Drucker, P. (1993) Editorial Sudamericana

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 23

1

DESDE EL CAPITALISMO A LA SOCIEDAD


DEL SABER

En un espacio de ciento cincuenta años, desde 1750 a 1900,


capitalismo y tecnología conquistaron el globo y crearon una civili-
/.ación mundial. N i el capitalismo ni las innovaciones tecnológicas
■•t an algo nuevo; ambos habían sido fenómenos usuales y recurren-
Itts a lo largo de todos los tiempos, tanto en el Este como en el
Oeste; lo que sí resultó absolutamente nuevo fue su rapidez de
11 i fusión y su alcance mundial a través de culturas, clases y g e o g r a ­
fías; y fue esto, su rapidez y amplitud, lo que convirtió al capitalis­
mo en “C apitalism o” y en un “ sistema” , y lo que convirtió los a va n ­
ces tecnológicos en la “Revolución Industrial” .
Esta transformación fue impulsada por un cambio radical en el
dignificado del saber. Tanto en el Este como en el Oeste el saber
MÍompre se había considerado algo referente a ser y casi de la noche
a la m añana empezó a aplicarse a h a ce r: se convirtió en un recurso
v en un servicio. El saber había sido siempre un bien privado; de
libito se transformó en un bien público.
Durante unos cien años, en la prim era fase, el saber se aplicó a
herram ientas, procesos y productos', esto creó la Revolución Indus­
trial, pero también creó lo que M arx denominó “ alienación” , y nue­
vas clases, y la guerra de clases y, con ellas, el comunismo. En su
■tegunda fase, que empezó alrededor de 1880 y culminó hacia la
Segunda Guerra Mundial, el saber, con su nuevo significado, em p e­
zó a aplicarse al tra b a jo ; esto marcó el comienzo de la re v olu ción de
la p ro d u ctiv id a d , que en setenta y cinco años convertiría al proleta­
riado en una burguesía de clase media con unos ingresos casi de
clase alta. De esta forma, la revolución de la productividad derrotó
a la guerra de clases y al comunismo. La últim a fase se inició des­
pués de la Segunda Guerra Mundial; ahora el saber se aplica al
saber mismo y es la revolu ción de la gestión. El saber está devin ien ­
do rápidam ente el factor número uno de la producción, desplazando
capital y mano de obra a un segundo plano. Puede que sea pre m a tu ­
ro (y ciertamente sería presuntuoso) decir que la nuestra es una
“sociedad del saber” ; hasta el momento sólo tenemos una economía
del saber, pero nuestra sociedad es ciertamente “ poscapitalista” .
El capitalismo, bajo una forma u otra, ha aparecido y vuelto a
aparecer muchas veces a lo largo de todas la épocas, en Oriente
como en Occidente; ya antes hubo muchos períodos de rápida in v e n ­
ción e innovación tecnológicas, en Oriente al igual que en Occiden-
te, muchos de los cuales produjeron cambios tecnológicos tan rad i­
cales como cualquiera de los de finales del siglo xvm o principios del
xix.1 Lo que hace que los acontecimientos de los últimos doscientos
cincuenta años no tengan precedentes y sean únicos en su clase es
su rapidez y alcance. En lugar de ser un elemento más en la socie­
dad, como fue todo capitalismo anterior, el Capitalismo, con m ayú s­
cula, se convirtió en sociedad; en lugar de quedar confinado, como
siempre antes, a una zona limitada, el Capitalismo, de nuevo con
mayúscula, tomó el poder en toda Europa Occidental y S epten trio­
nal en el corto lapso de cien años, desde 1750 a 1850, y después, en
otros cincuenta años, asumió el poder en todo el mundo habitado.
El anterior capitalismo había estado siempre circunscripto a
pequeños y restringidos grupos sociales y casi no había afectado a
nobles, terratenientes y militares, campesinos, profesionales, a rt e ­
sanos, inclusive obreros. El Capitalismo con C mayúscula im pregnó
y transformó a la sociedad por dondequiera que se extendió.
Desde el principio de los tiempos, en el Viejo Mundo las nue­
vas herramientas, los nuevos procesos, los nuevos m ateriales, los
nuevos cultivos, las nuevas técnicas — lo que ahora llamam os “ tec­
nología”— se han difundido con gran rapidez.

P o r ejemplo, pocas invenciones modernas se genera liza ro n tan r á p i d a ­


m ente como las gafas, un invento del siglo xm. Surgidas a p a rtir de los ex­
perim entos ópticos de un fr aile franciscano inglés, R o g e r Bacon (m u e rto en
1292 o 1294), las gafas para leer de los ancianos se usaban y a en la corte
papal de A viñ ón en 1290, en la corte del sultán en El Cairo en 1300 y en la
corte del em perador mongol de China no después de 1310; sólo la máquina
de coser y el teléfono, los inventos de más rápida difusión en el siglo xix,
viaja ron a tan ta velocidad.

Sin embargo, los anteriores cambios tecnológicos, casi sin ex­


cepciones, quedaron restringidos a un oficio o una aplicación. H a ­
brían de pasar doscientos años, hasta principios del siglo xvi, antes
de que la invención de Bacon tuviera una segunda aplicación: gafas
para corregir la miopía. El torno del alfarero estaba en pleno uso en
el M editerrán eo en el 1500 a. de C.; en todos los hogares se usaban
recipientes para cocinar y guardar agua y alimentos. N o obstante,
hasta el año 1000 d. de C. no se aplicó el principio subyacente en el
torno al trabajo de las mujeres, el hilado.

De form a parecida, el nuevo diseño del molino de viento, alrededor del


800 d.de C., que lo convirtió del ju gu ete que h abía sido en la antigüedad en
una m á qu ina de verdad, y totalm ente “ a u tom a tiza da” además, no se aplicó
a los buques hasta el cabo de trescientos años; esto es ha sta después de
1100; hasta entonces los buques funcionaban a remos y si acaso se u tilizaba
el vien to p ara propulsarlos, sólo era como auxiliar y sólo si soplaba en la
dirección adecuada. L a vela que impulsa el buque funciona exactam ente
igual que la pala que m ueve el molino de viento y se conocía desde hacía
m ucho tiempo la necesidad de una vela que p e rm itiera que los barcos n a v e ­
garan con viento de costado o contra el viento; el molino de vie nto fue
rediseñado en el norte de Francia o en los Países Bajos, esto es en regiones

24
muy fa m il ia r iz a d a ! con buque* y navegación; sin embargo, durante vario*
.im ito* de años, no se le ocurrió a nadie aplicar algo in venta do para bom-
tn'.ii' ngua y moler grano, esto es para ser usado en tierra, a un uso en el mar.

Por el contrario, las invenciones de la Revolución Industrial


luí-ron aplicadas inm ediatamente en todas partes y en todos los
•.lu ios e industrias concebibles; inm ediatamente fueron considera-
iln i tecnología.

El nuevo diseño de la máquina de vapor hecho entre 1765 y 1776 por


I i i i t i e s W a t t (1736-1819) la convertía’ en una rentable sum inistradora de
• in i|[ía. Aunque W a t t mismo se concentró durante toda su vida en un
m u c o uso: e xtra er agua de una mina por bombeo — el mismo para el que

N i’W com en h abía diseñado origin almente la máquina de vapor a principios


li'l siglo xvm — , uno de los principales fabricantes de hierro vio inm edia ta-
im .nte que la nueva máquina de vapor también podía utilizarse p ara soplar
.un» en un horno de fundición e hizo una oferta por la segunda máquina
. nimtruida por W a tt. P or otro lado, el socio de W a tt, M a t t h e w Boulton
i 1728-1809), promocionó in m ediatam en te la máquina de vapor como fu ente
ili* energía p ara toda clase de procesos industriales y muy especialm ente
|.imi la mayor de todas las industrias de aquel tiempo, la textil. T r e i n t a y
i meo años más tarde, un estadounidense, Robert Pulton (1765-1815), ponía
i dote en el río Hudson el prim er barco a vapor; al cabo de otros veinte
uflos se ponía la máquina a vapor sobre ruedas y nacía la locomotora. P a ra
IH40, o como m áxim o para 1850, la máquina de vapor había transform ado
indos y cada uno de los procesos de fabricación, desde la elaboración de
vidrio hasta la imprenta; había cambiado el transporte de la rg a distancia
por tie rra y por m ar y estaba empezando a tra nsform a r la agricultura. P a ra
nntonces había penetrado en casi todo el mundo, con el Tíbet, N e p a l y el
interior de A fr ic a tropical como únicas excepciones.

