J. Calzetta - Inicio y Fin Del Análisis Con Niños

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INICIO Y FINAL DE ANALISIS CON NIÑOS.

JUAN JOSÉ CALZETTA.

Les propongo que reflexionemos juntos, más que sobre cuestiones exclusivamente teóricas,
acerca de algunas ideas derivadas de muchos años de trabajo con chicos. Voy a tratar de
transmitir en general cuál es mi concepción con relación a esta cuestión del inicio y el final
de análisis y algunos otros temas relacionados.
No se puede pensar el fin del análisis si no es en referencia al principio, y desde el principio
uno generalmente tiene alguna idea, alguna hipótesis en relación con el final. Tomo como
punto de partida un texto de Freud -“Análisis terminable e interminable”-, en el que plantea
que el análisis será más eficaz cuanto más sea de origen traumático la patología en cuestión.
Esto quiere decir que haya predominancia de factores reconocibles en la historia del sujeto,
y no que sea sólo producto de una intensidad anormal de la pulsión; ya que cuando la
enfermedad es debida sólo a la intensidad anormal de la pulsión el psicoanálisis tiene poco
que hacer.
Pero lo cierto es que sólo es posible medir la intensidad de la pulsión en relación con el
nivel de organización alcanzado por el Yo; es decir, con la capacidad de éste para
tramitarla. Hay ciertas alteraciones del Yo, adquiridas en el curso de luchas defensivas en el
sentido de que quede dislocado o restringido, que pueden hacer la duración del análisis
interminable. Estas alteraciones son trabajadas después de Freud, sobre todo en las ultimas
décadas, como la cuestión de las patologías narcisistas; una alteración defensiva
desfavorable del Yo puede consistir en lo que hoy llamaríamos estructuras fronterizas,
borderline o estructuras narcisistas. Cuando predomina una estructura de este tipo la
intensidad de la pulsión es anormalmente elevada en relación con la capacidad
metabolizadora del Yo; entonces es poco lo que el análisis puede hacer.
Quiere decir que si pretendemos utilizar el psicoanálisis en tanto técnica tradicional se
limita el posible ámbito de ejercicio. No es eficaz aplicar análisis, según Freud, sino
solamente en aquellos casos en que la enfermedad tiene una cierta etiología y en los que el
Yo no está restringido, alterado desfavorablemente por la lucha defensiva.
Si uno toma los artículos “Consejos al médico” o “Sobre la iniciación del tratamiento”,
comprueba que Freud ponía una serie de condiciones sumamente estrictas para iniciar un
análisis: dice, entre otras cosas, que hay que rechazar todos los casos en los que uno tenga
razones para considerar que el análisis puede llegar a un final desfavorable, pero no sólo en
beneficio del paciente, para que éste no gaste dinero ni tiempo inútilmente, sino también en
beneficio del análisis; porque los fracasos redundan en perjuicio del médico y de la
consideración pública de la técnica. En esos mismos textos Freud dice que es conveniente
cobrar por el tratamiento, que la atención gratuita no le hace bien al análisis ni al paciente.
Pero han pasado más de 85 años desde que escribió esos artículos y uno ya no ve al
paciente seis días a la semana, los análisis no se terminan en seis meses o un año sino que
duran bastante más. Han pasado desde entonces muchas modas teóricas y, sobre todo en
nuestro país, se ha tendido a acercar el tratamiento a clases sociales más necesitadas. En la
época que Freud escribía este artículo, no se pensaba tanto en la aplicación universal del
psicoanálisis y prevalecía la idea de que la neurosis de una persona pobre era a menudo un
recurso para su Yo al que difícilmente iba a renunciar ya que le permitía no sólo un destino
de la libido, aunque fuera doloroso, sino también un importante beneficio secundario: por
lo menos, en tanto se le reconocía una enfermedad, no necesitaba deslomarse trabajando
tanto para sobrevivir. Todo esto surge en el ámbito del análisis de adultos, pero la mayor
parte de estas consideraciones son válidas también para el análisis de niños. Claro que esas
restricciones que se planteaban para la selección de pacientes en aquella época son
inaplicables ahora porque las circunstancias han variado y hay muchos motivos que nos
impedirían actualmente rechazar pacientes. Aun si excluimos la cuestión económica, en el
ámbito hospitalario eso no resulta aceptable. Uno simplemente no puede negar atención a
gente que viene y la demanda, y es lógico que quienes se hayan formado como
psicoanalistas aspiren a aplicar sus conocimientos en ese terreno en que son demandados.
