Drucker, P. (1993) Editorial Sudamericana
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muy fa m il ia r iz a d a ! con buque* y navegación; sin embargo, durante vario*
.im ito* de años, no se le ocurrió a nadie aplicar algo in venta do para bom-
tn'.ii' ngua y moler grano, esto es para ser usado en tierra, a un uso en el mar.
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denominaron R itte rg u t, tierras propiedad de un caballero, dotadas
de un estado legal y privilegios económicos y políticos, que alberga
ban a, por lo menos, cincuenta familias campesinas o doscientas
personas para que produjeran los alimentos necesarios para apoyar
la m áquina de guerra: el caballero, su escudero, sus tres caballos y
sus entre doce y quince caballerizos. En otras palabras, el estribo
creó el feudalismo. En la antigüedad el artesano había sido un es
clavo; el artesano de la prim era “ edad de la m áquina” , el de la Edad
M edia europea, llegó a ser la clase urbana dominante, el “burgués” ,
que más tarde crearía la ciudad europea sin par y también el gótico
y el Renacimiento.
Estas innovaciones técnicas: el estribo, la rueda hid ráulica y el
molino de viento, viajaron por todo el mundo antiguo y lo hicieron
m uy rápido; pero, en general, las clases de esa anterior revolución
industrial siguieron siendo fenómenos europeos; sólo Japón desarro
lló alrededor de 1100 d.de C. artesanos orgullosos e independientes
que gozaban de una alta estima y, hasta 1600, de considerable po
der. Pero, aunque los japoneses adoptaron el estribo para cabalgar,
continuaron luchando a pie; los gobernantes del Japón rural m an
daban soldados a pie: los daim yo; recaudaban impuestos del cam pe
sinado, pero no tenían estados feudales. En China, en la India y en
el mundo islámico, las nuevas tecnologías no tuvieron impacto so
cial alguno; los artesanos chinos siguieron siendo siervos sin ningu
na categoría social y los m ilitares no se convirtieron en terraten ien
tes, como en la Europa de la antigüedad, sino que siguieron siendo
mercenarios profesionales. Inclusive en Europa los cambios sociales
generados por esta prim era revolución industrial tardaron casi cua
trocientos a ñ o s « n surtir pleno efecto.
Por el contrario, la transformación sociakde la sociedad ocasio
nada por el capitalismo y la Revolución Industrial tardó menos de
cien años en llega r a ser plenamente efectiva en Europa Occidental.
En 1750 tanto capitalistas como proletarios eran aún grupos m a r g i
nales; de hecho, los proletarios en el sentido dado a este térm ino en
el siglo xix, esto es, obreros de fábrica, apenas existían. Hacia 1850
capitalistas y proletarios eran las clases dinámicas en Europa Occi
dental y habían tomado la ofensiva; rápidamente se convirtieron en
las clases dominantes dondequiera que penetraban el capitalismo y
la tecnología moderna. En Japón la transformación tardó menos de
treinta años, desde la restauración Meiji en 1867 hasta la guerra
con China en 1894. No costó mucho más tiempo en Shanghai y
H ong Kong, en Calcuta y Bombay o en la Rusia de los zares.
C apitalism o y Revolución Industrial, debido a su velocidad y a
su alcance, crearon una civilización mundial.2
La RevoluciónTndustrial
Después del 1700, y en el espacio increíblemente corto de cin-
<uenta años, se inventó la tecnología. La palabra misma es un m a
nifiesto en cuanto combina techne, es decir el misterio de un arte
ninnual, con logy, es decir el saber organizado, sistemático y con un
lin determinado. La prim era escuela de ingeniería, la francesa É co-
/(> des Pontes et Chaussées fue fundada en 1747, seguida alrededor
dr 1770 en A lem an ia por la prim era Escuela de A gricultura y en
1776 por la prim era Escuela de Min ería; en 1794 se fundaba en
Francia la prim era universidad técnica: la É cole P oly tech n iqu e y
con ella la profesión de ingeniero; poco tiempo después, entre 1820 y
1850, educación médica y práctica médica se reorganizaban como
tecnologías sistemáticas.
