Bacterias Por Todas Partes - Lucía Almagro

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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Introducción. Bacterias hasta en la sopa
Capítulo 1. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Capítulo 2. ¿Cómo son estos «bichos»?
Capítulo 3. ¿Cómo luchaban antiguamente contra
las bacterias?
Capítulo 4. La ya famosa microbiota
Capítulo 5. Las bacterias en la investigación y la
producción de fármacos
Capítulo 6. Bacterias en la industria
Capítulo 7. Resistencia a antibióticos y sus
soluciones
Capítulo 8. El futuro en el fascinante mundo de las
bacterias y la biotecnología
Epílogo
Agradecimientos
Bibliografía
Nota
Créditos
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SINOPSIS

Descubre la vida de nuestras compañeras de vida para


aprender a apreciarlas como se merecen.
Las bacterias, a pesar de encontrarse en cada
rincón de este planeta, son las grandes desconocidas.
Amadas por unos pocos, odiadas por la mayoría, tienen
mucho que ofrecer. Quizá no gocen de la mejor fama
pues «pagan justas por pecadoras», pero, sin ellas, la
vida tal y como la conocemos a día de hoy no sería
posible.
Acompaña a la biotecnóloga y divulgadora
científica Lucía Almagro a conocer la vida de las
bacterias desde su primera aparición en nuestro planeta
hasta sus aplicaciones hoy en día para que, por fin,
puedan disfrutar del reconocimiento que se merecen.
Lucía Almagro

Lo bueno y lo malo de los

microorganismos más abundantes

del planeta
Prácticamente todo está cubierto por bacterias,
aunque no las veas ni las sientas. A veces, sí somos
capaces de tocarlas gracias a esa capa suave que se
forma en las piscinas de plástico o en los cubos con
agua estancada. Si te acabas de enterar de que eso son
bacterias, ya te llevas algo de este libro.

Y no digo «absolutamente todo» porque existen


zonas de nuestro planeta en las que no hay bacterias,
como en muchas partes de tu cuerpo o del de los
animales, en una prótesis de cadera recién esterilizada
o en el interior de una botella de lejía. Pero en nuestro
día a día estamos en contacto directo y continuo con
millones y millones de ellas.
Mira a tu alrededor; todo lo que ves está cubierto
de bacterias: las paredes, la silla, tus manos, la taza con
la que bebes y cualquier cosa que esté a tu alcance,
incluso este libro, a no ser que lo estés leyendo dentro
de un quirófano, un útero o un volcán (que puede ser), y
ahí ya se complica más la cosa.

Cuando he dicho que hay lugares donde no hay


bacterias, quizá hayas pensado en sitios con ambientes
extremos, como la Antártida o un géiser, pero te
sorprenderá saber que ahí también viven. Y es que
llevan tantísimos años en este planeta que les ha dado
tiempo de sobra a adaptarse a prácticamente todas las
condiciones. Están tan panchas aunque haya calorcito,
un pH superácido o gases tóxicos y son capaces de
soportar grandes presiones a miles y miles de metros
bajo el agua o radiaciones que para nosotros serían
mortales en cuestión de minutos, o varias cosas a la
vez, y sobrevivir, reproducirse y crecer sin ningún
problema. Muy fuerte.
De hecho, las bacterias son el objetivo de muchas
investigaciones cuyo fin es conocer los límites
ambientales de la vida con el propósito de encontrar
productos beneficiosos para los seres humanos y el
planeta, como la insulina o las proteínas que digieren el
plástico, fabricados de forma exclusiva por bacterias en
ambientes casi imposibles para la vida.

¡Las bacterias son tan importantes como


abundantes! Son más numerosas y ocupan más espacio
que cualquier otro organismo en el mundo, y esto les da
un poder abrumador sobre este planeta. Hace
relativamente poco que se habla de su valor para
nuestro organismo, como el de la famosísima
microbiota, que ahora mismo cuenta con casi más
seguidores que la Kardashian, pero la comunidad
científica sabe esto desde hace muchísimos años. Y no
son solo fundamentales para nosotros, también para los
demás animales, plantas, insectos, hongos y virus de
este planeta. Te aseguro que, sin ellas, ni tú ni yo
estaríamos aquí.

Si bien el número exacto de bacterias que hay en


el planeta es difícil de estimar, los cálculos científicos
sostienen que hay unos 300.000 millones de trillones, lo
que representa el 0,6 % de la masa ocupada por seres
vivos de toda la Tierra. Ese porcentaje te parecerá nada
y menos, pero los humanos somos el 0,01 %, así que
las bacterias son sesenta veces más abundantes que
nosotros, una auténtica locura.
Además, las bacterias garantizan muchos de los
procesos que ocurren cada día en el planeta y que lo
mantienen en las condiciones adecuadas para
sobrevivir. Son la base de todas las cadenas
alimentarias, tanto acuáticas como terrestres. Son
consumidas por protozoos o pequeños invertebrados y
peces, que a su vez son presa de animales más
grandes, y así hasta llegar a todos los organismos de la
Tierra. Tienes que pensar en la cadena alimentaria
como algo muy muy pequeño que, poco a poco, va
siendo ingerido por algo cada vez más grande y
complejo. De no ser así, no existirían tantos tipos de
organismos.

Las bacterias también cumplen un papel


fundamental en los ciclos biogeoquímicos, que me juego
mi microbiota a que te suenan del colegio. Esos dibujos
del cielo y la tierra con flechas que indicaban cómo van
viajando los elementos por cada ecosistema, haciéndolo
sostenible. Pues aquí las bacterias son las que, en gran
medida, transforman algo inútil para la mayoría de los
seres vivos en algo útil. Descomponen la materia
orgánica que al resto de organismos nos sobra y la
reciclan, además de liberar nutrientes esenciales que
volvemos a utilizar, cerrando así el ciclo. Sin esas
bacterias, ¿quién convertiría los desechos en algo de
provecho para, por ejemplo, un árbol, del que luego se
alimentan otros animales, incluidos nosotros?
No obstante, las bacterias son capaces de
muchísimo más. A lo largo de este libro, te voy a
demostrar hasta dónde nos pueden llevar, porque,
gracias a las nuevas tecnologías, los avances científicos
y el aumento del conocimiento sobre estos
microorganismos, se logran auténticas maravillas con
ellas tanto para los humanos como para el
medioambiente. La biotecnología ha revolucionado el
mundo bacteriano y la visión que tenemos de estos
pequeños seres que bañan nuestro entorno,
convirtiéndolos en herramientas superpoderosas para,
prácticamente, cualquier cosa que se te ocurra.
Hasta el momento, es probable que tu idea sobre
las bacterias siempre haya estado asociada a
enfermedades, suciedad e infecciones, toda una lista de
términos negativos que no han ayudado a que se quiera
saber más sobre ellas. Con este libro quiero poner
remedio a esta falta de interés y por ello te agradezco
que lo hayas elegido para intentarlo.
Figura 1. Un ciclo biogeoquímico

Los científicos que descubrieron las bacterias ya se


las vieron y se las desearon en su momento para
convencer al resto de la comunidad científica de que
una cosa que no se veía era la causante de un montón
de dolencias y problemas, como la descomposición de
la comida. Tú imagínate, en el siglo XVII, cuando Europa
estaba controlada por monarquías absolutas y la
tolerancia religiosa brillaba por su ausencia, que llegase
alguien diciendo que los causantes de las enfermedades
eran unos bichos imperceptibles, y no las fuerzas
divinas. Una situación complicada. Pero fueron los
primeros pasos de la revolución científica, que vivió su
momento de esplendor en el siglo XVIII.
Comprendo que, después de grandes epidemias,
como la peste, que mató a veinticinco millones de
personas, no tengas un buen concepto de las bacterias,
pero te prometo que la mayoría de ellas desempeñan
funciones beneficiosas para todo el planeta; en
concreto, para los humanos cuando las utilizamos como
herramientas de fabricación.

En este libro encontrarás un poco de todo para que


te hagas una idea general del papel tan importante que
cumplen las bacterias, entiendas la maravillosa
maquinaria que son y descubras algunas curiosidades
sobre ellas. Piensa que llevan miles y miles de años en
este planeta, optimizando al máximo sus engranajes,
por lo que se han convertido en unas criaturas
asombrosas, aunque muy poco valoradas y bastante
desconocidas para la mayoría.

Primero, nos pondremos en situación:


entenderemos cómo viven, cómo respiran, cómo se
reproducen (de manera hiperbreve) y daremos un rápido
repaso por los tipos de bacterias que existen, pues, si
me parase a explicarlas una a una, tendría tema para
siete libros como este por lo menos. Luego te llevaré de
viaje al pasado, cuando las bacterias eran las reinas del
mambo y los humanos no teníamos forma de luchar
contra ellas, para que descubras cómo se las
ingeniaban nuestros antepasados para evitarlas.

Una vez que conozcas esto, veremos sus


implicaciones tanto en tu propio organismo como en la
investigación y la industria, hasta llegar al tema que hoy
preocupa, y mucho, a casi toda la comunidad científica:
la resistencia a los antibióticos. Porque oímos hablar
mucho sobre esto, pero ¿sabes por qué se produce
exactamente? ¿Conoces las herramientas que existen
para luchar contra esta resistencia? ¿Y cómo se plantea
el futuro al respecto?

Espero que disfrutes mucho de esta lectura, un


viaje al mundo microscópico en el que descubrirás un
nuevo ecosistema y todo lo que es capaz de hacer sin
que tú lo veas. Cuando acabes este libro, verás el
mundo de otra forma y te parecerá un privilegio poder
hacerlo.

¡Vamos allá!
El origen de la vida. Esto es un temazo, la verdad.
Hoy, la comunidad científica no se pone de acuerdo al
respecto, y no es porque las pruebas sean poco
evidentes, es porque faltan certezas y cada uno tiene su
hipótesis. Hay una bastante aceptada, que te explicaré
más adelante, pero quiero que te quedes con la idea de
que no hay suficiente evidencia científica que la sustente
y mañana mismo podría imponerse otra teoría.

La verdad es que no sé si nos resultaría muy útil


hoy en día conocer cómo surgió la vida, pero, como
seres curiosos que somos, no podemos evitar que nos
ronde esa pregunta. Reconozco que averiguar
exactamente cómo fue produciría ese microplacer del
saber que estoy segura de que has sentido si tienes un
libro como este, de divulgación científica, en las manos.

EL PANORAMA TERRESTRE CUANDO TODO


EMPEZÓ
Primero, quiero ponerte en contexto para que
entiendas todo lo demás. La Tierra se formó hace 4.500
millones de años, millón arriba, millón abajo, y en los
inicios el ambiente estaba caldeado, nunca mejor dicho.

DATO CURIOSO
La radioactividad no siempre es mala
Puede que te preguntes cómo leches somos
capaces de saber la edad de la Tierra, y encima
siendo tal cantidad de millones de años. La
respuesta está en los análisis de radioisótopos de
desintegración lenta. ¡Toma ya!, ¿qué te parece?
Lo siento, los científicos somos así, le ponemos
nombre raro a todo, pero básicamente es la forma
que tenemos de saber la edad de un objeto gracias
a la descomposición de un elemento radioactivo.
Cuando dicho elemento se descompone,
libera su radiación, y este proceso ocurre siempre
al mismo ritmo. Por ello, conociendo el ritmo y la
cantidad de este radioisótopo, es decir, midiendo
su radiación y los productos que se forman por su
degradación, se puede saber la antigüedad de los
fósiles. Es un poco complejo, pero similar a cuando
hierves un huevo: viendo su consistencia al pelarlo,
puedes saber más o menos cuánto tiempo ha
estado hirviendo porque comparas su estado antes
de meterlo en el agua (crudo) con el resultado de
su transformación por el calor (más o menos
cuajado).

Nuestro planeta se formó a partir de los materiales


de una nebulosa de polvo y los gases liberados por la
explosión de una antigua estrella. Gracias al sol, que
liberaba grandes cantidades de energía en forma de luz
y calor, los materiales que quedaban en aquella
nebulosa empezaron a fusionarse por las colisiones que
ocasionaron el azar y la atracción gravitatoria. De ahí
fueron surgiendo pequeños trocitos de materia, que
poco a poco crecieron hasta dar lugar a unas masas
que, más tarde, formarían los planetas. Todo esto
generó una cantidad de energía brutal que provocó que
la Tierra se calentara y que, en aquel momento, fuese
puro magma en ebullición, aunque se iría enfriando.
Como verás, las condiciones no se parecen en nada a
las de la paradisíaca Costa del Sol, sino que más bien
son parecidas a las de Marte, pues nuestro planeta se
vio sometido constantemente a bombardeos de
asteroides durante al menos quinientos millones de
años, que se dice pronto.

Luego apareció el agua, que en teoría procede de


los choques de cometas y asteroides helados, aunque
sobre esto hay muchas dudas. Pero
independientemente de su origen, su aparición supuso
un punto de inflexión que permitiría el nacimiento de la
vida en la Tierra. Al principio, debido a la temperatura
del planeta, seguramente toda el agua debía
encontrarse en forma de vapor, pero, con el paso del
tiempo, unos doscientos millones de años, debido al
enfriamiento pasó a estado líquido, por lo que las
condiciones se volvieron compatibles con la vida.

De hecho, en Groenlandia hay formaciones


celulares de hace 3.860 millones de años con gran
cantidad de carbono en su composición, lo que indicaría
que se trata de material orgánico; por lo tanto, de vida.
Recuerda que el carbono, el nitrógeno, el oxígeno, el
hidrógeno, el fósforo y el azufre son los elementos más
abundantes en todo lo vivo, también en los virus, que,
aunque oficialmente no se consideren como tal, yo,
como fan declarada, los considero organismos, y con
mucho power.

EL MEOLLO DEL ASUNTO: ¿CÓMO FUE EL


ORIGEN DE LA VIDA?
Nadie puede decirlo con seguridad, la verdad, pero
parece probable que lo primero que surgiese fuera algo
así como una molécula capaz de hacer copias de sí
misma hasta convertirse en algo más complejo. Es
evidente que, con temperaturas altísimas y unos niveles
de radiación ultravioleta tan elevados en la Tierra, la
vida tal y como la conocemos era prácticamente
imposible, y, como todo en este mundo, las cosas se
empiezan con piezas pequeñas que, poco a poco, van
formando algo más complejo (aunque no
necesariamente mejor).

La hipótesis más aceptada sostiene que la vida se


originó muy por debajo de la superficie terrestre, en las
fuentes hidrotermales del lecho marino. Son una especie
de estalagmitas formadas por compuestos como el
hidrógeno, el azufre o el metano, que salen de la corteza
oceánica como si de un microvolcán en erupción se
tratase. Su unión, junto con las altas temperaturas y,
cómo no, el azar, hizo que surgiesen pequeñas
moléculas muy similares a lo que ahora conocemos
como ARN, que, aunque parezca conocerse solo desde
que llegó la COVID-19, la verdad es que es una de las
moléculas mejor conservadas y cuidadas por la
evolución.

Para entender bien el origen de la vida, debemos


tener presentes las tres moléculas esenciales de la
célula: el ADN (ácido desoxirribonucleico), el ARN (ácido
ribonucleico) y las proteínas. Las proteínas son el
resultado de convertir las letras que describen nuestros
genes en el ADN en algo tangible y funcional. Así, como
dependen de la secuencia genética, quedan
descartadas como primera molécula. Además, por sí
solas no son capaces de multiplicarse, mientras que con
el ADN ocurre todo lo contrario. Sin embargo, este
último no es capaz de llevar a cabo funciones celulares,
como las proteínas, y es de cajón que, para empezar
con la vida, algo tienes que ser capaz de hacer, no solo
contener la información para ello. Es como tener las
piezas de un armario (que serían las proteínas) y su
manual de instrucciones (que sería el ADN). Por
separado, ni aquellas ni este nos permitirán guardar
ropa en ningún sitio, ya que necesitamos a alguien que
sepa leer ese ADN y montar el armario. ¿Adivinas
quién?

Figura 2. Chimeneas submarinas

El ARN es la pieza fundamental que hace que lo


que pone en tu ADN se convierta en realidad y tengas
esos maravillosos rizos de tu madre, esos ojos oscuros
de tu padre o, a veces, esos problemillas que preferirías
no haber heredado. Además de ser ese técnico que te
monta el armario (que a veces eres tú, si lo compras en
IKEA), el ARN también puede formar parte de moléculas
que te dan energía, unir otras para formar proteínas y
hasta tener actividad catalítica, es decir, hacer posibles
reacciones químicas fundamentales en tu organismo.

Por todo ello se cree que la vida empezó en un


mundo de ARN, en el que él se lo guisa y se lo come
todo, probablemente catalizando su propia formación y
multiplicación, hasta que, recuerda, por puro azar,
aparecen las proteínas y asumen este papel. La teoría
mantiene que, más adelante, surge el ADN, una
molécula que por naturaleza es más estable que el ARN
y, por tanto, una caja fuerte de información mucho más
segura, de modo que adopta el papel de libro de
instrucciones para que el ARN se limite a convertirlo en
proteína.
Figura 3. La síntesis de proteínas

Como te he comentado, esto es solo una hipótesis


y, como siempre en ciencia, muchos del gremio opinan
que esa explicación no se sostiene. Alegan que, con las
condiciones de la Tierra hace 4.000 millones de años, es
imposible que se formara una molécula que hoy
sabemos que es ultrasensible a todo y que se degrada
casi con mirarla.

De hecho, no se ha conseguido crear ARN en


laboratorio en esas condiciones a pesar de
innumerables esfuerzos, y sabemos que, para la
comunidad científica, si algo no se puede ver ni analizar
estadísticamente, no se puede afirmar. Lo único que
está claro es que la vida microbiana surgió a partir de
mezclas aleatorias de compuestos químicos, porque, si
no, no estaríamos aquí; cómo ocurrió ya es otra movida.

DATO CURIOSO
Tus manos son máquinas de destruir ARN
Resulta que nuestra piel, en especial las
manos, está cubierta de unas famosas enzimas
que en el mundo de la investigación nos hacen la
vida imposible cuando queremos estudiar el ARN:
las RNasas (ribonucleasas). Estas se dedican a
cortar todo el ARN que se encuentran por el
camino y son resistentes a muchas condiciones
extremas. Nos fastidian tanto que hasta el ganador
del Premio Nobel Ingmar Hoerr (fundador de
CureVac) dijo en una conferencia que eran «una
auténtica m*****» (literalmente). Y ¿para qué
queremos eso en las manos? Pues las RNasas
tienen actividad antimicrobiana y nos ayudan a
defendernos de infecciones de bacterias
patógenas, como el Streptococcus pneumoniae o
la famosa levadura Candida albicans. Así que no
están ahí solo para complicarnos la vida a los
científicos, sino que tienen una función importante,
como todo en nuestro organismo, ¡aunque en
algunos casos aún no la sepamos!

Conforme avanzaron los años y el azar tuvo


oportunidad de hacer su magia, se cree que en esas
chimeneas de las que he hablado antes empezaron a
formarse pequeños compartimentos que ayudaron a que
ocurriesen otras reacciones químicas que dieron lugar a
la formación de moléculas más similares a las que
conocemos hoy (al concentrarlo todo en un punto), y,
por supuesto, a que surgieran las membranas que
recubren las células y las separan de las demás.

Probablemente, las primeras formas de vida celular


tenían ya su ADN, sus distintos tipos de ARN y una
fábrica de proteínas, por lo que serían muy similares a
las actuales (aunque primitivas). Además, contaban con
una membrana capaz de conservar la energía y el
alimento en el interior, algo muy importante entonces,
pues las células tenían que conseguir energía de un
ambiente bastante inhóspito, duro y sin oxígeno, un
elemento superimportante a nivel energético. Más o
menos, te lo puedes imaginar como un saquito relleno
de líquido en el que flotaban pequeñas moléculas de
ADN, ARN y proteínas que hacían lo mínimo para
sobrevivir, si a eso se lo podía llamar «vida».
Este antepasado común a todas las formas de vida
en el planeta tiene nombre y se parece al mío. Incluso te
diría que a veces me han llamado así cuando me he
topado con agencias de envío o registros en el
extranjero donde no existe la i con tilde. A nuestro
ancestro más antiguo lo han llamado «LUCA», que
proviene de last universal common ancestor («último
antepasado común universal»), que existía hace entre
3.700 y 3.800 millones de años, cuando surgieron
diferencias entre los organismos que dieron lugar a lo
que hoy conocemos como «especies».
Las primeras que aparecieron son las
protagonistas de este libro, las bacterias, junto con unas
compañeras bastante similares, las arqueas; pero a
estas las dejaremos tranquilas, porque, si no, nos
volveremos locos. A partir del origen de las bacterias, la
vida microscópica fue evolucionando y aprendió a
exprimir al máximo los recursos disponibles del planeta,
a la vez que este también iba evolucionando.

La Tierra entera fue un lugar sin oxígeno durante la


mayor parte del tiempo y, hasta que la evolución no
estuvo más avanzada, con la aparición de la fotosíntesis
de las bacterias (uy, sí, las bacterias ya hacían la
fotosíntesis mucho antes que las plantas), no existió el
O2 molecular que utilizamos para respirar todos los
organismos aerobios. Por lo tanto, hasta ese momento,
las bacterias se limitaban a obtener energía y alimento
de un entorno anaerobio (libre de O2) y probablemente
bastante caliente. Se piensa que se alimentaban de
CO2, que por entonces era trending topic en la
atmósfera, y que usaban el H2 como combustible
energético. Ojo aquí, porque con las nuevas baterías de
hidrógeno pensamos que estamos innovando, pero
nada más lejos de la realidad: las bacterias llevan
haciéndolo millones de años y son las que han inspirado
la creación de esta tecnología.
La hipótesis del árbol de la vida representa a LUCA
como el origen de la vida, un árbol del que salen dos
ramitas principales: las bacterias y las arqueas.

Durante todo ese tiempo, las bacterias produjeron


grandes cantidades de compuestos orgánicos (que
ahora nos forman y nos nutren), que con el tiempo se
acumularon y propiciaron las condiciones necesarias
para que apareciesen nuevas bacterias que se
alimentasen de ellos, siempre de la mano del azar.

Como ya te he adelantado, las bacterias


fotosintéticas fueron cruciales para cambiar las
condiciones de la vida y aparecieron en este momento
de evolución para poner la primera piedra de la Tierra tal
y como la conocemos hoy, rodeada de una atmósfera
rica en oxígeno que hace posible que tú y yo estemos
aquí. Estos organismos utilizan la energía del sol para
captar electrones de otras moléculas, que luego se
convierten en energía útil para estas células y, con el
oxígeno, oxidan elementos como el H2, para dar lugar a
moléculas tan famosas como el H2O, el agua. Con esa
energía, mucho mejor aprovechada, fabrican grandes
cantidades de productos orgánicos que son utilizados
por otras formas de vida que antes no existían.
La evolución funciona así: el entorno va
cambiando, ya sea por factores externos o por los
propios organismos, y así otros seres vivos tienen la
oportunidad de aparecer porque la probabilidad de que
ocurra es mayor que antes al haber más cantidad de un
compuesto dado. Esto provoca otro cambio y vuelta a
empezar. Seguramente, las primeras bacterias que
hacían la fotosíntesis eran más del bando del azufre, por
pura disponibilidad, pero, con el tiempo y los cambios
del entorno, hace más o menos 3.000 millones de años,
aparecieron bacterias que utilizaban el oxígeno, más
similares a las que conocemos hoy: las cianobacterias,
¡famosísimas en el mundo de la microbiología! Esto
permitió que las bacterias se diversificaran mucho más y
surgiesen nuevas especies, lo que causó, junto con el
aumento de oxígeno en la atmósfera, el mayor cambio
en la historia de nuestro planeta.
Recuerda que todo esto ocurría bajo los océanos,
ya que en la superficie era inviable por la radiación
ultravioleta, mortal para las células y causante de
grandes daños en el ADN. Y ahora te preguntarás: ¿Y
en qué momento desapareció toda esa radiación y las
bacterias pudieron salir a la superficie?

Cuando el oxígeno (O2) recibe la radiación


ultravioleta (UV) del sol, se convierte en ozono (O3), que
es capaz de absorber esa radiación gracias a su
estructura molecular. Esta transformación crea una
barrera de protección de la superficie de la Tierra frente
a gran parte de la radiación UV solar. Por eso antes de
que existiera era imposible vivir al aire libre y la vida se
limitaba a los océanos o al subsuelo. Se cree que la
capa de ozono empezó a formarse hace 2.000 millones
de años, unos cuantos después de que apareciese el
oxígeno en el planeta, momento a partir del cual todo
cambió.

Recuerdo muy bien el día que nos explicaron esto


en clase de Ciencias de la Tierra. La verdad es que me
costaba creer que un simple gas, muy similar al que
respiramos, fuese el determinante de que podamos vivir
en la Tierra. Y es por esto también que los agujeros en
la capa de ozono nos llevan preocupando desde hace
muchísimos años, pues, sin ella, estaríamos más secos
que un ajo.

LA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES MÁS


PRIMITIVAS: DE BACTERIA A CÉLULA
COMPLEJA
Antes de contarte cómo las bacterias dieron lugar a
células más complejas, quiero hablarte sobre la
evolución en sí. Darwin nos enseñó que las especies
van evolucionando al adaptarse al medio y que las que
mejor se adaptan sobreviven y se reproducen. Esto
ocurre muy despacio y se conoce como
«microevolución»: durante generaciones, se dan
pequeños cambios aleatorios que conducen poco a
poco a la especiación, si sale bien, o a la extinción, si el
cambio azaroso juega en nuestra contra. Puedo
explicártelo hablando de las personas miopes, como yo.
Tú dime a mí, con cinco dioptrías en cada ojo,
¿cuánto habría durado yo hace miles de años en medio
de la sabana? Tres pelas, ya te lo digo. Porque, si me
pongo a cazar alguna gacela, ya podría esperar cruzada
de piernas y fumándose un cigarro a que yo acertase
con la flecha… O, si no, a correr delante de un león: con
la primera piedra, árbol o arbusto que encontrase, me
iría al suelo y se acabó. Esto haría que yo no pudiese
tener progenie. Por lo tanto, los miopes seríamos bichos
raros dentro de la especie. Pues lo mismo con las
bacterias; las características que proporcionan ventajas
o desventajas son producto de mutaciones al azar en
nuestro ADN o de la mezcla de los genes de nuestros
progenitores.
Ni la microevolución ni la macroevolución, que se
da cuando pasa mucho tiempo, se producen a una
velocidad constante. En el registro fósil, se observa que
el ritmo de la evolución se interrumpe periódicamente
por explosiones de especiación forzadas por cambios
bruscos ambientales, lo que se conoce como «equilibrio
puntuado». Esta teoría, bastante aceptada, demuestra
que el hecho de que, a nivel evolutivo, una especie esté
muy lejos de otra (una cucaracha de un mono, por
ejemplo) no proporciona ninguna información de cuándo
se produjo esa divergencia. Una rayada. Porque en un
principio puedes pensar: «Ostras, desde que apareció la
cucaracha hasta que llegó el mono tuvieron que pasar
un montón de años», pero quizá los separan menos de
los que piensas.

Volviendo a las bacterias, quiero aclararte unos


conceptos: son asexuales, es decir, no necesitan a
nadie para reproducirse. Un día, deciden multiplicar su
contenido (como si te pusieras tú a fabricarte otros
pulmones, intestino, cabeza y corazón) y, cuando lo
tienen todo listo, se dividen, pasando de ser una a ser
dos. Y, ojo, esto en veinte minutos, eh, no necesitan
más. Tienen un trocillo de ADN libre por toda la célula,
con algún orgánulo (los órganos de las células) que las
ayuda a hacer sus funciones, pero, comparadas con
nuestras células, son bastante sencillitas y forman parte
del grupo de los procariotas (de esto hablaremos
después).
Por lo tanto, al reproducirse ellas solitas, su
capacidad para evolucionar está limitada: no tienen dos
progenitores de los que obtener variabilidad. Dependen
de las mutaciones que se dan en el material genético al
azar o de la transferencia lateral de genes, que no es
más que el intercambio de genes entre bacterias, que en
muchos casos es el motivo de la resistencia a los
antibióticos. Se dividen muy rápido, tienen pocos
mecanismos de corrección de errores en el ADN y,
encima, se ponen a mezclar material genético entre
ellas a tutiplén, lo que provoca que su evolución sea
relativamente rápida y sepan adaptarse a cualquier
medio. Y, ya si pensamos en la cantidad de millones de
años que nos llevan de ventaja, apaga y vámonos.

Hasta hace 2.000 millones de años, todas las


células carecían de núcleo, esa habitación
independiente que tienen nuestras células para guardar
el ADN. Debo recordarte de tus clases de Biología que
la diferencia entre las células procariotas (las bacterias)
y las eucariotas (las tuyas) es que las primeras no tienen
núcleo, mientras que las segundas sí. Esta
compartimentación extra se considera un nivel más de
complejidad, por lo que las células eucariotas
aparecieron más tarde que las bacterias, obvio. La
complejidad es evidente también, ya que el núcleo no es
el único orgánulo que está rodeado de una membrana:
también la tienen las mitocondrias (los pulmones
celulares) o los cloroplastos (los encargados de la
fotosíntesis).
Pero ¿cómo pasaron las sencillas bacterias a ser
células, con sus compartimentos y orgánulos
complejos? Pues te lo voy a explicar, pero antes de
nada quiero que sepas que esto sigue siendo una
hipótesis, porque demostrar el pasado en el presente es
bastante difícil, y un talón de Aquiles de este tema es
cómo apareció el núcleo y en qué momento.

Volviendo a la transformación de bacteria a célula


eucariota, tenemos que situarnos en un planeta Tierra
en el que cada día aumentaban más los niveles de
oxígeno, lo que estimuló el desarrollo de nuevas formas
de vida. Aunque el origen de las células eucariotas no
está claro, los microfósiles más antiguos con núcleo
reconocible tienen unos 2.000 millones de años y los de
algas un poquito más complejas con agrupaciones de
células, unos 1.900. Como mínimo, hasta hace
seiscientos millones de años, ya con una cantidad de
oxígeno igual que la actual, no surgieron en los océanos
grandes organismos multicelulares, lo que indica que las
células eucariotas fueron capaces de diversificarse
muchísimo en un período muy corto de tiempo, en
comparación con el de la evolución anterior, y dar lugar
a los antepasados de las algas, plantas, hongos y
animales de hoy.
No obstante, algo tuvo que pasar para que se
produjera ese cambio de procariota a eucariota. La
hipótesis más aceptada para explicar la aparición de
orgánulos es la endosimbiosis. ¿Qué te parece el
nombrajo? Uno más de los miles que le gusta poner a la
comunidad científica. Esta hipótesis, propuesta por la
bióloga Lynn Margulis, defiende que, antes de ser lo que
son ahora, las mitocondrias y los cloroplastos eran
bacterias independientes que vivían haciendo funciones
similares a las actuales: obtener energía por medio del
oxígeno y la fotosíntesis. ¿Y cómo llegaron estos
orgánulos a formar parte de las células? Pues siendo
engullidos, firmando una especie de acuerdo entre las
dos, eso que conocemos como «simbiosis», gracias a la
cual ambas partes salen ganando. Más o menos, como
sucede con los millones de bacterias que tienes en el
cuerpo: ellas se aprovechan de ti, pero tú de ellas
también.
Esta teoría se sustenta en dos pilares importantes:
tanto la mitocondria como el cloroplasto son orgánulos
con su propio ADN y ribosomas (recuerda que estos
últimos son los técnicos del IKEA montándote la
proteína). Esto nos lleva a pensar que, antes de estar
dentro de una célula, eran bacterias independientes.
Además, estos ribosomas y ADN son muy similares a
los de las bacterias, y esto ya sí que no puede ser
casualidad.

Las células eucariotas parecen ser una mezcla de


las dos primeras especies que aparecieron en la Tierra:
las bacterias y las arqueas. Sin embargo, no está claro
si fue antes el huevo o la gallina, es decir, si primero
apareció el núcleo y luego ocurrió la endosimbiosis o al
revés, y sigue siendo bastante difícil de saber ahora
mismo. En el primer caso, el núcleo sería el resultado de
esa experimentación de la evolución: la célula primitiva
era tan grande y difícil de gestionar que, por azar, surgió
ese compartimento y lo hizo todo más sencillo. La
segunda hipótesis plantea que hubo un momento de
simbiosis entre una bacteria, que luego sería la
mitocondria, y una arquea, que sería la célula
hospedadora. Así, el núcleo habría aparecido una vez
que los genes de la bacteria se transfirieron a la arquea.
Desde luego, esto de la evolución no es moco de
pavo, por lo que cada día hay investigadores que
intentan arrojar luz al respecto. Además, gracias a los
avances en la tecnología, podemos analizar secuencias
genómicas con mucha más precisión, que nos dan
mucha información sobre ella, pero esto da para otro
libro.

DATO CURIOSO
La herencia de nuestras madres: las
mitocondrias
Si de algo podemos estar orgullosas las
madres es de que las mitocondrias que tienen
nuestros hijos e hijas proceden de nosotras sí o sí.
Así que, si eres madre y alguna vez te dicen que el
niño es clavadito al padre, piensa que eso está
muy bien, pero que la maquinaria que le da
energía es cien por cien tuya, y eso es indiscutible.
Algún consuelo hay que buscar…
El óvulo, cuando va a ser fecundado, es una
célula completa (o casi), con todos sus orgánulos y
la mitad de su ADN. El espermatozoide también lo
es antes de interaccionar con el óvulo, pero,
cuando llega a su membrana, en el interior solo
deja el material genético, mientras que el resto
(donde están las mitocondrias) queda fuera y se
destruye. De hecho, el espermatozoide tiene
mogollón de mitocondrias para mover durante
tantísimas horas el flagelo (la colita), pero son
como una pila desechable: cuando acaban su
trabajo, van a la basura.
Por eso, todas las células que se forman a
partir del óvulo son hijas de las mitocondrias
maternas y el ADN que llevan estos orgánulos en
su interior también. Actualmente, el ADN
mitocondrial es una herramienta para diagnosticar
enfermedades hereditarias por parte de la madre
muy potente y cada día proporciona nueva y
valiosísima información sobre su importancia en el
organismo. Eso sí, unos años atrás, las
investigaciones mostraron que, en casos muy
raros, se cuela alguna mitocondria del padre, lo
que provoca que haya genes duplicados; así, si
bien antes se pensaba que era problema de la
mitocondria materna, ahora se sospecha que es
producto de la mezcla de las mitocondrias del
padre y de la madre. Así que aquellas madres
cuyos hijos no se parecen a ellas ni en el blanco de
los ojos pueden encontrar consuelo en este hecho.
Solemos pensar que la evolución hace que los
organismos vayan aumentando su complejidad con el
tiempo y que, cuanta más complejidad, mejor, pero esto
es un error y te voy a explicar por qué. En realidad, la
evolución es un tira y afloja y los cambios que se
producen dependen totalmente del ambiente, por lo que
la pérdida de alguna función en un ambiente
determinado puede resultar beneficiosa.
Existe una teoría para explicar esta pérdida de
funciones, muy común en las bacterias, que da lugar a
una dependencia entre las comunidades microbianas: la
hipótesis de la reina negra. Este nombre tan peculiar
hace referencia a un juego de cartas francés en el que
puedes ganar de dos formas distintas. Una de ellas es
evitar quedarte con la reina de picas, para lo que tienes
que perder el máximo número de cartas posible. La
segunda es ganar todas las bazas y quedarte con todas
las cartas, incluida la reina negra.

Esta hipótesis plantea que algunos mejoran en la


evolución (es decir, ganan) perdiendo genes específicos
que les dan ventajas, mientras que otros lo hacen
quedándoselos todos. ¿Y esto cómo se explica?
Imagina una colonia de bacterias, igual que las que
tenemos de gatos por la ciudad, en la que todas viven
en armonía. Del mismo modo que hay quien echa
pienso a los mininos, existen unos genes que crean
moléculas con las que «se alimenta» el metabolismo de
las bacterias. Si la bacteria permanece en esa
comunidad, la selección natural se relajará y dejará de
producir aquellos genes que ya obtiene desde fuera.
Imagínate que a los gatos les están dando un
compuesto que ellos mismos podrían generar. Al final su
cuerpo dirá «para qué voy a perder energía fabricando
esto si me lo dan desde fuera» y dejará de producirlo.
Esto hace que los genes que eran esenciales antes de
formar parte de esa comunidad dejen de serlo para
algunos miembros.
Así, cada vez son más los organismos que van
perdiendo funciones (con cada generación) y desarrollan
dependencia de la comunidad, pero esto les da una
ventaja evolutiva: el ahorro de energía, aunque se lo
juegan todo a una carta (nunca mejor dicho), pues
serían incapaces de crecer si se separasen de esa
comunidad. De esta forma, las comunidades
microbianas cada vez tienen más dependencias a lo
largo del tiempo. Sin embargo, aquellos organismos que
mantienen todas las funciones esenciales (que recurren
a la estrategia de quedarse con todas las cartas),
aunque tienen que asumir costes energéticos muy altos,
serían capaces de colonizar nuevos hábitats mucho
mejor, al tener todas las funciones disponibles y de
forma independiente.

Esta hipótesis está muy relacionada con la


resistencia a los antibióticos, ya que, en muchos casos,
son las propias bacterias las que se van transfiriendo los
genes entre ellas y actúan como una comunidad en la
que aquellas que juegan todas las cartas ayudan a las
más dependientes a hacerse fuertes frente a algo que
puede matarlas.
Después de este repaso por la evolución y el
origen de la vida, vamos a darles el protagonismo que
se merecen a las actrices principales de este libro: las
bacterias.
Se trata de microorganismos microscópicos, llenos
de buenas o malas noticias, capaces de transformarse
en fábricas casi de cualquier molécula y adaptarse a
cualquier medio rápidamente, y todo esto con una
estructura asombrosamente sencilla formada por una
única célula. Aún existen miles de incógnitas en torno a
ellas, puesto que hay muchísimos tipos, de los cuales
solo hemos sido capaces de cultivar en laboratorio el 1
%. Sin duda, con tantos años de ventaja en este
planeta, las bacterias nos aportan infinidad de
información y herramientas útiles para nuestra vida,
pero, antes de verlo, te voy a explicar con detalle qué
son, cómo son y cómo se clasifican, o más bien cómo
las clasificamos los humanos.
¿Cómo son estos bichos? Estoy segura de que, si
tienes este libro en las manos, alguna vez has visto
algún dibujo de una bacteria: el típico óvalo o círculo con
cara malvada, a veces con una especie de pelos
rodeándolo o incluso con colitas parecidas a la de los
espermatozoides. La verdad es que su representación
está bastante conseguida, teniendo en cuenta que las
bacterias son así de simples cuando las miramos al
microscopio. Son una especie de cápsulas, como las
que usamos como medicamentos, que a veces se
mueven y a veces no, y todas apelotonadas unas al lado
de las otras, que así de primeras parece que no vayan a
hacer daño a nadie, pero ojito con ellas.

Lo malo de estos dibujos es que es imposible


representar a todas las bacterias, porque su clasificación
es una de las peores partes que tenemos que
aprendernos los científicos en la asignatura de
Microbiología. Hay varias formas de clasificarlas,
aunque, si nos vamos a la filogenética, que las agrupa
en función de su parecido, encontramos unos ochenta
grupos (los filos), pero más del 90 % de las especies
que se han caracterizado pertenecen solo a cuatro filos
y ya suponen un total de diez mil. Así, te puedes
imaginar la ingente cantidad de especies bacterianas
que hay, de las que solo sabemos que existen y poco
más, y todas las que quedan por descubrir para seguir
volviendo loca a la comunidad científica.
En este capítulo, intentaré explicarte cómo son las
bacterias por fuera y por dentro, cómo es su día a día,
qué comen y cómo se reproducen para que conozcas
todo el potencial que tienen, tanto para matarnos como
para servirnos como herramienta de experimentación y
producción. Prometo no liarte mucho con la clasificación,
voy a ir a lo fácil: te lo explicaré de la manera en la que
todos los estudiantes de ciencias soñamos que va a salir
en el examen (y nunca ocurre).