En el siglo xix se creía, y la m ayoría de la gente aún lo cree,


<iue la Revolución Industrial constituía la primera vez que un cam ­
bio en el “modo de producción” (para usar una expresión de Carlos
Marx) modificaba la estructura social y creaba nuevas clases: la
capitalista y la proletaria. Esta creencia no es válida; entre el 700 y
el 1100 d. de C. el cambio tecnológico creó dos clases totalm ente
nuevas en Europa: el señor feudal y el artesano de la ciudad. El
señor nació como consecuencia de la invención del estribo, invento
que surgió en Asia Central alrededor del 700, y el artesano por el
nuevo diseño de la rueda hidráulica y el molino de viento, que los
convertía en verdaderas máquinas que, por prim era vez, utilizaban
fuerzas inanimadas, agua y viento, como energías motrices en susti­
tución del músculo humano usado en la antigüedad.
El estribo hizo posible la lucha a caballo; sin él cualquiera que
empuñara una lanza, espada o arco pesado a caballo resultaría pro­
yectado fuera de éste por la fuerza de la segunda ley de N ew ton:
“ Cada acción produce una reacción” . Durante varios cientos de años
el caballero fue una “máquina de guerra” invencible, pero esta m á ­
quina tenía que contar con el apoyo de un “ complejo agrícola-m ili­
ta r” , algo nuevo en la historia. Hasta este siglo los alemanes lo

25
denominaron R itte rg u t, tierras propiedad de un caballero, dotadas
de un estado legal y privilegios económicos y políticos, que alberga ­
ban a, por lo menos, cincuenta familias campesinas o doscientas
personas para que produjeran los alimentos necesarios para apoyar
la m áquina de guerra: el caballero, su escudero, sus tres caballos y
sus entre doce y quince caballerizos. En otras palabras, el estribo
creó el feudalismo. En la antigüedad el artesano había sido un es­
clavo; el artesano de la prim era “ edad de la m áquina” , el de la Edad
M edia europea, llegó a ser la clase urbana dominante, el “burgués” ,
que más tarde crearía la ciudad europea sin par y también el gótico
y el Renacimiento.
Estas innovaciones técnicas: el estribo, la rueda hid ráulica y el
molino de viento, viajaron por todo el mundo antiguo y lo hicieron
m uy rápido; pero, en general, las clases de esa anterior revolución
industrial siguieron siendo fenómenos europeos; sólo Japón desarro­
lló alrededor de 1100 d.de C. artesanos orgullosos e independientes
que gozaban de una alta estima y, hasta 1600, de considerable po­
der. Pero, aunque los japoneses adoptaron el estribo para cabalgar,
continuaron luchando a pie; los gobernantes del Japón rural m an ­
daban soldados a pie: los daim yo; recaudaban impuestos del cam pe­
sinado, pero no tenían estados feudales. En China, en la India y en
el mundo islámico, las nuevas tecnologías no tuvieron impacto so­
cial alguno; los artesanos chinos siguieron siendo siervos sin ningu ­
na categoría social y los m ilitares no se convirtieron en terraten ien ­
tes, como en la Europa de la antigüedad, sino que siguieron siendo
mercenarios profesionales. Inclusive en Europa los cambios sociales
generados por esta prim era revolución industrial tardaron casi cua­
trocientos a ñ o s « n surtir pleno efecto.
Por el contrario, la transformación sociakde la sociedad ocasio­
nada por el capitalismo y la Revolución Industrial tardó menos de
cien años en llega r a ser plenamente efectiva en Europa Occidental.
En 1750 tanto capitalistas como proletarios eran aún grupos m a r g i­
nales; de hecho, los proletarios en el sentido dado a este térm ino en
el siglo xix, esto es, obreros de fábrica, apenas existían. Hacia 1850
capitalistas y proletarios eran las clases dinámicas en Europa Occi­
dental y habían tomado la ofensiva; rápidamente se convirtieron en
las clases dominantes dondequiera que penetraban el capitalismo y
la tecnología moderna. En Japón la transformación tardó menos de
treinta años, desde la restauración Meiji en 1867 hasta la guerra
con China en 1894. No costó mucho más tiempo en Shanghai y
H ong Kong, en Calcuta y Bombay o en la Rusia de los zares.
C apitalism o y Revolución Industrial, debido a su velocidad y a
su alcance, crearon una civilización mundial.2

E l nuevo significado del saber


A l contrario que aquellos “ terribles simplificadores” , los ideólo­
gos del siglo xix como Hegel y Marx, ahora sabemos que los princi-
pules acontecimientos históricos raram ente tienen una única causa
v nólo una explicación; lo normal es que sean resultado de la conver­
gencia de un buen número de acontecimientos distintos e in depen­
diantes.

U n ejemplo de cómo funciona la historia es la génesis del ordenador,


'ii prim era raíz está en el sistema binario, esto es el descubrimiento por
l'ftrte de un matemático y filósofo del siglo xvn, el alemán G o ttfrie d Leib-
n l t z (1646-1716), de que t o d o s los números pueden ser representados por
»rtlo dos: 0 y 1. L a segunda raíz es el descubrimiento por un in v e n to r inglés
•l«'l siglo xix, Charles Babbage (1792-1871), de que las ruedas dentadas, es
ilncir la mecánica, podían representar todo el sistema decimal y r e a liz a r las
cuatro operaciones aritm éticas elementales: suma, resta, multiplicación y
<II vi si ón, esto es, descubrió una genuina “m áquin a calculadora” . M ás tarde,
ii principios de este siglo, dos lógicos ingleses, A lf r e d N orth W h ite h e a d
i IH71-1947) y B ertra n d Russell (1872-1970), en su P r in c ip ia M a th e m a tic a ,
mostraron que cualquier concepto presentado en una fo rm a rigurosa m ente
lógica puede ser expresado m a temáticam ente. A pa rtir de este descubri­
miento un austro-americano, Otto N e u ra th (que tuvo su época más produc­
tiva entre 1915 y 1930), que trabajaba como estadístico para el W a r Pro-
iluction Board (C om ité de material bélico) de Estados U nidos en la P r im e r a
<¡tierra M u ndia l, derivó “datos” , esto es la idea, entonces nueva y herética,
ilc que cualquier información de cualquier área, sea anatom ía o astrono­
mía, economía, historia o zoología, es exactamente igual cuando se cuantifi-
i-n y puede ser tr ata da y presentada de igual form a (idea, por cierto, que
«ubyace en la moderna estadística). Anteriorm en te, justo antes de la P r i ­
mera G u err a M undial, un americano, L ee de Forst (1873-1961), había i n ­
ventado el tubo de audión para convertir los impulsos electrónicos en ondas
«onoras, haciendo que fuera posible e m itir palabras y música. V einte años
más tarde a los in genie ros que trabajaban en una fábrica de tarjetas pe rfo ­
radas de tamaño medio llam ad a ibm se les ocurrió que el tubo de audión
podía utilizarse para pasar electrónicamente de 0 a 1 y v o lver a 0. Si
m a l q u ie r a de todos estos elementos no hubiera estado presente, no habría
existido el ordenador. Es imposible decir cuál de ellos fue EL elemento; no
obstante, con todos ellos disponibles el ordenador era v irtu a lm e n te i n e v i t a ­
ble. Sin embargo, sólo por accidente fue un producto estadounidense; el
nccidente fue la Segunda G u erra Mundial, que hizo que los m ilita res estu­
vieran dispuestos a g astar enormes sumas de dinero (con poco éxito, por
cierto, hasta bastante después de la guerra ) en el desarrollo de máquinas
que calcularan muy rápid amente la posición de aviones de gran velocidad
on vuelo y de rápidos buques enemigos. De no haber sido así, el ordenador
hubiera sido probablemente un producto británico. De hecho, una empresa
inglesa, J. Lyons & Co., productora de alimentos y p ropietaria de r e s ta u ­
rantes, desarrolló en los cuarenta el prim er ordenador para uso comercial
que funcionó: el “L e o ”. Lyons no consiguió reunir el dinero suficiente para
com petir con el P en tágono y tuvo que abandonar su máquina, que fu ncion a­
ba y bien (y además era mucho más barata).

