que esperabas. Esto da a tu viaje un matiz comple­
tamente distinto.
El Congreso (4) fue un gran éxito, y creo que ha dejado
una buena impresión en todos aquellos que participaron
en él. Para mí ha supuesto mucho trabajo, pero sin ex­
cluir cierta expansión. Todo el asunto producirá proba­
blemente buenos resultados. Mientras cenábamos el lunes,
miré hacia atrás por casualidad, recorriendo la sala con
la vista, y vi una espalda que me pareció familiar, aunque
desde luego no esperaba encontrar allí a su propietario.
Me precipité para comprobar si las facciones le correspon­
dían y, efectivamente, era Emanuel (5), quien se vengaba
así de la sorpresa que le di en Wiesbaden. Nos encontra­
mos de nuevo a la mañana siguiente, cuando ya todo el
mundo se había marchado, y por la tarde me llevó a la
estación. En las horas intermedias nos pasamos el tiempo
charlando y bebiendo cerveza —sobre todo él—, subimos
a la Fortaleza (6), a Helbrunn (7), etc. Para tener setenta
y cinco años, muestra un vigor pasmoso, mas, por vez
primera, le he notado síntomas evidentes de avejenta-
miento. Su última gripe le dejó muy fastidiado. Iba de
paso para Berlín; le interesaron mucho las noticias que
le di de mamá y se quedó tan horrorizado con las no­
ticias que le di de Rosa como lo estamos todos noso­
tros (8).
Hoy acudieron tantos pacientes a mi consulta que me
fue imposible verlos a todos. Mañana vendrán a cenar un
inglés y un americano (9).
Saludos cariñosos. Tuyo,
Sigmund.

(4) Véase carta del 18-2-1908.


(5) El medio-hermano de Freud residente en Inglaterra.
(6) Hohensalzburg.
(7) Castillo y parque próximos a Salzburgo.
(8) Alusión a la excesiva pena que concibió Rosa al morir su es-
poso.
(9) Las primeras visitas de Ernest Jones (Londres) y A. A. Brill
(Nueva York).
Epistolario 49

139. A Stefan Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 3-5-1908.
Querido señor Zweig:
Estuve ausente de Viena durante los primeros días de la
semana pasada, y a mi regreso encontré tanto trabajo
atrasado que tuve que posponer las gracias por su amable
regalo (10). Ya había leído su Frühen Kränze («Coronas
tempranas») (11), y sé que es usted un buen poeta. Los
maravillosos versos que parecen salirme al encuentro cada
vez que abro el libro me prometen una hora de deleite que
trataré de robar lo antes posible a este implacable tra­
bajo. Adivino la relación, y observo que es usted caritati­
vo y mata al hombre que, según los antiguos poetas, re­
gresó de Troya sin un rasguño.
Acepte mis más expresivas gracias una vez más. Muy
sinceramente suyo,
Freud.

no. A Anna Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 7-7-1908.
Mi querida Anna:
Si no estuviera ya muy impaciente por llegar al Dietfeld-
hof (12), tu carta me habría hecho arder en deseos de ha­
cerlo en el acto. A mí también me gustó mucho cuando
estuve ahí por vez primera, en abril, y pude contemplar
cómo, entre las mimosas en flor, había aún vestigios de
nieve. Me parece espléndido lo de las fresas y setas (13), y
en seguida descubriremos itinerarios encantadores para
nuestros paseos. Quizá pudiéramos alquilar el estanque
Aschauer para nosotros solos, y así tendremos sitio de
sobra para bañarnos en familia.
Tu hermano Martin está muy orgulloso de haber apro­
bado su examen (14) tan brillantemente y pronto se os
presentará ahí con su nuevo saco de viaje y su sombrero
de terciopelo. Lampl (15) irá con él, pero pronto prose­
guirán camino para acometer la gran excursión con que
piensan conmemorar su independencia. En cuanto a no-
(10) Tersites, por Stcfan Zweig (Inselverlag, Leipzig, 1907).
(11) Poemas de Stejan Zweig (Inserverlag, Leipzig, 1906).
(12) La casa en Berchtesgaden, Alpes bávaros, donde la familia
pasó el verano de 1908.
(13) Ir en busca de fresas silvestres y setas era uno de los pasa­
tiempos predilectos de Freud durante sus bacaciones.
(14) Martin había aprobado el preuniversitario.
(15) Hans Lampl, compañero de colegio de Martin. Después llegó a
ser íntimo amigo de todos los hermanos y hermanas. (Véase lista de
destinatarios.)

4 — EPISTOLARIO O
50 Sigmund Freud
sotros, leeremos, escribiremos y erraremos por los bos­
ques. Si al Todopoderoso no le da por estropear el verano
haciendo que llueva todo el tiempo, las cosas marcharán
como una seda.
Mis saludos a todos tus hermanos y hermanas. Antes
que hayáis tenido tiempo de releer esta carta varias veces,
estaré entre vosotros. Llegaré el 16 de julio por la mañana.
Con el cariño de tu
Papá.

141. A Sandor Ferenczi


Dietfeldhof, Berchtesgaden, 4-8-1908.
Querido colega:
Acabo de reservarle habitación en el «Hotel Bellevue»,
no muy lejos de nosotros. Es imposible encontrar nada
más cerca, pues nuestra casa está muy aislada. Debo de­
cir que esperamos con impaciencia su llegada, aunque el
placer que anticipaba se verá frustrado en parte por un
cambio de planes. El l.° de setiembre tengo que marchar
a Inglaterra, donde me espera la familia de mi hermano,
y en consecuencia no podré ir en su compañía, como
anhelaba, a recorrer las ciudades holandesas durante la
semana anterior a dicha fecha.
Estoy inundado de cosas que tengo que escribir en­
cuentro todo más difícil y lento de lo que esperaba, y
espero que logrará usted extraerme ocasionalmente de
esta situación. Hasta ahora no he disfrutado mucho de
las vacaciones. Mis hijos se alegrarán mucho si tiene us­
ted aficiones montañeras y les acompaña en una excursión
que planean al Hochkónig. Nuestra casa estará siempre a
su disposición, pero deseo que se sienta usted indepen­
diente y espero que no se sorprenda si yo prosigo con mis
obligaciones normales.
Adiós por ahora. Suyo muy sinceramente,
Freud.

142. A la familia
Saló (16), 25-9-1908.
Queridos todos:
Las cosas buenas se acaban pronto. Debéis esta carta a
mi temeraria compra, hace unos días, de un sello azul
y a la lluvia de hoy. Yo seguiré pronto a la carta, pero
me satisface el aplazamiento porque, después de la su­
perabundancia de experiencias estivales, necesito unos
cuantos días de descanso sin la más leve actividad. Para
este fin, Saló y el hotel resultan lo más adecuado. El
último es muy cómodo, sin que le haga a uno sentirse
oprimido con un lujo excesivo. Ya conocéis el paisaje
(16) Lugar de veraneo a las orillas del lago Garda,
Epistolario 51
en la medida que puede conocerse algo por el mero he­
cho de pasar. Cuando lleva uno algún tiempo, todo se
hace infinitamente más bello. Anteayer fuimos a San Vi-
gilio de excursión en una motora (particular). Este lugar
es uno de los más maravillosos del lago Garda, lo que
equivale a afirmar que su belleza puede equipararse con
la de los más hermosos paisajes del mundo. Para pala­
dearlo, se precisa la soledad, y, desde luego, no resulta
apropiado para visitarlo en familia. Al pasar tuvimos
oportunidad de echar una buena ojeada a la isla, con la
habitual sensación de desvergonzada envidia hacia el prín­
cipe Borghese. Hoy, en cambio, nos limitamos a dar uno
de esos paseos que le hacen a uno sentirse luego lleno de
euforia sin ninguna razón especial. Llueve suavemente,
pero con regularidad. Minna descansa en su habitación
y yo tengo ganas de comerme una granada (10 centesim
de fumar y de hacer el nuevo solitario. En mi vejez pare­
ce habérseme desarrollado el talento para darme buena
vida, aunque sólo se trate de la calma que precede a la
tempestad.
Mañana domingo tenemos intención de iniciar el com­
plicado viaje de regreso a casa, saliendo en barca a las
once y veinte de la mañana y llegando a Bolzano a las
seis cuarenta y cinco de la tarde. Como el tiempo está
dudoso y no lo está el hecho de ser mañana domingo,
parece éste el modo más lógico de pasar el rato. Aún
me quedará medio día libre en Bolzano para hacer algunas
compras. El martes por la mañaña estaré en Viena, como
anunciaba en el telegrama, y comenzaremos a compartir,
nuevamente juntos, las preocupaciones y actividades de
este año. El ordenar un poco mis cosas y dar los últimos
toques a mis correcciones me ayudará a matar eficazmen­
te los postreros y miserables días de setiembre.
Con ganas de veros pronto, afectuosamente,
Papá.

1909
143. A Sandor Ferenczi
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-M909.
Querido colega:
Prepárese para reírse de mí. Hoy hojeé las primeras
catorce páginas de nuestro Jahrbuch (1) y me quedé en­
cantado. Jung ha realizado un trabajo espléndido, en justa
venganza por lo de Amsterdam (2). Es algo que me enor­
gullece.
Y entonces se me ocurrió una cosa horrible: que no
estaba usted representado en un volumen que quizá tarde
(1) Jahrbuch für Psychoanalytische und Psychopathologischa Por-
schungen («Anuario de investigación psicoanalítica y psicopatológica»).
(2) Véase carta del 26-5-1907.
52 Sigmund Freud
en aparecer nuevamente de esta forma tan óptima y dig­
na. Me di cuenta en seguida de que la culpa era mía,
pues por alguna errónea discreción, o Dios sabe por qué,
impedí que se publicara su excelente artículo sobre la
transferencia en el primer medio volumen. Me dije que
no le sería difícil escribir otro ensayo para el segundo,
entonces se me ocurrió que escribir algo de importancia
similar en el plazo del próximo año no constituía una
empresa plausible. Por todo esto, me siento obligado a
pedirle que considere como no formulada mi objeción
de entonces, y que estudie si le interesaría retirar el ar­
tículo de la revista de Brodman y ofrecérselo a Jahrbuch,
Me parece en estos momentos lo mejor que puede hacer.
En lo que respecta a Jung, debe usted dejarle libre de
toda culpa y atribuirme a mí la inconsistencia que hemos
mostrado. Con relación a Boi dman, no tiene por qué preo­
cuparse; póngale cualquier disculpa. Ríase de mí y acep­
te el consejo que le doy ahora.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

A Oscaf Pfister)
i/iena, IX, Berggasse, 19, 18-M909.
Muy señor mío:
No puedo contentarme con darle las gracias por el en­
vío de su ensayo Alucinación y suicidio de un estudian­
te (3), sino que debo decirle también lo complacido que
me siento porque nuestras investigaciones psiquiátricas
han suscitado el interés de un clérigo, que por su minis­
terio, tiene libre acceso a las almas de tantos individuos
jóvenes y cuerdos (4). A menudo reprochamos a nuestro
psicoanálisis medio en broma, pero en realidad con bas­
tante seriedad, el requerir un estado de normalidad para
su aplicación y encontrar una barrera en las anormalida­
des organizadas (/orgánicas?) de la vida mental, con el
resultado de que llega a la cúspide de las condiciones fa­
vorables para su desarrollo precisamente donde no hace
falta; es decir, entre las personas cuerdas. Y allí a mí me
parece que esta cúspide se da precisamente en su trabajo.
Nuestro mutuo amigo C. G. Jung me ha hablado a me­
nudo de usted. Me alegro de poder asociar su nombre,
en lo sucesivo, a una idea más definida, y espero que me
haga el honor de mostrarme sus futuros ensayos.
Agradecidamente suyo,
Freud.

(3) Ensayo de Pñster publicado en Schweixer Bl3ter für Schulgesun-


ihcitspjlege, 1909, («Murales suizo» de higiene escolar»).
(4) Vollwcrttg.
Epistolario &

145. A C.'. <G-T Jung J


Viena, IX, Berggasse, 19, 25-1-1909.
Querido amigo:
Yo sé bien que quien ha experimentado sus primeros
éxitos en el psicoanálisis conoce luego un período difícil
y amargo durante el cual maldice a esta ciencia y a su
fundador. Transcurrido algún tiempo, sin embargo, tal
sentimiento se va aplacando, y se llega a un modus vi-
vendí. Ésta es la realidad. C est la guerre. Quizá mi ensayo
sobre el sistema (5) (que trato con gran esfuerzo de cul­
minar) pueda remediar lo peor, pero desde luego no mu­
cho más. En cualquier caso, sólo se puede aprender a
base de superar dificultades, y no lamento en absoluto que
Bleuler le haya privado de su quehacer pedagógico. Está
usted predestinado a enseñar sea como fuere, y tarde o
temprano podrá usted saciarse con las tareas didácticas
que sin duda recaerán sobre usted, mientras que el entrar
en la práctica del psicoanálisis requiere siempre un esfuer­
zo. Resulta bueno no tener elección.
«El que obra mejor es quien no posee otra salida»,
como más o menos hace decir C. F. Meyer, a su personaje
del Ufenau. Para complacer a mi conciencia, me digo a
menudo: sobre todo, no trates de curar; limítate a apren­
der y a ganar algún dinero. Éstas son las finalidades cons­
cientes más útiles.
Mientras tanto, he recibido una inteligente carta de
Pfister que está llena de nuevas ideas. Yo y el Protestant
Monthly. ¡Imagínese! Pero no me importa. En algunos
aspectos, los analistas clericales trabajan en condiciones
más favorables y, además, no tienen que preocuparse por
el dinero. Los maestros debieran familiarizarse con nues­
tras ideas, aunque sólo fuera para fomentar la cordura de
sus discípulos. Por eso acojo la noticia de sus clases para
profesores con un entusiástico Prosit!
Me entero con una sonrisa del lapsus de mi pluma. Las
mejores intenciones quedan siempre desbaratadas frente a
estas pequeñas tretas demoníacas de Satanás, que hay
que aceptar como de quien vienen.
Con mis mejores recuerdos para usted y también para
la familia ya completa (6), suyo,
FreudL

(5) 'AUgemetnt Techni\ ie r PsychoonaJyse, que posteriormente aban­


donó.
(6) Alusión a un matrimonio con un hijo y una hija«
54 Sigmund Freud

146. A Oscar Pfister


Viena, IX, Berggasse, 19, 10-5-1909.
Querido pastor Pfister:
El Mattherhorn reposa ahora sobre la correspondencia
pendiente que cubre mi mesa. Acepto complacido esa pe­
queña porción de Suiza en el sentido simbólico que usted
sugiere, como homenaje del único país en que me siento
rico porque sé que los corazones y las mentes de los
hombres buenos se encuentran amablemente dispuestos
hacia mí. No intento siquiera jamás defenderme personal­
mente. Con toda deliberación me he puesto sólo como
ejemplo y nunca como modelo; menos aún me atrae la
posibilidad de convertirme en objeto de veneración.
No es difícil conferir al Matterhorn otro significado
menos exaltado. La escala de 1:50.000 es quizás, a grosso
modo, la proporción en que el Destino complace nuestros
anhelos y en que nosotros mismos llevamos a la práctica
nuestras buenas intenciones.
Incidentalmente, se me ha ocurrido a veces cuán difí­
cil es para nosotros calcular el valor de los números. En­
cuentro casi imposible creer que bastaría apilar cincuenta
mil pequeños cuadrados superpuestos para llegar a la
cima de una montaña gigante, pues a primera vista siem­
pre me inclino a pensar que sería preciso más de un
millón.
También me gustaría aludir a un tercer significado que
el Matterhorn tiene para mí. Me recuerda a cierto hombre
muy notable que vino a verme un día. Era un auténtico
siervo de Dios, cuya mera existencia me parecía altamen­
te improbable, pues se trataba de una de esas personas
que precisa procurar algún beneficio espiritual a todos
aquellos que se cruzan en su camino. En este sentido,
me ha hecho usted mucho bien. Después de sus exhorta­
ciones, me pregunté por qué no me siento realmente
feliz, y pronto hallé la respuesta. Renuncié honradamente
al inalcanzable deseo de hacerme rico, decidí, tras haber
perdido a un paciente, no remplazarlo, y desde entonces
me he sentido dichoso, dándome cuenta de que tenía us­
ted razón. Además, he tenido oportunidad de man­
tenerme fiel a mi decisión en tres ocasiones. De no ser
por su visita y su influencia, todo esto no me habría sido
posible, pues se hubiera visto obstaculizado por la nece­
sidad de censurar a mi padre, por mi propio complejo
paterno, como diría Jung.
Estudiaré con la atención que merecen sus observacio­
nes sobre la transferencia y la compensación. Creo que
está usted en lo cierto y que son condición indispensable
para un éxito duradero. Existe, sobre todo, cierto tipo
de mujer que se niega a admitir la compensación de las
ideas, y, o bien exige a la vida algún tipo de felicidad
tangible, o trata de aferrarse a la transferencia. Hay per-
Epistolario 55
sonas de las que dice el poeta que sólo responden a «la
lógica de la sopa y la pasta de empanadillas» (7).
Le ruego acepte mis más expresivas gracias. Siga us­
ted escribiendo con la misma valentía y manténgame in­
formado, con la mayor frecuencia posible, de sus esfuer­
zos y éxitos.
Con saludos muy atentos, suyo,
Freud.

1910
147. A Martha Freud
Palermo, 15-9-1910
Mi amada vieja:
Vengo de recoger mi correspondencia y he recibido no
sólo tu carta, sino la digna comunicación de Martin, y
me he enterado por lo que me dices de que te preparas
para dejar Berlín y estarás en casa mañana por la maña­
na, mientras nosotros (1) vamos de paso para Girgenti,
la última parada antes de Siracusa.
Palermo fue un regalo increíble, algo que, desde lue­
go, no podría disfrutarse del todo si no se compartiera
con alguien. Prometo solemnemente que por muy fatigo­
so que sea el año venidero, no olvidaré que ya he dis­
frutado mis vacaciones ni lo bien que lo pasé. Nunca
había visto tan policromos matices, ni contemplado ta­
les vistas, ni olido aromas tan fragantes ni experimenta­
do tal sensación, todo al mismo tiempo. Ahora este capí­
tulo se ha cerrado y tendrán que ser otros quienes dis­
fruten de él, mas quizá me esperen coséis aún mejores
en Siracusa.
Lamento mucho que no podáis estar todos conmigo,
mas para gozar de todo esto en un grupo de siete o
nueve personas, e incluso sólo de tres —en una palabra,
de undici-dodici-tredici—, no debería haber elegido la ca­
rrera de psiquíatra ni haberme convertido en presunto
fundador de una nueva escuela psicológica, sino haber­
me lanzado a fabricar cosas útiles, tales como papel hi­
giénico, cerillas o botones para botas. Ya es demasiado
tarde para cambiar de profesión, y tendré que continuar
—egocéntricamente, pero apenado en principio— disfru­
tando de todo esto yo solo.
Únicamente las compras me producen perplejidad. No
hay aquí absolutamente nada que no pueda encontrarse
en cualquier otra ciudad y que no le tiente a uno a lle­
várselo consigo a casa —pues los carros y las muías es­
tán naturalmente al margen de lo comprable y las flores
(7) Alusión a una cita de los Zeitgedichte («Poemas tópicos»), de
Heine. Número 24.
(I) Acompañaba a Freud, en este viaje, Ferenczi. (Véase caita
del 2-10-1907).
56 Sigmund Freud
se marchitarían—, por lo que debo pedirte que conside­
res canceladas todas las promesas que te hice en este
aspecto, y que aceptes dinero en metálico como sustituto
cuando regrese a Viena. Sólo Robert (2) recibirá el sul­
furo que deseaba, lo que viene a demostrar que su peti­
ción es práctica y geográficamente acertada.
Como es mucho más inteligente interesarse por las co­
sas familiares que por aquéllas que no lo son, debo in­
formarte que me podré poner en lo sucesivo el traje de
seda, pues he comprado una nueva carpeta. El cálido y
puro sol del que se disfruta aquí, al que suele acompa­
ñar una brisa muy agradable, no me ha importunado has­
ta ahora, por lo que no he tenido la menor necesidad
de ponérmelo. En esta ciudad se comprenden aquellos
versos que dicen:
How delightfuVtis to wander
By the breath of evening fann'd... (3),
o comoquiera que sigan.
Para no pintarte un panorama excesivamente rosado ni
despertar la envidia de los dioses, debo añadir que hoy
leimos por vez primera los rumores relativos al cólera
en Nápoles. Tenemos intención de comprobar si la noti­
cia es cierta, para variar consecuentemente nuestros pla­
nes. En Sicilia no se ha dado por ahora ni un solo caso,
por lo que estamos más tranquilos aún que si nos ha­
lláramos en Viena o Budapest, aunque en la primera, con
su mal tiempo acostumbrado, existen pocas razones para
temer nada grave. Sin embargo, un poco de precaución
cuando comáis fruta no vendría de más.
Para terminar, y como adiós a Palermo, os envío a to­
dos los reunidos en casa mis más cariñosos saludos.
Papá.

Viena, IX, Berggasse, 19, 2-10-1910.


Querido amigo:
Su carta viene a recordarme que soy la misma perso­
na que coleccionó papiros en Siracusa, tuvo una agarra­
da con el personal ferroviario de Nápoles y compró an­
tigüedades en Roma. Siento que me ha sido restituida
mi identidad. Es curioso lo fácilmente que sucumbe uno
a la tendencia de aislar las distintas partes de la propia
personalidad.
Me creerá si le digo que recuerdo su compañía duran­
te el viaje con calor y afecto, aunque a menudo me dio
usted pena por su evidente desencanto, y en ciertos as-
(2) Robert Hollitscher (1875-1959), casado con Mathilde.
(3) Primeras líneas de la carta-dueto de Las bodas de Fígaro, de
Mozart («¡Cuán delicioso es vagabundear — acariciado por la brisa noc­
turnal»).
Epistolario 57
pectos hubiera preferido que fuese usted distinto. Le de­
cepcionó evidentemente el no nadar en mi compañía so­
bre las aguas de un constante estímulo intelectual, como
sin duda esperaba. Yo odio más que nada en este mundo
la adopción de actitudes artificiales y, por espíritu de con­
tradicción suelo caer a menudo con exceso en el extremo
contrario, por lo cual, durante el tiempo que estuvimos
juntos, me comporté como lo hubiera hecho cualquier
otro caballero entrado en años, mientras usted se dedi­
caba, lleno de asombro, a medir la distancia existente
entre mi genuino yo y el ideal que había forjado en su
fantasía. Yo, por mi parte, deseé in mente en diversas
ocasiones que abandonara usted el papel infantil que se
había asignado y me tratara como a un compañero y un
igual, sin que me complaciera en ningún momento. Por
otra parte, me hubiera gustado, en el terreno práctico,
compartir con usted la parte que lógicamente le corres­
pondía en la responsabilidad del viaje, la orientación en
el tiempo y el espacio, etcétera, sin conseguir sacarle de
sus inhibiciones y ensoñaciones, lo que viene a demostrar
los fallos de mis esfuerzos pedagógicos.
La paciente más bella e interesante de mi primera con­
sulta me ha prometido que acudirá a usted para seguir
un tratamiento completo. No necesito recomendarle a
Frau doctor T***.
Afectuosos saludos en este día para usted y Frau Gi-
sella (4). Pronto su idilio será sólo un recuerdo. Fielmen­
te suyo,
Freud.

1911

Viena, IX, Berggasse, 19, 1-10-1911.


Querida doctora:
Muchas gracias por su carta. Me interesó considerable­
mente la actitud adoptada por una mente experta en fi­
losofía hacia mis «salvajes» descubrimientos, y me sentí
muy agradablemente sorprendido al ver que —a pesar de
no estar familiarizada con los cimientos empíricos de nues­
tras teorías— hay tantas cosas que le han parecido útiles
e importantes.
No estoy capacitado para comprender plenamente al­
gunas de sus objeciones por mi desconocimiento de cier­
tos términos filosóficos. Creo entender perfectamente, sin
embargo, uno de los puntos que aborda, y a éste deseo
referirme en mi carta.
Sugiere usted que yo atribuyo una importancia excesi­
va a las influencias accidentales en la formación del ca­
rácter y en contraste, subraya la importancia de los fac-
(4) Futura esposa de Ferenczi.
Epistolario 59
siendo inexplicable después de estudiar lo accidental, pue­
de atribuirse, en último término, a la constitución.
La exposición en Tres ensayos sobre la teoría de la se­
xualidad (2) y en el ensayo sobre Leonardo (3) (que in­
tenta ilustrar un ejemplo particularmente craso del im­
pacto de las constelaciones familiares accidentales) se
basa completamente en este punto de vista.
Me complacería saber que en lo sucesivo sigue intere­
sándole el psicoanálisis.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

1912
150. A Karl Abraham
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-1-1912.
Querido amigo:
Tras haber pasado las vacaciones escribiendo dos ar­
tículos y medio (que no me gustan) y soportando toda
clase de descontentos personales, me pongo, por fin, a
pergeñar estas líneas para desearle a usted, a su esposa
y a sus hijos toda la prosperidad en el nuevo año que
ustedes merecen y que yo les deseo. Los intereses comu­
nes y la simpatía personal nos ha ligado tan íntimamente,
que no tenemos por qué dudar de la sinceridad de nues­
tros buenos deseos mutuos.
Me doy cuenta claramente de que su postura en Berlín
dista de ser cómoda y admiro su espíritu sereno y su
optimismo tenaz. La crónica de nuestra empresa podrá
no reflejar siempre circunstancias felices; pero tal suce­
de, probablemente, en la mayoría de las crónicas, y estoy
seguro de que, a pesar de todo, constituirá un capítulo
importante de la Historia.
En lo que a mí personalmente respecta, no me hago
demasiadas ilusiones. Estamos atravesando una época más
bien sombría, y sólo la generación siguiente se beneficia­
rá con el reconocimiento de nuestros esfuerzos. Sin em­
bargo, nos cabe el placer incomparable de haber sido
los precursores. Mi trabajo sobre la psicología de la re­
ligión (1) avanza muy lentamente, y casi preferiría dejar­
lo. Me han pedido que escriba una especie de introduc­
ción, para la nueva revista 1mago (2), sobre la psicología
(2) Drei Abhandlungen zur Sexualtheoric, Viena, 1905 («Tres en­
sayos sobre la teoría de la sexualidad»); Londres, 1949, Ed. Stan­
dard, 7, 125.
(3) Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinct, Viena, 1910
(«Leonardo de Vinci y un recuerdo de su niñez»). Ed. Standard, 11.
(1) Tótem und Tabú, Viena, 1913 («Tótem y tabú»). Londres, 1950;
Nueva York 1952. Ed. Standard 13 1
(2) Zeitschrift für die Anwendung der Psychoanalyse auf die Geis-
teswissensekaftén («Revista para la Aplicación del Psicoanálisis», fundada
en 1912).
60 Sigmund Freud
de las tribus salvajes. El ensayo de Reik (3) es excesiva­
mente largo para que pueda ser admitido en la colección.
Hoy mismo he sabido por el autor (miembro de nuestra
sociedad) que va a aparecer en forma de libro.
Adiós, y no deje de escribir con frecuencia a su fiel
amigo
Freud.

151. A Ludwig B
Viena, IX, Berggasse, 19, 144-1912.
Querido doctor Binswanger:
Un viejo como yo, que no debiera protestar (y que ha
decidido no hacerlo) si su vida se extingue dentro de
unos años, se siente especialmente ofendido cuando uno
de sus amigos más jóvenes y brillantes (de los que me­
recen seguir viviendo durante mucho tiempo) le informa
de que su vida está en peligro. Al enfocar los hechos con
más sosiego, sin embargo, me fui tranquilizando gradual­
mente y recordé que, no obstante sus sospechas, todas
las posibilidades se inclinan a su favor y que lo sucedi­
do no pasa de ser un mero recordatorio, a través de las
i circunstancias, de que nuestras existencias son precarias,
hecho que olvidamos con frecuencia.
Pero usted no lo olvidará después de esto, y la vida,
como dice en su carta, tendrá para usted un encanto
especial e incrementado. Esperemos, por otra parte, que
las cosas marchen lo mejor posible y que exista algo en
nuestra ciencia actual que nos permita cortar el mal efi­
cazmente, sin engaños ni hipocresías- Naturalmente, guar­
daré el secreto, como me pide, orgulloso del privilegio
que me concede, y no hace falta que le diga que me
gustaría verle lo antes posible y siempre que no le venga
demasiado mal. ¿Quizá para las fiestas de Pentecostés?
Confío en que me comunicará usted si estas fechas le
parecen apropiadas.
Me complace saber que el plan que había trazado para
su trabajo le preocupa más que nunca, y a continuación
trataré de responder a sus preguntas.
Me han preocupado muy poco los grandes individuos
que usted menciona, y tampoco me he interesado en gran
medida por la especie a que pertenecen. Siempre me ha
parecido que la ausencia de toda compasión y la arro­
gante confianza en sí mismo constituyen las condiciones
indispensables sobre las que, cuando el personaje triun­
fa, basamos nuestra idea de la grandeza. También creo
que debiera trazarse la distinción entre la grandeza de las
cosas logradas y la de la personalidad.
El doctor P***t de Bolzano, es hombre excelente y muy
amigo mío. La mujer que usted menciona es su hijastra,
(S) Theodor Reik, doctor en Filosofía, psicoanalista en Nueva York.
(Véase carta del 8-3-1925.)
Epistolario 61
y no puedo decir lo mismo de ella. Las conozco, tanto
a ella como a su madre, y en todo momento me ha pa­
recido que ambas, a pesar de su corrección y su encan­
to, carecen de sentido moral, encontrándose en un estado
permanente de intoxicación erótica. No obstante, es posi­
ble que la triste experiencia de su matrimonio haya au­
mentado la seriedad de la joven, y me complacería sobre
manera enterarme de que, bajo su orientación, se ha con­
vertido en personal útü a la sociedad.
Ya ha aparecido lmago. Espero que mi segundo en­
sayo (sobre los «tabúes») (4), en el tercer número, será
más interesante que el primero.
Le envío a usted a su enfermera mis más cálidos
deseos para una pronta convalecencia, esperando que man­
tenga su excelente, viril y valeroso espíritu. Su fiel
Freud,

152. A Max Halberstadt


Viena, IX, Bergasse, 19, 7-7-1912.
Muy señor mío:
Mi pequeña Sophie (5), a la que habíamos enviado a
pasar unos días a Hamburgo, volvió, hace dos, alegre, ra­
diante y decidida y nos dio la sorprendente noticia de
que se había hecho novia suya. Nos damos perfectamente
cuenta de que este hecho consumado nos hace, por así
decirlo, superfluos, y que lo único que nos queda es la
formalidad de darles nuestra bendición. Como siempre
hemos deseado que nuestras hijas se sintieran en liber­
tad para seguir los dictados de sus corazones al elegir
marido, privilegio del que ya ha hecho uso nuestra hija
mayor, tenemos buenas razones para estar satisfechos con
este acontecimiento.
Sin embargo, somos, después de todo, padres y sopor­
tamos el peso de las alucinaciones que acompañan gene­
ralmente a esta condición, por lo que sucumbimos al im­
pulso de demostrar que no somos un cero a la izquier­
da, y, consecuentemente, nos gustaría conocer al dinámi­
co joven cuya determinación ha sacado de sus casillas a
nuestra hija antes de pronunciar nuestro solemne nihil
obstat.
Nuestros planes se ven favorecidos por el hecho de que
no nos es usted completamente desconocido.
Es cierto que yo saqué de mi visita a su estudio tan
sólo una fugaz, aunque muy agradable, impresión; pero
las dos madres —mi esposa y mi cuñada— le conceden
a usted, a su madre y a su familia y, según ellas, le han
considerado siempre miembro del íntimo círculo de nues­
tros parientes y amistades. Por tanto, también desde este
(4) Véase nota 1 a la carta del 2-1-1912.
(5) Sophie, segunda hija de Freud (1893-1920), a la que se dio tal
nombre por llamarse así la mujer de Paneth, se había hecho novia de
Max Halberstadt, fotógrafo de Hamburgo.
62 Sigmund Freud
ángulo están todos los corazones predispuestos a su fa­
vor. Estoy seguro de que nuestra hija, apenas salida de
su adolescencia, hallará un hogar seguro al lado de un
marido serio, amante, de ideas claras e inteligente.
Si, como espero, es así, nuestro deber de padres es
acoger con entusiasmo su elección. Siento grandes deseos
de conocerle más íntimamente lo antes posible, y tan sólo
unas cuantas consideraciones de tipo práctico me obligan
a atemperar mi impaciencia. Sophie, que se identifica ya
completamente con sus intereses (lo cual no deja de ser
curioso), me dice que sólo con grandes dificultades po­
dría usted encontrar unos cuantos días libres en el futuro
inmediato. Nosotros vamos también a levantar casa la se­
mana que viene. Mi mujer estará muy ocupada, y yo tra­
bajo más de nueve horas al día. Por tanto, me parece
muy poco práctico invitarle a Viena en tales circunstan­
cias. Después del 15, sin embargo, estaremos ambos en
Karlsbad, donde tenemos intención de permanecer duran­
te unas cuatro semanas, y nos gustaría mucho aprove­
char la oportunidad para tenerle con nosotros, aunque
los miembros más atractivos de la familia, es decir, los
jóvenes, no estarán presentes. Si acepta la sugerencia,
no sólo habremos de aplicarnos a la tarea de consolidar
nuestro conocimiento mutuo, sino también cambiar im­
presiones sobre las bases financieras de su ceremonia ma­
trimonial y ciertas cuestiones técnicas, tales como la épo­
ca y el lugar. Deseamos que, después de esta visita, nos
sea posible llamarle por su nombre de pila.
Mientras tanto, mis saludos cordiales y mis mejores
deseos. Suyo,
FreucL

153. A Sophie Freud


Karlsbad, 20-7-1912.
Mi querida Sophie:
Cualquier otro padre en mi situación sería incapaz de
comprender cómo un telegrama cuyo texto dice: «Mamá,
papá Max te felicitan», puede ser interpretado en otro
sentido que: te felicitamos por tu noviazgo, te saludamos
como a una novia..., y tampoco podría comprender cómo
tal redacción causa tu disgusto. Yo interpreto, no obs­
tante, tu actitud como remordimiento por habernos igno­
rado hasta tal punto cuando decidiste echarte novio, y
esto, al menos, habla en tu favor. El grado de tu remor­
dimiento puede juzgarse por el hecho de que incluso
lograste hacer enfadar a tu tía (6), que es normalmente
tan imperturbable.
En cualquier caso, todo salió a pedir de boca, y Max,
aunque muestra aún cierta timidez, ha sido muy cordial
y agradable en todo momento. Después de recibir nues­
tra primera comunicación, te habrás enterado de las do-
(6) Minna Bernays, hermana de Martha Frcud.
Epistolario 63
cisiones adoptadas posteriormente por el segundo tele­
grama o por mi carta a tu tía. Debo revelarte ahora que
le hice una pequeña jugarreta cuando se marchaba. Ha­
bía pagado a escondidas la cuenta por la lamentable ha­
bitación en un ático, que fue lo único que pudimos con­
seguirle, y entonces yo le enseñé una bolsita de punto, que
suelo llevar conmigo para guardar la moneda extranjera,
y pretendí que se trataba de una antigua laborcita tuya,
pidiéndole que lo conservara como recuerdo. El monede­
ro contenía, sin embargo, las 6,80 coronas que él había
pagado a Frau Schubert. Ahora puedes explicárselo todo
y recuperar la bolsita.
Te saludo muy afectuosamente y deseo que descanses
a gusto hasta que nos reunamos en Bolzano.
Papá.

154. A Max Halberstadt


Karlsbad, 24-7-1912.
Mi querido yerno:
Está usted en lo cierto al presumir que nuestro co­
mún empeño de hacer feliz a nuestra pequeña Sophie
nos aproximará; mas, aparte de esto, espero que descu­
bra pronto por sí mismo que se nos da muy bien el
papel de segundos padres y que llegaremos a quererle,
independientemente del parentesco. En nuestro primer
encuentro era natural que todos estuviéramos un poco
cohibidos; mas cuando nos encontremos de nuevo en el
lago Di Carezzia (7) ya habremos superado esta etapa.
No podemos por ahora, fijar la fecha exacta. Nos han
sugerido de Lovrana (8) que no vaya usted a Bolzano,
para evitar tener que conocer a toda su nueva familia
cansado aún del viaje, sintiéndose quizás un poco que­
jumbroso o padeciendo jaqueca.
Esto lo aplazaría todo por un día. Sin embargo, puede
usted oponerse a estas sugerencias, si así lo desea, y po­
nerse de acuerdo directamente con las del Adriático.
Sophie ha continuado sus tácticas hacia nosotros du­
rante algún tiempo. Nada de lo que le hemos escrito le
ha parecido suficientemente detallado o cariñoso. Confío
en que para estas alturas se habrá tranquilizado algo y en
que estará contando los días, igual que usted. Es muy
curioso ver a la hijita de uno convirtiéndose de la noche
a la mañana en una mujer enamorada.
Mientras tanto, nos hemos ocupado activamente de di­
fundir la noticia en el ámbito más íntimo, y, al menos,
dos personas han divulgado su intención de encargarle
astutamente su retrato para conocerle. Me han instado
mucho a que mantenga su nombre en secreto, de modo
que esté alerta.
(7) En los Dolomitas.
(8) Lugar de veraneo en la costa adriática. donde se encontraba
Sophie con su tía Minna.
64 Sigmund Freud
Espero que haya traspasado usted nuestros saludos a
su madre y todos nuestros demás parientes y expreso el
deseo personal de que disfrute usted de buena salud para
que podamos lucimos ante los demás con nuestro yerno
e hijo.
Con cálido afecto, su viejo futuro suegro,
Freud.

155. A Max Halberstadt


Karlsbad, 27-7-1912.
Querido Max:
No cabe duda de que aún no le conocemos debida­
mente. ¿Quién iba a pensar que era usted un correspon­
sal tan prolífico? En este aspecto, reúne condiciones ad­
mirables para un noviazgo prolongado. En otros, quizá
no tantas. Creí que habíamos quedado en que el com­
promiso matrimonial se haría público simultáneamente
en Viena y Hamburgo el día 28. Ahora, su impaciencia
ha hecho que la primera se rezague.
No existe razón alguna para que nos admire por lo
de los cuatro años (en realidad, cuatro y medio). No hay
mérito alguno en este lapso de tiempo, pues, sencilla­
mente, no pudimos evitarlo, ni teníamos nada durante
el noviazgo, si se exceptúa un elevado número de pa­
rientes pobres. No poseía ya por entonces, como usted
hoy, cinco altas distinciones y tuve que sacarlo todo de
la nada. Es verdad que contaba sólo veinticinco años y
que cuando nos casamos no era más joven que usted
ahora. Hace usted bien en no querer seguir nuestro ejem­
plo. Siempre me he llevado bien con mi mujer v le agra­
dezco, sobre todo, las muchas cualidades nobles que la
adornan, los maravillosos hijos que me ha dado, y al he­
cho de que nunca haya caído en una anormalidad excesiva
ni estado a menudo enferma. Espero que sea usted igual­
mente afortunado en su matrimonio y que esta pequeña
refunfuñona se convierta en una buena esposa.
Hoy su tía nos anunció su visita, y hemos concertado
por escrito un primer encuentro para mañana por la ma­
ñana (después de haber saciado nuestro mañanero apeti­
to). La correspondencia del noviazgo ha seguido la pista
a las cartas de cumpleaños. El 26 de julio (9) del próximo
año participará usted en la celebración como la última
adquisición de mamá.
Han llegado dos números del periódico. Escribo mi
nombre Sigm., sin e, pero no hay duda acerca de la iden­
tidad.
Saludos cordiales, también de mi esposa. Su nuevo y
viejo suegro,
Freud.

(9) Fecha del cumpleaños de Marth» Freud,


Epistotario 65

156. A Martha Freud


Roma, 20-9-1912.
Mi amada vieja:
Acabo de recibir con gran satisfacción tu primera car­
ta desde Viena y me siento muy complacido ante las no­
ticias que contiene, especialmente por lo que me dices
del cambio en el estado de salud de Mathilde, aunque la
verdad es que lo suyo no me tenía demasiado preocupa­
do. Intenta persuadirla de que traspase un poco de la
temperatura que le sobra al aire libre.
Por el mismo correo recibí la oferta de un editor in­
glés que desea traducir The Interpretation of Dreams («La
interpretación de los sueños») (la tercera oferta que he
tenido que rechazar) (10) y el anuncio de un caso ur­
gente, una paciente de Cracow. No cabe duda de que
volveremos a tener lo suficiente para vivir mientras pue­
da seguir trabajando.
Roma ha sido, desde luego, la mejor ciudad que podía
haber elegido. Me gusta más que nunca, probablemente
por lo bien situado que está este hotel Mis planes para
la vejez están decididos nada de Cottage (11) sino Roma.
A ti y a Minna también os gustará. No puedo darte una
idea mejor de la belleza del tiempo, el sol, el viento y
aire libre que recordándote S Cristóforo (12). En como­
didad. este hotel puede compararse con el de Klobens-
tein (13). Ferenzci sigue conmigo Desde que me encuen­
tro otra vez más animoso se ha convertido en un com­
pañero estimulante y comprensivo Siempre ha sido ca­
riñoso.
Mi dolencia no ha desaparecido del todo pues recaigo
cada dos días; pero me encuentro muchísimo mejor que
antes. Anoche, después de la cena, incluso fuimos al tea­
tro a ver una nueva comedia musical de estilo patriótico.
Esto resultó excesivo para mí, y quizá también me sentó
mal el café que tomé en el descanso. Ahora, sin embargo,
poco antes de la merienda, me encuentro bien. Debo con­
fesarte que nunca me había cuidado tanto ni vivido tan
ociosamente, sucumbiendo a todos mis deseos v caprichos.
Hoy incluso hallé y compré una gardenia, cuyo aroma me
ha puesto de buen humor Minna conoce esta flor, aún
más noble que la camelia.
Espero regresar en un estado más descansado y pro­
ductivo. Realmente, no tengo talento para estar enfermo.
Sin embargo, no te sorprendas si sigo el ejemplo de
Ernst y dejo a un lado toda idea de acortar mi vaca­
ción: «Yo me quedo aquí» (14)..., mientras tenga dinero.
(10) A. A. Brill había sido ya autorizado por Freud para iniciar la
traducción.
(11) Nombre de un distrito suburbano de Viena.
(12) En el Tiro! meridional
(13) Cerca de Bolzano.
(14) Alusión a una frase del hijo menor de Freud, Ernst (nacido en
5 — EPISTOLARIO II
66 S i gmun d Fr e u d
Saludos cariñosos a todos nuestros jóvenes y viejos.
Tuyo,
Sigm.

157. A Martha Freud


Roma, 25-9-1912.
Querida mía:
Acabo de recibir tu carta informándome del regreso
de nuestros caballeretes y los deseos expresados por los
pacientes. Frau doctor M*** está buscando una niñera de
confianza en Viena. Quizá tú puedas ayudarla.
Ayer Ferenczi se fue a Nápoles. Regresará el viernes,
por la mañana, para acompañarme hasta Udine. Estoy
disfrutando de una soledad deliciosa y un poco melancó­
lica y me doy grandes paseos, animado por este tiempo
maravilloso Me gusta sobre todo deambular por entre
las ruinas del Palatino y por «Villa Borghese», un parque
enorme, aunque muv romano, y diariamente voy a visitar
al Moisés de San Pietro en Vincoli, sobre el cual quizá
me decida a escribir algo (15). Me encuentro muy bien,
duermo como un tronco y, por fin, me apetece volver a
casa y ponerme a trabajar.
Hoy hice unas compras, que espero os gusten a todos.
En este aspecto, Roma es aún más peligrosa que Munich.
Adquiero una gardenia todos los días y vivo la existencia
del hombre rico que sólo se ocupa de satisfacer sus ca­
prichos. Pronto habrá oue retornar a la vida seria. En
cualquier caso, ha sido maravilloso durante el tiempo que
ha durado.
Espero encontraros a todos con buena salud y os envío
mis saludos más afectuosos.
Papá,

158. A Anna Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-11-1912.
Mi querida Anna:
No he podido escribirte antes porque desde tu partida,
que parece haber tenido lugar hace siglos, la vida aquí
ha sido muy agitada, y el domingo que he pasado en
Munich (16) —con las dos noches de tren para ir y vol­
ver y las conversaciones, que duraron desde las nueve
1892 y al que se dio ese nombre en honor del profesor Ernst von
Brücke), recordada a menudo en el círculo familiar. Ernst la profirió
rehusando abandonar Lovrana al finalizar las vacaciones estivales en
1894.
15) Der Moses von Michelangelo («El Moisés de Miguel Ángel»),
Viena, 1914. Ed. Standard, 13, 211.
(16) Freud había asistido a una reunión de psicoanalistas en Munich.
Epistolario 67
de la mañana hasta las once y cuarenta de la noche— no
fue exactamente una cura de reposo. En cualquier caso,
sé que las mujeres de la casa te mantienen regularmente
informada de todo cuanto merece ser contado, y rompo
hoy mi silencio para felicitarte, pues, como sabes, siem­
pre suelo precipitarme en estas conmemoraciones. Hoy
hice un encargo a Heller (17), que espero llegue a tiempo
y sea lo que tú quieres. Tu asignación mensual te llegará
a la nueva casa a través de la Caja de Ahorros de Coi i eos.
No me cabe duda de que engordarás y te sentirás me­
jor en cuanto te hayas acostumbrado al ocio y a luz del
sol. Quizá fuera aconsejable que dejaras la calceta hasta
después de la boda (18), pues probablemente no te irá
muy bien para la espalda. Procura seguir encontrándote
bien y disfrutar lo más posible del invierno en Meran y
los cuidados de tu cuñada, Frau Marie (19).
No creo que salga fuera para Navidad, pues va a venir
a verme a Viena el doctor Abraham. Como sabes, he de­
jado de ser dueño de mi tiempo libre, circunstancia que,
en medio de todo, me alegra.
Me parece que no has visto mi habitación después de
haber comprado los muebles nuevos. ¿O acaso sí? Ha que­
dado muy bien. Antes que vuelvas definitivamente nos ocu­
paremos también de la tuya, y puedes estar segura de que
encontrarás, por lo menos, una alfombra y una mesa de
escribir nuevas.
Te envío cariñosos saludos, deseándote toda clase de
dichas en tu decimoséptimo cumpleaños (¡increíble que
yo pudiera tener algún día esa edad!), y te ruego des mis
recuerdos más atentos a Frau Marie y Edith (20). Tuyo,
Papá.

159. A Anna Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 13-12-1912.
Mi pequeña Anna:
Me dicen que estás otra vez preocupada pensando en
tu inmediato futuro, por lo que deduzco que no te han
cambiado mucho las tres libras y cuarto que has recupe­
rado. Quiero que dejes de cavilar, recordándote que el
plan original consistía en enviarte a Italia, durante ocho
meses, con la esperanza de que volvieras derecha y relle-
nita y, al mismo tiempo, con más mundo v sentido co­
mún. En realidad, no nos habíamos atrevido a esperar
que unas cuantas semanas en Meran pudieran lograr esta
transformación y pensábamos en tu marcha como cosa
hecha, renunciando a verte en la boda o poco después
en Viena. Ahora, sin embargo, parece razonable que te
vayas acostumbrando gradualmente a esta terrible pers-
(17) Véase carta núm. 135.
(18) De Sophie Freud y Max Halberstadt.
(19) Marie Rischawy, cuñada de Mathilde Holitscher (née Freud).
(20) Edith Rischawy, hija de Frau Marie.
68 Sigmund Freud
pectiva. La ceremonia puede discurrir perfectamente sin
ti y también sin invitados, fiestecitas, etc., cosas que en
realidad no te interesan. Tampoco importa posponer tus
planes para el colegio hasta que te acostumbres a tomar­
te tus deberes con menos seriedad. El que procures di­
vertirte y disfrutar de un sol maravilloso en pleno in­
vierno no puede sino favorecerte.
Si después de esto te sientes más tranquila, sabiendo
que no necesitas interrumpir tu estancia en Meran dentro
de un futuro inmediato, te diré que a todos nos encantan
tus cartas, pero no nos sentiríamos preocupados,
aunque te dejaras arrastrar por la pereza y dejaras de es­
cribirnos a diario. Ya tendrás tiempo para preocuparte
con base. Por ahora eres demasiado joven.
Da mis recuerdos más amables a Frau Marie v Edith
y encuéntrate tan bien y tan dichosa como desea
tu padre.