¿QUÉ SE VE AL MIRAR UNA BACTERIA?


Antes de empezar a destriparte una bacteria para
que imagines cómo es por dentro, quiero volver a
recordarte lo que son los organismos procariotas.
Suelen ser microscópicos y se diferencian de los
eucariotas, como tú, por su estructura y su composición,
principalmente en que no tienen núcleo ni orgánulos
muy complejos. Digamos, para que me entiendas, que
en nuestro mundo macroscópico un coco sería un
procariota porque solo tiene la cáscara, un poco de
carne y líquido en su interior, y un kiwi sería un
eucariota, con piel, carne amarilla, pepitas repartidas por
todo su interior y un centro blanco. Uno no tiene
compartimentos, el otro podríamos decir que sí.

Más o menos, así es como distinguimos un


procariota de un eucariota, además de por su tamaño,
para el cual no nos sirve el ejemplo del coco y el kiwi,
pero así ves la complejidad de uno y otro. Además, el
hecho de que el coco sea duro y tenga una pared rígida
también recuerda mucho a las bacterias, muchas de las
cuales, al contrario que las células de tu cuerpo, tienen
una pared celular que las hace más resistentes al
entorno. Sin embargo, al darle un golpe o ejercer un
poco de presión, el kiwi se deforma, algo típico de las
células eucariotas.
Ahora que ya sabes, más o menos, qué son los
procariotas, debo decirte que las bacterias pertenecen a
este supergrupo de organismos, uno de los más
importantes en el mundo en todos los ámbitos. Son los
más numerosos e importantes para la ecología, además
de que su investigación nos ha dado la mayor parte de
nuestro conocimiento sobre cómo funciona la
naturaleza.

Cabría esperar que unos organismos tan pequeños


y simples no tuviesen mucho margen de maniobra para
variar en forma y tamaño, pero nada más lejos de la
realidad, pues existen combinaciones para aburrir. Eso
sí, generalmente los procariotas son de dos formas, que
son las que solemos ver representadas en esquemas o
en fotos, coco y bastón. He de decir que, al contrario
que la mayoría de las veces, aquí los científicos no se
calentaron mucho la cabeza para elegir nombre, y mejor.
Los cocos son células más o menos esféricas y
pueden ir solas por la vida o juntitas y pegadas a otras
formando un equipo de bacterias, que normalmente se
ven como una fila de pelotas una detrás de otra,
parecida a un gusano. Un ejemplo son los Lactococcus,
famosos en el mundo entero por su presencia en los
yogures y por los superpoderes inmunitarios que les han
atribuido ciertas marcas, ejem, ejem…
Los bastones son literalmente como los gusanitos
que les damos a los peques en las fiestas de
cumpleaños. Yo no puedo ver otra cosa que no sean
bacterias cuando mi hija los come (tengo un problema,
lo sé).

De todas maneras, también existen bacterias que


son completamente deformes, como la que provoca un
tipo de neumonía (Mycoplasma pneumoniae), y otras
que forman espirales supermonas.

Además de por su forma, las bacterias también se


diferencian mucho por su tamaño, algo que considero
importante que conozcas para entender por qué están
hasta en la sopa. Para que te hagas una idea, una
bacteria estándar como la Escherichia coli mide unas
dos micras de largo (tiene forma de bastón), que es diez
mil veces menos que un centímetro. Es decir, si coges
una regla, imagínate dividir el milímetro en mil y tomar
dos unidades de esa división. Eso mide una bacteria de
media, nada y menos.
Figura 4. Tipos de formas de las bacterias

Sin embargo, hay bacterias que son entre diez y


cuarenta veces más pequeñas aún, las nanobacterias.
En el otro extremo, hay bacterias que alcanzan las
seiscientas micras, la mitad de un milímetro, por lo que
prácticamente podemos verlas a simple vista; lo malo es
que viven dentro del intestino del pez cirujano y no es
algo con lo que tratemos en nuestro día a día.

Ser pequeña tiene una ventaja evolutiva. Las


células pequeñas tienen mayor superficie respecto al
volumen propio que las grandes, lo cual supone un
intercambio de nutrientes más fácil y rápido. Esto hace
que crezcan muy deprisa, por lo que la población de las
células pequeñas será mucho mayor, aun con los
mismos nutrientes, porque necesitan menos para vivir.
Esto, obviamente, está relacionado con la evolución,
pero hay otro factor muy importante: las mutaciones.

En las células pequeñas, que se dividen tanto y tan


deprisa, haciendo que la evolución sea más rápida, se
cometen muchos errores cada vez que se multiplica el
material genético para crear una célula hija. Aunque las
mutaciones siempre las asociamos a algo negativo,
como ya te he contado, muchas veces dan ventajas
evolutivas de forma totalmente aleatoria; cuanto más
juegues a esa carta, más probabilidad de que te toque.
Este es uno de los motivos por los que las bacterias son
capaces de adaptarse más rápido y mejor a nuevos
hábitats en comparación con los eucariotas, como
nosotros, y es que no siempre mayor complejidad
significa ser mejor.
Bueno, después de ponerte al día a nivel general
de cómo son las bacterias por fuera, ahora te voy a
contar cómo son por dentro, capa a capa, desde el
centro hasta el exterior, para que conozcas el
maravilloso mundo de la simplicidad convertida en una
máquina perfecta.

EL MATERIAL GENÉTICO DE LAS


BACTERIAS: UN OVILLO DESHECHO Y
ANILLOS FLOTANTES
Seguramente estés pensando «¿Qué se ha
tomado esta para sacar ahora lo del ovillo deshecho?».
Bueno, pues la verdad es que no me he tomado nada,
pero sí que le he dado vueltas a la cabeza un rato para
encontrar algo en la vida macroscópica que se parezca
al material genético. Y es literalmente así: una cadena
de ADN amontonada en el centro de la bacteria (aunque
puede moverse a cualquier lado) que no parece tener
ningún sentido, pero sí lo tiene.

Al contrario que las células que forman tu cuerpo,


el material genético en las bacterias no está protegido
por ningún núcleo porque no lo necesitan, la verdad.
Además, tienen menos cantidad y esto hace que sea
mucho más fácil de gestionar. Esta es la diferencia más
clara entre los procariotas y los eucariotas: cómo tienen
organizado su material genético y que los procariotas
carecen de núcleo.
A la región donde encontramos ese ADN hecho un
ovillo se la llama «nucleoide», porque quiere ser núcleo,
pero no llega a serlo, como los humanoides de las
películas. Esta región normalmente es una cadena de
ADN circular, lo que quiere decir que sus extremos están
unidos. Es como si la madeja de lana tuviese un nudo
en los extremos que, si consiguiéramos desenredar,
formaría un círculo enorme. También hay excepciones
con más de un fragmento, como la mundialmente
famosa Vibrio cholerae, que por su nombre intuirás que
es la bacteria que provoca el cólera.

El nucleoide no solo está formado por esa


molécula, también tiene elementos de RNA y de
proteínas, que son los que se encargan de que ese
material genético se convierta en algo real, como una
enzima o una sustancia vital. Digamos que es como el
centro de mando de toda la célula. Además, existen
otras proteínas que se ocupan de que este se mantenga
unido, actuando de pegamento, y regulan que algunas
zonas estén más o menos recogidas.

Vale, ahora que has entendido cómo es el grueso


genético de la bacteria, te voy a presentar a los
plásmidos, que he bautizado como «anillos flotantes».
Estoy segura de que te será muy fácil visualizarlos
porque te los encuentras todos los días en el ordenador
cuando estás esperando a que se cargue algo.

Además del nucleoide, las bacterias pueden tener


un plus de material genético: los plásmidos, muy
importantes para nosotros, los humanos. Son cadenas
dobles de ADN (como la típica que siempre ves) que
pueden ser circulares o lineales, aunque las más
famosas son las primeras. Y las bacterias no es que
tengan un plásmido o dos, la realidad es que se han
encontrado algunas con casi veinte y cada uno aporta
un superpoder. ¿Recuerdas lo que te conté de la reina
negra? Pues los plásmidos aquí cumplen un papel
importantísimo para tener esas funciones que le dan
ventajas a la bacteria y, a veces, resistencia.

DATO CURIOSO
¿Por qué el ADN en las bacterias es
circular?
Hay que tener en cuenta que el material
genético de las bacterias está libre en la célula y
no tiene ninguna protección frente al ambiente, que
puede dañarlo, al carecer de núcleo. Además, el
ADN es sensible a muchas cosas y, si se estropea,
tenemos un problema de vida o muerte, por lo que
la naturaleza ha encontrado la manera de
protegerlo fácilmente: haciendo un círculo. Las
puntas de los hilos o de cualquier cosa fina, como
nuestro cabello, siempre se estropean antes que el
centro. Con el ADN sucede lo mismo, por lo que
las células que forman el cuerpo de una persona
tienen sus cromosomas protegidos en los extremos
por unas secuencias repetidas miles de veces (los
famosos telómeros). Sin embargo, las bacterias no
han podido hacer esto por cuestiones de espacio,
así que cierran sus puntas. De este modo,
protegen su material genético y lo copian y
multiplican con gran eficacia.

La información contenida en esos apenas treinta


genes con que cuentan, frente a los cientos que suelen
tener en su nucleoide, no es esencial para la vida, ya
que hay bacterias sin ellos que hacen una vida normal.
Sin embargo, muchos plásmidos tienen genes que les
dan ventajas selectivas en ciertos ambientes y
situaciones, como cuando se enfrentan a una dosis de
amoxicilina, por ejemplo.
Además, estos trocitos de material genético son
capaces de replicarse por sí solos. ¿Esto qué quiere
decir? Que, cuando hay que hacer copias, las hacen de
manera independiente, y existen plásmidos de una sola
copia o de decenas de ellas por célula. Seguramente ya
hayas visto cómo se replican cuando utilizas un
ordenador Windows y se te queda el puntero del ratón
en «Procesando». Ese círculo azul que ves girar sin
parar, mientras te desesperas aguardando a que
funcione de una vez, es justo la misma manera en que
estos anillos multiplican su información y es como si con
cada giro de ese círculo naciese otro.

Quizá no te parezca gran cosa que haya bacterias


con trozos de ADN por ahí pululando, pero, créeme, es
mucho más importante de lo que piensas. Y es que
resulta que los plásmidos son el principal mecanismo de
resistencia bacteriana, ya que contienen genes que
cambian el metabolismo de la bacteria y consiguen
evadir la acción de los antibióticos. Y ¿sabes lo peor de
lo peor? Que entre ellas se transfieren la información
para sobrevivir, como un buen equipo. Esta es la
principal ventaja que les otorgan los plásmidos a las
bacterias, que se pueden enviar copias unas a otras a
través de unos poros que tienen en la superficie de una
forma bastante sencilla, que más adelante te explicaré.
EL CITOPLASMA: EL LÍQUIDO QUE DA LA
VIDA A LAS BACTERIAS (Y A NOSOTROS
TAMBIÉN)
No olvides que las bacterias son el origen de la
vida y que compartimos muchas características con
ellas, sobre todo las más elementales. De hecho,
gracias a ellas, conocemos el fundamento de la vida y
cómo funcionan las células, pues son muy sencillas de
estudiar y su funcionamiento básico es muy similar al
nuestro y al de todos los organismos del planeta. Pero
no me quiero poner romántica.

DATO CURIOSO
Investigaciones científicas españolas
No hace mucho, un grupo de investigadores
científicos españoles del CSIC encontraron una
ventaja (para los humanos) de los plásmidos: igual
que les dan la vida a las bacterias, se la pueden
quitar. Descubrieron que existen plásmidos que
pueden provocar que las bacterias se vuelvan más
sensibles a otros antibióticos a los que no son
resistentes, lo que se conoce como «sensibilidad
colateral». Estos plásmidos son como una espada
de doble filo, ya que, cuando activan el mecanismo
de resistencia a un antibiótico, algo cambia en su
metabolismo (que aún está en investigación) y les
provoca una mayor sensibilidad a otro.
Estos científicos consiguieron eliminar de un
plumazo bacterias con plásmidos resistentes a
antibióticos comunes utilizando combinaciones de
fármacos con sensibilidad colateral. Esto abre la
puerta a un nuevo enfoque, al menos temporal,
para seguir luchando contra las bacterias
resistentes.

Si pensamos en las bacterias como un coco, el


citoplasma es el agua que tiene dentro, donde se
encuentran la mayoría de los nutrientes. Es el líquido
que hace que esa cápsula tenga volumen y consistencia
y donde ocurren todas las reacciones químicas que
hacen posible la vida. Es el cajón de herramientas de la
bacteria, pero, al contrario que el nuestro, que está
repleto de herramientas para hacer de todo, este tiene
tres cosas contadas, lo mínimo para construir la típica
estantería de IKEA y poco más.
En ese citoplasma, flotando, está el nucleoide del
que te he hablado antes. Pero como comprenderás, el
ADN por sí solo no hace nada: necesita una serie de
herramientas que lo vuelvan útil, como una enzima que
convierta los productos del exterior en alimento o una
molécula que le permita infectar una célula humana.

La herramienta más importante para una bacteria,


y para cualquier forma de vida, es el ribosoma. No sé si
te sonará de algo: los ribosomas son las moléculas
encargadas de leer el ADN y convertirlo en algo
funcional. Como decía mi profesora de Genética cuando
hablaba de mutaciones, «algo funcional, que puede
funcionar o no», otra movida en la que no voy a entrar,
aunque aquí quedará su recuerdo para la posteridad.
El citoplasma de las bacterias está petado de
ribosomas, que son las fábricas de proteínas de las
células. Quiero que te los imagines como las manos de
una señora mayor haciendo ganchillo: cada cruce de
hilo es un nuevo eslabón de esa proteína que va
tomando forma conforme avanza. El ribosoma coge del
medio citoplasmático las piezas de esa proteína, los
aminoácidos, y los va uniendo uno a uno en el orden
que le indica el ADN. Es difícil de creer, pero este
mecanismo tan complejo ocurre millones de veces al día
en cada una de nuestras células y en las de
absolutamente todos los organismos, en un mundo
microscópico imposible de imaginar.
Además de montones de ribosomas, las bacterias
también tienen una especie de esqueleto, como
nosotros, que les permite tener una forma y hacer unos
movimientos determinados. Son como unos tensores
que se atan a un extremo u otro de la célula y sirven
para cosas tan importantes como la división celular.
Porque, piénsalo bien, cuando la célula ya lo tiene todo
preparado para dividirse, tiene que haber algo para que
se haga la división física, ¿no crees? Estos filamentos
se organizan en el centro de ella y empiezan a tirar de
las membranas hacia dentro hasta que las fusionan y,
¡tachán!, de una célula aparecen dos.
Figura 5. La división celular

Y, por último, pero no menos importante, de las tres


herramientas contadas que hay en este cajón que es el
citoplasma, esta es la más curiosa: los cuerpos de
inclusión. Pero, oye, no pienses que tienen cuerpos ahí
como en los laboratorios de anatomía humana; aunque
reciben este nombre, más bien son como una masa de
cosas apelotonadas.
Son pequeños gránulos de materia que se
acumulan y sirven como almacenamiento a la bacteria.
Digamos que son como nuestros michelines de grasa o
el glucógeno del hígado, pero en forma de bolitas
flotantes. Su composición va variando en función del
ambiente en el que se encuentren y les sirve hasta para
flotar. Por ejemplo, en el mar hay bacterias que
necesitan luz para hacer la fotosíntesis y tienen
acumulaciones de aire que van regulando para flotar
más o menos en función de la cantidad de luz que
necesiten, ¡una pasada!

DATO CURIOSO
Las bacterias magnéticas
Las bacterias tienen que buscarse la vida
para sobrevivir en cualquier medio porque, al
contrario que nosotros, no tienen ni cerebro, ni
piernas, ni nada similar. Un ejemplo de aquellas
capaces de hacer prácticamente cualquier cosa
son las bacterias magnetotácticas acuáticas. Se las
llama así porque viven en el agua, obviamente,
pero también porque utilizan los polos magnéticos
de la Tierra como táctica para alimentarse. Dentro
de ellas hay cadenas de pequeñas bolitas de
magnetita (una molécula compuesta por hierro y
oxígeno) que actúan como imanes, literalmente.
Las bacterias del hemisferio norte utilizan su
cadena de pequeños imanes para orientarse en
dirección norte y hacia abajo en el mar con el fin de
nadar hacia el fondo marino, donde se encuentran
los sedimentos ricos en nutrientes, o encontrar la
profundidad óptima para vivir. Las bacterias que
están en el hemisferio sur se orientan hacia el sur y
hacia abajo con el mismo objetivo. Esta ingeniería
de la naturaleza no la encontramos solo en estas
bacterias, también en otros animales, como
pájaros, atunes, delfines o tortugas, y
probablemente los ayuda a orientarse.
Figura 6. Una bacteria magnética

LA MEMBRANA Y LA PARED CELULARES:


LOS LÍMITES DE LAS BACTERIAS
Está claro que a todo ese líquido del citoplasma
hay que ponerle una frontera para que se convierta en
algo: la membrana celular, famosa en el mundo entero
por lo importante que es. Las células tienen que
interaccionar continuamente con su entorno, ya sea una
bacteria que se encuentra en esta hoja que estás
leyendo o los miles de células apelotonadas en la mano
con la que sostienes este libro. No solo tienen que ser
capaces de adquirir nutrientes y eliminar lo que sobra,
sino de mantener su interior en equilibrio, organizado y
controlado frente a posibles cambios en el entorno, más
o menos como hacen tu piel, músculos y huesos con
todos tus órganos.
Teniendo en cuenta que las bacterias no tienen ni
chicha ni limoná en el citoplasma, entenderás que su
membrana cumple muchas más funciones de las que
cabría esperar. Además de retener el líquido
citoplasmático, también se encarga de seleccionar qué
entra y qué sale de ahí, para lo que tiene incrustadas
varias proteínas que se ocupan de ello.
Voy a intentar que visualices la membrana con un
ejemplo algo absurdo, pero te prometo que es lo más
realista que hay. Piensa en una piscina infantil en la que
el agua representa el citoplasma. Llénala y cúbrela de
bolas de colores (como las de los parques de bolas):
ahora tienes una capa de bolas de colores y, debajo, el
agua. Todas esas bolas pueden moverse con libertad
por la superficie y son maleables, pero sirven de capa
protectora del agua. Literalmente, así es la membrana
plasmática. Una masa, en este caso de grasa, que
cubre el líquido y lo contiene, pero en constante
movimiento y fluyendo.

En la membrana, estos elementos están unidos


entre sí por enlaces que la hacen maleable sin que
llegue a romperse. También permiten que se instalen en
ella moléculas más grandes, como proteínas
transportadoras de nutrientes, que controlan la entrada y
salida de elementos fundamentales para la vida; por
ejemplo, la glucosa. Es igual que si pusieras en esa
piscina de bolas un flotador en forma de aro: quedará
rodeado por muchas bolas, pero su agujero central te
dejará ver el fondo de la piscina y meter en ella lo que
quieras. Has flipado con la metáfora, ¿eh? Pues es así
como me imagino las membranas.

En estas membranas ocurre prácticamente todo: el


metabolismo, la fotosíntesis, la respiración celular, la
fabricación de moléculas… Porque en el citoplasma no
hay una estructura física donde anclar toda esta
maquinaria para compartimentar las tareas, algo que sí
ocurre en las células eucariotas, como las tuyas.
La composición de las membranas varía mucho
entre bacterias y, muy a menudo, se utiliza para
clasificarlas o identificarlas. La membrana es pura grasa,
que como sabrás se vuelve más fluida con el calor,
como ocurre con el aceite de coco en verano. Entonces,
¿cómo se las apañan las bacterias que viven a altas
temperaturas? Pues variando su composición y
utilizando lípidos más estables a temperaturas altas, y al
contrario en el caso de las que viven en lugares
extremamente fríos. Si utilizaran los mismos lípidos, las
de la Antártida tendrían una capa dura e imposible de
cruzar por muchos nutrientes, con lo que estarían
destinadas a la muerte.

Quizá te estés preguntando: ¿y la pared celular


que menciona el título dónde está? Pues está pared con
pared (nunca mejor dicho) con la membrana celular y
queda más al exterior; digamos que es como los
azulejos que cubren un aseo, una protección fácil de
limpiar y que protege el cemento de la humedad. Más o
menos, esto sería la pared para las bacterias, aunque
ellas no tienen ningún interés en la limpieza, solo en la
protección.
La pared celular es una capa por lo general
bastante rígida que está implicada en la forma de la
bacteria y en su protección frente a sustancias tóxicas,
patógenos (sí, existen patógenos de los patógenos) o
choques osmóticos, además de hacerla más o menos
peligrosa para nosotros. Prácticamente, no existen
procariotas sin pared celular, porque tienen tan pocas
armas con las que defenderse que esta se convierte en
su escudo, aunque no siempre es útil, ya que muchos
de los antibióticos que hemos diseñado están pensados
para destruirla.

DATO CURIOSO
El petróleo y las bacterias
Parece que, cuando hablamos del origen del
petróleo, solo nos vienen a la cabeza los restos
mortales de grandes animales, incluso he llegado a
oír lo de los dinosaurios, pero la verdad es que las
bacterias tienen mucho que ver aquí, teniendo en
cuenta que son los organismos que más tiempo
llevan en nuestro planeta.
Hay un lípido presente en muchas de las
membranas de las bacterias, el hopanoide, y los
científicos han estimado que la masa total de este
compuesto en los sedimentos es de
1.000.000.000.000 de toneladas, prácticamente
igual a la masa total de carbono que sumamos
todos los organismos vivos del planeta. Existen
evidencias de que los hopanoides han contribuido
a la formación del petróleo de forma muy
significativa, solo hay que ver la cantidad que
existe.

Esta pared está formada por unas moléculas


conocidas como «peptidoglicano», que forman una
malla superresistente, y las hay más o menos
complejas, lo que sirve para clasificarlas en dos
grandísimos grupos que quizá te suenen: las bacterias
grampositivas y las bacterias gramnegativas. No es
porque sean más hippies las positivas por lo que se
llaman así; en realidad, es porque, al utilizar tintes para
verlas al microscopio, estas se tiñen, mientras que las
negativas no. Las que se tiñen es porque solo tienen
una capa de pared celular protegiéndolas, y las que no,
además de esta capa, tienen otra de lípidos, similar a la
membrana, que no permite que la tinción llegue a la
pared celular. Esto planteó una incógnita sin solución a
los científicos durante años y llevaba de cabeza a los
microbiólogos de la época.
Esta diferencia entre las bacterias se debe a su tipo
de metabolismo y al entorno. Algunas reacciones
químicas necesitan de ciertos elementos que no se
pueden integrar en la pared celular, y para ello existe
esa segunda capa de lípidos, en la que, al igual que en
la membrana, se pueden integrar distintas proteínas que
metabolizan sustancias y consiguen la adaptación al
entorno.

Una de las moléculas más famosas de esta


membrana externa es el lipopolisacárido (LPS), muy
abundante en muchas bacterias, que se pega a
cualquier superficie y forma esa capa brillante y suave
que a veces vemos cubriendo piscinas, bañeras o
juguetes de baño, conocida en ciencia como «biofilm».
Figura 7. La estructura de una bacteria

El biofilm es una agrupación de bacterias, unas al


lado de las otras, colocaditas de tal forma que sus
moléculas de LPS forman una capa impermeable y
protectora. Si no frotas con jabón o alguna sustancia
desinfectante, eso no lo quitas así sin más.
El LPS también es una pieza fundamental en la
lucha del sistema inmunitario cuando tenemos una
infección bacteriana. Es una de las señales de alarma
de nuestras células inmunitarias para responder frente a
bacterias y producir anticuerpos. Y, una vez que el
anticuerpo se une, la bacteria está destinada a morir a
manos de un linfocito tarde o temprano.
Sin embargo, existen bacterias que cambian la
forma de esta molécula rápidamente para que el sistema
inmunitario no la reconozca y campan a sus anchas por
todo el cuerpo. Si la bacteria alcanza el torrente
sanguíneo, el LPS actúa como una endotoxina que
puede causar un choque séptico, para el cual no hay
tratamiento directo y provoca la muerte en cuestión de
horas.
Así que fíjate si es importante para la célula
bacteriana esta pared, gracias a la cual se protege a sí
misma del entorno, pero también frente a los ataques de
enemigos, provocando así la muerte de una persona y
tener bufet libre durante meses.

AUNQUE LA BACTERIA SE VISTA DE SEDA,


BACTERIA SE QUEDA: LOS COMPLEMENTOS
BACTERIANOS
Te he engañado un poco cuando he dicho que las
bacterias no tienen piernas para moverse, porque en
realidad cuentan con algo similar. Aunque más bien es
una especie de cola, como la de los espermatozoides,
que les sirve para desplazarse por el entorno libremente
en busca de un lugar idóneo donde crecer.

DATO CURIOSO
El peligro que esconden los juguetes de
baño
Es muy típico dar juguetes de baño a los más
pequeños, ya que así se entretienen y tú tienes un
rato para respirar, pero hay que fijarse bien en lo
que les damos. Por lo general, se trata de patos o
cualquier otro animal de plástico con un agujero,
que es un peligro por ser potencialmente
infeccioso, y no exagero. Cuando acaba el baño,
por mucho que aprietes el muñeco para vaciarlo de
agua, para una bacteria o un hongo, una minigota
es como una piscina olímpica para nosotros. Con
esa agua estancada, y muchas veces calentita por
la temperatura del baño, facilitamos el crecimiento
a las bacterias. Además, como la superficie de
esos juguetes es superlisa, no tienen ninguna
dificultad para construir en ella su colonia y crecen
con mucha facilidad. Es como si a nosotros nos
diesen el chalet de nuestros sueños, protegido de
todo y con todas las comodidades…, pues nos
quedamos y seguramente nos reproducimos.
Limpiar con lejía no es la solución. Que sí,
que mata a las bacterias, pero es un producto
tóxico y no es plan exponer a los más pequeños
cada poco a esta sustancia. Además, entre
limpieza y limpieza, se formarán colonias, porque,
como sabes, en tan solo veinte minutos nace una
bacteria. Existen estudios que han encontrado
bacterias que pueden provocar otitis, infecciones
de orina o problemas respiratorios. También se han
encontrado listeria, que provoca muchas
neumonías, y enterococos, las típicas de algunas
endocarditis y meningitis. Así que mucho ojo con
esto. Lo mejor es comprar juguetes sin agujero y
olvidarse de este problema.

Son los flagelos. Sí, suena un poco gore, pero es


así. Son como pelitos largos colocados de forma
estratégica en la superficie de la bacteria, tan pequeños
que ni al microscopio óptico se ven, pero esto no resta
importancia a la función que tienen. Mola mogollón
verlos en acción porque se mueven como la hélice de un
barco: giran a unas cien revoluciones por segundo (que
no minutos), aunque hay auténticos expertos que llegan
hasta las trescientas revoluciones. Mientras escribo
esto, me pregunto ¿y cómo giran entonces?
Informándome, he descubierto que las bacterias que
tienen el flagelo en uno de sus extremos, como los
espermatozoides, tienen que parar en seco para
cambiar de dirección y así ir hacia otro lugar a ver si
encuentran algo.
La vida de las bacterias me parece tan azarosa que
cuesta creer que sean capaces de hacer tantas
maravillas o gamberradas como hacen. Para ellas,
resulta difícil nadar en el medio en el que se encuentran,
ya que no suele ser un líquido tan fluido como el agua
del mar, sino más bien con la consistencia de la miel,
por lo que hay que tener mucha fuerza para moverse en
él. A pesar de esta resistencia ambiental al movimiento,
las bacterias pueden nadar a una velocidad de casi
noventa micras por segundo, que equivaldría a avanzar
cien unidades de su propio cuerpo por segundo. Por
ejemplo, una persona de un 1,80 de altura, aun siendo
muy buena, solo podría correr a una velocidad no
superior a cinco veces su longitud, así que las bacterias
son unas nadadoras profesionales.

Además de nadar, las bacterias pueden dar


pequeños saltos para moverse, sobre todo aquellas que
no son muy ágiles. Tienen una especie de pelito corto
que cubre toda su superficie, como la piel de un kiwi, y
les sirve para desplazarse. Estos pelos se contraen
micrométricamente todos a la vez y luego se sueltan:
ese microimpulso hace que la bacteria bote, con lo que,
por puro azar, caerá en otro punto, y así hasta encontrar
lo que quiere. No es una forma de desplazarse muy
eficiente, pero resulta útil en estos casos. Estos pelos
también funcionan como una especie de velcro en
algunas superficies, como las rocas o nuestros propios
órganos, asegurándoles la conquista, así que poca
broma.

Y aquí entra en juego otro complemento de la


bacteria clave para ella, pero para nosotros mucho más,
los famosos pili sexuales. Por el nombre, parece
cualquier cosa, lo sé, los científicos somos así, pero se
trata de pelos (de ahí lo de pili) huecos por dentro que
las bacterias utilizan para transmitirse material genético
entre ellas. Una de las cosas que se pueden transmitir
son los plásmidos, de los que ya te he hablado, que
contienen genes necesarios para volverlas resistentes a
los antibióticos. Y, claro, cuando una es resistente quiere
ayudar a las demás para que también lo sean; para ello,
la bacteria extiende este pelo alrededor suyo con la
esperanza de encontrar una compañera. Cuando la
detecta, se pega a su superficie y este pelo se contrae,
acercando a su compañera hacia sí misma, como
cuando sacas a alguien a bailar. Una vez que están bien
acopladas, empieza el traspaso de información:
literalmente, por ese poro se intercambian material
genético con toda la información necesaria para que el
antibiótico que estés utilizando no les haga ni cosquillas.
Una obra de ingeniería micrométrica fabricada al detalle
con el fin de convertirse en una comunidad
indestructible.
Así, en resumen, te puedes imaginar una bacteria
como un coco cuyo centro contiene toda la información,
rodeado por un líquido lleno de pequeñas bolitas que no
paran de tejer proteínas, y ese líquido limitado por una
capa de grasa que lo separa de lo demás, como la parte
blanca del coco. Y, siguiendo hacia fuera, también tienen
una especie de costra rodeada de colas (flagelos) o
pelos (pili), que les dan funciones extra en un mundo de
gigantes. Literalmente como un coco, vamos.

LA (NO) CLASIFICACIÓN DE LAS BACTERIAS


Y SU ARMA DE SUPERVIVENCIA
Mira, no te voy a hacer pasar por lo que pasé yo
aquel 2014 en la carrera estudiando la clasificación de
las bacterias porque realmente es infumable. Hay
decenas de formas de clasificarlas: según sus genes, lo
que metabolizan, dónde viven, sus funciones… Para
volvernos locos. Así que te voy a dar una visión general
de todo lo que pueden hacer las bacterias y, si quieres
profundizar, te vas al Brock (la biblia de la microbiología)
y le das caña.
Existen bacterias que hacen la fotosíntesis, como
ya has leído antes. Las más famosas son las
cianobacterias, un grupo supergrande y muy
heterogéneo. Fueron los primeros organismos del
mundo en aprovechar la luz solar para obtener energía y
generar el oxígeno que ahora respiramos. Actualmente,
las bacterias Synechococcus y Prochlorococcus son los
organismos fotosintéticos más abundantes en el mar y
son responsables del 80 % de la fotosíntesis marina y
del 35 % de toda la actividad fotosintética en la Tierra.
Son unas verdaderas oxigenadoras.
También las hay que utilizan el azufre, el nitrógeno,
el hierro, el hidrógeno o el metano para su metabolismo
y casi cualquier cosa que te imagines, porque hay una
diversidad inmensa de bacterias y todas cumplen un
papel fundamental a la hora de mantener la Tierra como
la conocemos y alimentar a otros organismos con sus
productos para mantener la cadena trófica.

Las bacterias viven en ambientes con una


temperatura muy distinta, algunas son auténticas
salvajes. La temperatura es uno de los factores más
determinantes de la vida, aunque nosotros solo la
miramos de vez en cuando por si va a hacer más calor o
menos. Cuando sube, la velocidad de las reacciones
químicas aumenta y el crecimiento se acelera, pero, a
partir de una temperatura determinada, las proteínas y
las membranas celulares se derriten y pierden su
función de forma irreversible. Es como cuando pones un
líquido caliente dentro de un táper de plástico (NO LO
HAGAS NUNCA): el plástico se funde y eso ya no hay
quien lo arregle.
Los humanos vivimos en la superficie de la Tierra,
donde generalmente la temperatura es moderada. Sin
embargo, en el mundo microbiano, encontramos
ecosistemas con vida desde 4 °C hasta 106 °C; hay
bacterias capaces de vivir en lo más profundo de la
Antártida o en fuentes hidrotermales donde el agua está
hirviendo, literalmente.
Quizá estés pensando en esa madre que hierve los
biberones para esterilizarlos, y con razón. Realmente,
así se eliminan muchas bacterias, pero, para dejar algo
estéril, hay que aplicar presión y mayor temperatura que
la de una olla hirviendo. Las bacterias adaptadas a altas
temperaturas tienen unas proteínas mucho más
estables, y no porque su composición sea muy distinta,
sino por la colocación estratégica de los aminoácidos,
que forman una estructura mucho más sólida.
También existen bacterias que viven en ambientes
muy ácidos o muy básicos, donde el pH es extremo, o
en lugares donde la concentración salina es tan alta que
nosotros nos secaríamos como pasas, como cuando se
seca el pescado en sal (y desprende ese olor tan
llamativo). Y las hay que viven en ambientes con
oxígeno o sin él, o las que soportan radiaciones que
ningún otro organismo podría soportar.

El mundo bacteriano es tan enorme que te prometo


que es imposible abarcarlo en un libro como este, pero
ahora ya tienes una idea de que hay bacterias en
absolutamente todos los lugares y capaces de hacer
casi cualquier cosa.
Algo que tienen en común muchas de ellas y que
las hace tan invencibles es su capacidad de formar
endosporas. Estoy segura de que alguna vez has oído
hablar de esto, porque en el mundo científico es algo
que se tiene muy en cuenta cuando intentamos trabajar
en un ambiente estéril.
Muchas bacterias grampositivas (las que tienen
solo una capa por fuera) son capaces de transformarse
temporalmente en una estructura hiperresistente al
calor, a la radiación, a desinfectantes químicos y a la
desecación: las endosporas. Algunas de ellas han
aguantado viables más de cien mil años, una locura. Y
una vez que consideran que las condiciones son las
adecuadas para volver a ser bacterias, como si de una
mariposa se tratase, salen de su capullo y se ponen al
lío.
Debido a que un número considerable de bacterias
patógenas son capaces de formar endosporas y a la
resistencia de estas, la industria alimentaria y médica ha
puesto el foco en ellas. Vamos, que dan muchísimo
follón porque son difíciles de eliminar. Y, como te
comentaba antes, para esterilizar algo de verdad, se
deben aplicar presión y temperaturas altas con el fin de
acabar con estas endosporas y que, cuando vayas a
comerte la comida o usar un bisturí, la bacteria no
infecte todo aquello que se encuentre.

En definitiva, como ves, el mundo de las bacterias


es mucho más inmenso que el nuestro y, debido a ello,
son una herramienta clave en el desarrollo de terapias,
productos o tratamientos, e incluso en el diagnóstico de
enfermedades. De todo esto te voy a hablar en los
siguientes capítulos para que nunca más pienses en
ellas como en simples patógenos, pero, antes de nada,
veamos cómo fue nuestra primera cita con las bacterias
y los apaños que teníamos que hacer como especie
para sobrevivir a sus infecciones.
Esta pregunta es muy pertinente, ya que ahora
mismo disponemos de muchísimas formas para luchar
contra las bacterias, pero ¿cómo lo hacían hace
quinientos, doscientos o cien años? Para averiguarlo, te
voy a llevar a un viaje en el tiempo en el que nos
adentraremos en los laboratorios de los científicos de la
época y así veremos cómo trabajaban, cómo hacían
descubrimientos y cuáles eran las armas que utilizaban
para no morir en el intento. Te aseguro que te vas a
sorprender, pues, no se sabe muy bien por qué, las
casualidades en la ciencia muchas veces son un punto
de inflexión. Solo debe ocurrir algo en el lugar adecuado
delante de una científica o científico que sea capaz de
darse cuenta de ello y extraer información valiosa. De
los errores se aprende, y mucho; si no, que se lo digan a
Fleming.

Antes de hablar de este descubrimiento que


cambió la vida de todos, vamos a ponernos en situación.
Nos encontramos allá por el siglo XIX, cuando no se
sabía ni que existían las bacterias y se creía que la
gente moría por un mal, por acción de Dios o por
cualquier otra idea. Obviamente, al igual que ahora,
había bacterias por doquier, pero las medidas higiénicas
no eran las mismas, lo que promovía aún más las
infecciones.
Me hacen gracia las personas negacionistas de las
duchas y los lavados de manos cuando dicen:
«Antiguamente, nadie se lavaba tanto y sobrevivieron» o
«En las tribus, no usan jabón y no les pasa nada,
míralos». Mi cabeza mientras tanto piensa: «Cariño mío,
antes quien pasaba de los cuarenta años ya era un
afortunado. Si supieras realmente las muertes por
infecciones que hay en lugares donde no se siguen
medidas higiénicas, no dirías eso». Pero es que la
ignorancia es muy atrevida y hay quien dice auténticas
barbaridades solo por excusar su repulsa al agua y el
jabón.
Entre 1803 y 1805, las epidemias de enfermedades
infecciosas, junto con el hambre, hacían que muriese
más gente que en la guerra de la Independencia en
España, que acabó con decenas de miles de personas.
La peste, el paludismo, el tifus, la fiebre amarilla o el
cólera mataban a miles de personas cada año en
nuestro país, con pocas armas o ninguna con las que
luchar, así que era una guerra perdida antes de que
empezara por falta de medios y conocimientos. Estas
infecciones se debían a problemas de alimentación, una
higiene escasa y una salud pública pésima, junto con un
progreso médico insuficiente y tardío, que provocaba
que la gente muriese en cualquier lugar, sin oportunidad
siquiera de que la viese un facultativo.

No hace mucho, mi abuela Ana me contó una


historia que me estremeció y que evidencia el rápido
desarrollo que ha habido estos últimos años. Como es
lógico, no nació en el siglo XIX, sino en 1948 mientras su
madre recogía aceituna en un campo de Córdoba, una
época bastante complicada en España y, bueno, por qué
no decirlo, en un entorno no muy similar al de ahora en
lo que respecta al nacimiento de los bebés. En aquella
época, los niños y los jóvenes caían como moscas.
Ellos vivían en una aldea en medio de la sierra de
Baza, perdida de la mano de Dios (esto lo sé porque
aún conservamos la casa), y su hermana mayor, con la
que se lleva veinte años y que por aquel entonces tenía
quince, casi muere de tifus. Quizá otra familia hubiese
rezado a la espera de que se curase milagrosamente,
pero mi bisabuelo decidió actuar y, con su burra, recorrió
decenas de kilómetros hasta un pueblo donde se sabía
que había un médico reconocido en la época.
Mi bisabuelo le ofreció todo lo que tenía para que
fuese a ver a su hija e intentase curarla de cualquier
forma, y lo consiguió. Unas horas después, el médico
llegó a la casa de mi bisabuela y exploró a mi tita
Consuelo. Según me contó mi abuela de lo que
recordaba que le había contado su madre, el médico dijo
que le iba a poner una inyección de algo y que había
gente a la que le funcionaba y otra a la que no, pero que
no podía hacer otra cosa. Tras unos días de puro
sufrimiento, mi tita fue recuperando la energía y el habla
y volvió a comer. Gracias a ese padre preocupado y a
ese médico implicado en su trabajo con los pocos
medios de que disponía, mi tita pudo tener una vida
plena hasta los ochenta y pico años.

