HOBSBAWM Eric, La Era Del Imperio, 1875-1914 - Removed

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36 LA F.RA D E L IM PER IO .

I875-19M LA R EVO LU C IÓ N C EN T EN A R IA 37

favor del vapor en el decenio de 1880. L a tradición predominaba aún en el en 1880 en una serie de países, pero no en todas partes, y en muy modestas
agua, muy especialmente, a pesar del cambio de la madera a! hierro y de proporciones en comparación con el cambio que se experimentó a partir de
la vela al vapor, en todo lo referente a la construcción, carga y descarga de 1880 e incluso después. (L a alimentación es la causa más decisiva de ese
los barcos. aumento de la estatura humana.)* L a expectativa media de vida al nacer era
¿Hasta qué punto habría prestado atención un observador atento y serio, todavía suficientemente baja hacia 1880: de 43 a 45 años en las principales
en la segunda mitad del decenio de 1870, a los avances revolucionarios de la zonas «desarrolladas»,* aunque en Alem ania se hallaba por debajo de los 40,
tecnología que se estaban incubando o que estaban viendo la luz en ese mo­ y de 48 a 50 en Escandinavia.1' (H acia 1960, en estos mismos países era de
mento: los diferentes tipos de turbinas y motores de combustión interna, el 70 años.) La expectativa de vida aumentó considerablemente con el cambio
teléfono, el gram ófono y la bom billa eléctrica incandescente (que acababan de siglo, aunque esta tendencia fue afectada por un descenso notable en la
de ser inventados), el automóvil, que hicieron operativo Daim ler y Benz en mortalidad infantil.
la década de 1880, sin mencionar la cinematografía, la aeronáutica y la ra­ En resumen, la mayor esperanza para los pobres, incluso en las zonas « d e ­
diotelegrafía, que se pusieron en funcionamiento en el decenio de 1890? Casi sarrolladas» de Europa, era todavía ganar lo suficiente para mantener unidos
con toda seguridad, habría esperado y anunciado importantes avances en to­ el cuerpo y el alma, tener un techo sobre la cabeza y la ropa necesaria, espe­
dos los campos relacionados con la electricidad, la fotografía y la síntesis cialmente en los momentos más vulnerables de su ciclo vital, cuando las pa­
química, aspectos suficientemente familiares ya, y no se habría sorprendido rejas tenían hijos que no habían alcanzado aún la edad de ganarse el sustento
de que la tecnología consiguiera superar un problema tan o bvio y urgente y cuando los hombres y mujeres envejecían. En las zonas «desarrolladas» de
com o la invención de un motor m óvil para mecanizar el transporte por Europa ya no se pensaba en el hambre como una contingencia posible. Inclu­
carretera. N o se podría esperar que hubiera anticipado la aparición de las on­ so en España, la última gran crisis de hambre tuvo lugar en los años 1860. Sin
das de radio y la radiactividad. Ciertamente, habría especulado — ¿cuándo no embargo, en Rusia el hambre era aún una circunstancia de la vida bastante
lo han hecho los seres humanos?— sobre las perspectivas del hombre de significativa: lo sería en 1890-1891. En lo que más tarde se conocería como
poder volar y se habría sentido esperanzado al respecto, dado el optimismo el «tercer m undo», el hambre seguía siendo endémica. Sin duda, estaba apa­
tecnológico reinante en la época. Todo el mundo estaba ansioso de nuevos reciendo un sector importante de campesinos prósperos, así como en algunos
inventos, cuanto más sensacionales mejor. Thomas A lva Edison, que en 1876 países existía un sector de trabajadores especializados o manuales «respeta­
puso en marcha en M enlo Park (N u eva Jersey) el que probablemente fue bles», capaces de ahorrar dinero y de comprar más de lo estrictamente nece­
el primer laboratorio industrial privado, se convirtió en un héroe para los sario para la vida. Pero lo cierto es que el único mercado cuyos beneficios
norteamericanos con su primer fonógrafo en 1877. Pero, con toda seguridad, tentaban al hombre de negocios era aquel que estaba pensado para las rentas
no habría esperado las transformaciones producidas por todos esos inventos de la clase media. L a innovación más dcstacable en la distribución fue la de
en la sociedad de consumo, pues, de hecho, excepto en los Estados Unidos, los grandes almacenes, que aparecieron en primer lugar en Francia, en N o r­
esas transformaciones serían relativamente modestas hasta la primera guerra teamérica y el Reino Unido y que comenzaban a penetrar en Alemania. El Bon
mundial. Marché, el W hiteley’s Universal Emporium o Wanamakers no estaban pen­
A s í pues, el progreso era especialmente visible en la capacidad para la sados para las clases obreras. En los Estados Unidos, con su gran masa de
producción material y para la comunicación rápida y a gran escala en el mun­ consumidores, se preveía ya la existencia de un mercado masivo de produc­
do «desarrollado». L o s beneficios de esa multiplicación de la riqueza no ha­ tos estandarizados de tipo medio, pero incluso allí el mercado masivo de los
bían alcanzado todavía, en 1870, a la gran mayoría de la población de Asia, pobres quedaba todavía en manos de las pequeñas empresas, para las que era
Á frica y la mayor parte del cono sur de América Latina. Es difícil decir has­ rentable aprovisionar a los pobres. La producción masiva moderna y la eco­
ta qué punto habían llegado al grueso de la población en las penínsulas del sur nomía de consum o de masas no habían llegado todavía, pero no tardarían
de Europa o en el imperio zarista. Incluso en el mundo «desarrollado» se dis­ en hacerlo.
tribuían de forma muy desigual entre el 3,5 por 100 de la población que cons­ Pero el progreso parecía también evidente en lo que a la gente todavía le
tituían las clases pudientes, el 13-14 por 100 de las clases medias y el 82-83 gustaba llamar « la estadística m oral». Sin duda, la alfabetización cada vez
por 100 que formaban las clases trabajadoras, según la clasificación oficial era mayor. ¿Acaso no era una medida del desarrollo de la civilización que
francesa de los funerales de la República en el decenio de 1870 (véase La era el número de cartas enviadas en el Reino U nid o al iniciarse las guerras
del capital, capítulo 12). D e todas formas, no se puede negar cierta mejora de contra Bonaparte fuera de dos anuales por habitante y 42 en la primera mitad
la condición de la gran masa de la población en esa zona del mundo. El in­ del decenio de 1880? ¿O que en 1880 se publicaran 186 millones de ejem-
cremento de la altura de las personas, que en la actualidad supone que cada
generación sea más alta que la anterior, había com enzado probablemente * Bélgica, el Reino Unido. Francia. Massachusctts, los Países Bajos, Suiza.
LA REVOLUCIÓN CENTENARIA 39
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apartarse (por ejemplo, en el norte de África, abandonando la ley islámica)


piares de periódicos o revistas cada mes en los Estados Unidos, frente a los
si querían gozar de los beneficios de la ciudadanía francesa. Eran todavía
330.000 de 1788? ¿Que en 1880, las personas que cultivaban la ciencia, con­
pocos los lugares, incluso en las regiones atrasadas de Europa próximas a las
virtiéndose en miembros de las sociedades cultas, fueran unas 44.000, quince
más avanzadas, donde los campesinos o los habitantes pobres de las urbes es­
veces más que quince años antes?1* Sin duda, la moralidad determinada por
tuvieran preparados para seguir el camino marcado por los modernizadores
los datos de las estadísticas criminales y por los cálculos poco seguros de
contrarios a la tradición, como descubrirían muchos de los nuevos partidos
quienes deseaban (com o ocurría con muchos Victorianos) condenar las rela­
socialistas.
ciones sexuales extramatrimoniales. mostraban una tendencia menos satis­
A s í pues, el mundo estaba dividido en una zona reducida en la que el «p ro ­
factoria. Pero ¿no se podía considerar el progreso de las instituciones hacia
greso» era indígena, y otra mucho más amplia en la que se introducía como
el constitucionalismo y la dem ocracia liberal, evidente en todas partes en
un conquistador extranjero, ayudado por minorías de colaboradores locales. En
los países «avan zad o s» com o un signo de perfeccionamiento moral, com ­
la primera, incluso la masa del pueblo común creía que era posible y deseable
plementario de los extraordinarios triunfos científicos y materiales de la épo­
e incluso que se estaba produciendo en algún sentido. En Francia, ningún po­
ca? N o habrían sido muchos los que estuvieran en desacuerdo con Mandell
lítico sensato trataba de obtener votos «conservadores» y ningún partido im­
Creighton, obispo e historiador anglicano, que afirm aba que «tenemos que
portante se presentaba como tal; en los Estados Unidos, el «progreso» era una
asumir, com o hipótesis científica sobre la que se ha escrito la historia, un
ideología nacional; incluso en la Alemania imperial — el tercer gran país don­
progreso en los asuntos hum anos».,v
de existía el sufragio universal masculino en la década de 1870— , los partidos
M uy pocos habrían discrepado de esa conclusión en los países «desarro­
que adoptaban el nombre de «conservadores» obtuvieron menos de una cuarta
llados». Sin embargo, algunos habrían podido señalar que ese consenso era
parte de los votos en las elecciones generales celebradas en ese decenio.
relativamente reciente incluso en estas zonas del mundo. En el resto del pla­
Pero si el progreso era tan poderoso, tan universal y deseable, ¿cómo ex­
neta, la mayoría de la gente ni siquiera habría entendido la afirmación del
plicar esa renuencia a aceptarlo e incluso a participar de él? ¿Era simple­
obispo, aun tras reflexionar sobre ella. L a novedad, en especial cuando era
mente el peso muerto del pasado que de forma gradual, desigual pero inevi­
introducida desde el exterior por la gente de la ciudad y por extraños,
table. iría desapareciendo de los hombros de aquellas zonas de la humanidad
era algo que perturbaba costumbres antiguas y asentadas y no algo que sir­
que todavía se inclinaban bajo su peso? ¿Acaso no se construiría, a no tar­
viera para mejorar la situación. D e hecho, las pruebas de que lo nuevo pro­
dar. un teatro de ópera, esa característica catedral de la cultura burguesa, en
ducía perturbaciones eran innumerables, mientras que eran débiles y poco
Manaus, 1.500 km río arriba en el Amazonas, en medio de la selva tropical,
convincentes las pruebas de que servía para mejorar la situación. El mundo
gracias a los beneficios obtenidos como consecuencia del auge del caucho,
no progresaba ni se suponía que tuviera que progresar. Esta era una conclu­
cuyas víctimas indias, por otra parte, no tenían la oportunidad de apreciar
sión que también hacía patente en el mundo «desarrollado» esc firme adver­
11 Trovatorel ¿Acaso no eran grupos de campeones militantes de los nuevos
sario de todo lo que significaba el siglo XIX, la Iglesia católica (véase L o era
métodos, como los llamados «científicos» en M éxico, quienes controlaban ya
del capital, capítulo 6, I). A lo sumo, si los tiempos eran malos por otras
el destino de su país o se preparaban para hacerlo, al igual que el llamado
razones que no fueran los azares de la naturaleza o la divinidad, com o el
Comité para la Unión y el Progreso (m ás conocido como los Jóvenes Turcos)
hambre, la sequía y las epidemias, se podía esperar restablecer el curso ade­
en el imperio otomano? ¿N o había acabado Japón con varios siglos de aisla­
cuado de la vida humana mediante el retomo a las creencias auténticas que
miento para abrazar las costumbres e ideas occidentales y para convertirse en
de alguna manera hubieran sido abandonadas (por ejemplo, las enseñanzas
una gran potencia moderna, como pronto lo demostraría de forma conclu­
del Corán) o mediante el regreso a un pasado real o supuesto de justicia y
yente su triunfo y conquista militar?
orden. En cualquier caso, las costumbres y la sabiduría antiguas eran las
Sin embargo, la imposibilidad o el rechazo de la mayor parte de los habi­
más adecuadas y el progreso im plicaba que los jóvenes podían enseñar a
tantes del planeta para seguir el ejem plo de las burguesías occidentales era
los ancianos.
mucho más destacable que el éxito de los intentos de imitarlo. Probablemente,
A s í pues, fuera de los países avanzados, el «p ro gre so » no era un hecho
era de todo punto lógico que los conquistadores del primer mundo, todavía
obvio ni un supuesto plausible, sino fundamentalmente un peligro y un de­
en posición de ignorar a los japoneses, concluyeran que grandes núcleos de
safío externos. Quienes se beneficiaban de él y lo recibían con entusiasmo
la humanidad eran incapaces, desde el punto de vista biológico, de conseguir
eran las pequeñas minorías de gobernantes y de habitantes de las ciudades
lo que sólo una minoría de seres humanos de piel blanca — o, de forma más
que se identificaban con valores ajenos c irreligiosos. Aquellos a los que los
restringida, procedentes del norte de Europa— se habían mostrado prepara­
franceses llamaban en el norte de Á frica évolués — «personas que han evo­
dos para alcanzar. L a humanidad quedaba dividida por Ja «ra z a », idea que
lucionado»— eran, en ese período, precisamente aquellos que se habían apar­
impregnaba la ideología del período de form a casi tan profunda como el
tado de su pasado y de su pueblo; que en ocasiones se veían obligados a
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«p ro gre so », en dos grupos: aquellos cuyo lugar en las grandes celebraciones que se basaba cada vez más era innegable, universal, irreversible y, en con­
internacionales del progreso, las exposiciones universales (véase La era del secuencia, inevitable. Cierto que en la década de 1870 los intentos de dete­
capital , capítulo 2 ), estaba en los stands del triunfo tecnológico, y aquellos nerla o incluso de retardar su marcha eran cada vez más irreales y débiles y
cuyo lugar se hallaba en los «pabellones coloniales» o «aldeas nativas» que que incluso las fuerzas dedicadas a conservar las sociedades tradicionales in­
los complementaban. Incluso en los países «desarrollados», la humanidad se tentaban conseguirlo, a veces, utilizando las armas de la sociedad moderna,
dividía cada vez más en el grupo de las enérgicas e inteligentes clases medias al igual que los predicadores actuales de la verdad literal de la Biblia utilizan
y en el de las masas cuyas deficiencias genéticas les condenaban a la inferio­ ordenadores y emisiones de radio. Cierto también que el progreso político
ridad. Se recurría a la biología para explicar la desigualdad, sobre todo por en forma de gobiernos representativos y el progreso moral en forma de ex ­
parte de aquellos que se sentían destinados a detentar la superioridad. tensión de la cultura continuaría c incluso se aceleraría. Pero ¿conduciría al
Y, sin embargo, el recurso a la biología también dramatizaba la desespe­ avance de la civilización en el sentido en que el joven John Stuart M ili había
ranza de aquellos cuyos planes para la modernización de sus países encon­ articulado las aspiraciones de la centuria de progreso: un mundo, incluso un
traban la incomprensión y resistencia de sus pueblos. E n las repúblicas de país «m ás perfeccionado, más eminente, en las mejores características del
Am érica Latina, inspiradas por las revoluciones que habían transformado hombre y la sociedad: más avanzado en el camino hacia la perfección; más
Europa y los Estados Unidos, los ideólogos y políticos consideraban que el feliz, más noble y más sab io »? 11
progreso de sus países dependía de la «arionización», es decir, el progresivo En la década de 1870, el progreso del mundo burgués había llegado hasta
«b lan q u eo » de la población a través de los matrimonios mixtos (B rasil) o de un punto en que comenzaban a escucharse voces más escépticas e incluso
la repoblación virtual mediante la importación de europeos blancos (A rgen ­ más pesimistas. Esas voces se veían reforzadas por la situación en que se en­
tina). Sin duda, sus clases gobernantes eran blancas, o así se consideraban, y contraba el mundo en la década de 1870 y que pocos habían previsto. L os
los apellidos no ibéricos de descendencia europea entre las élites políticas fundamentos económicos de la civilización que progresaba se vieron sacudí'
eran y son todavía desproporcionadamente frecuentes. Pero incluso en Japón, dos por terremotos. Tras una generación de expansión sin precedentes, la
p or im probable que pueda parecer esto hoy en día, la «occidcntalización» economía mundial se hallaba en crisis.
parecía lo bastante problemática en ese período com o para indicar que sólo
podría conseguirse mediante una infusión de lo que ahora llamaríamos genes
occidentales (véase La era del capital, capítulos 8 y 14).
Tales incursiones en esa charlatanería seudocientífica (véase infra , capítu­
lo 10) dramatizan el contraste entre el progreso como aspiración universal y
la realidad y la desigualdad de su avance real. Sólo algunos países parecían
estar convirtiéndose, a un ritmo diferente, en economías industrial-capitalistas,
en estados liberal-constitucionales y en sociedades burguesas según el m o­
delo occidental. Incluso en el seno de los países o comunidades, el abismo
entre los «avan zados» (que, en general, eran también los ricos) y los «atra­
sad os» (que, también en general, eran los pobres) era enorme y dramático,
como no tardarían en descubrir las clases medias y pudientes judías, conforta­
bles, civilizadas y asimiladas, de los países occidentales y de la Europa central
ante los dos millones y medio de correligionarios suyos que emigraron hacia
Occidente desde ios guetos del este de Europa. ¿Podría decirse de esos bár­
baros que eran realmente el mismo tipo de personas «q u e nosotros»?
¿Acaso la masa de los bárbaros internos y externos era tan importante
como para limitar el progreso a una minoría que mantenía la civilización tan
sólo porque era posible controlar a los bárbaros? ¿No había sido John Stuart
M ili quien dijera que «e l despotismo es una forma legítima de gobierno so­
bre los bárbaros con tal de que el fin que se persiga sea la mejora de su
situación»?20 Pero había otro dilema de progreso más profundo. ¿Adonde
conducía en realidad? Cierto que la conquista global de la economía mundial,
la marcha hacia adelante de una tecnología y una ciencia triunfantes sobre las
la ECONOM ÍA C A M B IA DE RITM O 43

portada tanto para los habitantes de las estériles Terranova y Labrador como
para los de las soleadas islas del azúcar de las Indias Orientales y Occidenta­
les; y no ha enriquecido a aquellos que dominan el comercio mundial, cuyos
beneficios suelen ser más importantes cuanto más fluctuante e incierta es la
situación económica.'1

Esta opinión, por lo general expresada en un estilo menos barroco, era


compartida por muchos observadores contemporáneos, aunque a algunos his­
toriadores posteriores les ha resultado difícil comprenderlo. En efecto, aun­
2. LA ECONOMÍA CAMBIA DE RITMO que el ciclo comercial, que constituye el ritmo básico de una economía capi­
talista, generó, ciertamente, algunas depresiones muy agudas en el período
transcurrido entre 1873 y mediados del decenio de 1890. la producción mun­
L a com bin ación se ha convertido gradualm ente en el alm a de
dial, lejos de estancarse, continuó aumentando de forma muy sustancial.
los sistemas com erciales m odernos.
Entre 1870 y 1890 la producción de hierro en los cinco países productores
A . V. D ic e y, 19 05‘ más importantes fue de más del doble (pasó de 11 a 23 millones de tonela­
das); la producción de acero, que se convirtió en un índice adecuado de in­
E l objetivo de toda concentración de capital y de las unidades dustrialización en su conjunto, se multiplicó por veinte (pasó de medio millón
de producción d ebe ser siem pre la reducción más am plia posible
a 11 millones de toneladas). El comercio internacional continuó aumentando
d e los costes d e producción, administración y venta, con el pro­
de forma importante, aunque es verdad que a un ritmo menos vertiginoso que
pósito de con seguir lo s beneficios m ás elevados, elim inan do la
competencia ruinosa.
antes. En estas mismas décadas las economías industriales norteamericana y
alemana avanzaron a pasos gigantescos y la revolución industrial se extendió
C a RL D u is b e r o , fundador de I. G . Farben. 1903-19045
a nuevos países como Suecia y Rusia. Algunos países de ultramar, integra­
dos recientemente en la economía mundial, se desarrollaron a un ritmo sin
H a y mom entos en que e l desarrollo en todas las áreas de la
precedentes, preparando una crisis de deuda internacional muy similar a la
econom ía capitalista — en los cam pos de la tecnología, los mer­
cados financieros, el com ercio y las colonias— ha m adurado has­ del decenio de 1980, especialmente porque los nombres de los países deu­
ta el punto de que ha de producirse una expansión extraordinaria dores son los mismos en muchos casos. L a inversión extranjera en América
d el m ercado mundial. L a producción m undial en su conjunto se Latina alcanzó su cúspide en el decenio de 1880 al duplicarse la extensión
eleva entonces hasta alcanzar un nivel nuevo y más glo b al. En ese del tendido férreo en Argentina en el plazo de cinco años, y tanto Argentina
m om ento, el capital inicia un p eríodo de avance extraordinario. com o Brasil absorbían trescientos mil inmigrantes por año. ¿Puede califi­
I. H e l p h a n D (« P a r v u s » ), 1901’ carse de «G ran D epresión» a ese período de espectacular incremento pro­
ductivo?
Tal vez los historiadores puedan ponerlo en duda, pero no así los con­
' I temporáneos. ¿Acaso esos ingleses, franceses, alemanes y norteamericanos
inteligentes, bien informados y preocupados, sufrían un engaño colectivo?
U n notable experto norteamericano, al examinar la econom ía mundial Sería absurdo pensar así, aunque en cierta forma el tono apocalíptico de al­
en 1889. año de la fundación de la Internacional Socialista, observaba que gunos comentarios pudiera haber parecido excesivo incluso a los contempo­
desde 1873 estaba marcada por «un a perturbación y depresión del comercio ráneos. D e ningún modo puede afirmarse que todas «las mentes pensantes y
sin precedentes». Su peculiaridad más notable, escribió, conservadoras» compartieran el sentimiento expresado por el señor W ells de
«la amenaza de.un aglutinamiento de los bárbaros desde dentro, más que
es su universalidad; afecta a naciones que se han visto im plicadas en la guerca. d e los antiguos desde fuera, para atacar a toda la organización actual de la
p ero también a aquellas que se han mantenido en paz; a las que tienen una m o­ sociedad, e incluso la pcrvivencia de la propia civilización».5 Pero, desde lue­
neda estable basada en e l o ro y a aquellas qu e tienen una m oneda inestable _ go, algunos pensaban así, por no mencionar el número creciente de socialis-
a las qu e viven bajo un sistema de libre cam bio de productos y a aquellas cuyos tas'quc deseaban el colapso del capitalismo bajo sus contradicciones internas
intercambios son más o m enos limitados. Afectan tanto a viejas com unidades insuperables, que el período de depresión parecía poner de manifiesto. La
.c o m o Inglaterra y A le m an ia co m o a Australia, Suráfrica y C aliforn ia, que
nota de pesimismo en la literatura y en la filosofía de la década de 1880 (véase
constituyen la s nuevas; es una calam idad dem asiado fuerte para poder ser so ­
44 LA ER A D EL IM PER IO . 1875-1914 LA ECONOM ÍA C A M B IA D E RITM O 45