160. A C .
Viena, IX, Berggasse, 19, 22-12-1912 (21).
Querido doctor Jung:
Si la sección vienesa rechazó el cambio de título, fue
principalmente porque los anuncios, pruebas, etc., estaban
ya impresos —y enviados—, y por consideración al edi­
tor no pareció aconsejable la modificación. Era ya muy
tarde para introducir cambio alguno. Espero que una
cuestión tan insignificante no tendrá repercusiones ulte­
riores. Tampoco estaba muy bien el título Terapéutica
para sustituirlo, y los pedagogos ya descubrirán por sí
solos que la nueva publicación (22) no va a excluir su
colaboración.
Lamento que mi referencia al lapsus de su pluma le
haya irritado tanto, y su reacción me parece despropor­
cionada a la ofensa. No quiero enjuiciar su reproche de
que abuso del psicoanálisis para mantener a mis alum­
nos en una dependencia infantil respecto a mí y de que,
por tanto soy responsable de su conducta pueril para
conmigo, ni me referiré a las deducciones que extrae de
esta presunción, pues todo juicio negativo de uno mismo
es difícil y no posee convicción. Me limitaré a darle algu­
nos hechos para que pueda basar su teoría con funda­
mento y le dejaré el cuidado de revisarla. Estoy acostum­
brado en Viena a escuchar el reproche opuesto; es decir,
que me ocupo demasiado poco del análisis de mis «dis­
cípulos».
Stekel (23), por ejemplo, no me ha vuelto a oír una
’ bra sobre su análisis en los diez años transcurridos
Esta carta, que al parecer no fue enviada, se encontró entre
los papeles de Freud.
(22) Internationale Zeitschrift für Aerztltche Psychoanalyse («Rcvista
Internacional del Psicoanálisis Médico»).
(23) Véase carta del 13-1-1924.
Epistolario 69
desde que dejé de tratarle, y en el caso de Adler (24) he
mantenido un silencio aún más cuidadoso. Si he hecho
algún comentario analítico respecto a estas dos personas,
no ha sido con ellos mismos como interlocutores ni du­
rante el tiempo que se mantuvieron en contacto conmigo.
En consecuencia, no me explico por qué asume usted
con tal seguridad lo contrario.
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.

1 9 13
161. A James J
Viena, IX, Berggasse, 19, 1-1-1913.
Querido colega:
Me complace iniciar las actividades del nuevo año con
una carta para usted. Le doy mis más expresivas gracias
por el anuncio de que piensa colaborar en nuestra publi­
cación. Me complacen sus palabras, pues me dan base
para creer que no ha perdido usted la fe en mí, a pesar
de los muchos ataques personales que se me dirigen en
estos momentos y que probablemente continuarán Huran^ _
te algún tiempo. Igualmente me creerá si le digo que ta­
les ataques no me preocupan demasiado, porque compren­
do muy bien la necesidad psicológica que los induce. No
me refiero tanto a Stekel, con cuya enemistad he salido
ganando, como a Jung, al que admiraba quizá con exceso
y por quien sentía un afecto personal considerable.
Las diferencias científicas son inevitables, después de
todo, en el desarrollo de una nueva ciencia, y aun los
errores, como he podido comprobar personalmente, tie­
nen muchos aspectos beneficiosos. Sin embargo, estas
desviaciones y reformas de carácter teórico van de la
mano con los sentimientos personales heridos, lo que no
dice mucho en favor de la humana naturaleza.
No preciso aclarar que considero las nuevas ideas de
Jung como errores «regresivos»; mas mi opinión no tiene
por qué convencer a los demás. En casos de esta índole,
todo el mundo debe consultar su propia experiencia y la
impresión que le han causado los argumentos empleados.
Todo esto ejerce sobre mí la impresión de un déjà-vu.
Ya conocía yo la resistencia del noanalista, que se está
reproduciendo ahora en la reacción del analista a medias.
Esperamos sus próximos artículos con gran interés. Le
ruego no permita que nuestra ignorancia filosófica sea un
obstáculo para su producción o la publicación de sus
trabajos. Aunque somos incompetentes en ese terreno,
porque trabajamos en otros, no por ello dejamos de leer­
le píamente, y nuestro ejemplo será seguido por otros
(24) Alfred Adler (187C-1937), seguidor de Freud, que posteriormente
fundó su propia escuela.
70 Sigmund Freud
analistas más libres, para quienes sus ideas serán muy
fructíferas.
Con saludos cordiales y votos por su bienestar y el de
su familia durante el nuevo año, su fiel
Freud.

162. A Max
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-1-1913.
Querido doctor Eitingon:
Si no es ya demasiado tarde, deseo agradecerle a usted
y a su novia, a la que apruebo simplemente porque usted
la ha elegido, sus buenos deseos para el nuevo año, que
me harán falta, sin duda, en esta ocasión, pues todos los
espíritus malignos se han lanzado contra mí. Pero ya
estoy acostumbrado a estas cosas desde hace años y no
me asustan demasiado. No preciso decirle que es la in­
tención y no la expresión de sus buenos deseos lo que
me importa y sé que en este aspecto puedo confiar en
usted, el primero que vino a mí cuando estaba condena­
do al ostracismo. Sé que si algún día vuelve a abando­
narme todo el mundo estará usted entre mis últimos
fieles...
Continúo trabajando, sin variar mi trayectoria, para lo­
grar el aplauso de los pocos que desean comprenderme.
Si le dicen que estoy viejo, débil v neurótico, no lo crea
y convénzase en persona (acompañado por su novia, o qui­
zá ya esposa) de lo contrario.
Con mis mejores deseos para 1913, su fiel
Freud.

163. A Sandor Ferenczi)


Viena, IX, Berggasse, 19, 9-7-1913.
Querido amigo:
¿Es esto posible? ¿Le estoy felicitando ya su cuarenta
cumpleaños? Su nostálgica carta me conmovió mucho, en
primer lugar, porque me recordó el día en que los cum­
plí yo. Desde entonces he cambiado la piel varias veces,
lo que, como sabemos, ocurre cada siete años. Por aquellos
días (1896) había llegado al apogeo de mi soledad y per­
dido a todos mis viejos amigos sin adquirir ninguno
nuevo. Nadie me hacía caso, y lo único que me mantenía
en la brecha eran unas gotas de arrogancia y el comien­
zo de The Interpretation of Dreams («La interpretación
de los sueños»). Mas cuando pienso en usted envidio en
parte su suerte, aunque tampoco reciba felicitaciones efu­
sivas. Ha logrado establecerse ahí firmemente, su camino
aparece despojado de obstáculos y es usted respetado por
un selecto círculo de amigos, del cual llegará a ser, sin
duda, algún día la máxima autoridad. Lo único que no
Epistolario 71

ha adquirirdo usted todavía es algo (1) que yo ya tenía


firmemente asegurado a su edad y sé que uno echa
menos muy agudamente y anhela intensamente aquello
que no ha sido capaz de alcanzar.
En su cuarenta cumpleaños me parece justificado aban­
donar mi natural reserva y confesarle que la única ra­
zón por la que no le puse en guardia sin ambages en
contra de D*** fue porque temía que, reaccionando a la
manera típica de los neuróticos mis censuras le hicieran
afianzarse en sus anhelos. ¿Qué va a hacer usted ahora?
Para todos nosotros el Destino se presenta encarnado en
una (o varias) mujeres, y su destino tiene algunas ca­
racterísticas preciosas.
Como creo que sabe, este año he renunciado a la en­
cantadora compañía de los Emdens (2) para pasar unas
cuantas semanas en Marienbad, lejos del análisis. Mi com­
pañera más asidua será mi hijita (3), que marcha muy
bien de momento (ya habrá usted adivinado el origen
subjetivo del «tema de los tres sarcófagos») (4). Espero
que esté lo suficientemente descansado en San Martino (5)
para disfrutar de su compañía más plenamente que el
año pasado, cuando me sentía incapaz de soportar todo
y a todos. Abraham nos visitará a fines de agosto y pro­
bablemente nos acompañará a Munich (6). Su esperanza
de que pueda anunciarle para entonces algún aconteci­
miento nuevo no tiene por ahora fundamento. Las ideas
buenas me vienen en ciclos septenales: en 1891 comencé
a trabajar en la Afasia; 1898-9, la Interpretación de los
sueños; 1904-5, los Chistes y su Relación con el subcons­
ciente; 1911-12, Tótem y tabú. Por tanto, me encuentro
ahora probablemente en la fase estéril y no podré produ­
cir nada de importancia antes de 1918-19 (siempre que el
hilo no se haya quebrado antes).
Prosigamos nuestra tarea con calma, llenos de confian­
za en nosotros mismos. Esperaba de Jung la seguridad
de que alguien cuidaría de mis «hijos» después de mi
fallecimiento (7), lo que para un padre judío es cuestión
de vida o muerte. Tal como están las cosas, deseo que
sean ustedes y nuestros amigos (8) quienes me den tal
seguridad.

(1) Se refería a una esposa.


(2) El psicoanalista holandés doctor Jan van Emden (1868-1950) y su
esposa.
(3) Anna.
4. Das Mottv der Kdstchenwahl («El tema de los tres sarcófagos»),
Viena, 1913. Ed. Standard, 12.
(5) En los Dolomitas.
(6) El IV Congreso Psicoanalítico se celebró en Munich.
(7) Aquí no alude Freud a sus propios hijos, sino al futuro del
movimiento psicoanalítico, producto de su mente.
(8) Un grupo de destacados analistas que componían el Comité:
Abraham, Eitingon, Ferenczi, Jones, Rank y Sach. (Véase carta del
11-11-1928.)
72 Sigmund Freud
Mis mejores votos para las próximas dos terceras par­
tes de su existencia individual. Con amistad sincera,
Freud.
164. A Karl Abráhapí
«Hotel Eden», Roma, 21-9-1913.
Querido amigo:
Muchas gracias por sus palabras de aliento y por las
buenas noticias que me da, especialmente la que respecta
a su colaboración en nuestra revista, que tendremos que
publicar en lo sucesivo sin ayuda exterior
He recuperado rápidamente mi buen humor v mis ga­
nas de trabajar en esta bellísima Roma, y en las horas
que me dejan libres mis visitas a los museos, las igle­
sias y la Campagna me las he arreglado para escribir
una introducción al libro sobre el Tótem y tabú, para
prologar la conferencia pronunciada durante el Congre­
so y hacer el borrador de un ensayo sobre el narcisis­
mo (9). Además, he corregido las pruebas de mi artículo
de propaganda para Scientia (10). Mi cuñada, que me
pide corresponda a sus recuerdos, se ocupa de que la
tarea de explorar Roma no rebase unos límites modera­
dos. Ha sobrellevado mejor de lo que yo creía todas las
inevitables fatigas de nuestra estancia aquí v es agrada­
ble ver cómo cada día se siente más a gusto en esta
ciudad y muestra más entusiasmo.
Ayer recibí una tardía carta de admiración v aliento
de Mader (11) con la posdata: «Aquí me quedo. No puedo
hacer otra cosa» (12) (observación apropiada para quien
adopta un riesgo, mas no para el que huye de él). Recibirá
una respuesta fría y somera.
Dentro de una semana, ¡ay!, dejaré de ver este panorama
romano, que será remplazado por otro más sobrio y fa­
miliar.
Con cálidos saludos y la esperanza de seguir recibiendo
buenas noticias de usted y su familia, su ñel
Freud.
165. A Elise Gompert
Viena, IX, Berggasse, 19, 12-11-1913.
Querida Frau Hofrat:
Le ruego acepte mis sinceras gracias por todo lo que
ha hecho para enviarme el trabajo que tanto desea-
(9) Zür Einfiihrung des Narzissmus («Sobre el narcisismo: Prole­
gómenos»), Viena, 1914. Ed. Standard, 14.
(10' «Das Interesse an dar Psychoanalyse», publicado en alemán en
Scientia (Revista científica italiana), Bolonia, 1913. («El derecho del psi­
coanálisis al interés científico») Ed. Standard, 13, 165.
(11) Alphonse Mader, psicoanalista suizo.
Citando a Martin Lutero.
De Theodor Momperz, sobre Platón. Cuando era aún estudiante,
Epistolario 73

ba y que, mientras tanto, he recibido como regalo de


su hijo. Hubiera bastado con que me indicara usted dón­
de había sido reimpreso este breve ensayo.
La pequeña agenda con la escritura autógra.a de su
inolvidable marido me recordó la lejana época en que yo,
joven y tímido, pude por vez primera cambiar impre­
siones con uno de los grandes hombres en el dominio
del pensamiento Poco después oí de sus labios las pri­
meras observaciones sobre el papel que representaban los
sueños en la vida psíquica de los hombres primitivos,
tema que desde entonces me ha venido interesando viva­
mente.
Como siempre, respetuosamente suyo,
Freud.

Viena, IX, Berggasse, 19, 23-11-1913.


Querido Mr. Hall:
Los años transcurridos desde que visité su casa y Uni­
versidad (14) no han aminorado mi gratitud por la hos­
pitalidad con que me acogieron. Recibir carta suya re­
presenta para mí la más placentera rememoranza de aque­
lla importante época de mi vida.
Me alegro de que no haya disminuido su interés por
nuestro trabajo. Probablemente se dará usted cuenta, aun
desde tan lejos, de que, aunque todo sigue sumido todavía
en estado de fermentación y transición, se ha mantenido
en conjunto la tendencia hacia el progreso, no obstante
todas las desviaciones de la senda prevista Continuaré
ocupándome de enviarle todo cuanto se publique en de­
fensa de nuestras teorías.
No me preocupa que sea precisamente la cuestión del
simbolismo sexual la que usted excluye. Seguramente ha­
brá observado que el psicoanálisis crea muy pocos con­
ceptos nuevos en ese terreno, tomando más bien ideas
remachadas por el transcurso de los años, que aprove­
chan y apoyan con toda clase de pruebas. Las posibles
exageraciones irán poco a poco disipándose pero estoy
seguro de que la mayor parte de la teoría podrá soportar
los avatares del tiempo.
Los únicos acontecimientos desagradables dentro del
movimiento psicoanalítico conciernen a las relaciones per-
Freud había traducido al alemán un volumen de las obras de John
Stuart Mili, editado por Gomperz. Contenía «Liberalización de las mu­
jeres», «Platón», «El movimiento laborista» y «Socialismo». El libro
fue publicado en diciembre de 1880. (Véase nota 59 a la carta del
15-11-1883.)
(14) Clark University, Worcester, Mass., donde Freud había dado
un ciclo de conferencias en 1909, y de la que había sido nombrado
doctor honorts causa. Estas conferencias fueron publicadas en alemán
bajo el título Übcr Psychoanalyse («Cinco lecturas sobre el psicoanálisis»),
Vicna, 1910. Ed. Standard, 11.
74 Sigmun d Freud
sonales. Jung, que me acompañaba cuando tuve el gusto
de visitarle, ha dejado de ser amigo mío, y nuestra cola­
boración bordea el rompimiento total. Estos cambios son
tristes, pero inevitables.
Con la esperanza de que usted y Mrs. Hall sigan dis­
frutando de buena salud, quedo agradecido y sinceramen­
te suyo,
Freud.

Mis queridos amigos:


Estos desdichados tiempos que corremos, esta guerra
que nos empobrece espiritual y materialmente, me han
impedido darles las gracias antes por el modo inteligente
y práctico que emplearon para devolvernos a mi hiiita (2)
y por toda la amistad que tal comportamiento indica. Se
encuentra muy bien; pero sospecho que a veces se deja
arrastrar por nostalgia hacia el país de nuestros ene­
migos.
Me alegro saber, por fuentes que ya imaginan, que es­
tán ustedes bien y a punto de mudarse de casa, en la
que deseo a ambos toda suerte de dichas. Hasta que nos
veamos de nuevo, Dios sabe cuándo. Su fiel.
(Sin firma).

168.
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-11-1914.
Muy señor mío:
Me he dado cuenta con admiración de lo seriamente
que se toma su trabajo en mi retrato. Probablemente
acostumbra usted a actuar siempre con idéntica seriedad.
Tengo muchas ganas de recibir los comentarios que me
prometió sobre el Moisés, de Miguel Ángel. Como no han
llegado aún, no quiero seguir aplazando la devolución de
las pruebas ni la redacción de esta carta. Me apresuro a
decirle, aun antes de oír sus comentarios, que me doy
perfecta cuenta de la debilidad radical que preside este
trabajo mío. Procede la misma del intento de evaluar al
artista en forma racional, como si fuera un erudito o un
técnico, cuando, en realidad, se trata de un ser de catego-
(1) Esta carta no lleva fecha ni firma y fue enviada durante las
primeras semanas de la Guerra Europea a través de un país neutral.
(2) La iniciación del conflicto sorprendió a Anna en Inglaterra,
donde se encontraba visitando a unos amigos. Regresó a su patria con
el embajador austríaco en Inglaterra.
Epistolario 75
ría especial, exaltado, autocrático, villano y a veces bas­
tante incomprensible.
No creo que le guste un librito que he escrito sobre
Leonardo de Vinci (3), pues da por supuesto que el lector
no va a sentirse escandalizado por los temas homose­
xuales y que está familiarizado con los torcidos caminos
del psicoanálisis. En realidad, se trata también de un
trabajo de tipo literario. No me gustaría que tomara
usted este ejemplo como medida de lo que valen nuestros
demás hallazgos. Le envío al mismo tiempo, por correo
separado, esa nimiedad (4) que, por lo menos, se apro­
xima más a otro arte.
Y ahora debo ya lanzarme al comentario crítico (in­
corporando los de mi mujer y otras personas) que usted
me pedía. Estas críticas han sido posibles únicamente
gracias a su observación de que no importaba nuestra
incompetencia, pues, en caso contrario, no me hubiera
atrevido a hacer censura alguna. Soy, sin duda, el más
profano de todos para estos menesteres; mas si insiste
en oír mi opinión, espero que aceptará las siguientes ob­
servaciones sin ofenderse. El aguafuerte me parece una
idealización muy amable. Me gustaría parecerme, y qui­
zá llegue incluso a asemejarme algún día; mas me hace
la impresión de que, por ahora, me he quedado varado
a mitad del camino. Todo lo que es en mí áspero y an­
gular lo ha hecho usted suave y romo. En mi opinión,
ha introducido también un elemento de desemejanza con
una cosa que es en sí a primera vista insignificante: lo
que ha hecho usted con mi pelo. Me ha puesto raya a
un lado, mientras que, según la litografía, la llevo al otro.
Además, el nacimiento de mi cabello cruza las sienes si­
guiendo una trayectoria cóncava. Al redondearla ha me­
jorado usted grandemente la realidad, y sospecho que este
retoque fue intencionado. Estoy convencido, en una pa­
labra, de que el aguafuerte me honra excesivamente, y
cada vez que lo miro me gusta más.
Mis relaciones con el litógrafo son menos amistosas.
Todas las características hebreas que ha resaltado en la
cabeza merecen mi plena aprobación; pero hav otras co­
sas que me parecen un tanto ajenas a mí, habiendo lle­
gado a la conclusión de que son la abertura exagerada
de la boca, la rigidez de la barba, proyectada artificial­
mente hacia delante, y la prominencia de su contorno ex­
terno. Al tratar de descubrir de dónde procedían estos
rasgos recordé la bella y maliciosa orquídea Orchivestia
Karlshadiensis que compartimos. Tenía esto que dar a la
fuerza una figura combinada (como la denomina The In­
terpretation of Dreams («La interpretación de los sueños»)
de judío y orquídea.
Con esto pongo punto final a mis observaciones y de­
seo encomendarme una vez más a su clemencia. Le agra­
deceré mucho que me envíe las pruebas completas, aun-
(3) Véase nota 3 3 la carta del 1-10-1911.
(4) Probablemente el ensayo de Freud sobre la Gradiva, de Jensen.
(Véase nota 1 a la carta de 26-5-1907.)
76 Sigmund Freud
que tal gratitud tenga que ser por el momento ineficaz.
Quizás habríamos sacado más fruto a los días que com­
partimos en Karlsbad si hubiéramos sabido que iban a
tener un fin tan rápido y tan difícil repetición.
Mi mujer me pide que le envíe sus mejores saludos, a
los que añado los míos. Muy sinceramente suyo,
Freud.

1915
169. A James J
i, IX, Berggasse, 19, 8-7-1915.
Querido amigo:
Su libro Human Motives («Motivos humanos») ha llega­
do, por fin, mucho después de habérmelo anunciado. Aún
no he acabado de leerlo; pero sí he estudiado lo que más
me interesaba, es decir, las importantes secciones dedi­
cadas a la religión y el psicoanálisis, y cedo al impulso de
escribirle para darle mi opinión. Seguramente no preten­
dería usted obtener mis alabanzas. Me complace pensar,
sin embargo, que producirá cierta impresión entre sus
compatriotas y quebrará la resistencia profunda arraiga­
da en muchos de ellos.
En la página 20 hallé el pasaje que me parece más
aplicable a mí mismo: «Acostumbrarnos al estudio de la
inmadurez y la infancia antes de caer (prescindir de tal
requisito, acometiendo sin más la investigación de la ma­
durez y la virilidad, produce a menudo tal efecto) en una
execrable limitación de nuestra visión (con la consiguien­
te incapacidad para rebasar las fronteras del tema pro­
puesto).» Ahí me reconozco y soy, desde luego, totalmente
incapaz de juzgar los demás aspectos. Sin embargo, qui­
zá me era precisa esta unilateralidad para describir aque­
llo que estaba oculto a los demás. Ahí estriba la justifi­
cación de mi reacción defensiva, pues, después de todo,
esta senda rectilínea de mi pensamiento dio su frutos
específicos.
Me dejaron frío, sin embargo —lo cual no tiene impor­
tancia alguna, frente al hallazgo positivo a que acabo de
aludir—, los argumentos que dedica a la realidad de nues­
tros ideales. No acierto a ver la conexión entre la realidad
psíquica de nuestras ideas de perfección y la fe en su
existencia material, lo que probablemente ya anticipaba
usted. Sabe muy bien cuán poco puede esperarse, después
de todo, de los argumentos. Debo añadir que no me ins­
pira temor alguno el Todopoderoso. Si algún día llegára­
mos a encontrarnos, yo tendría más cargos que hacerle
que Él a mí. Le preguntaría que por qué no me había
concedido mayores dotes intelectuales, y Él, por su parte,
no podría quejarse del empleo que he dado a mi presunta
libertad. (Sé que cada individuo representa un núcleo de
energía vital; pero no creo que pueda llamarse a esto
Epistolario 77

libertad si no concurren circunstancias especiales.) Siem­


pre me ha dejado insatisfecho mi intelecto, cu vos fallos
conozco al dedillo; pero me considero un ser humano al­
tamente moral, que podría suscribir la excelente máxima
de Th. Vischer: «Lo que es moral es autoevidente.» Esti­
mo que en lo que respecta al sentido de justicia y con­
sideración hacia los demás, así como al disgusto que me
produce el sufrimiento ajeno o la probabilidad de abusar
del prójimo, puedo ponerme a la altura de las mejores
personas que he conocido. Nunca he hecho nada ruin ni
malicioso, ni me he visto tentado a hacerlo, por lo que
no me enorgullece. Acepto el concepto de la moralidad;
mas no en su sentido sexual, sino social. La moralidad
sexual definida por la sociedad, y en su forma más extre­
ma por los americanos, se me antoja profundamente des­
preciable. Yo propugno unas miras sexuales infinitamente
más libres, aunque personalmente haya hecho escasísimo
uso de tal libertad y sólo cuando juzgué que tenía de­
recho a ello.
El énfasis que se pone sobre las leyes morales en la
vida pública me hace a menudo sentirme incómodo. Lo
que he visto de las conversiones ético-religiosas no ha
podido ser menos atractivo... Hay un punto, sin embargo,
en el que estoy de acuerdo con usted. Cuando me pre­
gunto a mí mismo por qué he aspirado siempre a com­
portarme honorablemente, a mostrar consideración v afec­
to hacia los demás, siempre que las circunstancias lo han
permitido, siempre que me he preguntado el por qué de
esto, aun después de darme cuenta de que me hacía daño
a mí mismo y de que llovían los golpes sobre mí porque
las demás personas son brutales y traicioneras, no he
sido capaz de autorresponderme, lo que dista de ser ra­
zonable. No tuve en mi juventud aspiraciones éticas es­
peciales, ni me satisface la conclusión de que soy mejor
que los demás. Quizá sea usted la primera persona ante
quien me jacto de este modo. Podría citarse mi caso
como prueba de lo que usted afirma: que el impulso a
perseguir un ideal supone una porción considerable de
nuestro legado ancestral. ¡Si pudieran hallarse mayores
porcentajes del mismo en los demás seres humanos...!
Creo para mis adentros que si hubiera modo de estudiar
la sublimación de instintos tan a fondo como su repre­
sión, se encontrarían explicaciones psicológicas totalmen­
te naturales, que harían innecesaria su humanitaria pre­
sunción. Mas. como dije antes, no sé nada acerca de
esto. Por qué yo —e incidentalmente también mis seis
hijos adultos— nos sentimos impulsados a comportamos
como seres humanos decentes me resulta totalmente in­
comprensible. Lo cual conduce a otra reflexión: Si el
conocimiento del alma humana es aún tan incompleto
que yo he logrado tan amplios descubrimientos, auxiliado
por mis mediocres facultades mentales, es evidentemente
prematuro tomar posición a favor o en contra de presun­
ciones como las expuestas por usted.
Permítame corregir otro pequeño error que, desde lue­
go, es totalmente indiferente para la historia del mun-
78 S i g m u n d F retid
do: nunca fui ayudante de Breuer, nunca vi su famoso
primer caso y sólo me enteré, años más tarde, leyendo
el informe que él hizo. Este error histórico es el único
que he detectado en su trabajo, y todo lo demás podría
suscribirlo yo sin faltar a la verdad. Por ahora el nsi oa­
nálisis es compatible con diversos Weltanschauungen. Mas
¿acaso ha dicho va su última palabra? Por rm parte, nun­
ca me he ocupado de las síntesis y sí sólo invariable­
mente de la certidumbre. Vale la pena sacrificarlo todo
a esta última.
Saludos cordiales, prolongada salud y buenos ánimos
para trabajar. Yo estoy aprovechando el claro en mi la­
bor para acabar un libro que contiene una colección de
doce ensayos psicológicos (1).
Muy sinceramente suyo,
Freud.

170. A Lou Andreas-Salomé


Rudolfshol, Karlsbad, 30-7-1915.
Mi querida Frau Lou:
Le escribo interrumpiendo por unos momentos el idi­
lio que mi mujer v yo nos hemos empeñado en anudar
contra viento y marea; pero que está siendo interrumpi­
do a cada momento por exigencia de los tiempos eme
corremos. Hace una semana aproximadamente, nuestro
hijo mayor nos escribía que una bala le había atravesado
la gorra y otra rozado el brazo, sin que ninguna de las
dos lograse aminorar el ritmo de sus actividades, v hoy
el otro guerrero (2) nos anuncia que ha recibido la or­
den de partida para mañana, también hacia el Norte. Mi
hija pequeña, a la que quizá recuerden y que está con
su abuela de ochenta años (3) en Ischl (4), nos ha escri­
to, muy preocupada* «¿Cómo voy a ocupar el lugar de
vuestros seis hiios vo sola el año que viene?» Como no
nos atrevemos a mirar hacia el futuro, vivimos al día y
tratamos de sacar a la existencia lo más que podemos.
Sus cartas constituyen actualmente un premio doble­
mente precioso nara las mías, v digo ahora nornue me
he quedado casi solo De todos mis colaboradores sólo
veo a Ferenczi, oue resiste la influencia militar y sigue
fiel al grupo; mas, como también él está atado a su
guarnición en Pápa (5), me siento a veces tan aislado
como durante los primeros diez años, cuando estaba aban­
donado en medio del desierto; pero entonces era ioven
y todavía poseía una infinita capacidad de resistencia. La
(1) De estos doce ensayos sobre meta psicología, sólo cinco fueron
publicados; de los otros siete se ha perdido todo vestigio. (Véase tam­
bién cartas núms. 171 y 172.)
(2) Ernst, al igual que Martin, combatió en el frente ruso.
(3) La madre de Freud.
(4) Balneario en el Salzkammergut.
(5) Pequeña ciudad de Hungría.
Epistolario 79
experiencia de los tiempos actuales cristalizará probable­
mente en un libro que consta de doce ensayos, encabeza­
dos por uno que se ocupa de los instintos y sus vicisitu­
des. Mas creo recordar que ya le había hablado de ello.
El libro está acabado, si se exceptúa la necesaria revisión
que exige la distribución y adaptación de los ensayos in­
dividuales.
Cada vez que leo una de sus cartas, llenas de buen dis­
cernimiento, me sorprende su talento para ver más de lo
que se le ha dicho, para completarlo y hacerlo converger
en algún punto distante. Es inútil aclararle que no sigo
un camino rectilíneo, pues rara vez experimento la nece­
sidad de sintetizar. La unidad de este mundo me parece
algo que se comprende por sí solo, y que, por tanto, hace
innecesario todo énfasis. Lo que me interesa es la esci­
sión en sus diversos elementos de lo que, en caso contra­
rio, hubiera quedado inmerso en una pulpa primigenia.
Ni siquiera la certeza que tan claramente expresa el Han-
nibal, de Grabbe (6): «No nos caeremos de este mundo»,
parece sustituto suficiente para rendir la región limítro­
fe del ego, asunto que puede ser bastante doloroso. En
una palabra, yo soy evidentemente un analista v creo que
la síntesis no ofrece obstáculos, uno vez logrado el aná­
lisis.
Partiendo del mismo punto de vista, también me parece
lícito poner objeciones a su justificación del «deseo de
matar», si se supone que tal justificación ha de existir.
No se debe quitar importancia al papel representado por
lo desagradable y su función potencial como barrera.
Su carta contiene también una estupenda promesa. Me
gustaría muchísimo leer Anal and Sexual («Anal y se­
xual») (7), y si nuestras publicaciones pueden mantener­
se, me ocuparé de que se imprima. Mas ¿cómo y adonde
va a enviarme el manuscrito? Estaré aquí hasta el 10 de
agosto aproximadamente. Todo lo que se me envíe a Vie-
na, donde mi casa sigue abierta, es probable que llegue
a mis manos. Me han dicho que cualquier clase de ma­
terial escrito enviado por correo es sometido a una es­
tricta censura. Espero, sin embargo, que me llegue.
Me pregunto cuándo podremos volver a reunirnos todos
nosotros, componentes de una comunidad apolítica, y si
el día que tal suceda resultará que la política nos ha
corrompido. No puedo ser optimista; mas difiero de los
pesimistas en que las cosas malvadas, estúpidas e insen­
satas no me irritan, porque las he aceptado desde el pri­
mer momento como muestra de las que podemos esperar
del mundo. Mi amigo Putnam mantiene, en un libro re­
cientemente publicado y que se basa en el psicoanálisis,
que la perfección posee no sólo una realidad psíquica,
sino también material. Así, no se puede hacer nada por
él y es preciso dejarle con su pesimismo.

(6) Christian Dietrich Grabbe (1801-1836), dramaturgo alemán.


(7) Anal and Sexual, de Lou Andreas-Salomé ; fue publicado en
Imago, 1915-16.
80 Sigmund Freud
Espero que las cosas continuarán yéndole bien en esta
época difícil y que me recordará, aunque no tenga nada
que enviarle.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

1916
171. A Eduard Hitschmann
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-5-1916.
Querido doctor:
Sólo los elogios funerarios que normalmente se formu­
lan en el Cementerio Central son tan hermosos y afecti­
vos como el discurso que no llegó usted a pronunciar. Ya
me había dado cuenta de que sabía usted expresarse muy
bien —como ha demostrado a menudo en sus publicacio­
nes—, pero en esta ocasión estoy conmovido, probable­
mente por ser yo mismo el tema. Sin duda he intentado
ser todo lo que usted dice y hacer todo cuanto me atri­
buye, mas ¿será posible en horas más sobrias mantener
que lo logré? No lo sé, pero sí estoy persuadido de que
para continuar viviendo es necesario que unas cuantas per­
sonas crean en uno.
Sírvase aceptar, por tanto, mis más expresivas gracias
por sus palabras de aprecio y devoción, que suponen mu­
cho m ás que una mera compensación por el desencanto
habitual que me producen los seres humanos No sie nto
amargura y sé que no hay razón para experimentarla.
Agradezco todas las cosas buenas que me han salido al
paso y espero que permanecerá usted a mi lado en sus
esfuerzos por seguir fomentando nuestra ciencia Manten­
gamos también nuestro mutuo v solícito interés respec­
to a los destinos personales que nos aguardan.
Con saludos muy afectuosos para usted y su mujer.
Su fiel,
Freud.

172. A Lou Andreas-Salomé


Viena, IX, Berggasse, 19, 25-5-1916.
Mi querida Frau Lou:
Me parece imposible la mera posibilidad de que no com­
prenda usted cualquiera de nuestras afirmaciones. Si así
fuera, la culpa sería nuestra o, para ser exactos, mía.
Después de todo, es usted comprensiva por excelencia y
además me entiende invariablemente y sabe incluso per­
feccionar cuanto se le expone. Siempre me han impresio­
nado sus comentarios a mis trabajos. Sé que al escribir
tengo que cegarme artificialmente para concentrar toda la
luz en los lugares oscuros, renunciando a l a cohesión, a
Epistolario 81

la armonía, a los efectos edificantes y a todo aquello que


usted llama el elemento simbólico, pues me asusta el con­
vencimiento de que tal meta, tales expectativas, lleven
dentro de sí el riesgo de alterar la verdad, aunque puedan
embellecerla. Entonces aparece usted y añade lo que fal­
ta, construye sobre este cimiento su edificio y pone aque­
llo que había quedado aislado en el contexto que le co­
rresponde. No puedo seguirla siempre, pues mis ojos,
acostumbrados a la oscuridad, no son capaces de sopor­
tar una luz fuerte ni de emular una visión que alcanza
los menores detalles. Sin embargo, no estoy tan apolilla-
do como para no disfrutar con la idea de que existe algo
más brillante y más amplio, y mucho menos negaría su
existencia. Su tarjeta, a pesar de cuanto le digo, me de­
cepcionó en un punto. Tenía la impresión de que había
terminado ya de escribir su ensayo y que no nos tendría
esperando mucho tiempo más. Le imploro que no lo deje
de la mano y que no me dé precedencia en el tiempo. Mi
libro, que contiene doce ensayos de esta índole, no podrá
ser publicado antes de la terminación de la guerra, ¿y
quién puede predecir en qué momento después de tan
ardientemente esperada culminación? Tampoco es posible
vaticinar el fin de la propia existencia, y me gustaría leer
su colaboración antes que fuera demasiado tarde. Mas si
hace alusión a mis conferencias (1), puedo decirle desde
ahora que no contienen nada nuevo para usted.
Hoy recibí las primeras galeradas de su Annal and Se­
xual («Anal y sexual»).
Con saludos muy cordiales, suyo,
Freud.

173. A Lou Andreas-Salomé


«Hotel Bristol», Salzburgo, 27-7-1916.
Mi querida Frau Lou:
Me apresuro a decirle que, en vista de las dificultades
del verano que atravesamos, hemos fijado nuestra resi­
dencia en este hotel con vistas a una estancia prolongada.
Los estímulos y comodidades de esta bella ciudad, la
garantía que nos da de mantener nuestras conexiones
postales y el suministro de alimentos, nos han obligado
a renunciar al campo, a pesar de lo mucho que lo nece­
sitábamos. En estos días esperamos que den permiso a
nuestro hijo Ernst, que tan parecido encontró usted a
R. M. Rilke (2). Este último, a quien me gustaría felicitar
por haber recuperado su libertad (3) de poeta, nos h a
(1) Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, Viena, 1916-17
(«Conferencias sobre el psicoanálisis a título de introducción», ed. revi­
sada, Londres, 1929; «Una introducción general al psicoanálisis», Nueva
York, 1935, Ed. Standard, 15-16). Sólo la parte primera de las Confe­
rencias (Hehlleistungen) había aparecido por estas fechas.
(2) Rainer María Rilke (1875-1926).
(3) Rilke acababa de ser licenciado del servicio militar.
6— epistolario n
82 Sigmund Freud
aclarado tajantemente en Viena que «no puede firmarse
con él una alianza duradera» (4), y aunque estuvo cordial
en su primera visita, fue imposible persuadirle que la
repitiera.
Tan pronto como regrese le enviaré los libros que me
pide (The Freudian Wish, de Holt, y el ensayo de Putnam
en The psychoanalytical Review. «La Revista Psicoanalí­
tica»), salvo si para entonces (finales de setiembre) me
ha anunciado usted que los leyó ya, o... que se va a de­
cidir a hacer el viaje.
Me complació mucho, naturalmente, su amable acogida
a la parte I de las conferencias. Supongo, sin embargo,
que en la parte II, la que se refiere al sueño, se dará
usted cuenta en seguida de que no he logrado mantener
este tipo de enfoque preparatorio indirecto que educa al
lector en lugar de limitarse a exponer teorías. Durante
mi estancia aquí he comenzado a pergeñar una serie de
conferencias sobre la teoría de la neurosis y he terminado
ya la primera. Toda mi vida habría estado dominada por
un sentimiento de seguridad si el pronóstico de mis pro­
ducciones hubiese sido posible en cualquier época y cir­
cunstancias. Desdichadamente, nunca ha sido así, y siem­
pre hubo días intermedios en los que todo se negaba a
salir como era debido y durante los cuales corrí el riesgo
de perder mi capacidad para trabajar y luchar, debido a
ciertas fluctuaciones insignificantes de humor y salud. Mi
constitución es muy poco recomendable para un hombre
que no es artista ni pretende serlo. Entre todos mis li­
bros, la Every-day Life («Vida cotidiana») (5) es el que
está haciendo mejor carrera por sí mismo. Actualmente
preparo la quinta edición, y tengo frente a mí otra, ho­
landesa, publicada por J. Stárcke (6), y que me parece
muy presentable. Cierto trabajito psicoanalítico que me
han anunciado determinadas fuentes sigue teniéndome en
vilo.
Con saludos cordiales y deseándole buena salud en es­
tos trying (7) tiempos, sinceramente suyo,
Freud.

174. A Josef Popper-Lynkeus


«Hotel Bristol», Salzburgo, 4-8-1916.
Muy señor mío:
Recibí el día 1 de este mes un envío suyo que me hizo
sentirme muy complacido y honrado. Esperé a ver si era
seguido por una carta de explicación, mas dado que ésta
no llegó —hoy en día el corrreo merece escasa confian­
za—, me parece inútil aplazar por más tiempo el darle

(4) Cita de Das Lied von der Glocke, de Schiller.


(5) Véase nota 5 a la carta del 25-11-1901.
(6) Doctor Johann Stärcke, psicoanalista holandés.
(7) Escrito en inglés.
Epistolario 83
las gracias y preguntarle dónde pudo encontrar el libri-
to (8) de Straus.
Como lector del Vossische Zeitung, ya estaba familiari­
zado con el aprecio maravilloso y envidiable que siente
usted hacia su difunto amigo Mach (9). Dado que mis
puntos de vista son más estrechos, no he podido por
desgracia valorar debidamente el trabajo de éste, pare-
ciéndome que su enfoque de los fenómenos psíquicos era
poco psicológico. La psicología no ensambla bien con el
médico. Recuerdo mi sorpresa hace años cuando descu­
brí que usted (y sólo usted) reconocía que la distorsión
de los sueños es el resultado de la censura (Soñando
igual que despierto, de Lynkeus) (10). La disertación que
compuso hace casi un siglo el doctor Heinrich Straus es
verdaderamente muy notable y contiene varias cosas que
preocupaban a un ex amigo mío, W Fliess, de Berlín,
quien, partiendo de su autoobservación, descubrió gran­
des verdades relativas al ritmo de los fenómenos vitales,
haciendo también el hallazgo considerable de que existen
dos ritmos de esta índole, uno masculino que dura vein­
titrés días y otro femenino de veinticho. Aun después de
haber roto la amistad que nos unía, conservé alguna fe
en. esta idea. Además, fue un placer para mí encontrar en
el librito observaciones que guardan relación con mi pro­
pia esfera de interés, como, por ejemplo, la de que los
seres humanos tratan de imitar la postura embrionaria
en el suelo, así como la comparación entre la Inverna­
ción y la migración de las aves, de las cuales pueden
extraerse fácilmente derivaciones genéticas.
Agradecido, y deseándole buena salud, muy sinceramen­
te suyo,
Sigmund Freud.

175. A Sophie y Max Hálberstadt


Viena, IX, Berggasse, 19, 18-9-1916.
Mis queridos hijos:
Muy bien, todo se hará como lo deseáis. Desde luego,
me ilusiona enormemente la prometida visita y por esta
razón rae abstengo de ejercer cualquier indebida influen­
cia. Quizá mamá se preocupa sin motivo por el problema
de la alimentación, y estoy seguro de que todo marchará
como una seda. Haremos todo cuanto podamos y Sophie
ya se hará cargo de que en otros tiempos la hubiéramos
acogido de modo distinto.
No debéis preocuparos demasiado por vuestra insegu­
ridad. Las cosas han tomado este cariz, y el destino de
mucha gente en el momento actual es aún más incierto.
Sois jóvenes; para vosotros se trata sólo de un episodio.
(8) Una tesis, sobre los sueños, de comienzos del siglo xviii.
(9) Ernst Mach (1838-1916), filósofo y médico alemán.
(10) De Phantasten cines Realisten («Ensueños de un realista»), pu­
blicado en 1899 bajo el seudónimo Lynkeus,
84 Sigmund Freud
Comencé hoy las consultas sin demasiado entusiasmo,
y habrá de pasar por lo menos una semana antes que
esté metido de lleno en el trabajo. Lo único que consigue
esta labor tomada a pequeñas dosis es irritarme.
Seguramente todavía podremos hacer antes que termi­
ne el año el próximo envío monetario a Ernst (11) con
los derechos que habrán de pagarme en marcos alema­
nes por la quinta edición de Every-day Lije («Vida co­
tidiana»).
Mantengámonos alegres y no nos tomemos la cosa de­
masiado a pecho. Hindemburg acaba de decir que nues­
tras perspectivas son buenas.
Con afectuosos saludos para los tres de vuestro
Papá.

1917
176. A Georg Groddeck
Viena, IX, Berggasse, 19, 5-6-1917.
Querido colega:
Hacía mucho tiempo que no recibía una carta que me
complaciera e interesara tanto, tentándome además a
remplazar las habituales cortesías debidas a un desco­
nocido por la franqueza analítica.
Haré lo que pueda. Observo que lo que usted pretende
es que le confirme oficialmente que no es usted un psi­
coanalista, que no pertenece a la comunidad de mis dis­
cípulos y que hay que considerarle como a algo aparte
e independiente. Es evidente que le haría un gran favor
rechazándole y relegándole al lugar que ocupan Adler,
Jung y otros. Mas no puedo obrar así. He de reivindicar­
le para nosotros, y debo insistir en que es usted un ana­
lista de primera fila que ha sabido captar de una vez
para siempre la esencia de la cuestión. El hombre que ha
reconocido que la transferencia y la resistencia constitu­
yen los puntos clave del tratamiento pertenece irrevoca­
blemente a la «Jauría», y este hecho sigue en pie, aunque
se complazca en dar al «Sube» (1) además el nombre de
«Id». Permítame decirle que el concepto de Sube no pre­
cisa ser ampliado para abarcar sus experiencias con las
enfermedades orgánicas. En mi ensayo sobre el tema que
cita, encontrará la siguiente nota inconspicua: «También
merece mención aparte una importante prerrogativa adi­
cional del Sube.» Y creo que ha llegado el momento de
aclararle que esta nota se refiere a la aserción de que el
Sube ejerce sobre los procesos somáticos una influencia
mucho más flexible que la del acto consciente. Mi amigo
Ferenczi, que está familiarizado con esta idea, ha escrito
(11) Hijo mayor de Max y Sophie Halberstadt.
(1) Das Unbewusste («El subconsciente»), Viena, 1915. Ed. Stan­
dard, 14.
Epistolario 85

un articulo sobre patoneurosis (2), que será incluido en


el Internationale Zeitschrift y que se aproxima mucho a
sus descubrimientos. Además, se ha basado en este mismo
punto de vista para realizar en mi honor un experimen­
to biológico que muestra cómo la prolongación consisten­
te de la teoría de Lamarck (3) sobre la evolución coincide
con las derivaciones últimas del pensamiento psicoanalí-
tico. Sus nuevas observaciones armonizan tan bien con
el razonamiento básico de este trabajo, que nos gustaría
recabar su autorización para hacer referencia a su ar­
tículo ya publicado cuando imprimamos aquél. Aunque
me inclino a acoger su colaboración con los brazos abier­
tos, hay una cosa que me preocupa en usted, y es el
hecho de que evidentemente, no haya logrado dominar
cierta ambición trivial que persigue la originalidad y la
prioridad. Si está usted seguro de la independencia de
sus descubrimientos, ¿por qué se preocupa de reivindicar
su originalidad? Y, además, ¿puede estar tan seguro en
este punto? Después de todo, debe usted de ser de diez
a quince, y probablemente hasta veinte años más joven
que yo (1856). Acaso no existe la posibilidad de que ab­
sorbiera usted las ideas esenciales del psicoanálisis de un
modo criptomnésico, parecido al que yo empleé para ex­
plicar mi propia originalidad Y, en cualquier caso, ¿a qué
conduce la lucha para lograr la prioridad contra la ge­
neración más vieja? Me apena particularmente este punto
de su carta, porque la experiencia muestra que los hom­
bres que no saben poner una brida a su ambición se des­
bocan un día u otro y se pierden para ellos mismos y
para la ciencia, hundiéndose en el desequilibrio.
Me gustaron mucho las muestras de las observaciones
que me envió, y espero que algunas de ellas puedan ca­
pear incluso las más severas críticas. Aunque toda esta
cuestión no puede constituir nunca una novedad para no­
sotros, hay ciertos ejemplos, como el que me da usted
del hombre ciego, que resultan originales. Y ahora, mi
segunda objeción: ¿por qué se arroja usted desde su ex­
celente trampolín de cabeza al misticismo, por qué dese­
cha la diferencia entre los fenómenos psicológicos y fí­
sicos y se liga usted a inútiles teorías filosóficas que no
son precisas? Sus experiencias, después de todo, no supo­
nen sino la comprensión de que los factores psicológicos
representan un elemento inesperadamente importante
también en el origen de las enfermedades orgánicas. Mas
¿son estos factores psicológicos responsables por sí solos
de estas dolencias y hacen tambalearse la diferencia en­
tre lo psíquico y lo físico? Para mí es tan arbitrario do­
tar a todas las criaturas de la Naturaleza con una psique
como negar radicalmente que la posean. Concedamos a la
Naturaleza su variedad infinita, que va desde lo inanima­
do a lo orgánicamente animado, desde lo que vive sólo
(2) Forma especial de neurosis relacionada con ciertos trastornos
orgánicos. Artículo publicado bajo el título «Von Krankhcits oder Patho-
ncurosen», Viena, 1916.
(3) J. B. Antoinc de Lamarck (1744-1829), naturalista francés.
86 S i g m u n d F retid
físicamente hasta lo espiritual. Sin duda el Sube es el
mediador más adecuado entre lo físico y lo mental, y qui­
zás hasta resulte el muy buscado y jamás hallado «es­
labón perdido». Mas, ¿acaso el hecho de que nos haya­
mos percatado de esto nos da base para rehusar todo lo
demás?
Me temo que también usted sea un filósofo y posea la
tendencia monista a prescindir de todas las bellas dife­
rencias de la Naturaleza en favor de una tentadora uni­
dad. Mas no creo que ello pueda contribuir a eliminar
tales diferencias.
No necesito decirle que me gustaría mucho recibir res­
puesta suya. Tengo mucho interés por saber cómo reac­
cionará ante esta carta, que quizá le suene mucho menos
amistosa que la intención que la anima.
Atentamente suyo,
FrencL
177. A Lou Andreas-Salomé
Csorbató (4), 13-7-1917.
Querida Frau Lou:
He de decepcionarla. No voy a contestar con un «sí»
ni con un «no», ni con un signo de interrogación, sino
que me limitaré a dejar que sus comentarios ejerzan so­
bre mí el habitual efecto, después de haberme deleitado
con su lectura. Es evidente que usted se anticipa a mis
pensamientos y los complementa siempre, tratando, de
un modo visionario, de completar mis fragmentos y cons­
truir con ellos una estructura. Tengo la impresión de que
lo que afirmo es cierto, especialmente desde que empecé
a emplear el concepto de libido narcisista. Sin esta ten­
dencia me parece que también usted me hubiera aban­
donado en favor de los constructores de sistemas, tales
como Jung o más bien Adler Mas a través de la ego-
líbido ha podido usted observar cómo actúo, paso a paso,
sin sentir la necesidad interna de completar el ciclo, so­
portando continuamente la presión de los problemas que
van surgiendo y haciendo esfuerzos denodados para no
desviarme de la senda prevista. Al parecer, obrando de
este modo he logrado ganarme su confianza.
Si la existencia me permite continuar con la construc­
ción de esta teoría, quizá pueda usted reconocer luego
con satisfacción que varias de las cosas nuevas que aún
he de formular habían sido anticipadas o incluso enun­
ciadas por usted. Mas, a pesar de que los años van pe­
sando sobre mí, no tengo prisa.
Estoy aquí sentado en el Tatra y tiritando. Si existe
algo semejante a un paraíso helado, yo lo encontré, aun­
que estoy seguro de que en el paraíso debe de hacer
calor, incluso excesivo, y vientos cálidos muy distintos a
esta tormenta heladora que intenta arrebatarle a uno su
papel de cartas mientras escribe. Y si hay aue escribir
(4) Lugar de veraneo en Hungría.
Epistolario 87
algo en el cielo, no será ciertamente con un Lodenman­
tel. El bloqueo mundial y la esperanza de hallar alimen»
tos suficientes nos han traído hasta aquí. En conjunto,
nos sentimos muy a gusto. Csorbató significa «Lago Csor-
ba». Las cimas del elevado Tatra me miran desde allá
arriba amenazadoramente, mientras yo me atrevo a denun­
ciar al tiempo y al clima. ¿Le han dicho ya que me han
sugerido como candidato para el Premio Nobel? No es­
pero vivir para verlo, aunque se pusiera punto final al
aplazamiento de su distribución.
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.

