Cap 1 A 5 OK
Cap 1 A 5 OK
Cap 1 A 5 OK
I. CONCEPTO DE EMPRESARIO
A. NOCIÓN DE EMPRESARIO
a. Definición genérica
La noción de empresario, como titular de una empresa, es básica para el Derecho mercantil, en cuanto, según vimos,
constituye el centro del sistema de esta parte del ordenamiento jurídico. El empresario es, como sabemos, la
persona física o jurídica que profesionalmente y en nombre propio ejercita la actividad de organizar los medios
precisos para la producción o cambio de bienes o servicios para el mercado. El empresario puede ser tanto una
persona física como jurídica y al margen de la configuración de la distinta naturaleza de su personalidad, surge una
variedad de supuestos que vienen determinados entre otros criterios, vinculados con las clases de empresarios, por
la diversidad de la actividad y la dimensión de la empresa que ejercitan.
El Código de comercio en 1885 utilizó el término «comerciante» y no el de «empresario». Sin embargo, ya
originariamente en el Código aparece una desconexión entre la noción económica de «comerciante» y la definición
que da, que comprende no sólo las actividades puramente comerciales, sino también las industriales, bancarias, de
almacenes generales de depósitos, transportes, etc. En efecto, el artículo 1 C. de c nos dice que son «comerciantes»:
«1.º Los que, teniendo capacidad legal para ejercer el comercio, se dedican a él habitualmente; 2.º Las compañías
mercantiles o industriales que se constituyeren con arreglo a este Código».
Nótese que, al poder integrar el objeto de las sociedades mercantiles, además de la actividad comercial, la
industrial, bancaria, aseguradora, etc. (el C. de c. habla de «compañías mercantiles o industriales» en el art. 1
transcrito), desde el momento de la promulgación del Código existía una falta de coincidencia entre el concepto
legal y el económico de «comerciante».
Esa diversidad se ha ampliado con el transcurso del tiempo, de tal forma que tanto buena parte de la doctrina
mercantilista como las leyes especiales han renunciado a utilizar el término de «comerciante» en ese sentido
amplísimo y hablan de empresa o, con mayor propiedad, de «empresario», según se ha dicho al referirnos al
aspecto subjetivo de la empresa. En efecto, es muy frecuente que las leyes especiales empleen el término
«empresa» en un sentido subjetivo, es decir, como si se tratara de una persona (física o jurídica) (v., por ejemplo,
los artículos 1 y 2 LDC). Ahora bien, como esas mismas leyes utilizan el término «empresa» en sentido objetivo
(como cosa que puede ser objeto de tráfico jurídico, o como actividad), los autores y algunas leyes, con mayor
precisión, utilizan el término «empresario» para referirse al titular de la empresa, y sujeto, por tanto, en las
relaciones jurídicas que en su actividad surgen. Dentro de ellas cabe destacar la modificación que fue introducida
en el Código de comercio por la Ley 19/1989, de 25 de julio, que al redactar los artículos relativos al Registro
Mercantil se ha referido a los «empresarios individuales» (arts. 16.1 y 19.1), o genéricamente a los «empresarios»
(art. 16.2); referencia que se reitera con claridad en los artículos 25 y ss. del propio Código, cuando se impone el
deber de llevar una contabilidad ordenada a «todo empresario».
Después de la precisión terminológica señalada, puede darse una noción de empresario diciendo que es la persona
física o jurídica que profesionalmente y en nombre propio ejercita la actividad de organizar los elementos
precisos para la producción de bienes o servicios para el mercado. De una manera más breve podrá decirse que
es empresario la persona que profesionalmente y en nombre propio ejercita una empresa económica, mas a
continuación habría que explicar qué se entiende por empresa.
b. Referencia a los profesionales
Junto al empresario aparecen personas que ofrecen servicios al mercado que tradicionalmente vienen excluidas del
Derecho mercantil, pero se advierte un acercamiento hacia él en el sentido de que existen normas comunes para
los empresarios y estos profesionales, habiendo sido pionero en este punto, como en otros, el Derecho fiscal antes
que el mercantil.
Del concepto de empresario se han excluido tradicionalmente a los titulares de profesiones liberales (médicos,
ingenieros, abogados, etc.) y a los artistas, en tanto en cuanto su prestación de servicios para el mercado está
dominada por su propia personalidad, en especial de carácter intelectual. Sin embargo, el modo de ejercicio de su
actividad se ha venido acercando al de los empresarios en cuanto tal ejercicio se desarrolla de forma que puede
asimilarse a la empresarial. Tal sucede no sólo cuando los profesionales asumen para el ejercicio de su actividad la
forma de una sociedad (bajo los tipos sociales tradicionales, de colectiva, de responsabilidad limitada, etc.) que con
frecuencia se califica como «sociedad profesional» (v. gr., un grupo de médicos constituyen una sociedad de
asistencia sanitaria, unos ingenieros forman una sociedad de ingeniería, etc.), sino más en general cuando los
profesionales realizan el ejercicio de su actividad, incluso sin constituir una sociedad mercantil, mediante la
organización de un conjunto de medios materiales y personales que ofrece con publicidad sus servicios al mercado
(la Ley 2/2007 ha regulado las «sociedades profesionales»).
En este sentido se ha de indicar que este fenómeno tiene, dentro de nuestro ordenamiento, su reflejo en
determinadas manifestaciones normativas.
Así, por ejemplo, el artículo 4 de la L. Consumidores (RDLeg 1/2007, de 16 de noviembre, tras su reforma por la Ley
3/2014, de 27 de marzo) engloba en el concepto de empresario a «toda persona física o jurídica ya sea privada o
pública que actúe directamente o a través de otra persona en su nombre o siguiendo sus instrucciones, con un
propósito relacionado con su actividad comercial, empresarial, oficio o profesión». También se ha de indicar que la
Ley 3/1991, de 10 de enero, de competencia desleal, calificada como ley mercantil por su exposición de motivos,
es de aplicación a los empresarios y a otros operadores en el mercado (artesanos, agricultores, profesionales
liberales, etc.), e igual sucede con las Agrupaciones de Interés Económico (art. 4, Ley 12/1991, de 29 de abril). Así
lo confirma la modificación introducida (por el art. 5 de la Ley 7/1997, de 14 de abril) en el artículo 2.1 de la Ley
2/1974, reguladora de los Colegios Profesionales, que establece que «el ejercicio de las profesiones colegiadas se
realizará en régimen de libre competencia y estará sujeto, en cuanto a la oferta de servicios y fijación de su
remuneración, a la Ley sobre Defensa de la Competencia y a la Ley sobre Competencia Desleal».
c. La figura del emprendedor de responsabilidad limitada
En los últimos años recibió una creciente atención la figura del denominado emprendedor. Esta atención se ha visto
materializada con la promulgación de la Ley 14/2013 de apoyo a los emprendedores y su internacionalización.
En virtud de esta Ley, se ha introducido la figura del denominado «emprendedor de responsabilidad limitada»,
que responde a las siglas de «ERL». Su creación obedece a la intención de fomentar la actividad emprendedora
creando un marco que evite que el emprendedor persona física responda de los resultados de su actividad
empresarial con todos sus bienes. La limitación de responsabilidad que se ofrece a ese emprendedor supone una
excepción a lo dispuesto en los artículos 1911 Cc y 6 C. de c. La limitación consiste en que ni la responsabilidad del
emprendedor como deudor, ni la acción del acreedor que tengan origen en deudas empresariales o profesionales,
podrán alcanzar a la vivienda habitual del deudor dentro de los límites legalmente indicados (que su valor no supere
los 300.000 euros o los 450.000 en poblaciones de más de un millón de habitantes; cfr. art. 8 Ley). Esta limitación
de responsabilidad no puede favorecer al deudor que hubiera actuado de forma fraudulenta o gravemente culposa
en sus obligaciones con terceros, cuando así conste acreditado con sentencia firme o en la declaración de
culpabilidad concursal.
El acercamiento de la figura del emprendedor a la figura del empresario se advierte ya en que es condición
ineludible para adquirir la condición de emprendedor de responsabilidad limitada su inscripción en el Registro
Mercantil. De acuerdo con la Estadística Mercantil del Colegio de Registradores, se advierte un escaso –de hecho,
cada vez menor– recurso a esta figura, que dio lugar a 51 inscripciones en 2014, 27 en el año 2015, 12 en el año
2016, 15 en el año 2017, 10 en el año 2018, 10 en el 2019, 13 en el 2020 y 6 en el 2021).
Sobre el título que permite esa inscripción inicial y el contenido de la misma ha de estarse a lo dispuesto en el
artículo 9 de la Ley 14/2013. A la inscripción registral sigue el deber de dar publicidad a la condición de
emprendedor de responsabilidad limitada en toda la documentación que éste genere o en la que participe, así
como añadiendo las siglas «E.R.L.» a su nombre, apellidos y datos de identificación fiscal. Por otro lado, la no
sujeción de la vivienda habitual a las resultas del tráfico empresarial o profesional del emprendedor requiere su
expresa inscripción en el Registro de la Propiedad. Practicada esa inscripción no se anotarán anotaciones de
embargo por deudas empresariales, salvo que éstas deriven de obligaciones tributarias o frente a la Seguridad
Social.
Reiterando la asimilación de la figura del emprendedor a la del empresario, el artículo 11 de la Ley 14/2013 exige
que éste deposite sus cuentas anuales en el Registro Mercantil y, en su caso, las someta a auditoría de acuerdo con
lo previsto para las sociedades unipersonales de responsabilidad limitada. El incumplimiento del deber del depósito
contable puede llevar la pérdida del beneficio de la limitación de responsabilidad, que el emprendedor recuperará
tan pronto como proceda a esa presentación.
B. IMPORTANCIA DE LA CALIFICACIÓN COMO EMPRESARIO
La calificación de una persona como empresario tiene las siguientes consecuencias jurídicas:
a) Está sometida a un determinado estatuto jurídico que lleva consigo un régimen especial frente al de las demás
personas; está obligada en ciertos casos (o tiene la facultad en otros) a inscribirse en el Registro Mercantil; debe
llevar una contabilidad ordenada, que es una manifestación de la organización de su negocio.
El empresario en caso de insolvencia estaba sometido bajo el régimen del Código de comercio a unos
procedimientos concursales especiales, pero a partir de la vigencia de la nueva Ley concursal el procedimiento es
el mismo para todos los deudores insolventes, sean empresarios o no. No obstante, en el régimen de este
procedimiento único afloran normas específicas para el caso de que el deudor insolvente sea un empresario, se
trate de una persona natural o jurídica.
Una especialidad que afecta al empresario radica en el régimen especial de la representación de sus auxiliares,
ya que gozan de los poderes precisos para el ejercicio de su cargo, cuando crean una apariencia jurídica de
disponer de ellos al tratar con terceros de buena fe. Por otro lado, el empresario tiene un fuero procesal diverso
al de los no profesionales, ya que puede ser demandado «en el lugar donde desarrolle su actividad» y si tuviere
«establecimientos diversos a su cargo en diferentes lugares, en cualquiera de ellos a elección del actor» (art. 50.3
LEC). Este régimen o estatuto del empresario tiene determinados matices para algunos de ellos por la naturaleza
de su actividad (así para los empresarios de seguros, banca, etc.) o de su forma (sociedades cooperativas).
b) La intervención del empresario califica a ciertos contratos como mercantiles. El Código de comercio, a pesar de
su pretensión de seguir un sistema objetivo con relación al Derecho mercantil, al señalar cuándo un determinado
contrato es mercantil recurre en diversos artículos –entre otros elementos– a la presencia de un «comerciante»
o, lo que es igual, de un empresario. Pero, además, el ámbito del Derecho mercantil se ha ido ampliando con
relación a los contratos que surgen en el ejercicio de la actividad de un empresario (contrato estimatorio,
contratos de agencia y concesión mercantil, contratos bancarios, etc.).
II. NOTAS CARACTERÍSTICAS DEL CONCEPTO DE EMPRESARIO
De la noción señalada en el apartado anterior se derivan las siguientes notas características:
A. ACTIVIDAD DE ORGANIZACIÓN
La primera nota en la que podemos fijarnos es el ejercicio de una actividad que tiende a la organización de elementos
personales y materiales que son el instrumento o medio para la producción de bienes o de servicios para el mercado.
Dicho en otras palabras: el empresario, como sabemos, ha de organizar el trabajo de un conjunto de personas y ha de
predisponer los medios apropiados a la finalidad de producir aquellos bienes o servicios que se demandan para
satisfacer las necesidades humanas. Esta organización tiene, por consiguiente, un carácter instrumental para la gestión
empresarial.
1. La labor de organización da origen a un conjunto de relaciones jurídicas que son de naturaleza diversa. Por un lado,
las que se refieren a la organización del trabajo se apoyan en el contrato de trabajo y originan un vínculo de cada
trabajador con el empresario, de cuya disciplina no nos ocupamos porque, como ya hemos advertido, es objeto de
estudio por parte del Derecho del trabajo. Por otro, el empresario es titular de derechos sobre determinados bienes
(materiales o inmateriales) o es parte de contratos (v. gr., de arrendamiento, de licencia, etc.) que le consienten
disponer de un conjunto de elementos materiales que organiza.
2. La organización de los elementos materiales (instalaciones, maquinaria, bienes inmateriales, etc.) da lugar a un
conjunto de cosas que por estar organizado puede adquirir un valor superior al que tendrían aisladamente los
elementos que lo componen. Este conjunto puede ser objeto de negocios jurídicos (venta, arrendamiento, etc.), y
su titular es el empresario. La denominación de este conjunto no es sencilla, porque se utilizan en la práctica
distintas palabras (explotación, negocio, establecimiento mercantil, industria, hacienda… y también «empresa»).
B. ACTIVIDAD PROFESIONAL
Se dice, además, que la actividad que realiza el empresario es profesional. Quiere señalarse con este término que es
una actividad constante, nota a la que parece referirse el artículo 1 C. de c. cuando habla de «habitualidad». La
profesionalidad implica, además, que la actividad se manifiesta al exterior, que se da a conocer y ejerce públicamente.
Este aspecto nos muestra su relación con la finalidad que cumple el empresario de producir bienes y servicios para el
mercado, esto es, para terceros. De manera que quien produce para sí mismo no puede calificarse como empresario.
Normalmente la finalidad de producción para el mercado de bienes o servicios es medio para la consecución, a su vez,
de otro fin: la obtención de una ganancia indeterminada. Es más, muchos autores consideran que no hay profesión
que no sea lucrativa. A pesar de esto, nos parece que, si bien ése es el supuesto normal en una economía de mercado,
no es imprescindible que así suceda, y, por consiguiente, el ánimo de lucro no debe considerarse como una nota
conceptual del empresario.
Desde un punto de vista formal, en nuestro Derecho nos encontramos con que son calificadas como sociedades
mercantiles (y, por tanto, como empresarios) las sociedades anónimas, de responsabilidad limitada y las comanditarias
por acciones, aunque hayan abandonado el ánimo de lucro (v. art. 2 LSC que habla del carácter mercantil de la sociedad
«cualquiera que sea su objeto»). El mismo resultado lo tenemos en la sociedad cooperativa, en particular en las
llamadas cooperativas de consumo, en las que quizá los cooperativistas como socios persigan un lucro por medio de
la consecución de un ahorro (compran a la cooperativa bienes a precio inferior que en el mercado), pero la sociedad
cooperativa en cuanto tal carece de ese ánimo de lucro (que por otro lado sería incompatible con el de ahorro, o de
lucro si se quiere, de los cooperativistas). También en la empresa pública, o más precisamente, en el empresario
público, puede faltar el ánimo lucrativo.
C. ACTUACIÓN EN NOMBRE PROPIO
Esta actividad ha de ser ejercitada en nombre propio. Este presupuesto se ha considerado tradicionalmente esencial,
porque el titular de la empresa con la utilización del nombre se atrae las consecuencias jurídicas de las relaciones en
las que interviene como sujeto. Se dice que si el empresario goza –desde un punto de vista económico– de un poder
de iniciativa y de gestión, desde un punto de vista jurídico ha de tener la consecuencia de la responsabilidad de los
actos que él efectúe. Los administradores de una sociedad mercantil, los colaboradores de un empresario, el tutor de
un menor empresario, ejercitan la actividad económica a la que en los apartados anteriores nos hemos referido, pero
la ejercen en nombre de otra persona y por eso no adquieren la condición de empresario. Es empresario la persona
en cuyo nombre se ejercita esa actividad.
III. CLASES DE EMPRESARIOS
A. EL EMPRESARIO PERSONA FÍSICA O JURÍDICA
Un primer criterio de clasificación de los empresarios es el que distingue entre empresarios que son personas físicas
(que se denominan empresarios individuales) o jurídicas. Con relación a los primeros, el reconocimiento normativo de
la figura del emprendedor ofrece una nueva perspectiva sobre todo por la limitación de responsabilidad que se permite
a aquellos «emprendedores de responsabilidad limitada» que adapten su régimen a lo establecido en la Ley 14/2013,
de apoyo a los emprendedores y su internacionalización [vid. supra I. c)].
1. Al empresario individual se contrapone, en primer término y por regla general, el social, esto es, aquel que es una
persona jurídica que se ha constituido mediante un contrato de sociedad. El criterio de distinción entre empresarios
individuales y sociales está recogido, con otra terminología, por el artículo 1 C. de c.
