Historia de Abuelas
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LA HISTORIA DE ABUELAS
30 AÑOS DE BÚSQUEDA
Abuelas de Plaza de Mayo
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Capítulo 1 (1977-1980)
Dictadura, represión
y apropiación*
Hacía ya seis meses que las Madres de Plaza de Mayo habían convertido
la orden policial de “circular” en “la ronda de los jueves”, verdadero sím-
bolo de coraje cívico. También habían golpeado muchas puertas: minis-
terios, cuarteles, comisarías, iglesias, hospitales. La respuesta en todos
los casos era un silencio cómplice. Aquel jueves de 1977 una madre se
apartó de la ronda y preguntó: “¿Quién está buscando a su nieto, o tiene
a su hija o nuera embarazada?”. Una a una fueron saliendo. En ese mo-
mento, doce madres comprendieron que debían organizarse para buscar
a los hijos de sus hijos secuestrados por la dictadura. Ese mismo sábado,
22 de octubre, se juntaron por primera vez para esbozar los lineamientos
de su búsqueda e iniciar una lucha colectiva que sigue hasta hoy. Las
mujeres se bautizaron como Abuelas Argentinas con Nietitos Desapare-
cidos, más tarde adoptaron el nombre con que el periodismo internacio-
nal las llamaba: Abuelas de Plaza de Mayo.
La dictadura militar, establecida en el país el 24 de marzo de 1976, en
poco más de siete años hizo desaparecer por razones políticas a 30.000
personas. Pero además de la “desaparición forzada de personas” sistema-
tizó otro hecho inédito y horroroso: la desaparición de niños secuestra-
dos con sus padres y de bebés nacidos durante el cautiverio de sus
madres embarazadas.
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Año 1980. La prensa retrata la angustia de Madres y Abuelas. A la derecha, Raquel Radío
de Marizcurrena, fundadora de sendas asociaciones.
El lugar que las 12 fundadoras habían alquilado quedó chico, pero gra-
cias a una donación del Consejo Mundial de Iglesias, la principal organiza-
ción ecuménica cristiana internacional, compraron el primer departamen-
to de la Asociación, ubicado en Montevideo 434, en pleno centro porteño.
Desde el principio se consolaban unas a otras, contaban sus casos y se
alentaban. Eran mujeres diferentes unas de otras a las que unía una bús-
queda común más allá de clases sociales, ocupaciones o credos religio-
sos. Eran mujeres con la “vida armada” que de golpe tenían que enfren-
tarse a una tragedia inimaginable. “La desaparición de sus hijos y nietos
redefinió sus vidas, modificó el sentido de sus vidas. Pero Madres y Abue-
las asumieron esta realidad con una entrega extraordinaria. Cuando las
vi comenzar a organizarse y a trabajar, pude advertir la valentía y la creati-
vidad de todas ellas”8, expresa el obispo metodista Aldo Etchegoyen, miem-
bro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).
La APDH había sido creada en 1975 por un grupo de hombres y muje-
res consustanciados con la idea de “promover la real vigencia de los dere-
chos humanos enunciados en la declaración Universal de las Naciones
Unidas y en la Constitución Nacional, y contribuir a poner fin al terroris-
mo de todo signo”9. Su reacción ante la violencia y su posicionamiento
universalista le valió el apoyo de un espectro político diverso y pluralista.
Etchegoyen resalta que con el surgimiento de las Madres y las Abuelas
descubrió en toda su potencia el papel de la mujer en la defensa de los
derechos humanos: “Tanto unas como otras hicieron honor a ese rol que
aún hoy tiene vigencia. El sentido de la maternidad y el sentido de la
‘abuelicidad’ es un elemento especial que se da en la mujer, y el coraje y la
constancia son elementos que se dan en los casos de defensa de la vida”.
Lo cierto es que las Abuelas tenían tanto trabajo por delante que no
sabían por dónde empezar. Comenzaron con sus primeras labores “de-
tectivescas”: una abuela se internó en un sanatorio psiquiátrico para
seguir una pista, otra se disfrazó de enfermera, otra incluso llegó a traba-
jar como empleada doméstica en una casa para estar cerca de una niña.