178. A María Montessori


Viena, IX, Berggasse, 19, 20-12-1917 (5).
Muy señora mía:
Me produjo gran placer recibir carta suya. Como du­
rante años me preocupó el estudio de la psique infantil,
sus inteligentes y humanitarios esfuerzos cuentan con toda
mi simpatía, y mi hija, que es pedagoga analista, se con­
sidera discípula suya.
Será un placer poner mi nombre junto al suyo al pie
del llamamiento para la fundación de un pequeño Insti­
tuto como el planeado por Frau Schaxsl (6). La resisten­
cia que mi nombre pudiera suscitar entre el público ten­
drá que ser superada por el brillo que irradia el suyo.
Le saluda atentamente,
Freud.

1918
179. A Alexander Freud
Viena, IX, Bergasse, 19, 5-4-1918.
Querido Alex:
Cierta conversación que sostuve hoy con Dolfi (1) me
obliga a hacerte una sugerencia para solucionar las di­
ficultades de nuestra madre. Como sabes, es incapaz de
acostumbrarse al nuevo valor del dinero. Por otra parte,
se niega a dejar la administración financiera a Dolfi y la
martiriza de un modo indecible cada vez que hay que
gastar algo. Y, por si fuera poco, a Dolfi no le quedan
ya muchos ánimos.
Por todo ello, te sugiero que le demos, sin que lo sepa
(5) Por desgracia, se leyó erróneamente la fecha de esta carta; el
año consignado debió ser 1927
(6) Psicoanalista, actualmente Mrs. Willy Hoffer, de Londres.
(1) Dolfi, hermana de Freud, que permaneció soltera y vivía con
su madre.
88 Sigmund Freud
nuestra madre, una suma que le permita atender a los
gastos de la casa, sin que la anciana señora se dé cuen­
ta. Las quinientas Kronen que le envié en marzo además
de la suma habitual se han acabado ya. Ahora, si te pa­
rece, le mandaremos mil cada uno.
Sea como fuere, tendremos también que buscarles alo­
jamiento estival no lejos de la ciudad, donde podamos
pagar todos sus gastos para que no tengan que estar con­
tando el céntimo. Te darás cuenta tan bien como yo de
que llegará verano en que no tendremos oportunidad de
repetir esta avuda.
Hoy di al Banco las órdenes oportunas para que te
envíen tu asignación trimestral.
Te saludo afectuosamente y espero tu respuesta. Tuyo,
Sigm.

180. A destinatario anónimo


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-4-1918.
¡Mi querida y loca ami guita!:
Te aseguro que te comprendo plenamente y que pue­
des escribirme todo lo que se te pase por la cabeza,
pues no es fácil asustarme. Pero ¿no te das cuenta de
que has escandalizado a tu patriarca con tanta frecuencia
que ya no puede tener confianza en tu tenacidad, lo que
le obliga a importunarte pidiéndote que le escribas más
a menudo? ¿Por qué obraste así en aquella ocasión? Yo
sé, naturalmente, los motivos, y ni siquiera ahora te pido
que suprimas tus tentativas de «extorsión».
El buen Dios te ha dado uno de sus dones más precio­
sos: un delicioso y fantástico humor. ¿Por qué no lo un­
ces a tu carro y deias que lo arrastre a través del sucio
presente hasta que lleguemos nuevamente a una calle más
limpia? Eres ioven y sabes que vale la pena esforzarse.
Después de todo, el que lo hagas antes o después no su­
pondrá diferencia alguna en tu vida. A tus amables pre­
guntas respondo que todavía estamos vivos, aunque na­
turalmente no muv alegres. Me dicen que el suministro
de puros está asegurado hasta 1919 (¿fines o comienzos?).
En cuanto a la comida, afirman que el problema se ali­
viará todos los años por la época de la cosecha, en cuya
distribución participas. Es muv considerado por tu parte
que te expreses en términos tan afectuosos, v me doy
cuenta de que se los diriges en realidad a ese mismo pa­
dre del que te quejas en tu carta. Espero que cuando te
hagan abanderada, la situación se hará más soportable.
Mientras tanto, valor.
Con cordiales saludos, tu padre sustituto,
Freud.
La dirección que pones en tu carta debe de haberte
sido dictada por el diablo nurificador del idioma. En la
vida civil se dice «catedrático y médico».
Epistolari o

181. A Anton y Rozsi von Freund.


Budapest, 9-8-1918.
Mis queridos anfitriones:
Llegamos aquí (2) a última hora de la tarde de ayer,
después de haber hecho un viaje muy bueno. Amigos
muy queridos vinieron a acogernos por sorpresa a bordo
y otros nos recibieron calurosamente al desembarcar. De­
duzco de esta primera impresión que la invitación ha
sido una vez más un amistoso fraude. Científicamente,
no puede aceptarse la definición de «primitivo» para algo
plenamente organizado y sublimado. Sin embargo, somos
tan modestos y adaptables que también nos acostumbra­
remos a esta situación.
He simplificado la mesa de escribir considerablemente.
La fotografía de nuestra pequeña anfitriona sigue en el
centro; a la derecha hay una escribanía con plumas es­
tilográficas, y a la izquierda, una caja de puros. No sé
aún si la ciencia saldrá ganando con esta distribución. La
única cosa que pude traer como regalo para nuestros
anfitriones fue la reproducción mediocre de un dibujo que
es impresión fiel de cómo me sentía antes de salir de
Viena.
Quizá le interese saber que Heller se ha vuelto muy
maleable y dócil y está preparando una segunda edición
de las conferencias.
Con saludos cordiales para jóvenes y viejos, suyo,
Freud.

182. A Anton von Freund


Lomnicz, (3) 17-9-1918.
Querido doctor:
Mi estancia aquí toca a su fin. Dentro de unos cuan­
tos días podré conversar con usted y darle las gracias
por todos sus esfuerzos. También cambiaremos impresio­
nes sobre el Congreso (4), si bien no sé aún cuándo po­
drá celebrarse. Por si no recibiera más noticias mías —ya
se hará cargo de que actualmente no funciona en abso­
luto el sistema telegráfico—, saldremos de aquí el vier­
nes, día 20, de mañana, para llegar a Budapest el mismo
día por la tarde. Hemos pedido a Ferenczi que nos bus­
que una habitación con vistas al Danubio.
Por lo que respecta al Congreso, tengo aún dos peticio­
nes que formularle, o más bien detalles que recordarle.
En primer lugar, que no deben ser exagerados los for-
(2) Freud y su hija Anna.
(3) Pueblo de veraneo en las montañas Trata, Hungría.
(4) El V Congreso Psicoanalítico, celebrado en Budapest, setiem­
bre, 1918.
90 Sigmund Freud
malismos extemos. Dejemos a un lado banquetes, discur­
sos, solemnidades, etc. —cosas todas más bien carentes
de significado en sí mismas—, relegándolos para mejor
ocasión. O, al menos, me gustaría que se divulgara que
yo no participaré en todos estos actos, ni pronunciaré
una sola palabra en público, ni adoptaré actitudes solem­
nes, etc. En una palabra: que pienso mantener una pa­
sividad absoluta. Y ya sólo me resta por añadir, por si
el Congreso se elevara a tales cimas, que preferiría para
la conferencia un tema más digno y de interés más gene­
ral del que se enuncia en el programa. No sé aún cuál,
pues me siento excesivamente cómodo aquí para permi­
tirme el lujo de inventar ideas.
Además me gustaría pedirle que limitara su hospitali­
dad hacia los asistentes al Congreso y que mantenga el
alojamiento que les asigne y las diversiones que les ofrez­
ca en una escala más bien modesta. Sugiero todo esto
en su propio interés, pues no quiero que aparezca usted en
el papel de mecenas financiero, papel que usted mismo, y
con toda razón, no desea recabar. Por otra parte, la Aso­
ciación (5) propiamente dicha no posee medios económi­
cos de momento, y el calor de la recepción será, a pesar
de todo, evidente para todos los congresistas.
Con saludos cordiales para usted, su familia y sus in­
vitados, suyo,
Freud.

183. A Sandor Ferenczi


Viena, IX, Berggasse, 19, 30-9-1918.
Querido amigo:
En el mismo día de mi regreso, y en el dintel de un
nuevo año de trabajo, no puedo dejar de darle las gra­
cias por todas las pruebas de cordial amistad que me ha
dado durante estos últimos años, ni de felicitarle por los
magníficos éxitos del Congreso, del que fue usted artífice
en tan gran medida, y por su ascenso (6). ¿Recuerda mis
proféticas palabras antes del I Congreso de Salzburgo,
cuando le dije que esperábamos grandes cosas de usted?
Estoy lleno de satisfacción y tengo el corazón ligero
porque sé que mi mayor preocupación y el trabajo de
toda mi vida está protegido por su interés y el de otros,
y que habrá quien se cuide de él en el futuro. Así, veré
cómo se aproximan tiempos mejores, aunque me quede
un poco al margen.
Espero que ahora aumentará usted sus vínculos amis­
tosos con el hombre (7) que la Providencia nos ha enviado
(5) La Asociación Psicoanalítica Internacional.
(6) A la presidencia de la Asociación.
(7) Anton von Freund, que hizo posible, por medio de una dona-
ción considerable, la fundación de la Internationaler Psychoanalytischer
Verlag (Casa Editorial).
Epistolario 91
en el momento preciso, así como con Rank (8), que es
irremplazable. si así fuere, podré disfrutar con la satisfac­
ción de ver y saber que la generación más joven está
llevando a cabo lo que una energía limitada y los años
no me permiten ya realizar personalmente.
Budapest ofreció escasas oportunidades para un inter­
cambio de ideas, Tuve demasiados compromisos, lo cual
justifica este tardío despliegue de emoción.
Al llegar aquí hallé una carta de Karger (9) pidiéndome
permiso para lanzar la sexta edición de la Every-day Life
(«Vida cotidiana»)
Le agradecería hiciera llegar las líneas que le adjunto
a Sachs (10), cuya nueva dirección desconozco.
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.

1919
184. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 2-12-1919.
Querido doctor Eitingon:
Su amabilidad y afecto me han dado un día tormentoso.
Por la mañana recibí su carta anunciando que había
puesto a mi disposición tres mil Kroner suecas, y que
me remitía la mitad de dicha suma, convertida en Kro-
nen austríacas, a través del Banco. Como pasé la mañana
ocupado haciendo cuatro análisis, no tuve tiempo de pen­
sar despacio en el asunto y sólo tuve un rato para leerla
en voz alta a la hora de la comida, durante la cual, apar­
te de mi esposa, tres de nuestros hijos, así como nuestra
hija menor (a la que usted conoce), estaban presentes.
Produjo un efecto extraño. Los tres chicos parecieron sa­
tisfechos, pero las dos mujeres se echaron las manos a la
cabeza, y mi hija declaró —evidentemente, no puede so­
portar la demolición de su complejo paternal— que como
castigo (!) no iría a Berlín a pasar la Navidad. En reali­
dad, mañana por la mañana le enviaré un telegrama pi­
diéndole que cancele la transferencia a Viena, si es aún
posible. Pues ¿para qué ha de servirme? No nos faltan,
precisamente, Kronen inútiles. Yo poseo más de cien mil,
y cada día gano de novecientos a mil más. Si, por otra
parte, necesitara moneda extranjera, quq tan difícil es
obtener aquí, ya se lo habría hecho saber, como hice
cuando precisé marcos. Me produce una sensación de
seguridad saber que tiene usted guardadas Kronen suecas
con objeto de ayudarme si tuviera que recurrir a usted,
(8) Doctor Otto Rank. Véase carta del 25-8-1924.
(9) Editor berlinés.
(10) Hanns Sachs, doctor en Derecho (1881-1947), psicoanalista. Autor
de Freud: Master and jriend («Freud: Maestro y amigo»), Cambridge,
Mass., 1944.
92 Sigmund Freud
mas, una vez se hayan convertido en Kronen austríacas,
no sabría qué hacer con ellas y resultaría difícil volver a
cambiarlas. Desde luego, es usted el miembro más teme­
rario de mi familia. Ya me ha prestado dos mil marcos,
otros mil a mi cuñada —que tampoco puede pagarle sino
en Kronen—, se ha lanzado usted a la empresa de finan­
ciar a Ernst hasta que éste obtenga su salario en libras
esterlinas, nos envía grandes cantidades de cosas necesa­
rias para seguir viviendo (alimentos) y trabajando (ciga­
rros), que no nos gustaría tener que cambiar por dinero
contante y sonante, y ni aun con todo esto se siente satis­
fecho. Su último y valiosísimo regalo sufrió un acciden­
te..., del que Mathilde no quería que le informáramos. Su
baúl llegó un día después que ella, desprovisto de todo
cuanto de comestible o fumable traía. Todo lo demás per­
maneció intacto, selección que sugiere las actividades de
una banda de ferroviarios bien organizada. En la maleta
encontramos dos magníficas salchichas, por las que que­
do agradecido a Liebermann (1) y Harnik (2).
Actualmente estamos atareadísimos con la próxima
boda (3), y usted lo estará probablemente con la que se
le avecina, aunque no sea tan inmediata. Ernst sigue
guardando libros para desgajarse definitivamente de nues­
tra casa, que anima tanto con cada nueva visita. Oli está
deprimido porque ha sabido, después del viaje que hizo
para entrevistarse con el representante del Gobierno ho­
landés en Graz, que la decisión relativa a su solicitud no
se publicará hasta dentro de dos meses, y que sus posibi­
lidades son más bien vagas. Mientras tanto, irá probable­
mente a Berlín y a Hamburgo. Freund se encuentra en un
crítico estado de salud, tiene fiebre, le mantienen a base
de morfina y se ha fijado a sí mismo el día 12 de diciem­
bre como límite. La situación no es clara, y probable­
mente se le están extendiendo las metástasis del sarcoma.
Trabajo muy lentamente en el ensayo sobre la psicología
del instinto y la masa y echo mucho de menos a Rank.
La Sociedad Psicoanalítica ha admitido al doctor Schil-
der (4), ayudante en la clínica psiquiátrica Hattingberg (5)
y Schmideberg (6) están en la lista de candidatos.
La fundación de su policlínica (7) desplazará nueva­
mente el centro de nuestro movimiento a Berlín. Abraham
está luchando para conseguir la celebración en dicha ciu­
dad del próximo Congreso. Les saludo a usted y a su
esposa con toda mi vieja amistad, pero también con nue­
vos motivos. Suyo,
Freud.
(1) Doctor Hans Liebermann (1883-1931), psicoanalista alemán.
(2) J. Harnik, psicoanalista húngaro.
(3) De Martin Freud con Esti Drucker.
(4) Doctor Paul Schilder (1886-1940), psicoanalista, catedrático de
Psiquiatría de la Universidad de Viena.
(5) Hans von Hattingberg, doctor en Derecho, psicoanalista alemán.
(6) Walter Schmideberg, psicoanalista.
(7) La primera clínica para el tratamiento psicoanalítico fue fun­
dada por el doctor Eitingon.
Epistolario 93

1920
185. A Amalie Freud
Viena, IX, Berggasse, 19, 22-1-1920.
Querida madre:
Hoy tengo que darte malas noticias. Ayer por la maña­
na falleció nuestra querida y bella Sophie a consecuencia
de una gripe galopante y pulmonía. Lo supimos a medio­
día por una conferencia que nos puso Minna desde
Reichenhall. Oli y Ernst han salido de Berlín para acudir
junto a Max. Robert y Mathilde salen el 29 para acom­
pañar al pobre hombre. Martha está demasiado postrada
para que le podamos dejar emprender el viaje, y en cual­
quier caso no hubiera encontrado a Sophie viva. Es la
primera entre nuestros hijos a la que sobrevivimos. No
sabemos todavía, naturalmente, lo que hará Max ni qué
piensa hacer con los niños.
Espero que te tomarás la noticia con calma, pues es
absurdo no aceptar la tragedia. Sin embargo, está justifi­
cado llorar a una muchacha tan espléndida y vital, y tan
feliz con su esposo y sus hijos.
Te saludo afectuosamente, tuyo,
SigmuncL

186. A Oscar Pfister


Viena, IX, Berggasse, 19, 27-1-1920.
Querido Pfister:
Nos ha enviado usted a un muchachito encantador, que
además se presentó con los regalos ya tradicionales. Su
voz me sonó por teléfono tan parecida a la suya que
por un momento me fue imposible creer que pertenecie­
ra a la segunda generación, y cuando llegó para meren­
dar el domingo le noté un aspecto de lo más familiar.
Se comportó con tal naturalidad, que fue una delicia te­
nerlo entre nosotros.
¡Y no hemos vuelto a verle desde el domingo! Aquella
tarde recibimos la noticia de que nuestra dulce Sophie,
que vivía en Hamburgo, nos había sido arrebatada por
una pulmonía gripal, cuando disfrutaba de una salud
perfecta y se consagraba a una vida plena y activa de
madre competente y esposa amante. Y todo en cuatro o
cinco días, como si jamás hubiera existido. Aunque ha­
bíamos estado preocupados por su salud desde un par
de días antes, en ningún momento perdimos la esperanza,
pues es difícil juzgar la marcha de estas cosas desde
lejos. Y lo malo es que la distancia no se acorta ni aun
en estos casos, por lo que no pudimos salir en el acto,
como hubiéramos deseado, tras recibir las primeras noti-
94 Sigmund Freud
cías alarmantes. No había tren, ni siquiera para un caso
de emergencia. La no disimulada brutalidad de nuestra
época pesa sobre nosotros. Mañana incinerarán a nuestra
pobre hija de domingo. Nuestra hija Madnlde y su ma­
rido saldrán para Hamburgo pasado mañana gracias a
una inesperada conexión con mi tren de la Entente. Por
lo menos, nuestro yerno no estará soto, pues dos de nues­
tros hijos que estaban en Berlín ya se encuentran con él, y
nuestro amigo Eitingon también ha acudido a su lado.
Sophie deja dos hijos, uno de seis años y el otro de tre­
ce meses, y un esposo inconsolable que tendrá que pagar
muy cara la felicidad de estos siete años. Tal dieña exis­
tió exclusivamente dentro de sus corazones, pues en el
mundo exterior su matrimonio padeció los azares de la
guerra, el alistamiento, las heridas en el frente, el fin de
sus recursos económicos, etc., sin que perdieran su valor
ni su alegría.
Trabajo todo lo que puedo y me alegro de que esto me
impida pensar demasiado. La pérdida de un hijo parece
producir una grave herida narcisística. Lo que se conoce
como duelo llegará probablemente después.
Mas, apenas hayamos acabado de contestar a todas las
condolencias, pedire a Pfister hijo que venga a verme.
Después de todo, el muchacho, que ya nos ha enviado
una carta de pésame, no tiene la culpa de nada.
Convencido de que cuento con su simpatía en estos
momentos, le envío mis cordiales saludos. Suyo,
Freud,
PS. Le ruego dé las gracias a Oberholzer (1) y disculpe
con él mi silencio dándole esta triste noticia.

187. A Sandor Ferenczi


Viena, IX, Berggasse, 19, 4-2-1920.
Querido amigo:
Le ruego que no se preocupe por mí. Aparte de sentir­
me más cansado, sigo siendo el mismo. La muerte, aun­
que dolorosa, no afecta mi actitud hacia la vida. He estado
durante años preparado para aceptar la pérdida de nues­
tros hijos, mas ahora le ha tocado a nuestra hija. Como
ateo confirmado, no puedo acusar a nadie y me doy
cuenta de que no existe sitio alguno a donde acudir con
mis quejas. «Las invariables y recurrentes horas del de­
ber» (2) y «El caro y encantador hábito de vivir» (3) con­
tribuirán a que todo vuelva a ser como antes. En el
fondo de mi ser siento, no obstante, una herida amarga,
irreparable y narcisista. Mi mujer y Annerl están profun­
damente afectadas de un modo más humano.
Esta semana esperamos a Oli, que parece haber encon-
(1) Doctor Emil Oberholzer, psicoanalista suizo.
(2) Cita de Piccolomini, de Schillcr.
(3) Cita de Egmont, de Goethe.
Epistolario 95
trado un empleo. Él, Ernst y Eitingon estuvieron presen­
tes en la incineración. Ayer cambiamos impresiones con
una visita que nos llegó de Hamburgo y que también
había asistido, y parece que fue una ceremonia muy dig­
na y solemne.
Mathilde y Robert han estado en Hamburgo desde el
sábado. Sabemos que Max no piensa separarse de los ni­
ños y que la viuda de su hermano, muerto en la guerra,
va a pasar unas cuantas semanas con él.
Le estrecho la mano amistosamente y me gustaría agra­
decer a su mujer las afectuosas palabras que me puso.
Suyo,
Freud.

188. A Herr Grodeck


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-2-1920.
Querido colega:
Haré que nuestra editora le devuelva la novela (4) du­
rante los próximos días, pero sus juicios son erróneos,
porque me gustó mucho. Hubo pasajes que me divirtieron
sobre manera, como los escritos al sistema de los viejos
humoristas ingleses, que están muy logrados. En cierto
modo, me recuerda al prototipo inmortal de toda novela
humorística, Don Quijote. El héroe crece en las manos
de su autor, convirtiéndose en algo más serio de lo que
se había intentado originalmente. Su poco habitual ta­
lento para las descripciones plásticas me admiró, especial­
mente en las escenas que se desarrollan dentro del tren.
Por otra parte, estoy de acuerdo con usted en aue el
libro no puede gustar a todo el mundo, pues es difícil di­
gerir tal abundancia de pensamientos inteligentes, francos
y bienhumorados. Sin embargo, debe intentar que se lo
publiquen No cabe duda de que han aparecido produccio­
nes más mediocres a la sombra del psicoanálisis.
Siempre acogeremos con gusto sus colaboraciones para
Imago. De momento, no tenemos papel, pero tratamos de
conseguirlo. Con el respeto de un colage, sinceramente
suyo.
Freud.
189. A Rozsi von Freud
Viena, IX, Berggasse, 19, 14-5-1920.
Queridísima Rozsi:
Me he preguntado durante mucho tiempo cómo podría
responder más adecuadamente a tu pregunta, pues tenía
la impresión de que tú ya sabías la contestación; es de­
cir, que Toni (5) estaba al corriente de su destino, sopor­
e s «Der Seelensucher» (The Soul-Seeder) («En pos del alma»), Insel-
verlag, Leipzig, 1921.
(5) Anton von Freund.
96 Sigmund Freud
tándolo como un héroe, si bien como un auténtico héroe
homérico, y lleno de humanidad, daba de cuando en
cuando rienda suelta a los apenados sentimientos que le
producía su suerte. Sólo un ser humano bueno, excep­
cional y dotado de la mayor naturalidad, podría haberse
comportado así.
Ya puedes imaginarte cuán frecuentemente mis conver­
saciones con Katá (6) suscitan su recuerdo. También sa­
brás, sin duda, que he tenido razones personales para
autoadiestrarme en la resignación del superviviente.
Aunque es poco lo que puedo hacer de momento por
ti y tus hijos, espero que recordarás nuestra íntima alian­
za sobre la base de la triste experiencia compartida.
Con mis mejores y más cálidos deseos, tuyo,
Freud.

190. A Oscar Pfister


Viena, IX, Berggasse, 19, 21-6-1920.
Querido Ffister:
Comencé a leer su librito (7) sobre el expresionismo
con tanto interés como aversión y lo acabé de una senta­
da. Al final, me gustó muchísimo, no tanto por la parte
que es puro análisis y que, naturalmente, no puede su­
perar las dificultades de interpretación para los no analis­
tas, sino más bien por lo que deriva usted del tema y
lo que con él asocia. A menudo me digo: ¡Qué decente,
benévolo e incapaz de toda injusticia es este Pfister! No
te puedes comparar con él, aunque te agrade aprobar sin
reservas todo cuanto descubre por sí mismo.
Debo precisar, por otra parte, que en la vida real soy
intolerante hacia los chiflados, que veo sólo su lado
dañino, y que en lo que respecta a estos «artistas», soy
casi como aquellos a quienes usted fustiga al principio,
considerándolos filisteos e intransigentes. Y, al final, expli­
ca usted con claridad y exhaustivamente por qué estas
gentes no tienen derecho a llamarse artistas. Permítame
darle las gracias muy efusivamente por esta nueva adqui­
sición para mi tesoro psicoanalítico. Su devoto
Freud.
PS.—¿Qué tal anda su simpático hijo?

(6) Katá Levy, hermana de Anton von Freund. Véase carta del
11-6-1923.
(7) Der psychologische und biologische Untergrund expressionistischer
Bilder, Berna, 1920 {Expressionism in Art. Its BsichoUigical and Biolo­
gical Basis); Londres, 1922; Nueva York, 1923 («El expresionismo cn
arte: su base psicológica y biológica»).
Epistolario 91

191. A Stefati Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 19-10-1920.
Querido señor Zweig:
Habiendo hallado, al fin, aquí alguna paz, me doy cuen­
ta de que le debo las gracias por el excelente libro (8)
que encontré esperándome, y que he leído, a pesar del
trabajo acumulado en estas dos primeras semanas. Lo
he leído con un placer fuera de lo corriente, y, en caso
contrario, sería absurdo escribirle acerca del mismo. La
perfección de cuanto dice, combinado con el dominio
de la expresión lingüística, me produjeron una satisfac­
ción insólita en mí. Lo que me interesa especialmente
son las acumulaciones y la intensidad cada vez mayor
con que su lenguaje se va acercando a la naturaleza ínti­
ma del tema.
Es como la acumulación de símbolos en un sueño que
permite a aquello que está oculto filtrarse, poco a poco,
con claridad cada vez más acentuada.
Si me permite enfocar cuanto expone desde un ángulo
particularmente severo, le diré que al hablar de Balzac
y de Dickens da usted plenamente en el clavo. Quizá no
fuese difícil la tarea, pues son tipos que, comparativa­
mente, apenas tienen recovecos. Sin embargo, con el mal­
dito ruso tenía a la fuerza que resultar todo menos satis­
factorio, y uno se da cuenta de las lagunas y capta todas
las incógnitas que quedan sin resolver. Al tratar de este
punto le ruego me autorice a hacerle partícipe de las
cosas que acuden a mi mente de profano, aunque quizás
en el terreno de la psicopatología, al que pertenece irre­
misiblemente Dostoyevski, tenga yo alguna ventaja para
opinar.
No me parece que debiera usted haber confinado a D***
a su supuesta epilepsia y hasta estimo altamente improba­
ble que fuera epiléptico. La epilepsia es una enfermedad
cerebral orgánica, independiente de la constitución psí­
quica y asociada, por regla general, a la deterioración y
regresión de las fundones mentales. En los anales de la
Historia sólo existe un caso en que esta enfermedad haya
afectado a un hombre de elevada inteligencia, y se refie­
re a un gigante intelectual de cuya vida emocional ape­
nas se conoce nada (Helmholtz) (9). Todos los demás
grandes hombres a quienes se tacha de epilépticos no son
en realidad otra cosa que casos clarísimos de histeria.
(El visionario Lombroso (10) aún no sabía hacer una
diagnosis diferencial.) Y tal distinción no supone mera
(8) Drei Meister: Balzac, Dickens, Dostoyevski, Insedverlag, Leipzig,
1920. (Three Master, Nueva York 1930.) («Tres maestros».)
(9) Hermann von Helmholtz (1821-1894), médico, fisiólogo y físico
alemán.
(10) Cesare Lombroso (1836-1909), psiquíatra italiano, autor de Ge­
nius and Madness («Genio y locura»).
7 — EPISTOLARIO U
98 Sigmund Freud
pedantería médica, sino algo muy fundamental. La histe­
ria procede de la misma constitución psíquica y es una
expresión más de la facultad orgánica básica que produ­
ce el genio de un artista. Al mismo tiempo es también
síntoma de un conílicto especialmente vigoroso y no solu­
cionado, que opone estas tendencias básicas y posterior­
mente escinde la vida psíquica en dos campos. Creo que
todo el caso de D*** podría haberse construido sobre su
histeria.
Aunque el factor constitucional puede y suele ser de im­
portancia excepcional en una histeria como la de D***, es
interesante anotar que el otro elemento, al que atribuye
igualmente un valor significativo nuestra teoría, tam­
bién se encuentra presente en este caso. En algún lugar
de una biografía de D*** me mostraron un pasaje que
atribuía sus anomalías internas al hecho de que, cuando
era niño, había sido punido por su padre en circunstan­
cias muy severas. Recuerdo vagamente la palabra «trági­
cas». ¿Estoy en lo cierto? Llevado por su «discreción»,
naturalmente, el autor no aclaraba específicamente tales
circunstancias. Para usted será más fácil que para mí
seguir la pista a este pasaje. Fue esta escena de su niñez
—y no preciso hacer tales aclaraciones al autor de First
Experiences («Las primeras experiencias»)— la que dio a
su repetición posterior, aun antes de ser llevada a cabo,
la facultad traumática de reproducirse cristalizando en
un ataque. Toda la vida de D*** está dominada por su ac­
titud bicéfala hacia la autoridad paterna-zarista, caracte­
rizada por una sumisión masoquística y voluptuosa, de
un lado, y por una encolerizada rebelión contra la misma
del otro. El masoquismo incluye un sentimiento de cul­
pabilidad que busca con anhelo de «redención».
Lo que usted, evitando la palabra técnica, llama «dua­
lismo» es definido por nosotros como «ambivalencia». Esta
ambivalencia es un legado de la vida psíquica de las
razas primitivas y se encuentra mejor conservado, sien­
do más accesible a la consciencia, en el pueblo ruso, como
pude apuntar, tan sólo hace unos años, al trazar minu­
ciosamente el historial de un ruso típico. Esta vigorosa
tendencia hacia la ambivalencia, combinada con el trauma
infantil, puede haber determinado parcialmente la insóli­
ta violencia del caso de histeria de D*** Aun los rusos
no neuróticos poseen una ambivalencia muy destacada,
como sucede a los personajes de casi todas las novelas
de D***.
Casi todas las peculiaridades de su producción, de las
cuales pocas le han escapado a usted, pueden ser atribui­
das a su —para nosotros anormal y para los rusos muy
corriente— constitución psíquica o, por formularlo más
específicamente, a su constitución sexual, que podría ser
ilustrada clara y detalladamente, destacando, sobre todo,
cuanto en ella hay de exótico y torturante. No puede esto
ser comprendido sin psicoanálisis, aunque de hecho no lo
precise, por ponerlo de manifiesto en cada uno de sus
personajes y de sus frases. El hecho de que The Brothers
Karamasov («Los hermanos Karamazov») ponga al desnu-
Epistolario 99
do el problema personal más acuciante de D***, es decir,
el parricidio, y lo base en la teoría analítica de la equi­
valencia entre el hecho real y la mala intención, podría
ser uno de los ejemplos. Lo extraño de su amor sexual,
que no es ni ciega pasión ni sublimada compasión; las
dudas de sus héroes, que jamás están seguros de si aman
u odian, de a quién aman, de cuándo aman, etc., son otros
tantos elementos que vienen a mostrar, también clara­
mente, en qué terreno ha brotado su psicología.
Con usted no temo el tipo de incomprensión que po­
dría llevar a cualquier otra persona a interpretar mi én­
fasis sobre los aspectos patológicos como un intento de
disminuir o quitar importancia al esplendor de su capa­
cidad creadora. Pongo punto final a esta carta, ya dema­
siado larga, no porque se me hayan agotado las suge­
rencias que puede suscitar el tema, sino porque esta ya
exhausta hoja de papel me pide a gritos que acabe.
Con gracias renovadas y saludos cordiales, suyo,
Freud.

1921
792. A Hereward Carrington
Bad Gastein, 24-7-1921.
Estimado Mr. Carrington:
No soy de aquellos que menosprecian a priori el estudio
de los llamados fenómenos psíquicos esotéricos, conside­
rándolos anticientíficos, poco serios o incluso peligrosos,
y si estuviera comenzando y no acabando mi carrera cien­
tífica, quizás hasta hubiera llegado a elegir ese terreno de
investigación, desdeñando todas las dificultades.
Debo pedirle, sin embargo, que no mencione mi nombre
en relación con la rama que usted ha adoptado, y ello por
varias razones.
En primer lugar, porque en la esfera de lo oculto soy un
completo profano y absolutamente «novato», por lo que
no tendría derecho a recabar ni siquiera una pizca de
autoridad en el tema. En segundo, porque tengo buenas
razones para anhelar una nítida línea de demarcación
entre el psicoanálisis (que no tiene nada de ocultismo)
y esta aún inexplorada esfera de conocimiento, sin que
desee en absoluto ofrecer la menor ocasión para que se
creen equívocos.
Finalmente, porque no puedo librarme de ciertos pre­
juicios escéptico-materialistas que llevaría conmigo al es­
tudio de lo oculto. Me siento totalmente incapaz de admi­
tir la «supervivencia de la personalidad» después de la
muerte ni aun como posibilidad científica, y mi opinión
respecto al «hidroplasma» no difiere de la que sustento
sobre el primer punto.
En consecuencia, creo que será mejor que continúe limi­
tándome al psicoanálisis. Sinceramente suyo,
Freud.
100 Sigmund Freud

193. A Oscar Rie


Bad Gastein, 4-8-1921.
Querido Oscar:
Recibí tu carta cuando el termómetro marcaba 37° gra­
dos, y ahora, al contestarte, ha descendido a nueve. Ape­
nas nos ha sido concedido el deseo de que las cosas cam­
bien, cuando ya estamos lamentándonos de tanta compla­
cencia. ¿No es la vida a menudo así?
La inesperada ola de calor que se dejó caer sobre
Ganstein me produjo una semana de gran fatiga, que
había logrado vencer, sin embargo, ya antes que descen­
diera la temperatura. Los baños anuncian su efecto reac­
tivando las dolencias que tratan de curar, y así debe ser.
Estando aquí, me ha llegado un gran triunfo: mi prime­
ra traducción al francés, la de las cinco conferencias, que
ha publicado la Revue de Genève (1). Un contacto más
directo con París promete que pronto adquiriremos pú­
blico en la reluctante Francia.
El 31 de julio recibimos un telegrama de Em st anun­
ciándonos el nacimiento de un varón (2), del que, aparte
de su peso, tres kilos, no hemos vuelto a tener noticias.
Tanto la madre como el niño se encuentran bien. Los
del Aussee (3) no escriben demasiado a menudo. El día
14 tenemos intención de reunirnos camino de Innsbruck, y
al día siguiente continuaremos viaje hasta Seefeld (4).
Espero capturarte allí para que tengamos la oportuni­
dad de charlar durante unos cuantos días. Me parece muy
mal que te estés matando de hambre. Las épocas que
atravesamos requieren todas nuestras energías, así como
la movilización de nuestras reservas, y nuestro pobre Con­
rad (5) (nuestro organismo) sólo coopera si le tratamos
bien. En los días lluviosos nos reuniremos para echar
una partida de taroc.
Las amables palabras que me dedicas me han hecho
mucho bien, aunque no me dijeron nada nuevo, porque
durante toda la vida he contado con tu amistad como cosa
sabida. En el curso de la existencia he tenido oportunidad
de dar algo a muchas personas; mas, en lo que a ti res­
pecta, he sido siempre el beneficiario y nunca el dador.
Tengo confianza en tus fuerzas y espero que sabrás sobre­
ponerte a la situación actual.
Supongo que te llegaría a tiempo mi último librito (6),
(1) Véase nota a la carta del 23-11-1913.
(2) Stephen Gabriel, hijo mayor de Ernst Freud.
(3) La familia.
(4) Lugar de veraneo en el Tirol.
(5) Alusión a una vieja canción estudiantil alemana, cuya primera
línea dice: «|Oh mi pobre Chorydonl: joh, qué penal» «Pobre Conrad»
es una versión expurgada de «pobre Chorydon».
(6) Massenpsychologie und Ich-Analyse («Psicología de masas y aná­
lisis del Ego»), Vicna, 1921, Ed. Standard, 18,67.
Epistolario 101

que trata de la psicología de las masas. Por lo menos, en­


cargué que te lo enviaran antes de salir de Viena.
Minna, a la que también está sentando muv bien Gas-
tein, te envía sus recuerdos. Pongo punto final con la
esperanza de que nos veamos este mes. Tuyo,
Freud.

194. A Ernst y Lude Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 20-12-1921.
Queridos Ernst y Lux:
Frau Lou (7) se marchó esta mañana, de modo que ten­
go ahora la primera oportunidad de contestar a vuestras
cartas del 30-11 y 7-12 con sus buenas noticias. Como hués­
ped fue encantadora y es, desde luego una mujer extraor-
diñaría. Anna hablaba con ella de temas analíticos y visitó
en su compañía a bastantes personas dignas dei mayor
interés, pasándolo muy bien. Mamá la cuidó como sólo
ella sabe hacerlo. Yo, que trabajo nueve horas al día, no
tenía mucho tiempo libre que dedicarle; pero fue muy
prudente y discreta. Aparte de todo esto, ha habido multi­
tud de acontecimientos. Nunca me había dado cuenta de
que cuanto más viejo es uno tiene más cosas que hacer.
La idea de una vejez sosegada me parece hoy tan enga­
ñosa como la de una juventud feliz. La mayoría de mi
tiempo está ocupada con mis negativas y la información
que he de enviar a todos los rincones del mundo, pues
parece que la gente se ha puesto de acuerdo por doquier
para someterse a mis análisis, y, por si fuera poco, nin­
guno de mis pacientes piensa marcharse antes que finali­
ce febrero.
Los éxitos más importantes de que puedo informaros
son la aparición de las traducciones francesa e italiana
de las conferencias (parte I) y mi nombramiento como
miembro honorario de la Sociedad Holandesa de Psiquia­
tría (siguiendo las sugerencias de cierta persona que no
comparte mis ideas). La popularidad actual de que goza el
psicoanálisis puede deducirse del hecho de que hemos
recibido en el plazo de una semana dos solicitudes para
la formación de nuevas filiales locales de la Asociación
Internacional. Una venta de Calcuta y la otra, ¡de Moscú!
Ésta tenía diez mil rublos en sellos, lo cual te podrá dar
idea de nuestro futuro, y quizá también del vuestro.
A primeros de enero la habitación que tenía Frau Lou
será ocupada, sucesivamente, por Abraham y Ferenczi,
que van a dar conferencias a nuestros americanos. El pri­
mero os llevará a su regreso el regalo de Navidad que
mamá envía para Gabriel. Como es una cucharilla de
plata, para que su erudita madre no tenga que desespe­
rarse tanto, se la tendréis que negar a los demás.

(7) Loa Andrcas-Salomé.


102 Sigmund Freud
Me contento con que me deis siempre noticias como las
que contenía vuestra última carta y espero que escribáis
la próxima con parecido humor.
Os felicito muy afectuosamente a todos la Navidad y el
Año Nuevo,
PapcL

1922
195. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 24-1-1922.
Querido Max:
Abraham se ha ido a pasar la tarde con Rank, por lo
que aprovecho esta oportunidad para contestar a tu ama­
ble referencia al XV aniversario de nuestra amistad. Sin
duda, te darás cuenta del papel predominante que has
adquirido en mi vida y en la de mi familia. Ya sé que
no me apresuré a asignártelo. Durante muchos años, aun­
que consciente de tus esfuerzos por aproximarte a mí,
te mantuve apartado. Sólo después que expresaste en tér­
minos tan afectuosos tu deseo de pertenecer a mi familia
(en el sentido más íntimo de la palabra) me rendí a la
naturaleza confiada de mis años primeros y te acepté, y
desde entonces te he permitido hacerme toda clase de
servicios y te he impuesto todas las tareas imaginables.
Hoy he de confesarte que al principio no apreciaba tus
sacrificios tanto como después de darme cuenta de que
—con la carga de una esposa amante y amada a quien no
gusta demasiado la idea de compartirte con los demás
y atado a una familia que fundamentalmente siente esca­
sa simpatía hacia tus aficiones— abusas de tus fuerzas
al hacer tal oferta. Mas no deduzcas de esta observación
que estoy dispuesto a soltarte. Tus sacrificios han sido
cada vez más valiosos para mí, y si hoy te resultan exce­
sivos, eres tú quien habrá de indicármelo.
En consecuencia, te sugiero que mantengamos los nexos
que nos unen —que de mera amistad han pasado a cons­
tituir una dependencia paternofilial— hasta el fin de mis
días. Dado que fuiste el primero en acudir junto al solita­
rio, es justo que permanezcas a su lado hasta el fin. Las
cosas no cambiarán mucho, y siempre necesitaré algo, y
tú estarás presto a conseguirlo para mí. Es el destino
que tú mismo has elegido y por el cual también te com­
padecí en Berlín. Sin embargo, partiendo del análisis pe­
ripatético (1), me he familiarizado con la pauta de tu
vida amorosa, de la que no fue posible liberarte.
Mi situación ha cambiado fundamentalmente en los úl­
timos quince años. He dejado de tener preocupaciones
materiales, estoy rodeado de una popularida.1 que me in­
satisface y me he lanzado a empresas que me roban todo
(1) Alusión a los paseos que daban Freud y Eitingon, charlando.
Epistolario 103
el tiempo y posible ocio que necesitaría para llevar a cabo
un sosegado trabajo científico. Lo que necesito ahora
es apoyo para cultivar el movimiento psicoanalítico y,
sobre todo, para sacar adelante a la Verlag. El servicio
más inmediato que tú puedes rendir a ésta es escribir
un informe anual elocuente y detallado sobre la policlíni­
ca —la misma que tú fundaste—, en tal manera que pue­
da yo valerme de este documento y esgrimirlo por do­
quier, recabando apoyo para el Instituto y haciendo posi­
ble la fundación de otros similares. Las perspectivas en
América no me parecen desfavorables. Y ahora, salvando
la distancia Viena-Passau-Berlín, estrecha calurosamente
la mano a tu fiel
Freud.

196. A Ernest Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 3-4-1922.
Mi querido Ernest:
En realidad, no necesito desearte suerte por tu XXX
cumpleaños. Eres el único de mis hijos que posee ya todo
cuanto pueda anhelar un hombre a tu edad: una esposa
amante, un hijo espléndido, trabajo, buenos ingresos y
amigos. Todo te lo mereces y, puesto que en la vida no
suele existir correspondencia con el mérito, déjame ex­
presar el deseo de que la suerte te siga siendo fiel. El
cariño de
Papá,

197. A Arthur Schnitzler


Viena, IX, Berggasse, 19, 14-5-1922.
Querido doctor Schnitzler:
Ahora también usted ha llegado a su LX cumpleaños,
mientras que yo, que tengo seis más, me aproximo al
límite de mi existencia y llegaré pronto al fin del quinto
acto de esta comedia bastante incomprensible y no siem­
pre divertida.
Si me quedara algo de fe en la «omnipotencia del pen­
samiento», no vacilaría en enviarle mis más cálidos y cor­
diales deseos para los años que aún ha de vivir. Sin
embargo, dejaré este tonto gesto al vasto número de sus
contemporáneos que le recordarán el día 15 de mayo.
Tengo, no obstante, que hacer una confesión, que le
ruego no divulgue ni comparta con amigos o enemigos.
Me he atormentado a mí mismo preguntándome por qué
en todos estos años jamás había intentado que tra­
báramos amistad ni charlar con usted (ignorando, na­
turalmente, la posibilidad de que no hubiera usted acogi­
do bien mi intentona).
La respuesta contiene esta confesión, que me parece
demasiado íntima. Creo que le he evitado porque sentía
104 Sigmund Freud
una especie de reluctancia a encontrarme con mi doble.
No es que me sienta normalmente inclinado a identificar­
me con otra persona, ni que deje a un lado la diferencia
de talento que me separa de usted; pero siempre que me
dejo absorber profundamente por sus bellas creaciones
paréceme hallar, bajo su superficie poética, las mismas
anticipadas suposiciones, intereses y conclusiones, que
reconozco como propios. Su determinismo y su escepticis­
mo —la gente llama pesimismo—, su preocupación por las
verdades del subconsciente y los impulsos instintivos del
hombre, su disección de las convenciones culturales de
nuestra sociedad, la obsesión de sus pensamientos sobre
la polaridad del amor y la muerte, todo esto me conmue­
ve, dándome un irreal sentimiento de familiaridad. (En
un librito titulado Beyond the Pleasure Principie («Más
allá del principio del placer»), publicado en 1920, traté de
destacar a Eros y al instinto de la muerte como los prin­
cipios dominantes cuya interrealización se encuentra en la
base de todas las incógnitas de la existencia.) Así, he
llegado a formar la impresión de que su intuición —o
hás bien una autoobservación detallada— le ha permitido
llegar a aquello que yo he descubierto sólo mediante un
trabajo laborioso de observación de otras personas. Es­
timo que, fundamentalmente, su naturaleza es la del ex­
plorador de profundidades psicológicas, tan honradamen­
te imparcial y objetivo como el que más, y que si no
hubiera poseído tal constitución, sus facultades artísticas,
sus dotes idiomáticas y su poder de creación hubieran ejer­
cido mayor efecto sobre usted, convirtiéndole en escritor
de más atractivo para el gusto de las masas. Me inclino
a dar preferencia al explorador. Mas le ruego me perdone
por haberme dejado llevar una vez más de mi obsesión
psicoanalítica. No puedo remediarlo, aunque sé bien que
el psicoanálisis no es el mejor modo de adquirir popula­
ridad.
Con cálidos saludos, suyo,
Freud.

198. A Karl Abraham


Viena, IX. Berggasse, 19, 26-12-1922.
Querido amigo:
He recibido el dibujo que pretende representar su efigie.
Es horrible.
Sé que es usted excelente persona, por lo que me apena
aún más que ese pequeño fallo de su carácter que supo­
ne la tolerancia o simpatía hacia el arte «moderno» tenga
que haber sido tan cruelmente castigado. Me ha dicho
LampI que el artista declara que le ve así. Las personas
como él debieran ser las últimas en tener acceso a los
círculos analíticos, pues constituyen la más extrema ilus­
tración de la teoría de Adler, según la cual sólo aquéllos
que padecen graves defectos congénitos de visión llegan
a ser pintores o delineantes.
Epistolario 105

Permítame olvidar por un momento su retrato para de­


searle a usted y su familia toda clase de prosperidades
durante 1923. Cordialmente suyo,
FreucL

1923
191. A Edouard Monod-Herzen
Viena, IX, Berggasse, 19, 9-2-1923.
Muy señor mío:
Su reciente carta me proporcionó gran placer. Nuestra
época nos ha hecho por desgracia tan tímidos y recelosos,
que ya no nos atrevemos a esperar ninguna simpatía hu­
mana de los demás. Por eso la apreciamos más cuando
existe.
Dado que es usted amigo de Romain Rolland, le ruego
le traslade el respeto de un admirador para él descono­
cido.
Para usted, un cordial apretón de manos. Suyo,
Freud.

