La Teoría Clásica Del Crecimiento Económico
La Teoría Clásica Del Crecimiento Económico
La Teoría Clásica Del Crecimiento Económico
economico (1776-1876)
Manuel Moisés Montás Betances.
Febrero, 2008.
Este ensayo tiene por objeto la exposición analítica breve de la teoría clásica del crecimiento
económico, sus axiomas fundamentales, inquietudes y rudimentos. Conforme a su manifiesta
finalidad, nuestro ensayo constará de cuatro partes o secciones. La primera de carácter
introductorio adelanta al lector los elementos historiográficos distintivos de la tradición clásica del
pensamiento económico, mencionando sus antecedentes, representantes e influencia. La segunda
presenta y explica los axiomas esenciales de la teoría, en tanto que la tercera se ocupa de su
ampliación e interpretación política. La cuarta y última sección resume las conclusiones del estudio.
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INDICE DE CONTENIDOS
Desde la publicación de El Capital de Carlos Marx en el año 1864 los historiadores del pensamiento
económico y los economistas en general han acuñado el término “economía clásica” para referirse a
un grupo de pensadores, en su mayoría ingleses, que escriben con la intención de refinar las ideas
económicas expuestas en la afamada “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones” del Dr. Adam Smith publicada en el año 1776, considerada como la obra original del
período y de influencia más decisiva para los economistas que escriben hasta finales del siglo XIX.
Los economistas clásicos escribieron durante una época de acelerado crecimiento económico,
progreso técnico, urbanización y expansión demográfica con motivo de la Revolución Industrial en
una Inglaterra apartada de la actividad bélica.
Las corrientes intelectuales que dieron lugar a la economía clásica provenían básicamente de la
filosofía iusnaturalista, el derecho natural y las obras de los economistas preclásicos. Todas ellas
convergen con lo original en La Riqueza de las Naciones de Adam Smith que a su vez se convertirá en
la obra de mayor referencia para todos los economistas del período clásico.
El derecho natural procuraba que la legislación humana se correspondiera con las leyes naturales
atribuidas habitualmente a la divinidad cuando no a una especie de armonía preestablecida en la
naturaleza misma de las cosas. Según David Hume el derecho natural debía ser deducido de la
experiencia, mediante la razón y aplicado a la regulación de la conducta humana en este mundo. En
este sentido, gracias a los aportes de pensadores como Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke
(1632-1704) los economistas clásicos asumieron una visión optimista de los derechos de propiedad
obtenidos mediante el fruto del trabajo, considerando éstos de vital importancia para el desarrollo.
Durante la segunda mitad del siglo XIX los postulados de la economía clásica demostraron serias
limitaciones y deficiencias para explicar las nuevas interrogantes que se presentaban en el
cambiante panorama económico de los países europeos en su transición hacia el capitalismo
industrial. Los desafíos analíticos, políticos y metodológicos presentados por los nuevos pensadores
marginalistas, los filósofos socialistas y el historicismo alemán marcaron el final de la tradición
clásica del pensamiento económico, la cual sin embargo logró sobrevivir parcialmente a través de la
obra de Carlos Marx y la síntesis neoclásica encabezada por Alfred Marshall.
El comienzo fueron los
fisiocratas y el final los
mencionados en ese
último parrafo
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La Tabla No. 1 incluida en los anexos presenta una relación cronológica abreviada de las principales
publicaciones de cada uno de estos economistas, así como de los pensadores que les precedieron o
renovaron críticamente su legado entre los años 1662 y 1881.
En sentido general los economistas clásicos consideraron que la distribución del producto
económico no se correspondía con ninguna ley natural sino que más bien la misma era un resultado
de las instituciones e iniciativa humanas. De ahí tanto la posibilidad de modificarla como la
problemática inherente a su acertado ajuste con miras a la maximización del ingreso nacional.
El crecimiento económico al que se refieren los clásicos es equivalente a lo que hoy llamamos
ingreso o renta per cápita. Una sociedad no es más rica a causa del enriquecimiento aislado de un
único individuo, sino solamente en la medida en que se incrementa el nivel de ingreso promedio de
todos sus integrantes. Así, cuestiones como el desempleo que podría atribuirse en un momento
dado al comercio internacional, la novedad u obsolescencia tecnológica, la rápida variación en el
número de habitantes o los desaciertos de la administración pública ameritan atención en la medida
en que suponen una reducción de dicho ingreso en los particulares y, por ende, en la sociedad.
Como sucede con cualquier otra teoría, la teoría clásica del pensamiento económico no es de la
autoría exclusiva de una sola persona sino que más bien la misma resulta de la combinación,
contradicción e interacción entre los aportes de varios individuos cuya originalidad conceptual o
analítica alimentan el nivel de conocimiento generalizado que se tiene sobre una misma cuestión.