Mientras tanto se pusieron a compilar un listado de nombres con la foto
de cada niño y cada mujer embarazada secuestrados. Luego hicieron una
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Año 1976. Cristina Navajas de Santucho juega con su hijo Camilo. Poco después, embara-
zada, sería secuestrada. Su madre, Nélida Gómez de Navajas, se sumaría a las Abuelas.
que los hijos de desaparecidos eran “botín de guerra” para entregar a fami-
lias vinculadas a las fuerzas represivas. Pero el ingenio de las Abuelas tam-
bién se iba aguzando con las escasas informaciones a las cuales tenían
acceso. “En las rondas de la plaza se acercaban personas que nos pregunta-
ban si éramos ‘las Abuelas’ y nos pasaban papelitos –recuerda Nélida Nava-
jas–. O te daban una dirección y te decían: ‘Es un matrimonio que nunca
tuvo hijos y que ahora tiene un bebé’. Y nosotras pasábamos por ese domi-
cilio para investigar. Otras Abuelas simulaban que promocionaban produc-
tos para bebés. Tocaban timbre y decían: ‘¿En esta casa hay un bebé? Por-
que esto se usa así...’. Así conseguían datos y en algún caso llegaban a ver
al nene”. Cristina, la hija de Nélida, había sido secuestrada el 13 de julio de
1976. Tenía dos hijos, Camilo y Miguel. Ella y su compañero Julio Santu-
cho pertenecían al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Julio
en ese momento se encontraba en Italia y mantenía una fluida correspon-
dencia con su mujer. La noche del secuestro, Nélida recibió un llamado de
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los vecinos de su hija para que fuera a buscar a sus dos nietos y a un primo
de ellos, hijo de Manuela Santucho –también secuestrada con Cristina– y
de Alberto Genoud, que estaba detenido. Junto a Cristina y Manuela des-
apareció Alicia D’Ambra, también embarazada. En el departamento Néli-
da encontró una carta que su hija aún no había podido mandar a Julio:
“Llevé a los nenes al médico porque están con bronquitis, con mucha tos,
e íbamos a llevar con mamá a Camilo a un traumatólogo porque le dolía la
piernita. Cuando termine con los nenes voy a ir al médico porque tengo ya
dos faltas”, decía la carta. Nélida supo entonces que su hija estaba embara-
zada de dos meses. Más tarde, por testimonios de sobrevivientes, pudo con-
firmar que Cristina tuvo a su bebé11.
a término, “le faltaban 10 días para tener a su bebé”. Con ella desapare-
ció también su compañero Pablo Torres, de 21 años. “Pablo era maestro
mayor de obra y había construido la casa de donde se los llevaron”,
recuerda Negrita. Nueve días después se llevaron a su hijo Jorge. “Reco-
rrí todos los organismos de derechos humanos del país pero ninguno
buscaba a los niños, hasta que me enteré de la existencia de Abuelas de
Plaza de Mayo. Como a muchas de nosotras, a mí me encontró la Abue-
la Eva [Castillo Barrios]. Ella era la que iba a la plaza y preguntaba: ‘¿Sos
nueva, qué te pasa?’. Le conté mi caso y me dijo: ‘Tenés que venir a Abue-
las porque ahí buscamos a los chicos’”16. El trabajo se iba organizando
cada vez más. El 5 de agosto de 1978 se celebraba el día del niño y las
Abuelas lograron publicar en el diario La Prensa una carta dirigida a quie-
nes tuvieran nietos. Se titulaba “Llamado a la conciencia y a los corazo-
nes” y recordaba que los niños tenían el derecho fundamental de reunir-
se con sus abuelas, quienes, como fuera, los buscarían por el resto de sus
vidas17. La carta puso a las Abuelas ante la mirada de la opinión pública.
