Lecciones de Derecho Constitucional DDFF
Lecciones de Derecho Constitucional DDFF
Lecciones de Derecho Constitucional DDFF
Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 7.ª
Normas del Gobierno con rango de ley: unas potestades condicionadas. La Constitución
española siguiendo la experiencia del Derecho Constitucional comparado y, en
particular, de la Constitución italiana, pero también nuestra propia tradición jurídica,
hace compatible la atribución de la función legislativa a las Cortes Generales (artículo
66.2 CE) con la previsión de dos potestades normativas que, pese a provenir del
Gobierno, tienen rango de ley. Si bien, en ambos casos, son normas constitucionalmente
condicionadas bien a que se produzca una situación de “extraordinaria y urgente
necesidad” para los decretos leyes (artículo 86.1 CE), como supuesto de hecho
habilitante, bien a la existencia de una expresa delegación parlamentaria por ley para
los decretos legislativos, con la finalidad de redactar un texto articulado o un texto
refundido (artículo 82.1 CE). Ambos instrumentos normativos tienen rasgos propios que
exigen su estudio por separado, pero tienen en común tratarse de normas
gubernamentales con rango de ley.
Diferencias entre decretos leyes y decretos legislativo. Subrayar las diferencias nos
ayudará a comparar y comprender estas fuentes. Ambas disposiciones se diferencian en
muchos rasgos. Son distintos en el modo de ejercicio de la facultad, los segundos
reclaman una ley de delegación, pero no los primeros que sí están en cambio sometidos
a la concurrencia de un supuesto de hecho habilitante: la extraordinaria urgencia y
necesidad. También difieren en los límites, porque los decretos leyes no tienen más
límites que los constitucionales, las materias vedadas en el artículo 86.1 CE, mientras
los decretos legislativos aúnan los límites constitucionales (artículo 82) y los previstos
en la ley de delegación. Son diversos asimismo en su control jurisdiccional, exclusivo del
Tribunal Constitucional para los primeros, y un doble control para los decretos
legislativos, por la jurisdicción constitucional y la jurisdicción ordinaria, en la medida
que excedan de la ley de delegación. Finalmente, se diferencian en el control
parlamentario, los decretos leyes deben ser convalidados o derogados por el Congreso
de los Diputados en treinta días o sometidos a su tramitación mediante una ley de
conversión, en cambio, los decretos legislativos no deben ser necesariamente sometidos
a este control si nada se prevé en la ley de delegación.
Malas prácticas: el 30% de las leyes. No obstante, la realidad va por otro lado y se han
aprobado más de cinco centenares de decretos leyes que configuran casi el 30% de las
leyes (son 548 hasta 2018 según el recuento de Ana Carmona). Cuesta pensar que en
todos estos casos hubiere una extraordinaria y urgente necesidad, y no sería difícil
hacer un elenco de decretos leyes donde esta extraordinaria urgencia no parece existir.
El reciente parlamentarismo fragmentado ha llevado además a que su uso crezca: el
Gobierno aprueba el decreto ley, negocia su convalidación con los Grupos
parlamentarios y promete la modificación de las normas a sus instancias durante la
tramitación de la ley de conversión. Muchos autores de referencia han denunciado las
malas prácticas de los sucesivos gobiernos que esta exégesis tan flexible ha permitido
(Santolaya, Salas, Santamaría Pastor, Astarloa, Lavilla, Carmona, Martín Rebollo,
Aragón…). Estos autores han reclamado la necesidad de un control jurisdiccional más
estricto. En definitiva, el recurso al procedimiento legislativo de urgencia debería
erigirse en una razonable alternativa. En la situación actual se relega al Parlamento a un
papel pasivo y secundario (Voto particular a la STC 199/2015).
Límites constitucionales: la reserva negativa del decreto ley es más amplia que la
reserva positiva de ley orgánica. El artículo 86.1 CE establece que los decretos leyes “no
podrán afectar al ordenamiento de las instituciones básicas del Estado, a los derechos,
deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título I, al régimen de las
Comunidades Autónomas, ni al Derecho electoral general”. Analicemos el contenido de
estos límites constitucionales que configuran una reserva negativa de materias vedadas
al decreto ley. Por otra parte, es evidente que estas disposiciones no pueden adentrase
en las materias reservadas a la ley orgánica en el artículo 81.1 CE sin devenir
inconstitucionales. Pero tienen además otras limitaciones que la jurisprudencia
constitucional ha delimitado, la exclusión del decreto ley en el artículo 86.1 CE no se
puede equiparar al contenido de la reserva de ley orgánica, es una prohibición más
amplia.
Las instituciones básicas del Estado. Por “instituciones básicas del Estado” debe
entenderse “aquellas organizaciones públicas sancionadas en el propio texto
constitucional cuya regulación reclama una ley” (STC 60/1986), alcanza a órganos como
v.gr. pueden ser el Ministerio Fiscal o el Consejo Económico y Social.
Diferencias entre los derechos del Capítulo II y los principios del Capítulo III. Se ha
razonado (Ana Carmona) que la regulación de los aspectos esenciales abarca la
ordenación de su “contenido esencial” y, en consecuencia, viene reservada a la ley la
regulación de este extremo en los derechos fundamentales del Capítulo II, mientras
respecto de los principios rectores del Capítulo III que informan la actuación de los
poderes públicos el ámbito de intervención de estas disposiciones sería mayor. Así la
STC 139/2016 admitió que era constitucional la supresión por decreto ley de la
asistencia sanitaria a los inmigrantes en situaciones de irregularidad, con la excepción
de los tratamientos de urgencia, razonando que se trataba de un principio rector, la
salud (artículo 43 CE), y no un derecho fundamental provisto de un contenido esencial,
un verdadero derecho subjetivo, y que se hacía una regulación de un aspecto puntual o
sectorial y no una regulación general. Un argumento y una conclusión muy formalistas.
Se han admitido incluso, durante la Gran Recesión y la situación de emergencia
económica, decretos leyes “ómnibus” con un heterogéneo paquete de medidas (medidas
urgentes para el crecimiento, la competitividad y la eficiencia) que restringían varios
derechos y principios, aduciendo que la heterogeneidad de los contenidos era un mero
defecto de técnica legislativa y no un vicio de inconstitucionalidad (STC 199/2015).
El régimen de las CCAA. Viene asimismo excluido el régimen de las CCAA, pero no es
evidente el alcance de esta cláusula. La STC 29/1986 razonó que incluye la “posición
institucional” que les otorga la Constitución. La prohibición debe alcanzar a los
“Estatutos de Autonomía”, que viene cubiertos por la reserva constitucional del artículo
147 CE, así como a la “delimitación de las competencias” que debe tener carácter
estable y no urgente. El Estado puede, en algunas ocasiones, “ejercer sus competencias”
mediante un decreto ley si hubiere una extrema necesidad, pero no puede delimitar con
carácter abstracto y general las competencias territoriales de las CCAA mediante este
instrumento; la dicción literal de la prohibición, el régimen jurídico, así parece indicarlo.
El abuso de los decretos leyes en materia tributaria: los elementos esenciales del
tributo. El crecimiento de los decretos leyes en materia tributaria es un problema serio.
La extraordinaria urgencia a menudo no es evidente o se debe a la pasividad del
Gobierno que no actúa con la diligencia debida mientras existen concurrencias
electorales y se ve luego forzado a hacerlo a la carrera; se provoca la situación de
urgencia con la pasividad gubernamental. Pero, además, el artículo 86.1 CE
expresamente excluye a los decretos leyes no sólo de los derechos sino también de los
“deberes”, siendo el pago de los tributos un deber constitucional conforme al artículo 31
CE. Frente a esta posición constitucional restrictiva, la jurisprudencia ha permitido un
buen número de disposiciones gubernamentales con rango de ley sobre tributos en un
uso expansivo. La STC 182/1997 sintetizó esta cuestión, afirmando que el decreto ley no
puede alterar “ni el régimen general ni los elementos esenciales del tributo” que incidan
en la determinación de la carga tributaria. No cabe una innovación normativa que, por
su entidad, cuantitativa o cualitativa, “altere sensiblemente la posición del obligado” a
contribuir según su capacidad económica. No se impide pues la utilización del decreto
ley al servicio de objetivos de política económica. Los únicos límites reales que establece
esta jurisprudencia –que asume una posición maximalista– son, primero, la
trascendencia de la regulación para el sistema tributario, y, segundo, el grado de
afectación de la capacidad económica del obligado a contribuir. De manera que caben
tres posiciones sobre la relación constitucional entre decreto ley y deber tributario: a)
negar el uso del decreto ley respecto del deber tributario (tesis estricta); b) defender su
uso generalizado (tesis máxima) que no sería una exégesis constitucionalmente
adecuada al invadir la potestad legislativa; c) y una tesis intermedia, como la que asume
el Tribunal Constitucional, y que es obligado seguir en cuanto es el intérprete supremo.
Pero esta tesis intermedia no ha frenado los abusos y no parece suficientemente
garantista.
La ley de conversión y sus relaciones con el decreto ley. La conversión en ley es una
mera eventualidad y no un trámite constitucionalmente obligado, aunque pueda resultar
oportuno o aconsejable. El resultado es una plena ley que ya no resultará afectada por
los límites materiales y formales de los decretos leyes y que sustituye desde su entrada
en vigor a la norma gubernamental. Más complicada es la relación entre la ley de
conversión y el decreto ley convalidado. Son dos disposiciones distintas que pueden
tener vicios distintos y pueden ser controlados en su constitucionalidad de forma
separada. La ley no sana hacia atrás los defectos del decreto ley. Puede pensarse acaso
que ambas normas forman una única secuencia, pero entonces se haría difícil no
conceder a la ley de conversión una eficacia sanadora de los defectos previos, de manera
que me parece más ajustado a la realidad del fenómeno jurídico entender que son dos
disposiciones independientes. Hay casos de declaración de inconstitucionalidad de un
decreto ley ya derogado (STC 60/1986). El Tribunal Constitucional ha entendido que la
conversión de un decreto ley en ley no implica de por sí la pérdida sobrevenida del
objeto del recurso, los efectos derogatorios de la legislación sobrevenida de conversión
no pueden corregir un defecto que deba concebirse como necesariamente insubsanable
(STC 155/2005). Pero no menos cierto es que la ley de conversión puede conceder
efectos retroactivos a sus normas si la retroactividad no viene constitucionalmente
vedada por la naturaleza penal, sancionadora o restrictiva de derechos de esas normas.
Escaso uso. Desde la aprobación de la Constitución hasta 1998, se han aprobado sesenta
y siete decretos legislativos: 21 son textos articulados y 46 texto refundidos. No es un
uso inexistente pero sí reducido. La delegación mediante ley de bases parece estar en
desuso últimamente.
Límites formales a la delegación: expresa, para una materia concreta, y por tiempo
limitado. La Constitución prescribe una serie de limites formales algunos son comunes a
ambos tipos de delegaciones y otros específicos. El artículo 82.3 CE afirma que la
delegación legislativa habrá de otorgarse al Gobierno “de forma expresa, para materia
concreta y con fijación del plazo para su ejercicio”. No es pues una delegación en blanco,
un desapoderamiento de la potestad legislativa. La delegación se agota con su uso
mediante la publicación de la norma y no puede entenderse como permanente, no cabe
una delegación por tiempo indeterminado; pero sí cabe un desarrollo en tiempo
mediante varios decretos legislativos de la ley de delegación; igualmente es posible
prorrogar el plazo de la delegación, lo que se ha hecho en varias oportunidades.
Tampoco puede concederse de manera implícita, es precisa una ley de delegación, no
caben delegaciones implícitas o tácitas. Menos aún es posible una subdelegación a
autoridades distintas al Gobierno: quien recibe la delegación no puede a su vez delegar.