Nos vemos ubicados en la situación algo incómoda y paradójica de que, siendo ésta una
técnica de tratamiento bastante específica, se espera que podamos aplicarla para resolver
todos los problemas que se acercan a la consulta. De un modo u otro, nos sentimos
obligados a responder a esa demanda, que consiste en que seamos como magos: debemos
atender a todo chico que llega sufriendo, sea cual fuese la naturaleza del trastorno que
padece, y resolver el problema; si no podemos, somos impotentes. Nuestra eficacia parece
estar ubicada en algún lugar entre la magia y la impotencia, nunca se sabe bien qué
hacemos, cuáles son nuestras reales posibilidades. Lo cierto es que nos vemos obligados a
enfrentar cualquier tipo de problema, pero no tenemos herramientas igualmente eficaces
para enfrentar cualquier tipo de problema.
La herramienta analítica clásica es muy específica y sirve claramente para un tipo de
patología determinada, para un rango determinado de estructuración patológica, y no para
todos.
La ventaja de la situación actual es que indudablemente impulsó el progreso de las técnicas
terapéuticas en el sentido de diversificar el tipo de casos que podemos abordar. El tipo de
paciente ha cambiado y cambia entre otras cosas porque nos vemos llevados a atender
pacientes de estructuraciones más complejas o más distantes de la configuración neurótica
de transferencia o de tipo traumático, según la terminología de "Análisis terminable...".
Esto plantea un problema: en la medida que abordamos otros tipos de patología, nos vemos
obligados a apartarnos en alguna medida de la técnica psicoanalítica clásica y aplicamos
una técnica que no es siempre estrictamente analítica. Winnicott decía que hay unas cuantas
cosas que no son psicoanálisis pero que sólo un psicoanalista podría ejercer. Creo que eso
define nuestra situación: nos vemos obligados a hacer una serie de cosas que divergen de lo
que aún etimológicamente puede considerarse análisis; nos vemos obligados a hacer
trabajos que no son estrictamente analíticos pero que sin duda son tributarios de la teoría
psicoanalítica.
Es decir: en ocasiones utilizamos la teoría psicoanalítica para diseñar una técnica
terapéutica que no es estrictamente analítica, que a veces tiene más que ver con la síntesis
que con el análisis, con la construcción del Yo que con el desmantelamiento de los
mecanismos defensivos.
Nos estamos ocupando, en ese caso, de aquello que Freud decía que excede la técnica
analítica, que es de esos casos en los que el Yo no puede con la intensidad de pulsión. Yo
agregaría: ni aún con lo que es movilizado por los estímulos externos, no puede con la
cantidad de excitación a las que se ve obligado a cualificar y a dar un destino.
Llegamos así a la conclusión de que es imprescindible establecer un diagnóstico previo al
tratamiento, que sea básicamente estructural, y que también incluya, en cierto sentido, un
diagnóstico del desarrollo.
Esto significa que la técnica psicoanalítica clásica será predominante en aquellos casos en
los que la estructura es claramente de neurosis de transferencia. O sea, en los que los
síntomas consisten en una nueva instancia defensiva del Yo, una formación de compromiso
frente al retorno de lo reprimido por fracaso de la represión. Nueva línea defensiva del Yo
que concede en parte al Ello y en parte al Super Yo, por lo tanto hay un padecimiento que
significa beneficio primario: una cierta ganancia en el síntoma. Hay además un beneficio
secundario, y hay sobre todo una estructura psíquica dispuesta a la transferencia. Sólo en
estos casos es posible aplicar por completo la técnica analítica clásica o standard.