El empresario social –como todo empresario– es el sujeto al que hay que referir todas las relaciones jurídicas que
se originan con motivo de la actividad empresarial: con los socios, los trabajadores, los proveedores, clientes, etc.
Esas relaciones tendrán regímenes diversos que ahora no interesa indicar. Mas sí vale recordar que en todos los
supuestos el sujeto de esas relaciones es el empresario social (o sociedad) y no la «empresa», como a veces
impropiamente se dice.
2. Si bien el artículo 1 C. de c. parece que tuvo en cuenta únicamente que fuesen empresarios distintos de los
individuales las personas jurídicas que surgieran de la constitución de sociedades (es decir, los sociales), el Código
no impide que personas jurídicas de otra naturaleza puedan adquirir esa condición. Para ello, las personas jurídicas
han de reunir las notas características del concepto de empresario. Así sucede con el caso de ciertos entes públicos
que, por gozar de autonomía y ejercitar una empresa económica, pueden llegar a adquirir la consideración de
empresario (v. el apartado quinto del art. 16.1 C. de c.).
Un interesante ejemplo de personas jurídicas que pueden alcanzar en ciertos casos la condición de empresario es
el de aquellas fundaciones que al afectar su patrimonio a fines de interés general desarrollen, de forma directa o
indirecta, actividades económicas de carácter empresarial (v. arts. 2 y 24 de la Ley 50/2002, de 26 de diciembre, de
fundaciones). Porque la fundación, como es sabido, es una organización mediante la cual se afecta de modo
permanente una masa patrimonial a la promoción de fines de interés general fijados por el fundador. De manera
que necesariamente la actividad empresarial realizada por la fundación ha de coordinarse y subordinarse a la
consecución de esos fines de interés general.
a. La fundación puede ejercitar la actividad empresarial de forma indirecta participando en sociedades mercantiles
«en las que no responda personalmente de las deudas sociales» (es decir, en las llamadas sociedades de
capitales), pudiendo llegar a tener la mayoría o la totalidad de las participaciones o acciones de esas sociedades
(v. art. 24.2 de la Ley 50/2002). Además, las fundaciones, en todo caso como los empresarios, deberán llevar
una contabilidad ordenada y adecuada a su actividad (v. art. 25.1 de la misma Ley).
b. En algún supuesto la fundación ejercita la actividad empresarial de forma directa hasta el punto de que llega a
convertirse en empresario, si bien con un status especial, que prevalece sobre el régimen general de la Ley
50/2002, que sólo se aplicará, en su caso, de forma subsidiaria.
B. CLASES DE EMPRESARIOS POR LA DIMENSIÓN DE SU EMPRESA
El Código de comercio estableció un estatuto jurídico único para el comerciante, sin tener en cuenta su dimensión. Sin
embargo, por medio de disposiciones especiales se va haciendo relevante, desde varios puntos de vista, la distinción
entre empresarios, según sean titulares de grandes, medianas o pequeñas empresas. Es decir, por la dimensión de la
empresa, lo que implica una relatividad de la distinción.
Aun dentro de esa relatividad, la definición más relevante en el ámbito del Derecho mercantil a los efectos de distinguir
entre las empresas grandes de las pequeñas y medianas quizá sea la del «Plan general de contabilidad». Porque
partiendo de la obligación impuesta por el artículo 25 C. de c. a «todo empresario» de llevar una contabilidad
ordenada, distingue nuestro ordenamiento entre el Plan general aplicable a las grandes empresas y el Plan relativo a
las pequeñas y medianas empresas (que se agrupan bajo las siglas de «PYMES»), con especialidades para las
microempresas (aprobado por RD 1515/2007, que ha sufrido distintas modificaciones posteriores).
C. EMPRESARIOS PRIVADOS Y PÚBLICOS
La existencia de determinadas personas jurídicas de carácter público que ejercitan una actividad económica similar a
la que desarrollan los empresarios privados hace surgir la distinción entre los empresarios privados y los públicos. En
un régimen económico de libertad de mercado los empresarios públicos ocupan una posición que podríamos calificar
como excepcional dentro de la actividad económica general, ya que, por lo común, esta actividad está encomendada
a los particulares y no a entes que están vinculados con el Estado o Corporaciones de carácter público. Sin embargo,
la intervención directa del Estado en la vida económica con la finalidad de defender los intereses generales hace que
el llamado sector público, es decir, la actividad desarrollada por los empresarios públicos sea ciertamente relevante.
Para que el empresario público adquiera esta calificación ha de realizar el ejercicio de la actividad económica con una
cierta autonomía con relación a la Administración Pública. En ocasiones son el propio Estado u otros entes públicos
(generalmente las Comunidades Autónomas o las Corporaciones Locales) quienes llevan a efecto esa actividad
económica directamente mediante algún órgano propio, pero en estos casos no estamos ante verdaderos empresarios,
aunque en su actuación operen sin el imperio que a esos entes les caracteriza, porque no se ha creado un ente
separado al que se asigne exclusivamente el desarrollo de esa actividad económica. El empresario surge cuando se
crea por el Estado o las Corporaciones públicas un ente diverso, cuyo fin exclusivo o principal es el ejercicio de una
empresa económica. El ente creado puede asumir una forma de Derecho público que normalmente se encuadra
dentro de la categoría de «organismo autónomo» (v. gr., las Entidades oficiales de seguros, etc.), o bien de Derecho
privado (generalmente adopta la forma de sociedad mercantil).
La utilización de las formas de Derecho privado se debe principalmente al deseo del Estado y las Corporaciones públicas
de alejarse de los sistemas tradicionales de la actividad administrativa pública, ya que su falta de agilidad, su lentitud,
la burocratización, son serios inconvenientes para el desarrollo de la actividad económica propia del empresario. Se
produce así –por medio de sucesivas reformas legislativas– lo que se ha llamado «huida del Derecho administrativo».
D. LAS EMPRESAS SOCIALES
Determinadas clases de entidades suelen considerarse integradas en la denominada economía social, cuyo régimen
fundamental ha quedado recogido en la Ley 5/2011, de 29 de marzo, de Economía Social (LESocial). Es la presencia de
esas entidades la que define como economía social el conjunto de sus actividades económicas y empresariales, por
medio de las que «persiguen bien el interés colectivo de sus integrantes, bien al interés general económico o social, o
ambos» (art. 2 LESocial).
Son entidades de economía social «las cooperativas, las mutualidades, las fundaciones y las asociaciones que lleven a
cabo actividad económica, las sociedades laborales, las empresas de inserción, los centros especiales de empleo, las
cofradías de pescadores, las sociedades agrarias de transformación y las entidades singulares creadas por normas
específicas se rijan por los principios establecidos» (artículo 5 LESocial que se remite a los principios recogidos en el
art. 4 de la misma Ley). Sobre la mayoría de esas entidades volveremos en posteriores capítulos.
IV. RESPONSABILIDAD DEL EMPRESARIO
El empresario ejercita una actividad económica que se concreta en un conjunto de actos (tanto en el campo contractual
como en el extracontractual) de los que ha de responder. Desde un punto de vista económico se dice que el empresario
asume el riesgo de su actividad, lo que se corresponde, desde una perspectiva jurídica, con la afirmación de que asume
una responsabilidad. Pero bajo esta expresión se comprenden problemas distintos, en cuanto que ha de preguntarse, en
primer término, con qué bienes responde el empresario; en segundo lugar, de qué hechos responde, y, por último, de qué
personas responde.
a) El empresario responde, como todo deudor, con todos sus bienes presentes y futuros (art. 1911 Cc). Esto sirve tanto
para el empresario individual como para el empresario que sea persona jurídica.
La responsabilidad patrimonial del empresario individual comprende no sólo los bienes que están afectados al ejercicio
de la actividad empresarial, sino también los que no lo están; o, dicho en otros términos, no hay una distinción a estos
efectos entre su patrimonio mercantil y el civil. Existe, sin embargo, una cierta tendencia hacia la limitación de la
responsabilidad del empresario a sus bienes afectos al ejercicio de la empresa, de forma que el resto de los bienes,
que se consideran como patrimonio familiar o no mercantil, estén al abrigo de las reclamaciones de los acreedores
mercantiles.
Esta tendencia, preconizada para los pequeños y medianos empresarios, se ha concretado en nuestro ordenamiento
por medio de la admisión de la posibilidad de que una sola persona pueda constituir una sociedad anónima o de
responsabilidad limitada (calificadas como «sociedad unipersonal»).
El empresario que sea persona jurídica –que normalmente es un empresario social, es decir, una sociedad– responde
también en forma ilimitada con todo su patrimonio. Pero en algunos casos responden de las deudas de la sociedad
también los socios (como sucede con los llamados socios colectivos en la sociedad colectiva o en comandita, o con
algunos de las sociedades cooperativas), mientras que en otros supuestos los socios no responden del cumplimiento
de las deudas sociales (así en las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada). Sin embargo, existe en la
actualidad una tendencia general – que no se ha concretado todavía en nuestro Derecho positivo– a hacer responder
en ciertos casos de las deudas de la sociedad a los que tienen el poder de dirección sobre la misma o el dominio
efectivo sobre ella y lo ejercen de forma abusiva.
Tal responsabilidad se ha concretado en la doctrina jurisprudencial, que estima que, en determinados casos, por
razones de justicia, debe desconocerse la personalidad jurídica de la sociedad y hacer responsable a la persona o
personas que están detrás de ella, mediante la llamada «penetración de la personalidad jurídica» o doctrina del
«levantamiento del velo» por abuso de esa personalidad.
b) La responsabilidad del empresario surge en la esfera contractual y extracontractual, bien por el incumplimiento de los
contratos realizados con otras personas (ya sean otros empresarios o clientes) o bien por los daños causados fuera de
ese ámbito contractual, conforme a las normas generales contenidas en el Cc (en especial sobre la base del art. 1902)
o de acuerdo con normas específicas (como sucede, por ejemplo, en el campo de la responsabilidad por productos
defectuosos o en el de la competencia desleal).
La L. Consumidores ha armonizado el régimen de la responsabilidad civil por daños causados por productos
defectuosos, en tres apartados:
1.º El primero de ellos contiene unas disposiciones comunes en las que se indica que sus normas hacen referencia al
derecho que tiene todo perjudicado a la indemnización de daños y perjuicios causados por los bienes o servicios.
Con la necesaria precisión que reclama que se ocupa de la responsabilidad extracontractual, no de la que puede
derivar del incumplimiento de los contratos. Régimen que tiene carácter imperativo, de forma que es ineficaz
frente al perjudicado cualquier cláusula de exoneración o limitación de la responsabilidad civil que no esté
prevista en ese texto (cfr. arts. 128 a 134).
2.º Los productores serán responsables de los daños causados por los defectos de los productos que,
respectivamente, fabriquen o importen (art. 135). La Ley establece una serie de causas de exoneración de
responsabilidad, como que el productor no hubiera puesto en circulación el producto, que el defecto no existía
en el momento en que el producto se puso en circulación, que el producto fue elaborado conforme a las normas
imperativas existentes o que los conocimientos de la técnica o de la ciencia no permitían apreciar la existencia
del defecto (art. 140). Corresponde al perjudicado la prueba del defecto, el daño y la relación de causalidad (art.
139). La responsabilidad civil global del productor causado por productos idénticos tendrá como límite la cifra de
63.106.270 euros (art. 141).
3.º Los prestadores de servicios serán responsables de los daños y perjuicios causados a los consumidores y usuarios,
salvo que prueben que han cumplido las exigencias y requisitos reglamentariamente establecidos y demás
cuidados y diligencias que exige la naturaleza del servicio (sanitarios, electrodomésticos, vehículos, rehabilitación
o reparación de viviendas, gas y electricidad y medios de transporte). Respecto a determinados servicios se exige
por la ley un grado más elevado de responsabilidad que tendrá como límite, salvo que exista una norma diversa,
una suma ligeramente superior a los tres millones de euros (art. 148).
c) El empresario responde no sólo de los daños que deriven de actos propios, sino también de los daños causados por
sus dependientes en el ejercicio de sus funciones (art. 1903 del Cc).
V. CAPACIDAD
Hemos enunciado en el capítulo anterior el concepto de empresario y cómo pueden alcanzar esta condición tanto las
personas físicas como las jurídicas. Al ser consustancial a la figura del empresario el ejercicio de una actividad económica
que entraña la realización prácticamente constante de actos jurídicos no es extraño que se exija una determinada aptitud
para ese ejercicio, o si se quiere, una capacidad.
Con relación a las personas jurídicas el ordenamiento se preocupa de la existencia de determinados requisitos para su
constitución. El artículo 1 C. de c., en su párrafo segundo, señala que también son «comerciantes» (o mejor, empresarios)
las sociedades «que se constituyen con arreglo a este Código». El precepto se ha visto ampliado en un doble aspecto:
a) que existen sociedades no previstas por el Código que, por aplicación de leyes especiales, pueden considerarse
empresarios (sociedades mutuas y cooperativas; el artículo 122 C. de c. enuncia la sociedad colectiva, la comanditaria,
simple y por acciones, la anónima y la de responsabilidad limitada, pero señalando que ésas son las formas en que
«por regla general» se constituirán las sociedades mercantiles);
b) que cuando una persona jurídica diversa –como puede ser el caso antes citado de las fundaciones– ejercita la actividad
empresarial debe ser considerada también como empresario. Pero queda en pie el principio fundamental, que puede
decirse implícito en ese precepto, de que las personas jurídicas adquieren la condición de empresario desde el mismo
momento de su constitución.
Por el contrario, en lo referente a las personas individuales el Código, abandonando el viejo sistema de considerar
comerciantes o industriales únicamente a aquellos que pertenecieran a un gremio o corporación y habiendo adoptado el
sistema objetivo o real del ejercicio de la actividad empresarial, ha puesto ciertas limitaciones para ese ejercicio al exigir
que la persona que quiera adquirir la condición de empresario ha de ser mayor de edad y tener plena capacidad civil (art.
4 C. de c. en relación con el art. 322 del Cc y art. 87.4 del RRM). Dado que los contratos que realice el incapacitado serían
en principio anulables, el Código considera que no debe adquirir el estado de empresario.
La falta de capacidad no puede ser suplida mediante la intervención de un representante legal a los efectos de la
adquisición ex novo de la condición de empresario. Sin embargo, el Código consiente excepcionalmente, y como una
manifestación de su preocupación por la conservación de la empresa, que los menores y los incapacitados puedan adquirir
esa condición, en el caso de que se trate de la continuación del negocio de sus padres o causantes, con la ayuda del tutor,
que estará bajo la salvaguarda de la autoridad judicial (art. 5 C. de c., arts. 215 y ss. del Cc).
Para inscribir en el Registro Mercantil al menor o incapacitado que, al amparo de lo previsto del artículo 5, va a continuar
el negocio de los padres o causantes, la solicitud se efectuará por sus representantes legales (art. 88.2 del RRM). En la
inscripción se expresarán, además de los datos precisos para la primera inscripción, los relativos a los representantes
legales, así como los datos referentes al causante (art. 91 del RRM).
VI. EJERCICIO DE ACTIVIDAD MERCANTIL POR PERSONA CASADA
1. El Código de comercio de 1885 exigía la autorización del marido para que su mujer pudiera dedicarse al ejercicio del
comercio. Esta exigencia –que era criticada, en cuanto que se consideraba una medida discriminatoria contra la mujer–
fue suprimida por la Ley de 2 de mayo de 1975, que reformó algunos artículos del Código civil y del Código de comercio
al regular la situación jurídica de la mujer casada.
2. Conviene partir de la idea de que el empresario individual, casado o soltero, no crea un patrimonio mercantil separado
que responda exclusivamente de las deudas resultantes del ejercicio de su actividad. El empresario responde de esas
deudas, como vimos en el capítulo anterior, con todos sus bienes presentes y futuros (art. 1911 del Cc), aun cuando
no tengan relación alguna con dicho ejercicio. En el caso de que el empresario individual esté casado, se plantea el
problema de extender la responsabilidad a otros bienes que no sean exclusivamente propios, como son los del otro
cónyuge y los comunes. A estos efectos, tras la reforma operada en el Código Civil y el Código de comercio por la Ley
16/2022, de 5 de septiembre, debe entenderse que, tras haber sido derogado el régimen especial que se contenía en
los artículos 6 a 12 del C. de c., rigen las reglas generales del régimen de la sociedad de gananciales. Así, como advierte
el artículo 1365.2º (también reformado por la Ley 16/2022): «Los bienes gananciales responderán directamente frente
al acreedor de las deudas contraídas por un cónyuge: (…) 2.º En el ejercicio de la profesión, arte u oficio o en la
administración ordinaria de los propios bienes».
VII. PROHIBICIONES O RESTRICCIONES AL EJERCICIO DE LA ACTIVIDAD EMPRESARIAL
A. GENERALIDADES
El principio de libertad económica (reconocido por el Código de comercio y por el art. 38 de la Constitución) encuentra
una serie de limitaciones para el ejercicio de la actividad empresarial y, por tanto, para la adquisición de la condición
de empresario que deriva de ese ejercicio. Se trata del establecimiento de incompatibilidades, inhabilitaciones o
sumisión a una autorización administrativa previa al comienzo de esa actividad, que implican en definitiva una
prohibición –entendiendo este término en sentido amplio– de desarrollar lícitamente la profesión de empresario a
personas que, de acuerdo con lo estipulado anteriormente, tengan capacidad para hacerlo.