infra, pp. 107-108, 267-268) no puede comprenderse perfectamente sin esc La década de 1880 conoció las mayores tasas de emigración a ultramar en
sentimiento de malestar general económico y,.consecuentemente, social. los países de em igración ya antigua (salvo el caso excepcional de Irlanda
En cuanto a los economistas y hombres de negocios, lo que preocupaba en el decenio posterior a la gran hambruna) (véase La era de la revolución,
incluso a los menos dados al tono apocalíptico era la prolongada «depresión capítulo 8, V ) y el comienzo real de la emigración masiva en países como
de los precios, una depresión del interés y una depresión de los beneficios», Italia, España y Austria-Hungría, a los que seguirían Rusia y los Balcanes.*
tal com o lo expresó en 1888 A lfred Marshall, futuro gurú de la teoría eco­ Fue esta la válvula de seguridad que permitió mantener la presión social por
nómica.6 En resumen tras el drástico hundimiento de la década de 1870 (véa­ debajo del punto de rebelión o revolución. En cuanto a la cooperación, pro­
se La era del capital, capítulo 2), lo que estaba en juego no era la producción, veyó de prestamos modestos al campesinado (en 1908, más de la mitad de los
sino su rentabilidad. agricultores independientes alemanes pertenecían a esos minibancos rurales,
L a agricultura fue la víctima más espectacular de esa disminución de los de los que fue pionero el católico Raiffeisen en el decenio de 1870). M ien­
beneficios y, a no dudar, constituía el sector más deprimido de la economía tras tanto, se multiplicaron en varios países las sociedades para la compra
y aquel cuyos descontentos tenían consecuencias sociales y políticas más in­ cooperativa de suministros, la comercialización en cooperativa y el procesa­
mediatas y de m ayor alcance. L a producción agrícola, que se había incre­ miento cooperativo (en especial de productos lácteos y, en Dinamarca, para
mentado notablemente en los decenios anteriores (véase La era del capital , la cura de la panceta). Transcurridos diez años desde 1884, cuando los agri­
capítulo 10), inundaba los mercados mundiales, protegidos hasta entonces cultores franceses utilizaron para sus propios objetivos una ley dirigida a le­
por los altos costes del transporte, de una competencia exterior masiva. Las galizar los sindicatos, 400.000 de ellos pertenecían a casi dos mil de esos
consecuencias para los precios agrícolas, tanto en la agricultura europea como
syndicats .’ En 1900 había 1.600 cooperativas para la elaboración de produc­
en las economías exportadoras de ultramar, fueron dramáticas. En 1894, el
tos lácteos en los Estados Unidos, la mayor parte de ellas en el M edio O es­
precio del trigo era poco más de un tercio del de 1867, situación extraordi­
te, y la industria láctea de N ueva Zelanda estaba bajo un estricto control de
nariamente beneficiosa para los compradores pero desastrosa para los agri­
las cooperativas de agricultores.
cultores y trabajadores agrícolas, que constituían todavía entre el 40 y él 50
El mundo de los negocios tenía sus propios problemas. En una época en
por 100 de los trabajadores varones en los países industriales (con la excep­
que estamos persuadidos de que el incremento de los precios (la «in flació n »)
ción del Reino U nido) y hasta el 90 por 100 en los demás países. En algunas
es un desastre económico, puede resultar extraño que a los hombres de ne­
zonas, la situación empeoró al coincidir diversas plagas en ese momento; por
gocios del siglo x j x les preocupara mucho más el descenso de los precios, y
ejemplo, la filoxera a partir de 1872, que redujo en dos tercios la producción
en una centuria deflacionaria en su conjunto, ningún período fue más defla-
de vino en Francia entre 1875 y 1889. L os decenios de depresión no eran una
cionario que el de 1873-1896, cuando los precios descendieron en un 40 por
buena época para ser agricultor en ningún país implicado en el mercado mun­
100 en el Reino Unido. L a inflación no sólo es positiva para quienes están
dial. L a reacción de los agricultores, según la riqueza y la estructura política
endeudados, como bien lo sabe cualquiera que tenga que pagar una hipoteca
de sus países, varió desde la agitación electoral a la rebelión, por no men­
cionar la muerte por hambre, como ocurrió en Rusia entre 1891 y 1892. El a largo plazo, sino que produce un incremento automático de los beneficios,
por cuanto los bienes producidos con un coste menor se vendían al precio
populismo, que sacudió a los Estados Unidos en el decenio de 1890, tenía
su centro en las regiones trigueras de Kansas y Nebraska. Entre 1879 y 1894 más elevado del momento de la venta. A la inversa, la deflación hace que
hubo revueltas campesinas, o agitaciones consideradas como tales, en Irlan­ disminuyan los beneficios. U n a gran expansión del mercado puede compen­
da, España, Sicilia y Rumania. L o s países que no necesitaban preocuparse sar esa situación, pero lo cierto es que el mercado no crecía con la suficien­
por el campesinado, porque ya no lo tenían, como el Reino Unido, podían te rapidez, en parte porque la nueva tecnología industrial posibilitaba y exi­
permitir que la agricultura se atrofiara: en ese país desaparecieron los dos ter­ gía un crecimiento extraordinario de la producción (al menos si se pretendía
cios de las tierras dedicadas al cultivo del trigo entre 1875 y 1895. Algunas que las fábricas produjeran beneficios), en parte porque aumentaba el núme­
naciones, como Dinamarca, modernizaron deliberadamente su agricultura, ro de competidores en la producción y de las economías industriales, incre­
orientándose hacia la producción de rentables productos ganaderos. Otros g o ­ mentando enormemente la capacidad total, y también porque el desarrollo de
biernos, com o el alemán, pero sobre todo el francés y el norteamericano, un gran mercado de bienes de consumo era todavía muy lento. Incluso en el
establecieron aranceles que elevaron los precios. caso de productos básicos, la combinación de una mayor capacidad, una uti­
N o obstante, las dos respuestas más habituales entre la población fueron lización más eficaz del producto y los cambios en la demanda podían resul-
la emigración masiva y la cooperación, la primera protagonizada por aque­
llos que carecían de tierras o que tenían tierras pobres, y la segunda funda­ * El único país de la Europa meridional que conoció una emigración importante antes del
mentalmente por los campesinos con explotaciones potencialmente viables. decenio de 1880 fue Portugal.
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tar determinantes: el precio del hierro cayó en un 50 por 100 entre 1871- tados. Entre los que solicitaban ese tipo de medidas no estaban únicamente
1875 y 1894-1898. — como era lógico esperar— el bloque importantísimo de los agricultores,
Otra dificultad radicaba en el hecho de que los costes de producción eran sino también sectores significativos de las industrias familiares, que intenta­
más estables que los precios a corto plazo, pues — con algunas excepcio­ ban minimizar la «superproducción» defendiéndose al menos de los adver­
nes— los salarios no podían ser reducidos — o no lo eran— proporcional- sarios extranjeros. L a gran depresión puso fin a la era del liberalismo eco­
mcnte, al tiempo que las empresas tenían que soportar también la carga de nómico (véase La era del capital, capítulo 2), al menos en el capítulo de los
importantes cantidades de maquinaria y equipo obsoletos o de nuevas má­ artículos de consumo. * Las tarifas proteccionistas, que comenzaron a apli­
quinas y equipos de alto precio que. al disminuir los beneficios, se tardaba carse en Alem ania e Italia (en los productos textiles) a finales del decenio
más de lo esperado en amortizar. En algunas partes del mundo, la situación de 1870. pasaron a ser un elemento permanente en el escenario económico
se veía complicada aún más por la caída gradual, pero fluctuante e imprede- internacional, culminando en los inicios de los años 1890 en las tarifas de
cible a corto plazo, del precio de la plata y de su tipo de cambio con el oro. pcnalización asociadas con los nombres de M éline en Francia (18 92) y
Mientras ambos metales se mantuvieron estables, situación que había preva­ M cKinley en los Estados Unidos (1 8 9 0 ).**
lecido durante muchos años hasta 1872, los pagos internacionales calculados D e todos los grandes países industriales, sólo el Reino U nid o defendía la
en los metales preciosos que constituían la base de la economía monetaria libertad de comercio sin restricciones, a pesar de alguna poderosa ofensiva
mundial eran bastante sencillos.* Pero cuando la tasa de cambio era inesta­ ocasional de los proteccionistas. Las razones eran evidentes, al margen de la
ble, las transacciones de negocios entre aquellos países cuyas monedas se ba­ ausencia de un campesinado numeroso y, por tanto, de un voto proteccionis­
saban en metales preciosos distintos se complicaban enormemente. ta importante. El Reino Unido era, con mucho, el exportador más importan­
¿Qué podía hacerse respecto a la depresión de los precios, de los benefi­ te de productos industriales y en el curso de la centuria había orientado su
cios y de las tasas de interés? U na de las soluciones consistía en una especie actividad cada vez más hacia la exportación — sobre todo en los decenios
de monetarismo a la inversa que, com o parece indicar el importante y ya o l­ de 1870 y 1880— en mucho mayor medida que sus principales rivales, aun­
vidado debate contemporáneo sobre el «bim etalism o», era sustentada por que no más que algunas economías avanzadas de tamaño mucho más redu­
muchos, que atribuían el descenso de los precios fundamentalmente a la es­ cido, como Bélgica. Suiza, Dinam arca y los Países Bajos. El Reino Unido
casez de oro, que era cada vez más (a través de la libra esterlina con una pa­ era, con gran diferencia, el mayor exportador de capital, de servicios «invisi­
ridad de oro fija, es decir, el soberano de oro) la base exclusiva del sistema bles» financieros y comerciales y de servicios de transporte. Conform e la
de pagos mundial. U n sistema basado en el oro y la plata, mineral cada vez competencia extranjera penetró en la industria británica, lo cierto es que L on ­
más abundante, sobre todo en América, podría elevar los precios a través de dres y la flota británica adquirieron aún más importancia que antes en la eco­
la inflación monetaria. L a inflación monetaria, de la que eran partidarios es­ nomía mundial. Por otra parte, aunque esto se olvida muchas veces, el Rei­
pecialmente los abrumados agricultores de las praderas, por no mencionar a no U nido era el mayor receptor de exportaciones de productos primarios del
los propietarios de las minas de plata de las montañas Rocosas, se convirtió mundo y dominaba— casi podría decirse constituía— el mercado mundial de
en uno de los principios fundamentales de los movimientos populistas norte­ algunos de ellos, como la caña de azúcar, el té y el trigo, del que compró
americanos y la perspectiva de la crucifixión de la humanidad en una cruz de en 1880 casi la mitad del total que se comercializó intemacionalmente. En
oro inspiró la retórica del gran tribuno de la plebe W illiam Jennings Bryan 1881, los británicos compraron casi la mitad de las exportaciones mundiales
(1860-1925). A l igual que en el caso de otras de las causas preferidas de de carne y mucho mayor cantidad de lana y algodón (el 55 por 100 de las
Bryan, como la verdad literal de la Biblia y la consecuente necesidad de re­ importaciones europeas) que ningún otro país.* Dado que el Reino Unido
chazar las enseñanzas de las doctrinas de Charles Darwin, defendía una cau­
sa perdida. L a banca, las grandes empresas y los gobiernos de los países más * El movimiento libro de capital, de las transacciones financieras y de la mano de obra se
importantes del capitalismo mundial no tenían la menor intención de aban­ hizo, en todo caso, mis notable.
donar la paridad fija del oro, que para ellos era com o el Génesis para Bryan. “ Cifra media de las tarifas arancelarias en Europa en 1914*
En cualquier caso, sólo países como M éxico, China y la India, que no conta­
ban en el concierto internacional, trabajaban fundamentalmente con la plata.
Reino Unido 0 Austria-Hungría. Italia 18
L os diferentes gobiernos mostraron una mejor disposición para escuchar Países Bajos 4 Francia. Suecia 20
a los grupos de intereses y a los núcleos de votantes que les impulsaban a Suiza. Bélgica 9 Rusia 38
proteger a los productores nacionales de la competencia de los bienes impor­ Alemania 13 España 41
Dinamarca 14 Estados Unidos (1913) 30 a

* Aproximadamente 15 unidades de plata ■ I unidad de oro. 0 Rebajados del 49.5 % (1890). 39.9 % (1894), 57 % (1897) y 38 % (1909).
<3
48 LA ER A D E L IM PER IO . 1875-1914
LA ECON OM ÍA C A M B IA D E RITMO
49
permitió que declinara la producción de alimentos durante la época de la
depresión, su inclinación hacia las importaciones se intensificó extraordina­ (1776). la «n ac ió n » como unidad no tenía un lugar claro en la teoría pura del
riamente. En 1905-1909 importó no sólo el 56 por 100 de todos los cereales capitalismo liberal, cuyos elementos básicos eran los átomos irreducibles de
que consumió, sino además el 76 por 100 de todo el queso y el 68 por 100 la empresa, el individuo o la «com pañía» (sobre la cual no se decía mucho)
de los huevos.'0 impulsados por el imperativo de maximizar las ganancias y minimizar las
La libertad de comercio parecía, pues, indispensable, ya que permitía que pérdidas. Actuaban en «e l m ercado», que, en sus límites, era global. El libe­
los productores de materias primas de ultramar intercambiaran sus productos ralismo era el anarquismo de la burguesía y, como en el anarquismo revolu­
por los productos manufacturados británicos, reforzando así la simbiosis en­ cionario. en él no había lugar para el estado. O t más bien, el estado como
tre el Reino Unido y el mundo subdcsarrollado, sobre el que se apoyaba fun­ factor económ ico sólo existía com o algo que interfería el funcionamiento
damentalmente la economía británica. Los estancieros argentinos y urugua­ autónomo e independiente de «e l mercado».
yos, los productores de lana australianos y los agricultores daneses no tenían Esta interpretación no carecía de lógica. Por una parte, parecía razonable
interés alguno en impulsar el desarrollo de las manufacturas nacionales, pues pensar — en especial tras la liberalización de las economías a mediados de si­
obtenían pingües beneficios en su calidad de planetas económicos del siste­ g lo (véase La era del capital, capítulo 2 )— que lo que permitía que esa eco­
ma solar británico. L os costes de esa situación para el Reino Unido eran im­ nomía evolucionara y creciera eran las decisiones económicas de sus com ­
portantes. Com o hemos visto, el librecambio implicaba permitir el hundi­ ponentes fundamentales. Por otra parte, la economía capitalista era global, y
miento de la agricultura británica si no estaba preparada para mantenerse a no podía ser de otra forma. Adem ás, esa característica se' reforzó a lo largo
flote. El Reino Unido era el único país en el que incluso los políticos con­ del siglo xix, cuando el capitalismo amplió su esfera de actuación a zonas del
servadores, a pesar de la tradicional postura de esos partidos a favor del pro­ planeta cada vez más remotas y transformó todas las regiones de manera
teccionismo, estaban dispuestos a abandonar la agricultura. Ciertamente, el cada vez m ás profunda. A mayor abundamiento, esa economía no reconocía
sacrificio era más fácil pues las finanzas de los ricos — y todavía decisivos fronteras, pues cuando alcanzaba mayor rendimiento era cuando nada inter­
desde el punto de vista político— terratenientes descansaban ahora no tanto fería con el libre movimiento de los factores de producción. A s í pues, el capi­
en las rentas procedentes de los campos de maíz como en los ingresos que talismo no sólo era internacional en la práctica, sino intemacionalista desde
obtenían de las propiedades urbanas y de las inversiones. ¿N o podía implicar el punto de vista teórico. El ideal de sus teóricos era la división internacio­
eso también la disposición a sacrificar la industria británica, com o temían los nal del trabajo que asegurara el crecimiento más intenso de la economía. Sus
proteccionistas? Considerando la cuestión de forma retrospectiva, desde el criterios eran globales: no tenía sentido intentar producir plátanos en N orue­
Reino Unido de los años ochenta del siglo xx, en proceso de desindustriali- ga. porque su producción era mucho más barata en Honduras. Rechazaban
zación, esc temor no parece infundado. Después de todo, el capitalismo no cualquier tipo de argumento local o regional opuesto a sus conclusiones. L a
existe para realizar una selección determinada de productos, sino para obte­ teoría pura del liberalismo económico se veía obligada a aceptar las conse­
ner dinero. Pero, aunque ya estaba claro que en la política británica la opi­ cuencias más extremas, incluso absurdas, de sus supuestos siempre que se
nión de la City londinense contaba mucho más que la de los industriales de demostrara que producían resultados óptimos a escala global. Si se podía de­
las provincias, por el momento los intereses de la City no parecían estar en­ mostrar que toda la producción industrial del mundo debía estar concentrada
contrados con los de los representantes de la industria. Por ello, el Reino en M adagascar (d e la misma form a que el 80 por 100 de la producción de
Unido continuó mostrándose partidario del liberalismo económ ico* y al ac­ relojes estaba concentrada en una pequeña zona de S u iz a)," o que toda la po­
tuar así otorgó a los países proteccionistas la libertad de controlar sus mer­ blación de Francia debía trasladarse a Sibcria (al igual que una parte impor­
cados internos y de impulsar sus exportaciones. tante de la población noruega se trasladó mediante la emigración a los Esta­
Economistas e historiadores han debatido sin cesar los efectos de ese re­ dos U n id os),* no existía argumento económico alguno que pudiera oponerse
nacimiento del proteccionismo internacional o, en otras palabras, la extraña a esas iniciativas.
esquizofrenia del capitalismo mundial. En el siglo xix. el núcleo fundamental ¿Qué podía considerarse erróneo desde el punto de vista económico, res­
del capitalismo lo constituían cada vez más las «econom ías nacionales»: el pecto al cuasimonopolio británico de la industria global a mediados de siglo
Reino Unido. Alemania, Estados Unidos, etc. N o obstante, a pesar del título o de la evolución dem ográfica de Irlanda, que perdió casi la mitad de su
programático de la gran obra de A dam Smith, L a riqueza de las naciones población entre 1841 y 1911? E l único equilibrio que reconocía la teoría eco­
nómica liberal era el equilibrio a escala mundial.