Si el decreto legislativo no observara estos límites estaría sometido a un vicio de
inconstitucionalidad que determinaría su nulidad (STC 205/1993). Junto a estos límites
recordemos que no se puede usar la delegación en materias constitucionalmente
reservadas a las leyes orgánicas (artículo 81.1 CE); la delegación se proyecta sobre el
campo de las leyes ordinarias. Se ha discutido por la doctrina, la obligatoriedad del
mandato legiferante que recoge la ley de delegación, parece claro que así es y el
Gobierno no puede oponerse a aprobar su instrumento normativo por su intensa
vinculación a la ley. No obstante, la interpretación que el Tribunal Constitucional ha
hecho de estos requisitos ha sido flexible, permitiendo cierta amplitud en la
identificación de la materia (SSTC 13/1992, 205/1993). El caso más emblemático es la
Ley de 1985 de delegación al Gobierno para la aplicación del Derecho de las
Comunidades Europeas que dio lugar a la aprobación de quince decretos legislativos.
Todas estas cautelas o garantías intentan impedir usos abusivos y exorbitantes de la
delegación legislativa, un caso dramático ocurrió con Hitler en 1933 que, en un contexto
muy convulsionado y totalitario, recibió una delegación para legislar con plenos poderes
sin la participación del Parlamento. Pero eso era otra cosa.
Leyes de bases y textos articulados. Las leyes de bases de las Cortes deben recoger los
principios y reglas, o recomendaciones e indicaciones, que deba seguir en su labor
normativa el texto articulado que redacte el Gobierno tras aprobarse la delegación. Es
una técnica de colaboración normativa especialmente indicada cuando se trate de una
regulación muy técnica como puede ocurrir con un código o una ley procesal, supuestos
donde el aparato administrativo del Gobierno puede trabajar con calma y
especialización y basta con que las Cortes sienten los principios y filosofía de la
regulación para que sean luego detallados o especificados. Así se hizo p.ej. con la Ley de
Procedimiento Laboral en 1989, la Ley de Enjuiciamiento Civil en 2000, y la Ley General
Tributaria en 2003. No obstante, el uso de esta variante de la fuente del Derecho que nos
ocupa no es muy frecuente y ha habido sólo algo más de media docena. La Constitución
ordena que las leyes de bases delimiten con precisión el objeto y el alcance de la
delegación legislativa y los principios y criterios que han de seguirse en su ejercicio. El
Reglamento del Congreso (artículo 152) dispone que el Gobierno, tan pronto como
hiciere uso de la delegación, dirija al Congreso una comunicación con la disposición
aprobada, que será publicada en el Boletín Oficial de las Cortes. En bastantes ocasiones,
la ley de delegación y el decreto legislativo no se aprobaron en la misma Legislatura.
Recordemos que conforme a la Ley de Gobierno (artículo 21.6) las delegaciones
legislativas quedan en suspenso durante el tiempo que el Gobierno esté en funciones
como consecuencia de la celebración de elecciones.
El doble control jurisdiccional de los decretos legislativos. Según el artículo 82.6 CE,
“sin perjuicio de la competencia propia de los Tribunales”, las leyes de delegación
podrán establecer en cada caso fórmulas adicionales de control. Por otro lado, los
decretos legislativos se encuentran entre las normas con rango de ley sometidas al
control del Tribunal Constitucional conforme al artículo 27 LOTC, que en su apartado 2.
b], especifica que esta competencia se entiende sin perjuicio de lo previsto en el citado
precepto legal. Por consiguiente, de la norma constitucional y la de Ley Orgánica se
desprende la existencia de un doble control jurisdiccional, que hacen compatible la
revisión de estas normas por los órganos judiciales y el Tribunal Constitucional. El
intérprete supremo de la Constitución ha razonado que cuando los órganos judiciales
duden de la constitucionalidad del decreto legislativo deben plantear la cuestión de
inconstitucionalidad, al igual que con cualquier otra norma con rango de ley, pero si, por
el contrario, simplemente advierten que el mismo desborda los límites fijados en la ley
de delegación, e incurre en ultra vires y va más allá de la delegación concedida, pueden
no aplicarlo en el caso, o elevar la cuestión de inconstitucionalidad si la transgresión no
fuera clara (SSTC 51/1982, 47/1984, 51/2004, 166/2007). La infracción de la
Constitución se puede producir por traspasar los límites formales a los Decretos
legislativo o por vicios sustantivos. Esta tesis del doble control es ciertamente discutible,
porque en principio el Tribunal Constitucional tiene el monopolio de control de las
normas con rango de ley. Se funda en una posición preconstitucional, construida por la
escuela española de Derecho Administrativo y acogida por el Tribunal Supremo, según
la cual los preceptos de un decreto legislativo no cubiertos por la ley de delegación
decaen de su rango de ley y pueden ser revisados por la jurisdicción contencioso-
administrativa. Algo que dista de ser indiscutible de acuerdo con el Derecho vigente,
pues una norma con rango de ley no debería degradarse en su rango mientras el
Tribunal Constitucional no lo declare; la tesis preconstitucional trivializa –se ha dicho–
los efectos de la atribución del rango de ley. Mas la posición ha sido admitida por el
Tribunal Constitucional en sus primeras sentencias (STC 47/1984). También por el
artículo 1.1 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora de la Jurisdicción Contencioso
Administrativa que atribuye a los órganos judiciales de ese orden conocer de los
decretos legislativos “cuando excedan los límites de la delegación”. Sea como fuere
desde el punto de vista teórico, la admisibilidad de este doble control de una misma
norma con rango de ley, por vicios diferentes, lo cierto es que resulta una posición
garantista y operativa, pues, de un lado, permite al Tribunal Constitucional depurar el
ordenamiento jurídico de normas inconstitucionales, y, de otro, asegurarse de que el
decreto legislativo cumple con la ley que efectúa la delegación, algo que en el caso de
traspasar las leyes de bases acaso puede hacer con mayor especialización un órgano
judicial buen conocedor de la legalidad.
Control jurisdiccional. Según el artículo 106.1 CE, los tribunales controlan la potestad
reglamentaria y la legalidad de la actuación administrativa, así como el sometimiento de
ésta a los fines que la justifican. Es un control sucesivo y esencial en un Estado de
Derecho. El control de los reglamentos por los tribunales no puede ser previo sin invadir
la potestad reglamentaria: juzgar es revisar la acción del gobierno y la actuación
administrativa, y no emanar normas generales ni actuar como un órgano consultivo. A
posteriori, los juzgados y tribunales contencioso-administrativos pueden anular total o
parcialmente un reglamento (artículo 71 de la Ley 29/1998, de 13 de julio, Reguladora
de la Jurisdicción Contencioso-administrativa). Todos los órganos judiciales pueden
inaplicar los reglamentos o cualquier otra disposición contrarios a la ley o a la
Constitución o al principio de jerarquía normativa en un caso concreto (artículo 6 LOPJ).
Del mismo modo, jueces y tribunales deben hacer una interpretación conforme a la
Constitución de los reglamentos y las leyes de acuerdo con la interpretación que resulte
de las resoluciones del Tribunal Constitucional (artículo 5.1). No obstante, si se trata de
una norma legal y dudan de su constitucionalidad, los órganos judiciales deben intentar
una interpretación conforme y, de resultar imposible, pueden plantear una cuestión de
inconstitucionalidad al Tribunal Constitucional (artículo 5, apartados 2 y 3, LOPJ). Pero
no pueden inaplicar las leyes, pues jueces y magistrados están sometidos al “imperio de
la ley” (artículo 117.1 CE). Excepcionalmente, el Tribunal Constitucional puede revisar
reglamentos por vicios diversos y en diversos procedimientos: los conflictos de
competencias, el amparo frente a actos del ejecutivo (artículo 43 LOTC), y la
impugnación de disposiciones del Título V de la LOTC.
La relación con la ley (II) y el principio de subordinación jerárquica. Las normas legales
tienen plena fuerza activa y pasiva frente a los reglamentos, y, por consiguiente, pueden
modificarlos y se resisten a ser modificados por los últimos. Cualquier norma con rango
legal deroga las normas reglamentarias que se le opongan, que a su vez no pueden
contradecir los mandatos de las normas legales, por la conjunción de los criterios de
temporalidad y jerarquía para resolver antinomias. Así el artículo 1.2 del Código Civil
explicita que carecerán de validez las normas que contradigan otra superior, una nulidad
de pleno Derecho.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 8.ª
Intensa fuerza de ley pasiva. Mas la naturaleza jurídica de los tratados no puede
definirse solo a partir de las reglas sobre su incorporación al ordenamiento interno.
Debe tenerse en cuenta que los tratados son sobre todo Derecho convencional: reflejan
una forma muy distinta de creación del Derecho que no está en las exclusivas manos del
Estado. Es un Derecho creado con arreglo a un procedimiento específico y sujeto a
normas internacionales y no de Derecho interno; en especial, la Convención de Viena
sobre el Derecho de los Tratados de 1969. Son el fruto del acuerdo de los sujetos de
Derecho internacional que son los Estados. En consecuencia, sólo pueden ser
modificados por otros sucesivos acuerdos de los mismos sujetos. Tienen pues una
intensa fuerza de ley pasiva o resistencia a ser modificados, muy superior a la de las
leyes ordinarias. No basta con la voluntad de un órgano constitucional o de un ente
territorial de un Estado para poder disponer de sus contenidos. Dos notas identifican,
por tanto, a los tratados como fuente del Derecho: su específico procedimiento de
creación, y su intensa fuerza de ley pasiva. En efecto, el artículo 96.1 CE, inciso
segundo, afirma que las disposiciones de los tratados internacionales “solo podrán ser
derogadas, modificadas o suspendidas, en la forma prevista en los propios tratados, o de
acuerdo con las normas generales de derecho internacional”. Cabe la denuncia de un
tratado a instancia de uno de los Estados que lo suscribieron, pero supone someterse a
las condiciones y procedimientos previstos en el Derecho internacional.
Denuncia. Asimismo, el artículo 96.2 CE señala que para la denuncia de los tratados
internacionales “se utilizará el mismo procedimiento previsto para su aprobación en el
artículo 94”. Esto significa que, además de la voluntad del Gobierno, habrá que contar
con la autorización de las Cortes Generales, en los casos enunciados en el apartado
primero, o, al menos haber informado al Congreso y al Senado en el resto de supuestos.
b) Previa autorización de las Cortes Generales. El artículo 94.1 CE enumera una serie de
materias en las cuales la prestación del consentimiento del Estado para obligarse
internacionalmente requiere la previa autorización de las Cortes Generales. Son
materias amplias y difíciles de deslindar. El primer supuesto se refiere a los tratados “de
carácter político”, una claúsula muy transversal e imprecisa y de nada sencilla exégesis.
El segundo a “los de carácter militar” que sí es una materia más acotada. En el apartado
c] se contienen dos supuestos independientes entre sí: tratados que afecten a la
integridad territorial del Estado, o que afecten a los derechos y deberes fundamentales
establecidos en el título I; también aquí el objeto es más sencillo de identificar.
Igualmente, se exige autorización previa para ratificar tratados que impliquen
“obligaciones financieras” para la Hacienda pública, y, de nuevo, prácticamente
cualquier tratado puede tener un impacto financiero en ingresos o más probablemente
en gastos. El último supuesto que se somete a autorización de las Cortes Generales es el
de los convenios que supongan modificación o derogación de alguna ley o exijan
medidas legislativas para su ejecución, otra vez una previsión horizontal o transversal.
Es el Gobierno quien interpreta y califica si un tratado requiere la previa autorización de
las Cortes Generales o si procede simplemente informar sobre su conclusión y, en caso
de duda, normalmente la autorización se solicita. Los Reglamentos del Congreso y del
Senado no prevén expresamente un cambio en la calificación del tipo de tratado, aunque
probablemente o pudieran hacerlo, usando la potestad de calificación de los escritos por
la Mesa, y desde luego existe la posibilidad de suscitar un conflicto de atribuciones entre
órganos constitucionales ante el Tribunal Constitucional para que sentara doctrina si la
controversia surgiera. El artículo 74.2 CE establece un procedimiento parlamentario
específico para estas autorizaciones, diverso del procedimiento legislativo ordinario; el
Tribunal Constitucional ha dicho que la ley es una figura esencialmente distinta de la
autorización parlamentaria de un tratado (ATC 114/1991). De acuerdo con el artículo
156 RCD, la tramitación de la concesión de autorización se ajusta al procedimiento
legislativo común, con las particularidades expresamente previstas en el propio
Reglamento, que se refieren fundamentalmente a la adaptación de las enmiendas a la
totalidad y al articulado a las especificidades de este procedimiento. Las discrepancias
entre el Congreso y el Senado deben ser resueltas mediante una Comisión Mixta. La STC
155/2005 aclaró que el decreto ley no es “una forma jurídica capaz de dispensar una
autorización” para la ratificación de un tratado internacional. Esta autorización –se dijo–
sólo puede ser concedida por las Cortes Generales, “pues la convalidación del Congreso
de los Diputados nunca puede ser la del órgano complejo en el que se integra junto con
el Senado, de manera que no es posible ver en la convalidación un acto equivalente a la
autorización requerida por el artículo 94.1 CE”.