Esto quiere decir que los términos de prohibición e incapacidad son diversos. La exigencia de capacidad está pensada
en modo particular para proteger al empresario (por ejemplo, un menor podría realizar contratos en que saliese
perjudicado y por eso son anulables), razón principal por la que no se quiere que los incapacitados adquieran la
condición de empresarios (el interés de los terceros también es relevante, pero queda en segundo término). La
prohibición, por el contrario, afecta a personas que tienen capacidad legal, pero el ordenamiento jurídico, por diversas
razones, presididas siempre por la preocupación de proteger el interés público, no desea que ejerciten la actividad
económica, o si lo hacen, que sea después de haber cumplido determinadas condiciones.
B. INCOMPATIBILIDADES
El Código de comercio declara incompatible el ejercicio del comercio con ciertas funciones o profesiones. De esta
manera quiere proteger el interés público que va unido al recto cumplimiento de esas funciones, de forma que éstas
no se puedan utilizar en beneficio del interés particular de quien quiere ejercitar una empresa. Estas
incompatibilidades son prohibiciones de carácter subjetivo, que abarcan no sólo el ejercicio individual de la actividad
empresarial, sino también el ejercicio de la actividad económica en nombre de otra persona (sea física o jurídica) (v.
arts. 13 y 14 C. de c., que extienden la prohibición a «tener cargo ni intervención directa, administrativa o económica
en Compañías mercantiles o industriales»).
El ámbito de la incompatibilidad puede variar. El Código, en el artículo 14, establece la prohibición de ejercer la
actividad mercantil, directa o indirectamente, a determinadas personas (funcionarios públicos, políticos, jueces y
magistrados, etc.) en el ámbito y los términos que establezcan las leyes y disposiciones especiales.
C. CONDICIONAMIENTO DEL EJERCICIO EMPRESARIAL A UNA AUTORIZACIÓN ADMINISTRATIVA
El principio constitucional de la libertad de empresa no impide la intervención del Estado para vigilar el ejercicio de
esa libertad y con tal fin en ocasiones se establece la necesidad de obtener la previa autorización administrativa para
el desarrollo de algunas actividades económicas. Se advierte, no obstante, que existe una tendencia liberalizadora en
esta materia desde que entró en vigor la Constitución, que se ha concretado, en especial para las medianas y pequeñas
empresas, en la Ley 17/2009, de 23 de noviembre, sobre libre acceso a las actividades de servicios.
No es éste el lugar oportuno para hacer una referencia a las eventuales licencias o autorizaciones administrativas que
el ordenamiento jurídico puede exigir para el ejercicio de la actividad empresarial, en general, o bien para cierta clase
de actividades. Sí interesa advertir que el artículo 84 del RRM establece que, salvo que la legislación especial no
disponga otra cosa, no podrá practicarse la inscripción del sujeto (sea persona física o jurídica) que pretenda realizar
actividades que requieran licencia o autorización administrativa si no se acredita su obtención, aplicándose la misma
regla a la inscripción de los actos posteriores sujetos a licencia o autorización administrativa.
VIII. PÉRDIDA DE LA CONDICIÓN DE EMPRESARIO
La actividad empresarial se realiza normalmente por tiempo indefinido, pero evidentemente el sujeto que la ejercita
puede cesar en esa actividad por diversas causas y, en consecuencia, perder la condición de empresario. Sin embargo, la
necesaria imputación de la actividad empresarial a su titular tiene, entre otros efectos, que haya que liquidar las relaciones
jurídicas que han surgido en el ejercicio de esa actividad, lo cual exige, por un lado, una determinada certeza en el
conocimiento del momento en que el empresario cesa en esa condición (cuestión difícil en el caso de los empresarios
individuales no inscritos en el Registro Mercantil) y, por otro, el que se produzca esa liquidación de forma satisfactoria
para los que contrataron con él. Aspectos éstos que son cuidados por las leyes fiscales y laborales, si bien no sucede lo
mismo dentro del ordenamiento mercantil, al menos con relación a determinadas causas. En todo caso, interesa advertir,
en primer lugar, que ha de entenderse que la actividad empresarial no cesa pura y simplemente cuando el empresario
deja de hacer nuevas operaciones que están encuadradas dentro de su actividad normal, sino cuando termina la
liquidación de su negocio, con el pago a sus acreedores. En segundo término, conviene hacer notar que el cese de la
condición de empresario puede producirse de forma más sencilla cuando, al tiempo en que pierde esa condición por la
transmisión de su empresa o negocio, el adquirente obtiene ex novo la condición de empresario, o bien, teniendo ya esa
condición, simplemente se hace cargo de ese negocio.
Con relación a las causas de cese de la condición de empresario, interesa apuntar la distinción de supuestos en los casos
de empresario persona física y el de persona jurídica.
a) El empresario individual cesará en su condición por fallecimiento, incapacidad, incompatibilidad, inhabilitación o por
cese voluntario en esa actividad. Pérdida de la condición de empresario que se producirá en los términos que
expresamos a continuación.
En el caso del fallecimiento del empresario, los herederos, una vez aceptada la herencia, podrán continuar la actividad
empresarial y, como consecuencia de esto, adquirir la condición de empresarios; lo cual es posible incluso si se trata
de menores, incapacitados o incompatibles, siempre que cuenten con la colaboración de sus guardadores o
representantes legales (cfr. arts. 5 C. de c. y 91 RRM, que se remite al art. 90, referente a la «primera inscripción del
empresario»). Los herederos suceden al empresario en su negocio, pero normalmente adquieren ex novo la condición
de empresario. En el supuesto de incapacidad o incompatibilidad sobrevenida del empresario, ha de entenderse que,
dado que no puede obrar como tal, habrá de cesar en su condición. Ahora bien, en el caso de que incurra en
incapacidad, podrá mantener la condición de empresario si tiene el auxilio de sus representantes legales. Por último,
en el caso de cese voluntario del empresario en su actividad, éste habrá de liquidar su negocio y, en tanto no se
produzca esa liquidación, como hemos dicho, no podrá estimarse terminada por completo su actividad, aspecto éste
al que no prestan especial atención el Código ni el RRM (cfr. art. 87, 9).
b) El empresario social cesa en su actividad normal una vez acordada su disolución, la cual abre el período de liquidación,
en el que cesan los administradores y la gestión normal de la sociedad, que se ve sustituida por la de los liquidadores.
Pero, como hemos de ver, hasta que no concluye la liquidación de la sociedad mantiene su personalidad jurídica (v.
art. 371.2 de la LSC), cuya extinción debe tener reflejo en el Registro Mercantil (cfr. art. 247 RRM).
c) La declaración de concurso del empresario no interrumpirá la continuación de su actividad profesional o empresarial
(art. 44.1 LCon), lo cual sucederá sólo si entra en la fase de liquidación de su empresa (arts. 163 y ss. LCon).
IX. REFERENCIA A LA DELIMITACIÓN NORMATIVA DEL CONSUMIDOR
Ha quedado indicado que una de las líneas evolutivas del Derecho mercantil viene marcada precisamente por la
preocupación por la tutela de los consumidores y usuarios. Protección que, como se sabe, se ha elevado a principio
constitucional recogido en el artículo 51 de la Constitución y desarrollado por varias disposiciones, que en buena medida
han sido refundidas por la L. Consumidores.
A. NOCIÓN LEGAL DE CONSUMIDOR
La L. Consumidores declara que son consumidores o usuarios, «las personas físicas o jurídicas que actúen con un
propósito ajeno a su actividad comercial, empresarial, oficio o profesión. Son también consumidores a efectos de esta
norma las personas jurídicas y las entidades sin personalidad jurídica que actúen sin ánimo de lucro en un ámbito
ajeno a una actividad comercial o empresarial».
El concepto de consumidor que recoge, el Derecho europeo limita sin embargo la definición de consumidor a las
personas físicas y además suele introducir en la definición la referencia a los fines de la actuación de los consumidores,
de forma que en lugar de referirse al «ámbito ajeno a su actividad», aluden a «fines ajenos a su actividad».
Como consecuencia de la pandemia provocada por la COVID-19, se ha introducido el concepto de persona
consumidora vulnerable «respecto de relaciones concretas de consumo, aquellas personas físicas que, de forma
individual o colectiva, por sus características, necesidades o circunstancias personales, económicas, educativas o
sociales, se encuentran, aunque sea territorial, sectorial o temporalmente, en una especial situación de
subordinación, indefensión o desprotección que les impide el ejercicio de sus derechos como personas
consumidoras en condiciones de igualdad».
B. ENUNCIACIÓN DE LOS DERECHOS RECONOCIDOS A LOS CONSUMIDORES Y USUARIOS
La L. Consumidores efectúa una enunciación de los derechos básicos de los consumidores y usuarios, de la siguiente
forma:
a) La protección de los riesgos que puedan afectar a su salud o seguridad.
b) La protección de sus legítimos intereses económicos y sociales; en particular, frente a las prácticas comerciales
desleales y a la inclusión de cláusulas abusivas en los contratos.
c) La indemnización o reparación de los daños y perjuicios sufridos.
d) La información correcta sobre los diferentes bienes o servicios en formatos que garanticen su accesibilidad y la
educación y divulgación para facilitar el conocimiento sobre su adecuado uso, consumo o disfrute, así como la
toma de decisiones óptimas para sus intereses.
e) La audiencia en consulta, la participación en el procedimiento de elaboración de las disposiciones generales que
les afectan directamente y la representación de sus intereses, a través de las asociaciones, agrupaciones,
federaciones o confederaciones de consumidores y usuarios legalmente constituidas.
f) La protección de sus derechos mediante procedimientos eficaces, en especial en relación con las personas
consumidoras vulnerables.
Además, con relación a las personas consumidoras vulnerables se indica que sus derechos «gozarán de una especial
atención, que será recogida reglamentariamente y por la normativa sectorial que resulte de aplicación en cada
caso. Los poderes públicos promocionarán políticas y actuaciones tendentes a garantizar sus derechos en
condiciones de igualdad, con arreglo a la concreta situación de vulnerabilidad en la que se encuentren, tratando
de evitar, en cualquier caso, trámites que puedan dificultar el ejercicio de los mismos» (art. 8.2 LConsumidores).
C. CARÁCTER IMPERATIVO DE LOS PRECEPTOS DE LA LEY DE CONSUMIDORES
La Ley declara, en primer término, que es nula la renuncia previa de los derechos que reconoce a los consumidores y
usuarios en la adquisición de los bienes y servicios (art. 10). Lo que es congruente con el carácter tuitivo de la misma,
pero, al tiempo que prohíbe la renuncia previa de esos derechos, permite a los consumidores y usuarios que puedan
renunciar posteriormente a los derechos adquiridos, siempre que efectivamente tal renuncia posterior no entrañe una
violación indirecta del principio sentado por la Ley. Por otro lado, con una finalidad puramente reiterativa y quizá para
facilitar su conocimiento por parte de los consumidores, la Ley declara que los actos realizados en fraude de Ley son
nulos, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 6 del Cc, aun cuando quizá con este precepto también se haya
pretendido destacar el carácter imperativo de las normas contenidas en la L. Consumidores.
D. PROCEDIMIENTO ARBITRAL
Si con carácter general en el ámbito de las controversias que surjan en la actividad mercantil, la institución del arbitraje
presta indudables ventajas para la solución rápida de los conflictos (y a ello responde la Ley 60/2003, de 23 de
diciembre, de arbitraje), tal institución se muestra especialmente útil para resolver las reclamaciones de los
consumidores.
Los artículos 57 y 58 de la L. Consumidores, han dado un nuevo régimen especial al «arbitraje de consumo», tanto con
relación a la organización del sistema arbitral como al procedimiento del arbitraje de consumo. Se considera el Sistema
Arbitral de Consumo, como el sistema de resolución extrajudicial de conflictos, de carácter vinculante y ejecutivo para
solventar las controversias surgidas entre los consumidores o usuarios y las empresas o profesionales en relación con
los derechos legal o contractualmente reconocidos al consumidor (aunque no serán vinculantes para los consumidores
los acuerdos de arbitraje suscritos con un empresario antes de surgir el conflicto). Pero no todos los conflictos que
surjan entre ellos y que versen sobre materias de libre disposición de las partes conforme a Derecho pueden ser objeto
de arbitraje de consumo. Así quedan excluidos los que versen sobre intoxicación, lesión o muerte o aquellos en que
existan indicios racionales de delito, incluida la responsabilidad civil por daños y perjuicios derivada directamente de
ellos.
El sistema de organización arbitral de consumo está regulado de forma detallada por el RD 231/2008 a través de las
Juntas Arbitrales de Consumo, la Comisión de esas juntas, el Consejo General del sistema arbitral y los órganos
arbitrales. Los primeros organismos tratan de organizar el sistema arbitral, su promoción y la designación de los
órganos arbitrales. Estos últimos son los árbitros especializados –que pueden ser uno o tres– que, designados por
turno por el presidente de la Junta Arbitral, tras el oportuno procedimiento han de resolver el conflicto emitiendo el
laudo. La iniciación del procedimiento presupone la existencia de un convenio arbitral, que expresa la voluntad de las
partes de resolver el conflicto por el sistema arbitral. El procedimiento está regulado por el mencionado Real Decreto
y en lo no previsto se aplica subsidiariamente la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de arbitraje.
Capítulo 3
Registro Mercantil y deber de contabilidad
SUMARIO: I. NOCIÓN Y FUNCIONES DEL REGISTRO MERCANTIL. A. El Registro como instrumento de publicidad legal. B.
Actos inscribibles. C. Otras funciones asignadas al Registro. II. EFICACIA DE LA INSCRIPCIÓN EN EL REGISTRO. A. Eficacia
del Registro como instrumento de publicidad. B. Eficacia legitimadora. C. Eficacia de la inscripción respecto al hecho
inscrito. D. El cierre del Registro. III. OBLIGACIÓN DEL EMPRESARIO DE LLEVAR UNA CONTABILIDAD. A. Alcance de esta
obligación. B. Modificación de las normas en materia contable. IV. FORMA DE LLEVAR LA CONTABILIDAD. A. Libros
obligatorios. B. Requisitos en la llevanza de los libros. C. Incidencia de la obligación de llevanza de la contabilidad en
caso de concurso de un empresario. V. FORMULACIÓN POR EL EMPRESARIO DE LAS CUENTAS ANUALES. A. Normas sobre
las cuentas anuales. B. Referencia a los documentos que constituyen las cuentas anuales. C. Normas sobre valoración
de las partidas de las cuentas anuales. D. Responsabilidad por su redacción. E. Verificación de las cuentas anuales. a.
Aspectos generales del régimen de la auditoría de cuentas. b. Intervención obligatoria o voluntaria del auditor de cuentas.
F. Obligación del depósito de las cuentas anuales. VI. CUENTAS ANUALES DE LOS GRUPOS DE SOCIEDADES.
I. INTRODUCCIÓN
La disciplina jurídica de la actividad empresarial, junto al aspecto relativo a la libre iniciativa económica en su vertiente de
adquisición de la condición de empresario (que se concreta fundamentalmente en el derecho del libre acceso al mercado
como empresario), tiene otra vertiente de la que nos vamos a ocupar ahora, que es la regulación de la competencia entre
empresarios.
Como declara la exposición de motivos de la Ley 15/2007, de 3 de julio, de defensa de la competencia («LDC») «el artículo
38 de la Constitución reconoce la libertad de empresa en el marco de una economía de mercado y la garantía y protección
de la misma por los poderes públicos, de acuerdo con las exigencias de la economía en general y, en su caso, de la
planificación». Sobre la base de ese principio, la existencia de una competencia efectiva entre las empresas constituye
uno de los elementos esenciales de la economía de mercado, en cuanto disciplina la actuación de las empresas y asigna
los recursos productivos de la forma más eficiente en favor de los operadores económicos y las técnicas más productivas,
lo cual beneficia en definitiva al consumidor que puede obtener los productos a menores precios y en superior cantidad,
variedad y calidad.
1. La libre competencia es, por consiguiente, un principio básico que el ordenamiento jurídico ha de tutelar. Pero a
diferencia de lo que hacían los ordenamientos del siglo pasado, que estimaban que la protección de la libre
competencia se debía basar pura y simplemente en su reconocimiento, en el momento presente se considera que la
disciplina de la libre competencia es más compleja. Esto se debe a que la crisis del modelo teórico de la competencia
perfecta, trazado por los economistas clásicos, hacía que esa competencia no se diera en la realidad (por la frecuencia
de las situaciones de dominio del mercado por parte de ciertas empresas; por la falta de homogeneidad en las
mercancías que se ofrecen, que aun siendo sustancialmente idénticas aparecen como diversas, por efecto de las
marcas y de la publicidad, lo que impide la transparencia del mercado; por las restricciones legales para el
establecimiento de nuevas empresas; por la dificultad en desmontar las empresas creadas, etc.).