Los fundamentos o axiomas fundamentales de la teoría clásica del crecimiento económico son
básicamente cuatro: las ideas sobre la división del trabajo adelantadas por Adam Smith, la teoría de
la población refinada por Malthus, la teoría de los rendimientos decrecientes de la tierra articulada
por David Ricardo y las proposiciones del capital esbozadas por John Stewart Mill (Veáse el Gráfico
No.1 incluido en los Anexos). Pero antes que nada los economistas clásicos destacaron la necesidad
e importancia del fenómeno que pretendían explicar.
Ya en los primeros capítulos de la Riqueza de las Naciones Adam Smith establece a partir del
concepto de la división del trabajo una relación estrecha entre el crecimiento económico, la
existencia de la sociedad civilizada, la aparición, proliferación y perfeccionamiento de toda clase de
ciencias, artes y oficios. Esta idea fue extensiva al resto de los economistas clásicos.
Entre los siglos XVI y XVIII los mercantilistas habían asociado la riqueza de una nación con la cantidad
de metales nobles que la misma poseía en un momento dado. Conscientes de que los metales
nobles por sí mismos no pueden satisfacer las necesidades humanas, sino solamente facilitar los
intercambios entre las cosas que son realmente valiosas y necesarias, los fisiócratas relacionaron la
riqueza de un país primordialmente con la cantidad y el uso de sus recursos naturales. En cambio,
Adam Smith relacionó la riqueza de una nación con la laboriosidad de sus habitantes, lo cual le
permitió explicar con éxito la prosperidad de países pequeños o sin una marcada vocación agrícola.
Para Smith el trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio provee de todas las cosas
necesarias y convenientes para la vida que esta requiere. El producto del trabajo o lo que con él se
obtiene a través del comercio guarda una proporción mayor o menor con el número de quienes lo
consumen de la cual depende el bienestar nacional. Esta proporción se regula en cada nación,
cualquiera que sea su situación, por dos circunstancias diferentes. La primera y más importante es
la aptitud, destreza y sensatez con que se ejecuta el trabajo, y la segunda es la proporción de
quienes se encuentran empleados en una labor útil respecto a los que no lo están.
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El mayor potencial productivo del trabajo se alcanza con motivo de su división o reparto entre un
gran número de personas que pasan a especializarse en un cada vez más reducido número de
actividades. La especialización contribuye a elevar la productividad de cada individuo y por
consiguiente la de la sociedad en general al adquirir éstos una mayor destreza en la realización de
sus respectivas labores, al ahorrarse el desperdicio de tiempo inherente al cambio de una actividad a
otra distinta y al facilitar la aparición de técnicas y maquinaria que simplifican o reducen el trabajo.
Smith afirmaba categóricamente que la multiplicación de producciones en todas las artes, originadas
en la división del trabajo, dan lugar, en una sociedad bien gobernada, a una opulencia general
extensiva a todos los miembros de la sociedad. No obstante, la división del trabajo se encuentra
siempre limitada por la población y el capital del cual ésta puede disponer en el presente. De ahí el
interés público en la distinción de las actividades improductivas que aunque sin duda útiles suponen
una contracción neta inmediata a la oferta de capitales tangibles de un país.
El Gráfico No. 2 incluido en los Anexos presenta una ilustración concisa de las ideas de Adam Smith
respecto los orígenes de la riqueza de una nación, las cuales son el punto de partida para el resto de
los economistas en la tradición clásica del pensamiento económico.
El crecimiento económico que permite la mayor y mejor división del trabajo en una sociedad se
encuentra estrechamente emparentado en el pensamiento clásico con el incremento de la
población. En efecto, la mejora en las condiciones de vida de los miembros de una sociedad
permitiría a esta no solo sostener sino también emplear a un mayor número de individuos lo que a
su vez facilita un crecimiento ulterior dado el incremento de la producción y la demanda agregada.
Sin embargo, según Robert Malthus esta situación entraña una dificultad que parece insuperable: la
población eventualmente llega a crecer mucho más rápido de lo que lo hacen los medios necesarios
para su subsistencia. Esto así debido a las restricciones de recursos naturales, las limitaciones de la
tecnología y en definitiva a la extraordinaria capacidad de reproducción humana. Ante la explosión
demográfica que resulta de la incontinencia sexual, cuando no de la caridad pública, corresponde a
la naturaleza (por medio de las catástrofes, la enfermedad y el hambre) o a los vicios (como la
guerra, los crímenes y homicidios) encausar el necesario equilibrio entre la oferta de medios y el
número de habitantes bien sea al elevar las defunciones o al reducir los nacimientos.
La necesariamente crucial relación entre la oferta de los medios de subsistencia y la población puede
ser interpretada en términos del salario real devengado por los trabajadores en un momento dado.
Cuando los salarios superan el nivel de subsistencia o mejoran las condiciones de vida en una
sociedad la población aumenta con rapidez, por lo que los salarios tienden a descender. Cuando el
descenso en los salarios supera el nivel mínimo de subsistencia, cuando las condiciones de vida se
deprimen, la población disminuye lo cual eventualmente favorece un nuevo aumento de los salarios.