* Excepto en materia de inmigración ilimitada, pues este país fue uno de los primeros
Pero en la práctica ese modelo resultaba inadecuado. L a economía capita-
en k » que se elaboró una legislación discriminatoria contra la entrada masiva de extranjeros
(judíos) en 1905. „
" Entre 1820 y 1975 el número de noruegos que emigraron a los Estados Unidos — unos
855.C00— fue casi tan elevado como la población toral de Noruega en 1820."
L A ECONOM ÍA C A M B IA D E RITM O 51
50 L A ER A D EL IM PERIO . 1875-1914

Gtrmany. de E. E. W illiam s (1896), o Am erican Invaders, de Fred A . M ac-


lista mundial en evolución era un conjunto de bloques sólidos, pero también
kenzie <1902)." Sus padres no habían perdido la calma ante las advertencias
un fluido. Sean cuales fueren los o rigen »» de las «economías nacionales» que
(justificadas) de la superioridad técnica de los extranjeros. El proteccionismo
constituían esos bloques — es decir, las economías definidas por las fronte­
expresaba una situación de competitividad económica internacional.
ras de los estados— y con independencia de las limitaciones teóricas de una
Pero ¿cuáles fueron sus consecuencias? Podemos aceptar como cierto que
teoría económica basada en ellas — fundamentalmente por teóricos alema­
un exceso de proteccionismo generalizado, que intenta parapetar la economía
nes— . las economías nacionales existían porque existían los estados-nacio-
de cada estado-nación frente al extranjero tras una serie de fortificaciones po­
ncs. Tal vez sea cierto que nadie hubiera considerado a B élgica como la pri­
líticas, es perjudicial para el crecimiento económico mundial. Esto quedaría
mera economía industrializada del continente europeo si B élgica hubiera
perfectamente demostrado en el período de cntreguerras. Pero en 1880-1914,
seguido siendo una parte de Francia (com o lo era hasta 1815) o una región
el proteccionismo no era general ni tampoco excesivamente riguroso, con al­
de los Países Bajos unidos (com o lo fue entre 1815 y 1830). Sin embargo,
gunas excepciones ocasionales, y, com o hemos visto, quedó limitado a los
una vez que Bélgica se convirtió en estado, tanto su política económica como
bienes de consumo y no afectó al movimiento de mano de obra y a las trans­
la dimensión política de las actividades económicas de sus habitantes se vie­
acciones financieras internacionales. En general, el proteccionismo agrícola
ron determinados por ese hecho. Es cierto que existían, y existen, actividades
funcionó en Francia, fracasó en Italia (donde la respuesta fue la emigración
económicas com o las finanzas internacionales que son fundamentalmente
masiva) y protegió los intereses de los grandes terratenientes en Alem ania.'4
cosmopolitas y que, en consecuencia, escapaban a las limitaciones naciona­
En conjunto, el proteccionismo industrial contribuyó a ampliar la base in­
les. en la medida en que éstas eran eficaces. Pero incluso esas empresas
dustrial del planeta, impulsando a las industrias nacionales a abastecer los
transnacionales tenían buen cuidado en vincularse a una economía nacional
mercados domésticos, que crecían también a un ritmo vertiginoso. En conse­
convenientemente importante. A sí, las familias de banqueros (fundamental­
cuencia, se ha calculado que entre 1880 y 1914 el incremento global de la pro­
mente alemanas) tendieron a transferir sus sedes de París a Londres a partir
ducción y el comercio fue mucho más elevado que durante los decenios en
de 1860. Y la más internacional de esas familias de banqueros, los Roths-
child, alcanzó el éxito cuando actuó en la capital de un gran estado y fraca­ los que estuvo vigente el librecambio.'5 Ciertamente, en 1914 la producción
só cuando no lo hizo así: los Rothschild de Londres, París y Viena fueron en industrial estaba algo menos desigualmente distribuida que cuarenta años antes
todo momento una fuerza influyente, pero no. puede decirse lo mismo de los en el ámbito del mundo metropolitano o «desarrollado». En 1870, los cuatro
Rothschild de Ñapóles y Frankfurt (la firma se negó a trasladarse a Berlín). estados industriales más importantes producían casi el 80 por 100 de los pro­
Tras la unificación de Alemania, Frankfurt había dejado de ser el lugar ade­ ductos manufacturados del mundo, pero en 1913 esa proporción era del 72
por 100. en una producción global que se había multiplicado por 5.* Es discu­
cuado.
Naturalmente, estas observaciones se refieren fundamentalmente al sec­ tible hasta qué punto influyó el proteccionismo en esa tendencia, pero parece
tor «desarrollado» del mundo, es decir, a los estados capaces de defender de indudable que no fue un obstáculo serio para el crecimiento.
la competencia a sus economías en proceso de industrialización y no al res­ N o obstante, si el proteccionismo fue la reacción política instintiva del
to del planeta, cuyas economías eran dependientes, política o económica­ productor preocupado ante la depresión, no fue la respuesta económica más
mente, del núcleo «desarrollado». En unos casos, esas regiones no tenían po­ significativa del capitalismo a los problemas que le afligían. Esa respuesta ra­
sibilidad de elección, pues una potencia decidía el curso de sus economías o dicó en la combinación de la concentración económica y la racionalización
bien una economía imperial tenía la posibilidad de convertirlas en repúblicas empresarial o, según la terminología norteamericana, que comenzaba ahora a
bananeras o cafeteras. En otros casos, esas economías no estaban interesadas servir de modelo, los trusts y « la gestión científica». Mediante la aplicación
en otras posibilidades alternativas de desarrollo, pues les era rentable con­ de estos dos tipos de medidas, se intentaba ampliar los márgenes de benefi­
vertirse en productoras especializadas de materias primas para un mercado cio. reducidos por la competitividad y por la caída de los precios.
mundial formado por los estados metropolitanos. En la periferia del mundo, N o hay que confundir concentración económica con m onopolio en senti­
la «economía nacional», en la medida en que puede afirmarse que existía, te­ do estricto (control del mercado por una sola empresa) o, en el sentido más
nía funciones distintas. . amplio en que se utiliza habitualmente, con el control del mercado por un
Pero el mundo desarrollado no era tan sólo un agregado de «economías grupo de empresas dominantes (oligopolio). Ciertamente, los casos de con­
nacionales». L a industrialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de centración que suscitaron el rechazo público fueron de este tipo, producidos
economías rivales, donde los beneficios de una parecían amenazar la posición generalmente por fusiones o por acuerdos para el control del mercado entre
de las otras. N o sólo competían las empresas, sino también las naciones. D e empresas que, según la teoría de la libre empresa, deberían haber competido
esta forma, muchos británicos sentían que se les erizaban los cabellos cuando de forma implacable en beneficio del consumidor. Tales fueron los «trusts
leían artículos periodísticos sobre la invasión económica alemana: Made irt norteamericanos», que provocaron una legislación antimonopolista, com o la
52 LA ER A D EL IM PER IO . 1875-1914 LA ECONOM ÍA C A M B IA D É RrTMO 53

Sherman Anti-Tnjst A ct (1890), de dudosa eficacia, y los «sindicatos» o los sión sobre los beneficios en el período de la depresión, así como el tamaño
cárteles alemanes — fundamentalmente en las industrias pesadas— , que go­ y la complejidad cada vez mayor de las empresas, sugirió que los métodos
zaban del apoyo del gobierno. E l sindicato del carbón de Renánia-Westfalia tradicionales y empíricos de organizar las empresas, y en especial la pro­
(1893), que controlaba el 90 por 100 de la producción de carbón en su re­ ducción, no eran ya adecuados. A s í surgió la necesidad de una form a más
gión, o la Standard O il Com pany, que en 1880 controlaba entre el 90 y el racional o «científica» de controlar y programar las empresas grandes y de­
95 por 100 del petróleo refinado en los Estados Unidos, eran, sin duda, m o­ seosas de maximizar los beneficios. La tarea en la que concentró inmediata­
nopolios. También lo era, a efectos prácticos, el «billion dolar Trust» de la mente sus esfuerzos el «taylorism o» y con la que se identificaría ante la opi­
United States Steel (1901) con el 63 por 100 de la producción de acero en nión pública la «gestión científica» fue la de sacar mayor rendimiento a los
Norteamérica. Es claro también que la tendencia a abandonar la competencia trabajadores. Ese objetivo se intentó alcanzar mediante tres métodos funda­
ilimitada y a implantar «la cooperación de varios capitalistas que previamente mentales: 1) aislando a cada trabajador del resto del grupo y transfiriendo el
actuaban por separado » 17 se hizo evidente durante la gran depresión y conti­ control del proceso productivo a los representantes de la dirección, que de­
nuó en el nuevo período de prosperidad general. L a existencia de una ten­ cían al trabajador exactamente lo que tenía que hacer y la producción que
dencia hacia el monopolio o el oligopolio es indudable en las industrias pe­ tenía que alcanzar, a la luz de 2 ) una descomposición sistemática de cada pro­
sadas, en industrias estrechamente dependientes de los pedidos del gobierno ceso en elementos componentes cronometrados («estudio de tiempo y movi­
como en el sector de armamento en rápida expansión (véase infra, pp. S IS - m iento») y 3) sistemas distintos de pago de salario que supusieran para el
SI 7), en industrias que producían y distribuían nuevas formas revolucionarias trabajador un incentivo para producir más. Esos sistemas de pago atendien­
de energía, como el petróleo y la electricidad, así como en el transporte y en do a los resultados alcanzaron una gran difusión pero, a efectos prácticos, el
algunos productos de consumo masivo com o el jabón y el tabaco. taylorismo en sentido literal no había hecho prácticamente ningún progreso
Pero el control del mercado y la eliminación de la competencia sólo eran antes de 1914 en Europa — ni en los Estados Unidos— y sólo llegó a ser fa­
un aspecto de un proceso más general de concentración capitalista y no fue­ miliar como eslogan en los círculos empresariales en los últimos años ante­
ron ni universales ni irreversibles: en 1914 la compctitividad en las industrias riores a la guerra. A partir de 1918, el nombre de Taylor, com o el de otro
norteamericanas del petróleo y del acero era mayor que diez años antes. En pionero de la producción masiva, Henry Ford, se identificaría con la utiliza­
este contexto, es erróneo hablar en 1914 de «capitalismo monopolista» para ción racional de la maquinaria y la mano de obra para m axim izar la pro­
referirse a lo que en 1900 se calificaba con toda rotundidad com o una nueva ducción, paradójicamente tanto entre los planificadores bolcheviques como
fase del desarrollo capitalista. Pero de todas formas poco importa el nombre entre los capitalistas.
que le demos («capitalism o corporativo», «capitalismo organizado», etc.), en N o obstante, es indudable que entre 1880 y 1914 la transformación de la
tanto en cuanto se acepte — y debe ser aceptado— que la concentración estructura de las grandes empresas, desde el taller hasta las oficinas y la con­
avanzó a expensas de la competencia de mercado, las corporaciones a ex­ tabilidad, hicieron un progreso sustancial. L a «m ano visible» de la moderna
pensas de las empresas privadas, los grandes negocios y grandes empresas a organización y dirección sustituyó a la «m ano invisible» del mercado anóni­
expensas de las más pequeñas y que esa concentración implicó una tenden­ mo de Adam Smith. L os ejecutivos, ingenieros y contables comenzaron, así,
cia hacia el oligopolio. Esto se hizo evidente incluso en un bastión tan pode­ a desempeñar tareas que hasta entonces acumulaban los propietarios-geren­
roso de la arcaica empresa competitiva pequeña y media como el Reino U n i­ tes. L a «corporación» o Konzem sustituyó al individuo. El típico hombre de
do. A partir de 1880, el m odelo de distribución se revolucionó. L os términos negocios, al menos en los grandes negocios, no era ya tanto un miembro
ultramarinos y carnicero no designaban ya simplemente a un pequeño ten­ de la familia fundadora, sino un ejecutivo asalariado, y aquel que miraba a
dero, sino cada vez más a una empresa nacional o internacional con cientos los demás por encima del hombro era más frecuentemente el banquero o ac­
de sucursales. En cuanto a la banca, un número reducido de grandes bancos, cionista que el gerente capitalista.
sociedades anónimas con redes de agencias nacionales, sustituyeron rápida­ Existía una tercera posibilidad para solucionar los problemas del capita­
mente a los pequeños bancos: el Lloyds Bank absorbió 164 de ellos. Com o lismo: el imperialismo. M uchas veces se ha mencionado la coincidencia cro­
se ha señalado, a partir de 1900 el viejo «banco lo c al» británico se convirtió nológica entre la depresión y la fase dinámica de la división colonial del pla­
en «una curiosidad histórica». neta. L os historiadores han debatido intensamente hasta qué punto estaban
A l igual que la concentración económica, la «gestión científica» (esta ex­ conectados ambos fenómenos. En cualquier caso, como veremos en el próxi­
presión no comenzó a utilizarse hasta 1910) fue fruto del período de la gran mo capítulo, esa relación era mucho más compleja que la de la simple causa
depresión. Su fundador y apóstol, F. W . Taylor (1856-1915), comenzó a de­ y efecto. D e cualquier forma, no puede negarse que la presión del capital
sarrollar sus ideas en 1880 en la problemática industria del acero norteame­ para conseguir inversiones más productivas, así como la de la producción a
ricana. Las nuevas técnicas alcanzaron Europa en el decenio de 1890. La pre­ la búsqueda de nuevos mercados, contribuyó a impulsar la política de ex­
54 LA ER A D EL IM PERIO . 1873-1914 L A ECON OM ÍA C A M B IA DE RITM O 55

pansión, que incluía la conquista colonial. « L a expansión territorial — afirmó los marxistas se suscitaron apasionadas discusiones sobre lo que eso impli­
un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos en 1900— caba para el futuro de sus movimientos y si las doctrinas de M arx tendrían
no es sino una consecuencia de la expansión del com ercio.»"* Desde luego, que ser «revisadas».
no era el único que así pensaba en el ámbito de la economía y de la política Los historiadores de la economía tienden a centrar su atención en dos as­
internacional. pectos del período: la redistribución del poder y la iniciativa económica, es
Debem os mencionar un resultado final, o efecto secundario, de la gran decir, en el declive relativo del Reino Unido y en el progreso relativo — y ab­
depresión. Fue también una época de gran agitación social. C om o hemos vis­ soluto— de Sos Estados Unidos y sobre todo de Alemania, y asimismo en el
to. no sólo entre los agricultores, sacudidos por los terremotos del colapso de problema de las fluctuaciones a largo y a corto plazo, es decir, fundamental­
los precios agrarios, sino también entre las clases obreras. N o resulta tan sen­ mente en la «onda larga» de Kondratiev. cuyas oscilaciones hacia abajo y ha­
cillo explicar por qué la depresión produjo la movilización masiva de las cia arriba dividen claramente en dos el período que estudiamos. Por intere­
clases obreras industriales en numerosos países y. desde finales del decenio santes que puedan ser estos problemas, son secundarios desde el punto de
de 1880, la aparición de movimientos obreros y socialistas de masas en al­
vista de la economía mundial.
gunos de ellos. En efecto, paradójicamente, las mismas caídas de los precios C om o cuestión de principio, no es sorprendente que Alemania, cuya po­
que radicalizaron automáticamente las posiciones de los agricultores sirvieron
blación se elevó de 45 a 65 millones, y los Estados Unidos que pasó de 50 a
para abaratar notablemente el coste de vida de los asalariados, y produje­
92 millones, superaran al Reino Unido, con un territorio más reducido y me­
ron una indudable mejora del nivel material de vida de los trabajadores en la
nos poblado. Pero eso no hace menos impresionante el triunfo de las expor­
mayor parte de los países industrializados. Pero nos contentaremos con se­
taciones industriales alemanas. En los treinta años transcurridos hasta 1913
ñalar aquí que los modernos movimientos obreros son también hijos del perío­
pasaron de menos de la mitad de las exportaciones británicas a superarlas.
do de la depresión. Esos movimientos serán analizados en el capítulo 5.
Excepto en lo que podríamos llamar los «países semiindustrializados» — es
decir, a efectos prácticos, los dominios reales o virtuales del imperio británi­
co, incluyendo sus dependencias económicas latinoamericanas— , las expor­
II
taciones alemanas de productos manufacturados superaron a las del Reino
Unido en toda la línea. Se incrementaron en una tercera parte en el mundo
Desde mediados del decenio de 1890 hasta la primera guerra mundial, la
industrial e incluso el. 10 por 100 en el mundo desarrollado. Una vez más hay
orquesta económica global realizó sus interpretaciones en el tono mayor de
que decir que no es sorprendente que el Reino Unido no pudiera mantener su
la prosperidad más que, como hasta entonces, en el tono menor de la depre­
extraordinaria posición como «taller del m undo», que poseía hacia 1860. In­
sión. L a afluencia, consecuencia de la prosperidad de los negocios, constitu­
cluso los Estados Unidos, en el cénit de su supremacía global a comienzos
yó el trasfondo de lo que se conoce todavía en el continente europeo como
de 1950 — y cuyo porcentaje de la población mundial era tres veces mayor
la beile époque. El paso de la preocupación a la euforia fue tan súbito y drás­
que el del Reino Unido en 1860— , nunca alcanzó el 53 por 100 de la pro­
tico, que los economistas buscaban alguna fuerza externa especial para ex­
ducción de hierro y acero y el 49 por 100 de la producción textil. Pero esto
plicarlo, un Deus ex machina, que encontraron en el descubrimiento de enor­
no explica exactamente por qué se produjo — o incluso si se produjo— la ra-
mes depósitos de oro en Suráfrica, la última de las grandes fiebres del oro
lentización del crecimiento y la decadencia de la economía británica, as­
occidentales, la Klondike ( 1898), y en otros lugares. En conjunto, los histo­
pectos que han sido objeto de gran número de estudios. El tema realmente
riadores de la economía se han dejado impresionar menos por esas tesis bá­
importante no es quién creció más y más deprisa en la economía mundial en
sicamente monetaristas que algunós gobiernos de finales del siglo xx. N o
expansión, sino su crecimiento global como un todo.
obstante, la rapidez del cam bio fue sorprendente y diagnosticada casi de
En cuanto al ritmo Kondratiev — llamarlo «c ic lo » en el sentido estricto
forma inmediata por un revolucionario especialmente agudo. A. L. Helphand
de la palabra supone asumir la verdad de la cuestión— , plantea cuestiones
(1869-1924), cuyo nombre de pluma era Parvus, com o indicativo del c o ­
analíticas fundamentales sobre la naturaleza del crecimiento económico en la
mienzo de un período nuevo y duradero de extraordinario progreso capitalis­
era capitalista o. com o podrían argumentar algunos estudiosos, sobre el cre­
ta. D e hecho, el contraste entre la gran depresión y el boom secular posterior
cimiento de cualquier economía mundial. Lamentablemente, ninguna de las
constituyó la base de las primeras especulaciones sobre las «ondas largas» en
el desarrollo del capitalismo mundial, que más tarde se asociarían con el teorías sobre esta curios?, alternativa de fases de confianza y de dificultad
nombre del economista ruso Kondratiev. Entretanto era evidente, en cualquier económica, que forman en conjunto una «o n d a» de aproximadamente medio
siglo, tiene aceptación generalizada. L a teoría mejor conocida y más elegan­
caso, que quienes habían hecho lúgubres previsiones sobre el futuro del ca­
pitalismo, o incluso sobre su colapso inminente, se habían equivocado. Entre te al respecto, la de Joseph A lo is Schumpeter (1883-1950), asocia cada «fase
descendente» con el agotamiento de los beneficios potenciales de una serie
56 L A ER A D E L IM PER IO . 1875-1914 LA ECONOM ÍA C A M B IA D E RITMO 57

de «innovaciones» económicas y la nueva fase ascendente con una serie de Se ha argumentado que esa variación en las relaciones de intercambio
innovaciones fundamentalmente — aunque no de forma exclusiva— tecnoló­ puede explicar que los precios, que habían caído notablemente entre 1873
gicas. cuyo potencial se agotará a su vez. A sí, las nuevas industrias, que ac­ y 1896, experimentaran un importante aumento desde esa última fecha hasta
túan como «sectores punta» del crecimiento económico — por ejemplo, el al­ 1914 y posteriormente. Es posible, pero de cualquier forma lo seguro es que
godón en la primera revolución industrial, el ferrocarril en el decenio de 1840 ese cam bio en las relaciones de intercambio supuso una presión sobre los
y después de él— , se convierten en una especie de locomotoras que arrastran costes de producción en la industria y, en consecuencia, sobre su tasa de be­
la economía mundial del marasmo en el que se ha visto sumida durante un neficio. Por fortuna para la «b e lle z a » de la belle époque, la economía estaba
tiempo. Esta teoría es plausible, pues cada período ascendente secular desde los estructurada de tal forma que esa presión se podía trasladar de los beneficios
inicios de 1780 ha estado asociado con la aparición de nuevas industrias, cada a los trabajadores. El rápido incremento de los salarios reales, característico
vez más revolucionarias desde el punto de vista tecnológico; tal vez, dos de del período de la gran depresión, disminuyó notablemente. En Francia y el
los más notables booms económicos globales son los dos decenios y medio Reino U nido hubo incluso un descenso de los salarios reales entre 1899 y
anteriores a 1970. El problema que se plantea respecto a la fase ascendente 1913. Esto explica en parte el incremento de la tensión social y de Jos esta­
de los últimos años del decenio de 1890 es que las industrias innovadoras del llidos de violencia en los últimos años anteriores a 1914.
período — en términos generales, las químicas y eléctricas o las asociadas ¿Cóm o explicar, pues, que la economía mundial tuviera tan gran dina­
con las nuevas fuentes de energía que pronto competirían seriamente con el mismo? Sea cual fuere la explicación en detalle, no hay duda de que la clave
vapor— no parecen haber estado todavía en situación de dominar los movi­ en esta cuestión hay que buscarla en el núcleo de países industriales o en pro­
mientos de la economía mundial. En definitiva, com o no podemos explicar­ ceso de industrialización, que se distribuían en la zona templada del hemis­
las adecuadamente, las periodicidades de Kondratiev no nos son de gran ayu­ ferio norte, pues actuaban com o locomotoras del crecimiento global, tanto en
da. Únicamente nos permiten observar que el período que estudia este libro su condición de productores como de mercado.
cubre la caída y el ascenso de una «o n d a Kondratiev», pero eso no es sor­ Esos países constituían ahora una masa productiva ingente y en rápido
prendente, por cuanto toda la historia moderna de la economía global queda crecimiento y ampliación en el centro de la economía mundial. Incluían no
dentro de ese modelo. sólo los núcleos grandes y pequeños de la industrialización de mediados de
Sin embargo, existe un aspecto del análisis de Kondratiev que es perti­ siglo, con una tasa de expansión que iba desde lo impresionante hasta lo ini­
nente para un período de rápida globalización de la economía mundial. Nos maginable — el Reino Unido, Alem ania, los Estados Unidos, Francia, B élgi­
referimos a la relación entre el sector industrial del mundo, que se desarrolló ca, Suiza y los territorios checos— , sino también un nuevo conjunto de re­
mediante una revolución continua de la producción, y la producción a gríco­ giones en proceso de industrialización: Escandinavia, los Países Bajos, el
la mundial, que se incrementó fundamentalmente gracias a la incoiporación norte de Italia, Hungría, Rusia e incluso Japón. Constituían también una masa
de nuevas zonas geográficas de producción o de zonas que se especializaron cada vez más impresionante de compradores de los productos y servicios del
en la producción para la exportación. En 1910-1913 el mundo occidental dis­ mundo: un conjunto que vivía cada vez más de las compras, es decir, que
ponía para el consumo de doble cantidad de trigo (en prom edio) que en el cada vez era menos dependiente de las economías rurales tradicionales. La
decenio de 1870. Pero ese incremento procedía básicamente de unos cuantos definición habitual de un «habitante de una ciudad» del siglo xix era la de
países: los Estados Unidos, Canadá, Argentina y Australia y, en Europa, Rusia, aquel que vivía en un lugar de más de 2.000 habitantes, pero incluso si adop­
Rumania y Hungría. El crecimiento de la producción en la Europa occiden­ tamos un criterio menos modesto (5.000), el porcentaje de europeos de la
tal (Francia, Alem ania, el Reino Unido. Bélgica, Holanda y Escandinavia) zona «desarrollada» y de norteamericanos que vivían en ciudades se había in­
suponía tan sólo el 10-15 por 100 del nuevo abastecimiento. Por tanto, no es crementado hasta el 41 por 100 en 1910 (desde el 19 y el 14 por 100, respec­
sorprendente, aun si prescindimos de catástrofes agrícolas como los ocho tivamente, en 1850). y tal vez el 80 por 100 de los habitantes de las ciudades
años de sequía (1895-1902) que acabaron con la mitad de la cabaña de ove­ (frente a los dos tercios en 1850) vivían en núcleos de más de 20.000 habi­
jas de Australia y nuevas plagas com o el gorgojo, que atacó el cultivo de al­ tantes; de ellos, un número muy superior a la mitad vivían en ciudades de
godón en los Estados Unidos a partir de 1892, que la tasa de crecimiento de más de cien mil habitantes, es decir, grandes masas de consumidores.,w
la producción agrícola mundial se ralentizara después del inicial salto hacia Adem ás, gracias al descenso de los precios que se había producido du­
adelante. Así. la «relación de intercambio» tendería a variar en favor de la rante el período de la depresión, esos consumidores disponían de mucho más
agricultura y en contra de la industria, es decir, los agricultores pagaban m e­ dinero que antes para gastar, aun considerando el descenso de los salarios
nos, de forma relativa y absoluta, por lo que compraban a la industria, mien­ reales que se produjo a partir de 1900. L os hombres de negocios compren­
tras que la industria pagaba más, tanto relativa com o absolutamente, por lo dían la gran importancia colectiva de esa acumulación de consumidores, in­
que compraba a la agricultura. „ cluso entre los pobres. Si los filósofos políticos temían la aparición de las
58 LA ER A D EL IM PERIO . 1875-1914 LA ECONOM IA C A M B IA D E RITMO 59