Además, surgió el fenómeno de que si la libertad de iniciativa económica tenía como consecuencia la libre
competencia, también derivaba de ella la autonomía de la voluntad en el aspecto contractual, que consintió que los
competidores pudieran perder la agresividad que de ellos se esperaba y que establecieran acuerdos entre sí de no
hacerse la competencia: surgieron así las limitaciones convencionales de dicha competencia, con daño para los
competidores que están al margen de esos acuerdos, y lo que es más grave, para los consumidores en general. Por
esta razón, el legislador ha debido intervenir para poner coto a las prácticas restrictivas de la competencia y de las
eventuales conductas de abuso de las empresas que puedan ocupar una posición dominante en el mercado que regula
en la actualidad la LDC, que se ha completado por su Reglamento aprobado por Real Decreto 261/2008, de 22 de
febrero (actualizado por disposiciones reglamentarias posteriores).
2. Se produce al propio tiempo en el marco de la competencia un fenómeno con matices en parte diversos cuando la
concurrencia entre empresarios se ve marcada por la utilización de prácticas desleales, cosa que acontece cuando el
empresario acude a cualquier medio para atraerse a los consumidores (denigración de los productos del contrario,
publicidad engañosa, soborno de los colaboradores del competidor, etc.). El ordenamiento jurídico también interviene
aquí con una disciplina de la competencia desleal, mediante la cual se quiere poner un freno a la libre competencia,
de forma que la lucha económica no degenere y discurra dentro de unos cauces de lealtad. El régimen de esta disciplina
lo encontramos en la Ley 3/1991, de 10 enero, de competencia desleal («LCD»), que también ha registrado
modificaciones relevantes con relación a su inicial formulación, como tendremos ocasión de indicar más adelante.
Tanto en los casos de la regulación de las prácticas restrictivas de la competencia como en los supuestos de competencia
desleal, el Derecho desea tutelar los intereses de los competidores que participan o desean participar en esa lucha y los
de quienes se benefician de ella, o sea, los consumidores o el público en general.
II. DEFENSA DE LA COMPETENCIA. RÉGIMEN EUROPEO Y ESPAÑOL
El régimen de defensa de la libre competencia recogido por el Derecho comunitario y por el Derecho español es, en su
mayor parte, idéntico; lo cual es lógico, en tanto la extensa normativa europea que existe al respecto ha servido de modelo
a la legislación española, y más concretamente, a la LDC y al Reglamento que la desarrolla.
Las regulaciones europea y española coinciden en la distinción de los varios supuestos que afectan al mantenimiento de
la libre competencia: las colusiones entre empresas, los abusos de posición dominante, las concentraciones económicas
y las ayudas públicas. De hecho, la LDC ha tratado de evitar divergencias en la aplicación del Derecho europeo y español,
particularmente en algunos ámbitos prácticos como era el sistema de acuerdos restrictivos, de manera conforme con lo
dispuesto en la legislación europea. A su vez, se ha intentado promover la eficacia en la aplicación de las normas de
competencia mediante reformas institucionales de gran envergadura. Y aunque hay cuestiones concretas del régimen
español que difieren del europeo, como ocurre, por ejemplo, al incluir nuestra LDC como práctica prohibida la del
«falseamiento de la libre competencia por actos desleales» (art. 3 LDC), o en la forma de abordar el régimen de las ayudas
públicas, ello no es óbice para considerar que ambas normativas, desde una perspectiva global, sean coincidentes, por lo
que focalizaremos nuestra atención en el régimen español y procederemos a efectuar las correspondientes referencias al
Derecho europeo cuando sea necesario, esto es, bien cuando ante la coincidencia de ambas normativas, deban tenerse
en cuenta para la interpretación del Derecho español las resoluciones dictadas por los órganos europeos –en tanto los
órganos españoles las tomarán en consideración, ya que se aplican normas sustancialmente iguales–, o bien, cuando se
produzca el efecto contrario: que ambas disciplinas, española y comunitaria, difieran sustancialmente.
A. PROHIBICIÓN DE ACUERDOS Y PRÁCTICAS RESTRICTIVAS DE LA COMPETENCIA
Uno de los aspectos de la disciplina de la competencia, según ha quedado indicado, es el de la prohibición de los
acuerdos y prácticas restrictivas de la propia competencia. Esta materia actualmente se encuentra regulada, como ya
hemos indicado, por la LDC y su Reglamento, que como se indica en su exposición de motivos «aborda cuestiones
fundamentales para el desarrollo de la Ley», al tiempo que habilita al Ministro de Economía y Hacienda para dictar las
disposiciones necesarias para el desarrollo del propio Reglamento.
La Ley, influida como las anteriores por las normas de Derecho europeo, ha tenido en cuenta de manera especial la
aplicación de las normas sobre competencia previstas en los artículos 101 y 102 de la versión consolidada del Tratado
de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), que contienen las líneas básicas de la ordenación en esta materia.
Esta Ley mantiene una línea, con relación a los aspectos sustantivos que describen las conductas restrictivas de la
competencia, que podríamos calificar como continuista. Las modificaciones esenciales han sido la supresión de las
figuras de la explotación de la situación de dependencia económica y la sustitución del sistema de autorización
administrativa por un sistema de exención legal que permite a los propios operadores económicos evaluar si sus
acuerdos se acomodan a los requisitos exigidos para acogerse a esa exención.
Por el contrario, supuso una innovación importante en la estructura de la Administración pública encargada de
supervisión de las conductas contrarias a la libre competencia (v. epígrafe D). En este aspecto organizativo ha de
destacarse la supresión del Servicio y del Tribunal de Defensa de la Competencia que, habiendo sufrido diversos
cambios, procedían de la Ley de 1963. Frente a estos organismos que desaparecieron tras la entrada en vigor de la
LDC, asumió inicialmente una posición de primer orden la Comisión Nacional de la Competencia (CNC).
Posteriormente, la Ley 3/2013, de 4 de junio, de creación de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia
(CNMC), confió a esta nueva institución la tarea de velar porque la competencia no sea falseada en el mercado
(quedando extinguida la CNC). A partir de esta reforma, las referencias en la legislación vigente a la CNC han de
entenderse como realizadas a la CNMC.
La LDC parte de la enunciación de una serie de conductas empresariales que estima prohibidas por considerarlas
contrarias al principio de defensa de la competencia. Éstas son:
a) las conductas o prácticas colusorias,
b) el abuso de la posición dominante en el mercado y
c) el falseamiento de la libre competencia por actos desleales.
A los efectos de esta Ley, se considera «empresa» a cualquier persona o entidad que ejerza una actividad económica,
con independencia de su estatuto jurídico y modo de financiación (d.a. cuarta).
a. Conductas colusorias prohibidas
1. Bajo esta denominación la LDC trata de agrupar todo tipo de acuerdos entre empresarios, expreso o tácito, que
tienda o tenga por objeto o efecto el restringir la competencia en todo o en parte del mercado nacional. A estos
efectos, el artículo 1 parte de una declaración, determinada por el artículo 101 TFUE, excesivamente descriptiva
de esa prohibición, que a continuación pretende aclarar mediante una enunciación casuística de tales supuestos.
Así el artículo 1.1 de la Ley declara que «se prohíbe todo acuerdo, decisión o recomendación colectiva, o práctica
concertada o conscientemente paralela, que tenga por objeto, produzca o pueda producir el efecto de impedir,
restringir o falsear la competencia en todo o parte del mercado nacional». Por lo tanto, son tres los presupuestos
de este tipo de prohibición:
(i) la existencia de una práctica colusoria,
(ii) la restricción de la competencia y
(iii) la afectación total o parcial del mercado nacional.
A fin de facilitar la determinación de la existencia de una práctica colusoria, el precepto añade, como
mencionábamos, una enumeración, puramente ejemplificativa (de forma similar a como hace el art. 101.1 TFUE),
de una serie de supuestos de colusión que resultan prohibidos:
«a) La fijación, de forma directa o indirecta, de precios o de otras condiciones comerciales o de servicio;
b) La limitación o el control de la producción, la distribución, el desarrollo técnico o las inversiones;
c) El reparto del mercado o de las fuentes de aprovisionamiento;
d) La aplicación, en las relaciones comerciales o de servicio, de condiciones desiguales para prestaciones
equivalentes que coloquen a unos competidores en situación desventajosa frente a otros;
e) La subordinación de la celebración de contratos a la aceptación de prestaciones suplementarias que, por su
naturaleza o con arreglo a los usos de comercio, no guarden relación con el objeto de tales contratos» (los
denominados «contratos vinculados»).
Ahora bien, para que las prácticas descritas sean consideradas conductas prohibidas por la LDC es también
necesario que se dé un segundo presupuesto, cual es, que aquéllas tengan por objeto, produzcan o puedan
producir el efecto de impedir, restringir o falsear la competencia en todo o en parte del mercado nacional. Se
trata, como se ha apuntado, de una prohibición de carácter objetivo. Así, a la Ley le resulta indiferente tanto la
intencionalidad de la conducta de las partes, como que se produzca o no el resultado perseguido. Basta que la
conducta pueda producir el efecto –sería suficiente así la mera adopción del acuerdo– de impedir, restringir o
falsear la competencia, para que resulte prohibida. En este sentido, es común sostener que, para entrar en el
ámbito de la prohibición, no es necesario que los acuerdos o prácticas hayan producido, de forma efectiva y real,
una restricción de la competencia. Es suficiente con que tal restricción sea el objeto perseguido por el acuerdo;
esto es, se exige que el acuerdo tenga por «finalidad» el restringir la competencia, con independencia de que
hubiera o no llegado a ponerse en práctica. Por lo tanto, comprobada su finalidad restrictiva, no hay necesidad
de examinar su concreta repercusión en el mercado. Solamente se tendrá en consideración el elemento –
subjetivo– de la culpabilidad a los efectos de la imposición de una sanción económica (art. 63.1 LDC, que
expresamente alude a que la infracción legal haya sido deliberada o negligente).
Del tercero de los presupuestos exigidos por la norma, la afectación del mercado nacional se colige que la Ley
española se aplicará exclusivamente a las prácticas anticompetitivas que produzcan o puedan producir efectos en
el mercado español o en una parte sustancial del mismo, aunque los hechos hayan ocurrido en otros países o sus
autores sean operadores económicos extranjeros.
2. Tras esta enunciación la Ley declara en el párrafo 2 del mismo artículo 1 que los efectos de la infracción de estas
prohibiciones diciendo que los actos contrarios a ellas son «nulos de pleno derecho» (v. también en el mismo
sentido el art. 101.2 TFUE).
3. Sin embargo, aclara que no se produce ese efecto si los actos están amparados «por las exenciones previstas en
la presente Ley». Lo que es prueba de que el alcance de esas prohibiciones debe delimitarse en la forma prevista
por la propia LDC. Precisamente, los apartados 3 a 5 del mismo artículo 1 enuncian esas exenciones, en cuyo
detalle no podemos entrar, pero que pueden resumirse de la siguiente forma:
En primer lugar, quedarán exentas de la prohibición aquellas conductas que contribuyan a mejorar la producción
o la comercialización y distribución de bienes y servicios o a promover el progreso técnico o económico y, además,
cumplan con las siguientes condiciones (también previstas de forma similar en el art. 101.3 TFUE): a) permitan a
los consumidores o usuarios participar de forma equitativa de sus ventajas; b) no impongan a las empresas
interesadas restricciones que no sean indispensables para la consecución de aquellos objetivos; y c) no consientan
a las empresas partícipes la posibilidad de eliminar la competencia respecto de una parte sustancial de los
productos o servicios contemplados (v. art. 1.3 LDC).
En segundo lugar, cuando cumplan las disposiciones establecidas en los reglamentos europeos de exención por
categorías (relativos a la aplicación del apartado 3 del art. 101 TFUE a determinadas categorías de acuerdos,
decisiones de asociaciones de empresa y prácticas concertadas). Dichos reglamentos se aplican en España aun
cuando las conductas a enjuiciar no afecten al comercio intracomunitario (art. 1.4 LDC).
En tercer lugar, cuando así lo declare el Gobierno mediante Real Decreto, previo informe del Consejo de Defensa
de la Competencia y de la CNMC (art. 1.5 LDC).
b. Abuso de posición dominante
La posición de dominio por parte de una o de varias empresas sobre todo o parte del mercado nacional, no se
considera ilícita de por sí, pero la Ley declara la prohibición de la explotación abusiva de esa posición de dominio
(art. 2.1 LDC) en la totalidad o en parte del mercado nacional, incluso si se trata de monopolios que tienen su origen
en una disposición legal (v. art. 2.3 LDC).
La Ley no define lo que debe entenderse por «posición de dominio». Resulta en este caso especialmente útil recurrir
a la jurisprudencia comunitaria (máxime si tenemos en cuenta que el artículo 2 de la Ley se inspira claramente en el
art. 102 TFUE), que sí lo hace al definir como tal «la posición de fuerza económica de la que goza una empresa que
le permite impedir el mantenimiento de una competencia efectiva en el mercado relevante posibilitándole
comportarse, en una medida apreciable, independientemente de sus competidores y clientes».
Ahora bien, como se ha señalado acertadamente, la determinación de una posición de dominio no puede hacerse
en abstracto, sino que ha de referirse a un supuesto concreto. Lógicamente, el criterio principal a considerar será la
cuota de mercado del sujeto (aunque sin olvidar otros factores como el número de competidores o la estructura del
mercado), si bien, la valoración de dicha cuota deberá realizarse con respecto al mercado de referencia (o mercado
relevante) en el que opere el sujeto en cuestión.
Tampoco define la Ley lo que debe considerarse como «abuso» de dicha posición, si bien (una vez más siguiendo en
buena parte al legislador europeo, v. art. 102 TFUE) enuncia con carácter ejemplificativo una serie de supuestos
concretos que lo son. Así declara que el abuso podrá consistir, en particular, en:
a) La imposición, de forma directa o indirecta, de precios u otras condiciones comerciales o de servicios no equitativos;
b) La limitación de la producción, la distribución o el desarrollo técnico en perjuicio injustificado de las empresas o de los
consumidores;
c) La negativa injustificada a satisfacer las demandas de compra de productos o de prestación de servicios;
d) La aplicación, en las relaciones comerciales o de servicios, de condiciones desiguales para prestaciones equivalentes, que
coloque a unos competidores en situación desventajosa frente a otros;
e) La subordinación de la celebración de contratos a la aceptación de prestaciones suplementarias que, por su naturaleza o
con arreglo a los usos de comercio, no guarden relación con el objeto de dichos contratos.
Según la jurisprudencia del Tribunal de Justicia, la anterior no es una lista cerrada de prácticas abusivas. De hecho, si
variadas son las formas de las prácticas abusivas, no son menos las maneras de clasificarlas. De ordinario, suele
decirse que el control del Derecho de la competencia sobre las empresas dominantes se circunscribe a evitar las
conductas de explotación y conductas de exclusión. Las primeras son aquéllas que están destinadas a obtener el
máximo beneficio del poder de mercado de que disfruta la empresa dominante. Es por ello por lo que se dice que
las conductas de exclusión crean un perjuicio directo a los consumidores. Entre las conductas de explotación, cabe
destacar las prácticas de precios excesivos, limitación de la producción o discriminación. Por su parte, son conductas
de exclusión aquéllas que resultan perjudiciales para la estructura competitiva del mercado, es decir, para los
competidores, ya sean actuales o potenciales. Las conductas de exclusión comprenden las prácticas de vinculación,
la denegación de suministro o licencia, los descuentos fidelizadores, los precios predatorios, la compresión de
márgenes y las prácticas de empaquetamiento.
c. Falseamiento de la libre competencia por actos desleales
Los actos de competencia desleal, como hemos indicado en el apartado I de este capítulo, pueden llegar a falsear
la competencia. Para hacer frente a esto se dictó la LDC.
Sin embargo, los actos de competencia desleal son también relevantes –al menos en ciertos casos– para la LDC, que
establece en su artículo 3 que la CNMC o los órganos competentes de las Comunidades Autónomas, conocerán en
los términos establecidos en esta Ley las conductas prohibidas y los actos de competencia desleal que por falsear
la libre competencia afecten al interés público. En este caso, el interés público que se pretende proteger es aquel
que pueda verse afectado por aquellas prácticas desleales que atenten contra «el funcionamiento competitivo del
mercado», como puede ser el caso del dumping, o de los llamados actos predatorios que produzcan sus efectos en
una parte importante del mercado (ventas a pérdidas para expulsar a los competidores).
El conocimiento de las cuestiones que puedan surgir por falseamiento de la libre competencia por actos desleales
se divide por lo tanto entre la CNMC y los Jueces de lo Mercantil. La línea divisoria entre unos supuestos y otros,
se encuentra en que el acto de competencia desleal afecte o no al orden público. En este último supuesto
corresponderá el ejercicio de las acciones derivadas de la competencia desleal a las personas legitimadas para su
ejercicio ante los Juzgados de lo Mercantil, conforme a lo previsto en los artículos 33 y 34 de la LCD.
d. Supuestos exceptuados de las prohibiciones
La LDC enuncia tres supuestos, de distinta naturaleza, que están exceptuados de las conductas prohibidas
anteriormente referidas a actos colusorios, abuso de posición dominante y falseamiento de la libre competencia
por actos desleales (v. arts. 4, 5 y 6). Ésta es, según nos indica la exposición de motivos de la Ley una de las
novedades de la misma que pasa del régimen de autorización singular (vigente con la anterior Ley) a un sistema de
exención legal en línea con el modelo comunitario.