Así funcionaba el mundo hace poco más de


setenta años, cuando la vida era igual de valiosa que
ahora, pero la muerte estaba mucho más presente en el
día a día.

Sin embargo, vamos a irnos mucho más atrás,


cuando lo que les pasaba a las personas no tenía
nombre y los científicos y los médicos se tiraban de los
pelos intentando averiguar qué era.

AUNQUE NO LAS VEAS, EXISTEN: EL


DESCUBRIMIENTO DE LAS BACTERIAS
Hay que tener en cuenta que, a lo largo de los
años, han existido muchísimas civilizaciones a la vez,
con sus tradiciones y estudios, como, por ejemplo, la
medicina china, pero, para no volvernos locos, me
centraré en la historia occidental.

Hacia el siglo V a. C. Hipócrates propuso una teoría


sobre el funcionamiento del cuerpo humano y el origen
de las enfermedades de lo más curiosa: la teoría
humoral, que se mantuvo nada más y nada menos hasta
el siglo XVII. Debió de resultar bastante convincente para
durar tantos años, aunque también he de decir que, con
tantas guerras y problemas, la investigación en general
estaba muy abandonada. Básicamente, esta teoría
decía que el cuerpo humano estaba compuesto por
cuatro líquidos básicos o humores que debían estar en
equilibrio y que la aparición de enfermedades se debía
al exceso o al déficit de alguno de ellos. Estos fluidos
eran la sangre, la bilis negra, la bilis amarilla y las
flemas, que se relacionaban con los cuatro elementos: el
fuego, el aire, el agua y la tierra.

Como ves, los griegos iban mal encaminados en


cuanto a las enfermedades infecciosas, pero hacer una
correlación con algo cuya existencia desconoces,
evidentemente, es complicado. Aun así, en torno al año
40 a. C., el autor romano Lucrecio ya afirmaba que las
afecciones las causaban criaturas invisibles, pero nadie
lo escuchó; seguro que lo tomaron por loco.
Alrededor de 1670, apareció otra teoría de lo más
interesante de la mano de Thomas Sydenham, que
decía que las dolencias se debían a las emanaciones
fétidas de los suelos y de las aguas impuras: la teoría
miasmática. Y, ojo, porque aquí ya nos acercamos al
origen de las infecciones: los vapores y aguas
contaminados con miles de bacterias, virus y hongos.
Esto explicaba perfectamente por qué las epidemias
eran más comunes en los barrios más pobres, llenos de
suciedad y olores insoportables.
En la misma época, un comerciante neerlandés,
Anton van Leeuwenhoek, con una melena rizada
envidiable, publicó la primera observación precisa y
extensa de microorganismos vistos al microscopio.
Como entenderás, no contaba con instrumentos muy
complejos, pero esas criaturas vivas de las que se
hablaba en Roma se hicieron visibles, lo que provocó un
cambio de paradigma, aunque no en ese momento, sino
doscientos años después.

Para avanzar, hacían falta técnicas que no


surgieron hasta que se propuso una de las teorías más
polémicas de la historia de la microbiología: la
generación espontánea. Como siempre, con tal de
derrotar al otro en un debate, uno es capaz de mover
cielo y tierra. Esta teoría no está relacionada con el
origen de las enfermedades, sino con la aparición de
organismos en la comida podrida, como gusanos,
moscas o moho. Porque, al igual que tú te encuentras
ahora moho en el pan de molde de hace dos semanas,
en aquella época, cuando dejaban un filete de carne en
cualquier sitio, varios días después, ahí había bichos,
manchas verdes y de todo. Y ¿de dónde venían todos
esos organismos? Pues pensaban que aparecían sin
más, como por arte de magia.
Claro, con la publicación de los resultados de las
observaciones de microorganismos de Robert Hooke
(un científico inglés, considerado uno de los científicos
experimentales más importantes de la historia de la
ciencia), los médicos y científicos contrarios a esta
teoría pensaban que ya tenían la prueba necesaria para
refutarla y dijeron: «¿Veis como no es cosa de magia?
En la comida hay bacterias y organismos que aparecen
con el tiempo que no somos capaces de ver». Bueno, no
estoy segura de que dijeran eso en concreto, pero
aquellos que defendían la generación espontánea a
muerte, como el sacerdote John Needham, se pusieron
a hacer experimentos a tope para demostrar que las
bacterias también aparecían espontáneamente. Total,
que se tiraron casi doscientos años así, publicando
experimentos que demostraban una teoría y la contraria,
hasta que llegó el científico francés Louis Pasteur a
poner orden en 1860.

No obstante, esos doscientos años de


investigación por parte de ambos bandos, aunque fue
lenta, permitió avanzar en muchas técnicas. Así, Pasteur
y John Tyndall, físico irlandés, encontraron la forma
definitiva de demostrar que en todas partes siempre hay
bacterias y que, si mantienes un fluido o cualquier otra
cosa en un lugar estéril protegido del exterior, no surge
nada por generación espontánea, pues has matado las
bacterias, hongos o esporas que había ahí.
DATO CURIOSO
La pasteurización
Como intuirás, el nombre de «pasteurización»
viene de Pasteur, el hombre que descubrió la
técnica, o más bien que la desarrolló, pues una
técnica se trabaja y se crea. Pasteur se encontraba
tranquilamente en su laboratorio cuando le llegó un
aviso de Napoleón III en el que le pedía que
investigara por qué el vino se agriaba con el
tiempo. En teoría, Napoleón lo hacía por la
industria francesa del vino, pero algún interés
personal tendría. Pasteur le dijo que eso ocurría
porque en el vino había una bacteria que generaba
ácido acético y provocaba ese sabor tan
desagradable.

Para buscarle una solución a Napoleón,


Pasteur pensó en calentar a altas temperaturas el
vino sellado y así matar la bacteria, pero, claro, el
calor se cargaba el sabor del vino, pues destruía
muchas de las moléculas. Haciendo pruebas día
tras día, descubrió que calentando el vino entre 55
°C y 60 °C había menos bacterias y el sabor no se
arruinaba. De este proceso nació la pasteurización,
que ha salvado millones de vidas en todo el
mundo.

El trabajo de Pasteur fue el principio de una nueva


era en la ciencia conocida como «Edad de Oro de la
Microbiología». Si bien se tardó doscientos años en
aceptar la existencia de las bacterias y su implicación en
el día a día de las personas, a partir de estos
descubrimientos, en tan solo cincuenta años se hallaron
varios organismos que provocaban enfermedades, se
hicieron grandes avances en la comprensión del
funcionamiento de las bacterias y se mejoraron las
técnicas para estudiarlas y analizarlas. Esto fue clave,
porque los científicos supieron ver la importancia de la
inmunidad en la prevención de las enfermedades y en el
control de las bacterias; el conocimiento del enemigo
permitió desarrollar vacunas y técnicas para prevenir las
infecciones.

En este momento, la teoría de los humores y la


miasmática empezaron a perder fuerza y, por fin,
consiguieron su reconocimiento todos los investigadores
que habían dicho que las enfermedades las
ocasionaban organismos vivos que no podíamos ver. La
teoría microbiana la confirmó un cirujano inglés, Joseph
Lister, que, inspirado por Pasteur, desarrolló un sistema
de cirugía antiséptica para evitar que los
microorganismos entraran en las heridas cuando
operaba; algo que hoy en día vemos muy normal, pero
que en aquel momento no estaba ni aceptado. De
hecho, llegaron a despedir a aquellos médicos que
pedían a sus compañeros que se lavaran las manos
entre paciente y paciente, como si fueran unos
exagerados y unos locos, pero de esto te hablaré más
adelante.

Este cirujano, ya en 1867, esterilizaba los


instrumentos mediante calor y trataba los vendajes
quirúrgicos con fenol, que a veces también se utilizaba a
modo de espray sobre la zona que se iba a operar. Su
método, como era de esperar, tuvo muchísimo éxito y
Lister transformó la cirugía al publicar sus resultados,
además de confirmar de forma indirecta que los
microorganismos podían provocar enfermedades.

Las pruebas de este cirujano despertaron el interés


de Robert Koch, cuyo nombre seguro que te suena si
has pasado la pandemia al lado de algún conspiranoico.
Lo que hizo este médico alemán fue comprobar con
ratones en su laboratorio, de forma consciente y directa,
que los microorganismos eran la causa de muchas
enfermedades. No voy a entrar en detalles de la
experimentación, pero sí que me gustaría dejarte por
aquí los postulados que lo hicieron merecedor del
Premio Nobel de Medicina en 1905 y se convirtieron en
la piedra angular de la relación de muchas
enfermedades con sus agentes infecciosos. Por cierto,
se jugó el pellejo, porque lo hizo con la bacteria
Mycobacterium tuberculosis.

Eso sí, como todo en la vida, nada es perfecto y


sus postulados tenían un problema. Hay
microorganismos que no se pueden aislar en cultivos
puros y no todos causan los mismos síntomas. Así que
los conspiranoicos llevaban razón cuando decían que la
COVID-19 no cumplía los postulados de Koch, pero es
que estos se corrigieron pocos años después porque
existen muchos microorganismos que no los cumplen,
como la bacteria causante de la lepra, y no por eso
vamos a decir que la lepra es un invento de los
Gobiernos para controlarnos a todos. ¡Ay, señor!

CÓMO LUCHAR SIN CONOCER AL ENEMIGO:


LAS PRIMERAS MEDIDAS CONTRA LAS AÚN
DESCONOCIDAS BACTERIAS
Las bacterias provocan muchísimas enfermedades,
como tuberculosis, botulismo, cólera, salmonelosis,
sífilis, infecciones (por Escherichia coli), lepra,
meningitis, gonorrea, tosferina, neumonías graves, peste
y una larga lista, que han acabado con decenas de
millones de vidas a lo largo de nuestra historia.

Ahora que ya sabes cómo se descubrieron las


bacterias, me gustaría que viajáramos al momento
previo a la confirmación de la teoría microbiana, cuando
aún se pensaba que las enfermedades se debían a la
acción divina, a tener los líquidos desequilibrados o a los
vapores de la calle.

Como si de brujería se tratara, antes de esta teoría,


nacieron dos herramientas clave para salvar millones de
vidas, y que siguen existiendo hoy: las vacunas y los
productos antisépticos, los desinfectantes. En ninguno
de los dos casos se sabía qué organismo estaba
ocasionando los problemas, aunque algo se intuía,
claro. Aquí es cuando interviene la capacidad de
observación y de análisis de muchos científicos, que ven
cosas que la mayoría pasa por alto y que saben
encontrar una salida cuando algo no cuadra. Y aunque a
veces se diga que estos dos descubrimientos fueron
puro azar, pues dudo mucho que alguien tuviese tanta
suerte.
En torno a 1770, la viruela causaba muchísimas
muertes, y esto inquietaba a Edward Jenner, un
reconocido médico inglés. Un día, visitó una granja de
vacas y una de las mujeres que ordeñaban le contó que
no sabía por qué, pero que ninguna de sus compañeras
ni ella habían sufrido nunca la grave enfermedad de la
viruela, que parecía que aquello de ordeñar las protegía.
La mayoría de ellas, como mucho, habían tenido
algunas heridas en las manos típicas de la viruela, pero
algo muy leve que ni siquiera les impedía trabajar, muy
diferente a la versión de la enfermedad que acababa
con la vida de las personas. Lo que estaba ocurriendo
era que las ordeñadoras sufrían la viruela, pero la de la
vaca, que además las volvía resistentes a la humana.
Jenner tomó una muestra de la mano de una de
esas mujeres y se la inyectó al primer niño que se
encontró por el camino: un joven de quince años, con el
que experimentaría para saber si lo que había en las
heridas de las ordeñadoras le provocaría la enfermedad.
Y resultó que ese niño, a pesar de estar en contacto
directo con enfermos de viruela humana, nunca
enfermó. Así nació la primera vacuna de la historia.

En este momento, la peña perdió la cabeza.


Tachaban de loco a Jenner y decían que iba a causar
que a la gente le saliesen partes de vaca por el cuerpo.
Lo echaron del trabajo y lo siguieron criticando durante
más de veinte años, hasta que llegó Napoleón y dijo:
«Yo creo en este tío, quiero que vacunen a todo mi
ejército». Jenner, al contrario que otros, recibió su
merecido reconocimiento y siempre se recordará como
el padre de las vacunas, tanto de virus como de
bacterias. Porque, a pesar de que esta fue contra un
virus, el procedimiento es el mismo para una bacteria y
la inmunización resulta igual de eficaz.
Más o menos por la misma época, pero en otra
ciudad, se encontraba Ignaz Philipp Semmelweis, un
médico preocupado por la gran mortalidad de las
parturientas en el hospital donde trabajaba. En aquella
época, ya había publicaciones científicas que
recomendaban lavarse las manos tras asistir a una
madre en el parto que tuviese fiebre antes de atender a
la siguiente, algo que hoy vemos fundamental, pero que
entonces no estaba asentado, lo que provocaba que
casi el 30 % de las mujeres que daban a luz muriesen.
Veinte años después de estos primeros estudios,
Semmelweis seguía observando una mortalidad
exagerada y fuera de lo común en las parturientas de
una de las dos salas del hospital: entre 1841 y 1846,
alcanzaba entre el 13 y el 17 %; mientras que en la otra
no superaba el 1,5 %. Preocupado por este valor,
comenzó a estudiar las diferencias entre ambas. Te voy
a poner en su lugar para que intentes averiguar tú qué
pasaba teniendo los siguientes datos:

SALA 1: Mujeres atendidas por estudiantes de


Medicina.
SALA 2: Mujeres atendidas en su mayoría por
matronas experimentadas.
Seguro que lo primero que piensas es que los
estudiantes la liaban por falta de experiencia.
Probablemente, eso es lo que creían la mayoría de los
trabajadores de ese hospital, pero nada más lejos de la
realidad.
Un día que este médico estaba observando el
panorama, se dio cuenta de que la mayoría de las
mujeres que atendieron un grupo de estudiantes que
entraron en la sala 2 murieron a las pocas horas de
parir. Así, había una cosa clara: la culpa era de los
estudiantes, pero no por su experiencia, sino por algo
que transportaban desde el laboratorio hasta el paritorio.
Porque, ojo, las prácticas médicas se hacen con
cadáveres, y aquí estaba la clave.
Semmelweis pidió a los estudiantes que se lavasen
las manos antes de entrar a los paritorios, pero los
médicos de allí lo tomaron por loco. Ya ves tú lo que se
tarda en hacerlo, pero ni por esas. Era mucho más fácil
echarles la bronca a los estudiantes y expulsarlos por
ser unos brutos trabajando (especialmente a los
extranjeros), y quitarse así la responsabilidad de
encima. Como es obvio, esto no resolvió el problema.

Casualidades de la vida, o pura probabilidad, un


día uno de los profesores de Anatomía se hizo una
herida durante una disección y murió con los mismos
síntomas que las parturientas. Ahí la conclusión fue
clara: la causa de la enfermedad eran los fluidos de los
cadáveres, por lo que había que lavarse las manos.
Tiene bemoles la cosa, que se tuviera que morir uno del
gremio para que los demás cayesen del burro y por fin
hiciesen caso a Semmelweis, agotado de intentarlo.

Cuando se aceptó su teoría, Semmelweis diseñó


una disolución con cloruro cálcico para que todos los
estudiantes que hubiesen estado con cadáveres o
enfermos, ese mismo día o el anterior, se lavaran las
manos antes de trabajar. La mortalidad de las
parturientas descendió a un 0,23 %, una auténtica
locura si pensamos que se partía del 96 %. Y dirás:
«Vaya máquina, por fin lo reconocieron». Pues no, ni por
esas; al contrario, lo acusaron de manipular las
estadísticas y siguieron ignorando sus indicaciones, lo
que provocó de nuevo un aumento de mortalidad.
Debido a ello, este médico acabó sufriendo una grave
depresión y problemas de salud mental que lo llevaron a
la muerte sin ser reconocido como el creador del primer
antiséptico de la historia.
En general, antes de la teoría microbiana, la
muerte por cualquier fiebre o enfermedad estaba muy
asumida, y pocas armas había para luchar contra ello,
ya que se desconocía la existencia de los
microorganismos. Así que la gente se limitaba a utilizar
brebajes mágicos o mezclas de muchísimas plantas con
la esperanza de que funcionaran.

DATO CURIOSO
Las máscaras de la peste
En el año 1800, la epidemia de la peste
golpeaba con fuerza en toda Europa y los médicos
se las ingeniaron para evitar enfermar.
Seguramente te suene la famosa máscara picuda
que utilizaban muchos de ellos pensando que así
purificaban el aire (ese aire intoxicado que
desequilibraría los líquidos). Además, ofrecían a
los enfermos de peste brebajes protectores y
antídotos basados en invenciones propias,
prácticamente sin evidencia. La pena es que los
propios colegas señalaban a los pocos que
conseguían avanzar en la prevención de las
enfermedades infecciosas, por lo que la sociedad
de la época lo tenía muy crudo para sobrevivir.

LA ESTRATEGIA QUE CAMBIÓ EL MUNDO:


LOS ANTIBIÓTICOS
Antes de contarte la típica historia de Fleming y su
descubrimiento de la penicilina, tengo que decir que
muchos otros antes que él ya eliminaban bacterias sin
dañar las células humanas. (Todo esto, claro, después
de que se aceptara la teoría microbiana, que
demostraba que muchas de las enfermedades se
producían por la presencia de microorganismos
patógenos.)
Por ejemplo, la quimioterapia (el tratamiento de
enfermedades con fármacos químicos) empezó gracias
a Paul Ehrlich, un médico alemán al que le flipaban los
colorantes que utilizaban los microbiólogos para ver
mejor las bacterias al microscopio. Como los tintes no
teñían las células humanas, Ehrlich pensó que algunos
de los compuestos de estos tintes servirían para matar
bacterias sin afectar a las células humanas. Junto con
un compañero japonés, Kiyoshi Shiga, se puso a
investigar y descubrió que en los tintes había
compuestos que mataban las bacterias que provocaban
sífilis a conejos. Esos compuestos llegaron a
comercializarse como medicamento conta la sífilis bajo
el nombre de Salvarsán. Era la primera piedra en el
camino al descubrimiento de cientos de compuestos
terapéuticos antimicrobianos.
Volviendo a la penicilina, quizá te sorprenda saber
que, antes de que llegase Fleming, ya la había
descubierto en 1896 un estudiante de Medicina francés
de veintiún años, Ernest Duchesne. Lo que pasa es que,
como siempre, a los estudiantes no se los suele
escuchar y su trabajo quedó en el olvido hasta que
Fleming se encontró de nuevo con este hongo por
accidente y le sacó todo su potencial.

Figura 8. Una placa con el hongo de la penicilina

Un viernes de 1928, Fleming dejó preparadas


varias placas de Staphylococcus (un tipo de bacteria)
para que creciesen y, así, estudiarlas. Cuando volvió el
lunes, se dio cuenta de que una de ellas se había
contaminado con un hongo y, alrededor de él, no había
crecido ni una sola bacteria, lo que lo llevó a pensar que
el hongo producía alguna sustancia que evitaba el
crecimiento de las bacterias. Posteriormente, consiguió
extraer esta sustancia de cultivos líquidos y demostró
que era capaz de matar a muchas bacterias, incluyendo
la Staphylococcus aureus, famosa en la época por
ocasionar infecciones en la piel.
No obstante, este hombre, como la mayoría de los
que hemos mencionado en este capítulo, no fue capaz
de aislarla, por lo que no pudo demostrar que la
penicilina sirviese para tratar a seres vivos, y abandonó
la investigación.

Diez años después, un grupo de científicos de


Oxford, inspirados por el trabajo de Fleming, diseñaron
un procedimiento para purificar la penicilina y se la
inyectaron a varios ratones infectados. Como era de
esperar, la mayoría de ellos sobrevivieron. Este gran
descubrimiento hizo que, años después, Fleming, Florey
y Chain ganaran el Nobel.
A partir de este momento, muchos otros científicos
se pusieron a trabajar para desarrollar más antibióticos,
como la estreptomicina, el primer fármaco en tratar con
éxito la tuberculosis, una de las enfermedades que más
personas ha matado. En 1953, ya se conocían
sustancias como el cloranfenicol, la neomicina, la
terramicina y la tetraciclina, que seguimos utilizando,
aunque, como en aquel entonces, no están al alcance
de todos.

Si bien la mayoría de las epidemias de nuestra


historia las han causado virus, en lo que no voy a entrar,
pues no es el tema de este libro, hubo una importante
que sí fue ocasionada por una bacteria: la tosferina.
Cuando Fleming aún no había descubierto la penicilina,
otros investigadores buscaban vacunas frente a las
bacterias inspirados por trabajos como el de Pasteur con
la vacuna de la rabia. En 1914, se autorizó la primera
vacuna contra la tosferina en Estados Unidos, que es la
que hoy ponemos a los más pequeños junto con la del
tétanos y la difteria. Esta vacuna sigue siendo necesaria
después de tantos años porque, al contrario que los
virus, que son parásitos obligados (es decir, que
necesitan invadir un organismo para poder
reproducirse), las bacterias que ocasionan estas
enfermedades pueden vivir en otros medios y animales
y son prácticamente imposibles de erradicar. Por ello, es
importante mantener la vacunación, en especial en
estos casos.

DATO CURIOSO
¿Cómo mata la penicilina a la bacteria?
La penicilina comenzó a utilizarse de forma
generalizada después de la segunda guerra
mundial y era activa principalmente contra
bacterias grampositivas (las que no tienen doble
pared) porque entraba en su interior. Y digo «era»
porque ahora algunos fármacos, como la
amoxicilina, son derivados de la penicilina con
modificaciones para que también sean capaces de
entrar en las gramnegativas. Una vez que lo
hacen, bloquean la formación de pared celular, sin
la cual las bacterias no pueden vivir, así que,
cuando van a dividirse, como el proceso de
fabricación de una pared para la hija está
bloqueado, la infección no puede continuar.
Realmente, más que matar la bacteria, impiden
que se reproduzca. Esto es suficiente para darle
margen de maniobra al sistema inmunitario con el
fin de que acabe con todas las bacterias que
queden.

No obstante, aunque hoy en día utilizamos vacunas


frente a las bacterias, por ejemplo, contra la infección
meningocócica o la neumocócica, la mayoría de los
tratamientos son antibióticos. Esto se debe a su eficacia
y a que, al igual que ocurre con los virus, es imposible
tener vacunas para todas las bacterias que existen y nos
pueden infectar.
Volviendo a la historia de mi abuela y su hermana
con tifus, me gustaría destacar que, en aquella época, si
bien en Estados Unidos ya administraban vacunas y
fármacos para luchar contra muchas infecciones, en
España la guerra civil sin duda había tenido mucho
impacto en el progreso de la lucha contra las bacterias.
Así, durante la posguerra hubo una crisis sanitaria
conducida por la difteria, el paludismo, la viruela y el
tifus exantemático, muy probablemente lo que padeció
mi tita Consuelo. El problema venía de la escasez de
recursos, las malas condiciones de vida, una mala
organización asistencial impuesta por la guerra civil y las
carencias alimentarias (mi abuela me contó que, cuando
recogían las patatas, las guardaban debajo de las
camas para ir tirando todo el año, muy probablemente
acompañadas con algo de carne de caza y poco más).
Entre el año 1941 y el 1942, se registraron más de
dieciséis mil muertes por tifus en nuestro país, que se
transmitía a través de los piojos y era una enfermedad
difícil de afrontar, porque, al contrario que otras
bacterias, las del género Rickettsia no se veían
fácilmente al microscopio debido a su diminuto tamaño y
a que, normalmente, están dentro de las células. Esto
hacía mucho más difícil la investigación, ya que no se
podían cultivar en el laboratorio (lo que no significaba
que no existiera, aunque Koch opinase lo contrario).
Ante esta situación, varios científicos españoles se
pusieron en marcha para buscar una vacuna eficaz
contra esta enfermedad y ayudaron a avanzar en la
investigación, que se completó más adelante en Estados
Unidos. Y, aunque se llegaron a producir vacunas con
cepas de estas bacterias menos agresivas propuestas
por españoles, las dudas sobre su posible reconversión
a patógena y otros problemas referentes a su seguridad
provocaron que se prescindiese de ellas.

Así que no sé muy bien qué le inyectó aquel


médico a mi tita Consuelo para que superara la
enfermedad. Tal vez ninguna vacuna ni nada similar,
quizá un conjunto de hierbas infusionadas o unas
vitaminas, pero seguro que todas estas investigaciones
que se hicieron y se publicaron ayudaron a que ese
médico tomase una decisión y le salvara la vida.
Hace diez años, si te llegan a decir la palabra
microbiota, seguramente te hubiese sonado a chino. De
hecho, hasta en mi carrera se nombraba poco, pero ya
se empezaba a oír hablar de investigaciones más
profundas sobre la microbiota y el papel que desempeña
en muchas enfermedades. Sin embargo, ya sea por una
cosa u otra, hoy las personas conocen este término y
cada vez más son conscientes de que es el único
órgano de nuestro cuerpo formado por células que no
son propias. (Sí, algunos científicos lo consideran ya
como un órgano debido al aumento de pruebas de su
importancia y de las distintas implicaciones que tiene en
el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo.)

Evidentemente, nuestras madres ya sabían algo de


la microbiota cuando nos daban la famosa Ultralevura si
teníamos diarrea o tomábamos antibióticos, aunque en
aquel momento se conocía más como «flora intestinal».
Aunque muchas nos lo daban sin ser muy conscientes
de qué era exactamente, sabían que hacía que el
intestino se pusiera bien, que volviese a la normalidad.
Algunas marcas de yogures también han machacado, y
mucho, este concepto en anuncios, hasta el punto de
convencer a la ciudadanía de que sus productos hacen
aquello que dicen, pero no voy a entrar en eso ahora
mismo (aunque más adelante sí).
Hoy en día, la cantidad de información que hay de
la microbiota es tal que nos resulta casi imposible de
asimilar y ya no sabemos muy bien qué es bueno para
ella o qué es malo, ni qué pasa con la de los bebés o la
de los mayores. Que si probióticos, prebióticos,
posbióticos…, hay toda una ristra de productos en la
farmacia que parece que vayan a solucionar todos tus
problemas, pero como debes intuir no es así.
En este capítulo, quiero que comprendas bien qué
es la microbiota y sus implicaciones en nuestra salud
según la evidencia científica actual. Para ello, es
importante todo lo que has aprendido hasta ahora de las
bacterias, porque, al fin y al cabo, son la base de esta
famosa microbiota, que comienza cuando nacemos y no
deja de cambiar hasta que morimos. Debo reconocer
que este tema es uno de los que más me apasiona y
espero que a ti también.

EMPECEMOS POR EL PRINCIPIO ¿QUÉ ES LA


MICROBIOTA?
Esto tienes que imaginártelo desde ya como una
relación, literalmente. Aquí hay dos interesados que
quieren estar juntos por lo que uno le aporta al otro. En
el mundo de los humanos y los animales, las bacterias
siempre han existido. Fueron las primeras en llegar y, si
colonizan el suelo, el mar e incluso las nubes, nuestro
cuerpo no iba a ser menos. Creo que son las reinas del
planeta, sin ninguna duda.
Por un lado, están las bacterias, que contribuyen,
junto con otros microorganismos, a la salud y el
bienestar del ser humano al aportar productos
microbianos beneficiosos o bloquear el crecimiento de
microorganismos peligrosos. Por el otro, estamos
nosotros, que actuamos como hospedadores ofreciendo
microambientes que permiten que estas bacterias
crezcan y nos empiecen a colonizar desde que nacemos
(o incluso un poco antes).
En definitiva, la microbiota es el conjunto de
microorganismos que tienes en tu cuerpo desde la
cabeza hasta los pies, porque prácticamente todo lo que
está en contacto con el exterior, de una forma u otra,
tiene su propia microbiota. Y no solo la forman bacterias
(aunque sean mayoría), también virus, hongos, arqueas
e incluso parásitos; todos ellos se diferencian en tres
tipos: comensales, mutualistas y patógenos. No
obstante, al hablar de microbiota, solemos referirnos
siempre a la buena, no a la patógena.

Cuando estamos en proceso de desarrollo en el


útero de nuestra madre, nos encontramos en un
ambiente completamente estéril, sin ninguna exposición
a microorganismos, aunque hay científicos que
defienden la existencia de una microbiota fetal
simplificada, que puede estar relacionada con la
microbiota materna de la piel y del tubo digestivo. Sin
embargo, otros autores refutan estas afirmaciones
argumentando que los hallazgos son producto de la
contaminación producida cuando se maneja la muestra.
Lo que sí que está claro es que el importante paso
de la colonización de nuestro cuerpo por las bacterias
empieza cuando nuestra cabeza pasa por la vagina de
nuestra madre. Enseguida, por contacto directo, quedan
pegadas a la superficie de nuestra piel muchas especies
de bacterias y hongos que viven en la vagina. Esto ya
comienza a establecer lo que será nuestra microbiota, a
la vez que vamos adquiriendo otros microorganismos
por la cavidad bucal y el tubo digestivo a través de la
alimentación (independientemente del tipo que sea) y de
la exposición a todos los cuerpos por los que pasamos.

Esto no ocurre siempre, y menos en los últimos


años, en los que se hacen más cesáreas a causa de
ciertas complicaciones y el bebé no tiene la oportunidad
de pasar por el canal vaginal. De todas formas, pocos
minutos después estará en contacto directo con su
madre y demás familiares, que le irán aportando más y
más microbiota.

Hay estudios que han intentado correlacionar la


mala salud de los peques que han nacido por cesárea
con esa falta de microbiota inicial, en los que parecía
indicar que había diferencias significativas respecto a los
nacidos vaginalmente. En realidad, la evidencia actual
no es suficiente para afirmar tal cosa, ya que la mayoría
de estos estudios concluyen que, al año de vida, la
microbiota de los niños tiende a igualarse,
independientemente de su modo de nacimiento.
Un estudio del CSIC propuso ayudar a los bebés
nacidos por cesárea a adquirir la microbiota con
métodos tan sencillos como pasarles por la piel un
algodón previamente pasado por la vagina de la madre.
En los resultados, observaron que la microbiota
adquirida por estos bebés era muy similar a la de los
que pasaban por el canal del parto, así que puede ser
una solución muy sencilla en el caso de que esto sea un
problema real.
Una vez que tenemos esa microbiota intestinal,
entramos en la fase en la que vamos adquiriendo
bacterias y distintos microorganismos de aquí y de allá,
y cada uno de nosotros acaba con un mosaico
prácticamente único. En los primeros años de vida, va a
depender de la alimentación del bebé, de la de la madre
(si es lactante), de factores genéticos, del estilo de vida
de la familia y de la localización geográfica; sí, además
de un montón de genes, lo que diferencia a un español
de un japonés también es la microbiota.
Otro factor importante para adquirir la microbiota es
la lactancia materna. Muchas investigaciones han
demostrado que el bebé no solo recibe nutrientes así,
sino muchas más cosas, entre ellas bacterias. Pero no
queda ahí el asunto: en la leche de la madre también se
han observado moléculas que modulan la microbiota del
bebé, junto con anticuerpos y factores antimicrobianos,
para protegerlo de aquellas que son patógenas. Es un
verdadero cóctel de ingredientes positivos para el niño
que favorecen el crecimiento de bacterias buenas y
bloquean el de las más dañinas.

Volviendo a esa relación de amor entre las


bacterias y los seres humanos, quiero que seas
consciente de que nosotros, además de ser una fuente
de nutrientes y factores de crecimiento para las
bacterias, les proporcionamos una casa con un pH
estable y una temperatura y presión osmótica ideal. No
obstante, no todas las zonas de nuestro cuerpo son
iguales ni tienen el mismo pH ni composición, lo que
propicia el crecimiento de ciertos microorganismos e
impide el de otros; así, creamos distintas ciudades
donde una bacteria puede vivir. Por ejemplo, mientras
que la piel es un ambiente más seco que favorece el
crecimiento de especies resistentes a la deshidratación,
como estafilococos y estreptococos, el intestino grueso
es un ambiente sin oxígeno propio de bacterias que no
pueden estar en contacto con este bajo ningún
concepto, como las del género Bacteroides.

Parte del Bacterias más comunes


cuerpo

Piel Acinetobacter, Corynebacterium, Enterobacter, Klebsiella,


Micrococcus, Propionibacterium, Proteus, Pseudomonas,
Staphylococcus, Streptococcus

Boca Streptococcus, Lactobacillus, Fusobacterium, Veillonella,


Corynebacterium, Neisseria, Actinomyces,
Capnocytophaga, Eikenella, Prevotella

Tubo Vías respiratorias Streptococcus, Staphylococcus,


digestivo Corynebacterium, Neisseria, Haemophilus Lactobacillus,
Streptococcus, Bacteroides, Bifidobacterium, Eubacterium,
Peptococcus, Peptostreptococcus, Ruminococcus,
Clostridium, Escherichia, Klebsiella, Proteus, Enterococcus,
Staphylococcus, Methanobrevibacter, Proteobacteria,
Actinobacteria, Fusobacteria

Genitales Escherichia, Klebsiella, Proteus, Neisseria, Lactobacillus,


Corynebacterium, Staphylococcus, Prevotella, Clostridium,
Peptostreptococcus, Ureaplasma, Mycoplasma,
Mycobacterium, Streptococcus

DATO CURIOSO
La «peribiota»
Siempre oímos hablar sobre la microbiota,
que son los microorganismos que llevamos
encima, pero ¿sabes lo que es el peribioma? Es el
conjunto de microorganismos que conviven contigo
allá donde estés pero que no forman parte de ti,
como las que se encuentran en tu casa, tu trabajo
o el gimnasio, aunque en este último caso están
todas las microbiotas de quienes hay allí.
Uno de los núcleos más potentes de
peribioma se encuentra en los baños. Eso es un
festival de bacterias, pero de los buenos, sobre
todo si en casa sois de los que tiráis de la cadena
con la tapa abierta. Con cada cascada de agua, se
remueven miles y miles de bacterias que están en
tu caca y salen volando hacia todos los rincones
del baño, incluidos los cepillos de dientes, los
peines, las esponjas de la ducha y todo lo que te
imagines. Las bacterias son diminutas y no
necesitan mucho para volar, así que, si quieres
protegerte de aquellas potencialmente patógenas,
cierra la tapa antes de tirar de la cadena, por tu
bien y por el de tu familia.

Ahora que sabes con mayor detalle de qué se trata


la microbiota, puede que te estés preguntando para qué
sirve; si la mitad de nuestro peso son bacterias y están
prácticamente en todo nuestro cuerpo, alguna función
tienen que tener. Y, ojo, porque lo que nos parece obvio,
hace unos años no lo era ni se tenía tan en cuenta como
ahora, que se está observando que hay muchas
enfermedades cuyo origen o desarrollo puede estar
relacionado con el desequilibrio de estas poblaciones de
bacterias.

Una de las funciones más importantes de la


microbiota, que se conoce desde hace muchísimo
tiempo, es la de protegernos frente a bacterias
patógenas, que nos pueden provocar enfermedades, ya
sea como barrera física, evitando que la patógena ocupe
un espacio, como competidoras de recursos para
alimentarse y sobrevivir o, en el caso de algunas cepas,
con la producción de sustancias tóxicas que repelen las
bacterias patógenas. Esto hace que muchos de los
patógenos que ingerimos no puedan establecerse en
nuestro intestino para infectarnos, por ejemplo, lo que
muestra la importancia de la microbiota como escudo
protector junto con nuestro sistema inmunitario.

Hablando del sistema inmunitario, cabe destacar


que su conexión con la microbiota es totalmente directa
y esta ayuda a mantenerlo estimulado. Además, gracias
al trabajo en equipo, las respuestas son mejores en
algunos casos. Uno de los enigmas ahora mismo al
respecto es cómo puede diferenciar el sistema
inmunitario las bacterias buenas de las patógenas en
esa frontera que es el cuerpo o microbiota. Algunas
teorías plantean que se envían señales entre ellos que
permiten esa convivencia, pero a su vez el sistema
inmunitario mantiene en alerta a todas las tropas para
una posible invasión.
Otro aspecto importante, que parece muy evidente,
es que las bacterias nos ayudan a digerir muchos
alimentos que nuestra biología no nos permite gracias a
que tienen las enzimas adecuadas para ello; por
ejemplo, alimentos ricos en grasas insaturadas, que son
potentes antioxidantes. Piensa que son miles y miles
colocadas una al lado de la otra en tu intestino digiriendo
todo lo que pillan, como un segundo intestino para ti.
Además, la microbiota equilibra los niveles de colesterol
y grasas en sangre y se encarga de producir vitaminas
tan importantes como la K o la B12, cuya falta puede
afectarnos.
Te contaré más detalles en este capítulo, pero las
últimas investigaciones indican que las bacterias
influyen en el metabolismo e incluso en los
neurotransmisores, las moléculas a través de las cuales
se comunican nuestras neuronas, lo que podría
repercutir incluso en nuestro estado de ánimo, pero no
te hago más spoiler.

TANTAS MICROBIOTAS COMO PARTES DEL


CUERPO
Siempre oímos lo de «la microbiota» en referencia
al conjunto como si fuese único y estable, pero nada
más lejos de la realidad. La verdad es que cada parte de
nuestro cuerpo tiene una microbiota distinta, que varía a
lo largo del tiempo, como te he contado antes. A partir
de ahora, ya no pensarás en la microbiota como un todo
homogéneo porque voy a enseñarte cómo es en detalle
en cada parte del cuerpo. No vas a verla igual que la ves
ahora y, por supuesto, sentirás que te hace mucha más
compañía.

La piel
El ser humano adulto tiene de media unos dos
metros cuadrados de piel, que varía muchísimo en su
composición química y humedad, lo que nos convierte
en un micromundo con ciudades aptas para varios tipos
de bacterias. Hay zonas más húmedas, como el interior
de la nariz, la axila o el ombligo, y otras más secas,
como las manos o las piernas. Otro ambiente se da en
zonas con un contenido en grasa alto, donde hay
muchas glándulas sebáceas que producen sebo; por
ejemplo, junto a la nariz, la parte posterior del cuero
cabelludo y la parte superior del pecho y la espalda,
zonas donde habitan bacterias que prefieren ambientes
más grasos por el tipo de metabolismo que realizan. En
algunos estudios se observaron hasta diecinueve filos
de bacterias, entre las que predominaban la
Actinobacteria, Firmicutes, Proteobacteria y
Bacteroidetes. En total, puede haber fácilmente un billón
de bacterias cubriendo toda nuestra piel, junto con miles
de virus, hongos y parásitos; pero no te agobies, porque
sabes que forman parte de nosotros.
Mucha gente se asusta con esto, sobre todo al
hablar de la microbiota de la piel, porque nos han metido
tanto en la cabeza lo de lavarse bien y usar gel
hidroalcohólico para evitar infecciones que ya hasta
tener bacterias u hongos buenos nos da asco, y es un
error. Por eso, es importante saber qué hacen ahí, cómo
son y cómo nos ayudan en nuestro día a día.
Existen dos tipos de microbiota en la piel: la
residente y la transitoria. La microbiota residente es la
que está siempre con nosotros y realmente es la primera
defensa frente a patógenos. Cuando se habla del
sistema inmunitario, suele hacerse referencia a la piel, a
las células, pero lo cierto es que encima de ellas ya
están las bacterias luchando con los patógenos que
llegan a la superficie. El lugar que ocupan en la piel, la
zona de anclaje, ya no la pueden usar los patógenos,
que tienen que irse en busca de un sitio mejor. Además,
estudios recientes han demostrado que no hay
microbiota solo en la capa exterior de la piel, sino que
también se encuentran bacterias en la dermis y en la
hipodermis.

