Las Operaciones Del Mossad - Web

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Michael Bar-Zohar y Nissim Mishal

Las grandes operaciones


del Mossad
Traducción de
Ana Herrera
Por los héroes desconocidos,
las batallas nunca contadas,
los libros no escritos,
los secretos no revelados
y por un sueño de paz nunca abandonado
y nunca olvidado.
Michael Bar-Zohar

Para Amy Korman, por su consejo y su


inspiración y por ser mi firme apoyo.
Nissim Mishal
introducción

Solo en la guarida del león

El 12 de noviembre de 2011, una tremenda explosión des-


truyó una base secreta de misiles junto a Teherán, mató a
diecisiete guardias revolucionarios y redujo docenas de mi-
siles a un montón de hierros carbonizados. El general Has-
san Tehrani Moghaddam, «padre» de los misiles Shehab de
largo alcance y hombre al cargo del programa de misiles
de Irán, murió en la explosión. Pero el objetivo secreto de
aquella bomba no era Moghaddam, sino un cohete de com-
bustible sólido capaz de transportar un misil nuclear a más
de nueve mil kilómetros de distancia, desde los silos subte-
rráneos de Irán hasta territorio estadounidense.
El nuevo misil planeado por los líderes de Irán pretendía
doblegar ante ellos las principales ciudades norteamericanas
y transformar Irán en una potencia mundial dominante. La
explosión de noviembre retrasó varios meses ese proyecto.
Aunque el objetivo del nuevo misil de largo alcance era
Estados Unidos, lo más probable es que las explosiones que
destruyeron la base iraní las preparara el servicio secreto is-
raelí: el Mossad. Desde su creación hace más de sesenta
años, el Mossad ha actuado con valentía y en secreto contra
todos los peligros que amenazan Israel y Occidente, y ahora,
más que nunca, la información de inteligencia obtenida me-
diante el espionaje y las diversas operaciones afecta a la se-
guridad norteamericana, tanto dentro como fuera de sus
fronteras.
En este mismo momento, según fuentes extranjeras, el
Mossad se enfrenta a la cruda y explícita amenaza de los lí-
deres iraníes de borrar Israel del mapa. Se cree que el Mossad
10 Las grandes operaciones del Mossad

está llevando a cabo una persistente guerra en la sombra me-


diante el sabotaje de instalaciones nucleares, el asesinato de
científicos y el suministro de equipo y materias primas defec-
tuosas a las fábricas a través de empresas falsas; asimismo,
organiza deserciones de oficiales de alto rango del ejército y
de figuras importantes de la investigación nuclear, e introdu-
ce virus devastadores en los sistemas informáticos de Irán,
todo ello con el objetivo de combatir la amenaza de un Irán
con armas nucleares y lo que eso supondría para Estados
Unidos y el resto del mundo. Aunque el Mossad ha retrasado
varios años la creación de la bomba nuclear iraní, su combate
encubierto está alcanzando su punto álgido antes de emplear
medidas de último recurso, como un ataque militar.
En su lucha contra el terrorismo desde los años setenta,
el Mossad ha capturado y eliminado a muchos terroristas
importantes en sus refugios de Beirut, Damasco, Bagdad y
Túnez, así como en sus puestos de combate en París, Roma,
Atenas y Chipre. El 12 de febrero de 2008, según los medios
de comunicación occidentales, agentes del Mossad tendie-
ron una emboscada y mataron a Imad Mughniyeh, líder mi-
litar de Hezbolá en Damasco. Mughniyeh era enemigo ju-
rado de Israel, pero también el número uno de la lista de
los «más buscados» por el FBI: planeó y ejecutó la masacre
de 241 marines de Estados Unidos en Beirut y dejó tras de sí
un rastro sangriento de cientos de muertos norteamerica-
nos, israelíes, franceses y argentinos. Ahora mismo, los líde-
res de la Yihad islámica y de Al Qaeda son perseguidos por
todo Oriente Medio.
Y sin embargo, cuando el Mossad advirtió a Occidente
de que la Primavera Árabe podía convertirse en el Invierno
Árabe, nadie pareció escucharle. A lo largo de 2011, Occi-
dente recibió con ilusión lo que parecía el amanecer de una
nueva era de democracia, libertad y derechos humanos en
Oriente Medio, y con la esperanza de obtener la aprobación
de los egipcios, presionó al presidente Mubarak, su mejor
aliado en el mundo árabe, para que dimitiera. Pero las pri-
meras multitudes que irrumpieron en la plaza de Tahrir, en
Solo en la guarida del león 11