Los extraordinarios incrementos en la población de Estados Unidos e Inglaterra desde mediados del
siglo XVIII con motivo de la Revolución Industrial, con sus respectivos episodios de miseria para los
trabajadores urbanos, parecieron avalar empíricamente las ideas de Malthus favoreciendo su amplia
discusión y posterior acogida con sentido crítico. No obstante, algunos pensadores como Nassau
Senior rechazaron la equivalencia malthusiana entre el aumento de la riqueza con el de la población.
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Nassau Senior clasificó por primera vez los bienes de consumo de acuerdo a su relevancia en
necesidades, decencias y lujos. Con el desarrollo económico, los lujos de una generación se
convierten en las decencias de la siguiente y eventualmente en las necesidades de las posteriores. El
deseo de preservar el status socioeconómico alcanzado, la esperanza de prosperar más aún en este
mundo, son motivaciones tan fuertes como las que llevan al matrimonio y a la procreación por lo
que un aumento en los niveles de vida provee un freno automático contra el aumento demográfico.
El resto de los economistas clásicos que escribieron después de la divulgación de las ideas de
Malthus a partir del año 1798 reconocieron la influencia del incremento demográfico en sus ideas
sobre el crecimiento a través de los salarios, si bien no compartieron el pesimismo de quien fuera su
original divulgador. McCulloch y John Stuart Mill se mostraron más optimistas respecto a las
posibilidades del progreso tecnológico, la innovación y la maquinaria para frenar el descenso de los
salarios por debajo de los niveles de subsistencia.
La expansión demográfica conduce invariablemente a que sea necesario el empleo de más capital y
trabajo en los suelos ya cultivados, cuando no su extensión a terrenos de explotación menos
productiva. Esto así a fin de obtener los alimentos necesarios para el sustento de la gente y las
mercaderías para el posterior intercambio comercial. Sucede que el empleo de unidades sucesivas
de capital y trabajo sobre una misma parcela de tierra resulta cada vez menos productivo en
términos de su aportación al producto total. Igual ocurre cuando se tienen que utilizar tierras menos
fértiles, incómodas o distantes de los centros urbanos. De manera que el crecimiento económico
encuentra una barrera en la cantidad y naturaleza de los suelos.
Más aún, como bien observó David Ricardo, el empleo de tierras menos fértiles así como la escasez
relativa de todas las tierras homogéneas en cuanto a la calidad de su suelo añade a éstas un valor
adicional que pasa a ser requerido por los terratenientes en compensación por su uso. Dicho valor
adicional se denomina renta y guarda una proporción con las diferencias en la productividad de tal
manera que se igualan los costes de producción respecto a las tierras menos productivas sea por
causa de su fertilidad, localización, trabajo o capital adicional requerido.
Los rendimientos decrecientes sobre el trabajo y el capital empleados en la tierra, así como las
rentas que en ellos se origina, reducen progresivamente los beneficios obtenidos de la actividad
agrícola, como también la del resto de las actividades en la economía por medio del encarecimiento
de los alimentos y el consecuente aumento de los salarios por lo que eventualmente el crecimiento
económico se detiene en una especie de estado estacionario en el cual ni la población ni la riqueza
aumentan sino que solamente se mantienen en un mismo nivel estático. Llegados a este punto, los
economistas clásicos comenzaron a preguntarse respecto a que tan deseable sería la llegada de
dicho estado estacionario y de qué manera distintos fenómenos económicos, especialmente los
bienes de capital y la tecnología aceleraban o retrasaban su venida.
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El trabajo empleado sobre los recursos naturales en la producción de algún producto cuya obtención
no es inmediata sino más bien prolongada en el tiempo presupone la existencia de fondos que
permitan garantizar el sustento de la población trabajadora hasta entonces, cuando no la
disminución en la cantidad de trabajo requerido o la reducción de la espera necesaria. Dichos fondos
han de provenir necesariamente de una acumulación anterior de productos del trabajo no
consumidos en su momento, preservados en la forma de alimentos, herramientas, maquinaria y
edificios. Esta provisión acumulada de productos anteriores, únicamente en tanto destinadas a la
actividad productiva, se denominan capital. El capital no es sinónimo de riqueza o dinero; éstos se
relacionan con el capital únicamente a través de su capacidad de ser intercambiados por otras
mercancías que si pueden sostener y contribuir con el trabajo productivo, lo que no puede suceder
en ausencia de una acumulación anterior que las mantenga razonablemente disponibles.
Con base en estas observaciones y en gran medida a consecuencia de ellas, J. S. Mill contribuyó
considerablemente al refinamiento de la teoría clásica del crecimiento económico al asumir en sus
Principios de Economía Política (1848) la tarea de esclarecer el concepto y la relevancia económica
del capital, a propósito de lo cual formuló cuatro proposiciones fundamentales:
1. La actividad económica se encuentra limitada por el capital disponible: Esto implica que
ninguna actividad puede emplearse con mayor extensión de lo que el capital permite. Sin
embargo, no porque la actividad se encuentre limitada por el capital debe deducirse que se
alcanza siempre este límite. Una parte del capital puede encontrarse sin empleo, como
cuando se tienen mercancías pendientes de venta, o puede que se encuentre en la
búsqueda de nuevos destinos de inversión. Puede suceder asimismo que no puedan
obtenerse tantos trabajadores como el capital podría emplear y mantener. Si por un lado
toda actividad productiva está limitada por el capital, por otro, todo aumento del mismo
proporciona o es capaz de proporcionar empleo adicional a la actividad indefinidamente, es
decir, que siempre que existan seres humanos capaces de trabajar y alimentos para nutrirlos
éstos podrán ser empleados en producir algo. No es la falta de trabajadores lo que suele
limitar la riqueza sino más bien la falta de productores y recursos productivos.