De fo rm a parecida, muchos cambios independientes, la m ayo­


ría sin conexión entre sí, hicieron que el capitalismo pasara a ser el
C apitalism o y los avances técnicos, la Revolución Industrial. La
teoría más conocida, la de que el capitalismo fue producto de la
“ ética protestante” , expuesta en los primeros años de este siglo por
el sociólogo alemán Max W eber (1864-1920), ha quedado a m p lia ­
m ente desacreditada; sencillamente no hay suficientes pruebas
para apoyarla. Sólo un poco más demostrable es la tesis de Carlos
M a rx (1818-1883) de que la máquina de vapor, la nueva máquina
motriz, exigía una inversión de capital tan enorme que los artesa ­
nos ya no pudieron financiar sus “medios de producción” y tuvieron
que ceder el control al capitalista. N o obstante, hay un elemento
crítico sin el cual fenómenos bien conocidos, como el capitalismo y
los avances técnicos, no hubieran podido en modo alguno convertir­
se en una pandemia social y universal; es el cambio radical en el
sig n ifica d o d el saber que se produjo en Europa alrededor del 1700 o
poco más tarde.3
Hay tantas teorías sobre qué podemos saber y cómo lo sabemos
como metafísicos ha habido desde Platón en el 400 a.de C. hasta
L u d w ig Wittgenstein (1889-1951) y Karl Popper (1902) en nuestros
días; pero desde tiempos de Platón sólo ha habido dos teorías en
Occidente y, desde aproximadamente la misma época, dos teorías
en Oriente sobre el significado y función del saber. El portavoz de
Sócrates, Platón, sostiene que la única función del saber es el auto-
conocimiento, esto es el desarrollo intelectual, moral y espiritual de
la persona. Sin embargo, su más hábil oponente, el brillante y docto
Protágoras, afirma que el propósito del saber es hacer que quien lo
tiene sea eficaz al permitirle saber qué decir y cómo decirlo. El
saber de Protágoras significaba lógica, gram ática y retórica, que
más tarde se convertirían en el triu iu m , núcleo de la educación en
la Edad Media, que todavía hoy equivale más o menos a lo que
queremos decir con “ educación humanista” o lo que los alemanes
denominan A llgem ein e B ild u n g . En Oriente había casi las mismas
dos teorías del saber; el saber, para los confucianos, era saber qué
decir y cómo decirlo y el camino hacia el progreso y el éxito terrenal;
para los taoístas y los monjes Zen, el saber era la vía hacia la
ilustración y la sabiduría. Pero mientras que los dos lados discrepa­
ban así sobre qué significaba el saber, ambos estaban totalm ente de
acuerdo en lo que no significaba; no significaba la capacidad de h a ­
cer-, no significaba utilidad-, la utilidad no era saber, era arte-, la pa­
labra griega es techne.
A diferencia de sus contemporáneos del Extremo Oriente — los
confucianos chinos con su infinito desprecio por todo lo que no fuéra
aprender en los libros— , tanto Sócrates como Protágoras respeta­
ban la techne.

De hecho, en Occidente el desprecio por las artes era desconocido


ha sta la lle g a d a del “caballero” inglés del siglo xvm y este desprecio, que a l ­
canzó niv ele s tan altos en la In glaterra victoriana, era poco más que una
ú ltim a e inútil trin chera de defensa contra la sustitución del caballero como
clase social dirig en te por el capitalista y el técnico.

Pero incluso para Sócrates y Protágoras, la tech ne, por m erito­


ria que fuera, no era saber; quedaba restringida a una aplicación
específica y no tenía principios generales; lo que el comandante de
un buque sabía sobre la navegación de Grecia a Sicilia no podía
•■pitearse a nada más. Por otro lado, la única forma de aprender una
lni'hne era el aprendizaje y la experiencia; una techne no podía e x ­
plicarse en palabras, fueran habladas o escritas; sólo podía m ostrar­
an Incluso hasta el 1700 o más tarde, los ingleses no hablaban de
ni tes” , hablaban de “ misterios” , y no sólo porque el poseedor de un
m íe manual estuviera juramentado para guardar secreto, sino tam-
1'ii‘n porque un arte era inaccesible por definición a cualquiera que
no hubiera sido aprendiz con un maestro e instruido así m ediante el
i'icmplo.

La RevoluciónTndustrial
Después del 1700, y en el espacio increíblemente corto de cin-
<uenta años, se inventó la tecnología. La palabra misma es un m a ­
nifiesto en cuanto combina techne, es decir el misterio de un arte
ninnual, con logy, es decir el saber organizado, sistemático y con un
lin determinado. La prim era escuela de ingeniería, la francesa É co-
/(> des Pontes et Chaussées fue fundada en 1747, seguida alrededor
dr 1770 en A lem an ia por la prim era Escuela de A gricultura y en
1776 por la prim era Escuela de Min ería; en 1794 se fundaba en
Francia la prim era universidad técnica: la É cole P oly tech n iqu e y
con ella la profesión de ingeniero; poco tiempo después, entre 1820 y
1850, educación médica y práctica médica se reorganizaban como
tecnologías sistemáticas.
En una evolución paralela, entre 1750 y 1800, Gran Bretaña
pasó de las patentes como monopolios para enriquecer a los fa v o ri­
tos reales a la concesión de patentes para estim ular la aplicación
del saber a herramientas, productos y procesos y para recompensar
m los inventores siempre que hicieran públicas sus invenciones.
Esto no sólo puso en marcha un siglo de febril invención mecánica
en aquel país sino que además acabó con el misterio y el secreto en
las artes. El gran documento de este dramático cambio de rumbo
desde el arte a la tecnología, y uno de los libros más importantes de
la historia, fue la E ncyclopéd ie, editada entre 1751 y 1772 por Denis
Diderot (1713-1784) y Jean d’A lem bert (1717-1783). Esta famosa
obra intentó reunir de forma sistemática y organizada el saber de
todas las artes, de tal manera que el no iniciado pudiera aprender a
ser un “ tecnólogo” . N o fue en absoluto por casualidad que, en la
E nclyclopéd ie, los artículos que describen un arte concreto, por
ejemplo hilar o tejer, fueran escritos no por artesanos sino por “ es­
pecialistas de la información” : gente preparada como analistas, m a ­
temáticos, lógicos; tanto Voltaire como Rousseau contribuyeron. La
tesis subyacente en la Encyclopédie era que los resultados efectivos
en el universo m aterial — en herramientas, procesos y productos—
son producidos por un análisis sistemático y por una aplicación del
saber sistemática y con un propósito.
Pero además, la Encyclopédie también predicaba que los p r in ­
cipios que producían resultados en un arte los producirían también
en otro. Sin embargo, esto era un anatema tanto para el hombre de
saber tradicional como para el artesano tradicional.
N inguna de las escuelas técnicas del siglo xvm tenía como obje­
tivo producir nuevo saber y tampoco lo hacía la E n cy clop éd ie; ningu ­
na de ellas hablaba siquiera de la aplicación de la ciencia a h e rra ­
mientas, procesos y productos, esto es a la tecnología; esta idea
tendría que esperar otros cien años, hasta alrededor de 1890, cuan­
do un químico alemán, Justus Lieb ig (1803-1873), aplicó la ciencia a
la invención de los primeros fertilizantes artificiales y posterior­
mente a una forma de>.coñservar las proteínas animales, el extracto
de carne. No obstante, lo que sí hicieron las escuelas técnicas y la
E ncyclopédie fue tal vez más importante; reunieron, codificaron e
h icie ro n p ú b lica la techne, el misterio de las artes, tal como se había
desarrollado a lo largo de milenios; convirtieron la experiencia en
saber, el aprendizaje en libro de texto, el secreto en metodología, el
hacer en saber aplicado. Esto es la esencia de lo que ha llegado a co­
nocerse por “Revolución Industrial” , es decir la transformación m e­
diante la tecnología de la sociedad y la civilización en el mundo entero.
Fue este cambio en el significado del saber lo que hizo que el
moderno capitalismo fuera inevitable y dominante. Por encim a de
todo, la rapidez del cambio tecnológico creó una demanda de capital
m uy por encima de la que podía proporcionar el artesano; la nueva
tecnología exigía también la concentración de la producción, es d e ­
cir el paso a la fábrica; el saber no podía aplicarse en miles y dece­
nas de miles de pequeños talleres individuales y en las industrias
caseras de los pueblos rurales: exigía la concentración de la produc­
ción bajo un solo techo. La nueva tecnología necesitaba también
energía en gran escala, fuera hidráulica o de vapor, que no podía
d e sc en tralizars e. Pero, aunque im portan tes, estas necesidades
energéticas eran secundarias; lo más importante fue que la produc­
ción pasó, casi de la noche a la mañana, de basarse en el arte a
basarse en la tecnología; como resultado el capitalista pasó, casi de
la noche a la mañana, a ser el centro de la economía y la sociedad.
H asta entonces había sido solamente “ un actor secundario” .

H a s ta una fecha tan tardía como 1750, las empresas en gran escala
habían sido g ubernam entales en lugar de privadas. L a prim era y durante
siglos la más im portante empresa manufacturera del Viejo M u ndo era el
famoso arsenal, cuyo propietario y gerente era el gobierno de V enecia, y las
“m an ufactu ras” del siglo xvm, tales como las fábricas de porcelana de Mei s-
sen y Sevres, eran toda vía propiedad del gobierno. Pero en 1830 la empresa
ca pitalista p riv ad a en gran escala dominaba ya en Occidente; cincuenta
años más tarde, hacia el momento de la muerte de Carlos M a r x en 1883, la
em presa capitalista privad a había penetrado en todas partes, salvo en r i n ­
cones rem otos del mundo como el T íb e t o la zona deshabitada de Arabia.

Por supuesto hubo resistencias, tanto a la tecnología como al


capitalismo; se produjeron disturbios en Inglaterra, por ejemplo, o
i'ii la Silesia alemana; pero fueron locales, duraron unas pocas se
manas o como máximo unos pocos meses y ni siquiera frenaron lu
velocidad y propagación del capitalismo.
L a Revolución Industrial, es decir el sistema de máquinas y
lubricas, se extendió igualmente rápido, encontrando poca o ningu­
na resistencia.