El Cairo, quemaron la bandera estadounidense; a continua-


ción, atacaron la embajada israelí, exigieron el fin del trata-
do de paz con Israel y arrestaron a activistas de ONG norte-
americanas. Las elecciones libres en Egipto han llevado al
poder a los Hermanos Musulmanes, y hoy en día Egipto se
agita al borde de la anarquía y la catástrofe económica. Un
régimen fundamentalista islámico está echando raíces en
Túnez, y es más que probable que en Libia ocurra lo mismo.
Yemen es un caos. En Siria, el presidente Assad está masa-
crando a su propio pueblo. Las naciones más moderadas,
como Marruecos, Jordania, Arabia Saudita y los emiratos del
Golfo Pérsico, se sienten traicionadas por sus aliados occi-
dentales. La esperanza de que se respetasen los derechos hu-
manos, se reconocieran los derechos de las mujeres y se pro-
mulgaran leyes democráticas, que gobernó e inspiró esas
revoluciones que han hecho época, ha quedado barrida por
los partidos religiosos fanáticos, mejor organizados y más
conectados con las masas.
Este Invierno Árabe ha convertido Oriente Medio en una
bomba de relojería que amenaza al pueblo israelí y sus alia-
dos en el mundo occidental. A medida que la historia sigue
su curso, las tareas del Mossad son cada vez más arriesga-
das, pero también más vitales para Occidente. El Mossad
parece la mejor defensa contra la amenaza nuclear iraní,
contra el terrorismo, contra lo que pueda surgir del caos de
Oriente Medio. Y lo más importante de todo: el Mossad es
la última barrera antes de la guerra abierta.
La fuerza vital del Mossad son sus guerreros anónimos,
hombres y mujeres que arriesgan sus vidas, que viven apar-
tados de sus familias bajo identidades falsas y llevan a cabo
atrevidas operaciones en países enemigos donde el menor
error puede llevar a su arresto, tortura o muerte. Durante la
guerra fría, el peor destino posible de un agente secreto cap-
turado en el bloque occidental o comunista era ser intercam-
biado por otro agente en un puente neblinoso y frío de Ber-
lín. Ruso o norteamericano, británico o de Alemania del Este,
el agente sabía que no estaba solo, que siempre habría alguien
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que podía hacerle volver del frío. Pero para los solitarios
guerreros del Mossad no hay intercambios ni puentes nebli-
nosos: pagan su audacia con su vida.
En este libro sacamos a la luz las misiones más importan-
tes y los héroes más valerosos del Mossad, así como los erro-
res y fallos que más de una vez han empañado la imagen de
la agencia y sacudido sus mismos cimientos. Esas misiones
han moldeado el destino de Israel y en muchos sentidos el
del mundo. Si hay algo que comparten todos los agentes del
Mossad es un profundo e idealista amor a su país, una devo-
ción total a su existencia y supervivencia, una disposición
total a asumir los riesgos más dramáticos y enfrentarse a los
máximos peligros por el bien de Israel.
capítulo uno

El rey de las sombras

A finales del verano de 1971, una violenta tormenta azotaba


el litoral mediterráneo y olas de gran altura batían las costas
de Gaza. Prudentemente, los pescadores árabes locales se
quedaron en tierra: aquél no era un buen día para enfrentar-
se al traicionero mar. Pero de repente vieron con asombro
que del rugiente oleaje surgía un barquito destartalado que
encallaba pesadamente en la arena húmeda. Unos cuantos
palestinos, con la ropa y las kufiyas arrugadas y empapadas,
saltaron al mar y fueron vadeando hasta la orilla. Su rostro
sin afeitar mostraba la fatiga de un largo viaje por mar, pero
no se entretuvieron a descansar: huían para salvar la vida.
En el mar encrespado apareció entonces un torpedero israe-
lí tripulado por soldados vestidos con uniforme de combate,
y los persiguió a toda velocidad. A medida que se aproxima-
ban a la costa, los soldados saltaban al agua poco profunda
y abrían fuego contra los palestinos que huían. Un par de
jóvenes de Gaza, que jugaban en la playa, corrieron hacia
los palestinos y los condujeron hasta la seguridad de un
huerto cercano; los soldados israelíes perdieron su pista,
pero siguieron registrando la playa.
Ya avanzada la noche, un joven palestino con un Kalash-
nikov se introdujo a hurtadillas en el huerto para investigar
y encontró a los fugitivos juntos y acurrucados en un rincón.
–¿Quiénes sois, hermanos? –preguntó.
–Miembros del Frente Popular de Liberación de Palesti-
na –le respondieron–. Del campo de refugiados de Tiro, en
Líbano.
–Marhaba, bienvenidos –dijo el joven.
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–¿Conoces a Abu-Seif, nuestro comandante? Nos ha en-


