Tú, Yo y Las Cláusulas de Tu Amor - S. F. Tale
Tú, Yo y Las Cláusulas de Tu Amor - S. F. Tale
Tú, Yo y Las Cláusulas de Tu Amor - S. F. Tale
CLÁUSULAS DE TU AMOR
S. F. TALE
Tú, yo y las cláusulas de tu amor
ISBN: 9788419941169
ISBN ebook: 9788419941732
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A mi familia, por aguantar mis prolongadas ausencias. A todos los corazones solitarios:
los caminos del amor son inescrutables.
Prólogo
Luna entró en el despacho de Noel con una actitud firme para ocultar que por
dentro estaba rota de dolor y la acompañaba una sensación que no quería
describirla, así no se exponía más de lo que había hecho. El dolor que soportaba
desde esa mañana era más de lo que podía soportar, de ahí, la decisión drástica
que había tomado sin contar con nadie, ni con Roy. No quería que la
convenciesen de lo contrario, quería hacer todo por sí misma y no había vuelta
atrás.
Todo tenía un comienzo y un final.
El final había llegado.
Una vez dentro, se fijó en que su silla estaba vacía, aunque no tardó en dar con
él que estaba en la terraza con Sebas. Lo que la sorprendió fue que, desde esa
distancia, parecía un hombre cansado de sostener el peso del mundo sobre sus
hombros.
—Tío, ¿qué pasa? —le preguntó Sebas.
—Si te lo cuento me mandarás a cagar. —Noel estaba apoyado en la baranda
de cristal con la cabeza hundida entre los hombros. Nunca lo había visto tan
derrotado.
—Prueba. —Vio cómo Noel giró el rostro hacia su amigo—. No sabes si te
mandaré a la mierda si no hablas.
—Está bien.
—Adelante.
—Todo lo referente a Luna es un juego —le confesó Noel.
El mundo de Luna se rajó más de lo que ya lo había hecho y, por fin, ahí tenía
la respuesta a sus preguntas, había decidido lo correcto a pesar de que su
corazón, al escucharle decir eso, se terminase por romper en mil añicos
imposibles de pegar. Tragó con fuerza y la saliva desprendió un sabor ácido, el
del dolor. Cerró los ojos inconsciente de lo que hacía para controlar las lágrimas
que amenazaban con ahogarla, aunque ya lo estaba por culpa de Noel.
No, la culpa no había sido de él, sino de ella, por haber sido la ingenua.
Arrastrando los pies dejó el sobre que sostenía en la mano derecha y se fue sin
hacer ruido.
Para siempre.
1
A veces el tiempo podía apuntarle a una persona con una pistola en la cabeza y
los nervios eran sus sicarios.
—¡Mierdola, mierdola, mierdola, joder! Llego tarde —exclamó Luna que
miraba con ojos entornados el reloj de su Ford Ka a la vez que intentaba sacarse
el tenis blanco de plataforma que se había aferrado a su pie.
Tiró con tanto brío que, sin querer, tocó el claxon y el sonido recorrió todo el
aparcamiento, alterando la tranquilidad mañanera. Después de tirarlo de
cualquier modo en el asiento del copiloto, sin pensar en nada, sin importarle que
iba descalza con el bolso enganchado en el hombro y sus zapatos de tacón, que
complementaban el uniforme, en una mano, salió del coche a la carrera en
dirección al ascensor con las puertas abiertas.
Dentro, con el corazón a punto de escupirlo por la boca, la respiración
acelerada por la carrera, apoyó el hombro en el reluciente acero que la rodeaba y
pulsó el cero, la planta donde estaba la recepción de Ham & Co, una compañía
de diseños de interiores y decoración en la que trabajaba desde hacía algo más de
un año. Mientras procuraba relajarse, solo a ella se le ocurrió mirar el reloj de
pulsera que adornaba su muñeca izquierda, lo cual empeoraba la situación:
faltaban unos segundos para las ocho de la mañana.
—Vamos, bonito —le regaló los oídos al ascensor como si pudiera escucharla
—, apura, apura. —Para colmo de males, como si Murphy, ese que se había
inventado una ley que estaba dispuesta a quemarla en una hoguera, el ascensor
se paró en el menos uno—. Ahora me pregunto yo, ¿por qué cojones te paras? —
le recriminó al aparato que le había llevado la contraria.
En cuanto la campana sonó, se enderezó y bajó la cabeza, así algunos
mechones de su melena castaña le tapaban la cara, además, de su identidad. De
esa guisa, vio las puertas abrirse para mostrar las puntas de unos relucientes...
¡ZAPATOS DE CHAROL!
—Buenos días —la saludó una preciosa voz masculina.
—Ho...hola —le devolvió el saludo sin saber que él lo había hecho, ya que
toda su atención recaía en los zapatos que, para su horror, entraron en el
ascensor.
«¿Desde cuándo los hombres utilizan zapatos de charol?», le gritó su voz
interior.
Él se puso a su lado, lo que provocó que Luna ladease imperceptiblemente la
cabeza, pues estaba realizando un análisis científico de la situación:
«¡Ajá!, no tiene los dedos de los pies montados unos encima de otros, ya
puedes dar gracias, sino vería al charol cantando con los subtítulos de un
karaoke», se expuso a sí misma lo que todo el mundo sabía sobre ese conocido
material.
Pero su estudio no quedó ahí: subió la vista de los zapatos al pantalón de corte
clásico, elegante, con la chaqueta haciendo juego, por debajo de la cual había
una camisa blanca sin ninguna arruga, y el conjunto terminaba en una corbata
fina del mismo color del traje, negro. Estaba claro que ese tipo no era un
trabajador más. Su curiosidad, más fina que la de un gato, no pudo contenerse en
mirarle la mano izquierda, en la que sujetaba unos dosieres doblados, y en la que
no asomaba ninguna alianza. No era prueba de nada, aunque podía ser señal de
soltería, por eso, continuó hacia arriba con cierto disimulo —cuando no era
precisamente la reina— lo miró y se tropezó con un bello perfil que formaba una
preciosa media luna de la que sobresalía una nariz de puente recto con la punta
más ancha. El corazón le palpitó en el centro del pecho, porque hacía tiempo que
un hombre no le resultaba tan atractivo como aquel desconocido.
«La madre del cordero, ¡qué cañonazo de tío! Cuéntale a Luna: ¿dónde has
estado escondido todo este tiempo, guapetón?» suspiró su mente calenturienta y
percibió como las yemas de los dedos le hormigueaban ansiosas por recorrerle
las líneas sinuosas de la cara que quedaban ocultas por una barba de dos días
bien cuidada. ¡Estaba cañón! Jamás le había sucedido que, cuanto más lo miraba
más le gustaba, algo en él había despertado la atracción y en el segundo que
cobró un poco de cordura, se fijó en que él, con una sonrisa sesgada, miraba
hacia abajo, no a sus relucientes zapatos de charol, sino a los suyos.
«¿Es fetiche de los tacones?», se preguntó. Dirigió la vista en la misma
dirección y para su vergüenza comprobó qué ¡¡¡IBA DESCALZA!!! Eso no
terminaba ahí, ojalá, sino que mostraba sus uñas de unicornio, pues las había
pintado con colores pastel tales como el rosa, el lila, el turquesa o el amarillo. En
cuestión de segundos el ascensor se hizo muy pequeño, complicando mucho la
situación.
Al tiempo que Luna quería calzarse, el susodicho desconocido quiso pulsar el
botón correspondiente de su planta, lo que ocasionó que chocasen.
—Lo siento. —Él se disculpó.
Si su voz ya era una telaraña peligrosa, la mezcla con su perfume era una
bomba atómica que le entraba por la nariz. Era muy embriagador, demasiado
para el estado en el que estaba, le sobreestimuló la mente, le despertó ciertos
instintos que habían permanecido hibernando como los osos grizzly, por un
momento, deseó que la estrechara entre sus brazos. Deseo cumplido.
—Cálzate tranquila, te sujeto —le dijo él muy atento, cuando casi se dejó los
piños en las puertas por el tirón que pegó el ascensor al subir.
Su aliento le recorrió la mejilla a Luna que, a su paso, le erizó la piel.
—Gracias. —La voz le temblaba, como nunca lo había hecho, debido a que la
calidez que desprendían sus manos se filtraba por la ropa, le electrificó la piel y,
de seguido, el corazón le paró en seco, como el cuerpo en general. De repente,
todo su ser le perteneció a él.
Antes de poder enderezarse y gritar, «tierra trágame», el ascensor llegó a la
planta cero. Nada más las puertas quedaron abiertas de par en par, vio a su amiga
Patricia petrificada
—Gracias —repitió sin mirarlo a la cara.
—Hasta luego —él se despidió dejándose oír a lo lejos y Luna estuvo a punto
de ahogarse en su preciosa melodía, en la cortesía y un tono chispeante que se le
clavó en el bajo vientre, aunque al terminar de decirlo hubo un cierto temblor
que la desmontó.
Aquello no era una despedida.
Aquello era una promesa oscura, sensual y atrevida.
2
Luna salió a paso acelerado, se alejó de él, de su voz, de allí, para poder recobrar
el sentido que había perdido en ese cubículo metalizado. Tenía la mente nublada,
por lo que no podía pensar con claridad, ya que ese tío la había desmontado
desde el segundo cero y debía recuperar la compostura, así tomar conciencia de
la realidad: estaba en su puesto de trabajo, con los tacones de Patricia, su
compañera en la recepción además de amiga, pisándole los talones. Una vez
detrás del enorme mostrador lleno de teléfonos y dos iMac, uno para cada una,
abrió la boca para tomar una bocanada de aire con la intención de formular una
pregunta, sin embargo, se le adelantó Pat.
—¿Sabes con quién estabas en el ascensor? —Le agarró un poco de tela de la
chaqueta para que la mirase.
—¿He llegado muy tarde? —Esa era la única preocupación de Luna, el resto,
se la soplaba.
—No, cuando llegué te encendí el ordenador. —Era el pacto que habían
acordado, la primera era la encargada de encender los equipos.
—Gracias. —Relajó los hombros para soltar el agobio.
—Luna —la llamó Patricia desde su asiento, que se sentó a la vez que ella.
—¿Qué?
—No me oíste —afirmó Patricia que dejó caer la cabeza hacia delante.
—¿Qué pasa? —Luna no sabía qué le sucedía.
—¿Sabes con quién has subido en el ascensor?
—¡Ay, lo que te tengo que contar! —Su mente se había acordado del gran
detalle del ascensor.
—Respóndeme...
—No, no, lo mío es más importante —la interrumpió, luego miró por encima
de la mesa para saber si alguien se dirigía a la recepción, al ver que no había
moros en la costa, agachó la cabeza para esconderse de todos—. El tío que subió
conmigo en el ascensor, ¿lo viste?
—Ese tío, como lo llamas, a nadie le pasaría desapercibido, créeme.
—Y no me extraña, porque llevaba zapatos de charol —se llevó las manos a la
cabeza al tiempo que abría la boca.
—Él con zapatos de charol —musitó Patricia que estaba anonadada.
—No pongas esa cara, que ya la puse yo, esos zapatos son una antigualla.
—Creo que es piel.
—¿Me estás negando lo que vi? Te digo que eran de charol y es más, ¡hay
mucho horterismo en esta empresa! Ni que hubiese un concurso por ser el
hortero del día.
—Luna. —Patricia utilizó un tono más de riña que de comprensión.
—No justifiques a los altos cargos, si fuese mujer, la estaríamos despellejando,
y si yo fuese la esposa de ese tipejo le tiraría esos zapatos por la ventana.
—¿Sabes con quién has compartido el ascensor?
—Con un hortero —afirmó Luna con total convicción—. Pero, ahora que lo
preguntas no estoy segura de querer saberlo.
—¡El jefe! —recalcó Patricia en voz baja.
Luna sin mover un pelo de la cabeza, ni un solo músculo, parpadeó tres veces
seguidas en dirección a su amiga, cuyo rostro de líneas alargadas se mantenía
serio y, aun así, aparentaba menos edad, cuando las dos tenían la misma.
—Ya... vete a coñear a otra —le respondió.
—Es el jefe.
—¡Ay, tía!, no estoy para bromas, después de quedar traumatizada por el
charol.
Agitó la cabeza, Patricia debía estar confundida o lo miró mal.
—Llevo más tiempo que tú en la empresa y lo conozco —le recordó ella.
—¡¿Qué aire te ha dado?!
—Ninguno, te digo que subiste con el señor Hammond.
La insistencia de Patricia logró que Luna sopesase esa posibilidad. Pat llevaba
trabajando muchos años en la empresa, casi tantos como llevaba abierta, era de
suponer que en alguna ocasión coincidiera con él, aunque teniendo en cuenta que
nunca se mezclaba con las clases bajas de sus empleados, anótese, las
recepcionistas, lo veía un tanto peliculero por parte de su amiga señalar a ese
tipo como el jefe supremo, al cual, la propia Luna solo había visto una vez, en la
fiesta de Navidad. No obstante, la firmeza de Patricia, la hizo caer de la burra.
—¡No me jodas! —gritó en voz baja—¡Qué fuerte!
—Sí, te confundiste de ascensor, cogiste el suyo.
—Tenemos un jefe acharolado —Luna iba a lo suyo—. Y hortero. —Con esa
última palabra quería esconder la impresión que le producía haber estado con él
a solas, lo atractivo que le resultó y su nariz, de repente, tuvo una reminiscencia
de aquel aroma que la había marcado, por el cual le permitiría que la empotrase
en el ascensor, esos habitáculos del pecado.
—Ese mismo y te cuento...
—¿El qué? —Luna no estaba segura en querer oír nada. Tragó apretando las
muelas, su jefe la había visto descalza y el recuerdo de él, mirándole los pies...
«Por favor, ¿qué hice mal en otra vida que lo tenga que pagar en esta?», pidió
explicaciones a algún ente superior que se vengaba de ella.
—Tiene treinta y ocho años, como ya sabes hace casi seis meses que rompió
con Deborah. —Al oír ese nombre a Luna le dio un escalofrío, se trataba de la
relaciones públicas y/o publicista de la empresa.
—Sí, lo sé, aunque debo decir que tiene el gusto en el culo en cuanto a mujeres
se refiere.
—Lo sé, pero no es de ella de quien hablamos, por lo tanto, —le dio unos
golpecitos con el dedo índice en el brazo—, con lo que te debes quedar es que
está soltero, y nació en Inglaterra.
—Con ese apellido ya me hacía la idea que era extranjero —apuntilló Luna—.
Y me interesa la ficha del señor Hammond, ¿ por qué...? —Dejó la pregunta sin
terminar.
—Para que lo sepas.
—No me importa, mucho menos sus logros amorosos, solo el ámbito laboral,
si a él le va bien, a nosotras también. —Era más práctica que todo lo que Pat le
había contado, aunque su parte cotilla estaba sedienta de más información.
—Te miraba mucho y te sonrió cuando saliste, pero claro, no miraste atrás —le
reprochó.
—A eso se le llama educación, y ¡qué cayetano! —Se calló el nuevo
comentario sobre sus zapatos.
—Es rico y viste bien —lo defendió Pat.
—Un cayetano de toda la vida.
—Dicen que en el trabajo impone...
—Seguro que no por los zapatos —no pudo reprimirse.
—Y me dijo Marisa que desde que rompió con Deborah, no ha estado con
nadie.
—Pobrecito, hay que avisar a la Marisa, que escriba a First Dates para que le
busquen novia. —Se rio de su propia broma.
—Calla, viene Deborah. —Pat, nada más nombrarla, fingió que trabajaba.
Se mantuvieron en silencio y al oír sus estridentes tacones, cantaron al
unísono:
—Devórame otra vez, Devórame otra vez, Ven, castígame con tus deseos más,
Que el vigor lo guardé para ti, ay, ven... —Hicieron que trabajaban cuando pasó
por su lado, luego se rieron.
3
El día transcurrió sin más sobresaltos por parte del jefe Hammond, lo que Luna
agradeció a las altas esferas, no obstante, no todo eran fuegos artificiales, más
que nada que ese hombre continuó bailando en su mente y la vocecita de su parte
traviesa no paraba de repetir: «qué guapo es», «quién fuese traje para tocarlo
enterito», Luna se había quedado con las ganas. Para distraerse, procuró pensar
mucho más en el trabajo, lo cual era centrarse en los clientes que pasaban por la
recepción, cada uno más espécimen que el otro. Ella había trabajo para una
empresa importante de decoración y se enfrentó a muchas clases de personas,
pero en Ham & Co se reunían los más pesados que con sus impertinencias o sus
insistencias, le sacaban esa parte choni que tenía, de ahí que terminase siempre
gritándoles, como le sucedió esa misma tarde:
—¡Qué se siente, hombre ya!, ¿es que me expreso mal o qué? —Luna se
levantó—. Ve ese sofá, ponga ahí sus cachas.
Eso era lo más suave que les podía decir.
En ese año y algo que llevaba trabajando para Hammond, había practicado un
nuevo ritual: nada más llegar a casa, se duchaba para que el agua arrastrase todo
lo vivido y poder estar tranquila en el refugio que le proporcionaba su hogar, que
era sagrado. Pero, para fastidiarlo todo un poquito más, esa noche su jefe, cuya
sombra se alargaba más que la de Drácula, la había acompañado y no se podía
deshacer de él, razón por la cual, en esos instantes en los que estaba sentada en
su cama como un indio y con Roy, su mejor amigo desde que se había trasladado
a Madrid siendo una niña, estirado boca arriba le iba a contar lo sucedido, ¿cómo
contar lo del ascensor sin avergonzarse de sí misma?
—¿Quieres hablar de una vez? Una es vieja para los misterios —exageró Roy
al regañarla. Ella todavía no se creía lo que había sucedido, había sido
demasiado surrealista, pero era verdad: su jefe le había visto los pies en el
ascensor. ¡Nunca había hecho nada similar! Y en el tiempo que estaba trabajando
jamás se había equivocado de ascensor, fue lo primero que le habían enseñado,
ese ascensor era exclusivo del jefe como de los socios mayoritarios, solo la
Deborah y su amigota, la Melisa, podían acceder a él también—. Tutankamon
tiene mucho más que contar que tú, que estás callada como una tumba y me
tienes esperando, chica, que a este paso me salen más canas de las que tengo —
volvió al ataque Roy.
—¡Qué fuerte, Roy!
—Ni te digo, tengo una amiga que es más difícil que la piedra Roseta.
—Es que es muy fuerte lo que ha pasado. —Luna se echó hacia delante para
quedar más cerca de su amigo, quien estaba a los pies de la cama.
—¡Cueeenta! —La orden de Roy se le atragantó un poco.
—Hoy he subido a la recepción con el señor Hammond —ante esa confesión
Roy quedó sin palabras cuando siempre tenía un comentario en la boca. Luna
hacía una hora que había llegado a casa y tras una larga ducha en la que
pretendía deshacerse de la imagen de su jefe, lo cual fue imposible porque se le
clavó con chinchetas en la memoria, sintió la necesidad de hablarlo con Roy,
pero no sabía que iba a ser tan difícil—. Espabila Roy —chasqueó los dedos
delante de sus ojos y Roy bizqueó.
—No veo la gravedad, es normal coincidir con el jefe alguna vez, trabajáis en
el mismo lugar.
—Hay más.
—¡Ah!, entonces, ¿por qué no lo cuentas todo? Pareces un texto maya que
nadie sabe descifrar, no me jodas, ni que te hubiese empotrado contra el
ascensor. —Roy repasó en pocos minutos algunas civilizaciones perdidas que
proyectan en su amiga. Se irguió y apoyó el cuerpo sobre un codo con la cabeza
en la mano—. ¡Te ha empotrado! —De un salto se sentó en la cama.
—No.
—Vaya, mi gozo en un pozo.
—Me vio los pies y las uñas. —Roy se petrificó cual estatua de sal y poco a
poco fue abriendo la boca—. ¿A qué es fuerte? Te lo dije.
—Vamos a ver, Luna, ¿cómo es que tu jefe te ha visto las uñas de los pies?, ¿es
que las tienes tan largas que sobrepasan la piel de los zapatos?
—Cogí el ascensor descalza.
—¡¡Perdona, Maricarmen!!
—Ya sabes que conduzco en tenis, pues al llegar tarde no me calcé y cogí el
ascensor...
—Descalza —terminó Roy por ella. Luna asintió
—¡Y me vio las uñas!
—Sé lo que significa estar descalzo y lo que conlleva, pero al menos llevarías
la pedicura hecha, imagino. —Luna se sacó un calcetín y le mostró sus uñas
multicolor—. Mira tú qué monas. Ahora, en serio, Lunita, tienes que dejar de ver
las películas de la sobremesa de los fines de semana porque te dan ideas
ridículas. —Roy sabía que lo de conducir con tenis lo había copiado de una de
esas pelis.
—¡Qué vergüenza, Roy! Nunca me había pasado eso y es más, subí en su
ascensor.
—¿Es que tiene un ascensor para él solo?
—Solo lo pueden utilizar él y sus socios, vamos, el resto de los jefazos.
—No vaya a ser que el populacho le contagie el sarampión. —Echó la lengua
en gesto de asco—. Y raro es cuando no te empotró y pulsó el botón de stop.
—Tiene más pinta de calienta bragas que de empotrador —se despachó a gusto
Luna, porque había una verdad universal que nadie podía refutar: Los tíos cuanto
más guapos, más cabrones.
—Eso se lo tiene que hacer mirar, —Roy puso la mano derecha cerca de la
boca como si fuese a cotillear y bajó la voz—: Seguro que a Devórame otra vez,
la tenía a dos velas.
—Ella me da igual, Roy, ¡me vio los pies!
—Piensa esto: ibas arreglada. —Su actitud dejó a Luna plantada como una
seta, Roy era positivo hasta en ese caso y no dudó en cantar «antes muerta que
sencilla». Ella lo siguió, acabando a carcajadas.
La puerta se abrió y apareció la abuela de Luna, Pepa, ataviada con su
inseparable delantal que contrastaba con su peinado de peluquería, el mismo
cardado de toda la vida.
—Dejad el cante y venid a cenar —les avisó con una sonrisa—. Estáis en los
treinta y parece que seguís en los diez.
—Somos jóvenes, Pepa —le respondió Roy con total confianza.
—Vamos. —Luna le dio un suave empujón a su amigo. Fueron hacia la sala de
estar que hacía de comedor, donde Pepa había puesto la mesa, lo que molestó un
poco a Luna—. Abuela, me podrías haber avisado y te ayudaba.
—Eso mismo pienso yo —Roy defendió la postura de su amiga.
—Ya trabajas muchas horas, niña, por poner una mesa no me voy a herniar. —
Cortó la tortilla para servirla.
—¡Ay, Pepita! —Roy se puso la servilleta sobre las piernas—. Tu nieta es más
aventurera que Dora la exploradora.
—¿Y eso? —Les sirvió un trozo de tortilla a cada uno.
—Roy, ¿no nos acompaña tu madre? —Luna cambió de tema al tiempo que le
pisó un pie a su amigo asesinándolo con la mirada y le advirtió moviendo los
labios—. No lo hagas.
—Hoy la mama tiene que llevarle la comida a mi padre al trabajo, al estar de
guardia. —Su padre era policía y no le gustaba nada la comida que les daban en
la cantina.
—¿Quién es esa tal Dora? —preguntó Pepa a la vez que partían pedazo de pan
—. ¿Es una nueva compañera?
—No, abuela, no es nadie. —Trinchó un pedazo de tortilla que olía rico no, lo
siguiente y se le deshizo en cuanto lo metió en la boca. Gimió de gusto.
Ante esa respuesta observó cómo su abuela sufrió un cambio: masticó más
lentamente mientras giraba el rostro hacia su nieta para escrutarla con
detenimiento. A Luna se le hizo una bola la tortilla en la boca. En cuanto tragó,
no se calló:
—¿Qué has hecho? —La mandíbula de Luna se desplomó hasta el centro de la
Tierra.
—Nada.
—Yo te pongo al día Pepa. —Luna se quedó en blanco, alucinando en
pepinillos. Cuando quiso protestar, no pudo, Roy ya estaba contándolo todo.
«Ten amigos para esto», protestó para sus adentros.
En cuanto Roy terminó, le lanzó una sonrisa irónica, y la respuesta de su
abuela no se hizo esperar.
—No vas a durar ni dos telediarios.
—Gracias por tu apoyo y comprensión abuela, contigo no hace falta que me
machaque más, te tengo a ti para triturarme. —Cogió el vaso de agua para correr
el mal sabor de boca de todo ese día que su abuela había rematado como un
novillero—. De momento mantengo el trabajo, por si te interesa.
—Niña, no puedes ir por ahí enseñando los pies a cualquiera.
—A cualquiera no, a su jefe —matizó Roy comiendo tan tranquilo. Le propinó
otro pisotón—. ¡Agresiva!
—Aprende a callar —le dijo a Roy trinchando un pedazo de tortilla como si se
tratase del cuello de su amigo.
—Más a mi favor, no puedes enseñarle los pies a tu jefe, ¡no es serio! —señaló
su abuela—. Y no te calles, Roy, gracias a ti sé esto, porque estoy segura de que
no me diría nada mi nieta.
—Pues claro que no —contestó Luna intentando tragar la bola de tortilla que
tenía en la boca, pues entre los dos le estaban sacando las ganas de cenar.
—Pepi —Roy le colocó una mano en la muñeca—, no te preocupes, ese
hombre parece ser que tiene cara de Nenuco, lo repito, se lo tiene que hacer
mirar, y te aseguro que se ha impresionado con los pies nuestra Luna.
—Por la mierda que recogieron en el suelo. —Su abuela no podía estar más
chinchona.
—Por las uñas, abuela. —Luna soltó el tenedor que hizo un gran estruendo
contra el plato. Se cruzó de brazos, aquello ya era indignante.
—Negras —su abuela no se daba por vencida.
—Pintadas a colorines. —Luna le incrustó a Roy la punta de la zapatilla en la
pierna al oírlo soltar una risilla—. Esto es por tu culpa.
—Deja de ser una niña pequeña —la regañó su abuela antes de beber—. No lo
vuelvas a hacer, ese hombre tiene que ver que eres una mujer educada, por favor.
—No voy a coincidir con él.
—Es tu jefe —Pepa no decía nada que no fuese cierto.
—Resulta que él utiliza un ascensor especial —le explicó Roy a Pepa.
—Además, la única vez que lo vi fue en la pasada fiesta de Navidad, no se
mezcla con el resto de los trabajadores, es más, nunca pasa por la puerta
principal —les contó Luna.
—El cara nenuco no se mezcla, eso hay que estudiarlo. —Roy se tiró del
párpado inferior hacia abajo.
—No sale del despacho, más o menos —añadió Luna—. Llama a quien quiere
ver y yo al ser recepcionista, para él soy la última mona de la empresa.
—No te insultes, niña, vales mucho. —Al fin su abuela tenía buenas palabras,
aunque no le regalaba los oídos, siempre lo había pensado de su nieta.
—Pero su currículum no vale en esa empresa de pijinolis —censuró Roy el
trabajo de Luna. Él había estudiado ingeniería informática y desde hacía un par
de meses estaba en paro, porque su empresa había hecho un ere. Por eso estaba
bastante susceptible con el tema trabajo-empresas—. Creo que me he vuelto una
criticona, esto de salir a hacer la compra y cotillear no es bueno para salud.
Tengo que buscar un hobby.
—Puedes apuntarte a un gimnasio —le sugirió Luna.
«Toma venganza», le encasquetó a su amigo, quien parecía que se había
olvidado de la tortilla.
—Ya sabes lo que pienso de esos lugares, lo mejor que tienen son los
vestuarios, por lo tanto, no pienso pagar una cuota para convertirme en un mirón,
¿me entiendes? —La respuesta de Roy fue contundente, como siempre que salía
el tema del gimnasio—. Querida amigota, lo que puedes hacer por tu amigo es
dar más salseos de tu jefe.
—¡Eh! —Pepa, nada más oír eso, se estiró como una vela. Luna sabía que
había cosas que su abuela no toleraba—. Nada de estar con el jefe que luego van
murmurando por ahí y mirando mal.
—Sí, la ex. —Roy volvió a atacar la tortilla.
—¿La ex trabaja con él? —preguntó Pepa que no tenía idea de eso. Luna
asintió en silencio con la cabeza—. Aléjate de los líos de faldas, vas a salir como
gato escaldado —le aconsejó su abuela.
—Eso no va a pasar. —Luna intentó cenar algo.
«¿Quién querrá estar con un cayetano?», pensó para sí misma.
4
Noel Hammond siguió con la vista a aquella chica singular hasta que se perdió,
momento en el que las puertas del ascensor se cerraron alejándolo de Sebas,
Deborah y de todos lo que vieron la escena. En esa soledad metalizada echó la
cabeza hacia atrás para soltar una sonora carcajada de victoria, al final, había
logrado lo que quería durante los últimos tres días, un secreto inconfesable que
solo compartía con su alma y su corazón, ese al que jamás había escuchado.
Durante ese tiempo había buscado a esa chica, no lo suficiente como para
levantar las sospechas de Sebas, su mejor amigo y socio en la empresa, o de
Marisa, su secretaria, tampoco buscó su currículum, no tenía ningún dato
personal, pero había estado lo suficientemente ocupado como para mantenerla a
raya hasta que se quedaba solo. Lo que sí había hecho era coger el ascensor y la
chica no se volvió a equivocar para su frustración, que le generaba una enorme
impaciencia que, en más de una ocasión, lo puso a un click de ella, debido más
que nada a que lo único seguro era el uniforme de recepcionista. Por eso mismo,
cuando regresó a la oficina de comer con el señor Urriaga-Sandemetrio y Sebas,
quiso entrar por la puerta principal de la empresa, algo muy inusual en él, y allí,
detrás de la enorme mesa, la vio. En segundos el pulso se aceleró tanto que lo
ocultó con esa máscara impasible que lo caracterizaba siempre que algo llamaba
su atención. Se comportó así, básicamente para que su amigo, que lo conocía
mejor que él mismo, no procediera a un tercer grado. Desgraciadamente, ella no
levantó la vista de lo que estaba haciendo, ¡no se enteró de su presencia!
Pero, ¿el destino? Para él ni eso ni la suerte existían, así que fue una gran
casualidad que la volviera a encontrar de nuevo y lo fascinó más por su forma de
bromearlo, descubrió una lengua larga, rápida, con respuesta para todo que le
inyectaba adrenalina a su cuerpo y sin ella ser consciente de nada, le había
alegrado el día.
¡Sí! —Alzó el brazo derecho y pegó un codazo al aire al alegrarse por ese
abrazo.
Noel esbozó una sonrisa deslumbrante, que mostraba la fila de dientes
perfectos. La ensanchó a conciencia dado que haba sido la primera vez en su
vida que se había dejado arrastrar por sus instintos, porque esa chica le
despertaba los sentidos y lo empujaba a sucumbir, le esclavizaba el alma por una
sencilla razón: le removía sensaciones o sentimientos, como ninguna mujer lo
había hecho, ni Deborah. Tampoco ayudaba su aroma, lo cautivaba con las
irresistibles notas florales que desprendía. La suma de esos pequeños detalles fue
lo que provocó cogerla por sorpresa y abrazarla a la vez que su corazón, ese
órgano raro de su cuerpo que solo se encabritaba cuando hacía un gran logro en
los negocios, se le dio por palpitar en cuanto percibió sus pequeños pechos a
través de la ropa pegados a su torso.
También quiso mostrar a la gente que lo rodeaba que su vida era suya y haría lo
que le diese la gana, ya que ese abrazo fue como un terremoto de magnitud doce
en la escala de Richter y las réplicas estarían a punto de producirse. Lo que no
entendía era por qué su vida personal despertaba tanto interés, incluso en
Deborah cuando estaba prometida con otro.
La campana lo avisó que había llegado a la octava planta y lo arrancó de sus
pensamientos. Salió al pasillo de baldosas blancas y se adentró en su particular
armazón cristalizado —tras haber remodelado todo el edificio en el que había
construido su imperio, que tantas alegrías le había dado y con un futuro en el que
podría expandirse al mercado internacional—, con la vista puesta al fondo, en el
escritorio de Marisa, quien alzó la cabeza y al verlo de inmediato se levantó
como impulsada por un resorte. Tenía que deshacerse de ella como fuese.
—Señor...
—Marisa, vete a tomar un café —le ordenó. La mujer alzó tanto las cejas que
casi se le pegaron al pelo. Noel haciendo caso omiso a la cara de sorpresa de su
secretaria, lo volvió a repetir—: Ve a tomar un café. —No lo hacía por nada, sino
porque sabía que tenía muy buena relación con una de las recepcionistas,
Patricia. Prefería que se enterase por ella de lo sucedido que por la procesión de
personas que iban a hacer cola en la puerta del despacho.
«¡Fue un abrazo sin importancia, por favor! No es un incendio
medioambiental», se dijo a sí mismo.
—Marisa, vete no te preocupes.
—Hay que repasar la agenda del día.
—Me la sé de memoria, en serio, ve —Noel no se movió de allí hasta que no
vio irse a Marisa.
Al entrar en su despacho, sin sentarse ni encender el ordenador, abrió la
cristalera que daba a la terraza, desde donde veía el tránsito enloquecido de los
coches o los transeúntes: el movimiento de la vida moderna. Respiró hondo y al
final de su tabique nasal todavía percibía el aroma de aquella mujer.
Irremediablemente le gustaba aquella desconocida, lo atraía como la luz a la
polilla, pero si de algo estaba seguro era que, primero que no iba a frenar esas
nuevas sensaciones, segundo, lo viviría en silencio.
—¡¿Qué ha sido eso?! —La estridente voz de Deborah sonó a su espalda. Dejó
caer la cabeza hacia los lados, le producía pitidos en los oídos.
—¿El qué? —Se giró sobre sus pies para encararla con los brazos cruzados y
apretó las muelas hasta que las sienes y la mandíbula le dolieron.
—No te hagas el tonto Noel. —El rostro cuadrado de Deborah se encogió de
tal modo que su nariz larga era similar a la de los puercos espín.
Noel bajó el mentón, frunciendo los labios. No Sabía que iba a reaccionar de
ese modo, lo cual le sorprendió bastante, la observó con el traje chaqueta blanco
que llevaba.
—No sé de qué me hablas. —No respondería a sus preguntas ni daría
explicaciones, nunca lo hizo y había cosas en la vida que no iban a cambiar.
—Ese abrazo delante de todo el personal —le espetó ella furiosa.
—Creo recordar que no estaba toda la empresa mirando. —Se rascó una
mejilla en actitud despreocupada para joderla un poco más.
—Será vox populi en cuestión de menos de una hora y nunca te ha gustado
estar en boca de todos. —Le recordó ella picajosa la excusa que siempre le ponía
él para no tener ningún gesto de cariño delante de los empleados.
—No veo el inconveniente de un abrazo inocente.
—No te hagas el esquivo conmigo.
—Ahora que lo recuerdo, —Noel dio un paso adelante metiendo las manos en
los bolsillos cerradas en puños bien apretados—, no te debo ninguna
explicación, no eres mi madre, es más, a ella tampoco le tengo que contar mi
vida.
Entró en el despacho pasando por su lado y en la nariz le picó el perfume
empalagoso de Deborah. Oyó los tacones de Deborah que hacían un ruido como
si arrastrara los pies.
—¿Qué pasó en ese ascensor?
—No es asunto tuyo, mi vida me pertenece como la tuya ya no es asunto mío
—le respondió frío.
—Lo que hagas sí es asunto mío.
—Deborah, no te debo nada, asúmelo, te vas a casar con otro.
—¿Qué pasó?
Noel apoyó las manos en el respaldo de la silla con la cabeza un poco inclinada
hacia abajo.
—Te estás poniendo en ridículo, Deborah. —Ella abrió mucho los ojos, no
contaba con esa respuesta—. Estás prometida con otro y, a Eduardo, creo que no
le gustaría que me hicieses este interrogatorio que solo muestra los celos que
tienes.
—¡¿Qué pasó en el ascensor?! —Su voz se había convertido en un pitido y
solo reaccionaba a sí cuando la había cogido en un renuncio.
—¿En cuestión de qué me lo preguntas? —La dejó hierática como una estatua
—. Si es como la publicista y relaciones públicas de la empresa, puede y solo
puede que haya una mínima posibilidad de que te responda, si es por algo más
personal...
—No vas a responder —dedujo ella que al fin se daba por vencida.
—Chica lista. —Noel se sentó y encendió el ordenador.
—Fueron cuatro años a tu lado.
—Nunca te pedí que estuvieras tanto conmigo, te dio la gana a ti, yo por mí
hubiese roto todo eso mucho antes.
—Lo último que quiero es que te hagan daño.
—Deborah, es mi vida y con ella hago lo que me da la gana, es más, tú a los
dos meses de romper ya estabas con Edu, así que mucha pena no te dio que
nuestra relación se terminase.
—Estás jodido porque te dejé.
—Y tú celosa porque otra me abraza —le encasquetó consciente que la heriría.
—Eso es un golpe bajo.
—No mientas, lo estás. —Hurgó más en la herida que Deborah le mostraba
que tenía.
—Estás rabioso porque te dejé y no soportas que lo hiciera.
—La verdad que no, me hiciste un favor, no tuve que gastar más saliva ni
tiempo en decirte nada. —Su frialdad hacia ella no tenía límites—. Y si ahora me
disculpas quiero estar solo.
—Piensa lo que has hecho.
—No he hecho nada, ni he cometido ningún error, es más, puedo abrazar a
quien me salga de dentro, soy libre por mucho que te cueste admitirlo, además,
te vas a casar, —se encogió de hombros con una indiferencia pasmosa que era lo
que despertaba Deborah en él—, ¿a qué viene este interrogatorio? —Apretó los
labios de tal modo que el labio superior parecía dibujar una eme, para no reírse
de ella al verla colorada.
Nada más se marchó Deborah, Noel tuvo una mala sensación, aquel abrazo no
podía suponer nada malo para la chica, pero estando Deborah por medio y al
verla tan ofendida, ya no lo tenía tan claro. Debía atar en corto a su ex. Sabía lo
cabrona que podía ser.
—Estaré pendiente de ella, Deborah no tendrá nada que hacer —se prometió a
sí mismo.
6
Luna se había dejado arrastrar por Patricia hasta el Starbucks que se abría en la
esquina de la misma calle en donde estaba la empresa. Ni los colores verde y
beige tan característicos o la madera de la decoración o el entramado de vigas,
tubos y otros aparatos de hierro, así como las columnas de hormigón armado,
que en otra ocasión estudiaría atentamente, no captaron su atención esa mañana.
Tampoco lo hizo el rico aroma de su Mocha Blanco que le había puesto delante
Patricia. Nada lograba que se olvidara de lo sucedido en el ascensor, ya que cada
vez que esa imagen regresaba a su mente su cuerpo temblaba cómo una hoja y la
vergüenza le pegaba bofetadas de realidad: abrazada a su jefe delante de tanto
público, lo cual, la había dejado helada, además de haber roto una de sus
premisas fundamentales en el trabajo: en el trabajo nada de escándalos. Eso
mismo era lo que la despojaba de sí misma, le mantenía la mente bloqueada y no
le permitía salir de esa espiral de arrepentimiento.
«Si le hubiese pegado una patada en la huevera nada de esto sucedería. Bueno,
no te vengas arriba, te hubiese despedido que es peor», se expuso a sí misma y
un escalofrío de pánico la recorrió. De pronto, un frío polar se le desprendió de
los huesos por una cuestión: ¿qué le había pasado a ese cayetano que tenía por
jefe? A esas alturas no estaba segura de querer saberlo. Sin embargo su mente,
más puñetera, se acordó de que al poco de entrar a trabajar no se hablaba de otro
tema que no fuera el despido de una empleada, la razón la desconocida, pero
había sido Deborah la que la había echado, por el poder que le daba tener
algunas acciones de la empresa y salir con el jefe.
«Voy a correr la misma suerte por culpa del tontonlava de Hammond», meditó
con cierto rencor, pues ella no había sido quién se había tirado encima de él.
«No vas a durar ni dos telediarios», oyó la voz de su abuela en el fondo del
oído. Otro escalofrío la recorrió, ¡la mujer era vidente! Lo que le faltaba para
rematar la mañana. Se llevó las manos a la cabeza y las pasó por la frente sin
darse cuenta de la frialdad que desprendían sus dedos, no solo eso, sino que, no
notaba como Patricia la abrazaba para tranquilizarla.
—¿Qué hacéis aquí? —A lo lejos escuchó la voz de Marisa.
—Lo mismo podemos preguntarte —Pat estaba asombrada por su aparición.
—Me han echado —soltó Luna sin meditarlo antes.
—¡¿Por qué?! —A Marisa aquella noticia la cogió de nuevas.
O una de dos: o no sabía lo que había pasado o se hacía muy bien la tonta. No
había vuelta de hoja.
—No le hagas caso, aquí nadie ha dado el finiquito y dudo mucho que lo
hagan. —la corrigió Pat.
—Nadie sabe lo que va a pasar. —Luna seguía en sus trece.
—¿Alguien me quiere poner al tanto? —Pidió Marisa que alternaba la vista
entre una y otra.
—¿Es que no te has enterado? —Le devolvió la pregunta Pat.
—No o eso creo, ya me hacéis dudar. —Marisa agitó la cabeza.
—El jefe y Luna aparecieron abrazados en el ascensor. —Con ese resumen tan
bien hecho de Pat, las mejillas de Luna se prendieron como dos hogueras de San
Juan.
—¡Ah! —exclamó Marisa que se tapó la boca ojiplática. Luna y Pat esperaron
en silencio a que Marisa se explicase—: Ahora entiendo por qué la gente estaba
cuchicheando.
—Toda la empresa sabe de mi existencia —dijo con la voz amortiguada al
taparse la cara con la sensación de querer desaparecer.
—Luna, por favor, ya te conocen por el modo en el que tratas a algunos
clientes. —Ahí estaba Patricia para llevarle la contraria, ¡claro que sí, qué bueno
era tener amigas!
—Esto es peor Patricia. —Entre los dedos, le echó una mirada asesina.
—De ahí que Noel me animase a venir a tomar un café —pensó en alto Marisa,
asintiendo.
—¡¿Cómo?! —exclamaron al unísono Patricia y Luna, que separó las manos
de la cara y apoyó los brazos en la mesa.
—Nada más llegar, el jefe me animó a venir, y puso mucho empeño, cuando
todas las mañanas tenemos la misma rutina: repasamos la agenda del día por si
hay que algún cambio de última hora —les explicó—, porque hay veces que va a
supervisar las obras de determinados proyectos y lo quiere tener todo bajo
control.
—Vamos que es un obseso del orden y de los horarios —Luna torció la boca en
un gesto de desagrado. No le gustaban ese tipo de personas.
—Gracias. —Marisa sonrió al camarero al dejarle el café—. No es así, pero,
cuéntame, ¿por qué te abrazo? —Ahí estaba la gran pregunta del millón.
Luna hundió la mejilla en la palma de una mano.
—Se abalanzó sobre mí —comenzó a revolver el Mocha.
—Madre mía, Luna, eso suena a acosador —Patricia apenas tenía color en la
cara.
—No he dicho eso —se defendió de aquella palabra, que le tensó la espalda.
—No lo es, doy fe —intervino Marisa, que sostenía la taza con las dos manos
—, pero suena.
Luna comenzó a temblar de nuevo, era mejor que no dijera nada, por si sus
palabras se tergiversaban, eso era lo peor que le podía ocurrir, pues por muchas
preguntas que ellas tuviesen solo uno en toda esa historia conocía las respuestas
y ese era Hammond, lo cual la ponía en una situación de completa indefensión.
—A ver, tranquila, eso lo primero —Patricia la volvió a abrazar—. Cuéntanos
qué pasó en el ascensor. —Le frotó la espalda con cariño.
Sabía que ellas no la juzgarían, pero el temor de que no la creyesen revoloteaba
entre el espacio que había entre la barriga y la mente. Respiró hondo, se agarró
al borde de la mesa de madera y activó su modo profesional:
—Llegaba tarde una vez más y cogí el primer ascensor que vi accesible, el de
él, cuando entró, nos pusimos...
—¿De qué? —Patricia tenía el interés por las nubes, como una periodista del
corazón.
Luna giró poco a poco el cuello para mirarla con una ceja enarcada.
—Eso da igual para el caso que estamos tratando —le dijo Marisa.
—Gracias Marisa. —Luna no apartaba la mirada de Patricia, cuyo rostro
redondo estaba relajado, aunque esa mañana se había maquillado bastante, como
si tuviese una cita romántica.
—Quiero saber de qué se habla con el jefe aparte de trabajo. —Se encogió de
hombros escondiéndose en esa patética excusa.
—De la isla de las tentaciones. —Luna no pudo evitarle contestarle del modo
más irónico que le salió.
—¿El jefe ve la isla de las tentaciones? —Patricia estaba boquiabierta ante
aquella exclusiva.
—Está enganchadísimo. —La información de Luna provocó que a Marisa le
saliese el café por la nariz y se atragantase.
—Lo siento. —Se limpió con varias servilletas, mientras tosía y agitó una
mano en dirección de Luna para que continuase.
—No hablamos de nada en concreto, de esto y aquello y tampoco entramos en
el ámbito personal, antes de que te vengas arriba. —Con eso evitaba más
preguntas de Patricia.
—Vaya qué pena —suspiró Pat antes de beber un sorbo de café express.
—El caso y lo que os interesa, es que cuando estábamos llegando a la planta de
recepción, de repente, oímos las voces de Melisa hablando con Deborah y así se
lanzó a mí —concluyó la historia señalando el quid de la cuestión.
—¡Hala, la leche! Le quiso dar celos a la Deborah —dedujo Pat a lo cual Luna
no pudo quitarle la razón, era una posibilidad muy factible y nada descabellada.
Aunque la ponía en una tesitura mala: la había utilizado.
—No —sentenció Marisa a lo que sus amigas le dirigieron la misma mirada
confundida.
—Marisa, no es ninguna locura, porque si te lo pones a pensar, fue escucharlas
a ellas y se lanzó a mis brazos —argumentó Luna dándole la razón a Pat.
—Creedme que no —insistió.
—Eres su secretaria, algo escondes y lo sabes. —A Luna ya le empezaba a
picar el gusanillo para hacer hablar a Marisa.
—Esto no puede salir de aquí. —Luna y Pat asintieron a la vez. Luna se
acomodó para escuchar mejor—. Cuando le dije que sentía mucho su ruptura
con Deborah, él me dijo que había sido una liberación, —aquella confesión
cogió a Luna por sorpresa, jamás se hubiese imaginado nada igual por parte de
él, aunque Deborah le cayese como el culo.
—Hay algo que no entiendo, si no la quería, ¿qué hacía con ella? —Razonó
Luna. Ella no podría estar con una persona por la que no tuviera sentimientos—.
Suena a que es un cabronazo.
—No, no es eso —Marisa negó con la cabeza para luego apoyarse en la mesa
—. Sus padres se conocen de siempre y ellos desde niños, entonces la lógica los
empujó a tener algo que nunca fraguó. Pero, es cierto que hoy lo noté distinto.
—Por el brillo de los zapatos acharolados —Luna lo dijo como lo sentía.
—No es charol aunque lo parezca, es piel. —Marisa también creía esa patraña,
no podía hacer nada.
—¡Te lo dije! —exclamó más alto de lo normal Pat que aplaudió—. Pero
atiende, ¿no le habrás dicho nada de sus zapatos? —Su rostro pasó de la alegría a
la inseguridad.
—Sí y me dijo lo mismo que Marisa, así que te tiene comprada —acusó a su
otra amiga, que ese día, Luna se fijó que llevaba su pelo rizo muy tupido
recogido por un pinza.
—¡No!, siempre utiliza los de una misma marca inglesa, porque a veces he
tenido que hacer el encargo para que se lo lleven a su domicilio —les contó
aquel secreto del jefe.
—Vale, después de este inciso de complementos de ropa, ¿en qué lo viste
distinto? —Pat retomó el tema antes de que Luna, buscara otra disculpa para no
oír nada más del jefe.
Lo que ninguna sabía era qué tenía las entrañas apretadas a causa de los
nervios que los percibía clavados en el pecho.
—Estaba contento, sus ojos brillaban más que nunca, estaba... ¿cómo decirlo?
—Marisa buscaba las palabras correctas.
—No lo digas —aprovechó Luna.
—Más relajado, sí, más contento —finalizó Marisa que, aun así, no parecía
muy conforme con la descripción—. Lo que me sorprende es que actuara de un
modo tan impulsivo contigo, es un hombre que no muestra fácilmente sus
sentimientos.
—Tenemos un jefe como la inteligencia artificial, que hace los ojos uno
mirando para Portugal y el otro para Mallorca. —El chiste de Luna era muy
malo.
—No seas exagerada, lo he visto contento, enfadado y en situación normal es
muy afable y buena gente.
«Es muy susceptible, más que una cerilla y picajoso también», incluyó,
mentalmente, a lo dicho por Marisa.
—¡Ay qué le gustas! —La voz de Pat recorrió toda la cafetería de esquina a
esquina. La oyeron todos.
—Gracias a Dios que no eres la voz de mi conciencia, me dejarías sorda —la
regañó Luna, que chasqueó la lengua—. Pat, piensa, ¿cómo narices voy a
gustarle si no me conoce?
—Te has puesto colorada. —Pat tenía cierta incontinencia verbal esa mañana.
«Recuento de la situación: pies fríos, manos congeladas como si las sacara de
Siberia, cara ardiendo desde hace un buen rato», bufó enfadada consigo misma,
Pat tenía razón.
—Hace calor —contestó Luna cruzando los brazos con la mejor excusa
posible.
—A lo mejor es él quien te produce ese efecto. —Nunca había oído hablar así
a Marisa que se unía de ese modo al complot de Pat.
—A lo mejor nuestra Lunita —Luna frunció el morro nada más oír ese
diminutivo que no le gustaba un carajo—, le tocó el corazoncito al jefe.
Un agujero se le abrió en el pecho originado por el desconcierto que él le había
producido y la impotencia de lo que había vivido, le cayeron encima como un
muro de hormigón que la aplastó como a una cucaracha. Se sentía mal consigo
misma, en otra situación no hubiese permitido ese abrazo, pero en cambio, la
cogió tan de sorpresa que no pudo reaccionar de otra forma que aferrarse a él. Sí,
le gustaba, aunque jamás por sí misma llegaría a ese extremo, lo viviría en
silencio, como las hemorroides (no las padecía a Dios gracias). No era tonta,
sabía que toda causa tenía su efecto y a saber lo que el futuro más inmediato le
tenía preparado, quizás ni el destino lo supiera. Miedo, esa emoción tan
imparable como irrefrenable, le azotaba el alma, le agarrotaba el cuerpo al
lanzarla a un mundo tan extremo que estaba congelado. Para empujar el
torbellino de emociones que la estaban desbordando, tomó un gran sorbo de su
Mocha. Su calidez templada le calentó un poco el cuerpo y cuando ellas no la
miraban, se llevó la mano al cuello, buscando algún rastro de él.
7
Noel cerró el dosier que había firmado para que comenzasen las obras de
remodelación de una casa y que le llevaría a la empresa unos tres meses hacerlo,
era una gran mansión cuyos dueños deseaban tirar tabiques a doquier para
hacerla más habitable y sostenible. Luego, abrió el otro documento que también
firmó a toda prisa, mientras su mente no se olvidaba del momento en el que
aferró ese cuerpo estrecho que encajaba a la perfección con el suyo. ¡Todavía lo
percibía entre sus brazos!
