Decisiones - Mónica Benítez
Decisiones - Mónica Benítez
Decisiones - Mónica Benítez
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Epílogo
DECISIONES
MÓNICA BENÍTEZ
Copyright © 2024 Mónica Benítez
Todos los derechos reservados
Todos los derechos reservados. Ninguna sección de este
material puede ser reproducida en ninguna forma ni por ningún
medio sin la autorización expresa de su autora. Esto incluye,
pero no se limita a reimpresiones, extractos, fotocopias,
grabación, o cualquier otro medio de reproducción, incluidos
medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos
aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier
parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura
coincidencia.
https://monicabenitez.es
Twitter: @monicabntz
Instagram: mbenitezlibros
—Te dije que había vuelto —la voz de su madre hace girarse
a Bárbara, que todavía está aturdida por lo que acaba de
suceder.
Mira a su progenitora y espera con paciencia a que termine
de cobrar a unas clientas que se marchan tras el desayuno. Es
cierto que su madre le dijo ayer que Irene estaba en el pueblo,
que una vecina le había dicho que era la nueva doctora de
cabecera, pero Bárbara, aunque en el fondo deseaba que fuese
cierto, no suele creerse los cotilleos entre vecinas.
—Sigue enfadada conmigo —dice frustrada cuando su
madre se acerca a ella.
—Siempre dices que no pasó nada, Bárbara, pero algo tuvo
que pasar para que el disgusto le dure tantos años.
Bárbara suelta un resoplido de rabia e impotencia. Irene se
marchó de un día para otro, sin dar explicaciones y sin dejar
opción de contactar con ella. Bárbara todavía recuerda aquella
vez que la llamó como solía hacer cada semana después de
haberse marchado a vivir a la ciudad y, en lugar de contestarle
Irene, le habló una voz robótica que decía que ese número ya
no existía. Se quedó desconcertada mirando su teléfono, no
podía ser, ella no se había equivocado porque tenía el número
de Irene grabado y solo tenía que pulsar el botón de llamada.
Lo hizo de nuevo y el resultado fue el mismo, y así hasta doce
veces. En su desesperación, llamó a otros amigos en común,
que probaron a llamarla y les pasó lo mismo. No fue hasta que
Laura, una de sus amigas, se acercó a casa de Irene y
descubrió a través de la vecina que se había marchado del
pueblo hacía un par de días. La mujer no pudo darle más
detalles porque Irene no le dijo a dónde iba, solo que estaría
fuera una larga temporada y que le hiciera el favor de ventilar
su casa de vez en cuando. Así pasaron los meses y también los
años, catorce para ser exactos, en los que Bárbara no ha sabido
nada de ella, hasta ahora. Irene ha vuelto y no es capaz de
aguantarle la mirada.
Durante todo este tiempo Bárbara trató de imaginar mil
motivos que pudieran causar la marcha de Irene, el único que
para ella lo justificaba todo, fue la muerte reciente de sus
padres, sobre todo la de su madre, a la que Irene encontró
desangrada en la bañera un mes después de que su padre
muriera en un accidente laboral. Bárbara se ha aferrado a esa
idea durante todo este tiempo, pero la actitud de Irene hace
unos segundos, acaba de dejarla descolocada por completo.
¿Por qué demonios está enfadada con ella cuando debería ser al
contrario? Es Bárbara la que podría lanzar mil reproches a su
amiga por desaparecer de ese modo sin decirle nada
precisamente a ella, cuando se lo contaban todo y tenían una
confianza absoluta, ¿o no?
—No pasó nada, joder —dice irritada, aferrándose con
fuerza al mostrador—. Yo no le he hecho nada, mamá, te lo he
dicho mil veces.
Un matrimonio mayor llega para desayunar y Esperanza, la
madre de Bárbara, deja a su hija a solas con su frustración y se
dirige a atenderlos.