2. El origen del capital es el ahorro. Todo lo que cualquiera emplea en sostener y realizar
cualquier trabajo que no sea el suyo propio tiene que haber sido acumulado en su origen por
el ahorro; alguien tiene que haberlo producido absteniéndose de consumirlo. Dado un
determinado nivel de consumo, se ahorra cuando se produce más o se consume menos.
3. El capital aunque se ahorra y es resultado del ahorro también se consume. El empleo del
capital supone su destrucción mediante la compra de bienes y servicios que desaparecen
total o gradualmente con su uso. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con el gasto
improductivo eventualmente el gasto o consumo juicioso del capital repone los valores
destruidos con una ganancia añadida. Así, el capital prolonga su existencia a través del
tiempo no por conservación, sino por reproducción perpetua.
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Con las proposiciones fundamentales del capital de John Stewart Mill los fundamentos de la teoría
clásica del crecimiento económico quedan aglutinados en un cuerpo conceptual coherente,
integrado y definido según la secuencia lógica que esbozamos a continuación.
Mucho antes de que la actividad económica se inicie aún en su forma más elemental y primitiva, se
requiere la existencia de un capital, las más de las veces provisto por la naturaleza, cuando no por la
violencia de instituciones tales como la esclavitud o la servidumbre, que procuran a la humanidad
siquiera precariamente alguna forma de sustento en tanto que el trabajo humano logra ser lo
suficientemente productivo como para sostener una población cuyas dimensiones permiten el que
sea cada vez más efectiva la división del trabajo entre sus integrantes. Esto a su vez facilita la mayor
acumulación de capital merced a las mejoras en la productividad.
Los aumentos sucesivos de capital y la cada vez mejor división del trabajo acaban por mejorar las
condiciones de vida por lo que el crecimiento de la población comienza a acelerarse. Tiene lugar
entonces una expansión económica basada en el crecimiento sostenido del capital, el trabajo y la
población, si bien esta última lo hace con mayor rapidez. Los salarios requeridos por los trabajadores
tienden a descender, tanto por su elevada oferta como por el abaratamiento de los bienes
introducidos por las mejoras en la productividad, hasta un nivel mínimo de subsistencia. El
crecimiento demográfico tornase entonces más lento, bien sea por la restricción moral (prudencia) o
por las muertes causadas por las enfermedades, los conflictos violentos, el hambre y los vicios.
La reducción de los salarios a un nivel de subsistencia genera ahorros de capital al permitir que un
mismo capital pueda emplear una mayor cantidad de trabajo. La especialización laboral aporta
asimismo nuevas tecnologías y maquinarias al proceso productivo. Ambos factores contribuyen a la
concentración y acumulación creciente de capitales. La población sigue en aumento. No obstante, la
alimentación de tan nutrido grupo de individuos traerá consigo la explotación más intensiva y
extensiva de los suelos. Los cultivos se extienden desde las tierras mejores, sea por su fertilidad o
ubicación -asociada aquí a los costes de transporte-, a las peores. Aparecen entonces las rentas
requeridas por los terratenientes por el uso de sus suelos, se hacen asimismo más evidentes los
rendimientos decrecientes del capital y el trabajo empleados en la tierra.
La pérdida de productividad generada en los suelos acaba extendiéndose a través de los precios de
los alimentos al resto de las actividades productivas. Los salarios de subsistencia ascienden y
también lo hacen las rentas. La situación se agrava en la medida en que el comercio, la adición de
nuevos territorios, la tecnología y la innovación resultan incapaces de compensar la pérdida
generalizada de la productividad. Los beneficios se reducen hasta paralizar las nuevas inversiones. El
crecimiento se detiene y la riqueza permanece constante en el estado estacionario (Gráfico No. 3).
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Con la notable excepción de Nassau Senior, los economistas clásicos no concibieron la economía
como una ciencia divorciada del quehacer político, en tanto que herramienta útil en la búsqueda del
bienestar material de los pueblos. Aunque por una parte, influidos por el auge de las ciencias físicas,
pretendieron identificar las leyes universales e invariables de los procesos económicos esbozando así
una ciencia de lo que es, por el otro no renunciaron a las posibilidades del ser humano de hacer uso
de dichas leyes para encausar lo que debería ser. Ciencia y opinión, verdad y criterio moral coincidían
entonces en lo que ellos decidieron llamar Economía Política.