—Joder, lo volvería a hacer. —Se asombró tanto consigo mismo que se reclinó
en la silla y se frotó el pecho en un burdo intento por calmar su corazón que no
había parado de latir desbocado. Era imposible, pues ese mismo órgano que solo
quería de él que funcionase bien para seguir viviendo, palpitaba por alguien.
Quien lo conociera no se lo creería, no era una persona que se dejase llevar por
los impulsos o por los sentimientos ni chorradas de esas, siempre se había
controlado, ni permitía que nada estuviera en manos del azar, pero aquella chica
era como un torbellino para él cada vez que se encontraban. Jamás había hecho
nada igual y no se arrepentía, lo volvería a hacer una y mil veces más—. Sí que
te ha dado fuerte.
—Ya te digo, tío, no sabía que mi mejor amigo tenía un rosario de mujeres
colgado del cuello —habló Sebastián.
—¡Hostia, Sebas!, ¿por qué eres tan silencioso? —bufó por el susto. Noel alzó
la cabeza y se lo encontró apostado entre las dos sillas que había frente al
escritorio con las manos en los bolsillos. Lo escrutaba con detenimiento con la
cabeza un poco ladeada como si intentase entrar en ella para descubrir lo que
pensaba. Se conocían muy bien y desde hacía muchos años.—. Eres un puto
tigre de Bengala.
—Lo hago sin querer.
—Hay algo que se llama avisar. —Noel señaló a la puerta con la mano.
—La puerta estaba abierta y entré. —Estaba visto, Sebas lo quería joder a lo
grande.
—Avisa al entrar, antes de que tu presencia me mate.
—Dudo que yo haga eso, se lo dejo a tus mujeres —le contestó con una sonrisa
burlona en los labios.
Noel parpadeó varias veces.
—¿De qué cojones hablas?!
—Has dicho que jamás entenderás a las mujeres.
—¡Qué cotilla!
—No soy cotilla, simplemente lo oí.
—Ya. —A veces su amigo, el cual tomó asiento en una silla, era una causa
imposible—. ¿Tengo algo que firmar?
—No llevo nada en las manos. —Sebas las levantó para que viese que estaban
libres.
—Entonces, ¿a qué vienes? —Noel estaba hasta las narices de tanta visita.
—Te refrescaré la memoria: tú, el ascensor con una chiiicaaa... —canturreó la
última palabra.
—¿Tú también quieres hablar de ella? —Que tuviese que dar tantas
explicaciones ya pasaba a castaño oscuro.
—¿Quién se me adelantó? —preguntó ofendido.
—Deborah.
—¿Por qué? —Chasqueó la lengua—. Sabía que era rara, pero tanto.
—Hay algo que se llama celos, ¡yo que sé! Fue un simple abrazo —Estaba
harto de tener que explicarse.
«¡Qué bien se está solo! La soledad no te traiciona ni quiere saber nada, solo
permanece a mi lado en silencio», pensó deseando que todo el mundo
enmudeciese.
—Has dejado a todos boquiabiertos, va a ser la noticia del año en la empresa.
—¡Panda de cotillas!
—Nunca has dado de qué hablar.
—¡Arg! No hay nada que contar.
—Porque tú lo digas.
Noel clavó los codos en la mesa y entrelazó los dedos, la paciencia comenzó a
desaparecerle del cuerpo.
—Es la verdad, no hay nada importante que comunicarle a los trabajadores. Y
añado: mi vida es mi vida.
—Ya puedes soltar la lengua con el Sebas y antes de que digas nada, no me
pienso mover de aquí. —Sebas se encogió de hombros para mostrarle que ya
podía caer un meteorito que él estaría ahí.
—No hay nada que entender ni que decir, ¿es que ahora no puedo abrazar a
nadie? —El mundo se había vuelto loco, estaba claro.
Sebas entrecerró los ojos, lo observó hasta que a Noel no le quedó más
remedio que separar los ojos de su amigo, que tras un rato en silencio decidió
hablar:
—La estabas consolando —dijo Sebas.
—¿Qué?
—¡Muy buen samaritano por tu parte!, no conocía esa faceta tuya. —Noel
parpadeó ante la tontuna de su amigo—. Resulta que tu nuevo trabajo es
consolar a las mujeres en un ascensor.
—Solo nos dimos un abrazo, no es tan difícil de entender. —Todos habían
perdido la cabeza.
—Pues has tenido una mano fenomenal.
—¿Qué quieres decir? —Sebas lo había dejado de piedra y lo peor era que no
estaba dispuesto a soltar prenda, bufó—. ¡Joder, habla!
—Has escogido una buena pieza. —Por ese comentario, Noel enarcó una ceja
—A lo mejor ella me escogió a mí. —Quiso desviar la atención de ella hacia sí
mismo.
—Noel no permites que nadie se te acerque. —Sebas se inclinó hacia delante
—. Recuerda con quién estás hablando, te conozco hace muchos años y no me
engañas.
—¡Joder!, ya coincidí con ella otra vez y desde aquella fui incapaz de
sacármela de cabeza.
—Normal, es guapa con muy buen tipo.
—Y la tuve que abrazar, no sé por qué. —Alzó una mano para callar a Sebas,
su curiosidad se había despertado—.¿Qué pasa con ella?
—Es una recepcionista.
—No me cuentas nada nuevo, conozco los uniformes.
—Los dos os caracterizáis por tener menos paciencia que un caracol, aunque
ella te gana por goleada. —Sebas ya no bromeaba, aunque Noel percibió que el
corazón le golpeó en el centro del pecho.
—¿Y?
—Es conocida por todos, hasta por los clientes.
—Si está en la recepción es normal. —Noel sabía que Sebas estaba dando
muchos rodeos y le seguía el juego, así disimulaba sus ganas por arrancarle las
palabras.
—Cuando algún cliente se impacienta, le monta un pollo que por miedo se
sientan —le contó.
«¡Cómo me gustaría verla en acción!», se dijo a sí mismo.
—Entonces, le voy a proponer otro puesto, jefa de seguridad, ¿qué te parece?
—Noel se tomó aquello de coña.
—No es broma, Noel, es capaz de atar a los clientes al sofá que hay en la
entrada para que no se muevan.
—Los hay muy pesados, debes reconocerlo y muchos, aunque les digas equis,
quieren efe.
—No se corta a la hora de hablarles, algunos la evitan y van directamente a
Patricia —Sebas hizo referencia a la otra recepcionista.
«Ese carácter lo he vivido hará una hora», se acordó de su conversación en el
ascensor.
—¡Adjudicado! —exclamó como si fuese un subastador—. Será la nueva
guarda de seguridad.
—No es broma.
—Me estás diciendo que no es educada —afirmó Noel para que Sebas hablase
claro.
—Sí, lo es, pero Luna pierde la paciencia muy fácil, como tú, y según parece
tiene una vena choni cuando se enfada que no es muy agradable, has escogido...
«Así que ya no es ninguna desconocida, se llama Luna, bonito nombre», no
prestó más atención a su amigo y lo apuntó en su mente para no olvidarse de él,
aunque eso iba a ser casi imposible. En ese instante, la mezcla de nervios e
impaciencia lo hostigaron para hacer algo que debería haber hecho días atrás.
—Bueno a trabajar —despachó a Sebas.
—Ya me presentarás a tu nueva novia. —Sebas se levantó.
—¿Qué novia? —Noel quedó perplejo por aquella etiqueta que había puesto
Sebas—. Espera, espera, ¿has dicho que somos novios?
—Sí, se os nota —le contestó Sebas con una ligereza pasmosa—. Espero ser el
primero a la que se la presentas.
—¿A Luna?
—¡No hay más en la empresa! —Sebas se llevó las manos a la cabeza—. Oye,
no te despendoles tanto, deja un poco para lo demás, ¿vale?
—Lo que digas —mostró resignación y no el desconcierto que las palabras de
Sebas le originaron. En cuanto Sebas se marchó cerrando la puerta, gritó en voz
baja—: ¡¡¡Mieeerda!!!— Se llevó las manos a la cabeza, la había cagado . Si
Sebas lo había dicho, cabía la posibilidad de que la gente también pusiera voz a
esa misma palabra—. Todo el mundo piensa que es mi novia, joder.
Tras unos segundos de tremenda confusión, de la cual le fue imposible salir por
el lío en el que se había metido, al que había arrastrado a Luna y, si eso no era
suficiente, le había congelado la sangre, fue capaz de ver las consecuencias en
las que no había pensado, además de la comedia de absurdos en la que había
caído, ¡todos pensaban que tenía novia! Recolocándose en la silla, con un
hormigueo extraño en la barriga que lo ponía nervioso, carraspeó y movió el
ratón inalámbrico del iMac para acceder al fichero digital del personal de la
empresa al que tenía acceso. En el buscador puso su nombre y ¡VUALÁ!
Apareció una carpeta con su nombre que abrió con mucha curiosidad, enseguida,
picó en «Currículum» dispuesto a estudiarlo de cabo a rabo.
—Luna Placer Redondo —leyó en voz alta anonadado—, ¿se apellida Placer
Redondo?, ¿quién puede apellidarse así? Ella —razonó—. Menudos apellidos,
son los típicos que uno no se olvida con facilidad, eso desde luego. —Retomó
los siguientes datos—. Calle Te falta un tornillo, ¡¿qué?! —exclamó dejando la
boca abierta y miró hacia las esquinas del despacho y básicamente a todo lo que
le rodeaba—. ¡¿En serio existe esa calle?! —Sin dudarlo y creyendo que ella le
había tomado el pelo, googleó ese nombre y sí, para su estupefacción Google
Maps la localizó. Pinchó en la aplicación vista previa para volver al pdf—. Vale,
calle Te falta un tornillo, 28, segundo derecha. —Regresó a Google y esta vez
entró introdujo todos los datos, en cuestión de segundos tenía delante de sus ojos
un portal negro con el tirador en dorado—. Así que vives aquí. —Alejó la
imagen y se encontró con un barrio residencial, el típico de clase media—.
Seguro que esas casas huelen a fritanga. —Con click siguió leyendo—: Correo,
[email protected], joder, menudo email. —Se frotó la cara con las
manos, no estaba alucinando, lo siguiente—. Ya no estoy seguro de querer saber
más. —La curiosidad fue más fuerte, así que fue directo a la formación y alzó las
cejas asombrado, aquella chica no era una cualquiera—. Historia del arte por la
universidad de Santiago de Compostela, y máster de decoración por la Escuela
madrileña de Decoración terminado con excelencia y trabajó con ellos cinco
años... —Se perdió en sus años laborales, como en los proyectos que realizó y
dirigió—. ¿Qué hace este perfil en la recepción?
Noel se reclinó en la silla, clavó el codo derecho en el estrecho reposabrazos y
se pasó el dedo índice por encima del labio superior. Debía hacer algo, había
hecho que todo el mundo la llamase «su novia», por no saber calcular las
consecuencias. Debía solucionarlo...
—Un pequeño error puede favorecer a un bien mayor, —se dijo a sí mismo
meditando en voz alta en la soledad que lo rodeaba. Giró la silla para quedar
frente a la terraza y se perdió en el horizonte de rascacielos y otro tipo de
edificios que dibujaban el skyline donde sin verlo, el sol proyectaba sus rayos.
Su maquiavélica mente comenzó a funcionar como hombre de negocios que era
para sopesar todas las posibilidades y hallar la mejor salida para ambos sin
producir ningún daño. No le era muy complicado, siempre había conseguido lo
que se proponía, sin embargo, en esa ocasión no se trataba de negocios. Mirando
la hoja en la pantalla del ordenador, se apretó los labios con el pulgar y el índice
de la mano derecha con la mente en blanco, hasta que, de pronto, delante de sus
ojos estaba la respuesta. Cogió el teléfono y pulsó el uno para comunicarse con
su secretaria.
—Marisa, avisa a la señorita Luna Placer que venga a mi despacho —le ordenó
y colgó—. ¡El juego está a punto de comenzar!
8
Tras aquella proposición solo tenía una salida: «Mundo para que yo me bajo». El
viernes se convirtió en míster surrealismo. Lo miraba sin parpadear como si se
tratase de un fósil viviente que se exponía en el museo de historia natural, pero
una pregunta le surgió en sus adentros: ¿de dónde había salido ese hombre?
Quizás de una realidad paralela desconocida o de una novela turca. Aunque, a
medida que aquella absurda idea se iba asentando en su interior se quedaba más
y más boquiabierta por el atrevimiento de ese tipejo que se hacía llamar «jefe».
Luna tomó una bocanada de aire, porque había dejado de respirar para intentar
volver en sí, algo difícil, al estar delante de un hombre que no había por donde
cogerlo. De repente, soltó lo que llevaba dentro:
—Estás peor que las maracas de Machín. —La expresión de su cara lo decía
todo: estaba entre la sorpresa y el horror—. Si es una broma, por favor dilo.
—Hablo en serio.
Poco a poco, la parte izquierda del labio superior de Luna, cobrando vida
propia, se estiró en una mueca de asquete.
—Creo que mi cara está soltando subtítulos.
Él que estaba sentado frente a ella, tomó una postura como si de negocios se
tratase.
—Lo seremos delante de todos. Es decir, les seguiremos la corriente: les
haremos pensar que sí, somos novios, además, Deborah está muy celosa de ti, a
saber por qué, pero nunca la vi así.
—¡¡¡Estás loco!!! —Se levantó de un salto nerviosa y airada por el plan tan
patético que se le había ocurrido—. Les daremos más carnaza.
—Es bueno para los dos, callaremos bocas y...
—¡¡¡TENDRÁS JETA!!! —Alzó la voz más todavía por la cabezonería de él,
caminado por el despacho, seguía un camino imaginario—. Tú lo que no quieres
es ir solo a esa boda y lo peor de todo es que me utilizas para darle celos a tu ex,
¡eres un gilipollas de narices!
—Pues mira, lo has adivinado, no quería ir a esa boda, no pinto nada en ella,
ahora, contigo a mi lado, sí. Y lo repito: quiero solucionar el lío en que te metí,
no quiero que nadie hable mal de ti.
—Cabronazo —le escupió furibunda por todo lo que estaba escuchando.
—No eres la primera que me lo llama, pero escucha, —él también se levantó,
pero pegó el culo al borde de la mesa—: tú no saldrás perjudicada, ni yo
tampoco, es todo una pantomima, que solo tú y yo sabremos.
—No lo veo claro. —Se rascó la cabeza nerviosa. Introdujo las uñas entre los
mechones apretados de su pelo que estaba recogido en una cola alta.
—Te libraré de malos comentarios si todos piensan que eres mi novia, no
podrán decir nada, te tendrán que respetar sí o sí, es la mejor opción, estaremos
en esto juntos, para lo bueno y para lo malo.
Al oír aquel voto matrimonial le dio un parraque que no pudo contener:
—¡Esto es de locos, búscate a una amiguita que lo haga! —Cogió de nuevo el
bolso que había dejado en la silla de al lado para marcharse.
Esa vez, él se interpuso en su camino y en cuanto sus miradas se encontraron y
se engancharon todo comenzó a darle vueltas en la cabeza a Luna, pues aquellos
ojos verdes eran tan atrevidos que podían leerle el alma, no solo eso, sino que a
pesar de estar atrapada en su embrujo, pudo notar como la atracción fluía entre
sus cuerpos.
—Por favor, déjame explicarte.
Luna resopló.
—Digo no a tu absurda idea.
—Lo dejaremos todo por escrito —le dijo como si estuviera todo planeado.
—¿Cómo? —Estaba ojiplática y con el corazón a punto de salir del pecho
corriendo la maratón de San Silvestre.
—Por un contrato.
—Espera, espera. —Se separó de él, si estaba cerca su nariz captaría su
perfume y flaquearía y le diría a todo amén, algo a lo que no estaba dispuesta,
mientras que se daba cuenta que la gilipollez masculina no tenía límites—. ¿Esto
va a quedar escrito en un contrato?
—Así es —asintió él, con los brazos cruzados.
—Será legal, me imagino, porque no quiero que sea más falso que el top
manta.
—Todo es legal, te doy mi palabra. —Luna lo miró y descubrió que no había
mentira en esos preciosos ojos verdes que brillaban bajo la luz de los leds—. Por
favor, sentémonos.
Él se dirigió hacia su escritorio, de donde cogió un folio.
—Aquí he puesto las cláusulas que he pensado más normales.
—En esta empresa la gente normal está en serio peligro de extinción —le
encasquetó sin apartar los ojos de la peligrosa hoja en blanco.
—Siéntate —le ordenó.
—Estoy bien de pie, muchas gracias. —Él le separó la silla muy cortés y Luna
al final le obedeció, él se sentó frente a ella.
—¿Cómo te llamas? —Aquella pregunta lo había pillado desprevenido—. No
me mires con esa cara de besugo, si nos vamos a hacer pasar por novios debo
conocer tu nombre de pila.
—¿No lo sabes? —Enarcó una ceja extrañado.
Marisa y Deborah lo habían dicho, pero quería que él lo dijese.
—Te conozco como el señor Hammond.
—Noel.
Con la boca abierta de par en par y las manos en las mejillas, la venganza era
suya.
—¡Haaala! como Papá Noel —exclamó asombrada por su nombre de pila.
—¿Qué? —Él parecía cortado por ese comentario.
—Te llamas como Papá Noel, Noel Hammond, —a propósito Luna pronunció
su apellido pronunciando la hache como si fuera la jota española—. ¡Claro!,
Papá Noel me trae un jamón. —Cerró la mano derecha salvo el dedo índice y el
pulgar, que al girar la mano hacía el gestó de enroscar y desenroscar algo—.
Noel Hamond —repitió para que cogiese la broma, a él se le resistía.
—Ya. —Se pellizcó el puente de la nariz.
—Pensabas que te iba a decir que te llamas como Noel Gallagher, eso es muy
normal para ti.
—Dame paciencia, Señor, qué mujer. —Le señaló el folio—. Lee, por favor. —
Noel respiró hondo, estaba claro que la seriedad y la naturaleza firme eran rasgos
característicos de su personalidad.
Luna tragó antes de leer en voz alta:
—Durante dos meses las partes fingirán ser novios o prometido; Las partes en
ese tiempo no hablarán de temas privados, ni se meterán en la vida del otro ni la
cuestionarán. Me parece fetén, hasta ahora. Sigo: Prohibido enamorarse, —alzó
los ojos para mirarlo, debía de ser el tío más atractivo en el que había posado la
vista jamás. Era alto, era fuerte y los trajes le quedaban de muerte—: Ni de puta
coña, ¿quién se va a enamorar de ti?
—Eso mismo pensaba yo.
—¡Anda! Estamos de acuerdo en algo. —La impaciencia también era habitual
en él.
—Lo pensaba de ti —le encasquetó con esos deslumbrantes ojos verdes que
irradiaban chiribitas a los cuatro vientos. Se le antojó aún más perfecto si cabe
que en su espantoso primer encuentro—. Aunque en mi caso habría muchas
mujeres encantadas por estar en tu lugar. —Estirado como un pavo real, se
colocó bien la corbata.
—Pues tráelas, me harían un favor, así no vería tu cara iguana con gorrito de
Navidad.
—¡Quién fue a hablar! —Soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás en
la silla, aquel sonido le hizo eco en el corazón, que comenzó a latir a un ritmo
distinto—. La que se apellida Placer Redondo.
Ofendida no se calló:
—Lo dicho, tienes menos gracia que un perezoso, y normal que estés soltero,
es imposible enamorarse de ti.
—Ya tengo a ti de pareja, no necesito a más mujeres.
—No me he encontrado nada igual, investigando a tus conquistas, normal,
debes ser el único hombre que estudia donde la mete, antes de que se le caiga a
trocitos.
Él dibujó una sonrisa sesgada, que le arrebató el aire de los pulmones, de
seguido le humedeció las braguitas, o al menos eso creí ella, dado que no era
inmune a ese gesto que le resultaba tan sensual y sexual a la vez.
—Sé dónde la meto. —A Luna le estaba costando recuperar el aliento, no se
creía esa respuesta de él—. ¡Oh!, te he dejado sin palabras, ¡esto es una proeza!
—A chuletas sin denominación de origen no respondo. —Al final, Noel se
mostró su verdadero semblante: le echó una mirada impaciente con la que la
escudriñó y la obligó a concentrarse en el contrato de nuevo—. En este tiempo
ninguno de los dos mantendrá relaciones con el sexo opuesto, estoy de acuerdo
y yo añadiría «para mantener la pantomima, por si se le olvida alguno de los
dos».
—Lo haremos.
—Luna siempre estará disponible para Noel cada vez que él así lo requiera,
de día, de noche y lo acompañará a todos los eventos sociales. —Abrió la boca
fastidiada por ese punto—. ¡¡¡Esto sí que no!!! —El licor se le hizo bola en el
estómago—. Necesito mi vida, ¡tengo una vida!
—Somos pareja, donde yo vaya, tú vendrás.
—Con que con esas tenemos —él asintió—, muy bien, donde vaya yo, tú
también estarás. —Noel bufó—. ¡Eh!, nada de rechistar o me piro vampiro,
cayetano.
—No me llamo cayetano —le respondió, seco.
—Es tu segundo nombre y te informo: o es igual para los dos, —se echó hacia
delante apoyando un brazo en el borde del escritorio— o esta que está aquí, esta
motomami, se va.
—¿Eres madre?
—O una de dos, o te han abducido los extraterrestres y te han secado tu masa
cerebral si la tienes, o eres un melón con orejas —Chasqueó la lengua—. Sé que
me has investigado y ya sabes que no tengo hijos.
—No te he investigado.
—Lo que tú digas. —No se creía nada de él—. O es igual para los dos o no hay
trato.
—Está bien.
—Así, me gusta, niño bueno. —Le guiñó un ojo y siguió leyendo—. Las
partes no se mirarán fijamente a los ojos ni se observarán, pero, ¿qué ridiculez
es esta? —Ella estaba asombrada de la tontería de los ricos.
—Es de mala educación mirar a alguien a los ojos —le contestó uniendo las
yemas de los índices sobre los labios.
—Lo que tú digas. —No se podía luchar contra el pijerío—. Si se rompe
cualquier cláusula o se hace público lo aquí establecido, el contrato quedará
roto de inmediato. —Ella levantó la cabeza con rapidez—. ¿Esto significa que
no se lo puedo decir a nadie?
—Así es, solo lo sabremos tú y yo.
—Oye, que se lo tengo que contar a mi abuela y a Roy.
—¿Quién es Roy?
—No sé para qué preguntas si ya debes tener mi ficha policial y la talla de
sujetador que utilizo, y no me vengas con que no me has investigado. —Él a eso
dio una callada por respuesta—. ¡Sabía que me has investigado!
—Todavía no.
—Roy es mi mejor amigo, ¿sabes de eso que se llama amistad? —Lo quiso
chinchar.
—Sí, Sebastián es el mío, pero no deben saber nada o dejará de ser un secreto,
y es más, corremos el riesgo que se vaya extendiendo por ahí —razonó.
—Hay que contarles que somos pareja, ¿a ti te ha picado una velutina o qué?
—A Luna nunca le gustaron los secretismos ni las mentiras y estaba cayendo en
un juego que debería fingir lo más grande.
—¡Qué mujer por Dios! —Noel se tapó la cara con las mano antes de mirar al
techo.
—No has visto nada —le advirtió a modo de amenaza.
—Vamos a ver, claro qué les diremos qué somos pareja, pero el contrato debe
quedar entre tú y yo.
—Dame tu palabra.
—La tienes desde el momento que has entrado a este despacho —contestó con
expresión comprensiva al mismo tiempo firme.
—Espero que juguemos en el mismo campo de juego o te vas a arrepentir,
señorito «jamón». Además, ahora me toca a mí poner mis cláusulas.
—No acabaste de leer las mías —le recordó.
—Las aceptó, porque no me queda más cojones, y si digo que no me las harías
firmar casi a la fuerza, ¿o me equivoco?
Él se levantó en silencio, y se puso a su lado. Ella sin querer, giró el cuello con
la mala suerte que sus ojos tropezaron con las caderas de él y no solo vio la
reluciente hebilla del cinturón, sino algo más.
«¡Ay la madre del cordero!, este cayetano está plano», le advirtió su voz
interior.
¡El pantalón del traje, el cual era el mismo que el de por la mañana, no
marcaba nada! NADA, estaba completamente plano.
—Toma —le tendió un boli—, escribe lo que quieras y lo firmaremos.
Al quitarle la tapa de diseño, pues se notaba que era caro, descubrió una pluma
estilográfica.
—¡Ay, mira, una pluma!
—No aprietes mucho, que se puede verter toda la tinta —la avisó.
—Hay otras cosas que no perderían ni una gota. —Miro de reojo a su
entrepierna.
—¿Decías algo?
—No, nada. —Carraspeó antes de ponerse a escribir todas las cláusulas que
quiso sin comentarlas con él, como él había hecho con ella, iba a tomar de su
propia medicina. Por último, lo firmó—. ¡Venga, ya está!
—¡¿Qué es esto?! —exclamó él con los ojos desorbitados y pálido como el
folio al repasar rápido las cláusulas que ella había añadido.
—Lo mismo que tú has hecho conmigo, ¿creías que ibas a salir ganando? —
Luna hizo varios clics palatales—. No, guapito de cara, tengo el mismo derecho
que tú en pedir ciertas cositas al ser mi novio.
—Está bien, lo veo justo —aceptó él sin meditarlo. Lo firmó con la mandíbula
apretada, eso conseguía que las líneas de su bello rostro se tornasen más
cuadradas de lo que eran. El alma de Luna suspiró a la vez que el espacio que
había entre el corazón y la cabeza se llenaba de una emoción extraña a la que no
le daba la gana de ponerle nombre. Se centró en lo feliz que estaba por haber
aprendido una nueva lección: Cómo fastidiar a tu jefe sin que te pueda echar—.
Un placer.
—No tanto.
10
—Tengo miedo —soltó de repente temblando como una hoja, a medida que el
coche de Noel se acercaba a la puerta principal de la empresa.
—¿Tú? —No disimuló su asombro.
—Y si se me escapa lo del contrato, a lo mejor no puedo controlar la lengua —
expuso el amasijo de dudas que la asaltaban.
—Luna.
—No sé disimular, nunca fui capaz, mis caras me delatan, claro, tú no te
mueves de tu cúpula de cristal, pero yo hablo con Patricia y me conoce, a lo
mejor tú estás más acostumbrado a fingir o a mentir, yo no puedo, ¿vale? —A
causa de los nervios ni se enteraba de que no respiraba.
Noel aparcó unos metros antes de llegar a la empresa, se desabrochó el
cinturón de seguridad para volverse hacia ella. Él le rodeó el rostro con las
manos y esa calidez que desprendían fue el antídoto que poco a poco le fue
calando para que se calmase.
—Luna, a los dos nos afecta, porque yo también tengo que hacerle creer a
Sebas que estamos juntos.
—Y a Deborah.
—Ella me importa un carajo, pero lo que sí te pediría es que me dijeses si te
pasa algo o alguien se mete contigo, que no debería pasar. —Ella asintió,
aunque no entendió por qué se lo pedía y no se le preguntó, no estaba para eso,
ya tenía bastantes preocupaciones encima—. Por favor, tranquilízate. Ahora
vamos a entrar por la puerta principal —la informó sin soltarla.
—¡Eso se avisa antes! —Jamás había estado tan asustada.
—Atiende, si queremos que nos crean, debemos hacer una entrada pública.
—Lo que quieres es entrar por la puerta grande como un torero —protestó
ella. Noel no ayudaba—. Te recuerdo que me obligaste a esto.
—Y tú aceptaste —también le refrescó la memoria. Se acercó a su oído y le
susurró travieso—: Ahora vamos a salir ahí fuera para reírnos de las caras que
van a poner. —Aquella malicia la hizo sonreír y le aflojó un poco los miedos.
Noel aparcó delante de la puerta de entrada para que toda la empresa supiera
que tenía una relación con Luna. Se bajaron y él la cogió de la mano. Luna se
fijó en que encajaban a la perfección y, de inmediato, nada más entrar en
contacto, un rayo le electrificó su piel para ir directo a su corazón, haciéndolo
vibrar. Alzó la vista al tiempo que Noel la bajaba y, con las miradas prendidas,
en medio de la calle, el ruido de los coches, los transeúntes que pasaban por
delante de ellos desaparecieron, a causa de aquella corriente que produjo que
sus almas creasen una burbuja que los alejaba de la realidad, del mundo, para
quedarse solos y cobrasen conciencia del otro de un modo que antes no
conseguían. Algo había cambiado entre ellos, ninguno supo qué. Los minutos
transcurrieron lentos, hasta que el sonido de una alarma los devolvió a la
realidad. Dentro, habían causado una gran expectación, todos los ojos se
posaron en la nueva pareja que entraba con paso firme sin esconderse.
En el ascensor, Noel pasaba por los dedos de la mano derecha la yema del
pulgar, allí donde todavía percibía el tacto aterciopelado de Luna, que le había
dejado un cosquilleo ¿real o imaginario? No sabía que apellido ponerle, lo único
seguro era que esa chica le producía sensaciones que nunca había
experimentado.
Todo era raro cuando estaba con Luna.
Con ella a su lado se sentía un extraño dentro de sí mismo.
«Tengo miedo», le había dicho en el coche. ¿Cómo era posible que una mujer
como ella que no se amilanaba ante nada ni nadie pudiera decir eso? Pero ver lo
asustada que estaba, ver cómo esa emoción la envolvía y se reflejaba en sus
bonitos ojos marrones lo obligó a consolarla, a decirle palabras que jamás
hubiese dicho, porque en situación normal le diría: «tú solo calla y hazlo», esa
sería su reacción normal, pero con Luna... Sintió la necesidad de protegerla de su
error, el abrazo. Con ella no podía contenerse y su lado más frío, ese bajo el cual
se escondía, ya no le servía de nada, debido a que un sentimiento salido de lo
más hondo de su alma, le dominaba el corazón y mente.
Recordó unas palabras de su abuelo: «A veces hay que mirarlo todo desde la
distancia». Inclinó la cabeza hacia abajo y comprobó que ella había sido sincera,
nunca le había mentido a nadie y dio en el clavo, a él no le costaba. Pero hubo
una diferencia que la soledad metálica del ascensor le mostró: la caricia que le
había dado no era una farsa. Con el corazón aporreando el centro de su pecho, en
cuanto las puertas se abrieron, salió al pasillo y una idea peregrina le sobrevoló
la mente, solo duró unos pocos segundos, aunque la cogió al vuelo.
—Marisa, más tarde miraremos la agenda —le dijo a su secretaria que se había
levantado nada más verlo—, por favor llama a Sebas. —Le pidió pasando por
delante de ella. Con el pomo de la puerta en la mano volvió a hablarle—: Por
cierto, la señorita Placer y yo estamos saliendo. —Pudo comprobar como Marisa
se quedó de piedra, lo que le hizo gracia—. Recupérate, Marisa. —No pudo
reprimir ese comentario.
Lo que más le sorprendió, una vez que se metió en su despacho, el lugar, junto
a su casa, donde podía ser él mismo, siempre y cuando no hubiese nadie con él,
fue haberlo comunicado con esa facilidad tan pasmosa, no se trataba de una
mentira convencional, era algo serio que cambiaría la percepción de todos por
estar saliendo con una empleada, sin embargo, lo había dicho con tal tono de
franqueza, que hasta él mismo se lo creía. Se sentó en la silla del escritorio y
movió el ratón, la pantalla se iluminó y apareció el currículum de Luna, que
observó sin verlo. Unos golpecitos en la puerta lo sacaron de sus disertaciones
mentales.
—¿Se puede? —Sebas abrió la puerta.
—Pasa, pasa. —Clavó los codos en la mesa y se tapó la boca con los puños.
—¿Querías verme? —Sebas se acercó con paso lento al escritorio.
—Luna y yo estamos saliendo juntos —soltó sin ningún tipo de dificultad.
Sebas lo sabía todo de él, guardaba su amistad por encima de todo y confirmó
que no le dejaba ningún resabio amargo el contar aquella mentira. Su amigo
quedó petrificado—. No me mires con esa cara, después de lo del ascensor,
decidimos no seguir ocultándolo por más tiempo. —El silencio de Sebas le
llamó la atención, lo miraba parpadeando con cierta rapidez sin moverse—.
Puedes decir algo, está permitido.
—Estáis... —Se le cortaron las palabras—. ¿Juntos?
—Sí.
—¿Desde cuándo?
—¿Y eso importa? —Le devolvió la pregunta.
—No lo sé. —Sebas movió los ojos de un lado a otro sopesando aquello—. De
ahí el abrazo.
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Bueno, no sabía cómo iba a funcionar, —enredó más la mentira—, tú me lo
dijiste, es una mujer imprevisible, sus reacciones son inesperadas y, bueno, no
me la puedo quitar de la cabeza. —Eso último sí era cierto, Luna se había
clavado en su cerebro con una caja entera de chinchetas.
—A ver, es guapa.
—Cuando se lo propuse ella aceptó —finalizó, haciendo referencia al contrato.
—Lo que me preocupa es que con el carácter que os gastáis los dos, vuestras
discusiones deben ser como la erupción de un supervolcán.
—De momento no hemos discutido.
—¿Y va a seguir en la recepción?
—Quiero que veas esto. —Le hizo una seña para que se acercara y mirase el
ordenador.
Noel se apartó, de esa forma le daba espacio suficiente para que leyese. El
semblante serio de su amigo, de repente, se convirtió en el reflejo de la sorpresa.
—¿Qué hace en su puesto actual? —Era la misma pregunta que él se había
formulado.
—Eso me gustaría saber —Se rascó la barbilla—. No le pregunté, no quiero
quedar como un cotilla y sospeche que he mirado su currículum. —Noel se
encogió de hombros, era cierto que no le había preguntado por una sencilla
razón: Luna sabía que le había mirado el currículum.
—Vamos a ver, Noel, reacciona, ¿vale? —Giró el rostro hacia él—. Es tu
novia, por lo tanto, la persona en la que más confías.
—Tú también estás en esa categoría —matizó.
—Excluyéndome a mí, —señaló a la pantalla—, con este currículum que tengo
delante debería estar aquí, a tu lado.
—Es lo que estoy pensando, —dijo una verdad como una catedral, porque lo
había meditado toda la noche—. Quiero que sea mi ayudante, pero quería tener
tu visto bueno.
—Lo tienes. —Sebas revisó de nuevo aquella información antes de erguirse—.
Nos puede sacar adelante muchos de los contratos que tenemos. Es más, tiene
mejor currículum que Melisa.
Noel no esperó un minuto más y descolgó el teléfono para llamar a la
recepción, si la suerte lo acompañaba, sería ella quien lo cogiese.
—¿Sí? —Ahí estaba su voz, más suave de lo normal, que le acarició el oído
para terminar en su corazón.
—Luna, soy yo —se dio a conocer.
—¿Por qué llamas? —Su tono se tornó más agudo, como si le desagradase.
—Sube a mi despacho —le ordenó.
—¿Por qué?
—Tenemos un asunto que tratar.
—Yo contigo no.
—Es tu novio, no seas tan brusca. —Noel escuchó la regañina de Patricia, lo
siguiente fue un bufido de Luna—. Subo ahora, no me queda más remedio —le
colgó.
—Gracias.
—Ya viene. —Dejó el teléfono en su sitio.
—Tío —Sebas le puso una mano en el hombro—, me alegro de que hayas
encontrado a una chica tan especial, porque te preocupas y eso solo puede
significar que te ha llegado al corazón. Sabía que no todo estaba perdido contigo
en el amor. —Su amigo le guiñó un ojo cómplice y a Noelle dio un escalofrío en
la columna vertebral.
«¡AMOR!», gritó su cerebro. ¿Qué decía el tarado de su amigo? Alzó las cejas
en señal de incomprensión. «Amor, ¡venga ya!».
14
En esa semana el cambio fue sustancial no sólo en Luna, quien se vio obligada a
dejar a Pat en la recepción, sino que el despacho de Noel, un claro ejemplo de
modernidad, —un espacio abierto y luminoso de líneas sencillas, sin ornamentos
innecesario—, le proporcionó a Luna su propia zona de trabajo, convirtiéndola
en la reina Artura con su mesa redonda pero sin caballeros, a no ser que fuese
Noel.
Durante esos días en los que tuvo que poner todos sus sentidos para ponerse al
día con todo lo que conllevaba ser la ayudante del jefe, descubrió en Nole
Hammond a un hombre paciente que no le importaba dejar lo que estaba
haciendo para ayudarla con lo que fuese o explicarle aquello que no le quedaba
claro. Para su asombro puso a su disposición aquellos contratos firmados en los
que se iba a trabajar, o los proyectos que la empresa ya había comenzado,
algunos no quedaron a su alcance, debido a que le pertenecían a Melisa. Su
memoria era prodigiosa, le permitía hablar sin tener ningún tipo de información
en las manos. Era un hombre exhaustivo y ordenado con una imperiosa facilidad
de concentración, cuando eso sucedía, las sinuosas líneas de su rostro, como se
fijó Luna, se relajaban y mostraban a ese hombre joven que disfrutaba con lo que
hacía, dispuesto a hacer alguna broma fácil que relajaba el ambiente y a la propia
Luna. Aunque algo era indudable: lo tenía todo bajo control; todo estaba bajo su
férrea supervisión; todo estaba archivado en su mente, sin espacio para nada
más. Eso lo había conducido al éxito.
En más de una ocasión se descubrieron mirándose, compartiendo una cercanía
que a ninguno les molestaba, en más de una ocasión, Noel dejó su escritorio para
trabajar en la mesa cerca de ella. Se buscaban de un modo inconsciente que
asombraba a quien entrase por la puerta, fuese Marisa o Sebastián. A veces,
Luna debía salir a la terraza para tomar aire, ya que por momentos era débil,
como ese instante en el que se volvió patosa y el boli salió disparo al suelo y los
dos a un tiempo se agacharon para cogerlo, así se rozaron con la punta de la
nariz, ninguno de los dos se movió, anhelaban detener los minutos mientras se
sentían. Ella sería débil por derretirse por sus huesos, pero a él debían ponerle
unas cuantas multas por ser demasiado atractivo. Su vía de escape, centrarse en
el trabajo, mantener la mente ocupada, al igual que su vista, lo que le llevaba a
robarle horas a la noche para adelantar y estar a la altura de lo que se esperaba de
ella.
Ese viernes salieron antes, pero Luna continuó con la conversación:
—¿Por qué no puedo ver el proyecto de habitación infantil?
—Es de Melisa y trabaja con mucho celo —le respondió Noel metiéndose en el
tráfico—. La semana que viene tenemos una reunión, allí veremos lo que ha
ideado.
—¿No te enseña nada? —Frunció el ceño.
—Confío en ella. —A causa de esa respuesta, Luna echó la lengua en una
expresión de asco. Ella no se fiaría de nadie relacionado con Deborah, no se
podía meter ni decirlo, era decisión de Noel y la respetaba.
—Vale. —Un pinchazo de desilusión le cruzó el corazón, porque gracias a él
había recuperado la tableta gráfica.
—Si fuese mío no me importaría dártelo. Te daré otros.
—Será la decoración de una cuadra de caballos, seguro.
—No exageres.
—Cuando lo vea me lo creeré. Pero, una pregunta, ¿por qué te interesa que esté
en las reuniones? —Aquella duda le había surgido el día que se lo comunicó y
no encontró el momento de preguntarle, cambiaban de tema casi constantemente.
—Quiero que vivas de primera mano nuestra dinámica, que aprendas cómo
trabajamos con el cliente. —Noel volvió a mirar por el retrovisor. Luna
aprovechó para perderse en el silencio en el que cayeron para ver por la
ventanilla el tráfico, o los grupos de gente que se iban a cenar o a tomar algo.
¿Cuánto tiempo hacía que no se iba de cañas?—. Sé que lo harás —dijo él con
frialdad—. Para ese día te aconsejo que no des ningún tipo de idea, ni hables, es
cosa de Melisa.
—Me lo grabaré a fuego. —Luna volvió la vista hacia él que estaba más
pendiente del reflejo del retrovisor—. Oye Noel, debo confesarte que mis
sentimientos por ti han cambiado en estos días.
—Perfecto —le contestó. Sus sospechas eran ciertas, ¡pasaba de ella! Abrió la
boca con indignación y cuando se lo iba a reprochar, él soltó—: Un coche nos
sigue y creo que es la prensa.
—¡¿Disculpa?! —Luna se giró en el asiento para mirar hacia atrás.
—No, quieta —él le puso la mano en la pierna para intentar tranquilizarla—.
Que no sospechen que los hemos descubierto. —Ese aviso fue suficiente para
que Luna bajase la ventanilla, sacase el brazo y les hiciera una peineta—. ¡¿Qué
haces?! —Le dio un pequeño tirón en la blusa.
—Una peineta y no te pongas histérico que yo estoy temblando.
—¡Joder, Luna! —Dio un golpe en el volante—, ¿no te dije que te mantuvieras
quieta?
—¡Cabeza de chorlito!
—No grites.
—Has empezado tú y ahora, con todo tu papo gordo, me dices que no lo haga
—Apretó los muslos con las manos en un ejercicio de contención—. ¿Cuándo
tenías pensado decirme que te persigue la prensa?
—Tras el comunicado de la boda de Deborah, me siguieron y como no
consiguieron nada, pararon, no sabía que continuaba la vigilancia —le habló con
sinceridad.
—¡Oh, Dios mío, voy a salir en la tele con un cayetano! —Se dio cuenta de ese
detalle.
—No es para tanto.
—Habló el Supermán que tiene todo bajo control y le falla la memoria más que
una escopeta de feria. ¡Estás hablando de un paparazzi! Su trabajo es conseguir
imágenes.
—Tienen tu peineta. —Estiró los labios en una mueca—. Esta noche te invito a
cenar.
—¿Por qué? —Agitó la cabeza desconcertada—. No me apetece cenar contigo
—¿Hay que explicarlo? —Le devolvió la pregunta, pisando el acelerador para
meterse entre otros coches.
—Estaría bien que por una vez en tu vida me cuentes algo.
—Si te llevo a tu casa sabrán donde vives.
—¡Mi abuela! —A Luna se le desprendió la mandíbula al asfalto, convirtiendo
el coche de Noel en el de los Picapiedra. No dudó y sacó el móvil del bolso.
—¿Qué haces? —Él le pedía explicaciones.
—¿Dígame? —Se oyó la voz de una mujer entrada en edad, aunque jovial.
—Abuela, no me esperes para cenar, voy a cenar con un compi de trabajo.
—No llegues tarde, cariño —le pidió.
—Un beso.
—Otro. —Colgó y lo guardó de nuevo en el bolso—. Creo que ya tienes tu
respuesta.
—¿No le dijiste lo nuestro? —Noel tenía los ojos ligeramente entrecerrados y
su rostro estaba serio, parecía que le había molestado.
—Para empezar, entre tú y yo no hay nada, solo tu mierdicontrato que me
causa más problemas que otra cosa, y como tampoco le puedo decir que estoy
metida en una absurda pantomima...
—¿Y a tu amigo? —La interrumpió.
—Tampoco. —Noel gruñó—. Oye, ¿tú se lo dijiste a tus padres?
—No.
—Pues estamos empatados.
Tras eso, Noel se centró en despistar al coche de los paparazzi, esquivando a
otros hasta se metió en una rotonda y al tomar una desviación se relajó al
volante, mucho más cuando se metió en el Parking Atocha, donde tenía una
plaza para él.
—Ahora, ¿qué haces? —le preguntó Noel al ver cómo sacaba algo del bolso.
—Vas a ver cómo una mariposa se transforma en mujer. —Abrió la bolsa de
congelados donde guardaba un par de medias más monas.
—Pero, ¿qué...? —Noel fue incapaz de decir nada más, al ver cómo levantaba
el trasero y se sacaba las que tenía puestas para ponerse unas que solo le
llegaban a mitad del muslo. Se deshizo la cola que le sujetaba el pelo y con una
pequeño cepillo su melena quedó lisa. Luna lo miró y le sonrió, él solo
parpadeaba impresionado—. ¿Todo eso te coge en el bolso? —Lo señaló como si
se tratase de un objeto extraño.
—Aprende esto: los bolsos, como los caminos del señor, son inescrutables. Ya
está, nos podemos ir.
16
Antes de salir del parking, Noel entrelazó una mano con la de Luna, así fueron
caminando durante un rato hasta llegar a la Ferretería, un restaurante de moda,
que hasta fue visitado por los reyes y al que Luna en más de una vez suspiró por
ir. No se lo había propuesto a Roy, porque al estar en paro no quería hacerlo
desembolsar un buen puñado de billetes, además, sabía que era muy aficionado a
la tecnología, había pagado varios cursos para mantenerse actualizado y Luna
era comprensiva, como él lo era con ella. Pero, ahí estaba con su novio más
postizo que una dentadura, entrando en el local. Un amable camarero al ver a
Noel, se acercó rápido y les ofreció una mesa que había en la esquina de una sala
que se ubicaba en una de las antiguas carbonerías del siglo XVI. Luna estaba
encantada, miraba con ojos de niña pequeña como los muebles del antiguo
establecimiento casaban a la perfección con los propios de la hostelería sin
chirriar, consiguiendo que la antigüedad se uniera a la modernidad de un modo
espectacular. A eso se le sumaba que ningún color desentonaba, pues se habían
agregado a la madera como al rojo del ladrillo, colores claros como el beige de la
tapicería de las sillas. Para ella, una licenciada en Historia del Arte, era estar
dentro de la fragua de Hefesto.
—Luna, ¿por qué todavía te vistes con el uniforme de recepcionista? —Luna
no se tomó a mal esa pregunta, era lógica y el uniforme más que evidente,
aunque se hubiera bajado un poco la falda o se desabrochara algunos botones y
levantase el cuello.
—Tiene que ver con que a nadie le hablé de ti ni de mi ascenso. No quiero que
sospechen.
—¿Por qué?
—Lo mismo pregunto —afirmó cuando el camarero les sirvió la botella de
agua que habían pedido.
—No vivo con mis padres, solo nos vemos en ocasiones importantes, no voy
mucho por su casa, —se encogió de hombros—. Cada uno va un poco a lo suyo.
—¿No tenéis vida familiar? —Aquello cogió de sorpresa a Luna, nunca se lo
hubiera imaginado.
—Siempre fuimos bastante a lo nuestro, pero en estos últimos meses,
básicamente es por mi madre, no me perdona lo de Deborah, pero no creo que tu
abuela sea así.
—A ver, hay un problema, —se echó hacia delante y bajó la voz para que el
resto de los comensales no se enterasen—, eres mi jefe y eso no le va a gustar.
Es una mujer a la que no le gustan determinadas compañías para que favorezcan
a alguien, quiere que lo que consiga lo haga por mis propios méritos y no por un
hombre o por acostarme con uno. Tampoco se montará ningún drama, ¿sabes?
No me va a quitar el saludo y a ti te aceptará bien.
—¿Cómo a tus otros novios?
—Vaya, vaya, tienes activado el «modo cotilla» —soltó una risilla nerviosa y
él escondió la sonrisa en la copa de agua—. Nunca le presenté a nadie —
respondió muy seca, para no declarar que él tendría el puesto número dos. Él
asintió—. Mi vida amorosa desde hace muchas décadas —exagero el tiempo—,
es más aburrida que una ameba. La verdad, espero tardar en llevarte a mi casa,
¿para qué decirles que estoy con un hombre, que es mi novio, con el que no
tengo nada, ni sentimientos, para luego cortar? —razonó ella—. Cada uno
tenemos nuestros motivos para no hablar del otro. También te digo, nunca oculté
algo durante tanto tiempo.
—Por mi culpa —asintió Noel cabizbajo jugueteando con el tenedor.
—No, —Noel alzó los ojos a ella—, por la tontería de tu contrato. Pero ahora
lo hecho, hecho está, lo único que podemos hacer es conocernos.
—Muy bien, —aceptó contento.
—Qué abierto te muestras hoy, otras veces, pareces una ostra. —Luna
alucinaba con Noel, a veces le permitía hablar de temas que no eran el trabajo,
podía hacer bromas, otras, por el contrario, era tan cortante que se le quitaban las
ganas de abrir la boca. Tenía un humor bastante cambiante.
—Me cuesta confiar en la gente, no porque me sienta alguien importante, hay
personas más importantes que yo, pero la información da poder, vale dinero. Por
el resto, soy muy normal.
—Lo dudo.
—Cuando llega el fin de semana puedo bajar al gimnasio comunitario y luego
trabajo o veo documentales o series.
—Eres de los que llevan el trabajo a casa —apuntó Luna más para sí misma
que para él.
—A veces no queda más remedio.
—Y te gustan los documentales.
—Sobre todo los de medio ambiente, siempre intento contribuir en casas y
proyectos más sostenibles.
—Como ese hotel del que me enseñaste la maqueta.
—Sí, es mi mayor ambición —dijo con orgullo que brilló en sus ojos.
En ese instante la conversación se paró al aparecer el camarero con varios
platos para compartir, lo que confirmó Luna con la aparición de otro camarero,
en la mesa había overbooking.
—Señor, como siempre, invita la casa.
—Gracias.
Luna se quedó de piedra en la silla a pesar de que su estómago rugía más que
un león marcando su territorio, lo cual debería darle vergüenza por sí oídos
ajenos lo escuchaban, pero lo que acababa de escuchar la había cogido tan
desprevenida que nada le interesaba. Miró hacia los lados con la cabeza un tanto
inclinada hacia abajo y movió los ojos de un lado a otro para dar forma a la
pregunta que tenía entre la garganta y la punta de la lengua.
—¿Cómo que invita la casa? —Miró al camarero que se marchó con una
sonrisa, luego, a Noel—. No entiendo qué pasa aquí.
—¿No lo entiendes o no quieres entenderlo? —Ladeó la cabeza para mirar las
paredes del restaurante y una afirmación se asentó en ella.
—Tú diseñaste los espacios —afirmó sin apenas aire en los pulmones.
—Y lo decoramos.
—¡Hala! —Noel se mostró ante ella como un tipo encantador y misterioso,
también impredecible, pero no se daba ínfulas de importancia—. Debo ser
sincera, has cumplido uno de mis sueños, venir aquí.
—¿Es tu primera vez?
—Sí, no tenía con quien venir y te doy mi enhorabuena, ha quedado genial. —
Tras un repaso rápido a la carbonería, le dedicó una sonrisa—. Me gusta.
—Ahora te puedo confesar un secreto.
—¡Uy! Esto se pone interesante. —Luna se sirvió de un plato un poco de
pollo, ya no podía aguantarse más, cuando el hambre apretaba y apremiaba, todo
lo demás perdía un poco de importancia.
—Vamos a sacar nuestra línea de productos de decoración —le confesó, tras lo
cual se sirvió en su plato.
—Interesante evolución —le respondió después de tragar.
—Eres la tercera persona que lo sabe, te pido discreción.
—Por eso mismo, no deberías confiar en una desconocida como yo, puedo ir
por ahí aireando.
—Sé que no lo harás —afirmó él rotundo acompañado por una mirada tan
intensa que a Luna se le revolucionaron todas las terminaciones nerviosas y, al
ver cómo masticaba con lentitud sintió que era a ella a quien comía, lo que
provocó que una presión cargada de deseo sexual, de repente, se asentara en su
bajo vientre y apretó los muslos.
—¿Cómo estás tan seguro? —No supo cómo fue capaz de hablar.