200. A Romain Rolland


Viena, IX, Berggasse, 19, 4-3-1923.
Muy señor mío:
El haber podido saludarle será un recuerdo feliz hasta
el fin de mis días, pues para nosotros su nombre ha esta­
do asociado a la más bella de las ilusiones; es decir, la
extensión del amor a toda la Humanidad.
Pertenezco, desde luego, a una raza que en la Edad
Media era tenida por responsable de todas las epidemias
y a la que hoy se atribuye la desintegración del Imperio
austríaco y la derrota alemana. Tales experiencias le qui­
tan a uno la esperanza, y, desde luego, no dan base para
concebir ilusiones. Gran parte del trabajo de mi vida
(soy diez años más viejo que usted) ha transcurrido in­
tentando destruir mis propias esperanzas y las de la
Humanidad. Mas si aquéllas no pueden ser hechas reali­
dad, o lo logran sólo en parte; si en el curso de nuestra
evolución no aprendemos a desviar a los propios instintos
de la senda que conduce a la destrucción de nuestros
semejantes; si continuamos odiándonos por cosas insigni­
ficantes y exterminándonos por un ruin ánimo de lucha;
si seguimos explotando los grandes progresos realizados
en el control de los recursos naturales para nuestra eli­
minación mutua ¿qué clase de futuro se ofrece a noso­
tros? Sin duda, es difícil librar la preservación de nuestra
especie del conflicto que existe entre nuestra naturaleza
instintiva y las exigencias de la civilización.
Mis escritos no pueden ser, como los suyos, alivio y so-
106 Sigmund Freud
siego para el lector. Mas si he de creer que han desperta­
do su interés, me permitiré enviarle un librito que, sin
duda, no conoce: Group Psychology and the Analysis of
the Ego («Psicología del grupo y análisis del Ego»), pu­
blicado en 1921. No es que considere que este trabajo
resulta especialmente satisfactorio; pero sí creo que mues­
tra el camino para, partiendo del análisis del individuo,
llegar a una comprensión de la sociedad.
Sinceramente suyo,
Freud.
201. A Georg Groddeck
Viena, IX, Berggasse, 19, 25-3-1923.
Querido doctor Groddeck:
En primer lugar, mi felicitación por haber conseguido,
al fin, publicar El Id. (1). Me gusta mucho el librito y
estimo que es muy importante seguir presentando a la
gente los fundamentos del psicoanálisis, ante los cuales se
siente tan inclinada a cerrar los ojos. El trabajo expone,
además, el punto de vista, teóricamente importante, que
yo también tomo como tema de mi próximo libro The
Ego and the Id. («El Ego y el Id.») (2).
Entre el público, naturalmente, despertará aún más in­
dignación y disgusto que el excelente Soul-Seek («En pos
del alma») (3), que compensaba su contenido mediocre
con la artística exposición del tema. Mas confío en que
esta reacción no logrará afectar a su autoconfianza.
Saludos cordiales para usted y mi traductora. Suyo,
Freud.

202. A Lou Andreas-Salomé


Viena, IX, Berggasse, 19, 10-5-1923.
Queridísima Lou:
Sólo las vistas y las celebraciones —Ernst y Eitingon
han estado aquí —han sido responsables de que aplace mi
respuesta a tu amable y comprensiva carta. Puedo infor­
marte de que soy nuevamente capaz de hablar, masticar
y trabajar, y hasta me permiten fumar, dentro de límites
moderados, cautos y burgueses. El mismo médico de ca­
becera me regaló la boquilla para mi cumpleaños, cele­
brado como si yo fuera el astro de un music-hall o cual
si hubiera de ser mi último cumpleaños sobre la tierra.
Aun después de la operación (4), la prognosis es buena.
(1) Das Buch vom Es, Psychoanalytischer Verlag, Viena, 1923. (The
Boo\ oj the Id), Imprenta Psicoanalítica, Viena, 1923. («El libro del Id».)
(2) Das Ich und das Es, Viena, 1923. (The Ego and the Id, Ed. Stan­
dard, 19.) («El Ego y el Id».)
(3) Véase nota a la carta del 8-2-1920.
(4) Freud había sido operado de la mandíbula, afectada por un
cáncer.
Epistolario 107
Ya te darás cuenta de que esto es sólo una leve tregua
en la incertidumbre que nos amenazará dur ante los años
venideros. Mi esposa y mi hija me han cuidado con gran
ternura.
Estoy plenamente de acuerdo contigo en lo que respecta
a nuestra impotencia frente a los sufrimientos físicos,
sobre todo si son dolorosos. A mí, como a ti, me parece
deplorable, y si se pudiera reprochar personalmente a
alguien, le diría que era una bajeza.
No he hecho nada para merecer la amable carta de tu
marido, y me gustaría que le dieras en mi nombre las
más expresivas y sinceras gracias.
Con mis mejores saludos y deseos, tuyo,
Freud.

203. A Katá y Lajos Levy


Viena, IX, Berggasse, 19, 11-6-1923.
Queridos Katá y Lajos:
Anna se ha ido a pasar la noche fuera para cuidar a un
enfermo, y me ha encargado que os agradezca en su nom­
bre la idea de visitarnos en este mes. También debo a
Lajos acuse de recibo por la carta que me escribió —con
su habitual claridad y precisión— cuando operaron a Fe-
renczi.
Sobre mi operación y aflicción no puedo deciros nada
que no sepáis o esperéis. La incertidumbre que amenaza a
un hombre de sesenta y siete años ha hallado ahora su
expresión material. No me lo tomo muy a pecho, pues
durante algún tiempo podré defenderme con ayuda de la
Medicina moderna y recordando las palabras de Bernard
Shaw:
No intentéis vivir eternamente; no lo conseguiréis.
(The Doctor’s Dilemmá)
(«El dilema del doctor»).
Pero tengo más razones de tristeza. Nos trajimos aquí
de Viena al hijo menor de Sophie, Heinele, que cuenta
ahora cuatro años y medio. Mi hija mayor, Mathilde, y su
marido le han adoptado prácticamente y han concebido
hacia él un cariño tan enorme como no podía preverse. En
realidad, era un muchachito encantador, y yo mismo me
daba cuenta de que jamás había amado tanto a un ser
humano y, desde luego, nunca a un niño. Desgraciada­
mente, estaba muy débil, sin que nunca dejara de tener
unas décimas, y era uno de esos niños cuyo desarrollo
mental crece a expensas de su fortaleza física. Nos pareció
que en Hamburgo estaba privado de los cuidados y la
supervisión médica precisos. El niño se puso nuevamente
malo hace una semana, con temperaturas entre 39 y 40
y dolores de cabeza, sin claros síntomas localizados ni
diagnosis posible, y al final nos ha ido entrando el con­
vencimiento lento, pero seguro, de que tiene tuberculosis
108 Sigmund Freud
miliar o, en otras palabras, de que está perdido. Se en­
cuentra ahora sumido en un coma con paresia, aunque
ocasionalmente recupera el sentido, mostrándose entonces
tan vivaz como siempre, lo que hace difícil creer... Des­
pués se hunde nuevamente en la inconsciencia y volvemos
a perderle del todo. Los médicos dicen que puede durar
una semana o quizá más, añadiendo que no es deseable,
ni afortunadamente probable, que se salve. Su padre llegó
ayer.
Encuentro esta pérdida muy difícil de soportar. No creo
haber experimentado jamás una pena tan grande. Quizá
mi propia enfermedad contribuya al disgusto. Trabajo por
pura necesidad, pues, fundamentalmente, todo ha perdi­
do su significado para mí. Saldré de aquí el 29. Si deseáis
venir entre el 23 y esa fecha (el domingo 24 es el único
día posible, pues tengo que trabajar sin descanso hasta el
último momento), no sé lo que os encontraréis aquí.
Por ello, haréis el viaje a vuestro propio riesgo. En cual­
quier otra circunstancia me habría sentido complacidí­
simo.
FreucL
204. A Amalie Freud
Viena, Sanatorio Auersperg, 17-10-1923.
Querida madre:
Todo el mundo podrá confirmarte la noticia de que los
días 4 y 11 de este mes sufrí una operación de la man­
díbula superior que, debido a la pericia del cirujano y a
la excelencia de los cuidados que me prodigan, ha sido
altamente satisfactoria hasta ahora. Tendrá que pasar al­
gún tiempo antes que me acostumbre a llevar la den­
tadura postiza parcial que me han puesto. No te sorpren­
da, por tanto, el no verme en una buena temporada. Es­
pero que conserves el buen humor cuando volvamos a
vernos.
Afectuosamente,
Tu Sigmund.

205. A F ritz
Viena, IX, Berggasse, 19, 18-12-1923.
Querido doctor Wittels:
No acusar recibo, ni darle las gracias por un regalo de
Navidad que se ocupa tan copiosamente del destinatario,
sería una grosería, para justificar la cual habría que ale­
gar motivos especiales. Declaro con satisfacción que en
nuestro caso no existen tales motivos. Su libro (5) no es
(5) Sigmund Freud: der Mann, die Lehre, die Schule, Leipzig, 1924.
{Sigmund Freud: His Personality, His Teachings and His Schol, Londres
y Nueva York, 1924.) («Sigmund Freud: Su personalidad, sus enseñanzas
y su escuela».)
Epistolario 109
demasiado áspero conmigo ni demasiado indiscreto, tes­
timoniando un serio interés y, como podía esperarse, ates­
tiguando también su arte para escribir y para describir
las cosas.
No preciso decirle que jamás he deseado ni fomentado
tal libro. Opino que el mundo no tiene derecho alguno
sobre mi persona y que no sabrá prácticamente nada de
mí mientras mi caso (por múltiples razones) no pueda
ser presentado con la claridad del cristal Usted tiene un
punto de vista distinto sobre el asunto, y por eso pudo es­
cribir tal libro. La distancia personal que le separa de mí,
considerada por usted exclusivamente como una .ventaja,
implica también grandes inconvenientes. Sabe usted de­
masiado poco acerca de la persona que ha tomado como
tema, y no puede por tanto evitar el peligro de que sus
esfuerzos analíticos produzcan una distorsión de la ima­
gen. También es dudoso que haya encontrado el enfoque
justo adoptando el punto de vista de Stekel y juzgándome
desde dicho ángulo.
Estimo también que una idea preconcebida suya es res­
ponsable de las distorsiones que he captado, y hasta pue­
do adivinar cuál es esa idea. En su opinión, un gran
hombre debe mostrar tales ventajas, tales faltas y tales
extremos. Puesto que me considera un gran hombre, se
siente usted con derecho a adjudicarme todas estas cua­
lidades a menudo contradictorias. Podrían decirse sobre
esto muchas cosas interesantes v de importancia general,
mas desgraciadamente sus contactos con Stekel imposibi­
litan cualquier ulterior intento mío por llegar a una mu­
tua comprensión.
No obstante, he de concederle sin ambages que con su
observación penetrante ha adivinado en mí facetas que
evidentemente existen, como, por ejemplo, la de seguir
mi propio camino, a veces no rectilíneo, y la de ser inca­
paz de utilizar sugerencias de los demás cuando no me
encuentro interiormente dispuesto a aceptarlas. En mi
relación con Adler me ha hecho justicia, con gran satis­
facción por mi parte. Sin embargo, no se da cuenta de
que me comporté con idéntica tolerancia y paciencia hacia
Stekel. A pesar de los modales insoportables de éste v de
su enfoque anticientífico, que no permitían concebir es­
peranzas, le defendí durante mucho tiempo de los ata­
ques que se le dirigían desde todos los ángulos, obligán­
dome a mí mismo a ignorar su vasta carencia de sentido
de autocrítica y veracidad —tanto externa como interna—,
hasta que, finalmente, en cierta ocasión que puso al des­
nudo su carácter traicionero y su absoluta falta de hon­
radez, «todos los botones de fincluso mis! pantalones de
paciencia, saltaron» (6). (Además, no me defiende usted
de la presunción de que niego las cosas meramente por­
que no soy capaz de juzgarlas o de entenderlas.)
Quizá sepa que he estado gravemente enfermo y que,
aunque me restablezca, tengo razones para considerar esta
experiencia como aviso de un fin no demasiado distante.
(6) Cita del Romancero, de Heine.
110 Sigmund Freud
Partiendo de este eclipse parcial, debo pedirle que me
absuelva de cualquier posible deseo de interferencia en
su amistad con Stekel, pues sólo lamento que pudiera
ejercer influencia tan decisiva en su biografía. No me
parecería desacertado que revisara este libro para la se­
gunda edición, y con vistas a esta posibilidad pongo a su
disposición la adjunta lista de correcciones. Contiene da­
tos de toda confianza, enteramente independientes de mis
opiniones subjetivas, algunas de las cuales no son impor­
tantes, aunque otras quizá puedan destruir o modificar
ciertas presunciones suyas. Le ruego interprete esta carta
como indicio de que, aunque no puedo aprobar los es­
fuerzos que ha derrochado en el libro, tampoco quiero
quitarles importancia.
Le saluda atentamente,
Freud.

1924
207. A
Viena, IX, Berggasse, 19,13-1-1924.
Querido doctor Stekel:
Acuso recibo a su carta del 31-12-1923, y le agradezco los
buenos deseos que en ella formula respecto a mi restable­
cimiento. Sin embargo, he de contradecirle en varios pun­
tos importantes:
Se equivoca usted si cree que le odio o que le he odiado
jamás. El hecho es que tras una simpatía inicial —quizá
recuerde aún cómo nos conocimos— tuve razones durante
muchos años para estar enfadado con usted, sin dejar por
eso de defenderle contra la animadversión de todos los
que me rodeaban, y que tuve que romper con usted tras
haber sido víctima en cierta ocasión (1) de un repugnante
engaño suyo. Jamás mencionó esta ocasión —Zentralbíatt—
en sus cartas. Desde aquel momento perdí la confianza en
usted, sin que después me haya dado base alguna para
recuperarla.
También me opongo a su frecuente afirmación de que
le rechacé en virtud de ciertas diferencias científicas. Esto
suena muy bien en público, pero no corresponde a la
verdad. Fueron exclusivamente sus cualidades personales
—definidas habitualmente como carácter y conducta— las
que imposibilitaron para mis amigos y para mí toda futu­
ra colaboración. Como no cambiará usted —ni siquiera
lo necesita, pues la Naturaleza le ha dotado de un grado
insólito de autocomplacencia—, es improbable que nues­
tra mutua relación pueda ser alguna vez distinta de lo
que fue durante los últimos doce años. Ni aún me irri-
(1) Después de abandonar la Asociación Psicoanalítica, Stekel se
había negado a dimitir su cargo de director de la Zentralbíatt für Psycho-
analyse•
Epistolario 111

tará el hecho de que sus actividades médicas y litera­


rias le ganen renombre. Admito que ha permanecido usted
leal al psicoanálisis y que le ha sido de utilidad, pero
también le ha hecho mucho daño.
Mis amigos y discípulos hallarán más fácil la valoración
objetiva de sus publicaciones cuando empiece usted a
expresar sus críticas y polémicas en un tono más cortés.
Con buenos deseos, le saluda atentamente,
Freud.

207. A Stefan Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 11-5-1924.
Querido Stefan Zweig:
Al leer en el periódico que Romain Rolland está en
Viena sentí inmediatamente deseos de conocer personal­
mente al hombre que he venerado de lejos. Pero no sabía
qué pretexto poner. Por eso me complació mucho saber
por usted que él también deseaba visitarme y me apresu­
ro a enviarle mis sugerencias al respecto. Mi jornada me
deja libre de dos a cuatro, por lo que podría recibirles a
ambos durante esa hora a partir del martes, siempre que
me avisen de antemano. Sin embargo, aún me complacería
más tomar una taza de té con ustedes a las nueve (des­
pués de la cena), acompañado por mi familia. No habrá
aquí nadie, excepto las mujeres de mi casa. Una visita a
esta hora sería posible el lunes. Lamento mucho saber que
también Rolland ha de velar por su salud. Su presencia
me agrada tanto más cuanto que durante los últimos seis
meses mi dicción se ha visto seriamente afectada, y mi
francés, sobre todo, sería muy inadecuado para una mera
conversación. También quiero pedirle un favor personal
en esta ocasión.
Con saludos cordiales para usted y su gran amigo, aten­
tamente,
Freud.

208. A Lou Andreas-Salomé


Viena, IX, Berggasse, 19, 13-5-1924.
Queridísima Lou:
Esta vez he admirado tu arte más que nunca. Aquí tie­
nes a una persona que, en lugar de continuar trabajando
como si tal cosa hasta la ancianidad (vuelve la vista al
ejemplo (2) que tienes a tu lado) para morirse entonces
sin preliminares, contrae una enfermedad horrible en la
madurez, tiene que someterse a tratamientos y operacio­
nes, derrocha en ellos el dinero que tanto le había costa-
(2) Friedrich Carl Andreas (1846-1930), catedrático de Idiomas orien­
tales de la Universidad de Gottingen, casado con Lou von Salomé desde
1887.
112 Sigmund Freud
do adquirir, genera descontento y después ha de arras­
trarse durante un lapso de tiempo indefinido en calidad
de inválido. En Erewhon (confío en que conocerás la bri­
llante fantasía de Butler), tal individuo sería sin duda
castigado y encerrado. Y aún debes alabarme por llevar
tan bien mis sufrimientos. En realidad no es eso exacta­
mente. Aunque he soportado las terribles realidades bas­
tante bien, encuentro difícil sobrellevar las posibilidades.
No puedo acostumbrarme a vivir como un sentenciado.
Hace seis meses de mi operación, y la actitud de mi
cirujano, que me permite incluso largos desplazamientos
en verano, debiera darme alguna confianza —suponiendo
que tal sentimiento sea admisible y compatible con el di
doman non c’é certezza (3), al que todos estamos some­
tidos—, pero tal hecho me deja indiferente, quizás en
parte porque la prótesis sólo ha restaurado las funciones
de la boca en un grado muy modesto. Al principio, parecía
que iba a dar resultados más eficaces, pero tal promesa
no se cumplió.
De mi capacidad para el trabajo sólo he retenido seis
horas que dedico al psicoanálisis. Me mantengo apartado
de toda otra actividad, y especialmente de los contactos
sociales (aunque, naturalmente, no puedo negarme a re­
cibir a Romain Rolland, que ha anunciado su visita para
mañana).
Bueno, como al parecer ambos tenemos obstáculos que
nos impiden reunirnos, al menos me he desahogado un
poco con esta carta. ¡A cuántas cosas hay que renunciarl
Y, para sustituirlas, le colman a uno de honores (tales
como la Libertad de la Ciudad de Viena) que jamás había
anhelado.
Con esto pongo punto final y te envío mis saludos más
cordiales. Añado unas cuantas frases para darle las gra­
cias a tu marido, que envío en postal aparte. Tuyo,
Freud.

209. A Frit
íemmering, «Villa Schüler», 15-8-1924.
Querido doctor Wittels
Hoy recibí la traducción inglesa de su libro sobre mí,
que he hojeado por encima. Por ello le escribo.
Ya sabe usted mi actitud hacia esta obra, que no se ha
dulcificado (4). Sigo manteniendo que alguien que sabe
tan poco acerca de una persona como usted sabe respecto
a mí no tiene derecho a escribir la biografía de dicha
persona. Se espera por lo menos hasta que muera, para
que no pueda protestar y para conseguir que, afortuna­
damente para él, ni siquiera le importe.
No me es posible comprar la edición inglesa con la ale-
(3) Última línea del poema II Trionfo di Bacco e di Arianna, por
Lorenzo de Médicis (1449-1492): «Del mañana, no hay certidumbre.»
(4) Véase carta del 18-12-1923.
Epistolario 113
mana, pues no traje ésta conmigo (y lo mismo debe
aplicarse al Nietzsche). Al parecer, ha hecho usted uso
de mis correcciones. Algunos pasajes me parecen añadi­
dos, aunque esto quizá sea consecuencia de una memoria
defectuosa. Otros pasajes me dieron nuevamente la opor­
tunidad de admirar, si no exactamente envidiar, su faci­
lidad de expresión.
El biógrafo debe intentar ser al menos tan escrupuloso
como el traductor. ¡Y el proverbio dice: Traduttore: Tra-
ditore! (5). Me doy cuenta de que las circunstancias dificul­
tan para usted esta cualidad, y de ello se desprenden cier­
tas omisiones que dan una imagen desenfocada de algunos
hechos, conducen a errores sin paliativos, etcétera.
Tal sucede, por ejemplo, en lo que sefiere a la cocaína,
episodio al que, por razones que desconozco, atribuye us­
ted gran importancia. Toda analogía con el descubrimien­
to ocular de Brücke se desmorona si se tiene en cuenta
un elemento que usted desconocía (aunque sin duda hu­
biera debido saber), a saber: que yo supuse su utilidad
para el órgano visual, ñero que, por razones privadas (un
viaje) tuve que abandonar el experimento y encargué per­
sonalmente a mi amigo Konigstein (6) que experimentara
la droga en aplicaciones oculares. A mi vuelta supe que
había realizado el experimento mal y renunciado al proyec­
to, y que otro hombre, Koller, se había convertido en el
descubridor.
El lector también hubiera sacado una impresión distin­
ta de mi actitud hacia los hallazgos de este último si se
le hubiera dicho, dato que. naturalmente, desconocía us­
ted, que Kóningstein (fue él y no yo quien tan amarga­
mente lamentó no haber sido coronado con estos laureles)
quiso entonces ser considerado como codescubridor. v que
él y Koller nos eligieron a Julius Wagner (7) y a mí como
árbitros de su disputa. Creo que ambos nos portamos
muy honorablemente, pues cada cual tomó la defensa del
bando opuesto. Wagner, nombrado por Koller votó en
favor del reconocimiento de los méritos de Konigstein,
mientras yo defendí ardientemente la teoría d~ que todo
el mérito era de Koller y que para él habían de ser los
laureles. Ya no recuerdo cuál fue nuestra decisión final.
Aparte del problema oue supone el saber demasiado
poco, existe también el de pretender saber demasiado.
Todo aquél que pretenda pasar sentencia en público so­
bre los sentimientos íntimos de una persona que aún
vive, tiene la obligación de ser muv escrupuloso v procu­
rar hacerse digno de la mayor confianza. Al tratar del

(5) Traductor — traidor


(6) Doctor Leopold Konigstein (1850-1924), catedrático de Oftalmo­
logía de la Universidad de Viena y amigo de Freud durinte toda la
vida.
(7) Doctor Julius von Wagner-Jauregg (1857-1940), catedrático de
Psiquiatría de la Universidad de Viena, galardonado en 1927 con el
Premio Nobel por haber descubierto un tratamiento de la sífilis con
el bacilo de la malaria.
8— epistolario n
114 Sigmund Freud
episodio de Fliess (8), que en verdad me afectó profunda­
mente, el texto inglés dice: «Freud se había ido de la
lengua con él (un amigo de Weininger).» Esto está expre­
sado con no poca grandilocuencia y da una imagen de
los hechos que es objeto de la mayor distorsión. El con­
cepto de homosexualismo y bisexualismo generales había
sido aceptado ya por entonces desde algún tiempo atrás y
tenía que ser recalcado en el tratamiento de cualquier
paciente, igual que sucede hoy. El amigo de W***, Swo-
boda, lo supo en calidad de paciente. Yo no podía suponer
que tenía un amigo (completamente desconocido para mí
por entonces) al que traspasaría la información, ponién­
dole así en posición de publicar la idea antes que al mis­
mo Fliess. En mi respuesta a éste, me llenaba de autorre-
proches y le expresaba en una forma un tanto extremosa
la tristeza que me había producido aquella cadena de
acontecimientos, sin excluir cierta referencia, que me ator­
mentaba, al papel representado por el subconsciente. Me
leo también en su libro que al principio olvidé la conver­
sación mantenida con el amigo de W***, durante la cual
le había traspasado el secreto, v que sólo posteriormente
la admití. Esto es tan imposible —pues no se trató de
una conversación aislada, sino de una parte esencial del
tratamiento— que me gustaría preguntarle de dónde sacó
tal información. Si no es usted capaz de aclarar esto, o
si ha interpretado mal o confundido algunos de los he­
chos, he de reprocharle la comisión de una ofensa grave
contra una obligación ética. Y no servirá de nada que
me diga: «En mi opinión, es usted un gran hombre y un
genio, por lo que, consecuentemente, tiene que permitir
que se arroje luz sobre usted sea como fuere. Le he adu­
lado de un modo tan excesivo que tengo derecho a su
completa tolerancia.» Tampoco hubiera dañado a su bio­
grafía un poco más de veracidad. Después que le hube
contado las razones que tuve para romper con Stekel, no
esperaba, naturalmente, que usted informara al mundo
acerca de ellas, sino simplemente que interpretara correc­
tamente mi actitud hacia él. Pero, a pesar de mis aclara­
ciones. no obró usted así. Ahora ya no tiene remedio;
mas su amistad con Stekel sigue siendo el borrón que
desprecia el valor del libro, tanto en sus aspectos perso­
nales como factuales. Incluso le sigue usted fielmente en
materia científica. Algún día. cuando vo ya no exista —mi
discreción me acompañará a la tumba—, se hará evidente
que las afirmaciones de Stekel sobre mi supuesta teoría
de que la masturbación ilimitada es inofensiva se basa en
un embuste. Es una pena que...; pero con esto basta. Ya
se habrá dado cuenta hace tiempo de que no me compla­
ce el éxito de su biografía. Pero ¿qué se le va a hacer?
Uno es un «gran hombre», y por tanto la cosa no tiene
remedio.
Le saludo con el respeto debido a su poderosa posición
como biógrafo y con restos de la antigua simpatía. Suyo,
Freud.
(I) Véase carta del 12-1-1906.
Epistolario 115

210. A Otto Rank


Semmering, 25-8-1924.
Querido Rank:
El correo de hoy me ha traído carta suya, pero no con­
tiene nada, excepto la presentación de un supertluo doctor
W***. No puedo dejar de observar que durante estos me­
ses de su ausencia, en las situaciones críticas para noso­
tros, para usted y para mí, no ha mostrado deseo alguno
de informarme sobre las cosas que van sucediendo. Y ello
me preocupa.
Aunque hoy en día contemplo la mayoría de las aconte­
cimientos sub specie aeternitatis y no puedo dedicarles
la misma apasionada intensidad que caracterizó mis años
más jóvenes, no puedo permanecer indiferente ante las
modificaciones sufridas por nuestra amistad. Mi estado
físico parece sugerir que todavía viviré algún tiempo
deseo ardientemente no perderle a usted en lo que me
queda de vida. Me dicen que salió usted de Europa hacien­
do gala de gran agitación y lleno de recelos. Quizás haya
aumentado su resentimiento el hecho de que yo haya
alterado mi opinión sobre su última obra (9). Probable­
mente atribuye usted importancia excesiva a la repercu­
sión afectiva de este desacuerdo teórico y cree que du­
rante su ausencia he estado expuesto a la influencia de
personas que le son hostiles. El objeto de esta carta es
asegurarle que no es así. No me dejo influir con facilidad,
y otros —Eitingon y Abraham acaban de estar aquí pa
sando unos cuantos días— son tan sinceros como yo en su
reconocimiento de los extraordinarios méritos que le ador­
nan y se sienten tan apenados como yo por el modo
abrupto en que se ha aislado usted. No hay hostilidad
hacia usted ni entre nosotros ni en mi familia de Nueva
York. Queda el tiempo justo, antes de su regreso, para
que me conteste, y me gustaría que me tranquilizara acer­
ca de su estado de ánimo actual.
No me parece seria la diferencia de opinión relativa al
trauma natal. O usted me convence y corrige con el trans­
curso del tiempo, suponiendo que haya tiempo, o se corrí
ge a sí mismo y separa lo que constituye un nuevo descu­
brimiento permanente de aquello que le fue añadido por
los prejuicios del descubridor. Sé que su hallazgo no ha
dejado de suscitar el aplauso, mas debe usted recordai
que hay muy pocas personas capaces de dictar veredicto
y que suelen sucumbir en su mayor parte al deseo vigo­
roso de liberarse del complejo de Edipo en cuanto ven
la menor oportunidad. En cualquier caso, aunque contenga
muchos errores, no tiene usted por qué avergonzarse de su
(9) «Das Trauma dcr Geburt und seine Bcdeutung für dic Psychoana-
lise», Intern. Psychoanal. Vrrlag, Leipzig, Viena. Zurich, 1924. (7 he Trau­
ma of Birth, Nueva York, Harcout, Brace, 1929 («El trauma del na­
cimiento»).
116 Sigmund Freud
brillante y sustancial producción, que aporta nuevas y
valiosas ideas incluso a los críticos. Tampoco debe asumir
que este trabajo suyo es un obstáculo en nuestra larga e
íntima amistad.
Añado a mis acostumbrados saludos cordiales la espe­
ranza de verle pronto. Suyo.
FreudL

¿11, A Franklin Hooper


Semmering, 4-9-1924.
Querido Mr Hooper*
Éste es un contraste interesante entre las costumbres
editoriales de americanos y europeos. Aquí no se le hu­
biera ocurrido a nadie que un libro tal como These Event-
ful Years («Estos años trascendentales») (10). publicado
por usted, necesitara publicidad alguna y menos aún por
parte de sus colaboradores Sin embargo accedo a su
petición y declaro que también en mi opinión este libro
se cuenta entre los más curiosos meritorios e informati­
vos que han llegado a mis manos durante este siglo. Lo
estudio con asiduidad para orientarme en este mundo que,
habida cuenta de mi edad, no espero frecuentar aún
mucho tiempo.
Mi ilimitada admiración va al ensavo de introducción
firmado por Garvín (11) y mi más cálida simpatía a sus
esfuerzos por corregir las opiniones escindidas por pa­
siones subjetivas respecto al origen de la guerra y las
consecuencias de la paz
Me enorgullece que haya reservado al psicoanálisis capí­
tulo aparte, v espero que el futuro justifique la importan­
cia que le atribuye. Si mi ensavo (12) ha resultado más
largo de lo que usted deseaba mi excusa es que una
exposición más breve de tan difícil tema habría dejado
a l lector sin apenas un solo punto comprensible.
Sinceramente suvn
Freud,

212. A Georg
Viena, IX, Berggasse, 19, 21-12-1924.
Querido doctor Groddeck:
Hay una faceta de su carácter que me irrita y que me
gustaría modificar, aunque me doy cuenta de que no lle-
(10) Publicado por la Enciclopedia Británica, Londres y Nueva York,
1924.
(11) James Louis Garvin (1868-1947), periodista inglés de The Oh-
server.
(12) «El psicoanálisis: una exploración de los recovecos mentales»,
capítulo LXXIII volumen II, de These Eventjul Years («Estos añu* tras­
cendentales»), Londres y Nueva York, 1924 Ed. Standard, 19.
Epistolario 117

garía muy lejos. Lamento que trate de alzar un muro


entre usted y los demás leones que aloja la jaula del Con­
greso. Es difícil practicar el psicoanálisis en medio del
aislamiento, pues se trata de una empresa exquisitamente
social. Sería mucho más agradable que todos rugiéramos
o aulláramos a coro y con el mismo ritmo, en lugar de
limitarnos a gruñir en solitario sin movemos de nuestro
rincón. Ya sabe que aprecio mucho su simpatía personal,
pero creo que ha llegado el momento de que transfiera
parte de la misma a los demás. Si así lo hace, el psicoaná­
lisis saldrá ganando.
La mención que hace de Ferenczi me permite suponer
que trata de reprocharme el que no le haya visitado aún
en su bella ciudad natal (13). Me gustaría hacerlo así,
pero le mego que se dé cuenta de mi situación actual y de
lo difícil que me es viajar por ahora, y quizá ya para
siempre.
Con saludos cordiales para ambos, suyo,
Freud.

1925
213. A Julius Tandler
Viena, IX, Berggasse, 19, 8-3-1925.
Querido profesor:
He sido informado por el señor Theodor Reik (1), uno
de mis mejores discípulos no pertenecientes a la profe­
sión médica, que el Consejo municipal de Viena le ha
prohibido la práctica del psicoanálisis a partir del 24 de
enero de 1925.
Recuerdo cierta conversación que mantuve con usted
sobre el tema y de la cual resultó una conformidad de
opiniones que me agradó sobre manera. Parecía usted
aprobar mi afirmación de que «en el psicoanálisis ha
de considerarse profano a todo aquel que no pueda demos­
trar un adiestramiento satisfactorio en su teoría y prác­
tica», prescindiendo de que tal persona posea o no un
título que le acredite como médico.
Las razones que aporta el documento del Ayuntamien­
to de Viena da base, en mi opinión, a serias objeciones,
pues se ignoran, sobre todo, dos hechos innegables. Pri­
mero, que el psicoanálisis no es materia puramente mé­
dica, ni como ciencia ni como sistema; segundo, que no se
les enseña en la Universidad a los estudiantes de Me­
dicina.
La requisitoria municipal me parece una injerencia in­
justificada en favor de la profesión médica y en detrimen­
to de los pacientes y la ciencia.
El interés terapéutico queda protegido en tanto que la
(13) Bad Kósen.
(1) Véase nota 3 t la carta del 2-1-1912.
118 Sigmund Freud
decisión sobre si un caso determinado ha de adoptar el
tratamiento psicoanalítico continúe en manos de un mé­
dico. En todos los casos del señor Reik, yo mismo he
tomado estas decisiones. Después de todo, también me
creo en el derecho de enviar a un paciente que se queje
de dolores en los pies y dificultades para andar a un
zapatero ortopédico (si puedo diagnosticar que tiene pies
planos) en lugar de prescribirle un tratamiento antineu­
rálgico y eléctrico.
Si las autoridades oficiales, que hasta ahora han dado
al psicoanálisis tan pocos motivos de agradecimiento, de­
sean hoy reconocerlo como tratamiento eficaz y aun peli­
groso en determinadas circunstancias, deben crear garan­
tías para que tal tratamiento no sea llevado a cabo te­
merariamente por los profanos, médicos o no. La Socie­
dad Psicoanalítica de Viena estaría dispuesta a actuar
como comité supervisorio para evitar que esto sucediera.
Le ruego que conceda al señor Reik una entrevista y
la oportunidad de exponerle su caso. Será también por­
tador de una Ergography («Ergografía») (2) que acabo de
escribir.
Sinceramente suyo,
Freud.

214. A Lou Andreas-Salomé


Viena, 10-5-1925.
Queridísima Lou:
¡Domingo por la tarde y tranquilo! Esta mañana, con la
ayuda de Anna y de la máquina de escribir, me ocupé
de mi correspondencia, que se había acumulado a conse­
cuencia de mi jubilada imprudencia (3), y ahora puedo
darte las gracias y charlar contigo.
Ante todo, permíteme que agradezca a tu querido an­
ciano las encantadoras líneas que dedicó a éste, para él,
desconocido. Que conserve la salud durante el tiempo que
él quiera.
En cuanto a mí, ya no la deseo ardientemente. Noto
cómo se forma gradualmente sobre mí una corteza de
indiferencia, y recojo este hecho sin que me sugiera queja
alguna. Es una cosa natural el comenzar a ser inorgánico,
y creo que se llama la «indiferencia de la vejez». Sin duda
guarda relación con la crisis decisiva en la interdepen­
dencia de los dos instintos (4), de la que he hablado. El
cambio que está acaeciendo quizá no se note mucho ex-
teriormente. Todo sigue interesándome y las cualidades
no han cambiado mucho, pero falta la resonancia. Aunque
no soy dado a la música, me imagino que la diferencia
(2) Freud se refiere a su Selbstdarstellung, Leipzig, 1925 (estudio
autobiográfico, Ed. Standard, 20), como Ergography («Ergografía»), para
demostrar que es un relato de su trabajo y no de su vida personal.
(3) Alusión al sesenta y nueve cumpleaños de Freud.
(4) La libido y el instinto de la muerte.
Epistotario 119
debe de ser semejante a la que existe entre emplear o no
el pedal. La presión tangible y permanente de un vasto
número de sensaciones desagradables debe de haber ace­
lerado este estado —que en otro caso quizá fuera prema­
turo—, esta tendencia a experimentarlo todo sub specie
aeternitatis.
Por lo demás, la existencia sigue siendo soportable. Creo
incluso que he descubierto algo fundamental para nues­
tro trabajo, que durante algún tiempo guardaré en secre­
to. Es un hallazgo del que debiéramos avergonzarnos,
pues tendríamos que haber adivinado estas conexiones
desde el principio y no después de treinta años. Esto prue­
ba una vez más la falibilidad de la naturaleza humana (5).
No me parece bien que nuestros esfuerzos por reunir­
nos sean acompañados por el éxito en tan escasa medida.
Muy probablemente no iré a Homburg (6), pero insistiré
para que Anna vaya, y podrá reunirse allí contigo. En
cualquier caso, ya estás informada constantemente sobre
los detalles de nuestra existencia cotidiana.
Con cariñosos saludos, tuyo.
FreueL

215. A Karl Abraham


Semmering, Villa Schüler, 21-7-1925.
Querido amigo:
No, no me fatiga escribir. Me alegré de recibir noticias
suyas tan pronto, pues mis pensamientos a menudo se
apartan de mi propio yo (que está empezando a ponerse
latoso con todas sus exigencias) y vuelan hacia otros,
como los amigos, por ejemplo. Cuando usted me cuenta
la desacostumbrada preocupación que le inspira su «po­
bre Conrad» (7), yo, el veterano, me consuelo con la cer­
tidumbre de que sólo tendrá que someterse a esta adap­
tación durante una época limitada. El reajuste perma­
nente es mucho más difícil.
Me ha sucedido una cosa extraña cuando, mirando por
encima la lista de conferencias del Congreso, me sentí
aliviado al no encontrar su nombre entre los de los ora­
dores. Poner freno a su actividad mental con tal tarea
ante usted sería imposible, pero esperamos que para la
primera semana de setiembre nuestro presidente (8) haya
recuperado su capacidad para respirar y actuar libre­
mente.
Vivimos este año muy confortablemente en la zona del
Semmering, con la que ya está usted familiarizado. El ve­
rano ha adquirido un carácter más amable, v aun las
modestas atracciones que ofrecen los lugares vecinos ejer-

(5) Überall mit Wasser gemocht wird.


(6) El Séptimo Congreso Psicoanalitico, celebrado cn Bad Homburg.
(7) Véase nota 5 a la carta del 4-8-1912.
( 9) El doctor Abraham.
120 Sigmund Freud
cen, tras una familiarización tan prolongada como la nues­
tra, un influjo placentero.
El cuidado de la casa es muy fácil para las mujeres,
y la vida en esta belJa mansión amueblada pudiera casi
denominarse ideal.
Se ha pasado el día casi antes que nos hayamos dado
cuenta. Cuando uno recapacita por la noche sobre los
acontecimientos de la jornada se da cuenta con frecuen­
cia de que apenas ha sucedido nada. Un poco de rom­
perse la cabeza ante la mesa de trabajo, una hora con el
paciente americano... y aventuras con Lobo (9) (aún des­
conocido por usted), que con su afecto y sus celos apa­
sionados, su recelo hacia los forasteros y su combinación
de rebeldía y docilidad, se ha convertido en el centro del
público interés. Unas cuantas cartas, correcciones, visitas
de familiares de América, etcétera.
La drástica operación con que mi médico me dio de
alta hace tres semanas ha cambiado el carácter de mi
dolencia, dándole un matiz más favorable. Todas las pa­
restesias que reclamaban tan despóticamente mi atención
han desaparecido, liberando una vez más al ser humano,
que, si quiere seguir quejándose, puede aún hacerlo ba­
sándose sn su dicción defectuosa y su interminable infec­
ción nasal. Así la vida se hace bastante soportable; pero
¿cómo voy a ponerme a trabajar con regularidad en oc­
tubre, después de este período de ocio y mimos?
He escrito diversos ensayos breves, pero no demasiado
profundos.
Quizá le cuente algo de ellos más tarde, cuando me
decida a reconocer que existen. Sí le diré los títulos:
Negación, inhibición y síntoma; Algunas consecuencias psi­
cológicas de la diferencia anatómica entre los sexos (10).
Trate de ponerse bien y extraiga de Wengen (11) todo lo
que necesita para terminar con este período de enferme­
dad. Nuestras gracias más expresivas a su esposa por lo
que está haciendo en pro de nuestra recuperación. Recuer­
do también otros muchos detalles parecidos.
Afectuosos saludos para todos. Suyo,
Freud.

(9) El perro lobo de Anna.


(10) Die Verneinung, Viena, 1925: «Negación», Ed. Standard, 19;
«Hemmung. Symptom und Angst», Viena, 1926 («Inhibitions, Symptoms
and Anxiety», Ed. Standard, 20) («Inhibición, síntomas y ansiedad»);
«Einige Psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds»,
Viena, 1925 («Algunas consecuencias psicológicas de la distinción ana­
tómica entre los sexos»), Ed. Standard. 19
(11) Lugar de veraneo en las montañas suizas.
Epis t otario 121

216. A Ernest Jones


Viena, IX, Berggasse, 19, 30-12-1925.
Querido Jones:
Sólo puedo repetir lo que usted dice: que la muerte de
Abraham es quizá la mayor desgracia que podía haber
caído sobre nosotros. En mis cartas acostumbraba yo
llamarle en broma mi rocher de bronze, y me sentía se­
guro en la gran confianza que me inspiraba, a mí como
a todo el mundo. En la breve necrología (12) que escribí
para el Zeitschrift (núm. 1, 1926) —la apología más com­
pleta de él vendrá probablemente de otra fuente, y para
ello se reserva el número 2— le apliqué aquella línea de
Horacio:
Integer vitae scelerisque partís (13).
Siempre me han parecido las exageraciones a la hora
de la muerte particularmente desagradables y las he evi­
tado cuidadosamente, pero al hacer esta cita he sido to­
talmente sincero.
¿Quién iba a pensar la primera vez que nos encontra­
mos en las montañas de Harz (14) que sería él el pri­
mero en dejar esta poco razonable existencia? Debemos
continuar trabajando y mantenernos unidos. Como ser
humano, nadie puede remplazar esta pérdida; pero en lo
que al psicoanálisis respecta, no hemos de permitir la
posibilidad de que nadie sea irremplazable. Yo moriré
pronto, y espero que los demás tarden mucho en seguir­
me, pero nuestra obra, comparada a la cual somos todos
insignificantes, debe continuar.
Desde luego me parece muy bien la sugerencia de nom­
brar a Eitingon como presidente. Hace mucho tiempo
que hubiéramos debido conferirle este honor, pero no
piensa regresar hasta marzo porque su mujer, enferma,
no le deja moverse. ¿Y para qué nos sirve un presidente
ausente? Espero que en Berlín lleguen ustedes a la solu­
ción más sensata cambiando impresiones con él, Ferenczi
y Emden.
Le estrecho la mano con un cálido sentimiento de com­
pañerismo. Suyo,
Freud.

(12) «Karl Abraham», Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse (In­


ternational Journal for Psychoanalysis, 1926, y Ed. Standard, 20) («Re­
vista Internacional del Psicoanálisis»).
(13) Horacio, Odas, 1, 22, 1: «Aquél cuya vida es sin mácula y
limpia de culpa.»
(14) Lugar de reunión del Comité en setiembre de 1921.
122 Sigmund Freud

1926
217. A Romain Rolland (1)
Viena, IX, Berggasse, 19, 29-1-1926.
¡Hombre inolvidable, haber llegado a tal cúspide de hu­
manitarismo a través de tantas penalidades y sufrimien­
tos!
Le veneré como artista y apóstol del amor por la Hu­
manidad muchos años antes de conocerle. Yo también he
propugnado siempre el amor a la Humanidad, aunque no
por sentimentalismo o idealismo, sino por razones sobrias
la actual actitud hacia los sexos no supondrá gran dife-
tivos y al mundo tal cual es me sentía impulsado a con­
siderar este amor tan indispensable para la preservación
de la especie humana, como, por ejemplo, la técnica.
Cuando por fin pude conocerle personalmente me sor­
prendió saber que aprecia usted tanto la fuerza y la ener­
gía y descubrir que usted mismo posee tal fuerza de vo­
luntad.
Que la próxima década no le aporte sino éxito. Muy cor­
dialmente suyo,
Sigm. Freud, aetat 70.

218. A Hans y Jeanne LampI de Grooi


Viena, IX, Berggasse, 19, 11-2-1926.
Mis queridos amigos:
Era de esperar que Jeanne superara la gran prueba con
brillantez y que cumpliera sus consiguientes deberes ad­
mirablemente. pero después de todo somos científicos y
la confirmación por medio de la experiencia debe ser más
importante para nosotros que la ambigua esperanza. Na­
turalmente, me complació muchísimo saber que todo ha­
bía salido tan bien y aun me inclino a pensar que con
la actitud hacia los sexos no supondrá gran dife­
rencia el hecho de que el bebé sea varón o hembra, dado
especialmente que un claro predominio en cualquiera de
las dos direcciones podrá ser compensado a vuestro an­
tojo con el resultado de futuros experimentos.
Mis saludos más cálidos a los tres miembros de la feliz
unión. Vuestro,
Freud.

(1) Contribución de Freud al Liber Amtcorum Romain Rolland, edi­


tado por Maxim Gorki, Georges Duhamel y Stefan Zweig, Rothapfel-
Vcrlag, Zurich, 1926. (A Romain Rolland. Kd. Standard, 26.)
Epistotario 123

219, A Enrico Morselli


Viena, IX, Berggasse, 19, 18-2-1926.
Querido doctor Morselli:
Mientras leía su importante obra (2) sobre el psicoaná­
lisis observé con pena que sólo acepta nuestra joven
ciencia con grandes reservas, y he de consolarme con la
certeza de que las divergencias de opinión son inevita­
bles en temas tan complejos y con la convicción de que
su libro contribuirá en gran medida a incrementar el inte­
rés de sus compatriotas por el psiconálisis. Leí además
su breve panfleto sobre la cuestión sionista, sin sentir
en ningún momento ánimo de contradecirle, con aproba­
ción ilimitada, y me complació ver con cuánta simpatía,
humanidad y comprensión sabe usted elegir un punto de
vista definido sobre este asunto, que ha sido alterado tan
frecuentemente por las pasiones humanas, y me siento
obligado a enviarle mis gracias personales. No estoy se­
guro de que su opinión, que considera al psicoanálisis
como producto directo de la mente judía, sea correcta,
mas, si así fuese, tal hecho no me avergonzaría. Aunque
hace mucho tiempo que estoy separado de la religión de
mis antecesores, nunca he perdido el sentimiento de soli­
daridad con mi pueblo y me percato con satisfacción de
que se considera usted discípulo de un hombre de mi
raza: el gran Lombroso.
En el pasado le habría pedido autorización para visi­
tarle en el primer viaje que hiciera a Italia. Desgracia­
damente, no puedo pensar en viajes por el momento.
Sinceramente suyo,
Freud,

220. A los miembros de la logia del B ’nai B ’rith


6-5-1926.
Reverendo gran maestre, reverendo maestre, reverendos
hermanos:
Les doy las gracias por el honor que me han hecho
hoy. Saben que no puedo responderles con el sonido de
mi propia voz Acaban de oír a uno de mis amigos (3)
y discípulos que ha expuesto mi trabajo científico, pero
juzgar estas cosas es siempre difícil y quizás haya de pa­
sar algún tiempo antes que tal empresa resulte posible
con algún grado de certidumbre. Permítanme que añada
algo al previo discurso, cuyo autor es amigo y médico
mío, que les cuente brevemente cómo me convertí en
hermano y lo que buscaba al acudir a ustedes.
(2) La Pstcanalist, Fratelli Bocea, Turín, 1926-
(3) Doctor Ludwig Braun, catedrático de Medicina de la Univer­
sidad de Viena.
124 Sigmund Freud
Sucedió que en los años siguientes a 1895, dos vigoro­
sas impresiones se sumaron para producir en mí el mis­
mo efecto. Por una parte, acababa de tener mi primera
visión de las profundidades del instinto humano y capta­
do muchas cosas que eran un tanto delicadas y al prin­
cipio incluso pavorosas. Poi otra, cuando se hicieron pú­
blicos mis impopulares hallazgos perdí la mayor parte
de las amistades personales que tenía en aquella época.
Me sentía casi como un proscrito y era evitado por to­
dos. Este aislamiento me hizo desear unirme a un círculo
de hombres excelentes, con elevados ideales, que pudiera
aceptarme amistosamente no oostante mi temeridad, y
me hablaron de su Logia como el lugar donde podría
encontrarlo.
El hecho de que sean usieues ludios no podía sino
acentuar mi anhelo, pues yo también lo era, y siempre
me ha parecido no sólo indigno, sino completamente es­
túpido, negarlo. Lo que me retenía atado a mi raza no
era —he de admitirlo— la fe, ni incluso el orgullo nacio­
nal, pues siempre he sido escéptico y me educaron pres­
cindiendo de la religión, pero no sin el respeto debido
a las llamadas exigencias «éticas» de la civilización hu­
mana. Siempre que quisieron brotar en mí sentimientos
de exaltación nacional he intentado suprimirlos como de­
sastrosos e injustos, asustado por el ejemplo de aquellas
naciones entre las cuales nos distribuimos los judíos. Que­
daban, sm embargo dentro de mi los elementos suficien­
tes para hacer irrresistible la atracción del judaismo y
los judíos, como muchas oscuras facultades emocionales,
más vigorosas cuanto menos podían ser expresadas en pa­
labras la conciencia clara de una identidad interior y lo
familiar de una estructura psicológica similar. Y antes
que pasara mucho tiempo me di cuenta de que debía pre­
cisamente a mi naturaleza judía las dos cualidades que
me han sido indispensables a lo largo de mi difícil exis­
tencia. Por ser judío me hallé libre de muchos prejuicios
que restringen a otros en el empleo del intelecto; como
judío me sentía preparado para formar parte de la opo­
sición y renunciar al acuerdo con la «mayoría compac­
ta» (4).
Así, me convertí en uno de ustedes, participé en sus
intereses humanitarios y nacionales, hice amistades en su
círculo y persuadí a los pocos amigos que me quedaban
para que ingresaran en su Logia. Después de todo, ni
siquiera se planteó la necesidad de convencerles de mis
nuevas doctrinas; pero cuando nadie en Europa quería
escucharme y no tenía discípulos en Viena, me ofrecie­
ron ustedes amablemente su atención, convirtiéndose en
mi primer público.
Durante unas dos terceras partes del largo tiempo trans­
currido desde que pasé a engrosar sus filas me mantuve
junto a ustedes, encontrando alivio y estímulo en nuestros
mutuos contactos. Su bondad les llevó incluso a no ha-
(4) Cita en An Enemy of the People («Un enemigo del pueblo»), de
Henrik Ibsen (1828-1906).
Epistolario 125

cerme reproches por mi alejamiento durante el último


tercio de este período. Al comenzar este lapso de tiempo
estaba hundido hasta las cejas en mi trabajo; las exigen­
cias relacionadas con el mismo teman precedencia, mi
labor no me permitía ya prolongar la jornada asistiendo
a sus reuniones y pronto el organismo se negó a permitir
el aplazamiento de la cena. Finalmente, llegaron los años
de la enfermedad que sigue impidiéndome reunnme hoy
con ustedes. No sé si habré sido un buen hermano, y me
inclino a pensui que no, pues concurrían en mi caso un
sinfín de circunstancias especiales. Sin embargo, puedo
asegurarles que los años que he estado con ustedes han
significado mucho para mi y han hecho mucho por mí.
Por esos años y por el día de hoy, sírvanse aceptar mis
más expresivas gracias.
En benevolencia, amor fraterno y armonía, suyo,
Sigm. Freud.