Bárbara lleva varios días con la cabeza en otra parte. Desde que
habló con Irene la semana anterior y conoce el verdadero
motivo de su marcha, no se lo puede quitar de la cabeza. No
piensa en otra cosa desde entonces, en lo mal que lo tuvo que
pasar su amiga, pero sobre todo se reprocha haber estado tan
cegada con Moisés como para no haber sido capaz de verlo.
Ahora lo piensa y cada vez entiende más cosas, las muchas
negativas de su amiga cuando le proponía ir a tomar algo con
ella y con su novio, algunas de sus miradas y muchas de sus
sonrisas, hubo muchas señales que si hubiera estado atenta,
habría sabido interpretar y tal vez podido ayudar a Irene de
algún modo que no la obligase a tomar la decisión que tomó.
—Bárbara, ¿quieres espabilar? —le reprocha su madre,
cansada de verla dar vueltas como una peonza sin hacer nada
útil.
Bárbara reacciona y va corriendo hacia la máquina de hacer
chocolate cuando se da cuenta de que prácticamente no les
queda. Allí, después de hacer la mezcla, se queda pasmada
mirando como el batidor gira en espiral mientras ella sigue
pensando en Irene. Saber que le gustan las mujeres es algo que
la hace sentir inestable sin que se explique el motivo. Sabe que
es absurdo, pero después de conocer ese detalle, no deja de
preguntarse cómo habría sido su vida si lo hubiera sabido,
¿habría reaccionado de algún modo? ¿Se habría visto afectada
su relación con Moisés? Está convencida de que no, Irene tiene
razón, estaba ciega por él, aun así…
—Madre mía —sisea agobiada y sigue pensativa.
Lo que más la turba es que ahora no es capaz de verla del
mismo modo, antes solo veía a Irene como a una amiga, ahora
la ve como una mujer, y eso la trastoca porque tiene otro tipo
de pensamientos. Se imagina cosas, cosas entre ellas, y se pone
muy nerviosa.
—¿Me piensas contar lo que te pasa? —ladra su madre
cuando ya han cerrado y están terminando de barrer el local.
Bárbara se gira, entre sorprendida y desubicada.
—¿De qué hablas?
—¿De qué hablo? Hablo de que llevas una semana como si
no estuvieras, eres como un bulto que más que ayudar, estorba.
—Vaya, gracias, mamá —dice impactada por su sinceridad.
Esperanza deja la escoba y retira dos sillas de una de las
mesas.
—Siéntate —le ordena a su hija haciendo ella lo mismo.
Bárbara la mira dubitativa, pero al final obedece porque
conoce esa mirada y prefiere no provocar a su madre.
—Cuéntame lo que sea que te ronda la cabeza y lo
solucionamos para que vuelvas a ser tú. Y no me vengas con
chuminadas de esas tuyas, algo te preocupa, y verte tan
abstraída, altera también a Lito, ya lo sabes.
Bárbara siente una punzada en la boca del estómago, puede
permitirse cualquier cosa, pero no preocupar a su hijo.
—Vale —dice reconociéndose a sí misma que realmente no
es capaz de centrarse—. ¿Recuerdas que la otra tarde quedé
con Irene?
Su madre asiente, ceñuda y concentrada, con las manos
entrelazadas sobre la mesa.
—Pues me confesó algo, y no puedo dejar de pensar en
ello.
Bárbara le explica a su madre todo lo hablado con Irene, el
verdadero motivo de su marcha, así como lo mal que se siente
por haber estado tan cegada con sus cosas que no se dio
cuenta de lo mucho que sufría su amiga.
—No sé cómo no me di cuenta —dice clavando la mirada en
la cristalera.
—Bueno, hija, tampoco tenías porqué hacerlo, no eres
adivina y ella no te contó nada.
—Ya, pero mamá, tú sabes lo que pasó con su familia.
Imagina lo sola que debió sentirse en aquel momento. Su padre
muere, su madre se suicida y la chica de la que está enamorada
no solo no le hace caso, sino que no deja de pedirle que la
acompañe en sus planes de boda con otro hombre. Tuvo que
ser espantoso.
—Sí, supongo que sí, no me extraña que se fuera, yo
también lo hubiera hecho —reconoce Esperanza.