viado a reunirnos con los comandantes del Frente Popular
en Beit Lahia –un bastión terrorista al sur de la franja de
Gaza–. Tenemos dinero y armas, y queremos coordinar nues-
tras operaciones.
–Yo os ayudaré –contestó el joven.
A la mañana siguiente, varios terroristas armados escol-
taron a los recién llegados a una casa aislada dentro del
campo de refugiados de Jabalia, los acompañaron hasta una
sala grande y les invitaron a sentarse a la mesa. Poco des-
pués entraban los comandantes del Frente Popular con los
que esperaban reunirse. Intercambiaron cálidos saludos con
sus hermanos libaneses y se sentaron frente a ellos.
–¿Podemos empezar? –preguntó un joven robusto, ya
algo calvo, que llevaba una kufiya roja y que parecía el líder
del grupo libanés–. ¿Estamos todos?
–Todos.
El libanés levantó la mano y miró su reloj. Era una señal
convenida de antemano. De repente, los «enviados libane-
ses» sacaron las pistolas y abrieron fuego. En menos de un
minuto, los terroristas de Beit Lahia estaban muertos. Los
«libaneses» salieron corriendo de la casa y enfilaron las tor-
tuosas callejuelas del campamento de Jabalia y las atestadas
calles de Gaza, y pronto cruzaron hacia territorio israelí.
Aquella misma noche el hombre de la kufiya roja, el capitán
Meir Dagan, comandante del comando secreto Rimon de
las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), informó al general
Ariel (Arik) Sharon de que la operación Camaleón había
sido un éxito. Todos los líderes del Frente Popular de Beit
Lahia, un grupo terrorista letal, habían muerto.
Dagan tenía sólo veintiséis años y era ya un luchador
legendario. Él mismo había planeado toda la operación:
fingir que eran terroristas libaneses, acercarse por mar en
una barca vieja desde Ashdod, un puerto de Israel, escon-
derse durante una larga noche, la reunión con los líderes
terroristas y la ruta de huida después de la operación. In-
cluso había organizado la falsa persecución del torpedero
El rey de las sombras 15

israelí. Dagan era especialista en guerrillas, un hombre


atrevido y creativo que no se sometía a las normas conven-
cionales. En una ocasión, Isaac Rabin dijo: «Meir tiene la
increíble habilidad de inventar operaciones antiterroristas
que parecen películas».
El futuro jefe del Mossad, Dany Yatom, recordaba a
Dagan cuando era un joven robusto, con una poblada mata
de pelo castaño, que se presentó voluntario para unirse al
comando israelí más prestigioso, el Sayeret Matkal, y sor-
prendió a todo el mundo con su habilidad para lanzar el
cuchillo. Podía acertar de pleno en el objetivo que quisiera
con su enorme cuchillo de comando. Pero aunque era un
excelente tirador no pasó los exámenes del Sayeret Matkal y
tuvo que contentarse inicialmente con las alas plateadas de
los paracaidistas.
A principios de los años setenta fue enviado a la franja de
Gaza, conquistada por Israel en la guerra de los Seis Días
de 1967, y que desde entonces se había convertido en un avis-
pero de actividad terrorista. Los terroristas palestinos mata-
ban israelíes a diario, tanto en la franja de Gaza como en
Israel, con bombas, explosivos y armas de fuego; el FDI ha-
bía perdido totalmente el control sobre los violentos campos
de refugiados. El 2 de enero de 1971, cuando los encantado-
res hermanos Arroyo (Avigail, de cinco años, y Mark, de
ocho) volaron en pedazos al arrojar un terrorista una grana-
da a su coche, el general Ariel Sharon decidió que había que
poner fin a aquella sangrienta masacre. Reclutó a algunos
amigos de su juventud, curtidos en mil combates, y a varios
soldados jóvenes con talento. Uno de ellos era Dagan, un
joven bajo, de rostro redondo y bastante robusto, que cojea-
ba un poco tras haber pisado una mina terrestre en la guerra
de los Seis Días. Mientras se recuperaba en el hospital de
Soroka, en Beer-Sheva, se enamoró de la enfermera que le
cuidaba, Bina, y ambos se casaron tras su recuperación.
Oficialmente, la unidad de Sharon no existía. Su misión
era destruir las organizaciones terroristas de Gaza usando
métodos arriesgados y poco convencionales. Dagan solía
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pasear por la Gaza ocupada con un bastón, un dóberman,