221. A Marie Bonaparte


Viena, IX, Berggasse, 19, 10-5-1926.
Mi querida princesa:
Los días de celebración (5) son ya un mero recuerdo,
y sólo las cartas continúan llegando. Todo resultó fatigo­
so, pero sólo fue molesto el primer día (5 de mayo), y
he soportado muy bien ios acontecimientos ulteriores. No
hubo ninguna nota falsa, y todo cuamo oí y leí resultó
agradable. La culminación tuvo lugar en la Logia Judía, a
la que he peitenecido durante veintinueve años. Mi mé­
dico, el profesor Ludwig Fraun, pronunció allí uno de esos
discursos que dejan hechizado a todo el auditorio, inclu­
yendo a mi familia. Yo había disculpado mi asistencia,
que me hubiera azarado y que además me parecía de
mal gusto. Por lo general, sé defenderme cuando me ata­
can, pero estoy peruido si me alaban. Todos los periódi­
cos vieneses y muchos alemanes publicaron artículos o
crónicas, la mayoría muy acertados, aunque otros bastan­
te artificiales y forzados. Las sociedades judías de Viena
y la Universidad de Jerusaien i de la que soy profesor
honorario), en una palabra, todos ios judíos, me han en­
salzado como a un heroe nacional, aunque el servicio que
haya podido prestar a la causa se limite ai hecho de que
nunca he negado mi raza. El mundo oiicial —la Univer­
sidad, la Academia y la Asociación Medica— ignoraron
completamente la ocasión. Con acierto, en mi opinión,
ya que su actitud fue así honrada. No hubiera podido
aceptar sus felicitaciones y honores como sinceros. Sólo
el Ayuntamiento de Viena. dominado por ios sociaidemó-
cratas, me envió el diploma de la Libertad de la Ciudad,
que me habían concedido hace dos años. El burgomaes­
tre (6) me lo trajo en persona. Mis amigos más íntimos
(5) Por el setenta cumpleaños de Freud.
(6) Karl Seitz.
126 Sigmund Freud
de Londres, Berlín y Budapest no me dejaron ni un mo­
mento, y el día 7 estuvimos cambiando impresiones du­
rante siete horas v media. He entregado las cuatro quintas
partes de los treinta mil marcos que me han enviado al
Verlag, y una quinta parte, a la Clínica de Viena. Ahora
tendré que dar las gracias a los donantes A una de ellas
se las doy en esta carta. Entre las felicitaciones por escri­
to que recibí, las que más me complacieron fueron las
de Éinstein, Brandes, Romain Rolland e Ivette Guilbert;
los mejores artículos de Prensa fueron los de Bleuler
(Zurich) y el de Stefan Zweig, en el Neue Freie Presse,
de Viena.
Impresión general: El mundo ha adquirido cierto res-
peto hacia mi trabjo. Pero, hasta ahora, el análisis ha
sido aceptado solamente por los analistas.
Mi mujer, que es fundamentalmente muy ambiciosa, se
ha quedado satisfechísima con todo esto. Anna, por su
parte, comparte mi creencia de que es embarazoso que­
dar expuesto a la pública alabanza. Mathilde se ha ocu­
pado de todo sin darse un minuto de descanso; mis dos
hijos (7) de Berlín han aprovechado la ocasión para ha­
cernos una visita con sus mujeres, y mi hijo Martin, que
posee más ingenio y humor del que puede desfogar en
su calidad de empleado bancario, ha fabricado un grupo
maravilloso, formado por Edipo y la Esfinge, sirviéndose
de los más increíbles materiales.
Los documentos relativos a su magnifico bronce no han
logrado explicarme del todo la relación que guarda con
G ovanni da Bologna (8), especialmente porque no poseo
la obra de Bode (9). Le agradecería me informara más
ampliamente. Me parece excelente un aguafuerte que Sch-
mutzer (10) hizo para conmemorar el cumpleaños. Otras
personas encuentran que la expresión es demasiado seve­
ra, casi irritada. En el fondo, eso es probablemente lo
que soy. Ahora me pregunto si puedo enviar una copia
a St. Cloud o si prjfiere usted aceptarla cuando llegue al
Semmering.
Con mis más expresivas gracias, su apenas setentón,
Freud.

222. A Mathilde Breue.


Viena, IX. Berggasse. 19, 13-5-1926.
Mi querida Frau Breuer:
Las líneas con las que me felicita al cumplir los seten­
ta años me han conmovido profundamente El papel de
la carta, con su filo de luto, me recordó instantáneamen­
te todos los momentos que he m ido desde el instante
(7) Oliver y Ernst.
(8) Ciuv-nni da Bologna (1524-lbOS^, escultor italiano.
(9) Wtihelm von Bode (1845-1929), historiador de arte alemán y
director de los Museos Nacionales de Berlín
(10) Fcrdinaud Sehmutzer (1870-1928), grabador austríaco.
Epistolario 111
en que, mirando a través de la puerta que daba a la
sala de consultas, la vi por vez primera, sentada ante
una mesa, con una niña de apenas dos años, y hacién­
dome recordar luego todos aquellos años en que casi
podía considerarme como un miembro de su familia y
las diversas vicisitudes que mi existencia ha conocido des­
de entonces. Le ruego acepte, en memoria de ese pasado,
mis más respetuosas gracias.
Muy cordialmente suyo,
Freud.

223. A Romain Rolland


Viena, IX, Berggasse, 19, 13-5-1926.
Querido amigo:
Sus líneas se cuentan entre las cosas que más he apre­
ciado.
Permítame darle las gracias por su contenido y por la
manera de expresarlo.
A diferencia de usted, yo no puedo contar con el afec­
to de mucha gente. No les he complacido ni aliviado, ni
les he dicho cosas edificantes. Tampoco fue ésa mi in­
tención. Yo sólo quería explorar, resolver incógnitas, des­
cubrir una parte de la verdad. Ello puede haber causado
dolor a muchos v beneficiado a unos cuantos, sin que ni
una cosa ni otra me parezca achacable a culpas o méritos
por mi parte. Siempre es para mí como un accidente
sorprendente el que parte de mis doctrinas v mi propia
persona logren atraer una pizca de atención. Mas cuando
hombres como usted, a los que he estimado desde lejos,
expresan su amistad hacia mí, una ambición mía se cum­
ple. Disfruto con estas cosas sin preguntarme si las me­
rezco o no, y las acojo como un don inesperado. Usted
pertenece a la categoría de las personas que saben hacer
regalos.
Con mis saludos más cálidos v deseándole todo el bie­
nestar que se merece, devotamente suyo,
Freud.

224. A Havelock Ellis


Semmering, 12-9-1926.
Querido amigo:
No es malo ir de cuando en cuando contra los propios
principios v hábitos. Si hubiera dominado aquella peque­
ña irritación que me produjo su ensayo en el Forum (11),
cual suelo hacer, no me creería hoy autorizado a hablar­
le en términos tan familiares v probablemente no hubie­
ra llegado a mis manos su biografía, que viene a satis­
facer un viejo deseo mío, pues a menudo he sentido an-
(11) Revista dirigida por Wilhelm Hcrzog, de Munich y Berlín.
128 Sigmund Freud
siedad por conocer más cosas personales acerca de usted.
Well aware of the narrowness and the limitations of my
own being (12), siempre me ha gustado descubrir natura­
lezas más ricas y felices que la mía y durante mucho
tiempo había sospechado que no ha sido usted una beast
of barden (13) como yo, sino alguien que podía permitir­
se una existencia multiforme y armoniosa. Aunque no pue­
do imaginarme en su pellejo —pues no comparto su bon­
dad y me precipito más que usted al tomar decisiones—,
es inevitable en mí la búsqueda de similitudes, y me ale­
gró encontrar una en el primer capítulo. El aguafuerte de
San Jerónimo en su despacho (14) es también una de
mis obras predilectas y ha estado colgado frente a mí
en mi habitación durante muchos años. Quizás algunos
de los ideales que ha puesto usted en práctica en la vida
hayan sido también míos
Igualmente me parece un símbolo de su magnanimidad
el hecho de que haya colocado tal cantidad de informa­
ción personal en manos de un biógrafo. Yo carecería de
todo incentivo para imitarle. Pero, en realidad, no hay
por qué continuar la semejanza. Supe con pena que una
dolencia interna le ha obligado a dosificar sus energías,
pero estoy seguro de que la enfermedad no podrá afectar
a la armonía de su existencia. En cuanto a mí, todo con­
tribuye, naturalmente, a recordarme a cada momento la
mutilación causada por la operación que sufrí en la man­
díbula, pero después de casi tres años no es probable que
experimente una recaída. Al parecer, tendré que esperar
y elegir en su día otro método para abandonar esta vida.
En cualquier caso, mi corazón ha declarado ya que se
encuentra cansado. No soy muy aficionado a Bernard
Shaw, pero su Back to Methuselah («Retorno a Matusa­
lén») me pareció todo menos insipid (15).
No se sorprenda si me confiero a mí mismo la oportu­
nidad de escribirle de nuevo y acepte los cálidos salu­
dos de su
FreueL

225. A Ernest Jones


Viena, IX, Berggasse, 19, 20-11-1926.
Querido Jones:
¿Pueden haber transcurrido de verdad veinte años des­
de que se unió usted al Movimiento Psicoanalítico? En
realidad, lo ha asimilado completamente, extrayéndole de
paso todo lo que podía sacar de él: una Sociedad, una
Revista y un Instituto (16). Dejaremos que los historiado-
(12) Escrito en inglés.
(13) Idem.
(14) Por Albrecht Durero (1471-1528).
(15) Escrito en inglés.
(16) La Sociedad Psicoanalítica Británica, la Revista Internacional del
Psicoanálisis y el Instituto de Psicoanálisis.
Epistolario 129
res establezcan lo que el psicoanálisis -le debe a usted.
Estoy completamente seguro de que, cuando las muchas
actividades negocíales de que se queja sigan una pauta
rutinaria, aún podrá deberle nuestra teoría cosas más
grandes. Entonces encontrará las horas de ocio precisas
para ofrecer una parte de su acumulada experiencia a sus
colegas y a la posteridad.
No hay razón para que estemos descontentos el uno
del otro, aunque tengo la impresión personal de que a
veces se inclina a dar demasiada importancia a las disen­
siones que han surgido entre nosotros. Después de todo,
es difícil complacer del todo a otra persona. Siempre hay
algo que criticar o algo que se echa en falta. Usted mismo
ha apuntado que existieron también diferencias de opinión
entre Abraham y yo, y lo mismo sucede incluso respecto
a la esposa y los hijos. Sólo quienes pronuncian elegías
funerarias niegan estas realidades; pero los vivos tienen
derecho a afirmar que sus críticas de la imagen ideal no
disminuyen el gozo producido por los puntos favorables
de la censurada realidad
Se sorprenderá si le revelo las razones que obstaculizan
mi correspondencia con usted y que constituyen un ejem­
plo clásico de esas pequeñas y molestas restricciones a
las que está sometida nuestra naturaleza. Me es muy di­
fícil escribir el alemán en caracteres latinos, como lo
hago hoy, y toda facilidad —en un nivel más alto se le
llama inspiración— me abandona en el acto. Por otra par­
te, me ha dicho usted a menudo que no es capaz de en­
tender los caracteres góticos, lo cual sólo me deja dos
medios de comunicación, detrimentales ambos para el
sentimiento de intimidad: o dictar la carta a Anna y que
me la escriba a máquina, o emplear mi tosco inglés.

Mi estado general de salud contribuye a apartarme del


trabajo, y me inclino a pensar que definitivamente. No hay
por qué engañarse a uno mismo. Me siento como si se
me permitiera vivir un poco más a crédito (Gnadenbrot).
Su esposa, a la que envío mis más cálidos saludos, pue­
de traducirle esta palabra.
Cordialmente suyo,
Freud.

226. A Oscar Pfister


Viena, IX, Berggasse, 19, 21-11-1926.
Querido Pfister:
Aprovecho la oportunidad para felicitarle. Me compla­
cería mucho reservar un estante de mi biblioteca a las
traducciones de sus obras, si usted quiere regalármelas.
De todas las aplicaciones del psicoanálisis, la única que
prospera actualmente es la que usted eligió; es decir, la
rama pedagógica. Me alegra mucho que mi hija esté co­
menzando a lograr algo en este terreno.
9— EPISTOLARIO IT
130 Sigmund Freud
Al día siguiente de recibir su libro soñé que estaba en
Zurich, probablemente porque deseaba en mi fuero inter­
no visitarle. «Soñaba el ciego que veía...» En Navidad me
gustaría arriesgarme a hacer un viaje hasta Berlín para
conocer a mis cuatro nietecitos (17).
Cordialmente suyo,
Freud.

227. A Rozsi von Freund


Viena, IX, Berggasse, 19, 17-12-1926.
Querida Rozsi:
He dejado pasar a propósito estos días de duelo (18)
antes de enviarle estas líneas de condolencia, pues estimo
que quien ha sufrido una gran pérdida tiene derecho a
que le dejen en paz. Creo incluso que este período de
silencio debería ser prolongado durante largo tiempo, y
que así se haría si no fuera por el temor de parecer
ineducado. Estoy seguro de que todo lo que pueda uno
decir debe sonarle a la persona que perdió un ser queri­
do como otras tantas palabras vacías. La «labor de llorar
a los muertos» es un proceso íntimo que no puede sopor­
tar interferencia alguna.
Mis pensamientos me remontan a otra ocasión (19) en
que tuvo usted (y también yo) que soportar una dolorosa
pérdida, y no me parece bien que haya tenido que ser
usted víctima de tanta aflicción, sin haber hecho nada
por merecerla, como suele ser el caso, y sin poseer las
fuerzas necesarias para sobrellevarla. ¿Dónde hemos de
buscar la justicia? Nadie trata de averiguar nuestros anhe­
los ni nuestros méritos, ni de resolver nuestras quejas.
Mas si los deseos de las personas que le quieren bien pu­
dieran ejercer algún efecto, estov seguro de que su vida
hubiera tomado un rumbo más feliz.
Yo, viejo y enfermo a mi vez, te ruego que creas que
mi simpatía hacia ti y tu familia no ha decaído ni de­
caerá jamás.
Cordialmente tuyo,
Freu(L

1927
228. A Werner Achelis
Viena, IX, Berggasse, 19, 30-1-1927.
Querido señor Achelis:
Con cortesía que es casi exótica en un erudito alemán,
(17) Los tres hijos de Ernst y la hija de Oliver.
(18) La madre de Frau Von Freund había fallecido.
(19) La muerte de Antón von Freund. (Véase carta del 14-5-1920.)
Epistolario 131
me ha enviado usted un ensayo (1) en el que se enfoca
mi trabajo, suponiendo con razón que lograría captar
mi interés. Se lo agradezco, así como la carta con que
lo acompaña, y le devolveré el manuscrito en un futuro
inmediato.
No creo que le sorprenda lo que he de decirle acerca
de sus argumentos, pues parece estar familiarizado con
mi actividad hacia la filosofía (metafísica). Otros fallos
de mi naturaleza me han avergonzado y hecho concebir
sentimientos de inferioridad, mas no así la metafísica.
No tengo talento para comprenderla, pero tampoco me
inspira respeto. Creo para mis adentros —gestas cosas no
se pueden decir en voz alta— que algún día la metafísica
será desechada como una cosa inútil, como un abuso del
pensamiento y un vestigio del período perteneciente a la
Weltanschauung religiosa. Sé muy bien hasta qué punto
me disocia esta manera de pensar de la vida cultural ale­
mana. Por ello comprenderá fácilmente que no me haya
interesado apenas la mayoría de las cosas que leo en su
ensayo, aunque en ocasiones me percate de que contenía
pensamientos muy «brillantes». Otras, como cuando invita
usted al lector a admirar el genio de Bluher (2), tuve la
impresión de enfrentarme con dos mundos separados por
un abismo infranqueable.
Sea cual fuere, es, desde luego, más sencillo orientarse
en «este mundo» de hechos que en el «otro mundo» de
filosofía. Permítame una corrección que puede ser fácil­
mente confirmada por cualquiera de mis diversos escri­
tos. Jamás he mantenido que todos los sueños posean
un contenido sexual, ni que los impulsos sexuales sean
la fuente de donde mana la totalidad de las imágenes
oníricas, sino que, por el contrario, he contradicho vigo­
rosamente esta opinión cada vez que alguien me la ha
adjudicado Por ello tengo base para enfadarme con usted
viendo que se dedi a a propagar este error.
También quiero explicarle, por último, algo acerca de
la traducción de la divisa que encabeza The Interpreta-
tion of Dreams («La interpretación de los sueños»), así
como sobre la interpretación de la misma. Usted traduce
la expresión acheronta movebo por «hacer temblar las
ciudadelas de la tierra», cuando, en realidad, significa
«agitar el mundo subterráneo». Había tomado la cita de
Lassalle (3), quien la empleó probablemente en sentido
personal, refiriéndola a clasificaciones sociales y no psi­
cológicas. Yo la adopté meramente para recalcar la parte
más importante de la dinámica del sueño. El deseo re­
chazado por los departamentos mentales superiores (el
anhelo soñador reprimido) agita el mundo subterráneo
(1) Das Problem des Traumes, eine Philosophische Abhandlung, Stut-
tgart, 1929 («El problema de los sueños: un ensayo filosófico»).
(2) Hans Blüher (1888-1955), escritor alemán, autor de The Role
of Eroticism in a Male Society («El papel del eroticismo en una socie­
dad masculina»).
(3) Ferdinand Lassalle (1825-1864), uno d« los fundadores del mo­
vimiento socialista.
132 Sigmund Freud
mental (es decir, el subconsciente) para hacerse notar.
¿Qué puede ser en todo esto lo que le sugiere a Prome­
teo?
Sinceramente suyo,
FreucL

229. A Margit Freud


Viena, IX, Berggasse, 19, 4-3-1927.
Mi querida Gretel:
A mí también me ha entristecido mucho la muerte de
Brandes. No es que fuera uno a escatimarle el descanso
eterno a los ochenta y cinco años, pero la verdad es que
le conocí no hace demasiado tiempo y que me gustaría
haber tenido ocasión de charlar nuevamente con él. Nues­
tro encuentro, cuando él estaba postrado en la habitación
de su hotel en Viena, constituyó para mí una experiencia
muy particular. No sabía yo nada de su hostilidad res­
pecto ai psicoanálisis, y llegué a él con la mayor ingenui­
dad, sin ocultarle el gran respeto que me merecía. Cuando
la conversación recayó por azar en el psicoanálisis, su
conversión pareció ser cuestión de minutos. Yo desvelé su
error más obvio, la incapacidad para reconocer la distin­
ción existente entre lo consciente y el subconsciente, y en
seguida pareció sosegarse y aceptarlo todo. Probablemen­
te, ni siquiera cambió de opinión, sino que la psicología
(el psicoanálisis) le había sido siempre muy ajena, y que,
predispuesto por tu influencia y desarmado por mi can­
dor, pudo dejar a un lado su¿ prejuicios, aunque siguió
incapacitado para formar opinión. Sin duda, se dio cuen­
ta de la alta estima en que yo le tenía. Cuando intentó
modestamente ponerse en segundo término, detrás del
científico, le hice ver su rango entre los descendientes
de nuestros profetas.
Soy aficionado a buscar parecidos. Aquella vez me llamó
la atención su semejanza con Wallenstein, que, sin em­
bargo, resultaba trivial. Después de haber hablado con
Einstein en Berlín y admirado el busto de Popper-Lynkeus
en nuestro Rathaus Park, descubrí un parecido más sig­
nificativo entre estas tres grandes personalidades judías.
Me complace mucho saber por ti misma y por otras
fuentes que estás comenzando a prosperar y que tu ca­
rácter trabajador y la capacidad que siempre has demos­
trado dan, por fin, fruto.
Ganar dinero proporciona siempre un placer mucho ma­
yor que el que puede derivarse de vivir de las rentas.
Anna pasará en Berlín los días 19 y 20 de marzo. Si tie­
nes intención de venir a Viena, espero que no se te ocurra
escoger precisamente estos días.
Con saludos cariñosos para ti y para tus dos hombres,
tu tío
Sigm.
Ep i s t o l a r io 133

230. A Arnold Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 20-3-1927.
Muy señor mío:
Acepto la sugerencia del autor de Claudia (4) de dedi­
carme su nuevo libro, con gracias y la más plena apre­
ciación del honor que me hace.
Hubiera aceptado en cualquier caso; pero lo hago con
más placer al enterarme por su carta de que es usted
aficionado al psicoanálisis y que ha establecido con él con­
tactos personales.
Le ruego que cumpla su promesa de visitarme algún
día. (Y no tarde; pronto cumpliré setenta y un años.)
Muy sinceramente suyo,
Freud.

231. A Oscar Pfister


Viena, IX, Berggasse, 19, 1-6-1927.
Querido Pfister:
Acabo de ejecutar la tarea de verdugo que me pidió
por intermedio de Frau H***. He destruido las cartas del
año 1912, aunque aún tengo frente a mí unas cuantas de
contenido impersonal
He hecho lo que usted quería, pero no me ha gusta­
do. Lo sentí por esas cartas, que por vez primera desde
hace muchos años releía. Ante mí surgió la imagen del
que fue usted entonces, con sus simpáticas facciones, su
entusiasmo, su gratitud exuberante, su valor para enfren­
tarse con la verdad, su eclosión después del primer con­
tacto con el psiconálisis y también la ciega confianza que
solía depositar en los seres humanos, que tan pronto ha­
bían de defraudarle. Y, aunque me doy cuenta de que
corrió usted el peligro de cometer algunas locuras en
aquella época y que desde entonces su destino ha discu­
rrido por cauces más sosegados, no pude dejar de la­
mentar que la batalla le haya dejado ileso. Y quizá no
fue mi fanatismo ni las ganas habituales en el especta­
dor de experimentar sensaciones los elementos que me
hicieron concebir esta nostalgia. Quizá también la amistad
tomó cartas en el asunto.
Me pregunto si me escribiría usted hoy en día lo que
acabo de leer: «No hable de su edad; es usted el más
joven de todos nosotros.»
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.

(4) Noveílen mm Claudia, Kurt Wolff, Leipzig, 1914.


134 S i g murid F r e u d

232. A Julie Braun-Vogelstein


Viena, IX, Berggasse, 19, 30-10-1927.
Muy señora mía:
No precisa de intermediario alguno para inducirme a
satisfacer sus deseos (5). Sólo me temo que no puedo
ofrecerle tanta información como desea. Nuestra amistad,
que fue íntima durante los años escolares, había termi­
nado ya cuando acudimos a la Universidad.
En los últimos cincuenta años apenas supe de él. Le
encontré varias veces por azar en las calles de Viena, y
puede que hasta viniera una vez a visitarme en casa. En
otra ocasión recibí una carta suya pidiéndome que anali­
zara a uno de sus hijos, que le estaba creando dificulta­
des. (Debió de ser durante la primera década del psi­
coanálisis.) Decliné porque no estaba preparado para ad­
ministrar mi tratamiento a los jóvenes y porque pensé
—con razón— que los contactos personales no favorecían
la si tui ción psicoanalítica.
Me temo que no tengo ninguna carta suya. Nuestro úl­
timo encuentro memorable tuvo lugar en 1883, o puede
que en 1884. Aquella vez vino a Viena y me invitó a co­
mer en casa de su cuñado, Víctor Adler (6). Aún recuer­
do que él era vegetariano por entonces y que vi al pe­
queño Fritz (7), que tenía entre uno y dos años. Es cu­
rioso que todo esto sucediera en la misma casa donde
se ha desarrollado mi existencia durante treinta y seis
años.) Conocía a Heinrich Braun en el primer año esco­
lar, el día del primer informe anual, y pronto nos hici­
mos amigos inseparables Yo solía pasar todas las horas
que la escuela me dejaba libres con él, casi siempre en
su casa, y especialmente cuando su familia no estaba en
Viena y él vivía con su hermano mayor, Adolf (8), y un
tutor. El hermano trató de romper nuestra amistad; pero
nos llevábamos muy bien. No recuerdo que tuviéramos
ninguna pelea ni ningún período en que llegáramos a
estar «enfadados» mutuamente, cual suele ser habitual en
estas amistades tan tempranas. Es imposible recordar des­
pués de tantos años de qué hablábamos y en qué pensá-
banos durante aquellos días.
Creo que fomentó en mí la aversión hacia la escuela
y lo que allí se enseñaba, despertando sentimientos re­
volucionarios en mi interior, y que nos dábamos ánimos
(5) Julic Braun-Vogelstcin había pedido a Freud que le contara co­
sas de su difunto marido, el político socialista alemán Heinrich Braun
(1854-1927), cuya biografía iba a escribir
(6) Víctor Adler '1852-1918), jefe de los socialistas austríacos, se
había casado con la hermana de Braun.
(7) Friedrich Adler asesmó a! primer ministro austríaco Graf Stürgkh
en 1916. Posteriormente fue nombrado secretario de la Segunda Interna­
cional (Asociación de Trabajadores Europeos).
(8) En realidad, se llamaba Antón.
Epistolario 135

mutuamente, atribuyendo dotes que no poseían a nuestras


facultades críticas y a nuestro superior raciocinio. Orien­
tó mi interés hacia libros como la History of Civilization
(«Historia de la civilización»), de Buckle (9), y una obra
similar de Lecky (10), al que admiraba grandemente. Yo,
por mi parte, le admiraba a él, a su conducta enérgica
y a la independencia con que formaba sus juicios, com­
parándole secretamente con un joven león. También es­
taba profundamente convencido de que algún día llegaría
a ocupar en el mundo una posición de mando. No asimi­
laba fácilmente en la escuela, y, aunque pronto me nom­
braron prefecto de la clase, yo solía hacer la vista gorda,
pues con la vaga intuición de la juventud me daba cuen­
ta de que él poseía algo más valioso que cualquier éxito
escolar, algo que posteriormente he aprendido a denomi­
nar «personalidad».
No teníamos conciencia clara ni de los fines ni de los
medios que habíamos de elegir para canalizar nuestros
esfuerzos. Desde entonces he tenido base para sospechar
que sus fines eran más bien negativos; pero teníamos
entonces el acuerdo implícito de que yo trabajaría con
él y nunca me apartaría de su lado. Bajo su iníluencia,
también decidí por entonces estudiar Derecho en la Uni­
versidad.
La primera interrupción de nuestra amistad tuvo lugar
cuando él —creo que estábamos en la Séptima, la penúl­
tima clase superior— dejó el colegio, desgraciadamente no
por iniciativa propia. Luego le vi nuevamente durante
mi primer año de Universidad; pero yo estudiaba Medi­
cina, y él, Derecho. Pronto conoció a Victor Adler, quien
luego se convirtió en cuñado suyo. Nuestros caminos fue­
ron bifurcándose gradualmente. Él siempre tuvo más re­
laciones sociales que yo y siempre le fue más fácil anudar
nuevas amistades. Probablemente dejó de sentir toda ne­
cesidad de cultivarme. Así, durante los últimos años de
la Universidad, le perdí de vista completamente y ni si­
quiera sé si se doctoró en Viena. Un día, en 1881 ó 1882,
después de no habernos tratado durante largo tiempo,
nos encontramos en la calle. Como era natural por aquel
entonces, ambos empezamos a hablar inmediatamente de
cosas personales. Él me enseñó la foto de la muchacha
con la que se había prometido, y yo le confesé que me
encontraba en la misma situación. Quizá fue aquel día
cuando me invitó a comer en casa de Adler. Después pasó
mucho tiempo sin que nos volviésemos a encontrar y dejó
de existir entre nosotros toda auténtica relación personal.
Respetuosamente suyo,
Freud.

9) Henry Thoma* Buckle (1821-1862), historiador Ingléí.


10) W. E. H. Lecky (1838-1903), historiador irlaadéa.
136 Sigmund Freud

1928
233. A Havelock Ellis
Viena, IX, Berggasse, 19, 12-5-1928.
Querido amigo:
Mis cordiales gracias por el envío de su obra más re­
ciente (1). Poseo ya toda la sene de sus valiosos estudios,
dedicados de puño y letra, si se exceptúa el volumen IV
(siete selecciones). ¿Tiene sentido que un hombre de mi
edad intente completar su biblioteca? Consuela pensar
que, al menos, la disfrutarán sus herederos.
La existencia pesa ya sobre mis hombros, y no me pa­
rece un privilegio haber alcanzado esta edad, a la que
sólo unos cuantos llegan. Continúo mi trabajo profesional
principalmente porque siento una compulsión irresistible;
pero los materiales que voy recogiendo ya no adoptan tra­
mas definidas, constituyendo sistemas coherentes, ni se
someten a ideas que parecían surgir de lo desconocido.
Esto se llama en nuestras regiones alpinas Im Austrags-
tüberl (2 ).
Cuando uno sabe poco acerca de su interlocutor que­
da en libertad para imaginarle lleno de fuerza y salud.
Sé que no podré felicitarle por haber alcanzado el lí­
mite de edad tradicional hasta 1929. Si para entonces
vivo, no dejaré de hacerlo.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

234. A George Sylvester Viereck


Semmering, 20-7-1928.
Querido Mr. Viereck:
Hace tiempo que le debo acuse de recibo por sus ama­
bles comunicaciones y no hay justificación para que lo
difiera más aún. No le escribí en seguida haciéndole par­
tícipe de mi opinión sobre Days in Doorn (Días en
Doorn») porque... sí, porque hubo algo en ese libro que
me irritó bastante. No querría herir sus sentimientos, aun­
que sé por mis contactos personales con usted que tal
cosa no es fácil, lo que prueba su gran tolerancia y ama­
ble disposición.
Me gustó muchísimo su Clemenceau (3). Le hace pen-
(1) Síudies in the Psychology of Sex, Random Housc, Nueva York
(«La psicología del sexo»).
(2) Habitación reservada para los miembros ancianos e impedidos
de la familia.
(3) Gcorgcs Clemenceau (1841-1929). estadista francés al que solían
llamar El Tigre.
Epistolario 137

sar a uno que así era, efectivamente, este hombre extra­


ño, magnífico e indiferente a lo que la Humanidad llama
grandeza. En una larga conversación que sostuve con
Georg Brandes el año antes de su muerte charlamos acer­
ca del Tigre. Yo me dejé arrastrar por la euforia de la
conversación y le dije que éste había sido, de las perso­
nas aún vivas, la que más había delinquido contra la
Humanidad. No sabía yo que él y Brandes fueron amigos
íntimos hasta que la Gran Guerra (si no me equivoco) los
separó.
El noble anciano no me llamó al orden, sino que, con
una mirada bondadosa, se limitó a apretarme la mano y
a cambiar de tema. Me pareció como si quisiera decirme:
«No se preocupe, amigo mío esto es algo que no podría
usted comprender.» Mientras leía su entrevista me di
cuenta, con gran sorpresa, de que sentía en mi interior
una profunda simpatía hacia este odiado enemigo y me
pareció que no me sería difícil ponerme en su lugar, lo
que jamás hubiera podido hacer respecto a otros déspo­
tas, como Lenin y Mussolini. Creo que hasta quedé des­
concertado al descubrir que poseíamos él y yo una visión
común del mundo. No le guardo rencor por haber man­
tenido que nunca había oído hablar del psicoanálisis.
Su ensayo sobre el Eterno judío despertará, natural­
mente, mi mayor interés y lo estudiaré expresamente des­
de el punto de vista que usted sugiere, aunque mi juicio
no valga gran cosa, pues, en primer lugar, me resulta
difícil hacer evaluaciones literarias y, en segundo, mi sim­
patía por el autor restaría objetividad a toda posible
crítica.
Lamento que no me haga usted una visita este año.
Me gustaría haber regalado a su esposa un ramo de las
más bellas rosas de nuestro jardín, y usted habría podi­
do constatar los progresos que la edad ha ido haciendo
en la destrucción de mi preciosa personalidad. Las muje­
res de mi hogar, incluso su supuesta enemiga (4), les ha­
brían dispensado una calurosa acogida.
Con amables recuerdos, sinceramente suyo,
Freud.

235. A Sandor Ferenczi


Berlín-Tegel, 12-10-1928.
Querido amigo:
No deseo privar de mis saludos más cordiales a mi
ex compañero de viaje, que ahora lleva a la práctica en
solitario mis insatisfechos anhelos de desplazamiento. Ta­
les saludos proceden de un corazón lleno de envidia, pero
también de afecto. Mi salud mejora perceptiblemente en
estos días, y espero que podré llevarme conmigo tal me­
joría cuando regrese a casa este mes.

(4) Viereck creía que Anna sentía antipatía hacia él.


138 Sigmund Freud
Muchos saludos cordiales para usted y a Frau Gisella y
reciban también los de mi íiel Antigona-Anna. Suyo,
Freud.

236. A Ernst Simmel


Viena, IX Berggasse, 19, 11-11-1928.
Querido doctor Simmel:
Tiene usted razón. En tiempos estos anillos eran un
privilegio y un símbolo que distinguía a un grupo de
hombres unidos en su devoción al psicoanálisis, los cua­
les habían prometido observar de cerca su desarrollo en
calidad de «comité secreto» y practicar una especie de
mutua fraternidad analítica. Rank rompió entonces el he­
chizo mágico. Su secesión y la muerte de Abraham disol­
vieron el Comité.
Al abandonar Tegel (5) expresé el deseo de agradecer
con una muestra de mi afecto la amabilidad extraordina­
ria de que hizo usted gala para transformar una época de
dificultades personales en unos días de confort, y mi hija
me sugirió que renovara la vieja costumbre. En realidad,
aun prescindiendo de mi deuda personal, no conozco a
nadie en Berlín que, por la pureza y fuerza de su leal­
tad, pudiera merecer más que usted la inclusión en aquel
círculo... si aún existiera
Las formas externas pueden perecer; pero su significa­
do las sobrevive quizá para expresarse en otras formas.
Por ello le ruego que no se deje amilanar pensando que
este anillo es una regresión a algo que ya no existe y que
lo lleve durante muchos años como recuerdo de su cor­
dialmente devoto
Freud,
237. A Richard S. Dyer-Bennet
Viena, IX, Berggasse, 19, 9-12-1928.
Dear Major (6 ):
Permítame que limite mi inglés al encabezamiento. Es­
cribo esta carta con más espontaneidad porque sé que
Havelock Ellis le ayudará a traducirla. Hay pocas perso­
nas con las que pudiera gustarme más mantener corres­
pondencia. Deduzco de su folleto y de sus cartas que po­
see usted una naturaleza abierta y generosa, y ello me
induce a pensar que tendré que defraudarle.
Casi todo lo que dice en su Gospel of Living («El evan­
gelio de la existencia») me gusta. Sabiéndolo, podrá per­
mitirme que aclare cuál es el pequeño porcentaje que me
(5) La casa del médico en el Sanatorio Psicoanalítico Tegel había
sido puesta a disposición de Freud por el director, doctor Simmel, mien­
tras el dentista berlinés, profesor Schóder, tuvo a Freud sometido a
tratamiento.
(6) Encabezamiento escrito en inglés.
Epistolario 139

disgusta. Yo jamás hubiera tomado como objetivo la con­


versión de los seres humanos en dioses y de la tierra en
el cielo. Todo esto me recuerda demasiado al vietix jeu
y, además, no es posible. Los seres humanos estamos an­
clados en nuestra naturaleza animal y nunca podríamos
ser como dioses. La tierra es un planeta pequeño y no
tiene las condiciones precisas para convertirse en un «cie­
lo». No podemos prometer a los que desean seguirnos
una plena compensación por aquello que han abandona­
do para venir en pos nuestra, y siempre es inevitable una
porciúncula de renunciación. También me parece erróneo
el afirmar, contrariamente a nosotros, que la «ignorancia»
es el obstáculo que impide la transformación de la exis­
tencia y la satisfacción de nuestras aspiraciones. No creo
que pueda asignarse al intelecto papel tan importante, y
el obstáculo habrá de buscarse más bien en los impulsos
instintivos y en los intereses de la Humanidad.
Lo que también me parece excesivamente optimista es
su aserción de que la Humanidad ha progresado lo bastan­
te para reaccionar ante un llamamiento como el suyo.
Quizás un estrato muy fino pudiera llegar a satisfacer
sus expectativas pero todas las antiguas capas superpues­
tas culturales —de la Edad Media, de la de Piedra e in­
cluso de la prehistoria animística— continúan viviendo en
el interior de las grandes masas. También muestra opti­
mismo en la única sugerencia positiva que contiene su
evangelio. Los medios empleados para controlar la ferti­
lidad humana distan aún de ser perfectos, en el sentido
de que no pueden evitar el nacimiento de consecuencias
psicológicas dañinas.
¿Qué nos resta poi hacer para perfeccionar esta existen­
cia? Creo que debemos tener paciencia y aceptar que es
aún largo el camino por recorrer. Mientras tanto hemos
de concentrar nuestras energías sobre aquellos puntos
para los que nos sentimos más capacitados, y, así, ni ha
de combatirse la ignorancia y el prejuicio ni tampoco la
tentativa de incrementar el control humano sobre la Na­
turaleza, etc. Cualquiera que no sea lo suficientemente
ciego y que no posea una epidermis lo bastante dura
para participar en experimentos políticos tomando como
sujeto a las masas humanas, no debe forzarse a sí mismo
a hacerlo. Por otra parte, es quizá iusto que existan ta­
les hombres de acción, de aquellos que no permiten que
su camino se vea obstaculizado por los escrúpulos y la
compasión. Mas también es probable que por ahora estos
hombres no nos ofrezcan sino decepciones.
Me doy cuenta con toda claridad de que no espera us­
ted sacar nada positivo de su filantrópico folleto. Mi Fu-
ture of an Illusion (7) («El futuro de una ilusión») apenas
ha suscitado otra cosa que reacciones negativas y con
frecuencia encolerizadas refutaciones.
Muy sinceramente suyo,
FreucL
(7) Die Z u\unft einer Muñón, Vicna, 1927 (The Future of *n Mu­
ñón, Ed. Standard, 21). («El futuro de una ilusión.»)
140 Sigmund Freud

1929
238. A Ernest Jones
Viena, IX, Berggasse, 19, 1-1-1929.
Querido Jones:
Dado que soy enemigo de todas las celebraciones y for­
malidades, le escribo a usted en y no por su cincuenta
cumpleaños.
Como no puedo posponer la carta, tengo que pedirle
disculpas por el modo en que va escrita, pues estoy con
gripe (sin fiebre), sintiéndome bastante débil y sin ganas
de nada, y ya habrá captado usted el incrementado nar­
cisismo que me produce este estado viendo cómo he re­
caído en los caracteres góticos al comienzo de esta carta.
Así, muchas cosas que pudiera haberle dicho para con­
testar a la suya deben quedar sin formulación, aunque
no la seguridad de que constantemente ha sido usted para
mí como un miembro de mi círculo familiar más íntimo
y de que siempre seguirá siéndolo, lo cual apunta (supe­
rando todas las diferencias que raramente faltan en las
familias y que tampoco han faltado entre nosotros) hacia
un manantial de afección del que en todo momento pue­
de uno beber. Creo que comenzó todo el día que le acom­
pañé a la estación (¿en Worcester?) No soy dado a ex­
teriorizar mis sentimientos de afecto, por lo que a me­
nudo puedo parecer indiferente; pero mi familia sabe
que no es así.
No, no voy a divagar acerca de la juventud y la ve­
jez, y quizá no le escriba nada después de todo, pues la
facilidad para concebir ideas que en tiempos poseía me
ha abandonado en la ancianidad y soy lo suficientemente
sensato para no intentar extraer a la fuerza nada de mi
cerebro. Admito sin embages que mi existencia resulta
mucho más aceptable (1) desde que estuve en Berlín; pero
hay algo en mí que anhela una mejoría aún más acentua­
da, y espero que ésta se produzca pronto.
Con mis mejores deseos par su próxima década, su fiel
Freud.

239. A Ludwig Binswanger


Viena, IX, Berggasse, 19, 11-4-1929.
Querido doctor Binswanger:
No sé si fue en 1912 o en 1913 cuando le visité, que­
dándome tan impresionado con su valor que desde en­
tonces le he tenido en muy alta estima (2). Los años
(1) Gracias a la labor realizada por el denti***
(2) Véase carta del 14-4-1912.
Epis tolario l41

transcurridos desde aquella ocasión me han convertido,


como sabe, en un anciano bastante débil, y ya no puedo
meterme en viajes para tener el placer de estrecharle la
mano.

Mi difunta hija (3) hubiera cumplido hoy treinta y


seis años.
Ayer estuve a punto de cometer un grave error. Co­
mencé a leer su carta, descifré algunas amables palabras
aisladas y que hubiera sentido perderme; pero fui incapaz
de hacerles componer una frase inteligible, y cuanto más
avanzaba, más enigmática me parecía su escritura. Esta­
ba pensando en devolverle la carta, anotando humorísti­
camente mi indignación y sugiriéndole que me la volvie­
ra a escribir v enviar cuando mi cuñada me ofreció su
ayuda, aclarándome la noticia profundamente triste (4)
que contenía la última parte de la carta con lo cual me
hice cargo de por qué no la había dictado a máquina.
Aunque sabemos que después de una pérdida así el
estado agudo de pena va aminorándose gradualmente,
también nos damos cuenta de que continuaremos incon­
solables y que nunca encontraremos con qué rellenar ade­
cuadamente el hueco, pues aun en el caso de que llegara
a cubrirse totalmente, se habría convertido en algo dis­
tinto. Así debe ser. Es el único modo de perpetuar los
amores a los que no deseamos renunciar.
Le ruego dé mis saludos más cordiales a su esposa.
En antigua amistad, su viejo
Freud.

240. A Israel Spanier Wechsler


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-5-1929.
Querido doctor Wechsler:
Espero con ansia la llegada de su nuevo libro, con­
fiando en que cumplirá la promesa formulada en aquel
capítulo del anterior.
En lo que respecta a su deseo de que deje los manus­
critos de mis publicaciones a nuestra Universidad de Je-
rusalén, no encuentro fácil la respuesta. Es correcta su
presunción de que esta Universidad es muy cara e im­
portante para mí; mas probablemente no estamos de
acuerdo en cuanto al valor de tales manuscritos. Para
mí no significan nada, y ni siquiera se me hubiera pasado
por las mientes jamás ofrecérselos a la Universidad como
una donación. Solía incluso echarlos al cesto de los pa­
peles después de haberlos visto impresos, hasta que un
día alguien me sugirió que se les podía dar otro destino
Esta persona me dijo que entre los ricos hay gente estú-
(3) Sophie Halbcrstadt.
(4) Binswangcr había perdido un hijo.
142 Sigmund Freud
pida que, en caso de que yo me hiciera famoso, estaría
dispuesta a pagar dinero contante y sonante por aquellas
hojas escritas de mi puño y letra. Desde entonces las he
estado guardando y espero tan agradables consecuencias
de mi fama, dándome cuenta de que ni siquiera puedo
hacer donación de ellas a nuestras propias instituciones,
como la Verlag, el Instituto Vienés o el Sanatorio de Ber­
lín, pues tal legado les vendría muy bien a mis siete
nietos. Antes de la guerra me dijeron que un coleccionis­
ta bien conocido de estos papeles inútiles estaba estu­
diando la posible adquisión de los mismos. Luego vino el
conflicto y no ha vuelto a surgir ninguna sugerencia de
esta clase. Como no me cuesta nada, sigo esperando y
preguntándome si quizás un día. después de mi muerte,
estos tesoros experimentarán un alza en su valor que pue­
da justificar su conservación.
Por tal razón no puedo fijar a estos manuscritos un
pretium affetionis ni creo haber privado a la Universidad
de Jerusalén de algo que merezca la pena al negarme a
hacerle donación de los mismos O, en cualquier caso,
sólo la he privado de unos valores cuya cotización real
es por el momento muy dudosa. Si la opinión de la Uni­
versidad de Jerusalén no coincidiera con la mía, podría
introducir en mi testamento una cláusula para que los
manuscritos le fueran entregados en determinada fecha
posterior a mi muerte, si para entonces no había apare­
cido comprador.
Sinceramente suyo,
FreucL

24L A Romain RoHayd


Berchtesgaden, Haus Schneewinkl, 14-7-1929.
Mi querido amigo:
Su carta del 25 de diciembre de 1927, que contenía al­
gunas observaciones relativas sobre el sentimiento que
describe usted como «oceánico», no me ha dejado un
momento de sosiego. Y sucede que en un nuevo traba­
jo (5) que tengo ante mí incompleto convierto esta ob­
servación en punto de partida, mencionando tal senti­
miento «oceánico» e intentando interpretarlo desde el
punto de vista de nuestra psicología. El ensayo salta lue­
go a otros temas, ocupándqse de la felicidad, la civili­
zación y el sentimiento de culpabilidad. No cito su nom­
bre, pero sí dejo caer una indirecta que apunta hacia
usted.
Y ahora me acomete la duda de si tendré justificación
para publicar de este modo una observación privada suya.
No me sorprendería que ello fuera contrario a sus deseos,
y si es así, aun en el grado más pequeño, desde luego,
me abstendría de utilizarlo. Mi ensayo podría llevar sin
(5) Das Unbehagen in der Kultur, Vicna, 1930 (Civilisation and ist
Discontents, Ed. Standard, 21). («La civilización y sus descontentos.»)
Epistolario 143

detrimento alguno otra introducción, y quizás, en con­


junto, no sea ésta indispensable.
Si tiene usted cualquier objeción que oponer a mi cita,
le ruego que me impida abusar de ella, comunicándomelo
francamente en unas cuantas líneas amistosas.
Recuerde que siempre pienso en usted con sentimientos
de la más respetuosa amistad. Muy sinceramente suyo,
Freud.