—De todos modos, hay algo que me martiriza por encima
de todo —reconoce Bárbara.
—¿Y qué es?
—Su comportamiento. Joder, mamá, yo también entiendo
que se marchase de aquel modo, que cortase todo contacto y
comenzase de cero en otra parte, pero ¿ahora? ¿Por qué no
quiere verme?
Esperanza cavila unos segundos, su mente más
experimentada piensa varias posibilidades, pero se decanta por
la que le parece más probable en ese momento.
—Imagina que te pasa a ti, Bárbara, que vives esa
experiencia tan traumática con tus padres y además tienes el
corazón hecho añicos. Se marcha, los años pasan y ella
consigue superarlo todo, pero entonces le ofrecen un trabajo y
vuelve.
—No te entiendo.
—Pues que por mucho que lo haya superado, ahora mismo
se le ha tenido que remover todo, Bárbara. Es inevitable que los
recuerdos vuelvan, lo de sus padres y lo tuyo… Lo que necesita
es tiempo para adaptarse, dale espacio y no la agobies, ya verás
como en unas semanas se le pasa y todo vuelve a su cauce.
—Sí, tal vez tengas razón —responde Bárbara dando por
concluida la conversación.
Esperanza se queda satisfecha, piensa que todo está
resuelto y que esa preocupación de su hija ha terminado con su
charla, lo que no sabe, es que Bárbara ahora está más inquieta
que antes. Ese comentario de su madre sobre que a Irene se le
han tenido que remover muchas cosas, la ha dejado con la
mosca detrás de la oreja y sobre todo con la repentina certeza
de que no le ha hecho a Irene la que quizá es la pregunta más
importante de todas. Se fue porque estaba enamorada de ella,
pero en ningún momento le ha dicho que haya dejado de
estarlo, ¿y si su insistencia a no mantener más contacto es
porque todavía siente algo?
Pensar en esa posibilidad le provoca un hormigueo por el
pecho que la deja atónita. Bárbara se queda clavada en el sitio,
paralizada ante la idea de que Irene pueda sentir algo por ella,
¿cómo no se le ha ocurrido preguntar algo tan básico después
de una confesión tan importante? No le extraña que Irene no
quiera verla si no hace más que mostrar desinterés por sus
sentimientos.
La duda le empieza a carcomer las entrañas, y Bárbara
decide en ese mismo instante que no piensa quedarse con ella,
tiene que preguntárselo aunque eso signifique que Irene la
mande a paseo de manera definitiva.
Capítulo 6
—Está bien, creo que lo primero que tienes que saber, es que
no tenía intención de marcharme —suelta Irene para sorpresa
de su amante.
—¿Cómo dices? —Bárbara arquea las cejas, incrédula.
Irene se encoge de hombros y hace una mueca de
circunstancias que deja fuera de combate a Bárbara.
—No me tomes el pelo, la carta estaba ahí, y si añadimos
las dudas que tenías con la casa, solo había que sumar dos y
dos —Bárbara comienza a acelerarse, pero Irene ejerce una leve
presión con las manos sobre su pecho para que no se mueva.
—Esa conclusión la has sacado tú porque has querido, no
me preguntaste, leíste la carta, que por cierto, fue un poco
descarado por tu parte —aprovecha para decirle, Bárbara no
responde—, y decidiste que yo me iba.
—¿Y no era así? Porque yo creo que sí, solo que ahora algo
te ha hecho cambiar de opinión.
—Joder, eres igual de terca que hace catorce años.
Irene sacude la cabeza enfadada y decide levantarse, pero
Bárbara, aceptando que, en realidad, la doctora tiene razón, la
sujeta de la cintura y le impide que se mueva.
—Vale, está bien, no te ibas a marchar —Bárbara entorna
los ojos, en el fondo le sigue costando creerse eso y a Irene le
entra la risa.
—De verdad que eres increíble, Bárbara. Te lo voy a explicar
solo una vez, y si no me crees, no hace falta que me lo digas, te
levantas y te vas por donde has venido.
—Me parece bien.