Estas conductas exceptuadas son las siguientes:
1.ª Las conductas que resulten de aplicación de una Ley, sin perjuicio de la eventual aplicación de las normas
europeas en materia de defensa de la competencia (art. 4.1), ya que estas últimas, las comunitarias, tienen
prelación sobre las leyes nacionales que puedan exceptuar de su cumplimiento a alguna prohibición.
2.ª Las conductas de «menor importancia» (art. 5 LDC y arts. 1 a 3 de su Reglamento) están exceptuadas de la
prohibición, aun cuando en principio pudieran considerarse comprendidas dentro de los artículos 1 a 3 de la
LDC. Es decir, se consideran lícitas, sin que sea necesaria una previa declaración al efecto, las conductas
colusorias y las derivadas de la posición dominante, en tanto en cuanto afecten a unos porcentajes reducidos
de la cuota de mercado conjunto, que el artículo 1 del Reglamento de la LDC fija en un 10 o 15 por ciento, según
los casos (en función de que se trate de empresas competidoras o no competidoras).
No obstante, el artículo 2 del propio Reglamento enuncia unos supuestos que, estando por debajo de esos
porcentajes, no pueden considerarse en ningún caso de «menor importancia», por tratarse de acuerdos o
conductas consideradas «especialmente graves»:
(i) los llevados a cabo entre empresas competidoras que tengan por objeto la fijación de precios de venta, la
limitación de la producción o las ventas, el reparto de mercados o clientes (incluidas las pujas fraudulentas,
o la restricción de las importaciones o las exportaciones);
(ii) así como –si las empresas no son competidoras– el establecimiento de precios de reventa fijos o mínimos a
los que haya de ajustarse el comprador, la restricción de las ventas activas o pasivas a usuarios finales por
parte de los miembros de una red de distribución selectiva; etc. (v. éstas y otras en el referido art. 2 RLDC).
3.ª Al margen de los supuestos indicados, cuando así lo requiera el interés público, la CNMC, previo informe de su
Consejo, podrá adoptar una decisión de oficio que declare que determinada conducta no está afectada por las
prohibiciones a los artículos 1 a 3 de la LDC. Se trata de conductas que, aunque en principio estarían prohibidas,
resultan autorizadas por una declaración de «inaplicabilidad» por parte de este órgano (v. art. 6 LDC). Se trata
así de permitir determinadas colusiones cuyos efectos beneficiosos desde el punto de vista económico y social
exceden del perjuicio que produce la existencia de la colusión.
B. CONTROL DE LAS CONCENTRACIONES ECONÓMICAS
a. Noción de concentración económica
La LDC se ha ocupado del control de las concentraciones económicas y parte de una compleja definición de
concentración (art. 7.1 LDC) que parece querer acercarse a la idea del cambio de la estructura de control, ya sea de
hecho o de derecho, de una empresa. Se refiere así el precepto a todo «cambio estable del control de la totalidad o
parte de una o varias empresas» como consecuencia de una serie de operaciones: fusión, adquisición del control de
la totalidad o parte de otra empresa, creación de una empresa en participación y, en general, la adquisición del
control conjunto sobre una o varias empresas, cuando éstas desempeñen de forma permanente las funciones de
una entidad económica autónoma. En el apartado 2 del mismo precepto el legislador intenta profundizar en este
difícil concepto proporcionando una enumeración ilustrativa de fuentes de las que pueda surgir ese control, para
finalmente incluir, en un intento de abarcar todas aquellas situaciones de control no previstas por su literalidad, una
referencia al concepto de control en la antigua legislación del mercado de valores (siendo así que el artículo 4 de la
vigente LMV se remite al art. 42 C. de c., que contiene una definición de grupo de sociedades fundada, precisamente,
en el elemento del control societario).
Termina este precepto, después de haber apuntado un concepto tan amplio de concentración, señalando los
supuestos que a estos efectos determinados conglomerados no tienen la consideración de concentración (cfr. art.
7.3 de la L.D.C.). El Reglamento de la Ley, en sus artículos 4 y 5, dicta a su vez normas sobre el cálculo de la cuota de
mercado y del volumen de negocios.
Tras esa difusa noción de concentración, en la que lo relevante en este caso es centrarse en el momento de su
constitución o formación, el artículo 8 LDC delimita el campo de aplicación de la Ley a las concentraciones partiendo
de la base de que concurra una de las dos circunstancias siguientes:
a) Que como consecuencia de la concentración se adquiera o se incremente una cuota igual o superior al 30 por
100 del mercado relevante de producto o servicio en el ámbito nacional o en un mercado geográfico definido
dentro del mismo quedarán sin embargo exentas de este procedimiento de control todas aquellas
concentraciones en las que, aun cumpliendo lo referido anteriormente:
(i) el volumen de negocios global en España de la sociedad adquirida o de los activos adquiridos en el último
ejercicio contable no supere la cantidad de 10 millones de euros,
(ii) siempre y cuando las partícipes no tengan una cuota individual o conjunta igual o superior al 50% en
cualquiera de los mercados afectados, en el ámbito nacional o en un mercado geográfico definido dentro del
mismo;
b) Que el volumen de negocios global en España del conjunto de los partícipes supere en el último ejercicio contable
la cantidad de 240 millones de euros, siempre que al menos dos de los partícipes realicen individualmente en
España un volumen de negocios superior a 60 millones de euros.
Quedan al margen de estos supuestos aquellas concentraciones de dimensión europea, tal como se definen en la
legislación europea, salvo que la concentración haya sido objeto de una decisión de remisión por la Comisión Europea
a España conforme a lo establecido en dicha legislación.
b. Régimen del control de las concentraciones
a’. Notificación a la CNMC
La LDC establece un régimen de las concentraciones de empresas cuya esencia radica en que, aquellas que estén
incluidas dentro del ámbito de aplicación establecido por ella (v. art. 8 referido anteriormente), tienen la obligación
de notificar, con carácter previo, su propósito de formación o constitución a la CNMC, y no pueden llevarla a cabo
en tanto este organismo no otorgue la oportuna autorización administrativa (art. 9 LDC).
La obligación de notificar recae, bien conjuntamente sobre las partes que intervengan en una fusión, creación de
empresa en participación o en la adquisición del control conjunto, o bien individualmente sobre la parte que
adquiera el control exclusivo sobre una empresa o parte de la misma (art. 9.4 LDC).
No obstante, esta obligación de notificación no afectará a las concentraciones de dimensión europea, salvo que la
Comisión Europea hubiera decidido remitir la concentración a las autoridades españolas.
El plazo del que dispone la CNMC para dictar y notificar sus resoluciones varía según los trámites del procedimiento
y según los casos, operando el silencio en sentido positivo (arts. 36 y 38).
b’. Suspensión de la ejecución y procedimiento
La notificación de las concentraciones que están sometidas al ámbito de la LDC debe realizarse, como señalábamos,
con carácter previo a su realización y producirá un efecto suspensivo sobre la misma, esto es, no podrán ejecutarse
en tanto en cuanto no haya recaído la autorización expresa o tácita (si bien, se prevé por la propia norma la
remoción de esta suspensión «a propuesta de la Dirección de investigación y previa solicitud motivada» en la que
se tengan en cuenta los perjuicios que la suspensión causaría a las empresas que participaran en la concentración
–art. 9.6 LDC–). El levantamiento de la suspensión podrá estar subordinado al cumplimiento de determinadas
condiciones y obligaciones (art. 9.6).
No obstante, con carácter general, la Ley autoriza la formulación de una OPA sobre una sociedad, previa notificación
a la CNMV y a la CNMC, si bien el comprador de las acciones de esa sociedad no podrá ejercitar los derechos de
voto inherentes a ellas, salvo que con la finalidad de salvaguardar el valor de su inversión sea necesario su ejercicio
y lo autorice la CNMC (art. 9.3 LDC).
Una vez se notifica la operación, comienza el procedimiento, que se divide fundamentalmente en dos fases (cfr.
arts. 57 y 58 LDC). En la primera, que deberá tener una duración máxima de un mes, la Dirección de Investigación
de la CNMC analizará la operación y emitirá un informe con una propuesta de resolución. La CNMC resolverá a la
vista de ese informe de alguna de estas formas: (i) autorizando la concentración, (ii) subordinándola al
cumplimiento de alguna condición, (iii) remitiéndola a la Comisión conforme al art. 22 del Reglamento 139/2004
(caso de que tuviera dimensión comunitaria), (iv) archivando las actuaciones, (v) o bien, acordando la iniciación de
la segunda fase. En este último caso se abrirá un procedimiento con audiencia de los afectados y del Consejo de
Consumidores y Usuarios para que presenten alegaciones. Tras celebrarse, en su caso, una vista ante el Consejo de
la CNMC, ésta adoptará su decisión final en alguno de los sentidos antes indicados (autorizándola, subordinándola
a condiciones, prohibiéndola o archivándola).
A la hora de adoptar su decisión, la CNMC deberá tener muy en consideración los criterios de valoración sustantiva
recogidos por el artículo 10 LDC. El dato decisivo es que la concentración de empresas pueda obstaculizar el
mantenimiento de una competencia efectiva en todo o parte del mercado nacional.
Las resoluciones de la CNMC deberán notificarse al Ministro de Economía, quien podrá acordar la intervención del
Gobierno «por razones de interés general» cuando se trate de casos de prohibición de la concentración o bien de
su subordinación al cumplimiento de determinadas condiciones (cfr. art. 60 LDC). Si el Gobierno decidiera intervenir
en el procedimiento de control, tendrá un plazo de un mes para adoptar su acuerdo definitivo (art. 36). De
transcurrir dicho plazo sin una decisión, la resolución de la CNMC se considerará ejecutiva y pondrá fin a la vía
administrativa.
c’. Incumplimiento de la obligación de notificación (notificación a instancia de la CNMC)
Si no se notifica la formación de una concentración a la CNMC, infringiendo lo previsto en la LDC, se considera como
una falta administrativa y puede dar lugar a un procedimiento sancionador. Al margen de esto, en el supuesto de
que una concentración sujeta a control conforme a lo previsto en la Ley no hubiese efectuado la notificación a la
CNMC, ésta, de oficio, requerirá a las partes obligadas a notificarla para que efectúen la correspondiente
notificación en un plazo no superior a veinte días a contar desde la recepción del requerimiento.
La Ley establece que, a diferencia con el supuesto de notificación espontánea, aquellas concentraciones notificadas
a requerimiento de la CNMC no se beneficiarán del silencio positivo previsto en el artículo 38. Establece la Ley,
además, que transcurrido el plazo para notificar sin que se haya llevado a efecto, la Dirección de Investigación de
la propia CNMC podrá iniciar de oficio el expediente de control de concentraciones, sin perjuicio de la aplicación
de las sanciones y multas coercitivas previstas en los artículos 61 a 70.
C. DE LAS AYUDAS PÚBLICAS
La Ley ha ampliado la competencia de la CNMC respecto al control de la concesión de las ayudas públicas, con el fin
de que la Comisión pueda informar y dirigir recomendaciones a las distintas Administraciones sobre esta materia, sin
perjuicio del sistema de control por parte de la Comisión Europea en la forma prevista en la normativa europea. Como
es sabido, ya el Tratado de Roma en 1957 declaró incompatibles las ayudas otorgadas por los Estados a determinadas
empresas o productos en cuanto pudieran implicar una amenaza de falsear la competencia (art. 87). Los preceptos del
actual Tratado (cfr. arts. 107 a 109 TFUE) han mantenido estas normas que han desarrollado por el Reglamento (CE)
n.º 2015/1589, de 13 de julio de 2015.
El principio del que parte el Derecho europeo (cfr. art. 107 TFUE) es el de la incompatibilidad de estas ayudas, en tanto
su concesión produce, como se ha dicho, que el sistema competitivo de economía de mercado quede desvirtuado si
determinadas empresas reciben fondos públicos, ya que su posición en el mercado ya no sería fruto de su –buena–
organización y actuación, sino de factores exógenos –la ayuda– que situaría a la empresa favorecida en una situación
privilegiada respecto de las demás. Partiendo de este principio prohibitivo, establece a continuación las excepciones a
esta regla, que son de carácter automático: «las ayudas de carácter social o para reparar perjuicios causados por
desastres naturales u otros acontecimientos de carácter excepcional» (art. 107.2 TFUE). Y aunque careciendo ya de
ese automatismo, el apartado 3 del mismo precepto incluye otros supuestos de autorización ordinaria (ayudas
destinadas a favorecer el desarrollo económico de determinadas regiones, para fomentar la realización de un proyecto
de interés común europeo o para poner remedio a una grave perturbación en la economía de un Estado miembro).
Además, el Consejo, a propuesta de la Comisión, podrá determinar otras categorías de ayudas susceptibles de
autorización [(art. 107.3.e)] y también podrá –por unanimidad–, a petición de un Estado miembro, autorizar con
carácter extraordinario una ayuda concreta (art. 108.2 TFUE). Tiene también importancia señalar que en este campo
también se aplica la regla de minimis, lo que significa que existe también una exención para las ayudas de poca
importancia (aquellas determinadas por el art. 3 del Reglamento CE 1535/2007, de 20 de diciembre de 2007).
No obstante, frente a la regulación europea, que parte del principio de incompatibilidad con el mercado interior de las
ayudas públicas (aun cuando luego se prevean excepciones a ese principio), la LDC, de forma distinta, en el único
artículo que dedica a la materia (el 11, completado a nivel reglamentario por los arts. 7 y 8 del Reglamento) no
incorpora prohibición alguna de estas ayudas, sino que se limita a prever que la CNMC, de oficio o a instancia de las
Administraciones Públicas, podrá analizar los criterios de concesión de tales ayudas públicas en relación con sus
posibles efectos sobre el mantenimiento de la competencia efectiva en los mercados, con la finalidad de emitir
informes con respecto a los regímenes de ayudas individuales, así como con la de dirigir a las Administraciones Públicas
propuestas conducentes al mantenimiento de la competencia. También deberá la CNMC emitir y hacer público un
informe anual sobre las ayudas públicas concedidas a España y remitirlo a las Cortes Generales.
La CNMC establecerá, dice la Ley, los medios de información y comunicación necesarios para que la información
recibida esté a disposición de los órganos de Defensa de la Competencia de las Comunidades Autónomas. Además,
podrá requerir cualquier información en relación con los proyectos y las ayudas concedidas por las Administraciones
públicas.
Todo ello se entenderá sin perjuicio de las competencias de la Comisión Europea y de los órganos jurisdiccionales
europeos y nacionales en esta materia de control de ayudas públicas. Y es que, hay que tener en cuenta que la
Comisión (cfr. art. 108 TFUE) tiene amplios poderes de fiscalización tendentes a examinar «permanentemente» los
regímenes de ayudas de los Estados miembros, pudiendo ordenar, caso de considerar que una ayuda no es compatible
con el mercado interior ex artículo 107 TFUE o que la misma se aplica de manera abusiva, que el Estado la suprima o
modifique en el plazo que ella misma determine. Si el Estado de que se trate no cumpliere esta decisión en el plazo
establecido, la Comisión o cualquier otro Estado interesado podrá recurrir directamente al Tribunal de Justicia de la
Unión Europea, no obstante lo dispuesto en los artículos 258 y 259.
D. REFERENCIA A LOS ÓRGANOS ENCARGADOS DE LA SUPERVISIÓN A NIVEL NACIONAL Y EUROPEO
a. Ámbito nacional
Como ya ha quedado expresado, el órgano encargado del control respecto a esta materia de defensa de la
competencia es la CNMC, que está adscrita al Ministerio de Economía, la cual ha de actuar con plena independencia
orgánica y funcional, sometida a la LDC y al resto de ordenamiento jurídico. Su régimen jurídico está recogido en la
Ley 3/2013, de 4 de junio, por la que se creó la CNMC y en el Real Decreto 657/2013, de 30 de agosto, por el que fue
aprobado su Estatuto Orgánico.
El órgano de mayor autoridad de la CNMC es el Consejo, que se configura como un órgano colegiado de decisión,
compuesto por diez consejeros. Actúa en pleno y en salas, una dedicada a temas de competencia y otra a temas de
supervisión reguladora. Sus resoluciones, adoptadas ponen fin a la vía administrativa, siendo impugnables
únicamente ante la jurisdicción contencioso-administrativa, en particular ante la Audiencia Nacional. Por otro lado,
la Ley regula la estructura básica de los órganos de dirección, estableciéndose cuatro direcciones de instrucción: una
para la de los expedientes de defensa de la competencia y otras tres para la de los asuntos de supervisión reguladora
en los sectores de las telecomunicaciones y servicios audiovisuales, de la energía y de los transportes y del sector
postal.
Las funciones más relevantes de la CNMC son:
(i) el cuidado en la aplicación de lo dispuesto en la Ley en materia de conductas restrictivas de la competencia o de
abuso de la posición dominante en el mercado (sin perjuicio de las competencias que correspondan a los órganos
autonómicos en su ámbito respectivo);
(ii) la aplicación de lo dispuesto en la Ley en materia de control de concentraciones económicas;
(iii) la aplicación en España de los preceptos comunitarios, así como la adopción de las medidas para la aplicación de
cooperación y asignación de expedientes con la Comisión Europea;
(iv) la realización de funciones de arbitraje que le sean sometidos por los operadores económicos (v. art. 24). Tiene
además un conjunto de competencias consultivas relativas a la defensa de la competencia (que se enuncian en el
art. 25) y otras funciones entre las que se encuentran las tendentes a promover la existencia de competencia efectiva
en los mercados (v. art. 26).