W ealth o f N cition s, de A d am Sm ith (1723-1790), apareció el mismo


uño, 1776, en que James W a t t paten taba la m áquin a de va por perfecciona-
iln y, pese a ello, el libro casi no presta atención a m áquinas o fábricas o a
lu producción industrial en general; la producción que describe es aún de
!>nse artesanal. Inclusive cuarenta años más tarde, después de las guerras
napoleónicas, fábricas y máquinas no eran vistas to d avía como básicas, ni
iquiera por agudos observadores de la sociedad; prácticamente no r e p r e ­
guntan ningún papel en la economía de D a vid Ricardo (1772-1832), y lo que
i-s aun más sorprendente, no se encuentran ni fábricas ni obreros de fábrica
ni banqueros en los libros de Jane Austen (1775-1817), la crítica social más
imnetrante de Ingla terra; su sociedad, como se ha dicho a menudo, es to ta l­
mente “bu rgu e sa” , pero sigue siendo to talm ente preindustrial; una sociedad
de señores y arrendatarios, clérigos y oficiales de la marina, abogados,
artesanos y tenderos,
Sólo en los lejanos Estados Unidos hubo alguien, A le x a n d e r H a m ilto n
( 1757-1809), que vio muy pronto que la fabricación basada en m áquinas se
i staba convirtiendo rápidam ente en el eje de la activid ad económica; pero
pocos, inclusive entre sus seguidores, le prestaron mucha atención a su
llc p o rt on M a n u fa ctu re s , escrito en 1791, aunque sí después de su muerte.

N o obstante, hacia 1830 Honoré de Balzac (1799-1850) produ­


cía una novela de éxito tras otra describiendo una Francia capitalis­
ta, cuya sociedad estaba dominada por los banqueros y la bolsa; al
cabo de otros quince años, el capitalismo, las fábricas y la máquina
son el núcleo de las obras maduras de Dickens (1812-1870), como
t ambién lo son las nuevas clases: los capitalistas y los proletarios.

En B leak House (1852), la nueva sociedad y sus tensiones son el fondo


del contraste entre dos hermanos, ambos hijos del am a de llaves del señor;
uno lle ga a convertirse en un gran industrial en el N o r te que piensa conse­
guir ser elegido para el Parlam en to para luchar contra los te r ra te n ie n te s y
destruir sü poder; el otro decide seguir siendo un fiel p artidario del a r r u i­
nado, derrotado e in eficaz, pero p rec ap italista “ señ or” . Y H a rd T im e s
( 1854), del mismo autor, es la prim era y con mucho la más vigorosa novela
industrial, el relato de una dura huelga en una fábrica de algodón y de la
guerra de clases en su fo rm a más pura.

Esa rapidez, nunca conocida antes, con que la sociedad se


transformó creó las tensiones y los conflictos sociales del nuevo
orden. Sabemos ahora que no es en absoluto verdadero el casi u ni­
versal convencimiento de que los obreros de fábrica de principios
del siglo xix fueran más pobres y sufrieran un trato más duro que
cuando eran campesinos sin tierra en el campo de la era preindus­
trial. Eran pobres, sin duda, y maltratados, pero acudían en tropel
a la fábrica precisamente porque, pese a todo, estaban m ejor allí
que en el nivel más bajo de una sociedad rural estática, tiránica y
hambrienta; conseguían una calidad de vida mucho mejor.

Po r cierto, esto deberíamos haberlo sabido desde el principio; en la


ciudad fabril la m ortalidad infantil se redujo y la esperanza de vid a a u m e n ­
tó inm ed iatam ente, disparando así el enorme aumento de población en la
Eu ro pa en proceso de industrialización. Ade m ás ahora, esto es desde la
Segun da G u erra Mundial, tenem os tam bién el ejemplo de los países del
T erce r Mundo: brasileños y peruanos fluyen sin cesar a las favelas y ba­
rrio s de Río de Janeiro y Lim a. Pese a lo dura que es la v id a allí, sigue
siendo mejor que en el empobrecido nordeste de Brasil o en el A ltip la n o de
Perú. En la In dia dicen hoy: “El mendigo más pobre de Bom bay come mejor
que el peón en un pueblo del campo” . “ L a tie rr a verde y amable de I n g la t e ­
r r a ” , que W illia m Blake (1757-1827) en su famoso poema sobre la “ N u e v a
Je r u s a lé n ” confiaba libera r de las nuevas “ fábricas satánicas” , era en r e a l i­
dad un vasto y mísero suburbio rural.

Pero aunque la industrialización significó desde el principio


mejoras m ateriales — en lugar de la famosa “ caída en la m iseria” de
M a r x — la rapidez del cambio fue tan pasmosa que resultó profun­
damente traumática; la nueva clase, los “proletarios” , se “ alienó” ,
para utilizar el término acuñado por Marx, quien predijo que su
alienación haría inevitable su explotación, ya que para v iv ir cada
vez dependerían más completamente del acceso a los “ medios de
producción” , que eran propiedad del capitalista y estaban controla­
dos por él. Y esto, según predijo Marx, concentraría cada vez más la
propiedad en pocas manos y empobrecería cada vez más a un prole­
tariado im potente... hasta el día en que el sistema se hundiría bajo
su propio peso y los pocos capitalistas que quedaran serían destro­
nados por los proletarios, que “no tenían nada que perder salvo sus
cadenas” .
Sabemos ahora que M arx era un falso profeta, pues lo que en
realidad ha sucedido ha sido justo lo contrario de lo que pronosticó;
pero eso es v e r las cosas en retrospectiva. Muchos de sus contempo­
ráneos compartían su visión del capitalismo aun cuando no compar­
tieran necesariamente sus pronósticos sobre el resultado; incluso
los antim arxistas aceptaban su análisis de “las contradicciones in­
herentes del capitalismo” ; algunos confiaban en que el ejército m an ­
tendría a raya a la chusma proletaria, como era al parecer el caso
del m ayor de los capitalistas del siglo xix, el banquero americano
J.P. Morgan (1837-1913); los liberales de todo tipo creían que, de
alguna manera, podría haber reformas y mejoras, pero práctica­
mente cualquier persona racional a finales del siglo xix compartía
con M a rx la convicción de que la sociedad capitalista era una socie­
dad de inevitables luchas de clase y, de hecho, hacia 1910 la m ayo­
ría de las “personas racionales” , al menos en Europa (pero también
en Japón), se inclinaban hacia el socialismo. El más grande de los
conservadores del siglo xix, Benjamín Disraeli (1804-1881), veía a la
sociedad capitalista de forma muy parecida a como lo hacía M arx, y
lo mismo sucedía con sü homólogo en el continente, Otto von Bis-
marck (1815-1898), convicción que lo llevó, después de 1880, a pro­
mulgar la legislación social que finalm ente produciría el Estado del
bienestar del siglo xx. Un crítico social conservador, el novelista es­
tadounidense Henry James (1843-1916), cronista de la riqueza esta­
dounidense y la aristocracia europea, estaba tan obsesionado por la
guerra de clases y el temor a ésta que la convirtió en el tem a de su
más inolvidable novela, The Princesa Casam issa, que escribió en
1883, el mismo año en que moría Marx.

La revolución de la productividad

¿Qué fue entonces lo que derrotó a Marx y al marxismo? Hacia


1950 muchos de nosotros sabíamos ya que el m arxism o había fraca­
sado tanto moral como económicamente (yo lo había dicho ya en
1939 en mi libro The E nd o f E co n o m ic M an)', pero el marxismo era
todavía la única ideología coherente en la m ayor parte del mundo y
en la m ayor parte del mundo parecía invencible. Había “ a ntim arxis­
tas” en abundancia pero, todavía, pocos “ no-m arxistas” , esto es,
gente que pensara que el marxismo ya no era relevante, como la
mayoría sabe en la actualidad. Inclusive aquellos que se oponían
acerbamente al socialismo seguían convencidos de que su influencia
era cada día mayor.

En 1944, el padre del neoconservadorismo en el mundo occidental, til


economista angloaustríaco Friedrich von H a ye k (1889-1992), argumentabn
en su libro The R o a d to S erfd om que el socialismo significaba de form a in
evitable la esclavitud. El “socialismo dem ocrático” no existe, decía Hayek
entonces; sólo hay “ socialismo tota litario” , pero no decía en 1944 que el
marxismo no p od ía funcionar; por el contrario, ten ía mucho miedo de que
pudiera funcionar y funcionara. Sin embargo, en su ú ltim o libro, The F a ta l
C onceit (U n iv e r s it y o f Chicago Press, 1988), escrito cuaren ta años más t a r ­
de, asegura que el marxism o nunca podría haber funcionado, y cuando
publicó este libro casi todo el mundo, especialmente casi todo el mundo en
los países comunistas, había llegado a la misma conclusión.

¿Qué venció entonces a las “ inevitables contradicciones del ca­


pitalismo” , a la “ alienación” y la “caída en la m is e ria ” de los proleta­
rios y con ella al “proletario” mismo? La respuesta es la revolu ción
de la p ro d u ctiv id a d .
Cuando el saber cambió de significado, hace doscientos cin-
( uenta años, empezó a aplicarse a las herram ientas, procesos y
productos, y esto es lo que la “ tecnología” aún significa para la
mayoría de la gente y lo que se enseña en las escuelas de in gen ie­
ría. N o obstante, dos años antes de la m uerte de M a rx se había
iniciado la revolución de la productividad. En 1881, un estadouni­
dense, Frederick Winslow Ta y lor (1856-1915), aplicaba por vez pri­
mera el saber al estudio del trabajo, al análisis del trabajo y a la
ingeniería del trabajo.
El trabajo ha existido desde que el hombre existe; en realidad,
lodos los hombres tienen que trabajar para v iv ir , y en Occidente
durante largo tiempo se ha alabado la dignidad del trabajo de labios
para afuera.