El mismo valor jurídico del conjunto del Derecho originario. Los tratados constitutivos
presiden el ordenamiento jurídico de la Unión. Después de una larga evolución, que
parte de los Tratados de París y Roma e incluye sucesivas revisiones de los tratados y
cambios de denominación, el conocido como Derecho originario de la Unión está
compuesto actualmente por el Tratado de la Unión Europea y el Tratado sobre el
Funcionamiento de la Unión. El artículo 1.1 TUE dispone que el Tratado de la Unión y el
Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea tienen “el mismo valor jurídico”.
A su vez, la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión, de acuerdo con el artículo
6.1 TUE tiene el mismo valor que los Tratados. La afirmación de que los Tratados,
incluyendo los Protocolos y Anexos, tienen el mismo valor jurídico no implica que el
Tribunal de Justicia tenga impedido examinar si una decisión del Consejo Europeo que
modifica el Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión a través del procedimiento
simplificado respeta las condiciones previstas en el artículo 48.6 TUE, tal y como ha
aclarado el Tribunal de Justicia en el asunto Pringle (Thomas Pringle contra el
Gobierno de Irlanda, de 27 de noviembre de 2012, C-370/12). Esta es la posición más
compartida, pero no falta algún autor que ha sostenido (Ricardo Alonso) que el Tribunal
de Justicia posee jurisdicción para revisar las reformas constitucionales operadas no por
la vía formal de un tratado sino de un acto de Derecho de la Unión, invocando
precisamente el mencionado Caso Pringle; y señalando que los Protocolos son notas
más o menos extensas al pie de los Tratados, ubicadas al final de su articulado, y que
deben leerse y comprenderse a los luz de esos Tratados. Pero lo que es indiscutible es la
afirmación de que todo el Derecho originario encierra el mismo valor jurídico y debe
comprenderse sobre todo como una expresión de su superioridad jerárquica respecto
del Derecho derivado.
Los valores comunes y los derechos fundamentales como base del ordenamiento
europeo. La ausencia de jerarquía dentro del Derecho originario tampoco es óbice para
reconocer que un núcleo de principios constitucionales sobresalen del conjunto de las
disposiciones del Tratado. Tienen carácter eminente los valores enunciados en el
artículo 2 TUE y la garantía de los derechos fundamentales. Son condición para la
adhesión (artículo 49 TUE). Su incumplimiento de forma grave y persistente puede
desencadenar la suspensión de la participación de un Estado en las decisiones del
Consejo. Tienen una particular eficacia interpretativa, en cuanto fundamentos del
ordenamiento comunitario. En la mencionada Sentencia Kadi se alude a “los principios
que constituyen las propias bases del ordenamiento jurídico comunitario”, entre los que
se encuentra la protección de los derechos fundamentales, como condicionante para
interpretar el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (artículo 351).
La sujeción de los tratados internacionales celebrados por la Unión con terceros países
al Derecho primario. La capacidad de la Unión para celebrar tratados internacionales
con terceros países está sujeta a las condiciones previstas en los tratados. El artículo
216.1 TFUE delimita el alcance de la competencia de la Unión para celebrar tratados.
Los acuerdos internacionales deben igualmente respetar los principios generales que
forman parte del Derecho primario, entre los que figura el respeto a los derechos
fundamentales.
Los tratados internacionales como parámetro de validez del Derecho derivado. Estos
tratados internacionales celebrados por la Unión vinculan a las instituciones de la Unión
y a los Estados miembros, de acuerdo con el artículo 216.2 TFUE. El Tribunal de Justicia
ha dicho que la Unión está obligada a respetar todo el Derecho Internacional, no sólo los
principios generales del Derecho internacional y consuetudinario, sino las disposiciones
de los convenios internacionales. Por lo tanto, los tratados tienen una mayor jerarquía
que los actos legislativos de la Unión y forman parte de su ordenamiento jurídico a partir
de su entrada en vigor; el Derecho derivado debe interpretarse de conformidad con los
tratados. El Tribunal de Justicia ha matizado que un tratado internacional puede ser
parámetro de validez de un acto comunitario cuando la naturaleza del tratado no se
opone a ello y si las disposiciones que resultarían incompatibles son incondicionales y
suficientemente precisas (STJUE Asunto Intertanko, de 3 de junio de 2008, C-308/06).
La infracción de la primacía del Derecho de la Unión como una vulneración del derecho
a la tutela judicial efectiva. Sin embargo y de forma complementaria, el Tribunal
Constitucional considera que la infracción de la primacía del Derecho de la Unión por un
órgano judicial vulnera el derecho a la tutela judicial efectiva. Se equipara el
desconocimiento y la preterición de una norma de Derecho de la Unión a una selección
irrazonable y arbitraria de la norma aplicable. Se produce cuando se aplica una ley
contraria al Tratado (STC 145/2012), o cuando se deja de aplicar una Directiva (STC
75/2017). En ambos casos, el Tribunal Constitucional obliga a tomar como referencia la
norma europea tal y como ha sido interpretada por el Tribunal de Justicia. En el mismo
sentido, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos considera que el quebrantamiento
del principio de primacía del Derecho de la Unión por parte de los tribunales nacionales
produce una vulneración del derecho a obtener una resolución fundada en Derecho
protegido por el artículo 6 CEDH (Sentencia Spasov contra Rumanía, de 6 de
diciembre de 2022).
Tres cuestiones prejudiciales. Pero hacer que los órganos judiciales concilien el
planteamiento de la cuestión de inconstitucionalidad ante el TC, la cuestión prejudicial
ante el TJUE, y las nuevas opiniones consultivas ante el el TEDH, una vez que España
ratifique el Procolo 16 que ya ha entrado en vigor, requerirá de normas de
procedimiento específicas y de criterios jurisprudenciales en los tres ordenamientos
jurídicos entralazados.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 9.ª
LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL
1.1.– La judicial review en Estados Unidos. Desandemos la historia del dogma del control
de la constitucionalidad de las leyes por su importante valor en la formación de un
jurista. La Constitución de los Estados Unidos no prevé expresamente la judicial review
of legislation. El sistema se construye en una sentencia de la Corte Suprema de los
Estados Unidos, Marbury versus Madison de 1803, siendo presidente el Juez Marshall.
Si bien hay sentencias en la misma línea de los tribunales supremos de los Estados. La
conmoción que produjo la sentencia, por la innovación que entrañaba, fue tal que
transcurrieron cinco décadas hasta que la cuestión se asentó. No obstante, también en
1810, en Fletcher versus Peck, se declaró la inconstitucionalidad de una ley de un
Estado y se negó la pretensión de que la soberanía de los Estados no admitiera otros
límites que los impuestos por su propia Constitución.
Marshall se encuentra con unos nombramientos judiciales derogados por una ley, al
cambiar la mayoría, y razona que, si la Constitución establece que los jueces son
inamovibles en su cargo en el período por el que fueron designados, ambos mandatos
están en contradicción. Siendo más alta la obligatoriedad de la Constitución, concluye
que el recurrente tiene derecho a ser nombrado juez y a que se acoja su pretensión. Para
llegar a esta conclusión, debe convencer primero de que los poderes del legislativo están
limitados por la Constitución. Sostiene que, de no ser así, las constituciones serían
tentativas absurdas por parte del pueblo de limitar un poder en sí mismo ilimitable.
También afirma que es misión de todos los tribunales decidir qué ley debe ser aplicada
en un caso. Finalmente, advierte que es un error creer que la Constitución no puede
aplicarse directamente sin necesidad de la mediación de la ley. Así la aplicación directa
de la Constitución resulta evidente, por ejemplo, en el mandato de que nadie puede ser
condenado por traición sin testigos, e igualmente en la imposición del juramento de la
Constitución a los jueces y funcionarios. La conclusión de este silogismo es que toda ley
contraria a la constitución no es ley, y no debe ser aplicada por los tribunales. Este es el
origen de la judicial review.
Mucho más tarde, Mauro Cappelletti caracterizó de forma clásica este modelo
americano de justicia constitucional como difuso, incidental y declarativo, y lo
contrapuso al modelo europeo. Es difuso porque cada uno de los órganos judiciales
puede controlar la constitucionalidad de las leyes. La jurisprudencia se armoniza
mediante las técnicas del precedente y el principio stare decisis: mantener lo ya
decidido. Los jueces deben seguir el precedente, salvo que los hechos sean distintos, o el
Derecho fuera mal comprendido o mal aplicado, o se deban restringir sus efectos: las
técnicas del distinguishing y limiting. Es un modelo incidental o concreto, porque la
constitucionalidad de la ley se analiza en torno a unos hechos en un incidente de un
litigio ordinario y no de forma abstracta y general. Finalmente, es declarativo, porque
los efectos de la sentencia se circunscriben a las partes y carecen de eficacia general.
Ante la colisión normativa entre el mandato de la constitución y el de la ley, el juez
inaplica la ley en el caso, al ser inferior en rango a la norma constitucional, la ley no es
ley en el caso. Pero no se declara su invalidez o nulidad.
La gran virtud de la judicial review y de esta sentencia radica en que por primera vez, y
nada menos que a principios del siglo XIX, se reconoció que la constitución es una norma
jurídica con mandatos directamente aplicables sin mediación de la ley. La consideración
normativa de la constitución se decantó mucho más lentamente en Europa y no se
consolidó hasta que desapareció el principio monárquico.
Su máximo teórico fue Hans Kelsen quien construye este sistema en 1928, tras su
experiencia como ponente de la Constitución austríaca y Magistrado constitucional, al
escribir “La garantía jurisdiccional de la Constitución”. Kelsen trata de racionalizar y
sistematizar en abstracto lo que Marshall resolvió de forma inductiva ante un caso
concreto. Dos maneras distintas de hacer ciencia. Sin embargo, el tipo ideal de Kelsen
no es exactamente el que se ha consagrado actualmente en las constituciones europeas,
aunque las orienta y mantiene su potencial inspirador como todo clásico.
¿Cuáles son los mejores medios para articular este sistema? Todos los escalones
inferiores a la constitución deben estar sometidos a este control pensaba Kelsen. Sin
embargo, se ha optado por un control de constitucionalidad de las leyes ante los
tribunales constitucionales, mientras el resto de las normas se revisan por los órganos
judiciales ordinarios en la inmensa mayoría de los países europeos. La garantía –decía el
clásico– debe ser represiva o sucesiva, pues interviene con posterioridad a la aprobación
de la ley supuestamente inconstitucional, y objetiva, pues supone la anulación del acto.
Por otro lado, el sujeto encargado de esa garantía no puede ser el parlamento, una
tercera cámara, pues sería un control impracticable, ya que nadie puede ser juez y
parte. Debe ser un órgano independiente, un tribunal especial y distinto de los
ordinarios por la politicidad del asunto.
¿Cuáles son los dos principales obstáculos teóricos para la introducción de la garantía?
Primero, la soberanía del parlamento. En la tradición jacobina francesa, en la británica y
en el marxismo leninismo el parlamento es soberano y por tanto no puede ser sometido a
controles. Pero la soberanía –dirá Kelsen– corresponde al Estado y no al parlamento que
puede ser controlado por la constitución como cualquier otro órgano constitucional. Hoy
diríamos que la soberanía se atribuye a la constitución. Segundo, la separación de
poderes. La anulación de una ley por un órgano no perteneciente al parlamento sería
una invasión de sus competencias. Anular una ley –decía– no es una actividad
jurisdiccional, consistente en aplicar la ley en un caso, sino una actividad abstracta de
comparación entre dos leyes. El tribunal constitucional es pues un legislador negativo.