La LDC contiene un régimen detallado sobre la normativa de los procedimientos en materia de defensa de la
competencia, en particular el relativo al control de concentraciones económicas (arts. 55 a 60) y al régimen
sancionador (v. arts. 61 a 70).
Es de interés señalar que la disposición adicional primera de la LDC, de acuerdo con lo dispuesto en la Ley Orgánica
del Poder Judicial, establece que los Juzgados de los mercantil conocerán de cuantas cuestiones sean de la
competencia del orden jurisdiccional civil en los procedimientos de aplicación de los artículos 1 (relativo a las
conductas colusorias) y 2 (relativo al abuso de posición dominante) de la LDC.
b. Ámbito europeo
En el sistema de la Unión Europea, el órgano competente para la aplicación de lo dispuesto en los artículos 101 y
siguientes TFUE es la Comisión Europea, cuyos actos están sujetos a revisión por el Tribunal General (antiguo
Tribunal de Primera Instancia) y por el Tribunal de Justicia.
La Comisión, en tanto que guardiana de los Tratados, tiene por misión garantizar que el Derecho europeo sea
respetado y, por lo que a la defensa de la competencia en el mercado, cuenta con la facultad de aplicar directamente
la normativa de la Unión, en concreto a través de la Dirección General de la Competencia. Esta dirección actúa de
oficio o en respuesta de denuncias o solicitudes de clemencia cuando dispone de pruebas suficientes para constatar
la infracción de los artículos 101 y 102 TFUE. Cuando concluye que una empresa ha violado la normativa de
competencia, la Dirección General de la Competencia propone al Colegio de Comisarios que adopte una decisión
formal para prohibir la conducta e imponer medidas correctoras. Por supuesto, podrá imponer la cesación de las
prácticas prohibidas y llegar a compromisos con las empresas a las que se disponga a imponer la cesación. Además,
la Comisión puede imponer multas sancionadoras, consistiendo en un porcentaje del volumen de negocios, y
coercitivas, en las que la multa opera por cada día de retraso en el cumplimiento de la orden.
Las decisiones de la Comisión en materia de competencia son susceptibles de ser recurridas en un primer estadio
ante el Tribunal General por la vía del recurso directo contemplado en el artículo 263 TFUE. El Tribunal General lleva
a cabo la revisión de las decisiones y su examen versa tanto sobre cuestiones de hecho como sobre cuestiones de
derecho. Las resoluciones dictadas por el Tribunal General son a su vez recurribles ante el Tribunal de Justicia por
la vía del recurso de casación con arreglo al artículo 256 TFUE, si bien se limita a cuestiones de derecho. El Tribunal
de Justicia puede también ser llamado a pronunciarse sobre la interpretación de las disposiciones de competencia
en el marco de una cuestión prejudicial planteada por un tribunal nacional de conformidad con el artículo 267 TFUE.
E. SANCIONES, PROCEDIMIENTO DE «CLEMENCIA» Y TRANSACCIONES
A fin de imponer sanciones, la LDC distingue entre infracciones muy graves, graves y leves (art. 62). Las leves se
sancionan con una multa de hasta el 1% del volumen de negocios total de la empresa infractora en el ejercicio
inmediatamente anterior (al de la imposición de la multa). Las graves pueden ser de hasta el 5% del volumen de
negocios, y las muy graves, de hasta el 10%.
Además, cuando el infractor sea una persona jurídica, hay que tener en cuenta que se le puede imponer una multa de
hasta 60.000 euros a cada uno de los representantes legales o a las personas que integran los órganos directivos que
hayan intervenido en el acuerdo o decisión (art. 63).
Una novedad importante de la LDC consiste en la inclusión de normas que incorporan la denominada política de
«clemencia» (cfr. arts. 65 y 66 LDC), en virtud de la cual se puede eximir a una empresa o persona física del pago de la
multa cuando haya aportado pruebas sustantivas para la investigación de la existencia de un cártel. El beneficio de la
exención de la multa sólo se aplica a la primera empresa o persona que haya aportado dichos elementos de prueba,
mientras que a los que con posterioridad aporten otras pruebas referentes al cártel –con un valor significativo– sólo
se les aplicará una reducción de la multa.
Cabe destacar que, a nivel europeo, es cada día habitual también recurrir al procedimiento de transacción.
F. LA APLICACIÓN PRIVADA DE LAS NORMAS DE COMPETENCIA: LA COMPENSACIÓN DE LOS DAÑOS CAUSADOS POR
PRÁCTICAS RESTRICTIVAS DE LA COMPETENCIA
Ha quedado apuntado anteriormente que, además de las normas previstas en la LDC, los arts. 101 y 102 TFUE producen
efectos directos en las relaciones entre particulares y generan, para los afectados, derechos y obligaciones que los
órganos jurisdiccionales nacionales deben aplicar. Por tanto, los Tribunales y Jueces nacionales también tienen una
función esencial en la aplicación de las normas europeas sobre competencia (v. Capítulo 1.VI; lo allí señalado sobre
art. 86 bis.2 LOPJ al abordar la competencia de los Juzgados de lo Mercantil). Ésta es la que se conoce como la aplicación
privada de las normas de competencia, que no tiene por función sustituir la aplicación por parte de las autoridades
administrativas, a saber, la CNMC o la Comisión, sino complementarla. Al pronunciarse sobre litigios entre particulares,
los tribunales nacionales protegen los derechos subjetivos que emanan del Derecho de la Unión, por ejemplo,
mediante el resarcimiento de daños y perjuicios a las víctimas de infracciones. La plena efectividad de los artículos 101
y 102 TFUE, y en particular el efecto práctico de las prohibiciones en ellos establecidas, exigen que cualquier persona,
ya se trate de un particular, incluidos los consumidores y las empresas, o de una autoridad pública, pueda reclamar
ante los órganos jurisdiccionales nacionales el resarcimiento de los daños y perjuicios causados por una infracción de
estas disposiciones.
Todas estas cuestiones han sido abordadas en la Directiva 2014/104/UE en materia de ejercicio de acciones de daños
en virtud del Derecho nacional por infracciones de las normas sobre la competencia (tanto europeas como nacionales),
que con un cierto retraso fue implementada en nuestro ordenamiento. La LDC pasó a tener un nuevo Título VI relativo
a la compensación de los daños causados por las prácticas restrictivas de la competencia. En él se observa como
infracción del Derecho de la competencia toda vulneración de los artículos 101 o 102 TFUE (o de los arts. 1 o 2 de la
LDC). De forma resumida, los principales aspectos de este nuevo régimen son:
1. Se observa la responsabilidad de las empresas o personas controlantes de la empresa infractora, excepto cuando
el comportamiento económico de esta última no venga determinado por ninguna de ellas (art. 71.2 LDC). Se trata
de una previsión que tiene relevancia en el ámbito de los grupos de sociedades.
2. Se reconoce el denominado «derecho al pleno resarcimiento» (art. 72 LDC) ante la jurisdicción civil ordinaria, de
los daños causados por estas conductas, que comprenderá el derecho a la indemnización por el daño emergente y
el lucro cesante, además del pago de los intereses.
3. Se impone (art. 73 LDC) la responsabilidad solidaria entre los participantes de la infracción (con reglas especiales
para las Pymes).
4. Se establece un más extenso plazo de prescripción de cinco años para el ejercicio de las acciones por daños,
detallándose cuándo comienza el cómputo del plazo, y los supuestos de su interrupción (art. 74 LDC).
5. Se otorga valor probatorio «irrefutable» a las resoluciones de las autoridades de la competencia, tanto nacionales
como de otros Estados miembros (art. 75 LDC).
6. Se introduce una presunción iuris tantum de causación del daño en las infracciones calificadas como «cártel» (art.
76 LDC).
7. Se prevén los efectos de los acuerdos (soluciones extrajudiciales) sobre el derecho al resarcimiento del daño (art.
77 LDC).
8. Se incorporan reglas sobre la cuantificación de los daños y perjuicios, así como también la carga de la prueba tanto
en lo relativo al daño como a la defensa de repercusión de los sobrecostes (arts. 76, 78 y 79 LDC).
9. También se regulan las acciones de daños ejercitadas por demandantes situados en distintos niveles de la cadena
de suministro (art. 80 LDC).
III. RÉGIMEN DE LA COMPETENCIA DESLEAL
A. CONSIDERACIONES GENERALES
El ordenamiento jurídico sanciona también, como ya hemos apuntado, los excesos en la agresividad de la competencia.
Esto lo hace teniendo en cuenta no ya la fuerza o la intensidad de la misma (pues la libre competencia permite, en
principio, que un empresario arruine lícitamente a otros), sino la utilización de ciertos medios que se consideran
incorrectos o desleales. Con su empleo se perjudica generalmente tanto a los competidores (o a un competidor en
particular) como a los consumidores, por lo que coexisten en la regulación de la competencia desleal la defensa de un
interés público (pues se falsea la libre competencia, que forma parte de la «Constitución económica») y el interés
particular de los competidores dañados, que ven disminuidas sus ganancias o la aparición de pérdidas, que pueden
llevar a la desorganización o a la destrucción de su empresa.
A estos efectos conviene recordar la precisión que hacíamos anteriormente [v. ap. II, A), c) de este Capítulo]: La defensa
frente a ciertos actos de competencia desleal, que falsean de modo sensible la libre competencia y afectan en forma
relevante al interés público, está reservada, en principio, a la CNMC o a los órganos competentes de las Comunidades
Autónomas (art. 3 de la LDC).
La defensa frente a los demás actos de competencia desleal, aun cuando también falsean la competencia y afectan al
interés público, se confía por el ordenamiento jurídico no a la propia Administración Pública, sino a los particulares
para que defiendan sus propios intereses, mediante el ejercicio de las diversas acciones correspondientes previstas en
la Ley 3/1991 de competencia desleal (LCD) y ante los Juzgados de lo mercantil, en tanto en cuanto se vean afectados
o perjudicados por los actos de competencia desleal.
Es importante señalar que la LCD es una norma que no sólo ofrece una tutela a los empresarios perjudicados por actos
de competencia desleal, sino que ha querido por medio de normas de Derecho privado extender esa protección a
otras personas afectadas en sus intereses por esos actos. Para ello ha legitimado para ejercitar las acciones contra el
acto de competencia desleal no sólo a los directamente perjudicados o amenazados (frecuentemente los empresarios
competidores), sino también a otras personas cuyos intereses se puedan ver afectados por dichos actos (como pueden
ser las asociaciones profesionales, de consumidores, etc.) (v. art. 33).
a. Ámbito objetivo de la norma
El artículo 2 LCD establece dos condiciones objetivas para que exista un acto de competencia desleal: (i) que se
realice en el mercado y (ii) que se lleve a cabo con fines concurrenciales.
Respecto a la finalidad concurrencial, la Ley introduce la presunción iuris tantum de que tal finalidad existe cuando
a partir de las circunstancias en que se realice el acto económico éste se revele objetivamente idóneo para
promover o asegurar la difusión en el mercado de las prestaciones (bienes o servicios) propias o de un tercero.
El apartado tercero del artículo 2, adoptando los principios de la Directiva 2005/29/CE, ha venido a subrayar la
eficacia expansiva del ámbito de aplicación de la disciplina contra la competencia desleal, sometiendo también a la
regulación de la Ley «cualesquiera actos», con independencia de que culminen en la realización de una operación
o en la celebración de un contrato. De esta forma, podemos simplificar el criterio indicando que se considera que
el reproche de la deslealtad puede recaer tanto en actos meramente preparatorios de una operación o contrato
que terminan produciéndose, como en aquellos que, ante la falta de culminación, suponen una simple tentativa.
b. Ámbito subjetivo de la norma
El artículo 3 de la Ley determina que en su ámbito subjetivo de aplicación se extiende no sólo a todo tipo de
«empresarios», sino también «a cualesquiera otras personas físicas o jurídicas». Este ámbito se ha extendido, tras la
reforma operada en la LDC por la Ley 29/2009, también a los «profesionales».
B. CONCEPTO DE ACTO DE COMPETENCIA DESLEAL: LA CLÁUSULA GENERAL COMO ACTO AUTÓNOMO DE
DESLEALTAD CONCURRENCIAL
La LCD utiliza una cláusula general para delimitar qué actos pueden ser considerados «desleales» (art. 4) y
posteriormente enuncia un conjunto de supuestos, relativamente concretos, en los que se describen determinados
actos de competencia desleal (arts. 5 a 18). Nos corresponde ahora prestar atención a la delimitación, con carácter
general, del acto de competencia desleal, definido en la «cláusula general» contenida en el artículo 4, tarea ésta difícil,
por la falta de concreción de la Ley en este punto, si bien es cierto que en todos los ordenamientos se sigue en general
el criterio de establecer primero una cláusula general prohibitiva de la competencia general y después una enunciación
de supuestos concretos de comportamientos prohibidos.
El artículo 4 reputa desleal «todo comportamiento que resulte contrario a las exigencias de la buena fe», partiendo de
un criterio de buena fe objetiva, prescindiendo de la intencionalidad (dolo o culpa).
No obstante, además de incorporar literalmente la cláusula general del antiguo artículo 5, el nuevo artículo 4 LCD ha
desarrollado el entendimiento de lo que constituye un comportamiento contrario a las exigencias de la buena fe en
las relaciones con los consumidores y usuarios, incorporando así una presunción de que el comportamiento de un
empresario o profesional es contrario a la buena fe si concurren dos requisitos (cumulativamente):
a) que el empresario o profesional actúe de forma contraria a la diligencia profesional, definiéndose ésta como el
nivel de competencia y cuidados especiales que cabe esperar de un empresario conforme a las prácticas honestas
del mercado;
b) que el resultado efectivo o potencial de esa práctica profesionalmente negligente tenga efecto sobre el
comportamiento de los consumidores, es decir, que se traduzca en una distorsión significativa o sustancial del
comportamiento económico del consumidor medio o del miembro medio del grupo destinatario de la práctica, si
se trata de una práctica comercial dirigida a un grupo concreto de consumidores.
De esta noción podríamos destacar las siguientes notas generales:
1.º La Ley prohíbe los actos de competencia desleal con el fin de proteger la competencia en interés de todos los que
participan en el mercado (art. 1).
2.º Los sujetos que operan en el mercado, difundiendo o promoviendo prestaciones propias o ajenas, pueden ser
empresarios o no (art. 3.1), de manera que, según dice expresamente el artículo 3 de la Ley, ésta resultará aplicable
también a «los profesionales» y a «cualesquiera otras personas físicas o jurídicas que participen en el mercado»
(artesanos, agricultores, profesionales liberales, etc.).
3.º No se exige la existencia de una relación de competencia entre el sujeto activo y pasivo del acto de competencia
desleal (art. 3.2).
4.º La deslealtad del acto de competencia se valora teniendo en cuenta que el comportamiento del sujeto resulte
objetivamente contrario a las exigencias de la buena fe (art. 4).
5.º Frente a la frecuente alegación de la deslealtad de un acto que se propone a partir de la infracción concurrente de
la cláusula general y de otras cláusulas especiales de la LCD, la jurisprudencia ha advertido de la incorrección de
ese planteamiento. La deslealtad de un acto no debe plantearse por medio del concurso del artículo 4 LCD y de
otras previsiones especiales de la citada Ley. Porque si una conducta es lícita conforme a una cláusula especial, no
puede pretenderse su deslealtad recurriendo a la cláusula general. Ésta no puede utilizarse, tal y como ha señalado
nuestro Tribunal Supremo, para sancionar como desleales conductas «que debieran ser confrontadas con alguno
de los tipos específicos contenidos en otros preceptos de la Ley», porque esto conduce a una «antijuridicidad
degradada, mediante la calificación de deslealtad aplicada a acciones u omisiones que no reúnen todos los
requisitos que integran el supuesto tipificado para impedirlas».
Visto el significado de la cláusula general de competencia desleal contenida en el señalado artículo 4 LCD, procede
analizar la enumeración casuística de actos de competencia desleal prohibidos expresamente por la Ley. En este
sentido, cabe señalar que la reforma operada de la LCD por la Ley 29/2009, como se ha señalado por nuestra doctrina,
ha quebrado la unidad estructural que caracterizaba al Derecho de la competencia desleal: así, el Capítulo II (arts. 4 a
18) plasma de forma casuística los principales actos de competencia desleal, mientras el Capítulo III (arts. 19 a 31)
queda consagrado a regular lo que se incorpora como otra categoría específica, «las prácticas comerciales desleales
con los consumidores o usuarios». Analizaremos ambos capítulos por separado.
C. ENUMERACIÓN CASUÍSTICA DE LOS PRINCIPALES ACTOS DE COMPETENCIA DESLEAL
Aun cuando la cláusula general contenida en la Ley sirve de guía para la calificación de un acto como de competencia
desleal, siguiendo una cierta tradición contenida en otros ordenamientos y también en el nuestro, la LCD ha tipificado
una serie de supuestos concretos como actos de competencia desleal, con el fin de dotar de una mayor certeza al
régimen sobre esta materia, lo que parece imprescindible dada la indefinición de la Ley a la hora de formular aquella
cláusula general.