El segundo texto griego más antiguo, unos cien años después de la


épica de Homero, es un poema de Hesíodo (-850 / -800 a. de C.), titu la do Los
trabajos y los días, que canta al trabajo del agricultor. Uno de los más b e ­
llos poemas romanos está representado por las G eórg ica s, de V irg ilio (70-19
a. de C.), un ciclo de canciones también sobre el trabajo del agricultor.
Au nque no hay un interés tan vivo por el trabajo en la tradición litera r ia
oriental, el Em pera dor de la China tocaba un arado una vez al año para
celebrar la siembra del arroz.

Pero tanto en Occidente como en Oriente, éstos eran gestos


puramente simbólicos; ni Virgilio ni Hesíodo miraban de verdad lo
que hacía un agricultor, como tampoco lo hizo nadie más a lo largo
de la mayoría de la historia escrita.4 El trabajo era indigno de la
atención de las personas educadas, de las personas pudientes, de
las personas con autoridad; el trabajo era algo que hacían los escla­
vos. Todo el mundo sabía que la única manera de que un obrero
produjera más era trabajando más horas y más duro. Tam bién
M a rx compartía esta opinión con todos los economistas o ingenieros
del siglo xix.
Fue por pura casualidad que Frederick Winslow Taylor, un
hombre educado y acomodado, se convirtió en obrero. Problemas en
la vista lo obligaron a abandonar la idea de ir a H arvard y a em ­
pezar a trabajar como obrero en una fundición de hierro. Como era
un hombre de un gran talento, pronto empezó a ascender hasta
convertirse en uno de los jefes, y sus inventos para trabajar el metal
lo hicieron rico al poco tiempo. Lo que entonces hizo que Ta y lor
iniciara el estudio del trabajo fue su conmoción ante el mutuo y
creciente odio existente entre capitalistas y obreros, que dominaba
los fin ales del siglo xix. En otras palabras, Ta y lor vio lo que vieron
M a rx y Disraeli y Bismarck y Henry James; pero vio también lo que
ellos no consiguieron ver: era un conflicto innecesario y se propuso
hacer que los obreros fueran productivos y así ganaran un salario
decente.
La motivación de Ta y lor no fue la eficacia ni la creación de
beneficios para los propietarios; hasta el momento de su muerte
sostuvo que el principal beneficiario del fruto de la productividad
tenía que ser el obrero y no el patrón. Su principal motivación era la
creación de una sociedad en la que obreros y patrones, capitalistas y
proletarios, tuvieran un interés común en la productividad y cons­
truyeran una relación armónica sobre la aplicación del saber al
trabajo. Los que se han acercado más a comprender esto hasta el
momento son los empresarios y sindicatos japoneses después de la
Segunda Guerra Mundial.
Pocas figuras en la historia intelectual han tenido un impacto
m ayor que T a y lo r y pocas han sido tan deliberadam ente m alenten­
didas y tan asiduamente mal citadas ’ Kn pnríe T a y lo r ha sufrido
las consecuencias de que? la historia demoHtrar» que él tenía razón y
■iue los intelectuales se equivocaban; en parte T a y lo r es ignorado
porque aún persiste el menosprecio por el trabajo, especialmente
filtre los intelectuales; a buen seguro, m over arena a paladas, obje­
to del análisis más conocido de Taylor, no es algo que un “hombre
educado” apreciaría y mucho menos consideraría importante. No
obstante, en una parte aun mayor la reputación de T a y lo r ha sufri­
do precisamente porque aplicó el saber al estudio del trabajo; esto
ora un anatema para los sindicatos obreros de su tiempo, que m on­
taron contra Ta y lor una de las campañas de difamación más ensa­
rtadas de la historia de Estados Unidos. El crimen de Taylor, a los
"ios de los sindicatos, era su afirmación de que no existía el “trabajo
especializado” ; en las operaciones manuales sólo existe el “trabajo” ,
lodo puede ser analizado de la misma forma. Cualquier obrero que
i'sté dispuesto a hacer el trabajo de la forma en que el análisis
amestre que debe hacerse, es un “hombre de primera clase” y mere-
re un “ salario de primera clase” , es decir lo mismo o más de lo que
i’ l obrero especializado recibía con sus largos años de aprendizaje.
Además, los sindicatos respetados y poderosos en los Estados
Unidos de Ta y lor eran aquellos de los arsenales y astilleros propie­
dad del gobierno en los que se hacía, antes de la Prim era Guerra
Mundial, toda la producción de defensa en tiempos de paz, y estos
sindicatos eran monopolios gremiales; la pertenencia a uno de ellos
tpiedaba restringida a los hijos o fam iliares de los miembros. Se
• vigía un aprendizaje de entre cinco y siete años pero no se daba
una preparación sistemática o estudio del trabajo; en ninguna oca-
ion estaba permitido anotar nada; ni siquiera había planos o cual­
quier otro tipo de dibujo del trabajo a hacer; los miembros debían
airar guardar el secreto y no se les permitía hablar de su trabajo
ton personas que no fueran miembros del sindicato. La afirmación
tío T a y lo r de que el trabajo podía ser estudiado, analizado y dividido
on una serie de movimientos simples y repetitivos, cada uno de los
'n ales debía hacerse en su forma correcta, con su tiempo correcto y
t on sus propias herramientas, era de hecho un ataque frontal con­
tra ellos y por ello lo vilipendiaron y consiguieron que el Congreso
prohibiera el estudio del trabajo en los arsenales y astilleros del
gobierno, prohibición que prevaleció hasta despues de la Segunda
( ¡tierra Mundial.
T a y lo r no mejoró las cosas al ofender a los patrones de su
tiempo tanto como ofendía a los sindicatos; al tiempo que no tenía
ningún respeto por los sindicatos, se mostraba despreciativam ente
hostil hacia los empresarios; su epíteto favorito para ellos era “ cer­
dos” . Y además estaba su insistencia en que los obreros y no los
empresarios debían recibir la parte del león de las mejoras en bene­
ficios que produjera la dirección científica. Y por si esto fuera poco,
ti “ Cuarto Principio” exigía que el estudio del trabajo se hiciera al
menos en consulta, si no en asociación, con el obrero. Para term i­
nar, T a y lo r sostenía que la autoridad en la planta no debía basarse
en la propiedad; sólo podía basarse en un saber superior; en otras
palabras, exigía lo que ahora llamamos “dirección profesional” y eso
era anatema y “herejía radical” para los capitalistas del siglo xix.
Fue duramente atacado por ellos como “ elemento perturbador” y
“ socialista” . (Algunos de los más estrechos discípulos y colaborado­
res de Taylor — especialmente Karl Barth, su mano derecha— sí eran
“izquierdistas” abiertos y declarados y fuertemente anticapitalistas.)
A los contemporáneos de Ta y lor su axioma de que todo trabajo
manual, especializado o no, podía analizarse y organizarse m edian­
te la aplicación del saber les parecía absurdo. Y que había una
mística en la pericia de un oficio fue algo aceptado universalmente
durante muchos, muchos años.

Este convencimiento animó to davía a H itler a declarar la gu erra a


Estados Un id os en 1941. P a ra que Estados Unidos presentara una fuerza
m ilita r eficaz en Europa necesitaría una gran flota que transportara las
tropas y en aquel momento no contaba casi con marina mercante y no tenía
ningún destructor para protegerla. H it le r argumentaba además que la g u e ­
rra moderna requería ópticas de precisión, y en gran cantidad, y no había
obreros ópticos especializados en Estados Unidos.

H itle r tenía toda la razón; la marina mercante de Estados


Unidos era casi inexistente y sus destructores eran pocos y ridicula­
mente anticuados; tampoco tenía casi industria óptica; pero aplican­
do el “ estudio del trabajo” de Taylor, Estados Unidos aprendió a
preparar a obreros totalm ente no cualificados, muchos de ellos
aparceros en un entorno preindustrial, y a convertirlos en el plazo
de sesenta a noventa días en soldadores y constructores de buques
de prim era clase. Estados Unidos preparó igualmente en el espacio
de pocos meses a la misma clase de gente para producir ópticas de
precisión de mejor calidad que las que nunca habían hecho los ale­
manes, utilizando cadenas de montaje por añadidura. En conjunto,
- «donde T a y lo r tuvo el mayor impacto fue en la formación profesional.