Una frase muy divulgada, pero a menudo mal interpretada. Obsérvese que le
preocupaba a Kelsen el lugar del tribunal constitucional en la separación de poderes
más que la naturaleza de su función cuando construye esta polémica caracterización.
Pero tal solución tampoco se ha seguido. El Tribunal Constitucional es poder judicial en
Alemania o un órgano constitucional al margen de la separación tripartita en Italia y
España. Sobre todo, no actúa como un legislador negativo sino como el intérprete
supremo de la Constitución.
La principal crítica del modelo de Kelsen la formuló Carl Schmitt dando lugar a una
polémica clásica retomada de tiempo en tiempo en distintas versiones. Schmitt decía
que las diferencias entre poderes no pueden ser resueltas de forma judicial sino por un
tercero, un poder neutral que prevenga los conflictos y busque el equilibrio. Tal y como
ocurre con los jueces y árbitros en los conflictos de trabajo y con los tribunales arbitrales
o de equidad en Derecho Internacional. En ambos casos, el árbitro intenta una
conciliación que es algo diverso a una sentencia. Cuando se habla de juez de la
constitucionalidad quiere decirse realmente “árbitro” de la constitucionalidad y sólo el
Presidente del Reich, quien nombra a los funcionarios, puede serlo, pues es la única
instancia independiente. Además, siendo elegido por el pueblo, posee una legitimidad
democrática que un tribunal constitucional no tiene. Para construir este arbitraje en
defensa de la constitución –concluirá Schmitt–, no hace falta trastornar las nociones de
juez y jurisdicción.
1.3.– La realidad de los sistemas mixtos. A juicio de algunos, las diferencias entre el
sistema americano –que de Estados Unidos se importó en Iberoamérica para convertirse
más tarde allí en un modelo híbrido– y el europeo no son tan profundas. Así lo ha
defendido Alessandro Pizzorusso quien subrayó el carácter mixto de los modelos
actuales. Los tribunales constitucionales europeos realizan una interpretación
constructiva de las normas y en esta labor de creación del Derecho se aproximan al
Common-Law. Han evolucionado en su función mediante diversos tipos de sentencias
interpretativas y no son meros legisladores negativos. Sobre todo, junto al control
directo y abstracto se han introducido técnicas de control concreto como son la cuestión
de inconstitucionalidad que plantean los órganos judiciales, el recurso de amparo para
tutelar determinados derechos, y los conflictos de competencias territoriales. Con estos
instrumentos procesales los tribunales constitucionales bien enjuician la
constitucionalidad en torno a hechos, y no sólo sobre abstractas normas generales, bien
revisan normas con un elevado nivel de concreción, densidad y tecnicidad. El amparo
hace al tribunal constitucional juez de los derechos (dimensión objetiva) pero también
juez de cada caso concreto (dimensión subjetiva). A su vez, la cuestión de
inconstitucionalidad permite revisar problemas de constitucionalidad sin disociar
hechos y normas dentro de un incidente de un pleito que resuelve el juez ad quem o
tribunal superior.
Es verdad pues que los dos modelos, americano y europeo, se han aproximado mucho y
lo decisivo es realmente si un específico proceso constitucional es concreto o abstracto,
y si el control es preventivo (como en Francia) o sucesivo como es la regla en el resto de
Europa con excepciones. Pero no existe un modelo de justicia constitucional universal o
único (Rubio Llorente) ni siquiera llegan a confundirse totalmente el sistema europeo y
el americano, por diversas razones. Así el papel y la responsabilidad que el control
difuso otorga a los jueces ordinarios es muy importante en el sistema americano, pese a
que, probablemente, a menudo los jueces de instancia no tienen suficiente formación y
capacidad para asumir esta compleja labor. Sobre todo, son muy distintos los intensos
efectos de las sentencias constitucionales europeas. Pero cada jurisdicción
constitucional de un país se define por unas concretas competencias previstas en las
normas constitucionales y legales, de acuerdo con unas coordenadas de tiempo y
espacio que varían en la Constitución realizada en cada país. No existe una jurisdicción
constitucional universal.
Por otro lado, en España los jueces y tribunales de los diversos órdenes jurisdiccionales
controlan la constitucionalidad de los reglamentos, actos y disposiciones a la hora de
aplicarlos, mientras el Tribunal Constitucional tiene sólo el monopolio de control de la
ley. El rango legal de la norma controlada marca la frontera entre la jurisdicción
constitucional y la jurisdicción ordinaria en sus distintos órdenes, en particular la
contencioso-administrativa, como regla general. Si bien existen excepciones en las que
el Tribunal Constitucional puede revisar reglamentos como ocurre, entre otros, en los
conflictos de competencias y los recursos de amparo. Ahora bien, el control de la ley no
es la única función del Tribunal Constitucional ni la más frecuentada, porque más del
90% de los asuntos presentados cada año son recursos de amparo. Pero esta estadística
no es óbice para que el control de las leyes defina la jurisdicción constitucional como
función principal e indefectible y razón de ser de la jurisdicción. De hecho, el amparo se
satisface también por las jurisdicción ordinaria y la europea.
b) Segundo, es un órgano jurisdiccional. Así, aunque no forma parte del Poder Judicial y
viene regulado en un Título específico de la Constitución, tiene naturaleza y vocación de
tribunal y ejerce funciones jurisdiccionales. Este carácter jurisdiccional, no consultivo o
arbitral ni político por el carácter libre y arbitrario de sus decisiones, impide que el TC
formule recomendaciones políticas, o juicios de oportunidad, o incluso de corrección
técnica de las leyes si no redundan en vicios de inconstitucionalidad. Es único en su
jurisdicción que se extiende a todo el territorio español. Su intervención, cuando no es
única y directa, es subsidiaria o excepcional, pues se pronuncia siempre de forma final,
después de los órganos judiciales, quienes no pueden enjuiciar sus resoluciones. Sin
prejuicio de la existencia de las dos jurisdicciones europeas que pueden revisar algunas
de sus sentencias. Ningún juez o tribunal puede promover una cuestión de jurisdicción o
competencia al TC quien delimita autónomamente el ámbito de su jurisdicción. Tampoco
existe un tribunal constitucional en las CCAA, a diferencia de otros países federales
como ocurre p.ej. con Alemania, que poseen un doble control de constitucionalidad. No
obstante, existen consejos consultivos o de garantías estatutarias en algunas CCAA que
efectúan un control preventivo, que no vincula la decisión del control de
constitucionalidad sucesivo por el intérprete supremo.
Órgano del circuito de garantías. Es importante subrayar que el TC no forma parte del
“circuito democrático representativo” que arranca de las elecciones, pasa por la Cortes
Generales y llega al Gobierno, sino que es un órgano del “circuito de garantías” que
preserva la obra del poder constituyente y la división de poderes. Las críticas sobre su
legitimidad democrática son pues, por definición, extravagantes o inadecuadas, pues se
ubican fuera del parámetro de garantía y control que preside su actuación.
Reserva específica de ley orgánica. El artículo 165 CE establece que “una ley orgánica
regulará el funcionamiento del TC, el estatuto de sus miembros y el procedimiento ante
el mismo y las condiciones para el ejercicio de las acciones”. El mandato constitucional
se cumplió con prontitud con la aprobación de la Ley Orgánica 2/1979, de 3 de octubre,
del Tribunal Constitucional. Se trataba de hacer posible cuanto antes la elección de los
primeros Magistrados constitucionales, algo que ocurrió en 1980. La Ley fue elaborada
con el buen asesoramiento al Gobierno en fase prelegislativa de insignes juristas.
Recibió la influencia y las experiencias del Derecho Procesal Constitucional de varios
países europeos, así como de la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa que
era prácticamente nuestra única experiencia hasta entonces en el control de normas.
Directa regulación constitucional. Pero los rasgos principales del régimen jurídico del
TC están directamente definidos en el Título IX de la Constitución. En efecto, los arts.
159 y 160 CE y la Disposición Transitoria 9.ª regulan la composición y la selección de los
Magistrados constitucionales. Los arts. 161 y 163 CE, las competencias esenciales. Los
arts. 162 y 163, la legitimación de los procesos constitucionales. El artículo 164 CE, los
efectos de las sentencias. Mas, lógicamente, la regulación constitucional dista de ser
exhaustiva.
En efecto, no todas las normas que inciden en el TC están en la LOTC. Primero, porque
de hecho otras leyes orgánicas u ordinarias distintas a la LOTC contemplan previsiones
que afectan a ese régimen jurídico. Así la Ley Orgánica, 2/1982, de 12 de mayo del
Tribunal de Cuentas (artículo 8) establece disposiciones sobre el conflicto de
atribuciones entre órganos, que matiza la Ley 7/1988, de 5 de abril, de Funcionamiento
del Tribunal de Cuentas, (artículo 3 p.]) diciendo que puede proponer a las Cortes
Generales el planteamiento de conflictos que afecten a sus atribuciones. Es relevante
también recordar que la LOREG de 1985 regula sendos amparos electorales, extra
ordinem, sobre proclamación de candidatos y de electos (arts. 49 y 114). La Ley
Orgánica 3/1984, de 26 de marzo, de Iniciativa Legislativa Popular, establece que contra
la decisión de la Mesa del Congreso de no admitir una proposición de Ley, la Comisión
Promotora podrá interponer ante el TC un recurso de amparo. Los Reglamentos
parlamentarios definen cuando una norma es firme y puede ser impugnada
directamente ante el TC (artículo 42 LOTC). La Ley 40/2015, de 1 de octubre, del
Régimen Jurídico del Sector Público (artículo 32) regula la fijación de indemnizaciones
derivadas del funcionamiento anormal del TC en los recursos de amparo y las cuestiones
de inconstitucionalidad, así como la responsabilidad del Estado legislador derivada de
una ley declarada inconstitucional en relación con lo dispuesto en la LOPJ (artículo 32).
Tercero, porque la reserva de ley orgánica puede completarse con las regulaciones
establecidas en materia de organización, funcionamiento y personal mediante la
potestad reglamentaria interna del propio TC según dispone el artículo 2.2 LOTC. Unos
reglamentos de un órgano constitucional con una naturaleza muy distinta a los del
Gobierno, que tienen rango de ley, pero que no pueden crear normas con eficacia
externa, ya que carecen de verdadera fuerza de ley. Existe un Reglamento de
Organización y Personal aprobado por un Acuerdo del Pleno en 1999, y diversas
resoluciones y acuerdos del Pleno (v.gr. sobre el funcionamiento en el periodo de
vacaciones, la asistencia jurídica gratuita, la tramitación de los recursos de amparo
electorales, el recurso electrónico, o la exclusión de los datos de identidad personal en
las resoluciones judiciales, entre otros), y también del Presidente o del Secretario
General en aspectos menores.
4. FUNCIONES Y COMPETENCIAS
Segundo, el recurso previo frente a tratados internacionales (artículo 95.2 CE) que
permite al TC pronunciarse acerca de si existe contradicción con la Constitución. Un
pronunciamiento o “declaración” que sólo se ha producido en un par de ocasiones. Este
control previo no impide un control sucesivo o a posteriori una vez que el tratado ha sido
aprobado (artículo 27.2. c] LOTC).
2.– Competencias legales. Las previsiones constitucionales se ven completadas por las
del artículo 2 LOTC que atribuyen unas competencias legales al TC para conocer de los
siguientes procesos constitucionales: a) los conflictos de atribuciones entre órganos
constitucionales (Gobierno, Congreso de los Diputados, Senado y Consejo General del
Poder Judicial), unos conflictos que han producido muy pocas sentencias; b) los
conflictos en defensa de la autonomía local que interponen unos cocientes de Municipios
y Provincias e igualmente han dado lugar a pocos asuntos; d) el control de las normas
forales fiscales de los Territorios Históricos, escasamente transitado; y e) el control
previo de los proyectos de Estatutos de Autonomía y las propuestas de reforma de los
mismos, recuperado tras una larga controversia. El sistema de atribución de
competencias es pues abierto, porque, por debajo de las previsiones constitucionales, el
legislador orgánico puede aumentar o reducir las competencias del TC con carácter
general.