En una evolución paralela, entre 1750 y 1800, Gran Bretaña
pasó de las patentes como monopolios para enriquecer a los fa v o ri
tos reales a la concesión de patentes para estim ular la aplicación
del saber a herramientas, productos y procesos y para recompensar
m los inventores siempre que hicieran públicas sus invenciones.
Esto no sólo puso en marcha un siglo de febril invención mecánica
en aquel país sino que además acabó con el misterio y el secreto en
las artes. El gran documento de este dramático cambio de rumbo
desde el arte a la tecnología, y uno de los libros más importantes de
la historia, fue la E ncyclopéd ie, editada entre 1751 y 1772 por Denis
Diderot (1713-1784) y Jean d’A lem bert (1717-1783). Esta famosa
obra intentó reunir de forma sistemática y organizada el saber de
todas las artes, de tal manera que el no iniciado pudiera aprender a
ser un “ tecnólogo” . N o fue en absoluto por casualidad que, en la
E nclyclopéd ie, los artículos que describen un arte concreto, por
ejemplo hilar o tejer, fueran escritos no por artesanos sino por “ es
pecialistas de la información” : gente preparada como analistas, m a
temáticos, lógicos; tanto Voltaire como Rousseau contribuyeron. La
tesis subyacente en la Encyclopédie era que los resultados efectivos
en el universo m aterial — en herramientas, procesos y productos—
son producidos por un análisis sistemático y por una aplicación del
saber sistemática y con un propósito.
Pero además, la Encyclopédie también predicaba que los p r in
cipios que producían resultados en un arte los producirían también
en otro. Sin embargo, esto era un anatema tanto para el hombre de
saber tradicional como para el artesano tradicional.
N inguna de las escuelas técnicas del siglo xvm tenía como obje
tivo producir nuevo saber y tampoco lo hacía la E n cy clop éd ie; ningu
na de ellas hablaba siquiera de la aplicación de la ciencia a h e rra
mientas, procesos y productos, esto es a la tecnología; esta idea
tendría que esperar otros cien años, hasta alrededor de 1890, cuan
do un químico alemán, Justus Lieb ig (1803-1873), aplicó la ciencia a
la invención de los primeros fertilizantes artificiales y posterior
mente a una forma de>.coñservar las proteínas animales, el extracto
de carne. No obstante, lo que sí hicieron las escuelas técnicas y la
E ncyclopédie fue tal vez más importante; reunieron, codificaron e
h icie ro n p ú b lica la techne, el misterio de las artes, tal como se había
desarrollado a lo largo de milenios; convirtieron la experiencia en
saber, el aprendizaje en libro de texto, el secreto en metodología, el
hacer en saber aplicado. Esto es la esencia de lo que ha llegado a co
nocerse por “Revolución Industrial” , es decir la transformación m e
diante la tecnología de la sociedad y la civilización en el mundo entero.
Fue este cambio en el significado del saber lo que hizo que el
moderno capitalismo fuera inevitable y dominante. Por encim a de
todo, la rapidez del cambio tecnológico creó una demanda de capital
m uy por encima de la que podía proporcionar el artesano; la nueva
tecnología exigía también la concentración de la producción, es d e
cir el paso a la fábrica; el saber no podía aplicarse en miles y dece
nas de miles de pequeños talleres individuales y en las industrias
caseras de los pueblos rurales: exigía la concentración de la produc
ción bajo un solo techo. La nueva tecnología necesitaba también
energía en gran escala, fuera hidráulica o de vapor, que no podía
d e sc en tralizars e. Pero, aunque im portan tes, estas necesidades
energéticas eran secundarias; lo más importante fue que la produc
ción pasó, casi de la noche a la mañana, de basarse en el arte a
basarse en la tecnología; como resultado el capitalista pasó, casi de
la noche a la mañana, a ser el centro de la economía y la sociedad.
H asta entonces había sido solamente “ un actor secundario” .