—Ya no eres una extraña. —Esa declaración consiguió que el tenedor se
quedase a medio camino de la boca de Luna mientras las voces del restaurante se
iban apagando sin ella darse cuenta. Dejándolo en el plato, agitó la cabeza, debía
salir de su influjo. Aferrándose a todas sus fuerzas, se debía mostrar impasible,
por eso hizo el gesto de la cremallera sobre los labios—. Soy una tumba, pero,
¿quién me quitó el puesto dos?
—Sebas.
—No me extraña, y dime, «jamón», —Noel puso los ojos en blanco—, ¿por
qué tengo el honor de estar en el podio?
—Estos días te he observado.
—Has roto el contrato. —Luna no se cortó un pelo en recordarlo.
—No —negó él que lo había pillado con el equipaje.
—Una de tus cláusulas era que no podíamos observarnos, ¿te refresca eso la
memoria?
—He observado el modo en que trabajas —quiso salir del paso—, las ideas
que has propuesto para mejorar algunos proyectos son muy buenas, a eso me
refería.
—¿Me estás pidiendo ayuda? —Aquello sí era una sorpresa.
—Si se te ocurre algo, no dudes en decírmelo. —Sin decirlo, Luna leyó entre
líneas que contaba con ella.
Ella disimuló.
—Mierda, no has roto el contrato, ¡puf! —Hundió las comisuras de los labios.
Volvió a centrarse en el pollo—. ¡Dios, qué bueno estás!
—Gracias.
Luna poco a poco fue subiendo la vista hacia el creído que tenía delante.
—Se lo decía al pollo —señaló el plato con el tenedor—. Al pollo —repitió
para que le quedase claro—. Y bueno, después de este impás laboral, ¿qué más
puedo saber de Noel Hammond? —En esa ocasión pronunció su apellido
correctamente.
—A lo que te dije antes, puedo añadir que me gusta leer, pasear. —Se encogió
de hombros—. Soy muy normal aunque no lo creas.
—A mí también me gusta pasear, realmente, puedo decir que solo hay dos
lugares donde el tiempo se ralentiza para mí, aquí en Madrid, es el Museo del
Prado, pero donde más disfruto, es recorriendo la naturaleza en Galicia.
—Es cierto, dijiste que tu familia era gallega. —A Luna le sorprendió que se
acordara.
—Sí, nos encontramos allí en verano, cuando vienen mis padres de San
Francisco. —Pudo regresar a la comida, sirviéndose otros platos—. Están
intentando que me vaya, porque allí hay muchas oportunidades de trabajo, pero
solo iría si mi abuela viniera conmigo.
—No quieres dejarla sola.
—No, ella tampoco me abandonó cuando lo pasé mal. —Tragó con fuerza para
evitar que los recuerdos inundasen su mente, durante unos instantes, le fue
imposible salir de aquella espiral que le formaba círculos en su visión periférica,
pero era consciente que Noel la observaba, debía volver en sí para que no
preguntase. Volvió a tragar, en esa ocasión con la boca seca y bebió antes de
hablar—: Me gusta pasear por sus frondosos montes, sus playas donde el mar te
muestra que no eres dueño de nada y esas olas que sueltan salitre al golpear los
acantilados.
—Nunca estuve en Galicia. —Gracias al cielo él continuaba con la
conversación.
—¡¿No?! —exclamó apartando el plato.
—No, la verdad que no, casi siempre viajo al extranjero —reconoció, tirando
de las comisuras de los labios hacia abajo y alzando las cejas.
—Eso tiene solución, te llevaré —le contestó de un modo tan espontáneo que
hasta ella misma se sorprendió—. Bueno, eh... —Intentó regular, aunque las
palabras no le salían.
—Aceptó la invitación.
«Mierda, ahora tengo incontinencia verbal», se regañó a sí misma.
—¿En serio? —Tuvo que contener una mueca de horror, ¡había metido la pata!
—Sí, creo que no hay nada cómo viajar con alguien para descubrir los secretos
de un lugar, sobre todo, cuando esa persona le pone tanto amor y admiración
como tú.
A Luna se le escapó una sonrisa avergonzada. Ya le costaba seguir el ritmo de
aquella cena que se estaba convirtiendo en el Dragón Khan, además, esos
comentarios de Noel no sabía dónde enmarcarlos, ¿en la zona de amistad o eran
su modo de coquetear? No pudo hablar ni pensar con claridad, ¿a qué estaba
jugando Noel? No siguió escuchando y mientras revolvía la comida con el
tenedor, reparó que a la entrada de la sala había un grupo de chicas jovencitas
que cuchicheaban sobre ellos. Noel era ajeno a lo que sucedía. «No sabía que
tenía carpeteras», apuntó, sin embargo sus disertaciones mentales desaparecieron
en cuanto una de las chicas se acercó a ellos.
—¡Hola!, ¿qué tal? —La chica, de unos veinte años, no saludó a Noel, sino a
ella.
—Eh... ¿te conozco? —Luna sonó un poco brusca.
—Sí, te vi en Kapital —le dijo, dándole el nombre de una famosa discoteca.
—Creo que te estás confundiendo. —Luna quería volver a su plato—. No la
conozco —le repitió a Noel, que frunció el ceño.
—Sí, eres tú, siempre me quedo con una cara —insistió la chiquilla.
—Nunca estuve en Kapital, no me muevo por esos locales tan pijos.
—Estabas rodeada de tíos guapos y la verdad, te admiro.
Luna chasqueó la lengua.
—No soy famosa como para vivir un momento It´s raining men.
—Sé quién eres, la nueva chica del anuncio del lubricante de Durex, pero todos
los famosos sois iguales, porque renegáis de los comunes mortales. —La chica
se fue.
—¡¡¡Perdona!!! —Luna se sofocó de la vergüenza, sobre todo, al ver cómo
Noel escondía la cara en la servilleta y el pecho le convulsionaba por la risa.
Luna apuró la cena para sacar a Noel a toda prisa del restaurante, se moría de
la vergüenza y era incapaz de hablar, algo que Noel respetó. Al llegar al parking,
Luna se acuclilló delante del coche.
—¡Madre mía!, siempre me tiene que pasar algo así, tú, el ascensor y ahora
esto.
—¿Por qué no me contaste lo de Durex? —Noel parecía intrigado.
Luna desde los confines del suelo, alzó la vista, cuando creía que él lo estaba
pasando pipa, Noel le devolvía una mirada comprensiva, chispeante por la
situación.
—¡No es cierto! —Su voz hizo eco en todo el aparcamiento.
—El broche de oro a esta noche surrealista sería un beso.
17
«El broche de oro a esta noche surrealista sería un beso», esa frase acompañó a
Luna no solo de regreso a casa, sino que el sábado también le rondaba la cabeza.
Ese tío estaba fatal de lo suyo y tenía un humor malo no, lo siguiente. ¿Ella
intercambiando saliva con él? ¡No qué va! Estaba segura de que la suya se
cotizaba al alza por ser quien era, aun así, en más de una ocasión se sorprendió a
sí misma imaginándose lo que sería besar a Noel y cierto calorcito se le
desprendía del centro de su ser, al reparar, casi por primera vez, en su boca. La
había visto de cerca, sus labios parecían suaves a simple vista, ni muy finos ni
muy gruesos, y cuando los tenía cerrados, se apreciaba lo bien perfilados que
estaban, era más, ¡estaban esculpidos por el cincel de Miguel Ángel! En general
su rostro.
Pero si algo la preocupaba de verdad eran los paparazzi, ¿habría fotos? No
tenía ni idea de lo que habían conseguido, así que durante todo el sábado intentó
hablar con su abuela, al ver lo difícil que le resultaba, probó con Roy.
—¿Has visto la tele ayer por la noche? —Luna tragó con fuerza su último
sorbo de gin-tonic que Roy había preparado. Era un gran barman.
—¡Ay! Sabía que te tenía que contar algo.
—¿El qué?
—Verás, estaba viendo el programa de anoche con mi madre y salió en
exclusiva tu jefe. —Pegó un sorbito a su ron con cola. Luna no dijo nada—. Los
fotógrafos lo siguieron en una conducción que ni los del CSI, pero atiende, me
quedé muerta en la bañera, cuando veo que alguien hace una peineta en plena
persecución. ¿A quién se le ocurre?
—A mí.
—¿Qué?
—Fui yo quien hizo la peineta.
—Venga, no te tires faroles.
—No lo hago Roy.
—Te tiras flores y te pones medallistas.
—Ayer, te recuerdo que no vine a cenar.
—Le dijiste a tu abuela que ibas...
—Con un compañero del trabajo —finalizó por él.
—Venga... —Su voz se fue apagando a medida que Luna asentía y poco a poco
Roy fue abriendo la boca, miró de un lado a otro antes soltar—: Eres un cuadro
de comedor, pero te has convertido en mi ídola, claro que sí, ahí con dos huevos
bien puestos.
—Roy —Luna de repente se asustó—, me ha visto toda España.
—Sí, tu peineta apareció en el prime time.
—¡Oh, Dios! —Se tapó la cara con las manos.
—A ver, en el fondo lo has hecho cojonudo, solo se te ha visto el brazo, chica,
ni que crecieras con los periodistas en tus talones, a otras las pillan haciendo
cositas en el coche. Y ¡mamarracha muy calladito te lo tenías!
—¿El qué?
—Que te estabas beneficiando al jefe —le explicó lo que era obvio para él.
—No te vengas arriba, no hay nada de lo que piensas. —Estiró el brazo para
darle un golpecito en la pierna.
—Piensa mal y acertarás —dijo Roy una de sus verdades universales.
—En este caso no es cierto.
—Que me aclare un poco. —Dejó el vaso de ron cola en el suelo para cruzar
las piernas—. ¿Estás con él?
—Sí, empezamos esta semana. —Cuanto más escueta fuera, menos mentiría.
—Es decir, Pat y Marisa lo supieron antes que yo, ¡te parecerá bonito!, luego,
mucho Roy pa´quí, Roy pa´llí y para lo importante...
—Eres la primera persona a la que realmente se lo digo, ellas lo dedujeron. —
Luna comenzó a cavilar otro tema para terminar ese.
—Y cuéntale a Roy, ¿después de la persecución ahí con los nervios
revoloteando, solos en el coche...? —Cuando hablaba de forma casi telegráfica,
era porque quería detalles.
Luna le iba a cortar el rollo.
—Fuimos a cenar.
—Y debajo de la mesa...
—Nada de nada. —Negó con la cabeza.
—¿No me lo quieres decir?
—Te lo estoy contando, no pasó nada guarrindongo.
—Menudo par de sosos —bufó, recuperó el vaso del suelo y bebió—. Después
de esta decepción, ¿cómo empezasteis?
—La segunda vez que nos vimos en el ascensor, me invitó a tomar un café y, la
verdad, surgió, no sé cómo. Ninguno de los dos lo esperábamos.
—¡Ya lo sabía yo! Si has encontrado el amor en el ascensor, yo lo haré en la
cola de la compra. —Estiró los brazos a modo de vitoria—. Cupido os tiró las
flechas.
—Sí, y nos dejó como un puto colador.
—¿Y cómo es?
—¿Quién?, ¿Cupido? Un subnormal, que esperas de un angelito ciego —le
contó la iconografía del dios del amor.
Roy parpadeó varias veces estupefacto.
—Luna, céntrate.
—Lo estoy.
—Vale, me alegro, porque quiero saber cómo es tu rollito de primavera.
—¡Ah!, me saltó un anuncio en Insta de apadrinar a un jefe y salía su cara.
—¿Me estás coñeando?
—No pretendía.
—Habla, no es tan difícil.
—Lo es —farfulló, llenando los pulmones de aire, de pronto necesitó de otro
gin-tonic por haberse metido en ese lío, nunca se imaginó que tendría que
describirlo y de un modo romántico. Se tomó su tiempo para lograr algo
convincente, sin embargo, todo lo que se le ocurría no era muy bueno. Abrió
varias veces la boca sin conseguir nada—. No sabría decirte, es...
—Déjalo, el gin-tonic en vez de soltarte la lengua te secó la cabeza, y hay algo
más rápido que tú. —Roy sacó del bolsillo trasero del vaquero el móvil y trasteó
unos segundos—. ¡Qué guapo! Rostro así muy simétrico, frente ancha, pómulos
muy marcados, y la barbilla no sobresale, lo que resalta la angulosidad y la
mandíbula marcada. Un rostro casi cuadrado, por cierto, se dice que es el rostro
masculino más atractivo, —apuntó—. Un morenazo de ojos verdes, esta
combinación se cotiza al alza, sí, señor. —Le regaló una sonrisa a Luna—. Es el
hombre más guapo que has tenido.
—¿Cómo lo puedes describir de ese modo? —A Luna le sorprendió.
—He aprendido por la inteligencia artificial, en algunos programas cuantos
más datos des, mejor saldrá la imagen, si no, te aseguro que no haría esta
radiografía.
Aunque ese comentario le produjo un pinchazo en el corazón, Luna gateó hasta
su amigo. En la foto que había escogido Roy, se veían Noel con traje, sin
corbata, con los dos primeros botones desabrochados lo que le daba un aspecto
más juvenil. ¡Estaba guapísimo! El corazón le saltó varios latidos y al volver a
palpitar, lo hizo tan desbocado que la vena del cuello le tembló.
—¡Hala, con tu jefe! Tiene una página en Wikipedia. —Roy giró el rostro para
mirarla por encima del hombro—. Si alguien sale en Mamá Wiki es muy
importante. Vamos a cotillear. —La página tardaba en cargarse—.
Mecawentodoloquesemenea, cuando quieres rapidez, la tecnología se vuelve
lenta. ¡Al fin, Pedrín, era hora! —A partir de ahí Roy puso voz a lo que Luna
también leía—: Noel Hammond, 13 de diciembre de mil novecientos ochenta y
cinco, ¡mira ellos que monos, naciendo el mismo mes!
—Una coincidencia estupenda.
—Del destino, querida —le contestó para regresar a la Wiki—. Nació en
Londres y tiene la doble nacionalidad. Su padre es Henry Hammond, mira
aparece en azul. —Roy pulsó en el nombre—. Cirujano plástico, ¡hala! De esos
que ponen tetas y culo, tienes un suegro muy entretenido. —Se rio su amigo, lo
cual no le agradó a Luna por eso le dio un suave empujón mientras Roy volvía a
la página de Noel—. Estudió en la universidad de artes de Londres, Interior y
diseño espacial. No es tonto el niño.
—No pone nada más, ¿no?
—No hay ninguna entrada de su vida personal. Siempre se la podemos hacer.
—Déjalo, no es necesario —Luna se negó y volvió a su sitio. Verlo, aunque
fuese en foto, consiguió que una parte de ella lo añorase, o por lo menos, se
entristeció por no saber nada de él.
—Se puede editar con algo así: Su vida amorosa no está a Two Candles, es
decir, a dos velas. Tras una larga relación con Deborah, quien lo abandonó por
otro empresario, se lo ha visto haciendo carreras automovilísticas por Madrid
acompañado de una misteriosa mujer a la que le pone hacer peinetas a doquier y
que la sitúa en esa fina línea entre choni y pija: chonija.
—¡¿Qué?! ¿Qué dices? —exclamó ofendida—. Soy tu amiga.
—¡Es una broma tontina!, ¿cómo voy a hablar así de ti? En todo caso
escribiría: Mantuvo una larga relación con Deborah, marquesa de Pitiminí, quien
lo sustituyó por otro empresario, cuyo nombre científico es burrocardo, porque
no sabe dónde se mete. —Los dos se echaron a reír—. Me lo tienes que
presentar.
«Cuanto más tarde, mejor», pensó para sus adentros.
—Oye, Roy, nada de contarle esto a mi abuela —le exigió.
—Esto se lo debes contar tú, no yo —razonó su amigo lo que era lógico.
—Sí, cierto, pero la boca cerrada, cuando se entere que salgo con el jefe no le
va a gustar.
—Tranquila, aunque me torture cual Torquemada, por mi boca no saldrá nada.
YYY
El domingo Luna estuvo bastante inquieta, ya que no podía tardar mucho tiempo
en contárselo a su abuela, pero le tiraba para atrás la reacción que Pepa pudiera
tener, aunque sabía a la perfección que no le diría nada sobre el puesto que
ocupaba Noel en la cúpula de la empresa. Lo que más la sorprendió fue como
podía obviar tan fácilmente el contrato que había firmado con Noel, su miedo del
principio de poder soltarlo sin querer, se le había esfumado. Aprovechó que Roy
bajó a ver con ellas las pelis de la sobre mesa para intentar sacar el tema, ¡no
veía el momento! Pero se había olvidado de que su abuela era la gran reina del
Zapping y en uno de los programas del corazón del fin de semana, salió la
peineta. Verse así, a Luna le produjo una gran consternación, no solo eso, sino
que la sangre se le acumuló en las mejillas.
—¡Qué payasa la mujer! —criticó Pepa la peineta—. Eso no se le hace a los
periodistas.
—Abuela, hablando de parejas... —intervino Luna.
—Haces eso y te pongo a tender —la amenazó su abuela, lo que dejó
planchada a Luna y cual estatua de sal en el sofá donde estaba sentada como un
indio.
—No abuela, no hago esas cosas —negó con la cabeza y el ceño fruncido.
—Pepa. —Roy le puso una mano en la pierna.
—Dime hijo. —Ella no separaba la vista de la tele.
—Nuestra Luna tiene una exclusiva que darnos —ese comentario consiguió
que Pepa despegara los ojos de la caja tonta.
—¿Qué? —le preguntó a su nieta—. No me lo digas, te echaron del trabajo por
ir descalza.
—No abuela, tengo novio —confesó Luna.
La reacción de su abuela no se hizo esperar.
—¡Bendito sea al cielo! —Alzó los ojos y los brazos al techo—. Ya puedo
morir tranquila.
—Abuela, no quiero que te mueras, debes durar muchos años.
—Ya no te quedas sola, niña.
—Tengo a mis padres.
—Al otro lado del planeta —le encasquetó Pepa muy seria—. Y cuéntanos,
¿quién es?
—El compañero con el que fui a cenar.
—¿No será el que te vio los pies? —Su abuela tenía una memoria prodigiosa.
—Es otro. —Con esa se ganó un pequeño codazo de Roy que supo de su
mentira.
—Me dejas más tranquila —suspiró y clavó una dulce mirada en su nieta—.
¿Este me lo vas a presentar?
Aquella pregunta le produjo pena a Luna, además que otra espina más naciera
en su corazón. Su abuela solo había conocido a un hombre, ese por el cual Luna
un día suspiró; vivía al verse reflejada en sus ojos; ese cuya sonrisa era gemela
de la suya; ese que era el sol de todos sus días, por muy encapotados estuvieran.
Solo lo conoció a él, luego, Luna no volvió a presentarle a nadie, porque tuvo
líos que no pasaron de un par de arrumacos o besos sin sentido ni sentimientos,
pues, un día a lo Escarlata O`Hara, se prometió no volverse a enamorar.
—Puede que algún día venga a comer o a cenar —les informó a ambos.
—¡Ay, Pepa, lo vamos a ver en vivo y en directo! —Roy estaba muy
entusiasmado.
—¡Qué buena noticia! Pero avisa antes, así le cocino algo especial.
—No hace falta que te esfuerces abuela, si no le gusta, que vaya al Burger
King —dijo Luna sin pensar que lo decía en voz alta.
—Sí que lo quieres mucho —apreció su abuela por el comentario.
—Estoy muy enamorada. —¡Toma, pedazo de mentira!
—¿Tú lo conoces? —Su abuela cuando quería era mejor que cualquier
periodista del corazón.
—Por foto. —Roy sacó el móvil para enseñarle una foto de Noel.
—¡Ay, mira qué chico más guapo! —Alternó los ojos entre la foto y Luna para
añadir—: Se nota que es un hombre que se viste por los pies.
—Seguro. —Luna no pudo evitar el tono irónico.
—Esas cosas se notan, Luna.
18
Luna estaba en el portal con los brazos cruzados y el peso del cuerpo sobre la
pierna derecha, lo que veían sus ojos era un hecho insólito, Noel había cruzado
de acera, ¡había cruzado! ¿Aquello significaba que el fin del mundo estaba
cerca? Vestía un traje oscuro, tenía las manos en los bolsillos con la espalda
apoyada en la puerta, en una actitud bastante despreocupada y en su boca asomó
una sonrisa maliciosa: agarró el pomo, tiró de la puerta hacia dentro y Noel
perdió el equilibrio, así, cual dama antigua, cayó en sus brazos.
—¡Buenos días, mi damisela! —Desde aquella distancia tan corta, los labios le
cosquillearon por besarlo hasta que doliera la mandíbula y el frescor de su aroma
había regresado a ella más fuerte que días atrás. En el fondo, estaba para comerlo
—. Pesas más que un quintal, chico.
Noel se irguió lo más rápido que pudo, recomponiéndose y colocándose mejor
la corbata.
—Eres una bruta —se quejó molesto, aunque se acercaba peligrosamente al
enfado.
—No te pongas así un lunes por la mañana, hombre, que haces que sea más
lunes —no se calló—. ¿Está bien su majestad o debo llevarle al compostor?
—No estoy para bromas, Luna —la amenazó. Era cierto, notó que sobre su
cabeza revoloteaba la tensión.
—Vaya humor... —suspiro. Salió del portal en dirección del coche, que era
distinto al de las veces anteriores, era un Mercedes blanco, aun así, no se calló
—. Y no es por nada, al fin te decides por cruzar la acera.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Nada, solo digo que es un hecho insólito, los días pasados nunca lo hiciste,
es un paso importante para la humanidad de Noel Hammond. —Cerró la puerta
del coche—. ¿Cuántos coches tienes?
—Uno.
—¿Este lo has alquilado?
—Es el de mi padre —gruñó.
—No está para bromas el niño —bisbiseó para que no la escuchara y lo logró,
sin embargo, el mutismo incómodo, tenso, que marcaba Noel, como la manera
de agarrar el volante, lo estaba estrangulando, eran una muestra de que algo no
iba bien. De buena fe, actuó—: Noel, háblame, ¿qué pasa?
—Nada que tengas que saber.
—Si pasó algo me lo puedes decir, no saldrá de aquí, pero, ¿es algo que nos
afecta a los dos?
—No —soltó el aire que tenía atrapado.
Aquello ya fue el colmo de la patata.
—Oye, a mí no me hablas así.
—Entonces, calla.
—Tú a mí no me ordenas nada, porque soy libre de hacer y decir lo que me dé
la real gana, ¿quién te crees que eres? No eres nadie para mandarme, si quiero
me bajo ahora mismo del coche aunque esté rodando por el asfalto, fíjate lo que
te digo, y si lo hago, por favor, date de hostias a ti mismo, porque te mereces una
buena tunda.
—¡Déjalo ya, Luna!
—Pretendía ayudarte, ¿vale? Mostrarte que en esto estamos juntos, pero está
claro que contigo solo funcionan los gritos o los silencios, no se puede hablar
contigo de modo natural ni normal, dudo que entiendas lo que significa eso —
bufó y clavó los ojos en la carretera.
—Sé solucionar lo mío, no te preocupes por mí cuando en este poco tiempo no
lo has hecho —le reprochó.
Luna se giró en el asiento y tiró del cinturón para una mayor movilidad.
—¿Te hice algo? —Él no respondió lo que la enervó más—. Ojalá no entrase a
trabajar en tu empresa, así no aparecerías en mi vida.
—La mía era muy tranquila antes de ti.
—Siempre podemos romper el contrato. —Le dio la solución final, esa que los
liberaría, pero se enfrentó de nuevo al silencio de Noel.
Esa mañana entraron en la empresa por el aparcamiento y subieron en el
ascensor. Noel salió primero, no como los días anteriores que la esperaba y
caminaban, casi al unísono, eso había quedado en los albores de la historia, ¡esa
mañana le habían metido un cohete en el culo!
—¡Ey!, buenos días parejita —los saludó Sebas de muy buen humor, que
estaba hablando con Marisa.
Noel pasó de él y se metió en el despacho.
—Hola —Se acercó a ellos Luna—, ¿sabéis qué le pasa?
—¿Es que no te enteraste? —le preguntó Marisa con desconcierto.
—¿De qué? —Luna se había perdido más que un pulpo en un garaje.
—Sois noticia —la informó Sebas que ladeó la cabeza mirándola sin ningún
prejuicio en los ojos.
—¿Cómo? —Le picaba todo el cuerpo—. No entiendo nada.
Sebas sacó el móvil del bolsillo del pantalón y luego de escribir algo, le enseñó
las fotos del viernes saliendo del restaurante. Luna abrió la boca sorprendida y
asustada al mismo tiempo, de pronto, un frío helador que se desprendió de sus
huesos la cubrió de pies a cabeza, ¡no sabía dónde meterse!, estaba en casi todos
los portales web de las revistas del corazón, las piernas comenzaron a
trastabillarle y se sintió como un pedazo de gelatina en medio de un inmenso
plato vacío. No obstante, saboreó un regusto amargo al tragar saliva y caer en la
cuenta de un detalle.
—Me ha mentido —aseguró con firmeza. Poco a poco, fue levantando los ojos
del móvil hacia el despacho, dejó el móvil encima de la mesa de Marisa y
movida por la ira hacia aquel hombre que no le había dicho, cabreada por la
mentira de Noel, entró echa una furia—. ¿Cuándo tenías pensado decirme que se
habían publicado esas fotos? —Él se calló—. No me lo ibas a decir.
—Lo hecho, hecho está, ahora, debo pensar como frenar esto —fue la
respuesta de él.
—Por eso trajiste otro coche, para despistar. —Luna se llevó las manos a la
cabeza—. Vamos a ver, cerebro de mosquito, ¡¿te das cuenta de que no estás solo
en esto?! —le gritó para hacerle comprender que ella estaba en esas fotos, que
los perjudicados eran los dos.
—No me lo dejas de repetir.
—Si me lo permitís —intervino Sebas y Luna se giró sobre sus pies, con los
brazos en jarras. Se apretó la carne de la cintura con todas sus fuerzas—. Luna a
ti te llaman la mujer misteriosa, de momento, no saben quién eres, el que sale
peor parado es Noel, se le ve bien.
Luna no oyó nada, cogió el móvil para navegar por la red, las fotos casi se
habían hecho virales, tanto que algunos programas matinales y de la tarde ya
anunciaban que hablarían de ellos. Se sentó en la mesa donde trabajaba, abrió el
WhatsApp y escribió a Roy con urgencia.
Hola, hazme un favor: consigue que la abuela no mire la tele,
ni tu madre, por favor. No quiero que me vean.
Si lo dices por las fotos, tranquila,
haré todo lo que pueda.
Luna le respondió con el emoticono del beso.
—Me lo tendrías que haber comunicado —le repitió Luna que estaba tan
enfadada que parecía que su alma en cualquier momento abandonaría el cuerpo,
era lo que quería, aparte de salir corriendo.
—¿Es que no se lo dijiste? —Para Sebas era una información nueva—. ¡Pero,
tío...! —le protestó, por lo cual Noel ni se inmutó, él seguía mirando unos
papeles.
—No, —contestó Luna cruzándose de brazos—, tu amigo cuando quiere es
más hermético que una ostra perlera.
—¿Sebas, puedes irte? —le pidió Noel, que desde la distancia que los
separaba, Luna comprobó que se pasaba los dedos por la frente.
—Claro, pero no os enfadéis por esto, pasará como todas las noticias —les
aconsejó.
En cuanto se marchó, Luna se levantó.
—Eres un puto egoísta, solo piensas en ti y sí, es verdad, hay que modificar el
contrato, porque se están rebasando ciertos límites.
—No, —la encaró al fin, girando sobre sus pies. Sus ojos irradiaban odio—.
Tú fuiste la primera en negarte, ahora soy yo. Además, puedo lidiar con esta
crisis.
—Claro, en silencio, porque este asunto te incumbe a ti solito, pobre nené.
—Sí.
—Estás más ciego que un topo o me quieres hacer tonta, —levantó el móvil—,
en esas fotos salgo yo también, estos periodistas no se van a quedar en la espuma
del mar, no van a parar hasta dar conmigo. Aparte, si no tengo razón ¿por qué
cambiaste de coche? —Él permaneció inmutable, su único cambio fue abrir las
alas de la nariz tan fuerte que se le tensaron—. No sé porque gasto mi tiempo
contigo, es como hablarle a una pared.
—Se me ve más a mí.
—Tontolaba, ¿la mujer que te acompaña es tu prima la de Cuenca? ¡Soy yo! —
le gritó desesperada—, estoy contigo, ¿me entiendes? Hoy, mi abuela o cualquier
persona de mi barrio ve mi melena por la tele y pueden deducir que soy yo, pero
no, tú eres el único damnificado.
—Excusas, —le dio la espalda—. Si tienes algún plan para solucionarlo...
—Tú a mí no me das la espalda. —Lo cogió por el brazo obligándolo a mirarla
a la cara—. No te voy a permitir que te escondas como un puto cobarde. No lo
entiendes, ¿verdad?
—Sí, lo que entiendo es que sabiendo que era mi ascensor, te subiste igual. —
Aquello hizo que Luna le pegase un empujón.
—¿Ahora la culpa es mía? Crees que siendo borde...
—Igual que tú —se la devolvió como un niño pequeño.
—Siendo borde conmigo no vas a solucionar el problema de las fotos, —Noel
no dijo nada, solo bajó la cabeza—. Maldigo el día que subí a ese ascensor, te
maldigo a ti. —Una idea en caliente se le ocurrió y la escupió tal y como la
pensó—: Rompo el contrato ahora mismo, lo dejo todo, trabajo y, por supuesto,
a ti.
Ella con la decisión tomada en firme, se propuso salir de allí para no volver
jamás, aquel no era su lugar, y en el fondo de su corazón un peso se sentó en él,
nunca tuvo que haber aceptado el juego de Noel. Pero, una mano se aferró en
torno a su brazo. Tiró por ella, y sus cuerpos se pegaron más que nunca. Se
sostuvieron la mirada, era una guerra verde contra marrón, que produjo que por
muy enfadados que estuvieran, la atracción se concentrara entre sus cuerpos.
Luna la percibió como una flecha que le traspasó el pecho, que subía y bajaba
por la respiración errática, lo que la obligó a entreabrir los labios. Sin embargo,
no contó con lo que pasó: Noel clavó los ojos en su boca y con cada parpadeo
sus largas pestañas, que hasta ese momento no se había fijado en ellas, le
dejaban un reguero de dulces besos silenciosos, esos que ardían por darse. Tras
unos segundos en los que solo existieron ellos dos, Noel nervioso y empujado
por su propio autocontrol, se separó de ella.
—Me preocupa que pierdas el anonimato por mi culpa. Te puede cambiar la
vida y no quiero —habló con sinceridad, mostrando aquello que guardaba para
él solo.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
—No quería discutir.
—Lo has hecho fatal. —Luna fue a sentarse, sino lo hacía, enroscaría sus
brazos alrededor de su cuello, debido a que lo último que se le había pasado por
la cabeza era que estuviera así por ella. ¿Qué le pasaba? Aquello le había
calentado el corazón.
—¡¿Qué es esto?! —Deborah entró como un basilisco con el móvil en la mano.
—La que faltaba para la fiesta —murmuró Luna tapándose con las manos la
nariz y la boca, sin mover un pelo para que Deborah no reparase en ella.
—Unas fotos. —La frialdad con la que Noel la trataba descendió la
temperatura del despacho y eso que fuera hacía calor por el anticiclón que había
sobre la península.
—No me vengas con esas Noel, ¿sabes cuántas llamadas he recibido por estas
fotos?
—Es mi vida privada, no entiendo por qué te llaman a ti si tú y yo no tenemos
nada —razonó Noel, que apoyó la espalda sobre uno de los cristales con un talón
cruzado sobre el otro y las manos en los bolsillos.
—Nos puede afectar. —Deborah iba alzando la voz cada vez más.
—Que se meta monje —solucionó el problema Luna sin hacer ruido ni mover
los labios.
—Mi vida es mía, Deborah, es ajena a ti.
—¡Afecta a la empresa! —Se abalanzó sobre el escritorio.
—¿O a ti? —Ladeó la cabeza con orgullo—. Mentalízate, no te voy a
responder nada.
—¿Quién es ella? —la pregunta del millón al fin salió a la luz.
—¡Hola, guapi! —Luna la saludó desde su silla. En un primer momento
Deborah no reaccionó, luego, abrió la boca y sus ojos echaron chispas—. ¿Qué
tal, chati? Sorprendida, ¿verdad? Yo también de estar con él.
—¡¡¡Con una recepcionista!!! —Se volvió hacia él—. ¿Esto es una broma,
Noel?
—¡Ojalá! —exclamó Luna—. Pero no, estamos juntos.
—Con una cualquiera, te atreves a estar con una recepcionista. —Deborah no
salía de su asombro.
—¿Y qué problema hay? —Noel se cruzó de brazos. La estaba estudiando.
—Ya sé que ha pasado aquí. —Asintió con los ojos entrecerrados y los labios
fruncidos—. Fue ella quien llamó a la prensa, te vas a arrepentir, Noel, su baja
estofa te manchará.
Luna con un dominio de sí misma que hasta a ella la sorprendió, se levantó con
una tranquilidad pasmosa y se colocó al lado de su novio. Cuando Noel le iba a
responder, ella se le adelantó.
—Mira, Deborah, para que veas no soy un problema entre vosotros, ¿qué te
parece si un día quedamos tu novio y nosotros tres para cenar? Tú escoges el
lugar, no tengo problema, ¿vale, guapi?
—No soy guapi.
—Lo sé —le dedicó la sonrisa más falsa de toda su vida—. Acepta, así verás
que lo podemos compartir, hazlo por tu propio bien, dejarás de
deborenvenenarte. —Inventó la palabra solo para ella. Deborah abrió los ojos.
—Me siento como un trofeo —dijo Noel con el ceño ligeramente fruncido.
—Lo eres, cariño. —Luna le dio un beso en la mejilla, a lo que él respondió
entrelazando su mano a la de ella—. Eres un tocinillo de cielo. —Luna volvió
los ojos a Deborah que ardía en celos—. Acepta, que lo estás deseando. ¡Ale!, ya
tenemos una cita, «Vamo’ a ser feliz, vamo’ a ser feliz, felices los cuatro, Yo te
acepto el trato», —canturreo una famosa canción.
Con aquello, Deborah se marchó más enfadada.
—No ha dicho nada.
—Hombre de poca fe. —Luna se soló del agarre de Noel—. Si estoy en lo
cierto, lo hará y esa noche me tendrá vigilada.
—Estás muy segura.
—Conozco a las mujeres mejor de lo que lo hacéis los hombres. —Luna
retomó el tema importante—. Lo tendrías que haber compartido conmigo, y te lo
advierto, Noel, cómo vuelvas a ocultarme algo, me voy.
—¿Me amenazas? —El móvil de Noel sonó—. Hola, mamá —respondió en
tono neutro. Tras un rato en silencio, contestó—: Mamá te estás metiendo en mi
vida y no lo tolero, lo sabes. Venga, hasta otra. —Le colgó sin temblarle el pulso
—. ¿Cómo sabe que eres recepcionista? —Noel estaba desconcertado.
Luna, consternada por esa información, meditó durante unos instantes: era
cierto que llevaba puesto el uniforme, pero había algo que le chirriaba en todo
aquello a la vez que se le escapaba. Volvió a revisar las fotos y descubrió un
detalle que a nadie se le pasaría por alto y, quizás, la llevaba por el camino de la
verdad.
—Noel, mira la foto. —Agrandó la imagen antes de pasarle el smartphone.
—¿Qué tengo que ver?
—Fíjate en la foto, hombre.
—Lo hago, pero no sé lo que quieres que vea.
Luna le arrancó el aparato de las manos y lo puso encima del escritorio.
—Mira, solo se ve la blusa, no la falda por la que se puede reconocer el
uniforme —lo empujó a verla más de cerca—. El coche me tapa la falda y los
zapatos, solo se ve una blusa blanca, la típica que toda mujer tiene en su fondo
de armario
—Es cierto, aunque te informo de que mi madre fue la encargada de escoger
los uniformes.
—No, es la blusa básica que todas o casi todas tenemos en el armario, puede
cambiar el largo, que sea o no entallada, que tenga el cuello más alto, normal o
más grande, pero es un básico fundamental. Tú le enseñas esta blusa a Marisa y
no diría que es la de una recepcionista.
—¿Qué quieres decir? —Noel había entrado por el aro. Las comisuras de sus
labios se fueron bajando a medida que negaba con la cabeza.
—Está claro que tienes ceguera testicular, solo ves lo que te sale de los huevos.
—Alguien avisó a mi madre. —Al final leía entre líneas.
—Y no una persona cualquiera. —Señaló la puerta con un dedo para que se
diera cuenta.
—¡Deborah! —Después del grito, Luna oyó un gruñido en la parte de atrás de
su garganta.
Noel la empujó para encararse con su ex, pero ella se interpuso en su camino.
—No.
—No puede ir con esos cuentos a mi madre. —Noel estaba más enfadado que
antes.
—Ya se lo dirás, no es el momento. Debes centrarte en la reunión. Ahora que
lo sabemos, debemos hacer lo siguiente: actuar como si no hubiese fotos, y
cuando tengas la oportunidad, hablas con Deborah o con tu madre o con las dos,
porque si lo ha hecho, lo volverá a hacer.
Por una vez, Noel aceptó su idea sin rechistar.
20
Todos se sentaron a la mesa y Luna entornó los ojos hacia él, miraba las
croquetas y demás platos como si se tratasen del mismísimo Averno, cogió aire y
notó un retumbar de flemas en pecho, sin importarle le arreó un golpe en el
muslo.
—¿No te gustan? —preguntó Pepa que observaba impaciente a Noel.
—Es que no sé por dónde empezar, esa es la verdad. —declaró indeciso.
—Te aconsejo las croquetas —le dijo muy amigable Roy.
—Muchachito, ¿no serás el típico que come solo arroz y pollo? —Pepa no se
fiaba y Luna la aplaudió.
—No, no, en ese caso me habrían salido alas —bromeó Noel.
—Para salir volando por la ventana —musitó Luna, que no pudo callarse el
comentario.
—Niña, parece que no te alegras de tener a tu novio aquí —la regañó su
abuela.
—Abuela, claro que sí, pero ahora que lo miro veo que es un pavo real en
medio de gallinas. —Con el tenedor clavó una croqueta con saña para dársela—.
Come —le ordenó.
Noel la cortó con suma delicadeza con el cuchillo y todos esperaron su
veredicto.
—¡Están muy buenas! —reconoció, asombrado—. Nunca he comido unas
croquetas tan ricas.
—No disimules ni pelotees, gracias. —Luna se echó varias en el plato.
—Es verdad, Luna —arremetió contra ella.
—Venga, muchachito, no hagas caso a mi nieta y a comer. —Pepa le echó más
en el plato.
—Cógelas con las manos, saben mejor. —le aconsejó Roy haciendo lo mismo.
Para sorpresa de Luna, le hizo caso, ¡lo que había que ver! Sabía coger con los
dedos algo más que su pluma estilográfica.
—¿Te has enterado de que a Luna la han ascendido? —Su abuela no se perdía
ni era tonta.
Luna tragó la bola de bechamel que tenía en la boca, sabía sus intenciones,
pillarla en algún renuncio.
—Sí, lo sé, dio una solución muy buena para un proyecto. —Noel se limpió la
boca con la servilleta—. Mi amigo Sebastián y yo hablábamos con Patricia y con
ella, y Luna dio su opinión, por eso le han concedido ese proyecto de
decoración. —La cogió de la mano, ella quería apartarla pero Noel se apretó más
—. Es muy lista.
—No exageres —se rio de un modo falso.
—Es cierto, eres de gran ayuda y desde que trabajas en casa se te echa de
menos. —Aquellas palabras le atraparon el aliento en los pulmones, no contaba
con ellas, aunque sabía que eran falsas, de ahí que se soltara lo más rápido que
pudo.
—Al fin, le dais su sitio —soltó Roy en defensa de Luna—. Vale mucho.
—Lo sé, —Noel le dedicó una mirada dulce que ella esquivó.
—Fue culpa mía, lo sabéis —Pepa dejó de comer para dar un sorbo de agua.
—¿Por qué? —Era la pregunta normal de parte de Noel.
—Abuela, no lo hagas —le rogó encarecidamente.
—Con la verdad se va a todos lados, Luna. —Pepa colocó los brazos a los
lados del plato—. Verás, mi nieta se despidió a sí misma cuando enfermé un año
antes de la pandemia y estuvo cuidando de mí, por eso terminó siendo
recepcionista.
—No te culpes abuela.
—Luna tiene razón, Pepa, no tienes la culpa. —Noel de modo consciente
volvió a buscar la mano de ella, lo que la dejó planchada.
Era como si él le estuviera dando el visto bueno y diciendo en silencio con la
calidez de su piel que era lo correcto.
—Si no fuera por mí, mi nieta seguiría siendo una decoradora de éxito —
asintió Pepa.
—Tampoco te vengas arriba, abuela —la quiso callar.
—Tu abuela tiene razón. —Roy entró en el redil—. Tenías una carrera muy
próspera.
—Mi hijo y mi nuera vinieron menos de un mes, que fue lo que le concedieron
a mi hijo, pero Luna estuvo aquí, dedicada a mí, como Roy y su familia —
reconoció lo que todos habían hecho por ella.
—Y siempre lo haremos, sabes que te quiero como a una abuela —le dedicó
Roy una sonrisa llena de cariño.
—Luna hizo lo correcto, es un acto de amor incondicional. —Noel tenía la voz
estrangulada.
—Nunca sabrás lo que es —musitó Luna.
—Te equivocas. —Luna miró sus ojos verdes brillantes como esmeraldas
observando algo que se parecía al amor—. Cada día a tu lado aprendo lo que es.
Sus miradas se engancharon y bailaron un vals lento delante de Pepa y Roy,
que desaparecieron hasta quedar ellos solos. A Luna se le aceleró el corazón al
no saber si sería capaz de soportar el peso de sus ojos y dio gracias de que la
sudadera fuese holgada, así nadie vería como se le endurecieron los pezones.
También apreció como él no estaba diciendo ninguna tontería, tenía la mandíbula
firme y no iba a titubear ni añadir nada más que estropease ese momento de
intimidad que marcaba la diferencia entre el contrato y lo que mostraban: ser una
pareja de verdad. Su mirada pareció intensificarse aún más al no decir lo que
pensaba. Luna con un ejercicio de fuerza, pudo al fin separar sus ojos de él,
verse reflejada en los páramos que tenía por ojos, la impresionó, pues la había
recogido como una mullida y suave nube.
—¡Qué bonitos sois, ay! —Roy había dejado de cenar y tenía una mejilla
hundida en la palma de la mano, le gustaba lo que veía—. ¡Qué envidia!, yo
también quiero algo así.
—No lo querrías, te lo aseguro —dijo Luna volviendo a la croqueta olvidada
en el plato. Noel le dio un último apretón de mano que se le deslizó hacia el bajo
vientre.
—Como tú ya lo tienes.
—Lo tendrás, Roy, ya lo verás, y espero que sea mejor —se corrigió a sí
misma.
Tras eso dio comienzo una conversación amena en la que Pepa iba
preguntando con disimulo alguna que otra cosilla que incomodaba a su nieta,
Noel no paraba de comer, lo que produjo cierto alivio en ella. Que la tratase mal,
no significaba que no estuviese a gusto en su casa, de hecho, notó cómo el
cuerpo de Noel se iba relajando con el movimiento de las agujas del reloj,
incluso se reía con Roy, algo bastante inesperado.
—Abuela lo acabas de convertir en un cementerio de croquetas —soltó la
broma Luna, mientras trinchaba la milanesa de pollo.
—Eso es que le ha gustado y me alegra. —Su abuela hablaba con satisfacción.
—Pepa, me has conquistado —se rio Noel—. Pero no puedo más.
—Normal, te vas a convertir en un Choco Bomb a este paso.
—Lunita, hay algo que se llama gimnasio —comentó Roy, al que obvió
también.
—Voy poco —intervino Noel—, solo los fines de semana y si me apetece. No
me considero de los que viven de su cuerpo o un obsesionado por el aspecto
físico.
—Este es el tipo de hombre que necesitas, niña, un hombre normal con las
ideas claras. —Su abuela y Roy, quien le dio la razón, estaban encantados con él.
Luna bufó y a partir de ahí la cena y la sobremesa se extendieron hasta que
empezó la novela turca de la noche, momento en el que Noel se despidió para
marcharse. Ella lo acompañó al portal.
—¿Bajas en zapatillas? —A Noel le sorprendió aquel detalle.
—Rompamos el contrato ya —le pidió con indolencia.
—¿A qué viene eso? —Noel se tensó, Luna lo percibió en cómo las costuras de
la camisa se estiraron—. No lo entiendo Luna.
—Te da asquete todo lo que hago, así que...
—No pongas en mi boca algo que yo no dije, no es cierto.
—Bajo cómo me da la gana. —Se cruzó de brazos sin sostenerle la mirada.
—Mañana tenemos que ir a casa de mis padres —le comunicó él.
—¿A qué hora? —Parecía que él no se lo iba a decir.
—Pues mira, te dejo después del trabajo —empezó a hacer planes.
—Mañana no voy a pisar la oficina, trabajo mucho mejor aquí que en ese
despacho viéndote la cara o tener que oír esas bonitas lindezas que sueltas por la
boca. —Le dio al traste con todo lo que tenía planeado.
—Te paso a recoger a las ocho y media.
—Estaré lista. Ahora, largo. —Hizo un aspaviento para que se marchara.
Él abrió la puerta y se volvió hacia ella.
—Luna, oye.
—Vete Noel —le dijo en tono tan gélido que le dio un ataque de tos.
—No me gusta el estado en el que estás.
—Estoy bien.
—No es cierto, ¿has ido al médico?
—¿Es que ahora te importo o es porque no quieres que te contagie algo
peligroso? —le devolvió la pregunta molesta por esa preocupación.
—Debes cuidarte...
—Lejos de ti —terminó la frase por él.
Lo vio alejarse en el coche y una parte de su corazón se resquebrajó, sin
embargo, no le había perdonado su trato hacia ella, ni él se había disculpado. Se
apoyó en la pared un momento, con los ojos cerrados y el corazón muy lejos.
Deseó que por arte de magia un tornado la elevase de los pies del suelo para que
la llevara directamente a orillas del mar gallego, a ese tiempo donde entre olas,
con el olor del salitre la llenaban con besos de amor que se retorció en esa pasión
controlada.
Había aprendido que escapar no servía de nada cuando el dolor era la
compañía del alma, en cambio escapar era lo único que se podía hacer cuando no
había otra elección.
Luna ya había escapado una vez.
23
Luna apenas durmió, cuando cerraba los ojos y Morfeo se hacía con ella la
realidad de su vida se mezclaba con los recuerdos del pasado, mostrando así una
realidad que nunca quiso, estar entre dos hombres, no obstante, por mucho que
su mente enajenada quisiera volverla loca, ella siempre sabía con quien se
quedaría. Aun así, durmió muy mal, cada cuarto de hora se despertaba como si
de una pesadilla se tratara, pues le estaba costando llevar el falso presente junto
con ese pasado que, si por ella fuera, resucitaría. Noel era lo que conseguía, que
añorase esa parte de su vida, aquella historia que quedó sin contar.
Se sentía tan mal que trabajó desde cama toda la mañana para darle al cuerpo
el descanso que no había tenido durante la noche, por mucho que luego le
doliese la espalda o las lumbares, pero si quería ir un poco mejor a casa de los
padres de Noel, era lo que debía hacer, así, volvió a sumergirse en su tabla de
salvación, el trabajo. Era lo que hacía cuando todo lo demás perdía importancia,
cuando una garra arañaba los pocos espacios sin espinas de su corazón. Ese
aparato que no sabía cómo seguía latiendo, que apenas notaba, no tenía espíritu
de supervivencia y que jamás volvería a saber lo que era amar. Se había quedado
yermo. Nadie lo sabía, solo ella.
A la hora acordada Luna bajó desganada, con ganas de salir corriendo después
de mandarlo a la mierda. Una parte de ella la empujaba a descubrir por qué Noel
Hammond no quería romper el contrato, quizás fuese eso lo que la animó a
seguir adelante. No había otro motivo.
Para esa velada se había vestido con un traje de lentejuelas con estampado de
guepardo en un marroncito caoba muy clarito. Era el conjunto de la buena suerte
y lo utilizó algún año por nochevieja para que su mundo se llenase de alegría y
color, pero, a veces, la realidad era tan distinta que la ropa se quedaba en un
mero envoltorio que ocultaba la tristeza. Fuera, la esperaba apoyado en el coche
con cierta indolencia, ataviado con un pantalón vaquero negro y una camiseta
del mismo color. Luna abrió la boca indignada por su desfachatez y no pudo
controlar su mal humor.
—¡Hola! —la saludó contento por verla.
—Sí, sí, vamos. —Pasó de él.
—Guau, así es una maravilla terminar el día —protestó.
—Ahora eres poeta, que no se te suba a la cabeza, no eres Bécquer. —Se
metieron dentro del coche a la vez.
—¿Se puede saber lo que te pasa?
—No insistas.
—Lo hago.
—¡¿Pero de qué vas?! —arremetió contra él.
—¿Qué hice ahora?
—¡¡¡Mírate!!! —le gritó, mientras él conducía—. Vienes a casa en pantalón de
traje y camisa, a casa de tus papis en vaqueros, ¿de qué coño vas?
—Tú estás muy guapa —la piropeó con seguridad, lo que no amilanó a Luna.
—¿Por qué no viniste ayer así? —Le lanzó la pregunta molesta con él, con la
vida en general.
—Quería impresionar a tu abuela...
—¡Venga, hombre! cuéntame otra.
—¿Qué te pasa conmigo, Luna?
—Tú, eres tú lo que me pasa, ¿vale? —Cerró las manos en puños y se clavó las
uñas en la palma—. No hay quien te entienda, eres la contradicción
personificada y me pones nerviosa.
—Al menos te suscito algún tipo de sentimiento —musitó.
—Me enervas, no quiero estar aquí, no quiero estar contigo, solo quiero estar
en mi casa, tumbada en el sofá, comer palmeritas de chocolate y lamerme las
heridas.
—¿Qué heridas? —Se interesó con la mandíbula apretada y en tensión como si
lo que acabase de oír no les gustase.
—Déjalo, —se había expuesto demasiado y a él no le iba a contar nada—. Sé
sincero y dime, ¿algo que tenga saber de tus papis? —Le formuló la pregunta
imitando el tono pijo.
—Mi padre es médico...
—Sí el de los culos y las tetas, lo sé por la oficina —le mintió, así omitía que
fue Roy el que encontró esa información.
—Vale, buen resumen, mi madre es decoradora, nunca ha ejercido y es de
familia rica.
—Igual que tu padre.
—Te equivocas, los Hammond son una familia de clase media, la que puso el
escalafón más alto fue mi madre. Procede de una familia muy importante en la
zona de levante, estudió en un internado inglés y allí fue donde se conocieron —
le contó sin ocultar nada.
—Vale, mami es la pija, perfecto, y el nené nació con una cucharita de oro bajo
el brazo.
—Es insoportable, —aquel comentario dejó a Luna estupefacta—, te lo
aseguro, no hagas caso a lo que diga, es lo único que te pido. Tiene la facilidad
de sacar a cualquiera de sus casillas.
—De... de acuerdo.
