Modelo Biologico

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MODELO BIOLOGICO

La perspectiva biológica, denominada también biomédica (o médica), fi siológica o neurofi


siológica (neurociencia), asume como principio fundamental que el trastorno mental es una
enfermedad, al igual que cualquier otra enfermedad física. En consecuencia, las alteraciones
psicopatológicas se producen porque existen anormalidades biológicas subyacentes (genéticas,
bioquímicas, neurológicas, etc.). Por tanto, según este modelo el tratamiento deberá centrarse en
corregir tales anormalidades orgánicas.

Los orígenes del modelo médico hunden sus raíces en la propia historia de la humanidad, fi el refl
ejo de la lucha del hombre por su supervivencia, a través de los obstáculos más variados, entre los
cuales las enfermedades ocupan un lugar predominante. En psicopatología siempre se ha
considerado a Hipócrates (siglo ii a.C.) como el predecesor del enfoque médico en una
extrapolación del modelo kraepeliniano. Una gran variedad de circunstancias históricas se da cita
para realzar el estatus del modelo biológico en el siglo xix, como fueron la difusión de la teoría de
Kraepelin, la investigación que vinculó la enfermedad mental a una enfermedad orgánica (la sífi lis),
con sus trágicas secuelas, así como los diversos avances acaecidos en la curación de diversas
enfermedades somáticas. En el siglo xx, el modelo biomédico mantiene su enorme influencia y se
consolida sobre todo a partir de los años cincuenta, década en la que se comenzaron a sintetizar y
a utilizar diferentes clases de drogas psicotrópicas que han mostrado su eficacia en diversos
trastornos mentales. Ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos y otros psicofármacos han
cambiado la imagen que se tenía del tratamiento de la enfermedad mental (Comer, 1992).

A. BASES BIOLÓGICAS DE LA CONDUCTA ANORMAL


Los defensores del modelo biológico entienden el comportamiento anormal como una
enfermedad producida por el funcionamiento patológico de alguna parte del organismo.
Se presupone que la alteración del cerebro (estructural o funcional) es la causa primaria de
la conducta anormal (Rosen, 1991; Rosenzweig y Leiman, 1989) o de la anormalidad
mental.
Así como desde este modelo se postula que los trastornos cardiovasculares están causados
por alteraciones celulares en esos órganos, también los trastornos mentales estarían
relacionados con las alteraciones celulares del cerebro. Las alteraciones pueden ser
anatómicas (el tamaño o la forma de ciertas regiones cerebrales puede ser anormal) o
bioquímicas (los elementos bioquímicos que contribuyen al funcionamiento neuronal
pueden tener alterada su función, por ex ceso o por defecto). Dichas alteraciones pueden
ser el resultado de factores genéticos, trastornos metabólicos, infecciones, alergias,
tumores, trastornos cardiovasculares, traumas físicos, estrés, etc. (Haroutunian, 1991;
Murphy y Deutsch, 1991).

A partir de los años cincuenta se intensifi có el interés por aplicar el modelo sistémico de
enfermedad a la conducta anormal. La concepción sistémica se vio reforzada por el
descubrimiento de sustancias neurotransmisoras (noradrenalina, serotonina, etc.) y de una
amplia gama de fármacos psicoactivos. La anormalidad entendida como un problema
bioquímico constituyó así el más prometedor de los modelos biomédicos de enfermedad
mental, considerándose desde entonces que algunas formas de conducta anormal podían
deberse a desequilibrios de la química del sistema nervioso.

Actualmente, existe abundante evidencia empírica de que estas sustancias bioquímicas


intervienen en muchos trastornos del comportamiento.