masas, los vendedores la acogieron muy positivamente. L a industria de la pu­


blicidad. que se desarrolló como fuerza importante en este período, los tomó III
como punto de mira. L a venta a plazos, que apareció durante esos años, te­
nía como objetivo permitir que los sectores con escasos recursos pudieran ¿Cómo resumir, pues, en unos cuantos rasgos lo que fue la economía
comprar productos de alto precio. El arte y la industria revolucionarios del mundial durante la era del imperio?
cine (véase infra, capítulo 9 ) crecieron desde la nada en 1895 hasta realizar En primer lugar, com o hemos visto, su base geográfica era mucho más
auténticas exhibiciones de riqueza en 1915 y con unos productos tan caros amplia que antes. El sector industrial y en proceso de industrialización se
de fabricar que superaban a los de las óperas de príncipes, y todo ello apo- amplió, en Europa mediante la revolución industrial que conocieron Rusia y
yándosc en la fuerza de un público que pagaba en monedas de cinco centavos. otros países com o Suecia y los Países Bajos, apenas afectados hasta enton­
Una sola cifra basta para ilustrar la importancia de la zona «desarrollada» ces por ese proceso, y fuera de Europa por los acontecimientos que tenían lu­
del mundo en este período. A pesar del notable crecimiento que experimen­ gar en Norteamérica y, en cierta medida, en Japón. El mercado internacional
taron regiones y economías nuevas en ultramar, a pesar de la sangría de una de materias primas se amplió extraordinariamente — entre IS80 y 1913 se tri­
emigración masiva sin precedentes, el porcentaje de europeos en el conjunto plicó el comercio internacional de esos productos— , lo cual implicó también
de la población mundial aumentó en el siglo xix y su tasa de crecimiento se el desarrollo de las zonas dedicadas a su producción y su integración en el
aceleró desde el 7 por 100 anual en la primera mitad del siglo y el 8 por 100 mercado mundial. Canadá se unió a los grandes productores de trigo del
en la segunda hasta el 13 por 100 en los años 1900-1913. Si a ese continen­ mundo a partir de 1900. pasando su cosecha de 1.891 millones de* litros
te urbanizado de compradores potenciales añadimos los Estados Unidos y al­ anuales en el decenio de 1890 a los 7.272 millones en I910-1913.20 Argenti­
gunas economías de ultramar en rápido desarrollo pero de mucho menor en­ na se convirtió en un gran exportador de trigo en la misma época, y cada año,
vergadura, tenemos un mundo «desarrollado» que ocupaba aproximadamente contingentes de trabajadores italianos, apodados golondrinas , cruzaban en
el 15 por 100 de la superficie del planeta, con alrededor del 40 por 100 de ambos sentidos los 16.000 km del Atlántico para recoger la cosecha. L a eco-
sus habitantes. nomía de la era del imperio permitía cosas tales como que Bakú y la cuenca
A s í pues, estos países constituían el núcleo central de la economía mun­ del Donetz se integraran en la geografía industrial, que Europa exportara pro­
dial. En conjunto formaban el 80 por 100 del mercado internacional. M ás ductos y mujeres a ciudades de nueva creación como Johannesburgo y Bue­
aún, determinaban el desarrollo del resto del mundo, de unos países cuyas nos Aires, y que se erigieran teatros de ópera sobre los huesos de indios en­
economías crecieron gracias a que abastecían las necesidades de otras eco­ terrados en ciudades surgidas al socaire del auge del caucho, 1.500 km rió
nomías. N o sabemos qué habría ocurrido si U ruguay u Honduras hubieran arriba en el Amazonas.
seguido su propio camino. (D e cualquier forma, era difícil que eso pudiera C om o ya se ha señalado, la economía mundial era, pues, mucho más plu­
suceder: Paraguay intentó en una ocasión apartarse del mercado mundial y ral que antes. El Reino Unido dejó de ser el único país totalmente industria­
fue obligado por la fuerza a reintegrarse en él; véase La era del capital , ca­ lizado y la única economía industrial. Si consideramos en conjunto la pro­
pítulo 4.) L o que sabemos es que el primero de esos países producía carne ducción industrial y minera (incluyendo la industria de la construcción) de
porque había un mercado para ese producto en el Reino Unido, y el segun­ las cuatro economías nacionales más importantes, en 1913 los Estados U n i­
do, plátanos porque algunos comerciantes de Boston pensaron que los norte­ dos aportaban el 46 por 100 del total de la producción; Alemania, el 23,5 por
americanos gastarían dinero para consumirlos. A lgunas de esas economías 100; el Reino Unido, el 19,5 por 100, y Francia, el 11 por 100.11 C om o ve­
satélites conseguían mejores resultados que otras, pero cuanto mejores eran remos. la era del imperio se caracterizó por la rivalidad entre los diferentes
esos resultados, mayores eran los beneficios para las economías del núcleo estados. Adem ás, las relaciones entre el mundo desarrollado y el sector sub-
central, para las cuales ese crecimiento significaba la posibilidad de exportar desarrollado eran también más variadas y complejas que en 1860, cuando la
una mayor cantidad de productos y capital. L a marina mercante mundial, mitad de todas las exportaciones de África, Asia y Am érica Latina conver­
cuyo crecimiento indica aproximadamente la expansión de la economía glo ­ gían en un solo país, Gran Bretaña. En 1900 ese porcentaje había disminui­
bal. permaneció más o menos invariable entre 1860 y 1890, fluctuando en­ do hasta el 25 por 100 y las exportaciones del tercer mundo a otros países de
tre los 16 y 20 millones de toneladas. Pero entre 1890 y 1914, ese tonelaje la Europa occidental eran ya más importantes que las que confluían en el
casi se duplicó. Reino U nido (el 31 por 100).- L a era del imperio había dejado de ser mo-
nocéntrica.
Ese pluralismo creciente de la economía mundial quedó enmascarado
hasta cierto punto por la dependencia que se mantuvo, e incluso se incre­
O mentó, de los servicios financieros, comerciales y navieros con respecto al
L A ER A D E L IM PER IO . 18751914 L A ECONOM ÍA C A M B IA D E RITM O 61
60

Reino Unido. Por una pane, la City londinense era, más que nunca, el cen­ de industrias revolucionarias desde el punto de vista tecnológico, basadas en
tro de las transacciones internacionales, de tal forma que sus servicios co­ la electricidad, la química y el motor de combustión, comenzaron a desem­
merciales y financieros obtenían ingresos suficientes como para compensar peñar un papel estelar, sobre todo en las nuevas economías dinámicas. D es­
el importante déficit en la balanza de artículos de consumo (137 millones de pués de todo. Ford comenzó a fabricar su modelo T en 1907. Y. sin em bar­
libras frente a 142 millones en 1906-1910). Po r otra parte, la enorme impor­ go, por contemplar tan sólo lo que ocurrió en Europa, entre 1880 y 1913 se
tancia de las inversiones británicas en el extranjero y su marina mercante re­ construyeron tantos kilómetros de vías férreas como en el período conocido
forzaban aún más la posición central del país en una economía mundial abo ­ com o la «era del ferrocarril», 1850-1880. Francia, Alemania, Suiza. Suecia y
cada en Londres y cuya base monetaria era la libra esterlina. En el mercado los Países B ajos duplicaron la extensión de su tendido férreo durante esos
internacional de capitales, el Reino U nido conservaba un dominio abruma­ años. El último triunfo de la industria británica, el virtual m onopolio de la
dor. En 1914 . Francia. Alem ania, los Estados Unidos, B élgica, los Países construcción de barcos que el Reino U nido consolidó entre 1870 y 1913, se
Bajos, Suiza y los demás países acumulaban, en conjunto, el 56 por 100 de consiguió explotando los recursos de la primera revolución industrial. Por
las inversiones mundiales en ultramar, mientras que la participación del el momento, la nueva revolución industrial reforzó, más que sustituyó, a la
Reino Unido ascendía al 44 por 100.* E n 1914. la flota británica de barcos primera.
de vapor era un 12 por 100 más numerosa que la flota de todos los países Com o ya hemos visto, la cuarta característica es una doble transformación
en la estructura y modus operandi de la empresa capitalista. Por una pane, se
europeos juntos.
D e hecho, ese pluralismo al que hacemos referencia reforzó por el mo­ produjo la concentración de capital, el crecimiento en escala que llevó a distin­
mento la posición central del Reino Unido. E n efecto, conforme las nuevas guir entre «em presa» y «gran empresa» ( Grossindustrie, Grossbanken, grande
economías en proceso de industrialización comenzaron a comprar mayor industrie ...), el retroceso del mercado de libre competencia y todos los demás
cantidad de materias primas en el mundo subdcsarrollado. acumularon un dé­ fenómenos que, hacia 1900, llevaron a los observadores a buscar etiquetas
ficit importante en su comercio con esa zona del mundo. Era el Reino U n i­ globales que permitieran definir lo que parecía una nueva fase de desarrollo
do el país que restablecía el equilibrio global importando m ayor cantidad de económico (véase el capítulo siguiente). Por otra parte, se llevó a cabo el in­
productos manufacturados de sus rivales, gracias también a sus exportacio­ tento sistemático de racionalizar la producción y la gestión de la empresa,
nes de productos industriales al mundo dependiente, pero, sobre todo, con sus aplicando «métodos científicos» no sólo a la tecnología, sino a la organización
ingentes ingresos invisibles, procedentes tanto de los servicios internaciona­ y a los cálculos.
les en el mundo de los negocios (banca, seguros, etc.) com o de su condición L a quinta característica es que se produjo una extraordinaria transforma­
de principal acreedor mundial debido a sus importantísimas inversiones en el ción del mercado de los bienes de consumo: un cam bio tanto cuantitativo
extranjero. El relativo declive industrial del Reino U nid o reforzó, pues, su com o cualitativo. Con el incremento de la población, de la urbanización y de
posición financiera y su riqueza. L os intereses de la industria británica y de los ingresos reales, el mercado de masas, limitado hasta entonces a los pro­
la City, compatibles hasta entonces, comenzaron a entrar en una fase de en­ ductos alimentarios y al vestido, es decir, a los productos básicos de subsis­
tencia, comenzó a dominar las industrias productoras de bienes de consumo.
frentamiento.
La tercera característica de la econom ía mundial es. a primera vista, la A largo plazo, este fenómeno fue más importante que el notable incremento
más obvia: la revolución tecnológica. C om o sabemos, fue en este período del consumo en las clases ricas y acomodadas, cuyos esquemas de demanda
cuando se incorporaron a la vida moderna el teléfono y la telegrafía sin hi­ no variaron sensiblemente. Fue el modelo T de Ford y no el Rolls-Royce el
los, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano, y cuando se aplica­ que revolucionó la industria del automóvil. A l mismo tiempo, una tecnología
ron a la vida doméstica la ciencia y la alta tecnología mediante artículos ta­ revolucionaria y el imperialismo contribuyeron a la aparición de una serie de
les como la aspiradora (1908) y el único medicamento universal que se ha productos y servicios nuevos para el mercado de masas, desde las cocinas de
inventado, la aspirina (1899). Tampoco debemos olvidar la que fue una de las gas que se multiplicaron en las cocinas de las familias de clase obrera du­
máquinas más extraordinarias inventadas en ese período, cuya contribución a rante este período, hasta la bicicleta, el cine y el modesto plátano, cuyo con­
la emancipación humana fue reconocida de forma inmediata: la modesta bi­ sumo era prácticamente inexistente antes de 1880. U n a de las consecuencias
cicleta. Pero, antes de que saludemos esa serie impresionante de innovacio­ más evidentes fue la creación de medios de comunicación de masas que, por
nes como una «segunda revolución industrial», no olvidemos que esto sólo primera vez, merecieron esc calificativo. Un periódico británico alcanzó una
es así cuando se considera el proceso de forma retrospectiva. Para los con­ venta de un millón de ejemplares por primera vez en 1890, mientras que en
temporáneos, la gran innovación consistió en actualizar la primera revolución Francia eso ocurría hacia 1900.í*
industrial mediante una serie de perfeccionamientos en la tecnología del va­ Todo ello implicó la transformación no sólo de la producción, mediante
por y del hierro por medio del acero y las turbinas. Es cierto que una serie lo que comenzó a llamarse «producción m asiva», sino también de la distri­
LA ECONOM ÍA C A M B IA DE RITMO 63
62 LA E R A D E L IM PER IO . 1875-1914

guerra mundial. Por cierto, también condujeron al desarrollo de industrias


bución, incluyendo la compra a crédito, fundamentalmente por medio de los
como la de armamento, en la que el papel del gobierno era decisivo.
plazos. Así, comenzó en el Reino Unido en 1884 la venta de té en paquetes
Sin embargo, mientras que el papel estratégico del sector público podía
de 100 gramos. Esta actividad permitiría hacer una gran fortuna a más de un
ser fundamental, su peso real en la economía siguió siendo modesto. A pe­
magnate de los ultramarinos de los barrios obreros, en las grandes ciudades,
sar de los cada vez más numerosos ejemplos que hablaban en sentido con­
como sir Thomas Lipton. cuyo yate y cuyo dinero le permitieron conseguir
trario — como la intervención de! gobierno británico en la industria petrolí­
la amistad del monarca Eduardo V II. que se sentía muy atraído por la pro­
fera del Oriente M edio y su control de la nueva telegrafía sin hilos, ambos de
digalidad de los millonarios. Lipton, que no tenía establecimiento alguno
significación militar, la voluntad del gobierno alemán de nacionalizar secto­
en 1870, poseía 500 en 1899.-'
res de su industria y, sobre todo, la política sistemática de industrialización
Esto encajaba perfectamente con la sexta característica de la economía:
iniciada por el gobierno ruso en 1890— , ni los gobiernos ni la opinión con­
el importante crecimiento, tanto absoluto com o relativo, del sector terciario
sideraban al sector público como otra cosa que un complemento secundario
de la economía, público y privado: el aumento de puestos de trabajo en las
de la economía privada, aun admitiendo el desarrollo que alcanzó en Europa
oficinas, tiendas y otros servicios. Consideremos únicamente el caso del R ei­
la administración pública (fundamentalmente local) en el sector de los servi­
no Unido, país que en el momento de su mayor apogeo dominaba la econo­
cios públicos. L os socialistas no compartían esa convicción de la supremacía
mía mundial con un porcentaje realmente ridículo de mano de obra dedicada
del sector privado, aunque no se planteaban los problemas que podía susci­
a las tareas administrativas: en 1851 había 67.000 funcionarios públicos y
tar una economía socializada. Podrían haber considerado esas iniciativas mu­
91.000 personas empleadas en actividades comerciales de una población ocu­
nicipales como «socialismo municipal», pero lo cierto es que fueron realizadas
pada total de unos nueve millones de personas. En 1881 eran ya 360.000 los
en su mayor parte por unas autoridades que no tenían ni intenciones ni sim­
empleados en el sector comercial — casi todos ellos del sexo masculino— ,
patías socialistas. Las economías modernas, controladas, organizadas y do­
aunque sólo 120.000 en el sector público. Pero en 1911 eran ya casi 900.000
minadas en gran medida por el estado, fueron producto de la primera guerra
las personas empleadas en el comercio, siendo el 17 por 100 de ellas muje­
mundial. Entre 1875 y 1914 tendieron, en todo caso, a disminuir las inver­
res, y los puestos de trabajo del sector público se habían triplicado. El por­
siones públicas en los productos nacionales en rápido crecimiento, y ello a
centaje de mano de obra que trabajaba en el sector del comercio se había
pesar del importante incremento de los gastos como consecuencia de la pre­
quintuplicado desde 1851. N o s ocuparemos más adelante de las consecuen­
paración para la guerra.-''1
cias sociales de ese gran incremento de los empleados administrativos.
Esta fue la forma en que creció y se transformó la economía del mundo
L a última característica de la economía que señalaremos es la conver­
«d esarrollado». Pero lo que impresionó a los contemporáneos en el mun­
gencia creciente entre la política y la economía, es decir, el papel cada vez
do «desarrollado» e industrial fue más que la evidente transformación de su
más importante del gobierno y del sector público, o lo que los ideólogos de
economía, su éxito, aún más notorio. Sin duda, estaban viviendo una época
tendencia liberal, como el abogado A . V. Dicey, consideraban com o el ame­
floreciente. Incluso las masas trabajadoras se beneficiaron de esa expansión,
nazador avance del «colectivism o», a expensas de la tradicional empresa in­
cuando menos porque la economía industrial de 1875-1914 utilizaba una
dividual o voluntaria. D e hecho, era uno de los síntomas del retroceso de la
mano de obra muy numerosa y parecía ofrecer un número casi ilimitado de
economía de mercado libre competitiva que había sido el ideal — y hasta
puestos de trabajo de escasa cualificación o de rápido aprendizaje para los
cierto punto la realidad— del capitalismo de mediados de la centuria. Sea
hombres y mujeres que acudían a la ciudad y a la industria. Esto permitió a
como fuere, a partir de 1875 comenzó a extenderse el escepticismo sobre la
la masa de europeos que emigraron a los Estados U nidos integrarse en el
eficacia de la economía de mercado autónoma y autocorreq^ra, la famosa
mundo de la industria. Pero si la economía ofrecía puestos de trabajo, sólo
«m ano oculta» de A dam Smith, sin ayuda de ningún tipo deFcs$ado y de las
aliviaba de forma modesta, y a veces mínima, la pobreza que la mayor parte
autoridades públicas. L a mano era cada vez más claramente visible. /.
de la clase obrera había creído que era su destino a lo largo de la historia. En
Por una parte, com o veremos (capítulo 4), la democratización derla polí­
la mitología retrospectiva de las clases obreras, los decenios anteriores a
tica impulsó a los gobiernos, muchas veces renuentes, a aplicar políticas de
1914 no figuran como una edad de oro, com o ocurre en la de las clases pu­
reforma y bienestar social, así como a iniciar una acción política para la de­
dientes, e incluso en la de las más modestas clases medias. Para éstas, la
fensa de los intereses económicos de determinados grupos de votantes, como
be lie époqiie era el paraíso, que se perdería después de 1914. Para los hom­
el proteccionismo y diferentes disposiciones — aunque menos eficaces—
bres de negocios y para los gobiernos de después de la guerra. 1913 sería el
contra la concentración económica, caso de Estados U nidos y Alemania. Por
punto de referencia permanente, al que aspiraban regresar desde una era de
otra parte, las rivalidades políticas entre los estados y la competitividad eco­
perturbaciones. En los años oscuros e inquietos de la posguerra, los momen­
nómica entre grupos nacionales de empresarios convergieron contribuyendo
tos extraordinarios del último boom de antes de la guerra aparecían en re-
— como veremos— tanto al imperialismo como a_la génesis de la primera
64 L A ER A D E L IM PER IO . 1875-1914

trospcctiva com o la «norm alidad» radiante a la que aspiraban retomar. Com o


veremos, fueron las mismas tendencias de la economía de los años anterio­
res a 1914, y gracias a las cuales las clases medias vivieron una época dora­
da, las que llevaron a la guerTa mundial, a la revolución y a la perturbación
e impidieron el retomo al paraíso perdido.