Funciones y estadísticas. Todos estos procesos no se usan por igual o con la misma
frecuencia y tienen estadísticas muy dispares. Se ha producido una hipertrofia del
amparo, pues estos recursos suponen un 90% de los asuntos que llegan a la jurisdicción
constitucional. Muchos son muy pequeños litigios escasamente fundados o repetitivos
que se inadmiten en un porcentaje análogo. Esta situación produjo una importante
reforma procesal de la LOTC en 2007 para admitir sólo aquellos que tengan una
dimensión objetiva o interés general, lo que la Ley llama “trascendencia constitucional”.
1.– Actividad jurisdiccional. De acuerdo con las estadísticas que aparecen en las
memorias anuales publicadas en el sitio web del TC, pueden subrayarse algunos rasgos
o tendencias principales de la actividad de esta jurisdicción.
¿Un lujo constitucional? ¿Es entonces el amparo directo un lujo constitucional? Puede
que no sea así. Cabe pensar que tenemos un buen sistema de garantías de los derechos
por los órganos judiciales si llegan tan pocas lesiones de derechos no reparadas ante la
jurisdicción constitucional. De forma complementaria, son pocas las sentencias del
TEDH en que se condena a España, aunque no es extraño que se haga tras una sentencia
del TC o, lo que es más grave, tras una decisión de inadmisión del recurso. Desde otra
perspectiva esencial, el amparo concede al TC un amplia legitimidad difusa por el acceso
directo de muchos justiciables. Es un coste que merece la pena pagar para hacer
interpretaciones constitucionales que de forma muy capilar eleven los propios
justiciables. Pero debe irse con sumo cuidado, sin precipitaciones y asegurándose de no
equivocarse, al inadmitir precipitadamente demandas y seleccionar lo importante con
desacierto. Inadmitir no es menos importante que enjuiciar y debe expresar un juicio
manifiesto, y si no es evidente, es mejor esperar y tramitar el proceso hasta el final.
e] Pequeñas cifras de los demás procesos. Todos los demás procesos tienen una
relevancia estadística muy pequeña, lo que no quiere decir que no se ocupen de asuntos
con enjundia: conflictos entre órganos constitucionales (3 entre 2014 y 2018), conflictos
en defensa de la autonomía local (5 en el mismo período), control previo de tratados, etc.
Las impugnaciones del Título V de la LOTC han adquirido una inesperada relevancia y
asiduidad como mecanismo de freno del incumplimiento de la Constitución y del
ordenamiento jurídico catalán por las autoridades secesionistas (11 entre 2014 y 2018).
Primera reforma del amparo. La primera reforma del amparo constitucional se produjo
por la Ley Orgánica 6/1988, de 9 de junio, que modificó los artículos 50 y 86.1 de la
LOTC. Fue un intento del legislador de desatascar al Tribunal que estaba ya muy
sobrecargado de amparos en esas fechas. Se permitió rechazar las demandas por
providencias de inadmisión de las Secciones, en vez de, como se venía haciendo, por
unos Autos de las Salas de larga gestación y previa audiencia del solicitante de amparo y
del Ministerio Fiscal. En nuestra tradición jurídica, una “providencia” es una resolución
judicial no motivada y ese era el sentido de la expresión usada por el legislador. Pero el
Tribunal Constitucional decidió actuar con mucha prudencia y dictar unas largas
providencias motivadas, un remedo de los viejos autos, temeroso de reclamar una
motivación a las resoluciones de los órganos judiciales que él mismo no dispensara. Esta
interpretación medrosa de la reforma legal eliminó buena parte de sus virtualidades.
Normas forales fiscales. Una novedad, en cambio, muy polémica y que igualmente venía
mucho tiempo discutiéndose, y realizada a instancias de las Diputaciones Forales y del
Gobierno Vasco, fue la aprobada por la Ley Orgánica 1/2010, que introdujo en la LOTC
(Disposición Adicional 5.ª), el control de constitucionalidad de las normas forales
fiscales de los Territorios Históricos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa. Se atribuye al TC
competencia para conocer de recursos contras unas normas que hasta entonces se
revisaban por la jurisdicción contencioso-administrativa, lo que llevó a una paralela
reforma de la LOPJ. También para conocer de las cuestiones prejudiciales o de
inconstitucionalidad que se suscitaran contra las mismas. Se ha debatido si se trata de
unos procesos nuevos o de la modificación y ampliación de los ya existentes. Más
importante es subrayar que la reforma toma partido sobre la difícil naturaleza jurídica
de una normas forales fiscales que aprueban los Territorios Históricos, y no el
Parlamento Vasco, y que tienen fuerza de ley, porque crean y modifican tributos, pero
cuyo rango de ley es muy discutible al no aprobarse por el Parlamento Vasco. La
exclusión del control de estas normas forales tributarias por la jurisdicción contencioso-
administrativa fue la ocasión o razón política de la controvertida reforma. Pero es una
cuestión compleja y polémica que no tiene una buena solución en ambos sentidos.
2.– Disposiciones comunes sobre procedimiento. El Título VII de la LOTC reza de esta
manera. Se recogen en él un conjunto de disposiciones que se ocupan de diversos
problemas que son comunes a todos los procesos constitucionales.
h) Envío de las actuaciones. El TC puede recabar de los poderes públicos, incluidos los
órganos judiciales, la remisión del expediente y de los informes y documentos referidos
al proceso (artículo 88.1 LOTC), incluso antes de la admisión y para asegurarse de la
misma o de las afirmaciones de la demanda. Si el recurso ya hubiere sido admitido, se
habilita un plazo para que la información sea conocida por las partes y formular
alegaciones.
Cabe, por otro lado, calificar como prueba un hecho del cual dependa la
constitucionalidad de una norma o el punto de conexión de una competencia territorial
(v.gr. la potencia de una central hidroeléctrica, o de un buque de pesca, o la cuantía de
unas ayudas que distorsionen la unidad del mercado, o el importe y dimensión de unas
subvenciones…).
En definitiva, desde esta otra perspectiva mas realista, los hechos no son extraños a la
jurisdicción constitucional, pero la prueba carece de la relevancia que tiene en los
procesos penales. El debate en amparo es jurídico y suele bastar con revisar los hechos
en las actuaciones judiciales ya practicadas. Sin embargo, en ocasiones, v.gr. en casos de
invocaciones del derecho a la prueba de cargo y la presunción de inocencia la prueba
puede ser revisada en sede constitucional, con limitaciones, o deben constatarse los
defectos en los actos de comunicación que generan situaciones materiales de
indefensión y plantean problemas fácticos. Son muchos los ejemplos.
Este incidente probatorio del artículo 89 LOTC es, en definitiva, de uso poco frecuente
en los procesos de amparo, donde suele bastar con pedir a los órganos judiciales que
proporcionen alguna información o documentación adicional a la que ya consta en las
actuaciones; y menos aún en los demás procesos constitucionales. El modelo se
aproxima algo al contencioso-administrativo, en cuanto suele referirse a reclamar de
oficio pruebas documentales y a la misma posibilidad de que se realice de oficio y no a
instancia de parte, y se aleja de los procesos civiles y penales.
1.– Publicación formal, cosa juzgada y plenos efectos frente a todos. La Constitución
(artículo 164.1 CE) establece que las sentencias del TC se publicarán en el BOE con los
Votos particulares si los hubiere. Tienen el valor de cosa juzgada desde el día siguiente a
su publicación y no cabe recurso alguno contra ellas. Las que declaren la
inconstitucionalidad de una norma con rango de ley y “todas las que no se limiten a la
estimación subjetiva de un derecho” tendrán plenos efectos frente a todos. Salvo que en
el fallo se disponga otra cosa, subsistirá la vigencia de la ley en la parte no afectada por
la inconstitucionalidad. De manera que las sentencias constitucionales se publican,
tienen valor de cosa juzgada material y formal, plenos efectos frente a todos y pueden
declarar la inconstitucionalidad total o parcial de una ley. No obstante, esta regulación
es bastante abierta y se ha revelado insuficiente a la vista de todas estas décadas de
experiencias jurisprudenciales. Veámoslo separadamente.
Cosa juzgada formal y material. Las sentencias tienen valor de cosa juzgada en todo tipo
de procesos, con independencia de su carácter estimatorio o desestimatorio de la
pretensión. Es una categoría clásica en Derecho Procesal, pero no opera de forma
idéntica en los procesos constitucionales por su finalidad abstracta y general ligada al
valor de las normas. Las sentencias poseen cosa juzgada formal, lo que implica que no
cabe recurso alguno contra ellas, si bien las partes pueden formular una solicitud de
aclaración (artículo 93 LOTC). La decisión es inatacable, sin perjuicio de que puedan
recurrirse en acceso directo ante el TEDH. La cosa juzgada material comporta un efecto
preclusivo, que impide la reproducción de pretensiones con el mismo objeto, y permite
que las sentencias operen como precedentes en casos posteriores.
Vinculación de los órganos judiciales. Existe una fuerte vinculación de todos los órganos
judiciales. El artículo 5 LOPJ establece que la Constitución vincula a todos los jueces y
tribunales quienes deben interpretar las normas conforme a la interpretación que
resulte “de las resoluciones del TC en todo tipo de procesos”. De manera que esta
vinculación no se predica solo de las sentencias de control de las leyes. El mandato está
implícito en la vinculación a la Constitución de todos los poderes públicos que establece
el artículo 9.1 CE, pero la LOPJ lo explicita e impone específicamente a los órganos
judiciales con una carga reforzada. El TC ha afirmado que hay un deber de acatamiento
a su doctrina como consecuencia de la supremacía de la Constitución, y que los
manifiestos incumplimientos de ese deber por los órganos judiciales tienen
trascendencia constitucional a efectos de la admisión de recursos de amparo (STC
155/2009), y que ese acatamiento debe ser “estricto” (STC 59/2011). La infracción de la
jurisprudencia constitucional puede hacerse valer en los recursos judiciales incluso en el
recurso de casación invocando la infracción de precepto constitucional y de sus exégesis
(artículo 5.3 LOPJ).
Las decisiones de inadmisión se producen en forma de auto en todos los procesos en que
esté previsto y se ha hecho en cuestiones de inconstitucionalidad, recursos y conflictos.
Las decisiones de admisión e inadmisión de los recursos de amparo pueden ser
normalmente por providencias si existe la unanimidad en las Secciones. En general, los
motivos de inadmisión se transforman en motivos de desestimación por sentencia si no
fueron apreciados inicialmente. El desistimiento es una renuncia a la acción que impide
volver a ejercer la pretensión, pero en los procesos constitucionales el TC no queda
plenamente obligado a aceptarlo, si estima que generaría perjuicios al interés general.
También por autos motivados se dictan las suspensiones y medidas cautelares.
Finalmente, se aprueban por autos las decisiones que ponen término al proceso como
son el allanamiento del demandado, la satisfacción extraprocesal y la pérdida
sobrevenida del objeto.
Las providencias pueden ser de dos tipos, sin motivar y de mero impulso de trámites del
procedimiento, cuando no se exija la forma de auto, o, las más importantes, de admisión
e inadmisión de los amparos. Deben indicar las razones de la admisión según ha pedido
el TEDH en el Caso Arribas Antón contra España, sentencia de 20 de enero de 2015.
Las providencias son una categoría residual.
4.– Quorum de presencia y mayoría de decisión. Los acuerdos del Pleno y de las Salas
requieren un quorum de presencia de dos tercios de sus miembros (artículo 14 LOTC).
Cuando las constantes recusaciones de Magistrados constitucionales en el episodio del
Estatuto de Cataluña, estuvo en riesgo el mantenimiento del quorum en la solución de
las recusaciones. El número muy limitado de miembros de la jurisdicción constitucional,
frente a otras salas de los diversos ordenes de la jurisdicción ordinaria, es una
especificidad más. Salvo en los casos para los que la LOTC establezca otros requisitos,
las decisiones del Tribunal se adoptan por mayoría simple de los miembros del Pleno,
Sala o Sección que participen en la deliberación. No reclaman una mayoría absoluta o
cualificada.
Voto de calidad del Presidente. En caso de empate, decidirá el voto de calidad del
Presidente (artículo 90 LOTC), quien tiende a hacer rara vez uso de este voto de calidad
después de algunas primeras experiencias muy polémicas como fue caso de la
expropiación de RUMASA donde el uso de esta herramienta fue muy criticado en
algunos medios de comunicación. La mitad en la que se encuentra el Presidente se erige
en la mayoría.