Los clínicos, utilizando una gran variedad de pruebas médicas y neurológicas, han
relacionado de forma inequívoca un gran número de trastornos mentales asociados a
problemas específicos del funcionamiento cerebral.
Por ejemplo, en la enfermedad llamada Corea de Huntington, un trastorno degenerativo
marcado por profundas crisis emocionales, delirios, ideas de suicidio y movimientos
motores involuntarios, se ha descubierto como factor responsable la pérdida de neuronas
en los ganglios basales.
Estos trastornos mentales que tienen causas físicas tan claras se denominan trastornos
mentales orgánicos. De ellos, el más frecuente y preocupante hoy en día es la denominada
enfermedad de Alzheimer y/o demencia senil tipo Alzheimer.
Tradicionalmente, los denominados trastornos mentales orgánicos se han diferenciado de
los trastornos mentales funcionales, éstos son patrones de conducta anormales sin claros
indicios de alteraciones orgánicas cerebrales. Sin embargo, los defensores a ultranza del
modelo biológico, y por ende del papel jugado por las variables fisiológicas, sostienen que
en muchos trastornos denominados funcionales, como los trastornos de ansiedad,
depresión y esquizofrenia, se han descubierto disfunciones orgánicas en el cerebro.
Los biologistas han llegado a estas conclusiones gracias a los avances en la investigación
sobre las sustancias psicotrópicas. Los estudios sobre el efecto que las drogas tienen en el
cerebro han contribuido a que se conozca mejor su funcionamiento, sobre todo en
relación a los trastornos mentales que responden positivamente a ciertos psicofármacos
(Hollister y Csernansky, 1990).
De esta forma, sabemos que las alteraciones en la actividad de los diversos
neurotransmisores pueden asociarse a diferentes trastornos mentales. Los trastornos de
ansiedad, por ejemplo, han sido relacionados con una actividad insuficiente del
neurotransmisor llamado ácido gamma aminobutírico.

Se ha sugerido que el modelo biológico tiene bastantes virtudes. Primero, sirve para
recordarnos que los problemas psicológicos, aunque complejos y específicos, pueden
tener causas o concomitantes biológicos dignos de evaluación y estudio. Segundo, gracias
al desarrollo de sofsticadas técnicas biomédicas, la investigación sobre los aspectos neurofi
siológicos y genéticos de la conducta anormal a menudo progresa con rapidez,
produciendo nueva y valiosa información en perío dos de tiempo relativamente cortos.
Tercero, los tratamientos biológicos (sobre todo los psicofarmacológicos) han
proporcionado significativas aportaciones en la terapia de los trastornos mentales, bien
cuando otras estrategias de intervención se han mostrado ineficaces, bien como
tratamientos complementarios a los psicológicos, especialmente en postrastornos
mentales graves.
El modelo biológico, no obstante, adolece de diversos problemas y limitaciones. En su
ambición explicativa más extrema parece hipotetizar que toda la conducta humana puede
explicarse en términos biológicos y, por tanto, que todo problema psicológico puede ser
tratado mediante técnicas biológicas. Este reduccionismo puede limitar más que potenciar
nuestro conocimiento del comportamiento anormal y, en especial, de las psicopatologías.

Aunque es cierto que los procesos biológicos afectan a nuestros pensamientos y


emociones, también lo es que ellos mismos están influenciados por variables psicológicas y
sociales. Cuando percibimos un evento negativo en nuestra vida, y que además está fuera
de nuestro control, la actividad de la noradrenalina o la serotonina de nuestro cerebro
desciende, propiciando la aparición de un estado de ánimo histórico que, en personas
vulnerables, puede dar lugar a la instauración de un trastorno depresivo, por ejemplo.
Nuestra vida mental es una interacción de factores biológicos y no biológicos (psicológicos,
sociales, culturales, ambientales, etc.), por lo que es más relevante explicar esa interacción
que centrarse exclusivamente en las variables biológicas.

Un segundo problema con el que se encuentra el modelo biológico es la validez explicativa


de sus teorías que a menudo son incompletas y poco concluyentes. Muchos estudios
bioquímicos y neurológicos, por ejemplo, se realizan con animales que aparentemente
presentan síntomas de depresión, ansiedad, o algún otro comportamiento anormal
inducido mediante drogas, cirugía o manipulación conductual. Los investigadores tendrán
dificultades para generalizar la validez de sus conclusiones a la conducta humana y sus
alteraciones. Igualmente, los estudios genealógicos y genéticos citados a menudo para
apoyar los argumentos biológicos están abiertos a sucesivas interpretaciones y
reinterpretaciones en función de los avances en neurociencia.

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