La microbiota cutánea transitoria es aquella que


era peribioma, pero como ahora la llevas encima, pasa a
ser microbiota. Y esta no se queda de forma
permanente en la piel, sino que va variando a lo largo
del día en función de lo que hagamos y las condiciones
del entorno. Cuando te levantas, llevas contigo las
bacterias compartidas de la persona con la que
duermes, aunque probablemente elimines unas cuantas
después de lavarte la cara. Luego, cuando estás en el
trabajo, adquieres las que hay en ese ambiente por su
sequedad o por la presencia de otras personas, hasta
que vas al gimnasio y te pones a sudar y, con tal
cantidad de humedad, muchas desaparecen, pero
aparecen otras al secarte la cara con la toalla que
acabas de dejar donde apoyan el culo unos cuantos
compañeros del lugar.

Figura 9. Bacterias en la piel

Las bacterias que la componen son inofensivas en


su mayoría y se suelen alimentar de los restos mortales
de tus células de la piel; sin embargo, a veces aparece
alguna bacteria patógena oportunista y produce
enfermedades si tus defensas no están en todo su
esplendor. Una de las especies transitorias más
famosas es el Staphylococcus aureus, que muchos
estudios han relacionado con la dermatitis atópica.
Pero, entonces, ¿qué hacemos?, ¿nos lavamos
mucho para evitar las bacterias patógenas o no nos
lavamos tanto para preservar la microbiota? Es una
pregunta que yo también me he hecho mientras escribía
este libro, así que voy a intentar resolverla.
Lavarte mucho puede afectar a la capa de grasita
de la piel, donde las bacterias se sienten tan cómodas
que se anclan, y desequilibrar la microbiota cutánea.
Además, usar jabones con pH superior a 7 hace que las
bacterias de nuestra piel, acostumbradas a un pH más
bajo, se desestabilicen y favorece el crecimiento de
bacterias como la Staphylococcus aureus, mencionada
antes.

El uso de crema, tónicos, limpiadores,


desodorantes o antitranspirantes afecta a la
composición de las comunidades microbianas de la piel
y puede provocar una disbiosis, el desequilibrio de la
microbiota, que muchas veces se asocia a alteraciones
inflamatorias. Por todo ello, lo ideal es lo siguiente:

• Utilizar productos con pH adecuado para la piel, de


5,5 aproximadamente.

• No obsesionarse con desinfectantes o productos


antimicrobianos, al igual que no hay que abusar de
antibióticos orales.
• No lavarse cada dos por tres: con una vez al día es
suficiente para el cuerpo. La cara, como mucho
dos.
• Secar bien las zonas o pliegues que pueden retener
humedad, como las axilas o la parte entre los
dedos de los pies.

• Buscar una hidratación adecuada que no afecte al


equilibrio de la piel.
• Evitar exponerse mucho tiempo a rayos UV. Esto
también altera la microbiota y, obviamente, la piel.
La boca
La microbiota bucal tiene muy mala fama. Siempre
hablamos de las caries, de la placa y de todos los
problemas que tenemos cuando las bacterias de la boca
se ponen farrucas. La verdad es que la fama se la han
ganado a pulso, pero hay un grupo de bacterias
necesarias en la boca cuya existencia es importante
conocer.

La saliva tiene muchísimos nutrientes para las


bacterias, pero es tan líquida e inestable que no es un
buen lugar donde crecer y reproducirse. Además, en ese
cóctel también van incluidas una serie de sustancias
antimicrobianas, como la lisozima. Esta enzima, como si
fuera una tijera, se encarga de romper la pared de las
bacterias, lo que las mata al instante. Sin embargo, no
es suficiente para acabar con todas, pues la cantidad de
nutrientes que tenemos en la boca de los restos de
comida es tal que las bacterias hacen lo posible por vivir
ahí.
Como en el resto del cuerpo, en la boca tenemos
bacterias buenas y malas. Ya sabes que las buenas nos
ayudan a defendernos de las patógenas, lo que aún
cobra más importancia en un lugar como la boca, donde
entra de todo y puede servir de paso a una infección.
Cuando esta microbiota se trastoca, aparecen
problemas como caries, gingivitis o periodontitis,
causados principalmente por la presencia de bacterias
no tan deseadas, ya sea por cuestiones de higiene,
entorno o condición de salud. Este desequilibrio puede
venir dado por:
• Consumo repetido de alimentos ricos en azúcar.
• Falta de higiene oral.
• Consumo de alcohol y tabaco.
• Abuso de antibióticos o colutorios orales.
• Predisposición genética.
• Enfermedades, como la diabetes.
Esto hace que aparezcan las famosas caries, que
suelen ser provocadas por Streptococcus mutans, o
gingivitis, causada por Propionibacterium acidifaciens;
nombres muy sencillos de memorizar, por cierto. Los
habitantes más comunes y los que son saludables
pertenecen a los géneros Firmicutes y a Streptococcus;
aunque este último te suene a algo malo, no todas las
bacterias pertenecientes a este género lo son, así que
deja atrás tus prejuicios.

DATO CURIOSO
¿Cómo se forman las caries y por qué la
pasta de dientes funciona?
Se hacen miles y miles de empastes cada día
en todo el mundo por culpa de las bacterias de la
boca, pero no porque ellas quieran hacernos daño,
sino por su digestión. Cuando tenemos azúcares
en la boca de comer cochinadas dulces, las
bacterias de la placa los utilizan para alimentarse y,
como consecuencia, producen ácidos (igual que tú
produces malolientes heces y no lo haces porque
quieras contaminar). Estos ácidos atacan al
esmalte de los dientes, que, con la exposición
continua, se acaba fastidiando y se forma una
especie de hoyo, que es la caries.
La pasta de dientes evita que esto pase
porque el flúor (importante que lleve) interviene en
la descomposición de esos azúcares y reduce la
cantidad de ácido que se produce, además de
ayudar a la mineralización de la placa. Quizá
pensabas que mata bacterias, pero realmente la
concentración a la que se encuentra en la pasta de
dientes muchas bacterias no mata. Más bien lo
hacen los enjuagues bucales, que parecen creados
por el demonio, pues a veces también acaban con
células propias, por lo que no suelen ser muy
recomendables (y menos aún los más agresivos).

El intestino
La microbiota del intestino la conoces, seguro,
porque es la más famosa del mundo entero. En ella
habitan miles y miles de bacterias que ejercen un papel
superimportante en nuestra salud, y no solo en lo que
respecta a la digestión, sino también en el sistema
inmunitario y en el cerebro. Sí, sí, has leído bien, en el
cerebro. Pero, antes de contarte la rayada de conexión
intestino-cerebro-bacterias, voy a explicarte cómo es la
microbiota más alucinante de tu cuerpo.
El tubo digestivo está formado por el estómago, el
intestino delgado y el grueso, y como sabrás se encarga
de digerir y absorber todos los nutrientes para que sigas
viviendo y puedas leer este libro. Sin embargo, muchos
de los nutrientes que absorbemos no vienen
directamente de lo que comemos, sino que los produce
la microbiota del lugar. Cuando los alimentos llegan al
estómago, se convierten en una bola de comida, pero
también de bacterias ingeridas con ellos, que va
desplazándose a lo largo del tubo digestivo, donde se
encuentra distintas ciudades de microbiota, cada una
con una función y características propias, que en
conjunto forman las más de 100.000.000.000.000 de
células microbianas.
El estómago, con un pH superácido, lo pone muy
difícil para que crezca alguna bacteria, aunque hay
algunas capaces de sobrevivir en ese ambiente
aparentemente hostil, como las de los géneros
Proteobacteria, Bacteroidetes, Actinobacteria y
Fusobacterium. También existe una bacteria, demasiado
famosa últimamente, la Helicobacter pylori, capaz de
colonizarlo y provocar úlceras a las personas sensibles
a ella. Procede de la ingesta de alimentos crudos sin
lavar, como ensaladas o frutas, y las complicaciones
intestinales pueden ser graves, con un tratamiento de
hasta catorce pastillas diarias para erradicarla, así que,
por favor, limpia bien todo y, en la medida de lo posible,
evita las ensaladas preparadas.

Desde el estómago, el pH va haciéndose más


suave, menos ácido, hasta llegar al intestino delgado,
donde hay hasta diez millones de bacterias por cada
gramo de intestino. Si esto te parece ya mucha bacteria
para el cuerpo, agárrate, porque también contiene
enormes cantidades de células procariotas; podríamos
catalogarlo perfectamente como un superfermentador
vivo. Al final del intestino y en el contenido fecal puede
haber 100.000.000.000 de células bacterianas por
gramo, de las cuales el 99 % son Bacteroidetes y
especies grampositivas. Por tanto, como se te ocurra
otra vez pensar que nadie te acompaña, por favor, no te
olvides de las millonadas de bacterias que están contigo
para ayudarte en tu día a día. Qué majas, ¿no crees?
Y más majas te van a parecer cuando sepas que
producen vitamina B12 y K, ambas esenciales, pero
nosotros no podemos sintetizarlas, y además la B12 no
está presente en los vegetales. Si tienes mentalidad
biotecnológica, como yo, quizá hayas caído en que se
podrían utilizar en industria estas bacterias para producir
esta vitamina de forma artificial como complemento
alimenticio, pero de esto hablaremos más adelante.

Además, también son responsables de los gases y


las sustancias odoríferas, como dicen los científicos;
para que me entiendas, los pedos. Un adulto normal
expulsa diariamente varios cientos de mililitros de gases
intestinales, de los cuales la mitad son nitrógeno
procedente del aire ingerido y la otra mitad producto de
la fermentación de las bacterias, como el dióxido de
carbono. Dependiendo de la microbiota de cada cual, el
olor cambia, igual que lo hace su composición, de ahí
que seas capaz de reconocer los pedos de tu perro, de
tu hijo, de tu pareja o de la persona con la que más
tiempo pases en tu vida.
Cuando este conjunto de alimentos y bacterias
llega al final del tubo digestivo, la mayor parte del agua
ya se ha absorbido (en condiciones normales) y se
convierte en heces, de cuyo peso las bacterias
representan alrededor de un tercio. Así que, sí, cuando
mires tu caca, piensa que una tercera parte de eso son,
literalmente, bacterias. Estas bacterias que han sido
arrastradas hasta el váter son reemplazadas
continuamente por el crecimiento de otras, que se
generan entre una o dos generaciones al día. De media,
un cuerpo humano libera en las heces alrededor de
10.000.000.000.000 de bacterias, razón por la que los
baños son una fuente increíble de infección y por la que
tienes que cerrar la tapa cada vez que tires de la cadena
(como hemos explicado en el dato curioso «La
“peribiota”»).
En general, nuestro cuerpo está cubierto por
bacterias allá donde mires. Incluso las vías respiratorias
y los genitales tienen su propia microbiota, con un papel
importante, como todas las demás, aunque no vaya a
entrar en detalle. De hecho, hasta hace poco, se
pensaba que los pulmones eran prácticamente estériles
gracias a la acción de los macrófagos que allí patrullan,
pero se ha descubierto que, aunque pocas, también hay
bacterias que no son patógenas que habitan los
alveolos, como el Staphylococcus aureus o el
Streptococcus pneumoniae. Sin embargo, no he escrito
este libro solo para hablar de las enfermedades que
producen las bacterias, sino también de todo lo que
tienen que ofrecernos y lo importantes que son para
nuestra salud.

MICROBIOTA: MUCHO MÁS IMPORTANTE


PARA LA SALUD DE LO QUE SE CREE
Hace unos años, había muchas dudas sobre la
relación de la microbiota con la salud, pues apenas se
contaba con pruebas científicas, ya que no se podía
investigar en condiciones, tanto por la falta de interés
como de medios. Se sabía que la microbiota intestinal
tenía un papel importante en las diarreas, pero poco
más con suficiente contundencia.
En los últimos años, la investigación sobre
microbiota ha crecido exponencialmente desde que se
llevó a cabo el Proyecto Microbioma Humano en el
mundo, impulsado por Estados Unidos, gracias al cual
se descubrieron las bacterias presentes en muchas de
las zonas del cuerpo y las diferencias entre poblaciones.
Con esta información, los científicos empezaron a
trabajar a fin de averiguar cuál es el papel que cumplen
y cómo podría afectar a la salud su alteración.

Hoy se sabe que un desequilibrio en la microbiota,


una disbiosis, promueve o facilita la aparición de ciertas
enfermedades o condiciones de salud, por lo que se
plantea modificarla o manipularla. De esta idea
surgieron los prebióticos y los probióticos, y en última
instancia los posbióticos. Creo que hay un poco de lío
con tanta oferta e información, así que pongamos los
puntos sobre las íes.
Los prebióticos son las sustancias que comen las
bacterias. Aunque se vendan como suplementos
alimenticios, podemos obtenerlos mediante la dieta,
sobre todo de alimentos ricos en fibras como frutas y
verduras. Algunas veces, los prebióticos vienen junto
con probióticos, que son las propias bacterias. Por
ejemplo, en un yogur normal (no de ninguna marca
concreta ni con ningún nombre especial) hay
Lactobacillus, que se consideran probióticos, bacterias
beneficiosas para nuestra salud capaces de colonizar
nuestro intestino. De hecho, hay estudios en los que se
ha observado que, junto con otras bacterias, pueden
producir sustancias tóxicas e incómodas para algunas
bacterias, como Clostridium difficile, una de las más
folloneras que hay, pues prácticamente es resistente a
todo y sus infecciones son complicadas de combatir.
Los probióticos pueden comprarse para mil cosas:
para la salud bucal o vaginal, para la piel, para la
digestión e incluso para infecciones urinarias, pero aquí
hay un problema. Hay tantas cepas distintas y tanta
investigación de bacterias que no hay pruebas
científicas sólidas, porque cada uno se centra en una
bacteria y realiza estudios clínicos únicos y sencillos
cuyos resultados no pueden contrastarse si no los repite
nadie. Por ello, podríamos decir que hay pruebas de la
eficacia de algunos probióticos, pero muy pocos, en
comparación con la oferta que hay en el mercado. Estos
están enfocados, sobre todo, a casos en los que el
desequilibrio viene dado por una enfermedad, una
intervención o el uso de antibióticos. Porque, claro, la
mayoría de ellos son de amplio espectro y actúan sobre
el mecanismo básico de cualquier bacteria, por lo que
no son capaces de distinguir entre las buenas y las
malas. Por ello, cuando te recomienden tomar algún
probiótico tras un tratamiento con antibióticos (nunca
durante, porque matarías todas las bacterias), hazlo:
será muy beneficioso para ti.
Por último, me gustaría destacar que no todos los
probióticos valen para cualquier cosa, sino que es
importante elegir la cepa en función de tus necesidades;
de ahí nace la medicina de precisión, que está en auge
ahora mismo. Lo que se pretende es conocer la
microbiota base del paciente y, según las pruebas
científicas del momento, aplicar el tratamiento
combinado de antibiótico y probiótico más favorable. De
esta forma, se ha observado que el porcentaje de éxito
es mayor en algunas enfermedades, como meningitis u
otro tipo de infecciones, pero aún está en desarrollo.

Otro producto que está empezando a hacerse un


hueco en el mercado son los posbióticos, que se llaman
así porque son los microorganismos restantes después
de matar a los probióticos; es decir, las moléculas que
quedan cuando las bacterias mueren y se deshacen. Su
función aún es dudosa, pero parece ser que benefician a
la microbiota natural. Un ejemplo de esto son los
famosos chicles del Mercadona que se pusieron de
moda porque decían que ayudaban a adelgazar. Se
basaban en que las personas que consumieron restos
biológicos de unos probióticos habían perdido peso
durante un ensayo clínico (para mí, no muy contundente
científicamente hablando). No sé muy bien si se llegó a
probar en el formato chicle, pero dudo mucho de su
eficacia.

Este es un mercado muy amplio que cada día


crece más y hay que estar al loro porque no todo es
eficaz ni útil. El aumento del interés en estudiar todas
estas bacterias y por intentar manejar nuestra microbiota
con estos productos también nació al descubrir
conexiones entre la microbiota y órganos que no
esperábamos tener conectados, como el cerebro.

Figura 10. El eje intestino-cerebro

El estudio del eje intestino-cerebro ha sido un área


de investigación muy exprimida en los últimos años
debido a las pruebas que sugieren que hay relación
entre lo que ocurre en el intestino y en el cerebro. Y no
solo hablo de lo típico de sentir nervios en el estómago o
las mariposas del enamoramiento, esto llega mucho
más lejos.
Existen pruebas que indican que el tratamiento con
probióticos en animales de experimentación y en
humanos activa neuronas en el nervio vago, una de las
conexiones más importantes entre ambos órganos.
Además, el tratamiento con antibióticos también produce
cambios en el sistema nervioso asociados a un
neurotransmisor. Los neurotransmisores son las
moléculas a través de las cuales se comunican las
neuronas, como lo son las palabras o los gestos para
nosotros.
Es importante que sepas que la comunicación no
va solo del cerebro al intestino, sino también al revés,
mediante moléculas como el ácido gamma-
aminobutírico (GABA), un neurotransmisor producido
por las bacterias en nuestro intestino, o la serotonina,
que seguro que te suena mucho más. Es curioso,
porque hay estudios en los que se ha observado que en
personas con trastornos como depresión y ansiedad
existe una sobreabundancia de bacterias que causan
inflamación intestinal, como las del género Desulfovibrio
o la familia Enterobacteriaceae. Esto sugiere que
podrían utilizarse como marcadores o que incluso
podrían estar relacionadas con estos trastornos. De ser
cierto esto último (que aún queda mucho por investigar),
podrían plantearse terapias complementadas con
probióticos para restablecer esa población
desequilibrada en casos de trastornos como depresión o
ansiedad.

Hay un caso muy particular sobre el que se está


trabajando en los últimos años: el párkinson. El
tratamiento suele ser con la molécula levodopa (L-
Dopa), que puede mejorar los síntomas, pero en
muchos pacientes esta no llega de forma funcional a las
células que debería. Y, ojo, porque al parecer esto se
debe a que ciertas bacterias intestinales son capaces de
transformar esa molécula en dopamina, inservible para
tratar esta enfermedad, por lo que al intestino no llega la
dosis de levodopa adecuada.
Para solucionar esto, se están desarrollando
medicamentos que bloquean la transformación en
dopamina de la L-Dopa para que así llegue mayor
cantidad de esta molécula a las células. Es uno de los
fármacos dirigidos directamente a la microbiota que se
están investigando hoy en día y, quién sabe, quizá sea
el primer paso para solucionar muchos tratamientos
cuando no funcionan con algunos pacientes.

Justo en esta dirección va la medicina de precisión,


que no solo pretende aportar los probióticos necesarios
cuando hay un desequilibrio, sino también utilizar la
microbiota como marcadores de ciertas enfermedades
o, incluso, adaptar la dosis de fármacos que pueden ser
metabolizados por la microbiota. Porque no tenemos
que olvidar que la microbiota intestinal es prácticamente
otro intestino y la de cada persona es única, así que
quizá yo tenga bacterias que metabolizan un fármaco de
una forma determinada, mientras que otra persona no lo
metabolice, lo que podría resultar en un tratamiento
fallido.

Otro ejemplo que me llama mucho la atención es la


relación entre nuestra microbiota intestinal y la alopecia.
Al igual que encontramos una conexión intestino-
cerebro, también existe con la piel. En un modelo de
ratón (que es como empiezan todas las investigaciones),
se observó una reacción de alopecia cuando presentaba
un desequilibrio en la microbiota intestinal y había un
exceso de la bacteria Lactobacillus murinus, capaz de
degradar la biotina y metabolizarla.
Esta molécula, que se obtiene a través de la
ingesta, cumple un papel fundamental en la salud capilar
y en el desarrollo de la alopecia. Cuando hay un exceso
de bacterias que destruyen la biotina, llega menos
cantidad a la piel y la alopecia se desarrolla más
rápidamente. No la provoca al cien por cien, pero sí que
promueve que ocurra más deprisa y con mayor
intensidad, según los estudios.

DATO CURIOSO
Si me dices qué bacterias tienes en la piel,
te digo cuántos años tienes
Hace poco, en un estudio, se aprovechó todo
el subidón de la inteligencia artificial para
comprobar si se puede predecir la edad de una
persona analizando su microbiota. La microbiota
intestinal fue el que más errores tuvo, ya que la
aproximación fallaba en once años. Sin embargo,
la microbiota de la piel parecía ser una buena
opción porque solo fallaba en 3,8 años. Así, esta
podría ser una herramienta útil y bastante barata
para aproximar la edad en casos de investigación
policial de crímenes o cuando alguien no conoce
su edad por ciertas circunstancias. Eso sí, es algo
que se ha hecho de forma puntual y se debería
estandarizar en todas las poblaciones del mundo,
pues la microbiota de una persona del norte de
China no es igual que la de una que vive en la
Patagonia. Esto puede llevar su tiempo, pero estoy
segura de que, con el interés que hay ahora mismo
en la microbiota, se podría hacer realidad en
cuestión de unos pocos años.

Las bacterias (buenas) en el hospital


Aunque no lo creas, puede haber bacterias buenas
en un hospital. No te voy a mentir, son minoría y se
utilizan desde hace muy poco tiempo y en contadas
ocasiones, pero, haberlas, las hay.
Pero empecemos por el principio. En los hospitales
hay una bacteria que se mueve como Pedro por su
casa: Clostridium difficile, una de las más problemáticas
y complicadas de eliminar. Cuando se produce una
infección por esta bacteria, suele estar asociada a un
procedimiento hospitalario, como una operación o un
ingreso por causas ajenas. Su presencia en los
hospitales no se debe a que le guste el ambiente o
porque quiera ejercer de enfermera; en realidad, se
instaura allí por su multirresistencia, pues hay cepas que
son resistentes a prácticamente cualquier antibiótico,
aunque hablaré de esto en otro capítulo.
Cuando se produce una infección por Clostridium
difficile, el paciente sufre fuertes diarreas e inflamación
intestinal y, si no se trata a tiempo, puede resultar
mortal. Según el Centro para el Control y Prevención de
Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), en
Estados Unidos hay hasta veintinueve mil muertes al
año por esta infección. Encima, uno de cada seis
pacientes que se salva sufre de nuevo la infección entre
dos y ocho semanas después de superar la primera. Si
a todo esto le sumamos la resistencia a la mayoría de
los antibióticos (por no decir todos), tenemos un
problema muy gordo que solucionar, y las bacterias nos
pueden ayudar a ello.
Se ha observado que esta bacteria trastoca
muchísimo la microbiota intestinal, como cuando llega a
tu barrio un vecino problemático. Esto da pistas de que,
probablemente, en condiciones normales, la microbiota
natural desempeña un papel protector frente a la
infección que causa. Además, Clostridium difficile
aprovecha la oportunidad cuando tomamos antibióticos,
pues estos se cargan a la mayor parte de nuestras
amigas en el intestino, lo que hace que sea el momento
idóneo para que se instaure allí.

Cuando los médicos intentan eliminarla con


antibióticos y la infección reaparece tras dos o tres
tratamientos, las guías de algunos hospitales, como el
Virgen del Rocío de Sevilla, ya tienen instaurada la
posibilidad de hacer un trasplante de heces. Así es:
coger caca de una persona sana, procesarla e insertarla
en el paciente. Suena fatal, lo sé, pero la idea no es
mala, teniendo en cuenta que esta bacteria patógena
aprovecha el desequilibrio de la microbiota para infectar,
mientras que, en teoría, si esta está bien, no lo hace con
tanta facilidad. Pues se cogen las bacterias de una
persona sana y se administran a otra para que repueble
su intestino, cuyo poder tiene en ese momento la
bacteria patógena.
La estrategia que más éxito ha tenido ha sido,
primero, administrar antibióticos para eliminar a
Clostridium difficile y, después, recuperar la microbiota
normal a través de un trasplante de microbiota fecal.
Eso sí, la elección del donante de heces es crucial,
porque no todos tenemos una buena microbiota. El
procedimiento es muy sencillo: de una muestra de
heces, se extraen las bacterias en el laboratorio, se
cultivan para que aumenten en número y se prepara una
cápsula enriquecida en bacterias sanas, aunque
también se puede administrar mediante colonoscopia o
sondas nasogástricas o nasales.
Quizá pienses que es una asquerosidad y que eso
no te lo harías ni de coña, pero, créeme, cuando estás a
punto de morir por una bacteria y ya apenas puedes
comer ni moverte, te da igual lo que te den si eso
soluciona tu problema. Piensa que no es la caca tal cual,
con todos los desechos, sino que los científicos extraen
las bacterias, las cultivan en medios limpios y estas son
lo único que llega, nada más.

Los estudios han demostrado que, en infecciones


recurrentes, con este trasplante el 79 % de los pacientes
no vuelve a sufrir la infección, un superdato con una
bacteria patógena de este calibre. Sin embargo, existe
cierta preocupación, pues varios informes han
documentado la transmisión de una cepa
multirresistente de E. coli al hacer un trasplante fecal. Es
decir, se consiguió eliminar la Clostridium difficile, pero
se transmitió otra bacteria que también ocasiona
problemas, y encima multirresistente.
Aquí el problema es que es algo muy novedoso y
aún falta establecer controles de calidad y métodos para
elegir al donante. Si seleccionamos a una persona que
en teoría está sana, pero tiene cepas de bacterias
multirresistentes, la verdad es que no solucionaremos
nada. Todo esto está en investigación y los casos reales
aportarán mucha información para no volver a caer en el
mismo error en el futuro.
Porque al final la investigación es eso: ensayo y
error. Aunque lo ideal no sea que esto tenga que
ocurrirles a los pacientes, no se puede hacer de otra
forma. Sin duda, todo el mundo de la microbiota está en
expansión, así que muy pronto tendremos herramientas
y tratamientos basados en ella en los hospitales y la
consideraremos prácticamente un órgano más de
nuestro templo.
A estas alturas del libro, quizá ya no te sorprenda
saber qué más son capaces de aportarnos las bacterias
a los seres humanos; no es solo lo que hacen en
nuestro cuerpo como parte de la microbiota, es mucho
más que eso. Es fascinante que ese micromundo,
invisible a nuestros ojos, desempeñe un papel tan
importante, a pesar de la reputación que tienen las
bacterias, que suelen considerarse las malas de la
película (igual que los científicos y las científicas en el
cine). En este capítulo nos sumergiremos en el
extraordinario mundo de los laboratorios y en el uso de
estos microorganismos como herramienta de
investigación. Te aseguro que te sorprenderá saber todo
lo que nos han aportado las bacterias y lo que nos
siguen aportando.

A lo largo de la historia, las bacterias se han visto


como agentes infecciosos de los que se debía huir. Sin
embargo, con el paso de los años, se empezó a
entender que con ellas podían hacerse auténticas
maravillas y hubo una revolución en el ámbito
farmacéutico a unos niveles nunca imaginados. Desde
la penicilina de Alexander Fleming hasta las terapias
biotecnológicas de hoy en día, las bacterias se han
convertido en auténticas fábricas de conocimiento y
fármacos, y gracias a ellas se han salvado millones de
vidas (de la mano de un ser humano siempre, claro).
Prepárate para sumergirte en el alucinante
universo de las bacterias, donde lo invisible se vuelve
visible y lo diminuto se magnifica en su importancia para
la vida.
EL PAPEL DE LAS BACTERIAS EN LA
INVESTIGACIÓN
¡Uf! No te puedes imaginar los recuerdos que me
trae esto. Durante mi trabajo de fin de grado, estuve
trabajando con litros y litros de bacterias con el fin de
fabricar una proteína recombinante para ponerla en una
vacuna destinada a peces. Suena a algo muy pro, pero
me dedicaba a hacer crecer bacterias en botellas de
medio litro y luego las metía en una centrifugadora,
después en otro tubo y así infinitamente hasta obtener
cuatro pelás de una proteína que no sabía muy bien si
iba a funcionar. La vida de una científica es un poco así.

Recuerdo que el olor no era muy agradable y que


crecían mogollón cada día, haciendo que el medio de
cultivo se pusiera turbio superrápido. Allí fue la primera
vez que aprecié lo que las bacterias eran capaces de
hacer con nuestra ayuda y hasta dónde podíamos llegar
con eso.

Alrededor de 1970, encontramos un ejemplo del


primer uso de las bacterias en investigación (que no
estuviera relacionado con los antibióticos). Werner
Arber, Daniel Nathans y Hamilton Smith, en un estudio
sobre cómo se defendían las bacterias de sus
patógenos, los virus, descubrieron unas enzimas que
cortaban el ADN, ahora conocidas como «enzimas de
restricción». Estas proteínas cortan el ADN por
secuencias específicas, como una especie de tijeras
moleculares.
Este hallazgo fue fundamental para desarrollar la
tecnología del ADN recombinante, que permitió a la
comunidad científica manipular genes y modificarlos, no
los de los humanos, sino los de distintas células en el
laboratorio para investigar las células de humanos,
animales, bacterias, virus y un sinfín de posibilidades.
Estas enzimas se han convertido en herramientas
claves para cortar trocitos de ADN y pegarlo, haciendo
posible la ingeniería genética y la creación de
organismos modificados genéticamente.
Así, mientras ellas hacían su trabajo habitual contra
las infecciones virales, proporcionaron a la comunidad
científica herramientas cruciales que transformaron la
biología molecular y la investigación genética.

Hoy en día, las bacterias se utilizan muchísimo en


el mundo entero en todo tipo de investigaciones, tanto
para conocer lo más básico sobre ellas como para
emplearlas como terapia. En este libro no cabrían todas
las posibilidades, pero te voy a contar las que considero
más relevantes para que nunca más pienses mal de
estos microorganismos.

Estudio de procesos biológicos básicos


Tienes que imaginarte las bacterias como
pequeñas células supersencillas que tienen dentro lo
básico para sobrevivir. Evidentemente, no son iguales
que las nuestras, pero tienen muchísimas cosas en
común; así, podemos sacar información y entender
cómo funcionan. El conocimiento básico nos da
herramientas para investigar enfermedades, procesos
infecciosos y tratamientos que, sin él, sería imposible.
Muchas veces, se desmerece la investigación
básica: sale muy poco en los telediarios, nadie habla de
ella e incluso los propios científicos tachan a los
investigadores básicos de personas que no buscan la
aplicabilidad. No obstante, si no sabemos cómo es el
mecanismo por el cual una célula genera energía, nunca
sabremos cómo atajar el problema cuando falle en
algunas personas. Si no sabemos cuál es el mecanismo
por el cual una bacteria se defiende de un fármaco,
nunca podremos diseñar otro para el que no lo haga.

La investigación básica no se llama así porque sea


fácil o sencilla, sino porque es fundamental para que el
conocimiento científico avance. Y en este ámbito ha
tenido muchísimo que ver la utilización de bacterias por
su sencillez y por el gran abanico que hay: capaces de
soportar grandes presiones, altas temperaturas,
ambientes sin oxígeno, ambientes con más o menos
humedad, etc. Todo eso nos aporta mucha información
que puede aplicarse a un montón de ámbitos, desde la
salud hasta la ingeniería de materiales.

Uno de los descubrimientos más importantes en


investigación básica fue la replicación del ADN, ese
proceso por el cual nuestras células multiplican el ADN
antes de dividirse en dos y, por lo tanto, multiplicarse en
número. Sí, aunque los matemáticos no lo entenderían,
las células son capaces de multiplicarse y dividirse a la
vez. Además, cuando estaban metidos en este meollo,
también descubrieron cómo se expresaban los genes y
que algunos de ellos se regulan y se transcriben como
un equipo, que denominaron «operones». Esto permitió
comprender mucho mejor la regulación de los genes y
de su expresión para dar lugar a distintas proteínas.

Otro descubrimiento supertop fue el del ARN


mensajero (ARNm), que, aunque no uses redes sociales
o no veas la tele, fue un concepto que debió de llegarte
de alguna manera durante la pandemia. En la década de
los sesenta, François Jacob y Sydney Brenner estaban
estudiando la E. coli y, con sus experimentaciones,
observaron que la forma que tenían las células de hacer
real lo que ponía en el ADN era a través de una
molécula intermediaria que sirviera de traductora a las
enzimas fabricantes de proteínas.

Este descubrimiento marcó un antes y un después


en la investigación de la biología molecular, pues se
entendió mucho mejor el proceso de expresión de genes
y se estableció una de las bases de la genética. Estoy
segura de que ellos no imaginaban que la molécula que
hallaron serviría como tratamiento y sería la salvación
de millones de personas en una pandemia mundial, pero
sin duda hemos vivido un cambio de paradigma en el
ámbito de los fármacos y la terapia génica, aunque esto
da para otro libro.

Hoy en día, las bacterias siguen utilizándose como


modelos para seguir investigando todas esas reacciones
químicas que ocurren en los seres vivos, ya que se
pueden modificar de forma muy sencilla genéticamente
y recrear aquello que se quiere investigar no solo a nivel
genético, sino también en lo referente al metabolismo,
las proteínas o la comunicación celular.
Las bacterias y la biotecnología
¿La biotecno… qué?

La pregunta que más me han hecho en la vida. Y


quizá tú también te la acabes de hacer ahora mismo.

La biotecnología es la ciencia que busca


aprovechar lo que nos da la naturaleza para mejorar la
vida de personas, animales y medioambiente. En la
naturaleza, hay moléculas, mecanismos y un sinfín de
cosas que podemos transformar para adaptarlas a
nuestras necesidades. No hablo de transformar la
naturaleza, sino de inspirarnos en ella. Por ejemplo,
saber cómo es capaz una bacteria de fabricar una
proteína con el objetivo de utilizar esa herramienta para
producir otra que salve vidas o conocer cómo es capaz
de sobrevivir un pez a temperaturas por debajo de cero
grados centígrados e intentar aplicarlo a las plantas que
sufren problemas de congelación en invierno.

La biotecnología también puede utilizarse para


curar enfermedades genéticas con las herramientas que
utilizan las bacterias para modificar el ADN, como las
repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y
regularmente interespaciadas (CRISPR, por sus siglas
en inglés), que para mí es el descubrimiento estrella y
una de las maravillas más alucinantes que nos han
regalado las bacterias. No obstante, ya sabes que, sin
un ojo humano, sería imposible descubrir nada. En este
caso, el ojo humano fue el del español Francis Mojica,
junto con su equipo.
Es muy fuerte: como miles de científicos, él
investigaba las bacterias y las arqueas y, al recopilar la
información de varios descubrimientos años atrás, le
llamó la atención una repetición de secuencias en el
ADN. Resultó que esos fragmentos venían de virus que
habían infectado alguna vez a esas células. Tras mucha
experimentación, averiguó que se trataba de un sistema
de defensa frente a los virus. Estas secuencias tenían
su origen en un grupo de proteínas que cortaban y
pegaban el ADN, pero de forma mucho más precisa que
las enzimas de restricción, de las que te he hablado
antes. Esto se publicó en 2005 y, gracias al avance de
otros científicos de todo el mundo, paso a paso,
experimento a experimento, hoy se plantea como una
herramienta para corregir errores genéticos que
provocan enfermedades. Este descubrimiento les valió a
Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna el Premio
Nobel de Química del año 2020, aunque son muchos los
que no están de acuerdo con su concesión (sobre todo
españoles) porque, en realidad, el descubridor del
mecanismo fue Mojica, aunque no de su aplicación.
Un regalo de la naturaleza, en este caso de las
bacterias, que, gracias a la biotecnología, se ha
transformado en una herramienta que soluciona
problemas a todos los niveles: permite crear en
laboratorios modelos antes imposibles de
enfermedades, estudiar nuevos fármacos o producir
organismos modificados genéticamente con mayor
precisión. Un ejemplo lo tenemos en Estados Unidos,
donde ya existen champiñones que duran más tiempo
gracias a una pequeña edición genética, aunque en
Europa aún no hemos llegado ahí.

También se está intentando tratar enfermedades


con CRISPR, sobre todo el cáncer o las provocadas por
defectos genéticos en un único gen, como la distrofia
muscular de Duchenne. Esto está en proceso de
investigación y quedan varios años para ver resultados.

Ahora te voy a hablar de los plásmidos, que no son


tan famosos como el CRISPR, pero son los reyes de la
edición genética. En este punto del libro, ya deberías
saber qué es un plásmido, después de la tremenda
descripción de las bacterias de los primeros capítulos,
pero seguramente no imaginas su versatilidad en
investigación. En las cocinas de los laboratorios son
muy comunes y una de las herramientas que está
permitiendo que la biotecnología se aplique en cientos
de ramas distintas.

Estos pequeños anillos de ADN cargados de


información variada son muy útiles para las bacterias en
casos de resistencia a antibióticos, pero, al igual que
ellas se transfieren esa información, los humanos hemos
aprendido a transferir la información que nosotros
queramos a esos fragmentos de ADN. Y aquí entran en
juego esas enzimas de corta/pega que se descubrieron
en los años sesenta, de las que yo he disfrutado en el
laboratorio.

Esto que te voy a explicar es biotecnología pura y


dura, pero te voy a poner un ejemplo sencillo. Imagínate
que quieres investigar cómo afecta una proteína a la
supervivencia de un virus para un posible tratamiento
antiviral. Sabes cuál es la proteína, tienes el virus en tu
laboratorio, pero ¿cómo podrías fabricar esa proteína si
en la naturaleza se produce en el semen de salmón?
Una forma de hacerlo es utilizando la bacteria
como fábrica. Ten en cuenta que se multiplican
superrápido y en cuestión de veinticuatro horas puedes
tener una botella de medio litro llena de millones de
ellas. Pero, para que la fábrica funcione y sus operarios
puedan crear aquello que tú deseas, necesitan
instrucciones, y aquí es donde entran en juego los
plásmidos. En los laboratorios, disponemos de ellos en
pequeños tubos que se compran de forma comercial,
con tantas opciones como imagines: de distintos
tamaños, con secuencias para marcar las bacterias con
colores y seleccionarlas para producir proteínas y para
mil cosas distintas.

DATO CURIOSO
El descubrimiento del ADN en muestras
raras
No te asustes: la comunidad científica busca
moléculas hasta debajo de las piedras, de modo
que investigar el semen del salmón no es tan raro,
y encima gracias a una de estas muestras se
descubrió el ADN. Fue uno de los logros más
importantes para la ciencia y se le atribuye a
Friedrich Miescher en 1869, quien encontró dicha
molécula experimentando con esperma de salmón
y el pus de unos vendajes, una fusión un poco
extraña, pero sería lo que tendría el señor a mano
en ese momento. En realidad, no dijo «esto es el
ADN, tiene esta información y sirve para esto»,
pero estableció las bases para que sus sucesores
siguieran dando pasos.
Fue la primera persona que consiguió separar
los núcleos de las células del resto, que denominó
«nucleínas», y observó que ahí se encontraba un
material distinto rico en fósforo, información que
utilizaría Richard Altmann para identificarlo como
ácidos nucleicos. Y veinte años después ya se
identificaron los cuatro componentes de forma más
detallada y se observó que tenían un orden
determinado. Pero eso, que sí: el origen del
descubrimiento del ADN está en unas cuantas
vendas llenas de pus y en el semen del salmón.

Con esos plásmidos diseñados por empresas, pero


cuyo origen está en las bacterias, nosotros utilizamos
las enzimas de corta/pega y metemos la secuencia del
gen que nos interese, que también se puede mandar
hacer. Buscas en la base de datos la secuencia del gen
que produce la proteína que te interesa, la copias y la
envías a la empresa encargada de ello, y ella te envía
un tubo con varias copias de esa secuencia. Mezclas el
plásmido y esos trozos en un tubo con las enzimas
encargadas de cortar y pegar y, en cuestión de minutos,
tienes tus anillos perfectamente montados y listos para
entrar en una bacteria y ponerse a trabajar.
Figura 11. El plásmido y la clonación de genes

El proceso por el cual se mete un plásmido con un


gen de interés en una célula, en este caso una bacteria,
se llama «clonación» y es fundamental para producir
decenas de moléculas hoy en día. Una vez que la
bacteria tiene el plásmido en su interior, se va a dedicar
a producir como una loca la proteína cuyas instrucciones
le has dado y a dividirse, y sus hijas también tendrán
ese plásmido y seguirán produciendo, y en cuestión de
horas tendrás la cantidad suficiente para poder
purificarla y tratar tus virus.