A d a m Smith, sólo cien años antes, daba por sentado que se necesita­
ban por lo menos cincuenta años de experiencia (y es más probable que sea
un siglo) para que un país o región adquiriera los conocimientos necesarios
para producir artículos de alta calidad, y tomaba como ejemplo la produc­
ción de instrumentos musicales en Bohem ia y Sajonia y de tejidos de seda
en Escocia. Setenta años más tarde, alrededor de 1840, un alem án, A ugust
Bo rs ig (1804-1854), una de las prim eras personas que fuera de In gla terra
construyó una locomotora a vapor, ideó lo que todavía es el sistema alemán
de aprendizaje, que combina la experiencia práctica en fábrica bajo un
maestro con una base teórica en la escuela; sistema que sigue siendo el
fu n d a m en to de la productividad industrial alemana. Pero, inclusive el
aprend iza je de Borsig requería de tres a cinco años. Entonces, p rim ero en
la P r im e r a G u erra Mundial y más especialmente en la Segunda, Estados
Un id os aplicó sistem áticam ente el enfoque de T a ylo r para prep arar a “h o m ­
bres de p rim era clase” en pocos meses y esto, más que cualquier otro factor,
explica por qué Estados Unidos fue capaz de derrotar tanto a A le m a n ia
como a Japón.

Todas las anteriores potencias económicas de la historia m o­


derna, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, habían surgido en
- azón del liderazgo en nuevas tecnologías; p e r o las potencias econó­
micas posteriores a la Segunda Guerra M u n d ia l, primero Japón,
ucgo Corea del Sur, Taiw án, Hong Kong, S in g a p u r todas deben su
desarrollo al sistema de formación de T a y lo r , que les permitió dotar
i. una fuerza laboral en gran medida aún preindustrial y, por lo
Unto, con bajo nivel salarial, con una productividad a nivel mun­
dial en un período mínimo. En las décadas posteriores a la Segunda
iuerra Mundial, la formación basada en T a y l0r se c o n v i r t i ó en el
ümco m otor verdaderam ente eficaz del desarrollo económico.
La aplicación del saber al trabajo aum entó de forma explosiva
lu productividad.6 Durante cientos de años no se había producido
ningún aumento en la habilidad de los obreros para producir artícu­
los o para moverlos; las máquinas crearon una mayor capacidad,
pero los obreros mismos no eran más productivos que en los talleres
de la antigua Grecia, en la construcción de l as calzadas de la Roma
mperia o en la producción de los apreciados tejidos de 1ana que
dieron a la Florencia del Renacimiento su riqueza. Sin embargo,
pocos anos después de que Taylor em pezara a aplicar el saber al
I rabajo, la productividad empezó a aum entar a un ritmo del 3,5 al
VZr por año lo cual significa el doble cada dieciocho años más o
menos. Desde que T a y lo r empezó, la productividad ha crecido unas
• iiu uenta veces en todos los países avanzados- sobre esta expansión
mu precedentes descansan todas las mejoras tanto en el n iv e l como
en la calidad de vida en los países desarrollados

L a m itad de esta productividad adicional ha ido a crear un mayor


poder adquisitivo, esto es, un más alto nivel de vid a . p ero entre un tercio y
n mitad ha ido a la creación de un aumento del ocio T o d a v ía en 1910 los
obreros de países desarrollados seguían trabajando por ] 0 menoS tre s mil
horas al ano; ahora inclusive los japoneses trabajan dos mil h o r ^ s al año;
I oh estadounidenses, unas mil ochocientas cincuenta y los a l e m a n e s , como
máximo mil seiscientas; y todos ellos producen cincuenta vec e* más por
liora de lo que producían hace ochenta años. O tra parte s u s t a n c i a l d e la
mayor productividad ha ido a la atención sanitaria que ha pa sa do de prác­
ticamente el 0% del Producto Bruto Nacional al g 0 12 % en )os países
ilcHarrollados, y a la educación, que ha pasado de alrededor d e l 2‘Z' del Pro-
micto Bruto Nacional a un 10% o más.

Y la mayor parte de este aumento, tal como predijo T a y lo r , ha


r o SCorf h i ad0reS’ eS d e d r 3 ,0S Pro,etarios de M a r * - Henry
l o r d (1863-1947) sacó su prim er automóvil barato, el M o d e lo T, en
y u /, que era barato solo en comparación c0n los demás a u t o m ó v i­
les en el mercado, los cuales, en términos de renta media costaban
tanto como costaría hoy un avión bimotor privado A setecientos
cincuenta dólares, el Modelo T costaba lo qUe un obrero ind ustrial
que trabajara a jo rnada completa ganaba en Estados U n id o r en tres
o cuatro anos, ya que entonces ochenta centavos era el jo r n a l de un
buen día y, por supuesto, no había otros “beneficios” . En a q u e l tiem ­
po inclusive un médico no ganaba casi nunca m ás de q u > n'entos
dólares al año; hoy un obrero sindicado de la industria del auttorno-
vil en Estados Unidos, Japón o A lem an ia Occidental, trabajando
sólo cuarenta horas a la semana, gana cincuenta mil dólares en
salario y subsidios — cuarenta y cinco mil libres de impuestos— ,
que es aproxim adamente ocho veces lo que cuesta un coche barato
hoy.
Para 1930 la dirección científica de Taylor, pese a la resisten­
cia por parte de sindicatos e intelectuales, se había extendido por
todo el mundo desarrollado. Como resultado, el “ proletario” de M arx
se convirtió en un “burgués” ; el obrero de fábrica, el “proletario” y
no el “ c a p i t a l i s t a ” , h a b ía sido el v e r d a d e r o b e n e f ic ia r io del
capitalismo y la Revolución Industrial. Esto explica el fracaso total
del marxismo en los países altamente desarrollados, para quienes
M a rx había pronosticado la “ revolución” para el año 1900; explica
por qué, después de 1918, no ha habido “revolución proletaria” ni
siquiera en los países derrotados de Europa Central en los cuales
había miseria, hambre y desempleo; explica por qué la Gran D ep re­
sión no llevó a una revolución comunista, como Lenin, Stalin y
prácticamente todos los marxistas habían esperado confiadamente;
para entonces, los proletarios de Marx aún no eran “ acomodados”
pero ya se habían convertido en clase media; se habían convertido
en productivos. “ Darwin, Marx, Freud” es la trinidad que se cita a
menudo como “hacedores del mundo moderno” ; si hubiera ju sticia
en el mundo habría que sacar a Marx y poner a T a y lo r en su lugar.
El hecho de que no se reconozca el mérito de T a y lo r es una cuestión
menor; no obstante, lo que sí es una cuestión importante es que
m uy poca gente se dé cuenta de que fue la aplicación del saber al
trabajo lo que creó a los países desarrollados al poner en marcha la
explosión productiva de los últimos cien años. Los tecnólogos a tr i­
buyen el mérito a las máquinas; los economistas, a la inversión de
capital; pero ambos factores eran abundantes en los prim eros cien
años de la era capitalista, esto es, antes de 1880, y lo han sido desde
entonces; en lo que hace a la tecnología o al capital, los segundos
cien años difieren poco de los primeros cien. Pero no hubo absoluta­
m ente ningún aumento de productividad laboral en los prim eros
cien años y, en consecuencia, tampoco hubo aumento en la renta
real del obrero ni disminución en su jornada laboral; lo que hizo que
los segundos cien años fueran tan críticamente diferentes sólo pue­
de explicarse como el resultado de a p lica r el saber a l trabajo.
La productividad de las nuevas clases, las clases de la sociedad
poscapitalista, puede aumentar sólo mediante la aplicación del sa­
ber al trabajo; ni máquinas ni capital pueden hacerlo; en realidad,
si se aplican solos es más probable que dificulten antes que creen
productividad (como estudiaremos más adelante, en el capítulo 4).
Cuando Ta y lor empezó, nueve de cada diez trabajadores re a li­
zaban un trabajo manual, haciendo o trasladando cosas en fábricas,
agricultura, minería o transporte. La productividad de la gente que
se ocupa de hacer y mover cosas sigue subiendo al ritmo histórico de
un 3,5 a 4%, y en la agricultura en Estados Unidos y Francia ímp
más rápido, pero la revolución de la p ro d u ctiv id a d ha terminado.
lince cincuenta años, las personas dedicadas a trabajos para hacer
«i trasladar cosas eran aún mayoría en todos los países desarrolla­
dos; hacia 1990 habían quedado reducidas a un quinto de la fuerza
laboral; hacia 2010 no serán más de una décima parte. Aumentar la
productividad de los obreros manuales en fábricas, agricultura, m i­
nería o transporte ya no puede crear riqueza por sí mismo; la revo­
lución de la productividad se ha convertido en víctima de su propio
i'xito. A partir de ahora lo que importa es la productividad de los
trabajadores no manuales; y eso exige, obviamente, la aplicación
ih'l saber al saber.