H a s ta una fecha tan tardía como 1750, las empresas en gran escala
habían sido g ubernam entales en lugar de privadas. L a prim era y durante
siglos la más im portante empresa manufacturera del Viejo M u ndo era el
famoso arsenal, cuyo propietario y gerente era el gobierno de V enecia, y las
“m an ufactu ras” del siglo xvm, tales como las fábricas de porcelana de Mei s-
sen y Sevres, eran toda vía propiedad del gobierno. Pero en 1830 la empresa
ca pitalista p riv ad a en gran escala dominaba ya en Occidente; cincuenta
años más tarde, hacia el momento de la muerte de Carlos M a r x en 1883, la
em presa capitalista privad a había penetrado en todas partes, salvo en r i n
cones rem otos del mundo como el T íb e t o la zona deshabitada de Arabia.
La revolución de la productividad
A d a m Smith, sólo cien años antes, daba por sentado que se necesita
ban por lo menos cincuenta años de experiencia (y es más probable que sea
un siglo) para que un país o región adquiriera los conocimientos necesarios
para producir artículos de alta calidad, y tomaba como ejemplo la produc
ción de instrumentos musicales en Bohem ia y Sajonia y de tejidos de seda
en Escocia. Setenta años más tarde, alrededor de 1840, un alem án, A ugust
Bo rs ig (1804-1854), una de las prim eras personas que fuera de In gla terra
construyó una locomotora a vapor, ideó lo que todavía es el sistema alemán
de aprendizaje, que combina la experiencia práctica en fábrica bajo un
maestro con una base teórica en la escuela; sistema que sigue siendo el
fu n d a m en to de la productividad industrial alemana. Pero, inclusive el
aprend iza je de Borsig requería de tres a cinco años. Entonces, p rim ero en
la P r im e r a G u erra Mundial y más especialmente en la Segunda, Estados
Un id os aplicó sistem áticam ente el enfoque de T a ylo r para prep arar a “h o m
bres de p rim era clase” en pocos meses y esto, más que cualquier otro factor,
explica por qué Estados Unidos fue capaz de derrotar tanto a A le m a n ia
como a Japón.
La revolución de la gestión
Cuando en 1926 decidí no ir a la universidad sino ponerme a
trabajar después de acabar la enseñanza secundaria, mi padre se
disgustó bastante; la nuestra había sido siempre una familia de
abogados y médicos; pero no dijo que yo era un “ marginado” ni
intentó hacerme cambiar de parecer; tampoco me auguró que nunca
llegaría a nada; yo era un adulto responsable que quería trabajar
como un adulto.7
T re in ta años más tarde, cuando mi hijo cumplió los dieciocho
¡utos, yo prácticamente lo obligué a ir a la universidad. Como su
padre, él quería ser un adulto entre adultos; como su padre, pensa
ba que en los doce años que había pasado sentado en un banco en la
i-scuela había aprendido poco y que las posibilidades de que apren
diera algo si pasaba cuatro años más sentado en un banco en la
universidad no eran especialmente altas; como su padre a su edad,
ii interés se centraba en la acción y no en el aprendizaje. Y sin
embargo, en 1958, treinta y un años después que yo me había gra
duado y había entrado en una empresa de exportación como em
pleado aprendiz, tener un título universitario se había convertido
< n algo imprescindible; era el pasaporte para casi todas las carreras
profesionales. En 1958, en Estados Unidos, no ir a la universidad
era “ m arginarse” para un chico que había crecido en una familia
acomodada y que había conseguido buenos resultados en la escuela.
Mi padre no tuvo la menor dificultad en conseguir un trabajo para
mí en una empresa mercantil acreditada; treinta años más tarde
una firm a de ese tipo no hubiera aceptado a un graduado de institu
to como aprendiz; todas hubieran dicho: “V a ya a la universidad du
rante cuatro años; luego, probablemente debería hacer algún curso
para posgraduados” . Para la generación de mi padre, nacido en
1876, la universidad estaba bien para los hijos de los ricos o para
un número muy pequeño de jóvenes pobres pero excepcionalmente
brillantes (como había sido su caso).
NOTAS
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