En efecto, fueron numerosos los economistas clásicos que como Henry Thornton, David Ricardo,
Jean Baptiste Say, Nassau Senior y John Stewart Mill mantuvieron una destacada actividad política
de forma paralela o complementaria a su labor académica. Igual sucedió con muchos de los
reformadores y críticos de la tradición clásica hasta los posteriores intentos de despolitización y
formalización de la ciencia económica a finales del siglo XIX a manos de pensadores como William
Stanley Jevons (1835-1882), Léon Walras (1834-1910) , Carl Menger (1840-1921) y Alfred Marshall
(1842-1924). No obstante, el clásico maridaje entre la Economía y la teoría política perdura aún
hasta nuestros días a través de la influencia de reconocidos economistas modernos como John
Maynard Keynes (1883-1846), Friedrich Von Hayek (1899-1992) y Milton Friedman (1912-2006).
En este tercer y último apartado de nuestro estudio examinaremos con más detalle algunas de las
ampliaciones más importantes al sencillo modelo de crecimiento de la economía clásica: el gobierno,
el dinero, la mecanización acelerada y el comercio internacional. Su inclusión tiene que ver más con
la forma (velocidad, costes sociales y políticos) en la que se materializa el crecimiento y no con las
cuestiones de fondo que le originan según los fundamentos de la teoría expuestos en la sección
anterior. La Tabla No.2 incluida entre los anexos de este ensayo presenta una síntesis de las ideas y
políticas recomendadas por cada uno de los principales economistas clásicos respecto a la dinámica
del crecimiento económico, considerando las ampliaciones descritas en esta sección.
A diferencia de otras ciencias cuyo objeto de estudio es la materia inerte y las fuerzas que sobre esta
interactúan, la ciencia económica tiene que ver con el bienestar material y la supervivencia misma
de un gran número de personas. El conocimiento –científico- que sugiere tanto la comprensión de la
realidad presente como el cauce futuro de las cosas trae consigo la obligación moral de una cierta
forma de intervención -política- que permita evitar o aminorar el malestar general de los individuos.
La certeza de un mayor bienestar futuro en modo alguno justifica la indiferencia a las penurias
presentes. En el pensamiento clásico, la economía es por tanto una ciencia inseparable de la
interacción con los seres humanos que son a un mismo tiempo, su origen, razón de ser, objeto de
estudio y finalidad. La forma de dicha interacción es la política, que es de por si un asunto de Estado.
En la tradición clásica del pensamiento económico el Estado es la fuerza que dirige los destinos de la
nación armonizando por medio de la ley las amplias libertades particulares con lo que al bienestar
general de la sociedad concierne o las circunstancias del momento demandan. Contrario a lo que se
ha creído en el pasado, los economistas clásicos no fueron profetas de la libertad absoluta e
irrestringida (laissez-faire) sino más bien defensores del valor de la libertad particular y de los
derechos de propiedad como elemento inseparable de aquella.
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En sentido general las ideas sobre la intervención estatal en la economía pueden caracterizarse con
base en tres elementos cuya particular definición caracterizará la teoría del Estado de cada grupo de
pensadores; a saber, una teoría del conocimiento, un criterio moral universal y una idea sobre las
posibilidades o límites de la intervención. La ponderación asignada a cada uno de estos factores
definirá la acción del estado en principio como innecesaria o necesaria; y más allá de este punto,
accesoriamente, como respuesta a la incapacidad de los individuos de saber lo que es mejor para
todos, para elegir en consecuencia lo que más conviene o actúar en este sentido.
Respecto a nuestro primer criterio, los economistas clásicos en tanto influidos por las ideas
ilustradas y la filosofía iusnaturalista, consideraban que solamente el individuo era capaz de
comprender acertadamente su situación, acaso también la de su familia, pero no la de la totalidad
de los miembros de una sociedad numerosa. Esta realidad adelanta de incompetente e innecesaria
la intervención del Estado más allá de la delimitación de las libertades particulares; como el Estado
no puede comprender la realidad extensa, su participación solo se considera preferible en los casos
de interés público en los que por alguna razón fracasaría o no surgiría la iniciativa privada.
La economía política clásica reconocía las posibilidades de intervención del Estado en la economía
mediante la legislación, la moneda, la compraventa de bienes o servicios y, en última instancia
mediante la coacción directa en situaciones de gran peligro o extraordinaria necesidad.
La legislación suele ser considerada por los clásicos como el instrumento idóneo de la intervención
estatal allí donde se le estima necesaria. Esto se debe a que la misma, cuando procede de procesos
democráticos y ha sido debidamente articulada, no hace sino armonizar las libertades particulares
en torno al bienestar colectivo. La legislación funciona al cambiar los incentivos que configuran la
conducta económica de los individuos, como en el caso de los impuestos al lujo, cuando no
penalizando el acto indeseado.
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Es asimismo la legislación útil para contener los excesos del gobierno cuando no para encausar
armónicamente mediante la tributación los esfuerzos particulares hacia el desarrollo de esfuerzos
colectivos a favor de la aparición de bienes (carreteras, puertos, hospitales, escuelas, adelanto
tecnológico) y servicios públicos (la justicia, la defensa nacional, entre otros).