Si pensamos desde esta perspectiva, ¿quiénes podrían ser, entonces, nuestros pacientes de
análisis? Podría ser, por ejemplo, un niño con suficiente nivel de desarrollo de su aparato
psíquico, es decir, con su Super Yo ya instalado como heredero del complejo de Edipo, el
cual ya debe haber sucumbido a la represión. Sobre buena parte de los contenidos sexuales
habrá caído la amnesia infantil y las formaciones sintomáticas que padece serán el producto
del retorno de lo reprimido y de una nueva línea defensiva establecida por el Yo.
Pero es cierto que una parte considerable de los chicos que vemos responden a otro tipo de
estructuración patológica.
Complicando aún más las cosas, para que el análisis sea todo lo eficaz que puede ser habría
que agregar a lo anterior que la estructura sea claramente más sintomática que
caracteropática, lo que está relacionado en los chicos, en particular, con el tipo de vínculo
que tenga con los padres. Entonces el niño debería tener, además, una familia
medianamente bien organizada, que apoye el análisis y que colabore con el analista. Creo
que a esta altura estaremos todos de acuerdo en que esto ya es mucho pedir.
Pregunta: -¿En qué consiste, entonces, esa otra técnica y a quienes se la aplica?
-El problema es que no tenemos claramente explícita una técnica de trabajo que sirva para
atender todo lo demás, que constituye una parte tan considerable de la demanda, entonces
hay que definir esa técnica. Se ha trabajado mucho más eso en adultos que en chicos; por
ejemplo todo lo que sea estructuras narcisistas en niños está poco estudiado, poco
tipificado.
Tampoco creo en las clasificaciones demasiado estrictas de las estructuras narcisistas,
porque es tan ilimitada la diversidad patológica aún en adultos, que no se pueden hacer
todavía clasificaciones que pretendan ser extremadamente precisas. Pero sí, por lo menos,
pensar estrategias posibles en función del compromiso yoico implicado en cada caso. En
chicos eso es aún un tema por investigar.
Pero hay además otras complicaciones. Buena parte de los niños que llegan a consulta -y en
eso el Hospital es riquísimo-, son estructuras patológicas mixtas donde una parte
importante de la determinación responde a lo que en las series complementarias sería lo
constitucional; es decir, disfunciones cerebrales de distinto rango. Esta es una cuestión en la
que se esta trabajando mucho. Hay excesos obviamente, algunos pediatras ahora ven por
todos lados trastornos por déficit de atención con hiperactividad y medican Ritalina como si
fuera una droga mágica.
Pero más allá de las exageraciones, es cierto que hay casos en lo que uno no puede
atribuirle la configuración patológica solamente a problemas vinculares. Existe un cierto
nivel de disfunción cerebral que no se detecta en estudios más gruesos como los
electroencefalogramas, y que se viene estudiando desde mucho antes de que pusiera de
moda el ADD. Estas condiciones particulares determinan también una cierta dificultad del
chico para controlar su cantidad de excitación y retener la atención. Como ustedes saben,
las cuestiones relativas al control de la excitación y la administración de las cargas de
atención son aspectos fundamentales de la actividad yoica, primero dedicada al dominio de
lo cuantitativo, ese trabajo inicial que tiene que realizar el Yo de transformar lo
cuantitativo, tanto proveniente de fuentes externas como internas al organismo, en
cualitativo. Nuestra mente trabaja sólo con cualidades, no puede hacer nada con las puras
cantidades. La única posibilidad yoica de controlar los procesos internos es asignar
cualidades, organizar el mundo con relación al placer y al displacer, y para eso hace falta
destinar cargas de atención.