3. LA ERA DEL IMPERIO

Sólo la confusión política total y el optimismo ingenuo pue­


den impedir el reconocimiento de que los esfuerzos Inevitables por
alcanzar la expansión comercial por parte de todas las naciones
civilizadas burguesas, tras un período de transición de aparente
competencia pacífica, se aproximan al punto en que sólo el poder
decidirá la participación de cada nación en el control económico
de la Tierra y, por tanto, la esfera de acción de su pueblo y. espe­
cialmente, el potencial de ganancias de sus trabajadores.
M ax W eber. 1S 9 4 '

«Cuando estés entre los chinos — afirma (el emperador de Ale­


mania)—•. recuerda que eres la vanguardia del cristianismo — afir­
ma— . y atraviesa con tu bayoneta a todo odiado infiel al que veas
— afirma— . Hazle comprender lo que significa nuestra civilización
occidental ... Y si por casualidad consigues un poco de tierra, no
permitas que los franceses o los rusos te la arrebaten.»
Mr. Dooley's Philosophy, 19003

U n mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los


países capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su
seno tenía grandes probabilidades de convertirse en un mundo en el que los
países «avanzados» dominaran a los «atrasados»: en definitiva, en un mundo
imperialista. Pero, paradójicamente, al período transcurrido entre 1875 y 1914
se le puede calificar como era del imperio no sólo porque en él se desarrolló
un nuevo tipo de imperialismo, sino también por otro motivo ciertamente ana­
crónico. Probablemente, fue el período de la historia moderna en que hubo
mayor número de gobernantes que se autotitulaban oficialmente «emperado­
res» o que eran considerados por los diplomáticos occidentales como mere­
cedores de ese título.
En Europa, se reclamaban de ese título los gobernantes de Alemania, A us­
tria. Rusia, Turquía y (en su calidad de señores de la India) el Reino Unido.
Dos de ellos (Alem ania y el Reino Unido/India) eran innovaciones del decenio
66 LA ER A D E L IM PER IO . 1875-1914 LA ER A D E L IM PER IO 67

de 1870. Compensaban con creces la desaparición del «segundo imperio» de Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones
Napoleón III en Francia. Fuera de Europa, se adjudicaba normalmente esc tí­ prácticas: Á frica y el Pacífico. N o quedó ningún estado independiente en
tulo a los gobernantes de China, Japón, Persia y — tal vez en este caso con un el Pacífico, totalmente dividido entre británicos, franceses, alemanes, neer­
grado mayor de cortesía diplomática internacional— a los de Etiopía y M a ­ landeses, norteamericanos y — todavía en una escala modesta— japoneses.
rruecos. Por otra parte, hasta 1889 sobrevivió en Brasil un emperador ameri­ En 1914, Á frica pertenecía en su totalidad a los imperios británico, francés,
cano. Podrían añadirse a esa lista uno o dos «cmj>eradores» aún más oscuros. alemán, belga, portugués y. de forma más marginal, español, con la excep­
En 1918 habían desaparecido cinco de ellos. En la actualidad [1987} el único ción de Etiopía, de la insignificante república de Liberia en el África occi­
superviviente de ese conjunto de supcrmonarcas es el de Japón, cuyo perfil po­ dental y de una parte de Marruecos, que todavía resistía la conquista total.
lítico es de poca consistencia y cuya influencia política es insignificante.* Com o hemos visto, en A sia existía una zona amplia nominalmentc indepen­
Desde una perspectiva menos trivial, el periodo que estudiamos es una era diente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron y redondearon
en que aparece un nuevo tipo de imperio, el imperio colonial. L a supremacía sus extensas posesiones: el Reino Unido, anexionando Birmania a su impe­
económica y militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío se­ rio indio y estableciendo o reforzando la zona de influencia en el Tíbet, Per­
rio desde hacía mucho tiempo, pero entre finales del siglo xvm y el último sia y la zona del golfo Pérsico; Rusia, penetrando más profundamente en el
cuarto del siglo xix no se había llevado a cabo intento alguno por convertir A sia central y (aunque con menos éxito) en la zona de Sibcria lindante con
esa supremacía en una conquista, anexión y administración formales. Entre el Pacífico en Manchuria; los neerlandeses, estableciendo un control más es­
1880 y 1914 ese intento se realizó y la mayor parte del mundo ajeno a Euro­ tricto en regiones más remotas de Indonesia. Se crearon dos imperios prácti­
pa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que que­ camente nuevos: el primero, por la conquista francesa de Indochina, iniciada
daron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno u en el reinado de Napoleón III; el segundo, por parte de los japoneses a ex ­
otro de una serie de estados, fundamentalmente el Reino Unido, Francia, A le ­ pensas de China en Corea y Taiwan (1895) y, más tarde, a expensas de Ru­
mania. Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estados Unidos y Japón. Hasta sia, si bien a escala más modesta ( 1905). Sólo una gran zona del mundo pudo
cierto punto, las víctimas de esc proceso fueron los antiguos imperios prein- sustraerse casi por completo a ese proceso de reparto territorial. En 1914, el
dustriales supervivientes de España y Portugal, el primero --p e s e a los inten­ continente americano se hallaba en la misma situación que en 1875, o que en
tos de extender el territorio bajo su control al noroeste de A frica— más que el decenio de 1820: era un conjunto de repúblicas soberanas, con la excep­
el segundo. Pero la supervivencia de los más importantes territorios portu­ ción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño. Con
gueses en África (A n g o la y M ozam bique), que sobrevivirían a otras colonias excepción de los Estados Unidos, su estatus político raramente impresionaba
imperialistas, fue consecuencia, sobre todo, de la incapacidad de sus rivales a nadie salvo a sus vecinos. N adie dudaba de que desde el punto de vista
modernos para ponerse de acuerdo sobre la manera de repartírselo. N o hubo económico eran dependencias del mundo desarrollado. Pero ni siquiera los
rivalidades del mismo tipo que permitieran salvar los restos del imperio espa­ Estados Unidos, que afirmaron cada vez más su hegemonía política y militar
ñol en América (C uba, Puerto R ico) y en el Pacífico (Filipinas) de los Esta­ en esta amplia zona, intentaron seriamente conquistarla y administrarla. Sus
dos Unidos en 1898. Nominalmentc. la mayor parte de los grandes imperios únicas anexiones directas fueron Puerto Rico (C u ba consiguió una indepen­
tradicionales de A sia se mantuvieron independientes, aunque las potencias oc­ dencia nominal) y una estrecha franja que discurría a lo largo del canal de
cidentales establecieron en ellos «zonas de influencia» o incluso una admi­ Panamá, que formaba parte de otra pequeña república, también nominalmen­
nistración directa que en algunos casos (com o en el acuerdo anglorruso sobre te independiente, desgajada a esos efectos del más extenso país de Colom bia
Persia en 1907) cubrían todo el territorio. D e hecho, se daba por sentada su mediante una conveniente revolución local. En Am érica Latina, la dom ina­
indefensión militar y política. Si conservaron su independencia fue bien por­ ción económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una con­
que resultaban convenientes como estados-tapón (co m o ocurrió en Siam la quista formal. Ciertamente, el continente americano fue la única gran región
actual Tailandia— , que dividía las zonas británica y francesa en el sureste del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias.
asiático, o en Afganistán, que separaba al Reino Unido y Rusia), por la inca­ Con la excepción del Reino Unido, ningún estado europeo poseía algo más
pacidad de las potencias imperiales rivales para acordar una fórmula para la que las dispersas reliquias (básicamente en la zona del C aribe) del imperio
división, o bien por su gran extensión. El único estado no europeo que resis­ colonial del siglo xvm , sin gran importancia económica o de otro tipo. N i
tió con éxito la conquista colonial formal fue Etiopía, que pudo mantener a para el Reino Unido ni para ningún otro país existían razones de peso para
raya a Italia, la más débil de las potencias imperiales. rivalizar con los Estados Unidos desafiando la doctrina M onroe.*

■* El sultán de Marruecos prefiere el título de «rey». Ninguno de los otros minisultanes su­ ♦ Esta doctrina, que se expuso por vez primera en 1823 y que posteriormente fue repeti­
pervivientes del mundo islámico podía ser considerado como,«rey de reyes». da y completada por los diferentes gobiernos estadounidenses, expresaba la hostilidad a cual-
68 L A ER A D E L IM PERIO . 1875-1914 L A ER A D EL IM PERIO 69

Ese reparto del mundo entre un número reducido de estados, que da su libro de Lenin de 1916, no analizaba « la división del mundo entre las gran­
título al presente volumen, era la expresión más espectacular de la progresi­ des potencias» hasta el capítulo 6 de los diez de que constaba.'
va división del globo en fuertes y débiles («avan zad os» y «atrasados», a la D e cualquier forma, si el colonialismo era tan sólo un aspecto de un cam­
que ya hemos hecho referencia). Era también un fenómeno totalmente nue­ bio más generalizado en la situación del mundo, desde luego era el aspecto
vo. Entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del más aparente. Constituyó el punto de partida para otros análisis más amplios,
planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media do­ pues no hay duda de que el término imperialismo se incorporó al vocabulario
cena de estados. E l Reino U nido incrementó sus posesiones en unos diez mi­ político y periodístico durante la década de 1890 en el cursó de los debates
llones de kilómetros cuadrados, Francia en nueve millones, Alemania adqui­ que se desarrollaron sobre la conquista colonial. Adem ás, fue entonces cuan­
rió más de dos millones y medio y Bélgica c Italia algo menos. L o s Estados do adquirió, en cuanto concepto, la dimensión económica que no ha perdido
U nidos obtuvieron unos 250.000 km : de nuevos territorios, fundamental­ desde entonces. Por esa razón, carecen de valor las referencias a las formas
mente a costa de España, extensión similar a la que consiguió Japón con sus antiguas de expansión política y militar en que se basa el término. En efecto,
anexiones a costa de China, Rusia y Corea. L a s antiguas colonias africanas los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperia­
de Portugal se ampliaron en unos 750.000 km :; por su parte, España, que re­ lismo era un fenómeno totalmente nuevo. El término (q ue no aparece en los
sultó un claro perdedor (ante los Estados U nidos), consiguió, sin embargo, escritos de Karl M arx, que murió en 1883) se incorporó a la política británi­
algunos territorios áridos en Marruecos y el Sahara occidental. M ás difícil es ca a partir de 1870 y a finales de ese decenio era considerado todavía como
calibrar las anexiones imperialistas de Rusia, ya que se realizaron a costa un neologismo. Fue en la década de 1890 cuando la utilización del término se
de los países vecinos y continuando un proceso de varios siglos de expansión generalizó. En 1900, cuando los intelectuales comenzaron a escribir libros
territorial del estado zarista; además, como veremos, Rusia perdió algunas po­ sobre este tema, la palabra imperialismo estaba, según uno de los primeros de
sesiones a expensas de Japón. D e los grandes imperios coloniales, sólo los esos autores, el liberal británico J. A . Hobson, «en los labios de todo el mun­
Países Bajos no pudieron, o no quisieron, anexionarse nuevos territorios, sal- do ... y se utiliza para indicar el movimiento más poderoso del panorama po­
- vo ampliando su control sobre las islas indonesias que les pertenecían for­ lítico actual del mundo occidental».* En resumen, era una voz nueva ideada
malmente desde hacía mucho tiempo. En cuanto a las pequeñas potencias co­ para describir un fenómeno nuevo. Este hecho evidente es suficiente para des­
loniales, Suecia liquidó la única colonia que conservaba, una isla de las Indias autorizar a una de las muchas escuelas que intervinieron en el debate tenso y
Occidentales, que vendió a Francia, y Dinamarca actuaría en la misma línea, muy cargado desde el punto de vista ideológico sobre el «im perialism o», la
conservando únicamente Islandia y Groenlandia como dependencias. escuela que afirma que no se trataba de un fenómeno nuevo, tal vez incluso
L o más espectacular no es necesariamente lo más importante. Cuando los que era una mera supervivencia prccapitalista. Sea como fuere, lo cierto es que
observadores del panorama mundial a finales del decenio de 1890 comenza­ se consideraba como una novedad y como tal fue analizado.
ron a analizar lo que, sin duda alguna, parecía ser una nueva fase en el mo­ Los debates que rodean a este delicado tema son tan apasionados, densos
delo general del desarrollo nacional e internacional, totalmente distinta de y confusos que la primera tarea del historiador ha de ser la de aclararlos para
la fase liberal de mediados de la centuria, dominada por el librecambio y la que sea posible analizar el fenómeno en lo que realmente es. En efecto, la
libre Competencia, consideraron que la creación de imperios coloniales era mayor parte de los debates se han centrado no en lo que sucedió en el mundo
simplemente uno de sus aspectos. Para los observadores ortodoxos se abría, entre 1875 y 1914, sino en el marxismo, un tema que levanta fuertes pasio­
en términos generales, una nueva era de expansión nacional en la que (com o nes. Ciertamente, el análisis del imperialismo, fuertemente crítico, realizado
ya hemos sugerido) era imposible separar con claridad los elementos políti­ por Lenin se convertiría en un elemento central del marxismo revolucionario
cos y económicos y en la que el estado desempeñaba un papel cada vez más de los movimientos comunistas a partir de 1917 y también en los movimien­
activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos com o en el exterior. tos revolucionarios del «tercer m undo». L o que ha dado al debate un tono es­
L o s observadores heterodoxos analizaban más específicamente esa nueva era pecial es el hecho de que una de las partes protagonistas parece tener una li­
com o una nueva fase del desarrollo capitalista, que surgía de diversas ten-: gera ventaja intrínseca, pues el término ha adquirido gradualmente — y es
dencias que creían advertir en ese proceso. E l más influyente de esos aná­ difícil que pueda perderla— una connotación peyorativa. A diferencia de lo
lisis del fenómeno que pronto se conocería como «im perialism o», el breve que ocurre con el término dem ocracia, al que apelan incluso sus enemigos
por sus connotaciones favorables, el «im p erialism o » es una actividad que
habitualmente se desaprueba, y que, por tanto, ha sido siempre practicada por
quicr nueva colonización o intervención política de las potencias europeas en el hemisferio occi­
otros. En 1914 eran muchos los políticos que se sentían orgullosos de llamar­
dental. Más tarde se interpretó que esto significaba que los Estados Unidos eran la única potencia
con derecho a intervenir en ese hemisferio. A medida que ios Estados Unidos se convirtieron en se imperialistas, pero a lo largo de este siglo los que así actuaban han desa­
un país más poderoso, los estados europeos tomaron con más seriedad la doctrina Monroe. parecido casi por completo.
LA E R A D EL IM PER IO 71
LA ER A D EL IM PERIO . 1875-1914

Dejando al margen el leninismo y el antilcninismo, lo primero que ha de


70 -al del análisis leninista <que se basaba claramente en una
hacer el historiador es dejar sentado el hecho evidente, que nadie habría
cj punto csc ntcmporáneos, tanto marxistas com o no marxistas) era que
¿e autorcs sus raíccs económicas en una nueva fase especí- negado en la década de 1890, de que la división del globo tenía una dim en­
sión económica. Demostrar eso no lo explica todo sobre el imperialismo del
^ ücvo imp®*? aue entre otras cosas, conducía a «la división territorial
período. El desarrollo económico no es una especie de ventrílocuo en el que
^ ° del cap¡ta'lS • * nCjCs potencias capitalistas» en una serie de colonias
su muñeco sea el resto de la historia. En el mismo sentido, tampoco se pue­
**CTint>n* >enfrm ales y de esferas de influencia. L as rivalidades existentes
de considerar ni siquiera al más resuelto hombre de negocios decidido a
rti*,eS C ^ S a s que fueron causa de esa división engendraron también
conseguir beneficios — por ejemplo, en las minas surafricanas de oro y dia­
tíe loS caf> a mundial. N o analizaremos aquí los mecanismos específicos
mantes— como una simple máquina de hacer dinero. En efecto, no era in­
o r i t ^ gUClTiales el «capitalismo m onopolista» condujo al colonialismo
mune a los impulsos políticos, emocionales, ideológicos, patrióticos e inclu­
l0S ° al respecto diferían incluso entre los marxistas— , ni la utili-
so raciales tan claramente asociados con la expansión imperialista. Con
de esos análisis para formar una «teoría de la dependen-
todo, si se puede establecer una conexión económica entre las tendencias del
a finales del siglo xx. Todos esos análisis asumen de una u
desarrollo económico en el núcleo capitalista del planeta en ese período y su
v is g ia expansión económica y la explotación del mundo en ultra-
expansión a la periferia, resulta mucho menos verosímil centrar toda la ex­
los p a í s « cap¡.alislas.
plicación del imperialismo en motivos sin una conexión intrínseca con la
° , cran esc»'- [eoríaS n0 revesuna un interés especial y sería irrelevante en
penetración y conquista del mundo no occidental. Pero incluso aquellos que
‘H criticó esa QCUpa Señalemos simplemente que los análisis no mar-
jjarecen tener esa conexión, como los cálculos estratégicos de las potencias ri­
. coflte*10 qtíialisn io establecían conclusiones opuestas a las de los manéis*
vales, han de ser analizados teniendo en cuenta la dimensión económica. Aun
e* ¿el ifl«P«*" han ^ ad id o confusión al tema. Negaban la conexión
en la actualidad, los acontecimientos políticos del Oriente M edio, que no pue­
*as y dC el imperialismo de finales del siglo xix y del siglo x x con el
den explicarse únicamente desde un prisma económico, no pueden analizarse
' cífica e general y con la fase concreta del capitalismo que. com o he-
de forma realista sin tener en cuenta la importancia del petróleo.
íp íi*1* 1110 surgir a finales del siglo xtx. Negaban que el imperialismo
E l acontecimiento más importante en el siglo xix es la creación de una
visto. P“ \ onómicas importantes, que beneficiara económicamente a los
economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remo­
¡\v|era i**6*? „ asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fue-
tos del mundo, con un tejido cada vez más denso de transacciones económi­
Ü ** para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos so-
cas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que
^ f u i v ^ c"“ ;^coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desembocó
vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrolla-
bre las fSÍTnsuperables entre las potencias imperialistas y que no había te­
do (véase La era del capital, capítulo 3). D e no haber sido por estos condi­
co nvali<1 nejas decisivas sobre el origen de la primera guerra mundial. Re-
cionamientos, no habría existido una razón especial por la que los estados
nidoc0flS<f üC^pj¡caciones económicas, se concentraban en los aspectos psi-
europeos hubieran demostrado el menor interés, por ejemplo, por la cuenca
c¿ a n d0 ^ L o i^ c o s . culturales y políticos, aunque por lo general evitando
del Congo o se hubieran enzarzado en disputas diplomáticas por un atolón del
cológ*05, ei terreno resbaladizo de la política interna, pues los marxis-
Pacífico. Esta globalización de la economía no era nueva, aunque se había
cUidado$a,nc” a hacer hincapié en las ventajas que habían supuesto para
acelerado notablemente en los decenios centrales de la centuria. Continuó in­
iaS tendía'1 ^ ias metrópolis la política y la propaganda imperia-
crementándose — menos llamativamente en términos relativos, pero de forma
^ g «ras cosas, sirvieron para contrarrestar el atractivo que los mo-
más masiva en cuanto al volumen y cifras— entre 1875 y 1914. Entre 1848
lista qüC' e^ L 0S de masas ejercían sobre las clases trabajadoras. Algunos de
y 1875, las exportaciones europeas habían aumentado más de cuatro veces,
viinieí** ^ demostrado tener gran fuerza y eficacia, aunque en oca­
pero sólo se duplicaron entre 1875 y 1915. Pero la flota mercante sólo se
s o s a8urnC .ynado ser mutuamente incompatibles. D e hecho, muchos de ios
había incrementado de 10 a 16 millones de toneladas entre 1840 y 1870.
yor^ J J antiimperialismo carecían de toda solidez. Pero el incon-
mientras que se duplicó en los cuarenta años siguientes, de igual forma que
a¿jisis ‘^ r v ’cscritos antianuimperialistas es que no explican la conjunción
la red mundial de ferrocarriles se amplió de poco más de 200.000 km en 1870
* gnómicos y políticos, nacionales e internacionales, que tan no-
hasta más de un millón de kilómetros inmediatamente antes de la primera
^e P(OCCS<í L cCieron a los contemporáneos en tomo a 1900. de forma que in-
guerra mundial.
(¿bles te una explicación global. Esos escritos no explican por qué
Esta red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zo ­
tentar00 50 ,neos consideraron que «imperialismo» era un fenómeno nove-
nas más atrasadas y hasta entonces marginales se incorporaran a la economía
l o s 'amenial desde el punto de vista histórico. En definitiva, lo que ha-
mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron
¿oiO y ^ T l o s autores de esos análisis es negar hechos que cran obvios en
un nuevo interés por esas zonas remotas. L o cierto es que ahora que eran
cea * * * £ g,, que se produjeron y que todavía lo^son.
el !t*onlcn
72 L A ER A D E L IM PERIO . J 875-1914 LA E R A D EL IM PER IO 73