242. 4 Romain Rolland )


Haus Schneewinkl, 20-7-1929.
Querido amigo:
Mis más expresivas gracias por su autorización; mas
no puedo aceptarla antes que haya releído su carta de
1927, que le adjunto.
Poseo tan pocas cartas suyas que no me gusta la idea
de renunciar a la devolución de ésta, la primera que re­
cibí. Normalmente, no me dedico a coleccionar reliquias,
por lo que le ruego me perdone esta debilidad.
Me alegré de saber que su libro aparecerá antes que mi
trabajito, el cual no estará seguramente impreso hasta
febrero o marzo; mas le ruego que no espere de mí eva­
luación alguna del sentimiento «oceánico». Sólo lo he apro­
vechado con objetivos analíticos marginales, como qui­
tándomelo en cierto modo de en medio.
¡Cuán remotos son para mí los mundos en que desa­
rrolla usted su existencia! El misticismo constituye en
mi caso un libro tan cerrado como la música. No puedo
ni imaginar siquiera lo que sería haber leído toda la li­
teratura que, según se desprende de su carta, ha estudia­
do usted. Y, sin embargo, le ha sido más fácil que a
nosotros desvelar los secretos del alma humana.
Deseándole cordialmente las mayores venturas posibles,
muy sinceramente suyo,

24X A Lnu Andreas-Salomé


Schneewinkl, 28-7-1929.
Queridísima Lou:
Sin duda, habrás supuesto con tu habitual perspicacia
por qué he tardado tanto en contestarte. Anna te ha di­
cho ya que tenía algo entre manos, y hoy terminé la úl­
tima frase que —en cuanto ello es posible sin tener aquí
una biblioteca— pone punto final al trabajo (6 ). Se ocu­
pa éste de la civilización, del sentimiento de culpabilidad,
de la felicidad y de otros temas igualmente exaltados y
me parece, sin duda con razón, algo totalmente super-
fluo, comparado con otras obras anteriores que solían
(6) Véase nota 5 a la carta del 14-7-1929.
144 Sigmund Freud
proceder siempre de una perentoria necesidad interior.
¿Mas qué otra cosa puedo hacer? No voy a estar fuman­
do y jugando a las cartas todo el día. Ya no tengo dema­
siados ánimos para andar, y la mayoría de lo que leo
ha dejado de interesarme. Así que me decidí a escribir
y se me pasó el tiempo agradablemente. Mientras estuve
enfrascado en este trabajo descubrí, también de paso,
unas cuantas verdades un tanto triviales.
El ensayo de Thomas Mann (7) me honra, sin duda. Es
como si acabara de dar los últimos toques a un ensayo
sobre el romanticismo que le pidieron escribiera acerca
de mí, y como si en virtud de este encargo hubiera apli­
cado una chapa, cual dicen los ebanistas, de psicoanálisis
a la parte anterior y posterior del mismo, cuya porción
principal está compuesta de otra madera distinta. Sin em­
bargo, siempre que Mann se resuelve a decir algo, el re­
sultado suele ser sólido.
Me interesó mucho el análisis que haces de mi produc­
ción, pero soy incapaz de opinar. Todo lo que sé es que
trabajé muy duramente. Lo demás vino por sus pasos ro­
dados y, desde luego, pudo salir mucho mejor. Yo tenía
en cuenta únicamente el objetivo, prescindiendo de mí
mismo. Mis peores cualidades, entre ellas cierta indife­
rencia hacia el mundo, probablemente tuvieron tanta par­
te en el resultado final como las buenas, entre las que
destacó un valor imperturbable cuando se trataba de de­
fender la verdad En lo profundo de mi corazón no puedo
evitar la certidumbre de que mis queridos congéneres,
con unas cuantas excepciones, no sirven para nada.
Me gustaría charlar despacio contigo de todo esto en
nuestro idílicamente sereno y bello Schneewinkl, si hu­
biera sido posible invitarte aquí. Pero en la casa propia­
mente dicha no hay sitio, y en Berchtesgaden no se en­
cuentra ni un mal ático. Tuvimos toda clase de visitas,
algunas de ellas inesperadas, como mis tres hijos, uno
tras otro; dos de los cuales pudieron encontrar, al fin,
acomodo a considerable distancia. Emest y Lux aprove­
charon la ausencia de Anna v están con nosotros. Según
sus informes telegráficos, ésta lo está pasando mal en
Oxford. Esta tarde habrá pronunciado su conferencia, y
desde ese momento espero que hay tenido más confor­
midad. En lo que respecta a su alojamiento, escribe sig­
nificativamente: «Más tradición que comodidad.» Como
sin duda sabes, los ingleses, después de haber creado el
concepto del confort, le volvieron la espalda. Al igual que
Wolf, espero con gran impaciencia su vuelta. Mato el
tiempo escribiendo, y él se pasa casi todo el día tumbado
apáticamente en su colchoneta.
Saludos cordiales para ti v tu anciano caballero, y es­
peremos que podamos reunimos después de todo. Quizás
en Berlín, si tengo que ir a ver a Schröder. Tu viejo
Freud.
(7) «Die Stallung Freuds in der modernen Geistesgeschichte», Alma-
nach der Psychoanalyse, Viena. 1929 («El puesto de Freud en la histo­
ria de la cultura moderna»).
Evistotario 145

244. A Edward L. Bernays


Berchtesgaden, 10-8-1929.
Querido üaward:
Desde luego que es una sugerencia imposible. La bio­
grafía está justificada cuando se dan dos requisitos: pri­
mero, que el biografiado haya tomado parte en acontecí;
mientos importantes y de interés general; segundo, si
constituye un estudio psicológico. Exteriormente, mi vida
ha sido sosegada y no ha estado marcada por grandes
sucesos, por lo que puede resumirse fácilmente en unas
cuantas techas. Además, una confesión de vida psicoló­
gicamente completa y honrada exigiría tantas indiscrecio­
nes (por mi parte y la de los demás) acerca de la fami­
lia, los amigos y enemigos, la mayoría aún vivos, que
debe considerarse definitivamente descartada. Lo que es­
tropea, después de todo, las autobiografías es el carácter
hipócrita de sus aseveraciones.
Además, constituye una muestra de ingenuidad ameri­
cana por parte de tu editor el esperar que una persona
hasta ahora decente acceda a cometer un acto así por
cinco mil dólares. Para mí, la tentación comenzaría si
esta cifra se multiplicara por ciento; pero aun así la re­
chazaría, después de media hora de lucha interior.
Con la esperanza de que tú, tu mujer y tu hija disfru­
téis de buena salud, os saluda cordialmente vuestro tío
Sigm.

2 4 5 \A Max Eitingon
~ ------ Viena, IX, Berggasse, 19, 1-12-1929.
Querido Max:
Ayer recibimos tus tristes nuevas con esa pena profun­
da que luego se convierte en alivio al percatarse de que
una muerte repentina sólo puede considerarse como una
bendición si se considera lo incurable del caso. Me han
encargado que os exprese a ti y a tu familia el profundo
afecto que todos sentimos hacia vosotros en esta ocasión,
y no voy a tratar de consolarte. La pérdida de una madre
debe de ser algo muy extraño, distinto a todo otro sen­
timiento, y, sin duda, despierta emociones que son difí­
ciles de comprender. La mía aún vive, y es un obstáculo
en mi camino hacia el apetecido descanso hacia la nada
eterna. No podría perdonarme el morir antes que ella.
Pero tú eres joven, y la mejor y más importante década
de la vida de un hombre, de los cincuenta a los sesenta
años, está aún ante ti inexplorada, y tus amigos tienen
base para esperar que pronto te reconcilies a una desdi­
cha que no sobrepasa los límites de los infortunios ordi­
narios dispuestos por el destino humano. Confío en que
tu Mirra, con la que, como sabes, a veces me enfado
10— epistolario n
146 Sigmund Freud
mentalmente, aprovechará esta oportunidad para brindar­
te sus consuelos, ya que siempre está dispuesta a ayudar
en estas ocasiones.
Con saludos cordiales y la esperanza de verte pronto,
tuyo,
Freud,

1930

246. A Romain Rolland


Viena, IX, Berggasse, 19, 19-1-1930.
Querido amigo:
Mis más expresivas gracias por el regalo de su obra
bicéfala en tres volúmenes (1). Contrariamente a mis
cálculos, mi «insatisfecho» librito precedió al suyo, ante­
poniéndosele por varias semanas. Ahora intentaré con su
ayuda penetrar en la jungla hindú, de la que hasta hoy
me había apartado una mezcla bastante ambigua de amor
helénico hacia la proporción 00396000 r¡, sobriedad judía y
timidez filistea En realidad, debiera haberme aventurado
antes por ella, y las raíces que esconde su suelo no debie­
ran serme extrañas, pues a veces he excavado buscándolas
hasta cierta profundidad. Pero no es tan fácil rebasar
los límites de la propia Naturaleza.
Naturalmente, descubrí pronto la sección del libro que
me interesó más, es decir, el comienzo, en el que ataca
a los racionalistas extremos, como yo. Me ha caído muy
bien que me llame usted «grande» en esta parte, y me
siento incapaz de poner objeciones a una ironía que va
mezclada con tanta amabilidad. En cuanto a su crítica
del psicoanálisis, me permitirá unas cuantas observacio­
nes: la distinción entre «extrovertido» e «introvertido»
deriva de C. G. Jung, que también se inclina hacia la
mística y que ha estado separado de nosotros desde hace
años. No damos nosotros demasiada importancia a esta
distinción y sabemos bien que la gente puede ser ambas
cosas al tiempo y que habitualmente lo es. Además, al­
gunas de nuestras expresiones, tales como regresión, nar­
cisismo, principio de placer, etc., son de naturaleza pura­
mente descriptiva y no llevan implícito ningún intento
de evaluación. Los procesos mentales pueden cambiar de
dirección o combinar respectivamente sus fuerzas, e in­
cluso el mecanismo de la reflexión constituye un proceso
regresivo, sin que ello le haga perder alguna de su digni­
dad e importancia. Finalmente, el psicoanálisis posee tam­
bién su escala de valores, pero su único objetivo es la
incrementada armonía del ego, que esperamos medie sa-
(1) Essai sur la mystique et Vaction de l’Inde vivante: 1. «La Vie
de Rama Krishna», Stock, París, 1929. 2. «La Vie de Vivekananda t*
l ’Evangile Universel», 2 volúmenes, Stock, París, 1930.
Epistolario 147

tisfactoriamente entre las exigencias de la vida instintiva


(el «Id») y las del mundo exterior; es decir, entre las
realidades endógena y exógena.
Nuestros pensamientos respectivos siguen caminos más
divergentes en cuanto al papel que asignamos a la intui­
ción. Usted, con su misticismo, confía en ésta para en­
señarnos a resolver la incógnita del universo. Nosotros
creemos, por el contrario, que no puede revelarnos sino
impulsos y actitudes primitivos e instintivos, muy valio­
sos para una embriología del alma cuando se interpretan
correctamente, pero inútiles en cuanto a la orientación
en el mundo exterior v foráneo.
Si nuestra sendas vuelven a cruzarse alguna otra vez en
la vida, sería agradable cambiar impresiones acerca de
todo esto. Desde la distancia, un saludo cordial es me­
jor que la polémica. Otra cosa: no soy un escéptico total,
ya que estoy seguro de que hay ciertas cosas que no po­
demos saber por ahora.
Deseándole toda clase de venturas, su devoto
Freud.

247. A Destinatario anónimo


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-2-1930.
Muy señora mía:
Sus suposiciones relativas a mi actitud frente a los ca­
zadores de autógrafos son correctas. Si con unos cuantos
garabatos de la pluma-puede hacer uno algo para satis­
facer los anhelos de una persona digna, no hay razón
para dudar, e incluso se pueden descubrir cosas útiles
acerca de la estulticia humana. Le ruego que no omita con­
signar, en interés de su rica protegida, que en otras
circunstancias sería muy difícil obtener una muestra autó­
grafa como la que le adjunto.
Sinceramente suyo,
Freud.

248. A A. A. Roback
Viena, IX, Berggasse, 19, 20-2-1930.
Querido doctor Roback:
Me apresuro a acusar recibo de su libro Jewis Influen-
ce (2) («La influencia judía») y a darle las gracias. He leí­
do en seguida la reimpresión adjunta y, al menos, he ho­
jeado la obra.
No puedo dejar de confesarle cierta decepción. Me hace
usted gran honor mencionando mi nombre entre los más
grandes personajes que ha dado nuestro pueblo (lo cual
(2) «Jewish Influence in Modera Thought» («La influencia judía en
el pensamiento moderno»), Publicación de Artes y Ciencias, Cambridge
Mass., 1929.
148 Sigmund Freud
rebasa los límites de mi ambición), etc.; pero en el ensayo
Doctrina de los lapsos expresa usted su falta de fe preci­
samente en aquella rama del psicoanálisis que ha sido
aceptada más generalmente. ^Como juzgará usted, enton­
ces, nuestros otros descubrimientos menos atractivos? Ló­
gico es pensar que si sus objeciones a mi interpretación de
los lapsos son justificadas, tengo muy poco derecho a ser
citado, junto a Bergson y Einstein, entre los colosos inte­
lectuales. Creo que sabra apreciar con exactitud a lo que
me refiero. No deseo ser coronado con el Premio Nobel,
ni aspiro a que todos los periódicos hablen de mí, y sólo
espero haber adquirido una porción útil de nuevos cono­
cimientos.
No he leído aún el párrafo que dedica al psicoanálisis
en su libro, pues temo encontrar afirmaciones incorrectas
que me apenarían. En algunas de sus aserciones me reco­
nozco en tan escasa medida (por ejemplo, nadie hasta
ahora me había echado en cara mis «tendencias místi­
cas»), y en lo que se refiere a la cuestión de la hipnosis,
tomé el bando de los detractores de Charcot, pero no
adopté del todo las teorías de Bernheim (3), como en la
horrorosa imagen de mi apariencia física que incluye en
el libro.
Quizá le interese saber que, efectivamente, mi padre
era de extracción chasídica. Tenía cuarenta y un años
cuando yo nací y había estado desgajado de su medio
ambiente natal durante casi veinte. Mi educación fue tan
poco judía, que hoy me siento incapaz incluso de leer
su dedicatoria, que evidentemente está escrita en hebreo.
En mi vida ulterior he tenido ocasión de lamentar mu­
chas veces estos fallos de mi educación.
Expresándole toda la simpatía que su valerosa defensa
de nuestro pueblo exige, sinceramente suyo,
Freud.
\
249. y A Richard Flatter
^ ----- - ---'•^Viena, IX, Berggasse, 19, 30-3-1930.
Querido señor Flatter:
Le agradezco que me enviara su traducción de The
King Lear («El rey Lear»), que me dio la oportunidad de
releer esta vigorosa obra
En cuanto a su pregunta de si estaría justificado consi­
derar a Lear como un caso de histeria, me gustaría pre­
cisar que nadie tiene derecho a esperar de un poeta una
descripción clínicamente correcta de una enfermedad men­
tal. Debe bastarnos con el hecho de que nuestros senti­
mientos no sean ofendidos en ningún punto y que nuestra
llamada psiquiatría popular nos permita seguir la pista
a la persona descrita como anormal en todas sus desvia­
ciones. Así sucede con Lear. No nos escandalizamos cuan-
(3) H. Bernheim (1837-1919), catedrático de la Universidad de Es­
trasburgo; practicó la psiquiatría en Nancy.
Epistolario 149

do, impulsado por su tristeza, abandona el contacto con


la realidad ni cuando, aferrado al trauma, se deja arras­
trar por las fantasías de venganza ni tampoco cuando
grita y rabia, en sus excesos de pasión, aunque la imagen
de una psicosis consistente queda desenfocada por seme­
jante conducta. En realidad, no estoy seguro de si estas
formaciones híbridas, en las qut un afectivo se aferra al
trauma y a una psicótica desviación del mismo, se dan con
frecuencia en la realidad. El hecho de que se calme y
vuelva a sus reacciones normales cuando se da cuenta de
que está seguro bajo la protección de Cordelia no me
parece que justifique una diagnosis de histeria.
Sinceramente suyo,
Freud.

250. A Heinrich Ldwy


Viena, IX, Berggasse, 19, 30-3-1930
Querido doctor Lówy:
Su biografía de Popper-Lynkeus (4), acompañada por su
carta, me ha complacido tanto, por la dignidad y veraci­
dad de que está imbuida, que me gustaría acceder a su
deseo colaborando en su colección de soluciones (5) a
problemas científicos. Sin embargo, al tratar de hallar al­
gunos ejemplos adecuados, he tropezado con obstáculos
extraños y casi insuperables, como si ciertos procedimien­
tos habituales en otros dominios de investigación se nega­
ran a ser aplicados al tema. Quizá la razón estribe en
que, dentro de la metodología de nuestra disciplina, no
queda sitio para la clase de experimento que suelen reali­
zar los físicos y fisiólogos. Cuando paso revista a diversos
casos aislados, separándolos de la historia de mi trabajo,
encuentro que mis hipótesis surgieron invariablemente y
en forma directa de un gran número de impresiones basa­
das en la experiencia. Luego, siempre que tuve oportuni­
dad de reconocer una hipótesis de esta clase como erró­
nea, pude remplazaría —y espero que mejorarla— por otra
idea que solía ocurrírseme (basada en la experiencia an­
terior y en otras nuevas) y a la que entonces sometía todo
el material recogido.
Me temo que lo que le digo no servirá de gran cosa a
su colección.
Con saludos amables, sinceramente suyo,
Freud.

(4) Véase lista de destinatario* y carta del 4-8-1916.


(5) La colección que planeaban los profesores Lówy y R. von Mises
no llegó a cuajar.
251. A Max Schur
Berlin-Tegel, 28-6-1930
Querido doctor Schur:
No estaré en Viena para su boda, por lo que le escribo
hoy, varios días antes del acontecimiento, para desearle
toda la felicidad que se merece en su vida de casado.
Dada la nada corriente dedicación y escrúpulo que ha
puesto usted en el cuidado de estos vestigios de mi yo
físico, me gustaría dar a mis deseos la facultad de ase­
gurar su realización. No es ésta ocasión para molestarle
con noticias de mi estado de salud Sólo quiero decirle
que nunca olvidaré con cuánta frecuencia han sido correc­
tas sus diagnosis en mi caso, y que por esta razón soy un
paciente dócil, aun cuando no me sea fácil.
Con amables saludos, sinceramente suyo,
Freud.

252. A Adolfine Freud


Berlin-Tegel, 22-7-193U.
Querida Dolfi:
Te adjunto un poco de dinero para que celebres tu
cumpleaños, que te felicito de todo corazón, agradecién­
dote con el mayor afecto tus valiosos servicios de todos
estos años. Como sabes, este verano estaremos en la in­
mediata vecindad de nuestra madre, aunque, desgracia­
damente, no sé aún cuándo.
Afectuosamente tuyo,
Sigm.

253. A Alfons Paquet


órundlsee (6 ), Rebenburg, 26-7-193U.
Querido señor Paquet:
Los públicos honores no han llovido precisamente so­
bre mí y, en consecuencia, me he acostumbrado a sobre­
vivir sin ellos. Sin embargo, no puedo negarle que la
concesión del Premio Goethe de la ciudad de Francfort
me ha proporcionado gran placer. Hay algo en esta dis­
tinción que reconforta particularmente la imaginación, y
una de sus condiciones elimina la humillación que nor­
malmente se asocia con este tipo de galardón.
He de darle las gracias especialmente por su carta,
que me conmovió y sorprendió. Aparte de mi apreciación
por las molestias que se ha tomado para estudiar mi
obra, debo decirle que jamás anteriormente había recono-
(6) Lugar en veraneo en el Salzkammergut.
Epistolario 151

cido nadie con tal claridad la intención personal secreta


que la anima y me gustaría preguntarle cómo ha llegado
a adivinarla.
Lamento saber por la carta que escribe usted a mi
hija que no le veré en un futuro próximo, pues todo
aplazamiento a mi edad es un tanto arriesgado. Tendré
desde luego mucho gusto en recibir al caballero (doctor
Michel), cuya visita me anuncia.
Desgraciadamente, no podré asistir a las conmemoracio­
nes de Francfort, pues mi salud no me autoriza a acome­
ter semejante empresa. El auditorio no perderá nada con
mi ausencia, y desde luego mi hija resulta más agradable
que yo para la vista y el oído. Leerá unas cuantas líneas
sobre Goethe y su relación con el psicoanálisis, defendien­
do a los analistas contra la imputación de haber impug­
nado la veneración debida al gran hombre mediante sus
investigaciones analíticas. Espero que será posible orien­
tar el tema que me han dictado: «Relaciones del hombre
y el erudito con Goethe» (7), en el sentido que apunto
más arriba o que, si no pudiera hacerse así, tendrá usted
la amabilidad de advertírmelo.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

254. A Sandor Ferenczi


Grundlsee, Rebenburg, 1-8-1930.
Querido amigo:
Volvimos de Berlín esta semana y llevamos aquí cuatro
días. Este sitio es maravillosamente bonito, la casa espa­
ciosa y confortable, no obstante algunas abominaciones,
y la vista sobre el lago encantadora. Llueve con frecuen­
cia y copiosamente, como es habitual en esta región. Des­
pués de todo, nos perdimos la mejor parte del verano.
Mi prótesis tiende a mejorar, lo que en algunos aspectos
constituye un cambio muy agradable.
Anteayer se me anunció oficialmente que me habían
concedido el premio. Goethe de la ciudad de Francfort.
La noticia me llegó en una carta deliciosa y muy inteligen­
te del secretario, señor Paquet, que debe de ser un per­
sonaje. Por su relación con Goethe, el premio posee más
dignidad de la que suele ser habitual en otros de su es­
pecie, y no cuenta con ninguna traba que pudiera fasti­
diar el placer que me proporciona. Supone diez mil mar­
cos, que cubren poco más o menos los gastos de mi
estancia en Berlín. La solemne concesión del premio ten­
drá lugar en Francfort el 28 de agosto, aniversario del
nacimiento de Goethe, en presencia del premiado, que
ha de pronunciar un discurso sobre su relación con aquél.
Es inútil aclararle que no puedo ir, pero Anna me repre-

(7) Ansprache im Frankfurter Goethehaus, 1930 («Discurso pronun­


ciado en la casa de Goethe, en Frankfurt», Ed. Standard, 21.)
152 Sigmund Freud
sentará y leerá lo que tengo que decir (8 ) acerca de
Goethe en relación con el psicoanálisis y del derecho que
asiste a éste de tomarle como tema de investigación.
Me pregunto si sigue usted pensando en viajar también
este año.
Con saludos cordiales para usted y Frau Gisella, suyo,
Freud.

¿55. A Arnold Zweig


Grundlsee, Rebenburg, 21-8-1930.
Querido señor Zweig:
Entre las muchas felicitaciones que me ha aportado el
premio Goethe, ninguna me ha emocionado tanto como
la que usted ha logrado componer abusando de sus po­
bres ojos (aunque no se note nada en la letra), sin duda
porque hay muy pocos casos en que pueda sentirme tan
seguro de que mi amistad encuentra una leal correspon­
dencia. No niego que el Premio Goethe me ha compla­
cido muchísimo pues la idea de establecer conexiones
más íntimas con dicho autor es muy tentadora y el pre­
mio considerado en sí mismo supone más bien una in­
clinación hecha al recipiendario que un reconocimiento
de sus logros. Por otra parte, a mi edad, no posee ni
demasiado valor práctico ni gran importancia emocional.
Es un poco tarde para reconciliarme con mis contempo­
ráneos, y nunca he dudado de que el psicoanálisis ganará
la batalla aunque sea después de mi muerte. Al leer sus
líneas he descubierto que mi placer no sería menor si el
premio le hubiera sido concedido a usted, quien quizá lo
merecía más. Pero sin duda le conferirán algún día otros
honores de este tipo.
Mi mujer e hija les envían cordiales recuerdos a usted
y su esposa, cuya carta merece mi agradecimiento espe­
cial. Mi hija me representará en las celebraciones del
aniversario de Goethe en Francfort.
Con mis mejores deseos, suyo,
vreud.

256. A Sandor Ferenczi


Grundlsee, Rebenburg, 16-9-1930.
Querido amigo:
Ante todo, mis gracias más expresivas por las bellas
palabras que dedica a la muerte de mi madre, la cual
me ha afectado en una forma peculiar. No siento ni dolor,
ni pena, lo que probablemente puede explicarse por las
circunstancias especiales que concurrían en el caso, como,
por ejemplo, su avanzada edad, la pena que me inspiraba
su postración final y al mismo tiempo un sentimiento de
(8) Véase nota 7 a la carta del 26-7-1930.
Epistolario 153

veneración que me parece también comprender. No me


sentía libre para morir mientras ella viviera, y ahora sí.
Seguramente los valores que atribuyo en mi interior a la
existencia habrán experimentado una transposición consi­
derable en los estratos más profundos.
No asistí al funeral, en el que me representó también
Anna, quien ha iniciado hoy un viaje por Suiza e Italia
con su amiga Dorothy (9). Me gustaría que les acompa­
ñara el buen tiempo.
Seguramente habrán llegado hasta usted las pesimistas
informaciones de los periódicos sobre mi salud, que en­
cuentro muy interesantes como prueba de lo difícil que
es hacer tragar a la masa del público algo que no le
gusta. No me cabe duda de que son una reacción ante el
y deben ponernos en guardia contra la
misión de que la resistencia al psicoanálisis ha remitido
de un modo empírico v tangible. El mismo tipo de reac­
ción se pone también de manifiesto en el discurso de
Bumke (10) (que conozco sólo por las noticias del Nene
recentadas actividades de los
dedican en estos días a pu*
w ficado de la vida (!) y el ho­
mosexualismo. Creo, en una palabra, que tendremos que
pagar muy cara la concesión del Premio Goethe.
Me alegro de que esté trabajando. Entre las felicitacio­
nes por la concesión del Premio, las cartas que se intere­
san por mi propia enfermedad fatal y las que expresan
últimamente condolencia con ocasión de la muerte de
mi madre —sin mencionar las molestias que me produ­
ce mi continuada abstinencia respecto al trabajo—, no ten­
go tiempo para nada.
Cordiaimente suyo,
Freud.

257. A Arnold Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 22-10-1930.
Mi querido señor Zweig:
Leí su comedieta (11) poco antes de tener que guardar
cama (con fiebre) durante una semana. Estoy lejos de
atribuir mi enfermedad a su influencia, mas quizás ya ha­
bía cogido aquélla cuando leí la comedia y contribuyera
a matizar desfavorablemente mi opinión. No me gustó, y,
sobre todo, no la encontré divertida. Además, a conse­
cuencia de las diferencias existentes entre el alemán sep­
tentrional y el meridional, tuve dificultades para entender
(9) Mrs. Dorothy Burlingham, codirectora de la Clínica de Terapia
Infantil de Hampstead, Londres.
(10) Oswald Bumke, catedrático de Psiquiatría de la Universidad de
Berlín. «Über Psychoanalyse», Zentralblatt für Psychoterapie, 1930.
(11) Laubheu und Keine Bleibe», Kiepenheuer Verlag, Pots-
dam, 1926.
154 Sigmund Freud
el diálogo. Confío en que no le irritará mi crítica, pues
le queda al menos el consuelo de saber que la próxima
vez que ensalce apasionadamente algo enviado por usted
mi apología será sincera.
Espero que mis buenos deseos relativos a su salud y
la de su esposa le lleguen en momento más propicio que
el que escogieron para tomar contacto conmigo los que
usted me enviaba.
Cordialmente suyo,
Freud.

1931
¿58. A Stefan Zweig
Viena, IX, Berggasse, 19, 7-2-1931.
Querido Stefan Zweig:
He recibido su última obra (1) y la he leído de nuevo,
tomando en esta ocasión un interés más personal, por
supuesto, que el que me suscitaron sus anteriores libros,
aunque no dejara de encontrarlos cautivadores. Si me
permite expresarle mis impresiones en forma crítica, le
diré que su ensayo sobre Mesmer (2) es el que me parece
más armonioso, justo y elegante. Creo, como usted, que
la naturaleza real de su descubrimiento, la sugestión, no
ha sido reconocida hasta ahora y que aún queda lugar
en ese terreno para nuevos hallazgos.
Lo que me desconcierta en el ensayo sobre Mary Ba­
ker Eddy (3) es que ponga usted tanto énfasis en su in­
tensidad. Las personas como nosotros, que no pueden li­
berarse del todo del punto de vista patológico, no se de­
jan impresionar demasiado por esta cualidad. Sabemos
que en un ataque de frenesí, el lunático exaltado libera
energías de las que normalmente no puede disponer. Es­
timo además que no ha recalcado suficientemente el as­
pecto demencial y pérfido del fenómeno Mary Baker Eddy,
ni tampoco la indescriptible sordidez de su ambiente ame­
ricano.
Es un hecho general y bien conocido que a nadie suele
gustarle su propio retrato, e incluso que se niega a re­
conocerse en él. Por tanto, me apresuro a expresar la
satisfacción que me produce el que haya reconocido us­
ted correctamente la característica más importante de mi
caso; es decir, que mis logros fueron consecuencia más
bien de mi carácter que de mi intelecto. Esto, que parece
(1) Die Heilung durch den Geist: Franz Antón Mesmer, Mary Ba\er
Eddy, Sigmund Freud, Inselverlag, Leipzig, 1931; Mental Healers, Nue­
va York, Viking Press, Londres, Cassell, 1933 («Los médicos de la
mente»).
(2) Franz Antón Mesmer (1734-1815), fundador de la doctrina del
magnetismo animal.
(3) Mary Baker Eddy (1821-1910), fundador de la Cristian Science.
Epistolario 155

convertirse en esencia de sus argumentos, es algo que


yo también creo. Por otra parte, me siento inclinado a
poner objeciones al énfasis que pone sobre la corrección
burguesa de mi persona.
El individuo real es bastante más complicado, y la des­
cripción no concuerda con el hecho de que también yo
haya tenido mis dolores de cabeza espantosos y mis pe­
ríodos de fatiga como todo el mundo; de que fuera un
fumador apasionado (me gustaría seguir siéndolo), atri­
buyendo al tabaco la mayor parte de mi autodominio y
tenacidad para el trabajo, de que, no obstante mi caca­
reada frugalidad, haya sacrificado muchas cosas para ad­
quirir mi colección de antigüedades griegas, romanas y
egipcias; de que haya leído de hecho más obras de ar­
queología que de psicología, y de que antes de la gue­
rra, y en una ocasión después de ella, me sintiese impul­
sado a pasar todos los años por lo menos varios días o
semanas en Roma, etc. Me doy cuenta, por mis obser­
vaciones del arte en miniatura, de que este medio obliga
al artista a simplificar, pero el resultado suele ser una
imagen desenfocada.
Probablemente acierto al presumir que, hasta que escri­
bió este libro, no estaba usted familiarizado con la teo­
ría psicoanalítica. El hecho de que haya sido capaz de
absorber tan gran cantidad de la misma en un espacio de
tiempo reducido merece toda clase de alabanzas, aunque
hay dos puntos en los que suscita la crítica. En primer
lugar, apenas menciona el sistema de libre asociación,
considerado por muchas personas como la contribución
más importante del psicoanálisis y la clave metodológica
de los resultados obtenidos. Por otra parte, me hace us­
ted llegar a mi visión de los sueños a través de las expe­
riencias oníricas de mi niñez. Esto es históricamente in­
correcto, aunque se haya solido consignar así por razones
didácticas.
Su última duda respecto a si el psicoanálisis puede ser
practicado por seres humanos de tipo medio procede tam­
bién de la ignorancia del sistema. Cuando el microscopio
era un nuevo instrumento en manos de los médicos, los
libros de texto de Fisiología afirmaban eran precisas cua­
lidades especiales para manejar este instrumento. Después
se dijo lo mismo de los cirujanos. Hoy en día todos los
estudiantes aprenden a manejar el microscopio y en las
facultades se forjan buenos cirujanos. El hecho de que
no todo el mundo desempeñe una labor de la misma al­
tura es algo que no tiene remedio en ningún dominio
de la actividad humana.
Con saludos sinceros y deseándole unas felices vacacio­
nes, suyo,
Freud.
156 Sigmund Freud
259. A Yvette Guilbert
Viena, IX, Berggase, 19, 8-3-1931.
Querida amiga:
Me gustaría mucho estar junto a usted cuando su ma­
rido (4) ie traduzca esta carta, pues debido a mi precario
estado de salud apenas pude disfrutar de su presencia la
última vez que visitó Viena. Me alegro de saber que se
ha decidido a escribir nuevamente algo scbre sí misma.
Si la he interpretado correctamente, traía ahora de dilu­
cidar el secreto de sus realizaciones y éxitos, y se imagi­
na que su sistema consiste en reiegar a un segundo tér­
mino la propia personalidad y remplazaría por la del
personaje que encarna. También desea que le diga si este
proceso es posible y si es aplicable a usted.
Desearía saber más cosas sobre esta cuestión, y en
tal caso le contestaría punto por punto. Mas como no
es así, debo pedirle que se contente con las siguientes
sugerencias: Creo que lo que usted consideia como me­
canismo psicológico de su arte constituye una suposición
frecuente y quizás universal, pero esta idea, según la cual
la propia personalidad se anula, siendo remplazada por
otra imaginada, nunca me ha satisfecho del todo. Nos
dice muy poco, no nos aclara el modo en que se logra
y, sobre todo, no explica por qué un individuo determina­
do consigue realizar satisfactoriamente esta transposición
que todo artista desea, y otras personas no. Me inclino
a sospechar que para que se produzca el cambio es pre­
ciso por lo menos un elemento del mecanismo contra­
puesto; es decir, que no se anula la persona, sino que
ciertas porciones de ella —rasgos que no tuvieron opor­
tunidad de desarrollarse y deseos renrimidos— surgen en
escena para representar el personaje, hallando de esta
forma expresión y dándole la apariencia de una verdad
real. Esto es menos sencillo que la «transparencia» del
propio ego a la que da usted preferencia. Naturalmente,
me gustaría saber si encuentra usted vestigios de este
otro aspecto. En cualquier caso, es sólo una manera de
solucionar la incógnita de por qué nos estremecemos al
oír Soularde (5), o decimos «¡Sí!» con todas nuestras fuer­
zas al ser preguntados: Dltes-moi si je suis belle?, pero
la verdad es que sabemos muy poco de todo esto.
Con un sentimiento de afecto suscitado por todos los
recuerdos que me aporta su carta, y con amable salu­
dos para usted y el tío Max, suyo,
Freud.

(4) Max SchiUer. Véase carta del 26-3-1931.


.5) Dos de las canciones popularizadas por Yvette Guilbert.
Epistotario 157

260. A Max Schiller


Viena, IX, Berggasse, 19, 26-3-1931.
Querido doctor Schiller:
Es para mí una experiencia muy interesante el ser lla­
mado a defender mis teorías ante Madame Yvette y el
tío Max. Y a pesar de que hablo con dificultad y soy
duro de oído, me gustaría que mis respuestas no tuvieran
que ser formuladas por escrito.
En realidad no pienso afirmar muchas cosas nuevas,
sino más bien insistir en el hecho de que sabemos muy
poco sobre todo esto. No hace mucho, por ejemplo, que
Charlie Chaplin estuvo en Viena. Casi tuve ocasión de ver­
le, pero el frío fue excesivo para él y se marchó dispara­
do. Indudablemente es un gran artista, aunque siempre
encarne el mismo personaje; es decir, el muchacho débil,
tosco, pobre, dejado de la mano de todos, etc., a quien
al final sonríe la vida. ¿Cree usted que olvida su propio
yo para representar este papel? Por el contrario, no hace
sino representarse a sí mismo tal como fue en su deso­
ladora juventud, que no puede deshacerse de estas im­
presiones y que aún hoy trata de hallar una autocompen-
sación por las humillaciones y privaciones que hubo de
sufrir entonces. Su caso es, desde luego, especialmente
transparente y sencillo.
La teoría de que las realizaciones de los artistas están
condicionadas interiormente por las impresiones, vicisitu­
des, represiones y decepciones de su niñez nos ha aclara­
do ya muchas cosas y, por tanto, nos merece un elevado
concepto. Una vez me atreví a meterme con el más gran­
de de todos, Leonardo de Vinci (6 ), del que desgraciada­
mente se sabe tan poco. Tras estudiar su caso, pude al
fin afirmar que su cuadro La Virgen y Santa Ana, que
puede usted contemplar cualquier día en el «Louvre», era
de difícil, por no decir imposible, interpretación sin te­
ner algún conocimiento de la peculiar niñez de Leonardo.
La misma afirmación puede aplicarse a otras cosas.
Usted me responderá a esto sin duda que Madame Ivet-
te no está especializada en un papel determinado, y que
encarna con el mismo dominio toda clase de personajes:
santas, pecadoras, prostitutas, mujeres virtuosas, crimina­
les e ingenuas. Esto es cierto, y constituye el testimonio
de una vida psíquica insólitamente plena y flexible. Sin
embargo, yo no dudaría en buscar la base de todo este
repertorio en las experiencias y conflictos de su tempra­
na juventud. Es tentador continuar exponiendo este tema,
pero hay algo que me lo impide. Sé que los análisis gra­
tuitos despiertan antagonismo, y no deseo hacer o decir
nada que pudiera constituir un obstáculo a la cálida sim­
patía que preside todos nuestros contactos.

(6) Véase carta d d 1-10*1911.


158 Sigmund Freud
Con saludos amistosos para usted y Madame Ivette,
suyo
Freud.

261, A Romain Rolland


Viena, mayo, 1931.
Querido amigo:
Contestó a mis bromas (7) con la más preciosa infor­
mación acerca de su persona, por lo cual le doy las más
expresivas gracias.
Como me aproximo al inevitable fin de mi existencia,
que me ha venido a recordar aún otra operación, y como
sé que probablemente no volveré a verle, me atrevo a con­
fesarle que raramente he experimentado esa misteriosa
atracción de un ser humano hacia otro tan vividamente
como con usted. Quizá se deba a que me doy cuenta de
que somos tan profundamente distintos.
IAdiós! Suyo,
Freud,

262. A Alexander Lipschütz


Viena, Pótzleindorf, 12-8-1931.
Querido profesor Lipschütz:
Mis más cordiales gracias por sus buenos deseos. Soy
tan viejo que me parece que dirigírmelos es malgastarlos.
Estoy en el campo y lejos de mi biblioteca, por lo que
no puedo confirmar mi sospecha de que es usted la mis­
ma persona que he citado varias veces en mis escritos y
cuyo libro sobre la glándula de la pubertad sirvió para
aclararme muchas cosas. Pero creo que esta presunción
es correcta. No me enteré de que le habían llamado a
Chile.
Lo que me dice acerca de la actitud de los científicos
hacia los nuevos descubrimientos es desgraciadamente
muy cierto en todas y cada una de sus facetas. Puede uno
fácilmente comprender la hostilidad hacia el psicoanálisis,
que destruye ilusiones y prejuicios acariciados de antiguo,
pero no deja de sorprender la actitud emocional que sue­
le adoptarse hacia los hallazgos realizados en el dominio
de nuestras investigaciones. La razón de esto radica pro­
bablemente en que, en determinadas circunstancias, sólo
un puñado de personas es constitucionalmente capaz de
llevar a cabo un trabajo de estudio científico.
Me complació mucho saber por su carta que no es de
los que contraponen el psicoanálisis a la endocrinología,
como si los procesos psíquicos pudieran ser explicados
(7) Alusión a la dedicatoria del ejemplar de Civilisation and its
Discontents («La civilización y *us descontentos»), que Freud había en­
viado a Rolland.
Epistolario 159

directamente por las funciones glandulares o como si la


comprensión del mecanismo psíquico pudiera remplazar
el conocimiento del proceso químico con él relacionado.
Le ruego acepte mis más sinceros votos de que su traba­
jo en el recién adoptado y prometedor país de su elección
sea plenamente satisfactorio.
Suyo,
FrewL

¿63. Al alcalde de Pribor-Freib erg.


25-10-1931.
Deseo dar las gracias al alcalde de Pribor-Freiberg, a
los organizadores de los actos y a todos los que partici­
pan en ellos por el honor que me hacen al distinguir la
casa en que nací con la placa conmemorativa creada por
la mano de un artista. Mi agradecimiento es tanto mayor
cuanto que sé el mérito que tiene un homenaje en vida
cuando aún el mundo contemporáneo no se ha puesto
de acuerdo sobre el valor de mis realizaciones.
Salí de Freiberg a los tres años y volví a visitarlo a
los dieciséis, cuando era un escolar en vacaciones. Pasé
éstas como invitado de la familia Fluss (8 ), y jamás re­
gresé. Desde entonces han sucedido en mi vida muchas
cosas: tuve múltiples dificultades y experimenté grandes
penas y alegrías, así como algunos éxitos, tal cual suele
suceder en toda vida humana. No es fácil para un hom­
bre que hoy tiene setenta y cinco años recordar aquellos
días juveniles de cuyo rico contenido tan sólo quedan
hoy unos cuantos fragmentos aislados en mi memoria;
pero de una cosa estoy seguro: en mi interior, aunque
oscurecido por otras muchas cosas, continúa viviendo el
niño feliz de Freiberg, el primogénito de una madre jo­
ven, el chiquillo que recibió de aquel suelo y aquel aire
sus primeras impresiones indelebles. Permítame por tan­
to concluir estas líneas de gratitud con mis mejores de­
seos para la ciudad y sus habitantes.
Sigmund FreudL

1932
264. A Arnold Zweig
Hochroterd, 8-5-1932.
Querido Arnold Zweig:
¿Que desde dónde le escribo? Pues desde una casa de
campo con granja situada en la ladera de un monte, a
cuarenta y cinco minutos en coche de la Berggasse, que

(8) Véase carta del 16-6-1873.


160 Sigmund Freud
mi hija y su amiga americana ( 1 ) (propietaria del auto­
móvil) han adquirido y amueblado para pasar los fines
de semana. Esperábamos que su regreso de Palestina le
hubiera hecho pasar por Viena, y en ese caso hubiéramos
insistido en que viera la casita.
Ha sido usted muy generoso dándome su fotografía,
en la que no se ve mucho más que la frente, así como
la del autor de su jaula de escritor (2 ), que no podré
ver; la noticia de que sus ojos han mejorado y esas
cuantas gotas de su cacumen en el que actualmente se
cuecen tantas obras nuevas e interesantes, todas las cua­
les me gustaría leer, aunque mis días comienzan a estar
contados.
Tiene usted razón. Acabo de celebrar mi cumpleaños,
y en estos momentos me estoy defendiendo laboriosamen­
te contra todas las obligaciones que de él se han deri­
vado.
Pero, volviendo a usted, ¡cuál extraño le ha debido de
parecer ese trágico y fantástico país que acaba de visitar!
Pensar que esa faja de nuestra tierra natal no está aso­
ciada con ningún otro \sic\ progreso, ningún descubri­
miento o invención —los fenicios inventaron el cristal y
el alfabeto, según se dice (ambas afirmaciones me pare­
cen dudosas) los cretenses, el arte de Minos; Pérgamo
nos recuerda el pergamino; Magnesia, el magneto, y así
hasta el infinito— y que no ha producido nada sino re­
ligiones, frenesíes sagrados y tentativas presuntuosas de
conquistar el mundo exterior de las apariencias por me­
dio del mundo interior de la volición convertida en con­
vicción... Y nosotros (aunque uno de los dos se considera
alemán, el otro), procedemos de aquella tierra, en la que
nuestros antepasados vivieron quizá durante medio mi­
lenio o (también quizás) uno entero, y es imposible de­
terminar la porción de existencia ancestral en aquel país
que llevamos en nuestra sangre y nuestros nervios (como
se afirma erróneamente). La vida seria mucho más inte­
resante si uno pudiera saber a ciencia cierta estas cosas.
Mas, por desgracia, de lo único que podemos estar segu­
ros actualmente es de nuestros sentimientos. Vayan los
míos más cálidos para usted y su obra.
Con saludos a su esposa, suyo,
FreutL

265. A Stefan Zweig


Viena, Hohe Warte (3), 2-6-1932.
Querido Stefan Zweig:
Siempre que se publica alguna obra mía prefiero no
volver a pensar en ella durante una buena temporada.
Lamentaría que esto le sucediera también a usted, pues
(1) Mrs. Dorothy Burlingham.
(2) Alusión a la recién construida casa de Zweig en Berlín
(3) Suburbio de Viena.
Epistolario 161

intento llamarle la atención sobre aquel libro (4) suyo


que estaba dedicado en una tercera parte a mí y a mi
obra.
Un amigo mío que estuvo recientemente en Venecia
encontró en una librería de esta ciudad la traducción ita­
liana de Mental Healers («Los médicos de la mente») y
me la regaló Así, pude releer algunas de las partes de
su ensayo, y descubrí en la página 262 un error que no
me parece insignificante y que, si me permite decirlo
así, va en deterioro de mis méritos. Declara este pasaje
que la paciente de Breuer sometida a hipnosis, confesó
que había experimentado v suprimido ciertos sentimenti
illeciti (es decir, de naturaleza sexual) mientras estaba
sentada a la cabecera del lecho ocupado por su padre
enfermo. En realidad no afirmó tal cosa, sino que indicó
que estuvo tratando de ocultar a su padre el estado de
agitación en que se encontraba, y sobre todo la tierna
preocupación que sentía por su salud. Si las cosas hu­
bieran sucedido como mantiene el texto, todo hubiera to­
mado derroteros distintos. A mí no me hubiera sorpren­
dido el descubrimiento de la etiología sexual, a Breuer
le hubiera sido más difícil refutar esta teoría v, en caso
de que la hipnosis hubiera podido obtener confesiones tan
francas, probablemente jamás la habría dejado a un lado.
Hasta mucho más tarde no pude averiguar lo que real­
mente sucedió con la paciente de Breuer, mucho después
de mi ruptura con éste, un buen día que recordé súbita­
mente algo que me había dicho, con otro contexto, antes
que empezáramos a colaborar, y que jamás repitió. En
la noche del día en que habían desaparecido todos los
síntomas de la paciente le llamaron nuevamente junto a
ella, y la halló llena de confusión v retorciéndose a con­
secuencia de los calambres abdominales que sentía. Cuan­
do le preguntó qué le pasaba, respondió: «¡Llega el niño
del doctor B***!»
En aquel momento tuvo él en la mano la llave que hu­
biera abierto las «puertas a las madres» (5), pero la deí
caer y, a pesar de sus grandes dotes intelectuales, dado
que no había nada faustiano en su naturaleza, se llenó
de un gran horror convencional v diose a la fuga, aban­
donando la paciente a un colega. Aquélla tuvo que pasar
los meses subsiguientes en un sanatorio hasta que se res­
tableció.
Estaba tan seguro de esta reconstrucción mía, que has­
ta la publiqué no sé dónde. La hija pequeña de Breuer
(nacida poco después del tratamiento arriba mencionado,
lo que no deja de ser significativo desde el punto de vista
de las conexiones más profundas) levó mi versión v pre­
guntó a su padre si era cierta (poco antes que Breuer mu­
riera). Él la confirmó, v ella puso luego en mi conoci­
miento tal corroboración.
Muy sinceramente suyo,
Freud.
(4) Véase nota 1 a la carta del 7-2-1931.
(5) Alusión a una imagen del Faust («Fausto»), de Goethe, parte II.
11 — EPISTOLARIO H
162 Sigmund Freud

266. A Max Eitingon


Viena, 18, Khevenhüllerstrasse, 6, 5-6-1932.
Querido Max:
En tu última carta no encontré mención alguna a los
progresos en tu convalecencia, limitándote, por el con­
trario, a preguntarme por mi salud. La verdad es que no
es lo mismo. He pasado una temporada buena, que apro­
veché para hacer el borrador de una de las nuevas con­
ferencias, pero retornan los síntomas de que varios órga­
nos se niegan a funcionar, y cada vez que uno de ellos
se pone rebelde vuelvo a tener períodos fatales, a los
que hay que sumar la molestia permanente y vitalicia de
la prótesis.
El buen éxito de nuestras actividades relativas a la
Verlag es como un rayo de luz en estos tiempos sombríos.
Creo que puedo afirmar también que la actuación de Mar­
tin ha demostrado que no nos equivocamos al elegirle (6).
No puedo refutar el reproche que suelen formular contra
ti por haber tolerado a Storfer durante tanto tiempo,
pero me doy cuenta de que he de compartirlo. Afortuna­
damente existe otro aspecto de la cuestión. Storfer me
recuerda a uno de esos príncipes alemanes de pacotilla
que eliminaban y explotaban a sus súbditos. Sin embargo,
después de haber sido expulsados del país se descubría
que éste poseía una pequeña capital con su castillo, tea­
tro y una pequeña colección artística, que se convertían
en sus más poderosas atracciones para los turistas ex­
tranjeros. Lo malo es que para llegar a este descubrimien­
to haya que expulsar primero al príncipe.
Mi despacho da aquí al parque, y la vida transcurre
placenteramente. Ayer tuvimos el primer día inclemente
en tres semanas. Saludos cordiales para ti y para Mirra.
Tuyo,
Freud.