También suelen aparecer problemas en ese otro momento de la constitución psíquica en que
se ejerce la función de discriminar de manera realista lo interior de lo exterior, ese otro
nivel de la represión originaria que considera Freud, ubicable más o menos como cierre
parcial al fin de la fase oral de la evolución libidinal. Los chicos que tienen estas fallas
neurológicas probablemente han tenido deficiencias en la constitución de estos mecanismos
de cualificación y de separación del Yo y el mundo exterior, por lo tanto todo lo que se
constituye a partir de allí, todo los juicios que el Yo realiza -el de atribución, el de
existencia, el de condenación- son fallidos o relativamente distintos a los de un chico de
desarrollo normal. Esto fue estudiado en sordos con inteligencia normal: aún cuando son
reeducados adecuadamente pueden quedar ciertas lagunas curiosas tanto en el Yo como en
el Super Yo, que tienen que ver con el control de los impulsos y la aceptación del “no”
como límite. También se ve en los chicos con retardos afásicos congénitos y, en casos
extremos, por supuesto en autistas. Pero sin llegar a estos límites, hay una considerable
cantidad de niños en quienes la dificultad para la estructuración psicológica se apoya, como
punto de partida, en una disfunción cerebral. Sobre esta disfunción se asienta el vínculo con
los padres de las primeras experiencias infantiles y con esto procesa su sexualidad infantil.
Por ejemplo, un chico verdaderamente hiperkinético es un chico muy difícil y frustrante
para la familia. Al conocer a la familia de uno de estos niños, uno se siente tentado a decir:
“Claro, con una madre así, cómo no ser hiperkinético”. Pero muchas veces resulta, en
cambio, que la madre es así porque el chico es hiperkinético. Para que una madre común y
corriente logre funcionar de una forma más o menos normal –en el sentido que Winnicott
diría una “madre suficientemente buena”- debería poder encontrar en el vínculo con su hijo
una satisfacción para esa ecuación simbólica sobre la que se había construido su propio
Complejo de Edipo y, a partir de allí, una parte importante de su identidad femenina. Ella
está preparada para hallar en el chico un suministro vital para su narcisismo, su autoestima;
tiene que vivir con su hijo un vínculo tal, lo suficientemente intenso, como para que se
pueda verificar en esa relación el simbolismo infantil: “caca, pene, niño”, y se pueda sentir
lo suficientemente llena con su hijo como para tolerar las frustraciones cotidianas que
derivan de la crianza. Un niño neurológicamente perturbado puede no brindar ese repertorio
de respuestas amorosas espontáneas, innatas, que son necesarias para mantener el delicado
equilibrio del vínculo. Naturalmente, cuanto más frágil sea la estructura psíquica de la
madre, tanto más vulnerable será a estas deficiencias constitutivas de su hijo; pero debemos
tener cuidado de no atribuir causas ahí donde hay efectos.
Pregunta: -¿Cómo puede determinarse cuándo aplicar estrictamente psicoanálisis?
-Lo primero que tenemos que hacer es discriminar frente a quién estamos, mediante un
adecuado diagnóstico estructural. Si llegamos a la conclusión de que se trata de un paciente
predominantemente neurótico, vamos a aplicar análisis, en el sentido estricto del término.
Eso significa que nos vamos a reunir con el chico para explicarle cuál es nuestra opinión
sobre su padecimiento -él ya tiene una idea acerca de eso si es un chico neurótico- y para
comunicarle de qué forma y con qué finalidad, en términos generales, vamos a trabajar.
Conviene tener en cuenta que no es tan malo padecer un síntoma neurótico, ni se puede
decir simplemente que los padres tengan la culpa del síntoma. Muchas veces con los
mejores padres se produce un síntoma neurótico, y, en cambio, con padres que no son tan
continentes y protectores de sus hijos no se producen síntomas neuróticos, pero se llega a
algo peor, que son las estructuras caracteropáticas, mucho más difíciles de modificar en la
medida en que devienen egosintónicas.
Siempre es mejor un buen síntoma neurótico, vivido por el Yo como un cuerpo extraño
contra el que lucha y por lo que está dispuesto a la alianza terapéutica, que por lo tanto se
pueda analizar, y no una estructura de carácter que puede ser por completo inabordable.
Pregunta: -La relación con la familia del paciente plantea siempre problemas difíciles de
resolver; a menudo nos preguntamos hasta qué punto es lícito o necesario trabajar para
modificar las características de cada familia cuando abordamos el análisis de un niño.