Podemos concluir por tanto que a diferencia de los anarquistas los economistas clásicos consideran
la intervención estatal necesaria o cuando menos preferible allí donde no resultan posibles
soluciones de mercado (la construcción de bienes públicos, la educación primaria y los monopolios
protegidos sobre bienes con demanda inelástica, por mencionar algunos) o cuando las mismas no
resultan congruentes con el bienestar general a corto plazo (elevado desempleo a causa de la
innovación tecnológica, trabajo infantil, intereses altos, mendicidad y pauperismo, entre otras).
En la dinámica del crecimiento, según la teoría clásica el Estado desempeña una triple función, como
promotor, regulador y garante de las libertades y derechos adquiridos sobre sus resultados. El
Estado es promotor del crecimiento en la medida en que interviene en la organización económica de
la sociedad permitiendo una mayor acumulación de capital de manera más acelerada. Desempeña
asimismo una función reguladora en tanto que vigilante de cualesquiera formas de deterioro en la
calidad de vida de la sociedad en su conjunto o de cierto grupo de sus integrantes. Sin embargo, su
atribución más decisiva y elemental es la de garantizar en todo momento las libertades particulares,
los derechos de propiedad y los contratos inherentes al ejercicio de las mismas.
Los excedentes de producto que permite la división del trabajo conducen al incremento de la
actividad comercial mediante el trueque sencillo de las mercancías. Sucede que no todas las
mercancías circulan con la misma rapidez o facilidad en una economía, y es precisamente esta
diferencia en la velocidad de circulación lo que adelanta la gradual aceptación de una única
mercancía como el medio de cambio y la medida de valor de todas las demás. Esta mercancía es el
dinero, que ha sido distinto a través de las civilizaciones y las épocas, aunque durante mucho tiempo
se ha dispuesto de los metales nobles para esta función debido a su facilidad de manejo, facilidad de
transporte, valor estable y alto a través del tiempo.
Dinero no es lo mismo que riqueza, insisten en afirmar los economistas clásicos. El dinero solamente
expresa la relación de valor y facilita el cambio entre diferentes mercancías, pero no aumenta por sí
mismo la cantidad producida de éstas. Sin embargo, el dinero y el crédito contribuyen a acelerar el
crecimiento económico en la medida en que reducen los costos de transacción o facilitan la actividad
comercial permitiendo una mayor acumulación de capital. Según algunos autores de la época como
Henry Thornton, tanto el dinero como el crédito influyen además en la conducta económica de los
individuos a través de las expectativas.
Lo importante del dinero a los fines del crecimiento no será tanto su naturaleza como la forma en la
que se dispone de él entre usos productivos o improductivos alternativos, así como la prudencia de
su manejo en el sistema bancario. Los economistas clásicos recomiendan en esta línea la supervisión
cuidadosa de dicho sistema por un único banco central que actúa además como prestamista de
última instancia ante situaciones de extraordinaria dificultad para cualquier banco del sistema.
Encomiendan asimismo al banco central o al gobierno la regulación de la emisión y calidad
monetarias a fin de reducir las quiebras, los fraudes y la inflación.
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La Revolución Industrial que tuvo lugar en Inglaterra desde principios del siglo XVIII hasta bien
entrado el siglo XIX trajo consigo la mecanización de un sinnúmero de procesos productivos. La
maquinaria reemplazaba al trabajo humano, abreviando las tareas e incrementando la producción,
lo cual unido a una adecuada demanda interior o exterior del producto favorecía indudablemente el
crecimiento económico nacional permitiendo una mayor acumulación de capital. No obstante, el
desempleo de un creciente número de trabajadores, atrajo la atención de los economistas clásicos al
establecimiento de una relación entre el adelanto tecnológico y el nivel de empleo.
Otro problema abordado por los economistas clásicos relacionado de algún modo con la
mecanización acelerada tenía que ver con la posibilidad de que tuviera lugar una sobreproducción
generalizada de mercancías que conduciría a un agravamiento considerable de la situación
económica. Sobre este particular, Jean Baptiste Say sostuvo que una sobreproducción generalizada
de mercancías era imposible ya que toda actividad productiva tiende a crear las condiciones de
demanda que la sustentan, de manera que la oferta y la demanda agregadas de una economía son
necesariamente iguales, las dos perspectivas de un mismo intercambio entre valores equivalentes.
Esta afirmación ha sido reconocida en la historia de la economía como la Ley de los mercados o Ley
de Say. Según este reconocido economista francés, los desequilibrios que se presentan entre la
oferta y la demanda de una mercancía son recíprocos al de otras, por lo que no puede presentarse
ninguna sobreproducción generalizada. Más aún, los desajustes tienden a corregirse por sí mismos
mediante su efecto sobre la producción: Cuando una mercancía abunda demasiado, las pérdidas en
la que incurren los productores frenan su producción. Cuando tiende a ser escasa, los beneficios
extraordinarios que obtienen sus productores aceleran la producción.