accesibles, muchas de esas regiones parecían a primera vista simples exten­ templada, cereales y carne que se producían a muy bajo coste y en grandes
siones potenciales del mundo desarrollado, que estaban siendo ya colonizadas cantidades en diferentes zonas de asentamiento europeo en Norteamérica y
y desarrolladas por hombres y mujeres de origen europeo, que expulsaban o Suramérica. Rusia y Australasia. Pero también transformó el mercado de pro­
hacían retroceder a los habitantes nativos, creando ciudades y, sin duda, a su ductos conocidos desde hacía mucho tiempo (al menos en Alem ania) como
debido tiempo, la civilización industrial: los Estados U nidos al oeste del «productos coloniales» y que se vendían en las tiendas del mundo desarrolla­
Mississippi, Canadá. Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica, A rgelia y el cono do: azúcar, té, café, cacao y sus derivados. Gracias a la rapidez del transporte
sur de Suramérica. C om o veremos, la predicción era errónea. Sin embargo, y a la conservación, comenzaron a afluir frutas tropicales y subtropicales: esos
esas zonas, aunque muchas veces remotas, eran para las mentes contemporá­ frutos posibilitaron la aparición de las «repúblicas bananeras».
neas distintas de aquellas otras regiones donde, por razones climáticas, la Los británicos que en 1840 consumían 0.680 kg de té per cápita y 1.478 kg
colonización blanca no se sentía atraída, pero donde — por citar las palabras en el decenio de 1860. habían incrementado ese consumo a 2,585 kg en 1890,
de un destacado miembro de la administración imperial de la época— «el lo cual representaba una importación media anual de 101.606.400 kg, frente
europeo puede venir en números reducidos, con su capital, su energía y su a menos de 44.452.800 kg en el decenio de 1860 y unos 18 millones de ki­
conocimiento para desarrollar un comercio muy lucrativo y obtener produc­ logramos en la década de 1840. Mientras la población británica dejaba de
tos necesarios para el funcionamiento de su avanzada civilización».* consumir las pocas tazas de café que todavía bebían para llenar sus teteras
L a civilización necesitaba ahora el elemento exótico. El desarrollo tec­ con el té de la India y Ceilán (Sri Lanka). los norteamericanos y alemanes
nológico dependía de materias primas que por razones climáticas o por los importaban café en cantidades cada vez más espectaculares, sobre todo de
azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente en América Latina. En los primeros años del decenio de 1900, las familias neo­
lugares remotos. E l motor de combustión interna, producto típico del perío­ yorquinas consumían medio kilo de café a la semana. Los productores cuá­
d o que estudiamos, necesitaba petróleo y caucho. El petróleo procedía casi queros de bebidas y de chocolate británicos, felices de vender refrescos no
en su totalidad de los Estados U nidos y de Europa (d e Rusia y, en mucho alcohólicos, obtenían su materia prima del Á frica occidental y de Suraméri­
menor medida, de Rum ania), pero los pozos petrolíferos del Oriente M edio ca. L os astutos hombres de negocios de Boston, que fundaron la United Fruit
cran ya objeto de un intenso enfrentamiento y negociación diplomáticos. El Company en 1885, crearon imperios privados en el Caribe para abastecer a
caucho era un producto exclusivamente tropical, que se extraía mediante la Norteamérica con los hasta entonces ignorados plátanos. L os productores de
terrible explotación de los nativos en las selvas del C on go y del Amazonas, jabón, que explotaron el mercado que demostró por primera vez en (oda su
blanco de las primeras y justificadas protestas antiimperialistas. M ás ade­ plenitud las posibilidades de la nueva industria de la publicidad, buscaban
lante se cultivaría intensamente en Malaya. El estaño procedía de A sia y Sur­ aceites vegetales en África. L as plantaciones, explotaciones y granjas eran el
américa. U n a serie de metales no férricos que antes carecían de importancia segundo pilar de las economías imperiales. L os comerciantes y financieros
comenzaron a ser fundamentales para las aleaciones de acero que exigía la metropolitanos eran el tercero.
tecnología de alta velocidad. A lgunos de esos minerales se encontraban en Estos acontecimientos no cambiaron la form a y las características de los
grandes cantidades en el mundo desarrollado, ante todo en los Estados U n i­ países industrializados o en proceso de industrialización, aunque crearon
dos, pero no ocurría lo mismo con algunos otros. Las nuevas industrias del nuevas ramas de grandes negocios cuyos destinos corrían paralelos a los de
automóvil y eléctricas necesitaban imperiosamente uno de los metales más zonas determinadas del planeta, caso de las compañías petrolíferas. Pero
antiguos, el cobre. Sus principales reservas y, posteriormente, sus producto­ transformaron el resto del mundo, en la medida en que lo convirtieron en un
res más importantes se hallaban en lo que a finales del siglo x x se denomi­ com plejo de territorios coloniales y scmicoloniales que progresivamente se
naría como el tercer mundo: Chile, Perú, Zaire, Zam bia. Además, existía una convirtieron en productores especializados de uno o dos productos básicos
constante y nunca satisfecha demanda de metales preciosos que en este perío­ para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por com ­
do convirtió a Suráfrica en el m ayor productor de oro del mundo, por no pleto. E l nombre de M alaya se identificó cada vez más con el caucho y el es­
mencionar su riqueza de diamantes. L as minas fueron los grandes pioneros taño; el de Brasil, con el café; el de Chile, con los nitratos; el de Uruguay,
que abrieron el mundo al imperialismo, y fueron extraordinariamente eficaces con la carne, y el de Cuba, con el azúcar y los cigarros puros. D e hecho, si
porque sus beneficios cran lo bastante importantes com o para justificar tam­ exceptuamos a los Estados Unidos, ni siquiera las colonias de población
bién la construcción de ramales de ferrocarril. blanca se industrializaron (en esta etapa) porque también se vieron atrapadas
Completamente.aparte de las demandas de la nueva tecnología, el creci­ en la trampa de la especialización internacional. Alcanzaron una extraordina­
miento del consumo de masas en los países metropolitanos significó la rápi­ ria prosperidad, incluso para los niveles europeos, especialmente cuan&o esta­
da expansión del mercado de productos alimentarios. Po r lo que respecta al ban habitadas por emigrantes europeos libres y, en general, militantes, con
volumen, el mercado estaba dominado por los productos básicos de la zona fuerza política en asambleas elegidas, cuyo radicalismo democrático pódía ser
LA ER A D E L IM PERIO . 1875-1914 LA ER A D E L IMPERIO- 75
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extraordinario, aunque no solía estar representada en ellas la población na­ fluencia. El análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes
tiva.* Probablemente, para el europeo deseoso de emigrar en la época impe­ argumentos que pueden explicar esa actitud. El más conocido de esos argu­
rialista habría sido mejor dirigirse a Australia, N ueva Zelanda, Argentina o mentos. la presión del capital para encontrar inversiones más favorables que
Uruguay antes que a cualquier otro lugar, incluyendo los Estados Unidos. En las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no
todos esos países se formaron partidos, e incluso gobiernos, obreros y radical- sufrieran la competencia del capital extranjero, es el menos convincente.
democráticos y ambiciosos sistemas de bienestar y seguridad social (N u eva D ado que las exportaciones británicas de capital se incrementaron vertigino­
Zelanda, Uruguay) mucho antes que en Europa. Pero estos países eran com­ samente en el último tercio de la centuria y que los ingresos procedentes de
plementos de la economía industrial europea (fundamentalmente de la britá­ esas inversiones tenían una importancia capital para la balanza de pagos b ri­
nica) y, por tanto, no les convenía — o en todo caso no les convenía a los in­ tánica, era totalmente natural relacionar el «nuevo im perialism o» con las e x ­
tereses abocados a la.exportación de materias primas— sufrir un proceso de portaciones de capital, como lo hizo J. A . Hobson. Pero no puede negarse
industrialización. Tampoco las metrópolis habrían visto con buenos ojos ese que sólo una muy pequeña parte de ese flujo masivo de capitales acudía a los
proceso. Sea cual fuere la retórica oficial, la función de las colonias y de Las nuevos imperios coloniales: la mayor parte de las inversiones británicas en el
dependencias no formales era la de complementar las economías de las me­ exterior se dirigían a las colonias en rápida expansión y por lo general de po­
blación blanca, que pronto serían reconocidas como territorios virtualmente
trópolis y no la de competir con ellas.
Los territorios dependientes que no pertenecían a lo que se ha llamado independientes (Canadá, Australia, N ueva Zelanda. Suráfrica), y a lo que
«capitalismo colonizador»6 (blanco) no tuvieron tanto éxito. Su interés eco­ podríamos llamar territorios coloniales «honoríficos» como Argentina y U ru ­
nómico residía en la combinación de recursos con una mano de obra que por guay, por no mencionar los Estados Unidos. Adem ás, una paite importante
estar formada por «n ativo s» tenía un coste m uy bajo y era barata. Sin em ­ de esas inversiones (el 76 por 100 en 1913) se realizaba en forma de présta­
bargo, las oligarquías de terratenientes y comerciantes — locales, importados mos públicos a compañías de ferrocarriles y servicios públicos que repor­
de Europa o ambas cosas a un tiempo— y, donde existían, sus gobiernos, taban rentas más elevadas que las inversiones en la deuda pública británica
se beneficiaron del dilatado período de expansión secular de los productos de — un promedio de un 5 por 100 frente al 3 por 100— , pero cran también me­
exportación de su región, interrumpida únicamente por algunas crisis efíme­ nos lucrativas que los beneficios del capital industrial en el Reino Unido, na­
ras, aunque en ocasiones (com o en Argentina en 1890) graves, producidas turalmente excepto para los banqueros que organizaban esas inversiones. Se
por los ciclos comerciales, p o r una excesiva especulación, por la guerra y por suponía que eran inversiones seguras, aunque no produjeran un elevado ren­
la paz. N o obstante, en tanto que la primera guerra mundial perturbó algunos dimiento. Eso no significaba que no se adquirieran colonias porque un grupo
de sus mercados, los productores dependientes quedaron al margen de ella. de inversores no esperaba obtener un gran éxito financiero o en defensa de
Desde su punto de vista, la era imperialista, que comenzó a finales del si­ inversiones ya realizadas. C on independencia de la ideología, la causa de la
guerra de los bóers fue el oro.
glo x ix , se prolongó hasta la gran crisis de 1929-1933. D e cualquier forma,
se mostraron cada vez más vulnerables en el curso de este período, por cuanto U n argumento general de más peso para la expansión colonial era la bús­
su fortuna dependía cada vez más del precio del café (q ue en 1914 consti­ queda de mercados. N ada importa que esos proyectos se vieran muchas ve­
tuía ya el 58 por 100 del valor de las exportaciones de Brasil y el 53 por 100 ces frustrados. L a convicción de que el problema de la «superproducción»
de las colombianas), del caucho y del estaño, del cacao, del buey o de la del período de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran im­
lana. Pero hasta la caída vertical de los precios de las materias primas du­ pulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios, in­
rante el crash de 1929, esa vulnerabilidad no parecía tener mucha importan­ clinados siempre a llenar los espacios vacíos del mapa del comercio mundial
cia a largo plazo, por comparación con la expansión aparentemente ilimitada con grandes números de clientes potenciales, dirigían su mirada, natural­
de las exportaciones y los créditos. A l contrario, com o hemos visto, hasta mente, a las zonas sin explotar: China era una de esas zonas que captaban la
1914 las relaciones de intercambio parecían favorecer a los productores de imaginación de los vendedores — ¿qué ocurriría si cada uno de los trescientos
millones de seres que vivían en ese país comprara tan sólo una caja de cla­
materias primas.
Sin embargo, la importancia económica creciente de esas zonas para la vos?— , mientras que Á frica, el continente desconocido, era otra. Las cáma­
economía mundial no explica por qué los principales estados industriales ini­ ras de comercio de diferentes ciudades británicas se conmocionaron en los
ciaron una rápida carrera para dividir el mundo en colonias y esferas de in­ difíciles años de la década de 1880 ante la posibilidad de que las negocia­
ciones diplomáticas pudieran excluir a sus comerciantes del acceso a la cuen­
ca del Congo, que se pensaba que ofrecía perspectivas inmejorables para la
* De hccho, la democracia blanca los excluyó, generalmente, de los beneficios que habían venta, tanto más cuanto que esc territorio estaba siendo explotado como un
conseguido los hombres de raza blanca, o incluso se negaba a considerarlos como seres plena-
negocio provechoso p o r ese hom bre de negocios con corona que era el rey
mente humanos. *
L A E R A D E L IM PERIO 77
ÍMPERtO: ¡875-1914

Í S l S e Í & ( S ú - ^ s i e m á preferido de explotación utilizando de estatus, con independencia de su valor real. H acia 1900 incluso los Esta­
^ ^ ^ ^ ^ ar¿Iirigido a impulsar importantes compras per dos Unidos, cuya política imperialista nunca se ha asociado, antes o después
que disminuyera el número de posibles de ese período, con la posesión de colonias formales, se sintieron obligados
..... -tirr-ir1— --T-.?riS a^rtiglt v la masacre.) a seguir la m oda del momento. Por su parte, A lem ania se sintió profunda­
fundamental de la situación economica general era el he- mente ofendida por el hecho de que una nación tan poderosa y dinámica po­
economías desarrolladas experimentaban de forma seyera muchas menos posesiones coloniales que los británicos y los france­
."necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran ses, aunque sus colonias cran de escaso interés económico y de un interés
^ ^ f e ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ c Í o | í t ¿ m e n t c fuertes, su ideal era el de « l a puerta abierta» en los mer- estratégico mucho menor aún. Italia insistió en ocupar extensiones muy poco
■ mundo subdesarrollado, pero cuando carecían de la fuerza nece-
atractivas del desierto y de las montañas africanas para reforzar su posición
^ ^ l ^ ^ ^ ^ ^ p ^ ^ í u í i n i e n t a b a n conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas de gran potencia, y su fracaso en la conquista de Etiopía en 1896 debilitó, sin
: V nacionales en una posición de m onopolio o, cuando menos, les diera una duda, esa posición.
ventaja sustancial. L a consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocu- En efecto, si las grandes potencias eran estados que tenían colonias, los
í,t;: ; padas del tercer mundo. E n cierta forma, esto fue una ampliación del protec- pequeños países, por así decirio, «n o tenían derecho a ellas». España perdió
cionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879 (véase el capítulo anterior), la mayor parte de lo que quedaba de su imperio colonial en la guerra contra
í^; • « S i no fueran tan tenazmente proteccionistas — le dijo el primer ministro los Estados Unidos de 1898. C om o hemos visto, se discutieron seriamente
británico al em bajador francés en 1897— , no nos encontrarían tan deseosos diversos planes para repartirse los restos del imperio africano de Portugal en­
de anexionamos territorios.»8 D esde este prisma, «e l imperialismo» era la tre las nuevas potencias coloniales. S ó lo los holandeses conservaron discre­
consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de tamente sus ricas y antiguas colonias (situadas principalmente en el sureste
varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las pre­ asiático) y, com o ya dijimos, al monarca belga se le permitió hacerse con su
siones económicas del decenio de 1880. Ello no quiere decir que se esperara dominio privado en Á frica a condición de que permitiera que fuera accesible
que una colonia en concreto se conviniera en El Dorado, aunque esto es lo que a todos los demás países, porque ninguna gran potencia estaba dispuesta a
ocurrió en Suráfrica, que pasó a ser el mayor productor de oro del mundo. Las dar a otras una parte importante de la gran cuenca del río Congo. Natural­

{
n í¡ colonias podían constituir simplemente bases adecuadas o puntos avanzados mente, habría que añadir que hubo grandes zonas de A sia y del continente
para la penetración económica regional. A s í lo expresó claramente un funcio­ americano donde por razones políticas era imposible que las potencias euro­
nario del Departamento de Estado de los Estados Unidos en los inicios del peas pudieran repartirse zonas extensas de territorio. Tanto en Am érica del
Ú \ nuevo siglo cuando en los Estados Unidos, siguiendo la moda internacional, N orte com o del Sur, las colonias europeas supervivientes se vieron inm o­
1 f hicieron un breve intento por conseguir su propio imperio colonial. vilizadas com o consecuencia de la doctrina M onroe: sólo Estados Unidos

Í
En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adqui­ tenía libertad de acción. En la mayor parte de Asia, la lucha se centró en con­
rir territorios coloniales de la acción política necesaria para conseguirlo, por seguir esferas de influencia en una serie de estados nominalmente indepen­
}:¡ cuanto el proteccionismo de cualquier tipo no es otra cosa que la operación dientes. sobre todo en China, Persia y el imperio otomano. Excepciones a esa
de la economía con la ayuda de la política. L a motivación estratégica para la norma fueron Rusia y Japón. L a primera consiguió ampliar sus posesiones en
colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido, con colonias muy el A s ia central, pero fracasó en su intento de anexionarse diversos territorios
antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes regiones en el norte de China. El segundo consiguió Corea y Formosa (Taiw an) en el
terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses comer­ curso de una guerra con China en 1894-1895. A s í pues, en la práctica, Á fri­
ciales y marítimos británicos en el mundo, o que, con el desarrollo del bar­ ca y Oceanía fueron las principales zonas donde se centró la competencia por
co de vapor, podían convertirse en puertos de aprovisionamiento de carbón. conseguir nuevos territorios.
(Gibraltar y M alta eran ejemplos del primer caso, mientras que las Bermudas En definitiva, algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo
y A dén lo son del segundo.) Existía también el significado simbólico o real teniendo en cuenta factores fundamentalmente estratégicos. Han pretendido
para los ladrones de conseguir una p ane adecuada del botín. Una vez que las explicar la expansión británica en Á frica como consecuencia de la necesidad
potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de Á frica u Oceanía, cada de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India y sus glacis maríti­
una de ellas intentó evitar que una porción excesiva (un fragmento especial­ mos y terrestres. Es importante recordar que, desde un punto de vista global,
mente atractivo) pudiera ir a parar a manos de los demás. Así, una vez que la India era el núcleo central de la estrategia británica, y que esa estrategia
el estatus de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la bandera exigía un control no sólo sobre las rutas marítimas cortas hacia el subconti-
sobre una playa limitada por palmeras (o , más frecuentemente, sobre exten­ nente (Egipto, Oriente M edio, el mar Rojo, el golfo Pérsico y el sur de A ra­
siones de maleza seca), la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo bia) y las rutas marítimas largas (el cabo de Buena Esperanza y Singapur),
LA ER A D E L IM PERIO . 1875-191 <4 L A E R A D E L IM PERIO 79
78

sino también sobre todo el océano índico, incluyendo sectores de la costa primacía de la política interior». Probablemente, la versión del imperialismo
africana y su traspaís. Los gobiernos británicos eran perfectamente conscien­ social de Cecil Rhodes, en la que el aspecto fundamental eran los beneficios
tes de ello. También es cierto que la desintegración del poder local en algunas económicos que una política imperialista podía suponer, de forma directa o
zonas esenciales para conseguir esos objetivos, como E gipto (incluyendo indirecta, para las masas descontentas, sea la menos relevante. N o poseemos
Sudán), impulsaron a los británicos a protagonizar una presencia política pruebas de que la conquista colonial tuviera una gran influencia sobre el em­
directa mucho mayor de lo que habían pensado en un principio, llegando pleo o sobre los salarios reales de la mayor parte de los trabajadores en los
incluso hasta el gobierno de hecho. Pero estos argumentos no eximen de un países metropolitanos,* y la idea de que la emigración a las colonias podía
análisis económico del imperialismo. En primer lugar, subestiman el incen­ ser una válvula de seguridad en los países superpoblados era poco más que
tivo económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, una fantasía demagógica. (D e hecho, nunca fue más fácil encontrar un lugar
siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica. En cualquier caso, para emigrar que en el período 1880-1914, y sólo una pequeña minoría de
los enfrentamientos por el Á frica occidental y el C on go tuvieron causas fun­ emigrantes acudía a las colonias, o necesitaba hacerlo.)
damentalmente económicas. En segundo lugar, ignoran el hecho de que la M ucho más relevante nos parece la práctica habitual de ofrecer a los vo­
India era la «jo y a más radiante de la corona im perial» y la pieza esencial tantes gloria en lugar de reformas costosas, y ¿qué podía ser más glorioso que
de la estrategia británica global, precisamente por su gran importancia para las conquistas de territorios exóticos y razas de piel oscura, cuando además
la economía británica. Esa importancia nunca fue mayor que en este período, esas conquistas se conseguían con tan escaso coste? D e forma más general, el
cuando el 60 por 100 de las exportaciones británicas de algodón iban a pa­ imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencial-
rar a la India y al Lejano Oriente, zona hacia la cual la India era la puerta mente descontentos, a identificarse con el estado y la nación imperial, dando
de acceso — el 40-45 por 100 de las exportaciones las absorbía la India— , así. de forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y po­
y cuando la balanza de pagos del Reino U nido dependía para su equilibrio lítico representado por ese estado. En una era de política de masas (véase el
de los pagos de la India. En tercer lugar, la desintegración de gobiernos in­ capítulo siguiente) incluso los viejos sistemas exigían una nueva legitimidad.
dígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control También sobre este punto los contemporáneos eran totalmente claros. En 1902
directo sobre unas zonas que anteriormente no se habían ocupado de admi­ se elogió la ceremonia de coronación británica, cuidadosamente modificada,
nistrar, se debió al hecho de que las estructuras locales se habían visto soca­ porque estaba dirigida a expresar «e l reconocimiento, por una democracia
vadas por la penetración económica. Finalmente, no se sostiene el intento de libre, de una corona hereditaria, com o símbolo del dominio universal de su
demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo occidental raza» (la cursiva es m ía).10 En resumen, el imperialismo ayudaba a crear un
en el decenio de 1880 que explique la redivisión territorial del mundo, pues buen cemento ideológico.
el capitalismo mundial era muy diferente en ese período del del decenio Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva esta variante específica de
de 1860. Estaba constituido ahora por una pluralidad de «economías nacio­ exaltación patriótica, sobre todo en aquellos países donde el liberalismo y la
nales» rivales, que se «protegían» unas de otras. En definitiva, es imposible izquierda más radical habían desarrollado fuertes sentimientos antiimperia­
separar la política y la economía en una sociedad capitalista, como lo es se­ listas, antimilitaristas, anticoloniales o, de forma más general, antiaristocráti­
parar la religión y la sociedad en una comunidad islámica. L a pretensión de cos. Sin duda, en algunos países el imperialismo alcanzó una gran populari­
explicar «e l nuevo imperialismo» desde una óptica no económica es tan poco dad entre las nuevas clases medias y de trabajadores administrativos, cuya
realista como el intento de explicar la aparición de los partidos obreros sin identidad social descansaba en la pretensión de ser los vehículos elegidos del
tener en cuenta para nada los factores económicos. patriotismo (véase infra, capítulo 8). Es mucho menos evidente que los tra­
D e hecho, la aparición de los movimientos obreros o, de forma más ge­ bajadores sintieran ningún tipo de entusiasmo espontáneo por las conquistas
nera], de la política democrática (véase el capítulo siguiente) tuvo una clara coloniales, por las guerras, o cualquier interés en las colonias, ya fueran nue­
influencia sobre el desarrollo del «nuevo imperialismo». Desde que el gran vas o antiguas (excepto las de colonización blanca). L o s intentos de insti­
imperialista Cecil Rhodes afirmara en 1895 que si se quiere evitar la guerra tucionalizar un sentimiento de orgullo por el imperialismo, por ejemplo crean­
civil hay que convertirse en imperialista,9 muchos observadores han tenido en do un «d ía del im perio» en el Reino Unido (1902), dependían para conseguir
cuenta la existencia del llamado «imperialismo social», es decir, el intento de
utilizar la expansión imperial para amortiguar el descontento interno a través * En algunos casos el imperialismo podía ser útil. Los mineros de Comualles abandona­
de mejoras económicas o reformas sociales, o de otra forma. Sin duda nin­ ron masivamente las minas de estaño de su península, ya en decadencia, y se trasladaron a las
minas de oro de Suráfrica. donde ganaron mucho dinero y donde morían incluso a una edad más
guna, todos los políticos cran perfectamente conscientes de los beneficios
temprana de lo habitual como consecuencia de las enfermedades pulmonares. Los propietarios
potenciales del imperialismo. En algunos casos, ante todo en Alemania, se ha de minas de Comualles compraron nuevas minas de estaño en Malaya con menor riesgo para
apuntado como razón fundamental para el desarrollo del imperialismo «la sus vidas.
80 L A E R A D E L IM PER IO . 1875-1914
LA ER A D E L IM PER IO 81