El resto del camino hacia La Moraleja, la famosa urbanización residencial de
lujo que contaba con sus propios colegios o clubes, lo hicieron en silencio. Lo
que más atraía a Luna de esa zona era la historia que había detrás que se
remontaba al siglo XVIII, ya que para un trabajo de facultad la utilizó,
descubriendo que contaba con su propia seguridad y todo, normal, por las
celebrities que viven en ella. Formaba parte, entonces, de los aledaños de El
Pardo, lo cual propició que Carlos III lo incluyese entre sus cuarteles y en los
años cuarenta, bajo el franquismo, se reconvirtiera en el conjunto residencial con
una ciudad jardín. Para ella no dejaba de ser un lugar de pijos y cuando vio la
casa de los padres de Noel no se sorprendió. Construcción unifamiliar pintada en
blanco, aislada de dos alturas, tejado a dos aguas, con una entrada que tenía un
gran porche con cuatro columnas que sostenían la balconada del piso superior.
En la puerta los esperaba un matrimonio: un hombre alto, de pelo casi cano,
vestido de un modo muy juvenil con un físico muy similar al de Noel, y una
mujer rubia de bote, Luna no halló mejor descripción, su cara de rasgos
demasiado finos no habían pasado por el bisturí. Lo único que compartía con
Noel era el color de ojos. Los labios gruesos de la mujer se movieron en una
mueca de asco en cuanto repasó a Luna de arriba a abajo, como si no se creyese
cómo iba vestida, pero ella no iba mejor, con un mono blanco estampado con
grandes hojas verdes.
—Papá, mamá, os presento a Luna, mi pareja —la presentó Noel.
—Encantado. —El padre muy cordial, le dio dos besos.
—Igualmente. —Miró a la señora—. Hola.
—Noel hijo, vamos a dentro que hace mucho que no vienes. —La madre lo
cogió por el brazo, obviándola.
—Tranquila, señora, no contagio la peste bubónica —musitó.
—Muy buena esa contestación. —Se rio por la nariz el padre de Noel.
—Lo siento, señor. —Bajó un poco la cabeza, la había pillado.
—No pasa nada, y llámame Henry —le pidió muy amable. Tenía don de
gentes.
—Me odia. —Henry volvió a reírse, lo que hizo que Noel mirase para atrás.
La casa era espaciosa, con una escalinata de piedra blanca en el vestíbulo,
como el suelo y los muebles que la saludaron a su paso. Tras bajar tres escalones
llegaron al salón comedor de líneas limpias, pero algo recargado para ella, lo
único que se salvaba era la gran lámpara Swarovski.
—Que alegría tenerte, Noel. —Su madre le iba a dar una caricia y él le torció
la cara.
Todos se sentaron en unos sofás.
—¿Qué tal papá? —Pasó de su madre.
—Bien, hoy fue un día tranquilo, hijo.
—Mi padre a veces debe solucionar los estragos que hacen otros cirujanos.
—¿En serio? —Luna estaba sorprendida, pues ese acto decía mucho de él
como médico y persona.
—Sí, nadie sabe el daño que se le causa a la gente cuando la operación no
queda bien. Intento ayudar a esa gente física y mentalmente, nadie se merece no
poder mirarse al espejo y como médico es lo que debo hacer. —Se quitó
importancia, pero estaba prestando su buen hacer.
—Mi marido es muy filántropo. —La madre de Noel no miró para ella.
—Isabel —dijo su nombre con resignación.
—Es cierto.
—¿Y tú a qué te dedicas Luna? —Se interesó por ella el padre.
—Es la recepcionista —contestó Isabel por Luna.
—Mamá, es decoradora —la corrigió Noel con frialdad.
—¡Ay, sí! Le has dado ese puesto. —Volvió al ataque Isbel.
Luna alucinando por pepinillos, observó al señor Hammond que miró
extrañado a su mujer.
—¿Noel? —Volvió los ojos a su hijo para que le explicase qué pasaba.
—No hagas caso, papá, Luna tiene su propio currículum y actué en
consecuencia.
—Eso es muy distinto a lo que dijiste —le dedicó esas palabras a su mujer.
—Aquí, ahora, es todo ocultar...
—Que no es lo que esperaba para su hijo, ¿no es así? —Luna no se mordió
más la lengua—. Soy demasiado choni, seguro.
—¿Qué dice esta chica, Noel? —La hacía sentir como si no existiera.
—¡Mamá! —protestó Noel.
—Y tiene un bolso de Prada, ¿se lo compraste? —Quiso saber Isabel.
—Parda. —Con aquel nombre la madre la miró con las cejas alzadas.
—¿Dices? —Se dignó al fin en reparar en su persona.
—Es de Parda, una marca de moda nueva que no está a su altura. —Se dio
ínfulas de importancia Luna—. Solo muy pocas lo tenemos, pero dará mucho de
qué hablar.
—La cena está lista —dijo una criada.
—Vamos —Henry se levantó.
Luna quería marcharse de allí, jamás se había sentido tan incómoda en una
casa. Era la segunda casa de un hombre a la que acudía, la primera era gente
normal que la aceptaron desde el primer momento, gente que no miraba el
envoltorio de presentación, en cambio, en ese cascarón de lujo, brillante, la
superficialidad era lo que flotaba en el ambiente, más que el ambipur.
—Henry, por favor, esta chica es una bola de discoteca. —Oyó a Isabel
quejarse.
—Prefiero ser una bola de discoteca que una pija amargada —le encasquetó
Luna.
—¡Qué maleducada!
—Te lo has buscado, mamá, con tus buenos comentarios. —Noel la defendió.
—Es que has dejado el caviar de Deborah por...
—Por bocata de Nocilla, ¿o prefiere la Nutella? —terminó Luna la frase por
ella.
Se sentaron en una mesa preparada para cuatro con amplios platos que
parecían la rueda de un carro, estaban muy de moda, Luna no los veía viables ni
utilizables, prefería la vajilla que tuviera una historia, como las de su casa. La
cena se compuso de un único plato, besugo hervido con guarnición de verduras
al dente.
—¿Y qué te gustó de mi hijo? Seguro que su dinero...
—No soy tan materialista, es guapo, aunque me ponen más los hombres en
chándal.
—¿Te gusta el chándal? —La madre quedó anonadada—. ¿Te conformas con
eso?
—Pues sí, soy así de sencilla, pero hay que tener estilo para llevarlo. —El
padre de Noel se rio por lo bajo—. Estoy esperando a que se lo ponga.
—Nunca lo verán tus ojos —dijo roñosa Isabel.
—Tengo varios en casa —la contradijo Noel, molesto. Luna lo supo por su
modo de masticar fuerte y la forma de sujetar los cubiertos.
—La primera vez que vi a su hijo pensé, «¡ay, madre, qué cayetano!» y de mi
cara salían subtítulos —pinchó a propósito a Isabel.
—Hijo, le van los canis —aseguró Isabel, que dejó de comer.
—No, esos menos, tienen la neurona justa para abrir una nuez. —Ese
comentario logró que Henry soltara una sonora carcajada, era muy fácil hacerlo
reír.
—Te gusta lo contrario a mí, pero tampoco estás con ellos —meditó Noel.
—Claro, porque te tengo a ti y me conquistaste como lo hace un Ferrero
Roché. —Le sonrió irónica.
—Yo soy más de Mon Chéri —especificó Henry.
—También yo, papá, ¡qué ocurrencias tienes, cariño!
—¡Ay, qué la ha llamado cariño! —A Isabel le entraron todos los males.
—Salen juntos, es cómo tiene que hablarle. —Henry parecía encantado y no le
dio la sensación a Luna de que fingiera—. Hijo, me alegro de que al fin hayas
encontrado a una mujer que abandera la naturalidad —la elogió Henry.
—Mejor que te calles, querido —le pidió al ver que no le daba la razón.
—Señora, tranquila, espero que dentro de unos meses no nos veamos las caras.
24
Luna se dio cuenta de lo que había dicho cuando ya era demasiado tarde, cuando
tenía tres pares de ojos encima de su persona esperando ciertas explicaciones,
pero no se pudo contener ante la indiferencia de esa mujer que era lo opuesto a
como su abuela había tratado a Noel. Ella ya contaba que no la aceptasen, pero
la trataban como una analfabeta, una roba-hombres que solo veía la cartera en
ellos, cuando había sido su querido hijo quién había montado aquella pantomima
y la mal parada era ella. Isabel no le caía bien, era la típica mujer de clase alta,
rica, a la que solo le importaba la gente por el apellido y las posesiones, así
trataba a las personas, pero en algo le daba la razón, Noel y ella no estaban
hechos el uno para el otro.
De pronto, notó que algo le apretaba en el muslo, al bajar los ojos vio la mano
de Noel que recibió un manotazo.
—¡Ojalá, Dios te oiga! —suspiró Isabel.
—Le pondré todos los días unas velas a la Milagrosa y a San Judas Tadeo para
que se cumpla —le sonrió afable.
—¿Qué es eso de unos meses? —Henry reaccionó yendo al asunto.
—Nada, papá, es una broma que tenemos entre nosotros, pero lo que no se da
cuenta, o no quiere ver, es que no somos tan distintos —apuntó Noel salvando la
situación.
—Lo sois hijo, no tenéis nada que ver —apostilló Isabel cortando con
delicadeza el pescado—. Lo que pasa es que estás ciego y no ves lo que tienes
delante.
—La que está ciega eres tú —le encasquetó a su madre y Henry condujo la
conversación por otros derroteros.
En esos instantes, Luna se abstrajo en un recuerdo
«—Me encanta que os hayáis conocido, mi hijo está feliz a tu lado
—Ella es la luz de mi día, mamá».
Un nudo le atenazó la garganta al escuchar al fondo de su oído aquellas voces
que hacía tanto tiempo que no escuchaba y sin darse cuenta separó el plato sin
probar bocado. El estómago se le había cerrado cuando el olor de la empanada
recién horneada en horno de leña le cubrió la nariz alejándola kilómetros de allí,
viajando al pasado. Se mordió el labio inferior por dentro, cuando notó las
lágrimas picándole en los ojos, quería volver allí, a aquella casa, con él, daría lo
que fuera para que su vida hubiese sido otra, esa que planificaron con tanto amor
y que a ella le daba una inyección de alegría, porque había hallado la felicidad
suprema. Con la vista clavada en el limpio mantel, recordó las tardes de estudio,
de besos en la biblioteca, de miradas en clase, rehuyendo del mundo pijo en el
que estaba, mientras añoraba aquel otro que un día habitó con tanta alegría.
Sabía perfectamente que nunca volvería a ser tan feliz, que no habría otro
hombre que le llenase el espíritu, el alma y el cuerpo como lo había hecho él.
No había nadie como él.
Como una autómata, solo estando en esa mesa físicamente, no siguió el ritmo
de las conversaciones, las oía sin oír, mientras se retorcía las manos debajo del
mantel y su corazón latía rabioso por querer irse. Tanto fue así que pidió permiso
para ir al servicio. En aquel mausoleo de mármol blanco, reluciente, con un par
de muebles, un plato de ducha al lado del lavabo sobre el que había un enorme
espejo cuadrado, se miró. Las líneas de su rostro ovalado languidecían por el
malestar, la tristeza y toda esa acumulación de malas sensaciones, que le
chupaban la energía, le enrojecían sus ojos castaños, muestra de que no estaba
pasando por un buen momento, debido a lo que supuso aquel recuerdo que llegó
a su cabeza para enseñarle las diferencias. Sus labios finos estaban ocultos en
una raya que solo aparecía cuando tenía ganas de llorar y, desde hacía horas las
estaba conteniendo. Cerró los ojos para desaparecer de sí misma y abrió el grifo
para que el agua corriese, así su ruido podría calmarla, aunque había algo que
permanecía: no quería estar allí con Noel.
Luna salió del baño y escuchó unas voces y no pudo más que pararse a
escuchar.
—Noel vuelve con Deborah, —le pidió Isabel—. ¿Por qué has permitido que
se fuera?
—No comprendes todavía que no la quiero. —Aquella respuesta de Noel no la
esperaba.
—Eso lo dices ahora porque estás dolido con ella...
—¡Mamá, entiéndelo de la una puta vez!
—Hijo, esa chica solo te va a traer problemas y nos va a dejar en ridículo
delante de nuestros amigos.
—¡Mamá!
—Puede que te haga perder contratos, ¿qué es eso de darle un puesto superior?
Nunca hiciste nada así, no te reconozco, Noel.
—¿Alguna vez te interesó conocerme? —Le echó en cara él.
—Hijo, ¿no ves? No eres el mismo, jamás me habías hablado así.
—Si no lo hice fue porque Deborah me paraba los pies, pero ahora me he
librado de ella.
—Ella es tu decisión más clara, es con quien debes casarte, siempre juntos
desde niños, vuestros caminos están unidos, no con esa pordiosera. —¿Esa mujer
no se hartaba de meterse con ella?
—¡Ya está bien! —bramó Noel fuera de sí—. Vas a respetar a Luna.
—No, ella no es la adecuada para ti, te va a hacer daño.
—¿Por boca de quién hablas? —La actitud de Noel era muy amenazante.
Ella se rio.
—¿Qué dices, Noel?
—Tus palabras me recuerdan a las que me dijo Deborah.
—Claro, porque me llamó. —Reconoció su madre.
«Hace falta ser tonta, ¡cállate!», le aconsejó Luna para sus adentros.
—No vas a volver a hablar con ella —le ordenó como si se tratara de un
empleado, no de su madre.
—Su madre es mi amiga, como ella también lo es.
—¿O dejas de hablar con Deborah o no me vuelves a ver? —Ante aquel
ultimátum a Luna le dio un escalofrío, Noel la estaba poniendo a ella misma en
una tesitura muy mala con respecto a su madre, a lo que se le unía que jamás
había oído a un hijo hablarle de un modo tan frío e impersonal a una madre. Se
sintió tan mal con Isabel, tan mal consigo misma, que dio un paso hacia atrás y
chocó con alguien.
—Lo siento, yo... —Se disculpó ante Henry.
—Calla. —Henry la cogió por los hombros de un modo muy paternal.
—¿Me has oído, mamá? Escoge, ¿o Deborah o yo? Es tu decisión, no la mía.
—Te escojo, hijo —Isabel sonó temblorosa.
—Pues vas a respetar a la persona que tengo al lado porque me da la gana,
estoy con quien quiero estar, no con quién me digas, porque jamás te hice caso, y
ahora no va a ser menos. Me niego a perder la vida con una persona a la que no
amo y siempre los has sabido y siempre miraste para otro lado, sin importarte lo
que me interesaba.
—Noel...
—Vamos, Luna. —Henry la arrastró hacia el salón y se sentaron en un sofá.
—Lo siento, no pretendía provocar este cisma, lo siento mucho. —No sabía
cómo disculparse con el padre de Noel.
—No es culpa tuya, es de Isabel, todo lo que Noel le ha dicho es la verdad y
ella lo sabe.
—Pero mi presencia lo ha complicado todo.
—Luna, no tomes como algo personal esta situación. Hace años que están así
—le comentó Henry la realidad familiar.
—Entiendo.
—Contigo, aunque Isabel no lo intuya, veo a mi hijo feliz, vuelve a ser el Noel
de antes, vuelve a estar relajado y no finge los sentimientos que le provocas.
Créeme, lo he visto forzarse a hacer cosas que no quería, en cambio, contigo
puede ser él mismo.
—¿Qué? —Luna alzó las cejas, no esperaba una confesión como aquella.
—Le das algo que había perdido —Henry habló manteniendo el misterio.
—¿El qué?
—Eso tendrás que descubrirlo o él decírtelo. —Parecía que no quería poner el
carro antes que los bueyes.
—Luna nos vamos, —Noel entró como un vendaval—, y no protestes.
Ella se levantó como un resorte a la vez que cogió la cazadora de donde la
había dejado.
—Nos vemos, papá —le dio un abrazo.
—Encantado de conocerte, Luna. —Henry la despidió con dos besos.
—Igualmente, señor Hammond.
—Llámame Henry. —Luna asintió.
—Hijo. —Llegó Isabel compungida.
Noel sin pararse a decirle nada ni a mirarla, cogió a Luna de la mano y tiró por
ella para salir de allí.
—Adiós, señora Hammond. —Isabel asintió—. Noel me haces daño en la
mano.
Noel aflojó su agarre, pero no la soltó hasta que no llegaron al coche.
Se marchó de allí incómoda, sentimiento que se mantuvo a lo largo del trayecto
y se dejaba sentir también en el ambiente que habían creado en el coche. Noel,
una vez llegó a la casa de Luna, la acompañó al portal.
—Lamento lo que has tenido que aguantar esta noche. —Estaba cabizbajo,
como si escondiera la vergüenza.
—No pasa nada —le quitó hierro al asunto, ya que ella no se podía meter en su
vida familiar, no era quien, por mucho rechazo que su persona hubiese causado.
—Sí qué pasa, Luna, jamás permitiré que nadie te hable como te habló mi
madre.
—Es tu madre.
—Da igual.
Luna metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y no pudo más que hablarle
con sinceridad.
—Noel, medita el contrato, porque creo que está originando problemas, algo
que no quiero en mi vida.
Entró y lo dejó allí plantado como un champiñón sin permitirle responder, para
que le comiera la oreja con estupideces, cuando estaba visto que entre ellos
nunca habría nada similar al amor o a la amistad.
25
«—Luna, cariño, parece mentira que tengas treinta años y no hayas aprendido
todavía que cuando el amor llega, no toca al timbre. Mentalízate, es la única
fuerza que siempre nos pondrá en tesituras que no queremos.
—Entre Noel y yo amor, lo que se dice amor, no hay mucho.
—No fue lo que vi en la cena —replicó su abuela».
Luna hizo caso omiso a las palabras de su abuela, porque sí que aprendió algo
en sus treinta años: mucho amor mata. Eso mismo lo había vivido ella en sus
propias carnes, como Ícaro, y no quería cometer el mismo error, además, lo que
Noel le pedía por activa y pasiva era cumplir el mierdicontrato. A ello se le
sumaba que estaba en un punto de su vida en el que esa palabra de cuatro letras
no tenía cabida, necesitaba tranquilidad, sin más, y Noel no se la proporcionaba.
Jamás lo haría, ¡la sacaba de sus casillas!
«Le das algo que había perdido», se acordó de las palabras de Henry a lo largo
de esa semana, pues era lo que había pasado desde la cena en casa de los
Hammond, consiguiendo que Noel se desplegara ante ella como un enigma a
resolver, por lo que otra cuestión se le planteó: ¿qué había detrás de él? Amor
desde luego no, lo había dejado claro con sus cláusulas: 3) PROHIBIDO
ENAMORARSE; 5) Luna siempre estará disponible para Noel cada vez que él
así lo requiera, de día, de noche y lo acompañará a todos los eventos sociales; 6)
Las dos partes no se tocarán a no ser que la situación así lo requiera, máximos
marcados por Noel: cogerse de la mano, rodear los hombros o de la cintura.
Sí, recordaba de cada una de ellas sentada en el despacho que compartía con
Noel a la espera de que le diese su veredicto sobre el diseño de decoración que
había planificado en todo ese tiempo para la habitación infantil. Lo observó con
detenimiento: estaba impertérrito, no sabía leer el gesto de su cara, no mostraba
ningún sentimiento, la líneas sinuosas de su rostro permanecían tensas aunque no
apretase la mandíbula y estaba recto como si le metieran el palo de la escoba por
el culo. En otra situación diría que le incomodaba su presencia. Pero si había
regresado era para hablar con él después de la reunión a la que tenían que acudir
y comunicarle la decisión en firme que había tomado.
—Me gusta mucho, Luna —le lanzó una suave mirada oblicua—, es muy
original.
Ella al fin pudo respirar tranquila y soltar el aire que había contenido.
—Gracias.
—Has superado las expectativas de la idea original que diste. —Asentía
lentamente convencido de lo que decía y con unas notas de orgullo, apreció ella
—. Concierta una primera visita con los padres.
—Lo haré. Me alegro de que te guste.
—Creo que los padres se van a maravillar, si no lo hacen —bajó la voz y se
inclinó hacia ella— tienen muy mal gusto.
—La razón siempre la tiene el cliente y los hay horteros. —«Véase tú mismo
con tus zapatos acharolados», apuntó para sus adentros.
—Se van a quedar satisfechos.
—Eso espero.
Unos golpes en la puerta los interrumpieron.
—¡Hola! —Sebas asomó la cabeza con su habitual buen humor—. Ya puede
empezar la reunión.
—¿Ya está aquí? —Noel comprobó la hora.
—Sí.
—Vamos. —Echó la silla hacia atrás para levantarse.
Los tres se encontraron con un cliente, un hombre bajo, de unos cincuenta y
pico años que los esperaba en la puerta de la sala de reuniones. Allí, entre Noel y
Sebas le explicaron a Luna la remodelación que se pretendía hacer en la antigua
masía para convertirla en una espaciosa casa rural, biosostenible, pero ninguno
supo cómo solucionar la localización del huerto. Cada uno tenía una idea. Luna
lo vio a la primera, se encogió de hombros de modo imperceptible para no
llamar la atención de Noel, que oía atentamente las explicaciones del hombre:
—Queremos ese huerto para cocinar los productos de temporada
—Eso está muy de moda —apuntó Luna que no apartaba la vista de los planos.
—Sí, a los clientes también les gusta, porque tenemos otro negocio donde
hacemos lo mismo —continuó el hombre.
—El terreno de la masía es cultivable. —Dio por hecho Luna.
—Así es —afirmó el cliente.
—Bueno, el huerto se podría hacer en esta parte baja de la finca. —Señaló con
el boli el lugar exacto.
—¡Me gusta! —exclamó el cliente encantado con la decisión de Luna.
—Buena idea —le siguió Sebas, que lo veía tan claro como ella.
—Cariño, ¿alguna vez te dije lo increíble que eres? —Luna frunció el ceño
ante esa cuestión. Se había perdido y más cuando Noel la cogió de la mano.
—Esos piropos se cotizan alto cuando salen de tu boca. —Retorcía la muñeca
para soltarse, él apretaba más fuerte.
—Lo eres.
—Me alegro, tú también, por decir algo.
—Es mi novia —le indicó al cliente como si a él le importase.
—¡Anda! Yo también trabajo con mi señora —confesó el hombre con una
sonrisa de oreja a oreja—. No hay nada como trabajar en pareja.
—No hay oro que lo pague —le dijo Luna ladeando la cabeza y sin poder
deshacerse de Noel.
—¿Cómo es posible que no te pidiera consejo antes? —le preguntó entre
dientes.
—Por lo de siempre, cariño, tienes ceguera testicular, solo ves lo que te sale de
los huevos, nunca más allá.
—Estamos en una reunión —tosió Sebas para que dejasen el numerito.
—Cada día me impresionas más y estoy encantado de haberte conocido —
Noel pasó de Sebas.
—Vaya, que mal, lo que pretendo es que me odies.
—Imposible y más hoy, que estás arrebatadora. —Luna había dejado aparcado
el uniforme en el armario y había acudido con unos vaqueros negros, una
camiseta de print de leopardo y una cazadora dorada con brillos—. ¿Te puedo
decir algo?
—Nunca te callas. —Logró deshacerse de él.
—Ve a mi despacho...
—Nuestro despacho —lo corrigió con una sonrisa forzada.
—Trae unos documentos que tengo encima del escritorio, ¿sí? Así los que
entienden podemos hablar.
Luna cogió su cuaderno y se marchó en silencio, muy cabreada con esas
últimas palabras de Noel. Por respeto a la reunión, no le soltó una fresca, aunque
lo que sí hizo fue salir disparada, no aguantaba estar a su lado un minuto más,
¡era un insoportable! Como si Noel pudiera leerle los pensamientos la siguió
hasta el despacho y Luna le pegó los papeles en el torso.
—¡Aquí tiene los putos documentos! Ahora, déjame en paz.
—No, Luna —le ordenó. Ella sin prestarle atención cogió sus pertenencias—.
¿A dónde vas?
—A ti que te importa.
—Dímelo.
—¡Lejos de ti! —le escupió con toda la rabia que le fluía por dentro.
—¡NO! —Alzó la voz fuera de sí.
—Porque tú lo digas. —Tiró para recuperar el brazo—. Suéltame.
—No, porque en cuanto lo haga te irás.
—Desde luego, no te aguanto. —De un arrebato se soltó de su agarre y le clavó
en la corbata el dedo índice—. No critiques a tu madre, porque sois iguales,
tratáis a la gente como una mierda.
—Luna...
—Ni Luna ni mierda, si a Deborah la tratabas así, vete con ella, pero no te voy
a permitir nada de esto.
—No estoy acostumbrado a que alguien me diga los errores —reconoció él
bajando el nivel de tensión.
—Noel, vuelve a esa reunión.
Él negó con la cabeza.
—Escúchame.
—No, ve y termina la reunión de modo satisfactorio, ¿vale? Hablaremos
cuando salgas. —Con el mentón le señaló la puerta—. Ve, no hagas esperar al
cliente.
Refunfuñó algo entre dientes que Luna no alcanzó a escuchar y cuando vio que
cerraba la puerta de la sala de reuniones, se marchó.
—Luna —Marisa la miraba con pena.
—No te diré a dónde voy para que no se lo digas.
—Tampoco lo quiero saber, pero escucha, Noel necesita a una mujer como tú
para aprender a valorar los placeres simples de la vida.
—Creo que te equivocas, no necesita de nada ni de nadie.
—Nunca lo he visto así. Antes de ti llevaba sobre los hombros una pesada
carga, desde que has aparecido está liberado.
—Porque se desahoga conmigo como si fuera un saco de boxeo y luego lo ves
tranquilo.
—Sois el claro ejemplo de que polos opuestos se atraen.
Luna salió de allí lo más rápido que le dieron las piernas, además, de la rapidez
del ascensor. En cuanto llegó a la recepción ni escuchó la llamada de Patricia,
solo quería irse y que sus pies la llevasen a ese lugar por el que palpitaba su
corazón. Al rato de llegar a la marquesina, se subió al bus número diecinueve.
26
Luna se limpió una lágrima peregrina que se deslizaba silenciosa por la mejilla y
a su paso le dejaba una sensación de frío que la estremeció. Habían pasado
muchos años desde aquella tarde en el museo del Prado y a lo largo de ese
tiempo había aprendido lo difícil que era enfrentarse a un dolor más grande del
que podía soportar: la pérdida. Su corazón tembló de tristeza y allí, delante de
aquella obra tan icónica del barroco español, lo volvió a echar de menos, en
cambio, esa vez no percibió la caricia que siempre notaba cuando estaba delante
de aquel cuadro, que procedía de lejos, de un tiempo que todo el mundo le pedía
que dejara atrás, sino que sintió esa presencia que al posar sus ojos verdes sobre
ella el movimiento de sus pestañas al parpadear le acariciaban el cuerpo y el
alma, acompañada de una respiración sobre su pelo.
Para saber si era real o había perdido por completo la cabeza y debían
encerrarla, apoyó la espalda sobre un torso fuerte que permaneció impertérrito,
como si no tuviese otro cometido que el de sostenerla cuando los recuerdos la
anegaban, cuando el pasado y el presente se enfrentan en una lucha encarnizada
con ella en medio para que escogiera entre un pasado vivido o un presente
incierto que estaba en manos de otro, ese que la sostenía. Tras más de un minuto
en la sala, delante del cuadro, quietos, solo sintiéndose el uno al otro y sin darse
cuenta de que sus corazones palpitaban en un solo latido, Luna tragó en seco
antes de hablar.
—Este cuadro me gusta por amor, algo que nunca sabrás lo que es.
—Ha sido un golpe bajo —dijo Noel con la voz enronquecida.
—Jódete —musitó Luna sin moverse.
—¿Quieres saber cuál es el mío? —le preguntó para despertar la curiosidad en
ella, lo cual consiguió.
Luna se giró y ladeó la cabeza.
—¿Te gusta el arte?
—Sí. —Noel paseó entre las salas y la condujo delante del cuadro que menos
se esperaba.
—La sagrada familia del pajarito. —Se trataba de una de las obras más
icónicas de Murillo.
Noel asintió en silencio perdiéndose en la imagen. Ella se mantuvo a su lado,
observando la imagen cotidiana de una familia humilde, que no casaba para nada
con lo que ella pudiera imaginarse que le gustaría a él, pero algo captó en medio
de todo eso: el amor de la familia. Estuvo ensimismada, hasta que bajó la mirada
para ver cómo sus manos se buscaban para entrelazarse. Regresó los ojos a él.
—Tenemos que hablar, Luna. —Le atrapó el dedo anular y se lo acarició con la
yema del pulgar.
Luna respiró hondo para contener las emociones.
—Aquí no, no quiero añadir más recuerdos. —Se deshizo de su mano.
Salieron del museo y pasearon, callados, entre los árboles del paseo del Prado,
donde el cantar de los pájaros se mitigaba con el tráfico, el sonido de los claxon
o de los semáforos de peatones. Acompañados por los turistas que recibía
constantemente la capital, perdiéndose entre los transeúntes que paseaban como
ellos bajo la brisa de la arboleda tras un día caluroso, Luna se fijó en cómo los
colores rosas y lilas coloreaban el cielo para dejarle espacio a la noche y con ella
a la vida nocturna. Pero mientras eso llegaba, reparó en que el silencio entre
ellos era cómodo, más de lo que pensaba, como si el acercamiento en el museo
hubiese roto algún tipo de barrera entre ellos.
—¿Nos sentamos? —le ofreció Noel, señalándole con la mano un banco.
Luna así lo hizo y vio que en el de al lado había un matrimonio mayor cogido
de la mano en silencio, aunque era diferente al de ellos, el típico que con una
mirada bastaba para comunicarse, los envidió. Siempre había deseado eso
mismo, cuando creía que lo había conseguido, lo perdió.
—¿Cómo me has encontrado? —Luna separó la vista de aquel matrimonio
para centrarse en Noel.
Él cabizbajo le regaló una sonrisa sesgada.
—En la cena dijiste que el museo y Galicia eran tus lugares favoritos, el
segundo supe que era inviable, pero el primero... —agitó la cabeza—.
Simplemente vine.
—Te acuerdas —dijo sin aliento
—Sí.
—¿Cómo es posible? —Luna no necesitó nada más para que sus manos
sudasen frío y el corazón le latiese enloquecido.
—Me resulta muy difícil olvidar algo de ti —confesó en bajito como si quiera
que solo quedase entre ellos y los árboles que los rodeaban, mirando al frente,
parecía que la evitaba.
—Me dices esto para luego gritarme —recordó ella lo sucedido.
—Lo siento, Luna. —Cerró los ojos para alejar algún tipo de imagen.
—¿Lo sientes? —Ella se sentó en el borde del banco para encararlo—. Me
dejaste en ridículo, Sebas no sabía dónde meterse.
—Me propasé, ¿vale? Esta semana ha sido muy movidita —se exculpó.
—Solo tú eres el responsable de tus actos y deberías empezar a asumirlos, no a
arrinconarlos como si no hubiesen sucedido, pero tu madre tiene algo de razón.
—¿Qué? —Aquel último apunte consiguió que esos ojos verdes, un tanto
asustados se posasen en ella.
—No somos compatibles, nuestros mundos son diferentes, y si hoy fui a la
empresa era para decirte que debemos parar el contrato y que cada uno siga su
vida ahora que podemos, antes de que nos hagamos daño de verdad.
—Olvida a mi madre.
—Tiene razón, Noel, quizás como amigos o simples compañeros de trabajo
sería mejor para ambos, en tu locura estamos involucrando a nuestras familias.
No vayamos más allá.
—¡Mi madre no sabe nada! —exclamó con un ronroneo entre nervioso y
dolido—. Cree que lo sabe todo de mí y no tiene ni idea, no sabe lo que me gusta
o lo que necesito, solo quiere que todo salga según sus cánones y te informo que
no soy igual que ella.
—Pero tiene razón, lo de esta semana nos ha dejado claro que somos el agua y
el aceite, no podemos mezclarnos...
—No sigas por ahí, Luna.
—¿O qué? —Se quedó a la espera de la amenaza—. ¿Me vas a prohibir entrar
en este paseo?, ¿vas a llamar a la policía municipal? ¿Qué? —Jamás se hubiese
imaginado que tras lo sucedido pudiese hablar con él tan tranquila. A lo mejor
era que no sentía sobre su cabeza el maldito contrato.
—No digas chorradas, no quiero prohibirte nada, si por mí fuera... —se
autocontroló.
—No son chorradas, Noel, lo de hoy sé que se va a repetir, algún día diré o
haré algo que no te guste y volverá a pesar.
—He venido a pedirte perdón, una cualidad que mi querida madre no tiene,
¿vale? Sí, he venido a por ti, estoy aquí por ti, me siento sobrepasado, ¿sabes por
qué? —Ella negó, Noel cogió carrerilla—: No pudo dejar de pensar ti, necesito
verte, sentirte, a donde quiera que vaya estás presente en cada uno de mis
pensamientos, estás dentro de mí y nunca me he sentido así, no soy dueño de mí
mismo, pero si me cabreé no fue contigo, fue porque vi tu privacidad e intimidad
expuesta innecesariamente por culpa de las fotos y, luego, con tu brillante idea
de teletrabajar me prohibiste disfrutar de tu presencia. —Luna quedó tan
anonada que entreabrió la boca, Noel ya no hablaba desde el enfado, fue
arrastrado por lo que contuvo todo ese tiempo. Él ajeno a lo planchada que
estaba, pues no estaba acostumbrada a que ningún hombre expusiera así sus
pensamientos o lo que vivió, no se fijó en lo que Noel cogió, ya que no tenía
ojos para nada más que no fuese él—. Esto es para ti.
A Luna le costó un triunfo bajar la cabeza y comprobar qué le estaba haciendo
un regalo. Noel sostenía un pequeño paquete de pastelería.
—¿Qué es? —la pregunta le salió sola, pues todo a su alrededor había perdido
importancia, solo la tenía Noel.
—Ábrelo y lo sabrás.
—Me estás comprando. —Quiso bromearlo.
—¡Dios!, ¿por qué eres tan mal pensada? ¿No puedes pensar que es para
pedirte perdón...? —Ella le puso los dedos sobre los labios y se sorprendió de lo
suaves que eran al tacto. El aliento que salió de su boca fue una leve caricia que
le rozó el alma, como nadie lo había hecho.
A sabiendas que él no hablaría más, separó la mano y con cierto temor lo
cogió. Sin poder evitarlo, lo arrimó a la nariz y respiró un aroma dulce. Era una
costumbre que había adquirido desde niña que no podía frenar, era superior a sus
fuerzas.
—Ábrelo, no te va a morder. —La azuzó a hacerlo, nervioso.
—No sé si fiarme.
—Hazlo, creo que te gustará. —En sus ojos verdes, aunque oscuros por la
escasa luz que comenzaba a haber, vio un brillo tímido. Ella rompió el papel y
descubrió una pequeña bandeja con palmeras de chocolate. Sonrió—. He
acertado —dijo muy seguro.
—¿Cómo sabes que son mis favoritas?
—Cuando fuimos a casa de mis padres dijiste que te gustaba estar en casa con
unas palmeritas.
—Pero, ¿cómo es posible que te acuerdes, Noel? Otro hombre no se pararía
tanto en los detalles.
—No soy otro hombre, soy yo. —Le dio unos golpecitos en la frente—.
Entérate, es difícil olvidarte.
—Pues no me lo puedo creer, porque ahora temo el siguiente grito. —Cogió
una a la que le pegó un mordisco—. ¡Ay, Dios, qué buena!
—¿Te gustan? —Noel quería que lo confirmase.
—Son las mejores que he comido, —se tapó la boca—, y que hojaldre, ¡la
leche! —Luna cayó en la cuenta al ver su sonrisa de satisfacción acompañada
con una postura relajada, el brazo apoyado en el respaldo del banco, era una
señal de que él disfrutaba con verla feliz—. Abre la boca.
—No.
Le dio un suave empujón.
—Abre. —Partió una palmera la mitad y le puso el trozo delante de la boca,
Noel claudicó—. ¿A qué está buena?
Él asintió. Luna buscó el botellín en su bolso además de un paquete de
pañuelos de papel que hicieron de servilletas.
—Toma, bebe. —Él la obedeció.
—Está muy rica —reconoció, tras un trago de agua.
—Come. —Le dio una entera.
—Las compré para ti.
—Y yo quiero compartirlas contigo, ¿no puedo?
—Son tuyas. —Se comió un trozo—. Las cogí en una pastelería cerca de aquí,
es la que siempre he tenido a mano.
—Pues son las mejores que he comido. —Tragó y bebió un sorbo de agua—.
Gracias. —Sin que ninguno de los dos lo esperase, una mano invisible la empujó
hacia delante y le dio un beso en la mejilla, que por algún motivo, que Luna no
sabría definir, lo alargó todo lo que pudo para recrearse en la suavidad de su piel,
como en su olor que había añorado en ese tiempo y no supo verlo por lo
enfadada que estaba con él.
—El mejor regalo de mi vida —musitó Noel. Luna sonrió sobre su piel,
notando como en las mejillas se acumulaba una cantidad ingente de sangre—.
Perdóname.
Ella se separó lo suficiente para que la punta de su nariz se pegase a la de él.
—Lo estás desde que apareciste en el museo. —Aunque cabía la gran
posibilidad de que Noel le llenase los oídos, ella vislumbró que quizás él fuese el
encargado de sacarle las espinas de su dolorido corazón.
A veces, había que tomar una pequeña bocanada de aire fresco para verlo todo
desde la distancia.
El momento, bañado por un mar dorado que procedía de los cielos en el
instante de que el sol se escondía, fue roto por las campanas del móvil de Noel.
Él lo cogió.
—Es un mensaje de Deborah, dice que si queremos cenar con Edu y ella el
sábado. —Lo guardó en el bolsillo del pantalón—. No iremos.
—Sí, vamos a ir, dalo por hecho, pero creo que tenemos que hacerlo bien.
—¿Él qué? —Noel agitó la cabeza sin comprenderla.
—Si es cierto que está celosa, no entiendo la razón, tampoco me interesa, yo
debería pasar la noche en tu casa y no porque me agrade.
—¿Por?
—¿En serio lo preguntas?
—Sí, que no me importa que vengas, pero no lo entiendo.
—Sábado, sabadete, fiesta jolgorio y polvete —le encasquetó ella.
—Ya...
—No te vengas arriba que no me voy a abrir de piernas.
—Tampoco te lo pediría —afirmó él para que no hubiese dudas.
—Bueno, pues una mujer celosa como ella, intentará saber si paso o no la
noche contigo.
—No creo que haga eso, no es ese tipo de mujer. —Noel cogió otra palmerita.
—Lo que tu digas, pero no me fío de una mujer cegada por los celos, ¿sabes si
vive con Edu?
—Viven juntos por temporadas, es decir, pasan un tiempo en casa de Edu o de
Deborah, luego, se van cada uno a su casa. Según sople el viento, así actúan —se
rascó la nuca—, o eso me contó Sebas, no sé —se encogió de hombros—. Le
podemos preguntar.
—Entonces quedamos como el culo, de verdad que...
—Lo sé, lo sé, era una broma. —Se limpió los dedos con un pañuelo de papel
—. No creo que nos siga —repitió Noel.
—Por si las moscas, hagámoslo. Si estás de acuerdo. —No quería forzarlo a
nada.
—Vale, daremos más veracidad a todo. —Cogió una palmera y se la puso
delante a Luna que le pegó un mordisco, luego él se metió en la boca otro
pedazo.
—Buenas noches —se despidió de ellos el matrimonio.
—Buenas noches —les respondió Noel que los siguió con la mirada, hasta que
giró el rostro hacia Luna—. Acabo de ver el futuro que añoro pasar por delante
de mí.
Al oírle decir lo que ella había pensado, comprendió por unos segundos que lo
había estado buscando todo ese tiempo porque, a veces, por causa del destino o
por casualidades de la vida, había personas que nos llamaban desde lejos y solo
había que responderles para hallar ese trozo de alma que habíamos perdido.
28
Los días antes del sábado, Luna continuó trabajando desde casa con el
beneplácito de Noel y bien que hizo, a partir de esa noche, comenzó a notar
cómo le subían décimas de fiebre y los ataques de tos se iban haciendo más
frecuentes. Para mitigarlo todo y poder asistir a la cena del sábado, tomó
paracetamol creyendo que era un simple resfriado, aunque no era un saco de
mocos.
Justo el día que conocería al prometido de Devórame otra vez, parecía que
estaba bien, no había tenido ninguna décima de fiebre, coyuntura que aprovechó
para elegir un conjunto adecuado para las noches cálidas que estaban azotando
Madrid: eligió un short rojo, que no había estrenado, una camiseta de tirantes
verde fosforito, una blazer naranja y zapatos de tacón negro, que hacían juego
con el bolso. Bajó las escaleras al trote con su mochila de Chinel colgada del
hombro, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo por abrir la puerta del edificio,
pues, de repente, se había metido en la película Greese y también para disimular
el momento «éxtasis total» que estaba viviendo: apoyado en el coche, como si el
mundo no fuera con él, Noel la esperaba enfundado en unos vaqueros negros,
con una camiseta del mismo color y una chupa de cuero. Aquella visión, mejor
que cualquiera de sus fantasías, provocó que una ola de calor húmedo se
desprendiera de sus entrañas para acumularse en su bajo vientre.
«Tendría que haber una multa especial por estar tan bueno», meditó al empezar
a hiperventilar y a sudar como una guarra.
Noel cuando la oyó llegar volvió la cabeza hacia ella con una sonrió de oreja a
oreja.
—Hola, —dijo él carraspeando sin disimular un ápice la parada estratégica que
sus ojos hicieron en las piernas largas de Luna.
«Mira, mira, porque a esta que está aquí no la vas a tocar ni con el palo de la
escoba», se regodeó en ese hecho, así controlaba sus propias ganas de arrancarle
la ropa allí mismo.
—Hola, ¿dónde pongo la mochila? —Noel no era capaz de separar sus ojos de
ella—. La tierra llamando a Noel. —Movió la mano delante de sus ojos.
—No le hables así —la regañó su abuela desde la ventana.
—¡Ay, Pepi! Qué bonita pareja hacen —comentó Roy con aire soñador.
—Muy bonita, están hechos el uno para el otro —aseguró su abuela.
—Cotillas —los insultó Luna sin miramientos.
—Hola. —Levantó el brazo Noel a modo de saludo.
—Muchachito, no corras mucho y pasadlo bien. —Se despidió de ellos Pepa.
—Haremos lo que nos dejen —le contestó Noel, dejando a Luna planchada.
—¿De dónde has salido tú? —le recriminó con casi todo el cuerpo metido en el
maletero del coche—. ¿Cómo le dices eso a mi abuela?
—Vaya, el envoltorio no cambia la lengua —murmuró él con la intención de
cerrar el maletero.
—Eso nunca —le contestó molesta—. Adiós —se despidió de los cotillas.
—Buenas noches, tortolitos —dijo Roy.
Luna se montó en el coche a toda prisa, su amigo estaba peor de lo que creía.
Se abrochó el cinturón con la mala leche palpitando en la vena del cuello. Noel
se apoltronó en el asiento con una mano en el volante y la otra apoyada contra la
ventanilla bajada.
—Noel, ¿no tienes nada que contarme? —le preguntó con cierto misterio.
—Estás muy guapa esta noche —soltó él a bocajarro.
Luna abrió la boca todo lo que le dio, ¿se quería quedar con ella o vivía en una
realidad paralela? Aunque por una vez, le gustó el piropo.
—Tú también. —Luna ya no sabía cómo retomar el tema.
—Nunca me dijeron que estaba «guapa».
—Siempre hay una primera vez para todo, pero no me entretengas —le pidió.
—No lo hago.
—¿Estás seguro de que no tienes nada que comentarme?
—Sí. —Cogió la salida hacia las afueras de Madrid.
—No hay nada referente a Roy.
—¿Qué le pasa a Roy? —Noel estaba más pendiente de la carretera que de la
conversación.
—No sé, a lo mejor tú sabes algo que no me contaste.
—¡Ah, eso! —Luna no quería cantar triunfo—. Es cierto, te va a sustituir en la
recepción.
—Y me lo dices ahora cuando fue él quién me dio la noticia, ¿tendrás jeta?
—Oye, me había contado que está en paro, no es malo darle trabajo a nadie, y
Patricia no puede sola con la recepción y también le voy a pagar por mantener
los equipos informáticos saludables —le explicó Noel.
—Me lo pudiste consultar —afirmó molesta por el regalo envenenado que
había hecho a Roy.
—Se me olvidó, porque estabas empeñada en teletrabajar.
—Disculpas, cuando lo contrataste fue el día del museo, pero claro, no nos
vimos.
—Tú me importabas más que él —¡Toma confesión!
Estaba claro que debía acostumbrarse a oír frases como esas de su boca.
—Lo contrataste para que me quedase —contraatacó para que él no percibiese
como le afectaba.
—Te has quedado igual —apuntó.
—Lo contrataste por si no daba el brazo a torcer, utilizarlo en mi contra y me
forzarías a quedarme en la empresa.
—Siempre tienes que llevar las de ganar.
—Pues sí.
—No te voy a dar el gusto de discutir.
—Vaya, mi gozo en un pozo. —A propósito y siendo consciente que sus
piernas llamaron mucho la atención de Noel las estiró y, pronto, notó ese
cosquilleo que notaba cuando la miraba, pero no dijo nada ni hizo nada, solo
disfrutó, de tener sus ojos sobre ella.
Luna se centró en el exterior, pues iban hacia Boadilla del Monte. Disfrutó de
cómo el paisaje iba cambiando, pasando de grande edificios, piedra y asfalto
iban quedando atrás para darle espacio a los árboles y otra vegetación, pues en el
área metropolitana de Madrid, sobre todo, en esa zona del Guadarrama se
hallaban grandes pastizales, zonas de encinas o pinos. Luna siempre había
deseado vivir cerca de la naturaleza, pues sin parecerse en nada, le recordaba a
Galicia, el lugar donde se sentía libre, a pesar de que los recuerdos la azotasen.
Allí podía ser ella misma.
Llegaron a La nueva Cañada, un restaurante donde se podía apreciar la
verdadera cocina tradicional española.
—Creía que iba a ser más pijo.
—Lo escogió Edu —especificó Noel.
—Ya decía yo que no era chic para Deborah y para ti. —Luna tosió.
—No me gusta esa tos.
—A mí lo que no me gusta es que me lo digas. —Como si un dedo le hiciese
cosquillas en la garganta, tosió más.
—Lo digo en serio, deberías ir a mirarte.
—Estoy fuerte y sana. —Saco del bolso unas toallitas desinfectantes para
limpiarse las manos—. Tranquilo, no contagio. —Salió del coche, no le gustaba
esa actitud casi paternalista de Noel.
—Hola —saludó Deborah a sus espaldas.
Luna se giró y las comisuras de sus labios se estiraron en una mueca rara al
verla con un vestido sedoso azul pavo real con los zapatos a juego, que le
resaltaban sus ojos. Se alegraría más viendo un documental de David
Attenborough, que viendo el espectáculo particular de Deborah.
—Hola —los saludos con voz temblorosa. Contuvo el aliento no por tener a
Devórame otra vez delante, sino por el picor de garganta.
—Luna a Deborah ya la conoces, él es Eduardo su pareja. —El susodicho
novio, muy campechano, le dio dos besos en la mejilla y Luna soltó—: «Hola,
soy Edu, feliz navidad».
Él soltó una sonora carcajada, era más natural que Noel, muy delgado, unos
centímetros más bajo que Noel y con un rostro muy juvenil y dulce al mismo
tiempo. De primeras, le cayó bien a Luna, aunque se sorprendió que Deborah
pudiera estar con una persona que irradiaba tanta normalidad. La verdad era que
se había imaginado un tipo Ken, un hombre plastificado sin seso en la cabeza.
—Eres muy divertida y la primera persona que se atreve a decírmelo. —Se
volvió a reír.
—¿Vamos? —indicó Deborah, que la taladraba con la mirada.
—Mejor —dijo Noel, que cogió de la mano a Luna lo que aprovechó para
preguntarle—:¿Qué le has dicho?
Luna pegó la boca a su oreja.
—La propaganda de: «hola soy Edu, feliz navidad» —fue sincera.
—Sí, me acuerdo. —Sonrió de forma sesgada con la ternura bailando en sus
labios—. Siempre tan ingeniosa.
Aquella respuesta tranquilizó a Luna y le atravesó el corazón en el mismo
momento que Deborah miró para ellos, sin embargo, Noel había centrado toda su
atención en la figura de Luna y le guiñó un ojo cómplice, cuando pasaron por
debajo de una farola y sus ojos verdes recogieron la luz. Cada día que pasaba lo
encontraba más atractivo, lo que ganaba terreno a esa otra parte que la sacaba de
quicio.
El restaurante tenía una decoración que a Luna le gustó mucho, mezclaba la
modernidad de los biombos, los focos de la luz, con otros más tradicionales
como era el techo vegetal con la mantelería o la tapicería de algunas sillas. Un
camarero los llevó a una mesa de cuatro, donde Deborah y Edu se sentaron en un
cómodo sofá, mientras Noel y ella lo hacían en unas sillas, lo que Luna
agradeció fue que detrás de Deborah hubiese unos grandes ventanales para poder
perderse en el exterior, así no mirarla a la cara, lo que carecía de importancia,
porque realmente era Deborah la que no les quitaba ojo de encima. Estaba más
pendiente de ellos, en cómo no interferían en el espacio personal del otro,
quietos como estatuas sin interactuar, que de la enorme carta, donde Luna se
perdía. Con Edu alucinó en colorines, con actitud de consejero oficial les
recomendó varios platos, luego de elegir él los entrantes, sin contar con nadie,
que iban a compartir, además del vino. Ella por descarte, escogió pulpo a la
brasa. Luna no estaba acostumbrada a ese tipo de comportamiento, pues con Roy
los dos elegían lo que querían. Noel pidió agua para ellos dos.
—Noel, ¿no compartes un vino? —Se interesó Edu sin ánimo de ofender—.
Tengo entendido que te gusta la bodega de este restaurante.
—Tengo que conducir —Noel negaba con la cabeza a la vez que jugueteaba
con el cuchillo.
—Puede llevar el coche Luna —le propuso.
—¡Oh, no! Tengo mi coche y no me manejo con el suyo, ¿verdad, cari? —Le
puso una mano en la pierna.
—Así es.
—Suerte que tengo, me trajo Deborah. —Se rio—. ¿Y cómo os conocisteis?
—Luna es una de las recepcionistas, bueno, era, porque ahora trabaja con Noel
—comentó Deborah con ánimo de joder.
—Soy decoradora, máster de decoración por la Escuela Madrileña de
Decoración que terminé con excelencia y luego estuve en una empresa donde
realicé varios proyectos importantes. —Nada más terminar con ese mini
resumen de su propio currículum, miró a Deborah: «Ahora enrosca la lengua y
métetela por el culo», Luna hundió las mejillas saboreando el triunfo. Deborah
cero, ella, uno.
—No podía dejarla escapar. —Noel la cogió de la mano y entrelazaron los
dedos.
—Pero aun así, no fue en la recepción donde nos conocimos, ¿te acuerdas? —
Luna miró para él sonriente, aunque estiraba demasiado los labios.
—No puedo olvidar nada que venga de ti, siempre te lo digo, amor, —que él la
llamase así fue impactante para Luna, sobre todo, para su corazón que dejó latir
—. Fue en el aparcamiento, me embestiste a lo grande. —Noel la miró retándola
a salir de ese embrollo.
El romanticismo se fue al carajo.
—No os asustéis —Luna alzó la mano para que no interviniesen—, no tuvimos
ningún accidente, ni nada por el estilo.
—Casi. —Noel enredaba todo más.
—Bueno, fue por mi zapato y Noel se convirtió en mi príncipe encantador.