-Todo lo que uno se puede proponer en el análisis de un chico es preservar la
indeterminación de su futuro; eso implica, en circunstancias medianamente normales,
lograr que la vida le sea posible con esos que le han tocado como padres.
Freud decía respecto del análisis que era un modo de transformar la miseria neurótica en
sufrimiento cotidiano. Hay un cierto nivel de sufrimiento o malestar que a nadie se le puede
evitar, ni aún a los chicos: ésa es la familia que tiene, la que le tocó en suerte, tiene que
vivir allí.
Anna Freud sostenía que habría que apartar los niños perturbados de la familia porque lo
que uno logra en análisis lo deshacen los padres después con sus costumbres. Pero eso sería
una solución artificial y poco aplicable; en realidad los chicos tienen que vivir en su ámbito
y, en la medida en que puedan, encontrar la forma de hacer prevalecer su deseo. Después,
que su destino permanezca abierto. El límite, por supuesto, estará determinado por el real
peligro de maltrato que represente para el niño la vida en ese lugar; pero eso está más allá
de las fronteras del análisis.
Cuanto más neurótica es la estructura del chico menos necesario se hace incluir a los padres
en el tratamiento. Esto quiere decir que si estamos con un chico cuya estructura patológica
es de neurosis de transferencia, sintomática, con una familia razonablemente sólida, el
trabajo con los padres tiene que limitarse en la medida de lo posible a mantener las
condiciones de posibilidad del análisis. Tenemos que ocuparnos de los padres para que no
se transformen, por sentirse abandonados, en una causa de fin prematuro de análisis.
Entre los padres y uno también se desarrollan fenómenos de transferencia, pero es una
transferencia que no se puede analizar porque ellos no son pacientes de análisis, no asocian
libremente. Sin embargo es poderosa y causa efectos en el análisis, ya sea por la influencia
que ellos tienen sobre el niño durante la semana, como por la posibilidad de que aparezcan
obstáculos en relación con los honorarios o para traer al chico al análisis. Así que tenemos
que trabajar, digamos así, artísticamente ese vínculo, teniendo en cuenta esa transferencia,
principalmente cuando deviene hostil o, a veces, erótica. En ocasiones se incrementa la
transferencia hostil de los padres cuando el niño se torna menos sumiso, lo cual no es
improbable que ocurra. En la medida en que se hace cargo de sus mociones pulsionales y
de sus hostilidades inconscientes, puede empezar a reclamar las cosas de manera diferente.
Todo esto es válido en especial cuando la estructuración patológica es de neurosis de
transferencia. Con aquellos casos que no son predominantemente neuróticos la técnica tiene
que cambiar, porque uno no puede limitarse allí a abordar los mecanismos de defensa del
Yo y a hacer consciente lo inconsciente. Se trata de algo diferente: en algunos casos habrá
que mostrarle, con toda claridad, cuáles son los límites de su Yo, qué es lo que lo separa o
lo diferencia de los otros; en otros habrá que ayudarlo a cualificar y discriminar sus propios
impulsos, a darse cuenta qué es lo que desea y qué lo que necesita, o colaborar con él en la
tarea de construir una historia posible de su vida. Tal vez en la mayoría de los casos haya
un poco de cada cosa. Aparentemente siempre hacemos lo mismo: le pedimos que juegue o
dibuje, pero la técnica y los propósitos terapéuticos son diferentes. En estos últimos casos la
participación de los padres en el tratamiento se hará necesariamente mayor, ya que también
habrá que brindarles a ellos puntos de apoyo para que, a su vez, puedan sostener a sus hijos.