1
Mill, John Stuart. Principios de economía política.Edición de Sir W.J. Ashley del año 1909 con base en la última
edición publicada por el autor en 1871. Segunda edición en español del Fondo de Cultura Económica del año
1978. El párrafo citado aparece en la página 109 de esta edición, capítulo VI.
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Casi todos los economistas clásicos compartieron el punto de vista de Jean Baptiste Say sobre el
equilibrio general entre la oferta y la demanda que prevalecería hasta la aparición de la Teoría
General de John Maynard Keynes en 1936 quien rescató del olvido y amplió los argumentos
disidentes de Robert Malthus sobre este particular. Para Malthus, no toda la demanda se hace
efectiva, es decir, que no toda la demanda posible se materializa en un momento dado a causa del
ahorro realizado fundamentalmente por los capitalistas con miras a mejorar su posición. El gasto de
las clases trabajadoras puede resultar insuficiente para absorver toda la producción excedente, lo
cual resulta en una desaceleración más o menos dramática de la actividad económica, reconocida
hoy en la forma de crisis. Resulta por tanto aconsejable que una nación cuente con un gran número
de consumidores improductivos para evitar la sobreabundancia o el desempleo de capitales. Estos, o
en última instancia el Estado a través de un incremento en el gasto público –especialmente en obras
de infraestructura- pueden compensar la caída en el consumo por causa del ahorro.
A los fines de la teoría clásica del crecimiento económico, las ideas predominantes de Say
condujeron a la apreciación implícita de que todo el capital y el trabajo se encontraban plenamente
empleados a través del tiempo, salvo contadas excepciones de carácter más bien temporal que
habrían de autocorregirse merced a su influencia sobre los incentivos inmediatos a la producción. El
esquema de crecimiento consecuente era más bien lineal a largo plazo. Los planteamientos de
Malthus sobre la acelerada expansión demográfica y la no necesaria equivalencia entre la oferta y la
demanda efectiva, delinearon el carácter cíclico de la dinámica del crecimiento en la teoría clásica.
Factor este que fue entonces obviado merced al enorme interés de los clásicos en el equilibrio y el
horizonte temporal del largo plazo en el cual -sentencia Keynes- todos estaremos muertos.
Según los economistas clásicos, encabezados en este tema por Smith y David Ricardo, el comercio
internacional favorece el crecimiento económico de dos maneras. Por un lado, permite la obtención
de economías de escala sobre la producción al expandir rápidamente los mercados disponibles para
una mercancía determinada que ya se produce a nivel nacional. Por el otro, mejora la división del
trabajo liberando capital y trabajo asignados a actividades menos productivas para su posterior
utilización más provechosa en las actividades en las que el país cuenta con ventajas comparativas
frente a los extranjeros, es decir, aquellas actividades en las que su productividad suele ser mayor.
La teoría de las ventajas comparativas de Ricardo establece que a medida que se incrementa la
productividad general en un país –su ventaja absoluta- también lo hace el coste de oportunidad
entre sus diversas alternativas de producción, por lo que este tiende a especializarse abasteciéndose
en el extranjero de los productos en los que su productividad resulta relativamente menor. El
comercio permite elevar entonces la productividad de todas las naciones involucradas, las cuales se
benefician por igual de la compra (importación) y venta (exportación) de mercancía al extranjero.
Esta teoría, que algunos dicen que David Ricardo usurpó de un ensayo de Robert Torrens publicado
en 1815, presupone una cierta igualdad entre los principios o leyes económicas que rigen el
comercio entre las diversas regiones de un país con las que rigen el comercio internacional. No
obstante, la especialización comercial internacional encuentra un límite en la rigidez del trabajo y el
capital para desplazarse de un país a otro.
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Los clásicos concibieron los precios como la expresión monetaria de la relación entre la oferta y la
demanda de una mercancía en un momento dado. Análogamente, el nivel general de los precios
resulta de la relación entre la oferta total de dinero y la demanda agregada de éste inherente a la de
mercancías. Cuando el nivel general de precios en un país resulta relativamente más bajo respecto a
otro, se fomentan las exportaciones, en el caso contrario sucede lo propio con las importaciones. Es
imposible que la balanza comercial de un país sea indefinidamente favorable o desfavorable; el saldo
final de la balanza comercial supone la entrada o salida de dinero a la economía del país que acaba
por nivelar el nivel general de precios entre los diversos países.
IV. Conclusiones.
Según tuvimos la oportunidad de ver en la primera sección de este ensayo, los economistas clásicos
comparten un trasfondo filosófico-moral, una visión del ser humano y la sociedad en virtud de la
cual los individuos en la búsqueda de su propio interés -en tanto sujetos a un determinado marco
legal- acaban por beneficiarse no solo a sí mismos sino también a la sociedad en la que viven.