Veréis, un tacón se me enganchó y él fue mi salvador. Ahí empezó todo.
—Tras varios cafés...
—¿Tú en una cafetería? —Deborah disimulaba el malestar de lo que oía, pero
estaba que se moría en su propio veneno.
—Después de varios cafés y unas cuantas copas —Noel fue más frío en la
respuesta.
—Creía que no frecuentaba esos lugares —apuntilló picajosa.
—Hasta tenemos nuestro restaurante preferido —intervino Luna, que le
acarició los nudillos al notar que Noel apretaba más su agarre. Él lo aflojó y
buscó su mirada—. Nos lo pasamos muy bien juntos —añadió.
—Tanto fuera como dentro de casa, nos gusta pasar tiempo juntos —remató
Noel la faena con un parpadeó lento, parecía que estuviese aprendiendo las
líneas ovaladas de su rostro.
—¡Cómo me alegro por vosotros! —exclamó Edu cuando llegaron los
entrantes.
—Gracias, nunca he estado tan feliz. Tengo la suerte de contar con ella para
todo, fuera y dentro del trabajo, es mi mejor compañera —Luna tuvo que
aguantarse las ganas de alzar las cejas, Noel estaba imparable y como si se lo
creyese, atacó el jamón.
—Te voy a ser sincero, Noel, era muy reticente contigo por tu historia con mi
Deb, pero ahora, ya no tengo nada que temer, hacéis una pareja muy bonita, ¿a
qué sí? —Edu no se cortó en buscar el beneplácito de Deborah, que masticaba el
jamón de jabugo a lo bestia.
Luna ladeó la cabeza con una sonrisa falsa.
—Sí, lo son. —Deborah los mataba con la mirada, aunque mantenía la
compostura y leyó una pregunta en sus ojos de sapo: ¿por qué con ella sí y
conmigo no?
Luna prefirió los palitos de pan y se sirvió una copa de vino, que no le
agradaba mucho, prefería una buena cervecera, pero entre pijos se movía la cosa
y necesitaba algo fuerte para correr las palabras de Noel, que por muy falsas que
fueran le habían afectado demasiado, ya que las había pronunciado con una
cadencia que hacían creer que entre ellos había algo más que un puto contrato.
Paladeó el vino y se reconoció que estaba muy bueno, dulce, con cierta nota
afrutada y al estar fresquito, se hacía adictivo, al igual que ese hombre que no le
soltaba la mano, lo que la convertía en manca.
—Se os ve muy compenetrados. —Edu estaba feliz por ellos o porque Noel ya
no era una interferencia con su Deb.
Luna tosió al quedarle una miguita pegada en la entrada de la garganta. Noel
acercó su cabeza a ella.
—No me gusta esta tos —le frotó la espalda.
Luna no respondió, cogió la copa de agua y bebió.
—Tranquilo, no pasa nada. —Asintió en su dirección—. En serio —parpadeó
coqueta hacia él y dulce como un caramelito.
—Lo que digo, más compenetrados imposibles. —Edu no paraba de elogiarlos.
—Pues, sí, tienes razón —afirmó Luna—. Estamos tanto que practicamos el
misionero fluido.
—Cariño, esas intimidades no se cuentan. —Noel se rio para no apretar las
muelas, pero sus verdes ojos le lanzaron una clara advertencia: no sigas por ahí.
—Estamos entre amigos, no se van a asustar, —Luna alternó los ojos entre
ellos dos antes de preguntar—: ¿sois religiosos?
—No —contestó Edu.
—Nena...
—¿Nena? —Deborah interrumpió a Noel sin dar crédito a ese apelativo—.
Vaya, sí que has cambiado desde que estás con Luna.
—Sí, la verdad que sí.
—Nunca te gustaron esas palabras —le recordó Deborah que había dejado de
comer.
Noel iba a responderle, pero Luna se le adelantó:
—Es cuestión de amor: cuando das amor es lo que recibes de vuelta. —Se
atrevió a darle una caricia en la piel del pómulo que quedaba libre de la sombra
de la barba. Se recreó en la piel, más suave de lo que ella creía, y los dedos
dejaron de picarle, ¡al fin, lo tocaba!—. Cuando le das amor, la piedra que tiene
por corazón se funde para mostrar al verdadero Noel.
—¡No hay dos Noel! —protestó Deborah—. Lo conozco.
—Noel, me alegro de que hayas encontrado a Luna —intervino Edu—, se nota
que estáis hechos el uno para el otro. Es tuya amigo.
—No soy de él —afirmó Luna con rotundidad, él le apretó la mano—. Noel va,
viene, entra, sale cuando quiere, con total libertad, como él me lo permite a mí.
No somos la pertenencia del otro, ahí radica algo tan fundamental como la
confianza, lo más bonito que una pareja puede compartir y también conseguimos
tener una relación sana.
—¡Vaya! —Edu parecía haber llegado a su eureka—. Yo tengo que hacerlo
todo con ella.
—Cada relación es un mundo —Luna se encogió de hombros.
29
—Esta noche duermo en el sofá. —Noel y Luna estaban como dos pasmarotes
delante del susodicho sofá, ¡ni que fuera un monstruo de siete cabezas! Pero ahí
quedaban parados, como si tuviese la respuesta a todo.
—¿Y eso? —Luna no lo esperaba.
—Se me olvidó decirle a Yoli que preparase otra habitación.
—¿Se te olvidó o no querías que lo hiciera? —Luna no lo tenía claro, pero
había que pensar mal para acertar.
—Sí que eres bien pensada.
—Contigo, sí.
—Se me olvidó, Luna, por Dios —resopló cansado.
—Me quedo yo con el sofá, vete a tu cama. —Asintió en su dirección—. Lo
digo sin acritud.
—No me importa, en serio, ya me quedé dormido en más de una ocasión.
—A mí tampoco, así que no hay discusión, me afinco aquí y así quedas con tu
colchón.
—¿Por qué lo dices?
—Estamos un poquito susceptibles.
—Simplemente pregunto.
—Tus sueños son de belleza, para levantarte fresco como una lechuga prieta y
fresca y no voy a ser yo quien te lo impida.
Noel puso un gesto resignado, antes de girarse para ir a buscar unas sábanas,
una manta además de una almohada.
Luna lo recordaba estirada y tapada hasta la nariz con la suave manta, tenía un
frío horrible ¡no paraba de estremecerse! Lo bueno, el sofá era como se lo había
imaginado: mejor que una cama. Blandito, mullido ¡aquello era gloria bendita!
Ni su cama era tan cómoda, eso sí, la estaba acompañando un dolor de cuerpo
horrible por estar colgada como un pedazo de matanza a la que ponían ahumar.
Era el precio que pagar por ser una voyerista de cuidado y una parte de ella
estaba deseando hablarlo con alguien, soltar todo lo que había visto. Era sabido
que con Noel no, pero con Marisa, Roy o con Pat sí y, por una vez en su vida,
estaba deseando que llegase el lunes. Se giró sobre la espalda, tosiendo, ¿qué le
pasaba? Se movía un poco y venga tos, a la que se unía la imposibilidad de
conciliar el sueño, porque cada vez que cerraba los ojos la película porno que
presenció asaltaba su mente como si fuesen Billy el niño, ¿por qué tuvo que ver
eso? Se tapó los ojos con un brazo al pensar que Deborah los tenía a todos
engañados, iba de digna, machacaba la cabeza de los que estaban por debajo de
ella y luego, no era que llevase una doble vida, no, peor, no era capaz de
reconocer que amaba a una mujer. ¿Le daría vergüenza? No, porque no había
nada malo en amar a una persona, pero algo que no le cogía en la cabeza era que
tuviera relaciones con hombres y escondiera a Melisa. Ella entendía el amor de
una manera libre, que cada cual amase a quien le diese la gana, sin prejuicios.
Luna no concebía que en el siglo XXI una persona pudiera actuar de ese modo.
«Si estuviera en su caso me pondría el mundo por montera y me iría con mi
amor», meditó en el silencio de la noche, cuya oscuridad era rota por la tenue luz
de los rayos de la luna que entraban como brazos delicados en el salón de Noel,
creando unos claroscuros en los muebles, como adornos de Halloween, con esas
sombras demasiado alargadas en el techo.
—¡Qué maravilla de vida tengo! —exclamó en bajito pensando lo complicada
que era Deborah.
Pero si algo había decido era no contárselo a Noel, no por nada, sino porque no
sabía hasta qué punto le podía originar dolor y no quería eso. Marisa, cuando le
dijo que soportaba una gran carga sobre los hombros, no mentía. Le quedó claro
en su forma de tratar a su madre, ahí había algo que la separaba de ella, ¿quería
saberlo? Desde luego, aunque iba a respetar que él no quisiera hablar de ese
tema. Sin embargo, contarle algo que pudiera causarle algún tipo de dolor, eso
jamás, no era tan malvada por mucho que él tuviese la capacidad abismal de
enervarla.
Se volvió a girar sobre el brazo derecho y cerró los ojos, cuando sus orejas se
echaron hacia atrás al oír una llave en la cerradura.
—¿Quién cojones está entrando? —Se irguió como un resorte y a cámara
rápida tiró manta, almohada y sábanas detrás del sofá, le pateó la mochilla antes
de salir pitando escaleras arriba para despertar a Noel.
¡ESTABA ENTRANDO UN LADRÓN!
Entró a su cuarto y por suerte ese hombre dormía con las persianas abiertas y
con la poca luz que entraba de fuera, pudo ver el bulto en la cama. Se acercó con
cuidado a él.
—Noel —lo movió por el hombro sin éxito—. ¡Noel! —exclamó sin alzar la
voz para no asustar a los ladrones, por otro lado, estaba tratando de despertar al
Bello Durmiente que decidió girarse para quedar boca arriba—. ¡Noel, joder,
despierta! —Que no había modo y tomó la solución final, tipo Hitler, se puso a
horcajadas sobre él, que ni se inmutó—. Este tío no duerme, se induce el coma.
—Comenzó a moverlo en serio—. ¡Me cago en la leche, Noel despierta!
—¡¡¿Qué?!!, ¿qué pasa? —Movió la cabeza hacia los lados hasta que fijó la
vista en ella—. ¿Luna?
—Al fin te despiertas, hijo, eres difícil hasta durmiendo —le protestó.
—¿Por qué estás encima de mí? —Luna enarcó una ceja.
—Te estaba cabalgando, pero te dejé más seco que una pasa y te desmayaste,
cual damisela —le dijo de un modo irónico.
—¡¿Qué?!
Luna le rodeó el rostro con las manos inclinándose sobre él.
—Un ladrón está entrando en tu casa —le contó a bocajarro.
—¿Cómo?
—Comiendo, no te jode.
Noel encendió la lamparita de noche y miró el reloj de muñeca que no se había
sacado.
—Luna, tienes una imaginación muy fructífera, pero son las dos de la mañana.
—No miento Noel, te digo...
La luz de abajo se encendió y unos zapatos chocaban contra la madera. Luna
señaló la puerta.
—¿Ahora me crees?
—Aparta —Noel la cogió en volandas como si fuera un peso pluma y salió de
la cama.
Tras unos segundos de silencio en los que Luna se sentó en la cama como un
indio a la espera de oír algo, pues no tenía pensado ir a ningún sitio, entró en
pánico.
—¡Oh, no! Voy a perder la vida en casa Papá Noel Jamón, ya verás tú. —
Comenzó a morderse una uña a causa de los nervios.
—¡¿Deborah!? —Oyó gritar a Noel.
—¡Venga ya! —exclamó Luna dándole un puñetazo al pobre colchón—. ¿Es
que el surrealismo se ha unido con la ley de Murphy y me persiguen? —No daba
crédito—. Espérate, Pedrín. —Se puso de pie en la cama—. Vamos a joder a lo
grande. —Luna, movida por un impulso, se sacó la camiseta y se tumbó boca
abajo enredando las sábanas alrededor del culo disimulando el pantalón de
pijama, aunque la visión desde fuera sería que Noel y ella habían tenido sexo del
loco y del bueno—. Luna, no te vengas arriba, eso de bueno...
—Fuera de mi casa —le ordenó Noel.
—No, porque sé que ella está aquí. —Tras esa respuesta de Deborah los
tacones subieron las escaleras y los latidos de su corazón se acompañaron a las
pisadas.
—Está durmiendo, déjala en paz —le advirtió Noel.
—A mí nunca me permitiste quedarme a dormir. —Los tacones de pronto, los
tenía encima—. Está en tu cama.
—Fuera —le ordenó de nuevo Noel.
—No.
—Cómo no lo hagas le contaré lo sucedido a Eduardo y como se te ocurre
negarlo, te obligaré a hablar. —A Luna se le erizó la piel de miedo, aquello sí
que era una amenaza.
—Me ha robado el sitio.
—Nadie ha hecho nada.
—¿Qué tiene ella que yo no? —La pregunta de Deborah mostraba más que
celos.
—Muchas cualidades de las que siempre has carecido. —Deborah ante esas
palabras soltó un sollozo, a Luna le dio pena—. Nunca me has gustado y lo
sabes, así que ahora, te pido que me devuelvas las llaves y te marches.
—Ni en sueños —arremetió ella.
Luna sin moverse, oyó cómo los tacones trastabillaban, la estaba obligando a
bajar.
—¡Las llaves! —gritó furioso Noel—. Te puedo denunciar por esto, Deborah,
has asaltado mi casa. ¡Las llaves!
De pronto, el golpeteo metálico sobre la madera llenó el ambiente hasta que la
puerta se abrió y se cerró al mismo tiempo. Luna se levantó a la espera de que
Noel subiera, aunque tardó lo suyo, lo oía hablar con alguien, ¿la estaba
denunciando?
—¿Qué está haciendo este hombre? —Corrió escaleras abajo.
—Gracias, gracias, Antonio. —Colgó el teléfono—. He hablado con el portero.
—¿A estás horas? —protestó Luna—. La gente duerme, ¿no sé si lo sabes?
—Es el portero que está de guardia y le dije que diese aviso para que no
permitiesen la entrada a Deborah —le respondió a todo.
Luna quedó de piedra, pero no se calló lo que dedujo que había pasado.
—Deborah está enamorada de ti. —No era del todo cierto, amaba a Melisa.
—Yo de ella no, lo sabe y no pienso estar con una persona que no me va ni me
viene —le respondió cortante, aunque Luna no dio la conversación por
terminada.
—Os merecéis una conversación —le dijo con seguridad.
—Ella me dejó sin decirme nada y apareció del brazo del Eduardo, que me
hizo un gran favor.
—Estaba llamando tu atención —quiso hacerle comprender.
—Vale, me parece bien, pero no voy a ir detrás de ella para pedirle
explicaciones ni para dárselas.
Luna se cruzó de brazos y se fijó en cómo Noel posaba sus ojos en el escote.
—Lo que digo es que tenéis que hablarlo —repitió.
—Mira, Luna, no voy a hablar con nadie, ni me voy a rebajar a ella, soy un
hombre libre, quien lo quiera entender, que lo haga, pero que me dejen vivir en
paz, como hago yo.
—¿Y tú no te das cuenta de que el contrato está haciendo daño a la gente? —
Quería que comprendiese las dimensiones que estaba cobrando su experimento.
—No digas chorradas.
—Es cierto.
—Luna, esta situación ya estaba así mucho antes del contrato.
—Si no lo hubiese firmado nada de esto ocurriría —dio un paso hacia el frente
con los que él volvió a posar sus ojos verdes en sus tetas.
—Tonterías. —Noel se apoyó en la mesa y cambió el peso del cuerpo de una
pierna a otra.
—Le debes dejar todo claro a Deborah, antes de que cometa otra tontería.
—¡¿Más todavía?! —Parecía que no daba crédito a lo que oía.
—Noel, si le dices que regrese contigo, la veo capaz de dejar a Edu por ti.
—«Eso, sí, tendrás unos pedazos cuernos que no entrarás por la puerta», terminó
la frase para sus adentros.
—Si hablo con ella será para decirle que no la quiero —giró el rostro hacia ella
y le dedicó una mirada sesgada que la dejó sin aliento—, y que tengo un motivo
de peso para no regresar con ella ni quererla a mi lado. —Esto último lo dijo
mirándole otra vez las tetas.
Harta de sus miraditas, bajó los ojos y, de pronto, vio cómo sus pezones
endurecidos asomaban entre los mechones de su melena como dos
francotiradores a punto de dispararle a Noel
—¡¡¡Serás cochino!!! —le gritó—. Me podías avisar de que estaba desnuda.
—Creía que ya lo sabías —prorrumpió en risas.
—Guarro, pervertido, cerdo, esto no se le hace a una mujer. —Subió las
escaleras a todo meter, notando el bamboleo de sus pequeños pechos, para
recuperar la parte de arriba del pijama. Se la puso a toda prisa.
—No te enfades.
—Quién fue a hablar, don Piel fina, que va de atractivo y chenchual y se queda
en mirón.
—Pensaba que ya lo sabías.
—A eso se le llaman disculpas baratas. —Una vez vestida se giró para
encararlo, él estaba apoyado en el quicio de la puerta y su cuerpo destilaba
despreocupación—. Pues lo que tus ojos han visto tus manos no lo tocarán.
Noel con pasos lentos y medidos se acercó a ella y el movimiento de las
caderas logró que Luna se fijara en cómo colgaba el pantalón del pijama de un
modo demasiado sexy. A escasos centímetros de ella, acercó la boca a su oreja y
en el camino, Luna pudo percibir cómo su respiración se agitaba algunos pelos
de la sien o cómo le recorría la mejilla, erizándole la piel. El corazón le palpitó
contra las costillas al estar envuelta en una espiral de lujuria no resuelta.
—No sabes lo guapa que te pones cuando te enfadas —le soltó con una
indolencia que perjudicó gravemente a Luna.
Al separarse un poco, ella miró fijamente sus labios que dibujaban una línea
dura, pero el deseo fue más fuerte, de pronto, quiso sentir esa boca sobre la suya,
saborearlo, ¡se moría por hacerlo! Alzó la vista y comprobó que él tenía sus ojos
verdes clavados en ella, parecía estar esperando algo que Luna no supo descifrar,
pues se habían tornado feroces como los de un tigre. La habitación desapareció,
solo estaban ellos y su alma columpiándose en ese paraíso verde, en el que
pretendió buscar dentro él lo que pretendía con todo eso, se halló a sí misma
respirando su aroma fresco que siempre lo acompañaba, cuya nube le aceleró el
pulso, la respiración se volvió errática y la atracción fluyó entre sus cuerpos
como jamás lo había hecho durante ese tiempo. Era atracción sexual y... algo
más que no pudo ponerle nombre.
No supo cuánto tiempo se miraron el uno al otro, con el corazón palpitante,
sopesó como pudo sus opciones, ¿opciones? Ella ya estaba mojada por él y no
iba a consentir caer en sus redes, por eso haciendo acopio de todas sus fuerzas,
Luna le contestó:
—Somos una pareja más postiza que la dentadura de un anciano que debe
pegarla con Corega, aunque hay una diferencia, nosotros no pegamos ni con
cola.
Luna salió de allí hacia las escaleras sin darle la oportunidad a rebatir nada, no
quería oír nada, pues flaquearía. Noel le estaba ganando terreno, no podía
consentirlo al verse delante de él mirándolo con hambre, al igual que él había
hecho (como si se estuviera muriendo de hambre y ella fuera un buen bistec),
Luna se aferró a su sentido común: había un contrato de por medio, nada más.
No obstante, Luna supo ver lo evidente.
A veces, sucede que las palabras no hallan la forma adecuada de
comunicación, entonces, es la mirada la que desvela los secretos más ocultos del
alma. Cuando eso pasa, los amantes hablan un idioma distinto al del resto del
mundo.
31
YYY
A la hora, Noel condujo a cien kilómetros al norte de Madrid hacia el Valle del
Lozoya, donde se asentaba la pintoresca villa serrana de Rascafría, allí, para
sorpresa de Luna, un poco alejada del núcleo principal, Noel tenía una casa de
planta baja, hecha toda de piedra, que le concedía un aspecto más rústico, y con
tejado a dos aguas para evitar la acumulación de nieve en invierno. Aparcó el
coche y con la mochila colgada al hombro, callejearon hasta llegar al centro,
desde donde se apreciaban muy bien las laderas del valle, cuya vegetación era un
espectáculo de color en esa época del año, cuando todo volvía a estar teñido de
verde, pues abril había aparecido con un tiempo anticiclónico que permitía
disfrutar de paseos como ese. Luna supo apreciar también como la vitalidad
natural contrastaba con la monotonía de la vida humana, característica de ese
tipo de poblaciones. En la plaza del ayuntamiento, Luna alucinó en colorines.
—¡Hala! —Luna de modo inconsciente por los nervios que le producía el
edificio de la casa consistorial, cogió de la mano a Noel para acercarlo—. Es
neomudéjar.
—¿El qué? —Noel no la seguía.
Ella lo miró poniendo de visera la mano derecha sobre la frente para evitar el
sol.
—El estilo arquitectónico del edificio es Neomudéjar, estaba muy de moda a
principios del s. XX, ¿no lo sabías?
—La verdad es que no.
—No te acostarás sin saber algo más, —le sonrió y sacó el móvil para
inmortalizarlo—. Solo lo había visto en libros, nunca en vivo y directo, ¡qué
guay!
—Hay más —le guiñó un ojo cómplice, como si supiera que todo aquello la
iba a sorprender y a alegrar todo a un tiempo. Desde allí, fueron paseando hasta
una iglesia—. Esta es la iglesia de San Andrés Apóstol.
—Andrés se llamaba mi abuelo —dijo como quien no quiere la cosa—. Es una
iglesia particular.
—Lo que sé, porque se lo pregunté al cura un día que lo vi, es que sufrió
bastantes daños durante la guerra civil y fue reformada.
—Se nota, porque hay muchos estilos, se puede observar el renacentista,
barroco, y gótico. —Tomó una foto—. ¿Pasas aquí mucho tiempo?
Se fueron alejando de allí a paso lento.
—Siempre que vengo es para alejarme de todo y de todos, cuando estoy
agobiado o necesito pensar, me vengo a pasar unos cuantos días. También
cuando tengo un proyecto de gran envergadura, Rascafría me ayuda a poner todo
en orden y me hace ver las cosas de otro modo.
—Entiendo, es como tu refugio. —Noel asintió. Con cierto pesar, a Luna le
hubiese gustado compartir algo nuevo con él, pero iba a ser difícil—. Este sitio
no le pega nada a Deborah —no se pudo callar.
—No sabe nada de este lugar. —Luna lo miró de inmediato con el corazón en
la boca—. Eres la primera persona a la que traigo, es más, mis padres tampoco
saben nada de esta casa.
—Y me traes a mí. —Su deseo se había hecho realidad y tenía el corazón a
punto de salirle por boca.
—Eres la única persona que lo valoras en su conjunto, no por la casa que
tengo, sino por el entorno en el que está y no me he equivocado al traerte. —Se
acercó a ella y la cogió de la mano sin reparos, sin que nadie lo obligase, fue el
típico acto que sale espontáneo del corazón y de las ganas de querer hacerlo. Le
acarició los nudillos con la yema del pulgar—. Eso te hace especial Luna, te fijas
en aquello que otros no hacen. A tu lado, cualquier lugar cobra otras
dimensiones, otro color, no juzgas, solo disfrutas y es lo que más me gusta de ti.
Embargada por sentimientos que esa cercanía le producía, dijo lo primero que
se le ocurrió:
—Fui estudiante de arte.
—A mí me gusta ver el mundo a través de tus ojos.
—No sabes lo que dices.
—Soy consciente de cada palabra que te digo, lo que pasa es que no quieres
escucharme. —Noel no le permitió hablar—. Disfrutemos del hoy y de esta
visita que no ha terminado.
Sin soltarla, caminaron durante un buen rato, demasiado, lo que a Luna le
parecieron kilómetros, porque no estaba acostumbrada, ¡al día siguiente tendría
unas estupendas agujetas! Le costaba un poco seguir el paso a Noel, pero no
daba grandes zancadas como para que le costase respirar de esa forma, nunca se
había fatigado tanto, estaba acostumbrada a andar rápido, en cambio, en esos
instantes.... ¡estaba peor que su abuela! Debía ser culpa de los tenis de
plataforma, no estaban hechos para rutas tan largas. A eso se le sumaba que no
había descansado y el cuerpo le renqueaba con aquel ejercicio.
Aun así, prefería callar, para disfrutar del bello paisaje de pinos, rocas, hierba
reverdecida, que proporcionaba una explosión de colores que en la ciudad no
había y aquello era vida. Desde las partes más altas, pudo contemplar lo que
había visto en alguna ocasión: el paso celestial de las sombras de las nubes sobre
la tierra, que se reflejaban como un espejo. Aquello la fascinó, fue la imagen
más bonita y mágica que había presenciado nunca, la manera en la que el cielo
se unía con la tierra no solo en el horizonte, sino por esas caricias oscuras que
solo ellos entendían y podían compartir. Su alma se expandió de un modo similar
que en Galicia, era cierto que esa otra naturaleza era más salvaje, aunque a lo
largo de ese trayecto pudo apreciar el olor a tierra mojada, a madera, sin
embargo, los pulmones no se abrieron, al contrario, seguía sin poder respirar.
—Este es el camino del papel —le contó Noel sin estar fatigado.
—Vaya nombre, me imagino que tendrá que ver con algún tipo de vía antigua,
¿no? —Luna respiró por la boca.
—Sí, en el s. XIV en Rascafría se asentó la orden Cartuja y este camino se
llama así por el uso que le daban a los árboles los monjes. —Giró el rostro con
una sonrisa de oreja a oreja y los pómulos un tanto tintados de rojo por el sol,
estaba disfrutando al compartir todo eso con ella—. Ahora haremos un viaje al
pasado.
—Ningún hombre me propuso nada igual. —Era muy cierto.
—No soy ningún hombre, —ladeó la cabeza—, soy más particular.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —Noel no respondió a eso, sino que continuó
el camino y aparecieron algunas edificaciones antiguas, entre ellas, Luna pudo
apreciar un antiguo molino
—Estas son las ruinas del Antiguo Molino de papel de los Batanes, desde
donde salió el papel en el que se imprimió la primera edición de Don Quijote de
La Mancha.
—¡Se hacía papel! —Volvió a fotografiarlo todo mientras oía a Noel, el guía
turístico.
—Exacto, el antiguo molino se convirtió en una fábrica de papel. En siglo XIV
su primera función fue el de serrar la madera para la construcción del
monasterio, al que pronto llegaremos, luego, se convirtió en la fábrica de papel,
de donde salieron los pliegos para El Quijote.
—¡Guau! Nunca sabes dónde te vas a encontrar con historias como esta. —
Aquel lugar, si ya la había conquistado por sus parajes, ahora con aquella
historia, la había enamorado.
—Sabía que te gustaría —dijo con un tono chulesco.
—Muy listo salió el niño —le dio un empujón cariñoso.
—Hay algo raro. —Se rascó el mentón pensativo.
—¿El qué? —Luna lo repasó, iba vestido con un chándal gris marengo que le
favorecía tanto o más que los trajes y ese aspecto informal le sentaba tan bien,
estaba el doble de guapo. Ella con su chándal rosa chicle, estaba normalita, sin
más. Pero allí, parecía que el universo se había puesto en su contra para
restregarle lo atractivo que era hasta en ropa sport.
—Me gusta sorprendente. —Mirando el espacio que los separaba, el corazón
de Luna se le enroscó en el pecho a las vez que se unía a él su alma embargada
por la felicidad que le produjo aquella frase y acabó derritiéndose por ese
hombre al que debía odiar, aunque sabía que nunca lo había hecho del todo.
Como si no hubiese dicho nada transcendental o importante que los unía más
allá del propio destino, ese que por narices los había unido, Noel echó a caminar,
dejándola varios pasos atrás. Manteniendo el silencio y paseando entre nubes,
pues eso era lo que había provocado Noel con su confesión, se pararon un
pequeño puente que atravesaba las aguas del río Lozoya.
—Este es el puente del perdón, según se cuenta, los presos eran juzgados junto
al puente, si recibían el perdón, podrían cruzar a la otra orilla, si no era así, se
hacía justicia en la Casa de la Horca, que la veremos.
—¿Aquel monasterio es al que vamos? —Señaló con el dedo.
—Sí, es el monasterio de Santa María de El Paular que como puedes observar,
preside Rascafría. —Desde el puente Luna tomó varias fotos, mientras lo
escuchaba hablar—: Está formado por el monasterio, la iglesia y un palacio, pero
este último, por lo que me enteré, está cerrado.
—¿Sigue habitado? —Se interesó.
—Sí, por los benedictinos que siguen elaborando quesos, licores, incluso miel.
—¿Es la miel que tienes en casa?
—¿Cómo lo sabes? —Frunció el ceño por culpa del sol.
—No te he cotilleado nada, antes de que pienses mal de mí.
—No he dicho eso, lo dices tú.
—Después de que se fuera Deborah, de madrugada, me prepare un poco de
leche con miel —le contó la semi verdad, callándose que tenía frío, como esos
momentos, porque con la emoción de la escapada se había olvidado del
paracetamol y no tenía ninguno a mano, lo había dejado todo en el coche salvo
móvil.
—Sí, normalmente es la que tengo en casa, todo lo que puedo lo compro en
Rascafría.
Continuaron el trayecto y al poco tiempo, Luna se encontró delante del
majestuoso complejo religioso.
—¿Qué me puedes contar? —le preguntó Noel sonriente.
—Parece un examen —fingió un tono de protesta.
—¡No, qué va! Quiero oírte hablar sobre arte, cuando lo haces tu alma cobra
otro color distinto que no me permite separarme de ti.
Luna carraspeó, esas declaraciones convertidas en píldoras que Noel estaba
soltando cada dos por tres la ponían nerviosa, por eso, lo más rápido que pudo se
separó de él para que no percibiera lo que le afectaban sus palabras que le
arrebataban el sentido y el aire de los pulmones. ¡¡El mismo hombre que un día
le arrebató el corazón en el ascensor, le regalaba palabras bonitas que jamás se
hubiese imaginado que pudieran salir por esa boca!! «A tomar por culo, a un
paso de enamorarme de mi jefe», se dijo a sí misma haciendo frente a la realidad
que nunca quiso ver.
—A ver, —era mejor centrarse en el edificio que no en Noel—, lo fecharía
entre el siglo XIV o el XV, que bueno, viendo la portada de la iglesia, exquisito
ejemplo de gótico flamígero, lo fecharía en el quince. —Luna sin darse cuenta,
se perdió en las explicaciones, instante en que su alma revelaba su verdadera luz,
como había dicho Noel. Era una amante del arte en todas sus expresiones. Al no
prestarle atención al hombre que tenía al lado, se perdió en la manera en el que
él se fascinaba con ella, si solo por un instante lo hubiese mirado, hubiese
descubierto que en los ojos de quien amaba no había espacio para la mentira—.
Al ser un monasterio en el s. XIX tuvo que sufrir bastante con la famosa
desamortización.
—Lo que leí fue que la actual forma y conservación se la debemos en parte a
Alfonso XII, quien a finales del siglo XIX lo declaró monumento nacional y
pudo evitar así su total abandono.
—Sí, muchos monasterios quedaron abandonados —apuntó Luna sobre lo que
había estudiado.
—Vamos, —comprobó la hora—, quiero que comamos en un sitio que sé que
te va a maravillar. —Echó a caminar.
Aquel descanso no le sirvió para nada a Luna, que cada vez se sentía peor.
—Oye Noel, ¿esta es algún tipo de venganza por llamarte cayetano?
—¿Por qué lo dices? —Se paró y la repasó, parecía buscar algo—. ¿Estás
cansada?
—No, —mintió—, nunca un hombre me ha hecho caminar tanto, de verdad.
—Déjate sorprender.
32
Noel la había vuelto a coger de la mano y acompasó sus pasos a los de ella, que
no solo disfrutaba de los lugares que estaba conociendo, sino de la compañía,
pues jamás pensó que él pudiera enseñarle sus lugares favoritos, pues Rascafría
lo era. Así, como una pareja normal, llegaron a un inmenso bosque que nada
dejaba de envidiar a los descritos en los cuentos clásicos. Absorta por la belleza
que la rodeaba, lo soltó y se acercó al lago que había en el centro, donde el verde
del bosque se juntaba al azul del del agua, que le proporcionaba una magia sin
igual, ya que era la entrada a un mundo distinto, fuera de España, lejos de todo
con ese encanto singular que solo la naturaleza proporcionaba. Su frondosidad se
conseguía gracias a los abetos, chopos, abedules, álamos, que los rodearon,
rememorando aquellos otros de los cuentos de Hans Christian Andersen.
—Noel, —Luna palpó el aire para buscarlo, cuando dio con él, lo sujetó del
polar—, es como el bosque de la habitación infantil.
—¿Ahora entiendes por qué te traje? —Ella posó sus ojos marrones en él sin
entender—, cuando vi tu dibujo me acordé de este sitio y supe que tenías que
verlo.
—Es que... —no tenía palabras—, es como entrar en un cuento.
—Como pretendes que se sienta el bebé. —Noel solo tenía ojos para ella.
—Mira, es mágico.
—Luna, tú eres magia.
Ella no lo escuchó, sin embargo, se lanzó a su cuello en un abrazo espontáneo
salido de los más profundo del alma, él la correspondió de inmediato, como si lo
desease también. En cuanto, se dio cuenta, se separó.
—Lo siento. —Estaba avergonzada por su impulso.
—Yo no lo siento.
Luna se sorprendió que no le molestara.
—Tengo que modificar el dibujo.
—No lo hagas, está bien como está. —Se acercó a ella.
—Pero mira, el lago es como un espejo, sus aguas azules son verdes y seguro
que por la noche se convierte en lago de estrellas, porque me imagino como el
cielo se refleja. ¿Nos podemos quedar aquí a comer? —Le pidió con entusiasmo.
Él asintió con una amplia sonrisa.
—Es donde quería comer.
—¡Anda pensamos lo mismo!
Noel sacó una toalla que le tendió a Luna para que la colocase sobre la hierba y
sacó los botellines y los bocatas que él mismo había preparado, muy completos,
con un filete de pollo, lechuga tomate y su buena ración de mayonesa. Cuando
ya estaban acomodados y Luna le hincó el diente, alucinó.
—Eres una joyita, ¡qué bueno está! —Lo felicitó.
—Gracias, nunca me había llamado joyita.
—¡Pedazo bocadillo chico! y mira, siempre hay una primera vez contigo.
—Y para mí, contigo. —Le sonrió.
—Vamos, nunca trajiste a nadie.
—No, eres la primera persona con la que comparto este rincón.
Sus cejas casi se juntaron en el centro y le crearon tres surcos en la frente.
—Me gusta tener ese honor, pero...
—Antes de que preguntes por qué, te respondo. —Tragó antes de volver la
mirada hacia él, y Luna se perdió en el verde de sus ojos que le hacía la
competencia a la naturaleza, pero su corazón palpitaba por él y no sabía cómo
frenarlo—: eres especial en muchos aspectos y uno de ellos, es que no rechazas
nada, te gusta descubrir, ir, venir, te dejas sorprender.
—Tú me sorprendes, porque detrás del empresario estoy conociendo a un
hombre que le gustan los placeres sencillos. —se acordó de la frase de Marisa.
—Los disfruto más a tu lado. —Dejó el bocata sobre la manta y se aproximó a
ella apoyando el peso del cuerpo sobre una mano, la otra la fue acercando a la
boca de Luna, quien, muy quieta permitió que hiciera lo que quisiera, se
sorprendió que le acariciara la comisura de los labios con la yema del pulgar
que, luego, se llevó a la boca—. Tenías mayonesa.
Luna parpadeó varias veces, pues el tiempo se había congelado con aquella
liviana caricia que le había regalado. Cuando reaccionó, tarde, se limpió con una
servilleta. Asentía a saber a qué y por qué, pero tenía que buscar algo o le
pediría, más bien le rogaría, que lo volviese a hacer.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—¿Por qué tienes una relación tan distante con tus padres?
—Sabía que lo preguntarías.
—Si no quieres no respondas, comprendo que soy una extraña metiéndome en
tu vida.
—Te pido que no vuelvas a decir que eres una extraña, no lo eres, —estaba
molesto y añadió inspirado por algún sentimiento que se le escapaba a Luna—,
no lo eres para mí, cuando estoy compartiendo mi vida contigo. —Aquella
confesión provocó que tragase lo que tenía en la boca casi a la fuerza—. Bien, lo
de mis padres. Nací cuando mi padre ya tenía un nombre en Londres y empezó a
abrir sus clínicas en España, no solo eso, apenas paraba en casa. Mi madre ya se
movía por la farándula, le gusta, jugar al tenis y al pádel, ir de aquí para allí, de
fiesta en fiesta, lo que se le proponía en aquella época y aún hoy, ella lo acepta.
Cuando tuve que ir al colegio, fui directo a un internado. Su vida social era más
importante.
—Como hicieron con ella —razonó Luna al acordarse lo que él le había
contado sobre su madre.
—Sí, lo imitó, y cuando mi padre se vino definitivamente a España, me
dejaron allí con mis abuelos, con los que pasaba las vacaciones. Te voy a contar
algo que te va a gustar.
—¿Qué?
—Nací un viernes tres, fecha por la que casi mis abuelos reniegan de mí —le
confesó, metiendo los labios hacia dentro.
—¡El día de la mala suerte! —Noel asintió riendo—. Ya decía yo que desde
que te conocí me pasan cosas raras.
—Muchas gracias —le hizo burla.
—Bueno, nací el día de los Santos Inocentes, así que estamos igualados. —
Luna retomó el tema—. ¿Tus padres no iban a verte?
—Venía de vacaciones a España, pero todo lo tenía en Londres. Mi vida
familiar se compone con mi soledad, no con ellos. Con mi padre mejoró la
situación con el tiempo, —eso lo había comprobado Luna—, con mi madre, es
todo apariencia, y no me va. No lo entiende y yo no la aguanto.
—Entiendo.
—Si tengo hijos, los criaré a mi lado, les enseñaré lo que sé de la vida y del
mundo.
Luna puso su mano encima de la suya, más cálida.
—Vas a ser un buen padre, porque eres un buen hombre. —Luna levantó el
trasero para acercarse más a él—. Te puedo bromear, podemos discutir, pero
nunca jamás oirás de mi boca nada malo de ti. —Sopesó lo dicho—. Bueno,
diría que tienes una ideas espantosas como el contrato.
—Lo firmaste.
—No me quedó más huevos, eres el jefe supremo, pero jamás te volveré a
hacer caso. —Noel se echó a reír con el rostro girado hacia el lado contrario a
Luna—. También te digo, alucino con Deborah...
—No hablemos de ella, ni de mis padres.
—Pero atiende, que se cela de mí —se señaló a sí misma—, ¿qué tengo?
—Mucho, más de lo que te imaginas.
—¿Cómo qué? —Él alzó las cejas asombrado—. Tengo a mi jefe
piropeándome.
—Aquí soy Noel, no tu jefe. —Mordió el bocata pensativo y después de beber
agua para aclarar la voz—: Lo importante es el hoy, este momento, no el pasado
o los sueños, que son como las olas del mar, que van y vienen a veces sin dejar
rastro. Pero el aquí y el ahora contigo compartiendo un nosotros que nunca viví,
es lo tengo. Eso te diferencia del resto, que pierde importancia cuando estoy
contigo.
Luna bajó la cabeza tímida, no porque lo atractivo que estaba bajo los rayos del
sol, sino que no había esperado sentir ese tipo de conexión o familiaridad con él,
tan típica de las parejas que empezaban a compartir el romanticismo y las
primeras declaraciones de amor. Eso era lo que estaba ocurriendo en aquel
bosque tan mágico que los rodeaba y los separaba del mundo para que la burbuja
que creaban estando juntos los alejase de la realidad. Sabía por su propia
experiencia que el corazón, cuando al amor se refería, no tenía capacidad de
supervivencia, lo había experimentado en sus propias carnes, pero, en esos
instantes, su mente le fue clara meridiana:
«No se puede llamar amistad a algo que quisiera ser amor», un pedazo de su
corazón se desprendió y la intensidad de los sentimientos la abrumaron tanto que
le golpearon el abdomen de modo fulminante, como si fuese una bofetada de
realidad, pues él también los compartía.
—Noel... —Tragó en seco.
Él dejó a un lado el bocadillo para centrarse sólo en ella.
—No digas nada Luna. —Lo miró y sonrió al tiempo que él acariciaba un
mechón de pelo que se le había soltado de la coleta con delicadeza para luego
meterlo detrás de la oreja—. estás ardiendo.
—¿Cómo quieres que esté después de las palabras bonitas que me dijiste? Pues
derretida —Abrió la boca al darse cuenta de que lo dijo en voz alta—. Bueno...
—Noel le puso la mano en la frente.
—Luna
—¡Uuuy, vas a estropear el momento! —advirtió ella y no le gustó nada.
—Me importa una mierda, ¡tienes fiebre!
—La que me produces, ¡no soy de hielo, chico! —Tosió.
—¡Nos vamos! —Noel cual guepardo, se levantó.
—Pero no hemos terminado de comer.
—¿Qué parte de enferma no entiendes? —A Luna le dio un escalofrío—. Se
acabó —Le tendió una mano para ayudarla a levantarse, ella la rechazó y seguía
con el brazo estirado cuando ya lo tenía frente a él—. ¿Por qué? ¡Por eso estabas
cansada!
—Es que a veces me falta el aire.
—¡Vámonos ya!
33
Luna lo recordaba todo sentada en la cama como un indio. Tras haber llegado de
la consulta de médico se dio una buena ducha y con el vapor del agua caliente,
pudo expectorar pero muy poquito. Los huesos le dolían y cada vez que
levantaba los brazos para aplicarse el champú o por para aclararse el pelo notaba
cada hueso, era como si el esqueleto se asentase con un gran peso. ¡Jamás se
había sentido así! Tras salir, se fue directa a la cama, era lo que más necesitaba.
Desde allí recuperó el móvil y le escribió a Roy.
Roy, sálvame.
¿Qué?
Tengo bronquitis y debo estar 14 días en casa.
Nena cuídate. Pero que mal
te ha sentado tener novio.
Menudos ánimos, ¿qué voy a hacer?
¿Recuperarte? o.O
No pretenderás irte de fiesta?
Mañana empiezo a trabajar y cuando
la Maru termine con mi uniforme, bajo.
Es cierto!!! Si hay cotilleos cuenta
Te mantendré informado
YYY
Cuando Noel regresó a casa de Luna, con la ansiedad por las nubes y metido en
su propio mundo, en la puerta se tropezó con Roy.
—¡Ey!, así que ahora eres mi vecini-jefe —Roy señaló maleta con un golpe de
cabeza. Noel abrió mucho los ojos—. Tranquilo, me lo contó Pepa, Luna no sabe
nada.
—Voy a ayudar a cuidarla —asintió a sus propias palabras.
—Sí que la quieres. —Sonrió amistoso—. ¡Guau!, no me esperaba esto de ti.
—Es lo que debo hacer. —Noel dejó la bolsa de la ropa en el suelo.
—Me alegro de que mi amiga, por fin, haya encontrado un hombre que merece
la pena y vele por ella como se merece.
A Noel, aquella referencia a otros supuestos novios le pellizcó las entrañas,
pues los celos revolotearon al imaginarse a Luna en brazos de otros, pero nada
podía hacer, ella había tenido una vida antes de que él apareciese, al igual que él
la había tenido con Deborah, aunque aquello supiera no iba a terminar bien,
como al final sucedió. Pero había una diferencia, lo suyo con Luna lo sentía real
y, otro impulso tomó las riendas: durante esos días se lo haría saber.
—No lo dudé ni un segundo, tampoco quiero dejar a Pepa sola, está muy
preocupada —le contó algo que él ya podía saber.
—Sí, la he visto bastante afectada, y ya me dijo que si venía a verla, pusiera
mascarilla.
—Efectivamente.
—Tranquilos, me comunicaré con ella por wass, aunque estoy vacunado de la
gripe, siempre lo hago, porque mis padres ya tienen una edad y tal, pero ya veo
que a ti no te importa.
Noel, tomó una bocanada de aire, intentando parecer despreocupado y relajado.
—No me contagio.
—¿Cómo?
—Mi sistema inmunitario, no suelo contagiarme y si pillo un catarro dura
como mucho veinticuatro, cuarenta y ocho horas. Es raro que me enferme.
—¡Hostias! Eres un X-Men. —Esa comparación de Roy le hizo gracia.
—Conmigo los médicos no ganan un sueldo. —Se rio.
—Iremos hablando, ¿vale? —Roy le dio una palmada en el hombro—. Coge
aire y respira hondo —le aconsejó.
Noel asintió.
—Sé que mañana comienzas, si necesitas algo, lo que quieras, díselo a Sebas
—le dijo para que supiera que estaba al tanto de todo.
—El tipo que me llamó. —Quiso confirmar Roy.
—Ese mismo, te lo contará todo sobre lo que tienes que hacer y en la
recepción...
—Tengo a Pat, ya la conozco.
—¡Ah!, estupendo.
—Gracias por darme trabajo. —Los ojos color canela de Roy se mostraron
también agradecidos.
—No se dan.
Se despidieron y Noel empujó la puerta con el hombro, que estaba media
abierta.
—Hola —saludó al no ver a nadie.
—Ya estás aquí. —Pepa salió de la habitación del fondo.
—Esto es de la farmacia. —Le dio un paquetito de papel.
—¿Cuánto es? —preguntó Pepa con disposición.
—Nada. —Negó con la cabeza—. Traje esto de casa, —levantó la bolsa—.
¿Tomas café?
—Por las mañanas. —Pepa la cogió.
—Entonces lo moleré todos los días.
—¡Me vas a mal acostumbrar! Pero estrenarás el molinillo que mi hijo nos
trajo de América en las últimas Navidades.
—¿Qué haces con esa bolsa? —Luna apareció en la sala descalza y estaba con
los brazos cruzados.
—¡Niña, pasa para la cama! —protestó Pepa.
—¿Qué es esto? —Luna no dio el brazo a torcer ni se movió.
—Tu novio se viene unos días para aquí, ¿algo más que saber? —Luna taladró
con la mirada a Noel y él percibió la sensación de que ella se las iba a hacer
pagar, pero estaba dispuesto—. ¡Se acabó!, —exclamó Pepa al ver que su nieta
no tenía intención de regresar a la cama—, el médico te dijo que no te cogiera el
frío y ahora vas descalza. —Pepa la fue empujando.
—Noel, estás invadiendo mi casa. —Reaccionó Luna.
—Oye, es mía antes que tuya —le encasquetó Pepa.
Noel las fue siguiendo y dejó la bolsa de la ropa en una esquina.
—Soy copropietaria —asestó Luna.
—Luna, no refunfuñes, aun encima que te quiere. —Noel entró tras ellas—.
Me ayudará a aguantarte. —Pepa se giró y lo miró—. Si después de estos días
sigues aquí, es para coronarte, porque no sabes lo inaguantable que es cuando
enferma.
—Doy mucho por culo —Luna agito la mano en el aire para que él se fuera—.
Así que será mejor que te vayas.
Noel por dentro se estaba partiendo de risa, debía disimularlo para no alterar a
Luna, pero estaba preciosa con las mejillas arreboladas por ese enfado con él, su
rostro ovalado cobraba una intensidad que lo fascinaba, no solo eso, sino que se
pasaría toda la vida mirándola, contemplando los cambios que se producía en
ella, pues cuando le sonreía su vida cobraba otros colores. Con una tranquilidad,
que incluso a él le asombró, se sentó al borde de la cama, le cogió una mano,
pese a que Pepa estaba mirando y sin saber muy bien cómo iba a reaccionar
Luna, porque con ella nunca se sabía, era una caja de sorpresas, le habló con
sinceridad.
—Quiero cuidarte, Luna, no podría estar tranquilo en casa o en la empresa
sabiendo que estás enferma.
—Pero...
—¿Le vas a impedir a tu novio que te cuide? —la interrumpió Pepa,
chasqueando la lengua.
—Bueno abuela, eso de novio le viene un poco grande. —Noel se rio por la
nariz.
—No he visto a un hombre tan preocupado, de verdad, que niña esta. —Pepa
salió de la habitación cabeceando.
Noel esperó a que desapareciera por el pasillo para poder hablar con
sinceridad.
—No quiero invadir tu espacio, solo quiero estar a tu lado mientras te
recuperas y ayudar en lo que pueda a tu abuela. Está muy nerviosa, Luna, ella
también necesita compañía. Creo que puedo ayudar.
«Por favor, no me alejes ahora que he decidido intentar amar», rogó a lo más
sagrado y al alma de Luna.
—Solo por esta vez, —Lo apuntó con el dedo índice—. No te acostumbres,
Noel «Jamón».
La serenidad con la que Noel estaba afrontando todo, pues creía que era lo
mejor que podía hacer ella, estaba contagiando a Luna, que por una vez había
dado el brazo a torcer sin discutir. Él no estaba impostando sus sentimientos,
como en muchas otras situaciones que vivió a lo largo de su vida, era lo que
sucedía cuando la tenía cerca, estar en paz consigo mismo, con el mundo, y
experimentó una tranquilidad instantánea cuando acercó sus labios a la mejilla
de Luna y sin moverse, tensa, le permitió darle un beso en la mejilla. En ese
breve contacto ella relajó todos los músculos.
Noel en ese beso, que podía resultar lo más tonto de mundo, liberó las cadenas
de su alma, esas que a veces se le clavaban en el corazón, pues era el único que
sabía lo especial que era Luna.
Nadie más lo sabía.
Ni ella.
35
—¿Te gusta la sopa? —le pregunto Luna por fastidiarlo, sentados a la mesa.
—Sí, claro —afirmó él seguro—. ¿A quién no le gusta la sopa?
—Con lo pijo que eres un plato tan sencillo... No sé, te pega más un mouse de
sopa.
—Estás perdiendo la cabeza —musitó su abuela antes de comer un trozo de
pan.
—Abuela es que él es tan pijo y la sopa tan sencilla... —Luna señaló al plato,
luego a Noel—. No pegan.
—Me gusta, como el cocido y cualquier plato de cuchara —contó él, que
disfrutaba de ese manjar, como bien decía Luna, sencillo pero muy bueno.
—Tú dedícate a comer para tomar las pastillas, porque a quien parece que no le
gusta es a ti —la regañó su abuela.
—Es que no tengo mucha hambre.
Noel comprobó que ella comía sin ganas y lo suficiente para llenar un poco el
estómago y poco más, al haber decidido que tomaría el tratamiento después de
cenar. Cuando terminaron, Noel acompañó a Luna hasta la habitación, ella se
acostó rendida, como si hubiese hecho una maratón. Su estado le estrujó tanto
las entrañas que deseó poderle cambiar el sitio, solo para verla bien, alegre y
expresiva, no tan apagada.
—Ahora descansa, ¿vale? —Le acarició el pelo con cadencia.
—No necesito tu compasión. —Cerró los ojos, para volverlos a abrir un poco
llorosos.
—No es compasión, Luna, estoy donde quiero estar y con quien quiero estar.
—Delante de mí no finjas.
—Piensa lo que quieras, pero ahora duerme. —Siguió acariciándole el pelo,
ella no hizo ningún gesto para separase o apartarlo.
Noel contempló como poco a poco, y como le había dicho Pepa, los
medicamentos le daban sueño. Si se lo permitiesen, firmarían donde fuese para
quedarse así al lado de ella toda la vida, ya que mientras la acariciaba, percibió
la sensación de que había nacido para estar a su lado, que Luna era esa parte de
él que le faltaba. Con una revolución entre el pecho y la boca del estómago,
cuando Luna ya respiraba de modo acompasado, se levantó para ir a la sala
donde estaba Pepa sentada en su sillón.