La tipificación de actos de competencia desleal aspira a aportar certeza a la disciplina, pero sin que de ello resulte que
se establece un numerus clausus de actos ilícitos. Y es que, el principio general de la buena fe debe de operar no sólo
como criterio valorativo que contribuirá a construir otros tipos de comportamiento desleal distintos de los
específicamente enunciados en las «cláusulas especiales» (arts. 5 a 18 LCD), sino también para interpretar de una
forma correcta los supuestos de competencia desleal expresamente contemplados en esos preceptos.
Los actos de competencia desleal pueden clasificarse conforme a diversos criterios. De ellos, quizá el más sencillo sea
el siguiente:
a. Actos que se dirigen contra un competidor determinado
1. Los de denigración, consistentes en la realización o difusión de manifestaciones sobre la actividad, las
prestaciones, el establecimiento o las relaciones mercantiles de un tercero que menoscaben su crédito en el
mercado, salvo que sean exactas, verdaderas y pertinentes (cfr. art. 9, que estima que no son pertinentes las
manifestaciones sobre circunstancias estrictamente personales del afectado).
El Tribunal Supremo se ha visto obligado a resolver de manera reiterada en relación con actos de denigración y
ha establecido distintas reglas sobre la aplicación del artículo 9 LCD. La protección que ofrece dicha disposición a
un agente económico no busca darle una tutela directa, sino que esa protección opere a favor del correcto
funcionamiento del mercado.
La apreciación de que existe una denigración desleal no requiere un ánimo específico de denigrar o perjudicar la
reputación del competidor contra el que se formula, ni reclama la eficacia de la manifestación denigratoria,
puesto que lo relevante es que la misma sea idónea o apta para menoscabar el crédito del perjudicado.
Por otro lado, cobra especial importancia la relación existente entre la prohibición de determinadas
manifestaciones denigratorias y el derecho fundamental a la libertad de expresión. A partir de esa relación se ha
señalado que el ilícito concurrencial al que se refiere el artículo 9 LCD debe interpretarse de forma restrictiva,
tratando de conciliar la protección de la transparencia del mercado y de la reputación de sus participantes con la
vigencia del citado derecho fundamental. Las expresiones que no afectan a las preferencias y decisiones de los
consumidores y otros actores del mercado no deben ser sometidas al canon de veracidad. Son denigrantes las
expresiones que implican una descalificación injuriosa e innecesaria del comportamiento profesional de una
empresa o que cuestionan, sin más, su probidad o ética.
2. Los de comparación pública, incluida la publicidad comparativa, mediante alusión explícita o implícita a un
competidor. No obstante, tales actos de comparación se considerarán permitidos cuando: a) los bienes o servicios
comparados tengan la misma finalidad o satisfagan las mismas necesidades; b) la comparación se realice de modo
objetivo, y entre las características más representativas o esenciales del producto o servicio; c) tratándose de
productos con la misma denominación de origen o indicación geográfica, la comparación sea realizada sólo con
otros productos de la misma denominación; d) no se presenten dichos productos o servicios como imitaciones o
réplicas de otros con marca o nombre comercial protegido; e) no se contravenga en el acto de comparación lo
establecido en la propia LCD en materia de actos de engaño, denigración y explotación de la reputación ajena (v.
art. 10).
3. Los de imitación de las prestaciones e iniciativas de un tercero, cuando los consumidores puedan asociar tales
actos a la prestación de ese tercero o comporten un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo
ajenos (v. art. 11 y las matizaciones que realiza), partiendo del principio de que la imitación a las iniciativas y
prestaciones empresariales ajenas es libre, salvo que exista un derecho de exclusiva amparado por la Ley; v. gr.,
un derecho de patente y, en general, de la llamada propiedad industrial. No es de aplicar este precepto cuando
los destinatarios no son los consumidores. Asimismo, se considerará desleal la imitación sistemática de las
prestaciones e iniciativas de un competidor cuando esa estrategia se oriente a impedir su afirmación en el
mercado.
4. Los de aprovechamiento indebido, en beneficio propio o ajeno, de las ventajas de la reputación adquirida por
otro en el mercado (art. 12). Se produce una competencia desleal por quien equipara sus prestaciones con las de
un competidor con el que colaboró en el pasado, buscando así crear una confusión entre ambos.
5. La violación de secretos empresariales, que se regirá por lo dispuesto en la legislación de secretos empresariales
(cfr. art. 13, tras su redacción por la Ley 1/2019, de 20 de febrero, de secretos empresariales). Esa legislación
específica protegerá cualquier información o conocimiento, incluido el tecnológico, científico, industrial,
comercial, organizativo o financiero, que sea secreto, tenga valor empresarial (precisamente por ser secreto) y
haya sido objeto de medidas razonables para mantener su secreto.
6. La inducción a trabajadores, proveedores y clientes a la infracción de un contrato cuando tengan por objeto la
difusión o explotación de un secreto industrial o empresarial o vayan acompañadas de circunstancias tales como
el engaño, la intención de eliminar a un competidor del mercado u otras análogas (art. 14).
b. Actos contrarios al buen funcionamiento del mercado en general
1. Los actos de engaño (art. 5 LCD), que deben reunir dos presupuestos para ser considerados como tales: (i)
contener información falsa o que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a
error a los destinatarios alterando su comportamiento económico; (ii) incidir sobre alguno de los aspectos
señalados en el propio precepto (la existencia del bien o servicio, sus características esenciales, la asistencia
posventa y el tratamiento de reclamaciones, el alcance de los compromisos del empresario o profesional, los
motivos de la conducta comercial y la naturaleza de la operación, el precio o su modo de fijación o la existencia
de una ventaja específica con respecto al precio y la necesidad de un servicio o pieza, sustitución o reparación).
2. Los de confusión con la actividad, las prestaciones o el establecimiento ajenos (cfr. art. 6).
3. Los que impliquen una publicidad engañosa por omisión o silencio del anunciante. Estos actos de omisión
engañosa vienen tipificados en el recientemente reformado artículo 7 LCD y comprenden seis supuestos: 1) la
falta total de información necesaria o su ocultación; 2) la información ofrecida de forma poco clara; 3) la
información que resulte ininteligible; 4) la información ambigua; 5) la información facilitada en un momento
inadecuado; y 6) la publicidad encubierta (esto es, aquella en la que «no se da a conocer el propósito comercial
de esa práctica, cuando no resulte evidente por el contexto»).
4. Las denominadas tras la reforma «prácticas agresivas», esto es, comportamientos susceptibles de mermar de
manera significativa la libertad de elección del destinatario o de alterar mediante acoso, coacción, uso de la fuerza
o influencia indebida, su comportamiento económico en relación con el bien o servicio de que se trate (art. 8).
5. El prevalerse en el mercado de una ventaja competitiva, que sea significativa, adquirida mediante infracción de
las leyes (art. 15).
6. Los discriminatorios con los consumidores, sin causa justificada (cfr. art. 16.1), la explotación de situaciones de
dependencia económica de clientes o proveedores (art. 16.2), la ruptura total o parcial de relaciones comerciales
sin preaviso [art. 16.3, a)] y la obtención bajo amenaza de ruptura de precios o condiciones no previstos [art.
16.3, b)].
7. Los realizados de forma sistemática de venta por debajo del precio de adquisición o de coste (la denominada
«venta a pérdida») que induzcan a error a los consumidores acerca del nivel de precios de otros productos del
mismo establecimiento y los encaminados a eliminar a competidores del mercado (cfr. art. 17).
8. La publicidad ilícita, que se reputará desleal (art. 18). De este modo, un mensaje publicitario ilícito permitirá
acudir a las acciones derivadas de la legislación de competencia desleal.
D. PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES CON LOS CONSUMIDORES O USUARIOS
Como ya indicábamos, tras la reforma operada por la Ley 29/2009, la LCD ha incorporado un nuevo Capítulo III (arts.
19 a 31) consagrado a regular otra categoría específica, enumerándola casuísticamente, de actos concretos de
competencia desleal realizados frente a los consumidores o usuarios.
Con el ánimo de ofrecer una sistematización de aquellos preceptos podríamos distinguir entre conductas engañosas
(arts. 20 a 27) y conductas agresivas frente a esta categoría de sujetos (arts. 28 a 31).
a. Conductas engañosas
Dentro de esta categoría podemos incluir las siguientes conductas que el legislador enumera de forma algo confusa
y en ocasiones reiterativa en una especie de lo que algún autor ha llamado «lista negra»:
1) las denominadas prácticas engañosas por confusión para los consumidores (art. 20), reputando desleales
todas aquellas prácticas comerciales que creen confusión o riesgo de asociación con bienes, servicios, marcas
registradas, nombres comerciales u otras marcas distintivas de un competidor, siempre, eso sí, que sean
susceptibles de afectar al comportamiento económico de estos consumidores;
2) las que versen sobre códigos de conducta u otros distintivos de calidad (art. 21), en tanto estén dirigidas a
afirmar el refrendo público de un determinado código o la adhesión de determinados empresarios o
profesionales a él, cuando ello no sea cierto (éste, el de los códigos de conducta, representa una de las
novedades más interesantes de la reforma de la LCD a la que luego haremos referencia: v. apartado E);
3) las prácticas que el legislador denomina «señuelo», así como las promociones engañosas (enumeradas en el
art. 22), como la no suministración de bienes o prestación de servicios ofertados a determinado precio, la oferta
de premios que no llegan a concederse, etc.;
4) las que engañan al consumidor sobre la naturaleza y propiedades de los bienes o servicios, su disponibilidad y
los servicios de postventa (art. 23), tales como declaraciones falsas sobre las propiedades curativas de bienes o
servicios, uso de un idioma en servicios postventa distinto al empleado en la transacción comercial sin avisarlo
antes de formalizar la misma, etc.;
5) las ventas piramidales (art. 24), consistentes en compensaciones para el consumidor o usuario derivadas de la
entrada de otros en el plan contratado;
6) las promociones engañosas (art. 25) dirigidas a inducir deliberadamente al consumidor a creer que el bien o
servicio procede de un determinado empresario o profesional, no siendo cierto;
7) las prácticas comerciales encubiertas (art. 26) derivadas de tratar como información lo que en realidad no es
más que un contenido publicitario, y otras igualmente engañosas enumeradas en el art. 27 (tales como las
referidas a la ocultación del peligro que podría suponer para la seguridad del consumidor y usuario el bien o
servicio, la inclusión de facturas u otro documento que induzca a pensar al consumidor que ha contratado el
bien o servicio, etc.).
b. Conductas agresivas
Desde la perspectiva de las relaciones con consumidores, los artículos 28 a 31 recogen un conjunto de prácticas
agresivas, estableciendo ejemplos de prácticas coactivas (en las que se haga creer al consumidor que no puede
abandonar el establecimiento comercial hasta haber contratado, v. art. 28) o de acoso (como las visitas en persona
al domicilio del consumidor ignorando sus peticiones para que el empresario o profesional abandone su casa o no
vuelva a personarse en ella; las propuestas no deseadas y reiteradas por fax, teléfono, correo, etc.; v. art. 29), todas
ellas prohibidas.
También enumera como prohibidas una serie de conductas (art. 31) que tutelan al consumidor frente a los actos de
obstaculización en el ejercicio de sus derechos (v. gr. presentación de reclamaciones), frente a la imposición unilateral
de obligaciones sobre el consumidor o, incluso, frente a la manipulación sentimental por parte del empresario o
profesional (haciendo creer al consumidor que su trabajo o sustento corren peligro si aquél no contrata el bien o
servicio).
E. LOS CÓDIGOS DE CONDUCTA
Como apuntábamos, una de las novedades más destacables de la LCD que fue incorporada por la Ley 29/2009, es la
regulación de los códigos de conducta, contenida, esencialmente, en los artículos 37 a 39 (si bien, otros preceptos de
la Ley hacen referencia a esta materia: v. arts. 21 y 5.2). Se pretende con ello elevar el nivel de protección de los
consumidores y usuarios.
A estos efectos se regula el acceso a sistemas eficaces de resolución extra-judicial de reclamaciones, dentro de los
cuales podemos encontrar, entre otros, el ejercicio de acciones frente a los empresarios y profesionales adheridos
públicamente a los Códigos de conducta que infrinjan las obligaciones libremente asumidas o incurran en actos de
competencia desleal (art. 39). El órgano de control del Código de conducta estará obligado a emitir el pronunciamiento
que proceda en el plazo de 15 días desde la presentación de la solicitud, plazo durante el cual, quien haya iniciado este
procedimiento previo, no podrá ejercitar la correspondiente acción judicial. Transcurrido ese plazo sin resolución (o
cuando ésta fuera insatisfactoria, o fuese incumplida) quedará abierta la vía judicial.
Se prevén igualmente acciones contra los Códigos de conducta que contraríen la LCD (art. 38), si bien se exige que, con
carácter previo al ejercicio de dichas acciones, se inste del responsable de dicho Código la cesación o rectificación de
la recomendación desleal, así como el compromiso de abstenerse de realizarla cuando todavía no se haya producido.
El responsable tendrá también un plazo de 15 días para emitir el pronunciamiento que proceda, transcurrido el cual,
quedará expedita la vía judicial.
F. ACCIONES DERIVADAS DE LA COMPETENCIA DESLEAL
La Ley 29/2009 también incorporó algunas modificaciones relevantes en la LCD desde el punto de vista procesal, que
vienen recogidas en el Capítulo IV de esta última norma (arts. 32 a 36) sobre «disposiciones procesales». Las
principales reformas introducidas se traducen en: 1) la modificación y ampliación del elenco de acciones que puede
ejercitar el perjudicado; 2) la ampliación de la legitimación activa para el ejercicio de tales acciones; y 3) la remisión al
capítulo IV de la LCD de todas las acciones derivadas de los actos de publicidad ilícita, en tanto éstos se reputarán actos
de competencia desleal (art. 18 LCD).
Aun cuando no podemos profundizar en un estudio de los aspectos procesales de la competencia desleal, interesa
aludir a las distintas acciones que se ofrecen al perjudicado para combatir un acto de competencia desleal tras la
reforma en el artículo 32 LCD:
1.ª La acción declarativa de la deslealtad del acto;
2.ª La acción de cesación de la conducta desleal o de prohibición de su reiteración futura;
3.ª La acción de remoción de los efectos producidos por el acto, que tiene por objeto que el Juez ordene las medidas necesarias
para que, una vez producido un acto de competencia desleal, se eliminen sus efectos;
4.ª La acción de rectificación de las informaciones engañosas, incorrectas o falsas;
5.ª La acción de resarcimiento de los daños y perjuicios ocasionados por el acto, si ha intervenido dolo o culpa del agente;
6.ª La acción de enriquecimiento injusto.
Asimismo, el artículo 32 incorpora un segundo apartado en virtud del cual se observa que en caso de existir una
sentencia estimatoria de las acciones previstas en los números 1.º a 4.º anteriores, el tribunal, si lo estima procedente,
y con cargo al demandado, podrá acordar la publicación total o parcial de la sentencia o, cuando los efectos de la
infracción puedan mantenerse a lo largo del tiempo, una declaración rectificadora.
Cualquier persona que participe en el mercado cuyos intereses económicos resulten directamente perjudicados o
amenazados por el acto de competencia desleal está legitimada para el ejercicio de las acciones enunciadas en los
cinco primeros números del artículo 32. La acción de enriquecimiento injusto, sin embargo, sólo podrá ejercitarse por
el titular de la posición jurídica violada por el acto de competencia desleal (art. 33.1).
Las acciones contempladas en los números 1 a 4 del artículo 32 (es decir, todas menos la de daños y perjuicios y la de
enriquecimiento injusto) podrán ejercitarse por un elenco de sujetos que tras la reforma de la Ley se ha visto ampliado:
1) por las asociaciones, corporaciones profesionales o representativas de intereses económicos, cuando resulten
afectados los intereses de sus miembros (art. 33.2); y, 2) en defensa de los intereses generales, colectivos o difusos,
de los consumidores y usuarios, el Instituto Nacional de Consumo (así como los órganos competentes de las
Comunidades Autónomas y corporaciones locales), las asociaciones de consumidores y usuarios, entidades de otros
Estados Miembros de la Unión Europea expresamente habilitadas e, incluso, el Ministerio Fiscal (en relación con la
acción de cesación, v. art. 15.1 LEC).
Las acciones de competencia desleal previstas en el artículo 32 prescriben por el transcurso de un año desde el
momento en que pudieron ejercitarse y el legitimado tuvo conocimiento de la persona que realizó el acto de
competencia desleal; y, en cualquier caso, por el transcurso de tres años desde el momento de la finalización de la
conducta (art. 35). De esta manera, con la reforma se ha modificado el dies a quo para determinar el período de
prescripción de las acciones, recogiendo así la norma la no siempre uniforme doctrina elaborada por nuestros
tribunales sobre los actos continuados.
Asimismo, la prescripción de las acciones en defensa de los intereses generales de los consumidores se rige por lo
dispuesto en el artículo 56 L. Consumidores.