varias pistolas, revólveres y metralletas. Algunos asegura-
ban que le habían visto disfrazado de árabe, montado tran-
quilamente en un burro por las traicioneras callejuelas de
Gaza. Su dolencia no enfriaba su decisión de llevar a cabo
las operaciones más peligrosas. Su punto de vista era muy
sencillo: «Ellos son el enemigo, malos árabes que quieren
matarnos, de modo que tenemos que matarlos nosotros pri-
mero a ellos».
Dentro de la unidad, Dagan creó el primer comando se-
creto israelí, Rimon, que operaba bajo apariencia árabe en
lo más profundo de los bastiones enemigos. Para poder mo-
verse libremente entre las multitudes árabes y llegar a sus
objetivos sin ser detectados, tenían que actuar disfrazados.
Pronto les empezaron a conocer como «el equipo de Arik»,
y los rumores aseguraban que a menudo mataban a los te-
rroristas capturados a sangre fría. A veces, se decía, llevaban
a un terrorista a un callejón y le decían: «Tienes dos minutos
para escapar», y cuando lo intentaba, lo mataban a tiros. A
veces dejaban un puñal o una pistola olvidados, y cuando el
terrorista iba a cogerlos, lo mataban al instante. Los perio-
distas decían que cada mañana Dagan salía al campo y
mientras usaba una mano para orinar, con la otra disparaba
a una lata de Coca-Cola vacía. Dagan rechazaba tales afir-
maciones. «A todos nos adjudican leyendas –dijo–, pero al-
gunas de las cosas que han escrito son sencillamente falsas.»
La pequeña unidad de comandos israelíes estaba empe-
ñada en una guerra dura, cruel, y sus miembros arriesgaban
a diario sus propias vidas. Casi cada noche, la gente de Da-
gan se disfrazaba de mujer o de pescador y seguía buscando
terroristas conocidos. A mediados de enero de 1971, disfra-
zados de terroristas árabes en el norte de la franja, atrajeron
a unos miembros de Fatah a una emboscada y en el tiroteo
que siguió éstos acabaron muertos. El 29 de enero de 1971,
esta vez de uniforme, Dagan y sus hombres viajaban en dos
jeeps por las afueras del campo de Jabalia. Al cruzarse con
un taxi, Dagan reconoció entre sus pasajeros a un notorio
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terrorista, Abu Nimer, ordenó detener los jeeps y sus solda-


dos rodearon el taxi. Dagan se acercó y en aquel momento
Abu Nimer salió empuñando una granada de mano. Miran-
do a Dagan, tiró de la anilla. «¡Granada!», gritó Dagan, pero
en lugar de echarse a correr para ponerse a cubierto, saltó
hacia el hombre, lo agarró y le arrancó la granada de la
mano. Por esa acción fue recompensado con la Medalla al
Valor. Se asegura que después de arrojar a un lado la grana-
da, Dagan mató a Abu Nimer con sus propias manos.
Años más tarde, en una de las escasas entrevistas que
concedió, en este caso al periodista israelí Ron Leshem, Da-
gan dijo:

Rimon no era un grupo de ataque. […] Aquello no era el salva-


je Oeste, donde todo el mundo tenía el gatillo fácil. Nunca hi-
cimos daño a mujeres y niños […]. Atacábamos a personas que
eran violentos asesinos, y así disuadíamos a otros. Para prote-
ger a los civiles, el Estado a veces debe hacer cosas que son
contrarias a la conducta democrática. Es cierto que, en unida-
des como la nuestra, los límites acaban siendo difusos. Por eso
debes estar seguro de que tu gente sea la mejor. Los actos más
sucios deben llevarlos a cabo los hombres más honrados.