—Perfecto.
Irene tiene ganas de cogerla por el cuello y apretar fuerte,
pero se contiene.
—Es verdad que cuando recibí la carta llegué a tener dudas
y pensé mucho sobre el tema, pero después de darle vueltas y
sopesar si me compensaba, decidí que no, no ahora. Dirigir un
hospital de campaña es lo que hubiera querido hace dos o tres
años, si me lo hubieran ofrecido entonces, habría aceptado sin
dudarlo.
—¿Entonces?
—Estoy en otra fase de mi vida, Bárbara. Volver al pueblo
fue una decisión que me costó mucho tiempo tomar, pero no
me arrepiento, lo necesitaba y, aunque los primeros días han
sido espantosos, cada vez estoy más segura de que he hecho lo
correcto. Me gusta estar aquí. No voy a negar que las horas en
el consultorio a veces se me hacen largas, en cualquier caso, es
solo un tema de adaptación, de que aquí las cosas son distintas
y solo tengo que acostumbrarme.
—¿Entonces yo no pinto nada en esa decisión?
—No —niega la doctora y le sonríe—. Tú solo eres un
añadido, algo que ha pasado, que no esperaba y que me
encanta. Pero no puedo basar mi decisión en lo que tú y yo
tenemos porque no sé lo que va a pasar, y menos si eres tan
capulla y das por hechas las cosas sin hablarlas conmigo antes.
Irene le da una palmada en el pecho a modo de
reprimenda, Bárbara reacciona cogiéndole la cara y besándola.
—Tienes toda la razón, soy una capulla y te pido disculpas.
Te prometo que a partir de ahora hablaremos primero.
—Y no leerás mi correspondencia sin permiso —añade Irene
con las cejas arqueadas.
—Prometido —Bárbara se besa los dedos y después vuelve
a besarla a ella—, pero tengo otra pregunta.
—Dime.
—La casa, ¿por qué tantas dudas? Entiendo que, entonces,
le habrás dicho que la quieres.
—No.
—No, ¿qué? —Bárbara se sorprende.
—Que no la quiero.
La churrera se recoloca y se pone más recta, mirando a
Irene con asombro.
—Ya le he dicho que se la alquile a otra persona.
—No lo entiendo, Irene. Y no me malinterpretes, yo no
tengo ninguna prisa porque te marches de aquí, puedes estar el
tiempo que necesites, pero pensaba que era algo así lo que
buscabas.
—Sí, y yo también pensaba eso hasta que la vi. Salvo las de
nueva construcción, todas las casas de este pueblo tienen la
misma distribución.
—Sí, eso es cierto.
—Aunque sea una casa distinta, no dejará de recordarme a
la de mis padres. Lo que debo hacer es aceptar de una vez lo
que sucedió y pasar página. No voy a vender mi casa, Bárbara,
haré una reforma para hacerla a mi gusto y me iré allí a vivir.
Bárbara sonríe al mismo tiempo que asiente.
—Me parece una idea estupenda. Por fin empiezas a ver las
cosas con perspectiva. Has vivido demasiado tiempo anclada en
el pasado, Irene, ya va siendo hora de que solo mires el futuro.
—Sí, estoy de acuerdo, y la pregunta es: ¿puedo incluirte a
ti en ese futuro? Porque me tiembla el corazón cuando te veo y
el cuerpo cuando me tocas, y si esto no puede ser algo más…
—Espero que no vayas a decir ninguna gilipollez de las tuyas
—la corta Bárbara poniéndole un dedo sobre los labios—, me
vuelves loca, cada día un poco más, así que sí, más vale que me
incluyas en ese futuro tuyo, a mí y a Lito, porque la idea de que
te ibas lejos de mí de nuevo, casi hace que me vuelva loca.
—Bien… —la expresión de Irene suena como un susurro
antes de perderse entre los labios de Bárbara, que la agarra por
las nalgas y con algo de esfuerzo y mucha destreza, la levanta y
se la lleva hasta su habitación dispuesta a sellar su trato entre
las sábanas.
Epílogo