En este punto conviene tener bien claras las diferencias que todo esto implica para la
cuestión del fin de análisis. En un caso el fin de análisis es evidente, y hasta podemos decir
que no nos compete directamente: de un chico neurótico no tenemos que ocuparnos
excesivamente del fin de análisis, él va a poner el fin en la medida en que resuelva esos
síntomas neuróticos y que se encuentre en paz con las personas que son verdaderamente
importantes en su vida. Entonces nosotros caemos casi naturalmente. Primero empieza a
quedar claro que no lo sabemos todo, no nos sostenemos en ese lugar mágico en que nos
había ubicado la transferencia positiva sublimada, pero además empieza a encontrar en los
padres nuevas posibilidades de vínculo y el análisis termina prácticamente solo. Lo que
debemos cuidar en ese momento es controlar nuestras propias expectativas, analizar
nuestras proyecciones y contratransferencias para no caer en la tentación de establecer
arbitrariamente, desde nosotros mismos, lo que este chico, en el que invertimos tanto
esfuerzo y afecto, tendría que llegar a ser.
Pero otras veces las vicisitudes no son tan claras. Pueden, por ejemplo, ocurrir fines
prematuros, en ocasiones porque el chico se angustia mucho por la situación analítica. A
veces esto pasa porque nosotros somos demasiado insistentes, le demandamos que sea un
paciente del análisis que nos gustaría conducir y él no tiene cómo respondernos. Otras
veces puede no aparecer ningún razonable fin de análisis. En esos casos el vínculo
continúa, se prolonga en el tiempo porque los padres lo tienen con nosotros y eso los
tranquiliza y el chico a su vez sigue viniendo porque siente que sin el sostén que le
brindamos su vida sería más difícil. Eso provocaría un análisis interminable, aún con los
chicos.
Pregunta: ¿Puede considerarse la demanda de tratamiento por parte del niño en términos
semejantes a lo que ocurre en análisis de adultos? ¿Considera necesario, en el caso de los
niños, algo más para facilitar el establecimiento del vínculo transferencial?
Estoy absolutamente convencido que un chico puede demandar tratamiento tanto como un
adulto, tal vez no con el mismo nivel de racionalización, pero sí de seriedad. Tal vez no
sepa explicar exactamente para qué servimos pero sí tiene alguna idea de su padecimiento y
ése es el motor principal del análisis. Tiene también alguna idea de que nosotros sabemos
cómo hacer para aliviar ese padecimiento y viene a demandar que lo ayudemos a
resolverlo. Además, para establecer transferencia con mucha facilidad, basta que uno no se
ponga en el papel de los padres y le diga lo que debe hacer (es esto, por otra parte, lo que a
veces esperan los padres que hagamos) sino que siga siendo neutral y abstinente. Se
reconoce la demanda del chico desde su sufrimiento y el análisis se establece naturalmente
allí.
Aplicar el análisis implica recordar que, como decía Winnicott, todo análisis se da en la
superposición de dos zonas de juego: la del analista y la del paciente, la intersección es el
terreno del psicoanálisis en adultos y niños. Si paciente y analista no juegan, si no
encuentran ambos cierto placer en el juego, no hay análisis.
Pregunta: ¿Es posible considerar eso válido aún cuando la consulta familiar es por un
niño muy pequeño?
-Cuando los padres traen a chicos a edades muy tempranas, eso suele tener que ver con el
hijo ideal de ellos, con el ideal del Yo de cada uno de ellos. Una tarea importante que
tenemos que hacer es diferenciar bien la demanda del chico y la demanda de los que lo
traen. El límite para aplicar la técnica analítica remite al nivel alcanzado en la
configuración del aparato psíquico.
Pregunta: Usted habló de una familia idealmente favorable para el análisis; ¿podría
desarrollar más ese punto?
Los padres ideales para mí, como analista del niño, y en un sentido estrictamente técnico,
son los que favorecen el análisis, lo traen puntualmente, no interfieren el tratamiento, dejan
que uno haga su trabajo. Pero esto es muy difícil, en parte porque se sienten responsables
de controlar lo que les pasa a sus hijos, pero además porque existe ese vinculo ambivalente
entre los padres y el analista, donde el analista es la esperanza pero a la vez es el rival. Por
eso esta relación debe ser mantenida en esa distancia óptima, en la que se logra preservar el
vínculo y, a la vez, se trata de neutralizar esas interferencias. Esto me recuerda la metáfora
de Freud del monstruo y el remolino: uno tiene que cuidarse tanto de una injerencia
excesiva de los padres en el análisis como de excluirlos del proceso. Ambos extremos
convertirían a la variable en inmanejable y conduciría a una situación fuera de nuestro
control.