Capítulo 5
El Derecho sobre las creaciones industriales y los signos distintivos de la empresa
Ahora bien, la Ley reconoce, como quedó apuntado al hablar de las clases de marcas, protección a las marcas
notorias y renombradas simplemente usadas y no inscritas en el Registro de Marcas, cuyos titulares podrán
reclamar ante los Tribunales la anulación de una marca registrada si concurren los requisitos mencionados en el
artículo 8. Esto quiere decir que aun cuando el registro se convierta en el hecho determinante del reconocimiento
del derecho de marca, la Ley reconoce una cierta eficacia a la marca notoria no inscrita, cuya protección es
singularmente amplia, al no serle aplicable el principio o regla de especialidad (el art. 8.3 LM señala que la
protección de la marca notoria se extiende «a cualquier género de productos, servicios o actividades»).
b. Contenido del derecho sobre la marca
El derecho de exclusiva que otorga la marca, cuya protección se extiende a todo el territorio español, se
descompone en una pluralidad de facultades en favor del titular de la marca (art. 34 LM). Así, le permite a su titular:
a) El derecho exclusivo de utilizar la marca registrada en el tráfico económico;
b) Prohibir que un tercero no autorizado use una marca u otro signo confundible para distinguir productos o
servicios idénticos o similares; la Ley le confiere las necesarias acciones y medidas civiles y penales para defender
su derecho y evitar los actos de usurpación;
c) Oponerse a que se inscriba en el Registro de Marcas, un signo que sea confundible con el que ha registrado
previamente como marca; y
d) Solicitar ante los Tribunales la nulidad de otras marcas inscritas en dicho Registro con posterioridad a la suya,
cuando estime que existe riesgo de confusión en el mercado.
El derecho de exclusiva del titular de la marca está, no obstante, sujeto a determinados límites. Fundamentalmente,
este límite se deriva de que el derecho conferido por el registro de la marca no permite a su titular prohibir a los
terceros el uso de la misma para productos comercializados en España con dicha marca por el titular o con su
consentimiento expreso (arts. 36 LM).
Otro posible límite del derecho de marca es el que resulta del artículo 37 LM. El titular de la marca no podrá prohibir
el uso de buena fe por un tercero (conforme a las prácticas leales en materia industrial o comercial) de su nombre
y dirección, de indicaciones relativas a la especie, calidad u otras características del producto o servicio, o incluso el
uso de la propia marca cuando ello resulte necesario para indicar el destino de un producto o servicio.
D. DURACIÓN DEL DERECHO SOBRE LA MARCA
La duración del derecho sobre la marca será de diez años contados desde la fecha del depósito de la solicitud y podrá
renovarse indefinidamente por períodos ulteriores de diez años (art. 31 LM). Para conservar el derecho de exclusiva
sobre la marca su titular debe cumplir dos obligaciones:
a) Renovar la marca cada diez años (arts. 32 LM y 26 RLM); su falta de renovación provocará la caducidad del signo
[art. 55.1, a) LM]; y
b) Usar la marca en el mercado (art. 39 LM). El titular de la marca registrada deberá usarla en España de manera
efectiva y real. Si la marca no es usada en el plazo de cinco años a contar desde la fecha de la publicación de su
concesión, o si, habiendo sido usada, este uso se interrumpe durante un período similar, la marca quedará incursa
en una de las causas de caducidad (arts. 39 y 55 LM).
E. DEFENSA DEL DERECHO SOBRE LA MARCA
El titular de una marca registrada podrá ejercer las acciones civiles y penales previstas en la Ley y exigir las medidas
necesarias para su salvaguarda (art. 40 LM):
a) En materia penal, el titular de la marca podrá ejercer las acciones penales referentes a la infracción de los derechos
de propiedad industrial, al amparo de lo previsto en el artículo 274 del Código Penal.
b) En materia civil, el titular del derecho sobre la marca que vea lesionado su derecho podrá pedir: 1. La cesación de
los actos que violen su derecho; 2. La indemnización de los daños y perjuicios sufridos; 3. La adopción de las
medidas necesarias para evitar que prosiga la violación y, en particular, que se retiren del tráfico económico los
productos y demás material en que se haya concretado la violación del derecho de marca; 4. La destrucción o
cesión con fines humanitarios, si fuera posible, de los productos ilícitamente identificados con la marca; 5. La
atribución en propiedad de los productos, materiales y medios embargados en virtud de lo dispuesto en el apartado
3 anterior, cuando sea posible, afectados al pago del importe de la indemnización que sea concedida al titular de
la marca; 6. La publicación de la sentencia a costa del condenado mediante anuncios y notificaciones a las personas
interesadas (art. 41.1).
La indemnización de los daños y perjuicios comprenderá tanto el daño emergente como el lucro cesante, que se ha de
cuantificar conforme a alguno de los criterios fijados por la Ley (v. art. 43.1 y 2).
En las acciones por violación, el titular de la marca no podrá prohibir la utilización de una marca registrada
posteriormente cuando ésta no pudiera ser declarada nula conforme a las distintas disposiciones de la propia LM o del
Reglamento UE 2017/1001 (art. 41 bis 1 y 2 LM). En el caso de que no concurriera esa posibilidad de prohibir la
utilización de la marca posterior, el titular de esta última se dice que no podrá prohibir la utilización de la marca anterior
en una acción por violación, aunque el derecho de la marca anterior no pueda ya invocarse frente a la posterior.
Las acciones civiles derivadas de la violación del derecho de marca prescriben a los cinco años (art. 45) y para su
ejercicio son aplicables las normas previstas en el título XII de la Ley 24/2015, de Patentes (d.a. primera LM) siempre
que esas disposiciones sean compatibles con la naturaleza del correspondiente signo distintivo.
La protección de los derechos inherentes a la marca puede también plantearse por su titular a través del ejercicio de
las acciones previstas en la LCD, que pueden ser objeto de acumulación con las específicamente previstas en la LM.
F. CESIÓN Y LICENCIA DE MARCA
La marca y su solicitud son bienes del activo empresarial, económicamente valiosos y, por consiguiente, de carácter
patrimonial. El derecho sobre la marca, como bien inmaterial, puede ser objeto de derechos reales y es transmisible.
El artículo 46.2 LM nos dice que «con independencia de la transmisión de la totalidad o de una parte de la empresa,
la marca y la solicitud de registro de marca podrán ser cedidas por todos los medios que el derecho reconoce». Tanto
la marca como el registro de marca son bienes indivisibles.
Especial interés práctico ofrece la cesión del uso de la marca mediante una licencia, materia a la que ha prestado
atención la Ley. Por el contrato de licencia el titular de la marca (licenciante) autoriza a un tercero (licenciatario) a usar
la marca a cambio del precio pactado. Mientras que la transmisión de la marca supone la plena transmisión de la
titularidad del derecho sobre la marca, la licencia es una simple autorización de uso del titular de la marca a un tercero.
Licencia que puede ser de varias clases: en primer lugar, para la totalidad o para una parte de los productos o servicios
para los cuales la marca esté registrada; en segundo término, para la totalidad o una parte del territorio español; por
último, exclusiva, de forma que sólo el licenciatario podrá usar la marca, o no exclusiva (art. 48).
Los actos de cesión o de licencia de la marca sólo serán oponibles a los terceros de buena fe desde su inscripción en la
Oficina de Patentes y Marcas (art. 49 LM; sobre la inscripción de la licencia, v. arts. 50 y 32 RLM).
Los derechos que confiere la Ley al titular de la marca registrada podrán ser ejercitados frente a cualquier licenciatario
que viole los límites establecidos en el contrato de licencia (art. 48.2). El uso de la marca por el licenciatario debe ser
objeto de control por el licenciante. Si el titular de la marca no controla el uso que de su signo realiza el licenciatario,
y éste induce al público a error, en especial acerca de la naturaleza, la calidad, las características o la procedencia
geográfica de los productos o servicios, este error o engaño podría ser causa de caducidad de la marca [art. 55.1,e) LM].
G. EXTINCIÓN DEL DERECHO SOBRE LA MARCA
La marca y los demás signos distintivos de la empresa poseen, a diferencia de las patentes, una vida legal que puede
ser indefinida. Si la marca y los demás signos se renuevan cada diez años cumpliendo las previsiones legales, no se
extinguirán por el transcurso del tiempo, salvo, claro está, que no se produzca tal renovación.
Igualmente, la marca –como los restantes signos– puede extinguirse por distintas causas. La LM distingue a estos
efectos entre las causas de nulidad (cfr. arts. 51 y ss. LM) y las causas de caducidad (cfr. arts. 55 y ss. LM).
VIII. NOMBRE COMERCIAL
A. NOCIÓN Y FUNCIÓN
El artículo 87 LM define como nombre comercial el signo que sirve para identificar a una empresa en el tráfico mercantil
y para distinguirla frente a otras empresas que desarrollan actividades idénticas o similares. Esto significa que también
opera con respecto al nombre comercial la regla de especialidad, de manera que pueden coincidir nombres
comerciales dedicados a actividades distintas. El nombre comercial enlaza con la firma de la empresa, que compartía
con aquél la función de identificación ante terceros.
Pero al margen de la normativa de la llamada propiedad industrial, es de interés hacer notar que la doctrina de la
Dirección General de Registros y del Notariado (hoy DGSJFP) ha afirmado que toda persona jurídica tiene derecho a la
propia individualidad y por ello su denominación, como signo diferenciador, ha de estar basada en los principios de
novedad y veracidad. Novedad, en cuanto que la asunción de una denominación ya utilizada, aparte de comportar el
peligro de una recíproca confusión, puede equivaler a la usurpación de un derecho esencial de la persona jurídica, y
veracidad, en tanto no ha de contener expresiones que puedan inducir a error a los terceros, ya que la denominación
social es el medio idóneo para dar seguridad y celeridad al tráfico jurídico.
B. LIBERTAD DE NOMBRE
La nueva regulación rompe con el principio de veracidad del nombre comercial contenido en el lejano Estatuto de la
Propiedad Industrial, que exigía que el nombre del empresario y el nombre comercial coincidiesen. Efectivamente, al
establecer qué signos o denominaciones pueden constituir nombres comerciales, el apartado 2 del artículo 87 de la
LM, en una enumeración simplemente enunciativa y no limitativa, señala los siguientes:
a) Los nombres patronímicos, las razones sociales y las denominaciones de las personas jurídicas;
b) Las denominaciones de fantasía;
c) Las denominaciones alusivas al objeto de la actividad empresarial;
d) Los anagramas y logotipos;
e) Las imágenes, figuras y dibujos, y
f) Cualquier combinación de los signos que, con carácter enunciativo, se mencionen en los apartados anteriores.
De esta suerte, cualquier signo, ya sea denominativo, gráfico o mixto, coincida o no con el nombre civil o la razón social
del empresario, podrá ser inscrito como nombre comercial.
Al igual que sucede en la regulación de las marcas, el registro del nombre comercial está sujeto a determinadas
prohibiciones absolutas y relativas (art. 88 LM).
C. REGISTRO DEL NOMBRE
El artículo 2.1 LM establece que el derecho de propiedad sobre el nombre comercial se adquiere por el registro
válidamente efectuado de acuerdo con lo que establece la propia Ley (procedimiento muy similar al regulado para las
marcas).
El registro de un nombre comercial confiere a su titular un derecho exclusivo, de contenido y alcance similar al de las
marcas. Ahora bien, debe resaltarse que la simple inscripción de un signo como nombre comercial no da derecho a su
titular a utilizar dicho signo para individualizar productos o servicios, cuya identificación requerirá el registro de la
correspondiente marca.
D. RÉGIMEN
El régimen legal del nombre comercial parte de las disposiciones generales (arts. 1 a 3 LM), que somete a las marcas y
a los nombres comerciales a unos mismos principios. Posteriormente, se declara que serán aplicables al nombre
comercial las normas relativas a las marcas «en la medida en que resulten compatibles con la naturaleza del nombre
comercial» (art. 87.3 LM).
E. TRANSMISIÓN
El derecho sobre el nombre comercial puede ser objeto de cesión. En este punto, la LM ha abandonado el criterio que
había adoptado la precedente LM en 1988, en la que el nombre comercial sólo podía ser transmitido con la totalidad
de la empresa. Las dificultades interpretativas de lo que era una transmisión de empresa y los problemas de aplicación
de ese sistema han aconsejado abandonar la orientación apuntada y permitir la cesión autónoma y libre del nombre
comercial.
IX. RÓTULO DE ESTABLECIMIENTO
Se entiende por rótulo de establecimiento el signo o denominación que sirve para dar a conocer al público un
establecimiento y para distinguirlo de otros destinados a actividades idénticas o similares. Esta definición aparecía en la
LM de 1988 que dispensaba al rótulo un régimen similar al de las marcas y nombres comerciales, sobre todo por cuanto
regulaba el registro como tal signo distintivo si bien con un alcance limitado a los términos municipales en donde estuviera
radicado el establecimiento correspondiente.
Cabe señalar no obstante que la actual LM ha renunciado a reconocer el rótulo como un signo distintivo susceptible de
registro y las únicas disposiciones que dedica al mismo son de carácter transitorio, al objeto de establecer la vigencia de
aquellos rótulos de establecimiento registrados con anterioridad a su entrada en vigor.
El resultado de este cambio de legislación orientativa hace que la protección de los derechos de propiedad industrial
vinculados con signos que identifican los locales en donde se desarrollan las actividades empresariales deberá plantearse
a través de las normas comunes que establece la LCD. Es previsible, en cualquier caso, que aquéllos que tengan un interés
especial por contar con un derecho exclusivo sobre el signo identificador de su establecimiento, traten de obtener una
marca o nombre comercial que cumpla una función análoga a la que bajo el régimen anterior satisfacía el rótulo.
X. DENOMINACIONES GEOGRÁFICAS
Por indicación de procedencia se entiende la designación, directa o indirecta, de un punto geográfico como lugar de
fabricación, elaboración o extracción del producto. La Ley de Marcas prohíbe el empleo de indicaciones de procedencia
falsas y engañosas (art. 5 g). El fundamento de esta prohibición se encuentra en la protección de los consumidores, frente
al engaño que se produciría si un empresario designase falsamente un producto como proveniente de una zona geográfica
de la que realmente no es originario. Es por este motivo que el uso de las indicaciones de procedencia en el tráfico
económico ha de ajustarse al principio de veracidad. El empleo de falsas indicaciones de procedencia constituye un delito
(v. art. 275 del Código Penal).
Por denominación de origen se entiende «el nombre de una región, comarca, localidad o lugar determinado que haya
sido reconocido administrativamente para designar vinos» que cumplan las siguientes condiciones:
(a) haber sido elaborados en la región, comarca, localidad o lugar determinados con uvas procedentes de los mismos;
(b) disfrutar de un elevado prestigio en el tráfico comercial en atención a su origen; y
(c) cuya calidad y características se deban fundamental o exclusivamente al medio geográfico que incluye los factores
naturales y humanos (art. 22 de la Ley 24/2003, de 10 de julio, de la Viña y del Vino, que viene a sustituir al Estatuto de la
Viña, el Vino y los alcoholes de 1970, modificada por la Ley 6/2015, de 12 de mayo y por la Ley 30/2022, de 23 de
diciembre).
El fundamento de la protección de estas denominaciones es velar por intereses diversos.
En primer lugar, el propio de los empresarios de la zona designada por la denominación. En segundo término, la defensa
de los consumidores también se proyecta sobre la regulación de las denominaciones de origen, pues éstas han de permitir
a los consumidores la identificación de los productos revestidos de las especiales cualidades vinculadas con dicha
denominación. Incluso, puede llegar a advertirse que la denominación de origen sirve para tutelar los intereses
económicos de la localidad, región o nación respectiva.
Debemos partir del gran número de alimentos protegidos por una denominación de origen y que merecen atención
normativa.
Para la protección internacional de las denominaciones de origen se han suscrito por España, en los últimos años, diversos
tratados bilaterales.
XI. NOMBRES DE DOMINIO
El auge imparable de internet ha conllevado una especial preocupación por los signos que, dentro de aquélla, sirven para
identificar a las empresas. Así sucede con los nombres de dominio, que dentro del comercio electrónico cumplen una
función identificativa de las empresas y de los productos y servicios que ofrecen. Teniendo en cuenta que son cada vez
más y en medida creciente las actividades económicas que se canalizan y ejecutan a través de internet, crece la necesidad
de una tutela adecuada de esos signos, cuya eficacia diferenciadora y competitiva es indiscutible. Los nombres de dominio
se ven así sometidos a un régimen legal que persigue una triple finalidad: su correcta asignación, su vinculación con los
otros signos distintivos y, por último, la resolución de conflictos que se puedan producir en la asignación de nombres de
dominio o por causa de conflictos entre éstos y otros signos distintivos iguales o similares. El alcance universal de internet
reclama respuestas legislativas tanto de los ordenamientos nacionales, como aquellas que tengan un alcance
internacional.
En el ordenamiento español, las normas principales son la disposición adicional sexta de la Ley 34/2002, de 11 de julio,
de servicios de la sociedad de la información y del comercio electrónico y, en especial, la Orden ITC 1542/2005, de 19 de
mayo. Con relación al nombre de dominio «.eu», ha de hacerse referencia al Reglamento UE 2019/517, de 19 de marzo
de 2019, que regula su aplicación, registro y funcionamiento.
Como se indicó, el conflicto entre nombres de dominio y otros signos distintivos adquiere una notable importancia en
correspondencia con la utilización empresarial de internet. Los derechos de propiedad industrial pueden ejecutarse al
amparo de la legislación aplicable (la especial –v. gr., LM– o la general LCD) cuando se considere que existe un riesgo de
confusión con los nombres de dominio.