—Se ha quedado dormida. —Noel se sentó en el sofá aterciopelado de tres
plazas.
—Tú cuando quieras acuéstate —le dijo Pepa con confianza.
—Estaré pendiente, por si necesita algo.
—Muchachito, descansa, también.
—Lo haré —le contó una mentirijilla piadosa, no podría mientras que Luna no
mejorase.
—Pues tengo compañero para ver Tobogán. —Pepa entrelazó las manos sobre
la bata, pues se había cambiado de ropa.
—¿Tobogán? —A Noel no le sonaba aquel nombre para nada, era cierto que no
veía mucho la tele, pero en su memoria no había nada similar con ese nombre—.
¿Es un programa?
—¡No! —exclamó Pepa—, es una película.
—Qué raro, no me suena.
—Sí, hombre, esa de aviones con Tom Cruise —le explicó.
—¡Top Gun! —tradujo el título.
—Claro, Tobogán, hoy dan la nueva, ¿te gusta? —A Noel le dio la impresión
de que Pepa disfrutaba de las películas de acción.
—Esa no la vi.
—La vemos juntos.
Después de varias horas tras terminar la película, Noel sonrió con la mirada
fija en el bulto que era Luna debajo de las sábanas y no se podía creer cómo
había dado con dos mujeres tan singulares. Pero por alguna razón, lo hacían
sentirse en casa, no encontraba las palabras para esclarecerlo o entenderlo, era
algo extraño al que no podía ponerle nombre. ¡Todo lo que estaba viviendo era
nuevo en su vida! Sebas tenía razón, algo dentro de él había cambiado, no supo
ni cuándo, ni cómo, ni dónde, pero ahí velando el sueño de Luna a la vez que la
tenue luz del astro nocturno se filtraba por entre las cortinas, su alma se lo
confirmo: no era el mismo. Desde que Luna había aparecido le había obligado a
no quedarse impasible, lo azuzaba para que actuase cada vez que lo atacaba, al
reprocharle lo que hacía mal o aquello que le dolía. Ella tenía razón, ya no estaba
solo, sino que tenía al lado a una mujer que era un verdadero huracán,
espontánea, a la que le importaba una mierda lo que pensaran de ella al decir lo
primero que se le pasaba por la cabeza, pero con un lado tierno que estaba
dispuesto a descubrir, le costase lo que le costase, porque su corazón estaba
dispuesto a ello.
Eran las tres menos cuarto de la madrugada y levantándose, colocó la mano
sobre la frente y el analgésico, que le había dado hacía menos de una hora,
despertándola con cierto pesar por estar interrumpiendo su sueño, ya le estaba
haciendo efecto, la siguiente sería por la mañana. Se dispuso a marcharse, pero
una cálida mano se lo impidió.
—No me dejes —le rogó ella con miedo—. No.
—Tranquila. —La cama se hundió un poco al sentarse y, con cuidado,
encendió la lamparilla de noche alejándola de la cama para que la luz no le
molestase. Al volver los ojos sobre ella, descubrió que estaba dormida, hablando
en sueño, sin saber cómo actuar le cubrió la mano con las suyas—. Estoy aquí.
—No me puedes dejar, Noel, tú no puedes dejarme también. —Aquella súplica
le cruzó el pecho y salió por la espalda como una lanza.
—Luna no lo haré.
—No quiero que te pase como a él, tú te quedas. —Fue una orden desesperada.
—No va a pasar nada —le susurró, apoyando la frente sobre la sien.
—Quédate conmigo. —De pronto, un leve destello se desprendió de la cortina
de sus pestañas, Noel apreció cómo iba a romper a llorar.
—Estoy aquí preciosa. —Arrimó su mano a la boca y le dio un beso—. Si me
lo permites estaré el resto de mis días a tu lado.
—No me dejes sola. —Le volvió a pedir con desesperación.
Noel se sacó las zapatillas, se acostó a su lado para luego acomodarla junto a
él. Para su asombro, el cuerpo de Luna más estrecho y pequeño, se acoplaba al
suyo a la perfección y aquello, por una vez en la vida, le calentó el corazón
alejando las corrientes frías que en más de una ocasión lo recorrían. En un
intento por sosegarla, le cantó en bajito una canción de Nickelback, Satellite, que
le había vuelto a la cabeza después de muchos años y era el mejor resumen de lo
que sentía por ella.
Pero, una duda flotaba a su alrededor, ¿qué había vivido Luna para sentir tanto
miedo?
Una parte de él quería despertarla para que le contase a qué venía ese miedo
que parecía estremecerla hasta que la abrazó, sin embargo, una vocecilla interior,
le recomendó que tuviese paciencia, que algún día ella se lo contaría y lo
entendería todo sobre Luna.
«El miedo es normal, tú también lo tienes, por eso no le muestras la verdad de
tus sentimientos», habló consigo mismo a la vez que no dejaba de cantar.
Era cierto, le daba miedo su rechazo.
Le daba miedo perderla.
Le daba miedo que se deshiciera entre los dedos y descubrir que todo había
sido una mera ilusión, cuando era lo más preciado que tenía en su vida.
36
Esa misma noche, Luna estaba tumbada en el sofá con la cabeza apoyada en las
piernas de Noel, que le acariciaba el pelo y eso la sosegaba como nunca nadie lo
había conseguido. Jamás se hubiese imaginado que él lograría algo así, era un
gesto simple, casi sin importancia, pero que para ella era un paraíso lleno de luz,
color, un mundo donde la felicidad se respiraba y le tocaba el corazón. Era una
sensación extraña estar así con él, aquello no era fingido por el contrato,
transcendía todo aquello; traspasaba sus pieles; era como si dos almas gemelas
se hubiesen encontrado después de una eternidad separadas y la una cuidase de
la otra sin pedir nada a cambio, pues eso mismo era lo que hacía Noel, cuidarla
en silencio, sin pedir nada de vuelta.
No estaba acostumbrada a ese Noel cariñoso, atento, y le gustaba demasiado,
tanto como para desear estar mil vidas así con él.
Tras ese beso, que se habían dado y que a sus espíritus no cogió de sorpresa,
pues parecía que llevaba latiendo entre sus bocas desde antiguo, llegaron algunos
otros furtivos que se dieron a escondidas como dos adolescentes, y con él perdió
el miedo de abrir sus sentimientos así como la pena que le daba que Noel se
marchara, de la cual no lo había hecho partícipe. Aunque renegara de él, se había
acostumbrado a su presencia, saber que la vida volvería a la rutina de siempre en
parte la enfadaba, ¿porque no se podía quedar?
«Creo que estoy colgada por ti, pero me da miedo que me dejes», Luna temía
caer de nuevo en los antros más oscuros de la tristeza y sabía que no lo
soportaría, tras descubrir que entre Noel y ella había germinado la semilla de
amor. ¡Ese fue el porrazo más inesperado!
El amor se atropellaba por ese miedo.
Ese miedo quedaba disipado a través de los sabrosos besos de Noel.
De pronto, unas campanillas sonaron y él se removió para sacar el móvil del
bolsillo del chándal. Luna se irguió para dejarlo levantar.
—Disculpad. —Descolgó—. Dime, Sebas.
Luna, de inmediato, dejó de oír la tele, miró y vio el símbolo del mute. La
mandíbula casi se le desplomó al suelo, ¡su abuela utilizando el mute!
¡ALUCINABA EN PEPINILLOS!
—Abuela, le has quitado el sonido. —Hecho nada frecuente en ella, de ahí el
asombro de Luna.
—El muchachito tiene que trabajar —le respondió Pepa tan tranquila, como si
fuese lo correcto.
—¡Hay que joderse! —exclamó Luna molesta.
—Niña esa boca — la amonestó Pepa.
Luna dobló las piernas como un indio.
—A él sí, pero cuando hablo con Roy la subes, porque no te dejo oír. ¡Muy
bonito abuela! —Se cruzó de brazos, ofendida.
—Él está trabajando y tú y Roy no tenéis nada de lo que hablar.
—No lo sabes, abuela, esto es una discriminación. —Luna no se calló.
—Ponte en huelga general —asintió Pepa que no separaba la vista de tele
como si entendiera lo que sucedía sin necesidad de oír.
—Que sepas que me parece fatal, ¡no hay derecho!
En el momento que Noel terminó de hablar y Pepa subió el volumen, ¡Luna no
se lo podía creer!
—¿Qué le has hecho a mi abuela? —lo interrogó Luna.
—Nada. —Frunció el ceño sin comprender lo que sucedía entre ellas.
—Devuélvemela y cómprate una, gracias —le exigió.
—Ya tuve abuelas —le dijo, extrañado.
—No seas tonta niña, el muchachito trabaja y es serio. —Pepa describió la
importancia de lo que hacía Noel.
—El muchachito del que hablas peina pelos en el sobaco —le recordó Luna
que empezaba a enfadarse. Para terminar con ese tema de «Cómo embaucar a
una abuela para expertos», lo que había hecho Noel delante de sus narices, se
interesó por la llamada—: ¿qué te contó Sebas?
—Mañana, después de comer, me tengo que ir, porque el martes salgo para
Galicia —las informó Noel, sentándose de nuevo.
—¡Llévatela! —le dijo Pepa de modo espontáneo.
—Abuela, va por negocios, no es un viaje de placer —le explicó la diferencia.
—¿Y qué? —respondió Pepa a la gallega, con una pregunta—. Es tu novio, te
puede llevar.
—No abuela, no puedo, no estoy repuesta. —¿Qué mosca le había picado a esa
mujer?
—Para lo que te conviene no estás enferma, para protestar sí —le asestó su
abuela—. Puedes ir con él, no veo el inconveniente.
—Que no, abuela y no insistas.
—Luna, tu abuela en parte tiene razón —intervino Noel, que había
permanecido en silencio.
—¿Qué dices? Ya empiezas tú también, veo que os lleváis a las mil maravillas.
—Alternó la mirada entre ellos, ni que se pusieran de acuerdo para llevarle la
contraria.
—Eres mi ayudante, puedes venir. —Noel no se había olvidado de su situación
laboral.
—¡Ves! Más a mi favor, ve con él y así el muchachito no paga hotel, abrís la
casa y la aireáis un poco —les planificó Pepa el viaje.
—Me estas echando —leyó Luna las intenciones de su abuela con un ceja
enarcada.
—Ahora que lo dices, necesito unas vacaciones después de esta bronquitis —
asintió firme.
—No me importa que vengas, al contrario, me gustaría —habló con sinceridad
Noel.
—Anímate, niña, y aprovecha, así te llevas esa cazadora de borreguillo naranja
que no has estrenado. —Lo de su abuela no tenía fin.
—¿Me estás preparando la maleta? —Aquello pasaba de castaño a castaño
oscuro en un abrir y cerrar de ojos.
—Sí —no dudó Pepa en afirmarlo.
—Muy bonito, abuela, te estás deshaciendo de mí.
—Yo no, te estoy animando y el muchachito también, mira que carita de
felicidad tiene. —Luna al mirarlo tenía una sonrisa bobalicona—. Mirad qué
bien, un viajecito os irá de gloria y tú te recuperarás en Galicia. ¡Vendrás nueva!
YYY
«Llevad ropa de abrigo, que en estas fechas puede que haga sol y a eso del
mediodía os llueve a cántaros, a veces, ni las previsiones aciertan con el
tiempo», les aconsejó Pepa para que lo tuviesen en cuenta a la hora de hacer la
maleta y, sobre todo, para Luna hubo muchos «por si acaso», para incluir un
chubasquero o la gabardina o chaquetas. Pero nada de eso importaba con el
hecho que Noel y ella iban a pasar unos cuantos días solos y podría enseñarle sus
rincones más especiales, aquellos donde se podía relajar como disfrutar del
silencio. Eso le dio tal chute de energía que lo malo de la bronquitis quedó en un
segundo plano, como el hecho de que llevaba bolsas de la compra, pues Pepa se
había empeñado en que llevasen algo de casa para que no tuvieran que hacer una
compra muy grande.
Noel, que había pasado la noche en su casa para poder hacer la maleta, iba muy
ligero de equipaje, una maleta de mano y dos portatrajes, nada más, en cambio
ella una maleta grande y otra de mano.
—¿Dos maletas? —preguntó él extrañado, colocándolas en el maletero—, ¿has
traído la casa entera?
—No preguntes —bufó Luna que entró de inmediato en el coche.
—¿Por?
Luna esperó a que Noel se montase para responderle:
—Llevamos comida incluida.
—¿Qué? —Frunció el ceño arrancando el coche.
—Mi abuela nos trae algunos productos para que solo tengamos que comprar
lo esencial. No sé, creo que tiene miedo de que pasemos hambre o cree que nos
vamos a la guerra, no estoy dentro de su cabeza.
—Entonces si es cosa de Pepa está bien —dijo Noel con una sonrisa.
—Si lo hago yo no.
—Te llamaría exagerada.
—¡¡¡Tendrás jeta!!!, pues te informo que en la maleta de mano van zapatos y
las bolsas de mi abuela —le informó.
—¿Necesitas tantos zapatos? la miró con una ceja enarcada.
—Ya oíste a mi abuela: «por si acaso».
—Nos vamos cuatro días no un mes —apuntó Noel un tanto asombrado.
—Fue hablar el hombre de los zapatos de charol.
—No tengo zapatos de charol —meditó él en voz alta.
—Ya claro, y ahora me chupo el dedo —le contestó fastidiada por esa
respuesta.
—Te lo digo en serio, no tengo.
—El día que nos conocimos...
—Cuando ibas descalza. —Luna no dijo nada, el corazón le iba a mil por hora,
¡se acordaba!
—Sí, ese mismo. —Le costó unos segundos continuar.
—Nunca lo olvidaré —Le regaló una sonrisa que era un delito en sí misma,
habría que definirla como: «quema-rompecorazones» con la que su rostro
rejuvenecía años, como si hiciera algún tipo de pacto oscuro con la belleza de su
rostro, que consiguió alejarla de la realidad y dejarla sin aire.
—Ese día tenías unos zapatos acharolados y no me digas que no.
—No —negó con contundencia.
—¡Oh, qué feo Noel «jamón»!, ¡¡¡qué feo!!! Me estas mintiendo en todo el
careto.
—Los zapatos de los que hablas, son de piel, y para tu información, los he
traído.
—¡POR. FAVOR! Me voy a arrancar los ojos, brillan más que un diamante. —
Estiró los brazos hacia delante—. ¡Son muy horteras! —Volvió a exclamar sin
reprimirse en sus calificaciones.
—Todos somos horteros, Luna, —afirmó exponiendo su parecer sobre el
extraño caso de los zapatos de charol—, por unas cosas o por otras, lo somos,
porque todo está en el gusto de la persona. Tú, por ejemplo.
—¡Oye, relaja la raja!, no soy hortera.
—No te he llamado hortera, pero eres muy valiente en juntar un vaquero rojo,
con una camiseta verde y una cazadora naranja, esta combinación hay a mucha
gente que no le gusta, pero no por eso eres hortera.
—Y tú eres un hortero que viste de Hugo Boss y llevas zapatos de charol —se
la devolvió. Escondió las manos dentro de las mangas de la cazadora de
borreguillo.
—Son de piel —repitió lo que había dicho en su momento Patricia. ¡Los había
comprado a todos!
—Ahora a todo se le llama piel —musito por lo bajo y Noel se rio.
Sus carcajadas hicieron que el alma le brincase de felicidad, en tan poco
tiempo las había echado de menos, pues al marcharse Luna percibió como si su
casa se hubiese quedado vacía o le faltase algo, un pedazo de esencia que Noel
se hubiese llevado con él. Pero allí, en el coche, la felicidad asomaba traviesa a
través de sus ojos, volvían a estar juntos y eso la colmaba. Se había
acostumbrado a él de un modo que no era capaz de comprender, sin él saberlo le
reportaba una tranquilidad y una seguridad que nadie le había dado, disfrutaba
de lo que un día rehuyó, de miradas, de besos a escondidas, de caricias que
decían más de lo que se podía percibir desde fuera, de sonrisas tímidas que
detrás de las cuales se hallaba ese «te quiero» que no se atrevan a decir y que
parecía la meta a conseguir.
Luna colocó la mano encima de la de él, que estaba en la palanca de cambios.
—Te eché de menos —confesó y había sido agradable darle voz a los
sentimientos sin miedo después de tanto tiempo.
A sus treinta comprendió al fin, tras un camino duro en la vida, que el amor se
componía de esas frases directas que calaban en lo más hondo de una persona
cuando se hablaba desde el corazón, también de gotas minúsculas formadas por
gestos que sustituían a las palabras cuando estas fallaban y que transmitían
mucho más.
—Yo también, preciosa. —Le besó los nudillos—. Ojalá pudiera parar y
besarte. —Noel no se cortó.
—¡Ay, Dios, qué vergüenza! —Se llevó la mano libre a la mejilla.
—¿Por? —Entornó un poco los ojos hacia ella.
—No me acostumbro a que me digas estas cosas. —Se abanicó.
—Acostúmbrate, —los dos giraron el rostro a la vez—, te las diré, aunque me
digas vasta. No voy a callarme, Luna.
—No quiero que lo hagas. —Apoyó la cabeza en el cabezal del asiento,
completamente enamorada.
Noel parpadeó con los ojos fijos en sus labios y sus pestañas sustituyeron a su
boca. Fue el beso silencioso más dulce que había percibido jamás.
Continuaron en un mutismo cómodo, con alguna que otra conversación que lo
rompía y con la que se echaban unas risas, hasta que a mitad del camino pararon
a desayunar en un área de servicio, por eso habían salido tan temprano. Para ella
resultó maravilloso, pues tomó uno de sus desayunos favoritos.
—Te has comido de una sentada siete churros. —Noel estaba anonadado.
—Cogerían más, te lo aseguro. —Luna se limpió con una servilleta.
—Te creo. —Miró el plato vacío.
—Desde niña este es mi desayuno favorito, pero he descubierto otro.
—¿Cuál? —Se interesó él con toda su atención puesta en ella como si fuese a
relatarle su fantasía más oculta.
—Tus tostadas. —Noel se rio por la nariz—. No te rías, tuestas el pan como
me gusta, en su punto y contigo descubrí que una tostada ya no es tan sosa.
—Del tuyo me quedo con la taza del chocolate —la apuntó con uno de esos
dedos largos.
—A Noel Hammond le gusta el sustituto del sexo. —Aquello era mejor que
una exclusiva del Hola—. ¡No me lo creo!
—Sí, me encanta el chocolate.
—Ahora dirás el puro.
—No, no lo soporto, chocolate con leche, el puro es demasiado amargo. Todo
para Sebas. —Hizo un gesto con la mano como si lo tirase.
—A mí me gusta el blanco y el con leche. —Ella apoyó el codo en la mesa y
hundió la mejilla en el interior de la palma—. Cuéntale a Luna, ¿por qué no
pediste una taza de chocolate caliente?
—Me adormece —esa respuesta no era la que esperaba.
Su cara se encogió en una mueca de horror.
—¿Te adormece? Pero si he sido testigo de que no duermes, entras en coma
profundo. —Se acordó de la noche que lo despertó. Ni con un trompetín militar
se despertaría.
—Normalmente, duermo poco, aunque los fines de semana me permito dormir
más aunque lleve trabajo para casa. Hubo alguna vez que me quedé dormido en
la silla del despacho y Sebas me tuvo que despertar.
«¡Madre del amor hermoso! Menudo espectáculo de hombre», pensó para sus
adentros.
—Ahora, cuéntame tú, ¿es tu sustituto del sexo?
—Como chocolate cuando se me apetece mucho, no soy una chocoadicta, que
quieres te diga. En esos días que mato por un onza, tengo unos orgasmos
mentales de cágate lorito.
—A mí lo que no me gustan son los churros —le contó sin reparos. Esa
mañana estaba descubriendo mucho de ese hombre que se estaba abriendo a ella
como el libro abierto de Petete, lo peor, aunque no coincidiesen, le gustaba el
modo en el que estaba relajado.
—¿De verdad?
—Sí, no me van mucho, a mis padres les encantan.
—Espera, espera, ¿a la señora Hammond le gusta un buen chocolate con
churros?
—Lo disfruta como tú —asintió él.
—¡Arg! —exclamó Luna, asqueada—. He cambiado de opinión.
—No seas tonta. —Entrelazó sus dedos con los de ella.
Luna se inclinó hacia delante.
—Oye, tener algo en común con tu madre no es bueno, te recuerdo que durante
la cena me miraba para hacerme desaparecer del mapa. —Noel se rio—. No me
hace gracia, tú saliste ganando, mi abuela te aceptó desde el principio y te trató
como uno más, pero para tu madre soy la peste.
—No te lo niego.
—Es que no puedes por mucho que seas el niño de sus ojos, ¿sabes?, me odia.
Con lo que me quedo es que le caí bien a tu padre, de dos, me llevo la mitad.
—Ellos no deben importarte. —Le pellizcó la mejilla con un cariño que iba
más allá del amor banal—. Me gustas a mí, lo demás da igual.
—Estas frases tan temprano por la mañana son matadoras. —Tenía el corazón
en la boca.
—Quédate con esto: poder estar así contigo es mi regalo. —Sus ojos verdes la
recogieron con una felicidad chispeante que la embargó por completo—.
¿Terminaste?
Ella asintió con una sonrisa bobalicona en los labios, ¿cómo era posible que
tuviese una parte tan romántica? La derretía hasta dejarle los huesos hechos
papilla. Mientras lo esperaba fuera, Luna supo que aquel viaje iba a marcar un
antes y un después entre ellos. Fueron al coche cogidos de la mano y nada más
montarse, Noel la cogió por la nuca, dejando caer su boca sobre la de ella, fuerte,
rápida, y cuando Luna abrió los labios con sorpresa, la invadió con la lengua
profundamente. La besó con avidez, a fondo, sin delicadeza ni moderación,
salvaje, dominante, provocando que con ese baile erótico de sus lenguas
ronronease contra su boca a la vez que la pasión se descontrolaba en el cuerpo de
Luna y, por unos instantes, anheló desnudarlo para navegar sobre las olas de la
lujuria. Era una necesidad cruda, sin disfraz, que la estremeció mientras Noel
tomaba de ella todo. La devoró en esos primeros segundos desesperados,
abriendo su mandíbula y acariciándola; pero pronto se retiró para explorar
suavemente su boca. Trazando con su lengua los labios, hasta que lo rompió.
—Llevo toda la mañana deseando besarte —confesó con la frente apoyada a la
suya.
—Cómo es posible que beses tan bien. —Noel la había lanzado a otra
dimensión.
—Son los besos que han estado esperando por ti en el cajón más recóndito de
mi alma y ahora quieren salir todos.
40
Luna suspiró embriagada por él, por ese amor que salía poco a poco a la luz de
su escondite, que se hallaba entre sus corazones. Aquel hombre la estaba
conquistando a fuego lento y ella caía con todo el equipaje, asimismo una parte
de ella quería gritar a los cuatro vientos que se había enamorado; quería
preguntarle si él también sentía lo mismo, ya que cierto temor a que fueran
palabras vacías a veces la enfriaba con sus corrientes frías; preguntarle en qué
momento sucedió esa magia que los unía a través de las miradas, las caricias y
esos besos, porque ella le respondía con las ganas de esa chica que quería ser
conquistada, pero tenía miedo que ocurriera, como afirmar en voz alta que estaba
enamorada del hombre del que un día renegó a causa del contrato.
Con la cara escondida en su cuello, su alma habló:
—No pares nunca de hacerlo. —Con la punta de la lengua rozó esa zona y
saboreó su piel un tanto salada o picante por el perfume.
—Te los daré todos —le prometió.
Luna al percibir que se le había erizado la piel con ese toque húmero, no se
pudo resistir a besarle esa zona y él, inclinó la cabeza para dejarla hacer. Ella no
paró hasta oírlo gemir, sin embargo, con lo que no contaba fue que le cogiera
una mano y la pusiera en su entrepierna, endurecida debajo de los vaqueros
negros que llevaba puestos.
—Para o te haré el amor.
—Me parece estupendo —habló sobre su piel.
—Pretendo que sea de otro modo. —Se separó de ella, sonriente, para besarla
en la boca—. Quiero que sea inolvidable.
Retomaron el trayecto hacia Galicia, pues el plan era llegar lo más pronto
posible. Al contrario que cuando salieron de Madrid, la pasión chisporroteaba en
el ambiente que los rodeaba en el espacio del coche, y Luna confesó algo que
siempre le había querido decir.
—Me gusta como hueles, ¿te lo dije alguna vez? —Aquel aroma que envolvía
el coche, que había permanecido en su almohada y donde se quedaba dormida, le
revolucionaba todas las terminaciones nerviosas.
—No —le sonrió de vuelta.
—Lo olí antes. —Aspiró el aire como un sabueso.
—No creo que lo conozcas, no es muy conocido —le contestó sin apartar la
vista de la carretera.
—Sí que lo es —le rebatió ella.
—Es imposible, no tiene ningún tipo de anuncio televisivo.
—Imperio Irmani es conocida, la he olido en más de una ocasión.
—¡¿Cuál?! —Giró el rostro hacia ella con una ceja enarcada.
—Imperio Irmani.
—¿Qué marca es esa? —Noel no podía disimular su asombro ante aquel
nombre—. Bueno, después de ver en tu escritorio nombres tan raros como Parda,
Chinel, Delco Gabbarna o Tor Fordi...
—¿Has cotilleado mis cosas? —Luna abrió la boca a la vez que alzaba las
cejas tanto que casi le rozaba el cuero cabelludo.
—No, no he cotilleado, he mirado por encima lo que tenías en tu escritorio,
mientras dormías, pero no toqué nada —confirmó su delito.
—¡Qué morro!, luego dicen que los hombres no son cotillas, estás enferma,
llena de mocos y a tu novio postizo le interesan más los objetos personales que
tu bienestar.
—He estado muy preocupado por ti y lo sabes.
—Y cotilleando también.
—¿Quién es Tor Fordi? —preguntó intrigado.
—No intentes entretenerme, porque has estado revolviendo entre mis cosas.
—Ojeé por encima sin tocar nada, era una manera de conocerte mejor.
—Claro, lobo de Caperucita, para verte mejor.
—Piensa lo que quieras, pero sé que no te toqué nada, ni rebusqué en tu
armario.
—Si lo llegaras a hacer, en estos momentos estarías manco.
—No lo harías, porque no te podría tocar, sin manos no hay caricias que te
arrebolen las mejillas o te erizan la piel. —¡Hala! Venga confesión calenturienta
que pretendía dejarla sin palabras.
—No me vas a convencer con tus frases demoledoras —le respondió—. No
voy a caer en tus entretenimientos.
—Una pregunta, ¿por qué escondes un frasco de Christian Dior? Antes de que
digas nada, estaba en tu escritorio, detrás de un montón de frascos, así también
demuestro que no toqueteé, ¡mal pensada!
—Piensa mal y acertarás, a veces contigo me pasa eso y para sacarte de tus
dudas existenciales...
—Lo cual agradezco —la interrumpió.
—Fue un regalo de mi madre por mi último cumpleaños, ¡cotilla chismoso!
—Y tú estás equivocada con mi perfume, no es de ninguna de esas marcas
extrañas.
—¡Oye!, conmigo no te hagas el tonto de narices, porque no cuela, lo puedo
reconocer, es de Imperio Irmani, lo sé.
—Querrás decir Emporio Armani —la corrigió.
—No, Imperio Irmani, y a mi nariz no la engañas. —No le gustaba que le
llevasen la contraria cuando sabía que tenía razón. Además, ese hombre la
sacaba de sus casillas hiciese lo que hiciese—. Te demostraré que tengo razón.
—No hace falta que gastes tantos euros.
«Cutre», gritó su mente. Luna giró el rostro hacia él debía reflejar la
conclusión a la que acababa de llegar.
—Estamos hablando de un perfume barato que no alcanza los seis euros.
Noel fue alzando las cejas, no entendía su reacción, más preocupada tenía que
estar ella que se hacía pasar por la novia de un tío más agarrado que un chotis.
—Eso es una colonia de supermercado.
—No, ¿y si lo fuera qué? —arremetió molesta con su comentario de chico de
clase alta—. ¿Es que esas colonias te provocan sarpullido o algo similar?
—No me meto con lo que compra la gente, pero, por favor, abre la guantera.
—La señaló un dedo.
—¿Para qué? —Luna no entendía ese jueguito.
—Tú ábrela, hazme caso. —Ella le obedeció y se encontró con un frasco de
perfume elegante, mitad transparente, mitad oscuro, igual que el tapón y el logo,
un jinete montado a caballo, ¡no lo había visto nunca! Durante un minuto bien
largo alternó la mirada entre el frasco y él—. Ese es mi perfume.
—Encantada de conocerte —le habló a la pequeña botella. Agitó la cabeza con
los ojos cerrados, y que había algo mucho más sangrante a su modo de ver—.
¿En serio tienes un frasco de perfume en el coche? Deberías tener preservativos.
—Esos los tengo escondidos en otra parte. —Luna se quedó boquiabierta—. Y
sí, lo tengo ahí porque no sabes cuándo lo vas a necesitar.
—¡Los condones! —exclamó sin reprimir la respuesta que le había puesto a
huevo—. ¡Qué fuerte!, hablas del perfume como si se tratara de una caja de
preservativos —Lo dejó en su sitio lo más rápido que pudo y se quedaron en
silencio de nuevo—. A veces creo que no tenemos nada en común, somos como
la liebre y la tortuga —suspiró Luna que se pellizcó el brazo para confirmar lo
que estaba viviendo.
—Nos parecemos más de lo que crees —apuntilló él.
—Sí, somos el claro ejemplo del pijo y la chonija —soltó una carcajada
sarcástica, aunque lo decía bien en serio.
Por el rabillo del ojo vio que él también sonreía.
—No eres choni, eres singular y es lo que más me gusta de ti —le cogió la
mano para besarla—. ¿Pongo música?
—Estaría bien, sí.
Al encender el equipo musical, sonó una canción que ella no conocía, pero era
muy bonita, romántica a más no poder, sin embargo, después de haber conocido
la otra cara de Noel, esa por la que se desvivía por las personas que le
importaban, aquella balada le pegaba muy bien.
—Esta canción creo que nos representa bien, porque si me dejaras sería tu
satélite. —Compartió con ella esa otra confesión.
Luna la escuchó atentamente y no se equivocaba, había estrofas que parecían
escritas para ellos.
—Lo eres, aunque por el nombre, debería ser yo el satélite de Papá Noel. —
Los dos se rieron por las referencias a sus nombres. Luna entrecerró los ojos con
la sensación de que la había escuchado en algún lugar—. Este estribillo me
suena.
—Te lo canté todas las noches desde que enfermaste.
—¿Qué? —Se giró en el asiento, aquello era nuevo para ella.
—Tenías pesadillas y hablando en sueños me pediste que no te abandonara y
no te dejé sola hasta que empezaste a descansar mejor. Eso no se me olvidará
nunca, Luna, me acosté a tu lado y te canté esta canción, que te relajaba. —Noel
se mordió el labio inferior—. Te lo debí contar antes, lo siento, pero te vi con
tanto miedo a perderme, tan asustada, que a partir de esa noche te canté siempre
y lo volvería a hacer.
Luna dio un respingo en el asiento, de inmediato, se encerró en su caparazón
para protegerse, para proteger a su corazón, al descubrir por una simple canción
había hecho partícipe a Noel de una parte importante de su pasado. Agradecida
de que no preguntase nada, se dio cuenta en el silencio roto por la música que
escuchaba de lejos que esa historia creaba un abismo en su corazón, el cual
anhelaba estar con Noel. Cuanto más intentaba alejar los recuerdos, con más
fuerza y prepotencia regresaban, como un bumerán.
Encerrada en sí misma, marcando las distancias con Noel, quien no tenía culpa
de nada, vio la verdad de su existencia: esa historia, que la había arrojado a los
antros más oscuros del dolor y la tristeza, debía salir a la luz más pronto que
tarde, y se tendría que enfrentar al pasado al lado Noel, por mucho que pusiera
resistencia.
A veces una mirada dice más que mil palabras. Cuando un hombre ama a una
mujer la desnuda con los ojos y es algo que queda entre ellos. Estás desnuda
solo para él.
—Quiero hacerte el amor y que me hagas tuyo. —Paseó sus manos por encima
de sus pechos todavía escondidos en el sujetador, aunque coló los índices en
cada copa y a su roce se endurecieron—. Quiero perderme en las curvas de tu
cuerpo, besar cada recodo de tu piel para quedarme grabado en ella. —Las
yemas de sus dedos rodaron por su cintura cayendo hasta la cadera—. Quiero
oírte gritar de placer. —Le pasó la yema del pulgar por los labios. Sus palabras
la hicieron sentir acalorada y nerviosa.
Una sensación de calor líquido ardió en su sexo, que amenazaba con
consumirla, la impulsó, frenética a arañar su torso. Quería sentir el calor de su
carne, pasar la lengua por los desnudos planos de su musculoso pecho, saborear
la dorada perfección de su piel. Poniéndose de puntillas, levantó la boca hacia él,
dándole la bienvenida a la firmeza de sus labios, al empuje de su lengua. Probó
el vino, las tostadas, el salmón, de la cena, no había nada sutil o dulce en su
beso. Fue una fusión salvaje de calor, necesidad y deseo que habían mantenido al
margen y que en esos instintos de íntima lujuria, se abría cual presa para
hundirlos en un mar de sensaciones desconocidas.
Noel la izó. Luna por instinto le rodeó la cintura con las piernas y él se sentó
con ella a horcajadas en el borde la cama. Aprovechándose de su posición de
poder, Luna coló la mano por su ropa interior al mismo tiempo que separaba la
boca de él para tomar una bocana de aire caliente, pues le ambiente de la
habitación se había tornado más denso, caldeado, donde el sexo ya
chisporroteaba sobre sus cabezas. Su miembro tembló al cruzarse con sus dedos
que, perdiendo la timidez inicial, le acariciaron con cadencia la corona rosada de
su pene, hasta que se humedeció. Así, inició esos movimientos ascendentes y
descendentes que volvieron loco a Noel, quien perdiendo el sentido, como la
dulzura del principio, le rompió el sujetador dejando al aire libre sus pequeños
pechos. Desde hacía rato los notaba pesados, sensibles, y los pezones se le
endurecieron más, deseosos por sus reclamos.
Como si pudiera leer sus necesidades más profundas y sexuales, tras
observarlos unos segundos, Noel curvó la boca en una sonrisa carnal que le
prendió aún más la sangre, dejando al descubierto sus dientes blancos y rectos
que le gustaban. Hundió la nariz en el valle de sus pechos, antes de que
comenzar a torturarlos con su aterciopelada lengua, mordiéndolos,
succionándolos, mientras Luna se retorcía entre sus brazos por esos tentáculos de
placer que le llegaban a cada rincón del cuerpo. Con la mano libre, Noel le
separó la braga y rodó las yemas de los dedos por sus jugosos pliegues. Soltó un
gemido de asombro al encontrarla húmeda, tan preparada para él.
Luna se estremeció de pies a cabeza.
Él se detuvo en sentir ese tacto sedoso antes de colar un dedo en su interior. Le
gustó tanto que en pocos segundos comenzó a cimbrar las caderas, echando la
cabeza hacia atrás en busca de aire fresco, aunque solo podía gemir, por los
latigazos de placer que le cruzaban el cuerpo, las múltiples sensaciones que le
despertaba Noel y movida por todo ello, su mano también se movió más rápido.
Esa parte sensual desconocida de él, la convertía en un río de lava entre sus
brazos, que la hacía olvidarse de todo, del pasado o del futuro, solo centrándose
en el presente, en él, su fuente inagotable de un anhelo que no sabía que llevaba
dormido tanto tiempo.
Noel paró cuando los músculos de su sexo se apretaron alrededor del dedo.
—Para... —habló con la boca pegada a uno de sus pechos—. Para o no
terminaré lo que hemos empezado.
Con una agilidad asombrosa la obligó a ponerse en pie, al igual que él, para
quitarle las braguitas y ella hacía lo propio con él, para deshacerse de esa última
barrera que los separaba. Para Luna era imposible ignorar el cuerpo masculino
que tenía pegado, Noel le rodeó el rostro y volvió a dejar caer la boca sobre sus
labios antes de separarse.
—¿Estás segura? —Quiso confirmarlo.
—Sí —afirmó con seguridad.
—No hay vuelta atrás, ya no.
—No quiero que la haya.
Con ella brazos, la tumbó en la cama y antes de cubrirle el cuerpo con el suyo,
la observó sin reparos, sin ambages, comiéndola con los ojos. La dura cresta de
su excitación presionó la unión de sus muslos, Luna respiró de modo
entrecortado, los fuertes latidos de su corazón se posicionaron en el centro de su
pecho, la estaba adorando sin tocarla.
Después, de unos segundos eternos, él buscó en su pantalón un condón. En
esos momentos, desde su baja posición en la cama, por una vez en su vida,
disfrutó del cuerpo masculino, que estaba hecho para admirar como con
movimientos medidos se colocaba el preservativo. Ella disfruto de las vistas
como lo había hecho al tocarlo descubriendo la maravillosa textura de su cuerpo
igual que sus músculos tan duros, jamás se había imaginado que el cuerpo de
Noel fuera así.
Poco a poco, con cuidado, con miedo a que no se rompiera o que en cualquier
momento fuera a desaparecer, cubrió su estrecho cuerpo con el suyo y de una
embestida, se hundió en ella. Los dos se deshicieron en los brazos del otro,
suspendidos en el tiempo, que transcendía más allá de la realidad, de lo real o de
lo sobrenatural, era como si el destino los hubiese arrastrado hasta ese instante
del cual no les era permitido escapar. Noel se movió con la intención de
continuar, pero Luna le apretó las caderas con los muslos y él entreabrió los ojos.
—¿Te hice daño? —Alzó un poco las cejas.
—No, no te muevas. —Con las yemas de los dedos le recorrió los pómulos,
luego, acercó la boca a su oído—: Quiero sentirte. —Eso era lo que quería,
saborear el placer y la satisfacción de tenerlo dentro.
—Estoy aquí, Luna, soy tuyo —murmuró sobre su mejilla. Luna volvía a estar
en el mismo sitio, en la misma cama que un día estuvo con otro, y el atrevido
universo eligió por ella y la había llevado allí con otro hombre completamente
distinto. Uno que le hacía temblar cada cimiento de su mundo, el suelo por
donde pisaba, desde la primera vez que se habían tropezado en el ascensor—.
Estas preciosa con las mejillas arreboladas y saber que es por mí... —Dejó la
frase sin terminar.
—Tú también —jadeo al percibir el temblor del miembro de Noel en su
interior.
—Nunca antes me habían llamado «preciosa». —Los dos se echaron a reír y
Luna gimió al contraer los músculos de su vagina. Las risas murieron, dando
paso a un gemido largo y gutural por parte de Noel—. Tengo que continuar o me
moriré.
—Tú me matas a mí, pero de placer.
—Eso es lo que quiero y pretendo.
Noel empezó a deslizar su miembro dentro de ella con un gemido de rendición,
con cada nueva embestida la conexión entre sus cuerpos se acrecentaba, creando
una red de sentimientos compartidos que nunca habían expresado con palabras;
una red indisoluble que los mantendría cautivos para siempre.
Siervos del placer, ninguno de los dos fue consciente de que cuando el destino
entraba en juego, no servía de nada esconderse. Rendidos a una ferviente pasión
que nunca habían vivido, ninguno de los dos cerró los ojos, salvo Luna, que
sujeta a los hombros de Noel, en más de una ocasión arqueó la espalda, hasta
que cegada por el deseo movió las caderas al brutal ritmo que marcaba Noel.
Sin darle tregua con sus implacables embestidas, a Luna se le tensaron las
piernas, los músculos internos se aferraron a su miembro, tan pronto como el
cuerpo se le estremeció y un torbellino la precipitó a una espiral apretada al
alcanzar un clímax demoledor, que arrasó todo a su paso, dejándola desmadejada
entre los brazos de Noel a la vez que él se dejó ir con un gruñido que la excitó y
un calor que nunca había experimentado se le extendió por la piel como la
fiebre. Noel la estrechó entre sus brazos para absorber con su cuerpo todos los
espasmos sin permitirle que se marchara, ella no lo haría, pues al fin, había
encontrado su verdadero hogar: Noel.
Como si los dos lo descubrieran en ese mismo segundo anclados en su propio
mundo, en su propio tiempo, se miraron sorprendidos y sobrepasados por el
tremendo deseo que los unía y no lo sabían. Noel se giró para colocarse sobre la
espalda y arrastró a Luna con él, la aferró fuerte contra su cuerpo y ella se
maravilló de lo bien que se acoplaban sus cuerpos.
Luna aprendió rápidamente lo que le proporcionaba la mayor cantidad de
placer: el amor que sentía por él.
El aire viciado por el sexo llenaba cada rincón de la habitación y condensaba el
ambiente sobre sus cabezas, aunque ellos permanecían en su burbuja especial
abrazados, satisfechos, con sus pieles sudorosas pegadas, originando que fuesen
una sola. En ese sopor, Luna con la melodía de los fuertes latidos del corazón de
Noel debajo de su oreja y la cadencia de sus dedos, que le recorrían la espalda,
se iba adormeciendo en tanto, jugueteaba con el poco vello que le salpicaba el
torso. En esa intimidad que era nueva para ella miles de preguntas le surgieron y
la realidad le golpeó al verse enredada a Noel
—¡Dios! —Se llevó una mano a los ojos.
—¿Qué tienes, preciosa? —Hizo la pregunta de un modo tan natural que a
Luna se le paró el corazón.
—Creo que he hecho realidad mi fantasía sexual de los últimos días.
—¡No! —Noel estaba asombrado por eso.
Luna cerró una mano en puño en el que apoyó la barbilla para mirarlo.
—¿No pensaste en esto? —Estaba alucinando con él.
—Sí, también fue la mía desde que te besé por primera vez, y fue jodido
controlarme, y no lo volveré a hacer, he aprendido que a veces debemos dejarnos
arrastrar por el amor y el deseo, sino seremos máquinas, pero te aseguró que no
creí poder sentir algo tan fuerte. —Le sonrió y le pasó el dedo índice por el
puente de la nariz—. Ahora que he estado contigo, compartiendo este...
—Este momento mágico —terminó ella por él.
—Mágico y real, no quiero nada más, Luna, quiero que sigas acariciando mi
corazón como lo haces.
Ella tragó saliva, moviendo inquietamente la pierna que tenía sobre su
miembro y él le puso una mano encima, como si no quisiera que la quitase.
—¿Y las cláusulas de tu amor? —Sus ojos se encontraron, se sostuvieron la
mirada, pero el contrato chocaba de frente con lo sucedido entre ellos. Las
sensaciones que Noel despertaba en ella eran nuevas, extrañas por lo fuertes que
eran y, de repente, se sintió perdida, insegura.
—¿El contrato? —Le devolvió la pregunta
—Sí. Fuiste el primero que impuso sus cláusulas, me decías que no podía
mirarte...
—Porque cuando me miras me pierdo.
—¿Qué? —Ella se sentó en la cama, no se lo podía creer.
—Destruye ese contrato, —aseguró con firmeza—, quemémoslo, rompámoslo
o lo echamos a una trituradora, porque lo que no voy a consentir es que mis
sentimientos por ti estén supeditados a un pedazo de papel.
—Prohibido enamorarse —le recordó.
—Ahora te pregunto: ¿sirvió de algo el contrato?
—No.
—Exacto, lo que he aprendido a tu lado es que los sentimientos no hay que
ponerles un corsé para frenarlos y me niego a no amarte con el alma, cuando
todo mi ser súplica que te quedes a mi lado.
—Queda roto —repitió en voz alta.
—Lo hemos roto desde el principio, no podía dejar de mirarte y te lo dije, los
días que teletrabajaste, te eché de menos y no sabía cómo hacer para retenerte.
No quiero perderte, Luna.
—Es verdad, lo hemos roto —no podía negarlo, sería una hipocresía como un
templo—. Aunque, más tú que yo.
—¿Seguro? —Enarcó una ceja, divertido.
—Lo dicho, eres un Ferrero Roché, durito por fuera, blandito por dentro —lo
bromeó—. Pero tan dulce que me derrites.
Noel soló una carcajada.
—Los dos a un mismo tiempo lo rompimos. —La cogió por la nuca para
acercar su boca a la de él—. El amor no es una jaula formada por unas cláusulas,
es libertad, la que me proporcionas para descubrir lo que es el amor de verdad,
ese que inconscientemente te hace sonreír. —Le dio un suave beso en los labios.
—Vaya mierdola, ya no te puedo llamar novio postizo. —Se rio escondiendo el
rostro en su pecho y aspirando su fresco aroma.
—Lo has dicho en alguna ocasión y me callé la boca, ¿todavía me ves así?
Ella alzó la vista, en esa semipenumbra, sus ojos verdes destellaron.
—No.
—No lo somos, y sé la razón. —Noel al erguirse, la sentó sobre sus piernas—.
Lo que sentimos es infinito, sin un principio y un final y haré todo lo que esté en
mis manos para que nunca termine.
—Nunca pensé que pudieras ser tan romántico —confesó con un suspiro—.
Me gusta que me digas estas cosas, aunque me muera de la vergüenza.
—Delante de mí, después de haber hecho el amor, no hay timidez que valga.
—No estoy acostumbrada a tu amor.
—Y lo que te queda por descubrir, preciosa, —le susurró al oído.
—¿Hay más?
—Mucho más.
Noel presionó sus labios contra los de ella, suave, gentilmente. Con un gemido
de frustración, Luna le metió la lengua en la boca, no necesitaba besos dulces,
quería el empuje duro y lujurioso de su lengua, su presión firme. Ella,
sintiéndose una valquiria, guió la erección, que palpitaba entre ellos lujuriosa,
hacia la entrada de su sexo y se dejó caer, para cimbrear sus caderas, esa vez,
con cadencia, saboreando el amor a la vez que sus corazones dominaban la
pasión.
43
Luna despegó las pestañas poco a poco, la claridad casi veraniega que entraba
por la ventana le arañó tanto los ojos, lo que la obligó a cerrarlos de nuevo. Los
frotó en un intento por aclarar también la visión y cuando al fin pudo fijar la
vista, vio que Noel desde su lado de la cama la observaba en silencio, como si no
quisiera perderse ningún cambio que pudiera sufrir su rostro.
La contemplaba con el corazón, eso era lo que se había tornado en más íntimo
y personal.
Ella respondió a sus parpadeos con una sonrisa que él le devolvió. A medida
que tomó conciencia de todo lo que había sucedido la noche anterior, el corazón
casi le explotó en el pecho, ya que, un aluvión de sensaciones y emociones que
él le había producido con cada caricia, con cada movimiento de su cuerpo,
recibía el amor que no era capaz de expresar con palabras. Las continuas
sesiones de sexo las vivió como algo antiguo y salvaje, debido más que nada, a
la manera que se había entregado a él con una necesidad descarnada a través de
la cual le había permitido llegar a esos espacios vacíos que tenía su alma y Noel,
de un modo misterioso, supo llenarlos. También, alcanzó sitios de su cuerpo que
desconocía, por eso al moverse notaba músculos que antes no sabía ni que
existían.
¿Cómo decirle que le estaba curando todo su ser?, ¿cómo decirle que la estaba
despojando de todas sus espinas? Debía hallar el modo, porque sintió la
necesidad de confesarlo.
—¡Buenos días! —la saludó
—¡Hola! —Se desperezó. Mal, muy mal, ¡tenía el cuerpo dolorido! Notaba
hasta el tendón más recóndito del cuerpo—. Tanto sexo no me sentó bien. —
Noel soltó una sonora carcajada que a ella le hizo reírse—. Me duele todo, por
favor.
En un impulso, que la dejó sin aliento, él se puso encima de ella. La besó en el
cuello
—Todavía no me he saciado de ti.
—¡La madre del cordero, eres un asesino a polvo! Me vas a matar.
Él le dio otro beso, en esa ocasión en la mejilla.
—«Te quiero matar de amor», como dice la canción —le dijo al oído.
—Me gusta esta versión tuya dos punto cero, tan romántica.
—Y a mí me gusta serlo contigo. —La besó en los labios, depositando uno de
esos besos que aligeran los miedos y besaban el alma para despejar las dudas que
se pudieran albergar en ella. Le acarició la nariz con la punta de la suya, al
separarse—. No me arrepiento de nada de lo que ha pasado.
—Ni yo, —ella le rodeó el cuello con sus brazos—. Nadie me ha hecho sentir
como tú has logrado hacerlo.
—Estamos hechos el uno para el otro aunque nos cueste reconocerlo —sonrió
como si sus propias palabras le hicieran gracias.
—No podía ser de otro modo. —En esa ocasión ella lo besó.
—¿Tienes hambre?
—Sí, hambre de ti y de comida —confesó, perdida en Noel por medio de sus
ojos que le acunaban el alma.
Noel la cogió de las manos, entrelazó los dedos y las colocó al lado de la
cabeza de Luna.
—Eso lo dejamos para más tarde o no saldremos de la cama, te lo aseguro. —
Frunció el ceño, pensándolo mejor—. Aunque no es mal plan.
—Quiero enseñarte algunos lugares que deberías ver.
—Entonces, a levantarse y a comenzar el día.
—Me parece bien. —Ella alzó la cabeza y lo besó.
Luna cogió algo de ropa que tenía guardada en los cajones y bajaron para
preparar el desayuno entre arrumacos, risas y miradas. Luna se sentía libre para
hacer cualquier cosa, para decir aquello que su corazón había guardado durante
años. Haber compartido con Noel aquella historia que la había marcado y la
había convertido en la mujer que era, consiguió soltar las cadenas que la ataban
al pasado, su corazón ya no era presa de una corona de espinas, Noel, ese
hombre con el que no había comenzado con buen pie, el más extraños de todos
especímenes masculinos que conoció, fue quien la había salvado de sí misma, y
le proporcionaba la esperanza de un presente y un futuro donde ya no estaba sola
con sus recuerdos.
Desayunaron con las manos entrelazadas, no querían separarse, era como si
una fuerza superior no les permitiese soltarse, era la manera que sus manos
mostraban el nudo que el destino había hecho con ellos. Luna, una de las veces
que lo miró, lo vio revisando el móvil.
—¿Alguna noticia de la empresa? —Se interesó.
—No, todo debe ir bien, Sebas no me ha escrito, solo Marisa, recordando que
mañana debo verme con el cliente.
—Mientras vas a verlo...
—Me acompañas —ordenó.
—¡Qué marimandón! —exclamó fingiendo malestar.
—Te recuerdo que eres mi novia barra ayudante, así que vienes conmigo.
—No se te escapa una.
—No.
—¡Porras!
—Están muy buenas —dijo él, haciendo alusión al dulce.
—Pero si los churros no te gustan. —Luna le recordó lo que había dicho.
Él la miró con una sonrisa sesgada.
—Todavía te acuerdas.
—Sí, para descubrir que eres el claro ejemplo de la contradicción en persona.
—Luna bajó la vista—. Me acuerdo de todo lo que haces o dices.
—No te pongas tímida conmigo. —Él le acarició la mejilla.
—Sé que hemos pasado tiempo juntos, pero, a veces no sé cómo comportarme.
—Quiero que seas tú, Luna, me gusta como eres, no cambies. —Le pidió en un
susurro. Sin separar la mano de la mejilla.
Ella asintió.