Votos particulares discrepantes o concurrentes. Los Magistrados del Tribunal podrán
reflejar en un Voto particular su opinión discrepante, “siempre que haya sido defendida
en la deliberación”, tanto por lo que se refiere a la decisión como a la fundamentación.
No es una obligación sino una facultad. Los Votos particulares se incorporarán a la
resolución. Se ha reprochado el abuso de esta figura cuando la redacción de un Voto
particular no recoge las razones expuestas en el Pleno sino otras añadidas con
posterioridad. Una mala práctica, contraria al tenor literal del artículo y al espíritu de la
norma. Junto a los Votos particulares discrepantes del fallo, puede haber Votos
concurrentes de los Magistrados que asumen el fallo pero discrepan de la motivación o
argumentación.
1.– El texto inicial de la LOTC sobre las incidencias en la ejecución. La versión primera
del artículo 92 LOTC párrafo 1.º era un precepto breve: “el Tribunal podrá disponer en
su sentencia o en la resolución o en actos posteriores quien ha de ejecutarla”, y “en su
caso resolver las incidencias de ejecución”. Pero no solía hacerse. Se pensaba que el
cumplimiento de las sentencias, en particular en el control normativo, quedaba en las
manos de los poderes públicos afectados, y que supervisar esta labor no era realmente
labor de la jurisdicción constitucional. Juzgar no incluía normalmente ejecutar lo
juzgado a diferencia de lo ocurrido en la jurisdicción ordinaria.
Recordaré el caso del IRPF y la tributación conjunta de los cónyuges. Ante la confusa
situación provocada a la hora de decidir cómo cumplir la sentencia, el Secretario de
Estado de Hacienda se vio obligado a dictar una detallada resolución en 1989 por la cual
se dictaban instrucciones respecto del alcance de la STC 45/1989 en los procedimientos
de la Administración tributaria. En definitiva, la sentencia no razonaba cómo debía ser
implementada. Una actitud que no me parece de recibo desde una perspectiva holística
de la jurisdicción constitucional. Otro tanto semejante ocurrió con el complejo y
discutido cumplimiento por las CCAA de la STC 61/1997 en el caso de la Ley del Suelo
y los problemas de transitoriedad que provocó la nulidad.
Esta posición limitada o restringida del TC, sin embargo, no estaba exenta de
fundamento. Desde los orígenes de la teoría de la jurisdicción constitucional, se creyó
que ejecutar la sentencias constitucionales de control de las leyes era algo que
correspondía a los demás poderes públicos y no al propio TC dada su dimensión política.
No existía una reflexión general sobre esta facultad. Esta ha sido la línea general
europea como refleja un seminario comparado de la Comisión de Venecia del Consejo de
Europa realizado en Ucrania en 1999 sobre este asunto. De hecho, desde 1979 no hubo
prácticamente incidentes en ejecución de sentencias. Una excepción fue el caso del uso
de las cadenas de Navarra en el escudo del País Vasco en un conflicto de competencias
entre CCAA (STC 94/1985). En el ATC 309/1987, el Tribunal sostuvo que las sentencias
de declaración de inconstitucionalidad de las leyes que determinen el efecto de
invalidación de las mismas, no tienen ejecución por la jurisdicción constitucional; y que
el artículo 92 LOTC –en su versión originaria– se encuentra en las disposiciones
comunes sobre procedimientos y debe interpretarse en función de las peculiaridades de
los diversos procedimientos posibles.
• imponer una multa coercitiva que puede reiterarse hasta que el cumplimiento sea
íntegro;
La acusada prudencia del TC. Hasta ahora, el TC ha actuado con suma prudencia. Sólo
se han dictado multas y requerimientos personales y el Tribunal se ha asegurado de que
se cumplan sus medidas cautelares. Pero no se ha llegado a suspender en el ejercicio de
sus funciones a autoridades y empleados públicos, ni menos aún se han indicado al
Gobierno medidas de ejecución por sustitución, que son instrumentos mucho más
controvertidos.
La pasarela entre los controles judiciales y políticos. A mi entender, este nuevo incidente
de ejecución de sentencias constitucionales tiene una naturaleza o dimensión en parte
política. Tiende un puente entre los controles jurídicos y ordinarios sobre los actos de las
CCAA previstos en el artículo 153 CE, y el control político y extraordinario sobre los
órganos regulado en el artículo 155 CE, al que puede acudirse cuando no baste con los
primeros. Una intervención coercitiva del Estado que finalmente ocurrió en 2017 por vez
primera después de utilizarse un buen tiempo los poderes dispuestos en el artículo 92
LOTC. El incidente de ejecución pudo servir para ganar tiempo y cargarse de razón el
Gobierno ante los graves y reiterados incumplimientos de la Constitución y de las leyes
estatales y autonómicas. El interrogante es si resultaba necesario ese puente, o, por el
contrario, una vez constatada la desobediencia reiterada y la insuficiencia de los
controles ordinarios del artículo 153 CE, debía acudirse directamente por el Gobierno a
la aplicación del artículo 155 CE, sin necesidad de involucrar a un tribunal en la defensa
de la Constitución en estas circunstancias tan políticas. La respuesta no es sencilla ni
siquiera unívoca.
¿Cabe desdramatizar el artículo 92 LOTC? Otro de los problemas es que la ocasión que
llevó a la concesión de estas fuertes facultades de ejecución al TC se halla nada menos
que en un intento de “destrucción de la Constitución”, en los términos de Carl Schmitt,
por los secesionistas: desplazar la Constitución y el Estatuto de Autonomía y sustituir el
poder constituyente por otro poder fáctico y revolucionario. Pero el artículo 92 LOTC no
realiza excepciones en su ámbito de aplicación, y, al menos en teoría, podría aplicarse en
cualquier ámbito ordinario de inejecución propio de la jurisdicción constitucional y
alejado de estas circunstancias excepcionales. Una posibilidad que podría ser
problemática. No obstante, el TC parece estar actuando con una razonable prudencia,
remendando algunas audacias de la reforma legislativa.
9. RETOS DE LA JURISDICCIÓN
¿Rebajar el número de las controversias competenciales entre el Estado y las CCAA? Las
cifras fueron abrumadoras durante muchos años, pero están rebajándose desde hace
tiempo. Han tenido un impacto muy positivo las Comisiones Bilaterales de Cooperación
previstas en el artículo 33.2 LOTC desde el año 2000 al amortiguar numerosas
controversias que podían resolverse perfectamente mediante la negociación y la
transacción. También ha aminorado el número de demandas que el TC haya aclarado
lentamente mediante interpretaciones constitucionales algunas confusas o
controvertidas categorías constitucionales, principios y títulos atributivos de
competencia. Es difícil encontrar ya preceptos constitucionales huérfanos de
interpretación.
Los nuevos derechos. Los nuevos supuestos de hechos, los cambios tecnológicos y
culturales, y, singularmente, la inteligencia artificial y la sociedad digital, están haciendo
aparecer nuevos derechos o contenidos nuevos de derechos viejos y nuevas amenazas a
los mismo que reclaman la adaptación de los mecanismos de protección. Una adecuada
sensibilidad es precisa en esta materia.
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA
LECCIÓN 10.ª
Mujeres y hombres. Los órganos que realizan las designaciones deberían ponderar la
existencia de una composición equilibrada entre hombres y mujeres en el TC, como en el
resto de las instituciones del Estado. Pero ha habido hasta ahora un predominio casi
absoluto de hombres que carece de justificación, si bien esta deficiencia parece estar
cambiando.
Término de nueve años. El artículo 159.2 pide también que se nombren por un período
de nueve años. El nombramiento de los Magistrados constitucionales por un período
más largo que el mandato de cada Legislatura, cuatro años, hace que no coincida en
parte con el de quienes les designaron y, por consiguiente, refuerza su independencia.
Nueve años en sede constitucional es un período muy largo, dada la intensidad y
responsabilidad del trabajo, y, más aún, a la edad ya madura a la que se nombran los
Magistrados constitucionales. No debería alargarse. Pero no han faltado propuestas
doctrinales, a la búsqueda de la independencia de los miembros del TC, que defienden
que se nombren de forma vitalicia como ocurre en Estados Unidos, o, al menos, hasta la
edad de jubilación como pasa en Israel o, entre nosotros, con los Magistrados del
Tribunal Supremo. La primera propuesta no sería deseable para impedir el ejercicio del
cargo por personas de demasiado avanzada edad y escasa energía o interés. Cada cosa
tiene un tiempo. La segunda no es una propuesta disparatada sino sensata, pues
refuerza su independencia en el ejercicio del cargo, pero es preferible un mandato
limitado si la renovación se ejerce con propiedad.
Merma del mandato en los retrasos. La reforma de la LOTC operada por la Ley Orgánica
8/2010, de 4 de noviembre, introdujo en el artículo 16.5 la previsión de que, si hubiere
retraso en la renovación por tercios de los Magistrados, a los nuevos que fueron
designados se les restará del mandato el tiempo de retraso en la renovación. Esta
medida asienta definitivamente como inevitable una prórroga, de hecho, indefinida del
mandato y transforma indebidamente el ser en deber ser: los retrasos y dilaciones en la
regla. Se recorta innecesariamente el Mandato de los Jueces constitucionales siguientes
en vez de impedir los abusos. Es probablemente inconstitucional por violar el artículo
159.3 CE que establece sin excepciones un término de nueve años. La reforma legal
restringe donde la Constitución no lo hace. Me parece un precepto de difícil
justificación.
Nombramiento regio. Finalmente, los candidatos designados son nombrados por el Rey
en lo que debe considerarse un acto debido (artículo 159.1 CE), una intervención regia
que simplemente solemniza o dignifica el acto de su nombramiento.
Cese. Los Magistrados constitucional cesan por renuncia aceptada por el Presidente del
TC, por expiración del plazo de nombramiento, por incompatibilidad sobrevenida, al
dejar de atender con diligencia los deberes del cargo, por violar la reserva propia de su
función, y por haber sido condenado como responsable civil con dolo o responsable
penal con dolo o culpa grave (artículo 23 LOTC). El Presidente Pascual Sala –ha habido
otros ejemplos– se negó a aceptar varias renuncias en un caso de retraso excesivo en las
renovaciones para salvaguardar el quorum de funcionamiento. Puede pues pensarse que
la renuncia es un acto unilateral recepticio, ya que el Presidente puede rechazarla. No
existe pues la libertad de renuncia que es inherente a los cargos públicos
representativos protegidos por el artículo 23.2 CE, un estatuto que no se aplica a los
Magistrados constitucionales, porque no hay en ellos representación política de los
ciudadanos. Los Magistrados constitucionales no representan a nadie, tampoco a
quienes los eligieron.
Fuero especial. Tienen un fuero especial de manera que sólo puede determinar su
responsabilidad criminal la Sala de lo Penal del TC (artículo 26 LOTC), pero carecen de
inmunidad como poseen los parlamentarios. Pueden ser suspendidos en el ejercicio de
sus funciones por el Pleno del TC como medida cautelar en el caso de ser procesados. El
artículo 52 LOPJ añade que su responsabilidad civil se determina por la Sala de lo Civil
del TS.
Personal y Secretario General. El Título VIII de la LOTC “Del personal al servicio del
Tribunal Constitucional” regula este extremo. Conforme al artículo 96, existe un
Secretario General, elegido por el Pleno del Tribunal y nombrado por el Presidente entre
los Letrados, que dirige y coordina los servicios del Tribunal y su personal y actúa como
Letrado mayor. También existen unos Letrados al servicio del TC y unos secretarios de
justicia, y los demás funcionarios que se le adscriban o sean contratados. El Secretario
General amen de ejercer como Letrado mayor, apoya al Presidente para la programación
jurisdiccional de acuerdo con las directrices del Pleno, responde de la ejecución del
presupuesto, y es el responsable de la recopilación y la publicación de la doctrina
constitucional. Puede tener un Secretario General Adjunto.