Fue precisamente el interés por dicho ascenso civilizador y su progresión histórica lo que motivo a
los economistas clásicos a interesarse por la dinámica del crecimiento económico, considerado como
la causa que necesariamente antecede al progreso material de la humanidad. Sus teorías pueden ser
consideradas como la búsqueda de una explicación racional a este proceso, cuando no una reacción
ante sus resultados previsibles, alimentada por el interés científico-filosófico en la definición de leyes
universales e invariables y la preocupación política por el bienestar general.
V. Bibliografía consultada.
Blaug, Mark. “Teoría económica en retrospección”. Primera edición, segunda reimpresión. Fondo de
Cultura Económica, año 1988.
Ekelund, Robert B. & Hérbert, Robert F. “Historia de la teoría económica y su método”. Tercera
edición en español. Editora McGraw Hill, año 2001.
Hahne Rima, Ingrid. “Desarrollo del análisis económico”. Primera edición en español de la quinta
edición en inglés. Editorial Irwin, año 1995.
Mill, John Stuart. “Principios de economía política”. Edición de Sir W.J. Ashley del año 1909 con base
en la última edición publicada por el autor en 1871. Segunda edición en español del Fondo de
Cultura Económica del año 1978.
O’ Brien, Dennis Patrick. “Los economistas clásicos” versión española de Carlos Rodríguez Braun.
Primera edición en español de la edición inglesa de 1975. Alianza Editorial, año 1989.
Smith, Adam. “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” traducción al
español de Gabriel Franco. Décima reimpresión de la segunda edición. Fondo de Cultura Económica,
año 1999.
Thornton, Henry. “Una investigación sobre la naturaleza y los efectos del crédito papel en Gran
Bretaña”. Primera edición en español de la edición inglesa de 1802. Ediciones Pirámide, año 2000.
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ANEXOS
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Tabla No.1
Cronología abreviada de publicaciones relevantes a la economía clásica entre 1662 y 1881.
Tabla No.2
Cronología de los principales economistas clásicos y sus ideas sobre el crecimiento.
Gráfico No.1
Los fundamentos de la teoría clásica del crecimiento económico.
RICARDO:
Rendimientos
decrecientes de
la tierra.
SMITH:
División y
utilidad
del trabajo.
MILL: MALTHUS:
Proposiciones Teoría del
fundamentales crecimiento de
sobre el capital. la población.
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Gráfico 2
La riqueza de las naciones según Adam Smith ( 1776 ).
Aumento de la
destreza laboral
(especialización)
Ahorro de tiempo
en cambio de
tareas.
División del Cooperación e
Trabajo Interdependencia
Mejoras
Tecnológicas e
innovación
Riqueza de una Productividad del Comercio
nación trabajo empleado Internacional
Sociedad
mercantil
Acumulación de Aparición del
Capital dinero.
Definición del
Valor Mercantil
Aumento de
la población y
la demanda
Acumulación
de capital
Gráfico 3
El proceso de crecimiento económico a largo plazo según la teoría clásica.
Y5
Y4
Y3
Rentas
Y2
Y1
Beneficios
N1 N2 N3 N4 N5
Población y fuerza de trabajo (N).
Fuente: Basado en Hahne Rima, Ingrid. Desarrollo del análisis económico, 1era edición. Editorial Irwin, año 1995.
Explicación: En las etapas iniciales del desarrollo, una población pequeña (N1) solamente tiene
necesidad de explotar los mejores suelos para producir el producto (Y1) que excede
considerablemente lo requerido para su subsistencia. Consecuentemente, los costes de los
alimentos son bajos y con ellos, también los salarios requeridos por los trabajadores. La renta
económica que requieren los terratenientes es baja o nula en tanto no escasean las tierras. En este
contexto los que logran reunir algún capital y lo emplean en la producción devengan importantes
beneficios debido a la elevada productividad del trabajo con relación a su coste. Los cada vez
mayores beneficios que proceden de las economías de escala que logran los capitalistas mediante el
empleo de un mayor número de trabajadores suministrados tanto por la migración como por la
expansión demográfica nos aproxima a la situación (N2,Y2) en la que resulta necesario recurrir a los
suelos de inferior calidad, cuando no a la explotación intensiva de los ya empleados. En
consecuencia, se aprecian los mejores suelos respecto a los peores incrementándose tanto las rentas
como el precio de los alimentos y con éstos los salarios. La expansión económica continúa hasta que
los adelantos tecnológicos, la adición de nuevos territorios, los movimientos demográficos, el
comercio y la maquinaria son incapaces de compensar las pérdidas en la productividad general del
trabajo y el capital empleados. El nivel de beneficios disminuye gradualmente ante la presión
conjunta de las rentas y salarios en ascenso, eventualmente llega un punto –el estado estacionario-
en el que se agotan los incentivos para la expansión por lo que esta se detiene y permanecen así
constantes indefinidamente el producto, la población y los salarios en un nivel de subsistencia.
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Gráfico No. 4
Mapa conceptual de la Teoría Clásica del Crecimiento Económico ( 1776-1886 ).
Crecimiento
Económico
Intervención y
abuso Estatal
Tolerancia religiosa
Desempleo de
recursos
Administración del
crecimiento