—Estuve pensando...
—¿Piensas mientras duermes? —la bromeó y escondió la risa al darle un sorbo
al café.
—Creo que sí.
—Por eso no parabas de darme patadas.
—Siento decirte que soy muy tranquila, durmiendo. —Eso la molestó—. ¡¿De
qué vas?!
—Entonces querías lanzarme por la ventana.
—Alguna vez te amenacé con el puenting ventana, otras estrangularte hasta
que me quedase con tu cabeza entre las manos, —Luna ladeó la cabeza—. Esos
días han pasado.
—¡Dios, menuda vena más agresiva que tienes! —Imitó un escalofrío.
—No exageres, y sí, tienes razón.
—Repítelo. —Su afirmación lo había emocionado más que una piruleta a un
niño.
—Tienes razón, si en algo nos parecemos es que no tenemos mucha paciencia
—había que reconocerlo, la perdía con facilidad.
—Contigo es diferente, tú me proporcionas todo y tu corazón un lugar donde
refugiarme. —La cogió y la sentó en sus rodillas.
Luna pegó un grito de felicidad.
—¿Qué haces? —Le rodeó el cuello enlazando brazos.
—Con tu sola presencia consigues que todo cambie, puedo estar muy
enfadado, que alegras esos malos sentimientos. Si es cierto que cada uno de
nosotros tenemos un pedazo de alma rodando por el mundo, yo he encontrado el
mío. —Luna sin dudarlo lo beso—. Ahora, dime preciosa, ¿qué pensó tu
cabecita loca?
—Como el viaje fue largo, para que no cojas el coche, hoy te enseñaré los
alrededores —compartió con él su plan.
—Me parece bien —lo aceptó sin dudarlo.
Ella se acomodó entre sus piernas y percibió su erección.
—¡Uy!, alguien quiere fiesta con fuegos artificiales incluidos. —Se movió
sobre la erección que palpitó debajo de los pantalones.
Él sonrió de un modo lobuno que la encendió y sin decir nada, la subió a la
mesa, ella se sacó las bragas, luego, le ayudó a bajarse los pantalones junto con
los bóxer y su miembro saltó contento al verse liberado de la ropa que lo retenía,
tras ponerse un condón, Luna se empaló en él y vio las estrellas.
—No me cansaré de hacer el amor contigo —jadeó Noel rendido.
—Nunca... Nunca lo haré —le respondió ella entregada al placer.
Escuchar los sonidos de su placer conseguía reducir a cenizas hasta el último
de sus pensamientos y en esa posición, lo cabalgó hasta que enloquecieron de
placer. La habitación entera vibraba con la pasión que los embargaba y los
consumía convirtiéndolos en pura lava.
YYY
Al poco tiempo, llegaron a una impresionante finca con una casa de dos
plantas hecha en piedra muy gruesa, que mostraba su antigüedad por la negrura
en algunas partes, aunque bajo los rayos del sol, las décadas en pie brillaban a
pesar de los andamios que la rodeaban.
—¿La están reconstruyendo? —Luna se echó hacia delante.
—Sí, del exterior se encarga un arquitecto con el que ya trabajé más veces, por
dentro lo hago yo, para hacer un interior más moderno.
—Dijiste que casas como estas no las tocarías. —Recordó sus palabras,
mientras observaba como los andamios la envolvían en su estructura metálica,
que llegaba al tejado.
—Hay una diferencia, preciosa, la casa de tu abuela está en pie, esta estaba en
ruinas, parte del techo se había derrumbado, no tenía ventanas, algunas estaban
tapiadas. Su estado era deplorable —le contó al aparcar el coche detrás de una
furgoneta gris.
—¡Uy!, entiendo. —A Luna no le sorprendió, ya había visto muchas en ese
mismo estado y peor—. Hay construcciones así a lo largo de Galicia también por
otras partes de España, aldeas abandonadas por el éxodo a las ciudades.
De la casa salió un hombre de mediana edad, que Luna conocía, ¡por supuesto
que lo conocía! Se mordió el labio inferior para no abrir la boca, estaba claro que
alguien de las esferas superiores estaba jugando con ella o se quería reír de ella,
no había término medio. De hecho, se puso tan nerviosa que el cuerpo se le
enfrió, de pronto, miró hacia los lados buscando una escapatoria y deseó ser una
mutante para poder desaparecer. Al salir del coche, el hombre nada más verla se
quedó tan planchado que comenzó un extraño baile, dando un paso hacia
delante, otro hacia atrás, como si estuviera bailando la famosa canción de Ricky
Martin, María. No le extrañó que se acordase de ella, pues había pagado su
frustración a causa del primer encuentro con Noel en el ascensor, sí, el famoso
día en que iba descalza al trabajo.
Su mente retrocedió a aquellas horas posteriores.
YYY
Varias semanas atrás.
YYY
De vuelta a Galicia.
—¿Qué le pasa? —Noel estaba extrañado por el comportamiento del hombre.
—Ni idea. —Luna tenía la boca seca.
Fueron hacia él y el Señor Suñero fue abriendo los ojos que se convirtieron en
los de un camaleón en busca de algo, quizás el modo de salir corriendo.
—¡Hola, Gabriel! —Noel le estrechó la mano.
—Sí, hola, hola. —Su sonrisa era asustadiza.
—Le presento a Luna, mi ayudante.
—Vaya por Dios.
—¿Cómo dice? —A Noel le sentó como una sorpresa más grande que un
aerolito caído del cielo.
—Tengo la inmensa fatalidad de conocerla, ¿qué tal señorita? —No hizo el
amago, ni gesto alguno para saludarla, lo cual Luna agradeció.
—Hola —tragó con fuerza— bien.
—¿Ya solucionó el problema de los zapatos de charol de su novio?
«¿Por qué se tiene que acordar de eso, ¡mecawento!», protestó para sus
adentros.
Noel, como si tuviese un ataque de artrosis en el cuello, lo giró a cámara lenta
para encararla con una inexpresión en la cara que a Luna le cortó el aliento,
porque no sabía cómo descifrarla.
—Yo soy su novio —especificó Noel.
—Me imagino quien lleva los pantalones. —Ante ese comentario a Luna se le
desencajó la mandíbula—. ¿Y no tiene miedo de ella?
—No, es una rosa delicada —sonrió Noel irónico.
—Me sorprende. —Miró a los pies de Noel—. ¿Son esos los zapatos? —A
Luna le comenzaron a arder las mejillas de la vergüenza y no pudo más que
asentir en completo silencio—. Es piel, tengo un par.
«Podéis decir lo que queráis, eso es charol de toda la vida», farfulló su mente.
—Hay que conocer a Luna para saber qué no es peligrosa, Gabriel. —Noel
quería zanjar el tema.
—Entonces, la cogí en un mal día —explicó el señor Suñero.
—Sí, seguro —Luna debía disimular su cara de «tierra trágame».
—¿Cómo van las obras? —le preguntó Noel, tomando las riendas de la
conversación.
Algo que Luna aprovechó para llenar los pulmones de aire, después de haberlo
retenido. Se puso un casco de obra, con el que se sintió la seta de David de
Gnomo, para recorrer la casa de la que el señor Suñero, orgulloso, les fue
mostrando cómo estaban quedando los espacios que Noel había diseñado y con
los que estaba encantadísimo. Le explicó a Luna que esa remodelación era una
sorpresa de cumpleaños para su esposa, que siempre había soñado con tener una
casa en Galicia, más que nada por su clima, pues no le gustaban los agobios de la
playa. A Luna le gustó mucho lo que Noel había logrado con esas gruesas
paredes antiquísimas, típicas de las casas gallegas: había creado espacios
amplios, luminosos y se alegró por tener a un hombre tan brillante a su lado, allí,
recorriendo los pasillos, entendió por qué tenía tanto éxito, pues parecía que la
casa no estaba sufriendo una remodelación.
—Este salón le va a gusta mucho —afirmó el señor Suñero.
—En verano las noches gallegas son largas y con esta enorme cristalera
aprovecharán todas las horas de luz, en julio, a veces, a las diez de la noche aún
es de día o está comenzando a anochecer —explicó Luna.
—¿Le gusta, señorita? —le preguntó con curiosidad.
—Está quedando muy bien.
Tras charlar un poco más con él y agradecerle a Noel mil y unas veces el buen
trabajo que había hecho, montados ya en el coche de camino a la playa, Luna no
se pudo callar:
—Habías estado en Galicia, me mentiste.
—Sí, cierto, pero volvía en el día a Madrid —le expuso.
—Me mentiste —repitió ella.
—No, nunca visité Galicia, es mi primera vez, iba a la casa y una vez
terminado mi trabajo, me iba, hasta he comido en el aeropuerto. —Le dio un
suave apretón en el muslo—. Nunca pasé tantos días en Galicia.
—Te creeré.
—Jamás te mentiría. —Cogió aire por la nariz haciendo ruido—. Ahora
cuéntame tú, ¿por qué estaba tan asustado Gabriel? —Estaba muy tenso, Luna
pudo apreciarlo en el modo en qué cogía el volante.
Apretó las cachas, no sabía cómo empezar.
—Ni idea —Mintió con descaro.
—Luna. —Utilizó su nombre como una advertencia.
—A ver, como me explico.
—Soy todo orejas, cariño. —Se acomodó en el asiento.
A ella ese «cariño» era como la última palabra antes de desencadenar la guerra.
—Hay clientes que son muy pesados —apuntilló antes que nada.
—Sí, es verdad, no te quito la razón.
—¿Ves?, nos vamos entendiendo, pues uno de ellos es él.
—¿Qué le hiciste?
—Lo violé.
—Si lo hicieses te miraría con otros ojos, no con esa expresión de querer salir
corriendo.
—Porque lo torturé en plan inquisición española o Torquemada, llámalo como
quieras.
—¡¿Qué?! —Con esa exclamación Noel abrió tanto la boca, que las líneas
alrededor se profundizaron, a eso se le unía que al alzar las cejas los surcos de la
frente aparecieron.
—Sí, le vacié una caja de chinchetas por los calzoncillos, eso duele que no te
imaginas.
—Bien, después de tu sesión de «pongo cualquier disculpa a ver si se calla y
me deja paz»...
—Eso mismo estaba pensando —lo interrumpió, pidiendo que lo que decía
fuera cierto y se callara.
—Dime, la verdad, ¿qué pasó entre vosotros? —Noel estaba más relajado, ya
era curiosidad.
—¿Te acuerdas de nuestro primer encuentro en el ascensor? —Debía ganar un
poco de tiempo, por eso realizó esa pregunta, no era que Noel tuviese el cerebro
seco como una pasa.
—Sí, nunca lo olvidaré, estabas descalza.
—No hacía falta dar tantos detalles, —resopló—. Bueno, pues esa mañana,
este señor apareció y Marisa me dijo que no podía subir a verte, pero insistía,
insistía y le dije que pegara las cachas en el sofá de la recepción.
—¡¿Qué?!
—Claro, ahora saldrás en su defensa, porque los que utilizan zapatos
acharolados, son de la misma condición y sus reuniones son un Miguel Bosé:
seré tu amante bandido, corazón malherido. ¡Venga, hombre!
—Le gritaste —afirmó Noel.
Luna, muy quieta en el asiento, entornó los ojos hacia él, no sabía cómo iba a
reaccionar por eso se adelantó.
—Vale, venga, te pica el culo por decirlo Noel, no te cortes: Luna, ¿cómo lo
hiciste? Has tratado mal a uno de nuestros mejores clientes, lo podemos perder
por tus arrebatos...
De pronto, Noel prorrumpió en risas, pero era un buen ataque de risa que
aligeró el ambiente, pues creía que le iban a llover bastantes reproches.
—¡Dios, cómo me gustaría verte en acción! —le cogió la mano y se la besó.
—¿No estás enfadado? —Eso sí que no se lo esperaba de él.
—Te entiendo que perdieras la paciencia, porque como cliente es bastante... —
se lo pensó—, es absorbente y tú eres única. —Le dio otro suave apretón antes
de sujetar el volante—. Ya me había contado Sebas, que con los clientes eres un
poco peligrosa.
—¡Vaya, soy famosa en la empresa! —No quería sonar tan irónica.
—Para mí, fue el primer comentario sobre tu persona.
—Bueno, pues si les preguntas a tus clientes, te dirán que tengo cara de culo, y
sí, es mi aspecto normal en la recepción.
—Lo dicho, una pena no verte en acción. —Se volvió a reír.
—¿Y cuando te habló Sebas de mí? —La curiosidad fue más fuerte que la
voluntad.
—Cuando vino a verme al despacho, después de haberte abrazado —la puso en
contexto.
—¡Ah sí!
—Fue un acontecimiento global en la empresa.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —giro el rostro hacia él—. De repente, te
habías convertido en un pulpo abrazando al calamar que ansiaba comerte.
—Cuándo besaste al pulpo, ¿en qué se convirtió?
—En un oso amoroso. —Luna vio la decepción reflejada en su rostro—. Creías
que iba a decir en un príncipe.
—Bueno...
—Los príncipes no existen, pero los hombres increíbles sí. —Él sonrió lleno de
satisfacción.
Al rato, llegaron a una enorme playa. Noel aparcó el coche en una gran
explanada de tierra que estaba dividida en secciones marcadas por una pequeña
fila de árboles y nada más salir la brisa del mar, con ese olor característico al
salitre del agua batida, le golpeó los sentidos a Luna y su alma respiró tranquila.
—Huele a marisco —comentó Noel asombrado.
«El pollito se está echado a perder», Luna negó con la cabeza. Noel era
incorregible.
—No es marisco, hombre de Dios, es el salitre. Este aire te abre los pulmones,
es el más sano de todos.
Cogidos de la mano, ella lo condujo hasta la parte más alta del paseo, hecho a
partir de unos tablones que los separaban de la arena y del campo que había al
otro lado, donde se habían construido algunas cafeterías.
—Mira —señaló Noel—. Parece que el mar está pintado con distintos tonos de
azules.
—Sí, lo sé, en verano se ve mucho mejor que en esta época, los rayos del sol
parece que se entretienen saltando en el agua.
—Vendremos en verano —ella sonrió por esos planes que él forjaba en su
cabeza—. Gracias por enseñarme tus lugares favoritos.
Él dejó caer la boca lentamente sobre la de ella, quien lo recibió encantada.
Con Noel las actividades más mundanas emanaban una tremenda sensualidad y
su amor por él no hacía más que aumentar.
Luna estaba sufriendo un caso grave de enamoramiento.
45
Esa tarde pasearon por la playa, subieron hasta los enormes acantilados, desde
donde se podía observar cómo el mar se adueñaba de la roca al golpearla con su
bravura sobrenatural. Aunque lo más fascinante para ella, fue contemplar la
expresión de Noel, que lo poco que conocía la tierra natal de Luna, se enamoraba
más de las dos. Tanto fue así que para su sorpresa confesó que ese año tomaría
unas buenas vacaciones para irse con ella a Galicia.
Después de una cena muy tranquila y romántica en casa se tumbaron en el sofá
a ver una película a la que no prestaban mucha atención entretenidos como
estaban en besos, caricias y otros arrumacos. Pero con una escena, Luna se
acordó de algo que no había preguntado a Noel en su momento
—Noel, te voy a hacer una pregunta muy seria y quiero que me respondas. —
Rompió la quietud que los rodeaba.
—¿Me vas a pedir matrimonio? —la bromeó.
Ella alzó la vista, Noel estaba un poco más alto que ella, que tenía la cabeza en
su pecho.
—No tenía pensado.
—Una pena, ya no sabrás que te diría.
—Céntrate.
—¿Qué es eso tan importante? —Le devolvió la pregunta.
—¿A Sebas le gusta Patricia? —Soltó lo que debería haber soltado el día de la
videollamada, pero que por culpa de lo sucedido con el váter se olvidó.
—Entiendo que esa es tu pregunta tan importante —quiso confirmar con una
ceja enarcada.
—Sí.
—No te puedo responder, no lo sé. —Dejó a Luna de piedra.
Agitó la cabeza desconcertada.
—¿No lo sabes o tus sospechas las mandaste a tomar por culo? —lo interrogó
con un atisbo de desconfianza en la mirada que le lanzó.
—Luna, no lo sé. A ver, Sebas es majo con todo el mundo y cae bien con
mucha facilidad.
—No me estas respondiendo.
—Lo que te puedo decir es que tiene buena relación con Patricia, pero si tienen
algo no lo sé. —Tiró de las comisuras de los labios hacia abajo y alzó las cejas
—. Hace tiempo que no tiene pareja y tampoco me ha contado si está interesado
en alguien o en concreto en Patricia.
—Noel, hay algo que se llama interesarse por los amigos —le reprochó su
pasividad con respecto a Sebas.
—Tú lo que quieres es que cotillee.
Luna bufó, ¡ese hombre era imposible!
—¡Es cultura general sobre tus amigos, Noel! —exclamó desesperada.
—Lo dicho, cotillear, pero ¿por qué te interesa?
Luna terminó sentada en el sofá.
—El día que hice una videollamada con ellos, vi que compartían gestos y
miraditas que no eran de amigos o de compañeros de trabajo, había mucha
química entre ellos. La típica de una pareja enamorada.
—Entiendo. —Asentía lentamente.
—¿Lo entiendes o quieres que me calle?
—Lo entiendo y tú trabajando con ella en la recepción, ¿no te fijaste?
—No, se sonreían y él se acercaba a nosotras a charlar un poco, siempre me
pasó desapercibido, pero en la videollamada estaban distintos.
—Los gestos nos delatan cuando las palabras no sirven o estamos intentando
disimular nuestros sentimientos —Luna no se había imaginado que Noel llegase
a esas conclusiones.
—Noel Hammond, el nuevo gurú del amor. Si la empresa va al tacho, ya sabes,
puedes montar un consultorio.
—Luna, era lo que hacía contigo, por eso sé de lo que hablas.
Ella dejó de respirar en los siguientes minutos.
—¿En serio? —expulsó el aire que retenía en los pulmones, mientras que miles
de mariposas revoloteaban entre su corazón y su barriga.
—Con respecto a ti no miento. Y si Sebas tiene una relación con Patricia, pues
me alegro por él, se merece a una buena chica y ella lo es.
—Vamos, no eres de los que prohíben las relaciones extraprofesionales.
—Me parece una chorrada, te soy sincero, además, míranos a nosotros.
—Bueno, atiende, es que aparte de gurú eres ¡¡¡ROMPE-REGLAS!!!
—Las normas están para romperlas. —Él se colocó mejor para besarla en la
frente.
Luna se estaba acostumbrando a esos gestos de amor con una facilidad
asombrosa.
—Sí, es cierto, recuerdo eso de : PROHIBIDO ENAMORARSE, y, ¡tachan!
aquí estamos.
—Basta que digas que no o que prohibas algo para que suceda... —El sonido
del móvil sobre la mesa interrumpió la conversación. Noel descolgó sin mirar
quién era—. ¿Sebas?
Luna le empezó a clavar el dedo índice en el hombro él a base de golpecitos
continuos. Él la miró.
—Manos libres. —Movió los labios.
Noel le hizo caso.
—No te cabrees, Noel —Sebas titubeaba bastante.
Luna estaba sorprendida por aquella petición.
—Joder, Sebas, habla. —Noel tampoco entendía nada.
—Verás, el mes que viene presentaríamos el proyecto del hotel.
—Sí —afirmó Noel que adoptó la postura de dueño de una empresa.
—¿El sostenible? —le preguntó al oído.
Noel separó el teléfono tapándolo para que Sebas no la oyera.
—No, es para una cadena hotelera importante. —Luna asintió, no sabía cuál
era, él volvió a hablar Sebas—. ¿Qué pasó?
—Se ha adelantado —confesó Sebas lo más rápido que pudo.
—¿Estás hablando con él? —Se oyó la voz de Patricia por detrás.
Noel giró de inmediato el rostro hacia Luna con la boca abierta y las cejas
alzadas, que se confundían con el mechón del flequillo que le caía sobre la
frente. En ese tiempo le había crecido bastante.
—¡Están juntos! —exclamó, murmurando y dejó el móvil encima de la mesa
—. ¡Están juntos!
—¡Te lo dije! —Luna movió los labios para no delatarse.
—Sí, estoy con él —le respondió Sebas—. ¿Estás ahí, Noel?
—Eh... —Todavía seguía consternado por la noticia y Luna le dio un golpecito
en el hombro para que reaccionase—. Sí, pero ¿por qué cambiaste el día?
—No fui yo.
—Díselo, Sebastián —lo obligó Patricia.
Noel y Luna compartieron la misma sonrisa pícara, ¡los habían pillado con las
manos en la masa!
—Fue Deborah —finalizó Sebas.
El ambiente sobre sus cabezas se congeló, en general el de toda la casa, que
pareció que se acomodaba entre las piedras que la sostenían.
—¡¿Qué?! —El gesto de Noel se volvió adusto, abrió las aletas de la nariz y
apretó la mandíbula.
—Lo acordó ella con el cliente —explicó Sebas—. Cuando me enteré estaba
todo hecho y planificado, no pude hacer nada.
—¿Para cuándo?
—El Martes por la mañana, vendrá la prensa y todos.
Noel se frotó la frente con una mano y se puso en pie con brusquedad. Todo su
cuerpo desprendía un enorme cabreo.
—¡¿Quién cojones es ella para cambiar mi agenda y los planes?! —bramó
fuera de sí.
Luna se levantó para abrazarlo por la cintura, Noel tenía todos los músculos
del cuerpo en tensión y bajo sus manos se fueron relajando poco a poco, como si
necesitara de su tacto para tomar las cosas de otro modo.
—No lo sé, tío, no lo sé.
—Sebas, cuéntale todo —le pidió Patricia.
—Pat, ¿qué ha sucedido? —intervino Luna sin aguantar por más tiempo.
—Solo os diré que vais a alucinar, no sé qué bicho le ha picado pero ha saltado
varios puntos hasta coronarse como la dueña de la empresa —explicó un tanto
disgustada y enfadada.
—¿Sebas? —Noel le obligó a hablar.
—Desde hace unos días está más rara de lo normal y hoy por la tarde me dijo
que te iba a desenmascarar y cuando lo haga te verás obligado a dejar la
empresa. Nos amenazó a Marisa y a mí.
—¡¿Qué?! —Noel se soltó del agarre Luna.
Luna se quedó de piedra, ¿qué estaba haciendo esa mujer? Aparte de que no
entendía nada, no sabía por qué Deborah los había amenazado, ¿quién era ella, la
reina de Saba? Se estremeció de miedo, después de haber vivido su aparición en
casa de Noel, no quería imaginarse de lo que era capaz por culpa de los celos.
—Vale, no te preocupes, el martes, quizás antes, allí estaré. —Nada más
colgar, Noel lanzó el móvil contra el sofá—. ¡Joder!
—Tranquilo...
—No, Luna, te iba a proponer que nos quedásemos unos días más, te quiero
dedicar tiempo, no solo las tarde o con una cena de mierda, me los puedo
permitir, porque como ves puedo trabajar igual.
—Eso me vale, Noel, compartimos despacho, nos veremos todos los días,
además, sabíamos que más tarde o temprano, debíamos volver a nuestros puestos
de trabajo, esto fue un kit kat, no te enfades. —Le dio un beso en los labios en
un intento por sosegarlo.
—Quiero estar contigo.
—Estoy aquí —le recorrió las mejillas con las puntas de los dedos—. Pero no
podemos actuar como si no hubiese obligaciones, las tenemos, pero no
influenciarán para mal porque estamos juntos en todo.
Como un animal enjaulado, la soltó.
—Separa. —Movido por un arrebato se acercó al sofá y cogió el móvil.
—¿Qué haces? —Él no le respondió y ella no fue capaz de frenarlo—. ¿Noel?
—¡Deborah!, ¿qué coño has hecho? —La furia se desprendía de todo su cuerpo
—. Te grito si me da la gana, ¿por qué has adelantado una presentación que ya
estaba programada? —No la dejó hablar o eso le pareció a Luna—. ¡Había una
fecha! —Jamás lo había visto tan furioso. Luna se cubrió la cara con las manos
después de pegar un brinco del susto que le había dado Noel—. Cuando nos
veamos me vas a vender tus acciones, no te quiero cerca de mí ni de la empresa.
—Colgó.
No era una amenaza, era un hecho y la voz oscura de él resonó por toda la
casa.
—Noel.
—No la defiendas —la señaló con el dedo apuntador.
—No pretendía.
—Me siento frustrado, —enterró los dedos entres los mechones de pelo luego
de tirar el móvil al sofá de nuevo—. ¡Pasa por encima de mí!
«¡Si tú supieras!», se acordó de la escena de los baños.
—Tendrás que comprar un vestido, quiero que vengas conmigo a la
presentación. —Le pidió aún sin hallar un segundo de sosiego.
—Iré, piensa, aún nos quedan unos días para regresar y además... —Quiso
animarlo con un abrazo.
—¿Qué? —Con ella entre sus brazos se fue calmando.
—El sábado vas a ver cómo una mujer se viste por menos de diez euros.
—¡¿Qué?!
46
Los días siguientes Noel no paraba de preguntarle qué tenía pensado, debido a
esa insistencia, Luna sabía que había una parte de él que no se fiaba de lo que
pudiera estar maquinando, pero ella no soltó prenda, quería verle la cara, puesto
que estaba convencida de que no se imaginaba lo que iba a hacer.
En ese tiempo, Luna procuró hacer todo lo posible para que se olvidase de la
jugarreta de Deborah, que no le daba una tregua. Por la noche le era fácil,
haciendo el amor, Noel se entregaba sin importar nada, alejando el mundo
mientras le veneraba el cuerpo; por el día era más complicado, a veces, lo veía
con la mirada perdida y sabía que su alma estaba en Madrid no a su lado, otras lo
pilló mirando el móvil o el ordenador con un gesto adusto y eso, a pesar de
disimularlo, le molestaba, ¡no los dejaba tranquilos! Para colmo de males, Noel
ya no disfrutaba del mismo modo desde aquella llamada. ¿Por qué Deborah no
podía desaparecer de sus vidas? Ese era su mayor deseo, cuando las líneas
sinuosas del bello rostro de Noel mostraban el lastre de una vida entera, cuya
carga era demasiado pesada para él, ella se apenaba, debido a que le daba la
sensación de que no quería que Noel fuese feliz, a lo mejor estaba equivocada,
pero algo dentro de ella, quizás la intuición, se lo estaba advirtiendo. Deborah
quería hundirlo y, en algunos momentos, Luna discernió que lo conseguiría. No
obstante, allí estaba ella para darle la mano cuando Noel creía estar solo, ella
podía salvarlo.
El sábado llegó como los días anteriores, un día soleado con el que condujeron
a una pequeña villa pesquera que le gustaba mucho a Luna, no eso, sino que
disfrutaba haciendo las compras en su feria, pues desde niña había acompañado
a su abuela, donde encontraba de todo en los puestos.
—¿Qué coño es esto? —Noel levantó las gafas de sol para poder creer lo que
estaba viendo.
—Es una feria —dijo espontánea, aunque la cara de horror de él era un poema
y no de Bécquer.
Todos los sábados, a no ser que el tiempo lo impidiese, había un gran
mercadillo en el que se podía adquirir de todo, carnes, pan, embutidos, frutas,
dulces o ropa.
—¿Aquí era a dónde querías venir? —Noel miraba a todos lados con cara de
«no», como si aquella marabunta, que recorría los puestos, fuese la cabeza de la
misma Medusa.
—Sí, así aprovecho y compro algo de fruta para el viaje de mañana. —Luna
notó un pinchazo de tristeza, no quería que esos días a su lado terminasen.
—Huele mal —le respondió Noel a su explicación.
Luna cerró los ojos con resignación, ¿qué iba a hacer con ese hombre?
—La madre del cordero, eres demasiado cayetano para estar aquí. —No pudo
reprimir ese comentario.
—Huele a pulpo, a sudor, a carne, a humo, a fritanga, ¡bag! —Puso un gesto de
asco.
—Lo que te pasa es que tienes un olfato demasiado fisno —le protestó.
—Te espero en el coche.
—De eso nada —se lo prohibió parándose en mitad de la gente—. Tú a mi
lado como novio que eres.
—¿Es que no percibes el olor?
—No.
—Esto no es sano.
—¡Uy, el señor cayetano está colapsando! —Abrió los ojos y puso morritos.
—Te aseguro que sí.
—Puedes dejar de quejarte, por favor —resopló.
—No, me voy al coche.
Luna lo agarró por el brazo.
—De eso nada, tú a mi lado.
Durante un buen rato, Luna caminó escuchando como Noel mascullaba a lo
grande, y pasaron por un puesto de fruta.
—¡Hola, Luna! —la saludó el frutero.
—¡Hola, Pedro! —Luna lo saludó muy contenta—. ¡Menudas fresas!
—Tienen más sabor que las del año pasado —le dijo el hombre.
Cogió una y se la metió en la boca a Noel.
—Come, verás qué buena. —Se volvió hacia Pedro—. Ponme medio kilo.
Noel, paga aquí, voy a mirar el puesto de enfrente.
Luna se metió entre la gente separándola con el codo para mirar, cual urraca, la
bisutería que se exponía. Había varias piezas que le gustaban, en realidad, se
quedaría con todo, pero había una pulsera de cuero rosa con tachuelas y
abalorios que le encantó.
—¿No comprarás esta bisutería barata? —Noel habló a su espalda.
—Sí. —Le señaló la chica la pulsera y un juego de pendientes—. Los quiero
también.
—Te pueden dar alergia —comentó entre dientes.
—No, ya lo tengo demostrado científicamente. —Pagó Luna el importe.
—Muchísimas gracias. —La chica le dio una pequeña bolsita.
Siguieron el camino y pasaron por puestos de ropa de todo tipo.
—¡Muchacho! —lo llamó una vendedora—. ¡Cinco calzoncillos por tres euros,
venga es una ganga, chiquillo!, ¡guapo, a tres euros...!
—No gracias, se me caerán los huevos si me los pongo. —Luna se rio, estaba
visto, Noel no estaba hecho para los mercadillos—. Esto no es sano.
—¿Nunca has estado en un mercadillo? —La pregunta era ridícula, solo se dio
cuenta al formularla.
—Lo más parecido fue el mercado de Portobello Road, en Nottinhg Hill —
respondió él.
—Pues esto es lo que se estila en España. —Miró hacia un lado y ahí estaban
los vestidos largos, en un puesto al lado de otro de perfumería—. Imperio
Irmani, —Luna señaló un frasco—, ¿mentía? —Lo cogió y se pulverizó la
muñeca—. ¡Huele! —Él movió la nariz—. ¡Huele, Noel! —Él claudicó
—No está mal.
—Es muy similar al tuyo.
—No. —Negó con una sonrisa de superioridad en los labios—. ¿Quién le diera
a esta falsificación?
—Pijo, no es ninguna falsificación —le hizo burla, antes de acercarse a los
vestidos, donde Chinel, Dori, Mike Kros o Tor Fordi eran las que más
abundaban. Luna estaba en su salsa, porque había más modelos que en los
mercadillos de Madrid a los que acudía, había de todo tipo: largos, cortos, años
cincuenta, ¡le gustaban todos! Pero escogió uno de estilo vintage verde con
grandes flores fucsia, que parecía iluminar como un semáforo—. Me lo llevo y
fíjate, le enseñó la etiqueta, siete eurazos y es divino de la muerte.
—Ni se te ocurra —aquella respuesta por parte de él la enfadó.
—Por supuesto que me lo llevo.
—No.
Ella metió la mano en la bolsa de las fresas, le sacó las hojitas y se la metió en
la boca.
—Come y calla.
—Es una guarrada lo que acabas de hacer, ¡no está lavada la fruta! —dijo con
la boca llena.
—A joderse.
Noel, más cabezón que ella, le arrebato la percha para ponerla en la barra de
hierro de la que colgaba y con seguridad dijo:
—De esto me encargo yo —se impuso sobre Luna.
—No.
—Ya te digo que sí.
47
Más cabreada que Chita con Tarzán, Noel la subió al coche y condujo hacía unos
grandes almacenes a unos cuarenta y cinco minutos de donde estaban. En ese
trayecto nadie habló, si Luna abría la boca se podría arrepentir de lo que pudiera
decir, pero que él no le hubiese permitido coger aquel vestido tan bonito y
llamativo, le dolió, porque al final tanto la madre como Devórame otra vez
tenían razón: ella no lo dejaba en ridículo, pero lo peor de todo era que él con esa
actitud lo confirmaba. Ahí estaban sus mundos tan diferentes que al conocerse
chocaban con cualquier estupidez. Con esa pena que le producía al darse cuenta
de que lo suyo con Noel no tenía mucho tiempo de duración, esa era la verdad a
la que había llegado, se vio rodeada por grandes firmas de moda, cuyos
productos costaban tanto como tres o cuatro meses de su sueldo de recepcionista.
—Buenos días, ¿puedo ayudarles en algo? —Una joven dependienta, muy
sonriente, se acercó a ellos.
—No, gracias —soltó Luna sin morderse la lengua.
—Sí, —le apretó la mano Noel, pues no la había soltado desde que salieron del
aparcamiento—. Queremos un vestido elegante, de día.
—Para él, es su primera vez con vestido y tacones, ¿sabes? Debe tener un traje
femenino y sexy para sacar el hipo —le dijo a la joven, que puso cara de no
entender nada.
—Luna.
—Va a empezar un espectáculo de travestismo y luego de comprar aquí, iremos
a la sección de maquillaje, míralo —Luna se soltó de su agarre para obligar a la
chica a que fijase en él—, tiene la tez tan pálida como la clara de un huevo
escalfado, le haría muy bien, un pintalabios rojo putón para que resalte, ¿qué
opinas? —Le preguntó a la chica.
—Le puede favorecer con ese pelo tan oscuro.
—¡No! Le compré una peluca rubia a lo Marilyn Monroe.
—El rojo perfecto —asintió la dependienta.
A esas alturas, Noel no sabía dónde esconderse, se moría de la vergüenza.
«Jódete y baila», se vengó de él.
—No le haga caso, hoy mi novia se ha levantado con una vena muy... —sonrió
a Luna de un modo sarcástico— ...Muy lunática.
Si algo había que no le gustaba a Luna era que utilizasen su nombre como un
calificativo. Arrugó el morro en una mueca de cabreo total.
—¿Qué es lo que buscan? —intervino la dependienta.
—Un vestido, un Dior, si puede ser, para que haga juego con el perfume que
escondes, amor —Noel se hizo cargo de la situación, muy sabiondo.
—¡Tendrás jeta! —Luna se cruzó de brazos y confirmó lo que él ya debería
saber—: Yo quería ese Chinel del mercado.
—Por aquí, por favor.
—¡Mierdola! —musitó Luna de morros.
A partir de ahí comenzó a ver unos vestidos que realmente eran muy bonitos,
decir lo contrario era mentir como una cerda, pero aquello no era su estilo para
nada, ella se conformaba con muy poco, no quería esos grandes lujos, nunca
había vivido con ellos y no los necesitaba.
—No me lo puedo permitir —le dijo entre dientes a Noel.
—Es un regalo. —De pronto, ya no estaba Noel Hammond a su lado, sino
Richard Gere en su versión joven y británica.
—¿No te cansas de dirigirme la vida? —le inquirió hirviendo por dentro de la
furia.
—Me encanta —le respondió picajoso, metiéndose con ella—. Escoge el que
más te guste.
Por gustar, le gustaban todos, pero eligió el que menos le gustaba a él: un
vestido de corte muy sencillo con el corpiño ceñido y la falda caída en vuelo.
Estaba confeccionado con lentejuelas que brillaban como la había descrito la
madre de Noel, una bola de discoteca, ya que el color de fondo era un gris perla,
casi blanco, pero de los bajos de la falda así como de la cintura, se habían cosido
con lentejuelas de todos los colores del arco iris.
Pero la idea de Noel no quedó ahí, tras pagar un pastizal por ese vestido, le
compró una pulsera de Bulgari.
Con todo aquello Luna no se sentía cómoda, se desdibujaba entre tanta riqueza,
quizás otra mujer se sentiría como Julia Roberts en Pretty Woman. Ella no.
Aquellos brillantes o diamantes, el ruido que hacía la tarjeta de crédito de Noel,
la convertían en el patito feo que era a su lado.
Durante el regreso a casa se mantuvo en silencio, tragándose las lágrimas,
debido a la sensación de superioridad de Noel que, lo que pretendía con ella, era
tener a la mujer perfecta, a la Barbie a su lado, porque la realidad no le gustaba,
¡la quería cambiar! Era cierto que nunca le había dicho que se avergonzaba de
ella pero volvió a notar que sus mundo chocaban como un meteorito contra un
planeta.
—¿Dónde dejo todo? —le preguntó Noel al llegar a casa.
—En el coche, no me lo pondré hasta el martes.
Ella entró lo más rápido que pudo con ganas de romper todo a su paso por la
impotencia de no poder haber impuesto su voluntad y dejar que él hiciese con
ella lo que le daba la gana. Fue a la cocina a dejar lo que había comprado en el
mercado y luego, a la habitación para guardar en la maleta las piezas de bisutería
que había comprado. Eso era lo que la identificaba, no un vestido de miles de
euros y una pulsera con la que se podría pagar unas veinte mariscadas. Pero esa
chica era de la que Noel se avergonzaba.
—Luna, ¿qué te pasa? —Le acarició la nuca, ella se apartó de él.
—Nada.
—Te pasa algo, ¿qué? —insistió él un tanto preocupado, que no enfadado.
—Nada. —Cogió una camiseta que metió en la maleta de cualquier manera.
—No es cierto.
—Habló la voz de Freud, y yo te respondo: ¿a ti que te importa? —Se separó
de él bruscamente.
—Me importas, ¿cómo dices eso? Sabes que no es verdad.
—Te importan otras cosas, que no cómo me sienta.
—¡Me importas! —Alzó la voz desconcertado.
—Porque grites no vas a llevar la razón —lo puso en duda.
—¿A qué juegas, Luna? —Estaba molesto el señorito—. No me gusta que
pongan en duda mis hechos y mis palabras.
—¿Quién lo diría? —Lo encaró con el cuerpo inclinado hacia delante—. Me
llevaste a comprar un vestido que no quería, quería otro, pero había que cumplir
tu voluntad.
—No es lo que estás pensando.
—¡¿Ah no?! —Cerró las manos en puños tan apretados que se clavó las uñas
en la palma de la mano—. Dilo de una maldita vez, ¡te avergüenzas de cómo me
visto!
—No pongas en mi boca algo que jamás te dije, porque me gusta como vistes.
—¡Mentiroso! Reconócelo de una maldita vez, ¡un Dior!, ¿a eso cómo se le
llama? —Dio un paso al frente por la ira que desprendía su cuerpo—. Disfrazar a
una choni de pija.
—Lo que quiero es que la gente te vea brillar como yo te veo, que te admiren...
—Con mi estilo no con el tuyo, pero no, no te servía lo que me gustaba.
—Te mereces lo mejor, Luna. —Noel transmitía la tranquilidad del que amaba
la verdad y se agarraba a ella.
—Te crees Richard Gere y no llegas a Papá Noel.
—No, no es como lo ves.
—¿Y cómo lo veo?
—No te quiero cambiar, me encanta como eres. —Se encogió de hombros—.
Ojalá lo entiendas y pudieras verte como yo lo hago.
—Lo dices porque está en el contrato.
—¿Qué? —Aquello lo cogió de sorpresa.
—¡Noel no se meterá con la forma de vestirse de Luna! —le echó en cara la
cláusula que ella misma marcó.
—Me da igual el contrato, ¿es que no te ha quedado claro? ¿Ahora no puedo
regalarte nada?
—Un vestido y una pulsera de miles de euros —le restregó el dinero que se
que había gastado.
—¿Y?
—No te gusta como visto, no te gusta como soy, —decirlo en voz alta le hizo
picar los ojos por las lágrimas.
—No sabes lo que dices. —Se pellizcó el puente de la nariz, derrotado.
—Deborah y tu madre tienen razón, sabes que con ese vestido te puedo
avergonzar de ahí las compras de hoy.
—Ellas no saben nada.
—Pero son más elegantes que yo, ¿verdad?
Noel también dio un paso al frente enfadado por esas palabras que Luna soltó.
—¿Por qué te comparas con ellas?
—Tienen razón —le gritó desesperada y furiosa con él.
—No es cierto, porque no te conocen.
—¡Ahora estoy loca y veo donde no hay! Reconócelo, te interesa que dé una
buena imagen ese día.
—Odio que te subestimes, eres muchísimo mejor.
—¡No disimules, joder! No eres un caballero antiguo, eres un pijo que no
aguanta nada que no sea de Chanel o Prada, así es como te enseñaron a vivir.
Nuestros mundos son diferentes...
—¿Qué quieres decir Luna? —Noel se cruzó de brazos conteniendo el enorme
cabreo.
A ella le cogió de sorpresa esa pregunta tan directa.
—Lo nuestro...
—¿No va a funcionar?
—Sí. —Aquella afirmación la rompió y tuvo que morderse el labio para no
llorar.
—Me duele en el alma que creas eso, de verdad lo digo, porque si no me
gustase como vistes te lo hubiese dicho, no me cortaría en hacer algún tipo de
comentario al respeto, pero te veo guapa hasta con los harapos de los Picapiedra.
—Alzó las manos en señal de agotamiento—. Piensa lo quieras, Luna, piensa
mal de mí y de mis intenciones, pero no voy a discutir cuando crees que entre tú
y yo no hay nada, de verdad que no. —Entristecido, salió y cerrando la puerta, la
dejó sola.
Luna rompió a llorar, ¿por qué se lo había tomado tan mal? No tenía ni idea, le
había sentado fatal todo aquello, se sentó al borde de la cama y lloró
desconsoladamente.
Ese «te avergonzará» que Deborah e Isabel le dijeron a Noel, había regresado a
ella como una bofetada que rompió la burbuja de esos días tan bonitos. Su
cabeza rodaba en favor de la vergüenza. Cogió el móvil para enviarle una foto
que había hecho del vestido a Roy.
A veces, solo tenemos que hablar con un amigo para descubrir la verdad,
incluso, en nosotros mismos.
Roy pensaba lo mismo que Noel, ¿podía ser? Aquello la hizo meditar, quizás el
cabreo inicial de no poder comprar lo que ella quería y cómo quería, la había
empujado a tergiversar la situación; podía ser que Noel no lo hiciera con malas
intenciones y su mal humor había estallado por nada. Era verdad, nunca le había
dicho nada acerca de la ropa, era más, se asombró al verla tunearse con el
uniforme de secretaria cuando fueron a cenar a la Ferretería y al ir a la Cañada,
aún su piel recordaba la manera en que la recorrió de arriba abajo con ganas de
comerla. Se había equivocado con él, con sus intenciones. Todo por culpa de su
cabreo.
Bajó y lo encontró sentado a la mesa revisando algunos documentos en el
portátil. Luna le puso una mano en el hombro.
—¿Te gusta como visto? —Ante esa pregunta Noel se giró en la silla.
—Claro. —No dudó al decirlo.
—Te pudiste callar por el contrato.
—Me da igual el contrato, Luna, ¿es que no te das cuenta? —Ella negó con la
cabeza, cabizbaja—. Te lo digo y lo repito, si no me gustase te lo hubiese dicho y
creo que jamás me metí contigo por la ropa. —Él se puso en pie frente a ella a
escasa distancia—. Eres preciosa, te adoro con los ojos que te veo.
—No quieres que vista de mercadillo.
—El vestido que escogiste en la feria era muy bonito, pero no quiero que nadie
te haga sombra ese día, quiero lo mejor para ti, no creo que sea un delito. —
Chasqueó la lengua y cambió el peso del cuerpo a la otra pierna—. No soy el
tipo de hombre que crees, no quiero una mujer florero a mi lado, te quiero a ti tal
y como eres, sin ningún cambio, y si por comprar un vestido y una pulsera... Los
devolveré.
—¿Para qué la pulsera?
—Nunca te hice un regalo del tiempo que llevamos juntos y desde que mis
sentimientos por ti cambiaron, es un detalle.
—Sí que lo hiciste —bajó la cabeza.
—¿Cuáles? —Frunció el ceño desconcentrado.
—El detalle de comprarme las palmeritas de chocolate, el picnic en Rascafría,
delante de la chimenea, que me cuidases, o querer que venga contigo a un viaje
de negocios. Esos gestos son tus regalos para mí.
—Quería regalarte algo más, algo que te recordase a mí, cuando no estuviera a
tu lado.
—¿Por qué?
—No hay ningún motivo para regalar, solo el impulso del corazón, pero en este
caso quería confesarte: gracias por amarme. —Se encogió de hombros—.
Gracias por estar conmigo.
Ella rompió la distancia que los separaba, el corazón le palpitaba como una
mariposilla y le rodeó el cuello con los brazos. Él se lo devolvió estrechándola
fuerte contra su cuerpo, como si necesitara de ese contacto entre ellos.
—Cogí el vestido que menos te gustaba.
—No, sabía que lo ibas a escoger —afirmó él.
Ella se separó para mirarlo a los ojos. Noel le echó esa sonrisa sesgada que le
arrebataba el aire.
—¿Cómo? —Luna estaba que no se lo creía.
—Todos los vestidos que te enseñaron eran monocromáticos, ese, aunque
predominase un color, sabía que lo cogerías, porque tiene más colores, como tú.
—Le rodeó el rostro con sus manos—. No eres una mujer de un solo color o una
sola cara, te gusta la alegría y era el que más entonaba contigo, te sienta bien y te
hace brillar. —Con esa simple explicación se dio cuenta que Noel la conocía más
de lo que aparentaba. La había calado tan hondo, que era capaz de describir su
esencia.
—Lo siento por pensar mal de ti —Luna le pidió disculpas—. Estaba muy
enfadada.
—Me gusta cómo eres, por eso odio que te hagas de menos, porque eres una
mujer increíble y no quiero que cambies por nada del mundo —le repitió.
—No tenía pensado hacerlo.
—Pero sí te pediría una cosa.
—¿Qué?
—No vuelvas a dudar lo que hay entre nosotros, tú estás aquí —le cogió la
mano y se la puso sobre el corazón—. Late solo por ti.
—No volverá a pasar. —Luna nunca había estado tan enamorada, no iba a
esconderlo—. Sé que me pasé.
—Me alegro, porque —comprobó la hora—, aún nos da tiempo a volver a esa
feria y comprar el vestido.
—¿En serio? —Aquello sí que era una sorpresa.
—Yo también me equivoqué en no permitirte comprarlo si es lo que te gusta,
así que, vamos.
Luna se puso de puntillas enredó las manos en su cabello y lo beso con
audacia.
Los dos habían cometido a lo largo de esa mañana muchos errores que
quedaron diluidos en ese beso que los agitó por dentro hasta hacer desaparecer
cualquier atisbo de suspicacia y que sólo quedase el amor que había entre ellos.
48
El regreso a Madrid les resultó difícil a los dos, él se fue a su casa y Luna subió a
la suya donde la esperaban Pepa y Roy, muy ilusionados por ver en vivo y
directo el vestido que Noel le había comprado. Una parte de ella, se había
marchado con Noel, no tenerlo, era duro, extraño, había perdido una parte de
ella, la mejor, esa que disfrutaba de la vida siempre que sus fuertes brazos la
rodeasen o el simple hecho de despertarse y tropezarse con sus ojos verdes
observándola. A veces ni uno mismo podía poner palabras a la pena que
embargaba el alma. La única esperanza que tenía era verlo al día siguiente, sin
embargo, notaba que el reloj se había puesto en su contra, las agujas no se
movían, siempre estaban en la misma posición cada vez que lo ojeaba, ¡¿se había
parado?!
—A ver, Lunita, enseña el modelito —le pidió Roy sentado a los pies de cama.
Ella abrió el porta trajes que había colgado de la lámpara y lo sacó entre
exclamaciones de su abuela y aplausos de su amigo.
—Es el vestido más bonito que tienes —sentenció su abuela.
—Con lo que valió —apuntó Luna, que los miró boquiabierta señalando con
un dedo el vestido—. Me arruinaría o tendría que pedir un préstamo. —Luego,
les enseñó la pulsera.
—¡Me he quedado muerta en la bañera! Pero qué tío, qué buen gusto —
exclamó Roy y alagó a Noel—. Dime dónde compraste a tu novio que me
presento allí a primera hora.
—¡Qué detalle tuvo, el muchachito! —Su abuela no estaba enamorada de
Noel, ¡lo siguiente!
—Todo en contra de mi voluntad —dijo Luna, por si no les había quedado
claro.
—Niña, aprende esto y tú también: a veces hay que dejarse mimar, no por lo
que cueste lo material, sino porque lo que se compra se hace desde el corazón y
el muchachito así lo hizo, como el cuidarte, le salió de dentro —lo defendió
Pepa.
—Pepa, hoy estás muy filosófica. —Roy le sonrió con cariño.
—Es la verdad, ya os acordaréis. —Pepa se cruzó de brazos.
—¿Y con qué lo vas a combinar? —le preguntó Roy.
—Mirad, con estos botines. —Cogió de encima del armario unos botines
plateados con cristales de tacón fino.
—Ese vestido es para poner con zapatos —opinó Pepa.
—No abuela, le van que ni de coña. —Luna no se iba a romper más la cabeza.
—Todo es cuestión de probarlo, Pepa. —Roy siempre era más práctico, quería
comprobarlo todo.
Al final Luna hizo lo que quiso, los combinó con el vestido el martes. Noel
como cada mañana, aunque más tarde de lo normal la recogió para ir juntos a la
empresa donde se estaba preparando todo para la presentación. Ya en el
ascensor, él la miró como un hombre miraba a una mujer cuando era tan feliz de
abrazarla como de poseerla y así lo hizo, pero con su boca.
Agarrándola por las caderas, la aplastó contra la pared del ascensor y la besó
con abandono, pero esa vez, no fue un beso normal como otros que se habían
dado días atrás, ese beso comenzaba por el final. La devoró en esos primeros
segundos desesperados, incitando a su lengua a enredarse con la suya en un baile
sensual que despertaba los sentidos y los convertía en un puro volcán. La puta
campana del ascensor sonó, no les quedó más remedio que salir, Noel caminaba
tan rápido que no le dio tiempo a saludar a Marisa. Dentro la izó, por acto reflejo
Luna le rodeó cintura con las piernas para terminar sentada en el escritorio y las
manos se deslizaron hasta ahuecar sus pechos, mientras que su boca rodó por su
garganta, su clavícula, el delicado borde de su escote. Su lengua se hundió entre
sus pechos y ella lo apretó con fuerza, levantó las caderas hacia delante y a
través de la ropa percibió la erección, él también quería hacerlo y qué morbo
daría hacerlo en el despacho.
—Sí —dijo Luna en voz alta, temiendo que él se detuviera, ¡lo necesitaba entre
sus piernas! Eso sucedería en sus sueños más húmedos, cuando la excitación
estaba a punto de explotar, Noel se retiró para explorar suavemente su boca.
Luego, adorando solo sus labios, trazándolos reverentemente con la lengua, los
bendecía con los besos suaves como plumas, mientras le acariciaba el pelo
recogido en un moño tirante y para que ningún pelo se moviera se echó gomina.
Bastante.
—Te eché de menos y no pasaron ni veinticuatro horas —le habló con el rostro
escondido en el hueco de su cuello.
—Y yo, pero aquí en la oficina... —Noel bajó la cabeza y ella cerró los ojos, se
preparaba para otro beso, cuando fueron bruscamente interrumpidos por la
puerta, que se abrió de repente dejando ver a una Deborah vestida con una
vestido largo verde campo, con un pedazo escote en uve que mostraba más que
tapaba.