el éxito de la capacidad de movilizar a los estudiantes. (M á s adelante anali­


Esta fue la época clásica de las actividades misioneras a gran escala.* El
zaremos el recurso al patriotismo en un sentido más general.)
esfuerzo misionero no fue de ningún modo un agente de la política impena­
De todas formas, no se puede negar que la idea de superioridad y de do­
lista. En gran número de ocasiones se oponía a las autoridades coloniales y
minio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares
prácticamente siempre situaba en primer plano los intereses de sus conversos.
tenía arraigo popular y que, por tanto, benefició a la política imperialista. En
Pero lo cierto es que el éxito del Señor estaba en función del avance imperia­
sus grandes exposiciones internacionales (véase La era del capital, capítulo 2)
lista. Puede discutirse si el comercio seguía a la implantación de la bandera,
la civilización burguesa había glorificado siempre los tres triunfos de la cien­
pero no existe duda alguna de que la conquista colonial abría el camino a una
cia, la tecnología y las manufacturas. En la era de los imperios también glori­
acción misionera eficaz, como ocurrió en Uganda, Rodesia (Zam bia y Zirn-
ficaba sus colonias. En las postrimerías de la centuria se multiplicaron los «p a­
babw e) y Niasalandia (M alau i). Y si el cristianismo insistía en la igualdad de
bellones coloniales», hasta entonces prácticamente inexistentes: ocho de ellos
las almas, subrayaba también la desigualdad de los cuerpos, incluso de los
complementaban la Torre Eiffel en 1889, mientras que en 1900 eran 14 de
cuerpos clericales. Era un proceso que realizaban los blancos para los nativos
esos pabellones los que atraían a los turistas en París." Sin duda alguna, todo
y que costeaban los blancos. Y aunque multiplicó el número de creyentes na­
eso era publicidad planificada, pero com o toda la propaganda, ya sea comer­
tivos, al menos la mitad del clcro continuó siendo de raza blanca. Por lo que
cial o política, que tiene realmente éxito, conseguía esc éxito porque de algu­
respecta a los obispos, habría hecho falta un potentísimo microscopio para de­
na forma tocaba la fibra de la gente. Las exhibiciones coloniales causaban sen­
tectar un obispo de color entre 1870 y 1914. L a Iglesia católica no consagró
sación. En Gran Bretaña, los aniversarios, los funerales y las coronaciones
los primeros obispos asiáticos hasta el decenio de 1920. ochenta años después
reales resultaban tanto más impresionantes por cuanto, al igual que los anti­
de haber afirmado que eso sería muy deseable.13
guos triunfos romanos, exhibían a sumisos maharajás con ropas adornadas con
joyas, no cautivos, sino libres y leales. Los desfiles militares resultaban extra­ En cuanto al movimiento dedicado más apasionadamente a conseguir la
igualdad de los hombres, las actitudes en su seno se mostraron divididas. La
ordinariamente animados gracias a la presencia de sijs tocados con turbantes,
izquierda secular era antiimperialista por principio y, las más de las veces, en
rajputs adornados con bigotes, sonrientes e implacables gurkas, espahís y al­
la práctica. L a libertad para la India, al igual que la libertad para Egipto e Ir­
tos y negros scnegaleses: el mundo considerado bárbaro al servicio de la civi­
landa, era el objetivo del movimiento obrero británico. La izquierda no flaqueó
lización. Incluso en la Viena de los Habsburgo. donde no existía interés por las
nunca en su condena de las guerras y conquistas coloniales, con frecuencia
colonias de uluamar, una aldea ashanti magnetizó a los espectadores. Rous­
seau el Aduanero no era el único que soñaba con los trópicos. — como cuando en el Reino Unido se opuso a la guerra de los bóers— con el
grave riesgo de sufrir una impopularidad temporal. Los radicales denunciaron
El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occiden­
los horrores del Congo, de las plantaciones metropolitanas de cacao en las
tales. tanto a los ricos como a los de clase media y a los pobres, no derivaba
islas africanas, y de Egipto. La campaña que en 1906 permitió al Partido L i­
únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del do­
beral británico obtener un gran triunfo electoral se basó en gran medida en la
minador. especialmente cuando se hallaban en las colonias. En Dakar o
denuncia pública de la «esclavitud china» en las minas surafricanas. Pero, con
Mombasa. el empleado más modesto se convertía en señor y era aceptado
muy raras excepciones (com o la Indonesia neerlandesa), los socialistas occi­
como un «caballero» por aquellos que no habrían advertido siquiera su exis­
dentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de los pueblos colo­
tencia en París o en Londres; el trabajador blanco daba órdenes a los negros.
niales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la Interna­
Pero incluso en aquellos lugares donde la ideología insistía en una igualdad
al menos potencial, ésta se trocaba en dominación. Francia pretendía trans­ cional Comunista. En el movimiento socialista y obrero, los que aceptaban el
formar a sus súbditos en franceses, descendientes teóricos (com o se afirma­ imperialismo como algo deseable, o al menos como una fase fundamental en
la historia de los pueblos «n o preparados para el autogobierno todavía», cran
ba en los libros de texto tanto en Tombuctú y Martinica com o en Burdeos)
una minoría de la derécha revisionista y fabiana, aunque muchos líderes sin­
de «nos ancétres les gaulois» (nuestros antepasados los galos), a diferencia
dicales consideraban que las discusiones sobre las colonias eran irrelevantes
de los británicos, convencidos de la idiosincrasia no inglesa, fundamental y
o veían a las gentes de color ante todo como una mano de obra barata que
permanente, de bengalíes y yomba. Pero la m isma existencia de estos estra­
planteaba una amenaza a los trabajadores blancos. En este sentido, es cierto
tos de évolués nativos subrayaba la ausencia de evolución en la gran mayo­
que las presiones para la expulsión de los inmigrantes de color, que deter-
ría de la población. Las diferentes iglesias se embarcaron en un proceso de
conversión de los paganos a las diferentes versiones de la auténtica fe cris­
tiana, excepto en los casos en que. los gobiernos coloniales les disuadían de ♦ Entre 1876 y 1902 se realizaron 119 traducciones de la Biblia frente a las 74 que se hi­
ese proyecto (como en la India) o donde esa tarea era totalmente imposible cieron en los treinta años anteriores y 40 en los años 1816-1845. Durante el periodo 1886-1895
(en los países islámicos). ____ __________ ___________________ hubo 23 nuevas misiones protestantes en África, es decir, tres veces más que en cualquier dece­
nio anterior.15
82 LA ER A D E L IM PER IO . 1875-1914 L A ER A D E L IM PER IO 83

minaron la política de «C alifornia B lan ca» y «Australia B lan ca» entre 1880
y 1914, fueron ejercidas sobre todo por las clases obreras, y los sindicatos II
del Lancashirc se unieron a los empresarios del algodón de esa misma región
en su insistencia en que se mantuviera a la India al margen de la industriali­ Quedan todavía por responder las cuestiones sobre el impacto de la ex­
zación. En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimien­ pansión occidental (y japonesa a partir de 1890) en el resto del mundo y so­
to de europeos y emigrantes blancos o de los descendientes de éstos (véase bre el significado de los aspectos «im perialistas» del imperialismo para los
infra, capítulo 5). El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. En países metropolitanos.
efecto, su análisis y su definición de la nueva fase «im perialista» del capita­ Es más fácil contestar a la primera de esas cuestiones que a la segunda. El
lismo, que detectaron a finales de la década de 1890, consideraba correcta­ impacto económico del imperialismo fue importante, pero lo más dcsiacable
mente la anexión y la explotación coloniales com o un simple síntoma y una es que resultó profundamente desigual, por cuanto las relaciones entre las me­
característica de esa nueva fase, indeseable como todas sus características, trópolis y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras so­
pero no fundamental. Eran pocos los socialistas que, como Lenin. centraban bre las segundas fue fundamental y decisivo, incluso aunque no se produjera
ya su atención en el «material inflam able» de la periferia del capitalismo la ocupación real, mientras que el de las colonias sobre las metrópolis tuvo es­
mundial. casa significación y pocas veces fue un asunto de vida o muérte. Q ue Cuba
El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, mantuviera su posición o la perdiera dependía del precio del azúcar y de la
que integraba el colonialismo en un concepto mucho más amplio de una disposición de los Estados Unidos a importarlo, pero incluso países «desarro­
«nueva fase» del capitalismo, era correcto en principio, aunque no necesa­ llados» muy pequeños — Suecia, por ejemplo— no habrían sufrido graves in­
riamente en los detalles de su modelo teórico. Asim ism o, era un análisis que convenientes si todo el azúcar del Caribe hubiera desaparecido súbitamente
en ocasiones tendía a exagerar, com o lo hacían los capitalistas contemporá­ del mercado, porque no dependían exclusivamente de esa región para su con­
neos. la importancia económica de la expansión colonial para los países me­ sumo de este producto. Prácticamente todas las importaciones y exportaciones
tropolitanos. Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo xix de cualquier zona del África subsahariana procedían o se dirigían a un nú­
era un fenómeno «n u ev o ». Era el producto de una época de competitividad mero reducido de metrópolis occidentales, pero el comercio metropolitano
entre economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva con África, A sia y Oceanía siguió siendo muy poco importante, aunque
y que se vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar se incrementó en una modesta cuantía entre 1870 y 1914. El 80 por 100 del
mercados en un periodo de incertidumbre económica (véase supra, capítu­ comercio europeo, tanto por lo que respecta a las importaciones como a las ex­
lo 2); en resumen, era un periodo en que «las tarifas proteccionistas y la ex­ portaciones. se realizó, en el siglo xix, con otros países desarrollados y lo mis­
pansión eran la exigencia que planteaban las clases dirigentes».'4 Formaba mo puede decirse sobre las inversiones europeas en el extranjero.15 Cuando esas
pane de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica inversiones se dirigían a ultramar, iban a parar a un número reducido de eco­
privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e im plicaba la nomías en rápido desarrollo con población de origen europeo — Canadá, A us­
aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez tralia, Suráfrica, Argentina, etc.— , así como, naturalmente, a los Estados U n i­
más intensa del estado en los asuntos económicos. Correspondía a un mo­ dos. En este sentido, la época del imperialismo adquiere una tonalidad muy
mento en que las zonas periféricas de la economía global cran cada vez más distinta cuando se contempla desde Nicaragua o M alaya que cuando se consi­
importantes. Era un fenómeno que parecía tan «natural» en 1900 com o in­ dera desde el punto de vista de Alemania o Francia.
verosímil habría sido considerado en 1860. A no ser por esa vinculación Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo
entre el capitalismo posterior a 1873 y la expansión en el mundo no indus­ tuvo más importancia fue en el Reino Unido, porque la supremacía económi­
trializado, cabe dudar de que incluso el «im perialism o social» hubiera de­ ca de este país siempre había dependido de su relación especial con los mer­
sempeñado el papel que ju gó en la política interna de los estados, que vivían cados y fuentes de materias primas de ultramar. D e hecho, se puede afirmar
el proceso de adaptación a la política electoral de masas. Todos los intentos que desde que comenzara la revolución industrial, las industrias británicas
de separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos específi­ nunca habían sido muy competitivas en los mercados de las economías
cos del capitalismo en las postrimerías del siglo x ix han de ser considera­ en proceso de industrialización, salvo quizá durante las décadas doradas de
dos com o meros ejercicios ideológicos, aunque muchas veces cultos y en 1850-1870. En consecuencia, para la economía británica era de todo punto
ocasiones agudos. esencial preservar en Li mayor medida posible su acceso privilegiado al mun­
do no europeo.14 L o cierto es que en los años finales del siglo x ix alcanzó un
gran éxito en el logro de esos objetivos, ampliando la zona del mundo que de
una forma oficial o real se hallaba bajo la férula de la monarquía británica.
84 LA ER A D EL IM PER IO . 1875-1914

LA ER A D E L IM PER IO
hasta una cuarta parte de la superficie del planeta (que en los atlas británicos
se coloreaba orgullosamentc de rojo). Si incluimos el imperio informal, cons­
tituido por estados independientes que, en realidad, eran economías satélites D e hecho, si hacemos balance de los años buenos y malos, lo cierto es que
los capitalistas británicos salieron bastante bien parados en sus actividades en
del Reino Unido, aproximadamente una tercera parte del globo era británica
el imperio informal o «lib re ». Prácticamente, la mitad de todo el capital pú­
en un sentido económico y, desde luego, cultural. En efecto, el Reino Unido
blico a largo plazo emitido en 1914 se hallaba en Canadá, Australia y Am éri­
exportó incluso a Portugal la forma peculiar de sus buzones de correos, y a
ca Latina. M ás de la mitad del ahorro británico se invirtió en el extranjero a
Buenos Aires una institución tan típicamente británica com o los almacenes partir de 1900.
Harrods. Pero en 1914, otras potencias se habían comenzado a infiltrar ya en
esa zona de influencia indirecta, sobre todo en Am érica Latina. Naturalmente, el Reino U nid o consiguió su parcela propia en las nuevas
Ahora bien, esa brillante operación defensiva no tenía mucho que ver con regiones colonizadas del mundo y. dada la fuerza y la experiencia británicas,
la «nueva» expansión imperialista, excepto en el caso de los diamantes y el fue probablemente una parcela más extensa y más valiosa que la de ningún
oro de Suráfrica. Éstos dieron lugar a la aparición de una serie de millonarios, otro estado. Si Francia ocupó la mayor pane del Á frica occidental, las cua­
casi todos ellos alemanes — los Wemhcr. Beit, Eckstein, etc.— , la mayor par- tro colonias británicas de esa zona controlaban «la s poblaciones africanas
. te de los cuales se incorporaron rápidamente a la alta sociedad británica, muy más densas, las capacidades productivas mayores y tenían la preponderancia
receptiva al dinero cuando se distribuía en cantidades lo suficientemente im­ del com ercio».17 Sin embargo, el objetivo británico no era la expansión, sino
portantes. Desembocó también en el más grave de los conflictos coloniales, la la defensa frente a otros, atrincherándose en territorios que hasta entonces,
guerra surafricana de 1899-1902, que acabó con la resistencia de dos peque­ como ocurría en la mayor parte del mundo de ultramar, habían sido domina­
ñas repúblicas de colonos campesinos blancos. dos por el comercio y el capital británicos.

En gran medida, el éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia ¿Puede decirse que las demás potencias obtuvieron un beneficio similar de
de la explotación más sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de su expansión colonial? E s imposible responder a este interrogante porque la
la posición especial del país como principal importador e inversor en zonas colonización formal sólo fue un aspecto de la expansión y la competitividad
tales como Suramérica. Con la excepción de la India. Egipto y Suráfrica, la económica globales y, en el caso de las dos potencias industriales más impor­
actividad económica británica se centraba en países que cran prácticamente in­ tantes. Alem ania y los Estados Unidos, no fue un aspecto fundamental. A de­
dependientes, como los dominions blancos o zonas como los Estados Unidos más, com o ya hemos vasto, sólo para el Reino U nido y, tal vez también, para
y América Latina, donde las iniciativas británicas no fueron desarrolladas los Países Bajos, era crucial desde el punto de vista económico mantener una
— no podían serlo— con eficacia. A pesar de las quejas de la Corporation o f relación especial con el mundo no industrializado. Podemos establecer algu­
Foreign Bondholders (creada durante la gran depresión) cuando tuvo que ha­ nas conclusiones con cierta seguridad. En primer lugar, el impulso colonial
cer frente a la práctica, habitual en los países latinos, de suspensión de la parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos menos dinámicos
amortización de la deuda o de su amortización en moneda devaluada, el go­ desde el punto de vista económico, donde hasta cieno punto constituían una
bierno no apoyó eficazmente a sus inversores en Am érica Latina porque no compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus
podía hacerlo. La gran depresión fue una prueba fundamental en este sentido, rivales, y en el caso de Francia, de su inferioridad demográfica y militar. En
porque, al igual que otras depresiones mundiales posteriores (entre las que hay segundo lugar, en todos los casos existían grupos económicos concretos — en­
que incluir las de las décadas de 1970 y 1980), desembocó en una gran crisis tre los que destacan los asociados con el comercio y las industrias de ultramar
de deuda extema internacional que hizo correr un gran riesgo a los bancos de que utilizaban materias primas procedentes de las colonias— que ejercían una
la metrópoli. Todo lo que el gobierno británico pudo hacer fue conseguir sal­ fuerte presión en pro de la expansión colonial, que justificaban, naturalmente,
var de la insolvencia al Banco Baring en la «crisis B a rin g » de 1890, cuando por las perspectivas de los beneficios para la nación. En tercer lugar, mientras
ese banco se había aventurado — como lo seguirán haciendo los bancos en el que algunos de esos grupos obtuvieron importantes beneficios de esa expan­
futuro— demasiado alegremente en medio de la vorágine de las morosas fi­ sión — la Compagnie Fran<;aise de 1’A frique Occidentale, le pagó dividendos
nanzas argentinas. Si apoyó a los inversores con la diplomacia de la fuerza, del 26 por 100 en 1913— la mayor parte de las nuevas colonias atrajeron es­
como comenzó a hacerlo cada vez más frecuentemente a partir de 1905, era casos capitales y sus resultados económicos fueron mediocres.* En resumen,
para apoyarlos frente a los hombres de negocios de otros países respaldados
por sus gobiernos, más que frente a los gobiernos del mundo dependiente.* mente este cuadro. Por supuesto, el gobierno y los capitalistas británicos, obligados a elegir en­
tre partidos o estados locales que favorecían los intereses económicos británicos y aquellos que
se mostraban hostiles a éstos, apoyaban a quienes favorecían los beneficios británicos: Chile
* Pueden citan* algunos ejemplos de enfrentamientos armados por motivos económicos contra Peni en la «guerra del Pacífico» (1879-1882), los enemigos del presidente Balmaccda en
-com o en Venezuela. Guatemala. Haití. Honduras y México— , pero que no alteran sustancial- Chile en 1891. La materia en disputa eran los nitratos.
• Francia no consiguió ni siquiera integrar sus nuevas colonias totalmente en un sistema
proteccionista, aunque en 1913 el 55 por 100 de las transacciones comerciales del imperio fran-
86 LA E R A D E L IM PER IO . 1875-1914 L A E R A D E L IM PER IO 87