Los Letrados. Es relevante saber que el TC está asistido técnicamente por un amplio
colegio de Letrados, muy cualificados y con distintas especialidades, que pueden ser
seleccionados por concurso-oposición, formando un cuerpo de funcionario, pero
generalmente son nombrados en régimen de libre adscripción temporal (artículo 97 y
Disposición Adicional Primera), pudiendo ser renovados hasta nueve años. Deben ser
profesores de universidad de disciplinas jurídicas, o miembros de las carreras judicial y
fiscal, u otros funcionarios públicos del Grupo A, o Abogados con diez años de ejercicio
profesional. Los Letrados desempeñan funciones de estudio y asesoramiento, y preparan
informes e incluso borradores de sentencias u otras resoluciones, siguiendo las
indicaciones de los Magistrados o, en su caso, del Secretario General, y sugieren las
inadmisiones del amplio número de amparos. Pueden estar adscritos personalmente a
un Magistrado –como en otros tribunales constitucionales–, o a una oficina de Letrados
con distintas especialidades, o desempeñar labores de jefatura de servicios. Ha habido
diversos modelos organizativos internos. Estaban presupuestados una larga
cincuentena en 2019.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 11.ª
Vicio de incompetencia territorial. Este defecto supone que el ente territorial, el Estado
o una Comunidad Autónoma, que dictó la ley carece de competencia, es decir, de
potestades o facultades de actuación por razón de la materia, para aprobar la norma,
invadiendo por desbordamiento o menoscabando la competencia del otro ente. La
incompetencia no supone siempre la “nulidad” de la ley inconstitucional al estar carente
de cobertura competencial, puede entrañar su “inaplicación”, directa o supletoria, en el
territorio de una o varias CCAA, aunque la primera sanción tiende a ser la habitual,
mientras la declaración de inconstitucionalidad de una ley por motivos sustantivos
reclama normalmente una declaración de nulidad.
3. PARÁMETRO DE ENJUICIAMIENTO
Los tratados sobre derechos. Los tratados sobre derechos tienen una posición muy
específica. Recordemos que el artículo 10.2 CE manda que las norma reconocedoras de
derechos y su interpretación se realice conforme a los tratados y acuerdos ratificados
por España. Existe una obligación de interpretar la Constitución y las leyes sobre
derechos de acuerdo con un amplio bloque de la constitucionalidad en esta materia que
impone cerrar los espacios abiertos en las normas internas conforme a las normas
internacionales ratificadas por España (pueden leerse así la STC 12/2008 y sobre todo la
STC 198/2012 sobre el matrimonio homosexual muy abierta al Derecho Internacional de
los derechos humanos y el Derecho comparado). El control de convencionalidad difuso
de las leyes por los órganos judiciales al violar las leyes los tratados y la doctrina
internacional que de ellos emana abre una puerta muy nueva en las fuentes del Derecho.
También una ley puede producir una inconstitucionalidad mediata al violar la norma
constitucional reconocedora del derecho una vez comprendida conforme al Convenio
Europeo de Derechos Humanos o a la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión,
según han sido interpretados por el TEDH o el Tribunal de Justicia. La ley sería
inconstitucional por violar la Constitución, pero entendida en la forma que imponen
estas normas supranacionales.
4. OBJETO DE CONTROL
Normas con rango o fuerza de ley. El artículo 27.2 LOTC dice que son susceptibles de
declaración de inconstitucionalidad:
b) Las demás leyes, disposiciones normativas y actos del Estado con fuerza de Ley, sin
perjuicio de lo dispuesto en el artículo 82.6 CE respecto de los Decretos-legislativos.
e) Las leyes, actos y disposiciones normativas con fuerza de ley de las Comunidades
Autónomas.
El artículo 27.2. b] LOTC dice disposiciones normativas con “fuerza” de ley, lo que me
parece menos adecuado técnicamente que hablar de “rango” de ley según se ha
razonado al hablar de la ley entre las fuentes del Derecho, pues la fuerza hace referencia
a la capacidad de una ley para crear normas e innovar el ordenamiento jurídico,
mientras el rango alude a su jerarquía o posición en el mismo. Sea como fuere, se
atribuye al TC el control de todas las normas con rango o fuerza de ley.
Normas forales fiscales. A este elenco de normas con rango de ley del artículo 27.2,
inferiores a la Constitución en jerarquía y superiores a los reglamentos del Gobierno,
deben añadirse las normas forales fiscales de los Territorios Históricos de Álava, Vizcaya
y Guipúzcoa según prevé la Disposición Adicional Quinta de la LOTC en la modificación
operada en 2010, tras una controvertida reforma de la LOTC.
El control de los reglamentos y actos administrativos por los órganos judiciales: nulidad
e inaplicación. La exigencia de rango o fuerza de ley, sensu contrario, excluye a los
reglamentos y actos administrativos; sólo en los casos enunciados por el artículo 27
LOTC se produce un control concentrado por parte del TC. De forma complementaria, el
artículo 6 LOPJ establece que los jueces y tribunales no aplicarán los reglamentos y
cualquier otra disposición contrarios a la Constitución, a la ley y al principio de jerarquía
administrativa; a la par, los del orden contencioso-administrativo pueden declararlos
nulos. Los órganos judiciales controlan pues la potestad reglamentaria y la legalidad de
la actuación administrativa. Esta es la frontera, por mandato legal, entre la jurisdicción
constitucional y la administrativa. Si bien Hans Kelsen ya señaló en uno de sus trabajos
clásicos que esta frontera entre ambas jurisdicciones dista de ser natural, se basa en una
convención y puede haber excepciones e intersecciones. Así el TC puede revisar los
reglamentos en los conflictos de competencia, y también en los recursos de amparo si
interfieren en derechos fundamentales, o en las impugnaciones del Título V de la LOTC
en todos estos casos con un solapamiento con la jurisdicción contencioso-administrativa.
La LOPJ igualmente afirma que los órganos judiciales del orden contencioso-
administrativo conocerán de los Decretos-legislativos, pero quedan excluidos de su
conocimiento los recursos directos o indirectos que se interpongan contra las Normas
Forales fiscales de las Juntas Generales de los Territorios Históricos de Álava, Guipúzcoa
y Vizcaya, que corresponderán, en exclusiva, al Tribunal Constitucional (artículo 9
LOPJ).
Decretos-legislativos. Estas disposiciones son una curiosa excepción, puesto que son
objeto de un doble control de constitucionalidad. Se admite lógicamente un control de
constitucionalidad del decreto-legislativo ante el TC que impone el artículo 27.2. b]
LOTC. Pero no queda excluida la competencia propia de los Tribunales por el artículo
82.6 CE (al que reenvía ese precepto de la Ley Orgánica). Se estima que es un control
respecto del ultra vires, es decir, sobre la adecuación del decreto-legislativo a la ley de
bases que aprobó el parlamento. No en balde la propia Constitución manda que las leyes
de bases determinen con precisión el objeto y alcance de la delegación legislativa
(artículo 82.4 CE). El TC ha acabado por admitir esta doctrina, que tiene un origen
preconstitucional y fue elaborada cuando no existía el TC, ya que puede anclarse en
dicho artículo 82.6 CE que admite la competencia de control de los tribunales. Sin
embargo, es discutible que la adecuación a las bases configure un control de legalidad y
no de constitucionalidad. Sea como fuere y desde una perspectiva realista, este doble
control incrementa las garantías y permite participar a la jurisdicción ordinaria en la
revisión de la adecuación del decreto-legislativo a las bases, a veces en materias muy
técnicas, completando así las garantías del control directo de constitucionalidad. Quizás
la solución no es brillante, pero parece eficaz.
5. EL RECURSO DE INCONSTITUCIONALIDAD
5.2. LEGITIMACIÓN
Presidente del Gobierno. Es una facultad propia del Presidente y no de todo el Gobierno.
Pero lo hace tras oír al Consejo de Ministros y a iniciativa del Ministerio de la
Presidencia, si bien no viene obligado a escuchar al gabinete y seguir su criterio. En la
práctica, el Gobierno da unas instrucciones al servicio jurídico del Estado sobre qué
leyes de las CCAA deben ser recurridas, y es éste quien revisa técnicamente dichas leyes
y propone su impugnación al Presidente.
No pueden recurrirse las leyes de otra Comunidad Autónoma. Mucho más problemático
es que los órganos colegiados, legislativo y ejecutivo, de una Comunidad no puedan
recurrir las leyes de otra Comunidad (ATC 26/2000), dado el tenor del artículo 32.2
LOTC que se refiere únicamente a la impugnación de las leyes del Estado. Un rechazo
que puede generar situaciones de indefensión en casos de invasiones competenciales
entre Comunidades. Al parecer, el precepto de la Ley que preveía esta legitimación
desapareció por error del texto final de la LOTC. Un defecto que podría perfectamente
repararse con una reforma de la LOTC y es injustificable que no se haya hecho. Pero sí
puede impugnarse el Estatuto de otra Comunidad en la medida en que son también leyes
orgánicas del Estado, si bien únicamente por la contravención directa de la Constitución
(SSTC 99/1986, 247/2007).
5.3. PROCEDIMIENTO
El plazo de tres meses. El plazo para interponer un recurso es de tres meses desde la
publicación oficial de la norma con rango de ley (artículos 31 y 33.1 LOTC). El inicio del
término debe computarse, para las leyes estatales, desde su publicación en el BOE como
dies a quo. Así como, desde la publicación en el correspondiente diario oficial
autonómico para las leyes de las CCAA, y no desde la segunda publicación en el BOE,
que sólo tiene un alcance de “mera publicidad material” (ATC 579/1989, Caso ley de
caza de Asturias). Este tiempo parece más que suficiente para preparar normalmente
una demanda de un recurso. Pero cáigase en la cuenta de que detectar en abstracto las
inconstitucionalidades de una larga y compleja ley (v.gr. un código penal o una ley de
enjuiciamiento), antes de poseer experiencia alguna en su aplicación, puede ser un
ejercicio muy complicado, y requerir concentrarse y aprovechar bien el tiempo para el
estudio.
La ampliación del plazo a nueve meses para la solución extrajudicial tras el acuerdo en
una Comisión bilateral de cooperación. El artículo 33.2 LOTC, no obstante, fue
reformado en el año 2000 para ampliar el plazo de tres a nueve meses, con la finalidad
de evitar la interposición del recurso, si el Presidente del Gobierno o los Gobiernos
autonómicos deciden que se reúna la Comisión Bilateral de Cooperación entre la
Administración General del Estado y la respectiva Comunidad Autónoma, y, en su seno,
se adopta un acuerdo sobre la iniciación de negociaciones para resolver las
discrepancias, pudiendo instarse, en su caso, la modificación del texto normativo. Basta
con poner el acuerdo en conocimiento del TC. Esta interesante vía extrajudicial de
solución de conflictos se ha revelado muy eficaz y facilita acuerdos o transacciones
recíprocas que evitan la presentación de bastantes demandas según han demostrado
estudios empíricos. Como se trata de Comisiones bilaterales, y no multilaterales y
sectoriales, a veces un exceso de bilateralidad hace complicado alcanzar un acuerdo en
la modificación de la ley tras un acuerdo inicial con el Gobierno de la nación en el que no
participaron todas las CCAA.
6. LA CUESTIÓN DE INCONSTITUCIONALIDAD
Diálogo judicial y doble sometimiento del juzgador. También los órganos judiciales
colaboran con la jurisdicción constitucional elevando sus dudas de constitucionalidad
sobre las leyes y pueden plantearlas de oficio o a instancia de parte. Se solventa con este
instrumento el doble sometimiento de jueces y tribunales, primero y más fuerte o
intensamente a la Constitución (artículo 9.1 CE), pero también a la ley (artículo 117 CE).
No olvidemos que aplicar decisiones predeterminadas en las leyes justifica la
independencia judicial. Los expertos consideran que este proceso configura un control
de constitucionalidad, concreto e incidental, muy adecuado, pues permite un diálogo
entre sendos órganos judiciales en torno a argumentaciones jurídicas. A diferencia del
control mediante el recurso de inconstitucionalidad que instan las minorías
parlamentarias donde tiende a continuarse el debate parlamentario en las demandas por
otros medios. La cuestión de inconstitucionalidad otorga un muy conveniente carácter
capilar, difuso y espontáneo, a la jurisdicción constitucional, al permitir que accedan
asuntos planteados por los ciudadanos y jueces ordinarios, y no sólo por los sujetos
constitucionales que están legitimados para el recurso.