Pregunta: ¿Es posible establecer con más detalle la actitud del analista en las sesiones
iniciales y en las finales de un análisis?
-Yo trato de establecer en los primeros encuentros una especie de diagnóstico estructural
que me permita decidir si lo que voy a implementar es técnica analítica en el sentido clásico
de hacer consciente lo inconsciente y tratar de desmantelar la actividad defensiva del Yo, o
si voy a aplicar –y en qué medida- otra técnica.
Paralelamente, mientras voy elaborando esa hipótesis diagnóstica, procuro que se instale en
el vínculo con el niño esa transferencia positiva sublimada, que es la condición necesaria de
todo análisis y también de toda relación pedagógica como decía Freud.
La transferencia positiva sublimada es positiva porque se refiere a sentimientos tiernos,
positivos, y es sublimada porque no es directamente erótica; ha experimentado una
desexualización que pone la libido al servicio del Yo. Cuando aparecen la transferencia
erótica o la hostil se van a instalar como resistencias que habrá que resolver. ¿Cómo hacer
para establecer la transferencia sublimada? Simplemente recibiéndolo con amabilidad y
escuchándolo, logrando que el niño sienta que puede hablar de eso que le pasa y que hay
alguien que lo escucha. Eso solo por lo general es suficiente, no trato de imponerle nada al
principio. No lo enfrento con ninguna explicación demasiado puntillosa acerca de lo que le
pasa, sólo algo muy general. Mucho menos me pongo moralista acerca de lo que debería
hacer con su vida.
Muchas veces la interpretación tiende a ser sentida por el niño como una condena, y el
analista es en esos casos una especie de emanación del Super Yo que le dice es que es un
chancho, un ladrón o un malo. Eso es lo que hay que evitar con todo cuidado desde el inicio
del análisis. En cuanto al final, éste es particular para cada chico. A menudo ocurre que nos
llega a sorprender con su decisión, él va a decidir cuándo termina el análisis y nosotros le
vamos a hacer caso, porque comprobamos que sus propios recursos –juego, lenguaje,
actividades expresivas en general- le son suficientes para el procesamiento psíquico. Pero
eso no funciona de la misma forma en los casos en los que uno no puede aplicar
estrictamente análisis, ya sea por la edad o por otras causas que determinen la insuficiencia
en la estructuración del aparato psíquico. Incluso la tarea va a ser diferente, ya que el
terapeuta se verá llevado allí a ser más continente, va a ser eventualmente necesario un
mayor contacto físico, incluso uno tiende a funcionar como un auxiliar del Yo, debe hacer
en alguna medida -y sabiendo muy prudentemente calcular la distancia- una tarea de
maternaje, ya que tiene incluso que ubicarse, digamos así, como prótesis que reemplace
aquel objeto primario fallido para permitir que, en la medida de lo posible, se produzcan
algunas de esas identificaciones que tal vez logren establecer un proceso de consolidación
yoica.
Pregunta: ¿Cuál es la técnica a implementar en los casos de consultas por los niños de
menos edad?
-Pensemos una consulta típica por un chico más chiquito: por ejemplo, un niño de 3 años
que consulta por dificultades de control de los impulsos o por mostrar una tendencia a
padecer enfermedades orgánicas o accidentes. O bien una consulta por psicoprofilaxis
quirúrgica, estas últimas suelen ser frecuentes en el hospital. Se trata en este último caso de
prever un importante aumento de cantidad, potencialmente traumático por ser superior a la
capacidad metabolizadora del Yo, y evitar sus efectos dañinos logrando que el Yo cuente
en el momento necesario con una disposición representacional ya establecida. ¿Cómo se
hace eso? Con un adulto hablando, con un niño jugando. Además se lo invita a conocer el
lugar y a los médicos que lo van a operar, de modo que él pueda conocer previamente cuál
va a ser todo el trayecto hasta el momento de la intervención y eventualmente la anestesia.