el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad econó- que inspiraban a esas elites en la época del imperialismo se remontaban a los
mico-política entre economías nacionales competidoras, rivalidad intensifi­ años transcurridos entre la Revolución francesa y las décadas centrales del
cada por el proteccionismo. Ahora bien, en la medida en que ese comercio siglo xix, como cuando adoptaron el positivismo de August Com te (1798-
metropolitano con las colonias se incrementó en porcentaje respecto al 1857), doctrina modemizadora que inspiró a los gobiernos de Brasil y M éxico
comercio global, ese proteccionismo tuvo un éxito relativo. y a la temprana Revolución turca (véase infra, pp. 293-294 y 299-300). Las
Pero la era del imperio no fue sólo un fenómeno económico y político, elites que se resistían a Occidente siguieron occidental izándose, aun cuando
sino también cultural. La conquista del mundo por la minoría «desarrollada» se oponían a la occidentalización total, por razones de religión, moralidad,
transformó imágenes, ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las institucio­ ideología o pragmatismo político. El santo Mahatma Gandhi, que vestía con
nes, mediante el ejemplo y mediante la transformación social. En los países un taparrabos y llevaba un huso en su mano (para desalentar la industriali­
dependientes, esto apenas afectó a nadie excepto a las elites indígenas, aun­ zación), no sólo era apoyado y financiado por las fábricas mecanizadas de
que hay que recordar que en algunas zonas, com o en el Á frica subsahariana, algodón de A hm edabad,* sino que él mismo era un abogado que se había
fue el imperialismo, o el fenómeno asociado de las misiones cristianas, el educado en Occidente y que estaba influido por una ideología de origen occi­
que creó la posibilidad de que aparecieran nuevas elites sociales sobre la base dental. Será imposible que comprendamos su figura si le vemos únicamente
de una educación a la manera occidental. La división entre estados africanos como un tradicionalista hindú.
«francófonos» y «anglófonos» que existe en la actualidad refleja con exacti­ D e hecho. Gandhi ilustra perfectamente el impacto específico de la época
tud la distribución de los imperios coloniales francés e inglés.* Excepto en del imperialismo. Nacido en el seno de una casta relativamente modesta de
África y Oceanía. donde las misiones cristianas aseguraron a veces conver­ comerciantes y prestamistas, no muy asociada hasta entonces con la elite oc-
siones masivas a la religión occidental, la gran masa de la población colonial cidcntalizada que administraba la India bajo la supervisión de los británicos,
apenas modificó su forma de vida cuando podía evitarlo. Y con gran disgus­ sin embargo adquirió una formación profesional y política en el Reino Unido.
to de los más inflexibles misioneros, lo que adoptaron los pueblos indígenas A finales del decenio de 1880 esta era una opción tan aceptada entre los j ó ­
no fue tanto la fe importada de Occidente como los elementos de esa fe que venes ambiciosos de su país, que el propio Gandhi comenzó a escribir una
tenían sentido para ellos en el contexto de su propio sistema de creencias e guía introductoria a la vida británica para los futuros estudiantes de modesta
instituciones o exigencias. A l igual que ocurrió con los depones que llevaron economía como él. Estaba escrita en un perfecto inglés y hacía recomenda­
a las islas del Pacífico los entusiastas administradores coloniales británicos ciones sobre numerosos aspectos, desde el viaje a Londres en barco de vapor
(elegidos muy frecuentemente entre los representantes más fornidos de la cla­ y la forma de encontrar alojamiento hasta el sistema mediante el cual el hin­
se media), la religión colonial aparecía ante el observador occidental como dú piadoso podía cumplir las exigencias alimentarias y, asimismo, sobre la
algo tan inesperado como un panido de criquet en Samoa. Esto era así in­ manera de acostumbrarse al sorprendente hábito occidental de afeitarse uno
cluso cuando los fieles seguían nominalmente la onodoxia de su fe. Pero mismo en lugar de acudir al barbero.1’ Gandhi no asimilaba todo lo británico,
también pudieron desarrollar sus propias versiones de la fe, sobre todo en Sur- pero tampoco lo rechazaba por principio. A l igual que han hecho desde en­
áfrica — la región de África donde realmente se produjeron conversiones en tonces muchos pioneros de la liberación colonial, durante su estancia tempo­
masa— , donde un «movimiento etíope» se escindió de las misiones ya en 1892 ral en la metrópoli se integró en círculos occidentales afines desde el punto de
para crear una forma de cristianismo menos identificada con la población vista ideológico: en su caso, los vegetarianos británicos, de quienes sin duda
blanca. se puede pensar que favorecían también otras causas «progresistas».
Así pues, lo que el imperialismo llevó a las elites potenciales del mundo Gandhi aprendió su técnica característica de movilización de las masas
dependiente fue fundamentalmente la «occidentalización». Por supuesto, ya tradicionales para conseguir objetivos no tradicionales por medio de la resis­
había comenzado a hacerlo mucho antes. Todos los gobiernos y elites de los tencia pasiva, en un medio creado por el «nuevo imperialismo». Com o no po­
países que se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista día ser de otra forma, era una fusión de elementos orientales y occidentales,
vieron claramente que tenían que occidentalizarsc si no querían quedarse pues Gandhi no ocultaba su deuda intelectual con John Ruskin y Tolstoi.
atrás (véase La era del capital, capítulos 7, 8 y 11). Además, las ideologías (Antes del decenio de 1880 habría sido impensable la fcnilización de las
flores políticas de la India con polen llegado desde Rusia, pero ese fenóm e­
no era ya corriente en la India en la primera década del nuevo siglo, como
cés se realizaban con la metrópoli. Francia ante la imposibilidad de romper los vínculos econó­ lo sería luego entre los radicales chinos y japoneses.) En Suráfrica, país don-
micos establecidos de estas zonas con otras regiones y metrópolis, se ve£a obligada a conseguir
ana gran parte de los productos coloniales que necesitaba — caucho, pieles y cuero, madera tro­
pical— a través de Hamburgo. Ambercs y Liverpool. * «¡A h — se afirma que exclamó una de esas patrocinadoras— . si Bapuji supiera to que
• Que. después de 1918, se repartieron las antiguas colonias alemanas. cuesta mantenerles en la pobreza!»
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de se produjo un extraordinario desarrollo com o consecuencia de los dia­ ¿Qué decir acerca de la influencia que ejerció el mundo dependiente so­
mantes y el oro, se form ó una importante comunidad de modestos inmi­ bre los dominadores? El exotismo había sido una consecuencia de la expan­
grantes indios, y la discriminación racial en este nuevo escenario dio pie a sión europea desde el siglo xvi, aunque una serie de observadores filosóficos
una de las pocas situaciones en que grupos de indios que no pertenecían a de la época de la Ilustración habían considerado muchas veces a los países
la clite se mostraron dispuestos a la movilización política moderna. Gandhi extraños situados más allá de Europa y de los colonizadores europeos como
adquirió su experiencia política y destacó com o defensor de los derechos de una especie de barómetro moral de la civilización europea. Cuando se les ci­
los indios en Suráfrica. Difícilmente podría haber hecho entonces eso mis­ vilizaba podían ilustrar las deficiencias institucionales de Occidente, como en
mo en la India, adonde finalmente regresó — aunque sólo después de que las Cartas persas de Montesquicu; cuando eso no ocurría podían ser tratados
estallara la guerra de 1914— para convertirse en la figura clave del movi­ como salvajes nobles cuyo comportamiento natural y admirable ilustraba la
miento nacional indio. corrupción de la sociedad civilizada. L a novedad del siglo xix consistió en el
En resumen, la era del imperio creó una serie de condiciones que deter­ hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a los pue­
minaron la aparición de líderes antiimperialistas y, asimismo, las condiciones blos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y
que, como veremos (capítulo 12), comenzaron a dar resonancia a sus voces. atrasados, incluso infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o. al
Pero es un anacronismo y un error afirmar que la característica fundamental menos, para la conversión a los valores de la única civilización real, la que re­
de la historia de los pueblos y regiones sometidos a la dominación y a la in­ presentaban los comerciantes, los misioneros y los ejércitos de hombres
fluencia de las metrópolis occidentales es la resistencia a Occidente. Es un armados, que se presentaban cargados de armas de fuego y de bebidas alco­
anacronismo porque, con algunas excepciones que señalaremos más adelan­ hólicas. En cierto sentido, los valores de las sociedades tradicionales no occi­
te, los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor dentales fueron perdiendo importancia para su supervivencia, en un momento
parte de los sitios con la primera guerra mundial y la Revolución rusa, y en que lo único importante eran la fuerza y la tecnología militar. ¿Acaso la
un error porque interpreta el texto del nacionalismo moderno — la indepen­ sofisticación del Pekín imperial pudo impedir que los bárbaros occidentales
dencia, la autodeterminación de los pueblos, la formación de estados terri­ quemaran y saquearan el Palacio de Verano más de una vez? ¿Sirvió la ele­
toriales, etc. (véase infra, capítulo 6 )— en un registro histórico que no podía gancia cultural de la clite de la decadente capital mongol, tan bellamente des­
contener todavía. D e hecho, fueron las elites occidentalizadas las primeras en crita en la obra de Satyajit Ray Los ajedrecistas, para impedir el avance de
entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a Occidente y a través los británicos? Para el europeo medio, esos pueblos pasaron a ser objeto de su
de las instituciones educativas formadas por Occidente, pues de allí era de desdén. L os únicos no europeos que les interesaban cran los soldados, con
donde procedían. L o s jóvenes estudiantes indios que regresaban del Reino preferencia aquellos que podían ser reclutados en sus propios ejércitos c o ­
U nido podían llevar consigo los eslóganes de M azzini y Garibaldi, pero por loniales (sijs, gurkas, beréberes de las montañas, afganos, beduinos). El im­
el momento eran pocos los habitantes del Punjab, y mucho menos aún los de perio otomano alcanzó un temible prestigio porque, aunque estaba en deca­
regiones tales com o el Sudán, que tenían la menor idea de lo que podían dencia. poseía una infantería que podía resistir a los ejércitos europeos. Japón
significar. comenzó a ser tratado en pie de igualdad cuando empezó a salir victorioso
En consecuencia, el legado cultural más importante del imperialismo fue en las guerras.
una educación de tipo occidental para minorías distintas: para los pocos afor­ Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la acce­
tunados que llegaron a ser cultos y. por tanto, descubrieron, con o sin ayuda sibilidad de los otros países, ya fuera directa o indirectamente, intensificó la
de la conversión al cristianismo, el ambicioso camino que conducía hasta el confrontación y la m ezcla de los mundos occidental y exótico. Eran pocos
sacerdote, el profesor, el burócrata o el empleado. En algunas zonas se in­ los que conocían ambos mundos y se veían reflejados en ellos, aunque en la
cluían también quienes adoptaban una nueva profesión, com o soldados y po­ era imperialista su número se vio incrementado por aquellos escritores que
licías al servicio de los nuevos gobernantes, vestidos como ellos y adoptando deliberadamente decidieron convertirse en intermediarios entre ambos mun­
sus ideas peculiares sobre el tiempo, el lugar y los hábitos domésticos. Natu­ dos: escritores o intelectuales que eran, por vocación y por profesión, mari­
ralmente, se trataba de minorías de animadores y líderes, que es la razón por nos (com o Pierre Loti y, el más célebre de todos, Joseph Conrad). soldados
la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto de la vida huma­ y administradores (com o el orientalista Louis M assignon) o periodistas colo­
na, ha tenido consecuencias tan duraderas. En efecto, es sorprendente que en niales (com o Rudyard Kipling). Pero lo exótico se integró cada vez más en
casi todos los lugares de Á frica la experiencia del colonialismo, desde la la educación cotidiana. Eso ocurrió, por ejemplo, en las celebérrimas nove­
ocupación original hasta la formación de estados independientes, ocupe úni­ las juveniles de Karl M ay (1842-1912), cuyo héroe imaginario alemán reco­
camente el discurrir de una vida humana; por ejemplo, la de sir Winston rría el salvaje Oeste y el Oriente islámico, con incursiones en el Á frica negra
Churchill (1874-1965). y en Am érica latina; en las novelas de misterio, que incluían entre los villa­
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nos a orientales poderosos e inescrutables com o el doctor Fu Manchó, de Sax nes se inspiraron en ellas durante este período. Esto es cierto no sólo de aque­
Rohmer: en las historias de las revistas escolares para los niños británicos, llas creaciones artísticas que se pensaba que representaban a civilizaciones
que incluían ahora a un rico hindú que hablaba el barroco inglés babu según sofisticadas, aunque fueran exóticas (com o el arte japonés, cuya influencia en
el estereotipo esperado. El exotismo podía llegar a ser incluso una parte oca­ los pintores franceses era notable), sino de las consideradas como «primitivas»
sional pero esperada de la experiencia cotidiana, como en el espectáculo de y, muy en especial, las de África y Oceanía. Sin duda, su «primitivismo» era
Búfalo Bill sobre el salvaje Oeste, con sus exóticos cowboys e indios, que su principal atracción, pero no puede negarse que las generaciones vanguar­
conquistó Europa a partir de 1887, o en las cada vez más elaboradas «aldeas distas de los inicios del siglo x x enseñaron a los europeos a ver esas obras
coloniales», o en las exhibiciones de Jas grandes exposiciones internacionales. como arte — con frecuencia como un arte de gran altura— por derecho pro­
Esas muestras de mundos extraños no eran de carácter documental, fuera cual pio, con independencia de sus orígenes.
fuere su intención. Eran ideológicas, por lo general reforzando el sentido de Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su im­
superioridad de lo «civilizado » sobre lo «prim itivo». Eran imperialistas tan pacto sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En
sólo porque, como muestran las novelas de Joseph Conrad, el vínculo central cieno sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las so­
entre los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la penetración formal o ciedades creadas a su imagen com o ningún otro factor podría haberlo hecho.
informal del tercer mundo por parte de los occidentales. Cuando la lengua co­ Un conjunto reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de
loquial incorporaba, fundamentalmente a través de los diversos argots y. sobre Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con gran disgusto de los
todo, el de los ejércitos coloniales, palabras de la experiencia imperialista real, latinos y. más aún, de los eslavos, enfatizaban los peculiares méritos conquis­
éstas reflejaban muy frecuentemente una visión negativa de sus súbditos. Los tadores de aquellos países de origen teutónico y sobre todo anglosajón que,
trabajadores italianos llamaban a los esquiroles crum iri (término que tomaron con independencia de sus rivalidades, se afirmaba que tenían una afinidad
de una tribu nortcafricana) y los políticos italianos llamaban a los regimientos entre sí, convicción que se refleja todavía en el respeto que Hitler mostraba
de dóciles votantes del sur, conducidos a las elecciones por los jefes locales, hacia el Reino Unido. Un puñado de hombres de las clases media y alta de
ascari (tropas coloniales nativas). L os caciques, jefes indios del imperio es­ esos países — funcionarios, administradores, hombres de negocios, ingenie­
pañol en América, habían pasado a ser sinónimos de jefe político; los caids ros— ejercían ese dominio de forma efectiva. Hacia 1890, poco más de seis
(jefes indígenas nortcafricanos) proveyeron el término utilizado para designar mil funcionarios británicos gobernaban a casi trescientos millones de indios
a los jefes de las bandas de criminales en Francia. con la ayuda de algo más de setenta mil soldados europeos, la mayor parte
Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y de los cuales cran, al igual que las tropas indígenas, mucho más numerosas,
soldados con aficiones intelectuales — los hombres de negocios se interesa­ mercenarios que en un número desproporcionadamente alto procedían de la
ban menos por esas cuestiones— meditaban profundamente sobre las dife­ tradicional reserva de soldados nativos coloniales, los irlandeses. Este es un
rencias existentes entre sus sociedades y las que gobernaban. Realizaron im­ caso extremo, pero de ninguna form a atípico. ¿Podría existir una prueba más
portantísimos estudios sobre esas sociedades, sobre todo en el imperio indio, contundente de superioridad?
y reflexiones teóricas que transformaron las ciencias sociales occidentales. A s í pues, el número de personas implicadas directamente en las activida­
Esc trabajo era fruto, en gran medida, del gobierno colonial o intentaba con­ des imperialistas era relativamente reducido, pero su importancia simbólica
tribuir a él y se basaba en buena medida en un firme sentimiento de superio­ era extraordinaria. Cuando en 1899 circuló la noticia de que el escritor Rud-
ridad del conocimiento occidental sobre cualquier otro, con excepción tal vez yard Kipling, bardo del imperio indio, se moría de neumonía, no sólo expre­
de la religión, terreno en que la superioridad, por ejemplo, del metodismo so­ saron sus condolencias los británicos y los norteamericanos — Kipling aca­
bre el budismo no era obvia para los observadores imparcialcs. E l imperia­ baba de dedicar un poema a los Estados Unidos sobre « la carga del hombre
lismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes blanco», respecto a sus responsabilidades en las Filipinas— , sino que incluso
formas de espiritualidad derivadas de Oriente, o que se decía que derivaban el emperador de Alem ania envió un telegrama.11
de Oriente, e incluso en algunos casos se adoptó esa espiritualidad en O cci­ Pero el triunfo imperial planteó problemas e incertidumbres. Planteó pro­
dente.10A pesar de todas las criticas que se han vertido sobre ellos en el perío­ blemas porque se hizo cada vez más insoluble la contradicción entre la for­
do poscolonial, no se puede rechazar ese conjunto de estudios occidentales ma en que las clases dirigentes de la metrópoli gobernaban sus imperios y la
como un simple desdén arrogante de las culturas no europeas. Cuando me­ manera en que lo hacían con sus pueblos. C om o veremos, en las metrópolis
nos, los mejores de esos estudios analizaban con seriedad esas culturas, como se impuso, o estaba destinada a imponerse, la política del clcctoralismo de­
algo que debía ser respetado y que podía aportar enseñanzas. En el terreno mocrático, com o parecía inevitable. En los imperios coloniales prevalecía la
artístico, en especial las artes visuales, las vanguardias occidentales trataban autocracia, basada en la combinación de la coacción física y la sumisión pa­
de igual a igual a las culturas no occidentales. D e hecho, en muchas ocasio­ siva a una superioridad tan grande que parecía imposible de desafiar y, por
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tanto, legítima. Soldados y «procónsules» autodisciplinados, hombres aislados en tamaño y gloria a todos los imperios del pasado, pero que en otros aspec­
con poderes absolutos sobre territorios extensos como reinos, gobernaban con­ tos se hallaba al borde de la decadencia. Pero incluso los tenaces y enérgicos
tinentes, mientras que en la metrópoli campaban a sus anchas las masas igno­ alemanes consideraban que el imperialismo iba de la mano de ese «estado
rantes e inferiores. ¿N o había acaso una lección que aprender ahí, una lección rentista» que no podía sino conducir a la decadencia. Dejemos que J. A . Hob-
en el sentido de La voluntad de dom inio de Nietzsche? son exprese esos temores en palabras: si se dividía China,
El imperialismo también suscitó incertidumbrcs. En primer lugar, en­
frentó a una pequeña minoría de blancos — pues incluso la mayor parte de la mayor parte de la Europa occidental podría adquirir la apariencia y el ca­
esa raza pertenecía al grupo de los destinados a la inferioridad, como adver­ rácter que ya tienen algunas zonas del sur de Inglaterra, la Riviera y las zonas
tía sin cesar la nueva disciplina de la eugenesia (véase infra, capítulo 10)— turísticas o residenciales de Italia o Suiza, pequeños núcleos de ricos aristó­
cratas obteniendo dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo
con las masas de los negros, los oscuros, tal vez sobre todo los amarillos, ese
algo más extenso de seguidores profesionales y comerciantes y un amplio con­
«p eligro am arillo» contra el cual solicitó el emperador Guillermo II la unión
junto de sirvientes personales y de trabajadores del transporte y de las etapas
y la defensa de Occidente.22 ¿Podían durar esos imperios tan fácilmente
finales de producción de los bienes perecederos: todas las principales industrias
ganados, con una base tan estrecha, y gobernados de forma tan absurdamen­ habrían desaparecido, y los productos alimenticios y las manufacturas afluirían
te fácil gracias a la devoción de unos pocos y a la pasividad de los más? K i­ como un tributo de Africa y de Asia.14
pling, el m ayor — y tal vez el único— poeta del imperialismo, celebró el
gran momento del orgullo dem agógico imperial, las bodas de diamante de la Así, la belle époque de la burguesía lo desarmaría. L o s encantadores e
reina Victoria en 1897, con un recuerdo profético de la impermanencia de los inofensivos Eloi de la novela de H. G. W ells, que vivían una vida de gozo en
imperios: el sol. estarían a merced de los negros ntorlocks, de quienes dependían y con­
tra los cuales estaban indefensos.2* «E uropa — escribió el economista alemán
Nuestros barcos, llamados desde tierras lejanas, se desvanecieron; Schulze-Gaevemitz— traspasará la carga del trabajo físico, primero la agri­
El fuego se apaga sobre las dunas y los promontorios:
cultura y la minería, luego el trabajo más arduo de la industria, a las razas de
¡Y toda nuestra pompa de ayer
color y se contentará con el papel de rentista y de esta forma, tal vez, abrirá
es la misma de Nínive y Tiro!
el camino para la emancipación económica y, posteriormente, política de las
Juez de las Naciones, perdónanos con todo.
Para que no olvidemos, para que no olvidemos.*23 razas de c o lo r .»16
Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque. En
Pomp planeó la construcción de una nueva e ingente capital imperial para ellas los ensueños imperialistas se mezclaban con los temores de la dem o­
la India en N ueva Delhi. ¿Fue Clemenceau el úniGO observador escéptico que cracia.
podía predecir que sería la última de una larga serie de capitales imperiales?
¿ Y era la vulnerabilidad del dominio global mucho mayor que la vulnerabi­
lidad del gobierno doméstico sobre las masas de los blancos?
L a incertidumbre era de doble filo. En efecto, si el imperio (y el gobier­
no de las clases dirigentes) era vulnerable ante sus súbditos, aunque tal vez
no todavía, no de forma inmediata, ¿no era más inmediatamente vulnerable
a la erosión desde dentro del deseo de gobernar, el deseo de mantener la lucha
darwinista por la supervivencia de los más aptos? ¿ N o ocurriría que la mis­
ma riqueza y lujo que el poder y las empresas imperialistas habían produci­
do debilitaran las fibras de esos músculos cuyos constantes esfuerzos eran
necesarios para mantenerlo? ¿N o conduciría el imperialismo al parasitismo
en el centro y al triunfo eventual de los bárbaros?
En ninguna parte suscitaban esos interrogantes un eco tan lúgubre como
en el más grande y más vulnerable de todos los imperios, aquel que superaba

* [Far-called, our navics melt away; / On dune and headland sinks thc fire: / Lo. ali our
pomp o f yesierday I Is onc with Nineveh and Tyrc! / Judge o f thc Nations. spare us ycí. / List
w e forget, les.! we forget.] „

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