Es una herramienta rápida, barata y muy útil en


investigación en casos de organismos genéticamente
modificados y de transgénicos. Y aquí viene un temazo
del que no voy a hablar mucho, pero me gustaría
destacar el gran avance científico que supone y lo poco
que se está aprovechando en países como el nuestro.
Los transgénicos pueden solucionar muchos de los
problemas que tenemos hoy en día y, con una buena
regulación (que la podría haber), son perfectamente
seguros. Al fin y al cabo, consiste en meter un minitrozo
de ADN en otro organismo para que adquiera una
función: que no se muera cuando hace frío, que sea
resistente a la sequía o que produzca una vitamina de la
cual hay deficiencia en una población.

OJO: NO ES LO MISMO TRANSGÉNICO QUE


ORGANISMO MODIFICADO GENÉTICAMENTE
Aunque pueda parecerlo. Cuando hablamos de un
organismo modificado genéticamente, puede consistir
en uno al que se le haya eliminado un gen o de una
mutación generada a propósito con el fin de eliminar
alguna de sus funciones o modificarla. En estos casos,
no se inserta ningún gen de otro organismo. Sin
embargo, en los transgénicos sí: se caracterizan por
tener genes de otros organismos.
Por lo tanto, un organismo modificado
genéticamente no tiene por qué ser un transgénico, pero
un transgénico sí que es un organismo modificado
genéticamente. Espero no haberte liado más con la
explicación.

Lo mejor de todo es que, a pesar de que en


muchos países no está permitido, se compra producto
modificado genéticamente del extranjero y se consume
con normalidad, así que no entiendo muy bien la
finalidad de las prohibiciones.
Dejando este tema, los plásmidos también son muy
útiles en la investigación de enfermedades, porque
gracias a ellos conocemos cómo se expresan los genes
o, si el estudio es en bacterias, cómo afecta una
mutación de una enfermedad hereditaria a la estructura
de la proteína. También sirven como herramientas de la
propia experimentación; por ejemplo, para seleccionar
las células que deseamos. Los plásmidos pueden llevar
unas secuencias que marcan con colores o
fluorescencia aquellas células que se han clonado
adecuadamente, es decir, toda célula que contenga el
plásmido con la información que queremos se verá de
color verde, por ejemplo; de esta forma, nos
aseguramos de que lo que estamos analizando son las
células que queremos.
Los plásmidos son tan versátiles que es imposible
abarcar aquí todos sus usos. Lo más importante es que
te quedes con la idea de que actualmente las bacterias
son una de las herramientas más potentes en
investigación y se utilizan para mejorar la vida de las
personas, las plantas y los animales (normalmente).

Terapia bacteriana y probióticos


Que las bacterias sean una herramienta para la
investigación y que sirvan para tratar enfermedades se
entiende bien, pero ¿y si te digo que además sirven de
terapia en enfermedades como el cáncer?

Esto es muy fuerte, pero es real. Hoy en día, se


está planteando la idea de utilizar las bacterias para
ayudar a aniquilar un tumor o para detectarlo. En el
primer caso, se aprovecha que muchas de ellas son
capaces de vivir en presencia y ausencia de oxígeno en
función de su disponibilidad. Cuando se tiene un tumor,
no hay mucho oxígeno disponible porque este se lo
traga todo debido a su ritmo de crecimiento, así que las
bacterias podrían dirigirse a ese lugar en busca de una
zona menos competitiva y, con una modificación
genética, activar una respuesta inmunológica localizada
o moléculas tóxicas para las células tumorales.
Como te he dicho, las bacterias también pueden
ayudar a detectar un tumor. Hace poco, se publicó un
artículo sobre la modificación de una bacteria que
detectaba fragmentos de material genético de células
cancerígenas. Esto es posible gracias a la comunicación
que tienen estos microorganismos entre sí: se
intercambian ADN y lo detectan. Así, tras captar las
bacterias el ADN, podríamos analizarlas para comprobar
si está presente ese material genético. Y lo mejor es que
no sería un procedimiento invasivo, pues consistiría en
una pastilla, como un probiótico, que después se
detectaría en una muestra simple de heces. Es decir,
soltamos las bacterias en el cuerpo, captan ese ADN y,
cuando salen, las recogemos y las analizamos. Esto es
algo que está en investigación, pero sin duda sería un
puntazo en casos de cáncer difíciles de detectar.

Otro uso superguay de las bacterias es servir como


vehículos para administrar medicamentos; esto es,
modificarlas de tal forma que vayan donde queremos y
que ellas mismas fabriquen los fármacos gracias a toda
la ingeniería genética de la que te he hablado antes.
Sería como tener una fábrica de fármacos continua en el
cuerpo. Sin embargo, esto supone muchas
complicaciones de seguridad, puesto que, como ya
sabes, las bacterias evolucionan muy rápido y podría
perderse un poquito el control de lo que está pasando.
Y, por supuesto, están los probióticos, bacterias
vivas utilizadas para regular el equilibrio de nuestra
microbiota. Como ya sabes, no existe solo una en una
zona del cuerpo, por lo que las enfermedades
abarcables serían muchas. Cada vez hay más pruebas
de la correlación entre la microbiota y ciertas
enfermedades, aunque aún no se sabe muy bien en
algunos casos si es consecuencia o causa. Aun así, se
está investigando su uso para tratar trastornos
dermatológicos, como el acné, enfermedades
inflamatorias del intestino, como el Crohn, e incluso
enfermedades o trastornos neurológicos, por esa
conexión microbiota-cerebro de la que te he hablado en
el capítulo anterior.

Seguramente también hayas pensado en la


resistencia a los antibióticos. Más adelante encontrarás
un capítulo dedicado solo a ello en el que te contaré con
mucho más detalle cómo pueden ayudar las bacterias a
luchar contra sus compañeras y acabar con infecciones
complicadas; eso sí, con la ayuda de los científicos.

BACTERIAS COMO FÁBRICAS DE


MOLÉCULAS PARA LA VIDA
Puede que el título me haya quedado demasiado
romántico, pero verás que es así. Desde que los
investigadores se dieron cuenta del potencial de las
bacterias, han intentado utilizarlas para producir aquello
que por síntesis química es imposible o resulta
sumamente caro, pues son auténticas fábricas. No
obstante, si bien en una fábrica normal el diseñador y el
jefe conocen cada una de las máquinas, los
trabajadores y los procesos, en estas solo puedes
hacerte una idea de lo que ocurre en ellas, pero al
dedillo no lo sabes, lo que hace que todo sea mucho
más complicado.

Aun así, hoy en día se producen muchas moléculas


básicas para la vida de millones de personas de forma
segura y muy eficaz en grandes fábricas de bacterias.
No sé cómo pensarás que son, así que voy a tratar de
que entiendas lo que encontrarías en una de ellas.

Primero de todo, tienes que imaginarte grandes


naves, como las de una fábrica de cerveza, con
enormes tanques uno al lado del otro cuya temperatura,
presión y humedad son controladas veinticuatro horas al
día. En ellos, hay bacterias flotando en un líquido rico en
los nutrientes ideales para ellas, como si de un banquete
se tratase. Miles de millones de unidades de bacterias
creciendo y multiplicándose a la vez que van fabricando
aquello que deseamos.
El producto pueden liberarlo las bacterias, por lo
que solo habría que separar el medio de ellas y
purificarlo, o puede quedarse en el interior de las células
cuando se produce, en cuyo caso el procedimiento es
un poco más complejo: se separa el líquido de las
bacterias y estas se tratan con sustancias que hacen
que sus paredes y membranas se rompan, liberando
todo lo que hay en su interior. Cada día se cometen
millones de asesinatos de bacterias en cientos de
fábricas, esto es así, pero no te preocupes, no hay
sufrimiento. Una vez tenemos todas esas sustancias
mezcladas en el medio, toca separar lo que queremos.
Para ello, dependiendo de la naturaleza de la molécula,
se utiliza un procedimiento u otro, que al fin y al cabo lo
que hace es dejar lo más puro posible aquello que se
desea. Es como cuando se extraen el azúcar de la caña
o extractos de otras plantas. Esas células tienen algo en
su interior que nos interesa, así que nos buscamos la
vida para conseguirlo de la forma más pura y limpia
posible.
Esto no supone ningún peligro para quien consume
las moléculas o las utiliza, puesto que en ellas no existe
ninguna bacteria ni posibilidad de que haya. Las
contaminaciones son muy difíciles, y más aún que una
bacteria sobreviva a todo el procedimiento.

Para que una bacteria pueda utilizarse como


fábrica de moléculas, tiene que cumplir varios requisitos:
ser estable genéticamente (si muta justo donde tenemos
el gen de interés, se lía), crecer de forma rápida y fácil,
ser barata de producir (dentro de unos límites) y ser fácil
de manipular genética y bioquímicamente, pues hay
bacterias muy resistentes y sería imposible aislar el
producto de interés.

De hígado de cerdo a bacterias: la producción


de la insulina
Para mí, este es el ejemplo estrella de la utilización
de bacterias. La Escherichia coli transgénica sirve para
producir una molécula que da vida a millones de
personas: la insulina.
Durante el siglo XX, las personas diabéticas lo
tenían muy difícil para sobrevivir. Primero, porque no era
fácil saber si lo eran o no, pues dependía del país en el
que viviesen y sus condiciones, y, segundo, porque no
había forma de conseguir insulina. Se sabía que el
páncreas la producía y que disminuía la glucosa en
sangre y orina en perros diabéticos, pero en humanos
aún no se había probado.
En 1922 se consiguió purificar la insulina del
páncreas de cerdo y se utilizó por primera vez para
tratar la diabetes. Pero, ojo, para conseguir medio
kilogramo de insulina, se necesitaban más de cinco mil
kilogramos de páncreas. Toda una montaña de páncreas
de cerdo que tenía que procesarse en condiciones
higiénicas complicadas y que conllevaba que solo se
pudiese tratar a unos pocos pacientes.

Una persona necesita pincharse durante toda su


vida, a veces varias veces al día, por lo que, en esa
época, con las tremendas cantidades de páncreas de
cerdo que se requerían y todo el trabajo que conllevaba,
la insulina era solo para los más ricos. Además, el
tratamiento no era permanente, porque la insulina de
cerdo no es igual que la humana y provocaba una
respuesta inmunitaria que acababa con su eficacia.
Hoy en día, no hacen falta miles de kilos de
páncreas, sino una fábrica de insulina hecha por
bacterias transgénicas a las cuales se les añaden los
genes necesarios para que la expresen. Tras un
proceso de purificación algo complejo, se obtienen kilos.
Una forma mucho más barata y accesible para todo el
mundo. Así que, sí, la insulina la producen bacterias
transgénicas. Puede sonar terrorífico para algunas
personas, pero dudo que se negasen a pincharse si
realmente lo necesitaran. Este es un claro ejemplo de
biotecnología aplicada a la salud: se aprovechan
bacterias que ofrece la naturaleza con el fin de producir
una molécula básica para la vida de miles de personas.

Figura 12. La producción de insulina en las bacterias

PRODUCCIÓN DE ANTIBIÓTICOS POR


BACTERIAS
¡Ah, sí! Parecerá extraño así de primeras, pero las
bacterias son capaces de crear armas para matarse
entre ellas, de modo que los humanos no somos los
únicos en hacerlo (pero sí los más absurdos, teniendo
en cuenta que nosotros tenemos cerebro, y ellas no).
La gran mayoría de los antibióticos los producen
seres vivos, y muchos de ellos son microorganismos
que lo hacen como un extra a lo que resulta
imprescindible para su metabolismo. No obstante,
ningún organismo se va a poner a producir nada y
perder energía y recursos porque sí; todo tiene una
finalidad. Hay dos hipótesis que explican la producción
de antibióticos por parte de las bacterias. Una de ellas
es la ventaja ecológica, ya que una bacteria que
produzca una molécula que impide el crecimiento de
otra va a tener más ventajas a la hora de crecer y
alimentarse que la que no lo hace. El antibiótico actúa
como un arma con la que luchar para que no le quiten el
territorio ya invadido, y los restos mortales de las que
mata le sirven de alimento, así que es un plan sin
fisuras.

Por otro lado, los antibióticos son una forma de


comunicación entre las células. Resulta que estas
moléculas se producen cuando una bacteria deja de
crecer no en tamaño, sino en número. Se ha observado
que, cuando dejan de multiplicarse, empiezan a generar
estas moléculas, por lo que se cree que podrían ser
mensajeras entre los distintos miembros de una especie
para avisar de que el entorno ya no es lo que era y que
hay que prepararse para dejar de crecer e intentar
sobrevivir.
Independientemente de ello, lo que nos interesa
aquí es que las bacterias pueden actuar como fábricas
de antibióticos, y no solo eso, sino que la investigación
de estos casos nos puede brindar nuevos antibióticos
para luchar contra la resistencia. En la actualidad, cerca
del 60 % de los antibióticos que compramos en la
farmacia vienen de un tipo de bacteria, las
actinobacterias. En concreto, la principal fuente es la
Streptomyces coelicolor, por lo que tiene una enorme
importancia para los seres humanos.
Las bacterias son capaces de generar más de seis
mil productos, entre los que encontramos moléculas
antibacterianas, como la tetraciclina, la eritromicina o la
kanamicina; antifúngicos, como la nistatina; moléculas
potencialmente antitumorales, e inmunosupresores.

Producción de otras sustancias terapéuticas


Estos organismos son capaces de hacer
muchísimas cosas, ya lo sabes, pero en este capítulo he
querido centrarme en la parte más médica por su
importancia, y uno de los aspectos que hoy en día más
se valora es la cura del cáncer.
Como sabes, el cáncer es una enfermedad que
puede padecer cualquiera en cualquier momento y se
produce por distintos factores. Es devastador y, sin
ninguna duda, toca muy a fondo la vida de las personas.
Hoy en día, por la gran necesidad que existe, se están
buscando moléculas que ataquen al cáncer hasta
debajo de las piedras. Una alternativa para producir
esas moléculas son las bacterias.
En este caso, en lugar de atacar algún proceso
vital de una bacteria, como hacen los antibióticos, se
busca la forma de matar a la célula cancerígena a la que
se le ha ido la cabeza y se está dividiendo sin control.
Esa división provoca que el órgano donde ocurre no
cumpla su función y que se quede sin oxígeno y
nutrientes. Además, a la larga puede extenderse a otros
órganos. Realmente, el comportamiento de estas células
es como el de las bacterias: dividirse sin parar, coger
todo lo posible del entorno para sobrevivir e invadir otros
lugares para hacerse con el poder.

DATO CURIOSO
El olor a tierra mojada y las bacterias
No podía seguir escribiendo este libro sin
hablarte de este pedazo de curiosidad que siempre
cuento a todo el mundo, por lo que seguro que
están hartos de oírme.
Streptomyces coelicolor es la bacteria que
provoca el olor a tierra mojada, tan característico al
caer las primeras gotas en la tierra cuando llueve o
al regar. Incluso hay gente capaz de detectarlo en
el vino o en un vaso de agua. Esto se debe a la
geosmina, un compuesto que sintetiza esta
bacteria (entre otras) y que resulta
extremadamente útil para algunos animales. Esta
molécula está implicada en la supervivencia de los
camellos en los desiertos, pues les da la señal de
que hay agua cerca y se cree que es uno de los
mecanismos por los que los camellos son capaces
de encontrar agua a más de ochenta kilómetros de
distancia.
A partir de ahora, ya puedes darles la lata a
tus amigos con lo de que el olor a tierra mojada lo
produce una bacteria, que la molécula se llama
geosmina y que sirve para que los camellos
encuentren agua en el desierto. Por experiencia te
digo que quedarás genial.

El problema de los antitumorales es que atacan


procesos celulares de las células cancerígenas que
también se encuentran en las células sanas, pues la
molécula en sí no es capaz de diferenciar quién es el
bueno y quién es el malo, de ahí la gran cantidad de
efectos secundarios que provocan, los cuales se
pretende reducir.

Existen muchos antitumorales producidos por


bacterias, la mayoría del género Streptomyces, al igual
que ocurría con los antibióticos. Aquí te dejo una tabla
con los más destacados y su método de ataque:

Nombre Forma de ataque Bacteria


antitumoral productora

Actinomicina D Bloquea la formación de ARN Streptomyces


mensajero

Rapamicina Rompe el ADN Streptomyces


hygroscopicus

Estaurosporina Bloquea la división celular Streptomyces


staurosporeus
Antraciclina Bloquea la formación de ARN Streptomyces
mensajero y la replicación peucetius

Otro ejemplo de uso de bacterias son las vacunas.


En este caso, no como fábricas, sino de modo que ellas
mismas provoquen la respuesta inmunitaria deseada en
el cuerpo. Como sabrás, nos vacunamos para
protegernos frente a distintos patógenos, aunque los
más famosos sean los virus y la mayoría de la gente
solo asocie las vacunas con estos. La vacuna de la
tosferina, difteria y tétanos, la meningocócica o la
neumocócica están diseñadas para protegernos frente a
las bacterias patógenas que nos pueden ocasionar
estas infecciones y, para prepararlas, se usan las
propias bacterias.
Para elaborar una vacuna, se tiene que hacer
crecer la bacteria patógena en cantidades industriales
(trabajar ahí me daría un poco de yuyu) o un
microorganismo que sintetice el material que proviene
del patógeno con el que se fabrica la vacuna. El hecho
de que haya que hacer crecer microorganismos
patógenos implica que las empresas dedicadas a ello
tengan un control de seguridad y certificación
superestricto. Piensa que, si a la persona encargada se
le va la cabeza, puede usar toda la tecnología para
hacer crecer bacterias peligrosas con el fin de usarlas
como armas biológicas, y se podría liar mucho. De
momento, esto no ha ocurrido, por lo que podemos
fiarnos bastante de los trabajadores de la industria, pero
creo que, si la gente fuera consciente de muchas de
estas cosas, tendría mucho más miedo a la humanidad.
Entonces, si las vacunas llevan bacterias
patógenas, ¿por qué no enfermamos? Bueno, porque en
realidad no se utiliza el microorganismo ahí a pelo y
vivo, sino que se lo somete a distintos procesos (en
función del tipo de vacuna) para que no pueda infectar.
Un ejemplo son las vacunas recombinantes, en las que
se inserta el gen de un trocito del patógeno en una
bacteria, que actúa como fábrica, y luego se purifica.
Esto se hace así, por ejemplo, en la vacuna de la
hepatitis B, en la que la bacteria produce proteínas del
virus de forma muy segura y eficaz. Otro ejemplo son las
vacunas inversas, en las que se incluye el patógeno,
pero solo con los genes que interesan para la respuesta
inmunitaria, una vez eliminados aquellos más
peligrosos, como en el caso de la vacuna frente al
meningococo del serogrupo B.
A veces, para que la respuesta inmunitaria sea
mejor, en las vacunas se incluye lo que se conoce como
«adyuvantes», que también pueden ser fabricados por
bacterias. Este fue mi trabajo de fin de máster y
recuerdo con mucho cariño todo el proceso de meter el
gen del interferón de pez (sí, hacía vacunas para peces)
en una bacteria, hacerla crecer y luego rezar muy fuerte
para poder purificar la proteína mientras observaba
durante horas una columna llena de líquido vaciarse
gota a gota, en las cuales tenía que estar mi proteína
enterita y bien plegadita para que la hipotética vacuna
funcionara. Nunca supe si funcionaba o no, pero fui muy
feliz al conocer todo este proceso y pensar que podía
aportar algo al mundo.
La mayor parte de las vacunas que se están
produciendo o desarrollando hoy son recombinantes y
se fabrican con técnicas de manipulación genética por
su gran productividad y su seguridad, ya que no se hace
crecer a gran escala el patógeno y no hay
contaminación de otros productos que causen una
reacción inmunitaria exagerada. Sin embargo, puede
haber inconvenientes, como una mala fabricación por
parte de la bacteria fábrica y que no se genere una
respuesta inmunitaria o que la inmunidad sea de corta
duración, con lo que se necesitan dosis de refuerzo.
Pero la seguridad es lo más importante y este tipo de
vacunas lo son.
No quería cerrar este capítulo sin comentar dos
casos de moléculas que quizá no te parezcan tan
terapéuticas, pero que son ampliamente utilizadas en
medicina: la vitamina B12 y la toxina botulínica (el
bótox).

Figura 13. La vacuna recombinante*

La vitamina B12 es esencial para el metabolismo


celular, ya que cumple un papel fundamental en muchos
procesos, como en la formación de glóbulos rojos (sin
los cuales no podemos vivir ni un segundo) y en el
mantenimiento del sistema nervioso. Sin ella,
tendríamos graves problemas de anemia, demencia,
falta de equilibrio y mucha debilidad, lo que dificultaría
nuestra vida. Sin embargo, esta vitamina solo pueden
sintetizarla los procariotas. Así es, ningún animal de este
planeta puede hacerlo por sí mismo, así que
dependemos de las bacterias al cien por cien para ello,
¿cómo te quedas? Los animales adquieren esta
vitamina al ingerir bacterias, que pasan a su intestino,
donde la producen. Una vez que la bacteria la libera, el
organismo la acumula o la desecha. Así que, cuando
comemos carne rica en B12, esa vitamina la han
generado en el intestino del animal las bacterias que
ingirió en su día.
Para aquellas personas que no toman este tipo de
productos o que tienen deficiencia por algún motivo, hay
vitamina B12 como complemento alimenticio. Adivina
cómo se obtiene: por producción industrial utilizando
bacterias como Pseudomonas denitrificans y
Propionibacterium shermanii. Un ejemplo doble de lo
que nos aportan las bacterias tanto de forma natural en
los intestinos de los animales como de forma industrial.

Y, por último, quería hablar del bótox. Aunque se le


atribuya solo una función estética, se utiliza como
terapia en afecciones como la migraña, el bruxismo, el
estrabismo o la rosácea. Esta toxina tiene la capacidad
de paralizar los músculos, por lo que, en casos como el
bruxismo o el estrabismo, ayuda a que estos no se
contraigan de manera anormal. Esta sustancia la
produce de forma natural la bacteria Clostridium
botulinum y es uno de los venenos más potentes, ya que
sobra con dos nanogramos por kilogramo para matar a
una persona al inhibir la contracción muscular de todos
los músculos, incluido el diafragma.
En 1973, a un oftalmólogo llamado Alan B. Scott se
le ocurrió que podría utilizarla para curar el estrabismo y,
en 1977, se realizó el primer tratamiento con ella. Usarla
como tratamiento estético fue pura casualidad: una
paciente de la oftalmóloga Jean Carruthers que tenía un
blefaroespasmo notó que las patas de gallo y las
arrugas de la frente le desaparecían cuando la trataban.
Jean se lo comentó durante una cena a su marido, que
casualmente era dermatólogo y cirujano plástico, y
decidieron ponerlo en práctica con su secretaria y con
ella misma. Todo muy surrealista, pero así comenzó este
negocio, que se hizo famoso en 1993.

En 2018, las ventas de esta molécula llegaron a los


4.500 millones de dólares, por lo que el interés en
producirla es muy alto. Sin embargo, la toxina botulínica
está clasificada como arma de destrucción masiva, así
que su producción está limitada y solo la llevan a cabo
unas pocas instalaciones de alto nivel que cuentan con
una autorización especial.
En definitiva, como has comprobado, las bacterias
nos han aportado muchísimo a nivel científico y médico,
y lo siguen haciendo con cada descubrimiento. Si lo
piensas bien, solo hemos sido capaces de identificar
una parte muy pequeña de todos los microorganismos
que hay en la Tierra, así que imagínate todo lo que nos
queda aún por descubrir.
Puede que pienses que ya tienes una idea de todo
lo que somos capaces de hacer con las bacterias, pero,
créeme, solo hemos visto una pequeñísima parte. Todos
los días usamos no una, sino varias cosas que han
fabricado bacterias, y no estoy hablando de productos
médicos. Sin embargo, la verdad es que se conoce muy
poco al respecto porque siempre nos centramos en lo
malo que tienen las bacterias, lo cual es normal, pero al
final tienen una fama que no merecen.

Hace trece mil años ya se utilizaban las bacterias


(sin saberlo) para fabricar uno de los productos
preferidos de muchos españoles: la cerveza. Todo
comenzó con la primera bebida alcohólica de la historia,
el hidromiel, una mezcla de agua y miel que se dejaba
fermentar en un recipiente en contacto con el aire
durante unos días. El resultado era una bebida espesa
con un toque ácido y dulzón, aunque su sabor y
características variaban entre recipientes, e incluso
algunas veces se corrompía y el líquido era imposible de
tomar.
Con el tiempo se supo que, si se añadía un poquito
del hidromiel fermentado que había salido bien a una
nueva mezcla de agua y miel, el que se generaba al
cabo de los días también era de buena calidad y muy
similar al primero. Esto se debía a que se incluían (sin
saberlo) los microorganismos que habían fermentado en
la primera mezcla y, al ponerlos en la nueva, seguían el
mismo proceso, pues no todas las bacterias y levaduras
metabolizan la miel igual. Probablemente, que el
hidromiel se pusiera pocho en algunos recipientes se
debía a microorganismos no deseados.
Digamos que en ese momento nació la
microbiología industrial, cuya finalidad es utilizar las
bacterias para producir algo de interés en grandes
cantidades. A lo largo de los años siguientes, nuestros
antepasados se dedicaron a ir mejorando el proceso
cambiando la temperatura y la humedad o añadiendo
nuevos ingredientes. Y también fermentaron otras
bebidas, como el mosto de uva, la malta o la leche: así
nacieron el vino, la cerveza o el kéfir, e incluso dieron
utilidad a las mezclas que salían mal, como el vinagre,
todos ellos productos consumidos hoy en día en todo el
mundo.

Hay que tener en cuenta que, con las condiciones


de higiene de aquella época, las bebidas alcohólicas
eran la manera más segura de tener líquido disponible,
puesto que en ellas hay patógenos que no pueden
crecer, cosa que sí sucede en el agua estancada.
Además, gracias a sus ingredientes, se obtenía un
aporte calórico importante en épocas de escasez.
Sin ser conscientes, aquellas personas estaban
utilizando microorganismos y domesticándolos para que
fabricaran lo que deseaban. Esto también se aplicó a
otros productos, como el pan o los lácteos. Es que, de
verdad, hay bacterias en todos los sitios y tienen un
papel superimportante para nosotros allá donde mires,
es impresionante.
En el siglo XIX, esto se convirtió en una ciencia, y
dejó de ser cosa del azar, gracias a Louis Pasteur. Este
hombre no solo inventó la pasteurización para eliminar
las bacterias, también observó otras cosas muy
importantes, como son la fermentación láctica y la
fermentación alcohólica, los dos procesos químicos que
se utilizan para generar bebidas alcohólicas y productos
lácticos. Incluso fue uno de los primeros en patentar un
fermentador, un recipiente con las características
adecuadas para que ocurra la transformación química
del producto. Pero no solo investigó sobre
fermentaciones y cómo eliminar microorganismos, sino
que generó dos vacunas, como ya hemos visto. ¡Era
una máquina!

En este capítulo te voy a mostrar algunas de las


aplicaciones de las bacterias en distintas áreas de la
industria que quizá no te esperes. Descubrirás que, a
pesar de ser muy pequeñas, son capaces de hacer
grandes cosas.

LAS BACTERIAS EN LA INDUSTRIA


ALIMENTARIA
Hoy en día, la industria alimentaria está en el ojo
del huracán, con todas las corrientes de alimentación
saludable que están surgiendo. Sin ninguna duda, es
una de las más vigiladas por la sociedad en cuanto a
calidad, ingredientes y procesos de fabricación, porque
al final somos lo que comemos y queremos saber qué
es (aunque no todos). Parece que cada día la calidad de
la comida disminuye, los tiempos de elaboración son
más cortos y los ingredientes de los que partimos de
peor calidad, además de que está más normalizado
tomar productos procesados y de mala calidad que
productos sin procesar.

Hace unos años, la preocupación era otra. La


escasez y las medidas de higiene convertían en
necesidad almacenar los alimentos mucho tiempo.
Como recordarás, mi abuela me contó que cuando
recogían patatas las guardaban debajo de la cama
durante semanas y que todo lo que sacaban de los
cerdos lo ponían a secar para que durase más. Aquí
desempeñaban un papel muy importante los
microorganismos y sus fermentaciones, pues competían
contra aquello que podía pudrir el alimento,
poniéndoselo más difícil con un medio más ácido.

En realidad, antiguamente la fermentación no se


hacía tanto por el sabor o las cualidades del queso, del
yogur o del pan como por alargar la duración de los
alimentos, ya que en época de escasez eso significaba
sobrevivir. Hoy en día, la utilizamos para darles
características especiales y disfrutar de ellos, al menos
en los países más desarrollados (ojalá fuese así en el
mundo entero).

Un alimento fermentado es aquel elaborado gracias


al crecimiento de microorganismos y la acción de sus
enzimas, que transforman así sus componentes
proporcionándole cualidades que no tiene.
Prácticamente, cada cultura tiene su alimento
característico, cada uno de ellos con un microorganismo
asociado, que no siempre es una bacteria; por ejemplo,
la cerveza, el vino, el sake, el queso, los embutidos, el
chocolate, el pan, el vinagre o la salsa de soja. Todos
estos alimentos los ha transformado un microorganismo
en el proceso que conocemos como fermentación.

En algunos casos, solo se consigue con una cepa


determinada, no basta con la especie. Esto se debe a
que, durante miles de años, nuestros antepasados se
dedicaron a ir seleccionando microorganismos y a
domesticarlos, por lo que, si intentamos cambiarlos, nos
sería imposible, ya que han nacido para eso y han
evolucionado con los productos. Por ejemplo, en los
restos de un naufragio de 1840, se encontraron botellas
de champán y se intentó aplicar sus microorganismos de
fermentación a la bebida actual, pero no funcionó, pues
estaban adaptados a aquella época y hoy en día no
servían. Porque, aunque el trigo sea trigo y la uva sea
uva, todos los organismos vivos van evolucionando a lo
largo del tiempo, y más aún cuando hay seres humanos
conduciéndola.

Aunque no trabajemos con ingeniería genética y


metamos los genes que nos interesan o los quitemos, al
cruzar las especies que queremos o al seleccionar
aquellas que tienen las características deseadas
estamos haciendo que la evolución vaya en esa
dirección y que la mutación o el cambio generado por
azar en esa planta se convierta en lo normal y sea la
base de su descendencia. Así que, aunque esto no
ocurra en un laboratorio, también son modificaciones.
Por ello, la uva que comía nuestra abuela no tiene nada
que ver con la de hoy, y eso no quiere decir que sea
mejor o peor (aunque en algunos alimentos, como los
ultraprocesados, la cosa sí que está peor, pero este es
otro tema).
Ya en el siglo XIX se empezaron a identificar los
microorganismos que provocaban que la leche se
convirtiese en un maravilloso queso o que la cebada
pasase a ser una bebida con alcohol. Así comenzó a
formarse el banco de microorganismos de hoy, cada uno
para cada cosa: a esto se lo conoce como «cultivo
iniciador». Se llama así porque las bacterias tienen que
cultivarse para que crezcan, igual que las plantas, pero
usando medios adecuados en lugar de tierra. Al final, se
trata de un grupo de bacterias con unas determinadas
características, que han crecido en condiciones
controladas y están libres de virus (virus de bacterias),
que se añaden a un alimento para llevar a cabo la
fermentación y obtener los sabores y texturas deseados.
La mayor parte de los cultivos iniciadores que se
comercializan en la actualidad son de bacterias lácticas
que producen la fermentación desde los azúcares a
ácido láctico, cada una a su manera, otorgando distintas
características al alimento, como las del género
Lactococcus en los quesos, la Lactobacillus plantarum
en los embutidos o la Tetragenococcus halophila en la
salsa de soja.

Actualmente, en la Unión Europea no está


permitido que los organismos se modifiquen
genéticamente en un laboratorio adrede, pero sí pueden
producirse usando técnicas clásicas, como radiación
ultravioleta, rayos X o similares, que provocan
mutaciones aleatorias sin saber qué va a ocurrir. Esto no
es un peligro, que conste, pero desde mi punto de vista
es algo absurdo que esté permitido generar mutantes
con agentes externos sin saber lo que se hace, pero no
de forma dirigida sabiendo qué letra del ADN se va a
cambiar y con qué fin.

Las bebidas alcohólicas, la mayor industria de


la microbiología
La cerveza es el principal producto de la
microbiología industrial tanto en volumen como en
producción y ventas. La primera mención a esta bebida
fue de los sumerios en la factura de Uruk, donde
aparece como pago a un trabajador. La elaboraban
principalmente las mujeres, de ahí que tuvieran una
diosa de la cerveza, a la que le dedicaron hasta un
himno. Esta bebida se ha venerado desde siempre, y se
sigue haciendo, pero ahora para muchos la diosa es la
propia cerveza.

No es que la cerveza sea un ejemplo perfecto de


utilización de bacterias en la fermentación, ya que la
producción del alcohol a partir de la cebada se hace
principalmente gracias a una levadura, un organismo
formado por una única célula eucariota que cambia en
función del tipo de cerveza que se quiera. Por lo
general, las bacterias que se meten sin querer en el
proceso de producción solo fastidian la cerveza, pues
afectan a su calidad y estabilidad.

Sin embargo, existe otra bebida muy famosa en


nuestro país en la que las bacterias sí cumplen un papel
clave: el vino. Aunque la levadura sigue desempeñando
una función importante en la fermentación principal, las
bacterias entran en juego en el momento de la
maduración del vino. Los vinos normales de mesa se
suelen almacenar durante un mes en tanques de acero
inoxidable a baja temperatura, pero los de mayor calidad
(y precio) suelen almacenarse en barricas de roble
durante mucho más tiempo. En la etapa de maduración
o envejecimiento, las bacterias lácticas, que o bien se
encuentran de forma natural en la uva o bien se añaden,
en los vinos tintos llevan a cabo la fermentación láctica:
en las uvas, se encuentra de forma natural el ácido
málico, que se convierte en ácido láctico. Durante este
proceso se consigue reducir la acidez del ácido málico y
suavizar el sabor del vino. En el vino blanco y en el
rosado también se da fermentación maloláctica, pero
solo a veces.

Algo similar ocurre con la fermentación de la masa


del pan y no la que conocemos todos con la levadura,
sino la que realizan las bacterias cuando la masa se
deja reposar un tiempo determinado. De hecho, es la
base de las famosas masas madre, ahora tan famosas,
que se pueden conservar durante años, y no son más
que un conjunto de harina, agua, levadura y un montón
de bacterias que van «digiriendo» la masa poco a poco
y generando nuevos sabores y texturas que le dan al
pan que se dé en ella un toque muy especial.

Además, se ha demostrado que estas masas son


mucho más fáciles de digerir por nosotros, ya que estas
bacterias han ido haciendo el trabajo antes de empezar
nosotros a comérnoslo. Así que si tienes problemas de
digestión con el pan, quizá pueda ayudarte buscar un
pan de masa madre (de verdad, no uno cualquiera) y
comprobarás que la digestión es mucho más ligera.

Productos lácteos: la joya de la corona


No veas la de productos que tenemos gracias a la
leche y las bacterias que la procesan, ¡brutal!, y a cuál
más bueno. Las bacterias son las estrellas indiscutibles
en el mundo de los productos lácteos porque su papel
es crucial, en especial en productos como el yogur o el
queso. Para ellas, la leche es un medio de crecimiento
perfecto, pues en ella tienen prácticamente todo lo
necesario para crecer y vivir, transformando los
azúcares presentes en ella en ácido láctico en la
mayoría de los casos.
Ese ácido hace que los componentes de la leche
se transformen, como las proteínas, y que adquieran
esas texturas y sabores, como los del queso, que
enamoran a millones de personas. En la producción de
este, las bacterias no solo contribuyen a darle un sabor
y aroma únicos, sino que también desempeñan un papel
clave en el proceso de cuajado gracias a la producción
de ácido láctico a partir de la lactosa, lo que ayuda a que
la leche se coagule y forme esa cuajada de la que se
parte para que el queso madure.

Figura 14. La desnaturalización de las proteínas


Durante la fermentación, las bacterias producen
compuestos que dan lugar a una gran variedad de
sabores en función de la especie que se utilice, que
otorgará una característica distintiva al queso. No
tenemos que confundirlas con los hongos que
encontramos en quesos como el azul o el roquefort, que
están ahí de forma controlada y también intervienen en
su sabor y textura.

Las bacterias tienen una función más importante en


quesos en los que no se ve nada, como el manchego,
en el que Lactococcus lactis y Streptococcus cremoris
actúan desde dentro fermentando poco a poco el cuajo
de la leche y otorgando ese olor y sabor tan
característicos. Otro ejemplo guay es el del queso
emmental; seguro que te vienen a la cabeza los
enormes agujeros típicos de este queso que suele
aparecer en los dibujos animados, también debidos a
una bacteria, la Propionibacterium shermanii, al hacer su
fermentación y generar grandes cantidades de dióxido
de carbono.

Sin embargo, como todo en la vida, esto tiene una


parte negativa: la posibilidad de que se dé una
contaminación por esporas de Clostridium difficile, sobre
todo cuando el queso se elabora con leche cruda. Como
en su interior no hay oxígeno, las esporas de esta
bacteria, que crece en ausencia de él, pueden germinar
y se puede liar, pues generan mucho gas y compuestos
que hacen que el queso se pudra.
Luego, encontramos el caso del yogur, para el que
bacterias como Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus
thermophilus son esenciales. El proceso es
prácticamente el mismo que en el queso: el ácido láctico
hace que las proteínas se desnaturalicen, es decir, que
pierdan su forma natural y que dejen de estar disueltas
en el agua. Esto hace que se cuaje y se forme una masa
de microorganismos y proteínas rica en nutrientes. La
cantidad mínima de estos nutrientes tiene que ser de
107 unidades formadoras de colonias, que más o menos
es el número de bacterias. Si la cantidad es de 108,
estamos hablando ya de yogur probiótico, pues su
ingesta mejora la digestión de la lactosa del producto si
se tienen problemas para hacerlo, según el Reglamento
UE n.º 432/2012.
La fermentación del yogur es el resultado del
trabajo en equipo de estas dos bacterias. Lactobacillus
delbrueckii subsp. bulgaricus libera unas sustancias que
promueven el crecimiento de la segunda, Streptococcus
thermophilus, la cual comienza a liberar dos ácidos que,
a su vez, favorecen el crecimiento de la primera,
entrando en un círculo de retroalimentación positiva. Al
mismo tiempo, ambos microorganismos están
fermentando la lactosa y produciendo ácido láctico, lo
que hace que baje el pH y la leche se coagule. Y es que
las bacterias no solo hacen una fermentación en su
metabolismo, sino que son capaces de llevar a cabo
varias a la vez, como nosotros, y las moléculas
resultantes son las que dan el sabor y la textura
característicos a cada producto.
Hablando de probióticos, se merecen una mención
en esta parte del capítulo como productos industriales, y
no tanto como algo médico. Según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), un probiótico es un
microorganismo vivo que, cuando se administra en
cantidades adecuadas, confiere un beneficio a la salud
del hospedador. Este mundo está en auge, pero se
requieren muchos estudios epidemiológicos extensos y
caros para demostrar la repercusión de un
microorganismo concreto. Hoy en día existen varios
alimentos probióticos oficialmente declarados como
tales. En el caso de Europa, la Autoridad Europea de
Seguridad Alimentaria (EFAS, por sus siglas en inglés)
reconoce tres: las bacterias del yogur Lactobacillus
delbrueckii subsp. bulgaricus y Streptococcus
thermophilus, siempre que estén por encima de 108
unidades formadoras de colonias, y la levadura
Monascus purpureus para el tratamiento de
hipercolesterolemia.