Usamos el poder elaborativo del juego para hacer activo, de manera anticipada, lo que va a
sufrir pasivamente; le proponemos, por ejemplo, que juegue al cirujano con un muñeco que
lo represente; de ese modo, cuando llegue la operación va a estar mucho más tranquilo y,
según parece indicar la experiencia hospitalaria, incluso en el postoperatorio va a haber
menos probabilidades de infección.
Pregunta: -¿Existen puntos de contacto entre esta técnica y la que se utilizaría, por
ejemplo, con niños hiperkinéticos?
Los chicos hiperkinéticos, violentos o autodestructivos son aquellos en los que el Yo es
insuficiente para enfrentar la cantidad de excitación, o sea el montaje representacional
construido es insuficiente para afrontar esta primera tarea del Yo. En su misma génesis, el
Yo comienza por establecer el sistema de representaciones que transforma lo cuantitativo
en cualitativo y este sistema se construye a partir de la identificación primaria, ya que esas
representaciones son identificaciones con el objeto auxiliar -la madre o aquel que cumple la
función- que permiten establecer los enlaces simbolizantes. Si esto se cumple
razonablemente bien, es decir, si las experiencias de satisfacción (me refiero a las
experiencias concretas de satisfacción, de disminución de la excitación) son suficientes, el
punto de partida del aparato psíquico está logrado, a partir de esto él logrará las
discriminaciones posteriores. Estos serían los juicios iniciales básicos, si esto no está lo
suficientemente consolidado todo lo que se organiza después en el aparato psíquico
reconoce algo así como un punto de fractura inicial; queda una disposición a la
desorganización a partir de la frustración. Cuando aumenta la cantidad de excitación por
encima de cierto umbral en el transcurso de la vida el aparato psíquico puede resultar
incapaz de cualificar, y lo que aparece son intentos más o menos fallidos de cualificación o
de descarga. Por ejemplo, la cuestión de la violencia o bien enfermedad somática facilitada
por la falta de distancia inicial entre lo psíquico y lo somático. En estos casos sí se hace
imperativo trabajar con los padres: si el fundamento neurológico está indemne, lo que
puede estar perturbado allí es el entorno que provee el suministro, como el sostén de la
familia al hijo. Trabajar en este terreno implica asumir en alguna medida una tarea
pedagógica de la función materna en tanto es estructurante. Esto incluso se ha hecho como
tarea preventiva en salud mental, en grupos de riesgo de mujeres embarazadas.
Pero también es necesario trabajar con el niño facilitándole la posibilidad de realizar esos
juicios iniciales y fundantes que él no ha logrado consolidar, puesto que todavía se pueden
producir reestructuraciones del psiquismo.
Uno tiene que tener en cuenta que se puede funcionar como analista en sentido clásico sólo
cuando lo sintomático está determinado por el fracaso de la represión y el retorno de lo
reprimido. Entonces uno se limita a operar quirúrgicamente, remueve la formación
defensiva y lo que emerge es acogido por el Yo, el que le da un nuevo destino más acorde
con la realidad. Pero eso sólo ocurre en los casos en que predomina una estructuración
neurótica de transferencia, de lo contrario uno no tiene más remedio que funcionar en un
nivel mucho más basal y para eso debe aceptar una técnica diferente.
Si se quisiera poner en una fórmula sintética la cuestión del fin de tratamiento, podría
decirse que tiene componentes negativos y positivos. Los primeros están determinados por
la desaparición de síntomas e inhibiciones, en tanto los segundos consistirían en las nuevas
posibilidades del niño de jugar, producir y simbolizar, de reconocer tanto sus deseos como
la realidad que tiene y a sus padres tal como son con todo el sufrimiento que esto puede
implicar por las limitaciones que ellos tengan. Una adaptación que dista de ser pasiva: si un
niño llega a este punto, sus cambios producirán inevitablemente también un cambio en su
medio familiar.

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