267. A Leon Steinig


Viena, XVIII, Khevenhüllerstrasse, 6, junio 1932.
Muy señor mío:
Me apresuro a contestar su carta al leer que piensa
usted hacer uso de mis comentarios cuando se reúna
con el profesor Einstein a fines de este mes.
Sus líneas despertaron todo el entusiasmo que soy ca­
paz de sentir habida cuenta de mi edad (setenta y seis
años) y mi estado de desilusión. Las palabras con que
expresa sus esperanzas y las de Einstein respecto al fu-
(6) Martin Freud había sido nombrado director de la Internationa­
ler Psychoanalytischer Verlag, en sustitución de Albert Josef Storfer (1888-
1944).
Epistolario lb3

turo papel del psicoanálisis en la vida de los individuos


y de las naciones tienen visos de verosimilitud y me pro­
porcionan, por supuesto, gran placer. Me ha desanimado
no poco el hecho de que, precisamente cuando sólo po­
demos continuar nuestro trabajo a costa de las mayores
dificultades sociales y materiales, la Sociedad de Nacio­
nes no haya dado la más leve muestra de interés hacia
nuestra labor. Por tanto, una combinación de considera­
ciones prácticas idealistas me induce a ponerme, con to
das las energías que me restan, a disposición del Institu­
to de Cooperación Intelectual.
Aún no soy capaz de imaginar plenamente cómo va a
cristalizar mi colaboración, y dejo a Einstein el cuidado
de hacer sugerencias. Yo preferiría no hacerlo todo por
mi cuenta, y espero que pueda mantenerse el carácter de
diálogo, en tal forma quizá que, en lugar de contestar a
una pregunta formulada por Einstein, pueda responder
desde el punto de vista del psicoanálisis a la expresión
de sus opimones. Tampoco me gustaría seleccionar un
tema único entre los que enumera en su carta, pues sería
mejor abarcar cierto número de problemas, entre los
cuales destaca como el más importante por su utilidad
práctica la influencia del psicoanálisis en la educación
Mas, como digo, en todos estos detalles prácticos estoy
dispuesto a seguir las sugerencias de Einstein (7). Cuan­
do le vea usted no podrá decirle nada nuevo sobre mi
relación personal con él, aunque sólo en una ocasión (8,
tuve la oportunidad, largo tiempo deseada, de conversar
con él.
En cuanto a usted, sírvase aceptar mis cordiales gra­
cias por su interés en el psicoanálisis.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

268. Al conde Hermann Keyserling


Viena, XVIII, Khevenhüllerstrasse, 6, 10-8-1932.
Querido conde:
Efectivamente, recibí y leí South American Meditations
(«Meditaciones Sudamericanas»). El libro me llegó de un
modo impersonal, como el ejemplar destinado al crítico,
yo creo, o quizá —no puedo recordarlo exactamente aho­
ra— con la sugerencia de que hiciera un comentario para
darle publicidad. Desde luego, no vino en calidad de re­
galo del autor, pues en tal caso no hubiera omitido las
gracias.
Todo lo que usted escribe despierta en mí gran inte­
rés, pero, hablando en términos generales, no soy capaz
de comprenderlo ni de seguirlo. En esta ocasión me sor­
prendió la impresión que le había hecho su visión de una
(7) El resultado fue el ensayo de Freud W a ru m K r i e g ?, 1933 («¿Por
qué la guerra?», Ed. Standard, 22).
(8) En la casa berlinesa de Ernst Freud, en 1927.
164 Sigmund Freud
sociedad dominada por ios impulsos elementales instin­
tivos, pues este panorama ya nos es familiar. Estimamos
que también puede ser detectado tras el disfraz y camu­
flaje de Europa, y nos hemos acostumbrado a él estu­
diando a nuestros pacientes y a nosotros mismos. Yo
había asumido que usted desarrollaba su existencia en
distantes mundos filosóficos, en los cuales no se tienen
en cuenta estas cosas corrientes, pero fundamentales, y
ahora he podido percatarme de que con su gran sensibi­
lidad está usted abierto a nuevas venturas.
Sinceramente suyo,
Freud.

1933

269. A Edoardo Weiss


Viena, IX, Berggasse, 19, 12-4-1933.
Querido doctor Weiss:
El Moses («Moisés») (1) italiano me ha complacido es­
pecialmente. Mi relación con esta obra fue como la que
se tiene con un hijo del amor. Diariamente, durante tres
semanas solitarias en setiembre de 1913 (2), me plantaba
en la iglesia ante esta estatua, estudiándola, midiéndola y
dibujándola, hasta que alboreó en mí la convicción que
sólo me atreví a expresar anónimamente en el ensayo.
Hasta mucho más tarde no reconocí a este hijo no ana­
lítico.
Una de las consecuencias de mi mala salud a la que
menos logro adaptarme es precisamente la imposibilidad
de volver a Roma (donde estuve por última vez en 1923).
Con saludos cordiales, suyo,
Freud.

210. A George Sylvester Viereck


Viena, IX, Berggasse, 19.
Domingo de Resurrección, 16-4-1933.
Querido señor Viereck:
He recibido el mensaje del ex príncipe alemán de la
Corona y la carta de usted al New York Herald Tribune,
a los que no acompaña ninguna nota personal, y presumo
que espera usted un comentario mío. Habría accedido a
hacer éste, aun in extenso, si no me contuviera la preo­
cupación de que quizá pudiera buscar usted la manera
(1) Weiss había traducido el ensayo de Freud al italiano. (Véase
carta del 25-9-1912.)
(2) En realidad, esto ocurrió en 1912.
Epistolario 165

de utilizarlo con propósitos publicitarios. Por tanto, me


limitaré a unas cuantas observaciones dirigidas a usted
personalmente e impublicables, en consecuencia. Sólo pue­
do decirle que lamento que se haya rebajado respaldan­
do los pérfidos embustes expresados en la carta de ese
primo suyo con sangre real en las venas.
Para juzgar este caso, basta con elegir tres frases: la
afirmación del principe de la Corona de que nadie en
Alemania «es víctima de injusticia alguna por causa de
su religión», su propia admisión de que «si quienes de­
sean depurar su país en esos elementos invocan prejui­
cios raciales o religiosos se hacen reos de la misma falta
que consideran punible» y la tajante declaración de
N. Chamberlain de que no le preocupan las supuestas
atrocidades y de que piensa aceptar las declaraciones ofi­
ciales y las medidas adoptadas por el Movimiento [na­
cionals ocialista].
Profundamente apenado,
Freud.

271, A Oscar Pfister


Viena, XIX, Hohebarte, 46, 18-5-1933.
Querido Pfister:
Mis cálidas gracias por su carta de condolencia con
motivo de la muerte de Ferenczi. Me merecía este con­
suelo, pues su pérdida me ha afectado mucho, aunque,
naturalmente, no me haya cogido de sorpresa. Durante los
dos últimos años, nuestro amigo no había sido el mis­
mo. Padecía de anemia perniciosa y ataxia locomotriz, y
psicológicamente había cambiado mucho. Por fin, se mu­
rió asfixiado. Continuaremos recordándole tal como fue
durante los últimos veinte años. Estoy persuadido de que
algunas de sus realizaciones, como, por ejemplo, la Teo­
ría genital (3), mantendrán viva su memoria durante mu­
cho tiempo.
Me alegró mucho recibir tan buenas noticias suyas.
Nuestro horizonte se ha oscurecido con negros nubarro­
nes ante los acontecimientos de Alemania. Tres miembros
de mi familia, dos hijos y un yerno, con los suyos, están
buscanuo un nuevo país donde establecerse, y aún no lo
han hallado. Suiza no puede considerarse como nación
hospitalaria. La opinión que me merece la naturaleza hu­
mana, sobre todo la cristiano-aria, permanece invariable.
Mi correspondencia con Einstcin (4) ha sido publicada
simultáneamente en alemán, francés e inglés, pero en Ale­
mania está prohibida su venta e incluso toda publicidad
relativa a la misma.
(3) «Versuch ciner Genitaltheorie», tn tc rn a tio n a le r T h a la s s a : P syc h o a -
n alyU sen et V erla g , Leipzig, Vicna, ¿uricH, 1924 («Teoría genital»,
1933).
(4) Véase carta (a SteLug) de junio 1932.
166 S igmund Freud
Martin volverá pronto a Zurich.
Le saluda muy afectuosamente, suyo,
Freua,

¿12. A Judah Magnes


Viena, IX, Berggasse, 19, 5-12^1933^
Muy señor mío:
Le agradezco su carta del 27 y me apresuro a contestar­
le a la pregunta que contiene.
La opinión de que es prematuro crear una cátedra de
psicoanálisis mientras no exista la de psicología invita
a exponer la relación actual entre ambas ciencias. Mi
punto de vista es el siguiente: El psicoanálisis es tam­
bién psicología en cuanto constituye la ciencia de los
procesos psíquicos Supconscientes, mientras lo que se en­
seña como psicología académica se limita a ocuparse de
los fenómenos conscientes. No tiene por qué existir con­
tradicción entre ambos. El psicoanálisis pudiera ser pre­
sentado como una introducción a la psicología, y si ambos
tienden a considerarse como ciencias contrapuestas es úni­
camente porque los círculos académicos desdeñan a aquél.
No existe necesidad alguna de iniciar la enseñanza de
la psicología con la rama académica tradicional. Por el
contrario, todas las aplicaciones de esta ciencia a la me­
dicina y las artes se derivan del psicoanálisis, que posee
raíces profundas, mientras que la psicología académica
ha dado muestras de esterilidad.
\) No hay razón alguna que permita presumir que el pro­
fesor Kurt Lewin (5) es eJ hombre más adecuado para
lograr la síntesis entre la psicología y el psicoanálisis. En
tales circunstancias, la intención de crear una cátedra de
psicología sugiere que se rechaza al psicoanálisis echando
mano de un mediocre disimulo, y es evidente, si obra así,
que la Universidad de Jerusaién imita el ejemplo de otras
instituciones educativas oficiales. Conforta saber que el
doctor Eitingon está determinado a proseguir la práctica
del psicoanálisis en Palestina, sea cual fuere la resolu­
ción de la Universidad.
Le saluda atentamente,
Freud.

1890-1947), catedrático de Psiquiatría de la


Epistolario 167

Z/3.
Berggasse, 19, 20-2-1934.
Querido Ernst:
Gracias al principio rector de todo reportaje periodísti­
co —hacer el mayor ruido posible— no es fácil averiguar
por los periódicos lo que sucede de verdad en una pobla­
ción donde continúan oyéndose disparos. Lo que nos afec­
tó más fue que durante veinticuatro horas estuvimos sin
luz eléctrica (consolándonos el hecho de que por lo me­
nos las cerillas seguían funcionando). Pero, en conjunto,
fue guerra civil y muy desagradable. Los detalles no están
claros. Según los rumores, cierto hombre poderoso [Mus-
solinil insistió en poner punto final ai conflicto que du­
rante tanto tiempo se había estado fraguando. Esto te­
nía que suceder un día u otro. Ahora, naturalmente, los
vencedores se han convertido en héroes y restauradores
del sacrosanto orden, y los vencidos, en audaces rebeldes.
Si estos últimos hubieran ganado, tampoco hubieran mar­
chado las cosas mucho mejor, pues su victoria habría
provocado la invasión militar del país. No debemos juz­
gar al Gobierno con demasiada dureza. Después de todo,
la vida bajo la dictadura del proletariado, que era el ob­
jetivo de los cabecillas, tampoco habría sido posible. No
preciso aclararte que los vencedores cometerán todos
aquellos errores que son habituales en circunstancias
como las que estamos viviendo. Y no podemos echarle la
culpa a Dollfuss (1), quien probablemente no será capaz
de reprimir a los tontos peligrosos que alberga la Heim•
wehr (2).
El futuro es incierto: o el fascismo austríaco o la cruz
gamada. En este último caso, tendríamos que abandonar
el país. En cuanto al fascismo nativo, habremos de acep­
tarlo hasta cierto punto, ya que no creo que pueda tratar­
nos tal mal como su primo alemán. Naturalmente, no
será agradable, pero la vida en un país extranjero tam­
poco lo es, y tú, aunque hayas tenido suerte, lo sabes
mejor que nadie. Nuestra actitud hacia las posibilidades
políticas que encierra el futuro de Austria puede resu­
mirse únicamente con aquella estrofa de Mercutio en
Romeo and Juliet («Romeo y Julieta»).
A plague on both your houses.
«Una plaga en tus dos casas.»
En estos momentos —miércoles 21-2, por la mañana—
(1) Doctor Engclbcrt Dollfuss (1892-1934), canciller austríaco.
(2) La Guardia Nacional Austríaca.
168 Sigmund Freud
ha sido rechazada la ley marcial. Nuestro Gobierno y nues­
tro cardenal (3) esperan mucho de la ayuda divina.
Cariñosos saludos para ti y para Lux.
Papá.

274. A Oscar Pfister


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 13-6-1934.
Querido Pfister:
Le felicito por su nombramiento de doctor en Teolo­
gía, pero no puedo permitirle que me haga responsable
de tal honor. Como defensor de la religión contra mi
Future of an IIlusión («El futuro de una ilusión»), se ha
ganado usted en exclusiva el derecho al título. Sin em­
bargo, el hecho de que la Facultad de Ginebra no consi­
dera el psicoanálisis como un obstáculo para la conce­
sión del título merece mi agradecimiento.
Con saludos cordiales, suyo,
Freud,

275. A destinatario anónimo


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 27-6-1934.
Querida señorita X***:
No puede descartarse la posibilidad de que un trata-
mienta analítico resulte en incapacidad para continuar
adelante con la creación artística. Si tal sucede, no hay
que echarle la culpa al análisis, pues se hubiera llegado
a esto en cualquier caso, y constituye una ventaja el en­
terarse a tiempo. De todas maneras, si el impulso crea­
dor fuera más fuerte que las resistencias interiores, la
productividad sería aumentada y no disminuida por el
análisis.
Con mis me iores deseos,
Freud.

276. A Arnold Zweig


Viena, XIX, Strassergasse, 47
(por poco tiempo ya), 30-9-1934.
Querido Amold Zweig:
Le escribo bajo el impacto inmediato de la alarma que
me produce la posibilidad de que su obra teatral sobre
Bonaparte (4) pueda haberse extraviado en el camino.
Pero quizás aparezca aún.
¿Cree usted saber por qué no le he escrito durante
tanto tiempo? Pues no acierta. Quizá sospeche —y en eso
(3) Cardenal arzobispo doctor Theodor Innitzer.
(4) Bonaparte in Jaffa (aBonaparte en Jaffa»), 1935.
Epistolario 169

no anda descaminado— que he decidido no molestarle


más con mis continuadas objeciones a su proyecto niezs-
chiano, pero el motivo principal fue otro, pues en una
época de libertad relativa y sin saber qué hacer con el
ocio últimamente adquirido, me he dedicado a escribir
también algo (5) que, contrariamente a mi intención ori­
ginal, se ha adueñado en tal modo de mí, que lo he aban­
donado todo para consagrarme a ello. No se alegre de­
masiado, pues apuesto a que no tendrá oportunidad de
leerlo, mas permítame explicarle de qué se trata.
El punto de partida de mi trabajo es bien conocido
por usted, pues coincide con el de su Bilanz. Enfrentado
con las renovadas persecuciones, uno vuelve a preguntar­
se cómo llegó el judío a ser lo que es y por qué atrajo
sobre sí este odio inextinguible. Pronto hallé la fórmula:
Moisés creó al iudío. Y mi ensavo recibió el título: The
Man Moses, a Historical Novel («Moisés el hombre, una
novela histórica»), con más derecho que su novela acerca
de Nietzche. Lo divido en tres partes: la primera se lee
igual que una novela interesante: la segunda es laboriosa
y extensa la tercera, esencial y exacta. La empresa se vino
abajo en la tercera parte, piles contiene una teoría reli­
giosa que, aunque no suponga novedad para mí después
de Totem and Tabu («Totem y tabú»), puede resultar fun­
damentalmente nueva v trascendental para el no inicia­
do. La preocupación que me inspira éste me impulsa a
mantener en secreto el ensayo, pues vivimos aquí en una
atmósfera de ortodoxia católica y hasta se dice que lleva
las riendas de la política de nuestra nación un tal padre
Schmidt que vive en Tel monasterio! San Gabriel, cerca
de Mödling, y es confidente del Papa. Desgraciadamente,
es también un etnólogo v un erudito religioso que no
oculta en sus libros el horror que le produce el psicoaná­
lisis y sobre todo mi teoría del totem. El buen Edoardo
Weiss (6) ha fundado en Roma un grupo psicoanalítico
y publicado varios números de una Rivista Italiana di
Psicoanalisi. De repente, la revista ha sido suspendida, y,
aunque Weiss tiene acceso directo a Mussolini y recibió
una promesa suya que permitía basar ciertas esperanzas,
no ha podido lograr que se levantara la prohibición. Se
dice que ésta procede directamente del Vaticano, y se
asegura que el responsable es el padre Schmidt. Justo es
pensar que una publicación mía crearía cierta sensación
y no escaparía a la atención de este sacerdote v declarado
enemigo nuestro. En tal caso, se correría el riesgo de que
el psicoanálisis pudiera ser proscrito en \ . ^a, lo que
acarrearía el fin de nuestras publicaciones vienesas. Si
este riesgo me afectara únicamente a mí. me traería sin
cuidado, pero privar a todos nuestros adeptos de Viena
de su pan me parece una responsabilidad excesiva Ade­
más, tengo la impresión de que no está bien buscada la
esencia del ensayo, el cual, por si fuera poco, no llega a
(5) «Moses ein Ägypter», Viena, 1937 («Moisés, un egipcio», par­
te I de Moses and Monotheism, Ed. Standard, 23).
(6) Véase carta del 12-4-1933.
170 Sigmund Freud
satisfacerme del todo. En conjunto, no es el momento
más apropiado para elegir el martirologio. Ya está bien
sin necesidad de esto.
Prefiero no hablar de mi seudosalud, que, al menos,
me permite seguir adelante con las actividades normales
en mi profesión. Cuando finalicen estos magníficos días
de otoño regresaremos a la Berggasse.
La porción de su análisis que me envía no constituye
un terreno muy firme, y espero que no quede todo con­
finado a otras muestras de este tipo. Cuando aparezca al
fin su obra le traspasaré a Martín su pregunta respecto
a la posible producción de la misma, aunque no tenemos
demasiados conocimientos en el mundo teatral y segura­
mente se haría indispensable su presencia personal aquí.
Estamos atravesando, desde luego, una época muy som­
bría, pero cuando vuelvo la vista atrás y recuerdo mi
adolescencia no me siento capaz de lamentar que haya
pasado para siempre. Es, como suele decirse, el «colmo
de los colmos».
Hasta que reciba de nuevo noticias suyas, me compla­
cerá presumir que usted y los suyos están bien
Cordialmente suyo,
Freud.

1935

277. A destinatario desconocido


(Escrita en inglés.)
Viena, IX, Berggasse, 19, 9-4-1935.
Querida señora...:
Deduzco de su carta que su hijo es un homosexual. Me
ha llamado la atención extraordinariamente el hecho de
que no mencione usted este término en la información
que acerca de él me envía. ¿Puedo preguntarle por qué
lo elude? Sin duda, no representa el homosexualismo una
ventaja, pero tampoco existen razones para avergonzarse
de él, ya que no supone vicio ni degradación alguna. No
puede clasificarse como enfermedad, y consideramos que
es una variante de la función sexual producida por cierto
desarreglo en el desarrollo sexual. Muchos individuos al­
tamente respetables de la antigüedad y de nuestros tiem­
pos han sido homosexuales, y entre ellos, varios de los
personajes más destacados de la Historia (como Platón,
Miguel Ángel, Leonardo de Vinci, etc.). Es una gran in­
justicia, y también una crueldad, perseguir el homosexua­
lismo como si fuera un delito. Si no me cree, le acon­
sejo que lea los libros de Havelock Ellis.
Al preguntarme si puedo prestarle mi ayuda supongo
que trata de indagar si estoy en posición de abolir el
homosexualismo remplazándolo por una heterosexualidad
normal. La respuesta es que, en términos generales, no
Epistolario 171

podemos prometer nada por el estilo. En algunos casos


logramos desarrollar los gérmenes de las tendencias hete­
rosexuales que están presentes en todo homosexual, aun­
que en la mayoría de los casos no sea posible. La cuestión
estriba, sobre todo, en la calidad y la edad del individuo,
sin que pueda predecirse el resultado del tratamiento.
Lo que el análisis puede hacer por su hijo es distinto.
Si se siente desdichado, neurótico, desgarrado por mil
conflictos e inhibido en su vida social, el análisis puede
aportarle armonía, paz mental y plena eficiencia, tanto
si sigue siendo homosexual como si cambia.
Si se decide usted —no lo espero—, deberá venir a Vie-
na y ser analizado por mí. No tengo intención de aban­
donar la ciudad. Sin embargo, no deje de darme una res­
puesta.
Sinceramente suyo, y con cordiales saludos,
Freud.
P. S. — No encontré dificultad alguna para descifrar su
escritura. Espero que no la tenga usted para hacerlo con
la mía y con mi inglés.

278. A Arnold Zweig


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 2-5-1935.
Querido Arnold Zweig:
Estoy sentado en mi agradable habitación de Grinzing,
contemplando el hermoso jardín, dominado por el tierno
follaje verde rojizo de las cobrizas hayas, y declaro que
la nevada con que se nos presentó mayo ha cesado (por
ahora) y que en el clima actual predomina un sol frío.
No necesito decirle que mi idea de pasar la primavera
con usted en el Monte Carmelo era sólo una mera fanta­
sía. Ni siquiera con el auxilio de mi fiel Anna-Antígona
podría acometer tal viaje. Acabo de sufrir otra cauteri­
zación en la cavidad oral.
Me preocupan sus pobres ojos. El inteligente oculista
al que consultamos se niega a dar una opinión definida
sin un informe detallado de los síntomas, y no puede
aclarar por qué éstos aparecen precisamente ahora. Por
otra parte, según él, no hay duda de que podría lograrse
una mejoría dando a los ojos un descanso y reforzán­
dolos de un modo general. Supongo que su oculista será
digno de confianza.
No puedo decir que suceda nada destacado en mi vida.
Desde que no puedo fumar libremente no tengo deseo al­
guno de escribir..., o quizás es que empleo este pretexto
para disimular la improductividad propia de la vejez.
Moisés no me sale de la imaginación, y me veo leyéndo­
selo cuando venga a Viena, a pesar de mi defectuosa
dicción. En un informe sobre Tell-el-Amarna, que aún no
ha sido plenamente excavado, leí una referencia a cierto
príncipe Thothmes del que no se sabe nada más. Si fuera
millonario en libras financiaría la continuación de las
excavaciones, ya que este Thothmes pudiera ser mi Moi-
172 Sigmund Freud
sés, y, si tal suposición fuese cierta, sería una gloria
haberlo supuesto.
Por sugerencia de la Fischer Verlag he compuesto una
breve salutación para conmemorar el sesenta cumpleaños
de Thomas Mann (1) (6 de junio), y en él he deslizado
cierta advertencia que espero no pase inadvertida. Los
tiempos son sombríos. Afortunadamente, no es mi fun­
ción alegrarlos.
Con saludos afectuosos, suyo,
Freud.

279. A Lou Andreas-Salomé


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 16-5-1935.
Querida Lou:
Si uno vive lo suficiente (digamos unos setenta y nueve
años), puede tener la suerte de recibir carta tuya, y aun
quizás una foto, sea cual fuere su apariencia. Yo no me
siento capaz de mandarte una mía. ¡Qué buena pasta y
cuánto húmor requiere este feo asunto de hacerse viejo!
El jardín que veo desde la ventana y las flores que ador­
nan la habitación son bellas, pero esta primavera es una
Fopperei (2), como decimos en Viena. Por fin sé lo que
es tener frío. Mi médico rae ha dicho que beba agua
azucarada para luchar contra mi temperatura subnormal,
que me molesta extraordinariamente.
No esperes oír nada inteligente de mí. Dudo que sea
ya capaz de producir algo —y no lo creo—, pero en
cualquier caso no tengo tiempo, pues he de invertirlo
todo en ocuparme de mi salud. Esto me recuerda los li­
bros sibilinos: cuantas menos personas queden, más gran­
de será su cotización. Naturalmente, cada día dependo
más de los cuidados de Anna, pues ya dijo Mefistófeles
en una ocasión que:
In the end we depend
On the creatures we made (3).
En cualquier caso, fue un acierto engendrarla. Me gus­
taría poder decirte personalmente cuánta preocupación
me inspira tu bienestar. Tu viejo
Freud.

(1) Véase carta del 6-6-1935.


(2) Filfa.
(3) «Al final, dependemos de lu criaturas que creamos.»
Epistolario 173

280. A Thomas Mann


Junio de 1935.
Por el sesenta cumpleaños de Thomas Mann.
Querido Thomas Mann:
Le ruego acepte el mensaje de afecto que de todo co­
razón le envío con motivo de su sesenta cumpleaños. Soy
uno de sus «más viejos» lectores y admiradores, y pudiera
desearle una vida muy larga y feliz, como es costumbre
en tales ocasiones, pero sabré contenerme, porque estas
palabras son triviales y me parecen una regresión a la
era en que la Humanidad creía en la omnipotencia mági­
ca del pensamiento. Mi experiencia personal tiende, ade­
más, a hacerme considerar como un privilegio las ocasio­
nes en que un destino amable pone fin a su debido tiem­
po a nuestra existencia.
Tampoco me parece digno de imitación el permitir, cual
sucede en estas ocasiones festivas, que el afecto se sobre­
ponga al respeto y obligue al héroe del día a escuchar
los discursos que le abruman con alabanzas en calidad
de ser humano y le analizan y critican como artista. No
quiero hacerme culpable de tal arrogancia, pero me per­
mitiré expresarle, en nombre de un número incontable de
contemporáneos suyos, la esperanza de que nunca hará o
dirá nada —las palabras de un autor son, al fin y al cabo,
sus obras— que sea cobarde o bajo, y que aun en una
época que desenfoca y desafía todo juicio, elegirá el ca­
mino recto y se lo mostrará a los demás.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

1936
281. A Victor Wittkowski
Viena, IX, Berggasse, 19, 6-1-1936.
Muy señor mío:
Unos pocos meses después que nuestro venerado amigo
Romain Rolland llegue a sus setenta años, yo cumpliré
los ochenta. Me temo que habrá de considerar esto como
respuesta a su sugerencia. Anhelo dar algo a los demás,
pero no tengo nada que dar, y la producción de algo nue­
vo respondiendo a la necesidad y la ocasión ya no es po­
sible en esta etapa de la existencia, al menos para mí. Muy
recientemente, hace alrededor de un año, logré escribir
algo (1) que hubiera sido de especial interés para R. R.,
pero padecía de un defecto que impidió su publicación, y
desde entonces mi capacidad creadora se ha secado. Pro-
(1) Véase nota 5 a la carta del 30-9-1934.
174 Sigmund Freud
bablemente es ya demasiado tarde para intentar reani­
marla.
Si existe algo que haga más fácil para mí esta negati­
va, es el hecho de que hubiera tenido que excluir «toda
referencia a la política». Con esta paralizadora restric­
ción —sin poder dar rienda suelta al impulso de alabar
el valor de sus convicciones, su amor a la verdad y su
tolerancia— sería incapaz de hacer nada, aunque estuvie­
ra en mis mejores tiempos.
El 29 de enero le diré en pocas líneas que pienso en
él con afecto. Gracias a su carta me he enterado de la
fecha.
Con mis mejores deseos, sinceramente suvo,
Freud.
282. A Barbara Low
(Escrita en inglés.)
Viena, XIX, Strassergasse, 47, 19-4-1936.
Querida Barbara Low:
Ya sé que no se le habrá ocurrido pensar que la muer­
te de su cuñado David (2) me ha dejado indiferente por
el hecho de que no les haya escrito en el acto y direc­
tamente a usted y a su hermana. Por el contrario, me
afectó de un modo muy peculiar, que no sabría explicar
a quien no tenga, como yo, ochenta años. Mi edad me
da el derecho a tener relaciones especiales (Verhältnis)
con la muerte. Eder pertenecía a la categoría de gente
que inspira cariño sin necesidad de cultivarlo. Cuando
se pisa en él, el corazón se siente reconfortado y, como
suele suceder, no pensé en él con la debida frecuencia,
lo cual me apena hoy. Este riesgo se corre siempre con
aquellas personas de las que uno sabe que son totalmen­
te fieles, sinceras y de la mayor confianza. Le parece a
uno como si pudiera tomarse todo el tiempo que quisiera,
diciéndose que al reunirse otra vez con la persona en
cuestión volverá a recibir todos los beneficios de su amis­
tad. Y de hecho, así sucedió varias veces, aunque no deje
de preguntarme hoy por qué fue tan raramente. El mundo
se está convirtiendo en algo muy triste que marcha de
cabeza hacia su rápida destrucción, y éste es el único
paliativo para mí. Puedo imaginar fácilmente cómo su­
friría también él con la amargura de estos tiempos. Am­
bos éramos judíos y sabíamos que llevábamos en nuestro
ser en común esa cosa milagrosa que —inaccesible hasta
ahora a cualquier análisis— hace al judío. Pero hago mal
en proyectar el reflejo de mi humor sombrío sobre las
personas más jóvenes y más fuertes que yo. Para usted
y tantos otros el mundo continúa su marcha y aún podrá
aportarles cosas mejores.
Con saludos de todo corazón para su apenada herma­
na, su fiel
FreudL
(2) El psicoanalista doctor David Eder (lööö-litfbj.
Epistolario 175

283. A Albert Einstein


.............Wena, IX, Berggasse, 19, 3-5-1936.
Querido profesor Einstein:
Su lucha para que no conteste a su encantadora carta
es vana (3), pues no tengo más remedio que decirle lo
contento que me ha dejado saber la modificación de sus
juicios o, al menos, el pequeño avance logrado en tal di­
rección. Naturalmente, siempre he sabido que me admira­
ba sólo «por cortesía» y que hay muy pocas de mis afir­
maciones que le convenzan. Sin embargo, me he pregun­
tado con frecuencia qué es lo que hay de admirable en
ellas si no son verdad, es decir, si no contienen un alto
grado de verdad. Incidentalmente, ¿no cree usted que
me habrían tratado mejor si mis doctrinas hubieran in­
corporado un porcentaje más elevado de error y locura?
Es usted mucho más joven que yo, y puedo esperar
que para cuando llegue a mi edad se haya convertido en
discípulo mío. Como no estaré en este mundo para en­
terarme, anticipo ahora tal satisfacción. (Ya se da cuenta
de lo que pienso: «Anticipando orgullosamente tan altiva
bendición, disfruto ahora» (4), etcétera.)
Con cálida devoción y la admiración de siempre, suyo,
S ig m .

284. A Stefan Zweig


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 18-5-1936.
Querido btefan Zweig:
Espero que me perdonará por no haberle contestado
antes. Por fin terminaron ios días fatigosos y de continuo
ajetreo.
Releí su carta antes de escribirle ésta. Todo en ello
suena tan sencillo y auténtico que casi llegué a olvidar
que la había redactado un maestro del estilo. Y hasta
estuve a punto de convencerme de mi propia importancia.
No es que dude de que mis doctrinas contienen grandes
verdades, pero encuentro difícil persuadirme de que pue­
dan ejercer una influencia palpable en los acontecimien­
tos del futuro inmediato. En consecuencia, me noto mu­
cho menos importante de como usted me representa, y
prefiero centrar mi interés en aquellas cosas que soy ca­
paz de reconocer con una certidumbre mayor, como, por
ejemplo, los sentimientos extraordinariamente bondado­
sos de que ha hecho gala o las molestias que se ha hecho
gala o las molestias que se ha tomado para conmemorar
(3) Para felicitar a Freud su ochenta cumpleaño«.
(4) Cita de Faust («Fausto»), de Goethe, parte II.
176 S igmund Freud
mi cumpleaños. La bella loa (5) que compusieron usted
y Thomas Mann conjutamente y el discurso de éste (6)
en Viena fueron los dos acontecimientos que casi me
reconcilian con el hecho de haber llegado a edad tan avan­
zada, pues aunque he sido excepcionalmente feliz en mi
casa, con mi mujer y mis hijos —y en particular con
una hija que satisface en medida poco habitual mis exi­
gencias de padre—, no puedo reconciliarme con las moles­
tias y la inutilidad senil y espero con una especie de nos­
talgia la transición que me llevará al reino de la no exis­
tencia. En cualquier modo, no podré evitar a las perso­
nas que quiero el dolor de la separación.
Entonces terminará también la excepcional situación
que ocupo respecto a usted, pues estoy seguro de que
ocupo respecto a usted, pues estoy seguro de que en la
galería de destacados seres humanos que ha encerrado
usted dentro su panopticon —a veces lo llamo así en
broma—, no soy ciertamente la persona más interesante,
aunque sí la única viva, y quizá deba a esto el calor de
su afecto, pues con el biógrafo como con el psicoanalista
surgen fenómenos que pueden englobarse bajo el título
de «transferencia».
Con cálida gratitud, suyo,
Sigm. FreucL

7X5. A Arnold Zweig


Viena, XIX, Strassergasse, 47, 31-5-1936.
Querido Arnold Zweig:
«La afección de este mundo se mezcla ciertamente con
la crueldad» (7). Todos mis ratos libres de la última quin­
cena los he dedicado a rellenar tarjetas impresas de gra­
titud como la que adjunto, aunque limitándome a añadir
unas cuantas palabras o frases bajo la firma, la mayoría
de ellas estereotipadas y forzadas, y solamente hoy, pri­
mer día de «la agradable fiesta de Pentecostés» (8), en­
cuentro el tiempo necesario para escribirle una carta, es­
timulado por la amenaza de que desea usted convertirse
en mi biógrafo. ¡Usted, que tiene tantas cosas más atrac­
tivas e importantes que hacer; usted, que puede coronar
reyes y contemplar la locura brutal de la Humanidad des­
de lo alto de su torre de observación No; le quiero de­
masiado para permitir que suceda tal cosa. Todo el que
se mete a biógrafo adquiere un tácito compromiso a decir
mentiras, a ocultar cosas, a ser hipócrita y adulador e
incluso a esconder su propia falta ae comprensión, pues
(5 Una apología dedicada a Freud en su ochenta cumpleaños y
suscrita por destacadas personalidades de todo el mundo.
(6) Freud und dte Z u\u nft («Freud y el futuro»). Conferencia
dada el año 1936 en Viena por Thomas Mann para honrar a Freud en
su ochenta cumpleaños.
(7) Autor inidentificado.
(8) Cita de Reincide Fuchs, de Goete.
Epistolario 177

la verdad biográfica jamás puede desvelarse del todo, y


aunque esto se lograra, no habría posibilidad de emplear
la información obtenida.
La verdad es inalcanzable. La Humanidad no se la mere­
ce, e incidentalmente, ¿no estuvo en lo cierto nuestro
príncipe Hamlet al preguntarse si podría haber alguien
que escapara a la flagelación en el caso de que todos
recibiéramos lo que nos merecemos?
La visita de Thomas Mann, el el<\gio que de mí hizo y
la conferencia pública que pronunció para celebrar mi
cumpleaños fueron otros tantos acontecimientos agrada­
bles y hasta trascendentales. Incluso los colegas vienesfíS
se sumaron a la celebración, traicionando por todos los
indicios posibles lo difícil que ello les resultaba. El mi­
nistro de Educación envió un mensaje oficial de cortés
feücitación, en vista de lo cual se prohibió a los perió­
dicos, so pena de confiscación, publicar dentro del país
la reseña de este gesto de simpatía. También hubo mu­
chos diarios nacionales y extranjeros que insertaron nu­
merosos artículos expresando su odio y desaprobación.
Así podría uno decir con satisfacción que aún no ha de­
saparecido del todo la sinceridad.
Entre los no muy numerosos regalos de objetos anti­
guos que recibí, su curioso sello me gustó sobre manera.
Pensando en usted con gran afecto y esperando volver a
tener pronto noticias, suyo,
FrewL

286. A Ludwig Binswanger


Viena, IX, Berggasse, 19, 8-10-1936.
Querido amigo:
Su conferencia (9) constituyó una sorpresa agradable.
Los que la escucharon y me la han contado no parecen
haber sacado mucho en limpio. Seguramente resultó de­
masiado difícil para ellos. Leyéndola, disfruté con su bello
estilo, su erudición, la vastedad de sus horizontes y su
tacto para contradecirme. Cuando se trata de alabanzas,
como todo el mundo sabe, no hay límite en la capacidad
de aceptación.
Naturalmente, no le creo. Siempre he vivido en el piso
bajo y hasta en el sótano del edificio, mientras que usted
mantiene que al modificar el punto de vista personal pue­
de vislumbrarse también un piso superior que alberga
huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, et­
cétera. No es el único, y los más cultivados representan­
tes de la homo natura comparten su modo de pensar. En
este aspecto es usted el conservador y yo el revolucio­
nario. Si tuviera ante mí otra vida de trabajo me atre-
(9) F re u d s A u ffa ss u n g d e s M en sch en im L ic h te d e r A n fA ro p o lo g ie
(«Concepto freudiano del hombre a la luz de la antropología»). Confe­
rencia pronunciada en Viena para conmemorar el ochenta aniversario del
nacimiento de Freud.

12 — EPISTOLARIO TT
178 Sigmund Freud
vería a ofrecer, incluso a estos personajes de alta cuna,
un hogar en mi sórdida cabaña. Ya encontré sitio para
la religión cuando di con la categoría que llamo «neuro­
sis de la Humanidad» pero sin duda estamos hablando
de cosas que se cruzan sin encontrarse, y habrán de pa­
sar siglos antes que nuestra disputa quede solventada.
Con mi amistad cordial y mis recuerdos para su es­
posa, suyo,
Freud.

¿61. A Thomas Mann


Viena, IX, Berggasse, 19, 29-11-1936.
Querido amigo:
Retornan a mí con frecuencia las impresiones persona­
les de su última visita a Viena, que tanto bien me hicie­
ron. No hace mucho dejé a un lado su nuevo volumen
sobre la leyenda de José (10) pensando melancólicamente
que esta bella experiencia había acabado y que probable­
mente no podré leer la continuación.
El efecto de este relato combinado con la idea de la
vita vivida de su conferencia y con el prototipo mitológico
ha iniciado dentro de mí una corriente de pensamiento
que tomo como pretexto para charlar con usted igual
que si le tuviera ahí sentado frente a mí en mi despacho,
pero sin ánimo de provocar una respuesta cortés y mu­
cho menos una referencia detallada a cuanto le voy a
decir. Ni siquiera yo tomo el experimento muy en serio,
pero ejerce sobre mí cierto atractivo, semejante al que
quizás experimente un ex cochero al hacer restallar el
látigo.
Me pregunto una y otra vez si no ha existido en la His­
toria un personaje para quien la vida de José constituyó
un prototipo mítico, permitiéndonos detectar la fantasía
de José como el motor demoníaco oculto tras el telón
de su compleja existencia. Me refiero a Napoleón I.
a) Fue corso, y segundogénito de una extensa fami­
lia, con muchos hermanos y hermanas. Su hermano ma­
yor se llamaba José, y este hecho, combinado por el
azar y la necesidad, cual suele suceder en la existencia
humana, determinó su historia. En las familias corsas se
preservan los privilegios del primogénito con una especie
de sacrosanto temor reverencial. (Creo que Alphonse Dau-
det se ha referido a esto en alguna novela. ¿Fue Le Na­
bab? ¿O estoy confundido? ¿Fue algún otro libro? ¿Fue
Balzac?) La tradición corsa desorbita una relación huma­
na normal, con virtiendo al hermano mayor en el rival
natural, hacia el que los segundones sienten una hostili­
dad profunda, elemental e insondable, que más adelanta­
da su existencia puede encontrar expresión en un deseo
de muerte o una tentativa de asesinato. Eliminar a José,
usurpar su puesto, convertirse en José mismo, debe de
(10) Josef in Agypten («José en Egipto»), Berman-Fischer, Viena, 1936.
Epistolario 179

haber sido la emoción predominante de Napoleón duran­


te su niñez. Es curioso, sin duda, aunque no por ello me­
nos cierto, que precisamente estos exagerados impulsos
infantiles tienden a caer en el extremo contrapuesto, con­
virtiendo al odiado rival en el amado. Así sucedió con
Napoleón. Asumimos que sus sentimientos hacia José fue­
ron primero de exaltado odio, pero sabemos que después
le amó más que a cualquier otro ser humano y que era
incapaz de encontrar defecto alguno en este hombre in­
digno de toda confianza. Así, el odio original había sido
compensado con exceso, pero la primitiva agresión libe­
rada esperaba únicamente la oportunidad de ser transfe­
rida a otros sujetos. Centenares de miles de individuos
desconocidos tuvieron que pagar el hecho de que este
pequeño tirano perdonara a su primer enemigo.
b) En otro nivel, el joven Napoleón estaba tiernamen­
te unido a su madre y tenía la obsesión de reemplazar
a su padre, muerto prematuramente, ocupándose de sus
hermanos y hermanas. Tan pronto como llegó a general
se le sugirió que se casara con una joven viuda, aunque
mayor que él, que poseía influencia y rango. Muchas cosas
podían objetarse a ésta, pero lo que probablemente le
decidió fue que se llamaba Josefina, y debido a este nom­
bre pudo transferirle parte del tierno amor que experi­
mentaba hacia su hermano primogénito. Ella no le que­
ría, le trataba mal e incluso le traicionaba; pero él, dés­
pota, por lo general cínicamente frío hacia las mujeres,
se aferraba a ella apasionadamente y le perdonaba todo.
Nada de lo que ella pudiera hacer despertaba su ira.
c) El enamoramiento hacia Josefina B. fue sin duda
consecuencia del nombre, aunque naturalmente no cons­
tituyó una identificación con José. Esto se ve aún más
claramente en la famosa expedición a Egipto. ¿A qué otro
lugar podría haberse dirigido si fuera José y deseara ad­
quirir prestigio ante los ojos de sus hermanos? Si ana­
lizáramos los móviles políticos de la empresa acometida
por el joven general hallaríamos que no fueron otra cosa
que la racionalización volitiva de una idea fantástica.
Y, marginalmente, fue esta campaña la que marcó el co­
mienzo del redescubrimiento de Egipto.
d) La intención que impulsó a Napoleón hacia Egipto
había de cristalizar en sus posteriores experiencias eu­
ropeas. Se ocupó de sus hermanos, coronándoles reyes
y príncipes, y el inútil Jerónimo, que no servía para
nada, fue quizá para él su Benjamín. Después se apartó
del mito, dejando que le arrastraran las consideraciones
prácticas, y repudió a su bienamada Josefina. Con este
acto comenzó su decadencia, y aquel gran destructor em­
pezó a laborar en su propia destrucción. La campaña
contra Rusia, temeraria y mal preparada, condujo a su
caída. Fue como un castigo que se infligiera a sí mismo
por su deslealtad hacia Josefina, por la regresión de su
amor a la hostilidad original que había sentido hacia
José. Y también aquí, aunque contrariando a las inten­
ciones napoleónicas, el destino reprodujo otro capítulo
de la leyenda de José, cuyo sueño —que el sol, la luna
180 Sigmund Freud
y las estrellas se inclinarían hacia él— hizo que fuera
arrojado al foso.
• • * • • • ♦ • • • • #
Mi hija me recuerda que ya le había hablado de esta
interpretación del hombre demoníaco después de leer us­
ted aquí su ensayo. Por supuesto, tiene razón. Lo tenía
olvidado, y la idea revivió al leer su libro. Ahora dudo
entre dar curso a estas líneas o enviárselas, a pesar de
todo, con disculpas.
Cordialmente suyo.
Freud.

288. A Marie Bonaparte


Viena, 6-12-1936.
Mi querida Mane:
Acabo de recibir tu postal desde Atenas y el manus­
crito de tu libro sobre Topsy (11), que me gusta porque
es conmovedoramente genuino y real. Naturalmente, no
es un trabajo analítico, pero se percibe también tras esta
producción la sed analítica de verdad y conocimiento, y
consigue explicar el porqué se puede querer a un animal
como Topsy (o Jo-fi) (12) con tan extraordinaria inten­
sidad: afecto sin ambivalencia simplicidad de una exis­
tencia liberada de los casi insoportable conflictos de la
civilización, belleza de una vida completa en sí misma.
Y, coronándolo todo, no obstante la divergencia existen­
te en cuanto al desarrollo orgánico, ese sentimiento de
una afinidad íntima, de una solidaridad incontrovertible.
A menudo, cuando acaricio a Jo-fi, me he sorprendido ta­
rareando una melodía que, aunque tengo mal oído, re­
conozco como el aria de Don Giovanni:
Un lazo de amistad
Nos une a ambos...
Y si tú, a la juvenil edad de cincuenta y cuatro años,
no puedes evitar pensar a menudo en la muerte, tampoco
te cogerá de sorpresa, por supuesto, que yo, a los ochenta
y medio, me obsesione pensando si alcanzaré la de mi
padre y hermano, o incluso la de mi madre, torturado
como estoy por el conflicto que suponen sentimientos tan
inconciliables como el deseo de descansar, el temor de los
renovados sufrimientos (que acarrearía la prolongación
de la existencia) y la anticipación de la pena que me
producirá el separarme de todo aquello a lo que aún me
siento unido.
Cordiales saludos para ti (y para Topsy) de tu
Freud.

(11) Topsy, Chow-Chow au Poil d’Or, París 1937 («Topsy, la p©-


rrita pequinesa del pelo dorado»).
(12) Pequinesa de Freud por aquel entonce«.
Epistolario 181

1937
289. A Max Eitingon
Viena, IX, Berggasse, 19, 5-2-1937.
Treinta años, querido amigo, es mucho tiempo, aun para
un anciano como yo. Te doy las gracias por recordarme
este aniversario nuestro. Tendrás que conformarte con
el reconocimiento del laudable papel que durante toda
esta época has representado en nuestro movimiento, y
con la certeza de que, en muy diversas ocasiones y cir­
cunstancias has estado tan cerca de mí como sólo un
puñado de personas pudo estarlo jamás. No tuve oportu­
nidad de expresarte mi gratitud en forma tangible, si se
exceptúa el envío del anillo que había llevado durante
muchos años en mi dedo. Pero hay una multitud de cosas
que pueden ser comprendidas sin necesidad de palabras,
implícitamente, por así decirlo.
Habiéndome recuperado de la dolencia más reciente, y
con la renovada posibilidad de fumar, aunque en forma
limitada, me he lanzado incluso a escribir otra vez. Sólo
cosas pequeñas: un fragmento que podía ser desvincula­
do de la obra sobre Moisés (que tú y Arnold Zweig co­
nocéis) ha quedado terminado, aunque las cosas más im­
portantes que con él se relacionan habrán de quedar na­
turalmente sin ser formuladas; un breve ensayo técnico (1)
que poco a poco va tomando forma ejerce la función de
ayudarme a llenar las muchas horas de ocio que acarrea
la disminución del número de clientes para mis análisis.
Es comprensible que los pacientes no acudan en masa
a un analista cuya edad ha de inspirar escasa confianza.
Abandonaría totalmente mi labor profesional, pero, acos­
tumbrado como estoy a mantener a tanta gente, no me
siento capaz de afrontar la incertidumbre de no saber
cuánto durarán mis ahorros. Esperemos que el destino
sea un buen administrador.
Lo más agradable de todo cuanto me rodea es la ca­
pacidad de Arma para el trabajo y su labor, siempre
fructífera.
Con la esperanza de que tu soledad doméstica termine
pronto, cordialmente tuyo,
Freud.

(1) Posiblemente K o n s tr u \tio n e n in d e r A n a ly s e , 1937 («Construc­


ciones en el análisis», Ed. Standard, 23).
182 Sigmund Freud

290. A Marie Bonaparte


Grinzing, 13-8-1937.
Mi querida Marie:
Puedo contestarte sin demora, pues tengo muy poco que
hacer. Hace dos días que acabé Moses II («Moisés II») y
que lo dejé a un lado, y el mejor modo de olvidar las
dolencias que le aquejan a uno vuelve a ser el intercam­
biar ideas con los amigos.
Para el escritor, la inmortalidad significa, evidentemen­
te, el hecho de ser querido por cierto número de perso­
nas anónimas. Yo sé que no tendré que llorar tu muerte,
pues me sobrevivirás durante muchos años, y en cuanto
a la mía, espero que te consueles rápidamente y me per­
mitas vivir en tu amigable recuerdo, única forma de in­
mortalidad limitada que reconozco.
En cuanto un hombre comienza a formularse pregun­
tas sobre el significado y valor de la vida está enfermo,
pues objetivamente ni uno ni otro existen. Haciéndose
estas preguntas, uno complace meramente las exigencias
de sus reservas de libido insatisfechas, a las cuales debe
haberse incorporado algún nuevo elemento, una especie
de fermento que produce la tristeza y la depresión. Me
temo que estas explicaciones mías no son gran cosa, qui­
zá porque soy demasiado pesimista. Tengo en la cabeza
un anuncio que considero como el más audaz y eficaz de
los inventados por la publicidad americana:
¿Para qué vivir, si podemos enterrarle por diez dólares?
Han bañado a Lün (2), y se ha venido corriendo a bus­
car refugio en mí. Si interpreto sus deseos correctamen­
te, quiere que te agradezca muy afectuosamente tus re­
cuerdos. ¿Se da cuenta Topsy de que está siendo tradu­
cida (3)?
Escríbeme pronto. Afectuosamente tuyo,
Freud.