DATO CURIOSO
¿Cuándo tengo que tirar el queso?
La pregunta del siglo siempre que hablo de
alimentos contaminados. Con la fruta o el pan, lo
tenemos más claro: si se ve el hongo, lo tiramos.
Pero ¿cómo saber si el hongo del queso es el
bueno o el malo?
Primero, quiero que te quites de la cabeza la
idea de cortar la parte mala y luego comerte el
resto, porque los hongos tienen toxinas que
atraviesan el alimento y luego tú te las comes tan
feliz pensando que ahí no hay nada, pero
tremenda diarrea podrías pasar. Por otro lado, en
el caso del queso azul o roquefort, tienes que
fijarte en si los hongos que ves en ese momento
son los mismos que había cuando lo compraste.
Sí, aquí hay que hacer una especie de inspección
de quesos, pero es lo que hay. Si ves pelillos
blancos o verdes que no son los que había al
principio, ¡a la basura!
Las bacterias son más difíciles de detectar,
aunque en el jamón york, por ejemplo, se ven a la
perfección unos pequeños puntitos blancos que
van colonizando la superficie, que además en este
producto crecen muy bien al ser tan liso. Así que
ojito con la comida, fíjate bien y no te confíes. No
vas a morir, pero te ahorras una buena
gastroenteritis.

En nuestro país, es famoso el Actimel, uno de los


ejemplos más llamativos (por decirlo de alguna forma)
de cómo la publicidad crea una corriente de creencias
sobre algo que no se ha demostrado científicamente. No
hace mucho que la legislación se endureció y ya no se
puede poner con tanta facilidad que un producto ayuda
al sistema inmunitario, porque lo de este en concreto era
demasiado descarado. No hay bastantes pruebas
científicas que sustenten que tener miles de millones de
una bacteria concreta en un líquido ayude a nada a una
persona sana, y menos sin saber si esta tiene algún
desequilibrio. Si su microbiota está perfecta, conforme
beba ese líquido lo egestará (ojo con la palabra fina para
referirme a defecar).
Y es por ello que han tenido que añadir vitaminas y
otras sustancias para poder decir que hay pruebas
científicas de que su producto ayuda al sistema
inmunitario, pero, ¡ojo!, siempre que haya una
deficiencia. No por tomarte un Actimel todos los días vas
a esquivar una gripe o una gastroenteritis. Además,
teniendo en cuenta el precio al que está, merece la pena
que te tomes un yogur natural, que te va a aportar
prácticamente lo mismo.

LAS BACTERIAS COMO ALIADAS DEL


MEDIOAMBIENTE
Más que aliadas, las bacterias son parte de nuestro
medioambiente (siempre pienso en lo mismo cada vez
que digo la palabra: medio y ambiente es redundante).
No obstante, por nuestra acción en este planeta, las
necesitamos en más versiones de las que encontramos
de forma natural para intentar arreglar el desastre
creado.
El uso de microorganismos en el medioambiente es
bastante antiguo, como ocurre con el estiércol utilizado
para abonar o la biodepuración natural de las aguas
residuales, pero fue en el siglo XX cuando se comenzó a
apreciar realmente su potencial al descubrirse el papel
tan importante que tenían en el mantenimiento de los
ecosistemas y en la compleción de los ciclos
biogeoquímicos.
Pues las bacterias en ciclos como el del carbono, el
del nitrógeno o el del azufre, entre otros, son
fundamentales porque son las que hacen que estos se
transformen en algo útil para los demás organismos. No
se tardó mucho en aplicar todo este conocimiento para
beneficio de la humanidad o del entorno. Así, la
ingeniería de las comunidades microbianas se utilizó
para resolver problemas medioambientales; por ejemplo,
mediante la biorremediación o la generación de
bioenergías o alternativas menos contaminantes para
los cultivos.
Con todo esto se abre todo un mundo de
posibilidades en que los microorganismos podrían
ayudar a la sostenibilidad del planeta; por ejemplo, se
podrían diseñar bacterias captadoras de dióxido de
carbono o capturadoras de agua en lugares con una
gran desecación para aumentar la humedad del suelo.
También se plantea la posibilidad de utilizarlos para
degradar el plástico o restos de contaminantes, así
como para captar los nutrientes de una forma más
eficiente con el fin de mejorar la calidad de los cultivos.

Todas estas son ideas que se plantean para el


futuro, pero los microorganismos ya se están utilizando
ampliamente. Para que te hagas una idea del alcance
de sus aplicaciones y de cómo nos ayudan las bacterias
a mantener este planeta un poquito mejor, te voy a
mostrar varios de sus usos.

Tratamiento de aguas residuales


Las aguas residuales son algo de lo que no nos
podemos desprender, pues provienen de nuestra propia
naturaleza, pero sí podemos cambiar la forma de
gestionarlas. Antes, era mucho más común verter las
aguas directamente al río o al mar y dejar que la
naturaleza se encargara de ellas. Aunque en países
como el nuestro ya no es así, siguen existiendo lugares
donde esto es lo habitual y supone un problema
ambiental muy importante.

Antiguamente, era posible biodepurar el agua de


forma natural porque había muchísima diversidad de
microorganismos y tenían una gran capacidad para
degradar toda la roña que vertíamos. Con el tiempo
suficiente, los microorganismos depuraban los
contaminantes y restauraban las condiciones normales,
y no suponía un gran problema, pues las agrupaciones
humanas no eran muy grandes ni se generaban tantos
residuos como hoy, con jabones, fármacos, químicos,
etc.

Sin embargo, con el crecimiento de la población, la


naturaleza ya no era capaz de eliminar todos esos
contaminantes al ritmo que se vertían, por lo que hubo
casos de contaminación del suministro de agua potable
debido a estas aguas residuales y graves problemas de
salud pública. En 1854, esto provocó en Londres uno de
los brotes de cólera más famosos. Un médico, John
Snow (sí, lo sé, se llama como el de «Juego de tronos»;
así no te olvidas), se dio cuenta de que el origen de
esas infecciones se encontraba en la contaminación
microbiana de una de las fuentes de agua potable, y por
ello es considerado el padre de la epidemiología
moderna. Gracias a sus trabajos, se tomaron medidas
de salud pública que hoy en día seguimos aplicando
para evitar brotes como aquel.
Una de las medidas adoptadas, que seguimos
aplicando, es la depuración de las aguas residuales con
el fin de acelerar y aumentar la eficacia de los procesos
naturales de degradación, ya que a la pobre naturaleza
no le da la vida para acabar con tanta porquería. Para
depurar el agua, hay que eliminar todos los
contaminantes que lleva; para ello, hay etapas de
separación física, química y biológica. Primero, se
separa todo lo sólido y, luego, se elimina una parte de
contaminantes con tratamientos químicos, pero la última
etapa solo pueden hacerla las bacterias y otros
microorganismos: la degradación de la materia orgánica
(los restos de los seres vivos, para que me entiendas).

En la mayoría de los casos, se trata de una masa


algo mocosa de bacterias y restos orgánicos que van
depurando el agua poco a poco y que se van
decantando al fondo del tanque. Una vez eliminada el
agua, esa masa (que debe de oler horrorosamente mal)
puede volver a utilizarse para depurar las siguientes
remesas de agua residual, como si de una masa madre
se tratase.
Lo ideal sería tener conocimiento de qué lleva el
agua para añadir los microorganismos más adecuados,
pero suele ser imposible, por lo que la normativa
especifica que cada industria ha de ser capaz de
depurar sus propias aguas antes de verterlas; si no, se
vuelve imposible. En los casos de aguas residuales de
ciudades y pueblos, donde los residuos suelen ser todos
más o menos los mismos, se utilizan bacterias como
Zooglea ramigera, que retiran restos orgánicos y
eliminan metales, y también algunas de los géneros
Sphaerotilus, Beggiatoa o Bacillus, entre muchísimas
otras que trabajan en conjunto para dejar el agua en
condiciones.
Además, hay varios tipos de depuradoras y formas
de hacerlo, pero lo importante es que sepas que todos
esos restos que tiras por el váter al cabo del día los
acaban digiriendo millones de bacterias con el fin de no
contaminar nuestros mares y ríos y proteger nuestro
planeta.

Bacterias para la biorremediación: el caso del


Prestige
La propia palabra biorremediación da una pista de
a qué se refiere: algo así como remediar con
organismos vivos la tremenda liada de los seres
humanos. Cuando contaminamos sin querer con
productos como el petróleo, el impacto ambiental es
tremendo.
No podemos olvidarnos de casos como el del
Prestige, pues lo vivimos muy de cerca. A veces,
cuando pasa algo muy lejos de nosotros o en culturas
muy distintas a la nuestra, parece que no es tan grave,
pero, cuando ocurre en nuestro país y vemos a
compatriotas hablando sobre el tema y recogiendo palas
y palas de petróleo de las costas gallegas, parece que
duele más.
El fin de la biorremediación es utilizar
microorganismos como aliados para solucionar
problemas ambientales provocados por la
contaminación. Lo ideal sería que estos fuesen capaces
de degradar por completo cada contaminante que
liberamos al entorno, pero eso muchas veces no es una
realidad, aunque sí se puede conseguir que conviertan
esa sustancia tóxica y dañina en algo menos tóxico que
pueda tratarse posteriormente.
A veces, ni siquiera se puede depurar, así que nos
tenemos que conformar con la bioinmovilización, como
sucede con los metales pesados. Una bacteria no puede
degradar estas enormes piezas de metal o
transformarlas en algo menos tóxico, pues es una
reacción que requiere mucha energía y solo se da en
grandes reactores nucleares. Por lo tanto, nos tenemos
que conformar con que consiga combinar el metal
pesado con otro elemento y lo convierta en algo
manejable, como si fuesen bolitas de metal que se
pueden separar con otros métodos.

Lo bueno de la biorremediación es que es barata,


por lo general se puede hacer en el sitio y no se
necesitan grandes medios, solo seleccionar el
microorganismo adecuado y que este pueda crecer ahí.
Eso sí, suele ser un proceso bastante lento y en
ocasiones la movida es tan tóxica que ni los propios
microorganismos son capaces de crecer, pero su papel
resulta fundamental en muchos de los casos de grandes
cagadas contaminantes.
Una de ellas fue el derrame de petróleo del
Prestige el 19 de noviembre de 2002, hace más de
veinte años. La carga era de 77.000 toneladas de
petróleo y el vertido afectó a costas del norte de
Portugal, Galicia y parte de Francia, aunque la zona más
dañada, como sabrás, fue la costa de la Muerte gallega.
Cuando el petróleo se vierte al mar, lo primero que
ocurre es que se mezcla con el agua por la fuerza del
oleaje, y esto hace que la mancha vaya expandiéndose
cada vez más. Al llegar a la costa, se mezcla con la
arena y forma el famoso chapapote, que es algo más
complejo de eliminar. En el caso del Prestige, el papel
de las bacterias para acabar con el chapapote fue
fundamental.
La mayor parte del chapapote que había lo
retiraron voluntarios. Por cierto, este se aprovechó al
máximo, ya que se separaron el agua, el petróleo y la
arena por distintos métodos: el agua se depuró, la arena
contaminada se utilizó para elaborar arcilla y producir
ladrillos y el petróleo se refinó para utilizarlo como
combustible. No obstante, hubo partes a las que los
voluntarios fueron incapaces de acceder para eliminar
ese chapapote y ahí fue donde se aplicó la
biorremediación, pero no se hizo llevando allí bacterias
capaces de degradar el petróleo, sino estimulando a las
bacterias presentes de forma natural para que
degradasen el petróleo más deprisa. Como te he
contado al principio, en todos los sitios hay
microorganismos capaces de degradar los restos, pero
la finalidad de la biorremediación es acelerar el proceso.
Para ello, en las zonas afectadas se vertió una mezcla
de sustancias que hacían posible degradar el petróleo,
ya que para ello se necesita nitrógeno y fósforo. Al
añadir este tipo de fertilizantes, las comunidades de
bacterias crecieron y degradaron el petróleo de forma
más rápida y eficaz. Lo mejor de todo es que este
líquido se mantuvo estable a pesar de las constantes
lluvias de Galicia, y ayudó a que las bacterias se
moviesen hacia el interior del petróleo y pudieran hacer
mucho mejor su trabajo.

DATO CURIOSO
Las bacterias no sirven solo de remedio,
también de detección
Además de ayudarnos a eliminar lo que
vertemos al medio, las bacterias pueden utilizarse
como biosensores celulares de contaminantes.
Modificándolas genéticamente, producen una señal
ante la presencia de algún compuesto o grupo de
compuestos, y de este modo se convierten en
nuestros ojos en el mundo microscópico. A estas
bacterias se las conoce como «cepas
biorreporteras», un nombre fácil de recordar, ya
que actúan como los enviados especiales a
lugares donde nosotros no llegamos para que nos
cuenten qué pasa allí.

El proceso consiste en coger una muestra del


lugar donde se sospecha que hay contaminación,
llevarlo al laboratorio y añadir estas bacterias.
Según las modificaciones genéticas, estas
cambian de color o emiten una luz o sustancia
química detectable en el laboratorio. Si un
contaminante está presente, la bacteria emitirá una
señal determinada y así se sabrá cómo tratar ese
residuo.

El papel de las bacterias en la agricultura más


ecológica
Ya hace cientos de años se utilizaban restos
biológicos para abonar las tierras de los cultivos porque
se sabía que, por algún motivo, las plantas eran
capaces de adquirir esos nutrientes y crecer gracias a
ellos. A mí me parece una de las cosas más bonitas que
existen en la naturaleza: la transformación de un
desecho o restos que un organismo no quiere en algo
que otro desea con toda su alma para crecer y
reproducirse, cerrando el ciclo cuando un nuevo
organismo lo consume. Sublime.

El compostaje es uno de los productos estrella en


la agricultura y en él las bacterias cumplen una función
principal, ya que el compost nace del procesamiento de
la materia orgánica sólida por parte de estos
microorganismos, que lo convierten en un abono
perfecto para las plantas o la mejora del suelo. Durante
la descomposición, parte del carbono que forma esa
materia se convierte en dióxido de carbono y agua que
se libera al entorno, pero otra parte se transformará en
otros elementos útiles, y esto se consigue en un tanque
lleno de restos orgánicos mezclados con lodos de
depuradora, restos vegetales y, como la masa madre del
pan, un poquito de compost maduro, que sirve de base
para que las bacterias se pongan en marcha.
Esto tiene múltiples beneficios, pero, como
estamos hablando de mezclar bacterias con cultivos que
serán comida en un futuro, puede haber
contaminaciones cruzadas peligrosas si el proceso de
maduración del compost no se hace como es debido. Un
ejemplo de esto fue un brote que hubo en Europa en
2011 debido a un caso de agricultura ecológica en el
que se usaron excrementos de vaca poco madurados
como compost, lo que hizo que apareciese la bacteria
Escherichia coli y afectara a varias personas.
Otro ejemplo de producto estrella son los
biofertilizantes, microorganismos que, al aplicarlos a
semillas, plantas o suelo, colonizan las raíces o el
interior de la planta y favorecen su crecimiento, ya que
aumentan la disponibilidad de nutrientes o las salvan del
ataque de otros patógenos. Estos tienen varias ventajas
frente a los fertilizantes químicos de siempre, como ser
más selectivos en su acción, no presentar problemas de
lixiviación (que se vayan donde no deben) y proteger las
bacterias del suelo. Sin embargo, aún están en el punto
de mira, más o menos como los probióticos, pues se
sabe que hacen algo, pero aún no se tiene muy claro
qué y no valen para todos los cultivos.

De todas formas, ya hay biofertilizantes


establecidos, como los fijadores de nitrógeno, que
siguen un proceso consistente en tomar el nitrógeno del
aire y meterlo en alguna molécula utilizable por los
organismos vivos, y esto solo lo pueden hacer las
bacterias y las arqueas. Las del género Rhizobium son
de las más conocidas. Se usan en el cultivo de las
leguminosas y se calcula que pueden fijar anualmente
unas trescientas toneladas de nitrógeno por hectárea,
¡casi nada! Hoy en día, los microorganismos que más se
utilizan son las cianobacterias, como las de los géneros
Nostoc, Anabaena o Spirulina, pero su capacidad de
fijación no es la misma que las del género Rhizobium y
aún tienen algunas pegas. De todas formas, son una
alternativa para que la tierra absorba los productos
químicos de una manera más respetuosa con el
medioambiente.
Y, por último, me gustaría hablar del control de las
plagas por parte de bacterias, que sí, que también existe
y es supercurioso: se trata de los biopesticidas. He de
decir que estos representan aproximadamente el 4 %
del total de los pesticidas que se utilizan hoy, pero creo
que es cuestión de tiempo que se extiendan por su
versatilidad. En concreto, hay un grupo que me llama la
atención, los bioinsecticidas, compuestos por bacterias
capaces de matar insectos mucho más grandes que
ellas de una forma silenciosa y muy elegante. Por
ejemplo, se emplea la Bacillus thuringiensis, cuyo primer
uso data de los años veinte del siglo pasado, una
especie de polvo a base de las esporas de esta bacteria
que se esparcía con un aerosol por los cultivos, y que se
descubrió en los gusanos de seda y en las orugas de la
polilla de la harina.

Desde entonces, se ha utilizado esta bacteria, muy


eficaz contra lepidópteros, básicamente todas las
mariposillas y polillas que vemos por ahí y que fastidian
algunos cultivos. Sus esporas se quedan en la superficie
de la planta cuando se aplica el aerosol y allí la ingieren
los insectos que se comen la planta. Esta espora tiene
una característica especial: va acompañada de un cristal
formado por moléculas de una toxina muy potente que
se degrada si el pH es básico y empieza a liberarse.
Cuando la oruga se come esta espora, su tubo digestivo
comienza a destruirse y muere en cuestión de horas.

No obstante, lo mejor de todo no es eso. El insecto,


lleno de esporas de esta bacteria, se convierte en un
medio perfecto para que las bacterias germinen y
empiecen a multiplicarse, consuman el cadáver y
vuelvan a formar esporas con esos cristales, que serán
el arma silenciosa de otra muerte. Un plan perfecto,
pues la naturaleza por sí sola se encarga de poner
orden. De este mecanismo nació la primera planta
transgénica, que se quedó en un experimento de
laboratorio, pero la idea fue el pistoletazo de salida. Dos
investigadores introdujeron el gen que produce esa
toxina en la planta del tabaco y así consiguieron que
fuese resistente a estos insectos sin necesidad de las
esporas.

Bioenergías bacterianas, una alternativa más


sostenible
Tal y como está el panorama ahora mismo, el
objetivo a largo plazo es sustituir los derivados del
petróleo por compuestos orgánicos derivados de seres
vivos u otras moléculas más sostenibles y alcanzar la
deseada economía circular.
En la actualidad, se podrían obtener todos los
combustibles derivados del petróleo utilizando
microorganismos en biorrefinerías, así como el 40 % de
todos los productos químicos generados en la industria
petroquímica, como plástico, detergentes o disolventes.
Sin embargo, no se hace porque no es rentable, pero a
largo plazo no quedará otra alternativa.
Para obtener biocombustibles, se utilizan restos
orgánicos como fuente de carbono (la base de los
combustibles), que se transforman mediante
fermentación microbiana u otros procesos. Pueden ser
caña de azúcar, celulosa o almidón de maíz o de patata,
entre muchos otros, lo que nos ayudaría a aprovechar
restos generados en otros procesos de producción para
obtener energía.

A partir de la acción de distintos microorganismos,


se consigue bioetanol, biogasolina, biodiésel y biogás.
Sin embargo, el proceso aún debe optimizarse para que
el rendimiento sea mayor, sobre todo cuando se parte
de material como la celulosa, proyecto que aún está
verde (y nunca mejor dicho, ya que la celulosa viene de
las plantas).
Ahora mismo, el futuro son los biocombustibles de
tercera generación, producidos por microorganismos
modificados genéticamente con el fin de afinar al
máximo esa fermentación. La idea es que, si una
empresa tiene un tipo de desecho y quiere aprovecharlo
al máximo a nivel energético, por ejemplo, se diseñe una
bacteria a medida capaz de degradar ese re siduo en
concreto y obtener una molécula capaz de darnos
energía.
No obstante, hay que tener en cuenta que, al
añadir una propiedad a una bacteria, como la de
fermentar o metabolizar algo nuevo, hay que pensar que
todo lo que se produzca en ese proceso o la energía
que requiera tiene que ser compatible con su vida
normal. Es como si a un ingeniero daltónico le dices que
tiene que dar clase a niños pequeños sobre los colores:
el pobre no podrá hacerlo por su condición natural. Sin
embargo, si le dices que tiene que aprender a tocar la
trompeta, sí que será capaz, pues su daltonismo no se
lo impedirá. Con las bacterias, sucede más o menos
algo así.
Un ejemplo de esto es la bacteria Escherichia coli,
una de las más conocidas, ya que se cultiva en
laboratorio desde hace años y se sabe prácticamente
todo sobre ella. Se ha conseguido modificarla para
obtener etanol a partir de hemicelulosa, un diseño desde
cero de una ruta metabólica completa, que es una
locura, pero se ha logrado. No obstante, como he
comentado antes, aún no está implantado por el alto
coste económico, aunque son los primeros pasos para
el futuro.

CUANDO LAS BACTERIAS SIRVEN PARA


CUALQUIER COSA EN LA INDUSTRIA
No sabía muy bien cómo meter en un mismo saco
los demás usos industriales de las bacterias, así que te
tendrás que conformar con este título.
Las bacterias, además de aportar en medicina,
medioambiente y agricultura, nos dan cosillas que nos
ayudan en el día a día. Por ejemplo, actualmente, está
super de moda ponerse labios utilizando ácido
hialurónico, un ingrediente que vemos en todas las
cremas habidas y por haber del universo, así como en
carteles de clínicas anunciado bien grande. Pues
déjame decirte que esa molécula la fabrican bacterias.
Al principio, se obtenía directamente de fuentes
animales, como los ojos de las vacas, el cartílago de
tiburón (que esto también te sonará de cremas) o la
cresta de los gallos. Esta última era la fuente principal,
porque se podían aprovechar las crestas que sobraban
en los mataderos, pero no quedaba tan bien poner en la
crema «con cresta de gallo» como «con cartílago de
tiburón», aunque ambas cosas me parecen algo
trambólikas en lo referente a cremas.

El problema estaba en que esta molécula podía


causar reacciones alérgicas y los mataderos ya no
daban abasto con tanta demanda, así que se tuvo que
buscar algo más sostenible. En un principio, se
comenzaron a utilizar a nivel industrial bacterias de los
géneros Streptococcus y Pasteurella, que lo fabrican de
forma natural para colocarse una especie de cubierta
que las ayuda a pasar desapercibidas por el sistema
inmunitario. Por esto último, intuirás que la bacteria
utilizada, en concreto la Streptococcus zooepidemicus
(el nombre ya nos da otra pista), era patógena. Aunque
no suele infectar a seres humanos, hay una mínima
probabilidad, y no estamos para jugárnosla por
cuestiones de belleza, así que se optó por utilizar
bacterias más inocuas, como Escherichia coli y Bacillus
subtilis, modificadas genéticamente para generar la
fermentación que da lugar a este ácido. Hoy en día, es
la opción vegana, rápida y segura de obtener ácido
hialurónico. Un ejemplo más de que la biotecnología
está presente en cada paso que damos, en este caso de
la mano de las bacterias.
Otro ejemplo que no quería dejarme en el tintero
son los detergentes, capaces de degradar manchas que
antes resultaba imposible, como las de sangre, pintura o
chocolate. Además de jabón, estos contienen enzimas
que degradan proteínas de la sangre, restos de almidón
del chocolate o restos de grasa de una mancha de
aceite, entre otras, para eliminar la suciedad del algodón
y devolverle la suavidad. Estas enzimas las producen
bacterias modificadas genéticamente. Se las hace
crecer en grandes fermentadores, como ocurría con
moléculas como la insulina, y se las dota de las
características deseadas para que aguanten altas y
bajas temperaturas en función de cómo laves tu ropa.
Hay mogollón de enzimas producidas por bacterias y
hongos a nivel industrial que se utilizan cada día en las
lavadoras y lavavajillas de millones de hogares. Una vez
más, tenemos a las bacterias como principales
productoras.

Y podría seguir contándote que las bacterias


también producen aditivos, como el ácido cítrico o el
ácido láctico, que también se pueden utilizar para
fabricar biomateriales, por ejemplo, bioplásticos o
aceites para usarse en alimentación. Hay un sinfín de
productos que podemos fabricar gracias a los
conocimientos sobre el metabolismo de estos pequeños
seres, capaces de hacer grandes cosas de la mano del
ser humano.
DATO CURIOSO
El superpegamento bacteriano
Al igual que los percebes, existen bacterias
capaces de pegarse con fuerza a la superficie de
las piedras en los ríos, como la Caulobacter
crescentus. Si tuviésemos un centímetro cuadrado
cubierto por una capa de esta bacteria,
necesitaríamos una fuerza tres veces mayor a la
de un pegamento como el superglue, y lo mejor de
todo es que esto es en medio acuático.

Por lo general, cuando utilizamos pegamento,


la superficie tiene que estar limpia y, sobre todo,
seca para que haga su función. En cambio, esta
bacteria se pega directamente en presencia de
agua, lo que sería ideal para muchas aplicaciones
que así lo necesitan. Sin embargo, nadie ha sido
capaz aún de producir algo así de manera
industrial, así que, si te ves con posibilidades, no
pierdas la oportunidad, porque puedes hacerte de
oro.
Sinceramente, a mí esto me da miedo, pero miedo
real. A veces, pienso en la vida de mi hija, ahora de casi
cuatro años, en su futuro, en un mundo en el que cada vez
hay más cepas de bacterias resistentes a todos los
antibióticos. Me aterran esas imágenes que a veces
comparten los médicos de análisis de resistencias que
indican que una bacteria es absolutamente resistente a
todos los antibióticos.

Pienso en ella y en todas las personas que van a


tener que enfrentarse a este problema, que se estima que,
si seguimos tal como estamos, en 2050 será la segunda
causa de muerte en el mundo, después de las
enfermedades cardiovasculares. La estimación se hizo en
2014 y no ha cambiado nada, así que parece estar bien
claro. Se calcula que el número de muertes por resistencia
a los antibióticos en un año en todo el mundo será de diez
millones, superando las provocadas por el cáncer.

Con el cáncer, vamos camino de mejorar los


pronósticos, pero con la resistencia a los antibióticos
vamos a contrarreloj y tarde. Cada vez hay más cepas
resistentes y menos antibióticos que funcionen, y además
la investigación de nuevos antibióticos es lenta y no tan
abundante como, por ejemplo, la de los tratamientos
contra el cáncer. El CDC creó en 2019 una tabla en la que
se ve perfectamente el ritmo que llevan las bacterias y los
hongos en comparación con el ritmo al que aparecen
nuevos antibióticos. Hay casos en los que, el mismo año
que sale el antibiótico al mercado, algún patógeno se
vuelve resistente.

Antibiótico Año de Microorganismo Año de

comercialización resistente identificación


Penicilina 1943 Streptococcus 1967
pneumoniae

Vancomicina 1958 Enterococcus 1988


faecium

Meticilina 1960 Staphylococcus 1960


aureus

Cefalosporina 1980 Escherichia coli 1983

Azitromicina 1980 Neisseria 2011


gonorrhoeae

Daptomicina 2003 Staphylococcus 2004


aureus

Ceftazidima/avibactam 2015 Klebsiella 2015


pneumoniae

Con este panorama, la magnitud del desafío en el


futuro será brutal, sobre todo si tenemos en cuenta el
impacto que puede tener en procedimientos médicos
rutinarios, como cirugías, trasplantes de órganos o
quimioterapia, así como para enfermos que dependen de
los antibióticos para vivir, como los que padecen fibrosis
quística. Estos procedimientos, que hoy son seguros y
normales, podrían complicarse por la resistencia a los
antibióticos y hacer que cambie la balanza entre los
riesgos y los beneficios.

Hay varias causas que pueden llevar a que este


problema sea cada vez más grande y se sabe que hay
factores que intervienen en que vaya más deprisa de lo
que debería en condiciones normales, como el uso
indebido y excesivo de antibióticos a todos los niveles,
tanto en humanos como en animales. En muchas
consultas, lo primero que se receta es un antibiótico de
amplio espectro sin saber si la persona tiene una infección
u otra, y no es culpa del personal médico, sino de los
medios de los que dispone.
En el ojo del huracán de todo esto, está la gran
capacidad que tienen las bacterias para adaptarse, de la
cual llevo hablándote a lo largo de todo el libro. Ellas van
más rápido adaptándose que nosotros generando nuevos
antibióticos, teniendo en cuenta que para que se apruebe
uno nuevo pueden pasar con facilidad diez años desde su
descubrimiento en un laboratorio. A ese ritmo es
imposible.

Esta resistencia, en constante evolución, crea un


escenario bastante preocupante en el que las
enfermedades fácilmente tratables podrían convertirse en
amenazas graves para la salud pública. En un mundo
cada vez más interconectado, poner límites a estas
resistencias es prácticamente imposible.

En este capítulo te contaré más sobre los


antibióticos, por qué una bacteria nos puede matar, cómo
se vuelven resistentes y cuáles son las soluciones que se
están planteando.

¿QUÉ NOS HACEN LAS BACTERIAS PARA


PODER MATARNOS?
Para una bacteria, el cuerpo humano es un sitio
maravilloso donde vivir, con calefacción gratis, una
humedad perfecta y el alimento necesario para crecer sin
que nadie la moleste, y encima cuenta con varios
compartimentos para elegir según sus necesidades y tener
vecinas con las que cuchichear. Un ecosistema perfecto.
Las bacterias han sido capaces de adaptarse
genéticamente para invadir el ambiente, permanecer ahí
pegadas y tranquilas, lograr el acceso a las fuentes de
nutrientes y evitar que las respuestas de defensas del
sistema inmunitario sean capaces de echarlas.
No obstante, antes de causarnos daño, deben entrar,
pero tienen varias formas de hacerlo. Aunque contamos
con barreras naturales que nos protegen, como piel,
mucosas y moléculas con sustancias antimicrobianas,
como los anticuerpos, algunas veces se alteran. Por
ejemplo, una úlcera o un simple corte crean una vía de
paso. Cuando nos cortamos, Staphylococcus aureus o
Staphylococcus epidermidis, que forman parte de la
microbiota de nuestra piel, pueden acceder al organismo y
convertirse en un problema importante, incluso crear la
necesidad de usar sondas permanentes o catéteres
vasculares. No obstante, en otros casos consiguen entrar
porque tienen los medios necesarios para pasarse esas
barreras por el arco del triunfo.

De todas formas, piensa que todos los agujeros que


tienes en el cuerpo, absolutamente todos, pueden ser una
vía de acceso de bacterias al organismo, aunque las
lágrimas lleven una enzima que degrade la pared celular
de las bacterias o el aparato respiratorio tenga unas
células que tiren la porquería hacia fuera, lo cual no
siempre es útil. Pueden transmitirse al ingerir algo
contaminado, por el aire, a causa de una picadura de un
insecto o mediante las relaciones sexuales, como pasa,
por ejemplo, con la Neisseria gonorrhoeae, que causa la
gonorrea.
Una vez dentro del cuerpo, las bacterias se quedan
adheridas a la superficie de las paredes de órganos como
la vejiga o el tubo digestivo gracias a unas moléculas
llamadas «adhesinas». Además, cuando hay un número
suficiente de ellas, ponen en marcha funciones para
mantener su colonia; por ejemplo, produciendo una
biopelícula o capa protectora que las mantiene a todas
agrupaditas tan a gusto bajo un manto y permite que se
peguen a superficies superlisas, como el material
quirúrgico no esterilizado. Para que te hagas una idea, el
ejemplo más claro de esto es la placa dental,
agrupaciones de restos bacterianos pegaditos.

¿Qué supone eso para nosotros? Pues que muchos


de los mecanismos que utilizan las bacterias para
conservar sus casitas y los productos derivados del
crecimiento y el metabolismo nos pueden ocasionar
problemas. A esto se lo conoce como «factores de
virulencia», que aumentan su capacidad para mantenerse
en el cuerpo, dañarlo y, al final, provocar una afección.
Aunque muchas bacterias la causan destruyendo
directamente el tejido donde están, algunas liberan toxinas
que pueden esparcirse por la sangre y producir un
problema sistémico.

De todos modos, no todas las bacterias ni las


infecciones bacterianas dan como resultado una
enfermedad, pues, como sabes, el cuerpo humano está
repletito de bacterias por cada uno de sus rincones en
contacto con el exterior y estas desempeñan papeles muy
importantes en nuestra salud, pero algunas siempre lo
hacen una vez que se produce la infección. Sin embargo,
mientras que algunas siempre causan enfermedad por
esos factores de virulencia, en otros casos solo puede
hacerlo una cepa concreta o un número determinado de
bacterias iniciadoras, y este umbral es distinto en función
de la bacteria.
Por ejemplo, no todas las cepas de Escherichia coli
causan una enfermedad aun siendo la misma especie, y
en el caso de las del género Shigella se requieren
doscientas bacterias para provocar una enfermedad,
mientras que de Vibrio cholerae hacen falta 100.000.000.
Así, no podemos hablar de infecciones por una
determinada bacteria como tal, pues existen otros factores
determinantes.

El estado de la persona infectada también


desempeña un papel importante. Por ejemplo, aunque son
necesarios un millón de microorganismos de Salmonella
para que se produzca una gastroenteritis en una persona
sana, tan solo se requieren unos millares si el pH del
estómago es menos ácido por utilizar antiácidos. Una
tontería que hace que las bacterias pasen al intestino de
una forma mucho más fácil y lo infecten que si el pH fuese
normal y superácido, como normalmente es. También
pueden influir defectos genéticos o problemas con el
sistema inmunitario, entre otros, a la hora de aumentar la
susceptibilidad de alguien a padecer una enfermedad
infecciosa.
Y es que, si bien el sistema inmunitario está
protegiendo constantemente al organismo de posibles
ataques, las bacterias han desarrollado herramientas para
esquivar muchas de sus barreras con el fin de
establecerse, como la microbiota, o de invadir y causar
infecciones, como las bacterias patógenas. Cuanto más
tiempo esté la bacteria en el cuerpo, más se multiplicará y
más tiempo tendrá de propagarse, aumentando su
potencial infectivo, lo que, a su vez, provocará que la
respuesta inmunitaria e inflamatoria sea cada vez mayor y
la enfermedad se agrave. Porque, sí, muchas veces los
síntomas son consecuencia de lo que hace nuestro
sistema inmunitario para luchar contra la bacteria, más
que obra de la propia bacteria.
Algunas bacterias virulentas (me hace gracia este
nombre, pero significa que son malas) siempre causan
enfermedades porque producen toxinas o crecen
destruyendo tejidos del organismo. Luego, están las
bacterias oportunistas (las que se encuentran en los patos
de goma de la bañera), que aprovechan que el huésped
está enfermo de base para crecer y causar una
enfermedad aún más grave. Por ejemplo, personas con
quemaduras graves o fibrosis quística tienen mayor riesgo
de infección por Pseudomonas aeruginosa. Básicamente,
la enfermedad se produce al combinar los daños que
provoca la bacteria en los tejidos o la función de un órgano
con las consecuencias de la respuesta inmunitaria.
Normalmente, esas infecciones más graves que provocan
respuestas sistémicas (de todo el cuerpo) se deben a
toxinas y citocinas (moléculas del sistema inmunitario),
que dan lugar a cuadros muy complicados de resolver.

Pero ¿qué es lo que producen estas bacterias para


dañarnos de tal forma? Como consecuencia de su propio
crecimiento y fermentaciones, como hemos visto en
capítulos anteriores, pueden generar ácidos, gases y otras
sustancias tóxicas para los tejidos. Además, muchas de
ellas liberan enzimas que rompen los tejidos, literalmente,
como si un comecocos se comiera las paredes de
nuestras células, proporcionando así alimento para que los
microorganismos crezcan y facilitando que las bacterias se
diseminen. Otro elemento muy común son las toxinas que
se producen con ese fin, hacer daño (como ese mensaje a
mala idea de un ex), que suelen provocar la rotura de
células para hacerse con el poder. En muchos casos, las
toxinas son las únicas responsables de los síntomas
característicos de la enfermedad, típicas de intoxicaciones
alimentarias o botulismo.

Figura 15. La bacteria protegida frente al macrófago

Pero aquí no acaba todo. Como buenos organismos


adaptativos que son, las bacterias han sido capaces de
encontrar la forma de evadir las armas de nuestro sistema
inmunitario en muchos casos. Esto se debe a la evolución,
porque evidentemente el que está más tiempo en el
huésped es capaz de dividirse más y mejor. Uno de estos
mecanismos estrella es la encapsulación: la bacteria se
pone una supercapa protectora que, por ejemplo, hace
que el macrófago encargado de engullirla no sea capaz de
hacerlo porque le resbala; y, si lo hace, esa misma capa la
protege de las enzimas que la pueden matar ya dentro.
Otro mecanismo consiste en ir cambiándose de máscara
para que el sistema inmunitario no sea capaz de
detectarla, o incluso poner en su superficie una proteína
capaz de deshacer los anticuerpos que se le peguen. Y lo
mejor de todo es que esto se debe al azar a lo largo de la
evolución, un proceso similar al que ha ocurrido con la
resistencia a los antibióticos, aunque esto último de forma
mucho más acelerada.

¿QUÉ ES UN ANTIBIÓTICO Y CÓMO SE


VUELVEN LAS BACTERIAS RESISTENTES A
ÉL?
En realidad, a estas alturas del libro, ya tienes que
saber qué es un antibiótico, pues he hablado de ellos
varias veces. Básicamente, son moléculas, ya sean de
origen natural o sintético, que interfieren en la vida de las
bacterias usando distintos mecanismos. El más común es
impedir que la bacteria monte su pared celular cuando se
multiplica, y sin pared las bacterias no son viables. Es
decir, no es que se mate a las bacterias que ya están ahí,
sino que se impide que se multipliquen. No sé si lo
recuerdas, pero las paredes de las bacterias están
constituidas por moléculas de azúcares que se van
entrelazando para formar una malla superresistente. Para
que estas moléculas se unan, necesitan enzimas que
sirvan de operarios de unión, y esos operarios son justo
las dianas de los antibióticos betalactámicos, que
seguramente te suenen. El ejemplo estrella es la
penicilina.
Las bacterias pueden volverse resistentes de varias
formas. Por ejemplo, haciendo que llegue menos cantidad
de antibiótico a su superficie, como en el caso de las
gramnegativas, que quizá recuerdes que tienen una capa
protectora extra. Esta capa hace que los antibióticos
tengan que pasar por unos poros para alcanzar la pared, y
aquí está la clave de la estrategia: las bacterias hacen
cambios en estos poros para que se vuelvan más
pequeñitos y no puedan pasar, tornándose resistentes.
Pero, ojo, porque también pueden cambiar estos poros de
tal manera que sean capaces hasta de bombear
antibiótico hacia fuera por un juego de cargas de
electrones, ¡increíble! Otra estrategia que utilizan mucho
las bacterias es la de destruir el antibiótico directamente.
Ya se han descrito más de doscientos tipos de enzimas
destructoras de betalactámico, así que lo tenemos crudo
para seguir trabajando a largo plazo con estos antibióticos,
viendo el panorama.
Para combatir la resistencia, se han ideado
antibióticos a los que se le añade un bloqueador de esas
enzimas destructoras, como un juego de pimpón en el que
la bola de ataque va pasando de uno a otro. Y hay un
ejemplo que estoy segura de que te suena, porque es el
antibiótico que se receta por excelencia: amoxicilina con
ácido clavulánico. La amoxicilina es el antibiótico y el ácido
clavulánico bloquea a esas enzimas que lo destruyen,
actuando como protector. Se usa ampliamente, pues la
resistencia a la amoxicilina ya es un hecho, y no solo en
los hospitales para determinados casos; de ahí que la
mayoría de las veces se recete el antibiótico con este
extra de protección.