Fueran sus actos democráticos o no, Sharon, Dagan y sus


colegas eliminaron en gran medida el terrorismo en Gaza, y
durante años la zona permaneció tranquila y pacífica. Algu-
nos aseguran que Sharon dijo de su leal colaborador, medio
en broma: «La especialidad de Meir es separar la cabeza de
un árabe de su cuerpo».
Sin embargo, pocos conocían al auténtico Dagan. Había
nacido con el nombre de Meir Huberman en 1945, en un
vagón de ferrocarril a las afueras de Herson, en Ucrania,
mientras su familia escapaba de Siberia a Polonia. La mayor
parte de su familia pereció en el Holocausto. Meir emigró a
Israel con sus padres y se crió en un barrio pobre de Lod,
una antigua ciudad árabe unos 24 kilómetros al sur de Tel
18 Las grandes operaciones del Mossad

Aviv. Muchos sabían que era un luchador infatigable, pero


pocos conocían sus pasiones secretas: ávido lector de libros
de historia, vegetariano, le encantaba la música clásica y sus
aficiones eran pintar y esculpir.
Desde muy temprana edad se sintió acosado por el terri-
ble sufrimiento de su familia y de los judíos durante el Holo-
causto y dedicó toda su vida a la defensa del recién nacido
Estado de Israel. Mientras iba ascendiendo en la jerarquía
del ejército, lo primero que hacía en cada nueva oficina don-
de le destinaban era colgar en la pared una foto ampliada de
un viejo judío, envuelto en su chal de plegarias, arrodillado
frente a dos oficiales de las SS, uno con un bate de béisbol y
el otro con una pistola. «Ese anciano es mi abuelo –les decía
Dagan a los visitantes–. Cuando miro esa foto sé que debe-
mos ser fuertes y defendernos, para que el Holocausto no
vuelva a repetirse nunca.»
El anciano era de verdad el abuelo de Dagan, Ber Ehrlich
Slushni, que fue asesinado en Lukov unos segundos después
de que se tomara aquella foto.
Durante la guerra de Yom Kippur, en 1973, Dagan fue
de los primeros israelíes en cruzar el canal de Suez con
una unidad de reconocimiento. En la guerra del Líbano,
en 1982, entró en Beirut a la cabeza de su brigada acoraza-
da. Pronto se convirtió en comandante de la zona de seguri-
dad del sur del Líbano, y allí el audaz guerrillero salió de
nuevo del almidonado uniforme de coronel y resucitó el re-
curso del secreto, el camuflaje y el engaño de sus días de
Gaza. Sus soldados dieron con un nombre nuevo para su
jefe secreto: le llamaban «el rey de las sombras». La vida en
Líbano, con sus alianzas secretas, traiciones, crueldades y
guerras fantasma, ocupaba un lugar importante en su cora-
zón. «Antes de que mi brigada acorazada entrase en Beirut
–decía–, yo ya conocía bien esa ciudad.» Y cuando terminó
la guerra, no abandonó sus aventuras secretas. En 1984 fue
reprendido oficialmente por el jefe del Estado Mayor Moshe
Levy por haber entrado, disfrazado de árabe, en el cuartel
general de los terroristas en Bhamdoun.
El rey de las sombras 19