La revolución de la gestión
Cuando en 1926 decidí no ir a la universidad sino ponerme a
trabajar después de acabar la enseñanza secundaria, mi padre se
disgustó bastante; la nuestra había sido siempre una familia de
abogados y médicos; pero no dijo que yo era un “ marginado” ni
intentó hacerme cambiar de parecer; tampoco me auguró que nunca
llegaría a nada; yo era un adulto responsable que quería trabajar
como un adulto.7
T re in ta años más tarde, cuando mi hijo cumplió los dieciocho
¡utos, yo prácticamente lo obligué a ir a la universidad. Como su
padre, él quería ser un adulto entre adultos; como su padre, pensa­
ba que en los doce años que había pasado sentado en un banco en la
i-scuela había aprendido poco y que las posibilidades de que apren­
diera algo si pasaba cuatro años más sentado en un banco en la
universidad no eran especialmente altas; como su padre a su edad,
ii interés se centraba en la acción y no en el aprendizaje. Y sin
embargo, en 1958, treinta y un años después que yo me había gra­
duado y había entrado en una empresa de exportación como em ­
pleado aprendiz, tener un título universitario se había convertido
< n algo imprescindible; era el pasaporte para casi todas las carreras
profesionales. En 1958, en Estados Unidos, no ir a la universidad
era “ m arginarse” para un chico que había crecido en una familia
acomodada y que había conseguido buenos resultados en la escuela.
Mi padre no tuvo la menor dificultad en conseguir un trabajo para
mí en una empresa mercantil acreditada; treinta años más tarde
una firm a de ese tipo no hubiera aceptado a un graduado de institu­
to como aprendiz; todas hubieran dicho: “V a ya a la universidad du­
rante cuatro años; luego, probablemente debería hacer algún curso
para posgraduados” . Para la generación de mi padre, nacido en
1876, la universidad estaba bien para los hijos de los ricos o para
un número muy pequeño de jóvenes pobres pero excepcionalmente
brillantes (como había sido su caso).

De todos los empresarios triunfadores de Estados Unidos en el siglo


xix, sólo uno asistió a la universidad: J. P. M organ fue a Goettingen para
i'Htudiar m atem átic as pero abandonó al cabo de un año; entre los demás,
pocos asistieron siquiera al instituto y muchos menos se graduaron. En las
novelas de Edith W harton, cronista de la sociedad estadounidense a lr e d e ­
dor de 1910 y 1920, los hijos de las viejas y ricas fa m ilias de N u e v a Y o r k sí
iban a H arvard, pero luego casi ninguno de ellos ejercía la abogacía; la
educación superior era un lujo, un adorno y una forma agrada ble de pasar
la prim era parte de la vid a adulta.

En mis tiempos, ya era deseable ir a la universidad; daba nivel


social; pero no era en modo alguno necesario ni de mucha ayuda en
la vid a o para hacer carrera. Cuando hice mi prim er estudio de una
corporación empresarial importante, la General Motors,8 el D ep a r­
tamento de Relaciones Públicas de la empresa procuró por todos los
medios esconder el hecho de que un buen número de sus altos ejecu­
tivos había ido a la universidad; entonces lo apropiado era em pezar
como mecánico e ir subiendo por medio del trabajo.9
T o da vía en 1950 o 1960, la forma más rápida de acceder a una
renta de clase media, en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en
A lem a n ia (pero ya no en Japón), era no ir a la universidad sino po­
nerse a trabajar a los dieciséis años en una de las grandes indus­
trias de fabricación en serie; allí se alcanzaban unos ingresos de
clase media al cabo de pocos meses, como resultado de la explosión
de la productividad. Estas oportunidades prácticamente han des­
aparecido.10 Ahora ya casi no hay acceso a ingresos de clase m edia
sin un título formal que certifique que se ha adquirido el saber que
sólo puede conseguirse sistemáticamente y en una escuela o uni­
versidad.
El cambio de significado del saber, que empezó hace doscientos
cincuenta años, ha transformado a la sociedad y la economía. El
saber convencional se considera a la vez el recurso personal clave y
el recurso económico clave. E l saber es hoy el ún ico recurso s ig n i­
fica tiv o . Los tradicionales “factores de producción” , suelo (recursos
naturales), mano de obra y capital, no han desaparecido, pero se
han convertido en secundarios; pueden obtenerse, y con facilidad,
siempre que haya saber; y el saber en su nuevo significado es saber
en tanto que servicio, saber como medio de obtener resultados socia­
les y económicos. Estos cambios, sean o no deseables, son respues­
tas a un cambio irreversible: el saber está siendo a p lica d o ahora al
saber; y éste es el tercer y tal vez definitivo paso en su transform a­
ción. Proporcionar saber para averiguar en qué fo rm a el saber exis­
tente puede aplicarse a producir resultados es, de hecho, lo que
significa gestión. Adem ás el saber también se aplica de forma siste­
mática y decidida a definir qué nuevo saber se necesita, si es fa cti­
ble y qué hay que hacer para que sea eficaz; en otras palabras, se
aplica a la innovación sistemática.11
Este tercer cambio en la dinámica del saber puede denom inar­
se la revolu ción de la gestión y, al igual que sus dos predecesores, el
saber aplicado a las herramientas, procesos y productos, y el saber
aplicado al trabajo humano, la revolución de la gestión se ha exten­
dido por toda la tierra. A la Revolución Industrial le costó cien años,
mituHfis del siclo xvm hasta mitades del siglo xix, llega r a ex­
tenderse y dominar el mundo entero; la revolución de la productivi
dad tardó setenta años, desde 1880 hasta el final de la Segunda
(Juerra Mundial, en extenderse y dominar el mundo entero. La r e­
volución de la gestión ha empleado menos de cincuenta años, desde
1945 a 1990, en extenderse y dominar ei mundo entero. La mayoría,
cuando oye el término “gestión” , piensa aún en “gestión de nego­
cios” . Es cierto que la gestión surgió por vez prim era en su forma
nctual en la organización de negocios en gran escala. Cuando yo
empecé a trabajar en gestión, hace unos cincuenta años, también
me concentré en la gestión de negocios.12 Con todo, pronto aprendi­
mos que la gestión es necesaria en todas las organizaciones m oder­
nas, sean o no negocios; de hecho, pronto aprendimos que es inclusi­
ve más necesaria en organizaciones que no son negocios — sean
organizaciones no lucrativas, aunque no gubernam entales (lo que
en este libro llamo “ el sector social” ), u organismos del gobierno.
Kstas organizaciones necesitan gestión precisamente porque care­
cen de la disciplina del “ nivel m ínim o” que rige cualquier negocio.
El hecho de que la gestión no está limitada a los negocios fue reco­
nocido por prim era vez en Estados Unidos, pero y a está siendo
aceptado en todos los países d e sa rro lla d o s (como m u e stra la
r e c e p t i v i d a d con que mi lib r o M a n a g in g th e N o n P r o f i t
O rga n iza tio n , de 1990, ha sido acogido en Europa Occidental, Japón
y Brasil).
Sabemos ahora que la gestión es una función genérica de todas
las organizaciones, sea cual fuere su misión específica; es el órgano
genérico de la sociedad del saber. La gestión tiene muchos años de
existencia; a menudo me preguntan a quién considero el mejor o
más grande ejecutivo. Mi respuesta siempre es: “A l hombre que,
hace más de cuatro mil años, concibió, diseñó y construyó la prim e­
ra pirámide egipcia, que aún sigue en pie” . N o obstante, la gestión
no ha sido considerada una clase específica de trabajo hasta des­
pués de la Segunda Guerra Mundial y aun entonces sólo por un
(juñado de gente; la gestión como disciplina sólo ha aparecido des­
pués de la Segunda Guerra Mundial. To davía en 1950, cuando el
Banco Mundial empezó a prestar dinero para favorecer el desarrollo
económico, la palabra “gestión” ni siquiera estaba en su vocabula­
rio. De hecho, aunque la gestión se inventó hace miles de años, no
fue descubierta hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
U n a razón de su descubrimiento fue la experiencia de la g u e ­
rra misma, y especialmente el funcionamiento de la industria de
Estados Unidos; pero tal vez igualmente importante para la acepta­
ción general de la gestión haya sido el funcionamiento del Japón
desde 1950. Japón no era un país “ subdesarrollado” después de la
guerra, pero su industria y economía estaban destruidas casi por
completo y prácticamente no tenía tecnología propia. El principal
recurso de la nación era su voluntad de adoptar y adaptar el modo
de gestión que los estadounidenses habían desarrollado durante la
Segunda G uerra Mundial, y especialmente la formación profesional.
En el espacio de veinte años, desde los cincuenta — cuando acabó la
ocupación del Japón— a los setenta, Japón se convirtió en la segun­
da potencia económica mundial y en un líder tecnológico.

Cuando la gu erra de Corea terminó, a principios de los cincuenta,


Corea del Sur estaba más destruida de lo que lo había estado Japón siete
años antes. Y nunca había sido más que un país atrasado, especialm ente
porque los japoneses suprimieron de fo rm a sistem ática la em presa y la edu ­
cación superior en Corea durante sus tre in ta y cinco años de ocupación. N o
obstante, sirviéndose de las facultades y universidades de Estados Unidos
para educar a sus competentes jóven es y mediante l a importación y a p lica ­
ción de sistemas de gestión, Corea se convirtió en un país a lta m en te d e sa ­
rrollado en un espacio de veinticinco años.