Noel y Luna se separaron de inmediato y en la expresión de él leyó un malestar
que rozaba el cabreo.
—Contigo quería hablar. —Noel se limpió los labios a la vez que ella lo
recorría con la mirada, ¡lo devoraba! Noel pasaba de su presencia.
—Y yo con vosotros —canturreó y les sonrió con aires de superioridad.
—Quiero que me vendas tus acciones —Noel entró en tema, no perdió el
tiempo.
—No te las voy a vender —aseguró como si en sus manos estuviese la verdad.
—Lo harás, Deborah, no quiero que sigas en la empresa. —Ella separó los
labios, no contaba con eso, Luna menos aunque se lo oliera—. Quiero que dejes
tu puesto de modo inmediato.
—Se lo puedo vender a otros, pero a ti, no dejaría nada en tus manos. —Luna
se fijó en cómo Deborah movió la lengua en el interior de la boca, ¿tenía un
caramelo? No, estaba haciendo bolitas de veneno para escupirlas.
—Soy el dueño —suspiró al recordárselo.
—Y gracias a mí levantaste tu imperio —le recriminó para que no se olvidase.
—Tú ayudaste, pero el trabajo es de Sebas y mío, no tuyo.
—Gracias a mi padre te hemos dado clientes.
Noel rodeó el escritorio y cogió un folio, que le entregó a ella.
—Fírmalo —le ordenó con voz monocorde.
—No —frunció los labios altiva y pasó por alto la presencia de Luna, que no
debería estar presenciando eso.
—No eres quien mandas. —La tranquilidad de Noel transmitía la frialdad al
igual que la calma que precedía a la tormenta.
—Creo que no lo entiendes Noel. —Deborah dejó su discurso sin terminar.
—¿El qué?
Luna se puso en alerta, sabía que Deborah no era de fiar y aquella era una de
esas ocasiones en las que podía jugar con un as que sacaría de la manga. No
obstante, algo sí captaba la atención de Luna, Deborah no se amilanaba ni
montaba un pollo de celos, al contrario, su pasividad congelada mostraba que
tenía todo a su favor. Un todo que se le escapaba y no era capaz de descifrar. De
pronto, Deborah, que tenía las manos a la espalda, mostró un folio que Luna
reconoció al instante por el título: Contrato vinculante entre Noel Hammond y
Luna Placer.
—Tu relación falsa con Luna. —Posó sus ojos sobre Luna por primera vez
desde que entró.
—No es ninguna relación falsa —le respondió Noel, que se colocó al lado de
Luna y la cogió de la mano entrelazando los dedos.
—¿De dónde lo has quitado? —intervino Luna, ya no podía callarse más.
—Noel siempre ha sido muy descuidado y despreocupado, dejando todo a la
vista de cualquiera, y aprovechando que no estabais, entré cuando Marisa se fue
a tomar un café. No tuve que buscar mucho.
Noel soltó a Luna con la mandíbula apretada, dio dos zancadas para
arrebatárselo, ella se separó.
—Dámelo —le dijo entre dientes Noel, estaba perdiendo la paciencia.
—No, ni en tus mejores sueños. —Se dirigió a Luna—. Siempre lo dije, no te
quiere, y esto lo ha hecho para darme celos. —Se volvió a él—. Dime Noel, ¿me
equivoco?
—Sí.
Desconcertada y repentinamente enfadada, Deborah dio un patada en el suelo.
—Lo dudo, porque sabes desde el principio que si me dices algo, estoy
dispuesta a dejar a Eduardo. —Esa confesión dejó boquiabierta a Luna, ¡lo
estaba utilizando!
—¿Tan poco orgullo de mujer tienes? —Luna o soltaba esa pregunta o
reventaría a lo grande—. Qué falta de escrúpulos, no te interesan los
sentimientos de Eduardo. —Aquella mujer, cada vez que la conocía un poco
más, le daba más asco—. Te vendes como una fulana al mejor postor. —Aquella
era la mejor definición de Deborah.
Deborah con el rostro contraído en una mueca de rabia, se iba a acercar a Luna,
pero Noel se interpuso y fue quien recibió una bofetada.
—Noel... —dijo compungida, Luna ni se movió. Vio cómo él se llevaba la
mano a la cara y movió la mandíbula de un lado a otro.
—Luna tiene razón —que Noel le diese la razón era un acontecimiento que
celebrar—. Como intentes hacerle algo, te denuncio.
—Ya veo, esta mujerzuela te importa, porque te echa unos polvos increíbles,
cuando a mí no dejabas tocarte. —Ahí estaban los celos que la corroían por
dentro y no la dejaban vivir.
—Sabes que nunca te quise, —Noel ya estaba cabreado de verdad—. ¡Firma
esto de una puta vez para venderme tus acciones!
—No lo haré, porque os tengo cogidos por los huevos a los dos —escupió
rabiosa con las mejillas muy rojas. Luna comenzó a sentir el corazón palpitando
contra las costillas por culpa de los nervios—. ¿Sabes cuánto valdría esto? Un
noviazgo falso de Noel Hammond. —Soltó una malvada carcajada—. Por cierto,
se lo iba a contar a tu madre, pero no me cogió el teléfono.
—Aplaudo a mi madre —afirmó Noel con satisfacción.
—¿Y eso? Siempre te has llevado mal...
—La amenacé, —interrumpió a Deborah—: si habla contigo no volverá a
verme —le contó la verdad, una que ella sintió como si le diese una patada en la
barriga.
Aquello no solo enfureció a Devórame otra vez, sino que el ruido del folio al
estrujarlo rasgó el ambiente, que se había quedado suspendido sobre cabezas
debido a la tensión entre ellos.
—Entonces, me obligarás a hacerlo, —levantó el folio—, me forraré a tu costa
Noel Hamoond, venderé tu falsa relación con una vulgar recepcionista y cuando
consiga que Edu te quite todos tus clientes, te remataré, no sabes con quien estas
jugando —los intimidó.
Luna se quedó pensando: si eso era lo que pretendía, entonces eso significaba
que conocía a más de un periodista. La bombilla se iluminó al atar cabos.
—Tú fuiste la que llamaste a la prensa aquella noche que nos acechaban a la
salida de la empresa —afirmó Luna sin pelos en la lengua.
—No te confundas, doña cualquiera, era yo la que os seguía, y vendí vuestras
fotos —reconoció su delito.
La frialdad y la indiferencia, como su gusto por recrearse en la maldad,
provocaron que dentro de Luna se desprendiera esa versión de sí misma que
había crecido del dolor más descarnado y que salía cuando los suyos o su propio
orgullo estaban en peligro. Viendo como Noel no pudo arrebatase el folio de
nuevo, ya que ella se giró sobre sus zapatos de diseño para salir triunfante del
despacho, la ira se apoderó de Luna, primero la percibió al respirar hondo,
empujada por el aire, se filtró en segundos por la sangre, que le cabalgó hasta
que su corazón le palpitó irradiándola por todo su cuerpo. Abrió las aletas de la
nariz, apretó las muelas hasta hacerlas rechinar y un fiero impulso la empujó a
abalanzarse sobre ella y de un salto, como si del pequeño saltamontes se tratara,
subió a la espalda de Deborah.
—Luna —gritó Noel.
Su nombre resonó en la lejanía, tampoco se fijó en cómo la puerta se abrió y
entraron Marisa, Sebas, Patricia y Roy.
—¡PELEA DE GATAS! —exclamó Roy.
Luna escuchó su nombre repetidas veces en el despacho que, de repente, se
había convertido en un ring de boxeo, no atendía a nada, ni a las manos que la
intentaban apartarla de Deborah.
—¡Cerda! Eso es lo que quieres a Noel, pensando en vender su vida, ¡bruja! —
Fuera de sí, ya no podía controlar el aluvión de emociones que se había
desbordado en ese espacio que separaba el corazón de la mente, aunque por una
vez estaban de acuerdo.
—¡Sacádmela, gilipollas! —pidió Deborah gritando con voz de gallina clueca.
—No te soltaré, voy a ser tu peor pesadilla, Devórame otra vez, eres una
petarda a la que hay que linchar.
—¡Socorro, socorro, Noel, Noel, cariño! —Empezó a dar vueltas sobre sí
misma.
—¡No lo nombres! Ensucias su nombre con tu lengua viperina. ¡Eres tan mala
como la peste!, ¡todo lo que tocas lo destruyes!
—¡Eres una salvaje! —Le quitó un zapato a Luna e intentó pegarle con él, pero
ella era más rápida, los esquivaba con mucha agilidad.
—No me conoces —lo dijo con tal tono oscuro que ella misma se asustó—.
¡Te voy a arrancar esas canicas que tienes por ojos y me los comeré! Sí, soy
salvaje como una loba que ataca cuando dañan a los suyos. —Luna le apretó
tanto los ojos, que le arrancó las pestañas postizas.
—¡Ay, ay, me ha dejado sin pelos en las pestañas! —Deborah ya no podía
sostener el peso de Luna, se tambaleaba, aun así, pudo agarrarla del pelo.
A ella no le dolió a causa de lo nerviosa que estaba.
—¡Jódete, rata de alcantarilla! —Le echó la cabeza hacia atrás.
—¡Arráncasela! —la animó Roy—. Piensa que es una gamba, ¡toma lo tuyo,
bicha!
—Te mereces todo lo malo que te pase, ¡eres muy mala persona! —le gritó
Luna.
Al final, entre Noel y Sebas consiguieron separarla de Deborah, pero Luna
pataleaba y braceaba para soltarse de ellos y volver al ataque, no había
terminado con ella. Deborah los miró a todos con el dedo apuntador tieso.
—¡Os voy a denunciar, a todos! —bramó fuera de sí, con el maquillaje corrido
y enseñando las tetas.
—Tápate la pechonalidad, se notan las pelotas de silicona. ¡Perra mentirosa! —
le escupió Roy cruzándose de brazos.
—Llevaos a Luna de aquí, pero tú te quedas Deborah. —La voz de Noel era
amenazante.
Roy, Marisa y Patricia se la llevaron al despacho de Sebas, que Luna había
visto por la videollamada. Estaba agitada, fuera sí y con un de ansiedad que iba
haciendo mella en ella que temblaba de pies a cabeza. Jamás se había sentido así,
ni había hecho nada parecido a eso, no era agresiva, aunque a veces por la boca
soltase lo más grande. La situación era distinta, los estaba chantajeando.
Además, el dolor que le producía que Deborah hubiese amenazado a Noel le
sentó fatal, era lo que más rabia le había dado, ya que con eso, Deborah
mostraba que no albergaba ningún sentimiento por ese hombre al que ella sí que
amaba de verdad. Al fin, entendía por qué Noel no podía soportarla, era
superficial y mala. Se miró las manos y vio las pestañas enganchadas en el
interior de las uñas.
—¡Qué ascazo, qué ascazo! —Sacudió las manos a la vez que se ponía a saltar
con un zapato, para deshacerse de ellas—. ¡Qué asco! —Roy la sujetó y Marisa
se las quitó.
—Toma, tu zapato —se lo devolvió Patricia—. Vamos a arreglarte un poco
para que vuelvas a deslumbrar.
—Así la joderás un poco más —Marisa mostró la antipatía que sentía hacia
Deborah.
Luna miraba a sus amigos con el contrato bailando en su mente.
—Os tengo que contar algo —hablaba de modo agitado al costarle respirar—,
Noel y yo empezamos...
—Nos da igual, Luna —dijo Patricia que le frotaba la espalda para
reconfortarla.
—Es vuestra relación —añadió Marisa—, y cada uno hace lo que le da la gana.
—Lunita, él te quiere, no hagas caso a las mamarrachadas de Devórame otra
vez. —Roy no se calló la boca y le soltó lo que pensaba.
—Pero... pero amenazó a Noel —recordó Luna con un pinchazo que le
traspasó el pecho y salió por la espalda, que la envaró.
—Luna, la que juega con fuego se acaba quemando —le advirtió Roy muy
firme—. Ahora, tranquilízate y sal ahí con tu hombre, ya me encargo yo de darle
lo que se merece.
Los tres la abrazaron, ella se dejó, no tenía fuerzas para nada, ni para
sostenerse en pie. Estuvieron con ella hasta que se tranquilizó, lo cual era difícil
y una vez que se vio obligada a salir, solo quería irse corriendo de allí.
49
—Gracias. —Luna pagó el taxi y sacó del bolso de mano las llaves.
Al encontrarse en el frescor del portal se sentó en una escalera, agotada, con el
alma desfallecida por el dolor que le causó que Noel la echara igual que si fuera
la culpable de que todo reventase. A saber quién fue la persona que puso esas
imágenes, pero ¡olé por sus huevos! Deborah había quedado desenmascarada
delante de todo el mundo y en ese tiempo, se había convertido en noticia junto a
su inseparable Melisa. ¡Estaban en todas las noticias! Luna lo supo por las
notificaciones del móvil y, por un instante, la alegría volvió a ella, aunque fue
efímera. Con algunos ruidos domésticos procedentes de las casas, su rostro
dibujó una mueca de dolor y lloró. Los nervios se apoderaron de ella al tiempo
que su estrecho cuerpo comenzó a convulsionar, nada ni nadie la habían
preparado para sucumbir a un dolor tan grande que en nada se parecía al que
había experimentado en el pasado, era distinto, más vívido debido al rechazo que
vio en Noel y aquello no era una mala interpretación, era la verdad.
«Desaparece», oyó su voz en el fondo del oído.
Un escalofrío la envolvió y se tapó la boca con las manos para enmudecer un
gran sollozo que le produjo un insoportable dolor físico, por él y por sí misma.
Aquella petición la había lanzado al infierno, a unos antros oscuros de tristeza
que eran nuevos, al comprender que él había sido quien, al final, rompió todo.
Estaba tan ahogada en su propio dolor que no percibía los lentos latidos de su
corazón. Le ardía la cara por esforzarse para no hacer ruido, así nadie se
enteraría que estaba allí tirada como un trapo llorando por un hombre que cortó
con ella sin motivo aparente. Con esa pulsera y ese vestido de diseño, se vio
cómo la cenicienta que vivió su propio cuento, más bien, un culebrón turco que,
al despertarse, de su maravilloso sueño descubrió que su mundo se había hecho
mil añicos.
Una vez más, la pena le arrebató el alma y le arrancó el corazón, pero, había
una diferencia con el pasado, Noel no estaba muerto, estaba muy vivo y la había
roto por culpa de la traición, cuando ella no había hecho nada, cuando ella solo
quería ayudarlo como muchas otras veces. ¿Qué era lo que cambiaba?, ¿era por
Deborah? o ¿era la mala imagen que se había dado de la empresa? Muchas
preguntas para ninguna respuesta, aunque la crisis que había provocado Deborah
no tenía nada que ver con lo suyo con Noel, en medio de la niebla que cubría su
masa cerebral, se formuló otra: ¿estaba dolido por no contarle lo que vio en La
Cañada? No debía preocuparse por eso, ya no era asunto suyo.
Ya nada importaba, Noel había decido quedarse solo cuando su mundo se
estaba destruyendo sin pensar en ella, sin pensar en lo que tenían. El orgullo la
levantó.
—¿Quieres que desaparezca? No te permitiré que lo repitas, lo haré, no por ti
sino por mí, porque debí mandarte a la mierda desde el principio —dijo en voz
alta para quien quisiera escucharla: el Destino o el universo.
Se arrastró escaleras arriba y al llegar rodapiés se limpió los ojos con el dorso
de la mano que quedó embadurnada por el maquillaje. Cuando encontró las
fuerzas suficientes, entró en casa para enfrentarse a todas las preguntas que su
aparición suscitarían en su abuela.
—Luna, que pronto has... —Su abuela quedó en mitad de la sala con cara de no
entender nada al principio, de seguido, Luna sin mirarla supo que se asustó, ya
que al cerrar la puerta con el peso de su cuerpo este cedió y la espalda se le fue
escurriendo hacia abajo—. Cariño, cariño, ¿qué tienes? —La sujetó antes de que
su trasero se pegara al suelo. Su abuela la sentó en el sofá—. Luna, habla, ¿qué
ha pasado?
—No preguntes. —No se oyó, tenía los oídos taponados por el pulso, sólo
percibía el bombeo de la sangre.
—¿Tú te ves?
—Nunca tuve que ir a ese evento — se dijo a sí misma.
—¿Qué dices?
—Abuela... —Con los ojos llenos de lágrimas y el alma desfallecida, apaleada
por la actitud de Noel, que la había tratado como si fuese algo desechable, negó
con la cabeza.
Las palabras no le salían, solo tenía ganas de llorar y su abuela le dio esos
instantes de desahogo, en los que el tiempo que había estado con Noel pasó por
delante de sus ojos como si se tratase de una película. No supo escoger qué había
sido mentira y que no, Noel era como un mago o un ilusionista, engañaba,
embaucaba hasta que estabas envuelta en su red sin escapatoria. De pronto, el
presente se cubrió de oscuras nubes procedentes del pasado al verse a sí misma
abrazada a su abuela llorando por amor y aguantando un dolor que era más
grande que ella.
—¿Y el muchachito? —preguntó Pepa.
Luna se separó de ella.
—Ese al que llamas muchachito me echó, me dijo que desapareciera —
resumió.
—¿Qué hiciste?
Esa desconfianza por parte de su abuela, terminó por rematarla y el orgullo
habló por Luna:
—¡¿Por qué siempre tengo que ser yo la culpable?! No soy la única persona a
su alrededor, hay más gente, pero no, siempre debe ser Luna la que ha hecho
algo. —Se levantó para alejarse de ella—. Para que lo sepas, fue su exnovia.
—¿Qué hizo esa mala pécora?
—Liarse con su mejor amiga. —Su abuela parpadeó sin entender—. Se acuesta
con su mejor amiga, que trabaja con Noel, tu muchachito, cortó conmigo al
enterarse.
—Vaya... —Pepa lo meditaba todo, hasta que reaccionó después de un rato en
silencio que hundía a Luna como un agujero negro, el mismo que se había
abierto en su pecho y engullía su corazón—. Venga, quítate ese vestido y metete
en la ducha, te cojo un pijama limpio, vamos, cariño.
YYY
La carga de dolor y la vergüenza por haber sido tan idiota de caer en brazos de
un hombre más falso que una moneda de cinco euros, por haber sucumbido a su
atractivo, se hizo tan pesada bajo el chorro de agua caliente que notó como todo
su espíritu se quebró. El líquido caliente, que otras veces la había relajado, le
recorría la piel y no sentía cómo le enrojecía, ya que con las manos empujaba
con todas sus fuerzas la pared donde estaba enganchada la ducha para empujarla,
necesitaba romper algo para que su alma se deshiciera de toda aquella ira que se
entremezclaba con el sufrimiento. Volvía a cruzar las puertas del dolor sola y en
mitad de su propia oscuridad supo que el amor le estaba mostrando que no tenía
sitio para ella. Había una seria incompatibilidad entre ellos y comprendió que
esa grandísima putada llamada amor la había expulsado para que recorriese la
vida en soledad. Así lo haría.
Luna terminó sentada en la bañera, abrazada a sus piernas a modo de escudo
que protegía lo poco que había quedado de su corazón, regresando a un punto de
partida muy conocido para ella: alejar a una persona era fácil, cuando no se
trataba de expulsarla de la mente, pues Noel todavía rondaba en su memoria.
Cuando llega el dolor, todo lo demás y los que te rodean pierden importancia.
Lloró desconsolada para salir del baño sin apenas lágrimas, pues iba siendo
hora que le contase la verdad a su abuela. Debía enterarse de todo y qué mejor
momento que ese. Aunque debía tranquilizarse, ya no servían de nada los
lamentos, o los gritos o los gemidos de pena. Salió tras una nube espesa de vapor
y su abuela le había preparado una infusión esperándola en la mesa de la sala.
—¿A dónde vas? —le preguntó Pepa.
Luna fue a su habitación y del cajón de las bragas sacó el contrato. Volverlo a
tener entre sus manos le causó un dolor tan lacerante que una vez más creyó que
iba a morir. Sin embargo, por algún extraño motivo, estaba sobreviviendo, quizás
sin darse cuenta había hecho un cursillo acelerado de «El desamor para
Dummis».
—Toma, —Luna se sentó a la mesa tras darle esa mierda de papel a su abuela
—. Esta es mi verdadera relación con Noel.
Mientras ella tomaba la infusión que ardía —su abuela tenía la clara intención
de quemarle la lengua al no poder utilizar la hoguera—, Pepa leía con atención
aquella líneas.
—¿Qué es esta patochada de «prohibido enamorarse»? —preguntó con las
cejas alzadas por encima de las gafas bifocales que Pepa utilizaba para leer.
—Pregúntale a tu querido muchachito, esas son las cláusulas de su amor,
supuestamente por mí, que nunca hubo semejante cosa, porque según deduje en
su momento, montó todo este tinglado para no ir solo a la boda de Deborah con
su actual novio, que bueno, a estas horas, dudo que lo conserve —apuntilló
Luna.
—Te quiere —lo defendió su abuela.
Eso le repateó en el culo a Luna.
—Mucho, como la trucha al trucho, abuela. —sopló sobre la infusión que creó
onditas redondas—. Por eso dijo, desaparece, como si fuese una rata.
—Cuando uno está enfadado dice muchas barbaridades. —La quiso hacer
razonar su abuela que volvió a leer—: «No mirarse fijamente», si no os quitáis el
ojo de encima.
—Abro comillas, el protocolo del muchachito indica que mirarse fijamente es
de maleducados, cierro comillas —le explicó lo que Noel le había contado—.
Todo está mierda surgió de un abrazo espontáneo por parte de él en el ascensor y
me pidió que firmara esto porque ya se había corrido la voz en la empresa de que
éramos novios. —A sus palabras, Pepa sentía—. Así que, reclamaciones al gran
empresario, no a mí.
—Tus cláusulas no se quedan atrás, más tontas no pueden ser —la acusó su
abuela.
—No te falta razón, soy tonta por haber firmado, pero seguí los pasos de tu
querido Noel.
—Tú sola no, lo que habéis escrito los dos y a los dos os faltan varios
telediarios, porque esto es la mayor burrada que se ha escrito jamás. Ni en las
turcadas hacen esto.
—Abuela, salió de su prodigiosa mente, no de la mía, él fue quien me lo dio a
firmar.
—Y de la tuya. —Pepa no la exculpó, por lo que Luna torció la boca, pero su
abuela tenía razón. Pepa se quitó las gafas—. Esto no fue lo que vi cuando
estuvo aquí, era un hombre que te amaba.
—Eso mismo vi en Galicia —le confesó.
—El amor es el único sentimiento que no se puede fingir. Déjate de
cabezonerías, ve a hablar con él.
—No. —Luna se había cerrado en banda con respecto a Noel.
—A ver, Luna, el amor duele, el amor son enfados y reconciliaciones, no es un
golpetazo en la cabeza y hala ya estás enamorada. No hace ruido, llega sin
avisar. El amor es un tren descarrilado al principio, luego, toma rumbo y se lo
lleva todo por delante, porque lo que creías queda en agua de borrajas.
—El mío llegó a su estación.
—No lo ha hecho, Luna, todavía no.
—Abuela, mi relación con él fue más falsa que el agua de fregar, él lo sabía y
jugó muy bien sus cartas haciendo creer a todos, incluida yo, que era más real
que una noche estrellada, ¡es un hipócrita!
—Creo que por lo que hizo su ex estaba sobrepasado.
—No me vengas tú también con ese cuento, ya en su momento me lo dijo.
—A lo mejor es verdad.
—Esto es verdad, mira, lo firmamos, ¿ves? Esto no es amor, son las cláusulas
de su falso amor que yo rompo ahora. —Cogió el folio y lo rompió en todos los
pedazos que pudo, se levantó y los tiró en el cubo de la basura.
—¿Y qué vas a hacer? —Se interesó su abuela.
—Lo que tuve que haber hecho. —Su abuela esperó en silencio—. Me voy con
papá y mamá a San Francisco.
—¡¿Qué?! —Pepa estaba asombrada por la decisión.
—Eso mismo, mi vida estará en San Francisco.
—Nunca quisiste irte.
—Nunca es tarde si la dicha es buena.
—Luna por mucho que escapes del dolor que sientes ahora, te seguirá allá
adonde vayas.
—Pero cuánto más lejos de él mejor, antes lo olvidaré. Además, ya escuchaste
a mamá, puede que tenga trabajo.
—Luna piensa bien lo que haces, porque en esta vida hay un único amor
verdadero, y puede que cometas el mayor error de tu vida —le advirtió su abuela
que ya no intentaría convencerla más.
—No me vas a convencer abuela, la decisión está tomada, hoy dejo el trabajo.
Dicho y hecho, llamó a un compañero de recursos humanos y le pidió el
finiquito. El buen hombre le dijo que en cuanto lo tuviera, la avisaría. Nada más
colgar, guardó el vestido en el portatrajes y la pulsera la colocó en la caja.
Mientras que esperaba a que su abuela terminase de cocinar, escribo una nota a
Noel.
51
De vuelta a la actualidad.
A media tarde, cuando creía que ya nadie estaría en la empresa, condujo hasta
allí por última vez y cogió el ascensor de Noel para que nadie la viese. Cuando
llegó a la planta, vio que Marisa no estaba, lo que le dio más brío para acercarse
a ese jodido despacho, en el que Luna entró con el corazón palpitante de la
cantidad de recuerdos que le llenaron la mente, las reminiscencias de un amor
que estaba ardiendo en la hoguera de los condenados al oler el perfume de Noel.
Con una actitud firme, la típica de las personas que no tienen nada que perder en
la vida, pues estaban solas ante el peligro; para ocultar que por dentro estaba rota
de dolor y acompañada de una sensación que no sabía describirla, pues era más
intensa que la soledad, —quizás fuera la sensación de pérdida—, respiró hondo.
El dolor que soportaba desde esa mañana era más de lo que podía aguantar, de
ahí, la decisión drástica que había tomado sin contar con nadie, ni con su abuela,
ni con Roy. Debía salvarse a sí misma, no quería que nadie la convenciera de lo
contrario, quería hacerlo todo por amor propio y no había vuelta atrás.
Todo tenía un comienzo y un final.
El final había llegado.
Se fijó en que su silla estaba vacía, aunque no tardó en dar con él: estaba en la
terraza con Sebas. Lo que la sorprendió fue que, desde esa distancia, parecía un
hombre cansado de sostener el peso del mundo sobre sus hombros, nunca había
visto una imagen que fuese de derrota total, a saber qué había pasado para que
estuviera así.
—Tío, ¿qué pasa? —le preguntó Sebas.
—Si te lo cuento me mandarás a cagar. —Noel estaba apoyado en la baranda
de cristal con la cabeza hundida entre los hombros. Nunca lo había visto tan
derrotado.
—Prueba. —Vio cómo Noel giró el rostro hacia su amigo—. No sabes si te
mandaré a la mierda si no hablas.
—Está bien.
—Adelante.
—Todo lo referente a Luna es un juego —le confesó Noel.
El mundo de Luna se rajó más de lo que ya lo había hecho y, por fin, ahí tenía
la respuesta a sus preguntas: todo era un juego. Una parte de ella, la más fría,
aplaudía por haber decidido lo correcto a pesar de que su corazón, al escucharle
decir eso, se terminase por romper en minúsculos pedazos imposibles de pegar.
Tragó con fuerza y la saliva desprendió un sabor ácido, el del dolor. Cerró los
ojos inconsciente, permitiendo que las últimas lágrimas por él, que amenazaban
con ahogarla, aunque ya lo estaba por culpa de Noel, se desprendieran de sus
ojos.
No, la culpa no había sido de él, sino de ella, por ser la ingenua de la historia.
Arrastrando los pies dejó el sobre junto con la cajita que sostenía en la mano
derecha sobre la mesa y el portatrajes en la silla. Así se fue sin hacer ruido.
Para siempre.
52
Te devuelvo todo lo que me compraste, a estas alturas, no quiero nada tuyo. Pero debo darte las
gracias, porque al final sé qué es lo que necesito en la vida y lo voy a cumplir. Me voy a San Francisco
con mis padres. Tienes suerte, eres la segunda persona a la que se lo cuento, pero te pido
encarecidamente que no vengas a buscarme. Entre nosotros nunca habrá nada y nunca tuvo que
haberlo, somos dos mundos aparte, que no se pueden mezclar, te lo dije muchas veces.
Luna.
«San Francisco», repitió su mente a la vez que por la columna le subió un frío
procedente de los huesos, sin embargo, era la indiferencia que se percibía en las
palabras de Luna lo que más lo asustó. La firmeza de su decisión era el machete
que acababa de rematarlo, ahí tenía la sentencia por parte de ella: todo se había
terminado. Por si no le quedaba claro, su mente le repetía que Luna se iría al otro
lado del mundo para darle carpetazo a su historia.
Una garra invisible le pegó un zarpazo a su corazón hasta clavarle hondo las
zarpas. Se tuvo que sentar, las rodillas y el cuerpo en general comenzó a
flaquear, la había cagado a lo grande y entre sus manos estaba la prueba de ello.
Sebas le arrebató la nota para leerla.
—¡¡Se marcha a San Francisco!! —exclamó escandalizado.
—Eso parece —No fue consciente de que había hablado.
—¡Haz algo! —le gritó su amigo.
—Tengo que dejarla marchar, Sebas, la culpa fue mía...
—La amas, debes recuperarla —Quería hacerlo reaccionar.
—No. —Dejó caer la cabeza en las palmas de la mano.
—Cobarde —lo acusó Sebas con todas las letras—. Ve a su casa y bésala como
si no hubiese un mañana, como si te fuese la vida sin ella, y declárale tu amor
—Luna no es así, es más cabezona que yo.
—Me da igual. —Giró la silla para encararlo—. Estás hasta las trancas por ella
¿a qué esperas?
—Hoy está demasiado cabreada y puede que me corte las pelotas.
—Lo hago yo por ella, así reaccionas.
Hay momentos que ni tu mejor amigo sabe ponerle un nombre a esa tristeza
que fluye del corazón.
53
Cuatro días.
Cuatro putos días habían pasado desde que le ordenara que desapareciera y
Luna lo había cumplido. No le respondía a las llamadas ni a los mensajes.
Había aparecido en su vida como un ángel caído del cielo y había desaparecido
cumpliendo su deseo.
Cuatro días en los que trabajar no era su refugio, hacía todo como un autómata,
no se podía concentrar, su vida, su existencia en general habían perdido sentido,
porque al perder a esa persona tan especial que era Luna, se dio cuenta que
nunca le había dicho «te quiero», aunque lo había hecho con otras palabras, pero
eso no valía cuando el corazón estaba de por medio, pues esa frase decía todo.
Un te amo a tiempo curaba y demostraba lo que uno guardaba dentro de sí
mismo.
Luna lo hacía diferente, quería gritarle: «no te marches, no te marches ahora
cuando a tu lado estoy dispuesto a amarte más allá de la eternidad, hasta que mis
fuerzas me abandonen, y aun así, mi amor por ti no se apagará jamás».
Espatarrado en el sofá como siempre que llegaba a casa, dejando las horas del
maldito reloj pasar, se recreaba en los selfies y en los vídeos que se habían hecho
durante el viaje a Galicia. Oír su risa a través del teléfono se había convertido en
un mero placebo que durante escasos segundos le aliviaban el dolor del amor,
eso que por su falta de tacto había echado a perder. Era lo único que le quedaba
de ella.
Recuerdos encajonados en el móvil.
En esas horas había conducido hasta su barrio y aparcado el coche, pero no
había hallado las fuerzas para timbrar en su casa, el corazón le temblaba tanto
que los miedos le inundaban por dentro, llenándole pecho que había quedado
yermo desde que pronunció aquella maldita palabra.
Él también le había escrito una carta que nunca le había enviado: «No soy el
único viajero de la vida quien ha pagado su deuda buscando el camino para
continuar y que me llevase de vuelta a tu lado. ¿Qué se supone que debo hacer?,
¿perseguir todas las noches a tu fantasma? En sueños veo tus preciosos ojos
marrones anegados en lágrimas por mi culpa y cuando quiero limpiártelas
desapareces sin dejar nada a tu paso. Lo tenía todo y sin ti no tengo nada».
La vibración del móvil, le advirtió de la entrada de un mensaje.
«No hay nada más gilipollas y ridículo que el ser humano, lucha por todo, pierde
amistades por el camino, pero el amor, que duele más que arrancarse una muela,
no deja nunca de enamorarse. ¿Tontería o masoquismo», se dijo Luna sentada en
el sofá como un indio mientras veía sin verla la turcada con su abuela, porque no
le prestaba atención, más que nada por esas escenas moñas de amor que le
patearon el culo.
Puso los ojos en blanco y bufó, cuando no querías saber nada de esa palabra
formada por cuatro letras, todo eran amoríos televisivos, ¿no había nada más
importante en la vida que esa chorrada que la había dejado sin corazón? No,
parecía que no y Roy no bajaba cuando se suponía que lo iba a hacer.
En esos días, le prohibió a su amigo cualquier comentario de la empresa o que
tuviese como protagonista al que había sido jefe barra novio. ¡No quería saber
nada de él! Ya podía meterse sus llamadas y sus mensajes, los cuales no había
leído por orgullo, no porque no tuviese ganas, por donde le cupieran. Ella por el
contrario se había mantenido firme y fría en su decisión, su habitación parecía
una leonera, estaba recogiendo lo más importante, ya tenía el vuelo reservado
para dentro de dos semanas, no encontró otro, y con el Atlántico de por medio,
su vida volvería a cambiar de nuevo. ¡Lo cambios eran buenos! Pese a que
estaba dejando su alma por los suelos y llorando lágrimas de sangre, pues una
parte de ella quería que Noel regresase. Ella no iba a mover un dedo, no había
hecho nada para bajarse las bragas y pedir perdón, era él. Otra vez.
El orgullo y el rencor que le tenía era superior a sus fuerzas.
Su móvil sonó.
Tú lo has querido
Luna frunció el ceño. «¿De qué va este tío?, aun encima que me echa, me
amenaza», chasqueó la lengua. Cuando iba a sentarse:
—¡Luna placer, asómate a la ventana! —gritó Noel a pleno pulmón en mitad
de la calle. Su abuela la miró—. ¡No me moveré de aquí hasta que no te asomes!
El corazón le iba a explotar de vergüenza, de alegría, de rabia, un
conglomerado que no le permitía respirar con normalidad.
—¿Ese es el muchachito? —Pepa se levantó con intención de ir a la ventana.
—No, no...
—¡Luna, asómate! —Le volvió a ordenar Noel.
De pronto se oyó un claxon.
—¡Tío, sepárate de la carretera, que la gente quiere llegar a casa! —le protestó
un conductor.
—Es que a quien se le ocurre —protestó Luna por el numerito que estaba
dando Noel.
—¡Luna! —la llamó.
—¡Qué se asome, qué asome, que se asome! —gritaron varias personas a la
vez desde el piso de arriba, la casa de Roy, a los que se unieron otros vecinos.
—Déjame pasar —Pepa la empujó hacia un lado mientras a ella le costaba
reaccionar.
—Hola, muchachito, ¿qué haces ahí? —Su abuela hablaba con él como si nada
hubiese pasado.
—Intentando conquistar a tu nieta, pero es más dura que La Mole de Los
Cuatro Fantásticos —le respondió Noel.
—¡Puñetas, Lunita! No seas tan terca —oyó la voz de Roy.
Empujada por una mano invisible y sin que los pies tocasen el suelo, voló
hacia la ventana, no solo para comprobar que Noel estaba realmente allí, sino
para encarar al entrometido de su amigo. Se había equipado, Roy no había
bajado como los días anteriores porque Sebas, Marisa y Patricia estaban en su
casa. Abrió la boca de un modo muy poco femenino.
—¡¡Al fin, me haces caso!! —suspiró Noel desde abajo.
—Tú calla, Romeo de pacotilla, —Luna apoyó las costillas en los raíles de la
ventana para encarar a sus amigos—. ¿Y vosotros qué hacéis ahí? —les riñó
delante de todo el vecindario—. No os da vergüenza meteros en asuntos ajenos
como cuatro cotillas aburridas.
—Hemos perdido la vergüenza al tiempo que la virginidad —le contestó Roy.
—Luna, escucha —intervino Noel.
—¡Cállate, que no he terminado! —Volvió a estirar el cuello para mirar hacia
arriba—. Me las vas a pagar.
—Ya nos darás las gracias —le respondió Patricia con una carcajada.
—Mientras ese día llega, si es que llega, ¡VAMOS, TODOS A UNA!, ¡QUÉ
BAJE, QUÉ BAJE! —animó Roy a todo el mundo que se uniera a él.
El muy cabronazo era mejor animador social que los del imserso, su profesión
oculta.
Al oír a todos los vecinos canturrear lo mismo, se metió hacia dentro de la
vergüenza.
—Baja, niña —le dijo su abuela.
—No, ¡la madre del cordero, me muero! Ahora todo el mundo me conoce.
—Luna, no me moveré de aquí —la amenazó Noel que provocó que ella
mirase al hueco de la ventana.
—¡Baja!
—Abuela me conocerán todos los barrios a la redonda o toda la Comunidad de
Madrid.
—¡Por favor, espabila de una vez!
—¡Qué bochorno! —Luna se movía como si saltase, aunque no despegaba los
pies del suelo.
—¡Se acabó! —exclamó su abuela a lo María Jiménez—. Ya está bien de tanta
tontería. Espera, muchachito, va ahora. —Todos aplaudieron y sin tener tiempo
de reacción, Pepa cogió a su nieta por el brazo, abriendo la puerta para echarla
fuera—. Ahora, hazme el favor y baja.
Luna abrió la boca para protestar, pero su abuela fue más contundente: le cerró
la puerta en las narices. Ella la aporreó.
—Abuela, abre, si no abres, te vas a enterar, no te hablaré en lo que me quede
de vida.
—Y tú vas a consumir la mía por tus patochadas, ¡baja ya! —la obligó.
—Todos están en mi contra, muy bonito, os vais a acordar de lo que vale un
peine —los previno a todos.
Enfurruñada cual una niña pequeña a la que le había entrado un capricho
tremendo, se sentó en la escalera, a cabezona, cabezona y media, ¡por sus
ovarios que no iba a bajar! No tenía nada de qué hablar con Noel, él ya lo había
dicho todo y ella había actuado en consecuencia por su orgullo herido. Tampoco
iba a ceder porque él estuviera dando un espectáculo público, ¿a quién se le
ocurría? A la brillante mente de Noel Hammond.
—¡Muchachito, ya está bajando! —lo avisó Pepa.
—Veo luz en el portal, pero no la veo a ella.
—¿Se lo estará pensando? —Oyó la duda de Patricia.
—Me cago en todo, qué bien me conoce la puñetera —se dijo a sí misma.
—No baja —les advirtió Noel.
El ruido de una cerradura al abrirse puso en pie a Luna, ¿algún vecino
entrometido iba a inspeccionar las escaleras para vigilarla? Ese fue el empuje
final que la apremió a bajar escalón a escalón con la lentitud no de un caracol,
sino de esa persona que tiene graves problemas de cadera. Cuando llegó, con
resignación y nervios, que se le clavaban en las costillas y le traspasaba los
costados, abrió la puerta para salir al encuentro del hombre que en los últimos
días se había convertido en su enemigo público número uno. Para su sorpresa, en
las aceras había gente esperando y observando lo que ocurría. «¡Qué aburrido
está el personal!», se dijo y no se calló.
—¿Qué hacen ustedes mirando, es que no tienen vida? —Con esa reacción de
su parte algunos se fueron, o eso parecía, mientras otros se quedaron y a Noel no
parecía importarle tener público.
—¿Qué quieres?, rapidito, que hace frío. —Se acercó a él muerta de la
vergüenza aunque lo disimulaba con el cabreo.
—Mentirosa —dijo Roy.
—A ti ya te cogeré por ser un chaquetitas, muy amigo mío, pero a la hora de
defender, te cambias de equipo —levantó el brazo con el dedo índice estirado
hacia él.
—Somos los guardias de seguridad de vuestro amor —le replicó Roy.
Noel inclinó la cabeza sonriente.
—Los ayudantes de cupido —descifró él.
Luna hasta esos instantes no se había parado a observarlo, ¡hasta la luz de las
farolas le favorecían al muy cabronazo! Estaba guapísimo, se había cortado el
pelo, estaba en vaqueros azules y una camiseta negra que se ajustaba en los
bíceps, ¡estaba para comerlo! Ella se relamió con disimulo. Él respiró hondo en
el silencio de la calle, era como si Madrid, de repente, se hubiera vaciado.
—Lo siento, Luna.
—Vale, perdonado, ya te puedes marchar. —Se giró para irse, pero él la cogió
por el brazo. Aquel tacto volvió a producir la descarga eléctrica que despertó el
amor por él que había retenido esos días y que al abrir las compuertas salió
disparado, fluyendo entre sus cuerpos como la atracción que los envolvía de
nuevo, pero si algo tenía claro, era que no se lo iba a poner fácil.
—Siento haberte hablado como lo hice; siento haberte separado de mí cuando
con buenas intenciones querías ayudarme. —Reconoció a corazón abierto su
error.
Luna pegó un tirón para recuperar su brazo, así su cercanía y su tacto no la
harían flaquear.
—Perdonado. —Se giró para irse.
De camino al portal que había dejado abierto, Noel confesó:
—Siento no haberte dicho antes, «te quiero».
Luna no lo esperaba. El pulso se le aceleró impresionada por la declaración de
Noel, las manos le sudaban y se quedó quieta al notar el hormigueo de sus dedos
impreso en su piel como si fueran mariposas inquietas.
—Te amo, Luna.
—Lo dices a la desesperada para que me quede contigo —soltó de repente, sin
pensarlo ni meditarlo.
—Te amo desde el momento que apareciste en el ascensor descalza, delante de
mí, como un huracán derribaste todas mis barreras —bajó la voz para que solo
ella escuchase— y me quedé desnudo ante ti. —Luna se llevó una mano al
pecho, le costaba respirar, se dio cuenta que Noel no lo decía por decir, lo
conocía bien, lo cual originó que el abismo entre sus almas fuera desapareciendo
—. Y quiero seguir amándote en todas sus versiones de amor que encuentre;
amo cada mueca de tu cara cuando algo te gusta o lo odias; amo la forma en la
que me miras, en tu mirada está mi hogar; adoro tu piel blanca como la luna;
adoro las maneras en las que me riñes; amo la forma en la que ves el mundo.
—¡Hablad más alto que no se oye! —les pidió Marisa.
Noel, rompiendo la distancia que había entre ellos, acercó la boca a su oído
para formular la confesión más íntima que guardaba dentro:
—Adoro hacer el amor contigo y como tu rostro es reflejó de mi propia pasión
por ti; amo la manera en la que te desnudas solo para mí.
Luna percibió que el corazón le había crecido tanto en el pecho que hasta le
había cambiado la cara y al girarse se tropezó con un hombre rendido al amor.
No había máscaras, ni disfraces, simplemente era Noel.
A veces, solo hace falta un segundo para recordar que estamos enamorados de
verdad.
—¿Has leído la carta? —le preguntó ella.
Él asintió en silencio.
—Sí y...
—Noel, nuestros mundos son muy distintos, lo mejor es dejarlo aquí —lo
estaba diciendo y se hacía daño a sí misma, por eso se apartó de él—. Lo tenéis
todo preparado para hacer el mural de la habitación infantil como su decoración.
—Luna...
—Es lo mejor para todos, Noel, tú seguirás con tu vida. —Él negó con la
cabeza—. Y yo comenzaré una nueva etapa en San Francisco.
—¡Cabezona! —le gritó Roy al que no prestó atención.
—Me voy contigo —soltó Noel, lo que dejó a Luna anonadada, era como si no
tuviera la necesidad de meditarlo.
—¿Qué?
—Me voy contigo.
—¡Olé, tus huevazos! —gritaron Roy y Marisa.
—Callad, que no me entero —les riñó Pepa.
—Me voy contigo, me voy a San Francisco, a dónde quiera vayas iré contigo,
no te dejaré, iremos juntos. —Noel seguía en sus trece.
—Noel, tu trabajo, tu vida, todo lo tienes aquí. —Luna era incapaz de creerse
que lo dejase todo por ella.
—¿Y? —Se encogió de hombros—. Estaré contigo.
Esa reacción por parte de él, de las veces que se imaginó esa situación, nunca
la había sopesado, era más, la descartó y estaba visto que con Noel Hammond
toda probabilidad o posibilidad no se podía dar por hecha.
—Vas a estar al otro lado del mundo. —Debía desmontarlo, debía hacer ese
viaje ella sola, sin billete de vuelta, ¡era cómo lo tenía planificado!
—Sebas se quedará a cargo aquí...
—¿Por qué siempre aparezco yo? —Se quejó su amigo desde la ventana.
—Sabe que nunca le fallarás —le recordó Patricia.
—Sebas se quedará aquí —repitió Noel tras la interrupción—, y yo abriré una
filial en América y si alguna vez se necesita que venga, cogeré un vuelo o haré
una vídeo conferencia.
—No sabes lo que dices.
—Lo sé. —Con una decisión y firmeza que dejaron a Luna sin aire en los
pulmones, acortó la escasa distancia que los separaba—. Estoy loca y
perdidamente enamorado de ti, deberías saberlo ya. Te quiero y si hice la locura
del contrato fue para tener la oportunidad de conocerte, antes de que me
rechazaras por ser tu jefe, porque sabía que si te pedía salir o simplemente tomar
algo, me mandarías al cuerno.
—Pues sí, pero te mandé igual muchas veces —le recordó ella con una sonrisa
tímida, en aquellos primeros días tras la firma del contrato.
—Pensarías mal, creerías que quería algo de ti, que me quería aprovechar.
—También.
—El contrato me permitió conocer a una mujer increíble que resquebrajó la
soledad que siempre me había acompañado y su amor me ilumina como los
rayos de luna en una oscura noche y no quiero perderte por nada del mundo. Sí,
soy culpable de muchísimas cosas que han pasado, pero jamás me sentiré
culpable de haberme enamorado como lo estoy o por amarte. Tú eres el mejor
regalo que la vida me tenía deparado. —Aprovechó para rodearle el rostro con
las manos—. Estos días sin ti fueron un puto infierno.
—Lo sé —le dio la razón.
—Y estoy decidido a seguirte a donde sea, mientras estemos juntos. No me
prohíbas verte —él negó con la cabeza—, no me prohíbas estar contigo.
Luna lo había escuchado con el corazón en un puño, pues todo lo que Noel
exponía era lo mismo que ella quería confesarle a él. El nudo que se enlazaba en
su garganta era tan intenso que le costaba tragar y no fue capaz de reprimir sus
propias emociones y dos lágrimas rodaron por sus mejillas, ya que su ser entero
había escogido por ella: se quedaba con Noel, pues la duda que se había
asentado en el espacio que había entre su cabeza y su corazón, ¿con él o sin él?,
él con sus palabras de amor la había despejado. Jamás se imaginó que Noel
Hammond, un hombre serio y tenaz en los negocios, tímido en su vida personal,
pudiera estar en mitad de la calle declarándole su amor.
Noel las recogió con las yemas de los pulgares.
—No pretendía esto, yo... —Ella le tapó la boca con una mano, enferma de
amor.
—Yo también te quiero, no sé en qué momento me pasó, puede incluso esté
enamorada hace más tiempo del que creo, pero cuando me cuidaste supe que
entre nosotros el contrato no tenía validez, aunque me lo pusiera en duda y creí
que si me marchaba a San Francisco facilitaría las cosas.
—Las complicas, —Noel ladeó la cabeza hacia un lado—, o no, porque estoy
dispuesto a seguirte.
—Prométeme una cosa —le pidió casi por favor.
—Lo que quieras.
—Jamás, en lo que te reste de vida, pongas más cláusulas a tu amor.
Noel echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que retumbó entre los
edificios y bajo el cielo estrellado, sus almas se liberaron de las cadenas del
dolor antes de que él hablara.
—Nunca las tuvo.
—Y otra.
—Dime.
Ella acercó la boca a su oído.
—Cántame todas las noches.
—Será mi mejor plan hasta mi último aliento.
Cuando Noel iba a dejar caer su boca contra la de ella, Luna se perdió en la
exuberante fragancia masculina que tanto había añorado, fresca, con notas
amaderadas, elegante y atrevida, era el despertar de los sentidos más sombríos y
sensuales. En esos días en los que había vivido en una montaña rusa emocional,
tenerlo de vuelta era un regalo que no debía dejar escapar. Una exclamación y
miles de aplausos atronaron por toda la calle, antes de que sus labios se pegasen,
solo pudo sonreír.
—¡¡¡LO HEMOS CONSEGUIDO!!! —gritaron exultantes de ilusión Roy,
Marisa, Sebas y Patricia.
—¿Qué es eso de que lo han conseguido? —le preguntó Noel sin haberla
besado, a lo que Luna se encogió de hombros, además de prohibirle mirar hacia
arriba.
—Creo que ellos lo han liado todo esto, pero espera, abuela, ¿estabas al tanto?
—Al oír la pregunta, Noel alzó las cejas y dejó caer tanto la mandíbula que las
mejillas se le hundieron.
—Por supuesto, soy la cabecilla del grupo, porque si vosotros no os uníais algo
tenía que hacer y ¿quién creéis que ha llamado a estos? Son muy buenos
ayudantes. —Los dos sonrieron al mismo tiempo—. Es una alegría tenerte de
vuelta, muchachito.
—Tenemos un cupido con bata de boatiné —apuntó Luna que se reía de la
salida de su abuela—. La tienes enamorada.
—Pero, hay un pequeño problema, a quién amo es a su nieta —y añadió—, sin
quererlo tengo una tercera abuela. —Le regaló una caricia—. Agradezco que me
avisaran para evitar que mañana te marcharas. —Noel levantó la mano
agradecido a Pepa.
—Mañana no me voy —contestó Luna que no sabía de dónde había sacado
aquello.
—¿Cómo que no?
—Hasta dentro de dos semanas no me subiría al avión.
—Te mentimos para que movieras el culo —expuso Sebas lo que había detrás
del mensaje que le había mandado.
De pronto, las notas de la famosa canción de Titanic sonaron.
—¡Quita, eso! —protestó Roy—. Aquí nadie se va a hundir.
De pronto, la canción Thank you for loving me de Bon Jovi llenó la calle.
Noel arrastrado por el romanticismo de la letra y del momento más bonito de
sus vidas, le recorrió con los dedos los pómulos antes de dejar caer con lentitud
sus labios sobre los de Luna, que se abrió por acto reflejo para reencontrarse y
saludar a su lengua con la suya, para darle la bienvenida que estaba anhelando
más que el aire que respiraba. No se separaron a pesar de los miles de aplausos y
vítores de todos los que estaban mirando, pero solo una cosa que nadie percibió,
quedó entre ellos: el dolor de los últimos días desapareció por la unión de sus
labios y comenzaron una nueva etapa.
El baile de estrellas que los había juntado, volvió a danzar en el universo, lugar
donde sus almas se refugiaron para siempre.
Epílogo
Prólogo 7
19
2 13
3 19
4 27
5 37
6 43
7 51
8 59
9 67
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16 115
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18 131
19 135
20 147
21 155
22 165
23 171
24 179
25 185
26 191
27 197
28 207
29 217
30 227
31 237
32 249
33 255
34 259
35 269
36 275
37 285
38 295
39 303
40 311
41 317
42 329
43 339
44 349
45 361
46 369
47 375
48 385
49 395
50 401
51 409
52 411
53 417
54 421
Epílogo 433