Otra forma de atacar a las bacterias es interferir en


su fabricación de proteínas, como hace la estreptomicina:
se une a los ribosomas, que son los operarios dedicados a
la fabricación de las proteínas. Es como si llegas a una
fábrica de zapatos y le atas los brazos a la espalda a la
aparadora que está fabricándolos: no saldrán zapatos a la
venta y la gente no podrá andar con ellos. Pues este
antibiótico hace algo así, pero con las proteínas y con sus
fabricantes, que sin ellas son incapaces de vivir, puesto
que son las que hacen el metabolismo y las que posibilitan
que las bacterias se multipliquen.
No obstante, como era de esperar, las bacterias
también tienen sus herramientas para luchar, claro. Por
ejemplo, introduciendo una mutación justo donde esta
molécula se une y que así ya no pueda hacerlo o, incluso
más fácil, modificando el propio antibiótico en una
pequeña zona. Al fin y al cabo, se trata de encontrar la
forma de que eso no se pegue ahí y poder hacer vida, y
obviamente ya existen cepas que lo hacen desde hace
muchísimos años.

En otro nivel están las bacterias multirresistentes.


Estas cuentan con distintos mecanismos de evasión de los
antibióticos a la vez, lo que las hace resistentes a varios
tipos, volviéndolas intratables.
Y, si esto ocurre en una bacteria por azar, ¿en todas
las demás también? La probabilidad es pequeña; tienes
que pensar que estos cambios y resistencias se dan al
azar con cada división celular por mutaciones en el ADN,
lo que se conoce como «evolución por selección natural».
En una comunidad de bacterias, no son todas iguales, sino
que hay una gran variedad genotípica y cada una tiene
sus cositas, como las personas: hay a quien le sienta bien
la lactosa, mientras que hay a quien no; a unos les
funciona un tratamiento, y a otros no, pero en definitiva
somos todos seres humanos.
En realidad, es el medioambiente el que selecciona
las bacterias mejor adaptadas para que sean las que
dejen una descendencia más preparada. Si hay un
antibiótico presente, este ejercerá una presión de
selección sobre la comunidad bacteriana y solo aquellas
resistentes a él sobrevivirán y se multiplicarán. Además,
este proceso puede ocurrir varias veces, por ejemplo,
cuando en un tratamiento se va aumentando la dosis para
intentar matarlas, lo que hace que las bacterias cada vez
sean más resistentes, que es más bien lo contrario a lo
que buscamos.
Además de eso, las bacterias pueden transmitirse
entre ellas información a través de los plásmidos para
convertirse en resistentes, actuando como un equipo, pues
se necesitan mutuamente para asegurar la supervivencia
de la colonia. Y no lo hacen con bacterias solo de su
especie, sino con cualquier otra siempre que les interese.
Para que se dé esto, las bacterias tienen que estar
juntitas. ¿Y dónde hay bacterias de distintos tipos siempre
juntas? En los hospitales.

DATO CURIOSO
Es posible ver la resistencia a los
antibióticos con nuestros propios ojos
Este proceso evolutivo de mutación y selección
se demostró de forma muy gráfica con un
experimento hecho por la Universidad de Harvard, el
cual está grabado y se titula «The Evolution of
Bacteria on a “Mega-Plate” Petri Dish». En tan solo
once días, se consiguieron cepas de Escherichia coli
resistentes a una concentración mil veces mayor que
con la que empezaron.
Un hospital es el lugar donde viven la mayoría de las
bacterias resistentes por dos motivos principales: la
continua presión selectiva de los antibióticos a la que
están sometidas y la convivencia de bacterias de
diferentes especies y lugares en un sitio determinado, lo
que aumenta considerablemente la posibilidad de que
aparezcan bacterias resistentes. Otro lugar son las granjas
o cultivos agrícolas, donde se usan antibióticos sin ningún
control, e incluso las plantas de tratamiento de aguas
residuales, donde acaban todos los desechos de
antibióticos utilizados en otros sitios.
El uso inapropiado de los antibióticos es una de las
principales causas de todas estas resistencias. Se ha
estimado que más del 50 % de las prescripciones de
antibióticos en los hospitales se dan sin tener pruebas
claras de que haya una infección, y tampoco se
proporcionan indicaciones de cómo administrarlos.
Muchos médicos han recetado antibióticos a pacientes con
un resfriado, una gripe, una neumonía vírica u otras
enfermedades que ocasionan virus, frente a los que el
antibiótico no tiene nada que hacer.
Figura 16. Resistencia a los antibióticos

Un estudio demostró que más del 50 % de los


pacientes diagnosticados con resfriados e infecciones de
garganta y el 66 % de los que padecen catarros de pecho
reciben antibióticos, a pesar de que más del 90 % de ellos
se deben a virus. Una locura. Esto pasa porque no se
hace un cultivo ni una prueba para saber qué bacteria está
provocando eso o, mejor dicho, si hay alguna bacteria,
pues, en caso contrario, no hay que tomar antibiótico.
Y la situación empeora porque, por norma, los
pacientes no acaban el período de medicación y, cuando
el tratamiento con antibióticos se interrumpe demasiado
pronto, los mutantes resistentes a los fármacos sobreviven
con más facilidad. Y si a eso le sumamos que hay países
donde hay antibióticos disponibles sin prescripción (locura
máxima) y la gente se automedica cuando piensa que
tiene una infección sin tener ni idea, aumenta aún más la
prevalencia de las cepas resistentes.
Figura 17. El origen de la resistencia a los antibióticos

Otro factor que hace que la resistencia a los


antibióticos sea cada vez mayor es, sin duda, su uso en la
alimentación animal. Utilizarlos de forma correcta y en
dosis bajas en los piensos aumenta la eficacia y la tasa de
ganancia de peso del ganado, en parte por el control de
las infecciones en poblaciones de animales hacinados
(otro tema importante que tratar, pero que no viene a
cuento en este libro). Sin embargo, esto también aumenta
el número de bacterias resistentes en el tracto intestinal de
los animales y pueden darse casos de trasmisión a los
humanos al consumirlos, por ejemplo, de Salmonella.

DISEÑO DE NUEVOS FÁRMACOS FRENTE A LA


INCONTROLABLE RESISTENCIA A LOS
ANTIBIÓTICOS
La comunidad científica sabe que, a la larga, se
desarrollarán resistencias a cualquier fármaco
antimicrobiano; es cuestión de tiempo y evolución. No
obstante, un uso apropiado y prudente de los antibióticos
puede hacer que su uso sea eficaz, pues la solución al
problema de la resistencia requiere el desarrollo continuo
de fármacos. Lo malo es que este proceso puede durar
años, pero muchos, entre diez y veinticinco, desde que un
científico dice «vamos a probar con esto». Hay casos en
que quizá sea un poco menos, pero las cosas de palacio
van despacio y no se va a administrar a todo el mundo
algo cuya seguridad y eficacia no están bien demostradas.
Cada año, la industria farmacéutica puede gastar de
media fácilmente hasta 4.000 millones de dólares en el
desarrollo de fármacos frente a bacterias y cada uno que
se aprueba para uso humano cuesta más de quinientos
millones de dólares de inversión inicial. Aquí entra en
juego aquello de que las farmacéuticas se aprovechan de
la salud de las personas para ganar dinero, pero ¿quién
estaría dispuesto a hacer dicha inversión sin ninguna
garantía, pagar a todos sus investigadores y lanzarse al
vacío con tremendas cantidades de dinero de forma
altruista por la salud del mundo?
Cuando se buscan nuevos fármacos antibacterianos,
en lo primero que se piensa es en reformular los que ya
tenemos, de tal manera que la bacteria no sea capaz de
detectarlos y sigan siendo funcionales. Este es el caso de
los análogos, moléculas muy similares a las ya existentes,
que tienen un mecanismo demostrado. Dado que la
resistencia al antibiótico suele basarse en el
reconocimiento de la estructura de la molécula, al
cambiarla, en teoría al menos, esa resistencia desaparece.
Esto es en lo primero que se piensa, ya que hallar
compuestos antimicrobianos es mucho más difícil que
obtener análogos, pues los nuevos deben actuar en
diferentes sitios de las rutas metabólicas o tienen que ser
totalmente distintos a lo que hay para evitar los
mecanismos de resistencia existentes. Sin embargo, las
nuevas herramientas tecnológicas ayudan a diseñar en el
ordenador moléculas que luego pueden sintetizarse de
forma artificial en el laboratorio para probarlas. Así se
obtuvo uno de los antivirales frente al VIH.

Antiguamente, los antibióticos eran moléculas


aisladas a partir de fuentes naturales, microorganismos
como Streptomyces o Penicillium, que se analizaban cada
poco en busca de algún compuesto útil. No obstante,
podría decirse que, con el paso de los años y la
investigación, ya se han exprimido todo lo posible, por lo
que hay que buscar nuevas fuentes. Una de las
estrategias, como ya te he contado, consiste en combinar
los antibióticos con compuestos que inhiban el mecanismo
por el que la bacteria los bloquea, como el ácido
clavulánico. Sin embargo, ahora mismo la visión tiene que
ser más amplia: hay que buscar cambios más radicales e
innovadores que recorten el tiempo de reacción. En la
actualidad, las estrategias más prometedoras se basan en
lo siguiente:
• Analizar genéticamente el patógeno y comprobar gen a
gen dónde puede ser atacado. Es decir, encontrar
genes esenciales que aún no se conozcan y, una vez
identificados, buscar las moléculas que los alteren.

• Conocer más sobre los genes de las bacterias que no


se pueden cultivar en un laboratorio. El 90 % de las
que se conocen aún no se han podido sacar de su
hábitat para hacerlas crecer en una placa, pero sí
que se cuenta con herramientas para extraer el
material genético y buscar genes que den lugar a
nuevos antibióticos.
• Diseñar a medida los antibióticos cuando se conoce al
dedillo la diana que se quiere bloquear, gracias a
herramientas como el modelado molecular: un
ordenador hace la búsqueda y el diseño de una
molécula que encaje perfectamente en el lugar y que
lleve a cabo dicha función.
• Diseñar métodos de síntesis química y estrategias para
cultivar bacterias productoras de antibióticos. Como
no pueden llevarse todas las bacterias a los
laboratorios, hacen falta dispositivos que permitan
producir esos antibióticos donde viven las bacterias
productoras, lo que ayudaría a obtener nuevas
moléculas.
• Utilizar el sistema CRISPR/Cas9 para eliminar genes
de resistencia de un patógeno o hacer que la bacteria
se mate sola introduciendo genes que den lugar a
sustancias tóxicas para ella.
• Aprovechar la evolución poniendo a competir por los
mismos nutrientes al microorganismo productor de
antibiótico y a la bacteria que se quiere matar para
ver si el productor es capaz de adaptarse para
matarla en caso de que esta se vuelva resistente.
Simplemente brillante. Este es un enfoque novedoso,
pero se trata de una carrera contra la evolución.
Estas estrategias están basadas en seguir luchando
contra las bacterias de forma clásica, con moléculas que
afecten a su crecimiento o a su metabolismo, pero ahora
mismo necesitamos todas las alternativas posibles para
tener opciones frente a una situación de emergencia. Una
de las alternativas que se han considerado es usar
anticuerpos que se unen e inactivan los factores de
virulencia y las toxinas que provocan los síntomas. Los
anticuerpos ya se están utilizando para tratar el cáncer y
ayudar a superar infecciones de virus u otros tratamientos
relacionados con el sistema inmunitario, por lo que todo el
camino de comprobar si la herramienta funciona ya está
hecho. Sería una de las alternativas menos arriesgadas y
más sencillas, pero aún está en una fase muy temprana
de desarrollo, y no es coser y cantar. Los anticuerpos se
deben unir al lugar adecuado y no provocar una respuesta
inmunitaria exagerada, pues podría ser peor el remedio
que la enfermedad.

En la cabeza de los científicos también cabe la


posibilidad de utilizar probióticos como apoyo o moléculas
que estimulen el sistema inmunitario para que ataque a las
bacterias, o buscar nuevas vacunas, aunque esto último
solo serviría para prevenir y no se pueden crear vacunas
para todas las bacterias que nos pueden infectar. Por
tanto, es un enfoque que solo podríamos plantear en
casos de transmisiones muy grandes o enfermedades muy
graves.
Sin embargo, entre todas las alternativas, hay una
que a mí me encanta: la fagoterapia. Se está
desarrollando cerca de mi ciudad, en Valencia, y no puedo
sentirme más orgullosa de los científicos y las científicas
de este país: todo un equipo buscando una alternativa
viable frente a la resistencia a antibió ticos.

Los virus como aliados en la lucha contra las


bacterias resistentes
Si me seguías antes de leer este libro, sabrás que
una de mis pasiones son los virus. Son capaces de hacer
muchas cosas aun siendo tan pequeños, y encima son
mucho más simples que las bacterias, por lo que su sola
existencia ya me fascina.
En la lucha contra las bacterias, no utilizaríamos virus
de seres humanos, plantas o animales, obviamente. Esto
sería un riesgo para nosotros que no tenemos ninguna
necesidad de asumir. En realidad, el enfoque es utilizar los
virus que infectan bacterias para poder matarlas y acabar
con la infección. Así de primeras, quizá pienses «pero
¡¿cómo no se le ha ocurrido a nadie antes?!», aunque en
realidad sí que se les ha ocurrido a muchos.
En la época en la que Fleming estaba ahí con sus
placas, meses antes de que descubriese la penicilina,
había científicos que ya planteaban la posibilidad de
utilizar los bacteriófagos como armas contra las bacterias.
Sin embargo, la popularidad de los antibióticos y su fácil
fabricación en aquel momento hizo que aquella idea se
quedara en un cajón hasta hoy.
En 1896, Ernes Hakim quiso comprobar una leyenda.
Por aquel entonces, se decía que el agua del Ganges
tenía propiedades curativas frente al cólera y, aun siendo
escéptico, cuál fue su sorpresa al descubrir que en esa
agua había algo que mataba la bacteria que lo causaba,
por lo que, efectivamente, podía ser curativa. Por otra
parte, en la Gran Guerra, el médico Félix d’Herelle,
investigando cómo ayudar a los soldados de las tropas
francesas con disentería por Shigella, encontró que,
cuando filtraba restos fecales de los enfermos (todo muy
bonito) y añadía ese filtrado a cultivos de Shigella,
acababa con todo. Por tanto, ahí debía de haber unos
virus que matasen a todas esas bacterias, a los que llamó
«bacteriófagos» (también conocidos como «fagos»), y
planteó por primera vez la terapia con ellos.

El descubrimiento de estos virus para los humanos


no fue algo muy romántico, pero la presión de las guerras
a lo largo de la historia en la investigación científica, en
especial la médica, hizo que se avanzara en un tema cuya
validez ya se intuía. Sin embargo, a pesar de su potencial,
el éxito de este tratamiento fue escaso, pues resultaba
difícil de reproducir en otro lugar, debido al poco
conocimiento sobre estos virus, y complicado de aplicar.
Así pues, no había mucho que hacer frente a los
antibióticos.
Los bacteriófagos son un tipo de virus que atacan
específicamente a las bacterias, así que no tienes que
preocuparte por si son capaces de infectarte a ti, porque
ya te digo yo que no. Hay miles de millones por todas
partes, incluso en el mar, donde se encuentra la mayor
concentración de estos virus por mililitro, y aún no se ha
visto ningún caso de infección por fagos en un ser humano
por bañarse en la playa. Es evidente que no hay parecido
alguno entre una bacteria y nosotros, así que tranqui.

Figura 18. Bacteriófago


Al igual que los demás virus, los bacteriófagos no se
alimentan ni se relacionan y solo se pueden reproducir
usando la maquinaria celular. Esto los cataloga como
seres no vivos, aunque yo no lo comparta. Si te fijas, son
bastante monos, con esa forma parecida a una araña que
les permite engancharse a la superficie de la bacteria,
donde, una vez colocados, hacen como una especie de
sentadilla y, en la mayoría de los casos, le inyectan su
material genético. Una cucada.
En cuanto el material genético entra en la bacteria, la
pone a trabajar para él: fabrica miles de unidades de virus
y la pobre se queda con lo mínimo para sobrevivir y
producir. Cuando ya no le quedan recursos, la bacteria
muere y esos miles de virus que ha fabricado viajarán a
todas las que hay alrededor para seguir el mismo proceso.
Un plan sin fisuras. En organismos como las bacterias, tan
sencillos y carentes de sistema inmunitario, la verdad es
que el éxito está prácticamente asegurado.
Además, los bacteriófagos son superespecíficos, es
decir, atacan solo a una especie de bacteria concreta sin
dañar al resto, al contrario que los antibióticos, que nos
hacen polvo la microbiota en cuanto los tomamos, y
tampoco son capaces de infectar células eucariotas
animales como las nuestras, por lo que los efectos
secundarios son mínimos (en teoría).

Otra ventaja que tienen es que, mientras que los


antibióticos son moléculas estables, siempre las mismas e
invariables, los fagos son entes (aunque yo los llamaría
«organismos») con capacidad de adaptarse, cambiar y
evolucionar gracias a todos los cambios que se pueden
dar por azar en su material genético, lo que, como ya
sabes, puede darles ventajas evolutivas, y los que ganan
se quedan. Si una bacteria desarrolla resistencia a un
bacteriófago, entre los miles que se generan alguno tendrá
una mutación o variación genética que haya encontrado la
forma de esquivarla o de atacar por otro lado, por lo que la
bacteria no tendrá nada que hacer.
Esto ya se demostró en un ensayo clínico de 2018 en
el que se trataban infecciones urinarias con una mezcla de
bacteriófagos. Al principio, se conseguía matar cerca del
40 % de las bacterias, pero tras cuatro ciclos de
adaptación se observó que la sensibilidad aumentó hasta
un 75 % gracias a la capacidad de evolución de estos
virus. Se dividen muy rápido, generando muchas unidades
de virus, por lo que la probabilidad de éxito es muy alta, y
aquí el tiempo corre en contra de la bacteria. Eso sí,
puede pasar entre un mes y un año, en función de la
situación, así que, bueno, no es tan perfecto como parece.

En general, el tratamiento con fagos se plantea


cuando los antibióticos no han funcionado. Para ello, se
aísla la bacteria, con el fin de saber cuál es, y en el
laboratorio se añaden a distintas muestras varios fagos
disponibles en una base para ver si alguno es capaz de
infectarlas y destruirlas. Estas bases se pueden obtener
de varias maneras, pero tengo una noticia que darte: el
mejor lugar para encontrar diferentes tipos de fagos son
las aguas fecales, algo que está muy relacionado con
aquello que D’Herelle descubrió en su momento. Así que,
de nuevo, la caca procesada puede salvar vidas.

Los fagos capaces de matar a esa bacteria se aíslan,


se multiplican en laboratorio y, una vez que se tiene la
cantidad suficiente, se le administran al paciente. Esto
hace que sea una terapia totalmente personalizada, lo que
supone, además de un coste extra en el tratamiento, que a
veces no se logre lo esperado. Si lo piensas bien, que sea
tan específica quizá no sea tan bueno, pues puede matar
a una cepa patógena, pero no a otra de la misma especie.
Es decir, si tú tienes una bacteria determinada
infectándote, pero son dos cepas distintas las que te están
ocasionando ese problema (piensa en dos humanos de
diferente país: siguen siendo humanos), el virus
probablemente solo sea capaz de matar a una de ellas.
Esto implicaría buscar un virus para cada cepa, y la cosa
ya se complica a nivel logístico.
Otro hándicap que plantea la fagoterapia es la dosis.
El antibiótico es un compuesto químico con una cantidad
determinada en la pastilla o en el líquido que se puede
controlar, pues es posible establecer unos criterios de
seguridad y calidad basados en cómo se descompone ese
compuesto y cómo se metaboliza por el cuerpo. Sin
embargo, en el caso de los bacteriófagos, al tratarse de
algo biológico que, encima, se multiplica en el cuerpo al
infectar las bacterias, la cosa se complica. Si se generan
demasiados virus en el organismo, podría haber una
respuesta inmunitaria no deseada frente a algo que no es
una amenaza, aunque el cuerpo piense que sí (similar a
una alergia).
A pesar de esto, la fagoterapia es capaz de conseguir
maravillas en la lucha contra infecciones causadas por
bacterias multirresistentes a los antibióticos, cuando ya
nada vale y la vida de la persona corre peligro. Estos
últimos años se ha conseguido curar infecciones
imposibles en nueve meses gracias a los fagos; casos
complicados de fibrosis quística, en los que el tratamiento
con fagos mejoró considerablemente la calidad de vida de
una niña, o infecciones cutáneas por quemaduras,
curadas por tratamiento tópico con fagos.

Se trata de éxitos puntuales que muestran que aún


hay mucho por hacer, pero ya se sabe que esa
herramienta existe y que puede utilizarse en casos de
extrema gravedad. Actualmente, hay varias empresas
interesadas en desarrollar cócteles de fagos dirigidos a las
bacterias patógenas más comunes con resistencias, como
Escherichia coli, Klebsiella pneumoniae, Pseudomonas
aeruginosa o Staphylococcus aureus. De este modo, no
sería necesario aislar el patógeno y cultivarlo para saber
qué fago utilizar, sino que bastaría con emplear este cóctel
si la infección está causada por alguno de estos cuatro,
más o menos como una vacuna polivalente, pero esto es
para tratar, no para prevenir.
También hay laboratorios de investigación, como el
liderado por Pilar Domingo-Calap, una investigadora que
coordina el Laboratorio de Virología Ambiental y
Biomédica del Instituto de Biología Integrativa de Sistemas
de la Universidad de Valencia-CSIC. En él, se están
haciendo investigaciones para tratar bacterias con
bacteriófagos; en este caso, enfocándose a personas que
padecen fibrosis quística, una enfermedad pulmonar que
normalmente va acompañada de infecciones continuas de
bacterias, muchas veces resistentes a los antibióticos.
Que ocurra en los pulmones es algo grave y puede poner
en peligro la vida del paciente, por lo que es fundamental
centrar las energías en buscar soluciones para estos
casos más graves. En concreto, buscan un procedimiento
sencillo y más factible para aislar fagos, diseñarlos y
producirlos de forma personalizada. Es decir, diseñar un
fago a medida para cada caso, introduciendo los genes
necesarios para que el virus mate a las bacterias más
comunes en los pacientes con fibrosis quística.

DATO CURIOSO
Una vacuna como tratamiento y no como
prevención de una infección
Cuando una persona tiene una infección crónica
o recurrente (que no se consigue eliminar con
ninguno de los tratamientos disponibles), a veces se
puede recurrir a la autovacuna. ¿Y esto qué es?
Pues consiste en extraer una muestra de la bacteria
que causa la infección y cultivarla en el laboratorio
para preparar una vacuna con ella. Evidentemente,
no se introduce la bacteria viva, sino que se procesa
para inyectar al paciente trozos de ella, la bacteria
muerta o sus toxinas con el fin de estimular al
sistema inmunitario y que este despierte y ataque a
la infección, aunque no se sabe muy bien cómo se
logra esto. La idea es buscar la ayuda desde dentro,
con los aliados del sistema inmunitario, que es un
arma muy potente. Estas vacunas son únicas y
personalizadas, ya que se formulan de manera
individual para cada paciente y se orientan a las
cepas concretas que causan la enfermedad, lo que
hace que el coste sea bastante alto. Por ejemplo,
este método se utiliza bastante en veterinaria para
controlar las infecciones de grandes números de
animales: se mezclan varias cepas de bacterias y se
les inyectan. Hoy en día, la autovacuna se utiliza
como ultimísimo recurso. Aunque esto no solucione
el problema global de la resistencia a los antibióticos,
es un arma más para casos de extrema gravedad.

La posibilidad de modificar genéticamente un virus a


nuestro antojo puede ser una superarma para luchar
contra las bacterias y contra el posible desarrollo de
resistencias, además de permitir solucionar algunos de los
problemas que se han planteado en este capítulo. Pero
¿sabes lo que le ocurre a este grupo de investigación?
Que no cuentan con financiación suficiente para seguir su
proyecto. De hecho, los ayudé a promover una campaña
llamada «Adopta un fago», con la que querían recaudar
fondos de la gente de a pie para pagar a sus trabajadores
y llevar a cabo este proyecto de la mano de la Federación
Española de Fibrosis Quística. Esta campaña, junto con el
maravilloso trabajo de Pilar y su equipo, los llevó a
titulares de prensa y, hoy en día, su proyecto ya tiene alas
para avanzar gracias a apoyos privados y de empresas
que confían en su investigación. Porque, sí, los virus
pueden salvar hoy la vida de muchas personas.
Como sabrás, soy biotecnóloga. Creo que es la
mejor decisión que he tomado en mi vida, pues estudiar
esa carrera fue una gozada (y sufrimiento a partes
iguales). Con esta ciencia, te das cuenta del infinito
abanico que hay para conseguir cosas inimaginables de
la mano de la naturaleza.

Me parece una absoluta maravilla conocer nuestra


naturaleza hasta tal punto de ser capaces de decir:
«¡Oye! Esto podemos utilizarlo para solucionar este
problema, y encima de una forma sostenible y más
respetuosa con el medioambiente». Porque, sí, la
química también puede ser natural, aunque está claro
que la producción industrial química en muchos casos
está destrozando nuestro planeta, sobre todo la
combustión y la producción de alimentos a gran escala.
Las bacterias son una alternativa aún por explorar,
pero muchísimo, teniendo en cuenta el bajo porcentaje
de especies que conocemos respecto a las que existen.
Ahí fuera, puede haber bacterias que produzcan algún
compuesto anticancerígeno brutal o que sean capaces
de degradar grandes cantidades de contaminantes
hasta hoy imposibles de manejar. Un mundo infinito de
herramientas por descubrir, aunque no me cabe duda de
que, con el avance de la tecnología de hoy en día, se
conseguirá.
En nuestro mundo, hay un tejido invisible en el que
las bacterias desempeñan un papel crucial y, a medida
que la investigación científica avanza, aparecen nuevos
usos extraordinarios de estas pequeñas maravillas con
un potencial alucinante. Nada que ver con su terrible
reputación de peligrosas y patógenas. Por cierto, espero
que hayas cambiado de idea a lo largo de la lectura de
este libro.
En este capítulo, voy a jugar a ser un poquito como
la mujer del tiempo y tratar de predecir el futuro con la
información disponible hoy, desde el mundo de la
microbiota hasta los campos de la medicina, la industria
y mucho más allá. Exploraremos cómo están perfilando
el futuro las bacterias, aliadas en la lucha contra
enfermedades y una motivación en la innovación
industrial sostenible.

Habrá cosas en las que no acierte, yo o la fuente


en la que me he basado, pero jugar a adivinar lo que
puede pasar me gusta y, quién sabe, si acierto, estaré
contenta de haberlo hecho y quedará constancia aquí,
en este libro. Así podré contárselo a mis nietos: «Tu
abuela, en sus años mozos, sabía que esto iba a pasar,
¡hija!».

EL FUTURO ENFOCADO EN LA MICROBIOTA


La investigación moderna de los últimos años nos
ha dado un nuevo enfoque de la microbiota y su
importancia, no hay duda. Ahora sabemos mucho más
de ella y conocemos más detalles. El siguiente paso es
saber cómo afecta a nuestro organismo, porque tengo
claro que debe de tener un papel mucho más importante
que el comprobado científicamente hoy en día.
En este contexto, las terapias personalizadas
basadas en la microbiota son un rayito de esperanza
que pueden ayudar a comprender muchas cosas que
aún no se comprenden del todo y hacer posibles los
tratamientos adaptados a cada paciente. Esta visión
también puede ayudar a transformar la prevención y el
manejo de enfermedades crónicas, pues la salud está
íntimamente relacionada con la diversidad bacteriana de
nuestro cuerpo.
Algo que creo que será clave es el avance en las
tecnologías de secuenciación genética, que permiten
saber qué bacterias hay en un lugar determinado sin
tener que cultivar cada una de ellas en una placa y
luego secuenciar. Esto se conoce como
«metagenómica» y consiste en coger una muestra, en
este caso del cuerpo (pero puede ser de cualquier lugar
de la Tierra), y extraer toda la información genética de
ahí. Luego, se busca esa información en el laboratorio
en una base de datos donde están todas las secuencias
de las bacterias conocidas (o un gran número de ellas) y
se localiza.

Esto hace que sea un proceso mucho más sencillo


y fácil catalogar qué bacterias hay en un lugar y adaptar
el tratamiento. Por ejemplo, ahora mismo, se sabe que
enfermedades como la obesidad y la diabetes tienen
relación con la microbiota del intestino, donde la
digestión es un proceso compartido con ellas, por lo que
evidentemente alguna implicación debe tener. Otras,
como el síndrome del intestino irritable, la colitis
ulcerosa o la enfermedad de Crohn, podrían tratarse
teniendo en cuenta la microbiota de la persona en ese
momento, quizá acompañando el tratamiento estándar
con prebióticos, probióticos o posbióticos que ayudasen
en ese caso concreto, hilando superfino. Conforme se
vaya avanzando en la investigación de las especies que
hacen que una enfermedad empeore o mejore, estos
tratamientos adquirirán mucho más sentido y quizá
cambien el paradigma de la medicina.

Un enfoque muy chulo es el de utilizar bacterias


modificadas previamente para insertarlas en nuestra
microbiota. Imagínate la situación de una persona que
tiene una deficiencia a la hora de absorber algún
nutriente: se puede diseñar una bacteria que genere ese
nutriente de forma que su absorción sea más sencilla. O
una persona que necesita una medicación de por vida o
la presencia de alguna proteína que no es capaz de
generar por sí misma: con una simple pastilla con
bacterias modificadas genéticamente, se podría producir
una colonia de generadoras de esa molécula. Quizá
parezca muy loco, pero se está planteando de verdad.

Además, ahora mismo, el tema de la salud mental


está a la orden del día y por fin se está teniendo en
cuenta como algo posiblemente incapacitante, en lugar
de restarle importancia, como se ha hecho siempre.
Debido a este aumento de interés, los investigadores
han empezado a considerar la microbiota en el enfoque
del tratamiento de los trastornos mentales, debido a que
hay pruebas científicas suficientes sobre la presencia de
bacterias en el intestino capaces de generar
neurotransmisores que estimulan el nervio vago que
conecta con el cerebro.

Se ha demostrado que hay relación entre la


microbiota del intestino con enfermedades como la
depresión o la ansiedad. Es decir, el cerebro está
conectado con el intestino de forma tan directa que nos
permite afrontar algunos problemas asociados
tradicionalmente a la ciencia psiquiátrica o psicológica
desde una perspectiva innovadora. Esto no quiere decir
que la depresión esté provocada tan solo por la
microbiota, sino que estos trastornos pueden afrontarse
desde otra perspectiva y complementar el tratamiento.

Un grupo de investigadores españoles del CSIC,


liderado por Yolanda Sanz, patentaron una bacteria que
está presente de forma natural en el intestino de
personas sanas. Demostraron que esta bacteria era una
buena productora de serotonina, una molécula que se
encuentra en bajas concentraciones en quienes sufren
depresión o estrés (este último es un factor de riesgo
para desarrollar depresión). Cuando lo probaron en
modelos animales con depresión inducida por estrés
(como si fuese algo similar al acoso), observaron que
esta bacteria también reducía la sobreproducción de
corticosterona, una molécula que se genera cuando hay
mucho estrés.

Aún no se sabe muy bien cómo funciona ese


mecanismo, pero será cuestión de tiempo. Es algo
complejo de estudiar, sobre todo cuando hablamos de
humanos y cerebro. Si se consigue comprender en
profundidad estos procesos de comunicación entre el
intestino y el sistema nervioso, se podrán diseñar
tratamientos que vayan a la raíz del problema. Y, quién
sabe, quizá las bacterias sean la clave en ellos.
Y, en relación con esto, también empieza a haber
estudios que asocian la microbiota con el deterioro
cognitivo e inmunitario causado por el envejecimiento.
No quiero decir que lo empeore o sea la causante, sino
que puede contribuir a repararlo o retrasarlo. La
microbiota va evolucionando conforme cumplimos años
y va cambiando, y a partir de los sesenta o sesenta y
cinco años la diversidad empieza a disminuir, por lo que
cada vez hay menos tipos de bacterias y algunas
beneficiosas se cambian por otras que no lo son tanto.

No hay pruebas de que tener una microbiota mejor


haga que vivas más y mejor, pero algunos estudios
observaron que, tras un trasplante de microbiota fecal
de ratones jóvenes a ratones viejos, se atenuaban e
incluso se llegaban a revertir los trastornos cognitivos
que había adquirido el resto de grupo de control. Esto
significa que problemas cognitivos como la pérdida de
memoria o la falta de concentración mejoraban.
Asimismo, las bajada de defensas, que ha sido un caso
muy habitual durante la pandemia, no era tan
pronunciada como en los casos en los que se realizaba
este trasplante fecal. Evidentemente, esto haría falta
probarlo en seres humanos, pero nos da alguna señal
de que las bacterias que habitan en nuestro cuerpo
pueden conseguir mucho más allá que solucionar una
diarrea.

LA PERSPECTIVA DE UN FUTURO MÁS


PROMETEDOR EN MEDICINA
Como ya te he contado en capítulos anteriores, las
opciones con las bacterias en la investigación y el
tratamiento de enfermedades no tienen límites. No solo
estoy hablando del tema de la microbiota y su posible
relación con prácticamente todo lo que ocurre en
nuestro cuerpo, sino de utilizar las bacterias como
herramientas para hacer cosas que ahora mismo no
podemos llevar a cabo con los medios que tenemos.
Existe una enfermedad en la que me voy a centrar
más en esta sección por su relevancia: el cáncer. Nos
puede afectar a cualquiera de nosotros en cualquier
momento, y todos sabemos cómo golpea cuando llega a
una familia. Se caracteriza por el crecimiento
incontrolado de células que se desprograman y
empiezan a multiplicarse como locas. Además, no solo
afecta a millones de personas en todo el mundo, sino
que también supone un problema psicológico en nuestra
sociedad y, por qué no decirlo, económico en muchos
casos.

Según la OMS, el cáncer es una de las principales


causas de muerte en el mundo, con cerca de diez
millones de muertes anuales, y se estima que en 2040 el
número de casos nuevos al año aumentará a 29,5
millones (esta cifra da mucho miedo). Esto son muchas
vidas tocadas. Esta enfermedad supone un duro golpe
para quien la padece, pero también para el entorno más
cercano y la sociedad en general. Todos somos capaces
de empatizar con esa persona con cáncer que
conocemos, sentir ese miedo, esa incertidumbre y ese
respeto en una situación tan delicada. Si has padecido
cáncer, lo sabrás mejor que nadie.
Además, los tratamientos no solo afectan a las
células cancerígenas, sino a todas las del cuerpo. Hoy
en día, son muy pocos los tratamientos específicos con
apenas efectos secundarios porque existen tantos tipos
de cáncer como personas. Y no es una exageración.
Las células cancerígenas pueden actuar de mil formas
distintas: ser capaces de evadir el sistema inmunitario,
ser más agresivas o menos y provocar una metástasis
(invasión de otros tejidos) en más o menos tiempo, todo
dependiendo del tipo de tumor.

Por ejemplo, un mismo cáncer de mama puede ser


muy diferente en dos pacientes, a pesar de que se llame
igual, porque cada persona es un mundo. Esto hace que
sea muy complicado diseñar un fármaco parecido a los
antibióticos que solo mate las células cancerígenas y no
las demás. Piensa que esas células, antes de ser
malvadas, formaban parte de tu cuerpo, y a ojos del
fármaco todas son iguales. De aquí nace la necesidad
de buscar nuevos enfoques que minimicen esos efectos
secundarios que hacen que superar la enfermedad sea
muy complicado y duro a veces, sobre todo en los casos
en que hay otras enfermedades subyacentes.

Como intuirás, una de las alternativas es utilizar las


bacterias como herramientas. Por suerte o por
desgracia, según se quiera ver, la investigación del
cáncer es una de las más potentes ahora mismo y la
que más dinero recibe para avanzar, ya sea por parte de
instituciones públicas o privadas, lo que tiene sentido
por su gran impacto. Gracias a esto, la probabilidad de
encontrar un tratamiento es mayor y una de las opciones
es utilizar las bacterias como medio siguiendo distintos
enfoques.

Uno de ellos es la ingeniería genética de bacterias.


Como te he contado en capítulos anteriores, consiste en
modificar la bacteria genéticamente introduciendo en
ella la información que se desee. Uno de los problemas
de la quimioterapia es que muchas veces no llega la
cantidad de fármaco que debería al tumor, y menos en
zonas de difícil acceso, como el interior de los tumores
sólidos. Así, varios grupos de investigación en todo el
mundo han planteado la posibilidad de utilizar bacterias
manipuladas genéticamente para garantizar la llegada
de una mayor cantidad de fármaco al tumor.

En algunos casos, las bacterias se utilizan como


fábricas de producción de fármacos dentro del propio
tumor, que de otro modo se administrarían por vía
intravenosa. Esto tiene dos ventajas: la dosis del
fármaco es mayor en el lugar adecuado y los efectos
secundarios disminuyen, al ser el tratamiento más
focalizado. Al principio, el enfoque era distinto: la idea
era utilizar bacterias patógenas, como la Salmonella,
para tratar tumores; pero, como intuirás, esto supone
asumir riesgos innecesarios, puesto que es muy
probable que se contaminen otros tejidos.
Figura 19. Las bacterias y los tumores

Y ¿cómo sabe la bacteria dónde está el tumor para


quedarse allí? Bueno, esto es por el mismo principio del
que te he hablado en capítulos anteriores: la baja
concentración de oxígeno de los tumores, por su alto
metabolismo, atraería a estas bacterias seleccionadas
para quedarse a vivir allí. En nuestro organismo,
siempre hay oxígeno disponible para que nuestras
células puedan vivir, pero, si introducimos una bacteria a
la que no le gusta el oxígeno, se irá a aquellos lugares
donde hay más carencia, y curiosamente el interior de
los tumores es uno de ellos. Una vez allí, se establecerá
y producirá el compuesto diseñado para dicho cáncer.
Además, cuando estas células mueren por esa
sustancia tóxica y se rompen, liberan trocitos de células
cancerígenas que activan al sistema inmunitario desde
dentro para que reconozca esas células que antes eran
invisibles para él y las ataque específicamente.

DATO CURIOSO
El anticancerígeno que se activa con
bacterias
Cuando la mente de los investigadores llega
tan lejos e hila tan fino, yo me quedo fascinada. Un
grupo de científicos del Centro de Cáncer de Cork,
en Irlanda, le ha dado una vuelta de tuerca más al
tratamiento con ingeniería genética bacteriana.
Utilizan bacterias modificadas para que estas
produzcan una enzima degradadora de un
compuesto que administran al paciente
directamente.

Este compuesto necesita ser procesado por


esa enzima para convertirse en el fármaco asesino
de tumores, por lo que es inocuo en aquellos
lugares donde no estén estas bacterias, mientras
que es supertóxico donde sí están. Es decir, como
estas se encuentran en el tumor, este compuesto
inyectado, el profármaco, se convertirá en fármaco
solo allí, dando justo en el centro de la diana y
reduciendo drásticamente los efectos secundarios.
Este método reduce la probabilidad de que las
bacterias introducidas colonicen otros lugares del
cuerpo y causen problemas más graves.

Un ejemplo muy claro de esto lo encontramos en la


tecnología generada por la Universidad de Gante en
1994, patentada por primera vez en 1996. Lo sé,
estamos en el capítulo de perspectivas de futuro, pero,
como sabrás, la investigación necesita años y años de
proceso para lograr que algo sea realidad, y este es uno
de esos casos. Se trata de seleccionar la típica bacteria
que se utiliza en los quesos, superapta para el consumo
humano, como Lactococcus lactis, y modificarla para
que produzca la proteína terapéutica deseada. Cuando
el paciente ingiere la bacteria, se inicia la producción de
la proteína de interés. Estos tratamientos podrían
utilizarse para tratar úlceras de boca o esófagos, típicas
de la quimioterapia, administrándose de forma directa
sobre ellas. Esto funciona al contrario que en la
industria, que elimina la bacteria y deja la proteína o la
molécula que se produce. En este caso, en cambio, se
deja la bacteria para que haga su trabajo ya una vez
dentro del organismo, en el campo de batalla.
Aunque la investigación en esta área está en sus
primeras etapas, la terapia basada en bacterias muestra
un potencial importante como estrategia innovadora en
la lucha contra el cáncer, ya que se aprovecha la
capacidad única de las bacterias para colonizar áreas
específicas y desencadenar respuestas inmunitarias.
Esto abre una puerta en la búsqueda de tratamien tos
más efectivos y menos invasivos.