Con esta vigorosa expansión de los sistemas de gestión llegó


una creciente comprensión de lo que el término significa realmente.
Cuando yo empecé a estudiar gestión, durante e inm ediatam ente
después de la Segunda Guerra M u n d ia l13, un gerente era definido
como “ alguien que es responsable del trabajo de unos subordina­
dos” . Un gerente, en otras palabras, era un “je f e ” y gestión era
jera rqu ía y poder; ésta es probablemente la definición que mucha
gente tiene en mente cuando se habla de gerentes y gestión.
Sin embargo, a principios de los cincuenta la definición ya
había cambiado a “ un gerente es responsable del rendimiento de la
g en te” . Ahora sabemos que ésta también es una definición dem asia­
do estrecha. La definición justa es “ un gerente es responsable de la
aplicación y rendimiento del saber” .
Este cambio significa que ahora vemos el saber como el recurso
esencial; suelo, mano de obra y capital son prim ordialm ente im p or­
tantes como limitaciones; sin ellos ni aun el saber puede producir,
sin ellos ni aun la gestión puede actuar; allí donde hay una gestión
eficaz, esto es, una aplicación del saber al saber, siempre podemos
obtener los otros recursos.
El hecho de que el saber se haya convertido en el recurso, y no
en “ poscapitalista” , cambia, y de forma fundamental, la estructura
de la sociedad; crea nuevas dinámicas sociales; crea nuevas din ám i­
cas económicas, crea nuevas políticas.

Del saber a los saberes


Subyacente en las tres fases del cambio de rumbo del saber, la
Revolución Industrial, la revolución de la productividad y la revolu­
ción de la gestión, hay un cambio fundamental en el significado del
saber; hemos pasado del saber a los saberes. El saber tradicional
era general; lo que hoy consideramos saber es por necesidad algo
a lta m en te especializado. Nunca antes habíamos hablado de un
hombre o una mujer “ con saber” ; hablábamos de una “ persona ins­
tru ida” y las personas instruidas eran generalistas; sabían lo sufi­
ciente para hablar o escribir de un buen número de cosas, suficiente
para comprender un buen número de cosas; pero no sabían lo bas­
tante como para hacer una cosa cualquiera. Como dice la vieja his-
' mu querríamos una persona instruida como invitada a nuestra
un ¡i, pero no querríamos quedarnos con él o ella solos en una isla
■I• un ta donde se necesitara a alguien que supiera hacer cosas. De
!h i lio, en la universidad de hoy las tradicionales “ personas instrui-
i Iiim" no son consideradas en absoluto “ personas instruidas” ; se las
■|i'n<teña por diletantes.
En U n y a n qu i en la corte del rey A rtu ro , el héroe del libro que
Miuk Tw ain (1833-1910) escribió en 1889 no era una persona ins­
imula; con certeza no sabía ni latín ni griego, probablemente nunca
Imlna leído a Shakespeare y ni siquiera conocía bien la Biblia; pero
ulna cómo hacer cualquier cosa mecánica, inclusive generar electri-
i ulnd y construir teléfonos.
Para Sócrates, el propósito del saber era el conocimiento de sí
minino y el propio desarrollo; los resultados eran interiores; para su
mitiigonista, Protágoras, el resultado era la habilidad de saber qué
■l*’<-ir y decirlo bien; era “ im agen” , para usar un término moderno.
Durante más de dos mil años el concepto del saber de Protágoras
iluminó la educación occidental y definió el saber; el triu iu m medie-
ai, el sistema educativo que subyace hasta hoy en lo que llamamos
una “ educación humanista” , consistía en gramática, lógica y retóri-
rii, los útiles necesarios para decidir qué decir y cómo decirlo. No
u n útiles para decidir qué hacer y cómo hacerlo. El concepto Zen
ili'l saber y el concepto confuciano del saber, las dos ideas que dom i­
naron la educación y la cultura orientales durante miles de años,
i rán parecidos; el primero se centraba en el autoconocimiento; el
• gundo, como el triv iu m medieval, en los equivalentes chinos de
gramática, lógica y retórica.
El saber que hoy consideramos saber se demuestra en la ac-
i ión; lo que ahora queremos decir con saber es información efectiva
ni la acción, información enfocada a resultados. Los resultados es­
tán fuera de la persona, en la sociedad y la economía, o en el fom en­
to del saber mismo.
Para conseguir algo este saber tiene que ser altam ente espe­
cializado; ésta es la razón por la cual la tradición, que empezó con
los antiguos pero que persiste en lo que llamamos “educación hum a­
nista” , lo relegaba al estatus de techne o arte. No podía ni aprender­
se ni ser enseñado; tampoco significaba cualquier principio general;
ora específico y especializado; era experiencia más que instrucción,
aprendizaje más que enseñanza. Sin embargo, hoy no hablamos de
esos saberes especializados como “ artes” , hablamos de “disciplinas” .
Y esto es un cambio muy importante en la historia intelectual.
U na disciplina transforma “ arte” en metodología, tal como la
ingeniería, el método científico, el método cuantitativo o el diagnós­
tico diferencial del médico. Cada una de estas metodologías trans­
forma la experiencia ad hoc en sistema; cada una transforma la
anécdota en información; cada una transforma la destreza en algo
que puede enseñarse y aprenderse.
El paso del saber a los saberes ha dado al primero el poder de
crear una nueva sociedad; pero esta sociedad tiene que estructu­
rarse sobre la base de que el saber tiene que ser especializado y las
personas con saber tienen que ser especialistas. Esto les da su po­
der pero al mismo tiempo plantea cuestiones básicas — en valores,
en visión, en creencias, esto es, en todas las cosas que mantienen
unida a la sociedad y que dan significado a la vida— . Como discuti­
remos en el último capítulo de este libro, también plantea una gran
— y nueva— cuestión: ¿qué significa la persona instruida en la so­
ciedad de los saberes?

NOTAS

1 El m ejor análisis del capitalismo como fenóm eno recurrente y bastante


frecuente se encuentra en dos libros del gran historiador económico francés
Fernand Braudel: The M editerranectn (2 vols., publicados por p r im e r a vez
en Francia en 1949, traducción al inglés por H a r p er & Row, N e w York,
1972) y C iv iU z n tio n & C a p ita lis m (3 vols., publicados por prim era vez en
Francia en 1979, traducción al inglés por H a rp e r & Row, N e w Y ork, 1981).
1/im mejores estudios de anteriores “revoluciones in dustriales” son M e d ie v a l
T ech n ology and S o c ia l C hange, de Lynn W h it e Jr. (O x fo r d U n iv e r s it y
Press, 19(52); The M e d ie v a l M a c h in e ; The In d u s tr ia l R e v o lu tio n o f the
M u id le A,i>es, de .lean Gimpel (publicado por prim era vez en F ra n cia en
1975, traducción al inglés por Holt, Rin ehart & Winston, N e w Y o rk , 1976),
y el m o n u m e n t a l S c ie n c e <fc C iv iliz a t ia n in C h in a , del b io q u ím ic o ,
orien talis ta e historiador británico Joseph N eedham (C a m b rid g e U n i v e r ­
sity Press), cuya publicación empezó en 1954, faltando aún aparecer la
m itad de las veinticinco partes proyectadas. Sin embargo, lo que N e e d h a m
ha publicado hasta ahora ha cambiado totalmente nuestro conocimiento de
la tecnología antigua. P a ra anteriores “revoluciones indu striales” v e r t a m ­
bién mi libro Technology, M anagem ent & Society (H a r p e r & Row, N e w
York, 1973), especialm ente los capítulos 3, 7 y 11.
2 L a mejor obra sobre la historia de esta evolución es Prom eth eu s U n b ou n d ,
del historiador de H a rv a rd D avid S. Landes (C a m bridg e U n iv e rs ity Press,
1969).
3 E ste cambio es analizado con bastante profundidad en mi ensayo de 1961
“T h e Technological Revolution; N o tes on the R elationship o f Technology,
Science and C u ltu re” , recogido de nuevo, en 1973, en mi volu m en de ensa­
yos Technology, M a n a gem en t and Society, Harper/Collins, N e w Y ork, y en
mi volum en de ensayos The E c o lo g ic a l V is io n ( N e w B ru n sw ick , N.J.,
T ransaction Publisher).
4 Y sigue sin haber una historia del trabajo; aunque si a ello vamos y pese a
tanto filosofar sobre el saber, tampoco hay una historia del saber. A m b a s
deberían lle g a r a ser áreas de estudio importantes en las próxim as décadas
o, al menos, en el próximo siglo.
5 De hecho, no se publicó ninguna biografía fiable hasta 1991, cuando
apareció F red erick W. Taylor, m ito y rea lid a d , de C h arles D. W r e g e y Ro-
nald J. G reenw ood (Irw in , Homewood, Illinois).
11.El térm in o mismo era desconocido en tiempos de Taylor; de hecho, siguió
h'ikIoIo hasta antes de la Segunda G uerra Mundial, cuando empezó a ser
mi l i /mlii <>ii luí Fstados Unidos. Inclusive en 1950 el más autorizado diccio-
............. ni" . "I ('<>ner;<- O xford , no recogía todavía el término “ productivi-
11"■ I mi mi I jm il n m í o artllfll.

44

También podría gustarte