Efectos suspensivos del juicio y luego devolutivos. El artículo 163 CE determina que
cuando un órgano judicial considere en un proceso que una norma con rango de ley,
aplicable al caso y de cuya validez dependa el fallo, pueda ser contraria a la
Constitución, planteará la cuestión ante el TC “con los efectos que establezca la ley”. Los
artículos 35 a 37 de la LOTC precisan este régimen jurídico. El órgano judicial sólo
puede plantear la cuestión una vez concluso el procedimiento y antes de dictar
sentencia, o antes de la resolución judicial que proceda y ponga legalmente fin al
proceso, que puede ser un auto (STC 76/1982). El planteamiento de la cuestión origina
la suspensión provisional del proceso judicial hasta que el TC se pronuncie sobre su
admisión, llamamos a esto “efecto suspensivo”. Una vez admitida la cuestión, el proceso
ordinario permanece suspendido definitivamente hasta que recaiga la sentencia
constitucional. El órgano judicial debe entonces resolver el pleito de conformidad con el
fallo y la doctrina establecida en la misma, llamamos a esto “efecto devolutivo”.
Una facultad del órgano judicial de oficio o a instancia de parte. La cuestión se puede
plantear de oficio o a instancia de parte. Pero el planteamiento de la cuestión de
inconstitucionalidad no es un derecho de las partes, pues el juez o tribunal no viene
obligado a aceptar sus peticiones. Es una facultad atribuida a los órganos judiciales
cuando tengan dudas sobre sobre la constitucionalidad de una ley. Cualquiera que sea la
razón para no ejercitar dicha facultad, la negativa al planteamiento no constituye por sí
misma lesión alguna de la tutela judicial efectiva del artículo 24.1 CE, según reiterada
jurisprudencia constitucional, siempre y cuando el rechazo se produzca de manera
motivada (SSTC 148/1986, 23/1988, 67/1988, 159/1997, 137/1998, 228/1998…). En
definitiva, el órgano judicial actúa como un primer filtro de las dudas de
constitucionalidad de los justiciables y puede inadmitirlas si no las considera
suficientemente fundadas. Una manifestación de la lógica de la subsidiariedad que
permite conceder un primer papel a los jueces y tribunales en el control de la
constitucionalidad filtrando los asuntos sin trascendencia.
Juicio de relevancia. La Constitución (artículo 163 CE) y la LOTC (artículo 35.1) exigen
que se trate de una ley aplicable en el proceso a quo y de la que “dependa el fallo”. Es
decir debe ser no sólo relevante sino decisiva para resolver el proceso. Se pone coto así a
las tentativas de jueces activistas de cuestionar, desde prejuicios o apriorismos, una ley
en un juicio abstracto, prescindiendo de su verdadero impacto en el juicio a quo. Los
términos “fallo”, que emplea la LOTC, y “sentencia”, que usa la Constitución, se han
interpretado siguiendo una exégesis finalista y se entienden referidos a la resolución del
proceso, independientemente de que se produzcan en forma de sentencia o de auto
dependiendo de la configuración legal de cada proceso. También se ha admitido el
planteamiento respecto de incidentes surgidos en los procesos y que producen
resoluciones interlocutorias, y también luego en ejecución de sentencia.
Control concreto de la ley en amparo y extensión del plazo para el control normativo.
Sea como fuere, lo relevante es que la LOTC contempla expresamente en un cauce
procesal que la lesión del derecho fundamental que se revisa en amparo frente a un acto
del ejecutivo, del judicial o una decisión sin valor de ley del Parlamento pueda tener
origen directo en una norma con rango de ley. El mecanismo hace posible la declaración
de inconstitucionalidad de un ley tras revisar un acto aplicativo de la misma y enjuiciar
una concreta, real y efectiva, lesión del derecho fundamental. Un juicio más sencillo y
evidente que el de inconstitucionalidad en abstracto. Por otro lado, se extiende
indirectamente el plazo para revisar las leyes, pues más que probablemente este
instrumento se ponga en marcha mucho después de expirado el plazo de tres meses para
el recurso directo de inconstitucionalidad.
Algunos casos o experiencias. Se han dictado una escasa quincena de sentencias que
resuelven cuestiones internas de inconstitucionalidad, en su mayor parte, sobre
aspectos procesales y cuestiones ligadas a las garantías en los procesos. Subrayaré la
primera de ellas sobre la igualdad en la jubilación de los funcionarios en la que se
declaró la inconstitucionalidad sobrevenida de un precepto del texto refundido de la Ley
de derechos pasivos de funcionarios de 1966 por violar los derechos fundamentales de
los jubilados anticipadamente por incapacidad (STC 34/1981). También la referida a la
igualdad tributaria de los cónyuges en la que se declaró inconstitucional un precepto de
la Ley del impuesto de la renta de las persona físicas en la medida en que obligan a los
cónyuges a tributar conjuntamente sin prever la posibilidad de hacerlo de forma
separada (STC 45/1989). Es relevante otra sentencia sobre tutela judicial en los actos
electorales en la que se estimó inconstitucional un precepto de la LOREG que impedía
recurso administrativo o judicial algunos contra el acuerdo de la Junta Electoral de
superior categoría (STC 149/2000). La STC 85/2019 declaró inconstitucional y nulo el
artículo 249.2 LOPJ en la medida en que impedía la indemnización de quienes fueron
presos preventivos y, posteriormente, fueron absueltos, en el inciso –muy restrictivo– en
que se exigía la inexistencia del hecho imputado; una cláusula muy restrictiva y que
violaba la presunción de inocencia. En la STC 185/1990, la Sala Segunda planteó la
cuestión interna respecto del artículo 240 LOPJ, referido al incidente de nulidad de
actuaciones, por violar el artículo 24 CE al prescribir la Ley que no podía plantearse
“antes de que hubiere recaído sentencia definitiva” y por supuestamente violar el
carácter subsidiario del amparo constitucional. Pero el Pleno desestimo la cuestión al
entender que no había indefensión, pues la irregularidad podía ser subsanada por el
sistema legal de recursos, sin perjuicio de recomendar que debiera ser actualizado por
el legislador en desarrollo del artículo 53 CE. La experiencia revela un debate interno
enriquecedor y la herramienta podría ser usada para impedir contradicciones.
Recurso, cuestión y conflicto local: nuevas regulaciones para los Territorios Históricos.
Ya hemos mencionado que la Ley Orgánica 1/2010, de 19 de febrero, modificó la LOTC,
la LOPJ y la LJCA, para contemplar un régimen jurídico singular de estas normas forales
fiscales cuyo conocimiento se atribuye ahora en exclusiva al TC. El preámbulo aducía un
“déficit de protección constitucional de la foralidad vasca”. Se invocaba allí la
Disposición Adicional Primera CE, sobre los derechos históricos de los Territorios
Forales, el artículo 3 del Estatuto de Autonomía del País Vasco, sobre el reconocimiento
de las instituciones de autogobierno de estos Territorios, y el artículo 41 referido a sus
competencias fiscales y forales tradicionales, para intentar justificar la atribución al TC
el enjuiciamiento de los recursos de inconstitucionalidad contra las normas forales
fiscales de los Territorios de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa; y también de las cuestiones
prejudiciales contra las mismas; así como para conceder legitimación a las Diputaciones
Forales y Juntas Generales de los Territorios para interponer conflictos en defensa de la
autonomía local o, en este caso, la autonomía foral. Tres nuevas regulaciones
procesales.
Las normas legales y el triple efecto de las sentencias. Debe arrancarse de lo dispuesto
en el artículo 164 CE y de su desarrollo legal en los artículos 38 a 40 LOTC.
Sustancialmente, en ellos se establece que tendrán valor de cosa juzgada y no cabe
recurso alguno contra ellas, que vincularán a todos los poderes públicos, y producirán
efectos generales desde la fecha de su publicación en el BOE. Estos tres efectos son los
principales: cosa juzgada, vinculación y eficacia erga omnes. También se dice que
cuando las sentencias declaren la inconstitucionalidad de una ley declararán igualmente
la nulidad de los preceptos impugnados y de aquéllos otros a los que deba extenderse
por conexión o consecuencia. Pero no permitirán revisar procesos fenecidos mediante
sentencia firme salvo en el caso de los procesos penales o sancionadores, si como
consecuencia de la nulidad resulta una exclusión o reducción de la pena (artículo 40
LOTC); tampoco respecto de actuaciones administrativas firmes (STC 45/1989).
Intentemos sistematizar la situación actual.
Control sucesivo versus control preventivo: dos modelos. Tanto el modelo Kelseniano
como el europeo y, en concreto, las jurisdicciones constitucionales de Alemania, Italia y
España diseñan un control de constitucionalidad de las leyes que es, por definición, un
control represivo o sucesivo. Por el contrario y como una excepción en el modelo
europeo de jurisdicción constitucional, en Francia, el control preventivo supone la
intervención del Consejo Constitucional –que no era inicialmente un tribunal
constitucional– en un proceso legislativo aún no concluido y que, en consecuencia, debe
producirse con cierta celeridad. Una intervención que tampoco fue pensada como un
control contramayoritario. Esta configuración histórica muy distinta, propia de otro
modelo diverso, entraña el riesgo de desnaturalizar la idea de control de
constitucionalidad sucesivo de las leyes que hemos expuesto, erigiendo el TC en un
órgano consultivo más, en vez de ser un verdadero tribunal. Pues un tribunal, a
diferencia de un Consejo de Estado o cualquier órgano consultivo, no se pronuncia sobre
proyectos de leyes sino sobre normas definitivas, y no emite dictámenes u opiniones en
el seno de un procedimiento legislativo aún en curso. Al introducirse el recurso previo,
tanto en el artículo 95.2 CE para los tratados internacionales como el artículo 78 LOTC
para proyectos de Estatutos y leyes orgánicas, el constituyente y el legislador lo
concibieron como una excepción al sistema, sin dudar que esas declaraciones u
opiniones tendrían carácter vinculante, para no perjudicar la autoridad del TC, y que
tampoco excluirían el control sucesivo cuyos contenidos no podía prejuzgar. Pero no
faltaron varios autores de importancia en los años ochenta que dudaron que una
variante de control previo pudiera introducirse en la LOTC, al no venir dispuesta en la
Constitución, y denunciaron que modificaba la naturaleza del control represivo regulado
por el constituyente. El reproche es probablemente excesivo en virtud de la habilitación
a las leyes orgánicas que hace el artículo 161.1. d] CE. Pero muestra que debe operarse
con cautela. El control previo debe ser una excepción a la regla. No es una competencia
jurisdiccional más sino un residuo de otro modelo de difícil compatibilidad y esta
excepcionalidad hace que su justificación o necesidad deba venir muy reforzada.
Las sucesivas reformas del control previo. La Ley Orgánica dedica el Título V al control
previo de los tratados internacionales. En su texto inicial disponía tres variantes de
recurso previo: frente a tratados internacionales (Capítulo I, artículo 78 LOTC), que crea
la Constitución (artículo 95 CE), proyectos de Estatutos de Autonomía y proyectos de
leyes orgánicas (Capítulo II, artículo 79 LOTC). El Capítulo II fue derogado por la Ley
Orgánica 4/1985, de 7 de junio, cuya exposición de motivos decía que el recurso previo
se había transformado en un “factor distorsionador” en el procedimiento de elaboración
de las leyes. Si bien la Ley no reflexionaba sobre el control previo de los Estatutos y sus
diferencias respecto del genérico problema del control de las leyes orgánicas, cuya
supresión motivo la reforma. Derogado uno quedó derogado el otro sin mayores
cavilaciones, aunque parezca sorprendente esta precipitación legislativa. Mucho más
tarde, tras la problemática experiencia del control sucesivo del Estatuto de Cataluña de
2006, una vez sometido a referéndum del pueblo catalán, se aprobó la Ley Orgánica
12/2015, de 22 de septiembre, por la que se restableció acertadamente el recurso previo
para los proyectos de Estatutos o su modificación.
BIBLIOGRAFÍA
© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.