Hay varios ejemplos de esto, como activar las


bacterias con luz y matar el tumor o utilizarlas como
vehículos de fármacos o para detectar el tumor
mediante otros métodos que se siguen estudiando para
avanzar. Esto deja claro la importancia de las bacterias
en el tratamiento de una enfermedad como el cáncer. No
obstante, también pueden ser relevantes en un futuro,
por ejemplo, para administrar insulina si se tiene
diabetes, producir antiinflamatorios en nuestra
microbiota o generar antígenos para actuar como
vacunas y estimular el sistema inmunitario, pero esto ya
es soñar.

Ahora quiero hablarte de otro trending topic que


quizá no hayas oído relacionado con las bacterias, pero
no tengo duda de que pronto se empezará a extender,
con la moda de la microbiota: el cuidado de la piel, en
especial la de la cara. Como ya sabes, la piel es el
hogar de muchísimos microorganismos, entre ellos
bacterias, y algunas no solo protegen a la piel de
patógenos, sino que también destruyen ciertos
compuestos tóxicos o contaminantes a los que nos
exponemos todos los días y que podrían ocasionarnos
reacciones.

Es un tema bastante reciente, pero ya se está


viendo que bacterias como Staphylococcus epidermidis,
Propionibacterium acnes y Staphylococcus hominis
podrían ayudar a que la piel esté mucho más saludable,
al degradar compuestos a los que nos exponemos o
evitar la presencia de bacterias patógenas. En este
contexto, se plantea la idea de hacer una
biorremediación de la piel tratando la zona problemática
con bacterias específicas para que eliminen ciertos
compuestos o modificarlas genéticamente para acabar
con alergias, dermatitis o acné (en este último caso, ya
se está proponiendo también el tratamiento con
bacteriófagos, pero este es otro tema).

LA REVOLUCIÓN DE LAS BACTERIAS


Las obreras invisibles: así llamaría yo a las
bacterias, que nos ofrecen cada día cientos de
productos distintos. Son las heroínas no reconocidas
detrás de las cortinas y hacen su magia (más conocida
como «ciencia») a una escala que no podemos ver, pero
sí disfrutar.
Como ya te he contado en el capítulo sobre la
industria, las bacterias están implicadas en la
producción de bioplásticos más sostenibles, la limpieza
de contaminantes en suelos y aguas, la generación de
nuevas energías o incluso la producción de cosas tan
importantes ahora mismo como el ácido hialurónico.
Están literalmente en todas partes, como dice el título de
este libro, sobre todo cuando hablamos de industria.

Pero, si ya son capaces de hacer todo eso, ¿qué


más nos pueden ofrecer?, ¿no está todo inventado? ¡Ni
mucho menos! En la industria, quedan muchos
problemas aún por resolver y las bacterias son las
favoritas para hacerlo. En este apartado, te voy a dar
algunos ejemplos de los últimos descubrimientos y
avances en torno a este tema.

Lo que más me llama la atención es el uso de las


bacterias en la industria textil. En un documental que vi,
se mostraba un lugar del mundo donde acaba
prácticamente toda la ropa cuando ya no la queremos.
No pude aguantar más de veinte minutos porque la
imagen era horrible: montañas enormes de ropa que
convivían con la flora y la fauna del lugar en un entorno
rodeado por un río que desembocaba en un mar lleno
de tintes y tóxicos a causa de esos montones de ropa
imposibles de gestionar.
Vivimos en un mundo en el que una camiseta nos
dura como mucho dos años, en que la moda cambia
cada dos meses y la ropa cada vez es más barata y
menos sostenible porque la pedimos a países
extranjeros. Así, podemos comprarnos una camiseta por
dos euros y que nos la envíen desde China, con el
impacto ambiental que eso implica. Un mundo en el que
la ropa no tiene valor ninguno y en el que, para
deshacernos de ella, la tiramos a un contenedor sin
saber muy bien adónde va. Pero, evidentemente, la ropa
no desaparece: viaja a lugares de pocos recursos,
donde amontonan millones de prendas por encima de
sus posibilidades sin capacidad de gestión.

En este contexto, se plantea la posibilidad de


fabricar ropa más sostenible, con material igual de
duradero pero biodegradable y reduciendo al máximo
los tóxicos que contaminan el entorno o a nosotros
mismos. Esto no solucionaría la movida de acumular
prendas ni el sistema de comprar y tirar ropa en cuestión
de meses, pero sí que haría la gestión de estos residuos
un poco más llevadera.
No hace mucho, unos investigadores descubrieron
que, a partir de bacterias, podían generar telaraña, que
está formada por unos hilos superfuertes y, a la vez,
ligeros llamados «dragaminas». Y pese a que se pueden
utilizar para fabricar algunos materiales útiles, obtener
una gran cantidad es complicado, pues la araña no
produce tanto como se necesita. En este caso, no se
trata de una bacteria dentro de un tanque típico de
fábrica, sino de una bacteria marina fotosintética
(Rhodovulum sulfidophilum), que es ideal para
establecer una biofábrica sostenible porque crece en el
agua del mar y solo necesita dióxido de carbono,
nitrógeno y luz solar para crecer y producir, y todas ellas
son fuentes literalmente inagotables, e incluso, como en
el caso del CO2, hay en exceso.

Otro ejemplo muy chulo es el de la Universidad de


Río de Janeiro, donde utilizan la bacteria presente en el
vinagre para elaborar una tela de celulosa cuyo aspecto
es similar al cuero y se puede transformar en
complementos o ropa. De hecho, es una tecnología ya
desarrollada y producen a gran escala, pero solo para
una parte de la sociedad, aquella que quiere comprar
ropa con mayor compromiso con el medioambiente,
pero no tengo duda de que será tendencia de aquí a
unos años por pura necesidad de recursos.

En relación con el cuidado del medioambiente y la


gestión de residuos, también hay proyectos enfocados a
encontrar bacterias capaces de degradar el plástico que
nos inunda. Esas imágenes de mares y ríos cubiertos de
botellas de plástico, bolsas o similares son aterradoras,
así que cualquier microorganismo que nos ayude a
gestionar tremenda cantidad de residuos es bienvenido.

En octubre de 2021, un grupo de investigadores


japoneses publicó sus hallazgos sobre la Ideonella
sakaiensis: esta bacteria degrada plásticos provenientes
del petróleo, los más complicados de eliminar, y produce
otros más biodegradables; por ejemplo, convierte el
polietileno, el típico de las botellas de un solo uso, en
PHB, altamente biodegradable. Es decir, hace el
complicado paso de convertir el plástico en algo útil para
otros microorganismos y que es imprescindible para la
degradación de los plásticos.
Pero este no fue el único caso de descubrimiento
de bacterias comeplásticos. En 2020, unos
investigadores alemanes mostraron que una bacteria
degradaba el poliuretano, típico de asientos, llantas,
adhesivos, carcasas y materiales duros, como el
aislamiento de edificios. Que esta es otra clave: habría
que encontrar bacterias que puedan degradar o al
menos hacerlo más fácil para el resto de
microorganismos cada tipo de plástico o mezcla.
Además, es importante saber qué condiciones necesitan
para que se pueda dar esa degradación, ya que
seguramente no podemos tirarlos al mar y olvidarnos de
los plásticos, o soltarlos en un vertedero y que los
microorganismos solos hagan el trabajo.

Otro factor determinante es que esas bacterias que


se descubren se puedan cultivar en el laboratorio
(recuerda que son muy pocas las que lo permiten) y
luego producirlas en grandes cantidades de forma
segura y eficaz, sin dañar el ecosistema donde se
liberen. Es una tecnología aún en pañales, pero
seguramente se encuentre la forma de aplicarla para
gestionar mejor los residuos que hoy en día nos están
comiendo terreno.
Hablando de seguridad, voy a dar un salto a otro
tema importante en nuestro futuro: la seguridad
alimentaria. Cada día, la demanda de alimentos es
mayor y la industria tiene que ir adaptándose a lo que la
sociedad requiere a una velocidad de miedo. Uno de los
problemas que se plantean en los procesos industriales
y que se vigila muy de cerca es la seguridad alimentaria,
en este caso, por contaminación de bacterias patógenas
o por presencia de toxinas producidas por ellas.
En estos casos, aunque parezca paradójico, las
bacterias también pueden ayudarnos, pero es algo
similar a lo que hacen en nuestra microbiota o al fabricar
antibióticos de forma natural para luchar contra las
demás por un mismo territorio. Además, pueden aportar
su granito de arena en distintos puntos de la producción.
Por un lado, se podrían utilizar bacterias modificadas
genéticamente que produjesen moléculas
antimicrobianas o que inhibiesen el crecimiento de las
patógenas, previniendo la contaminación en los
alimentos. Por otro lado, se podrían crear bacterias que
actuasen como sensores para detectar la presencia de
patógenos o contaminantes en los alimentos con
marcadores o señales que den la alerta; gracias a ello,
se contaría con una monitorización y control de calidad
continuos. Evidentemente, también se podrían añadir
grupos de bacterias beneficiosas para aportar un valor
nutricional extra al alimento o, en la fase final, cuando se
generan desperdicios propios de la producción, diseñar
bacterias que ayuden en la descomposición de residuos
para que la gestión sea más sostenible y se reduzca la
propagación de patógenos típicos de los restos
orgánicos.
Por supuesto, todos estos enfoques deben tener
siempre presente el principio de precaución; no
podemos olvidar que estamos tratando con bacterias,
que evolucionan rápidamente y pueden transformarse
en algo desconocido. Además, hay que tener un
enfoque ético y basado en todo momento en pruebas
científicas suficientes, sin aprovechar la ciencia para
vender más o engañar a los consumidores, que de esto
hay bastante.

No quería cerrar este apartado sin hablar de una


parte importante de nuestro futuro: la energía, esa que
parece que nunca se acabe, pero sí que se puede
acabar si no dejamos de usarla sin control y de fuentes
que se agotan. Está claro que las energías renovables
son el futuro, pero ¿y si las bacterias nos echan una
mano en esto?
Las bacterias no solo son capaces de producir
energía en forma de biocombustibles químicos, como
hemos visto en el capítulo 6, también pueden generar
energía eléctrica, como una pila. Esto se puede
aprovechar para fabricar biopilas o células de
combustible biológicas (MFC, por sus siglas en inglés),
un sistema que produce una corriente eléctrica gracias a
la actividad del metabolismo de las bacterias.
En todas las reacciones del metabolismo de
cualquier organismo, incluyendo las bacterias, se
producen electrones que proporcionan la energía
necesaria para actuar. Si esos electrones se recogen en
un ánodo y luego viajan hasta un cátodo, donde se
produce una reducción, se genera una corriente
eléctrica. Estos microorganismos generadores de
electricidad están por todas partes, por lo que se
podrían desarrollar dispositivos como minibiobaterías de
papel que generen electricidad a partir de la orina
humana, algo que parece asqueroso, pero ojo, porque
puede salvar vidas en situaciones de emergencia.
Actualmente, estas biopilas se utilizan para
producir energía eléctrica, sobre todo en procesos de
depuración de aguas residuales, ya que las bacterias
que la generan pueden crecer fácilmente en ese medio y
no cuestan dinero como tal, ya que existen por
naturaleza en estas aguas. Aun así, para otros fines, el
sistema de biopilas aún tiene que optimizarse, porque
aún es caro de mantener y no es rentable
energéticamente, pero mejorar esta tecnología es
cuestión de tiempo. ¡Quién sabe!, quizá algún día
tengamos móviles con baterías de bacterias, yo lo
fliparía.

Hay muchos otros ejemplos del uso de bacterias en


distintos ámbitos, como la biorremediación, la extracción
de metales, la eliminación de contaminantes o la
producción de productos ahora mismo inimaginables.
Sin duda, las bacterias van a tener un gran
protagonismo en la industria del futuro, más aún si cabe
que en la actualidad.

CON ESTOS TEMAS, TE DA PARA HACER


UNA PELÍCULA
Siento el título, pero, cada vez que pienso en estas
cosas, me imagino la típica película de ciencia ficción
con científicos tarados (siempre somos los tarados) que
se ponen a inventar cosas, la lían mogollón, provocando
un caos absoluto en la sociedad, y luego llegan los
buenos a solucionarlo. Tal cual, como en todas las
películas.
En primer lugar, me gustaría hablar sobre la
inteligencia artificial, pues es evidente que puede
ayudarnos en muchísimos aspectos, aunque tengo que
reconocer que me da bastante miedito, con la potencia
que tiene, y casi prefiero no pensarlo. Probablemente, la
inteligencia artificial sea el campo científico con más
posibilidades de encontrar nuevas sustancias
antibióticas en la carrera a contrarreloj frente a la
resistencia a los antibióticos.

En el capítulo anterior, ya he mencionado las


posibles salidas en la búsqueda de nuevos antibióticos,
como el diseño de fármacos, pero una de las tareas de
las máquinas es realizar lo que se conoce como
«cribado virtual», que no es más que poner a prueba
distintas moléculas de forma virtual frente a su diana
para ver si se unirían bien o si funcionarían bien. Por
ejemplo, si partimos de una base de datos con miles de
compuestos y diferentes características, y sabemos que
el compuesto A tiene actividad antibacteriana, se puede
crear un programa que busque en esa base de datos
compuestos similares a A y que realice una predicción
de su capacidad como tóxico para las bacterias. De esta
forma, se descartarían mogollón y solo quedarían los
mejores para probar en el laboratorio.
Otro enfoque sería el de encontrar compuestos con
gran potencial antimicrobiano que aún no conocemos
basándonos en la información de las estructuras de los
ya existentes. En 2020, un grupo de investigadores
utilizó la inteligencia artificial para encontrar nuevas
sustancias. Para ello, entrenaron a la máquina con
2.335 compuestos antimicrobianos conocidos y que así
el algoritmo aprendiese a reconocer pautas que los
humanos desconocían y moléculas que fuesen
potencialmente activas para usarlas como
antimicrobianos.

Una vez hecho ese entrenamiento, los


investigadores hicieron que esta máquina revisara una
base de datos de seis mil moléculas y que indicase
cuáles serían efectivas frente a Escherichia coli y
diferentes a los antibióticos que ya existían. Así,
encontraron una molécula que ya estaba descrita, pero
cuyo potencial antimicrobiano no se había comprobado.
Y, cómo son las cosas, hoy se están realizando ensayos
clínicos con ese compuesto con el fin de que forme
parte de la estantería de la farmacia dentro de poco.

Otro uso de la inteligencia artificial es el diseño de


programas para hacer modificaciones virtuales por
modelado molecular de la estructura de un antibiótico
para el que existe una resistencia y que, además,
predigan si va a funcionar. Para conseguir dicho
objetivo, se necesita el mayor número de datos posible
sobre las moléculas, como la estructura, su
comportamiento en distintos medios, si tiene carga o si
se disuelve en agua, por ejemplo. Estos datos son
necesarios para que la máquina los tome como
referencia y haga sus predicciones.
Otro tema que parece de ciencia ficción es la
utilización de las bacterias en la investigación espacial.
Estas podrían cumplir un papel importante en la
investigación y colonización espacial, pues podrían
producir alimentos y ayudar a gestionar los residuos. Por
ejemplo, las bacterias extremófilas, capaces de
sobrevivir en ambientes extremos, son objeto de estudio
en la actualidad para comprender la vida en ambientes
similares en el espacio, como en Marte. Estas bacterias
darían pistas sobre cómo sería la vida en otros planetas
y saber por dónde seguir en caso de plantearse llevarlas
a ellos (aunque no veo necesidad alguna).

Pero esto no se queda solo ahí. Las bacterias


podrían tener grandes implicaciones en el soporte vital
de las personas que vivan en otros planetas, como
Marte. En este aspecto, podríamos hablar de las
bacterias como plataformas de producción de alimentos
o de nutrientes esenciales para crear entornos
autosuficientes que de otra forma no se podrían tener. Al
fin y al cabo, son más baratas y sencillas de mantener, y
no es tan factible tener una granja con animales y todo
tipo de plantas como unas cuantas bacterias que
produzcan lo básico o parte de ello para progresar.
Siguiendo este mismo enfoque, podríamos hablar
de la gestión de residuos, porque digo yo que no
tropezaríamos dos veces con la misma piedra y
reventaríamos otro planeta, como hemos hecho con
este (aunque en realidad me lo creería). Las bacterias
podrían utilizarse para procesar los residuos generados
por los seres humanos en ese planeta y crear desde
cero una producción y consumo sostenibles, pero de
verdad.
Si ya nos vamos a temas aún más para fliparla,
tenemos el uso de las bacterias como propulsión de
aeronaves al generar gases o sustancias que ayuden al
movimiento. O incluso como encargadas de la limpieza
de los lugares donde conviviesen los humanos; por
ejemplo, eliminando contaminantes del aire o del agua
en entornos cerrados y controlados donde los recursos
son limitados.

Esto es soñar, pero, si algo no se sueña, no se


hace. ¡Quién sabe!, ahora parece algo imposible, pero
hace cincuenta años también lo parecía hablar por
videollamada con una persona al otro lado del planeta
en directo y hoy en día es lo más normal del mundo.
En definitiva, si miramos al futuro, vemos un
panorama fascinante y bastante prometedor respecto al
uso de las bacterias. Tanto en ingeniería genética como
en investigación espacial, las bacterias se intuyen como
las protagonistas en la búsqueda de soluciones
innovadoras y sostenibles.
En el ámbito médico, se pueden esperar
tratamientos personalizados y revolucionarios en los que
las bacterias se conviertan en aliadas que combatan
enfermedades y contribuyan a la salud global. La
ingeniería genética bacteriana, con su capacidad de
convertir microorganismos en fábricas de
medicamentos, aparece como el camino de la medicina
del mañana.
En la industria, las bacterias pueden formar parte
de un plan real de sostenibilidad, al ofrecer nuevas
perspectivas en la producción de alimentos,
biorremediación y fabricación de materiales respetuosos
con el medioambiente y promover la conservación de
nuestro planeta, que es lo más importante que tenemos.

En conclusión, las bacterias no solo son


microorganismos simples que pueden ocasionarnos
problemas de salud o alimentarios. Su versatilidad,
adaptabilidad y capacidad para producir miles de
moléculas prometen soluciones transformadoras en
muchísimos campos. A medida que se van
descubriendo los misterios de este mundo microscópico,
las bacterias se erigen como las favoritas de la
comunidad científica en el camino hacia un futuro más
sostenible y saludable.
EPÍLOGO
Espero que, después de todas estas líneas sobre
bacterias, te haya quedado claro que no solo nos
causan enfermedades y problemas en la vida. Espero
que ahora, cuando camines por la calle o estés en casa,
sepas ver a través de los ojos del conocimiento tooodas
las bacterias que tienes a tu alrededor sin entrar en
pánico. Estoy segura de que podrás hacerlo.
Muchas veces, cuando Sara, mi hija, se pone a
hacer cochinadas con la comida o con cualquier cosa
que se encuentra por la calle, no puedo evitar pensar en
todas las bacterias que hay ahí. Igual que en un bufet
libre de un hotel, en las camas, en las almohadas (esto
no lo llevo muy bien) o en los aseos públicos.
Lo pienso y lo reconozco, pero hay que pensar con
cabeza, aunque sea una obviedad. Las bacterias
conviven con nosotros todos los días a todas horas en
cada momento, y muy pocas son patógenas
(relativamente). Con esto no quiero decir que vayas sin
lavarte las manos por ahí o que no lleves cuidado, pero
no pretendo que, ahora que sabes todo sobre ellas, te
dejes llevar por el miedo.
Es bueno que estemos en contacto con ellas, que
nos rodeemos de ellas, tanto para nuestra microbiota
como para nuestro sistema inmunitario, es bueno que
las conozcamos, que sepamos que están ahí y cuál es
su potencial, bueno o malo. Sabiendo lo malo, podemos
tomar medidas en nuestro día a día que reduzcan las
probabilidades de coger una infección, diseñar terapias
mejores contra ellas y encontrar la forma de esquivarlas
donde no deben estar.
El otro día, una compañera me contó que más del
50 % de las personas que entraron en UCI en la época
de la COVID-19 no se morían por este virus, sino por la
infección secundaria de una bacteria resistente a todo lo
que había, una de las típicas de hospital. Conozco
personas cercanas a las que les ha pasado esto. De
hecho, una conocida murió hace poco por ese motivo:
entró en la UCI con un golpe importante en el cráneo y
acabó falleciendo por una infección pulmonar.

Sí, lo sé, no parece muy coherente empezar este


epílogo diciendo que las bacterias no son tan malas y
luego ponerme a contar estas cosas, pero conocer sus
dos caras es importante. De hecho, un ejemplo claro es
el de la Escherichia coli, una bacteria que he nombrado
más de una vez y que se utiliza tanto en industria. Es
muy común y suele tener gran presencia en nuestro
entorno porque se encuentra cómoda en condiciones de
humedad y temperatura similares a las nuestras. Esta
bacteria claramente tiene dos caras: la asesina, como
patógena, y la útil, para fabricar una molécula tan básica
para la vida de millones de personas como la insulina.
Es un ni contigo ni sin ti.
Con la microbiota pasa algo similar. La
necesitamos para vivir, para tener una buena calidad de
vida, pero cuando sufrimos una infección intestinal o
cutánea, ¿qué hacemos? Nos cargamos las bacterias
buenas y las malas, algo así como ocurre con la
quimioterapia. Y es que las comunidades bacterianas,
animal, humana y vegetal están obligadas a convivir, y
no a matarse entre ellas. Por ello, actualmente muchos
de los tratamientos para la resistencia a los antibióticos
solo buscan matar a las bacterias realmente dañinas y
dejar tranquilas a las demás, debido a que ha quedado
clara la importancia de las bacterias en nuestro entorno.
Otro tema es el uso de las bacterias en la industria,
una alternativa realmente sostenible, pero difícil de llevar
a cabo, muchas veces porque, aunque se tenga la
bacteria perfecta y se haya podido modificar para
producir lo deseado, se intenta hacerla crecer en
grandes cantidades, y eso no hay quien lo consiga.
Porque las que son patógenas crecen que da gusto,
pero la cosa se complica cuando no lo son y encima
proceden de entornos un poquito especiales, por lo que
hacerlo realidad supone un reto.

Con este libro, quería que tuvieses conocimiento


de la realidad del mundo bacteriano. No solo de cómo
son o lo que hacen las bacterias, sino de todas sus
aplicaciones: gracias a ellas, se han descubierto nuevos
fármacos, se han producido moléculas anticancerígenas
o se han desarrollado materiales que pueden cambiar el
mundo. Todo ese ecosistema no se ve ni se conoce, y
yo creo que es porque hay mucho tabú con esto de las
bacterias.
¿Cómo crees que reaccionaría una persona sin
conocimientos en el área si le dijeses que un fármaco lo
ha fabricado una bacteria? Seguramente, lo primero que
le viene a la cabeza es rechazo al pensar en unas pocas
bacterias infecciosas que pueden acabar con la vida de
las personas, aunque cada vez hay más información al
respecto.

Cuando he explicado esto en mi perfil, hay


personas que se plantean si hay riesgo de intoxicarse
con un fármaco o algún material fabricado por las
bacterias, por la posibilidad de que haya alguna ahí. La
realidad es que es poco probable, pero podría pasar si
la cosa se descontrolara. Lo que sí que es verdad es
que, en la mayoría de los casos de producción de
moléculas, se utilizan bacterias a las que se les quitan
los genes que puedan dar lugar a infecciones por si
acaso. Que, aunque en el producto final no quede ni una
gota de bacteria, porque se eliminan todas en el
proceso, y es casi imposible que quede alguna, los
científicos se curan en salud eliminando cualquier
probabilidad.

Es más probable que te infectes por una inyección


mal hecha de hialurónico en la tienda de debajo de tu
casa debido a la contaminación de la aguja que por el
propio hialurónico producido por bacterias. Vamos,
muchísimo más probable.

Así que espero que todo esto que te he dejado


escrito aquí te sirva para elaborar tu propio criterio, para
decidir qué es bueno para ti, para despertar tu interés
por algo en concreto que seguro que te aportará algo
bueno y, por supuesto, para tener una actitud crítica
ante la vida, te digan lo que te digan.
AGRADECIMIENTOS
Ostras, no me puedo creer que haya acabado este
libro. Lo mejor es que estas líneas las escribo desde mi
segunda casa de los últimos meses: la estación de
Chamartín.
Escribir un libro no es nada fácil, y menos de
tremendo tema, que toca todo lo que se puede tocar a
nivel científico. He vuelto a la universidad, pero no a las
clases, sino a la biblioteca, a leer de nuevo esos tochos
de libros sobre biotecnología que sufrí y disfruté a partes
iguales hace años. La verdad es que me encanta ese
sitio, lleno de libros con miles de conocimientos que me
inspiran a seguir creando, y ese ambiente, con
estudiantes nerviosos por los exámenes.
A la primera a quien quiero agradecer este libro es
a mí misma. Puede sonar un poco de creída o
arrogante, pero es que me ha costado muchísimo
esfuerzo tanto por el estudio, por ser un tema algo más
lejano a lo que suelo tratar, como por el poco tiempo que
he tenido para hacerlo, y no por la fecha límite, sino
porque estos últimos meses he crecido muchísimo
profesionalmente y los proyectos y colaboraciones me
quitaban mogollón de tiempo para escribir.
Estoy contenta de haber cumplido mis propias
expectativas, de haber sacado tiempo de debajo de las
piedras y de mantenerme firme a pesar de todas las
dificultades con las que me he encontrado, que no han
sido pocas. Durante la escritura de este libro, empecé
un trabajo, lo dejé, cambié de equipo, operaron a mi hija
de una hernia, me dieron un premio por mi divulgación y
empecé un nuevo pódcast, entre otras mil cosas. No
pensé nunca que fuera a ser tan movido, pero estoy
orgullosa de mi trabajo.
En segundo lugar, tengo que darle enormemente
las gracias a Cristian, mi pareja. Tantos fines de semana
o tardes libres que he tenido que decirte: «¿Te puedes
hacer cargo de la peque?, tengo que escribir». Y
ninguna de las veces me has dicho que no, fuesen
cuales fuesen las circunstancias. Eres mi ancla, mi lugar
seguro, ese al que quiero ir cuando estoy estresada
porque sé que, solo con mirarte y tocarte, todo
desaparece. Gracias por cada cena, baño a Sara, tardes
de parque y domingos de juegos en el salón mientras
mamá trabaja, por tu paciencia infinita y por estar
siempre, pase lo que pase. Cristian, eres mi faro y sin ti
todo lo que soy como divulgadora y como madre sería
imposible.

Otra persona a la que no puedo dejar de nombrar


por todo su apoyo durante este proceso es mi madre,
esa yaya incansable que hace kilómetros cada día para
recoger a mi hija del cole los días que pillaba hueco para
escribir. Mi madre es de esas que trae merienda, cena y
todo lo necesario para sobrevivir en momentos de
máximo trabajo con una niña de tres años y pico.
Gracias de nuevo, mamá, por todo tu esfuerzo para
ayudarme y hacer posibles cada una de estas líneas del
libro, y por supuesto por ayudarme tanto y tan bien a ser
mamá sin renunciar a mis sueños.
También quiero darles las gracias a todas las
personas que me han acompañado los días largos de
escritura de distintas formas, con llamadas, con vídeos
absurdos de TikTok para desconectar o simplemente
con recomendaciones de música que me hacía sentirme
acompañada. Gracias, mi Albi, por tus ánimos y apoyo
desde tu nuevo hogar. Gracias, Manu, por la compañía
incondicional y las risas día a día en los momentos más
duros de escritura, cuando me costaba encontrar la
inspiración. Ha sido todo un descubrimiento durante las
últimas fases de este libro y es de estas amistades que
dices «mola mogollón», a pesar de la distancia. Gracias,
Jesús, de @viviendoeldoctorado; Anabel, de
@bioindignada, y Jorge, de @enfermero_emergencias,
mis tres personas favoritas de Madrid, divulgadores
cada uno en su área, ya amigos y apoyo incondicional
haga lo que haga. Os quiero mogollón.

Y, por supuesto, quería darle las gracias a mi


profesor de Microbiología de la carrera, Manuel
Sánchez. Tú me enseñaste a valorar el gran potencial
de las bacterias.

He de reconocer que durante la carrera no fue mi


tema favorito, ya que en el curso coincidió con una de
las asignaturas más difíciles y todos mis esfuerzos
fueron para ella, pero, cuando me preguntaron por un
tema y salió el de las bacterias, no tenía duda de que
aquí había mucha miga que compartir y que seguro que
gustaría.
Recuerdo cuando Manuel nos mostraba las fotos
de los fermentadores, e incluso nos enseñó a hacer
cerveza en el laboratorio, una forma muy práctica y
creativa de aplicar los conocimientos. Son de esas
prácticas que se quedan en la memoria para siempre, y
eso ocurre cuando el profesor se implica y transmite su
pasión. Ojalá hubiese muchos más así.

Por último, a ti que me lees, y no por ser menos


importante, sino porque yo suelo guardar siempre lo
mejor para el final (hasta las patatas fritas del plato).
Millones de gracias por tu apoyo comprando este libro,
por querer aprender del maravilloso mundo de las
bacterias de mi mano y confiar en mí para ello. Gracias
por el apoyo, sea por redes, web, este libro o como sea.
Sin ti, este sueño no sería posible. Te estoy eternamente
agradecida.

Mi niña, Sara, si algún día lees esto, quiero pedirte


perdón por todos los minutos que he dedicado a este
libro y no a ti. Te prometo que han sido los menos
posibles y he intentado estar presente todo lo que he
podido. Tu madre solo lucha por su sueño y no quiere
renunciar, como tuvieron que hacerlo muchas hace
años. Ojalá te sientas orgullosa de mi trabajo algún día,
solo por eso habrá merecido la pena todo el tiempo
invertido. Te quiero con locura, hija.

Gracias.

Y como siempre digo: espero que te haya gustado.


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bacteria mediates cancer therapy», Plos One, 12, 6
(2017), pág. e0180034.

Reghu, S., y E. Miyako, «Nanoengineered


Bifidobacterium bifidum with optical activity for
photothermal cancer immunotheranostics», Nano
Letters, 22, 5 (2022), págs. 1880-1888.

Vázquez-Albacete, D. et al., «An expression tag toolbox


for microbial production of membrane bound plant
cytochromes P450», Biotechnology and
Bioengineering, 114, 4 (2017), págs. 751-60.
Wang, D. et al., «Perspectives on Oncolytic Salmonella
in Cancer Immunotherapy-A Promising Strategy»,
Frontiers in Immunology, 12 (2021), pág. 615930.
Nota
* Sánchez, M., Pero ¿qué han hecho los microbios por nosotros?
Fundamentos de biotecnología industrial, 2.ª edición, García Maroto
Editores, L’Hospitalet de Llobregat, 2022.
Bacterias por todas partes
Lucía Almagro
La lectura abre horizontes, iguala oportunidades y construye
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© Lucía Almagro Ruz, 2024
© de las ilustraciones, Javier Pérez de Amézaga Tomás, 2024
© de todas las ediciones en castellano,
Editorial Planeta, S. A., 2024
Paidós es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona, España
www.paidos.com
www.planetadelibros.com
Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño
© de las ilustraciones de la cubierta: Frogella, Juvart, Vladimir
Ivankin, GoodStudio, Alhovik, Klyaksun, Epifantsev, Tartila /
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Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2024
ISBN: 978-84-493-4235-6 (epub)
Conversión a libro electrónico: Acatia
www.acatia.es
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Reacciones sin fin
Sánchez, Vladimir
9788449341786
248 Páginas

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El químico Vladimir Sánchez, más conocido en
redes como Breaking Vlad, nos invita a
disfrutar de la química a través de múltiples
curiosidades, ejemplos prácticos y un
lenguaje cercano que redimen esa materia que
tanto nos hizo sufrir en nuestra adolescencia.
Todos hemos estudiado los átomos y las
moléculas en algún momento de nuestras vidas,
pero ¿realmente entendemos lo que nos rodea?
Breaking Vlad nos enseña lo que él aprendió
siendo niño: todo, absolutamente todo, es
química. Lamentablemente, es una materia que
cae mal y tiene muy mala fama, pero es porque
no hemos entendido ni lo que significa ni lo que
representa. Vlad nos trasmite su pasión por la
química para que podamos ilusionarnos y
despertar nuestra curiosidad por todo aquello que
está presente a pesar de que no lo podamos ver.
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La guía completa de
absolutamente todo
Rutherford, Adam
9788449341410
304 Páginas

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Con ingenio y humor, La guía completa de
absolutamente todo narra la historia de la
ciencia que ha creado la suma total del
conocimiento humano. Hannah Fry y Adam
Rutherford colaboran en esta obra para
demostrar que la realidad no es lo que parece,
que el sentido común no es ni común ni
sensato y que nuestras mentes han
evolucionado para mentirnos todo el tiempo.
La historia completa del universo y de
absolutamente todo lo que hay en él (menos
las partes aburridas).
A pesar de nuestras ingeniosas habilidades
lingüísticas, es increíble lo mal que los humanos
estamos equipados para comprender lo que
ocurre en el universo. El genetista Adam
Rutherford y la matemática Hannah Fry nos guían
a través del tiempo y el espacio, desde los inicios
de la vida en la Tierra hasta los maravillosos
alienígenas de otras galaxias, desde las
profundidades más oscuras del infinito hasta los
recovecos más brillantes de nuestras mentes, y
nos muestran cómo las emociones moldean
nuestra visión de la realidad, cómo nuestras
mentes nos engañan y por qué un curioso simio
semicalvo decidió empezar a hurgar en el tejido
del universo.
Rutherford y Fry se lucen como detectives de la
ciencia y ofrecen respuestas a algunas preguntas
que son verdaderos quebraderos de cabeza:
¿Qué es el tiempo y de dónde viene?
¿Por qué los animales tienen el tamaño y la forma
que tienen?
¿Cómo funcionan los horóscopos? (Spoiler: no
funcionan, aunque creas que sí.)
¿Me quiere mi perro?
¿Por qué nada es realmente redondo?
¿Necesitas los ojos para ver?
Rigurosa y lúdica a la vez, La guía completa de
absolutamente todo es una celebración de la
rareza del cosmos, de la extrañeza de los
humanos y de las alegrías y locuras de los
avances científicos en la que descubriremos cómo
hemos llegado a superar las mentiras que nos
cuenta nuestro cerebro y a percibir la verdadera
naturaleza de la realidad.
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La tonalidad del pensamiento
Han, Byung-Chul
9788449342370
152 Páginas

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Byung-Chul Han, el filósofo contemporáneo
más conocido de la actualidad y uno de los
más leídos en el mundo, publica con Paidós
La tonalidad del pensamiento, el primer
volumen de la Trilogía de las conferencias.
En abril de 2023, Byung-Chul Han viajó por
primera vez a Portugal e impartió unas
conferencias en Oporto y Lisboa. Días después
ofreció, también por primera vez, una conferencia
musical en Leipzig. De ahí nace La tonalidad del
pensamiento, el libro que el lector tiene hoy en
sus manos y que reúne estas conferencias.
En la primera de ellas, de título «Amor / Eros», el
autor se pregunta por el sentido del amor en una
sociedad en la que el otro se desvanece por falta
de contacto físico y personal.
La segunda, «Sobre la esperanza», es una
reflexión sobre la transcendencia de esta virtud
que, en palabras del filósofo, «es el espíritu de
una idea que va más allá de lo que podemos
imaginar».
La última ponencia da título a esta obra: en «La
tonalidad del pensamiento», Han expone los
tonos y temas que atraviesan su filosofía. Sus
libros, dice, no son repeticiones, sino variaciones:
notas que van desplegándose en torno a grandes
conceptos. Por ello, la conferencia contó con la
interpretación en piano de las piezas favoritas del
autor: las Variaciones Goldberg y las Suites
francesas de Bach y las Kinderszenen de
Schumann.
La tonalidad del pensamiento es el primer
volumen de la Trilogía de las conferencias, una
obra que pone al alcance de los lectores los
textos, las fotografías y el acceso en exclusiva a
las grabaciones de las conferencias más recientes
del autor.
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El arte de vivir como un estoico
Fideler, David
9788449339585
384 Páginas

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Una guía práctica a través de las enseñanzas
del filósofo estoico Séneca para una vida
buena.
El estoicismo, la filosofía más influyente del
imperio romano, ofrece formas refrescantemente
modernas de fortalecer nuestro carácter interior
frente a un mundo impredecible. Ampliamente
reconocido como el escritor más talentoso y
humanista de la tradición estoica, Séneca nos
enseña a vivir con libertad y propósito. Sus más
de cien «Cartas de un estoico» escritas a un
amigo cercano explican cómo manejar la
adversidad; superar el dolor, la ansiedad y la ira;
transformar los retrocesos en oportunidades de
crecimiento; y reconocer la verdadera naturaleza
de la amistad.
En El arte de vivir como un estoico, el filósofo
David Fideler extrae las obras clásicas de Séneca
en una serie de capítulos y explica claramente las
ideas de Séneca sin simplificarlas demasiado.
Disfrutado mejor como un ritual diario, como una
taza de café energizante, la sabiduría de Séneca
nos proporciona un flujo constante de consejos
probados en el tiempo sobre la condición humana,
que no ha cambiado mucho en los últimos dos mil
años.
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Criar con salud mental
Velasco, María
9788449341182
400 Páginas

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La doctora María Velasco, la psiquiatra y
psicoterapeuta especialista en niños y
adolescentes más conocida dentro y fuera de
las redes, nos propone un libro para ayudar a
padres y madres a criar a sus hijos y a cuidar
de su salud mental. Una crianza más sana y
con sentido es posible.
La doctora María Velasco, la psiquiatra y
psicoterapeuta especialista en niños y
adolescentes más conocida dentro y fuera de
las redes, nos propone un libro para ayudar a
padres y madres a criar a sus hijos y a cuidar
de su salud mental. Una crianza más sana y
con sentido es posible.
En Criar con salud mental, la doctora María
Velasco, experta en psiquiatría infantojuvenil, se
ofrece a acompañarnos en la difícil y fascinante
tarea de ser madres y padres y responde a varias
preguntas: ¿Qué es ser padre y madre?, ¿qué es
la infancia?, ¿qué es la crianza?, ¿qué
necesidades emocionales tienen nuestros hijos?,
¿cómo lograr un buen apego?, ¿qué conflictos
emocionales se nos activan con la maternidad y la
paternidad?, ¿a qué dificultades se enfrentan los
padres y madres de hoy?, ¿cómo lograr que
nuestros hijos se conviertan en adultos
mentalmente sanos y resilientes?, ¿es posible
educar de forma serena?
Actualmente vivimos en una sociedad que no
permite ni a los padres y madres ni a los hijos vivir
una infancia y una adolescencia mentalmente
sanas. La soledad y la falta de ayuda, así como
las exigencias sociales son algunas de las causas
de que los padres y las madres no puedan
satisfacer las necesidades de los niños y los
adolescentes. De hecho, muchas veces son las
necesidades y exigencias de los adultos las que
acaban invadiendo la infancia de los más
pequeños de un modo pernicioso que no favorece
que crezcan y se construyan como personas.
Una guía clara y esperanzadora para que los
padres y madres actuales consigan interiorizar un
tipo de crianza sana, ponerla en práctica y cuidar
de su mayor regalo: el amor incondicional de los
hijos.
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