Durante la intifada (la rebelión palestina de 1987-1993),


Dagan fue trasladado a Cisjordania como consejero del jefe
del Estado Mayor, Ehud Barak, y allí volvió a recuperar sus
viejas costumbres e incluso convenció a Barak de que se
uniera a él. Los dos se vestían con chándal, como correspon-
de a unos auténticos palestinos, cogían un Mercedes azul
celeste con matrícula local e iban a dar paseos por la traicio-
nera kasbah de Nablus. A su vuelta, aterrorizaban y luego
dejaban sorprendidos a los centinelas del cuartel general mi-
litar, una vez éstos reconocían quién iba sentado en el asien-
to delantero.
En 1995 Dagan, por entonces general de división, dejó el
ejército y, junto con su colega Ben-Hanan, emprendió un via-
je en motocicleta por las llanuras asiáticas que iba a du-
rar 18 meses. El viaje se suspendió tras recibir la noticia del
asesinato de Isaac Rabin. De vuelta en Israel, Dagan pasó al-
gún tiempo a la cabeza de la autoridad antiterrorista, hizo un
intento desganado de dedicarse al mundo de los negocios y
ayudó a Sharon en su campaña electoral con el Likud. Luego,
en 2002, se retiró a su hogar en el campo, en Galilea, con sus
libros, sus discos, su paleta y su cincel de escultor.
Treinta años después de Gaza, como general retirado, em-
pezaba a dedicarse a su familia («de repente me desperté y mis
hijos ya eran mayores») cuando recibió una llamada de su
antiguo colega, ahora primer ministro, Arik Sharon. «Quiero
que te pongas a la cabeza del Mossad –le pidió Sharon a su
amigo, que entonces contaba cincuenta y siete años–. Necesi-
to un jefe del Mossad con un cuchillo entre los dientes.»
Era 2002, y el Mossad estaba perdiendo fuelle. En los
años anteriores, varios fracasos habían asestado graves gol-
pes a su prestigio: el fiasco del plan de asesinar a un impor-
tante líder de Hamás en Ammán, muy publicitado, y la cap-
tura de agentes israelíes en Suiza, Chipre y Nueva Zelanda
habían dañado gravemente la reputación del Mossad. Su
último jefe, Efraim Halevy, no estaba a la altura de las ex-
pectativas. Antiguo embajador ante la Unión Europea en
Bruselas, se trataba de un buen diplomático y analista, pero
20 Las grandes operaciones del Mossad

no era un líder ni un combatiente. Sharon quería poner a la


cabeza del Mossad a un líder creativo y audaz, que supusie-
ra un arma formidable contra el terrorismo islámico y el
reactor nuclear iraní.
Dagan no fue bienvenido en el Mossad. Era un descono-
cido, centrado sobre todo en las operaciones, y nunca se
había preocupado demasiado por el análisis de la informa-
ción o por los intercambios diplomáticos secretos. Varios
oficiales de alto rango del Mossad dimitieron como protes-
ta, pero a Dagan no le importó demasiado. Reconstruyó las
unidades de operación, estableciendo íntimas relaciones de
trabajo con los servicios secretos extranjeros, y se ocupó
personalmente de la amenaza iraní. Cuando tuvo lugar la
segunda y desastrosa guerra del Líbano, en 2006, fue el úni-
co líder israelí que puso objeciones a la estrategia basada en
bombardeos masivos por parte de las Fuerzas Aéreas. Creía
más en una ofensiva por tierra y dudaba de que las Fuerzas
Aéreas fueran capaces de ganar la guerra, y por lo que salió
de la guerra sin tacha.
Aun así, fue muy criticado por la prensa por la dura acti-
tud que mostraba hacia sus subordinados. Algunos oficiales
del Mossad, resentidos tras haber sido despedidos, acudie-
ron con sus quejas a los medios de comunicación, y Dagan
se encontró bajo un bombardeo constante. «¿Quién es ese
Dagan?», escribió un popular columnista.
Y de repente, un día, los titulares cambiaron: los periódi-
cos publicaban diariamente artículos halagüeños, cargados
de elogios superlativos, alabando al «hombre que restauró
el honor del Mossad».
Bajo el control de Dagan, el Mossad había logrado lo
que hasta entonces resultaba inimaginable: el asesinato del
loco asesino de Hezbolá Imad Mughniyeh en Damasco, la
destrucción del reactor nuclear sirio, la liquidación de los
líderes terroristas clave de Líbano y Siria y, lo más extraordi-
nario de todo, una campaña implacable, constante y pro-
ductiva contra el programa de armas nucleares secretas de
Irán.
Título de la edición original: Mossad. The Greatest Missions of the Israeli Secret
Service
Traducción del inglés: Ana Herrera

Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 1.º 1.ª A
08037-Barcelona
[email protected]
www.galaxiagutenberg.com
Círculo de Lectores, S.A.
Travessera de Gràcia, 47-49, 08021 Barcelona
www.circulo.es

Primera edición: septiembre 2013

© Michael Bar-Zohar y Nissim Mishal, 2012


Reservados todos los derechos
© de la traducción: Ana Herrera, 2013
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2013
© para la edición club, Círculo de Lectores, S.A., 2013

Preimpresión: Maria García


Impresión y encuadernación: Liberdúplex
Depósito legal: B. 15337-2013
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-15472-64-3
ISBN Círculo de Lectores: 978-84-672-5381-8

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