Las investigaciones de estas mujeres se habían unido y habían creado un
movimiento. La solicitada estremeció al mundo y marcó el inicio del res-
paldo internacional a la lucha de las Abuelas. Veinte días después de la
carta, Estela Barnes de Carlotto recibía el cuerpo de su hija Laura, de 22
años, quien tenía un embarazo de dos meses cuando la secuestraron. Por
testimonios de sobrevivientes, Estela pudo saber que el 26 de junio su
hija había dado a luz a un niño al que llamó Guido. Estela, actual presi-
denta de la institución, se fue incorporando gradualmente. “Cuando me
enteré que Laura había sido madre, mi consuegra me dijo que no busca-
ra sola, que había otras Abuelas, y me mandó a la casa de Licha [De la
Cuadra]”, recuerda. Sus compañeras se alegraron con su llegada porque,
como era docente, podía escribir correctamente cartas y documentos. “La
primera vez que fui a Plaza de Mayo con las Abuelas de La Plata, yo tem-
blaba como una hoja. Había tantos militares, tantos caballos, tantos fusi-
les. Pero las Abuelas seguían caminando y me decían: ‘No te va a pasar
nada, seguí, no tengas miedo, estamos juntas’. Apretarse y darse las ma-
nos, como hermanas, son cosas que las Abuelas tenemos hasta hoy”18.
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Año 2001. Las nietas Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, restituidas en
marzo de 1980.
marzo. Ese día las Abuelas lograron la restitución de las hermanas Tatia-
na Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, quienes habían desapareci-
do el 31 de octubre de 1977 luego del secuestro de su madre, Mirta Gra-
ciela Britos, en Villa Ballester, provincia de Buenos Aires. “Era cerca del
mediodía por la luz del sol. Estábamos jugando en la plaza y de pronto
bajan de un micro fuerzas de seguridad. Ella se puso nerviosa y nos
empezó a saludar y a besar de repente; yo no entendía por qué me estaba
abrazando y besando como si fuera la última vez. Del micro bajaron uni-
formados, eran muchos. Se acerca ella hacia ellos, la encapuchan y se la
llevan”, contó alguna vez Tatiana. Ese mismo día fue detenido el papá de
Laura, Alberto Javier Jotar, en el domicilio familiar32. Mirta se había sepa-
rado del padre de Tatiana, Oscar Ruarte, con quien militaba en Córdoba.
Luego de la separación ella se fue a vivir a Buenos Aires con Tatiana
–nacida el 11 de julio del 73–, donde formó pareja con Alberto y de esta
nueva unión nació Laura el 13 de agosto de 1977. Un año antes había des-
aparecido el papá de Tatiana en la provincia de Córdoba. Laura y Tatiana
quedaron abandonadas en la plaza, hasta el atardecer. Luego fueron lle-
vadas por la policía e internadas en diferentes asilos como NN. Tatiana
ingresó al Instituto Remedios de Escalada de Villa Elisa y Laura a la Casa
Cuna de La Plata. Más tarde fueron adoptadas de buena fe por Carlos e
Inés Sfiligoy, quienes se habían inscripto en el Jugado de Menores N° 2 de
San Martín. Primero les fue entregada la beba, a la que llamaron Mara;
enseguida, al saber que Mara tenía una hermana mayor, pidieron la adop-
ción de Tatiana para no separarlas. El 20 de marzo de 1978 el Juzgado les
otorgó la guarda definitiva de las hermanitas.
Mientras tanto, después de haber sido contactada por las Abuelas de
Plaza de Mayo, María Laura Yribar de Jotar, la mamá de Alberto, inició la
búsqueda de las niñas junto a Amalia Pérez de Ruarte, abuela paterna de
Tatiana, y a Carmen Britos, la abuela materna de ambas, estas dos últi-
mas de Córdoba.
En 1980 el matrimonio Sfiligoy recibió una citación del Juzgado: las
abuelas de las nenas las estaban buscando y se habían presentado a recla-
marlas. Los padres adoptivos de Tatiana y Laura Malena accedieron sin
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