291. A Martin Freud


Grinzing, 16-8-1937.
Querido Martin:
Me gusta tu descripción de Capri y de la vida tan agra­
dable que haces. Ayer domingo estuve reviviendo recuer­
dos de nuestra estancia allí con tu tío (4). Hacía mucho
(2)Otra de las pequinesas de Freud.
(3) Topsy, de Marie Bonapartc (véase nota 1 a la carta del 6-2-1936),
traducido por Sigmund y Anna Freud, fue publicado por Allert de
Lange, Amsterdam, 1939, bajo el título Topsy, des golhaarige Chou/.
(4) Alexandcr Freud.
Epistolario 183

calor, y éramos en setiembre los únicos huéspedes. El


barquero que nos llevó hasta la Gruta Azul nos contó
anécdotas pavorosas de un tal Timperio, me parece, que
en otros tiempos rondaba por la isla. El Vesubio estaba
también en actividad, produciendo una nube de humo
por el día y una nube de fuego por la noche, igual que
el Dios del Éxodo en la Biblia. Pues Jehov! (Jahve) era
un Dios volcánico, como sabrás cuando leas el segundo
ensayo sobre Moisés que ya he acabado y te espera a tu
vuelta.
Aquí hemos tenido un verano muy bueno, interrumpido
ocasionalmente por recaídas en abril o premoniciones de
noviembre.

Y también por la mala salud...


Cuando vuelvas tendrás que enfrentarte con una pe­
queña cuestión de negocios relativos a La Verlag. No es
nada importante.

El 1 de setiembre mi amigo Emanual Lówy (5), también


él, cumplirá ochenta años. Cuando yo los cumplí me re­
galó un aguafuerte de Durero, mas, aun en caso contra­
rio, no me gustaría dejar de felicitarle. Sin embargo, re­
sulta difícil encontrar un regalo adecuado. No tengo otra
cosa que mis obras completas, pero con su vista tan de­
teriorada ya prácticamente no puede leer..
Anna está disfrutando de sus supuestas vacaciones, ju­
gando con los recién nacidos (6) en lugar de hacerlo con
los mayores...
Espero que ios días continuarán siendo buenos hasta
que regresemos a nuestro clima habitual, que verdadera­
mente es moderado. Afectuosamente.
Papá.

292. A Stefan Zweig


Viena, IX, Berggasse, 19, 17-10-1937.
Querido Stefan Zweig:
Es difícil decidir si su amable carta me produjo más
dolor o alegría Como a usted, me hacen sufrir los tiem­
pos en que vivimos y, como a usted, sólo me consuela
el sentimiento de solidaridad con un puñado de personas
y la seguridad de que conservamos la misma escala de
valores y de que éstos siguen pareciéndonos tan incontro­
vertibles como siempre.
Pero, con toda la amistad que hacia usted siento, tengo
derecho a envidiarle por poder ofrecer una resistencia
(5) Emanuel Lowy, catedrático de Arqueología de las Universida­
des de Roma y Viena, amigo de Freud de toda la vida.
(6) Anna estaba trabajando en una clínica maternal.
184 Sigmund Freud
positiva a través de su excelente trabajo. Que sus éxitos
sigan aumentando. Espero con impaciencia su Magalla­
nes (7).
Como usted dice, ya lo tengo todo hecho, y nadie puede
predecir el valor que habrá de atribuir la posteridad a mi
obra. Ni yo mismo puedo estar seguro, pues la investiga­
ción científica y la duda son cosas inseparables y muy
posiblemente sólo he descubierto un pequeño fragmento
de la verdad. El futuro inmediato se presenta oscuro
también para el psicoanálisis. En cualquier caso, no es
probable que experimente ya cosas agradables durante las
semanas o meses que me queden aún de vida.
He empezado a quejarme en contra de mi voluntad.
Lo que deseaba era aproximarme a usted de un modo
humano, en lugar de ser admirado como una roca contra
la que las olas rompen en vano. Pero aunque mi opo­
sición no se exteriorice, sigue siendo oposición en cual­
quier caso e... impavidum ferient ruinae (8).
Espero que no me hará usted aguardar excesivamente
el envío de sus próximos valerosos y excelentes libros.
Con saludos cordiales, su viejo
FreudL

293. A destinatario anónimo


Viena, IX, Berggasse, 19, 14-12-1937.
Querida Herr Doktor:
Debo añadir unas cuantas palabras a las gracias por el
envío de su valioso librito. Y no sólo por el aprecio que
sin duda siente hacia el análisis ni porque cite mi nombre
amablemente varias veces, sino sobre todo porque su
obra contiene muchas observaciones que no pueden dejar
de parecer importantes y pertinentes a un lector judío.
Hace unos años comencé a preguntarme cómo el pue­
blo hebreo había adquirido su específico carácter, y, si­
guiendo mi habitual costumbre, me remonté a los prin­
cipios. No llegué muy lejos, y me quedé asombrado al
percatarme de que ya la primera experiencia de la raza,
embrionaria, por así decirlo —y me refiero a la influencia
de Moisés y al Éxodo de Egipto—, había condicionado
todo el desarrollo posterior hasta nuestros días, como un
trauma infantil en el historial de un individuo neurótico.
Simplificando, basta tomar el concepto temporal de la
existencia y la conquista del pensamiento mágico, así como
la exclusión del misticismo, elementos cuyas raíces pue­
den ser halladas en Moisés mismo y que probablemente
—aunque no con la certidumbre histórica que pudiera
(7) «Magellan, der Mensch und seine Tat», H e r b c r t R e ic h n e r V e r -
la g , Viena, 1937 («Conquistador delos mares: la historia de Magallanes»,
V i \ i n g P ress, Nueva York, 1938).
(8) Horacio, O d a s , 111/3, 7: «Las ruinas que caen a su alrededor
le dejan impertérrito.»
Epistolario 185

desearse— se remontan aún más lejos. Dos ensayos (9)


en el número de Imago de este año contienen parte de
mis hallazgos, de los cuales tuve que dejar impublicada la
parte más importante. Me gustaría que los hojeara usted.
Con amables recuerdos, sinceramente suyo,
Freud,

1938
294, A Ernst Freud
Viena, X, Berggasse, 19, 17-1-1938.
Querido Ernst:
Tu carta no me complació menos que la maravillosa
fuente de cristal persa que me envías. Para corresponder­
te te he mandado el ensayo sobre Moisés, que constituye
uno de mis trabajos más recientes, ya raros, y que quizá
pueda despertar el interés general. Me temo que éste
llegue a rebasar toda proporción justificable y que se tra­
te de hacer de la publicación algo sensacional. Sin embar­
go, tal juicio puede ser erróneo. Es mi primera actuación
como historiador y no cabe duda de que es tardía. No
espero una acogida amable por parte de los críticos cien­
tíficos, y el mundo hebreo se sentirá muy ofendido.
No sé qué pudiste leer acerca de mí en el Evening Stan­
dard. Probablemente, nada más que mentiras. Yo puedo
decirte, y esto sí es auténtico, que no me encuentro bien
y que estoy empezando a hallar esta existencia bastante
molesta. No es sorprendente. ¿Qué otra cosa podría es­
perar
¡Felicidades por la inauguración de la «Casa Oculta»! (1).
Es típicamente judío no renunciar nunca a nada y rem­
plazar aquello que se ha perdido. Moisés, que, en mi opi­
nión, dejó huella indeleble en el carácter hebreo, fue el
primero en dar ejemplo. En la actual época de dificulta­
des que atravesamos, tu existencia en Inglaterra contrasta
vivamente con todo cuanto de sórdido nos rodea. Siem­
pre que pienso en tus éxitos me siento reconfortado y
lleno de esperanzas en cuanto a las posibilidades de la
próxima generación.
Ya sabes cómo están los demás. Mamá lo aguanta todo
maravillosamente, y tu tía va a ser operada de cataratas.
Espero que salga bien. Anna se muestra espléndida de
humor, activísima y hábil en el cultivo de todas las rela­
ciones humanas. Es pasmoso lo nítido e independiente que
(9) «Moses ein Agypter» und «Wenn Moscs ein Agyptcr war...»,
«Imago», 1937 («Moisés, un egipcio» y «Si Moisés hubiera sido egip­
cio...», partes I y II de Moses and Monolheism («Moisés y el monoteís­
mo»), Ed. Standard, 23.
(1) Casa enclavada en la costa oriental de Inglaterra, que venía
a remplazar la que había poseído la familia de Ernst Freud en la isla
alemana de Hiddensec.
186 Sigmund Freud
se ha vuelto su trabajo científico. Si tuviera más ambi­
ción...; mas quizás el hecho de que no la posea sea bene­
ficioso para su vida ulterior.
Mis saludos más cordiales para tu buena Lux y los tres
grandes muchachos, de los que su abuelo sabe tan poco.
¡Cuánto me gustaría poder decir: hasta que nos veamos
en Grinzing!
Papá.

295. A Max Eitingon


Viena, IX, Berggasse, 19, 6-2-1938.
Querido amigo:
A menudo me he preguntado con asombro si les es ab­
solutamente necesario a los periódicos contar mentiras
con tanta frecuencia y tal desenfreno, aunque, en cual­
quier caso, me hace mucho bien saber que tampoco esta
vez creiste las noticias. Nuestro Gobierno, valeroso y de­
cente a su modo, muestra ahora más energía que antes
para mantener apartados a los nazis, aunque, en vista
de los últimos acontecimientos de Alemania, nadie puede
estar seguro de lo que va a suceder.
La reciente operación a que me sometió Pichler (2) hace
quince días ha producido las habituales reacciones; pero
de una semana a esta parte he podido trabajar —y *nas-
ticar— otra vez. Como las pruebas del tejido que fueron
sometidas al microscopio dieron en esta ocasión base
para albergar ciertos recelos, Pichler me ha amenazado
con otra operación en un futuro próximo, mas sin tomar
una decisión definitiva. La perspectiva no es, naturalmen­
te, agradable; pero la operación en sí, gracias a Evipan,
se ha desarrollado en unas condiciones idealmente indo­
loras e inofensivas. Y no existe razón para preocuparse
sino del futuro inmediato.
Seguimos los acontecimientos de Tierra Santa con gran
preocupación. Me alegro de saber que Mirra está más con­
tenta ahora, a pesar de todo. A veces no puede uno dejar
de pensar en las frases finales del Maestro Antón en
uno de los dramas de Hebbel: «Ya no comprendo este
mundo» (3). ¿Has leído que se va a prohibir a los judíos
alemanes dar nombres germanos a sus hijos? A mi modo
de ver, la única venganza hebrea puede ser exigir que
los nazis se abstengan de emplear los populares nombres
de Juan, José y María.
Cordialmente tuyo,
Freud.

(2) Profesor doctor Hans Pichler, cirujano bucal, que tuvo a Freud
en tratamiento durante muchos años.
(3) Cita del drama Marie Magdalene, por el autor teatral alemán
Friedrich Hebbel (1813-1863).
E p i s t o l a r i o. 187

296. A
Cix, Berggasse, 19, 19-4-1938.
Querido hermano:
Tu LXXII cumpleaños viene cuando estamos a punto
de separarnos (4), después de largos años de vida con­
junta. Espero que esta separación no será definitiva;
pero el futuro —siempre incierto— no puede preverse en
estos momentos.
Me gustaría que te quedaras con los buenos habanos
que se me han ido acumulando desde hace años, pues
tú aún puedes permitirte el placer de fumar, y yo no.
Lo demás —ya sabes a lo que me refiero— es sólo si­
lencio.
Tan afectuosamente como siempre, tuyo,
Sigm.

Viena, IX, Berggasse, i*,


Querido Ernst:
Te escribo sin ningún motivo específico para ello, a no
ser el hecho de encontrarme aquí sentado, inactivo e in­
capaz de moverme, mientras Anna va de acá para allá,
arreglando cosas con las autoridades y atando cabos eco­
nómicos. Ya puede uno «ver el viaje» (5). Sólo esperamos
la «luz verde» de Hacienda, que se supone llegará dentro
de la próxima semana.
Dos esperanzas me mantienen en estos tiempos tan mise­
rables: volver a veros y... morir en libertad (6). A ve­
ces me comparo con el viejo Jacob, que cuando era muy
anciano fue llevado por sus hijos a Egipto, como Thomas
Mann piensa relatar en su próxima novela (7). Esperemos
que en esta ocasión no haya necesidad de emprender otro
éxodo en dirección contraria, pues ya es hora de que Asue­
ro encuentre descanso en algún lugar.
Queda por ver cómo soportaremos los viejos las dificul­
tades inherentes a la vida en otro país, aunque vosotros
nos ayudaréis. Frente a la dicha de sentirse liberado, no
existe nada que pueda considerarse importante. Anna se
las arreglará bien, desde luego, y eso es lo principal, pues
si se tratara sólo de nosotros, los ancianos de edades que
oscilan entre setenta y tres y ochenta y dos años, toda
esta empresa no hubiera valido la pena.
(4) Freud estaba a punto de emigrar.
(5) Frase pronunciada por Sophie, hija de Freud, cuando era pe­
queña, y que solía recordarse con frecuencia.
(6) Estas cuatro palabras fueron escritas en inglés.
(7) «Joseph der Ernährer», B erman Fischer Verlag, Estocolmo.
188 Sigmund Freud
Si llegara ahí cubierto de riquezas, iniciaría una nueva
colección con la ayuda de tu cuñado (8). Como no será
así, tendré que conformarme con las figuritas que la prin­
cesa rescató en su primera visita y con las que compró
durante su última estancia en Atenas y guarda para mí
en París. No tengo ni idea de qué porcentaje de mi colec­
ción lograré que me envíen (9). Todo este asunto me re­
cuerda la anécdota del hombre que trataba de rescatar
la jaula con el pájaro del edificio en llamas.
Podría seguir escribiendo en términos parecidos duran­
te horas y horas, pero sé que estás demasiado ocupado
para leerlas. Por tanto, me despido con saludos cariñosos
para ti, Lux y todos los niños, de
Papá.

lena, IX, Berggasse, 19, 13-5-1938.


Querido Jones:
Anna ha deducido de su última carta que espera usted
respuesta a la que me escribió para felicitarme, y por
esta razón, y porque estoy aquí sentado en mi despacho
sin nada que hacer y sintiéndome inútil me pongo a es­
cribirle. Habíamos decidido no celebrar para nada este
cumpleaños, posponiéndolo hasta el 6 de junio, de julio,
de agosto; en una palabra, a una fecha posterior a nuestra
liberación, y la verdad es que no he contestado a nin­
guna de las cartas, telegramas, etc. Ahora parece que,
por fin, pisaremos tierra inglesa en este mes. Y digo que
«parece», pues, no obstante todas las promesas, la incer­
tidumbre rige nuestros destinos actuales. Con su habitual
y conmovedora devoción la princesa Mane telefoneo an­
teayer anunciando que tiene el proyecto de venir a Viena
el lunes (es decir, el 16-5) para escoltarnos hasta París.
Ayer le tuvimos que pedir que no fuera tan optimista, ya
que aún no podemos fijar el día de nuestra marcha.
Otra de las razones por las que no le he contestado an­
tes radica en las limitaciones generales que afectan hoy a
la correspondencia. Quizá recuerde usted que en cierta
ocasión atribuí la llamada «debilidad mental fisiológica de
las mujeres» (Möbius) (10) al hecho de que se les prohi­
biera pensar en el sexo, de lo cual se derivaba, según mi
ensayo, una incapacidad de tipo genérico para pensar.
Imagínese cómo debe afectar la censura a una persona
que, al igual que yo, ha estado siempre acostumbrada a
expresar libremente sus convicciones. Pero la primera
frase que pueda oírme en la Estación Victoria le dirá
cuánto me ha agradado su amable carta.
Me gustaría haber podido llegar a Inglaterra con mejor
salud. Cierto es que viajo con mi propio médico, pero
(8) Hans M. Calmann, anticuario de Londres.
(9) Toda la colección llegó a Inglaterra.
(10) Doctor Paul Möbius (1853-1907), neurólogo alemán.
Epistolario 189

necesito varios doctores, y poco después de mi llegada


tendré que dedicarme a buscar un otorrino y a consultar
al especialista de mandíbula cuyo nombre me ha dado
Pichler.
De acuerdo en cuando no puede uno dejar de pensar
que Le juene vaut pas la chandelle, y, aunque, sin duda,
esto es cierto, no tenemos derecho a reconocerlo, pues
las ventajas que la inmigración promete a Anna justifica
nuestro pequeño sacrificio.
Para nosotros, los viejos (setenta y tres, setenta y siete
y ochenta y dos), la emigración no hubiera valido la pena.
Anna hace gala de una actividad infatigable, y no sólo
respecto a nosotros, sino con relación a otra mucha gen­
te. Espero que en Inglaterra pueda hacer mucho en favor
del análisis y estoy seguro ae que no se injerirá en el
terreno de nadie.
Afectuosamente tuyo,
EreudL

299. A Max Eitingon


39, Elsworthy Road, Londres, N. W. 3,
6-6-1938.
Querido amigo:
No he sido pródigo en noticias durante estas últimas
semanas. Para compensar te escribo la primera carta des­
de la nueva casa, aun antes que hayan llegado los nuevos
pliegos. Todo sigue siendo irreal, como en un sueño, y
esto podría ser la realización maravillosa de un deseo oní­
rico si no hubiéramos encontrado a Minna gravemente
enferma y con una fiebre muy alta al llegar. No sabemos
aún cómo saldrá de ésta. Probablemente sabrás que no
todos partimos al mismo tiempo. Dorothy fue la primera;
Minna la siguió el 5 de mayo; Martin, el 14; Mathilde y
Robert, el 24, y nosotros nos tuvimos que quedar hasta
el 3 de junio (11), sábado y víspera de Pentecostés. Nos
trajimos a Paula (12) y a Lün, que tuvo que quedarse en
Dover, sometida a cuarentena por un amable veterinario.
El doctor Schur (13), nuestro médico de cabecera, había
de acompañarnos con su familia pero a última hora tuvo
la mala suerte de precisar una operación de apendicitis,
y hubimos de conformarnos con la protección de un pe­
díatra (14) que encontró Anna. Me cuidó muy bien, y las
dificultades del viaje cristalizaron en una dolorosa fatiga
cardíaca, para remediar la cual me dieron dosis libera­
les de nitroglicerina y estricnina. En Kehl pudimos aho-

(11) En realidad, fue el 4 de junio.


(12) Paula Fichtl, que durante más de treinta años estuvo al ser­
vicio de la familia Freud, de la cual conoció a cuatro generaciones.
(13) Doctor Max Schur. Véase cartas del 28-6-1930 y 26-6-1938.
(14) Doctor Joscfinc Stross, de Londres.
190 Sigmund Freud

rrarnos de milagro la tediosa inspección aduanera, y a


continuación cruzamos el puente sobre el Rlim y... ¡que­
damos en libertad! La acogida que nos dispensaron en
París, al llegar a la Gare de l’Est, fue calurosa y un tanto
agitada por la presencia de periodistas y fotógrafos. Des­
de las diez de la mañana hasta las diez de la noche estuvi­
mos en casa de Marie (15), que se superó a sí misma
prodigándonos tiernos ciudados y atenciones, nos devol­
vió parte de nuestro dinero y se negó a permitir que con­
tinuáramos viaje sin unas cuantas terracotas griegas. Cru­
zamos el canal en ferry, y ya en Dover, pudimos contem­
plar por vez primera el mar. Pronto estuvimos en la
Estación Victoria, donde las autoridades de inmigración
nos dieron prioridad. La recepción que Londres nos re­
servaba fue cordialísima, y los periódicos mas senos han
publicado breves y amables líneas de bienvenida. Creo que
el barullo suscitado por nuestra llegada se prolongará du­
rante algún tiempo.
Se me olvidaba consignar que Ernst y mi sobrino Har-
ry (16) salieron a París a recibirnos. Jones nos esperaba
en Victoria y nos llevó en coche, atravesando la bella
ciudad de Londres, hasta nuestra nueva casa, enclavada
en el 39 de Elsworthy Road. Por si conoces Londres, te
diré que cae muy al Norte, más allá de Regents Park, al
pie de Primrose Hill. Desde mi ventana no contemplo
sino el verdor, que se inicia en un delicioso jardincillo
rodeado de árboles. Es como si viviéramos en Grinzing y
el Gauleiter Bürckel acabara de mudarse a la casa de en­
frente. La mansión está amueblada muy elegantemente.
Las habitaciones superiores, a las que no puedo tener ac­
ceso si no es con una silla de mano, son magníficas, según
me han dicho. En el piso bajo hay una alcoba, un despa­
cho y un comedor, que han sido dispuestos especialmente
para nosotros —Martha y yo— y que son lo suficientemen­
te bonitos y confortables. Naturalmente, fue Ernst quien
escogió la casa y los muebles; pero no podremos perma­
necer aquí más que unos cuantos meses y tendremos
que alquilar otra casa para cuando recibamos nuestros
propios muebles.
No es por accidente el que me limite a narrar en esta
carta únicamente las cosas que veo a mi alrededor. La at­
mósfera emocional de estos días es difícil de captar, por
no decir indescriptible. Al sentimiento de triunfo que
experimento al vemos en libertad se suma un porcentaje
excesivo de tristeza, pues, a pesar de todo, yo amaba gran­
demente la prisión de la que me han liberado. Lo deleitoso
de cuanto nos rodea (que casi me impulsa a gritar Heil
Hitler!) se mezcla con el descontento originado por peque­
ñas peculiaridades de este ambiente extraño. Por otra par­
te, la expectativa feliz de una nueva vida se ve ensombre­
cida por la pregunta: ¿Cuánto tiempo seguirá siendo capaz
este fatigado corazón de trabajar? Con la enferma de la
habitación de arriba (aún no me han dejado verla a
(15) Princesa Marie Bonaparte.
(16) Hijo de Alexandcr Freud.
Epistolario 191

Minna), el dolor de mi corazón se convierte en una in­


confundible depresión. Por otra parte, todos los hijos,
tanto nuestros como adoptados, se portan magníficamen­
te. Mathilde se muestra aquí tan eficiente como Anna en
Viena, Ernst viene a ser lo que se ha denominado «una
fortaleza de vigor», Lux y los niños son dignos de él, y los
dos hombres, Martin y Robert, han vuelto a levantar ca­
beza. ¿Voy a ser yo el único que no coopere y deje mal
a su familia Mi mujer, además, conserva toda su salud
y su optimismo.
En Londres nos hemos hecho populares de la noche a
la mañana. El gerente del Banco me dice: «Lo sé todo de
usted», y el chófer que trae a Anna a casa exclama:
«¡Anda, es la casa del doctor Freud!» Nos inundan con
flores.
Ahora ya puedes escribirme otra vez y..., lo que tú quie­
ras. Aquí no abren las cartas.
Recuerdos afectuosos para ti y para Mirra. Tuyo,
Freud.

300. A destinatario anónimo


39, Els worthy Road, Londres, N. W. 3,
18-6-1938.
Muy señor mío:
Es muy natural que nos ayudemos mutuamente en la
época que vivimos; mas estimo que si al hacerlo así no
nos ajustamos a la verdad, pronto perderemos todo nues­
tro crédito.
Me pide usted confirmación de que el doctor E. W. es­
taba por sí solo al frente de su departamento en la «Clíni­
ca Vienesa». Sucede, sin embargo, que apenas conozco
al tal doctor W. de nombre y menos personalmente y
que no tengo la menor idea de las funciones que desem­
peñaba en Viena. En consecuencia, no puedo darle tal
confirmación.
Le saluda atentamente,
Freud.

301. \A Alexand Freud


A Alexander
39, Elsworthy Road, Londres, N. W. 3,
22-6-1938.
Querido Alex:
En realidad, me pongo con gran reluctancia a contestar
tu carta, y pronto sabrás por qué. El hecho es que las
cosas marchan aquí bien para nosotros y hasta diría que
muy bien si no fuera por mi lesionado corazón y por la
irritada vejiga, que vienen a recordarme la impermanen­
cia de la felicidad humana. Esta Inglaterra —como pronto
verás por ti mismo— es, a pesar de cuanto pueda pare­
cemos extraño, peculiar y difícil —y todo eso abunda
192 ¿¡ i g m u n d Fretid
aquí—, un bendito país, habitado por personas buenas y
hospitalarias. Al menos, tal es la impresión que me han
dejado las primeras semanas. No puede recogerse en pa­
labras la cordialidad de la acogida que nos dispensaron
y sería preciso decir que nos ensalzaron en alas de una
psicosis popular. (Me siento impulsado a expresarme poé­
ticamente.) Apenas llevábamos aquí tres días cuando ya
el correo repartía correctamente las cartas dirigidas úni­
camente al «Doctor Freud, Londres» o «Frente a Regents
Park», y un taxista que traía a casa a Anna exclamó al ver
el número: «¡Anda, es la casa del doctor Freud!» Los pe­
riódicos nos han popularizado. Nos han inundado de flo­
res, y podría haberme indigestado fácilmente con la fruta
y los dulces que nos regalan. En cuanto a las cartas, he
estado trabajando como un amanuense durante dos se­
manas enteras, intentando separar la paja del grano y
(perdóname la mediocre comparación) contestar a este
último. Hubo correspondencia de los amigos y también
de un número sorprendente de absolutos extraños que de­
seaban simplemente expresar su contento por haber lo­
grado nosotros escapar a tierras más seguras, y que no
esperaban nada a cambio. A éstos hay que añadir, natural­
mente, las hordas de cazadores de autógrafos, chiflados,
lunáticos y hombres píos de los que se dedican a enviar
textos de los Evangelios, que prometen la salvación, y
toda clase de tentativas para convertir al incrédulo y ha­
cer luz sobre el futuro de Israel. A estas comunicaciones
hay que añadir aún las de las sociedades eruditas a las
que ya pertenezco y las procedentes del interminable nú­
mero de asociaciones judías que desean nombrarme
miembro honorario. En una palabra, que por vez primera
y con retraso estoy empezando a saber lo que es ser fa­
moso.
Sólo me queda por decirte que Minna, la cual ha pade­
cido evidentemente la misma clase de pulmonía bronquial
que tú tuviste hace poco, empieza a recobrarse; que Ro-
bert y Mathilde llevan la casa muy bien; que Martha lo
está pasando en grande, y que Anna, como de costumbre,
trabaja en beneficio propio y de los demás. Apenas vemos
a Harry. En cuanto a ti, te aconsejo que esperes paciente­
mente hasta que puedas abandonar tu exilio suizo. Las
perspectivas que los nazis te ofrecen parecen sorprenden­
temente favorables. ¿Serán esos canallas realmente capa­
ces de una cosa así? ¿Habrá aún en ellos vestigios de de­
cencia o de justicia? Si te cercioraras de que es así, ház­
melo saber en seguida.
Sigm.

302. A Stefan Zwetg


39, Elsworhty Road, Londres, N. W. 3.
Querido Stefan Zweig:
Tengo auténticas razones para darle las gracias por la
carta de presentación que me trajo a los visitantes de
Epistolario 193

ayer, pues hasta ahora me sentía inclinado a considerar


a los surrealistas, que, al parecer, me han elegido por su
santo patrón, como chiflados incurables (digamos que en
un 95 por ciento, como el alcohol). El joven español (17),
sin embargo, con sus ojos cándidos y fanáticos y su indu­
dable maestría técnica, me ha hecho reconsiderar mi opi­
nión. En realidad, sería muy interesante investigar analí­
ticamente cómo ha llegado a ser compuesto un cuadro
así. Desde el punto de vista crítico, podría seguirse man­
teniendo aún que el concepto de arte desafía toda expan­
sión mientras la proporción cuantitativa de material sub­
consciente y de funciones preconscientes no permanezca
dentro de límites definidos. Mas sea como fuere, se plan­
tean graves problemas psicológicos.
Por lo que respecta al otro visitante, me gusta poner
obstáculos en la senda de los candidatos para someter
a prueba la seriedad de sus intenciones e incrementar su
espíritu de sacrificio. El psicoanálisis es como una mujer
que desea ser seducida, pero que sabe que perderá valor
si no ofrece resistencia. Si su señor J*** tarda demasiado
en decidirse, podrá acudir a otro más adelante, como, por
ejemplo, a Jones o a mi hija.
Me dicen que al marcharse se dejó usted algo, los guan­
tes, etc. Este anuncio constituye una promesa de devo­
lución.
Cordialmente suyo.
FreucL

303. A Alfred Indra


39, Elsworthy Road, Londres, N. W. 3,
20-7-1938.
Estimado señor Indra:
Su información de que la Oficina de Moneda Extranjera
solicita la venta de los Gulden holandeses depositados en
Zurich me produjo una dolorosa sorpresa, y deseo hacer
sobre este punto las siguientes observaciones:
Usted mismo asistió a las gestiones en las que la Ges­
tapo nos dio la seguridad de que podríamos conservar esa
cuenta, y probablemente recordará su razonamiento, que
nos pareció considerado. Oficialmente se nos daban los
medios para iniciar una nueva existencia en un país ex­
tranjero, lo que de hecho queda asegurado por la autori­
zación para practicar el psicoanálisis sin limitación alguna
en Inglaterra. Sin embargo, podrían surgir situaciones
en las que el derecho a disponer de esta moneda extran­
jera fuera de necesidad vital para nosotros.
Emigramos el 5 de junio (18), ya hace más de siete
semanas, y desde entonces hemos estado esperando la lle­
gada de nuestros enseres, de mis libros v de la pequeña
colección de antigüedades que se nos autorizó a sacar del
(17) Salvador Dalí, nacido en 1904.
(18) En realidad, el 4 de junio.

13 — E P I STOLARIO TT
194 Sigmund Freud
país, tras haber cumplido el requisito de pagar deteraii-
nada suma. Hasta ahora nada de eso ha llegado. Si se
retuvieran estos objetos transferibles de mi propiedad, no
me quedaría otro remedio que invertir los Gülden holan­
deses en la compra de nuevos muebles, ropas de casa, en­
seres de todas clases y libros, a pesar de las consecuen­
cias que apunta en su carta, pues no podremos mante­
nernos durante mucho tiempo en una casa amueblada
cuya renta rebasa nuestras posibilidades.
Tan pronto como estemos en posesión de nuestros efec­
tos vieneses le autorizo para que ofrezca los Gülden ho­
landeses a la Oficina de Moneda Extranjera, aunque admi­
to que esto supondría un gran sacrificio para mí. Era
lógico pensar que una promesa oficial como la que nos
hicieron sería cumplida. Supe hoy, por el comisario doc­
tor Sauerwal, que tratará de sustituir la cuestión de los
Gülden holandeses por otra oferta, sugerencia que mere­
ce mi más plena aprobación.
Si los Gülden holandeses tienen que ser vendidos, la
suma que produzcan será depositada probablemente a
nuestro crédito en una cuenta congelada. ¿No podría us­
ted hacer que este dinero fuera transferido a la cuenta
de la princesa Marie de Grecia, que ha pagado el Im­
puesto de Emigración por nosotros? En tal caso, rembol­
saríamos una de nuestras deudas.
En lo que respecta al punto que aborda en su carta
—es decir, al dinero que puedan deberme los editores ex­
tranjeros por mis publicaciones—. he de aclararle que
esta partida ha sido siempre la más fluctuante e insegura
de mis fuentes de ingresos. En la actualidad no tengo nin­
gún derecho de autor pendiente, ni me debe nada editor
extranjero alguno, ni espero pagos de esta naturaleza an­
tes de fin de año. Tampoco sé de memoria los nombres
de estos editores. No se nos permitió ni a mí ni a mi
hijo (19), director de la Verlag, que trajéramos documen­
to alguno relativo a los editores, y tampoco tengo conmi­
go ninguna de las obras traducidas en las que pudiera
hallar sus nombres. En cualquier caso, dada la disminu­
ción de las ventas en todos los países, no espero cantida­
des importantes hasta fin de año. Agradeciéndole todo lo
que hace por nosotros, sinceramente suyo,
Freud.

¿t)4. A Max Schur


39, Elsworthy Road, Londres, N. W. 3,
26-7-1938.
Querido doctor Schur:
Está usted en lo cierto: todo ha cambiado. Me encuen­
tro dispuesto incluso a recibir su cuenta semestral, calcu­
lada en otra moneda. Mas no sólo han cambiado las cosas
para mí, y ni siquiera podría pasárseme por la imagina-
(19) Martin Freud.
Epistolario 195

ción el empezar a hacer ahorros precisamente por mi


médico.
Cordialmente suyo,
FreucL

305. A Marie Bonaparte


20, Maresfield Gardens. Londres, N. W. 3,
4-10-1938.
Mi querida Marie:
Me parece justo que la primera carta que escribo desde
«casa» vaya dirigida a ti. No será muy larga, pues me
cuesta tanto trabajo escribir como hablar o fumar.
Esta operación ha sido la peor desde 1923 y me ha
dejado muy abatido. Tengo un cansancio horroroso y me
siento débil cada vez que me muevo. En realidad, he em­
pezado a trabajar con tres pacientes, pero no es fácil.
Se supone que los efectos posoperatorios tardan unas
seis semanas en disiparse, y yo finalizo aún la cuarta.
La casa está muy bien. Me alegra que hayas pospuesto
tu visita, pues para cuando vengas estará más digna de
que la veas. Sólo tiene un gran fallo, y es que no posee
alcoba para huéspedes, que ha tenido que ser sacrificada
al ascensor. La verdad es que existe la posibilidad de
habilitar una, pero es bastante triste. La tía Minna la
ocupa ahora en calidad de paciente, y aún no sabemos
por cuanto tiempo la precisará. Nos parece superfluo que,
precisamente en estos momentos, Martin se encuentre tam­
bién malo, con una colitis infecciosa y fiebres muy altas,
en el hospital que acaba de abandonar Minna.
Todo es aquí bastante extraño, difícil y a veces descon­
certante; pero ello no obsta para que sea el único país
donde podemos vivir, una vez descartada Francia por
razón del idioma. Durante los días en que la guerra pa­
reció inminente, la conducta de todo el mundo fue ejem­
plar, y es maravilloso ver ahora como, al aminorarse la
intoxicación de la paz, tanto el pueblo como el Parla­
mento recuperan el sentido y se enfrentan con la dolo-
rosa verdad. Naturalmente, nosotros también agradece­
mos esta tregua, que, sin embargo, no puede proporcio­
narnos auténtica alegría. El último indicio vuestro fueron
las vistas del bello castillo de Bretaña. Espero que esta­
réis en París de nuevo y que tendré pronto noticias vues­
tras.
Con cálidos saludos para ti, el príncipe (20) y la joven
pareja (21), tu bastante viejo
Freud.

(20) El marido de Marie Bonaparte, príncipe Jorge de Grecia y


Dinamarca.
(21) Su hija, la princesa Eugénie, y el marido de ésta.
196 Sigmund Freud
306. A Yvette Guilbert
20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
24-10-1938.
Mis queridos amigos:
El calor que irradia vuestra carta me produjo gran
placer, y la confianza con que me anunciáis vuestra visita
para mayo de 1939 me conmovió grandemente. A mi edad,
sin embargo, cualquier aplazamiento tiene una triste con­
notación, y ya fue bastante privación durante estos últi­
mos años el no haber tenido ni una hora de rejuveneci­
miento inducido por el hechizo mágico de Yvette.
Muy afectuosamente vuestro,
FreucL

307. A Charles Singer


20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
31-10-1938.
Muy señor mío:
Me alegro de tener, al fin, la oportunidad de establecer
contacto por escrito con usted y le agradezco la autoriza­
ción que me da para hacerlo en alemán. Al mismo tiempo,
deseo a g ra d e c e rte folleto y el informe que me ha trans­
mitido mi hijo £rñst.
La razón de 'nWSsfra correspondencia es, desde luego,
bastante curiosa. Mi librito, que actualmente está en la
imprenta, lleva el título Moses and Monotheism («Moisés
y el monoteísmo») (22), como espero que podrá com­
probar por sí mismo la primavera próxima. Contiene una
investigación basada en presunciones analíticas sobre el
origen de la religión, específicamente el monoteísmo he­
breo, y es esencialmente secuela y prolongación de otra
obra que publiqué hace veinticinco años con el título
Totem and Tabu («Tótem y tabú»). Las nuevas ideas no
afloran fácilmente a la cabeza de un hombre viejo y no
tiene, por tanto, otro remedio que repetirse.
Puede considerársele como ataque a la religión sólo en
cuanto cualquier investigación científica de la fe religiosa
presuponga incredulidad. Ni en mi vida privada ni en
mis escritos he ocultado mi escepticismo total. Cualquie­
ra que interprete el libro desde este punto de vista ten­
drá que admitir que sólo el judaismo, y no el cristianis­
mo, tiene motivos para darse por ofendido por ías con­
clusiones que extrae. Sólo unas cuantas observaciones
marginales, y nada nuevas, aluden a la cristiandad. Lo
más que puede hacer uno es citar el viejo adagio: «Cogi­
dos juntos, colgados juntos.»
No preciso aclararle que tampoco me gusta ofender a
(22) Der Mann Moses und die monothetsttsche Religion (Moses and
Monotheism, «Moisés y d monoteísmo». Londres y Nueva York, 1939,
Editorial Standard, 23).
Epistolario 197

mi propio pueblo. Mas, ¿qué puedo hacer? Me he pasado


toda la vida defendiendo lo que consideraba como ver­
dad científica, aun cuando resultara poco cómodo y desa­
gradable para mis congéneres. Y no voy ahora a terminar
mi vida con una deserción. Su carta contiene la afirma­
ción, que ratifica una inteligencia superior, de que cual­
quier cosa que yo escriba está destinada a provocar falsas
interpretaciones y —esto lo añado yo— indignación. Se nos
ha reprochado a los judíos que el transcurso de los si­
glos nos ha hecho cobardes. (En tiempos fuimos un pue­
blo valiente.) En tal transformación no tuve yo arte ni
parte. Por ello debo arriesgarme.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

308. A David Baumgardt


20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3.
3-11-1938.
Querido profesor Baumgardt:
Le escribo para confirmarle el recibo de su libro (23)
inmediatamente después de la llegada de éste. Si tuviera
que esperar hasta haberlo leído, quizá tardaría demasia­
do. Pero, ciertamente, lo leeré y espero aprender de él, e
incluso hallar la solución al pequeño problema que le iba
a pedir me aclarara.
Durante mi infancia científica, uno de mis profesores
me aseguró en cierta ocasión que nunca leía nada escrito
por gente a la que no conociera, y que después de haber­
le sido presentados los autores, generalmente podía aho­
rrarse la lectura de su producción. Aplicando tal regla a
nuestro caso, he de manifestarle que, después de cono­
cerle, puedo leer su libro sin temor ni recelos.
Con cálidos saludos para usted y su esposa, suyo,
Freud.

309. A Marie Bonaparte


20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
12-11-1938.
Mi querida Marie:
Siempre estoy dispuesto a reconocer, además de tu
diligencia infatigable, la modestia con que dedicas todas
tus energías a la divulgación y vulgarización del psicoa­
nálisis.
Y, sin embargo, dices que harías cualquier cosa por con­
seguir la inmortalidad v que eres ambiciosa. La verdad es
que tus acciones atestiguan un carácter mucho más noble.
(23) Der Kampf um den Lebenssinn unter den Vorläufern der mo­
dern E thi\, Leipzig, 1933 («La búsqueda del significado de la vida
entre lo* precursores de la ética moderna»).
198 Sigmund Freud
Tus comentarios acerca de Tiempo y espacio han resul­
tado mejores de lo que hubieran podido ser los míos,
aunque, en lo que respecta al tiempo, no te había infor­
mado plenamente de mis ideas. Bueno; la verdad es que
ni a ti ni a nadie. Cierta repugnancia que me inspira mi
tendencia subjetiva a dar rienda suelta a la imaginación
me ha hecho siempre contenerme. Si aún deseas enterar­
te, te contaré todo la próxima vez que vengas.
Mi estado de salud no ha registrado por ahora ningún
cambio decisivo. Sigue sin desprenderse el secuestro óseo
y sin desaparecerme las molestias. Los cirujanos son, des­
de luego, unos individuos crueles...
Los últimos pavorosos acontecimientos registrados en
Alemania agravan el problema de lo que podremos hacer
por las cuatro ancianas (24), cuyas edades oscilan entre
los setenta y cinco y los ochenta años. No tenemos me­
dios suficientes para mantenerlas en Inglaterra, y el dine­
ro que les dejamos a nuestra marcha, que ascendía a unos
ciento sesenta mil Schillings austríacos, quizás haya sido
confiscado ya. En cualquier caso, lo perderán si salen del
país. Hemos estado dando vueltas a la idea de buscarles
casa en la Riviera francesa, en Niza o en algún lugar
cercano. Pero ¿sería esto posible?
Yo sigo totalmente improductivo. Puedo escribir cartas,
pero nada más. Anna ha dado tres conferencias que han
alcanzado gran éxito, llegándose a ensalzar incluso su
dominio del idioma.
Con mis más cálidos saludos, tuyo,
Freud.

310. A Time and Tide


(Escrita en inglés.)
20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3.
Al director de Time and Tide:
Llegué a Viena cuando tenía cuatro años, procedente de
una pequeña ciudad de Moravia. Tras setenta y ocho años
de asiduo trabajo tuve que abandonar mi hogar, ver
cómo se disolvía la Sociedad científica que había funda­
do, cómo eran destruidas nuestras instituciones y ocupa­
da nuestra imprenta (Verlag) por los invasores, cómo se
confiscaban o reducían a pulpa los libros que había pu­
blicado y se desposeía a mis hijos de sus respectivas pro­
fesiones. ¿No le parece que debiera reservar las columnas
de su número especial a las declaraciones de personas
ajenas a la raza judía y menos afectadas personalmente
por los acontecimientos que yo?
En este aspecto me viene a las mientes un viejo dicho
francés:
(24) Cuatro de las cinco hermanas de Fieud —que no pudieron
abandonar Austria a tiempo— fueron deportadas y asesinadas por ios
nazis.
Epistolario 199

Le bruit est pour le fat,


La plainte est pour le sot;
Vhonnéte homme trompé
S ’en va et ne dit mot (25).
Me siento profundamente afectado por el pasaje de su
carta en que alude a «cierto incremento del antisemitis­
mo, incluso en este país». ¿No debiera la presente ola
de persecución originar más bien una corriente de sim­
patía?
Respetuosamente suyo.
Sizm. Freud.

311. A Rachel Berdach («Bardi»)


Londres, N. W. 3, 27-12-1938.
Muy señora (¿o señorita?) mía:
Su misterioso y bello libro (26) me ha complacido hasta
un punto tan extremo que me hace dudar de mi opinión.
Me pregunto si es la transfiguración del sentimiento judío
o la sorpresa ante el hecho de que existiera tal visión
psicoanalítica en la corte del brillante y despótico Staufer
(Friedrich II von Hohenstaufen) lo que me impulsa a de­
cir que no había leído nada tan vital ni tan poéticamen­
te concebido desde hacía muchísimo tiempo.
Y, acompañándolo, ¡qué carta tan tímida! ¿Acaso es que
su modestia le hace desestimar sus propios valores?
¿Quién es usted? ¿Dónde adquirió todo el conocimiento
que expresa en su libro? A juzgar por la prioridad que
atribuye a la muerte, debe ser de muy joven.
¿No me dará usted la alegría de visitarme? Tengo tiem­
po libre por la mañana.
Muy sinceramente suyo,
Freud.

(25) Cita de La C o q u e tte C o r rig é e , por d poeta francés La Noue


(1701-1761):

A fu ss b e c o m e s th e f o p ,
C o m p la in in g fits th e f o o li
A n h o n e st m an d e c e iv e d
W ill tr n h is b a c \ in sile n c é .

(El pretencioso grita,


el tonto es quejica,
el hombre honrado y engañado
prefiere quedarse callado.)

(26) D er K a is e r , d ie W eisen u n d d e r T o d , 1937 («El kaiser, los sabios


y la muerte»).
200 Sigmund Freud

1939

312, A Em est Jones


20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
7-3-i939.
Querido Jones:
Sigue sorprendiéndome la escasa capacidad que tene­
mos los seres humanos para vaticinar el futuro. Cuando,
poco antes de la guerra, me habló de fundar una sociedad
psicoanalítica en Londres no podía prever que un cuarto
de siglo más larde llegara a vivir yo tan cerca de ella y de
usted y aún menos que, con tal proximidad, no participa­
ra yo en su celebración.
Pero en nuestras limitaciones tenemos que aceptar todo
como nos lo trae el Destino. Asi, habré de contentarme
con enviar a su Sociedad en esta ocasión un saludo cordial
y mis deseos más sinceros desde tan lejos y, sm embargo,
tan cerca. Los_acontecimientos de los últimos años han
convertido a LonHreS) en sede principal y centro del movi­
miento psicoanalíuco. Que la Sociedad desempeñe las fun­
ciones que así recaen sobre ella con la mayor brillantez.
Su viejo,
Sigm, Freud.

313, A Marie Bonaparte


20, Maresñeld Gardens, Londres, N. W. 3,
284-1939
Mi querida Marie:
No te he escrito durante largo tiempo, mientras tú te
bañabas en el mar azul. Supongo que sabrás por qué y
que incluso podrás reconocerlo en mi escritura. (Ni si­
quiera la pluma sigue siendo la misma; como mi médico
y otros óiganos externos, me ha abandonado.) Estoy bien.
Mi enfermedad y las consecuencias del tratamiento han
provocado este estado, aunque ignoro en qué proporción.
La gente trata de inducir alrededor mío una atmósfera
de optimismo diciéndome que el carcinoma se está redu­
ciendo y que los síntomas de reacción al tratamiento son
temporales. No les creo y no me gusta ser engañado.
Ya sabrás también que Anna no asistirá a la reunión
de París, porque no puede dejarme. Cada vez soy más
incapaz de cuidarme a mí mismo y dependo de ella en
mayor medida. Acogería con los brazos abiertos cualquier
acontecimiento que acortara esta cruel transición. ¿Puedo
seguir esperando verte a primeros de mayo? El hecho
de que hayáis estado en St. Tropez me tranquiliza, pues
Epistolario 201

deduzco que Eugénie se encuentra bien. De no ser así, no


habríais salido de París.
Con esto te saludo cordialmente. Mis pensamientos te
acompañan con frecuencia. Tuyo,
Freud,

(Escrita en inglés.)
20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
16-7-1939.
Estimado señor Wells:
Su carta empieza interesándose por mi salud. Mi res­
puesta es que no estoy demasiado bien, pero que me ale­
graré de tener oportunidad de verles a usted y a la baro­
nesa (1) de nuevo, y que me complace saber que piensa
darme una gran satisfacción (2). Realmente, no podía
usted saber que desde que vine por vez primera a Inglate­
rra, a los dieciocho años, se convirtió en un ensueño fre­
cuente en mí la posibilidad de establecerme en este país
y tomar la nacionalidad inglesa. Dos de mis medio-herma­
nos lo habían hecho así ya quince años antes.
Sin embargo, las fantasías infantiles precisan ser exa­
minadas cuidadosamente antes de admitirlas en el domi­
nio de la realidad. Mi condición es la siguiente: hay dos
criterios acerca de mi caso. Uno de ellos, representado
por mis médicos, mantiene la esperanza de que el trata­
miento combinado de radio y rayos X, que sigo en la
actualidad, curará el último arrechucho de mi tumor ma­
ligno y me dejará libre para enfrentarme con nuevas ven­
turas en mi existencia. Quizás afirman esto sólo oficial­
mente. Hay otro grupo mucho menos optimista, al que yo
mismo me adhiero, habida cuenta de mis dolores y moles­
tias. Supongamos ahora por un momento que el asunto de
la Ley Parlamentaria no pudiera ser arreglado antes que
transcurra un plazo de seis meses o más, y que usted lo
sabe. En tal caso, espero que preferiría usted dejarlo. Por
eso, no sólo tengo interés en verle, sino en que usted me
vea a mí.
En lo que respecta a la hora más apropiada para su
visita, me sugiere usted cualquier tarde a primera hora,
excepto el 18 A mí el día que me viene mejor es el do­
mingo, después de las cuatro. Si mi estado no me permi­
tiera recibirle, se lo haría saber telefónicamente ese mis­
mo día por la mañana.
Con mis gracias más expresivas y mis respetos a la
baronesa, sinceramente suyo,
Sigmund Freud,
(1) Baronesa Moura von Budbcrg.
(2) Wells tenía intención de pedir al teniente de navio Locker-Lamp-
son, diputado, que presentara al Parlamento un proyecto de ley reco­
nociendo la inmediata ciudadanía británica para Freud.
202 Sigmund Freud

315. A Albrecht Schaeffer


20, Maresfield Gardens, Londres, N. W. 3,
19-9-1939.
Querido señor Schaeffer:
¡Con qué alegría he recibido su inesperada carta! ¡Cuán­
tas veces he pensado en mi poeta durante estos tiempos,
vacíos en ciertos aspectos, preguntándome a qué rincón
de este desbarajustado mundo le habían impulsado los
acontecimientos de su patria!
Me alegró muchísimo saber que lo que yo temía no ocu­
rrió y que ha encontrado una compañera tan valiosísima
en su esposa.
No todo lo que pueda decirle de mí coincidiría con sus
deseos, pero tengo más de ochenta y tres años, debiera ha­
ber muerto ya y sólo me queda seguir el consejo de su
poema: Espera, espera (3).
Muy sinceramente suyo,
Freud.

(3) Durante la noche del 22 al 23 de setiembre, a las tres de la


mañana —tres días después de haber escrito estas palabras—, falleció
Freud.

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